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UNIDAD I

CAMPO DE LA MIRADA

 El sujeto como objeto de la mirada


Foucault diferencia un acampo de la mirada de un campo de la escucha. Dice que la medicina moderna nace a fines del siglo XVIII e
identifica el origen de su positividad en lo percibido más allá de toda teoría. A principios de siglo XIX cambia la estructura de la
relación de lo visible con lo invisible e hizo aparecer, bajo la mirada del médico y en el lenguaje, lo que estaba más acá y más allá de
su dominio.
Las descripciones de la clínica médica (S.XIX), en su precisión cualitativa, guían nuestra mirada en un mundo de constante
visibilidad, mientras que en el periodo anterior habla el lenguaje, sin apoyo perceptivo, de los fantasmas (S. XVIII)
La medicina positiva (S.XIX): los dominios en los que se comunican médicos y enfermos fueron desplazados de un espacio quimérico
a la singularidad del enfermo, a sus síntomas subjetivos que definen al médico el mundo de los objetos por conocer. En el campo de
la mirada se construye la gnoseografía, un saber que se aplica a lo que el sujeto diga. El vínculo entre saber y sufrimiento se asegura
por una vía compleja; la presencia de la enfermedad en el cuerpo es discutida en su objetividad por el discurso reductor del médico
y fundada como tantos objetos por la mirada positiva. Hay una mutación del discurso (hacia uno racional). Se pone en duda la
distribución de lo visible y lo invisible; lo que se enuncia y lo que se calla. La articulación del lenguaje médico y de sus objetos
aparecerá entonces en una figura única. La patología y la mirada locuaz del médico se fundan en la estructura del lenguaje que
funda lo percibido, distribuye lo visible y lo invisible.
La experiencia se identifica con el dominio de la mirada atenta. El ojo se convierte en el depositario y fuente de claridad, tiene el
poder de traer a la luz una verdad. En el discurso racional previo a todo saber se dan el origen, el dominio y el límite de la
experiencia.
A partir de Descartes, el objeto del discurso es un sujeto, sin que las figuras de la objetividad sean modificadas. Es lo que permite
hacer sobre el individuo un discurso de estructura científica, abriendo la posibilidad de una experiencia clínica.
El individuo es el negativo de la enfermedad porque interfiere en la expresión ideal del cuadro nosológico. En la clínica el sujeto es
la enfermedad y el enfermo es un ejemplo, es el accidente de la enfermedad, el objeto transitorio del cual esta de ha apropiado.

 La psicopatología como subcampo de la clínica médica


En el SXIX la clínica psiquiátrica es esencialmente la observación morfológica, la descripción formal de las perturbaciones
psicopatológicas. La mirada parece constituir la metáfora que obsesiona a esta práctica y que transparenta la relación que la
estructura; aplicar a otro el modo de observación que habitualmente se reserva a las cosas plantea algunos problemas. Estos
volvieron sospechosa a la clínica de participar en la alienación de aquellos cuyas perturbaciones pretendía describir
exhaustivamente, analizar objetivamente y clasificar racionalmente.
La clínica como método conciente de sí mismo y sistemático apareció, según Bercheríe, con Pinel.
La clínica psiquiátrica es ante todo una acción médica aplicada, en un segundo tiempo, a lo que de entrada fue concebido como una
rama de la patología del cuerpo. Ese es el postulado de base de la clínica psiquiátrica desde su origen en Pinel; las perturbaciones
mentales deben considerarse como una variedad particular de las perturbaciones somáticas.

 El síntoma como signo


Garay: El médico recibe la queja del paciente referida a su cuerpo y procede a recoger datos, fechas y sucesos que van dibujando el
cuadro clínico. Compara, resalta y aísla, signos que se combinan en el cuadro hasta que este se objetiva y se lo puede nombrar y
clasificar. El médico confronta su saber acumulado como información en estos signos que recoge. El signo remite a algo conocido
que se encuentra como saber archivado en la memoria del médico.
El acto médico del diagnóstico consiste en confrontar los signos recogidos con el grupo de aquellos que configuran una patología,
una enfermedad, cuyo origen, desarrollo y futuro es la repetición estadística. El signo remite a una o varias significaciones pero no
hay ambigüedad en la interpretación. Hay una relación de especificidad entre el signo y sus consecuencias.
La enfermedad es algo que rompe cierta armonía, es algo desproporcionado en el cuerpo y origina un sufrimiento que nos hace
hablar. Pero hay otro sufrimiento el de una carencia de ser. No se trata de una carencia biológica de nuestro cuerpo sino de la que
en nuestro cuerpo no ha terminado de constituirse, fuente de insatisfacciones y de satisfacciones perentorias que ceden
parcialmente con los objetos de la necesidad (comida, agua, sexo)
La naturaleza del reclamo se pulveriza en el lenguaje y se organiza en el cuerpo de la lengua. Se pierde la puntualidad entre la
necesidad y su objeto de satisfacción. El objeto, perdido para siempre no responderá al reclamo. Es que es un reclamo que se hará
desde la palabra y por tanto es mal entendido. Es una interpelación, una demanda. El no poder decirlo nos lleva a repetir los
desencuentros. De este sufrimiento es del que se ocupa el psicoanálisis y también de la modalidad con la que cada cuerpo se
desencuentra y en este encuentro fallido goza y se satisface con lo encontrado, que es siempre un sustituto. El análisis sirve para
que estos encuentros se produzcan menos dolorosamente. Se trata de una conversación en la que tratamos de escuchar el llamado
que hay en nosotros para acudir a él y desencontrarnos con quien lo hace, qué se nos pide.
Cuando un individuo habla dice más de lo que quiere decir, cuando habla se pierde como individuo, su cuerpo anatómico también
se pierde y empieza en el lugar de la palabra a configurarse otro cuerpo, el cuerpo del lenguaje. El lenguaje toma cuerpo en punto s
en que hay tropiezos de la palabra, cortes, vacilaciones, sustituciones. En esta falla la palabra toma cuerpo, un cuerpo marcado por
la palabra que ha arrancado algo del cuerpo y que se ha perdido.
Este otro lugar en el que el individuo se pierde sin que él lo sepa es una dimensión del inconciente, “sujeto del irse de la lengua” que
me arrastra en su decir como individuo y me alumbra como sujeto en la metáfora. Allí se pone en juego un saber sobre algo que
alcanza al sujeto.
El descubrimiento freudiano comienza en el límite en que el discurso médico encuentra su borde y el sufrimiento persiste. La
insistencia de la queja y la repetición del síntoma interpelan al médico en su saber y escuchar. Comienzo de una escucha: los
síntomas, en tanto historia del sujeto, lo hacen a él sujeto de su historia . Historia de deseos que sostenidos en el escenario de la
fantasía e inscriptos como lenguaje en el sujeto, son la matriz de su organización. Es síntoma obliga al sujeto a interrogarse por una
cuestión que él no conocía. Este síntoma pude ser pensado como signo, aquello que se ofrece para que otro lo lea. Pero el
psicoanálisis plantea pensar el síntoma como anudamiento significante.
La cuestión del sufrimiento exige de la medicina una movilización: erradicar al agente del sufrimiento y restituir el bienestar que
antes tenía. La terapéutica médica consiste en agregar lo que falta o quitar lo que sobre a un cuerpo cuya normalidad está
establecida.
Para el psicoanálisis el sufrimiento es constitutivo del sujeto en tanto sujeto de la falta. Todo lo que agreguemos allí para cubrirla
solo nos hará hacer síntomas. El síntoma del psicoanálisis es entonces una transacción entre el deseo de colmar la falta que lo
causa y los efectos de la fantasía en la cual el Deseo se sostiene.

 Construcción de los cuadros nosográficos, según el método de observación, descripción y ordenamiento de los síntomas.
Foucault dice que una de las maneras de la medicina para especializar la enfermedad es la anatomía, para esta el cuerpo humano
define por naturaleza el espacio de origen y repartición de la enfermedad, en el siglo XIX en la medicina se superponen dos
espacios: el de la configuración de la enfermedad y el de la localización del mal en el cuerpo (anatomía patológica). Se privilegia la
mirada, la experiencia lee de un golpe las lesiones visibles del organismo y le atribuye una forma patológica.
La medicina clínica (método anátomopatológico) fue precedida por la medicina clasificadora donde el espacio de configuración de
la enfermedad era independiente del espacio de localización. La regla clasificadora aparece como la lógica de las formas mórbidas,
el principio de su desciframiento y definición.
La medicina clasificadora supone una configuración de la enfermedad, un espacio donde el parentesco se puede formalizar. El
cuadro nosológico implica una figura de las enfermedades que no es ni el encadenamiento de los efectos y las causas, ni la serie
cronológica de los acontecimientos; esta organización define un sistema fundamental de relaciones que pone en juego desarrollos,
subordinaciones, divisiones, similitudes. Es un espacio anterior a las percepciones y que las gobierna; distribuye y jerarquiza la
enfermedad que al emerger bajo la mirada va a tomar cuerpo en el organismo vivo.
Toda enfermedad tiene una estructura racional y discursiva específica que hace a su construcción. El conocimiento del médico
sobre los cuadros nosológicos es lo que permite el reconocimiento de la enfermedad.
Las enfermedades son especies, a la vez naturales, porque enuncian verdades esenciales; e ideales porque se presentan en la
experiencia con ciertas modificaciones, por los accidentes de las características específicas del enfermo. El médico debe ajustarse a
la nosología, abstrayéndose de las características específicas de enfermo, y permitir el devenir natural de la enfermedad.
El cuadro nosológico es el que hace posible un saber médico racional y seguro, la mirada médica debe reconocer para conocer. El
trabajo de la medicina es construir las enfermedades a través de la clasificación; pero por otro lado debe curarla con lo que alcanza
su fin en una neutralización progresiva de sí misma.

