Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CAMPO DE LA MIRADA
Construcción de los cuadros nosográficos, según el método de observación, descripción y ordenamiento de los síntomas.
Foucault dice que una de las maneras de la medicina para especializar la enfermedad es la anatomía, para esta el cuerpo humano
define por naturaleza el espacio de origen y repartición de la enfermedad, en el siglo XIX en la medicina se superponen dos
espacios: el de la configuración de la enfermedad y el de la localización del mal en el cuerpo (anatomía patológica). Se privilegia la
mirada, la experiencia lee de un golpe las lesiones visibles del organismo y le atribuye una forma patológica.
La medicina clínica (método anátomopatológico) fue precedida por la medicina clasificadora donde el espacio de configuración de
la enfermedad era independiente del espacio de localización. La regla clasificadora aparece como la lógica de las formas mórbidas,
el principio de su desciframiento y definición.
La medicina clasificadora supone una configuración de la enfermedad, un espacio donde el parentesco se puede formalizar. El
cuadro nosológico implica una figura de las enfermedades que no es ni el encadenamiento de los efectos y las causas, ni la serie
cronológica de los acontecimientos; esta organización define un sistema fundamental de relaciones que pone en juego desarrollos,
subordinaciones, divisiones, similitudes. Es un espacio anterior a las percepciones y que las gobierna; distribuye y jerarquiza la
enfermedad que al emerger bajo la mirada va a tomar cuerpo en el organismo vivo.
Toda enfermedad tiene una estructura racional y discursiva específica que hace a su construcción. El conocimiento del médico
sobre los cuadros nosológicos es lo que permite el reconocimiento de la enfermedad.
Las enfermedades son especies, a la vez naturales, porque enuncian verdades esenciales; e ideales porque se presentan en la
experiencia con ciertas modificaciones, por los accidentes de las características específicas del enfermo. El médico debe ajustarse a
la nosología, abstrayéndose de las características específicas de enfermo, y permitir el devenir natural de la enfermedad.
El cuadro nosológico es el que hace posible un saber médico racional y seguro, la mirada médica debe reconocer para conocer. El
trabajo de la medicina es construir las enfermedades a través de la clasificación; pero por otro lado debe curarla con lo que alcanza
su fin en una neutralización progresiva de sí misma.
CONCLUSIÓN
Nuestro estudio termina analizando publicaciones del último medio siglo, ya sea de Alemania o de Francia. Podría preguntarse por
qué fenómeno clínica ve agotarse su fuente viva en esta época y qué es lo que hace que a partir de entonces hablemos en pasado.
En ese punto de inflexión de los años 20 parecen plantearse para el conjunto de las corrientes una serie de problemas. Tres grupos
de fenómenos patológicos son progresivamente individualizados, a través de ese siglo y medio de observaciones: Se trata de los
síndromes orgánicos por una parte, de la patología constitucional-reaccional por la otra y, finalmente, de ese grupo de psicosis al
cual, bajo la influencia de los psicoanalistas, se le reservará el término y que los alemanes llaman psicosis endógenas. Se caracteriza,
como el primer grupo, por una ruptura del equilibrio personal y de la temporalidad psíquica, ya sea esta ruptura brutal o más
insidiosa, y como el segundo por una integridad de las funciones psíquicas de base y por la ausencia de substrato orgánico conocido.
Esta síntesis seductora parece chocar con diversas dificultades.
Se trata primero, en el interior de ese grupo de psicosis endógenas, del modo de delimitación adoptado. Hemos visto mantener a la
escuela alemana una división en dos clases, a las cuales el criterio evolutivo confiere una falsa unidad: esquizofrenias (procesos
crónicos), maníaco-depresivas (fases agudas). Las excepciones evolutivas son la regla y, la escuela francesa, siempre más ligada a la
“morfología” clínica, tenderá a oponer una división tripartita a esos enfoques: demencia precoz, delirios crónicos, psicosis maníaco-
depresiva; una cuarta clase no cesa de molestar debido a su eterna recurrencia: las psicosis delirantes agudas, que no se decide a
incluir en uno de los tres grupos a los cuales ellas pueden integrarse. Pero cualquiera fuese la división adoptada, se choca
continuamente con el problema de los casos mixtos, atípicos, inclasificables. Por otra parte, entre la patología constitucional y las
psicosis endógenas, siempre se tienden puentes que llegan a confundir las fronteras.
Finalmente, mucho más grave (pues las psicosis endógenas son generalmente consideradas como constitucionales), numerosas
psicosis orgánicas no cesan de simular ‘“los otros dos grupos de perturbaciones”. La encefalitis epidémica, por ejemplo, en este
mismo período suministrará numerosos ejemplos de síndromes paranoides; también las parálisis generales, los tumores
cerebrales, las psicosis alcohólicas, las demencias iniciales suministran síndromes pseudo-constitucionales o de dimensión
endógena. El mismo problema es planteado más recientemente por las psicosis-modelos.
¿Cómo reaccionar frente a esta erosión continua que imponen los hechos a las distinciones mejor fundadas y más pacientemente
establecidas? Hacia el fin del período que estudiamos, el análisis clínico había alcanzado una tal perfección que se pierde la
esperanza de ver al futuro resolver por medio de un acrecentamiento de la agudeza de la observación los problemas que se volvían
a encontrar. Reconocer el valor puramente estadístico de la nosología, establecer una pirámide diagnóstica, es volver a cuestionar
el postulado de base que sostenía la “fe” clínica; Pinel la había fundado sobre la certidumbre de que los fenómenos aparentes
correspondían a las inalcanzables realidades subyacentes, ¿Acaso el círculo no se ha cerrado y la clínica no ha terminado por volver
a sus premisas inventadas?
Diversas actitudes se plantearán, “reacciones” perfectamente “comprensibles” frente a este desgraciado golpe de lo real. La
reacción dogmática consiste en sostener, contra toda evidencia, la división tripartita. Parece que la posteridad de Jaspers se ha
orientado en esa dirección, hasta rechazar, por ejemplo, toda relación entre los temperamentos basales descriptos por Kretschmer
y las psicosis correspondientes (Schneider) o a oponer esquizofrenias verdaderas y síndromes esquizofreniformes (Langfeldt),
esperando que las palabras impedirán a las cosas confundirse. Numerosos autores franceses participan igualmente de estas
posiciones.
Una reacción más empírica consiste en decidirse a hablar de síndromes en lugar de entidades y a dar a éstos una etiología y una
evolución variable. El inicio, hacia el mismo período, de los grandes descubrimientos en terapéutica biológica y la débil especificidad
de esos tratamientos reforzará tales opciones y acentuará el desamparo que sufre la clínica: los europeos llegan así a unirse al
pragmatismo de los anglo-sajones. Resulta que una solución tal deja intacto al problema y viene a chocar con la gran pregunta de
las relaciones entre lo psicógeno y lo organógeno sin esperanza de solución a corto plazo.
Estas dificultades se agregarán a la necesidad, percibida por los psiquiatras desde esa misma época, de oponer una doctrina
presentable a las tesis psicoanalíticas. El psicoanálisis, ganaba cada vez más terreno en psicopatología y forma parte de su misma
naturaleza el presentarse como un sistema explicativo que tiende a la completitud y no falto de imperialismo . A aquellos que
están en el exterior de su círculo, a menudo les resulta difícil lograr pensar que los sistemas que presenta no son más que la delgada
armadura conceptual que encierra una enorme masa de hechos nuevos, surgidos de una experiencia que trastorna progresivamente
el conjunto de nuestro universo conceptual y de la cual obtiene la extraordinaria capacidad de penetración que lo convirtió en tres
cuartos de siglo en un hecho social de dimensión internacional. Por otra parte, el ángulo nuevo bajo el cual considera los
fenómenos psicopatológicos, aquél de su significación subjetiva, lo lleva a considerar la observación clínica, centrada sobre la
morfología externa de los fenómenos, como formal y estéril, incluso alienante.
La tendencia de numerosos psiquiatras, desde los años 20, parece haber sido pensar que el psicoanálisis debía su éxito a su sistema
más o menos totalizante (o totalitario) y que era indispensable dar a sus concepciones, hasta entonces simples “tablas de
orientación para la investigación” como decía Jaspers, una orientación un poco más sistemática. A ello se debe el verdadero
florecimiento de sistemas doctrinales en la psiquiatría reciente, la clínica ocupando la posición de una ilustración práctica de
hipótesis antropológicas y patogénicas alrededor de las cuales ellos son construidos. Así, Minkowski, Guiraud, Ey en Francia,
Schneider y la corriente fenomenológica en Alemania, son los representantes típicos de una dirección tal. Los clásicos partían de
postulados previos pero, como lo señala Jaspers, se trataba de hipótesis de investigación, de orientaciones metodológicas
fructuosas para la observación, no de grandes síntesis dogmáticas, de estructuras cerradas y estériles.
El resultado conjunto de las impases de la clínica, de la urgencia doctrinaria y de las perspectivas del pragmatismo terapéutico, es
hacer desaparecer lentamente la clínica, su espíritu primero, su contenido luego. Abramos un manual clásico de psiquiatría: se trata
más de un conjunto de documentos concretos, descriptos y analizados, que de un tratado de psicología patológica, como nuestras
obras modernas, sin ejemplos, sin historias de casos, sin ilustración, sin plan de examen ni verdadero inventario semiológico. Ya
desde hace algunas décadas, la psiquiatría ha comenzado a tener vergüenza de la clínica pura, de la simple observación, de la
mirada: una avalancha de justificaciones antropológicas debe enmarcar el examen y el diagnóstico psiquiátrico. Esta culpabilidad
representa un “progreso de la conciencia” y la apertura sobre un tiempo en el que la destreza en la presentación de enfermos no es
más la única fuente de prestigio de un practicante; parece simplemente que ha sido necesario, una vez más, pagar con una pérdida
sensible una tal evolución.
¿Se puede ahora intentar analizar qué determinó el fracaso o al menos la falta de éxito del proyecto clínico? Al delimitar
correctamente su eficacia, percibiremos mejor el punto de tropiezo. Incuestionablemente, en el plano del inventario de los diversos
cuadros psicopatológicos y de su descomposición en elementos simples, el enfoque clínico desemboca, en sus últimas etapas, en un
pleno éxito. Si nada se ha podido agregar después es probablemente porque no había gran cosa que hubiera sido dejada de lado.
El problema no resuelto o más bien resuelto parcialmente y por lo tanto de manera insatisfactoria sobre el plano doctrinario, es el
del diagnóstico de la naturaleza de la perturbación en causa, y por ende del pronóstico, de la evolucionabilidad previsible, del futuro
del paciente y de su enfermedad.
Por lo tanto debemos interrogar al enfoque clínico sobre ese problema de la “naturaleza” de las perturbaciones psicopatológicas
para encontrar ahí lo que probablemente determina desde el principio las aporías que vuelve a encontrar en su punto de llegada.
Desde su origen en Pinel, la clínica reposa sobre el postulado de que el cuadro clínico reenvía a una esencia que es su realidad,
siendo esta esencia concebida como un fenómeno material, y en este caso corporal, somática. Un postulado tal reposa sobre dos
grandes determinaciones, que están íntimamente ligadas:
- pertenece a la naturaleza misma del pensamiento empírico el concebir el orden de los fenómenos como una cáscara opaca que
recubre la esencia pura, la realidad última que es la responsable de la primera. Ahí está su idealismo oculto pues ella apunta
finalmente a mostrar en la realidad, por un ascetismo de la mirada, el concepto puro que da cuenta de las apariencias. Limitando
entonces su enfoque a una observación sistemática y a una clasificación de los fenómenos encontrados, ella desemboca fatalmente
sobre el postulado que invalida todo enfoque clasificatorio. Es decir, la confusión de las clases que se definieron con seres
concretos, naturalezas que tienen su propia existencia en un plano que trasciende el orden de los fenómenos. Así la psiquiatría
clínica pasará de la descripción tan rica de un síndrome a su erección en entidad clínica, en “forma natural” (Falret);
- desde el momento en que los fenómenos psicológicos son observados y recolectados como si se tratara de realidades materiales,
substanciales, se tiende a otorgarle esa misma materialidad y por lo tanto a hacer automáticamente de ellos el doble de una
realidad más tangible. ¿Y qué otra realidad tangible prestar a una manifestación subjetiva, desde el momento en que no sería
posible relacionarla con un ser sobrenatural, que aquella del cuerpo? Por eso la clínica, desde el origen, concibe la locura como
una enfermedad y al enfermo mental como el sujeto de un cuerpo enfermo. Y ya que se trata de una enfermedad, de un proceso
patológico en el sentido del cuerpo, es necesario delimitar las manifestaciones específicas, describir los procesos diferentes unos de
los otros, pasar así del análisis de la forma que acepta una descomposición en elementos simples, a la idea del mismo número de
enfermedades particulares: entonces comienza la búsqueda del caso típico, puro, que se manifiesta una rareza, cuando no es
simplemente una construcción del observador.
El valor heurístico que ha tenido un enfoque tal es indudable: progresivamente se delimitó toda una gama de perturbaciones
mentales (demencias, síndromes confusionales y oligofrenias) que han servido de modelo a la conceptualización del resto de la
patología mental, del cual, sin embargo, una fosa los separa.
