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TERCER CAPITULO

LA IGNORANCIA, LA INTERPASIVIDAD, UN EJEMPLO CLINICO

1- Todo lo que venimos diciendo roza la particular posición del niño


ante la ignorancia. Él puede vivir teniendo evidencias de la existencia de
algo y no ocupándose de ello como objeto a conocer, no busca ni
necesita representar el medio en el que vive, sólo vive en él, puede vivir
“abierto” (como dirían Heidegger y Agamben) sin representárselo y sin
considerar sus elementos como objetos. Vive inclusive sin requerir del
relato de lo que vive. Realidad y ficción no requieren diferenciarse. De
esto sabemos bien los analistas de niños: nada más fuera de lugar que
interpretar en términos de reconocimiento, de nombrar, de representar
lo que creemos nosotros, adultos que representamos lo que llamamos
realidad para separarla de la ficción, grandes que relatamos lo que
ocurre aparte de vivirlo. Lo que sucede para el niño simplemente es. Lo
más patético de ese tipo de interpretaciones desde un lugar puramente
trascendente (“lo que te pasa es que sientes tal o cual cosa… o que
evocas a tu madre”) es que los niños, por su docilidad pueden llegar a
tomarlas como una explicación a seguir en sus lineamientos. Pueden
llegar a obedecer (creo que siempre guardando cierta distancia de los
interpretadores) las consignas de la interpretación. ¿Habrá entendido el
Dick de Mealnie Klein qué quiso decir ella con “tren Dick, puente
mamá? Si insistimos en que ellos son sujetos y que el lugar donde
rondan, deambulan, viven, está poblado de objetos que pueden tener
representación y ser conocidos como tales (es decir, los llevamos de una
ontología “natural” de lo dado a una gnosiología, como si les dijésemos
“deja de vivir donde las cosas son, vive donde las conozcas”). Esta idea,
que está en algo emparentada con el Capítulo 6 de SH y con el
desarrollo de la Paradoja de Moore (que también revisaremos un poco
más adelante), se relaciona con el concepto del fin de la historia en el
que según muchos autores en lugar de “progresar” evolutivamente
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(desde una errónea consideración antropomórfica) nos llevaría a ser


algo así como animales casi no humanos. Al despojarnos de la realidad
representacional, de las peleas dialécticas, ligado esto a la ausencia de
negación y por lo tanto del devenir dialéctico. Alrededor de esta idea
ronda el concepto de ignorancia. Alrededor de esto decía Heidegger:
“¿qué significa la expresión `final de la Filosofía´ … El final de la filosofía
es el lugar en el que se reúne la totalidad de la historia en su
posibilidad límite… un final en su manera de pensar“ y relaciona desde
con la Cibernética el 1930 que, dice “transforma el lenguaje en un
intercambio de noticias” Se trata entonces “del triunfo de la instalación
manipulable de un mundo científico técnico y del orden social en
consonancia con el final dela filosofía. Quiere decir comienzo de la
civilización mundial fundada en el pensamiento europeo occidental”

Hegel, Koyeve, Heidegger, Deleuze, Agamben y Fukuyama 1, entre otros,


han afirmado que estamos en tiempos del fin de la historia, refiriéndose
al fin del movimiento de contraposiciones dialécticas que implicaban
una suerte de “evolución” de las ideas. 2 La máquina dialéctica se ha
detenido y el progreso (el santo progreso que nos acompaña de un modo
u otro desde hace unos 40.000 años), estaría por cesar. En eso
seríamos desde entonces semejantes a los demás animales que en sí no
progresan ni se representan los objetos.
Hay quienes, como Heidegger y Koyeve (este último en su primera
versión) creyeron que este fin podría ser era modelado por la sociedad
norteamericana, frívola, un poco estúpida, dedicada al consumo por el
consumo mismo, despreocupada, claro está, de cuestiones filosóficas y
de negaciones dialécticas. Koyeve luego, cuando vivió en Japón, cambió
este pronóstico de fin de la historia por el de un imparable afán
humano de copiar modelos antiguos en una ronda banal hacia atrás: el
1
É ste ú ltimo afirma que, al igual que lo fue 1806 después de la batalla de Jena para Hegel, hemos llegado al fin
de la historia y de los regímenes políticos. El comunismo ha caído y no hay controversias políticas ni dialéctica
progresiva.
2
Otra fuente, quizá más trágica de este fin es la que alude a nuestro destino como especie
debido a nuestro implacable agotamiento de los recursos del planeta. Como su colapso parece
ya inevitable, se plantea no sólo el fin de la historia sino el fin de nuestro hábitat.Como suele
suceder con la palabra “fin”, esta alude además de a la terminación o al final, a la finalidad.
¿Cuál es o fue la finalidad de las luchas políticas o de la carrera progresista que hemos
emprendido apenas hace 40.000 años y ya muestra la caída?
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esnobismo. (palabra que se relaciona con “sin nobleza”). Hoy (como


