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Por Josué Hernández
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LA BIBLIA CONTRA EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO
La propiedad privada
Ronald H. Nash, afirmó con precisión: “Una característica dominante del capitalismo
es la libertad económica, el derecho de las personas de intercambiar cosas voluntariamente,
libres de coacción, fraude, y robo. El capitalismo es más que esto, por supuesto, pero su
preocupación por el libre intercambio es obvia. El socialismo, por otra parte, intenta
reemplazar la libertad de comercio con un grupo de planificadores centrales que ejercen
control sobre funciones esenciales del mercado” (Poverty and Wealth: The Christian Debate
Over Capitalism).
Todo buen estudiante de la Biblia sabe que tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento promueven y enseñan acerca de la propiedad privada y de la libre gerencia de
la propiedad personal (Ej. Gen. 23:13–20; Rt. 2; Sal. 112; Prov. 31; Is. 65:21–22; Jer.
32:42–44; Luc. 12:13–15; Hech. 5:1–4; Ef. 4:28). Considérese, además, que en varios
pasajes de las Escrituras se menciona el deber de la restitución (Ej. Ex. 22:1), y el propio
mandamiento “no hurtarás” (Rom. 13:9) es una declaración elocuente que afirma el derecho
a la propiedad privada. Y, es muy obvio, por lo tanto, que la propiedad privada es un
derecho otorgado por Dios, y la administración de ésta es una responsabilidad dada por Dios
al hombre.
Nuestro derecho de poseer propiedades proviene de nuestro deber de trabajar. Dios
dijo a Adán “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque
de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen. 3:19). Sin embargo, Dios
misericordiosamente permite que el duro trabajo sea recompensado con propiedades
personales (Sal. 126:6). Por lo tanto, la existencia misma de la propiedad privada estimulará
la diligencia y productividad del hombre (“La mano negligente empobrece, más la mano de
los diligentes enriquece”, Prov. 10:4). Por el contrario, en el plan de Dios, “Si alguno no
quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tes. 3:10).
En fin, la Biblia enseña que los trabajadores merecen su paga, y aquellos que
trabajan duro deben ser recompensados, mientras que los perezosos permanecerán pobres
por su propia decisión (Prov. 10:4, 14:23; Luc. 10:7).
“La mayordomía bíblica ve a Dios como el Propietario de todas las cosas (Sal. 24:1) y
al hombre—individualmente y colectivamente—como Su mayordomo. Cada persona es
responsable ante Dios por el uso de cualquier cosa que tenga (Gen. 1:26–30; 2:15). La
responsabilidad de cada persona como mayordomo es maximizar el rendimiento de la
inversión del Propietario, utilizándolo para servir a otros (Mat. 25:14–30)” (E. Calvin
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Sólo en una sociedad que permite la propiedad privada, el individuo podrá utilizar su
propiedad para servir a otros (1 Tes. 4:11-12; Ef. 4:28). Cuando entendemos la propiedad
privada en el contexto de la mayordomía bíblica, podremos concentrarnos mejor en nuestra
necesidad de trabajar y de servir a otros, en lugar de acumular más y más para nuestros
propósitos egoístas. En este sentido, y en el plan de Dios, la propiedad privada estimulará la 3
sabia administración de los recursos (aunque sean escasos), mientras que la propiedad
pública no proporciona tal estímulo al hombre.
Algunos podrían preguntar por qué acercarnos a éste tema desde la perspectiva
bíblica, ya que el socialismo podría ser refutado desde la perspectiva lógica y secular. Porque
la base de tales argumentos morales, es que el hombre tiene el derecho legítimo a los frutos
de su labor personal, y es mi creencia que tal argumento moral es el mejor argumento de la
propia Biblia, con proyecciones convincentes y sencillas para el día a día del hombre. Por
éste motivo, debido a su énfasis en la responsabilidad personal, la Biblia tiene mucho que
decir sobre el trabajo del individuo y de la economía de la nación. Incluso, aquellos que
rechazan la inspiración verbal de las Escrituras, aprecian su tratamiento pragmático de las
responsabilidades humanas más básicas en la interacción social.