No se trata de mostrar el “error”, incluso la “falta” de los clásicos: ellos operaban con los medios con que contaban. Se trata,
partiendo de conocimientos nuevos a los cuales ellos no tenían acceso, aquellos que obtenemos de la comprensión psicoanalítica
de la psicopatología, de determinar las razones de su fracaso en la naturaleza misma de su enfoque. Y esto a fin de obtener, para
nosotros mismos, una enseñanza, pues lo que invalidaba su investigación continúa pesando sobre las nuestras: el enfoque
clasificatorio está igualmente presente en el pensamiento psicodinámico. Continuamente, tiende a hacer pasar desde el plano de
la descripción y de la clasificación de los mecanismos psicopatológicos al de las esencias, de las “estructuras”. ¿Quién no percibe
el parecido entre las dificultades que encontraba la clínica y aquellas que reflejan las interminables discusiones sobre el tema de
saber si tal paciente es o no psicótico?
La actitud diagnóstica es un residuo psiquiátrico en el interior del enfoque psicoanalítico, que tiende a desembocar sobre otra cosa
que una comprensión de la esencia, de la naturaleza categorial del paciente. Debería buscar la descripción de cierto tipo de
equilibrio de la personalidad, de cierto momento de la evolución vital y en un contexto relacional particular, equilibrio de
mecanismos funcionales específicos, más o menos gravemente patológicos, es decir más o menos costosos para el sujeto, y
remitiendo a estructuras clínicas que los tipifican en su pureza (los grandes síndromes neuróticos, psicóticos, caracterológicos).
Ningún caso clínico concreto corresponde a un resultado puro de un único tipo de esos mecanismos: se los encuentra a todos
reunidos en cada caso particular, en cada personalidad particular. Es su proporción, su equilibrio dinámico y su interacción
funcional, lo que le confiere su coloración específica a cada caso o más bien a cada etapa de la evolución vital de cada caso.
Finalmente, ¿cómo comprender en forma diferente la posibilidad del proceso terapéutico que busca siempre modificar este
equilibrio en el sentido de lo menos costoso, de lo más económico para el sujeto? Conceptualizando finalmente al sujeto como una
mónada cuya naturaleza propia es independiente del medio y de los acontecimientos relacionales, del cual toda la evolución posible
está inscripta en el condicionamiento inicial, el diagnóstico de estructura parece no tomar en cuenta que si el orden relacional es
fundador para el sujeto, continúa determinando sin cesar su evolución y su presentación del momento.
La concepción dinamista está muy presente en la mayor parte de los trabajos de clínica psicoanalítica, en suspensión o más bien en
equilibrio inestable con la actitud diagnóstica. Se la encuentra particularmente en Freud, siempre más bien avaro de diagnósticos
“estructurales” y a quien no le repugnaba para nada ver al mismo enfermo oscilar de neurosis a psicosis o a perversión.
Neurosis
La angustia es la característica principal de las neurosis. Se la puede sentir y expresar directamente, o controlarla inconciente y
automáticamente por mecanismo psicológicos de defensa como la conversión, el desplazamiento y otros. Generalmente, estos
mecanismos producen síntomas que se experimentan como malestar subjetivo del cual el paciente desea aliviarse. No se manifiesta
distorsión grosera de la realidad externa ni desorganización grave de la personalidad. Una excepción es la neurosis histérica, la cual
puede acompañarse por alucinaciones y otros síntomas psicóticos. Los pacientes neuróticos, aun cunado estén gravemente
obstaculizados por sus síntomas, tienen conciencia de su funcionamiento mental perturbado.
Neurosis de angustia: caracterizada por una exagerada y ansiosa preocupación por sí mismo que puede llegar al pánico y que se
asocia comúnmente con síntomas somáticos. La ansiedad puede presentarse bajo cualquier circunstancia y no estar circunscripta a
situaciones u objetos específicos. Este trastorno debe distinguirse del miedo o temor normal que se experimenta en situaciones
realmente peligrosas.
Neurosis histérica: se distingue por pérdida o trastorno involuntario psicogenético de alguna función. Los síntomas comienzan y
terminan súbitamente en situaciones cargadas emocionalmente y expresan, en forma simbólica, los conflictos subyacentes. A
menudo pueden ser modificados por la sugestión.
Neurosis histérica de conversión: los sentido especiales o el sistema nerviosos voluntario están afectados, causando síntomas como:
ceguera, sordera, anosmia, anestesias, parestesias (Sensación anormal de hormigueo, adormecimiento o ardor), parálisis, ataxias
(Pérdida parcial o completa de la coordinación del movimiento muscular voluntario.), aquinesias y disquinesias. A menudo, el
paciente muestra una gran despreocupación o indiferencia hacia sus síntomas, los cuales pueden, a su vez, proporcionarle ventajas
secundarias consiguiéndole simpatías o evitándole responsabilidades desagradables.
Neurosis histérica disociativa: las alteraciones pueden ocurrir tanto en el estado de la conciencia del paciente como en su identidad,
produciendo síntomas como la amnesia, sonambulismo, fuga y personalidad múltiple.
Neurosis fóbica: se define por intenso temor a un objeto o a una situación que el paciente concientemente reconoce como inocua.
Su inquietud se puede acompañar con desvanecimiento, fatiga, palpitación, nausea, temblor y aun pánico. Las fobias se atribuyen
generalmente a temores desplazados hacia los objetos o las situaciones fóbicas desde otros objetos o situaciones desconocidas
para el.
Neurosis obsesivo-compulsiva: cuadro caracterizado por la persistente intromisión de pensamientos, impulsos y reacciones
indeseables que el paciente es incapaz de impedir. Los pensamientos pueden consistir en ideas o palabras, reflexiones o cadenas de
pensamientos que carecen de sentido para el paciente. Las acciones varían desde simples movimientos hasta rituales complejos.
Cunado no puede completar su ritual compulsivo, o se preocupa por su incapacidad para controlarse, hay frecuentemente angustia
e inquietud
Neurosis depresiva: se manifiesta por una desmesurada reacción depresiva, debida a un conflicto interno a un suceso identificable,
tal como la pérdida de un objeto amado o de una posesión preciada.
Neurosis neurasténica: caracterizada por quejas de debilidad crónica, fácil fatigabilidad y algunas veces agotamiento. A diferencia
de la neurosis histérica las quejas del paciente son genuinamente molestas para el y no hay pruebas de que las utilice para obtener
ventajas secundarias.
Neurosis de despersonalización (síndrome de despersonalización): en este síndrome existe un sentimiento de irrealidad y de
extrañeza de si mismo, del cuerpo y del contorno.
Neurosis hipocondríaca: se diagnostica por preocupaciones corporales y temores de presuntas enfermedades de diversos órganos.
A pesar de que los temores no tienen cualidad delirante como en las depresiones psicóticas, ellos persisten aunque al paciente se le
asegure su falta de fundamento. Hay distorsión de la función.
Otras neurosis: incluye trastornos psiconeuróticos específicos no clasificados en otra parte, como “el calambre del escritor” y otras
neurosis ocupacionales.
Internación y tratamientos
En la clínica psiquiátrica, dentro del marco de los manuales diagnósticos, se realiza en base a estos una serie de “recetas” que
incluyen los procedimientos a seguir según el diagnóstico y el pronóstico de la enfermedad. El psicoanálisis no puede permanecer
ajeno a esto, hay que tener en cuenta la diferenciación entre neurosis y psicosis, en esta última se trabaja interdisciplinariamente,
en una institución que incluya cierta terceridad. Esto no tiene que ver con el psicoanálisis sino con el sentido común. Se va
regulando una cuestión que se hace necesaria. La mediación hace que la persona pueda calmarse y hablar de eso.
UNIDAD 2
La pregunta histérica. La histeria lo que plantea es una indeterminación en la posición sexuada, que siempre está determinada por
el aparato simbólico. Dora respondía a esta problemática identificándose al Sr. K. Cuando Dora se pregunta qué es ser una mujer,
intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto tal, su identificación al hombre portador del pene, le es en esta ocasión un medio
de aproximarse a esa definición que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no
logra simbolizar. De perderse estos recursos de identificación imaginaria, se queda sin recursos e intenta restituir este lugar. Es
preferible ser algo que no ser nada, aparece este punto de extravío que se puede confundir con una paranoia.
En su comentario sobre el sueño de la bella carnicera, Freud nos dice: «Ella está obligada a crearse en su vida un deseo
insatisfecho». Lo crea mediante una identificación histérica, instaurando en el sueño un deseo insatisfecho en su amiga, en el Otro,
lugar de los significantes. El deseo de caviar como significante del deseo insatisfecho es sustituido por el deseo de salmón ahumado
como significante del deseo de la amiga.
¿Cuál es entonces el objeto del deseo? No el de la necesidad, ni el de la demanda de amor, sino el deseo de un deseo, deseo que
se basa en la falta del Otro, y no en lo que causa esa falta (lo cual sería simple rivalidad). Esto es lo que revela la estructura
histérica. Si el Falo es el significante del deseo del Otro, sólo se muestra el velo que lo oculta, sin que nadie pueda saber si detrás de
ese velo él está o no está.
Pero, ¿por qué esa apelación a un deseo puro de todo objeto? Para verlo, pasemos de la relación de la bella carnicera con su amiga
a la de Dora con la Sra. K., es decir, relación con un objeto del mismo sexo. La Sra. K. es la metáfora de la pregunta que cautiva a
Dora: ¿Qué es una mujer?, porque la Sra.K era objeto de adoración de todos los que la rodeaban. Como la histérica se acerca a su
objeto por procuración, Dora se identifica con el Sr. K para acceder al objeto de su pregunta. La Sra.K representa para Dora el
misterio de su propia femineidad corporal. Para tener el acceso al reconocimiento de su femineidad, le sería necesario realizar esa
asunción de su propio cuerpo, a falta de la cual permanece abierta a la fragmentación funcional, que constituye los síntomas de
conversión.
Esta pregunta es también la del histérico masculino. El enigma que deriva de que no hay simbolización del sexo de la mujer como
tal, porque lo imaginario sólo da una ausencia donde del otro lado hay un símbolo muy prevalerte.
Pero ¿cómo sostiene Dora su propia pregunta encarnada por la Sra. K? Dora goza de la Sra K desde el punto de vista del Sr. K,
asumiendo el rol del hombre vuelto hacia la Sra. K. Ella «hace de hombre» situado en posición de tercero (y no en posición de
objeto, como lo supuso Freud erróneamente). Ese tercero masculino sirve de sostén al histérico masculino, que interroga a la mujer.
En todos los casos hay identificación narcisista con un tercero masculino para reconocer en él el propio deseo en tanto que deseo
del deseo de una mujer.
Pero ¿cuál es el origen de esta triangulación? Freud identificó en el Edipo el lugar de ese tercero masculino: el del padre del sujeto.
Todo niño, en el momento del sepultamiento del Edipo, se vuelve hacia un padre, un padre que sea digno de ser amado porque es
omnipotente, un padre ideal que tiene el falo y puede darlo. Éste es el padre que es amado. La histérica sabe que no tiene un padre
tal, esa es su desgracia.
¿Qué es lo que la histérica recibe a cambio? Si Dora se hace cómplice de la relación entre su padre y la Sra. K, es porque así recibe el
amor de su padre por intermedio de la Sra. K., es decir, de aquella que encarna su pregunta sobre su ser. Si bien Dora no sabe qué
ama su padre en la Sra. K., es en cambio importante para ella que la Sra. K. sea amada, en tanto que es en ella y a través de ella
como encuentra el amor de su padre.
¿Qué es una mujer? Para responder, se necesitaría un saber de la relación sexual, saber según el cual, teniendo cada uno lo que no
tiene el otro, un hombre y una mujer, de dos harían uno. La posición histérica es el arte de volver a plantear la pregunta instaurando
la negación siguiente: no hay relación sexual, un hombre y una mujer no hacen uno, sino dos. De la ausencia actual de ese saber, se
extrae entonces la conclusión de que es necesario suplirlo con la abnegación y el don de sí mismo como sostén de la impotencia de
ese hombre que es el nombrado padre. Tal es el deseo histérico: que el amor al padre cumpla una función de suplencia, esperando
que algún día futuro se escriba la relación sexual. Para la histérica la no-relación sexual no es real; no es del orden de lo imposible.
Es sólo impotencia provisoria que proviene de ese padre. La esperanza histérica es que la pregunta «¿qué es una mujer?» tenga al
fin la respuesta de una proposición universal que diga qué es la mujer.
Problemática identificatoria.
Cap. 7 de Ps. de las masas: para la formación del síntoma histérico:
- Identificación al rasgo: son las identificaciones del complejo de Edipo, conforman una parte del yo, el ideal. El superyó es el
subrogado tanto del ello como del mundo exterior, deviene representante del mundo exterior real y, así, el arquetipo para el
querer-alcanzar del yo. Debe su génesis a que los primeros objetos de las mociones libidinosas del ello, la pareja parental, fueron
introyectados en el yo, a raíz de lo cual el vínculo con ellos fue desexualizado, experimentó un desvío de las metas sexuales directas.
De esta manera se posibilitó la superación del complejo de Edipo. El superyó conservó caracteres esenciales de las personas
introyectadas: su poder, su severidad, su inclinación a la vigilancia y el castigo. La severidad resulta acrecentada por la desmezcla de
pulsiones que acompaña a esa introducción en el yo. Ahora el superyó, la conciencia moral eficaz dentro de él, puede volverse duro,
cruel, despiadado hacia el yo a quien tutela.
- Identificación por vía de la infección psíquica: de yo a yo, prescinde de la relación con la persona amada, se basa en un querer
ponerse en la misma situación.