afirmó Sibilia), está cundiendo una inversión, como en dedo de guante,
de la interioridad. Como si estuviésemos vacíos, exhibimos lo que
tenemos de íntimo para que sea visto y validado como existente,
preferentemente desde las pantallas. El espectáculo único que interesa
es el de la intimidad extrovertida que resulta ser un espectáculo de algo
así como de la nada (Agamben comenta que ni siquiera se trata de
viejos festines que retornan).
Puede ser interesante examinar la distancia que separa al ignorar del
desconocer. Ignorar, provine del latín ignorare “no saber” que procede de
gnocere , “saber”.
Los diccionarios suelen mencionar tres definiciones de ignorar:
1) Simplemente desconocer alguna cosa, por ejemplo, en la frase “ignoro
cual puede ser el valor de esta pieza de antigüedad”. 2) No hacer caso
de algo pretendiendo no tener conocimiento de ello como en “ignorar los
reglamentos puede perjudicarte”. 3) Actuar como si alguien no estuviera
(en el jargón contemporáneo “ningunearlo”) como en “cada vez que digo
algo que no le gusta, me ignora”
Es de notar que en los tres casos hay una suerte de vacilación entre
hacer como si aquello a lo que se refieren (el valor de la pieza, el
reglamento, a mí) no existiera y la suposición implícita y simultánea de
que eso existe, ya que puedo referirme a ello.

2- Hay un punto no muy preciso pero bien advertido por muchos: el


destino del humano es volverse de algún modo (más allá de la provisión
de sofisticadas herramientas) un simple animal como lo fuera el homo
previo al paleolítico. En ese sentido –como destaca Heidegger− el
aburrimiento es una suerte de adelantado hacia ese final, un modo que
conecta al humano con la verdad subyacente de su vacío, semejante al
aturdimiento animal y emparentado con la ignorancia en el sentido de
vivir en un medio que no cuestionamos ni nos preocupamos por saber.
Es en éste punto donde se pone sobre el tapete la cuestión del “estar
abierto” a los objetos, como los animales no humanos, sin necesidad de
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reconocerlos como tales y con la no posibilidad ni necesidad de


representarlos. Estar aturdido frente a él y estar como metido en él sin
poder reconocerlo como tal ni representárselo como una cosa. Ese
aturdimiento, ese at one ment (Bion) con el objeto, es un estado cercano
a la conexión pura que describí en SH, la representación, el signo, la
asociación presuponen una pausa y una distancia con el objeto.
Distancia crucial para representarlo, pensarlo como objeto pero no para
meterse en él. Quizás el pensamiento, además de permitirnos elucubrar
sobre lo que reconocemos, a su vez nos aparta de la posibilidad de estar
abiertos a ello. En este y otros sentidos hay un contraste manifiesto
entre considerarnos en el pináculo del desarrollo científico y tecnológico
y estar al borde del final de nuestra carrera progresista que iniciamos
en el paleolítico superior. No es fácil apartarse de los arrebatos
ideológicos a favor o en contra de estas posiciones. Pero es preciso que
al menos intentemos de qué nos habla.
Esto se relaciona con el aturdimiento animal al acercarse o al poseer
una presa , no la reconoce en cuanto objeto, se sume en él. Los que
hablan del fin de la historia opinan que llegaremos a una posición
animal semejante a ello frente a los objetos. Lo que intento decir de esto
en relación a los niños es que ellos también están ahí, en medio de las
cosas, formando parte de ellas, el juguete es parte de un universo
propio sin que debe el niño reconocerlo como objeto. En ese sentido es
que cunde la frase de Winnicott de que él debe crear lo dado, pero
además se relaciona con eso “dado” de modo inmanente, como sin
distancia para reconocerlo y representárselo. Luego, en el devenir un
sujeto tocado por la modernidad, perderá esa capacidad de ignorar, de
entrar en él. Quizás esto se relaciona con el tremendo auge de los
videojuegos, de todo aquello que origine pausas en el enloquecido trajín
del progreso y que no requiere del pensar. Un niño frente a una pantalla
ya no se pregunta, está como metido en ella, teniendo una experiencia
que como tal sólo admite la inmanencia.
No se trataría entonces de “resolver” la antinomia entre Cronos y Aión
(cf. Capítulo 8 de TT), entre el recuerdo y la repetición, ni entre la vida
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espiritual y la nuda vita ni menos que un término intermedio dé la


