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En este siglo XXI el tipo de poder más eficaz y penetrante es aquel que se mueve en el ámbito

del poder consensual y del poder estructurado o influencia de los circuitos de las élites
financieras a escala global, los cuales son igualmente sinónimos de un liderazgo dinámico y
abarcador. El que manda será una (s) persona (s) y la obediencia será llevada a cabo por otra
persona o bien por una colectividad, valiéndose de instrumentos específicos como la
persuasión, el marketing, los medios de comunicación y el carisma particular que se transmite
a través de aquellos. Debe hablarse en plural de medios masivos, porque el poder y el
liderazgo ahora ocupan ampliamente la televisión, radio y diferentes tipos de publicaciones
para difuminar y legitimar su influencia.

Hoy día, el poder del liderazgo consensual se articula al poder de la televisión. La televisión, al
no ser un ente autónomo, sino parte fundamental del entorno donde funciona, se adhiere a
otros poderes establecidos en la sociedad y los potencia. La TV existe como una fuerza aliada
de los poderes establecidos, conformando lo que se denomina un nuevo y sofisticado bloque
del poder electrónico y financiero. El liderazgo consensual cobra cuerpo en una peculiar
estructura de mediación entre la sociedad y el Estado, es decir, al conectarse con el sistema de
los medios masivos que poseen una acción hegemónica con la capacidad de impulsar un nuevo
carisma mediático.

Lo propio ocurre con el poder de la radio o la palabra, cuyo alcance compite con el de la
televisión, aunque ésta se caracteriza por ser accesible con más facilidad en todas las capas
sociales. Tanto la televisión como la radio manifiestan su poder a partir de un creciente
protagonismo informativo.

Los medios de comunicación contemporáneos en todo el mundo son el espacio donde se


genera, se mantiene, se reproduce o se pierde el poder. La influencia mediática descansa en el
hecho de que su hegemonía fundamental consiste en la creación de una visión del mundo
común que servirá de principio unificador, en el cual se fusionan el peso del liderazgo y sus
aliados para formar un sistema de interpelaciones colectivas que alientan un espectáculo.

Los públicos-masa de seguidores esperan siempre obtener ciertas gratificaciones, más allá o
paralelamente al poder en sí mismo que tienen la televisión o la radio. Tales gratificaciones
podrían ser la posibilidad de ser escuchados, de protestar, de ser informados, de consumir o
creer que pueden ser celebridades en un sistema de oportunidades aparentes, accediendo a la
comprensión de la realidad de manera sintética pero digerida por los medios de comunicación
y por las mentiras de los líderes modernos. El principal riesgo, por lo tanto, es ser influenciado
por el poder consensual de la televisión, el cine, la radio o la propaganda, en una era del siglo
XXI donde prevalece la comunicación sistemáticamente distorsionada y donde la realidad se
deforma constantemente.

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