Otra razón para usar la Biblia en esta refutación, es dar respuesta adecuada aquellos
que hacen uso indebido de las Escrituras, torciendo su sentido y aplicando mal sus
enseñanzas, para defender y promover el socialismo y el comunismo.
Dada la conexión entre el socialismo y el ateísmo neto, y el desprecio general que los
marxistas tienen de la religión, es sorprendente el esfuerzo de varios estudiantes de la Biblia
por apoyar el socialismo, o afirmar incluso que Cristo fue comunista. Por ejemplo, algunos
socialistas citan el libro de los Hechos, en los capítulos 2 y 4, pero sin tomar en cuenta el
contexto y las circunstancias peculiares que se mencionan allí.
En un esfuerzo por demostrar la redistribución de la riqueza, Barack Obama citó
Lucas 12:48, donde Cristo dijo: “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho
se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Claro está, el
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Señor Jesucristo jamás enseñó la redistribución del ingreso y/o el poder del Gobierno sobre
los ingresos personales de cada uno de los ciudadanos.
Otros han ido más allá, citando por ejemplo Mateo 5:40: “y al que quiera ponerte a
pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa”. Con todo esto, los intérpretes socialistas
muestras una pobre exégesis y la debilidad de su posición filosófica frente a la Biblia. Para
aplicar Mateo 5:40, a un caso entre el Gobierno y un ciudadano (aunque éste no es el
contexto de la enseñanza de Cristo), el socialista necesita dejar al Gobierno como
demandante frente a un acusado que pierde su indumentaria. Sin duda alguna, el 4
acercamiento a la Biblia por parte de los socialistas, no es honesto.
Un verdadero socialista “dirá” y “actuará” conforme a lo que sea “necesario” para
proteger y promover la colectividad, porque para él no existe lo “correcto” e “incorrecto”, el
“bien” y el “mal”, toda su lucha se resume al progreso de su ilusión colectivista.
Santiago 4:13 ilustra la libertad del individuo en la sociedad, según el modelo divino
de una economía sana. El hombre de éste escenario elige el lugar donde quiere hacer
negocios (“iremos a tal o cual ciudad”, LBLA), elige el tipo de trabajo que va a hacer
(“haremos negocio”, LBLA), en busca de un beneficio de sus decisiones personales
(“tendremos ganancia”, LBLA). Pero, el socialismo neto, no permite al individuo el tomar
tales resoluciones, y literalmente se incomoda con el beneficio que busca el comerciante de
éste pasaje. Incluso, en muchos lugares del mundo, ahora mismo se está jugando con el
antagonismo al “lucro”. Para el socialista todo “fin de lucro” es algo “inmoral”.
En Filipos, Pablo y sus compañeros se encontraron con varias mujeres a la orilla del
rio, donde se reunían para la oración. Entre las mujeres se encontraba Lidia, una “vendedora
de púrpura, de la ciudad de Tiatira” (Hech. 16:14). Lidia era una mujer de negocios, y
ejercía su libertad de moverse hacia nuevos mercados. Lidia, hasta éste momento, poseía
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libertad económica y religiosa. Pero, el socialismo no permitiría a Lidia actuar como lo hizo.
Sin embargo, según todas las implicaciones de las Escrituras, éstas libertades individuales
constituyen el entorno ideal “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y
honestidad” (1 Tim. 2:2).
En su parábola de la gran perla, Jesús describió a un mercader de perlas quien
habiendo buscado y hallado “una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”
(Mat. 13:45-46). Sin duda alguna, éste es un claro ejemplo de economía de libre mercado.
El mercader de perlas hizo su propia decisión económica basada en su propia evaluación 5
comparativa de los elementos involucrados. Estimó el valor de la “perla preciosa” como
suficientemente justificado como para vender lo necesario para adquirir el capital para
comprarla. Sin embargo, en el socialismo el individuo no puede actuar como éste mercader,
pues no posee la libertad de tomar tales decisiones.