solución a los misterios y enigmas en forma de pretendidas cifras. Pero
mucho menos aún entre una experiencia y el relato de la misma. Son
cosas diferentes. ###Éstas podrían aniquilar lo mas productivo al cerrar
el espacio de la dialéctica del suspenso a la que aludiera W. Benjamín.
Se trata de que pueda quedar un hueco enigmático y vital. Por ello
debiéramos desconfiar de los cierres del análisis a través de redondeos.
La clave es que quede suficiente, aunque no demasiado, abierto el
suspenso, el entre por donde circula la vida3.
A este estado de cosas nos acercan nuestros niños con su predominio
conectivo (cf.: SH). Quizá no se trate sólo de volvernos animales sino de
un cierto retorno a la infancia y su at one ment.
3- Los medios actuales suelen destacar como un logro el concepto de
interactividad: el que opera un videojuego o una página de Internet tiene
cierta libertad de opinión y hasta de acción para decidir qué (dentro de
limitadas opciones ya contempladas) va a ocurrir. Esa “libertad”, es
cierto, está limitada a las opciones pre-escritas en el recorrido permitido
del juego, del intertexto o del servidor de Internet. Aún así, hay una
cierta ilusión –y a veces también una cierta realidad– de una
participación “activa” del que opera bajo la forma de la interactividad.

Como señala Slavoj Zizek, lo que surge en muchos otros casos (quizá
evidenciados más por la hegemonía de lo mediático, pero de ninguna
manera ceñidos a ello) es el reverso de la interactividad: la inter-
pasividad. En ésta, lo que se destaca es el hecho de que alguien como
una persona, o algo, como una máquina, o un dispositivo, un juguete o
un video, algo del medio, se “haga cargo” de la parte “pasiva” de la
experiencia. Eso permite que el niño o el adulto queden, por decir así,
“liberados” de esa parte pasiva y puedan lanzarse a lo supuestamente
activo de la experiencia. Lo que inevitablemente surge es que esa
experiencia (activa) es otra experiencia que la pasiva, y otra aún que la

3
Quizá un problema que se roza con este “dejar abierto el hueco” es que ese espacio ha venido siendo
congruente con la preservació n de la tradició n y con el lanzarse tanto a preservarla como a “superarla”. ¿Qué
puede suceder con el fin de nuestra historia como humanos para ser animales un tanto aturdidos?
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que involucraría a ambas. Otro modo de ver esto es destacar que los
dispositivos (particularmente los mediáticos) se están apropiando de
preparar, del aspecto activo, de cada vez más experiencias y dejan al
usuario (en general sin que él mismo lo sepa ni se dé cuenta de ello o
incluso se acostumbre y use esa circunstancia) por fuera de de esa
parte de la experiencia, que muchas veces puede ser crucial y otras
considerada una molestia. Zizek ilustra esto con un ejemplo que
precede a los tiempos de la eclosión mediática: las lloronas. En un
velorio ellas se hacían cargo del acto pasivo de llorar dejando espacio y
tiempo para que los deudos puedan emprender lo que se considera
“activo”, como ―por ejemplo― la administración de los bienes del
occiso o interactuar socialmente con los asistentes al velorio.

Tengo un ejemplo, tal vez, un tanto bizarro pero muy gráfico de algo
parecido que recientemente me sucedió. En el estado de ensoñación que
a veces surge tras ver la proyección de un film con fuerte poder
evocativo, fui al baño del cine y, cuando termino de hacer pis, me
encontré buscando la manija que acciona el desagote del mingitorio (así
como hace algunos años hubiese buscado la cadena de la que tirar).
Pero no había manija ni cadena. Al principio me desconcerté un poco y
luego me di cuenta que “de eso”, de esa acción de desagotar se había
apropiado la máquina mingitoria a través de un mecanismo ingenioso:
un detector infrarrojo que detectaba el instante en el que yo me
apartara del mismo, acto en el que yo tampoco colaboraría ya que al
terminar de hacer pis simple y necesariamente, sin premeditarlo,
retiraría el volumen de mi cuerpo de la “visión” del detector.