CONCLUSIÓN
Nuestro estudio termina analizando publicaciones del último medio siglo, ya sea de Alemania o de Francia. Podría preguntarse por
qué fenómeno clínica ve agotarse su fuente viva en esta época y qué es lo que hace que a partir de entonces hablemos en pasado.
En ese punto de inflexión de los años 20 parecen plantearse para el conjunto de las corrientes una serie de problemas. Tres grupos
de fenómenos patológicos son progresivamente individualizados, a través de ese siglo y medio de observaciones: Se trata de los
síndromes orgánicos por una parte, de la patología constitucional-reaccional por la otra y, finalmente, de ese grupo de psicosis al
cual, bajo la influencia de los psicoanalistas, se le reservará el término y que los alemanes llaman psicosis endógenas. Se caracteriza,
como el primer grupo, por una ruptura del equilibrio personal y de la temporalidad psíquica, ya sea esta ruptura brutal o más
insidiosa, y como el segundo por una integridad de las funciones psíquicas de base y por la ausencia de substrato orgánico conocido.
Esta síntesis seductora parece chocar con diversas dificultades.
Se trata primero, en el interior de ese grupo de psicosis endógenas, del modo de delimitación adoptado. Hemos visto mantener a la
escuela alemana una división en dos clases, a las cuales el criterio evolutivo confiere una falsa unidad: esquizofrenias (procesos
crónicos), maníaco-depresivas (fases agudas). Las excepciones evolutivas son la regla y, la escuela francesa, siempre más ligada a la
“morfología” clínica, tenderá a oponer una división tripartita a esos enfoques: demencia precoz, delirios crónicos, psicosis maníaco-
depresiva; una cuarta clase no cesa de molestar debido a su eterna recurrencia: las psicosis delirantes agudas, que no se decide a
incluir en uno de los tres grupos a los cuales ellas pueden integrarse. Pero cualquiera fuese la división adoptada, se choca
continuamente con el problema de los casos mixtos, atípicos, inclasificables. Por otra parte, entre la patología constitucional y las
psicosis endógenas, siempre se tienden puentes que llegan a confundir las fronteras.
Finalmente, mucho más grave (pues las psicosis endógenas son generalmente consideradas como constitucionales), numerosas
psicosis orgánicas no cesan de simular ‘“los otros dos grupos de perturbaciones”. La encefalitis epidémica, por ejemplo, en este
mismo período suministrará numerosos ejemplos de síndromes paranoides; también las parálisis generales, los tumores
cerebrales, las psicosis alcohólicas, las demencias iniciales suministran síndromes pseudo-constitucionales o de dimensión
endógena. El mismo problema es planteado más recientemente por las psicosis-modelos.
¿Cómo reaccionar frente a esta erosión continua que imponen los hechos a las distinciones mejor fundadas y más pacientemente
establecidas? Hacia el fin del período que estudiamos, el análisis clínico había alcanzado una tal perfección que se pierde la
esperanza de ver al futuro resolver por medio de un acrecentamiento de la agudeza de la observación los problemas que se volvían
a encontrar. Reconocer el valor puramente estadístico de la nosología, establecer una pirámide diagnóstica, es volver a cuestionar
el postulado de base que sostenía la “fe” clínica; Pinel la había fundado sobre la certidumbre de que los fenómenos aparentes
correspondían a las inalcanzables realidades subyacentes, ¿Acaso el círculo no se ha cerrado y la clínica no ha terminado por volver
a sus premisas inventadas?
Diversas actitudes se plantearán, “reacciones” perfectamente “comprensibles” frente a este desgraciado golpe de lo real. La
reacción dogmática consiste en sostener, contra toda evidencia, la división tripartita. Parece que la posteridad de Jaspers se ha
orientado en esa dirección, hasta rechazar, por ejemplo, toda relación entre los temperamentos basales descriptos por Kretschmer
y las psicosis correspondientes (Schneider) o a oponer esquizofrenias verdaderas y síndromes esquizofreniformes (Langfeldt),
esperando que las palabras impedirán a las cosas confundirse. Numerosos autores franceses participan igualmente de estas
posiciones.
Una reacción más empírica consiste en decidirse a hablar de síndromes en lugar de entidades y a dar a éstos una etiología y una
evolución variable. El inicio, hacia el mismo período, de los grandes descubrimientos en terapéutica biológica y la débil especificidad
de esos tratamientos reforzará tales opciones y acentuará el desamparo que sufre la clínica: los europeos llegan así a unirse al
pragmatismo de los anglo-sajones. Resulta que una solución tal deja intacto al problema y viene a chocar con la gran pregunta de
las relaciones entre lo psicógeno y lo organógeno sin esperanza de solución a corto plazo.
Estas dificultades se agregarán a la necesidad, percibida por los psiquiatras desde esa misma época, de oponer una doctrina
presentable a las tesis psicoanalíticas. El psicoanálisis, ganaba cada vez más terreno en psicopatología y forma parte de su misma
naturaleza el presentarse como un sistema explicativo que tiende a la completitud y no falto de imperialismo . A aquellos que
están en el exterior de su círculo, a menudo les resulta difícil lograr pensar que los sistemas que presenta no son más que la delgada
armadura conceptual que encierra una enorme masa de hechos nuevos, surgidos de una experiencia que trastorna progresivamente
el conjunto de nuestro universo conceptual y de la cual obtiene la extraordinaria capacidad de penetración que lo convirtió en tres
cuartos de siglo en un hecho social de dimensión internacional. Por otra parte, el ángulo nuevo bajo el cual considera los
fenómenos psicopatológicos, aquél de su significación subjetiva, lo lleva a considerar la observación clínica, centrada sobre la
morfología externa de los fenómenos, como formal y estéril, incluso alienante.
La tendencia de numerosos psiquiatras, desde los años 20, parece haber sido pensar que el psicoanálisis debía su éxito a su sistema
más o menos totalizante (o totalitario) y que era indispensable dar a sus concepciones, hasta entonces simples “tablas de
orientación para la investigación” como decía Jaspers, una orientación un poco más sistemática. A ello se debe el verdadero
florecimiento de sistemas doctrinales en la psiquiatría reciente, la clínica ocupando la posición de una ilustración práctica de
hipótesis antropológicas y patogénicas alrededor de las cuales ellos son construidos. Así, Minkowski, Guiraud, Ey en Francia,
Schneider y la corriente fenomenológica en Alemania, son los representantes típicos de una dirección tal. Los clásicos partían de
postulados previos pero, como lo señala Jaspers, se trataba de hipótesis de investigación, de orientaciones metodológicas
fructuosas para la observación, no de grandes síntesis dogmáticas, de estructuras cerradas y estériles.
El resultado conjunto de las impases de la clínica, de la urgencia doctrinaria y de las perspectivas del pragmatismo terapéutico, es
hacer desaparecer lentamente la clínica, su espíritu primero, su contenido luego. Abramos un manual clásico de psiquiatría: se trata
más de un conjunto de documentos concretos, descriptos y analizados, que de un tratado de psicología patológica, como nuestras
obras modernas, sin ejemplos, sin historias de casos, sin ilustración, sin plan de examen ni verdadero inventario semiológico. Ya
desde hace algunas décadas, la psiquiatría ha comenzado a tener vergüenza de la clínica pura, de la simple observación, de la
mirada: una avalancha de justificaciones antropológicas debe enmarcar el examen y el diagnóstico psiquiátrico. Esta culpabilidad
representa un “progreso de la conciencia” y la apertura sobre un tiempo en el que la destreza en la presentación de enfermos no es
más la única fuente de prestigio de un practicante; parece simplemente que ha sido necesario, una vez más, pagar con una pérdida
sensible una tal evolución.
¿Se puede ahora intentar analizar qué determinó el fracaso o al menos la falta de éxito del proyecto clínico? Al delimitar
correctamente su eficacia, percibiremos mejor el punto de tropiezo. Incuestionablemente, en el plano del inventario de los diversos
cuadros psicopatológicos y de su descomposición en elementos simples, el enfoque clínico desemboca, en sus últimas etapas, en un
pleno éxito. Si nada se ha podido agregar después es probablemente porque no había gran cosa que hubiera sido dejada de lado.
El problema no resuelto o más bien resuelto parcialmente y por lo tanto de manera insatisfactoria sobre el plano doctrinario, es el
del diagnóstico de la naturaleza de la perturbación en causa, y por ende del pronóstico, de la evolucionabilidad previsible, del futuro
del paciente y de su enfermedad.
Por lo tanto debemos interrogar al enfoque clínico sobre ese problema de la “naturaleza” de las perturbaciones psicopatológicas
para encontrar ahí lo que probablemente determina desde el principio las aporías que vuelve a encontrar en su punto de llegada.
Desde su origen en Pinel, la clínica reposa sobre el postulado de que el cuadro clínico reenvía a una esencia que es su realidad,
siendo esta esencia concebida como un fenómeno material, y en este caso corporal, somática. Un postulado tal reposa sobre dos
grandes determinaciones, que están íntimamente ligadas:
- pertenece a la naturaleza misma del pensamiento empírico el concebir el orden de los fenómenos como una cáscara opaca que
recubre la esencia pura, la realidad última que es la responsable de la primera. Ahí está su idealismo oculto pues ella apunta
finalmente a mostrar en la realidad, por un ascetismo de la mirada, el concepto puro que da cuenta de las apariencias. Limitando
entonces su enfoque a una observación sistemática y a una clasificación de los fenómenos encontrados, ella desemboca fatalmente
sobre el postulado que invalida todo enfoque clasificatorio. Es decir, la confusión de las clases que se definieron con seres
concretos, naturalezas que tienen su propia existencia en un plano que trasciende el orden de los fenómenos. Así la psiquiatría
clínica pasará de la descripción tan rica de un síndrome a su erección en entidad clínica, en “forma natural” (Falret);
- desde el momento en que los fenómenos psicológicos son observados y recolectados como si se tratara de realidades materiales,
substanciales, se tiende a otorgarle esa misma materialidad y por lo tanto a hacer automáticamente de ellos el doble de una
realidad más tangible. ¿Y qué otra realidad tangible prestar a una manifestación subjetiva, desde el momento en que no sería
posible relacionarla con un ser sobrenatural, que aquella del cuerpo? Por eso la clínica, desde el origen, concibe la locura como
una enfermedad y al enfermo mental como el sujeto de un cuerpo enfermo. Y ya que se trata de una enfermedad, de un proceso
patológico en el sentido del cuerpo, es necesario delimitar las manifestaciones específicas, describir los procesos diferentes unos de
los otros, pasar así del análisis de la forma que acepta una descomposición en elementos simples, a la idea del mismo número de
enfermedades particulares: entonces comienza la búsqueda del caso típico, puro, que se manifiesta una rareza, cuando no es
simplemente una construcción del observador.
El valor heurístico que ha tenido un enfoque tal es indudable: progresivamente se delimitó toda una gama de perturbaciones
mentales (demencias, síndromes confusionales y oligofrenias) que han servido de modelo a la conceptualización del resto de la
patología mental, del cual, sin embargo, una fosa los separa.
No se trata de mostrar el “error”, incluso la “falta” de los clásicos: ellos operaban con los medios con que contaban. Se trata,
partiendo de conocimientos nuevos a los cuales ellos no tenían acceso, aquellos que obtenemos de la comprensión psicoanalítica
de la psicopatología, de determinar las razones de su fracaso en la naturaleza misma de su enfoque. Y esto a fin de obtener, para
nosotros mismos, una enseñanza, pues lo que invalidaba su investigación continúa pesando sobre las nuestras: el enfoque
clasificatorio está igualmente presente en el pensamiento psicodinámico. Continuamente, tiende a hacer pasar desde el plano de
la descripción y de la clasificación de los mecanismos psicopatológicos al de las esencias, de las “estructuras”. ¿Quién no percibe
el parecido entre las dificultades que encontraba la clínica y aquellas que reflejan las interminables discusiones sobre el tema de
saber si tal paciente es o no psicótico?
La actitud diagnóstica es un residuo psiquiátrico en el interior del enfoque psicoanalítico, que tiende a desembocar sobre otra cosa
que una comprensión de la esencia, de la naturaleza categorial del paciente. Debería buscar la descripción de cierto tipo de
equilibrio de la personalidad, de cierto momento de la evolución vital y en un contexto relacional particular, equilibrio de
mecanismos funcionales específicos, más o menos gravemente patológicos, es decir más o menos costosos para el sujeto, y
remitiendo a estructuras clínicas que los tipifican en su pureza (los grandes síndromes neuróticos, psicóticos, caracterológicos).
Ningún caso clínico concreto corresponde a un resultado puro de un único tipo de esos mecanismos: se los encuentra a todos
reunidos en cada caso particular, en cada personalidad particular. Es su proporción, su equilibrio dinámico y su interacción
funcional, lo que le confiere su coloración específica a cada caso o más bien a cada etapa de la evolución vital de cada caso.
Finalmente, ¿cómo comprender en forma diferente la posibilidad del proceso terapéutico que busca siempre modificar este
equilibrio en el sentido de lo menos costoso, de lo más económico para el sujeto? Conceptualizando finalmente al sujeto como una
mónada cuya naturaleza propia es independiente del medio y de los acontecimientos relacionales, del cual toda la evolución posible
está inscripta en el condicionamiento inicial, el diagnóstico de estructura parece no tomar en cuenta que si el orden relacional es
fundador para el sujeto, continúa determinando sin cesar su evolución y su presentación del momento.
La concepción dinamista está muy presente en la mayor parte de los trabajos de clínica psicoanalítica, en suspensión o más bien en
equilibrio inestable con la actitud diagnóstica. Se la encuentra particularmente en Freud, siempre más bien avaro de diagnósticos
“estructurales” y a quien no le repugnaba para nada ver al mismo enfermo oscilar de neurosis a psicosis o a perversión.

Neurosis
La angustia es la característica principal de las neurosis. Se la puede sentir y expresar directamente, o controlarla inconciente y
automáticamente por mecanismo psicológicos de defensa como la conversión, el desplazamiento y otros. Generalmente, estos
mecanismos producen síntomas que se experimentan como malestar subjetivo del cual el paciente desea aliviarse. No se manifiesta
distorsión grosera de la realidad externa ni desorganización grave de la personalidad. Una excepción es la neurosis histérica, la cual
puede acompañarse por alucinaciones y otros síntomas psicóticos. Los pacientes neuróticos, aun cunado estén gravemente
obstaculizados por sus síntomas, tienen conciencia de su funcionamiento mental perturbado.
Neurosis de angustia: caracterizada por una exagerada y ansiosa preocupación por sí mismo que puede llegar al pánico y que se
asocia comúnmente con síntomas somáticos. La ansiedad puede presentarse bajo cualquier circunstancia y no estar circunscripta a
situaciones u objetos específicos. Este trastorno debe distinguirse del miedo o temor normal que se experimenta en situaciones
realmente peligrosas.
Neurosis histérica: se distingue por pérdida o trastorno involuntario psicogenético de alguna función. Los síntomas comienzan y
terminan súbitamente en situaciones cargadas emocionalmente y expresan, en forma simbólica, los conflictos subyacentes. A
menudo pueden ser modificados por la sugestión.
Neurosis histérica de conversión: los sentido especiales o el sistema nerviosos voluntario están afectados, causando síntomas como:
ceguera, sordera, anosmia, anestesias, parestesias (Sensación anormal de hormigueo, adormecimiento o ardor), parálisis, ataxias
(Pérdida parcial o completa de la coordinación del movimiento muscular voluntario.), aquinesias y disquinesias. A menudo, el
paciente muestra una gran despreocupación o indiferencia hacia sus síntomas, los cuales pueden, a su vez, proporcionarle ventajas
secundarias consiguiéndole simpatías o evitándole responsabilidades desagradables.
Neurosis histérica disociativa: las alteraciones pueden ocurrir tanto en el estado de la conciencia del paciente como en su identidad,
produciendo síntomas como la amnesia, sonambulismo, fuga y personalidad múltiple.
Neurosis fóbica: se define por intenso temor a un objeto o a una situación que el paciente concientemente reconoce como inocua.
Su inquietud se puede acompañar con desvanecimiento, fatiga, palpitación, nausea, temblor y aun pánico. Las fobias se atribuyen
generalmente a temores desplazados hacia los objetos o las situaciones fóbicas desde otros objetos o situaciones desconocidas
para el.
Neurosis obsesivo-compulsiva: cuadro caracterizado por la persistente intromisión de pensamientos, impulsos y reacciones
indeseables que el paciente es incapaz de impedir. Los pensamientos pueden consistir en ideas o palabras, reflexiones o cadenas de
pensamientos que carecen de sentido para el paciente. Las acciones varían desde simples movimientos hasta rituales complejos.
Cunado no puede completar su ritual compulsivo, o se preocupa por su incapacidad para controlarse, hay frecuentemente angustia
e inquietud
Neurosis depresiva: se manifiesta por una desmesurada reacción depresiva, debida a un conflicto interno a un suceso identificable,
tal como la pérdida de un objeto amado o de una posesión preciada.
Neurosis neurasténica: caracterizada por quejas de debilidad crónica, fácil fatigabilidad y algunas veces agotamiento. A diferencia
de la neurosis histérica las quejas del paciente son genuinamente molestas para el y no hay pruebas de que las utilice para obtener
ventajas secundarias.
Neurosis de despersonalización (síndrome de despersonalización): en este síndrome existe un sentimiento de irrealidad y de
extrañeza de si mismo, del cuerpo y del contorno.
Neurosis hipocondríaca: se diagnostica por preocupaciones corporales y temores de presuntas enfermedades de diversos órganos.
A pesar de que los temores no tienen cualidad delirante como en las depresiones psicóticas, ellos persisten aunque al paciente se le
asegure su falta de fundamento. Hay distorsión de la función.
Otras neurosis: incluye trastornos psiconeuróticos específicos no clasificados en otra parte, como “el calambre del escritor” y otras
neurosis ocupacionales.

 Atención de “urgencias” o “crisis subjetivas”


En estos casos, siempre teniendo en cuenta el diagnóstico diferencial, se suele trabajar en la clínica de una manera interdisciplinaria.
Se introduce una terceridad que le muestra al paciente que no está solo, que hay un lugar donde se puede alojar. La mediación es
una referencia. Hace que la persona pueda acotar su angustia. Uno se implica junto al paciente

 Internación y tratamientos
En la clínica psiquiátrica, dentro del marco de los manuales diagnósticos, se realiza en base a estos una serie de “recetas” que
incluyen los procedimientos a seguir según el diagnóstico y el pronóstico de la enfermedad. El psicoanálisis no puede permanecer
ajeno a esto, hay que tener en cuenta la diferenciación entre neurosis y psicosis, en esta última se trabaja interdisciplinariamente,
en una institución que incluya cierta terceridad. Esto no tiene que ver con el psicoanálisis sino con el sentido común. Se va
regulando una cuestión que se hace necesaria. La mediación hace que la persona pueda calmarse y hablar de eso.

 El problema clínico de la medicación


La clínica psiquiátrica se basa en la “receta”, desde el psicoanálisis se piensa que la medicación no arregla nada pero uno no puede
ponerse en posición de negar la medicación a ultranza. Hay que discriminar entre la medicación en la neurosis y en la psicosis. Se
trata de acompañar al paciente en ese proceso hasta que pueda dejar de sostenerse en la medicación para sostenerse en otra cosa;
Hasta que se instaure otro tipo de referencia que permita sostenerse en otra cosa.
En la clínica psiquiátrica la medicación es lo que se va a pedir, esto aparece desde el lado del médico, pero también por parte del
paciente. El acto médico está centrado en la receta.
Desde el psicoanálisis se piensa a la medicación en un lugar acotado, no es la respuesta pero tampoco el demonio; muchas veces,
en momentos de grandes crisis subjetivas, es lo que permite que el paciente puede hablar de su sufrimiento.