La identificación es un aspecto importante para el mecanismo de los síntomas histéricos; por ese camino los enfermos llegan a
expresar en sus síntomas las vivencias de toda una serie de personas. Se me objetará que esta es la conocida imitación histérica, la
capacidad de los histéricos para imitar todos los síntomas que les han impresionado en otros, una compasión que se extrema hasta
la reproducción. Pero con ello se ha designado el camino por el cual discurre el proceso psíquico en el caso de la imitación histérica;
una cosa es el camino y otra el acto psíquico que marcha por él. Este acto psíquico responde a un proceso inconciente de
razonamiento. La infección psíquica procede, por ejemplo, así: en un hospital a una de las enfermas le ha sobrevenido un ataque;
las otras enseguida toman conocimiento de que la causa ha sido una carta de su familia, el reavivamiento de una cuita de amor, etc.
Esto despierta su compasión, y se cumple en ellas un razonamiento que no llega a la conciencia: «Si por una causa así puede una
tener tal ataque, puede sobrevenirme a mi también, pues tengo iguales motivos». Si ese razonamiento fuera susceptible de
conciencia, quizá desembocaría en la angustia de que le sobrevenga a un idéntico ataque; pero se cumple en otro terreno psíquico,
y por eso acaba en la realización del síntoma temido. Por tanto, la identificación no es simple imitación, sino apropiación sobre la
base de la misma reivindicación etiológica; expresa un «igual que» y se refiere a algo común que permanece en lo inconciente.
En la histeria la identificación es usada para expresar una comunidad sexual. La histérica se identifica en sus síntomas con las
personas con quienes ha tenido comercio sexual o que lo tienen con las mismas personas que ella. Tanto en la fantasía histérica
como en el sueño, basta para la identificación que se piense en relaciones sexuales, sin necesidad de que estas sean reales.
Lacan en el Seminario 4 dice que la histérica es alguien cuyo objeto es homosexual, aborda este objeto por identificación con alguien
del otro sexo. La histérica ama por procuración. En el caso Dora ella se identifica imaginariamente con un personaje viril, el Sr.K, los
hombres son para ella posibles cristalizaciones de su yo. En la medida en que ella es el Sr.K, en el punto imaginario que constituye
la personalidad del Sr.K es como Dora está vinculada con la Sra.K.
Fantasmas y bisexualidad.
La fantasía inconciente es idéntica a la fantasía que sirvió a la satisfacción sexual durante un período de masturbación. El acto
masturbatorio (onanista) se componía en esa época de dos fragmentos: la convocación de la fantasía y la operación activa de
autosatisfacción. Esta composición consiste en una soldadura. La acción originariamente autoerótica pura, destinada a ganar placer
de un determinado lugar del cuerpo erógeno se fusionó con una representación-deseo tomada del círculo del amor de objeto y
sirvió para realizar de una manera parcial la situación en que aquella fantasía culminaba. Cuando luego la persona renuncia a esta
clase de satisfacción masturbatoria y fantaseada, la fantasía misma, de conciente que era, deviene inconciente . Y si no se introduce
otra modalidad de la satisfacción sexual, si la persona permanece en la abstinencia y no consigue sublimar su libido, desviar la
excitación sexual hacia una meta superior, está dada la condición para que la fantasía inconciente se refresque, prolifere y se abra
paso como síntoma patológico.
El síntoma es la realización de una fantasía inconciente al servicio del cumplimiento de deseo. A consecuencia de este nexo entre
síntomas y fantasías se puede alcanzar, desde el psicoanálisis de los síntomas, la noticia sobre los componentes de la pulsión sexual
que gobiernan al individuo. Esta indagación muestra que la resolución mediante una fantasía sexual inconciente, o mediante una
serie de fantasías de las cuales una, la más sustantiva y originaria, es de naturaleza sexual, no basta respecto de numerosos casos de
síntomas; para la solución de estos hacen falta dos fantasías sexuales, de las que una posee carácter masculino y femenino la
otra, de suerte que una de esas fantasías corresponde a una moción homosexual. Un síntoma histérico corresponde
necesariamente a un compromiso entre una moción libidinosa y una moción represora, pero además de ello puede responder a
una reunión de dos fantasías libidinosas de carácter sexual contrapuesto. Un síntoma histérico es la expresión de una fantasía
sexual inconciente masculina, por una parte, y femenina, por la otra (bisexualidad).
La bisexualidad, que es parte de la disposición constitucional de los seres humanos, resalta con mayor nitidez en la mujer que en el
varón. Este tiene sólo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos: la vagina,
propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril. Durante muchos años la vagina es como si no estuviese, y acaso sólo
en la época de la pubertad proporciona sensaciones. Lo esencial, lo que precede a la genitalidad en la infancia, tiene que
desenvolverse en la mujer en torno del clítoris. La vida sexual de la mujer se descompone en dos fases: la primera tiene carácter
masculino y sólo la segunda es la específicamente femenina. La mujer debe realizar dos cambios de vía: de la zona erógena rectora
y del objeto (de ligazón madre preedípica a la ligazón padre edipica)
El Otro sexo: el falo es un elemento ordenador tanto para el hombre como para la mujer. Lacan dice que no se puede reducir todo
a significante en ese sentido tampoco el deseo se puede reducir a significante; el deseo esta engendrado por los desfiladeros del
significante pero no hay un significante que pueda dar cuenta absolutamente de la posición deseante, hay otro tipo de acceso al
goce del cuerpo que no es a partir del significante y eso es lo que se conoce como el otro sexo o el goce femenino. Esto tiene que
ver con un goce que no se puede poner en palabras porque todo lo que se pueda poner en palabras ya es significante. No es una
estructura cerrada sino que es abierta, hay algo de lo pulsional hay algo del cuerpo que excede a los significantes, que en todo caso
funciona como enigma tanto para las mujeres como para los hombres. Hay un intento de la neurosis de cercar ese enigma, el
obsesivo intenta que todo sea significante que todo pueda ser contable, medible, pesable, intercambiable. Las mujeres estarían más
abiertas a este tipo de goce que se trabaja por el lado del orgasmo femenino, esto no puede ser puesto en palabras. Freud lo dice
por el lado del continente negro. La pregunta de la histeria ¿que quiere una mujer? O ¿cómo goza una mujer? Tiene que ver con
esto del otro sexo. La histérica es hombre en tanto se pregunta con significantes, si la histérica se pregunta como goza una mujer o
que es una mujer es porque no lo es. Ahí se plantea una disyuntiva entre el tener y el ser. Para Freud la feminidad se logra a partir
de tener un hijo, pero esto sigue siendo goce fálico, para Lacan la problemática de la mujer viene más por el lado de ser mujer y no
por el lado del tener. Hasta ahí el enigma que implica la feminidad tanto para el hombre como para la mujer.
Neurosis histéricas:
Charcot: sobrestimaba el papel de la herencia como causa. Charcot describe esquemáticamente el gran ataque histérico, en el cual
se disciernen cuatro fases: 1) la epileptoide; 2) la de los grandes movimientos; 3) la de las attitudes passionnelles (la fase
alucinatoria), y 4) la del delirio terminal. De la abreviación y alargamiento, de la falta y el aislamiento de cada una de esas fases
hace surgir Charcot todas aquellas formas del ataque histérico que se observan con mayor frecuencia que el grande ataque
completo.
Breuer: Según Breuer, es «base y condición» de la histeria la existencia de singulares estados de consciencia peculiarmente oníricos,
con disminución de la facultad asociativa, para los cuales propone el nombre de «estados hipnoides». La disociación de la
consciencia es entonces secundaria y adquirida, motivada por el hecho de que las representaciones surgidas en los estados
hipnoides se hallan excluidas del comercio asociativo con los restantes contenidos de la consciencia. La representación es
reintroducida en el yo con auxilio de la actividad mental sonámbula, sin resistencia (método catártico). Definición de histeria
hipnoide.
También esta la histeria de retención: los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del
trauma excluía una reacción, o porque circunstancias sociales la imposibilitaron.
Freud: en la histeria la defensa es lo primario. Histeria de defensa: la histeria se genera por la represión, desde la fuerza motriz de
la defensa, de una representación inconciliable; de que la representación reprimida permanece como una huella mnémica débil
(menos intensa), y el afecto que se le arrancó es empleado para una inervación somática: conversión de la excitación.
También separa una Histeria de Angustia, en el historial del pequeño Hans (1909) dice que en ella la libido desprendida del material
patógeno en virtud de la represión no es convertida, saliendo de lo anímico, en una inervación corporal, sino que se libera como
angustia. Hay un trabajo psíquico incesante para volver a ligar psíquicamente la angustia liberada. Pero ese trabajo no puede
conseguir la reversión de la angustia a libido ni anudarse a los mismos complejos de los cuales proviene la libido. No le queda más
alternativa que bloquear cada una de las ocasiones posibles para el desarrollo de angustia mediante unos parapetos psíquicos; estas
construcciones se nos aparecen como fobias.
En 1926 dice acerca de la histeria de conversión: sus síntomas más graves se encuentran sin contaminación de angustia. Los
frecuentes (parálisis motriz, contractura, acción o descargas involuntarias, dolor, alucinación) son procesos de investidura
permanentes o intermitentes. Mediante el análisis se puede averiguar el decurso excitatorio perturbado al cual sustituyen. Las más
de las veces ellos mismos participan de este último, y es como si toda la energía del decurso excitatorio se hubiera concentrado en
este fragmento. El dolor estuvo presente en la situación en que sobrevino la represión; la alucinación fue una percepción en ese
momento; la parálisis motriz es la defensa frente a una acción que habría debido ejecutarse en aquella situación, pero fue inhibida;
la contractura suele ser un desplazamiento hacia otro lugar de una inervación muscular intentada entonces, y el ataque convulsivo,
expresión de un estallido afectivo que se sustrajo del control normal del yo.
La sensación de displacer que acompaña a la emergencia del síntoma varía. Frente a los síntomas permanentes desplazados a la
motilidad el yo se comporta como si no tuviera participación alguna. En el caso de los síntomas intermitentes y referidos a la esfera
sensorial, se registran sensaciones de displacer, que en el caso del síntoma doloroso pueden aumentar hasta un nivel excesivo.
También de la lucha del yo contra el síntoma ya formado se recibe escasa noticia en la histeria de conversión. Sólo cuando la
sensibilidad dolorosa de una parte del cuerpo se ha convertido en síntoma puede este desempeñar un papel doble. El síntoma de
dolor emerge cuando ese lugar es tocado desde afuera y cuando la situación patógena que ese lugar subroga es activada por vía
asociativa desde adentro, y el yo recurre a medidas precautorias para evitar el despertar del síntoma por la percepción externa.
Las formaciones reactivas parecen faltar en la histeria, o ser en ella mucho más débiles. El proceso defensivo de la histeria se limita a
la represión; el yo se extraña de la moción pulsional desagradable, la deja librada a su decurso dentro de lo inconciente y no
participa en sus ulteriores destinos. Esto no puede ser así de manera exclusiva, está el caso en que el síntoma histérico significa al
mismo tiempo el cumplimiento de un reclamo punitorio del superyó.
Locuras histéricas: Una neurosis demoníaca en el S XVII y Ana. O. El fantasma histérico de la seducción es el más clásico pero hay
otras formas de presentación de la histeria, una de esas otras formas es la de las locuras histéricas. El término locura desaparece de
los manuales actuales de psiquiatría; pero este término puede ser pensado como una deslocalización; es una presentación para la
cual hay que tener bien en claro de que se trata para no diagnosticarla como una psicosis. Aparecen alucinaciones y una suerte de
delirio que no tiene que ser reconducido a una esquizofrenia. Habría que ver si esos elementos que Clérambault trabaja como
delirios pasionales corresponderían en realidad a un delirio de locura histérica.
Cuando la histérica es abandonada por su objeto de amor puede aparecer una deslocalización con un color delirante. Ej. En Las
neuropsicosis de defensa la joven abandonada por su pretendiente, Freud lo llama una confusión alucinatoria.
UNIDAD 3
1- Angustia de castración.
Freud en “tótem y tabú” (1912): Los intereses totemistas despiertan sobre la base de la premisa narcisista de este la angustia de
castración. La historia del pequeño Hans demuestra que el padre era admirado como el poseedor del genital grande y era temido
como el que amenazaba el genital propio. Tanto en el complejo de Edipo como en el de castración, el padre desempeña igual papel,
el del temido oponente de los intereses sexuales infantiles. La castración es el castigo que desde él amenaza.
1926: la angustia puede ser pensada como la reacción frente a una situación de peligro; se la ahorra si el yo hace algo para evitar la
situación o sustraerse de ella. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de
angustia. Para Freud ese peligro es el de la castración o algo derivado de ella. La angustia de castración es el motor de los procesos
defensivos que llevan a la neurosis.
La angustia de las zoofobias es la angustia de castración del yo. En ellas, la actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la
impulsión para la represión.
En las zoofobias infantiles el yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello (ya sea la del complejo de Edipo
positivo o negativo), porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de la castración. En el caso del pequeño Hans (el
del complejo de Edipo positivo), vemos que tras la formación de la fobia la ligazón-madre tierna ha como desaparecido, ha sido
tramitada por la represión, mientras que la formación sintomática (formación sustitutiva) se ha consumado en torno de la moción
agresiva
Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el
ello por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia. La angustia de castración
recibe otro objeto y una expresión desfigurada {dislocada}: ser mordido por el caballo, en vez de ser castrado por el padre. La
formación sustitutiva tiene dos ventajas: 1) esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el padre es simultáneamente un objeto
amado; y 2) que permite al yo suspender el desarrollo de angustia. La angustia de la fobia es facultativa, sólo emerge cuando su
objeto es asunto de la percepción, sólo entonces está presente la situación de peligro. Tampoco de un padre ausente se temería la
castración. Sólo que no se puede remover al padre: aparece siempre, toda vez que quiere. Pero si se lo sustituye por el animal, no
hace falta más que evitar la visión, la presencia de este, para quedar exento de peligro y de angustia. Hans impone a su yo una
limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos.