Como el lector puede ver, en los ejemplos anteriores, cada uno hizo su propia
decisión de dónde y cuándo llevaría a cabo su negocio. Una economía socialista/planificada
no permite tales acciones.
La utopía socialista se basa en la noción del poder colectivo, pero no toma en cuenta
la pérdida de las libertades individuales. Los jóvenes motivados por ésta filosofía, que
disfrutan de sus Smartphones, Tablets, Play Stations y Televisores HD, no se han detenido a
pensar cómo serían vistos tales dispositivos por los líderes autoritarios de un eventual
gobierno comunista. ¿Serían tales dispositivos considerados una amenaza o pérdida de
tiempo por los planificadores centrales de una sociedad económica/planificada que quieren
ver a los jóvenes ocupados en la producción? Según la lección de la Historia, ¡el sí es
rotundo! Eso es precisamente lo que los líderes pensarían. Recuérdese como los libros
fueron quemados y alejados de la sociedad que estaba construyendo Hitler, por el temor de
que ciertos escritos podrían estimular el pensamiento libre de la población. Los líderes que
protestan a favor de una economía socialista suenan bien, sólo en teoría, pero en la práctica
llevan a las gentes a perder sus libertades civiles.
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personaje de la franquicia de ficción Star Trek, inicialmente interpretado por Leonard Nimoy)
“las necesidades de la mayoría superan las necesidades de unos pocos”.
3. El desaliento:
El modelo divino de lo que es una economía sana está diseñado sobre la base del
“libre albedrío innato” del hombre.
Según las Escrituras, cada hombre es personalmente responsable de su propio 6
sustento y el de su familia (1 Tim. 5:8). Esta solemne responsabilidad proporciona un fuerte
incentivo para trabajar y procurar el éxito en toda labor. Entonces, si se quiere comer se
debe trabajar (2 Tes. 3:10). Dicha resolución está sustentada desde el principio. Dios dijo
al hombre Adán “…con dolor comerás de ella todos los días de tu vida… Con el sudor de tu
rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado…” (Gen.
3:17, 19) y nótese que antes del pecado, Adán ya era responsable de trabajar: “Tomó,
pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo
guardase” (Gen. 2:15). Así, pues, “El alma del perezoso desea, y nada alcanza” (Prov. 13:4)
en cambio el hombre diligente será recompensado (Prov. 12:24; Ef. 4:28).
El socialismo es contrario al plan de Dios, porque en el socialismo el hombre perezoso
es premiado al igual que el hombre diligente, cada uno recibe el sustento de la colectividad.
Entonces, en el socialismo no hay mayor ventaja o esperanza de trabajar más duro, porque
no hay verdadera justicia monetaria, la “recompensa” será la misma tanto para el diligente
como para el flojo.
Recuerdo que hace varios años, fui con mis hermanos a cotizar un tractor de
fabricación Bielorrusa. Rápidamente me di cuenta y comenté que la caja del eje y otras
piezas importantes tenían un pésimo acabado, a lo que mi hermano respondió “¿Qué
esperabas? ¡Este tractor fue construido por unos rusos borrachos!” Algún tiempo después,
leí una noticia sobre la absoluta inutilidad de los trabajadores de las tierras rusas, y como un
gran número de ellos se ahogó en Vodka cada noche para apagar su desesperación. Los
programas del Gobierno ruso emprendieron la tarea de evitar el consumo de tanto alcohol.
No obstante, es así, el socialismo incentiva la apatía por el trabajo, promueve un espíritu
mediocre y una sociedad desesperada. Irónicamente, el socialismo procura un paraíso en la
tierra, pero ya establecido el supuesto “paraíso”, se condena a la sociedad a un deterioro
colectivo.