UNIDAD 2

 Estructuración subjetiva histérica:


1. El complejo de Edipo: su resolución.
Freud: disposición triangular de la constelación del Edipo, y bisexualidad constitucional del individuo. (Edipo completo de “El yo y
el ello”)
El niño en época temprana desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, que tiene su punto de arranque en el pecho
materno y muestra el ejemplo arquetípico de una elección de objeto según el tipo del apuntalamiento; del padre, el varoncito se
apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo uno junto al otro, hasta que por el refuerzo de los deseos sexuales
hacia la madre, y por la percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el complejo de Edipo. La identificación-
padre cobra una tonalidad hostil, se trueca en el deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí, la
relación con el padre es ambivalente. La actitud ambivalente hacia el padre, y la aspiración de objeto exclusivamente tierna hacia la
madre, caracterizan, para el varoncito, el contenido del complejo de Edipo simple, positivo.
Con la demolición del complejo de Edipo tiene que ser resignada la investidura de objeto de la madre. Puede tener dos diversos
remplazos: o bien una identificación con la madre, o un refuerzo de la identificación-padre. Este último desenlace es el más normal;
permite retener en cierta medida el vínculo tierno con la madre. De tal modo, la masculinidad experimentaría una refirmación en el
carácter del varón por obra del sepultamiento del complejo de Edipo.
Estas identificaciones no introducen en el yo al objeto resignado, aunque este desenlace es más fácilmente observable en la niña.
Por el análisis de la niña pequeña averiguamos que, después que se vio obligada a renunciar al padre como objeto de amor, retoma
y destaca su masculinidad y se identifica no con la madre, sino con el padre: el objeto perdido. Ello depende de que sus
disposiciones masculinas posean la intensidad suficiente.
La salida y el desenlace de la situación del Edipo en identificación-padre o identificación-madre parece depender en ambos sexos, de
la intensidad relativa de las dos disposiciones sexuales. Este es uno de los modos en que la bisexualidad interviene en los destinos del
complejo de Edipo. El otro es el complejo de Edipo más completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la
bisexualidad originaría del niño. El varoncito no posee sólo una actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto
hacia la madre, sino que se comporta simultáneamente, como una niña: muestra la actitud femenina tierna hacia el padre, y la
correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre.
A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y desdoblan de tal manera
que de ellas surge una identificación-padre y madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y,
simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la identificación-madre. En la diversa
intensidad con que se acuñen sendas identificaciones se espejará la desigualdad de ambas disposiciones sexuales.
Como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo,
que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial:
se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó.
Pero, el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la
significatividad de una formación reactiva frente a ellas. Su vínculo con el yo no se agota en la advertencia: «Así (como el padre)
debes ser», sino que comprende también la prohibición: «Así (como el padre) no te es lícito ser no puedes hacer todo lo que él hace;
muchas cosas le están reservadas».
Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión del complejo de Edipo; debe su génesis a
esta represión. Discerniendo, en los progenitores, en particular en el padre, el obstáculo para la realización de los deseos del Edipo,
el yo infantil se fortaleció para esa operación represiva erigiendo dentro de sí ese mismo obstáculo. Toma prestada del padre la
fuerza para lograrlo. El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se
produjo su represión, tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como
sentimiento inconciente de culpa, sobre el yo.
La génesis del superyó es el resultado de dos factores biológicos: el desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su
prolongada infancia, y el hecho de su complejo de Edipo, que hemos reconducido a la interrupción del desarrollo libidinal por el
período de latencia y, por tanto, a la acometida en dos tiempos de la vida sexual. La separación del superyó respecto del yo procura
expresión duradera al influjo parental y eterniza la existencia de los factores a que debe su origen. El ideal del yo o superyó es la
agencia representante de nuestro vínculo parental.
El ideal del yo es la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos
libidinales del ello. Lo que en la vida anímica individual ha pertenecido a lo más profundo, deviene, por la formación de ideal, lo más
elevado del alma humana en el sentido de nuestra escala de valoración.
La mujer llega a la situación edípica normal positiva luego de superar una prehistoria gobernada por el complejo negativo. La
intensa dependencia de la mujer respecto de su padre es la heredera de una igualmente intensa ligazón-madre. La vida sexual de la
mujer se descompone en dos fases, de las cuales la primera tiene carácter masculino; sólo la segunda es la específicamente
femenina. En su desarrollo hay un proceso de trasporte de una fase a la otra: del clítoris viril a la vagina. Al cambio de vía sexual de
la mujer le corresponde un cambio de vía en el sexo del objeto: de la madre el padre.
Motivaciones para el extrañamiento respecto de la madre: omitió dotar a la niñita con el único genital correcto, la nutrió de manera
insuficiente, la forzó a compartir con otro el amor materno, no cumplió todas las expectativas de amor y incitó primero el quehacer
sexual propio y luego lo prohibió. La ligazón-madre tiene que irse a pique porque es la primera y es intensísima.
El niño descubre la zona genital dispensadora de placer -pene o clítoris- durante el mamar con fruición. La niña nota el pene de un
hermano o un compañerito de juegos, y lo discierne corno el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a
partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.
El complejo de castración introduce a la mujer en el Edipo. Ella reconoce el hecho de su castración pero también se revuelve contra
esa situación desagradable. De esa actitud bi-escindida derivan tres orientaciones de desarrollo, tres soluciones del Edipo:
- La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad. La mujercita, aterrorizada por la comparación con el varón,
queda descontenta con su clítoris, renuncia a su quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general, así como a buena parte de su
virilidad en otros campos. Es la salida en la NEUROSIS. Aquí podemos ubicar a Dora, ella está en una posición de inhibición de la
sexualidad.
- La segunda retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene es elevada a la condición de fin vital, y
la fantasía de ser a pesar de todo un varón persiste. También este complejo de masculinidad de la mujer puede terminar en una
elección de objeto homosexual manifiesta. Es la salida en la HOMOSEXUALIDAD.
- Un tercer desarrollo, que implica rodeos, desemboca en la final configuración femenina que toma al padre como objeto y así
halla la forma femenina del complejo de Edipo. Ahora la libido de la niña se desliza, a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada
pene = hijo, a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al
padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer. El complejo de Edipo es
en la mujer el resultado final de un desarrollo más prolongado; no es destruido por el influjo de la castración, sino creado por él;
escapa a las intensas influencias hostiles que en el varón producen un efecto destructivo, e incluso es frecuente que la mujer nunca
lo supere. Por eso son más pequeños y de menor alcance los resultados culturales de su descomposición. Esta diferencia en el
vínculo recíproco entre complejo de Edipo y complejo de castración imprime su cuño al carácter de la mujer corno ser social. La
mujer tiene un superyó menos severo. Es la salida en la FEMINIDAD.
Lacan: desarrolla el Edipo en 3 tiempos:
Primer tiempo: el niño busca ser objeto del deseo de la madre. Por eso trata de convertirse en el objeto que la madre desea más
alla de él y que la obturaría: el falo.
Segundo tiempo: el padre es el privador imaginario de la madre, le niega su acceso a su objeto fálico, esto desprende al sujeto de su
identificación fálica y lo liga al hecho de que la madre depende de un objeto que el Otro tiene o no tiene. Aquí el padre se hace
preferir por la madre, esta es remitida a una ley que no es la suya sino de otro, en este tiempo el padre es el falo (Edipo en Freud, el
padre aparece como rival).
Tercer tiempo: de este depende la salida del complejo de Edipo, interviene el padre real como el que tiene el falo, puede darle a la
madre lo que ella desea, aparece como un padre potente y real. El falo el padre lo daba en la medida en que es portador de la ley, es
preciso que lo que el padre ha prometido lo mantenga, puede dar o negar porque lo tiene, pero de esto tiene que dar alguna
prueba, interviene aquí el hecho de la potencia en sentido genital.
En la mujer: sabe dónde está eso y se dirige hacia quien lo tiene. La niña reconoce al hombre como quién lo posee, asume la
posición sexuada como parte del ideal del yo tiene el falo en tanto que ausente. El viraje en el objeto no es por el objeto en sí
mismo, sino porque es el que le promete el hijo. El padre debe poder soportar la promesa del hijo
En el varón: la metáfora paterna le da los títulos para la virilidad para usarlos en el futuro. Para tener primero tiene que dejar de ser.
Se asume como el que tiene el falo por identificación con el padre.
En la histeria la problemática se sitúa en el segundo tiempo, en la fase fálica: tener o no tener. La histérica ha salido y no ha salido
del complejo de Edipo, no tiene una posición sexual determinada hay una falla en el ideal del yo. Para ello se identifica con una
mujer, pone en juego el fantasma de Otra mujer y también con el hombre que sabe hacer gozar a esa mujer.

2. Estructuración del deseo, formulado como deseo de deseo insatisfecho.


La Bella carnicera: le pide al marido que no le obsequie caviar si bien ella lo desea. Se ve precisada a crearse un deseo incumplido.
En el sueño: se le cumple el deseo de no engordar a la amiga, para que no le sea más atractiva al marido. A la vez es un
rehusamiento de deseo: el de dar una comida. No le cumple a su amiga el deseo de engordar, pero en el sueño a ella misma no se
cumple un deseo: se ha identificado con la amiga. Sigue la regla de los procesos histéricos poniéndose en el lugar de la amiga en el
sueño e identificándosele mediante la creación de un síntoma (el deseo denegado) Ella se pone en el lugar de su amiga en el sueño
porque esta última le ocupa su lugar frente a su marido, y porque querría apropiarse del sitio que la amiga está ocupando en la
estima de su marido.
El sujeto histérico se constituye casi enteramente a partir del deseo del Otro. El deseo del que el sujeto se hace cargo es también el
deseo preferido del Otro, y sólo queda eso al no poder dar una cena. Sólo le queda el salmón ahumado, es decir, lo que indica a la
vez el deseo del otro y lo que lo indica como pudiendo ser satisfecho, pero solamente por otro. El sueño nos dice sin embargo que
las cosas llegan al punto en que no se lo dé a su amiga, pero la intención está allí.
Lo que es importante en el caso de la histérica, es que nos muestra que para ella este deseo en tanto que más allá de toda
demanda, es decir, en tanto que debiendo ocupar una función a título de deseo rehusado, juega un rol de absoluta primacía.
La función del falo en tanto significante marca lo que el Otro desea, en tanto que marcado por el significante. Es en la medida en
que el Otro está marcado por el significante que el sujeto debe reconocer por intermedio de ese Otro qué el también está marcado
por el significante, es decir que hay algo que siempre resta más allá de lo que pueda satisfacerse por intermedio de ese significante,
es decir por la demanda.
Ver la articulación necesidad-demanda-deseo del resumen escrito de Lacan.

La pregunta histérica. La histeria lo que plantea es una indeterminación en la posición sexuada, que siempre está determinada por
el aparato simbólico. Dora respondía a esta problemática identificándose al Sr. K. Cuando Dora se pregunta qué es ser una mujer,
intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto tal, su identificación al hombre portador del pene, le es en esta ocasión un medio
de aproximarse a esa definición que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no
logra simbolizar. De perderse estos recursos de identificación imaginaria, se queda sin recursos e intenta restituir este lugar. Es
preferible ser algo que no ser nada, aparece este punto de extravío que se puede confundir con una paranoia.
En su comentario sobre el sueño de la bella carnicera, Freud nos dice: «Ella está obligada a crearse en su vida un deseo
insatisfecho». Lo crea mediante una identificación histérica, instaurando en el sueño un deseo insatisfecho en su amiga, en el Otro,
lugar de los significantes. El deseo de caviar como significante del deseo insatisfecho es sustituido por el deseo de salmón ahumado
como significante del deseo de la amiga.
¿Cuál es entonces el objeto del deseo? No el de la necesidad, ni el de la demanda de amor, sino el deseo de un deseo, deseo que
se basa en la falta del Otro, y no en lo que causa esa falta (lo cual sería simple rivalidad). Esto es lo que revela la estructura
histérica. Si el Falo es el significante del deseo del Otro, sólo se muestra el velo que lo oculta, sin que nadie pueda saber si detrás de
ese velo él está o no está.
Pero, ¿por qué esa apelación a un deseo puro de todo objeto? Para verlo, pasemos de la relación de la bella carnicera con su amiga
a la de Dora con la Sra. K., es decir, relación con un objeto del mismo sexo. La Sra. K. es la metáfora de la pregunta que cautiva a
Dora: ¿Qué es una mujer?, porque la Sra.K era objeto de adoración de todos los que la rodeaban. Como la histérica se acerca a su
objeto por procuración, Dora se identifica con el Sr. K para acceder al objeto de su pregunta. La Sra.K representa para Dora el
misterio de su propia femineidad corporal. Para tener el acceso al reconocimiento de su femineidad, le sería necesario realizar esa
asunción de su propio cuerpo, a falta de la cual permanece abierta a la fragmentación funcional, que constituye los síntomas de
conversión.
Esta pregunta es también la del histérico masculino. El enigma que deriva de que no hay simbolización del sexo de la mujer como
tal, porque lo imaginario sólo da una ausencia donde del otro lado hay un símbolo muy prevalerte.
Pero ¿cómo sostiene Dora su propia pregunta encarnada por la Sra. K? Dora goza de la Sra K desde el punto de vista del Sr. K,
asumiendo el rol del hombre vuelto hacia la Sra. K. Ella «hace de hombre» situado en posición de tercero (y no en posición de
objeto, como lo supuso Freud erróneamente). Ese tercero masculino sirve de sostén al histérico masculino, que interroga a la mujer.
En todos los casos hay identificación narcisista con un tercero masculino para reconocer en él el propio deseo en tanto que deseo
del deseo de una mujer.
Pero ¿cuál es el origen de esta triangulación? Freud identificó en el Edipo el lugar de ese tercero masculino: el del padre del sujeto.
Todo niño, en el momento del sepultamiento del Edipo, se vuelve hacia un padre, un padre que sea digno de ser amado porque es
omnipotente, un padre ideal que tiene el falo y puede darlo. Éste es el padre que es amado. La histérica sabe que no tiene un padre
tal, esa es su desgracia.
¿Qué es lo que la histérica recibe a cambio? Si Dora se hace cómplice de la relación entre su padre y la Sra. K, es porque así recibe el
amor de su padre por intermedio de la Sra. K., es decir, de aquella que encarna su pregunta sobre su ser. Si bien Dora no sabe qué
ama su padre en la Sra. K., es en cambio importante para ella que la Sra. K. sea amada, en tanto que es en ella y a través de ella
como encuentra el amor de su padre.
¿Qué es una mujer? Para responder, se necesitaría un saber de la relación sexual, saber según el cual, teniendo cada uno lo que no
tiene el otro, un hombre y una mujer, de dos harían uno. La posición histérica es el arte de volver a plantear la pregunta instaurando
la negación siguiente: no hay relación sexual, un hombre y una mujer no hacen uno, sino dos. De la ausencia actual de ese saber, se
extrae entonces la conclusión de que es necesario suplirlo con la abnegación y el don de sí mismo como sostén de la impotencia de
ese hombre que es el nombrado padre. Tal es el deseo histérico: que el amor al padre cumpla una función de suplencia, esperando
que algún día futuro se escriba la relación sexual. Para la histérica la no-relación sexual no es real; no es del orden de lo imposible.
Es sólo impotencia provisoria que proviene de ese padre. La esperanza histérica es que la pregunta «¿qué es una mujer?» tenga al
fin la respuesta de una proposición universal que diga qué es la mujer.

Problemática identificatoria.
Cap. 7 de Ps. de las masas: para la formación del síntoma histérico:
- Identificación al rasgo: son las identificaciones del complejo de Edipo, conforman una parte del yo, el ideal. El superyó es el
subrogado tanto del ello como del mundo exterior, deviene representante del mundo exterior real y, así, el arquetipo para el
querer-alcanzar del yo. Debe su génesis a que los primeros objetos de las mociones libidinosas del ello, la pareja parental, fueron
introyectados en el yo, a raíz de lo cual el vínculo con ellos fue desexualizado, experimentó un desvío de las metas sexuales directas.
De esta manera se posibilitó la superación del complejo de Edipo. El superyó conservó caracteres esenciales de las personas
introyectadas: su poder, su severidad, su inclinación a la vigilancia y el castigo. La severidad resulta acrecentada por la desmezcla de
pulsiones que acompaña a esa introducción en el yo. Ahora el superyó, la conciencia moral eficaz dentro de él, puede volverse duro,
cruel, despiadado hacia el yo a quien tutela.
- Identificación por vía de la infección psíquica: de yo a yo, prescinde de la relación con la persona amada, se basa en un querer
ponerse en la misma situación.
La identificación es un aspecto importante para el mecanismo de los síntomas histéricos; por ese camino los enfermos llegan a
expresar en sus síntomas las vivencias de toda una serie de personas. Se me objetará que esta es la conocida imitación histérica, la
capacidad de los histéricos para imitar todos los síntomas que les han impresionado en otros, una compasión que se extrema hasta
la reproducción. Pero con ello se ha designado el camino por el cual discurre el proceso psíquico en el caso de la imitación histérica;
una cosa es el camino y otra el acto psíquico que marcha por él. Este acto psíquico responde a un proceso inconciente de
razonamiento. La infección psíquica procede, por ejemplo, así: en un hospital a una de las enfermas le ha sobrevenido un ataque;
las otras enseguida toman conocimiento de que la causa ha sido una carta de su familia, el reavivamiento de una cuita de amor, etc.
Esto despierta su compasión, y se cumple en ellas un razonamiento que no llega a la conciencia: «Si por una causa así puede una
tener tal ataque, puede sobrevenirme a mi también, pues tengo iguales motivos». Si ese razonamiento fuera susceptible de
conciencia, quizá desembocaría en la angustia de que le sobrevenga a un idéntico ataque; pero se cumple en otro terreno psíquico,
y por eso acaba en la realización del síntoma temido. Por tanto, la identificación no es simple imitación, sino apropiación sobre la
base de la misma reivindicación etiológica; expresa un «igual que» y se refiere a algo común que permanece en lo inconciente.
En la histeria la identificación es usada para expresar una comunidad sexual. La histérica se identifica en sus síntomas con las
personas con quienes ha tenido comercio sexual o que lo tienen con las mismas personas que ella. Tanto en la fantasía histérica
como en el sueño, basta para la identificación que se piense en relaciones sexuales, sin necesidad de que estas sean reales.
Lacan en el Seminario 4 dice que la histérica es alguien cuyo objeto es homosexual, aborda este objeto por identificación con alguien
del otro sexo. La histérica ama por procuración. En el caso Dora ella se identifica imaginariamente con un personaje viril, el Sr.K, los
hombres son para ella posibles cristalizaciones de su yo. En la medida en que ella es el Sr.K, en el punto imaginario que constituye
la personalidad del Sr.K es como Dora está vinculada con la Sra.K.