La fobia se establece por regla general después que en ciertas circunstancias se vivenció un primer ataque de angustia. Así se
proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora. El mecanismo de la fobia presta
buenos servicios como medio de defensa y exhibe una gran inclinación a la estabilidad. A menudo sobreviene una continuación de la
lucha defensiva, que ahora se dirige contra el síntoma.
La formación de síntoma en las fobias, la histeria de conversión y la neurosis obsesiva tiene su punto de arranque en la destrucción
del complejo de Edipo y en todas el motor de la renuencia del yo es la angustia de castración. Freud conduce el análisis hasta el
límite del complejo de castración, o sea de lo que él llama angustia de castración, esta es para él la angustia fundamental.
El desarrollo de la niña pequeña es guiado a través del complejo de castración hasta la investidura tierna de objeto. En ella parece
que la situación de peligro de la pérdida de objeto es la más eficaz. Condición de angustia válida para ella: más que de la ausencia o
de la pérdida real del objeto, se trata de la pérdida de amor de parte del objeto. La pérdida de amor como condición de angustia
desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de castración en las fobias, y a la angustia frente al superyó en la
neurosis obsesiva.
El deseo prevenido.
1909-1915: Las histerias de angustia se desarrollan cada vez más como una fobia y, al final, el enfermo puede quedar liberado de
angustia, pero sólo a costa de unas inhibiciones y limitaciones a que se ha visto forzado a someterse. En la histeria de angustia hay
un trabajo psíquico incesante para volver a ligar psíquicamente la angustia liberada. Pero ese trabajo no puede conseguir la
reversión de la angustia a libido, no le queda más alternativa que bloquear cada una de las ocasiones posibles para el desarrollo de
angustia mediante unos parapetos psíquicos de la índole de una precaución, una inhibición, una prohibición; y son estas
construcciones protectoras las que se nos aparecen como fobias.
Para domeñar la angustia se la liga a una representación sustitutiva que se entramó por vía asociativa con la representación
rechazada y se sustrajo de la represión por su distanciamiento respecto de aquella y permitió una racionalización del desarrollo de
angustia todavía no inhibible. La representación sustitutiva juega ahora para el sistema Cc (Prcc) el papel de una contrainvestidura;
lo asegura contra la emergencia en la Cc de la representación reprimida. Es el lugar de donde arranca el desprendimiento de afecto
y se comporta como si fuera ese lugar de arranque.
El proceso de la represión no está todavía concluido, tiene que inhibir el desarrollo de angustia que parte del sustituto. Para ello
todo el entorno asociado de la representación sustitutiva es investido con una intensidad particular. Una excitación en cualquier
lugar de este parapeto dará el envión para un pequeño desarrollo de angustia que es aprovechado como señal a fin de inhibir el
ulterior avance de este último mediante una renovada huida de la investidura [prcc]. Cuanto más lejos del sustituto temido se
dispongan las contrainvestiduras con mayor precisión podrá funcionar este mecanismo destinado a aislar la representación
sustitutiva y a coartar nuevas excitaciones de ella. Estas precauciones sólo protegen contra excitaciones que apuntan a la
representación sustitutiva desde fuera, no contra la moción pulsional que alcanza a la percepción sustitutiva desde su conexión con
la representación reprimida. Por ello, a raíz de cada acrecimiento de la moción pulsional, la muralla protectora que rodea a la
representación sustitutiva debe ser trasladada un tramo más allá. La expresión de la huida frente a la investidura conciente de la
representación sustitutiva son las evitaciones, renuncias y prohibiciones que permiten individualizar a la histeria de angustia.
La tercera fase ha repetido el trabajo de la segunda en escala ampliada. El sistema Cc se protege contra la activación de la
representación sustitutiva mediante la contrainvestidura de su entorno, así como antes se había asegurado contra la emergencia de
la representación reprimida mediante la investidura de la representación sustitutiva. De ese modo encuentra su prosecución la
formación sustitutiva por desplazamiento. El yo se comporta como si el peligro del desarrollo de angustia no le amenazase desde
una moción pulsional, sino desde una percepción, y por eso puede reaccionar contra ese peligro externo con intentos de huida: las
evitaciones fóbicas. Este proceso de la represión pone diques al desprendimiento de angustia, pero a costa de graves sacrificios en
materia de libertad personal.
Propósito y contenido de la fobia es una vasta limitación de la libertad de movimientos; ella es una potente reacción contra oscuros
impulsos motores que, en Hans en particular, querían volverse contra la madre. El caballo fue siempre para el niño el modelo del
placer de movimiento «Soy un potrillo», dice Hans en tanto da brincos, pero como este placer de movimiento incluye el impulso al
coito, la neurosis lo limita, y el caballo es entronizado como imagen sensorial del terror. Pero por nítido que sea el triunfo de la
desautorización de lo sexual en la fobia, el compromiso que está en la naturaleza de la enfermedad no consiente que lo reprimido
quede sin obtener otra cosa. La fobia al caballo es también un obstáculo para andar por la calle, y puede servir como medio para
permanecer en casa junto a la madre amada. En esto ha triunfado la ternura hacia la madre; a raíz de su fobia, el amante se pega al
objeto amado, pero se ha puesto cuidado en que el amante permanezca inofensivo. En estos dos efectos se evidencia la naturaleza
genuina de una contracción de neurosis.
4- Las síntomas fóbicos de los niños y su lugar de suplencia de un déficit simbólico, en los tiempos de su constitución edípica.
La fobia constituye otra forma de solución al difícil problema introducido por las relaciones del niño con la madre. Para que haya los
tres términos del trío, madre-niño-falo, se requiere un espacio cerrado, una organización del mundo simbólico, que se llama el
padre. La fobia es de este orden, esta relacionada con ese vínculo asediante. En un momento particularmente crítico, cuando
ninguna vía de otra naturaleza se abre para la solución del problema, la fobia constituye una llamada de socorro, la llamada a un
elemento simbólico singular.
Se manifiesta siempre como extremadamente simbólica. En el momento en que se le pide auxilio para mantener la solidaridad
esencial, amenazada por la hiancia que introduce la aparición del falo entre la madre y el niño, el elemento que interviene en la
fobia tiene un carácter verdaderamente mítico.
Freud nos dice que en el mundo de los objetos hay uno con una función decisiva, el falo. Este objeto se define como imaginario, es
la imagen erecta del pene. Tanto su nostalgia como su presencia, o su instancia en lo imaginario, resultan al parecer más
importantes para las mujeres que para los hombres, pero aún así toda su vida sexual esta subordinada al hecho de que
imaginariamente asuman cabalmente su uso y lo asuman como lícito, como permitido.
El falo imaginario es el eje de toda una serie de hechos que exigen postularlo. Hay que estudiar ese laberinto en el que
habitualmente el sujeto se pierde y puede acabar siendo devorado. El hilo para salir de ahí es que a la madre le falta el falo, que
precisamente porque le falta, desea, y que sólo puede estar satisfecha en la medida en que algo se lo proporciona. La falta es aquí el
principal deseo, esta es igualmente la característica del orden simbólico.
La asunción del propio signo de la posición viril, de la heterosexualidad masculina, implica como punto de partida la castración. Esto
es lo que nos enseña la noción freudiana del Edipo. Precisamente porque el macho, a la inversa de la posición femenina, posee un
apéndice natural, porque detenta el pene como una pertenencia, ha de venirle de otro, aquel que es verdaderamente el padre.
Nadie puede decir que significa en verdad ser padre, salvo que es algo que de entrada forma parte del juego. Sólo el juego jugado
con el padre, el juego de gana el que pierde, le permite al niño conquistar la vía por la que se registra en él la primera inscripción de
la ley.
El sujeto entra en el orden de la ley por la vía del crimen imaginario. Pero sólo puede entrar en este orden de la ley si, por un
instante al menos, ha tenido frente a él a un partener real, alguien que en el Otro haya aportado efectivamente algo que no sea
simplemente llamada y vuelta a llamar, par de la presencia y de la ausencia, elemento profundamente negativizador de lo simbólico,
alguien que le responde.
Lo característico de la observación de Juanito es que a pesar de todo el amor del padre, de toda su amabilidad, no hay padre real.
Toda la secuencia del juego se desarrolla en la trampa de la relación de Juanito con su madre, que acaba siendo insoportable,
angustiosa, intolerable, sin salida. O él o ella.
Previamente al estallido de la fobia aparecen con insistencia preguntas acerca del hace-pipí, el niño está en esa relación en la que el
falo juega el rol más evidente, es el pivote de la organización de su mundo; también se lo toca. Todo esto es un desarrollo típico
¿qué cambió?
Juanito se encuentra en una cierta relación con su madre, donde se mezcla la necesidad que tiene de amor de ella con el juego de
engaño intersubjetivo; está situado en el lugar de ser el falo imaginario de la madre, su señuelo. De golpe se produce algo que se
manifiesta por una angustia, esta está ligada a algunos elementos que vienen a complicar la situación:
Por un lado: el nacimiento de Hanna.
Por otro: la intervención del pene real del niño (turgencia del pene).
Esto introduce un desequilibrio en la posición de falo en la que Hans está colocado; colocado en situación de jugar el juego
correspondiente con la madre y de creer que puede satisfacerla. En este juego se introduce una discordancia. La emergencia de
estos elementos reales dejan al pequeño fuera de juego; lo dejan sin saber cuáles son las reglas del juego, el padre no le marca estas
reglas, no se enoja nunca, no está celoso. Para que el niño franquee el Edipo, y ello implica la articulación Edipo-Castración, es
necesario un cuarto término, el padre, y respecto del padre, la cuestión de la rivalidad.
Su pene, que devino real, resulta insuficiente para satisfacer a la madre, entonces si ante la pregunta de si tiene hace pipí ella
responde “sí, naturalmente”; entonces es que todo él únicamente puede satisfacerla y ahí se abre la boca de la devoración. En
tanto el hace pipí es una porquería, vuelve a reenviarlo a ese lugar de señuelo. De este paraíso lo debe desalojar el padre, pero el
padre de Juanito es un padre débil, la madre no le hace caso, está más interesada en su hijo que en el pene del padre.
En Hans lo que se plantea es el temor de no ser separado de esta madre, allí se sitúa la fobia. Mediante la fobia Juanito va a
encontrar otra forma de resolver el complejo de castración. Porque el caballo, como elemento imaginario va a cumplir la función de
suplencia del elemento simbólico que el padre no puede hacer intervenir. El caballo como significante va a permitirle ordenar su
mundo y el resto de sus significaciones. A partir de ese momento el mundo aparece puntuado, delimitado. Hay puntos peligrosos,
puntos de alarma. El mundo del niño aparece señalizado por los caballos. Donde hay caballos no puede pasar. Esto le marca un
territorio y restringe sus posibilidades de movimiento.
La fobia instaura un nuevo orden del interior y el exterior en tanto que una serie de umbrales se ponen a estructurar el mundo.
Neurosis Obsesiva
REPRESENTACIONS O IDEAS OBSESIVAS, TEMORES, IMPULSOS Y PROHIBICIONES
1894: Aquí Freud postula que hay un mecanismo psíquico de la formación de síntomas común a la histeria, la neurosis obsesiva y
las psicosis alucinatorias: la DEFENSA. Si en una persona predispuesta a la neurosis no está presente la capacidad convertidora, para
defenderse de una representación inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, ese afecto permanece en el ámbito
psíquico. Se trata de un acto voluntario que en el intento de olvidar lo inconciliable produce una disociación. La representación
ahora debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la conciencia (conforma el núcleo de un grupo psíquico segundo),
pero su afecto, liberado, se adhiere a otras representaciones, en sí no inconciliables, que en virtud de este enlace falso devienen
representaciones obsesivas. Esto es lo que hace que el estado emotivo se eternice, porque la idea asociada ya no es la idea justa en
relación a la etiología de la obsesión sino que es un sustituto. La idea original también puede ser reemplazada por actos o
impulsiones que en el origen sirvieron como alivios o procedimientos protectores. El motivo de esta sustitución es un acto de
defensa del yo contra la idea inconciliable.
Diferencia entre las obsesiones y las fobias: Hay en toda obsesión dos cosas: 1) una idea que se impone al enfermo; 2) un estado
emotivo asociado. En la clase de las fobias, ese estado emotivo es siempre la angustia, mientras que en las verdaderas obsesiones
puede ser otro estado emotivo, como la duda, el remordimiento, la cólera.
1896: Aquí ya no se trata de un acto voluntario, introduce la teoría del trauma en 2 tiempos y el efecto retardado. La primera
experiencia sexual en la infancia no cobra significado sino retroactivamente cuando con la 2da experiencia de la pubertas esa
experiencia es resignificada. Las representaciones obsesivas son entonces reproches mudados, que retornan de la represión
(desalojo) y están referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer.(Trayectoria de la neurosis
obsesiva)Pero toda experiencia de actividad sexual presupone una vivencia de seducción.
1909: Las representaciones obsesivas parecen sin sentido, como los sueños; para que se vuelvan inteligibles y evidentes se sitúa a
las ideas obsesivas dentro de un nexo temporal con el vivenciar del paciente, explorando la primera emergencia de cada idea
obsesiva y las circunstancias externas bajo las cuales suele repetirse.