En esperiencias como esa mi mente y mi conciencia quizá ya no


tendrán más porqué tener en cuenta nada de esto como el tirar de la
cadena o activar el desagote tras el acto de orinar en esos mingitorios.
La tecnología mingitoria automática se había apropiado de esa actitud
(que quizá sea legendaria, tal vez como la de los perros cuando echan
tierra sobre sus excrementos, o la sacudida típica del pene de los
varones al terminar de hacer pis). De modo que yo había sido privado de
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cursar dicha experiencia. ¡Y de cuantas otras estamos siendo privados


por esas tecnologías que hacen por nosotros parte de la experiencia! Por
supuesto, este es un ejemplo banal pero es bueno preguntarse de
cuantas experiencias se está apropiando la tecnología, liberándonods de
monotonos actos que consument tiempo o que, de no ser así, quedarían
“en manos” de nosotros (que se sabe que no somos tan confiables como
un dispositivo mecánico). Quizá podríamos incluso evaluar cuanto
“tiempo libre” nos dejan y, por otra parte, de cuantas experiencias nos
privan. Algo similar surge con el nuevo implemento llamado Kindle o e-
book. El usuario selecciona (o no) un libro, una revista, un blog, un
diario y Kindle o e-book, “lo baja” y lo coloca en una pantalla o “libro”
electrónico de forma y textura muy similar al libro clásico de papel. De
modo que uno no tiene porque ir a una librería a comprarlo, no debe
tampoco porqué guardarlo en ningún estante de la biblioteca, ni en la
mesa de luz, ni cuidarlo. Tampoco tiene porqué tocarlo, ni distinguir su
olor ni marcar las páginas preferidas con un marcador o un lápiz
(simplemente para ello hay que tocar suavemente el esquinero superior
derecho de la página que indica que es un bookmark)… ventajas, uno
podría decir, por un lado, son muchas. Y, quizá, privaciones por otro
menos evidente también. Aunque de esto solemos no darnos cuenta. Y
aunque no creo que sirva de nada posicionarnos como jueces de esas
alternativas que nadie puede (ni debería intentar) detener. Es que la
experiencia, el agenciamiento de la experiencia, produce tanto al objeto
con el que nos relacionamos como a nosotros. Por lo tanto las
experiencias producen al margen de la tecnología que esté involucrada.
Los que tiraban la cadena tenían esa experiencia, los que ahora
alejamos nuestro cuerpo del mingitorio, tenemos otra. El hacho de que
no estemos pretendiendo activamente provocar el flush de agua no
cambia las cosas.

4- Hace algún tiempo fui consultado acerca de Leo, de 4 años por sus
padres quienes me conectaron por recomendación de su escuela. Leo,
me comentaron sus padres que le dijeron sus maestras, por momentos
se distrae y queda “como colgado”, abstraído no se sabe dónde. Los
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padres ya habían consultado a un neurólogo por esa razón, quien no


manifiesto nada destacable. Por otra parte (según me lo refirieron los
padres) el niño tiene predilección por el color rosa. Esto los irrita (sobre
todo al padre) aunque sospechan que esta predilección por el rosa
podría ser una maniobra de Leo para llamar la atención de sus
progenitores, particularmente la de su padre porque, dijo este, “él sabe
que a mí me cae mal”. Me cuentan que la segunda razón de su
inquietud es que en el colegio los compañeros de Leo suelen pegarle
ante lo cual “él no se defiende”.

Cuando acude a entrevistas diagnósticas conmigo (luego de que yo viera


a los padres en una entrevista previa), Leo propone un juego que reitera
varias veces en dos entrevistas y lo excita mucho: él con un pequeño
soldadito gris en su mano me pide que yo exponga otros juguetes
−prefiere los más grandes, como aviones, tanques de guerra, una gran
ballena− a los que su soldadito derriba y arroja por el aire. Leo celebra
cada triunfo de su soldadito con explosiones de júbilo. Cuando le pido
que dibuje a su familia la hace aquí como ven en este dibujo
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En él se destaca (sólo por el tamaño) a su padre a un costado


indiferenciado pero grande y del color de un lápiz de grafito. Su madre y
él son dibujados de color rosa. Por último dibuja a su hermano Nico de
2 años de color marrón. Una ronda no muy configurada en la que por
primera vez detecto la presencia a la vez denigrada y central de Nico: al
mismo tiempo que tiene el color de la caca ocupa el centro indiscutido
de la escena y en el dibujo me asombró ver que él era el que objeto que
“unía” a Leo con su mamá. Su padre, grande en tamaño, parece estar
alejado o en otra cosa, fuera de la escena de madre-Nico-Leo.