Fantasmas y bisexualidad.
La fantasía inconciente es idéntica a la fantasía que sirvió a la satisfacción sexual durante un período de masturbación. El acto
masturbatorio (onanista) se componía en esa época de dos fragmentos: la convocación de la fantasía y la operación activa de
autosatisfacción. Esta composición consiste en una soldadura. La acción originariamente autoerótica pura, destinada a ganar placer
de un determinado lugar del cuerpo erógeno se fusionó con una representación-deseo tomada del círculo del amor de objeto y
sirvió para realizar de una manera parcial la situación en que aquella fantasía culminaba. Cuando luego la persona renuncia a esta
clase de satisfacción masturbatoria y fantaseada, la fantasía misma, de conciente que era, deviene inconciente . Y si no se introduce
otra modalidad de la satisfacción sexual, si la persona permanece en la abstinencia y no consigue sublimar su libido, desviar la
excitación sexual hacia una meta superior, está dada la condición para que la fantasía inconciente se refresque, prolifere y se abra
paso como síntoma patológico.
El síntoma es la realización de una fantasía inconciente al servicio del cumplimiento de deseo. A consecuencia de este nexo entre
síntomas y fantasías se puede alcanzar, desde el psicoanálisis de los síntomas, la noticia sobre los componentes de la pulsión sexual
que gobiernan al individuo. Esta indagación muestra que la resolución mediante una fantasía sexual inconciente, o mediante una
serie de fantasías de las cuales una, la más sustantiva y originaria, es de naturaleza sexual, no basta respecto de numerosos casos de
síntomas; para la solución de estos hacen falta dos fantasías sexuales, de las que una posee carácter masculino y femenino la
otra, de suerte que una de esas fantasías corresponde a una moción homosexual. Un síntoma histérico corresponde
necesariamente a un compromiso entre una moción libidinosa y una moción represora, pero además de ello puede responder a
una reunión de dos fantasías libidinosas de carácter sexual contrapuesto. Un síntoma histérico es la expresión de una fantasía
sexual inconciente masculina, por una parte, y femenina, por la otra (bisexualidad).
La bisexualidad, que es parte de la disposición constitucional de los seres humanos, resalta con mayor nitidez en la mujer que en el
varón. Este tiene sólo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos: la vagina,
propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril. Durante muchos años la vagina es como si no estuviese, y acaso sólo
en la época de la pubertad proporciona sensaciones. Lo esencial, lo que precede a la genitalidad en la infancia, tiene que
desenvolverse en la mujer en torno del clítoris. La vida sexual de la mujer se descompone en dos fases: la primera tiene carácter
masculino y sólo la segunda es la específicamente femenina. La mujer debe realizar dos cambios de vía: de la zona erógena rectora
y del objeto (de ligazón madre preedípica a la ligazón padre edipica)

El Otro sexo: el falo es un elemento ordenador tanto para el hombre como para la mujer. Lacan dice que no se puede reducir todo
a significante en ese sentido tampoco el deseo se puede reducir a significante; el deseo esta engendrado por los desfiladeros del
significante pero no hay un significante que pueda dar cuenta absolutamente de la posición deseante, hay otro tipo de acceso al
goce del cuerpo que no es a partir del significante y eso es lo que se conoce como el otro sexo o el goce femenino. Esto tiene que
ver con un goce que no se puede poner en palabras porque todo lo que se pueda poner en palabras ya es significante. No es una
estructura cerrada sino que es abierta, hay algo de lo pulsional hay algo del cuerpo que excede a los significantes, que en todo caso
funciona como enigma tanto para las mujeres como para los hombres. Hay un intento de la neurosis de cercar ese enigma, el
obsesivo intenta que todo sea significante que todo pueda ser contable, medible, pesable, intercambiable. Las mujeres estarían más
abiertas a este tipo de goce que se trabaja por el lado del orgasmo femenino, esto no puede ser puesto en palabras. Freud lo dice
por el lado del continente negro. La pregunta de la histeria ¿que quiere una mujer? O ¿cómo goza una mujer? Tiene que ver con
esto del otro sexo. La histérica es hombre en tanto se pregunta con significantes, si la histérica se pregunta como goza una mujer o
que es una mujer es porque no lo es. Ahí se plantea una disyuntiva entre el tener y el ser. Para Freud la feminidad se logra a partir
de tener un hijo, pero esto sigue siendo goce fálico, para Lacan la problemática de la mujer viene más por el lado de ser mujer y no
por el lado del tener. Hasta ahí el enigma que implica la feminidad tanto para el hombre como para la mujer.

3. La cuestión del padre: versión del padre; fantasma del padre.


La fantasía o fantasma del padre en la histeria es la de un Padre Seductor, esto es rastreable en Freud desde los primeros tiempos
de sus desarrollos teóricos. En su primera época Freud consideraba la seducción que las histéricas decían haber sufrido como
realmente acontecida, aquí todavía no se había liberado de la sobreestimación de la realidad. Posteriormente, gracias a su
autoanálisis, dilucidó la importancia de la fantasía y lo acorde a ley de la seducción, que tiene su raíz en el complejo de Edipo. En
realidad, la seductora es siempre la madre, pero esto no es recordado.
En Dora también encontramos esta fantasía de padre, dice Freud que: ella se sentía inclinada hacia su padre en mayor medida de lo
que sabía o querría admitir, pues estaba enamorada de él.
Vio en tales vínculos amorosos inconcientes entre padre e hija la reanimación de unos gérmenes de sentimiento infantil. El factor
decisivo para ello es la aparición temprana de genuinas sensaciones genitales, sean espontáneas o provocadas por seducción y
masturbación. En el caso Dora su disposición la hacía sentirse atraída por el padre, y las muchas enfermedades que este contrajo
acrecentaron su ternura hacia él; en esas situaciones sucedió también que su padre sólo de ella admitía los pequeños servicios que
requería su cuidado; orgulloso por su precoz inteligencia, siendo todavía una niña la había convertido en su confidente. Cuando
apareció la señora K. fue Dora, y no su madre, la suplantada de más de una posición.
Lacan: doble versión del padre en la histeria.
Todo niño, en el momento del sepultamiento del Edipo, se vuelve hacia un padre, un padre que sea digno de ser amado porque es
omnipotente, un padre ideal que tiene el falo y puede darlo. Éste es el padre donador, en la mujer debe poder soportar la promesa
del hijo, esta sostiene el anhelo que posibilitará el sustituir el padre por otro hombre . La niña es frustrada por la madre, algo que
tendría que haber sido dado no se dio, por eso se produce ese viraje al padre, este para poder donar, tiene que poseer una
potencia. Pero en las histéricas siempre hay una supuesta impotencia del padre. Este padre no puede soportar la promesa de darle
un hijo (en Dora a ese lugar de potencia viene el Sr K., el problema es que en la escena del beso en la tienda, Dora al sentir la
erección del Sr K, se encuentra otra vez con este padre que no soporta la promesa, porque la evidencia de su deseo lo convierte en
un hombre)
Lacan lee en Freud ese amor del histérico por el padre en tanto que impotente, herido, disminuido. El histérico ama al padre por lo
que no da y encuentra así su lugar junto a él dándose la vocación de sostenerlo en su desfallecimiento designado, marcado, y en
consecuencia supuesto sabido. Lo que la histérica recibe a cambio es el amor de su padre, le demanda que le dé lo que no tiene.
Hay en la histeria una doble versión del padre: potente/impotente.

 Neurosis histéricas:
Charcot: sobrestimaba el papel de la herencia como causa. Charcot describe esquemáticamente el gran ataque histérico, en el cual
se disciernen cuatro fases: 1) la epileptoide; 2) la de los grandes movimientos; 3) la de las attitudes passionnelles (la fase
alucinatoria), y 4) la del delirio terminal. De la abreviación y alargamiento, de la falta y el aislamiento de cada una de esas fases
hace surgir Charcot todas aquellas formas del ataque histérico que se observan con mayor frecuencia que el grande ataque
completo.
Breuer: Según Breuer, es «base y condición» de la histeria la existencia de singulares estados de consciencia peculiarmente oníricos,
con disminución de la facultad asociativa, para los cuales propone el nombre de «estados hipnoides». La disociación de la
consciencia es entonces secundaria y adquirida, motivada por el hecho de que las representaciones surgidas en los estados
hipnoides se hallan excluidas del comercio asociativo con los restantes contenidos de la consciencia. La representación es
reintroducida en el yo con auxilio de la actividad mental sonámbula, sin resistencia (método catártico). Definición de histeria
hipnoide.
También esta la histeria de retención: los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del
trauma excluía una reacción, o porque circunstancias sociales la imposibilitaron.
Freud: en la histeria la defensa es lo primario. Histeria de defensa: la histeria se genera por la represión, desde la fuerza motriz de
la defensa, de una representación inconciliable; de que la representación reprimida permanece como una huella mnémica débil
(menos intensa), y el afecto que se le arrancó es empleado para una inervación somática: conversión de la excitación.
También separa una Histeria de Angustia, en el historial del pequeño Hans (1909) dice que en ella la libido desprendida del material
patógeno en virtud de la represión no es convertida, saliendo de lo anímico, en una inervación corporal, sino que se libera como
angustia. Hay un trabajo psíquico incesante para volver a ligar psíquicamente la angustia liberada. Pero ese trabajo no puede
conseguir la reversión de la angustia a libido ni anudarse a los mismos complejos de los cuales proviene la libido. No le queda más
alternativa que bloquear cada una de las ocasiones posibles para el desarrollo de angustia mediante unos parapetos psíquicos; estas
construcciones se nos aparecen como fobias.
En 1926 dice acerca de la histeria de conversión: sus síntomas más graves se encuentran sin contaminación de angustia. Los
frecuentes (parálisis motriz, contractura, acción o descargas involuntarias, dolor, alucinación) son procesos de investidura
permanentes o intermitentes. Mediante el análisis se puede averiguar el decurso excitatorio perturbado al cual sustituyen. Las más
de las veces ellos mismos participan de este último, y es como si toda la energía del decurso excitatorio se hubiera concentrado en
este fragmento. El dolor estuvo presente en la situación en que sobrevino la represión; la alucinación fue una percepción en ese
momento; la parálisis motriz es la defensa frente a una acción que habría debido ejecutarse en aquella situación, pero fue inhibida;
la contractura suele ser un desplazamiento hacia otro lugar de una inervación muscular intentada entonces, y el ataque convulsivo,
expresión de un estallido afectivo que se sustrajo del control normal del yo.
La sensación de displacer que acompaña a la emergencia del síntoma varía. Frente a los síntomas permanentes desplazados a la
motilidad el yo se comporta como si no tuviera participación alguna. En el caso de los síntomas intermitentes y referidos a la esfera
sensorial, se registran sensaciones de displacer, que en el caso del síntoma doloroso pueden aumentar hasta un nivel excesivo.
También de la lucha del yo contra el síntoma ya formado se recibe escasa noticia en la histeria de conversión. Sólo cuando la
sensibilidad dolorosa de una parte del cuerpo se ha convertido en síntoma puede este desempeñar un papel doble. El síntoma de
dolor emerge cuando ese lugar es tocado desde afuera y cuando la situación patógena que ese lugar subroga es activada por vía
asociativa desde adentro, y el yo recurre a medidas precautorias para evitar el despertar del síntoma por la percepción externa.
Las formaciones reactivas parecen faltar en la histeria, o ser en ella mucho más débiles. El proceso defensivo de la histeria se limita a
la represión; el yo se extraña de la moción pulsional desagradable, la deja librada a su decurso dentro de lo inconciente y no
participa en sus ulteriores destinos. Esto no puede ser así de manera exclusiva, está el caso en que el síntoma histérico significa al
mismo tiempo el cumplimiento de un reclamo punitorio del superyó.

1. La posición histérica en los hombres.


Lacan: La realización edípica está mejor estructurada en el hombre, por lo que la pregunta histérica tiene menos posibilidades de
formularse. Histérico e histérica se hacen la misma pregunta: ambas atañen a la posición femenina.
La fragmentación anatómica, en tanto fantasmática, es un fenómeno histérico. Esta anatomía fantasmática tiene un carácter
estructural, siempre se trata de una anatomía imaginaria.
El factor común a la posición femenina y a la pregunta masculina en la histeria se sitúa a nivel simbólico, pero sin reducirse
totalmente a él. Se trata de la pregunta de la procreación. La paternidad y la maternidad son términos que no se sitúan simplemente
a nivel de la experiencia.

Locuras histéricas: Una neurosis demoníaca en el S XVII y Ana. O. El fantasma histérico de la seducción es el más clásico pero hay
otras formas de presentación de la histeria, una de esas otras formas es la de las locuras histéricas. El término locura desaparece de
los manuales actuales de psiquiatría; pero este término puede ser pensado como una deslocalización; es una presentación para la
cual hay que tener bien en claro de que se trata para no diagnosticarla como una psicosis. Aparecen alucinaciones y una suerte de
delirio que no tiene que ser reconducido a una esquizofrenia. Habría que ver si esos elementos que Clérambault trabaja como
delirios pasionales corresponderían en realidad a un delirio de locura histérica.
Cuando la histérica es abandonada por su objeto de amor puede aparecer una deslocalización con un color delirante. Ej. En Las
neuropsicosis de defensa la joven abandonada por su pretendiente, Freud lo llama una confusión alucinatoria.

El psicoanálisis como método de investigación y cura:


2. Sueños y síntomas:
Ambos figuran fantasías inconcientes, son expresión de un cumplimiento de deseo. La técnica psicoanalítica permite, partiendo de
los sueños y los síntomas colegir estas fantasías inconcientes. La interpretación de los sueños se entreteje en el historial de un
tratamiento y con su ayuda pueden llenarse las amnesias y esclarecerse los síntomas. Esto es lo que pretende demostrar Freud en el
historial de Dora. El sueño constituye uno de los caminos por los cuales puede llegar a la conciencia un material psíquico que, en
virtud de la aversión que suscita su contenido, fue bloqueado de la conciencia, fue reprimido, y así se volvió patógeno. El sueño es
uno de los rodeos por los que se puede sortear la represión {desalojo}, uno de los principales recursos de la llamada figuración
indirecta en el interior de lo psíquico.
1923: El síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La represión
parte del yo, quien, eventualmente por encargo del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello. Mediante
la represión, el yo consigue coartar el devenir-conciente de la representación que era la portadora de la moción desagradable. Esta
se ha conservado como formación inconciente. El síntoma se engendra a partir de la moción pulsional afectada por la represión.