Las políticas redistributivas del socialismo aplastan los espíritus de los ciudadanos,
como lo hace toda regla del socialismo. El espíritu empresarial se extingue por la excesiva
regulación y los impuestos. El dinero es “confiscado” a los productores con el fin de
satisfacer las necesidades y deseos de consumidores extranjeros o de los ciudadanos que
viven premiados bajo la sombra del Estado. A menudo, tales políticas contribuyen a la lucha
de clases, cristalizando una división social entre responsables e irresponsables, entre
productores de utilidades y consumidores de beneficios. Así, los productores se resienten de
que los frutos de sus largas horas de trabajo y esfuerzo les son quitados para beneficiar a
los ciudadanos que ningún esfuerzo están realizando en la labor. A su vez, los que toman los
beneficios sociales viven molestos porque los productores y fabricantes poseen una riqueza
que ellos no pueden tener. Una receta para el desastre social.
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Si los sencillos principios bíblicos en cuanto a los impuestos fueran seguidos, la lucha
de clases se reduce considerablemente. Claro, siempre habrá gente envidiosa y codiciosa,
pero no habría marco legal para alentar tales actitudes pecaminosas.
Bajo el modelo bíblico, los impuestos se deben pagar para proporcionar a las
autoridades civiles la capacidad de castigar al que hace lo malo y proteger al que hace el
bien (Rom. 13:3-7; 1 Ped. 2:14). Bajo el modelo divino, los contribuyentes pagan para que
éste marco divinamente autorizado pueda ser aplicado por el Gobierno. El sistema de 7
justicia, la fuerza policial, la fuerza militar, los bomberos, los servicios de emergencia, son
sólo algunas cosas que contribuyen al orden y la paz social, y es lógico que todos los
ciudadanos beneficiados deban pagar cierto impuesto para garantizar las funciones
gubernamentales ordenadas por Dios (Rom. 13:6-7). Entonces, cuando todos los ciudadanos
tienen interés en el buen uso de su dinero, la lucha de clases queda minimizada frente a las
posibilidades de progresar de acuerdo al esfuerzo y capacidad personal.
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responsabilidad y cada cual hubiera tenido que proveer una ganancia común, pero bajo el
modelo de Cristo cada persona obtiene beneficio de acuerdo a su propio nivel de trabajo,
capacidad y compromiso.
5. El premio a la irresponsabilidad:
Cuanto más alejado el hombre esté de una cosmovisión bíblica tradicional, menos
responsable será y más dependiente de otros se volverá. En lugar de trabajar con sus 8
propias manos (1 Tes. 4:11) comiendo su propia comida (2 Tes. 3:12) para ser
independiente (1 Tes. 4:12), éstas personas se vuelven dependientes e irresponsables, y
comienzan a buscar en otros su sustento. Así es como, muchas personas moralmente
responsables y capaces, hacen responsables de su vida a sus padres, las iglesias, las
organizaciones benéficas y al Gobierno. Lo cual debilita a la sociedad, dando lugar a un
desmoronamiento económico.
Sin embargo, el apóstol Pablo, dijo por el Espíritu, que cualquier hombre que se niega
a trabajar no debe comer (2 Tes. 3:10). Por favor, tenga en cuenta que estamos hablando
aquí de individuos capaces. Las personas pueden debilitarse, ya sea física como
mentalmente, y por lo tanto requerirán de la ayuda de otros para mantenerse. Así también,
las personas pueden ser víctimas de una mala economía o de políticas gubernamentales
perjudiciales, tales como un excesivo impuesto o confiscación de bienes y servicios al punto
de destruir la oportunidad social y la libertad empresarial. Es justo y bueno el ayudar a los
discapacitados, a los enfermos, a los ancianos abandonados y a los huérfanos. Pero, el
objetivo de estudio apunta a quienes poseen la capacidad y la oportunidad, pero evaden su
responsabilidad por la simple flojera.
Ahora bien, la noción de “compartir” ciertamente suena bien, y la Biblia nos enseña a
compartir con los que padecen necesidad (Ef. 4:28). Pero, la Biblia no demanda el compartir
bajo presión o por la fuerza, el colectivismo no se enseña en la Biblia.
El verdadero amor no es de “palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn.