En 1909 la definición de las representaciones obsesivas dada en 1896 es objetable. Toma como modelo a los propios enfermos
obsesivos, que, con su inclinación a lo impreciso, mezclan las más diversas formaciones psíquicas bajo el título de representaciones
obsesivas. Es más correcto hablar de un pensar obsesivo y poner de relieve que los productos obsesivos pueden tener el valor de
los más diferentes actos psíquicos. Cabe definirlos como deseos, tentaciones, impulsos, reflexiones, dudas, mandamientos y
prohibiciones. Los enfermos se afanan por atemperar tales definiciones y por designar como «representación obsesiva» el
contenido despojado de su índice de afecto. Ej: “es una mera conexión de pensamiento”.
En la lucha defensiva secundaria que el enfermo libra contra las «representaciones obsesivas» que se han filtrado en su conciencia
se producen formaciones que merecen una denominación particular. Por ejemplo, los pensamientos que ocupaban al H. de las Ratas
durante su viaje de regreso desde las maniobras militares. No son argumentos puramente racionales los que se contraponen a los
pensamientos obsesivos, sino unos mestizos entre ambas variedades del pensar: hacen suyas ciertas premisas de lo obsesivo a lo
cual combaten y se sitúan (con los recursos de la razón) en el terreno del pensar patológico. Tales formaciones merecen el nombre
de delirios.
Ejemplo: la fantasmagoría del padre. Desde el pensar racional procuró rectificarse con esta amonestación: “¡Qué diría el padre si
realmente viviera todavía!”. Pero este argumento no produjo resultado alguno mientras se lo presentó en esa forma racional; la
fantasmagoría sólo cesó después que hubo puesto la misma idea en la forma de una amenaza deliriosa: Si volvía a perpetrar ese
desatino, al padre le pasaría algo malo en el más allá.
El valor del distingo entre lucha defensiva primaria y secundaria se ve limitado por el discernimiento de que los enfermos no tienen
noticia del texto de sus propias representaciones obsesivas. La defensa primaria desfigura el texto original de la representación
obsesiva.
1912: Prohibiciones: La neurosis obsesiva como enfermedad de los tabúes. Tabú de los primitivos se refiere a lo sagrado, peligroso,
prohibido, impuro, se expresa en prohibiciones y limitaciones que carecen de fundamentación. Es tabú: ciertos objetos y la
prohibición en relación al usufructo y contacto con estos. El tabú es contagioso: el que ha violado se vuelve tabú como todo lo que
trae a colación la tentación de violar el tabú. El neurótico obsesivo se ha creado prohibiciones-tabú. La concordancia entre las
prohibiciones obsesivas y el tabú consiste en que ellas son igualmente inmotivadas y de enigmático origen. Han surgido alguna vez y
ahora es preciso observarlas a consecuencia de una angustia irrefrenable. No hay amenazas externas de castigo porque existe un
reaseguro interno (una conciencia moral); la violación conllevaría una desgracia insoportable (temor obsesivo). Lo más que los
enfermos obsesivos son capaces de comunicar es la vislumbre imprecisa de que cierta persona de su contorno sufriría un daño, a
raíz de la violación. No se discierne en qué consistiría este. Recibimos esa noticia más a raíz de las acciones expiatorias y de defensa
que de las prohibiciones mismas.
1917: Impulsos: pueden hacer una impresión infantil y disparatada, pero casi siempre tienen el más espantable contenido, corno
tentaciones a cometer graves crímenes, de suerte que el enfermo no sólo los desmiente como ajenos, sino que huye de ellos,
horrorizado, y se protege de ejecutarlos mediante prohibiciones, renuncias y restricciones de su libertad. Pero, con todo eso, jamás
llegan esos impulsos a ejecutarse; el resultado es siempre el triunfo de la huida y la precaución. Ej. H. de las Ratas: cortarse el cuello
con una navaja; saltar de un barranco.
PROBLEMÁTICA DE LA DEUDA
¿Por qué los dos dichos del capitán cruel, el cuento sobre las ratas y su reclamación de devolver el dinero al teniente primero A, le
provocaron reacciones patológicas? Por una sensibilidad de complejo: aquellos dichos habían tocado unos lugares de su
inconciente. Él se encontraba, como siempre le ocurría en el terreno de lo militar, dentro de una identificación inconciente con el
padre, quien había prestado servicios. La casualidad, que puede cooperar en la formación de síntoma, permitió que una aventura
del padre tuviera un importante elemento en común con la reclamación del capitán. Una vez, el padre había perdido en el juego de
naipes ([spielratte] jugador empedernido significa en alemán rata del juego) una pequeña suma de dinero de la que podía disponer
en su condición de suboficial, y las habría pasado muy mal de no prestarle ese dinero un camarada. Después de abandonar el servicio
y alcanzar una posición desahogada, buscó a ese camarada generoso para devolverle el dinero, pero nunca más lo encontró. Nuestro
paciente no estaba seguro de que la devolución se hubiera producido alguna vez; el recuerdo de este pecado de juventud de su
padre le resultaba penoso, siendo que su inconciente rebosaba de reclamaciones hostiles al carácter de aquel. Las palabras del
capitán: «Tienes que devolver las 3,80 coronas al teniente primero A.», le sonaron como una alusión a la deuda impaga del padre.
Lacan: Hay dos cuestiones que dan carácter mítico (en el sentido de que la verdad del sujeto se expresa en un mito ya que este es lo
que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en la definición de la verdad) al argumento fantasmático, la
ceremonia expiatoria, como lo llama Lacan, de la comedia de la devolución de las 3,80 coronas. No es que se reproduzcan más o
menos exactamente relaciones que, en relación a su contenido presente son secretas, ocultas, sino que también modifica esas
relaciones en el sentido de determinada tendencia.
Existía una deuda del padre con el amigo; el padre nunca volvió a encontrar a este amigo y no pudo pagar su deuda. Por otra parte,
existe en la historia del padre, sustitución de la mujer rica por la mujer pobre en el amor del padre. Y, dentro de la fantasía
desarrollada por el sujeto, vemos una especie de intercambio de los términos terminales de cada una de esas relaciones
funcionales. Vemos que para que la deuda sea pagada, no es cuestión de pagársela al amigo, hay que pagarla a la mujer pobre, y
por esta vía, a la mujer rica que lo sustituye en el argumento imaginado. La profundización de los hechos fundamentales en la
crisis obsesiva ha revelado que lo que constituye verdaderamente el objeto del deseo tantálico del sujeto de volver al lugar donde
está la dama del correo no es para nada esa dama sino un personaje que en la historia reciente encarna el personaje de la mujer
pobre. Es la sirvienta de una posada que ha conocido durante las maniobras. Se trata en cierta medida de entregar la deuda a la
mujer pobre. Y el argumento imaginado nos muestra algo que es la sustitución de la mujer rica por la mujer pobre.
Todo sucede como si los atolladeros propios de la situación original que en alguna parte no se resuelve, se desplazaran hacia otro
lugar de la red mítica, reproduciéndose siempre en algún punto. En la situación original aparece una especie de deuda doble. Existe
por un lado la frustración, del personaje que se ha borrado, y hasta una especie de castración del padre. Por otra parte la deuda
social nunca resuelta implicada en la relación con el personaje del amigo. Es algo muy diferente de la relación triangular
considerada típicamente como el origen del desenvolvimiento y del desarrollo neurotizante propiamente dicho.
Vemos una especie de ambigüedad, de diplopía, una situación que hace que el elemento de la deuda se sitúe en alguna medida en
dos planos a la vez, y justamente en la imposibilidad de unir ambos planos se desarrollará todo el drama del neurótico, como si
fuera que al tratar de hacerlos coincidir uno con otro se produjese una especie de operación inestable, nunca satisfactoria, que no
llegara jamás a anudarse en ciclo.
Piazza: El padre había pensado en suicidarse por haber perdido el dinero; un amigo le presta el dinero salvándolo del suicidio. La
imposibilidad de pagar la deuda y la idea de que el padre habría corrido por todas partes para encontrar a quien le había prestado el
dinero. Este era el mito que en el H de la Ratas se comportaba a la manera de lo reprimido, influyendo y perturbando, de modo
incomprensible para el sujeto, el pago de los quevedos. Es necesario que la deuda sea pagada, pero también que sea imposible de
pagar.
El padre y la dama parecen quedar igualados, nivelados por el pensamiento obsesivo: hace que ambos sean torturados del mismo
modo.
La prohibición paterna opera como el fundamento de la supervivencia del deseo. En Tótem y tabú entre prohibición y deseo existe
una relación de complementariedad y producción recíproca, la prohibición no suprime el deseo, lo entroniza. La muerte del padre
de la horda y la inextinguibilidad del deseo van de la mano: para que haya sociedad ninguno de los hermanos debe cumplir su deseo
de reemplazar al padre. La prohibición paternal constituye la ligazon del sujeto al deseo. El padre en cuestión no es el padre real,
hay que ubicarlo en otra escena. “Si veo a una mujer desnuda mi padre morirá”: la muerte del padre es la condición del deseo. Pero
la cuestión es que el padre ya esta muerto.
Lacan: el significante del Padre, en tanto autor de la Ley, esta ligado a la muerte del Padre. (En Tótem y tabú los hermanos matan al
padre y después instauran la ley; por arrepentimiento y culpa y para mantener la nueva sociedad) Esa muerte es el momento
fecundo de la deuda por donde el sujeto se liga por toda su vida a la ley. El padre simbólico en tanto el significa esta ley es un padre
muerto.
La prehistoria familiar cuenta que el padre amaba a una mujer pobre pero se caso con la madre del H. de las Ratas que tenía
fortuna. El H. de las Ratas enferma cuando se ve confrontado a un conflicto semejante y repite entonces en su delirio mayor el tema
de la deuda impaga del padre. Cuando el padre prohíbe que se case con la prima pobre reaviva la memoria del conflicto mujer
pobre/mujer rica. Pero no prohíbe a la madre (la mujer rica) sino a la otra.
Constelación fantasmática anal: Las causas de la neurosis son constitucionales y accidentales, su conjugación produce la causación
patológica. Pero las causas decisorias en la elección de neurosis son de las predisposiciones. Independientes de las vivencias de
efecto patógeno. Las predisposiciones son inhibiciones del desarrollo, tenemos el desarrollo de la función sexual y de las funciones
yoicas. Toda vez que un fragmento de la función sexual se quede en el estadio anterior se produce un lugar de fijación, al que la
función puede regresar en caso de que se contraiga enfermedad por una perturbación exterior. Odio y erotismo anal desempeñan
un importante papel en la sintomatología de la neurosis obsesiva. Las pulsiones parciales anal-eróticas y sádicas asumen en esta
neurosis la subrogación de las pulsiones genitales.
En algunos casos de neurosis obsesiva la organización sexual que contiene la predisposición a la neurosis obsesiva nunca vuelve a
ser superada del todo una vez que se estableció; en cambio, en otros es relevada primero por el estadio de desarrollo más alto, y
luego, desde este, es activada de nuevo por regresión. . En la neurosis obsesiva hay inhibición de desarrollo o regresión al erotismo
anal.
La predisposición histórico-genética a una neurosis sólo queda completa cuando toma en cuenta la fase del desarrollo yoico en que
sobreviene la fijación, a la vez que la fase del desarrollo libidinal. Y esta postulación sólo se refiere a esta última. Con respecto a los
estadios de desarrollo de las pulsiones yoicas Freud supone: un apresuramiento en el tiempo del desarrollo yoico respecto del
libidinal ha de anotarse en la predisposición a la neurosis obsesiva. Un apresuramiento así constreñiría una elección de objeto desde
las pulsiones yoicas, mientras la pulsión sexual no ha alcanzado todavía su plasmación última y deja como secuela una fijación en el
estadio del orden sexual pregenital.
Duelo en el obsesivo: reproches obsesivos por el deseo inconciente de muerte. Es el arquetipo de la ambivalencia. Para el pensar
inconciente el que murió fue asesinado; los deseos malignos lo mataron.
Ambivalencia: La predisposición a la neurosis obsesiva se singulariza por una medida elevada de esa originaria ambivalencia de
sentimientos. La actitud ambivalente también se presenta en la neurosis obsesiva como hiperternura. Aflora dondequiera que
además de la ternura dominante existe una corriente contraria, pero inconciente, de hostilidad. Esa hostilidad se denuncia por un
aumento hipertrófico de la ternura, que se exterioriza como estado de angustia y se vuelve compulsiva porque de otro modo no
podría cumplir su tarea de mantener en la represión a la corriente contraria inconciente.
La oposición entre masculino y femenino, introducida por la función de reproducción, no puede estar presente aún en el estadio de
la elección pregenital de objeto. En vez de ella, hallamos la oposición entre aspiraciones de meta activa y de meta pasiva, que más
tarde se suelda con la oposición entre los sexos. La actividad es sufragada por la pulsión de apoderamiento, que llamamos
«sadismo» cuando la hallamos al servicio de la función sexual; por otra parte, aun en la vida sexual normal plenamente desarrollada
tiene importantes desempeños que cumplir como auxiliar. La corriente pasiva es alimentada por el erotismo anal. La pulsión de
saber es un brote sublimado, elevado a lo intelectual, de la pulsión de apoderamiento; y su rechazo en la forma de la duda se
conquista un ancho espacio en el cuadro de la neurosis obsesiva.