3. Puesta en causa del síntoma


- Freud postulas en La etiología de la histeria que el camino para alcanzar la etiología de la histeria es el de avanzar desde los
síntomas hasta la noticia sobre las causas. Si uno quiere hacer hablar a los síntomas de una histeria como testigos de la historia
genética de la enfermedad, deberá partir del descubrimiento de Josef Breuer: los síntomas de la histeria derivan su determinismo de
ciertas vivencias de eficacia traumática que el enfermo ha tenido, como símbolos mnémicos de las cuales ellos son reproducidos en
su vida psíquica. Uno deberá aplicar el procedimiento de Breuer para reorientar la atención del enfermo desde el síntoma hasta la
escena en la cual y por la cual el síntoma se engendró; y, tras la indicación del enfermo, uno elimina ese síntoma estableciendo, a
raíz de la reproducción de la escena traumática, una rectificación de efecto retardado del decurso psíquico de entonces. Por el
estudio de las escenas traumáticas averiguaremos qué influjos produjeron los síntomas histéricos, y de qué modo lo hicieron.
- Se trata de construir el signo como síntoma, historizarlo, el síntoma significa al sujeto para otro. El síntoma obliga al sujeto a
interrogarse por una cuestión que el no conocía. Este síntoma se puede pensar como un signo, aquello que se ofrece para que otro
lo lea. Pero el psicoanálisis plantea pensar el síntoma como anudamiento significante; el síntoma divide al sujeto. El $ representa al
sujeto escindido, en su división en relación a la verdad del padecer de ese síntoma y el saber, lo divide entre verdad y saber. La
clínica freudiana es en relación al nombre, a lo particular de cada sujeto, a eso que a él lo representa.

3- El dispositivo analítico y la transferencia. Lugar del analista.


En un primer momento de teorización la cura de la neurosis se entramaba con el recordar, entonces aparecen diversas técnicas para
hacer recordar al paciente: la hipnosis primero, luego la asociación libre. Pero Freud se encuentra con que en determinado
momento del dispositivo analítico la persona no recuerda sino que revive en transferencia, lo actúa con el médico. En ese sentido es
un obstáculo para la cura que implica recordar.
Lacan nos dice que el caso de Dora representa el primero en que Freud reconoce que la transferencia tiene su parte en el análisis.
Aquí Freud postula que en el curso de una cura psicoanalítica la productividad de la neurosis se afirma en la creación de un tipo
particular de formaciones de pensamiento inconcientes, a las que puede darse el nombre de trasferencias.
Estas son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis avanza se despiertan y hacen
concientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico. Toda una
serie de vivencias psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino como vínculo actual con la persona del médico. Hay
trasferencias de estas que no se diferencian de sus modelos en cuanto al contenido, salvo en la aludida sustitución. Son entonces
simples reimpresiones, reediciones sin cambios. Otras han experimentado una moderación de su contenido, una sublimación y
hasta son capaces de devenir concientes apuntalándose en alguna particularidad real de la persona del médico o de las
circunstancias que lo rodean. En el decir de Lacan en la transferencia se reeditan las relaciones del sujeto con sus objetos.
La transferencia es algo necesario, no hay medio alguno para evitarla, y es preciso combatir a esta ultima creación de la enfermedad
como se lo hace con todas las anteriores. Esta parte del trabajo es la más difícil. Es preciso colegirla casi por cuenta propia,
basándose en mínimos puntos de apoyo y evitando incurrir en arbitrariedades. Pero no se puede eludirla; es usada para producir
todos los impedimentos que vuelven inasequible el material a la cura, y, además, sólo después de resolverla puede obtenerse en el
enfermo la sensación de convencimiento en cuanto a la corrección de los nexos construidos.
El trabajo del médico no es multiplicado por la transferencia; puede resultarle indistinto tener que vencer la moción respectiva del
enfermo en conexión con su persona o con alguna otra. Tampoco la cura obliga al enfermo, mediante la transferencia, a una
neoproducción que de otra manera no habría consumado. La cura psicoanalítica no crea la transferencia; la revela.
En el psicoanálisis, de acuerdo con su diferente planteo de los motivos, son despertadas todas las mociones (tiernas y hostiles);
haciéndolas concientes se las aprovecha para el análisis, y así la transferencia es aniquilada una y otra vez. La transferencia,
destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada
caso y traducírsela al enfermo.
Se pregunta Lacan ¿Qué es esa transferencia de la que Freud dice que su trabajo se prosigue invisible detrás del progreso del
tratamiento y cuyos efectos "escapan a la demostración"? ¿No puede considerársela como una entidad relativa a la
contratransferencia definida como la suma de los prejuicios, de las pasiones, de las perplejidades, incluso de la insuficiente
información del analista en tal momento del proceso dialéctico? Freud mismo dice que Dora hubiera podido transferir sobre él al
personaje paterno si él hubiese sido lo bastante tonto como para creer en la versión de las cosas que este le presentaba.
La transferencia no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de los
modos permanentes según los cuales constituye sus objetos. El psicoanálisis es una experiencia dialéctica, y esta noción debe
prevalecer cuando se plantea la cuestión de la naturaleza de la transferencia.
¿Que es entonces interpretar la transferencia? Llenar con un engaño el vacío de ese punto muerto. Pero este engaño es útil, pues
aunque falaz, vuelve a lanzar el proceso. La transferencia tiene siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y
también de orientación del analista.

4 - Ética del psicoanálisis.


Lacan, en este período de su teorización, postula que en un psicoanálisis el sujeto se constituye por un discurso donde la mera
presencia del psicoanalista aporta antes de toda intervención, la dimensión del diálogo. Su curso debe proseguirse según las leyes
de una gravitación que le es propia y que se llama la verdad. Es éste el nombre de ese movimiento ideal que el discurso introduce en
la realidad.
Freud tomó la responsabilidad de mostrarnos que hay enfermedades que hablan y de hacernos entender la verdad de lo que dicen.
En el análisis se producen una serie de inversiones dialécticas, se trata de una escansión de las estructuras en que se transmuta para
el sujeto la verdad, y que no tocan solamente a su comprensión de las cosas, sino a su posición misma en cuanto sujeto del que los
"objetos" son función. Es decir que el concepto de la exposición es idéntico al progreso del sujeto, o sea a la realidad de la curación.
“La verdad” es algo a desarrollar en el análisis. En analista ofrece al paciente una presencia, que es de ausencia, en donde pueda
actualizar sus relaciones con los objetos, tiene que prestarse a ser tomado como objeto y luego interpretar esta relación. Dejarse
tomar pero no creerse ese objeto. Para Lacan la interpretación es la interpretación de la transferencia.
Al final de un primer desarrollo el analista suele encontrarse colocado frente a la pregunta, clásica en los comienzos del tratamiento:
"Esos hechos están ahí, proceden de la realidad y no de mí, ¿Qué quiere usted cambiar en ellos?".
Una primera inversión dialéctica apunta a destituir al sujeto de ese lugar de reivindicación del "alma bella" en la que se coloca. Por
medio de las inversiones dialécticas se van modificando las estructuras de lo que el sujeto considera que es la verdad.
La transferencia toma su sentido en función de momento dialéctico en que se produce. Pero este momento es poco significativo
puesto que traduce comúnmente un error del analista, aunque solo fuese el de querer demasiado el bien del paciente, cuyo peligro
ha denunciado muchas veces Freud mismo.
Así la neutralidad analítica toma su sentido auténtico de la posición del puro dialéctico que, sabiendo que todo lo que es real es
racional (e inversamente), sabe que todo lo que existe, y hasta el mal contra el que lucha, es y seguirá siendo siempre equivalente
en el nivel de su particularidad, y que no hay progreso para el sujeto si no a por la integración a que llega de su posición en lo
Universal: por la proyección de su pasado en un discurso en devenir.

UNIDAD 3

Fobias. Lectura del historial:


Freud: «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» (1909b), el material fue puesto a disposición de Freud por el padre del
paciente. Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por la calle. Exteriorizaba el temor
de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. Se averiguó que sería el castigo por su deseo de que el caballo se cayera
(muriera). Después que mediante reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le ocurrió batallar con deseos
cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte) del padre. Según lo dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre como un
competidor en el favor de la madre, a quien se dirigían en oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto, se
encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores designada Complejo de Edipo y en la cual se discierne el
complejo nuclear de las neurosis. Se averiguó en el análisis del pequeño Hans el hecho, importante respecto del totemismo, de que
en tales condiciones el niño desplaza una parte de sus sentimientos desde el padre hacia un animal.

1- Angustia de castración.
Freud en “tótem y tabú” (1912): Los intereses totemistas despiertan sobre la base de la premisa narcisista de este la angustia de
castración. La historia del pequeño Hans demuestra que el padre era admirado como el poseedor del genital grande y era temido
como el que amenazaba el genital propio. Tanto en el complejo de Edipo como en el de castración, el padre desempeña igual papel,
el del temido oponente de los intereses sexuales infantiles. La castración es el castigo que desde él amenaza.
1926: la angustia puede ser pensada como la reacción frente a una situación de peligro; se la ahorra si el yo hace algo para evitar la
situación o sustraerse de ella. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de
angustia. Para Freud ese peligro es el de la castración o algo derivado de ella. La angustia de castración es el motor de los procesos
defensivos que llevan a la neurosis.
La angustia de las zoofobias es la angustia de castración del yo. En ellas, la actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la
impulsión para la represión.
En las zoofobias infantiles el yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello (ya sea la del complejo de Edipo
positivo o negativo), porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de la castración. En el caso del pequeño Hans (el
del complejo de Edipo positivo), vemos que tras la formación de la fobia la ligazón-madre tierna ha como desaparecido, ha sido
tramitada por la represión, mientras que la formación sintomática (formación sustitutiva) se ha consumado en torno de la moción
agresiva
Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el
ello por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia. La angustia de castración
recibe otro objeto y una expresión desfigurada {dislocada}: ser mordido por el caballo, en vez de ser castrado por el padre. La
formación sustitutiva tiene dos ventajas: 1) esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el padre es simultáneamente un objeto
amado; y 2) que permite al yo suspender el desarrollo de angustia. La angustia de la fobia es facultativa, sólo emerge cuando su
objeto es asunto de la percepción, sólo entonces está presente la situación de peligro. Tampoco de un padre ausente se temería la
castración. Sólo que no se puede remover al padre: aparece siempre, toda vez que quiere. Pero si se lo sustituye por el animal, no
hace falta más que evitar la visión, la presencia de este, para quedar exento de peligro y de angustia. Hans impone a su yo una
limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos.
La fobia se establece por regla general después que en ciertas circunstancias se vivenció un primer ataque de angustia. Así se
proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora. El mecanismo de la fobia presta
buenos servicios como medio de defensa y exhibe una gran inclinación a la estabilidad. A menudo sobreviene una continuación de la
lucha defensiva, que ahora se dirige contra el síntoma.
La formación de síntoma en las fobias, la histeria de conversión y la neurosis obsesiva tiene su punto de arranque en la destrucción
del complejo de Edipo y en todas el motor de la renuencia del yo es la angustia de castración. Freud conduce el análisis hasta el
límite del complejo de castración, o sea de lo que él llama angustia de castración, esta es para él la angustia fundamental.
El desarrollo de la niña pequeña es guiado a través del complejo de castración hasta la investidura tierna de objeto. En ella parece
que la situación de peligro de la pérdida de objeto es la más eficaz. Condición de angustia válida para ella: más que de la ausencia o
de la pérdida real del objeto, se trata de la pérdida de amor de parte del objeto. La pérdida de amor como condición de angustia
desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de castración en las fobias, y a la angustia frente al superyó en la
neurosis obsesiva.

La angustia como señal.


El yo influencia los procesos del ello, este influjo lo adquiere debido a sus vínculos con el sistema percepción. Este sistema, llamado
por Freud P-Cc recibe excitaciones de adentro, y, por medio de las sensaciones de placer y displacer, que le llegan desde ahí, intenta
guiar todos los decursos del acontecer anímico en el sentido del principio de placer. Cuando el yo se revuelve contra un proceso
pulsional del ello emite una señal de displacer para alcanzar su propósito con ayuda de la instancia del principio de placer. Las
represiones son motivadas por esa angustia del yo frente a procesos singulares sobrevenidos en el ello.
¿De dónde proviene la energía empleada para producir la señal de displacer? La represión equivale a un intento de huida. El yo quita
la investidura (preconciente) de la agencia representante de pulsión que es preciso reprimir {desalojar}, y la emplea para el
desprendimiento de displacer (de angustia). No es simple el problema del modo en que se engendra la angustia a raíz de la
represión; pero, se tiene el derecho a retener la idea de que el yo es el genuino almácigo de la angustia, y a rechazar la concepción
anterior, según la cual la energía de investidura de la moción reprimida se mudaba automáticamente en angustia. La angustia no es
producida como algo nuevo a raíz de la represión, sino que es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica
preexistente. En el hombre el acto del nacimiento, en su calidad de primera vivencia individual de angustia, parece haber prestado
rasgos característicos a la expresión del afecto de angustia. En el curso del nacimiento la inervación dirigida a los órganos de la
respiración preparara la actividad de los pulmones, y la aceleración del ritmo cardíaco previene el envenenamiento de la sangre, así
las inervaciones del estado de angustia originario fueron adecuadas al fin.
Pero cuando un individuo cae en una nueva situación de peligro, puede volverse inadecuado al fin que responda con el estado de
angustia, en vez de emprender la reacción que sería la adecuada ahora. Sin embargo, el carácter acorde a fines vuelve a resaltar
cuando la situación de peligro se discierne como inminente y es señalada mediante el estallido de angustia. En tal caso, esta última
puede ser relevada por medidas más apropiadas. Así, se separan dos posibilidades de emergencia de la angustia: una, desacorde
con el fin, en una situación nueva de peligro; la otra, acorde con el fin, para señalarlo y prevenirlo.
Hay para Freud, entonces, una angustia involuntaria, automática, económicamente justificada cuando se había producido una
situación de peligro análoga a la del nacimiento; la otra, generada por el yo como señal cuando una situación así amenazaba
solamente, y a fin de movilizar su evitación. En este segundo caso, el yo se sometía a la angustia como si fuera a una vacuna. Es
decir, la angustia está incorporada en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiguas vivencias traumáticas y, en
situaciones parecidas, despierta como símbolo mnémico.
El yo se representa la situación de peligro para limitar ese vivenciar penoso a una indicación, como medio para convocar la
intervención del mecanismo de placer-displacer. El papel del yo como almácigo de la angustia se reafirma, para Freud, al
adjudicársele la función de producir el afecto de angustia de acuerdo con sus necesidades.

2- La inhibición y el síntoma fóbico.