3:18). Por lo tanto, el verdadero amor se demuestra en los hechos generosos para con el
prójimo necesitado (Luc. 10:30-37), y tal amor no puede ser impuesto sobre la población.
Así, pues, el “compartir” del colectivismo no es el amor verdadero, ni la acción de buenos
samaritanos, aun cuando el proceso se inicie con las mejores intenciones. El colectivismo
rápidamente degenera en totalitarismo, donde alguien (algún líder carismático) pronto
saldrá a tomar las decisiones de la colectividad. Esto, por lo general, termina con la muerte
de millones de personas inocentes.
El apóstol Pablo dijo a los Efesios, “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje,
haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece
necesidad” (Ef. 4:28).
Según podemos leer, el apóstol Pablo identificó a tres clases de personas en el
anterior pasaje de la Escritura: 1) el ladrón, que satisface su necesidad con la propiedad de
otros. 2) El trabajador, que honrosamente satisface su necesidad a través de su propio
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1. Tipos de robo:
Cuando pensamos en “un ladrón”, por lo general pensamos en alguien que irrumpe
en nuestra casa y roba artículos que puede utilizar o vender. Sin embargo, un ladrón podría
ser un astuto “gato” que irrumpe en nuestra propiedad de forma no violenta y que no
representa una amenaza física inmediata.
La Biblia dice “No se desprecia al ladrón si roba para saciarse cuando tiene hambre”
(Prov. 6:30, LBLA). Este pasaje no justifica el robo, aunque muestra que algunos ladrones
son diferentes a los demás y que la reacción pública no es tan severa con todo tipo robo.
Aquí se representa una circunstancia atenuante que podría ser considerada en un juicio
frente a la administración de algún castigo. El ladrón de Proverbios 6:30 es muy diferente
de un tumulto invasor que no tiene respeto por la vida humana y daña a sus víctimas en el
acto del robo. Así, pues, la palabra “ladrón” puede sugerir un ladrón común, pero
debiéramos fijarnos en el robo institucionalizado.
El octavo mandamiento mosaico fue “No hurtarás” (Ex. 20:15) y la ley de Cristo
afirma lo mismo sobre la propiedad privada “no hurtarás” (Rom. 13:9), lo cual presupone el
derecho a la propiedad personal (si no fuera así no existiría el concepto de “robo”). Esta
misma observación se repite en las palabras del apóstol Pablo en Efesios 4:28. Debemos
trabajar en lo que es lícito y bueno para compartir con los que padezcan necesidad. Así, el
trabajador posee los frutos de su labor personal que luego puede utilizar para sí mismo y
para ayudar a otros.
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Antes, citando Efesios 4:28, vimos que el trabajo permite atender a las propias
necesidades y las de otros. Pablo mismo fue un ejemplo elocuente de esto, “Antes vosotros
sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos
me han servido” (Hech. 20:34). “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga;
cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os
predicamos el evangelio de Dios” (1 Tes. 2:9).
¡Qué contraste más increíble frente a tantas personas del mundo! Recién me enteré
de que en Estados Unidos hay más de 100 millones de personas con algún tipo de asistencia
del Gobierno. ¿Cómo podemos interpretar esto frente al ejemplo de Pablo y sus
compañeros?
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Téngase en cuenta que no sólo Pablo y sus compañeros trabajaron duro y largas
horas. Considere la parábola del patrón y los trabajadores de la viña (Mat. 20:1-16).
Sabemos que la típica jornada de trabajo duraba 12 horas diarias (Mat. 20:8-14, 11+1=12).
También sabemos que el judío trabajaba durante 6 días (Ex. 20:9). Entonces, podemos
reconocer que el judío trabajaba 12 horas durante seis días, 72 horas semanales.