En los casos odio inconciente, el componente sádico del amor se ha desarrollado constitucionalmente con particular intensidad; por
eso ha experimentado una sofocación prematura y demasiado radical, y así los fenómenos observados de la neurosis derivan por
una parte de la ternura conciente elevada (pulsionada hacia lo alto) por reacción, y por otra parte del sadismo que en lo inconciente
sigue produciendo efectos como odio.
Carácter y erotismo anal: Hay una oposición entre carácter anal y neurosis obsesiva: en el carácter hay represión lograda y en la
neurosis obsesiva la represión fracasa y hay retorno de lo reprimido. El erotismo anal puede ser trasmudado en cualidades de
carácter: ordenado, ahorrativo y pertinaz. Este desarrollo del carácter se vale de las mismas fuerzas pulsionales que la neurosis
obsesiva.
En la alteración carácter (ej. de la mujer posmenopáusica) hay una regresión tras una represión (o sofocación) tersamente
consumada; en el caso de la neurosis hay conflicto, empeño por no permitir la regresión, formaciones reactivas contra esta y
formaciones de síntoma por vía de compromisos entre ambas partes, escisión de las actividades psíquicas en susceptibles de
conciencia e inconcientes.
Trasposiciones de la pulsión en el erotismo anal: ¿Cuál fue el destino de las mociones pulsionales anal-eróticas después que
perdieron su sígnificatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva? Hay diversas
posibilidades:
- Sobreviven como tales, sólo que en el estado de la represión.
- Son sometidas a la sublimación o consumidas por trasposición en cualidades del carácter.
- Hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales.
Las formaciones reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo son discernimos como exageraciones de la
formación normal del carácter. En los neuróticos obsesivos hay una degradación regresiva de la organización genital. Se exterioriza
en que toda clase de fantasías originariamente de concepción genital se trasladan a lo anal, el pene es sustituido por el palo de caca,
la vagina por el intestino.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del yo contra reclamos de los otros; el
interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y luego por el dinero. Con el advenimiento del pene nace en la niñita la
envidia del pene, que luego se traspone en deseo del varón como portador del pene. Antes, todavía, el deseo del pene se ha
mudado en deseo del hijo, o este último ha remplazado a aquel. Una analogía orgánica entre pene e hijo se expresa mediante la
posesión de un símbolo común a ambos (el «pequeño»). Luego, del deseo del hijo un camino adecuado a la ratio conduce al deseo
del varón.
Otra pieza de este nexo se discierne con mayor nitidez en el varón. Se establece cuando la investigación sexual del niño lo ha puesto
en conocimiento de la falta de pene en la mujer. Así, el pene es discernido como algo separable del cuerpo y entra en analogía con
la caca, que fue el primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar. De ese modo desafío anal entra en la constitución del
complejo de castración.
Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo discierne como «Lumpf» y lo inviste con un potente interés, anal-erótico. El deseo
del hijo recibe un segundo complemento de la misma fuente cuando la experiencia social enseña que el hijo puede concebirse como
regalo. Los tres, columna de caca, pene e hijo, son cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de mucosa (el recto y la
vagina). De ese estado de cosas, la investigación sexual infantil sólo puede llegar a saber que el hijo sigue el mismo camino que la
columna de heces; por regla general, ella no llega a descubrir la función del pene.
El sujeto para constituirse tiene que realizar un acto: el asesinato del padre, es decir, desearle muerte al padre. De ahí surge el
sentimiento de culpa y el superyó. Se autoprohibe a la madre para acceder al resto. En el obsesivo pensarlo es realizarlo, el
pensamiento esta sexualizado, hay omnipotencia del pensamiento. Como consecuencia del sentimiento inconciente de culpa y de la
represión, más exactamente, del retorno de lo reprimido, surge un síntoma. En el caso del H. de las ratas un mandamiento
imposible de cumplir: pagar al teniente primero A. No puede pagar, ni dejar de pagar la deuda, esta inhibido. Si paga la deuda
reconoce al padre como fallado, deseante, y de allí el sería él resultado de esa falla, permanecería fiel a la dama y a su deseo. Si no
paga la deuda “va derechito al incesto” obedece al padre que prohíbe a la mujer pobre, pero no a la rica: la madre. Hay inhibición,
se inhibe para no realizar el acto del asesinato del padre, que es el perturbador del goce sexual. Cualquier acto que implique realizar
su deseo lleva implícito el asesinato del padre. Acercarse al objeto de deseo es igual a matar al padre: “Si veo a una mujer desnuda
mi padre morirá”. Para no quedarse con la prohibición total tiene que reconocer su deseo asesino, el neurótico obsesivo crea sus
síntomas en función de no reconocer este deseo; no satisface su deseo y exacerba el amor al padre.
El padre tiene que mantenerse idealizado y omnipotente porque, como en el mito de la horda primordial, es cuando se deja de ver
al padre como omnipotente cuando se lo puede asesinar. El padre muerto es el padre simbólico, el padre de la horda cuya
prohibición primero exterior luego se interioriza tras su muerte.
a) 1- La renegación de la castración.
La Verleugnung, renegación de la castración, es la operación constitutiva de la perversión. Es un modo de defensa, el sujeto se
rehúsa a reconocer la realidad de la percepción traumática. Es la operación que recorta la estructura perversa.
Si en la represión se quiere separar el destino de la representación del destino del afecto, y se reserva el término «represión» para
el afecto, desmentida seria la designación correcta para el destino de la representación. La percepción no se borra sino que
permanece, pero es desmentida.
El yo puede desmentir un fragmento sustantivo de la realidad (una muerte), como hace el yo del fetichista con el hecho
desagradable de la castración de la mujer. Dentro de la vida anímica pueden coexistir una corriente que no reconozca un fragmento
desagradable de realidad y otra que si; coexisten, una junto a la otra, la actitud acorde al deseo y la acorde a la realidad. (En la
neurosis persiste la corriente acorde a la realidad, en la psicosis la acorde con la realidad, faltaría efectivamente).
Escisión del yo: Desmentida de la castración: El yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está
habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por
resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la
satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de
perseverar así en la satisfacción. Es, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. El niño no hace
ninguna de esas dos cosas, o mejor dicho, las hace a las dos simultáneamente. Responde al conflicto con dos reacciones
contrapuestas, ambas válidas y eficaces. Por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja
prohibir nada; por el otro, y simultáneamente reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un
síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. Ambas partes en disputa han recibido lo suyo: la pulsión tiene permitido retener
la satisfacción, a la realidad objetiva se le ha tributado el debido respeto . Pero el resultado se alcanzó a expensas de una
desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiempo. Las dos reacciones contrapuestas frente al
conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.
2- La perversión como negativo de la neurosis. Rasgos de perversión en las diferentes estructuras clínicas.
Las operaciones que se realizan ante la castración configuran diferentes estructuras clínicas: Neurosis, Psicosis y Perversión. No hay
pasaje de una a la otra, pero ello no impide que haya entre ellas intersecciones, deslizamientos, bordes, ambigüedades.
El descubrimiento del infantilismo de la sexualidad a partir de las tendencias perverso-polimorfas produce un acercamiento
perversión-neurosis, en 1905 Freud ubica la neurosis como negativo de la perversión. La neurosis reproduce en sus síntomas esas
mociones pulsionales perversas y satisface su sexualidad en estos síntomas total o parcialmente, los síntomas son la práctica sexual
de los enfermos: se basan en las exigencias de la pulsiones libidinales, por un lado y por otro en el veto del yo, la reacción contra
aquellas; en cambio el perverso manifiesta sin deformación su satisfacción en actividades sexuales perversas. Las fantasías que los
perversos tienen con conciencia clara, y que en circunstancias favorables pueden trasponerse en acciones y las fantasías
inconcientes de los histéricos coinciden hasta en los detalles en cuanto a su contenido.
Pegan a un niño: En cuanto a la génesis de las perversiones permanece la concepción de que en ellas pasa al primer plano el
refuerzo constitucional o el carácter prematuro de un componente sexual; pero además la perversión ya no se encuentra más
aislada en la vida sexual del niño, sino que es parte de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad
de típicos. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño; surge primero sobre el terreno de este complejo,
y luego de ser quebrantado permanece, como secuela de él, como heredera de su carga libidinosa y gravada con la conciencia de
culpa que lleva adherida. La constitución sexual anormal ha mostrado en definitiva su poderío esforzando al complejo de Edipo en
una dirección determinada y compeliéndolo a un fenómeno residual inhabitual.
La perversión infantil puede convertirse en el fundamento para el despliegue de una perversión de igual sentido, que subsista toda
la vida y consuma toda la sexualidad de la persona, o puede ser interrumpida y conservarse en el trasfondo de un desarrollo sexual
normal al que en lo sucesivo sustraerá siempre cierto monto de energía. Los perversos, en la pubertad, han iniciado un esbozo de
actividad sexual normal. Pero no tuvo el suficiente vigor, se lo resignó ante los primeros obstáculos y luego la persona retrocedió a
la fijación infantil.
Todas las perversiones infantiles tienen su génesis en el complejo de Edipo, la «primera vivencia» de los perversos, fetichistas, etc.,
casi nunca se remonta a una fecha anterior al sexto año. Por esa época el imperio del complejo de Edipo ya ha caducado; la vivencia
recordada pudo subrogar la herencia de aquel.
Puede haber rasgos perversos en las otras estructuras: el transexualismo pertenece a una estructura psicótica. Los transexuales
reviven la teoría infantil de que las mujeres son seres castrados.
Para Lacan es más acertado decir que la perversión es el negativo de la neurosis, porque el fantasma de la perversión en la inversión
del fantasma de la neurosis.
3- Acting-out.
Cuando el sujeto no recuerda el pasado está condenado a repetirlo actuándolo en el acting out. Esta expresión se reserva a acciones
que presentan un aspecto impulsivo relativamente inarmónico con las pautas habituales del sujeto. El sujeto mismo no logra
entender los motivos que tuvo para su acción. Lacan sostiene que el acting out resulta de la imposibilidad de recordar el pasado y
subraya la dimensión intersubjetiva del recuerdo. El recuerdo no involucra solo traerlo a la conciencia sino también comunicarlo a
otro por medio de la palabra. El acting out se produce cuando la negativa del Otro a escuchar hace imposible el recuerdo; el sujeto
ya no puede transmitirle el mensaje en palabras y se ve obligado a expresarlo en acciones. El acting es un mensaje cifrado que el
sujeto dirige a otro, aunque el sujeto ni siquiera se percata de que sus acciones lo expresan.
El acting out es una escena, por lo tanto el carácter visual es lo central, de una fantasía desplegada en lo real porque no puede
desplegarse de otra manera. Se trata de un hecho en el cual el sujeto muestra al analista el objeto de su deseo, más precisamente
el objeto al cual el sujeto se dirige. Es un deseo que falla en su articulación significante. Este deseo aparece en el acting con la
modalidad de la mostración, lo diferencia de otros modos de vehiculización del deseo como puede ser el síntoma. Muestra algo
hacia lo cual se dirige el deseo. Esta mostración está dirigida al Otro. Otro que desfallece en su función de captación de lo que ahí
está ocurriendo. Otro que no reconoce ese deseo del sujeto.
Hay acting out que son la consecuencia de un momento de la cura, hay otras modalidades de acting out donde el acting out es una
modalidad constante de la vida del paciente. En esos casos el desfallecimiento del Otro es estructural. Es muy difícil instaurar al
analista. Se puede decir que es un llamado a la intervención del Otro.
En la joven homosexual: el pasearse en compañía de la dama por las cercanías del trabajo del padre es un acting out porque
representaba un mensaje que la joven dirigía al padre que no la escuchaba. Otro ej: del caso de Ernst Kris: “sesos frescos”
Cuando se produce dentro del curso del análisis el acting out debe entenderse en relación a la transferencia. Cuando se produce por
fuera del analisis Lacan lo llamo “transferencia salvaje”.
Pasaje al acto.
Tanto el acting out como el pasaje al acto son los últimos recursos contra la angustia. El sujeto que realiza un acting out todavía
permanece en la escena, mientras que el pasaje a acto supone una salida total de la escena. (Escena: Es “la otra escena” de los
sueños de la que habla Freud; en términos lacanianos: el Otro. Lacan emplea la palabra escena para designar el teatro imaginario y
simbólico en el cual el sujeto escenifica el fantasma) El acting out es un mensaje simbólico dirigido al Otro, mientras que un pasaje al
acto es una huida respecto del Otro, hacia la dimensión de lo real. Es una salida de la red simbólica, una disolución del lazo social.
No implica necesariamente una psicosis, entraña una disolución del sujeto, por un momento el sujeto se convierte en puro objeto.
El pasaje al acto se ve venir, parece el punto final de algo que se viene anticipando. Se va encontrando al sujeto cada vez más en
posición de desecho. Frente al Otro está en situaciones de desecho, está más como resto de las situaciones en las que se encuentra.
El Otro esta en una posición de absolutización, es otro sin barrar. Cuando hay una situación así donde el Otro queda del lado de la
omnipotencia y el sujeto del lado del objeto, hay un disparador para que aparezca el pasaje al acto: la emoción, el sujeto se siente
desbordado desde sus parámetros emocionales, desde el punto de vista de los parámetros que sostienen lo imaginario. Con el
pasaje al acto el sujeto intenta ponerle coto al goce del Otro, pero a veces es tan paradojal que es la entrega suprema a ese goce
del Otro.
No es una escena que sostiene sino una escena que cesa, dramáticamente. Aquí el sujeto se identifica con el objeto, se transforma
en el objeto pero no en cualquier dimensión de este sino en el objeto como resto, se identifica al objeto a. Se trata de un cese de la
escena y de la abolición del sujeto en tanto identificado al objeto que se arroja fuera del marco de esa escena. En el pasaje al acto el
sujeto se aniquila como sujeto.