Inhibición tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo patológico: se puede dar ese nombre a una
limitación normal de una función. En cambio, síntoma equivale a indicio de un proceso patológico. También una inhibición puede
ser un síntoma. La terminología habla de inhibición donde está presente una rebaja de la función, y de síntoma, donde se trata de
una desacostumbrada variación de ella o de una nueva operación.
Funciones del yo:
 La función sexual: impotencia psíquica. El logro de la operación sexual normal presupone un decurso muy complicado, y la
perturbación puede intervenir en cualquier punto de él, en el varón: el extrañamiento de la libido en el inicio del proceso
(displacer psíquico), la falta de la preparación física (ausencia de erección), la abreviación del acto (eyaculación precoz) la
detención del acto antes del desenlace natural (falta de eyaculación), la no consumación del efecto psíquico (ausencia de
sensación de placer del orgasmo).
Hay un nexo entre la inhibición y la angustia. Muchas inhibiciones son, una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio
se desarrollaría angustia. Un número considerable de acciones obsesivas resultan ser precauciones y aseguramientos contra un
vivenciar sexual, y por tanto son de naturaleza fóbica.
b. La Función nutricia: displacer frente al alimento por quite de la libido.
c. La locomoción es inhibida en muchos estados neuróticos por un displacer y una flojera en la marcha. Característicos son los
obstáculos puestos a la locomoción interpolando determinadas condiciones, cuyo incumplimiento provoca angustia (fobia).
d. La inhibición del trabajo: placer disminuido, torpeza en la ejecución, o fatiga.
Concepto de inhibición: Expresa una limitación funcional del yo, que puede tener diversas causas:
La erotización hiperintensa de los órganos requeridos para esas funciones. La función yoica de un órgano se deteriora cuando
aumenta su erogenidad, su significación sexual. El yo renuncia a estas funciones que le competen a fin de no verse precisado a
emprender una nueva represión, a fin de evitar un conflicto con el ello.
Otras inhibiciones se producen al servicio de la autopunición; el yo no tiene permitido hacer esas cosas porque le proporcionarían
provecho y éxito, que el severo superyó le ha denegado. El yo renuncia a esas operaciones a fin de no entrar en conflicto con el
superyó.
Si el yo es requerido por una tarea psíquica particularmente gravosa, como un duelo o la necesidad de sofrenar fantasías sexuales
que afloran de continuo, se empobrece tanto en su energía disponible que se ve obligado a limitar su gasto de manera simultánea
en muchos sitios (inhibición general característica de los estados depresivos y como la melancolía.)
Las inhibiciones son limitaciones de las funciones yoicas, sea por precaución o a consecuencia de un empobrecimiento de energía. La
diferencia entre la inhibición y el síntoma es que este último no puede describirse únicamente como un proceso que suceda dentro
del yo o que le suceda al yo.
En el pequeño Hans la incapacidad para andar por la calle es un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no
provocar el síntoma-angustia

3- La estructura de las fobias, su metapsicología.


Freud en “tótem y tabú” (1912): El análisis revela las vías de asociación (de contenido sustantivo o contingentes), por las cuales se
consuma un desplazamiento de la angustia ante el padre hacia el animal. También permite colegir sus motivos. El odio [al padre]
proveniente de la rivalidad por la madre no puede difundirse desinhibido en la vida anímica del niño: tiene que luchar con la ternura
y admiración que desde siempre le suscitó esa misma persona; el niño se encuentra en una actitud de sentimiento de sentido doble
-ambivalente- hacia su padre, y en ese conflicto de ambivalencia se procura un alivio si desplaza sus sentimientos hostiles y
angustiados sobre un subrogado del padre. El desplazamiento no puede tramitar ese conflicto estableciendo una tersa separación
entre sentimientos tiernos y hostiles. Más bien el conflicto continúa en torno del objeto de desplazamiento, la ambivalencia se
apropia de este último. El pequeño Hans no sólo tiene angustia ante los caballos, sino también respeto e interés por ellos. Tan
pronto como su angustia se mitiga, él mismo se identifica con el animal temido, galopa como un caballo y ahora es él quien muerde
al padre. En otro estadio de la resolución de esta fobia, no le importa identificar a sus padres con otros animales grandes.
Freud en Inhibición, síntoma y angustia (1926): la fobia del pequeño Hans a los caballos es una zoofobia histérica infantil.
El pequeño Hans se rehusa a andar por la calle porque tiene una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Este
contenido procura sustraerse de la conciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada, en la que ya no aparecen más que la
angustia y su objeto.
Hans se encuentra en la actitud edípica donde aparece una moción hipertierna hacia la madre y celos y hostilidad hacia su padre, a
quien también ama. Por tanto, un conflicto de ambivalencia: amor y odio, ambos dirigidos a una misma persona. Su fobia es un
intento de solucionar ese conflicto.
La moción pulsional que sufre la represión es el impulso hostil hacia el padre. Hans ha visto rodar a un caballo, y caer y lastimarse a
un compañerito de juegos con quien había jugado al caballito. Así se construyó en él una moción de deseo: ojalá el padre se cayese,
se hiciera daño como el caballo y el camarada. El conflicto de ambivalencia se resuelve mediante la sustitución del padre por el
caballo. Tal desplazamiento es posibilitado por la circunstancia de que a esa edad todavía están prontas a reanimarse las huellas
innatas del pensamiento totemista. El varón adulto, admirado y temido, se sitúa en la misma serie que el animal grande a quien se
envidia por tantas cosas, pero ante el cual uno se ha puesto en guardia porque puede volverse peligroso. El conflicto de
ambivalencia no se tramita en la persona misma; se lo esquiva, deslizando una de sus mociones hacia otra persona como objeto
sustitutivo.
Pero este objeto no es odiado sino temido y objeto de angustia. Si Hans hubiera mostrado una inclinación a maltratar los caballos, el
carácter de la moción pulsional agresiva, chocante, no habría sido alterado por la represión; sólo habría mudado de objeto. En la
génesis de la fobia ha ocurrido algo más.
La moción pulsional hostil hacia el padre es reprimida por el proceso de la mudanza hacia la parte contraria; en lugar de la agresión
hacía el padre se presenta la agresión -la venganza- hacia la persona propia (vuelta hacia la persona propia). Una agresión de esa
índole arraiga en la fase libidinal sádica, sólo le hace falta todavía cierta degradación al estadio oral, que en Hans es indicada por el
ser-mordido. Aparte de ello, simultáneamente ha sucumbido a la represión otra moción pulsional, de sentido contrario: una moción
pasiva tierna respecto del padre, que ya había alcanzado el nivel de la organización libidinal genital (fálica). Esta moción es la que
experimenta la regresión más vasta, y cobra el influjo determinante sobre el contenido de la fobia. Donde pesquisábamos sólo una
represión de pulsión, tenemos que admitir el encuentro de dos procesos de esa índole; las dos mociones pulsionales afectadas -
agresión sádica hacia el padre y actitud pasiva tierna frente a él- forman un par de opuestos. Hans, mediante la formación de su
fobia, cancela también la investidura de objeto-madre tierna, de lo cual nada deja traslucir el contenido de la fobia. En Hans se trata
de un proceso represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo de Edipo.
El motor de la represión es la angustia frente a una castración inminente. Por angustia de castración resigna el pequeño Hans la
agresión hacia el padre; su angustia de que el caballo lo muerda puede completarse: que el caballo le arranque de un mordisco los
genitales, lo castre.
Ambas plasmaciones del complejo de Edipo, la normal, activa, así como la invertida, se estrellan contra el complejo de castración; los
contenidos angustiantes son sustitutos desfigurados {dislocados} del contenido ser castrado por el padre. Este último contenido es
el que experimentó la represión.
El afecto-angustia de la fobia no proviene del proceso represivo, de las investiduras libidinosas de las mociones reprimidas, sino de
lo represor mismo; la angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, una angustia realista, angustia frente a un
peligro que amenaza efectivamente o es considerado real. Aquí la angustia crea a la represión y no, como Freud opinaba antes, la
represión a la angustia.

El deseo prevenido.
1909-1915: Las histerias de angustia se desarrollan cada vez más como una fobia y, al final, el enfermo puede quedar liberado de
angustia, pero sólo a costa de unas inhibiciones y limitaciones a que se ha visto forzado a someterse. En la histeria de angustia hay
un trabajo psíquico incesante para volver a ligar psíquicamente la angustia liberada. Pero ese trabajo no puede conseguir la
reversión de la angustia a libido, no le queda más alternativa que bloquear cada una de las ocasiones posibles para el desarrollo de
angustia mediante unos parapetos psíquicos de la índole de una precaución, una inhibición, una prohibición; y son estas
construcciones protectoras las que se nos aparecen como fobias.
Para domeñar la angustia se la liga a una representación sustitutiva que se entramó por vía asociativa con la representación
rechazada y se sustrajo de la represión por su distanciamiento respecto de aquella y permitió una racionalización del desarrollo de
angustia todavía no inhibible. La representación sustitutiva juega ahora para el sistema Cc (Prcc) el papel de una contrainvestidura;
lo asegura contra la emergencia en la Cc de la representación reprimida. Es el lugar de donde arranca el desprendimiento de afecto
y se comporta como si fuera ese lugar de arranque.
El proceso de la represión no está todavía concluido, tiene que inhibir el desarrollo de angustia que parte del sustituto. Para ello
todo el entorno asociado de la representación sustitutiva es investido con una intensidad particular. Una excitación en cualquier
lugar de este parapeto dará el envión para un pequeño desarrollo de angustia que es aprovechado como señal a fin de inhibir el
ulterior avance de este último mediante una renovada huida de la investidura [prcc]. Cuanto más lejos del sustituto temido se
dispongan las contrainvestiduras con mayor precisión podrá funcionar este mecanismo destinado a aislar la representación
sustitutiva y a coartar nuevas excitaciones de ella. Estas precauciones sólo protegen contra excitaciones que apuntan a la
representación sustitutiva desde fuera, no contra la moción pulsional que alcanza a la percepción sustitutiva desde su conexión con
la representación reprimida. Por ello, a raíz de cada acrecimiento de la moción pulsional, la muralla protectora que rodea a la
representación sustitutiva debe ser trasladada un tramo más allá. La expresión de la huida frente a la investidura conciente de la
representación sustitutiva son las evitaciones, renuncias y prohibiciones que permiten individualizar a la histeria de angustia.
La tercera fase ha repetido el trabajo de la segunda en escala ampliada. El sistema Cc se protege contra la activación de la
representación sustitutiva mediante la contrainvestidura de su entorno, así como antes se había asegurado contra la emergencia de
la representación reprimida mediante la investidura de la representación sustitutiva. De ese modo encuentra su prosecución la
formación sustitutiva por desplazamiento. El yo se comporta como si el peligro del desarrollo de angustia no le amenazase desde
una moción pulsional, sino desde una percepción, y por eso puede reaccionar contra ese peligro externo con intentos de huida: las
evitaciones fóbicas. Este proceso de la represión pone diques al desprendimiento de angustia, pero a costa de graves sacrificios en
materia de libertad personal.
Propósito y contenido de la fobia es una vasta limitación de la libertad de movimientos; ella es una potente reacción contra oscuros
impulsos motores que, en Hans en particular, querían volverse contra la madre. El caballo fue siempre para el niño el modelo del
placer de movimiento «Soy un potrillo», dice Hans en tanto da brincos, pero como este placer de movimiento incluye el impulso al
coito, la neurosis lo limita, y el caballo es entronizado como imagen sensorial del terror. Pero por nítido que sea el triunfo de la
desautorización de lo sexual en la fobia, el compromiso que está en la naturaleza de la enfermedad no consiente que lo reprimido
quede sin obtener otra cosa. La fobia al caballo es también un obstáculo para andar por la calle, y puede servir como medio para
permanecer en casa junto a la madre amada. En esto ha triunfado la ternura hacia la madre; a raíz de su fobia, el amante se pega al
objeto amado, pero se ha puesto cuidado en que el amante permanezca inofensivo. En estos dos efectos se evidencia la naturaleza
genuina de una contracción de neurosis.

Caracterización clínica del objeto.


Dice Freud en Tótem y tabú que la conducta del niño hacia el animal es muy parecida a la del primitivo. El niño concede al animal
una igualdad de nobleza; y por su desinhibida confesión de sus necesidades, se siente más emparentado con el animal que con el
adulto.
En esta avenencia entre niño y animal puede sobrevenir una perturbación. El niño empieza de pronto a tenerle miedo a una
determinada especie animal y a guardarse de tocar o de mirar a cualquiera de los individuos de ella. Así se establece el cuadro clínico
de una zoofobia, una de las enfermedades psiconeuróticas más frecuentes en esa época de la vida, y quizá su forma más temprana.
La fobia recae sobre animales hacia los cuales el niño había mostrado hasta entonces un interés particularmente vivo, y nada
tiene que ver con el animal individual. La opción entre los animales que pueden volverse objeto de la fobia responde al ambiente
inmediato del niño: caballos, perros, gatos, pájaros, animales muy pequeños, como escarabajos y mariposas. Muchas veces,
animales de los que el niño sólo ha tomado conocimiento por los libros ilustrados y los cuentos se vuelven objeto de la angustia
disparatada y desmedida que se muestra en estas fobias.
La indagación de las fobias puso de relieve que la angustia se refería en el fondo al padre cuando los niños indagados eran varones, y
sólo había sido desplazada al animal.
Dos rasgos que concuerdan con el totemismo: la plena identificación con el animal totémico y la actitud ambivalente de
sentimientos hacia él. De acuerdo con esto es lícito remplazar en la fórmula del totemismo al animal totémico por el padre. Si el
animal totémico es el padre, los dos principales mandamientos del totemismo, los dos preceptos-tabú que constituyen su núcleo, el
de no matar al tótem y no usar sexualmente a ninguna mujer que pertenezca a él, coinciden por su contenido con los dos crímenes
de Edipo y con los dos deseos primordiales del niño, cuya represión insuficiente o cuyo nuevo despertar constituye el núcleo de
todas las psiconeurosis.
Freud en Inhibición, síntoma y angustia (1926): El hecho de que el padre hubiera jugado al caballito con el pequeño Hans fue
decisivo para la elección del animal angustiante; de igual modo, se pudo establecer que el padre de El Hombre de los Lobos había
imitado al lobo en los juegos con el pequeño, amenazándolo en broma con devorarlo.
Lacan: el caballo como significante se ubica en el orden simbólico, lo tenemos que ubicar en relación al tótem. Está en relación con
una figura, una estampa y es de ahí de donde se desprende el caballo como objeto; todo lo que vincula al caballo con la heroicidad
es lo que hace del caballo un animal totémico.
El caballo no tiene una significación unívoca: al principio es la madre, al final, el padre, y en el medio también fue Juanito; siempre va
a depender de elementos significantes.

Función del fantasma.


La fobia de Hans se resuelve mediante la producción de la fantasía. Se produce un progreso que consiste en una reestructuración
simbólica, a través de los fantasmas que va construyendo y que Lacan va a llamar mitos. Las teorías sexuales infantiles, es decir, la
actividad investigativa del niño en lo referente a la realidad sexual es mucho más profunda que la actividad intelectual. Interesa al
conjunto del cuerpo. Engloba toda la actividad del sujeto y motiva todo lo que podemos llamar sus temas afectivos, es decir que
dirige los afectos y las afecciones del sujeto de acuerdo con líneas de imágenes maestras. Corresponde a toda una serie de
efectuaciones, en el sentido más amplio, que se manifiestan por medio de acciones irreductibles a fines utilitarios.
Lo que se llama un mito se presenta como un relato que tiene carácter de ficción, presenta una estabilidad que implica que
cualquier modificación supone al mismo tiempo alguna otra, sugiriendo así la noción de una estructura. Esta ficción mantiene una
singular relación con algo que siempre se encuentra detrás implicado, contiene incluso su mensaje formalmente indicado; se trata
de la verdad. He aquí algo que no se puede separar del mito. La verdad tiene una estructura de ficción. El mito se presenta también
en cuanto a sus miras como característicamente inagotable. Esa especie de molde dado por la categoría mítica es un cierto tipo de
verdad que hemos de considerar como una relación del hombre. Se trata de los temas de la vida y la muerte, la existencia y la no
existencia, muy especialmente el nacimiento, es decir, la aparición de lo que todavía no existe. Se trata de temas vinculados, por
una parte, con la existencia del propio sujeto y con los horizontes que le proporciona su experiencia, y por otra parte, con el hecho
de su sujeción a un sexo, su sexo natural. A esto se consagra la actividad mítica en el niño. En el caso de Hans se tiene la impresión
de una producción de juego.
El progreso de lo imaginario a lo simbólico constituye una organización de lo imaginario como mito, o al menos va en la dirección de
una construcción mítica verdadera, colectiva. No llega a serlo porque es una construcción individual, pero su progreso se efectúa en
esa vía. Para encontrar una solución, es preciso haber realizado un número mínimo de rodeos. Algo de este orden es lo que el niño
ha de recorrer hasta llegar a un punto determinado, para franquear el difícil paso de cierta carencia o hiancia y encontrar así
descanso y un poco de armonía. Tal vez no todos los complejos de Edipo tengan que pasar por una construcción mítica semejante,
pero necesitan obtener la misma plenitud en la transposición simbólica.