En la sesión diagnóstica de la familia algo ligado a esto se hizo para mí


muy evidente. Nico se apropiaba literalmente de todo lo que Leo elegía
para jugar o participar: lápices, dibujos, miradas, juguetes, sillas, y
también mi persona (intentó reiteradamente y por varios medios
capturar mí atención). Todo esto ocurría ante la mirada un tanto pasiva
de sus padres. Nico llegó al extremo de meterse desde los pies de la
silla en que Leo estaba sentado y dibujando, para ocupar el lugar de su
hermano empujándolo y tirándolo a él a un costado como quien empuja
un cuerpo inerte. Leo, en esos casos no se defendía al menos de la
manera brusca en que Nico lo apartaba de toda escena. Sólo pude notar
que él en varios de esos momentos quedaba como obnubilado o perdido,
como “colgado” en alguna dimensión lejana mientras su hermano
dominaba las escenas.

En las notas mías −escritas luego de la entrevista familiar− anoté: “Los


padres de Leo lo elogian como si fuese una compensación de algo que
no entiendo bien. ¿Su indefensión? Leo tiene varias formas de intentar
no ser apropiado, una es en el juego conmigo en el que tiró todo con
particular violencia (¿será la violencia que cancela en el colegio y frente
a su hermano? Esto me recuerda la fractura de fémur que –me
comentaron sus padres− padeció al mes del nacimiento de Nico. ¿Será
eso una marca que determinó la supresión de la violencia en sus
defensas?, me pregunté). Quizás otra forma de afrontar esa posición
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sea la de “dibujarse rosa” como su madre (con lo cual es único entre los
varones y quizás logre desafiar al padre). Otra reacción quizás sea la de
desvanecerse como hizo varias veces en la entrevista familiar frente a
los embates de Nico (lo que quizá se reproduzca en lo que llaman en el
colegio distraerse o quedarse colgado). La última forma de defenderse
tal vez fue la de dividir los juguetes, los lápices, las sillas divididas entre
las que son de grandes y las que son de chicos con el fin de encontrar
un argumento para frenar la avasallante apropiación que Nico practica
de todo lo que fue o es de el, casi dejándolo sin lugar y a la cual, aún
con tímidos amagues de resistencia, él se somete.”

Hoy quedo asombrado por el pensamiento de que algo tan similar a lo


que sucedió en el consultorio, puede quizá “verse” en el dibujo que,
como les relaté, Leo hizo el dibujo de su familia. Es gracias a Nico,
denigrado pero central en ese dibujo, que forman un conjunto. Desde
ese lugar que Leo queda como empujado fuera. Nada de esto es tomado
en cuenta por su padre pasivo, grande pero de contornos débiles,.

Mi consultorio queda en un piso alto frente al jardín zoológico de la


Ciudad de Buenos Aires. Hacia el final de la entrevista familiar Leo mira
un lago del zoo y le dice a su madre: “mirá mamá eso es el….” Ella lo
interrumpe y le dice en voz muy alta “¡¡Qué bueno Leo, mirá lo que
descubriste: sos un genio!!” Ante lo cual Leo le contesta “¡¡No mamá, vos
tenés que esperar a que yo termine para emocionarte!!” Me causó
gracia, tristeza y una cierta esperanza este intento ―un tanto
pseudomaduro, es cierto― de frenar el amague apropiador de su
madre, quién, como suele suceder, lo hacía, desde su conciencia, “por el
propio bien de Leo”, quizás con la intención de reparar lo que ella intuía
del desvalimiento de su hijo mayor. Pero, como Leo le recuerda, esos
elogios no sólo no lograron convencerlo. Sino que implican un verdadero
peligro para sus posibles logros creativos, los descubrimientos, lo
espontáneo de Leo porque su madre no lo espera para validar su gesto.
Lo reemplaza por su propio gesto. Sutilmente se apropia del gesto de
Leo que queda así con dos opciones: someterse a él, o, como lo hizo,
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intentar explicarle a su madre cómo ella debería ser. Ahí sí se defendió


pidiéndole a su madre que al menos espere a escucharlo para
emocionarse, esa opción de Leo implica que hay serias esperanzas para
que su verdadero self recupere algún mayor protagonismo.

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