No todos los pasaje al acto son suicidios, un portazo puede ser un pasaje al acto, hay pasajes al acto benéficos.
En la joven homosexual:
Freud: La tentativa de suicidio, acto significativo que corona la crisis, esta vinculado con el aumento de tensión, hasta el momento
en que estalla el conflicto, ocurre la catástrofe. Tiene lugar tras la decepción producida por el hecho de que el objeto de su apego de
alguna forma homólogo se le opone. Freud lo explica como un fenómeno de contra agresividad, de una vuelta hacia el sujeto de la
agresión contra el padre, combinada con una especie de hundimiento de toda la situación, reducida así a sus datos primitivos, que
cumple simbólicamente lo que esta en juego mediante una precipitación, una reducción al nivel de los objetos que verdaderamente
están en juego. Cuando la chica cae del puente abajo, hace un acto simbólico, que no es sino el niederkommen de un niño en el
parto.
Lacan: Cuando el padre las ve, y les lanza una mirada fulminante y se va, la dama le pregunta a la chica quien es esa persona la chica
le dice “Es papa”. Entonces, la dama se lo toma muy mal. Hasta ese momento habla mantenido con la joven una actitud muy
reservada, más que fría incluso, no habia fomentado semejante asiduidad. Así que le dice —En estas condiciones, no vamos a seguir
viéndonos. Y entonces la chica va y se tire. Cae, niederkommt.
Lacan dice que este intento de suicidio fue un pasaje al acto, no un mensaje dirigido a nadie, puesto que la simbolización se ha
vuelto imposible para la joven. Confrontada con el deseo del padre, ella se sintió consumida por una angustia incontrolable y
reacciono de modo impulsivo identificándose con el objeto. Entonces cayó (nierderkommt) como el objeto a, el resto de
significación.
b) 1- Fetichismo.
Tres ensayos de Teoría Sexual: Hay casos en los que el objeto sexual normal es sustituido por otro que guarda relación con él,
conlleva al abandono de la meta sexual por ser inapropiado. El sustituto del objeto sexual es, en general, una parte del cuerpo muy
poco apropiada a un fin sexual (el pie, los cabellos), o un objeto inanimado que mantiene una relación demostrable con la persona
sexual, preferiblemente con la sexualidad de esta (prenda de vestir, ropa interior). Los casos en que se exige al objeto sexual una
condición fetichista para que pueda alcanzarse la meta sexual (determinado color de cabellos, ciertas ropas, aun defectos físicos)
constituyen la transición hacia los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual normal o perversa.
La sobrestimación del objeto sexual, refiere a cierto grado de fetichismo, pertenece regularmente al amor normal. El caso
patológico sobreviene cuando: la aspiración al fetiche se fija y remplaza a la meta sexual normal; y cuando el fetiche se desprende
de esa persona determinada y pasa a ser un objeto sexual por sí mismo.
Elección del fetiche: Tras el primer recuerdo de la emergencia del fetiche hay una fase sepultada y olvidada del desarrollo sexual que
es subrogada por el fetiche como si fuera un recuerdo encubridor cuyo resto y decantación es entonces el fetiche. El vuelco al
fetichismo y la elección del fetiche están determinados constitucionalmente.
Freud presenta la metapsicología de la renegación de la castración en este texto de 1927: el fetiche es el sustituto del falo de la
madre. Normalmente, el falo de la mujer (de la madre) en que el varoncito ha creído, debiera ser resignado, pero justamente el
fetiche está destinado a preservarlo de su sepultamiento.
Proceso: el varoncito rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción: que la mujer no posee pene, pues si la mujer está
castrada, su propia posesión de pene corre peligro, y en contra de ello se revuelve la porción de narcisismo con que la naturaleza ha
dotado a ese órgano.
El niño a ha conservado, pero también ha resignado su creencia en el falo de la madre. Se ha llegado a un compromiso entre la
percepción indeseada y la intensidad del deseo contrario: en lo psíquico la mujer sigue teniendo un pene, pero a este pene algo otro
lo ha remplazado: su sustituto hereda el interés que se había dirigido al primero. El horror a la castración se ha erigido un
monumento recordatorio con la creación de este sustituto. Hay enajenación respecto de los reales genitales femeninos.
El fetiche perdura como el signo del triunfo sobre la amenaza de castración y de la protección contra ella y le ahorra al fetichista el
devenir homosexual, en tanto presta a la mujer aquel carácter por el cual se vuelve soportable como objeto sexual.
Lo decisivo en la instauración del fetiche: suspensión de un proceso, semejante a la detención del recuerdo en la amnesia
traumática, acaso se retenga como fetiche la última impresión anterior a la traumática, la ominosa.
Distintas formas de la bi-escindida actitud del fetichista (encuentran figuración tanto la aseveración de la castración como su
dementida):
- En la construcción del fetiche: Un hombre cuyo fetiche consistía en unas bragas, estas ocultaban los genitales y la diferencia de los
genitales. Significaba tanto que la mujer está castrada cuanto que no está castrada.
- En lo que el fetichista hace -en la realidad o en la fantasía- con su fetiche : venera al fetiche y en otros casos escenifica la castración.
Esto acontece, en particular, cuando se ha desarrollado una fuerte identificación-padre; el fetichista desempeña entonces el papel
del padre, a quien el niño había atribuido la castración de la mujer. (Cortador de trenzas) Su acción reúne en sí las dos aseveraciones
recíprocamente inconciliables: la mujer ha conservado su pene, y el padre ha castrado a la mujer.
El modelo normal del fetiche es el pene del varón así como el pequeño pene real de la mujer, el clítoris.
Lacan:
En la relación madre-hijo, a falta de la relación simbólica, la relación imaginaria se convierte en regla. Se ven afectados los vínculos
de la relación madre-hijo con respecto al tercer objeto, el objeto fálico, lo que a la mujer le falta y, al mismo tiempo, el niño
descubre que le falta a la madre. Hay discordancia, para restablecer la coherencia hay otras formas distintas que las simbólicas: las
imaginarias, que son no típicas.
Por ejemplo, la identificación del niño con la madre. A partir de un desplazamiento imaginario con respecto a su partener materno,
el niño hará por ella la elección fálica, realizará en su lugar la asunción de su anhelo por el objeto fálico.
Una propiedad de la perversión es que realiza una forma de acceso a este más allá de la imagen del otro . Se observa una
convergencia hacia un momento que puede calificarse de paso al acto (pasar al acto tiene que ver con ciertos momentos de
máxima presencia subjetiva, encuentra sus certeza subjetiva). En el curso de este paso al acto, algo se realiza, algo que es fusión y
acceso a ese más allá. La teoría anaclítica freudiana formula esta dimensión transindividual, llamando Eros a la unión de dos
individuos en la que cada uno se ve desposeído de sí mismo y, durante un instante virtual se convierte en parte constituyente de
dicha unidad. Tal unidad se realiza en ciertos momentos de la perversión, pero lo propio de la perversión es precisamente que la
unidad nunca puede realizarse, salvo en momentos que no están simbólicamente ordenados.
En el fetichismo, el propio sujeto dice encontrar más satisfactorio su objeto exclusivo, por cuanto es un objeto inanimado. Así
puede estar tranquilo de que no va a decepcionarle. Tiene a mano el objeto de sus deseos. Un objeto desprovisto de toda propiedad
subjetiva. Dado que es propio de las relaciones imaginarias ser siempre perfectamente recíprocas, por tratarse de relaciones en
espejo, veremos aparecer de vez en cuando en el fetichista la posición, no de identificación con la madre, sino de identificación con
el objeto. Tal posición es siempre en sí misma lo menos satisfactorio que hay, si con lo que se identifica por un momento es con el
objeto, perderá entonces su objeto primitivo, o sea la madre, y se considerará como un objeto destructor para ella.
El sujeto nunca está donde está, porque abandona su lugar, entra en una relación especular de la madre con el falo y se encuentra
alternativamente en una y otra posición. Sólo hay estabilización cuando se atrapa ese símbolo único y fugaz, que es el objeto preciso
del fetichismo, es decir algo que simboliza el falo.
Freud dice el fetiche es el símbolo de algo, del pene. Se trata de un desconocimiento de lo real: se trata del falo que la mujer no
tiene y que debería tener por razones que dependen de la dudosa relación del niño con la realidad. No se trata de un falo real que,
como real, exista o no exista, sino de un falo simbólico que por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausencia, una
ausencia que funciona en cuanto tal.
El fetiche representa al falo como ausente, el falo simbólico. El fetichista es siempre el niño, nunca la niña. Si todo residiera en el
plano de la deficiencia, o incluso de la inferioridad imaginaria, el fetichismo debería declararse más abiertamente en aquel de los
dos sexos que esta realmente privado de falo. Pero no es así. El fetichismo es excesivamente raro en la mujer.
Lo que se ama en el objeto de amor es algo que está más allá. Este algo es símbolo por lo que debe ser nada. El velo, la cortina es
una de las imágenes que materializa esta relación de interposición por la cual aquello a lo que se apunta está más allá de lo que se
presenta.
El velo, la cortina delante de algo, permite la mejor ilustración de la situación fundamental del amor. Puede decirse incluso que al
estar presente la cortina, lo que se encuentra más allá como falta tiende a realizarse como imagen. Sobre el velo se dibuja la
imagen. La cortina cobra su valor, su ser y su consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina la ausencia; es el
ídolo de la ausencia. Con su deseo el hombre encarna, hace un ídolo, de su sentimiento de esa nada que hay más allá del objeto del
amor.
He aquí el sujeto, el objeto y ese más allá que es nada, o bien el símbolo, o el falo en cuanto que le falta a la mujer. Pero una vez
colocada la cortina, sobre ella puede dibujarse algo que dice el objeto esta más allá. El objeto puede ocupar entonces el lugar de la
falta y ser también propiamente el soporte del amor, pero en cuanto que no es precisamente el punto donde se prende el deseo. En
cierto modo, el deseo aparece aquí como metáfora del amor, pero lo que lo cautiva, o sea el objeto, se muestra como ilusorio, y
valorado como ilusorio.
La escisión del yo, en el caso del fetiche, nos lo explican diciendo que la castración de la mujer es al mismo tiempo afirmada y
negada. Si el fetiche esta ahí, entonces es que no ha perdido el falo, pero al mismo tiempo es posible hacérselo perder, es decir
castrarla. La ambigüedad de la relación con el fetiche es permanente y se manifiesta sin cesar en los síntomas. Esta vivencia
manifiestamente ambigua, ilusión sostenida y adorada, se vive al mismo tiempo en un frágil equilibrio siempre a merced de que el
telón se derrumbe o se alce. Esta es la relación que esta en juego en la relación del fetichista con su objeto.
Freud, en el Fetichismo habla de Verleugnung a propósito de la posición fundamental de denegación en la relación con el fetiche.
Pero también dice que se trata de mantener en pie esta relación compleja, como si hablara de un decorado. El horror a la
castración, dice, se ha erigido, con esta creación de un sustituto, un monumento. El fetiche es un TROFEO. La palabra trofeo no
aparece, pero en verdad está presente, acompaña al signo de un triunfo.
Aquí está la estructura, en la relación con el más allá y con el velo. Sobre el velo puede imaginarse, es decir instaurarse como
captura imaginaria y lugar del deseo, la relación con un más allá, fundamental en toda instauración de la relación simbólica. Se trata
del descenso al plano imaginario del ritmo ternario sujeto-objeto-más allá, fundamental en la relación simbólica. Dicho de otra
manera, en la función del velo se trata de la proyección de la posición intermedia del objeto.
Lo que constituye el fetiche, el elemento simbólico que fija el fetiche y lo proyecta sobre el velo, se toma prestado especialmente de
la dimensión histórica. Es el momento de la historia en el cual la imagen se detiene. La rememoración de la historia se detiene y se
suspende en el momento inmediatamente anterior al descubrimiento ominoso. El fetiche es de alguna forma imagen, e imagen
proyectada, es porque tal imagen es sólo el punto límite entre la historia, como algo que tiene una continuación, y el momento en
que se interrumpe. Esta imagen es el signo, el indicador, del punto de la represión.
Freud nos dice que el fetichismo es una defensa contra la homosexualidad. En las relaciones con el objeto amoroso que organizan
este ciclo en el fetichista, encontramos una alternancia de identificaciones. Identificaciones con la mujer enfrentada al pene
destructor, el falo imaginario de las experiencias primordiales del período oro-anal, centradas en la agresividad de la teoría sádica
del coito. A la inversa, identificación del sujeto con el falo imaginario, que le hace ser para la mujer un puro objeto que puede
devorar y en el límite destruirlo.
El niño se encuentra enfrentado a esta oscilación entre los dos polos de la relación imaginaria primitiva antes de la instauración de la
relación en su legalidad edípica por la introducción del padre como sujeto, centro de orden y de posesión legítima. El niño está
entregado a la oscilación bipolar de la relación entre dos objetos inconciliables, que conduce de cualquier forma a un desenlace
destructivo, incluso asesino. Este desenlace deja al sujeto entregado a la relación imaginaria ya sea por la vía de la identificación con
la mujer, ya sea ocupando el lugar del falo imaginario, es decir, de cualquier forma, en una simbolización insuficiente de la relación
tercera.