4- Las síntomas fóbicos de los niños y su lugar de suplencia de un déficit simbólico, en los tiempos de su constitución edípica.
La fobia constituye otra forma de solución al difícil problema introducido por las relaciones del niño con la madre. Para que haya los
tres términos del trío, madre-niño-falo, se requiere un espacio cerrado, una organización del mundo simbólico, que se llama el
padre. La fobia es de este orden, esta relacionada con ese vínculo asediante. En un momento particularmente crítico, cuando
ninguna vía de otra naturaleza se abre para la solución del problema, la fobia constituye una llamada de socorro, la llamada a un
elemento simbólico singular.
Se manifiesta siempre como extremadamente simbólica. En el momento en que se le pide auxilio para mantener la solidaridad
esencial, amenazada por la hiancia que introduce la aparición del falo entre la madre y el niño, el elemento que interviene en la
fobia tiene un carácter verdaderamente mítico.
Freud nos dice que en el mundo de los objetos hay uno con una función decisiva, el falo. Este objeto se define como imaginario, es
la imagen erecta del pene. Tanto su nostalgia como su presencia, o su instancia en lo imaginario, resultan al parecer más
importantes para las mujeres que para los hombres, pero aún así toda su vida sexual esta subordinada al hecho de que
imaginariamente asuman cabalmente su uso y lo asuman como lícito, como permitido.
El falo imaginario es el eje de toda una serie de hechos que exigen postularlo. Hay que estudiar ese laberinto en el que
habitualmente el sujeto se pierde y puede acabar siendo devorado. El hilo para salir de ahí es que a la madre le falta el falo, que
precisamente porque le falta, desea, y que sólo puede estar satisfecha en la medida en que algo se lo proporciona. La falta es aquí el
principal deseo, esta es igualmente la característica del orden simbólico.
La asunción del propio signo de la posición viril, de la heterosexualidad masculina, implica como punto de partida la castración. Esto
es lo que nos enseña la noción freudiana del Edipo. Precisamente porque el macho, a la inversa de la posición femenina, posee un
apéndice natural, porque detenta el pene como una pertenencia, ha de venirle de otro, aquel que es verdaderamente el padre.
Nadie puede decir que significa en verdad ser padre, salvo que es algo que de entrada forma parte del juego. Sólo el juego jugado
con el padre, el juego de gana el que pierde, le permite al niño conquistar la vía por la que se registra en él la primera inscripción de
la ley.
El sujeto entra en el orden de la ley por la vía del crimen imaginario. Pero sólo puede entrar en este orden de la ley si, por un
instante al menos, ha tenido frente a él a un partener real, alguien que en el Otro haya aportado efectivamente algo que no sea
simplemente llamada y vuelta a llamar, par de la presencia y de la ausencia, elemento profundamente negativizador de lo simbólico,
alguien que le responde.
Lo característico de la observación de Juanito es que a pesar de todo el amor del padre, de toda su amabilidad, no hay padre real.
Toda la secuencia del juego se desarrolla en la trampa de la relación de Juanito con su madre, que acaba siendo insoportable,
angustiosa, intolerable, sin salida. O él o ella.
Previamente al estallido de la fobia aparecen con insistencia preguntas acerca del hace-pipí, el niño está en esa relación en la que el
falo juega el rol más evidente, es el pivote de la organización de su mundo; también se lo toca. Todo esto es un desarrollo típico
¿qué cambió?
Juanito se encuentra en una cierta relación con su madre, donde se mezcla la necesidad que tiene de amor de ella con el juego de
engaño intersubjetivo; está situado en el lugar de ser el falo imaginario de la madre, su señuelo. De golpe se produce algo que se
manifiesta por una angustia, esta está ligada a algunos elementos que vienen a complicar la situación:
Por un lado: el nacimiento de Hanna.
Por otro: la intervención del pene real del niño (turgencia del pene).
Esto introduce un desequilibrio en la posición de falo en la que Hans está colocado; colocado en situación de jugar el juego
correspondiente con la madre y de creer que puede satisfacerla. En este juego se introduce una discordancia. La emergencia de
estos elementos reales dejan al pequeño fuera de juego; lo dejan sin saber cuáles son las reglas del juego, el padre no le marca estas
reglas, no se enoja nunca, no está celoso. Para que el niño franquee el Edipo, y ello implica la articulación Edipo-Castración, es
necesario un cuarto término, el padre, y respecto del padre, la cuestión de la rivalidad.
Su pene, que devino real, resulta insuficiente para satisfacer a la madre, entonces si ante la pregunta de si tiene hace pipí ella
responde “sí, naturalmente”; entonces es que todo él únicamente puede satisfacerla y ahí se abre la boca de la devoración. En
tanto el hace pipí es una porquería, vuelve a reenviarlo a ese lugar de señuelo. De este paraíso lo debe desalojar el padre, pero el
padre de Juanito es un padre débil, la madre no le hace caso, está más interesada en su hijo que en el pene del padre.
En Hans lo que se plantea es el temor de no ser separado de esta madre, allí se sitúa la fobia. Mediante la fobia Juanito va a
encontrar otra forma de resolver el complejo de castración. Porque el caballo, como elemento imaginario va a cumplir la función de
suplencia del elemento simbólico que el padre no puede hacer intervenir. El caballo como significante va a permitirle ordenar su
mundo y el resto de sus significaciones. A partir de ese momento el mundo aparece puntuado, delimitado. Hay puntos peligrosos,
puntos de alarma. El mundo del niño aparece señalizado por los caballos. Donde hay caballos no puede pasar. Esto le marca un
territorio y restringe sus posibilidades de movimiento.
La fobia instaura un nuevo orden del interior y el exterior en tanto que una serie de umbrales se ponen a estructurar el mundo.

La fobia ¿una estructura o un síntoma?


La fobia como síntoma: En todos los exámenes tempranos de las fobias en Freud no es difícil percibir cierta incertidumbre. En Las
neuropsicosis de defensa: la distinción entre las fobias puramente histéricas y el grupo de las fobias típicas, de las cuales la
agorafobia es el prototipo implicaba la diferenciación entre las fobias con base física y las que no la tienen (las típicas). Este distingo
se conectaba con el que luego se trazaría entre las psiconeurosis y las neurosis actuales.
En Obsesiones y fobias (1894) parece distinguirse, no entre dos grupos de fobias, sino entre las representaciones obsesivas con base
física, por un lado, y, por el otro, las fobias, sin base física, que declara forman parte de la neurosis de angustia. El cuadro se
complica por la subsiguiente división de las fobias en dos grupos, de acuerdo con la naturaleza de su objeto, y, además, por la
separación de otra clase de fobias “que se podrían llamar traumáticas” y que se vinculan “con los síntomas de la histeria” . En el
trabajo sobre la neurosis de angustia la principal distinción no es, como aquí, la que se traza entre representaciones obsesivas y
fobias, sino entre las fobias que pertenecen a la neurosis obsesiva y las que pertenecen a la neurosis de angustia: la diferenciación
se basaba en la presencia o ausencia de una base física de la enfermedad.
Fue en el historial clínico del pequeño Hans (1909b) donde dio el primer paso hacia un esclarecimiento de los puntos oscuros de la
fobia mediante la introducción de una nueva entidad clínica: la histeria de angustia. Respecto de las fobias, apuntó que
«corresponde ver en ellas meros síndromes que pueden pertenecer a diversas neurosis, y no hace falta adjudicarles el valor de unos
procesos patológicos particulares»; y propuso que se diera el nombre de «histeria de angustia» a un tipo particular de fobia cuyo
mecanismo se asemejaba al de la histeria.
Quedaba en pie el problema de las fobias típicas de la neurosis de angustia. En él estaba envuelta toda la cuestión de las neurosis
actuales; y esa cuestión sería elucidada sino en Inhibición, síntoma y angustia (1926d).
1926: Las fobias se hallan tan próximas a las histerias de conversión que Freud las situó en una misma serie con estas, bajo el título
de histeria de angustia. Hasta hoy nadie ha podido indicar la condición que decide si un caso ha de cobrar la forma de una histeria
de conversión o la de una fobia; y, por consiguiente, nadie ha averiguado aún la condición del desarrollo de angustia en la histeria.
La fobia, como síntoma tiene una estructura, que especifica al deseo como prevenido en tanto puesto de avanzada.

Neurosis Obsesiva
REPRESENTACIONS O IDEAS OBSESIVAS, TEMORES, IMPULSOS Y PROHIBICIONES
1894: Aquí Freud postula que hay un mecanismo psíquico de la formación de síntomas común a la histeria, la neurosis obsesiva y
las psicosis alucinatorias: la DEFENSA. Si en una persona predispuesta a la neurosis no está presente la capacidad convertidora, para
defenderse de una representación inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, ese afecto permanece en el ámbito
psíquico. Se trata de un acto voluntario que en el intento de olvidar lo inconciliable produce una disociación. La representación
ahora debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la conciencia (conforma el núcleo de un grupo psíquico segundo),
pero su afecto, liberado, se adhiere a otras representaciones, en sí no inconciliables, que en virtud de este enlace falso devienen
representaciones obsesivas. Esto es lo que hace que el estado emotivo se eternice, porque la idea asociada ya no es la idea justa en
relación a la etiología de la obsesión sino que es un sustituto. La idea original también puede ser reemplazada por actos o
impulsiones que en el origen sirvieron como alivios o procedimientos protectores. El motivo de esta sustitución es un acto de
defensa del yo contra la idea inconciliable.
Diferencia entre las obsesiones y las fobias: Hay en toda obsesión dos cosas: 1) una idea que se impone al enfermo; 2) un estado
emotivo asociado. En la clase de las fobias, ese estado emotivo es siempre la angustia, mientras que en las verdaderas obsesiones
puede ser otro estado emotivo, como la duda, el remordimiento, la cólera.
1896: Aquí ya no se trata de un acto voluntario, introduce la teoría del trauma en 2 tiempos y el efecto retardado. La primera
experiencia sexual en la infancia no cobra significado sino retroactivamente cuando con la 2da experiencia de la pubertas esa
experiencia es resignificada. Las representaciones obsesivas son entonces reproches mudados, que retornan de la represión
(desalojo) y están referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer.(Trayectoria de la neurosis
obsesiva)Pero toda experiencia de actividad sexual presupone una vivencia de seducción.
1909: Las representaciones obsesivas parecen sin sentido, como los sueños; para que se vuelvan inteligibles y evidentes se sitúa a
las ideas obsesivas dentro de un nexo temporal con el vivenciar del paciente, explorando la primera emergencia de cada idea
obsesiva y las circunstancias externas bajo las cuales suele repetirse.
En 1909 la definición de las representaciones obsesivas dada en 1896 es objetable. Toma como modelo a los propios enfermos
obsesivos, que, con su inclinación a lo impreciso, mezclan las más diversas formaciones psíquicas bajo el título de representaciones
obsesivas. Es más correcto hablar de un pensar obsesivo y poner de relieve que los productos obsesivos pueden tener el valor de
los más diferentes actos psíquicos. Cabe definirlos como deseos, tentaciones, impulsos, reflexiones, dudas, mandamientos y
prohibiciones. Los enfermos se afanan por atemperar tales definiciones y por designar como «representación obsesiva» el
contenido despojado de su índice de afecto. Ej: “es una mera conexión de pensamiento”.
En la lucha defensiva secundaria que el enfermo libra contra las «representaciones obsesivas» que se han filtrado en su conciencia
se producen formaciones que merecen una denominación particular. Por ejemplo, los pensamientos que ocupaban al H. de las Ratas
durante su viaje de regreso desde las maniobras militares. No son argumentos puramente racionales los que se contraponen a los
pensamientos obsesivos, sino unos mestizos entre ambas variedades del pensar: hacen suyas ciertas premisas de lo obsesivo a lo
cual combaten y se sitúan (con los recursos de la razón) en el terreno del pensar patológico. Tales formaciones merecen el nombre
de delirios.
Ejemplo: la fantasmagoría del padre. Desde el pensar racional procuró rectificarse con esta amonestación: “¡Qué diría el padre si
realmente viviera todavía!”. Pero este argumento no produjo resultado alguno mientras se lo presentó en esa forma racional; la
fantasmagoría sólo cesó después que hubo puesto la misma idea en la forma de una amenaza deliriosa: Si volvía a perpetrar ese
desatino, al padre le pasaría algo malo en el más allá.
El valor del distingo entre lucha defensiva primaria y secundaria se ve limitado por el discernimiento de que los enfermos no tienen
noticia del texto de sus propias representaciones obsesivas. La defensa primaria desfigura el texto original de la representación
obsesiva.
1912: Prohibiciones: La neurosis obsesiva como enfermedad de los tabúes. Tabú de los primitivos se refiere a lo sagrado, peligroso,
prohibido, impuro, se expresa en prohibiciones y limitaciones que carecen de fundamentación. Es tabú: ciertos objetos y la
prohibición en relación al usufructo y contacto con estos. El tabú es contagioso: el que ha violado se vuelve tabú como todo lo que
trae a colación la tentación de violar el tabú. El neurótico obsesivo se ha creado prohibiciones-tabú. La concordancia entre las
prohibiciones obsesivas y el tabú consiste en que ellas son igualmente inmotivadas y de enigmático origen. Han surgido alguna vez y
ahora es preciso observarlas a consecuencia de una angustia irrefrenable. No hay amenazas externas de castigo porque existe un
reaseguro interno (una conciencia moral); la violación conllevaría una desgracia insoportable (temor obsesivo). Lo más que los
enfermos obsesivos son capaces de comunicar es la vislumbre imprecisa de que cierta persona de su contorno sufriría un daño, a
raíz de la violación. No se discierne en qué consistiría este. Recibimos esa noticia más a raíz de las acciones expiatorias y de defensa
que de las prohibiciones mismas.
1917: Impulsos: pueden hacer una impresión infantil y disparatada, pero casi siempre tienen el más espantable contenido, corno
tentaciones a cometer graves crímenes, de suerte que el enfermo no sólo los desmiente como ajenos, sino que huye de ellos,
horrorizado, y se protege de ejecutarlos mediante prohibiciones, renuncias y restricciones de su libertad. Pero, con todo eso, jamás
llegan esos impulsos a ejecutarse; el resultado es siempre el triunfo de la huida y la precaución. Ej. H. de las Ratas: cortarse el cuello
con una navaja; saltar de un barranco.

FUNCIÓN DE LA DUDA. POSTERGACION INDEFINIDA DEL ACTO.