Mucha gente se queja de sus largas jornadas de trabajo semanal, pero sus
actividades ni se acercan a las funciones de los trabajadores descritos anteriormente. Esto
plantea la pregunta: ¿Quién inventó el concepto de horarios tan limitados de trabajo en los 11
distintos países “desarrollados” del mundo? Ciertamente, tal idea no es bíblica. Por
desgracia, muchos jóvenes han sido literalmente sometidos a un lavado de cerebro por una
economía que evita el trabajar y procura establecer más y más descanso. Algunos,
simplemente, se niegan a trabajar bajo las condiciones presentes, como si tuviesen alguna
exención divina para trabajar, mientras descansan y son premiados. En Chile la ley requiere
45 horas de trabajo semanal. En Estados Unidos, la ley demanda 40 horas de trabajo
semanal. En algunos países europeos se trabaja durante 35 horas semanales. En otros
países, se trabaja menos que eso. Entonces, no es sorprendente que varios de estos países
son económicamente inestables o están simplemente en bancarrota, a la vez que se
enfrentan a disturbios sociales de ciudadanos descontentos. Lamentablemente, muchos se
quejan y protestan, pero trabajan menos de la mitad de lo que rendía un judío bajo la
economía mosaica. Los que se quejan de la riqueza judía, debieran considerar cual ha sido
“la receta” en su ética de trabajo, antes de quejarse prejuiciosamente contra ellos.
La búsqueda de una mentalidad privilegiada y la pereza cultural no es una novedad
en la historia de la humanidad. El apóstol Pablo citó a Epiménides, un profeta cretense,
quien criticó (en el 600 A.C.) a su sociedad diciendo “Los cretenses, siempre mentirosos,
malas bestias, glotones ociosos” (Ti. 1:12). Luego de confirmar la exactitud de la declaración
de Epiménides, el apóstol dijo “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos
duramente, para que sean sanos en la fe” (Ti. 1:13). La condición de Creta en el primer
siglo, bien demuestra como la falta de responsabilidad personal puede arraigarse en la
cultura por siglos. La dependencia de otros se convierte en un vicio generacional.
Lamentablemente, cada nueva generación puede llegar a manifestar más dependencia y
pereza que la generación anterior. La condición se perpetúa si hay un Gobierno y otras
instituciones o personas que están dispuestos a subsidiar la flojera. Es una pena que hoy
existan tantas consideraciones de etnia y raza, tratadas como tabú, que hacen imposible
criticar la cultura del bienestar-hedonismo. Esto hace que la condición social sea
prácticamente imposible de cambiar.
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coma y beba, y goce el bien de toda su labor”. “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor
para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo
llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” (Ecles. 2:24; 3:13, 22). Entonces,
Salomón dijo que los frutos del trabajo son un regalo “de la mano de Dios”. Sin embargo, el
socialismo priva al hombre de éste regalo del Altísimo para dispersarlo entre otros hombres
que no trabajaron para conseguirlo. Como ya dijimos antes, esto constituye un robo.
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los contribuyentes paga impuestos bajos en comparación a la minoría más rica. Políticas
semejantes están siendo adoptadas en varios otros países del mundo.
Entonces, a través de los impuestos onerosos, el Gobierno redistribuye el dinero, de
la clase más rica a la clase más pobre, a través de una variedad de programas de asistencia
social donde el dinero fluye entre múltiples capas de burocracia, un sifón de miles de
millones de dólares de impuestos que se obtienen de los productores para los no
productores.
13
Bajo el modelo bíblico de una economía sana, el individuo decide cuánto dinero va a
dar, a quien lo dará y cuándo lo hará. Esto nos trae de vuelta al principio del libre albedrío.
Ya hemos aprendido que, en el plan de Dios, el hombre debe trabajar “haciendo con sus
manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef.
4:28). Así es cómo se puede cumplir con el mandamiento del Señor, quien dijo “Al que te
pida, dale” (Mat. 5:42). El buen samaritano ayudo de su propio bolsillo a la víctima de un
cobarde ataque, y dijo al mesonero (posadero) “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo
te lo pagaré cuando regrese” (Luc. 10:35). “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos
bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gal. 6:10).