2- HOMOSEXUALIDAD EN GENERAL:
Carácter sexual y elección de objeto no coinciden en una relación fija. Un alma femenina, forzada por eso a amar al varón,
instalada para desdicha en un cuerpo masculino; o un alma viril, atraída irresistiblemente por la mujer, desterrada para su desgracia
a un cuerpo femenino. Se trata de tres series de caracteres:
Caracteres sexuales somáticos (hermafroditismo físico)
Carácter sexual psíquico (Actitud masculina o femenina)
Tipo de elección de objeto
Tres ensayos de teoría sexual:
Inversión: personas cuyo objeto sexual no es del sexo opuesto. El psicoanálisis considera que lo originario a partir de lo cual se
desarrollan, tanto el tipo normal como el invertido, es la independencia de la elección de objeto respecto del sexo de este último, la
posibilidad abierta de disponer de otros objetos tanto masculinos como femeninos, tal como se la puede observar en al infancia
- Objeto sexual de los invertidos:
La teoría del hermafroditismo psíquico presupone que el objeto sexual de los invertidos es el contrario al normal. El hombre
invertido sucumbiría, como la mujer, a los encantos viriles. Pero esto no es un carácter universal de la inversión. Gran parte de los
invertidos masculinos han conservado el carácter psíquico de la virilidad, presentan escasos caracteres secundarios del otro sexo y
buscan en su objeto sexual rasgos psíquicos femeninos. En muchos casos el objeto sexual no es lo igual en cuanto al sexo, sino que
reúne los caracteres de ambos sexos, como un compromiso entre una moción que aspira al hombre y otra que aspira a la mujer,
siempre bajo la condición de la virilidad del cuerpo (de los genitales): el espejamiento de la propia naturaleza bisexual. En el caso de
la mujer, las invertidas activas presentan con frecuencia caracteres somáticos y anímicos viriles y requieren feminidad en su objeto
sexual.
- Meta sexual de los invertidos: no hay una meta sexual única. En los hombres, comercio per anum e inversión no coinciden
totalmente; la masturbación es con igual frecuencia la meta exclusiva, y las restricciones de la meta sexual -hasta llegar al mero
desahogo afectivo- son más comunes que en el amor heterosexual. También entre las mujeres invertidas son múltiples las metas
sexuales; entre estas, el contacto con la mucosa bucal parece privilegiado.
2- Homosexualidad masculina.
Freud: 1910: Mecanismo psíquico de la génesis de la homosexualidad masculina: En los casos indagados las personas invertidas
atravesaron en su infancia por una fase muy intensa de fijación a la mujer (casi siempre la madre) tras cuya superación se
identificaron con la mujer y se tomaron a sí mismos como objeto sexual. A partir del narcisismo buscaron hombres parecidos a su
propia persona que debían amarlos como la madre los había amado. Con mucha frecuencia se halló que trasponían a un objeto
masculino la excitación que los encantos de la mujer les producían; así durante toda su vida repetían el mecanismo por el cual se
había engendrado su inversión. Su aspiración compulsiva al hombre aparecía condicionada por su incesante huída de la mujer.
Debería trazarse una neta distinción conceptual entre diferentes casos de inversión según que se haya invertido el carácter sexual
del objeto o el del sujeto.
1915: La vigencia de la elección narcisista de objeto y la retención de la importancia erótica de la zona anal aparecen como
caracteres esenciales. Lo que hallamos en los invertidos puede hallarse, con menor fuerza, en los tipos transicionales y normales.
Entre las influencias accidentales sobre la elección de objeto se hallan: el amedrentamiento sexual temprano y la presencia o
ausencia de ambos padres. Por otra parte hay que separar, en el plano conceptual, la inversión del objeto sexual de la mezcla de
caracteres sexuales en el interior de un sujeto, en esta relación hay cierto grado de independencia. El terror a la castración al ver los
genitales femeninos es una de las causas de la homosexualidad masculina.
3- Homosexualidad femenina.
Freud: frente al reconocimiento de la castración como un hecho en la mujer una de las salidas es la homosexualidad. La mujer, en
porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste hasta épocas
increíblemente tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la fantasía de ser a pesar de todo un varón sigue poseyendo virtud
plasmadora durante prolongados períodos. Este complejo de masculinidad de la mujer puede terminar en una elección de objeto
homosexual manifiesta.
Lacan: La mujer deberá entrar en la dialéctica del intercambio en función de objeto, posición poco natural. La homosexualidad
femenina aparece siempre cuando la discusión se refiere a las etapas que la mujer ha de atravesar para cumplir su culminación
simbólica. Freud en 1923 en La organización genital infantil plantea como un principio la primacía de la asunción fálica. La fase fálica,
etapa terminal de la primera época de la sexualidad infantil, que se termina con la entrada del período de latencia, es una fase típica
tanto para el niño como para la niña. La organización genital da su fórmula. Los dos sexos la alcanzan. La posesión o la no posesión
del falo es su elemento diferencial primordial. Así, no hay realización del macho y de la hembra, sino fálico-castrado. La paradójica
afirmación del falicismo es el propio eje alrededor del cual debe desarrollarse la interpretación teórica. Todo lo relacionado con la
prioridad o el predominio del falo en una etapa de la evolución del niño, sólo tendrá su incidencia a posteriori.
Sólo se puede hacer intervenir al falo en la medida en que es necesario, en determinado momento, para simbolizar algún
acontecimiento, ya sea la llegada tardía de un hijo para alguien que tiene una relación inmediata con el niño, o bien por parte del
sujeto mismo, ante la cuestión planteada por su propia maternidad y la posesión de un niño.
Sólo la castración instaura, en el orden que verdaderamente le corresponde, la necesidad de la frustración, lo que la trasciende y la
instaura en una ley que le da otro valor. La castración también consagra la existencia de la privación, puesto que la idea de la
privación no puede concebirse de ningún modo en el plano real. Una privación sólo puede concebirla efectivamente un ser que
articula algo en el plano simbólico. La frustración se refiere a algo de lo que uno se ve privado por alguien de quien precisamente
podría esperar lo que le pide. Lo que esta en juego de este modo es menos el objeto que el amor de quien puede hacer ese don.
Nos encontramos aquí en el origen de la dialéctica de la frustración, porque todavía está al margen de lo simbólico. Este momento
inicial es fugaz. El don sólo aparece al principio con cierta gratuidad. Viene del otro. Lo que hay detrás del otro, o sea toda la cadena
donde se encuentra la razón del don, no se percibe todavía, y sólo más adelante el sujeto puede advertir que el don es mucho más
completo de lo que al principio parecía, que esta interesada toda la cadena simbólica humana. Al principio, sólo esta la
confrontación con el otro y el don que surge.
Sólo hay frustración si el sujeto reivindica, si el objeto se considera exigible por derecho. En ese momento el objeto entra en lo que
se podría llamar el área narcisista de las pertenencias del sujeto.
La frustración desemboca en algo que nos proyecta a un plano distinto del plano del puro y simple deseo. La demanda supone algo
conocido en la experiencia humana, que hace que nunca pueda ser propiamente satisfecha.
La joven homosexual: La relación de la chica con la dama revela ser pasional, y hace difíciles sus relaciones con su familia. El hecho
de que eso enfurezca al padre constituye un motivo para la chica, no es que sostenga su pasión, pero hace que la lleve como la lleva:
esa especie de tranquilo desafío con el que mantiene su asiduidad con la dama en cuestión, sus esperas en la calle, su forma de
exhibir en cierto modo el asunto. La madre que ha estado neurótica y no se toma la cosa tan mal, o al menos no tan en serio.
Freud explica partiendo de la orientación normal del sujeto hacia el deseo de obtener un niño del padre. En este registro hay que
concebir la crisis originaria que llevó al sujeto a tomar una dirección estrictamente opuesta. Hubo un vuelco de la posición subjetiva.
La decepción debida al objeto del deseo se traduce por una inversión completa de la posición: el sujeto se identifica con dicho
objeto, lo que equivale a una regresión al narcisismo. La decepción que opera este vuelco se debe a que en el momento en que el
sujeto habla elegido la vía de una toma de posesión del niño imaginario, su madre obtiene realmente otro hijo del padre.
Según Freud, el fenómeno debe considerarse reactivo: el resentimiento contra el padre sigue actuando. Esta pieza clave en la
situación explica como se desarrolla toda la aventura. La chica se muestra claramente agresiva con el padre.
Freud notó que la elección objetal de la joven responde al tipo propiamente masculino. Freud subraya que se trata aquí del amor
platónico en su mayor exaltación. Es un amor que no pide más satisfacción que servir a la dama. No se trata simplemente de un a
atracción o de una necesidad, sino de un amor que en sí mismo no sólo prescinde de satisfacciónes, sino que apunta a la no
satisfacción. En este orden puede desarrollarse un amor ideal, la institución de la falta en la relación con el objeto.
Las homosexuales son sujetos que en algún momento han desarrollado una fijación muy intensa al padre. Hay crisis porque
entonces interviene un objeto real. El padre da un niño a otra persona.
Pero se trata de algo que ya estaba instituido en el plano simbólico. Es en el plano simbólico, y no ya en el plano imaginario, donde
el sujeto se satisfacía con ese hijo, como hijo donado por el padre. Esto la sostenía en la relación entre mujeres (madres jovenes). La
presencia del hijo real, el hecho de que el objeto se haya materializado al tenerlo su madre la hace volver al plano de la frustración.
Ella va a identificarse con el padre y luego a convertirse en ese hijo latente que en efecto podrá niederkommen cuando la crisis
llegue a su término. Pero lo más importante es que lo que se desea esta más allá de la mujer amada. El amor que la chica siente por
la dama apunta a algo distinto que a ella. Este amor que vive pura y simplemente en la devoción, y que eleva a su grado supremo el
apego del sujeto y su anonadamiento.
Lo que se desea propiamente en la mujer amada es precisamente lo que le falta. Y lo que le falta en este caso es precisamente el
objeto primordial cuyo equivalente iba a encontrar el sujeto en el hijo, como sustituto imaginario al que volverá a recurrir.
En el punto más extremo del amor, en el amor más idealizado, lo que se busca en la mujer es lo que le falta. Lo que se busca más allá
de ella misma, es el objeto central de toda la economía libidinal —el falo.
c) 1- Impulsión al goce.
Es un verse llevado a…,implica un actuar. Puede ser pensado en relación a la compulsión a la repetición. Hay una pulsión desatada y
la persona está sujeta a esa impulsión. Tensiona para agotar el deseo, que no quede ningún tipo de resto, consumirlo todo; sin
embargo un resto siempre queda, de esto reniega la perversión
Lacan: el fantasma perverso, tiene una propiedad que podemos aislar. Hay aquí como una reducción simbólica que ha eliminado
progresivamente toda la estructura subjetiva de la situación para dejar subsistir tan sólo un residuo, desubjetivado y enigmático,
porque conserva toda la carga (pero una carga no revelada, sin constituir, no asumida por el sujeto) de lo que en el Otro constituye
la estructura articulada en la cual el sujeto esta implicado. En el fantasma perverso, todos los elementos están presentes, pero todo
lo que es significación, o sea la relación intersubjetiva, se ha perdido. Los significantes en estado puro se mantienen sin la relación
intersubjetiva, vaciados de su sujeto. Lo que aquí se indica en el sentido de una relación estructurante fundamental de la historia del
sujeto en el plano de la perversión, al mismo tiempo se mantiene, esta incluido, pero bajo la forma de un puro signo.
El fantasma fija, reduce al estado de lo instantáneo el curso de la memoria, detenido así en aquel punto llamado recuerdo pantalla.
Piensen en un movimiento cinematográfico que se desarrolla rápidamente y se detiene de pronto en un punto, inmovilizando a
todos los personajes. Esta instantaneidad es característica de la reducción de la escena plena, significante, articulada entre sujeto y
sujeto, a lo que se inmoviliza en el fantasma, quedando este cargado con todos los valores eróticos incluidos en lo que esa escena
había expresado; ahora es su testimonio y su soporte, el último soporte que queda.
Aquí es palpable como se forma lo que podemos llamar el molde de la perversión, o sea la valorización de la imagen. Se trata de la
imagen como ultimo testimonio privilegiado de algo que, en el inconsciente, debe ser articulado, y vuelto a poner en juego en la
dialéctica de la transferencia, o sea que debe recobrar sus dimensiones en el interior del diálogo analítico.
La dimensión imaginaria se muestra predominante siempre que se trata de una perversión. Esta relación imaginaria esta a medio
camino de lo que se produce entre el sujeto y el Otro, algo del sujeto que aún no se ha situado en el Otro, por estar reprimido. Se
trata de una palabra que es del sujeto, pero al ser por su naturaleza de palabra, un mensaje que el sujeto debe recibir del Otro en
forma invertida, también puede permanecer en el Otro y constituir lo reprimido y el inconsciente, instaurando así una relación
posible, pero no realizada.
Decir posible no es decirlo todo, debe haber también alguna imposibilidad, de otro modo no estarla reprimido. Por esa imposibilidad
que existe en las situaciones ordinarias, se requieren todos los artificios de la transferencia para hacer que pueda pasar de nuevo,
para hacer formulable lo que debe comunicarse del Otro, al sujeto, si es que el yo (moi) del sujeto llega a ser. Freud indica que el
problema de la constitución de toda perversión debe abordarse a partir del Edipo, a través de los avatares, la aventura, la revolución
del Edipo.
El neurótico sostiene con su fantasma su deseo desfalleciente, y la posibilidad de seguir deseando supone una condición: no poner
en acto su fantasma. El perverso, en cambio, no retrocede ante su fantasma, este es llevado a escena, es puesto en acto.