En cuanto a la colecta dominical, el individuo cristiano es llamado a dar de forma
regular (“Cada primer día de la semana”, 1 Cor. 16:2), de manera personal (“cada uno de
vosotros”, 1 Cor. 16:2), y de forma proporcional a los ingresos percibidos por como fruto del
trabajo (“según haya prosperado”, 1 Cor. 16:2). “Cada uno dé como propuso en su
corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7).
El acto de “dar” del colectivismo viola el principio de la libre voluntad de dar según se
enseña en las sagradas Escrituras.
El “dar” de Hechos 2 y 4
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían
sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hech.
2:44-45).
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser
suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hech. 4:32).
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Observaciones importantes:
1. Hechos 2 describe un acontecimiento único en la historia, el establecimiento de la
iglesia del Señor. Esto nunca volverá a suceder. Miles de piadosos se habían reunido
en Jerusalén para observar las festividades judías cuando se enfrentaron al primer
sermón del evangelio de Cristo que les invitaba a entrar al reino del Señor. Miles de
ellos obedecieron el evangelio y se quedaron en Jerusalén sin volver a sus países de
origen (Hech. 2:37-47). Su larga estancia en Jerusalén supuso una carga financiera
excepcional a los judíos que residían en la zona. Entonces, los judíos nativos
vendieron sus propiedades para ayudar a los nuevos hermanos en necesidad (Hech.
4:34). Las condiciones descritas, jamás se repetirán. Se debe considerar lo anterior
al interpretar los acontecimientos descritos en Hechos 2 y 4.
2. Los recursos fueron puestos “a los pies de los apóstoles” (Hech. 4:35; 5:2). Esta
expresión de amor, implica organización y una tesorería, pero no la de un comité
colectivista de la humana sabiduría. El dinero era para la obra de la iglesia del Señor
(Hech. 5:11) y no para un sistema de gobierno comunista. El dinero fue distribuido
bajo la mirada y supervisión de la iglesia, y no bajo la mirada de un consejo de
planificación económica.
3. La gente vendía sus bienes con el fin de ayudar a sus hermanos necesitados (Hech.
2:44-45; 4:32-5:1). La Biblia define a una persona “necesitada” como alguien que
carece de alimentos y ropa. Pablo dijo “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos
contentos con esto” (1 Tim. 6:8), por lo tanto la ayuda involucraba ropa y comida, a
la vez que la parábola del buen samaritano expande la benevolencia para que
entendamos que también involucra asistencia médica y vivienda (Luc. 10:30-35).
Toda la ayuda descrita en los pasajes bajo consideración, fue proporcionada por las
ofrendas voluntarias de los cristianos individuales. Las decisiones no fueron tomadas
por la comunidad colectiva o por alguna comisión de gobierno socialista o partido
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político. Por lo tanto, los capítulos 2 y 4 de Hechos, nos enseñan grandes lecciones
sobre el amor fraternal y la generosidad, ¡pero no enseñan nada de socialismo o
comunismo!
Conclusión
El concepto de “participación comunitaria” suena como una gran idea; sin embargo, 15
el socialismo y el comunismo no sólo tratan de ceder a la colectividad, sino que también
involucran el control de la ganancia personal.
Las personas, a través de la historia, se han destacado por el deseo de controlar y
regular a otros. Este control se procura desde el deseo de subordinar a un pequeño grupo,
hasta el deseo de controlar el mundo. El socialismo busca controlar y regular los frutos del
trabajo del hombre. Mediante el control de la producción, se puede llegar a controlar al
trabajador.
Según la Biblia, Dios otorga a cada ser humano la posesión y control de los frutos de
su propio trabajo. Como agentes libres, todos podemos utilizar la riqueza de manera que
redunde para la gloria de Dios (Mat. 19:21; 2 Cor. 9:13) o podemos utilizarla para la
búsqueda de los placeres más bajos (Luc. 12:16-21; 15:13; 16:19-24). Aunque Dios nos
permite hacer la elección, él nos hará responsables de las decisiones que tomemos (2 Cor.
5:10).
Adaptado por Josué Hernández, de la obra “The Bible Against Socialism and Communism”
escrita por Tim Haile.
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