1909: La producción de la incertidumbre y la duda es uno de los métodos que emplea la neurosis para sacar al enfermo de la
realidad y aislarlo del mundo, lo cual constituye la tendencia de toda perturbación psiconeurótica. Los enfermos ponen mucho de sí
para esquivar una certidumbre y poder aferrarse a una duda. El H. de las Ratas había desarrollado una particular habilidad para
evitar noticias que le habrían facilitado tomar una decisión en su conflicto.
Los obsesivos se ocupan en sus pensamientos de la duración de la vida y la posibilidad de la muerte de otros; sus inclinaciones
supersticiosas no tuvieron al comienzo otro contenido, y quizá tampoco sea otro su origen. Ellos necesitan de la posibilidad de
muerte para solucionar los conflictos que dejan sin resolver. Su carácter esencial es su incapacidad para decidirse, sobre todo en
asuntos de amor; procuran posponer toda decisión, y en la duda sobre la persona por la cual habrían de decidirse, o sobre el partido
que adoptarían frente a una persona. En cada conflicto vital acechan la muerte de una persona significativa para ellos. Con esta
apreciación del complejo de muerte rozamos la vida pulsional de los enfermos.
Por su carácter ambivalente si un amor intenso se contrapone a un odio de fuerza casi pareja, la consecuencia inmediata tiene que
ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad para decidir en todas las acciones en que el amor deba ser el motivo
pulsionante. Pero la irresolución no permanece mucho tiempo limitada a un grupo de acciones: forma parte del carácter psicológico
de la neurosis obsesiva el hacer el uso más extenso del mecanismo del desplazamiento. La parálisis de la decisión se difunde por
todo el obrar de un ser humano.
El obsesivo tiene perfectamente claro el juicio sobre sus síntomas obsesivos, el querría no ocuparse de esos estúpidos pensamientos
y a hacer algo racional en vez de dedicarse a tales jugueteos. Sólo que no puede hacer otra cosa; lo que en la neurosis obsesiva se
abre paso hasta la acción es sostenido por una energía que probablemente no tiene paralelo en la vida normal del alma. El enfermo
sólo puede hacer una cosa: desplazar, permutar, poner en lugar de una idea estúpida otra de algún modo debilitada, avanzar desde
una precaución o prohibición hasta otra, ejecutar un ceremonial en vez de otro. Puede desplazar la obsesión, pero no suprimirla.
La duda corresponde a la percepción interna de la irresolución que se apodera del enfermo a raíz de todos sus actos deliberados,
como consecuencia de la inhibición del amor por el odio. Es una duda en cuanto al amor, que debería ser lo más cierto
subjetivamente; esa duda se ha difundido a todo lo demás y se ha desplazado con preferencia a lo ínfimo más indiferente. Es la
misma duda que lleva a la incertidumbre sobre las medidas protectoras y a su repetición continuada para desterrarla (compulsión),
y que al cabo vuelve a estas acciones protectoras tan incumplibles como lo era la decisión de amor originariamente inhibida. La
incertidumbre de haber cumplido una medida protectora proviene de las fantasías inconcientes perturbadoras que se inmiscuyen,
estas fantasías contienen el impulso contrario, aquel contra el cual debía servir la defensa. Otros ponen cuidado en aislar de lo
demás cada una de esas acciones protectoras.
Si el obsesivo se vale de la infidelidad de la memoria, puede entonces extender la duda a todo, aun a acciones ya consumadas que
todavía no estaban referidas al complejo amor-odio, y al pasado íntegro.
1926: La formación de síntoma en la neurosis obsesiva: los síntomas que originariamente significaban limitaciones del yo cobran
más tarde, merced a la inclinación del yo por la síntesis, el carácter de unas satisfacciones, y es innegable que esta última
significación deviene poco a poco la más eficaz. Se aproxima cada vez más al total fracaso del afán defensivo inicial, el, yo
extremadamente limitado, se ve obligado a buscar sus satisfacciones en los síntomas. El desplazamiento de la relación de fuerzas en
favor de la satisfacción puede llevar a la parálisis de la voluntad del yo, quien, para cada decisión, se encuentra con impulsiones de
pareja intensidad de un lado y del otro. El conflicto hiperintensificado entre ello y superyó, que gobierna esta afección, puede
extenderse tanto que ninguno de los desempeños del yo, que se ha vuelto incapaz para la mediación, se sustraiga de ser englobado
en él.

Ejemplos de Postergación indefinida del acto en el H. de las ratas:


- Cuando volvía de las maniobras a Viena: Sólo el miramiento por la palabra que había dado al camarero lo disuadió de bajarse del
tren; pero no resignó esta idea, sino que desplazó el descenso para una estación posterior. Así pasó de estación en estación hasta
llegar a una en la que le pareció imposible el descenso porque allí tenía parientes, y se resolvió a seguir viaje hasta Viena, buscar allí
a su amigo, exponerle el caso y, según su decisión, viajar de vuelta a P. con el tren nocturno.
- Enfermó cuando se vio ante la tentación de casarse con una muchacha que no era aquella a quien desde hacía tiempo amaba, y se
sustrajo de la decisión de este conflicto posponiendo todas las actividades que se requerían para prepararla, a cuyo propósito la
neurosis le brindó los medios. La oscilación entre la amada y la otra se puede reducir al conflicto entre el influjo del padre y el amor
a la dama: una elección conflictiva entre padre y objeto sexual como la que ya había existido en la primera infancia.

PROBLEMÁTICA DE LA DEUDA
¿Por qué los dos dichos del capitán cruel, el cuento sobre las ratas y su reclamación de devolver el dinero al teniente primero A, le
provocaron reacciones patológicas? Por una sensibilidad de complejo: aquellos dichos habían tocado unos lugares de su
inconciente. Él se encontraba, como siempre le ocurría en el terreno de lo militar, dentro de una identificación inconciente con el
padre, quien había prestado servicios. La casualidad, que puede cooperar en la formación de síntoma, permitió que una aventura
del padre tuviera un importante elemento en común con la reclamación del capitán. Una vez, el padre había perdido en el juego de
naipes ([spielratte] jugador empedernido significa en alemán rata del juego) una pequeña suma de dinero de la que podía disponer
en su condición de suboficial, y las habría pasado muy mal de no prestarle ese dinero un camarada. Después de abandonar el servicio
y alcanzar una posición desahogada, buscó a ese camarada generoso para devolverle el dinero, pero nunca más lo encontró. Nuestro
paciente no estaba seguro de que la devolución se hubiera producido alguna vez; el recuerdo de este pecado de juventud de su
padre le resultaba penoso, siendo que su inconciente rebosaba de reclamaciones hostiles al carácter de aquel. Las palabras del
capitán: «Tienes que devolver las 3,80 coronas al teniente primero A.», le sonaron como una alusión a la deuda impaga del padre.
Lacan: Hay dos cuestiones que dan carácter mítico (en el sentido de que la verdad del sujeto se expresa en un mito ya que este es lo
que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en la definición de la verdad) al argumento fantasmático, la
ceremonia expiatoria, como lo llama Lacan, de la comedia de la devolución de las 3,80 coronas. No es que se reproduzcan más o
menos exactamente relaciones que, en relación a su contenido presente son secretas, ocultas, sino que también modifica esas
relaciones en el sentido de determinada tendencia.
Existía una deuda del padre con el amigo; el padre nunca volvió a encontrar a este amigo y no pudo pagar su deuda. Por otra parte,
existe en la historia del padre, sustitución de la mujer rica por la mujer pobre en el amor del padre. Y, dentro de la fantasía
desarrollada por el sujeto, vemos una especie de intercambio de los términos terminales de cada una de esas relaciones
funcionales. Vemos que para que la deuda sea pagada, no es cuestión de pagársela al amigo, hay que pagarla a la mujer pobre, y
por esta vía, a la mujer rica que lo sustituye en el argumento imaginado. La profundización de los hechos fundamentales en la
crisis obsesiva ha revelado que lo que constituye verdaderamente el objeto del deseo tantálico del sujeto de volver al lugar donde
está la dama del correo no es para nada esa dama sino un personaje que en la historia reciente encarna el personaje de la mujer
pobre. Es la sirvienta de una posada que ha conocido durante las maniobras. Se trata en cierta medida de entregar la deuda a la
mujer pobre. Y el argumento imaginado nos muestra algo que es la sustitución de la mujer rica por la mujer pobre.
Todo sucede como si los atolladeros propios de la situación original que en alguna parte no se resuelve, se desplazaran hacia otro
lugar de la red mítica, reproduciéndose siempre en algún punto. En la situación original aparece una especie de deuda doble. Existe
por un lado la frustración, del personaje que se ha borrado, y hasta una especie de castración del padre. Por otra parte la deuda
social nunca resuelta implicada en la relación con el personaje del amigo. Es algo muy diferente de la relación triangular
considerada típicamente como el origen del desenvolvimiento y del desarrollo neurotizante propiamente dicho.
Vemos una especie de ambigüedad, de diplopía, una situación que hace que el elemento de la deuda se sitúe en alguna medida en
dos planos a la vez, y justamente en la imposibilidad de unir ambos planos se desarrollará todo el drama del neurótico, como si
fuera que al tratar de hacerlos coincidir uno con otro se produjese una especie de operación inestable, nunca satisfactoria, que no
llegara jamás a anudarse en ciclo.
Piazza: El padre había pensado en suicidarse por haber perdido el dinero; un amigo le presta el dinero salvándolo del suicidio. La
imposibilidad de pagar la deuda y la idea de que el padre habría corrido por todas partes para encontrar a quien le había prestado el
dinero. Este era el mito que en el H de la Ratas se comportaba a la manera de lo reprimido, influyendo y perturbando, de modo
incomprensible para el sujeto, el pago de los quevedos. Es necesario que la deuda sea pagada, pero también que sea imposible de
pagar.
El padre y la dama parecen quedar igualados, nivelados por el pensamiento obsesivo: hace que ambos sean torturados del mismo
modo.
La prohibición paterna opera como el fundamento de la supervivencia del deseo. En Tótem y tabú entre prohibición y deseo existe
una relación de complementariedad y producción recíproca, la prohibición no suprime el deseo, lo entroniza. La muerte del padre
de la horda y la inextinguibilidad del deseo van de la mano: para que haya sociedad ninguno de los hermanos debe cumplir su deseo
de reemplazar al padre. La prohibición paternal constituye la ligazon del sujeto al deseo. El padre en cuestión no es el padre real,
hay que ubicarlo en otra escena. “Si veo a una mujer desnuda mi padre morirá”: la muerte del padre es la condición del deseo. Pero
la cuestión es que el padre ya esta muerto.
Lacan: el significante del Padre, en tanto autor de la Ley, esta ligado a la muerte del Padre. (En Tótem y tabú los hermanos matan al
padre y después instauran la ley; por arrepentimiento y culpa y para mantener la nueva sociedad) Esa muerte es el momento
fecundo de la deuda por donde el sujeto se liga por toda su vida a la ley. El padre simbólico en tanto el significa esta ley es un padre
muerto.
La prehistoria familiar cuenta que el padre amaba a una mujer pobre pero se caso con la madre del H. de las Ratas que tenía
fortuna. El H. de las Ratas enferma cuando se ve confrontado a un conflicto semejante y repite entonces en su delirio mayor el tema
de la deuda impaga del padre. Cuando el padre prohíbe que se case con la prima pobre reaviva la memoria del conflicto mujer
pobre/mujer rica. Pero no prohíbe a la madre (la mujer rica) sino a la otra.

COMPULSIÓN Y CONSTELACIÓN FANTASMÁTICA ANAL. MANDATOS. SACRIFICIOS. RITUALES


- El ceremonial: consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones, ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida
cotidiana, se cumplen de una manera idéntica o con variaciones que responden a leyes (seguir una serie de leyes no escritas) . Se
presentan para el enfermo como carentes de significado, pese a lo cual es incapaz de abandonarlas, pues cualquier desvío respecto
del ceremonial se castiga con una insoportable angustia que enseguida fuerza a reparar lo omitido (angustia de la conciencia moral).
La angustia se resuelve solo en el acto. No todos los actos obsesivos son ceremoniales. La prohibición forma parte del ceremonial, se
puede realizar el acto ajustado a reglas, se deben respetar las prohibiciones en que consiste el ceremonial. Al igual que los
ceremoniales religiosos tienen un sentido y son interpretables, sea en función de un registro simbólico típico se un función de la
historia del sujeto.
- Prohibiciones e impedimentos (abulias): no permitiendo al enfermo ciertas cosas, y permitiéndole otras sólo bajo obediencia a un
ceremonial prescrito. Son medidas protectoras contra la tentación. De estas derivan mandamientos.
- Acciones obsesivas: poseen sentido son figuraciones directas o simbólicas; del vivenciar sexual de la persona afectada. Pero el que
las practica no conoce su significado por que la acción obsesiva sirve a la expresión de motivos y representaciones inconcientes.
Cancelan parte de las renuncias y restricciones que imponen las prohibiciones y poseen un carácter compulsivo que les viene del
inconciente. Son: penitencias, expiaciones, medidas defensivas. Ej: compulsión a lavarse. También un número considerable de
acciones obsesivas resultan ser precauciones y aseguramientos contra un vivenciar sexual, y por tanto son de naturaleza fóbica.
En la acción obsesiva la pulsión sofocada y la sofocadora alcanzan una satisfacción simultánea y común. La acción obsesiva es
presuntamente una defensa frente a la acción prohibida; pero en verdad es la repetición de lo prohibido.
1926: Otras configuraciones de síntoma cobran un elevado valor para el yo porque le deparan una satisfacción narcisista de que
estaba privado. Las formaciones de sistemas de los neuróticos obsesivos halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como
unos hombres particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros. Es la ganancia (secundaría) de la enfermedad que
viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el síntoma, y refuerza la fijación de este último.
1909: Acciones obsesivas en 2 tiempos: en tales acciones obsesivas el primer tiempo es cancelado por el segundo. La segunda parte
también se consume bajo la sensación de la compulsión lo que revela que es otra pieza del obrar patológico, que está condicionada
por la oposición al motivo de la primera pieza. El pensar conciente del enfermo incurre en un malentendido respecto de ellas y las
dota de una motivación secundaria: las racionaliza. Pero su significado real y efectivo reside en la figuración del conflicto entre dos
mociones opuestas de magnitud aproximadamente igual, y se trata siempre de la oposición entre amor y odio. Ellas permiten
discernir un nuevo tipo de la formación de síntoma. En vez de llegarse, como acontece en la histeria, a un compromiso que contenta
a ambos opuestos en una sola figuración aquí los dos opuestos son satisfechos por separado, primero uno y después el otro,
aunque no sin que se intente establecer entre esos opuestos mutuamente hostiles algún tipo de enlace lógico (a menudo violando
toda lógica). (Ej: remover la piedra y luego volver a poner la piedra donde antes estaba.)
1912: Tienen relación con las acciones mágicas: tanto niños como primitivos creen en la omnipotencia de sus pensamientos, una
grandeza confianza en el poder de sus deseos. La magia sustituye leyes naturales por leyes psicológicas: las relaciones que existen
entre las representaciones se presuponen también entre las cosas. Se trata de figurar la satisfacción mediante acciones motrices.
Las cosas del mundo son relegadas tras sus representaciones; lo que con estas se emprenda acontecerá por fuerza también a
aquellas.
La omnipotencia de los pensamientos nos sale al paso en la neurosis obsesiva. En la neurosis lo decisivo para la formación de
síntoma no es la realidad objetiva del vivenciar, sino la del pensar. Las acciones obsesivas primarias de estos neuróticos son de
naturaleza mágica. Si no ensalmos, son unos contraensalmos destinados a defenderlos de las expectativas de desgracia con las que
suele comenzar la neurosis. El contenido de esa expectativa de desgracia es la muerte. Estas primeras acciones obsesivas y
protectoras, bajo las condiciones de la neurosis, son desfiguradas por el desplazamiento a algo pequeñísimo, a una acción en sí
misma indiferente. También las fórmulas protectoras de la neurosis obsesiva hallan su correspondiente en las fórmulas de ensalmo
de la magia.
Vale relacionar el narcisismo con la «sobrestimación» que los primitivos y los neuróticos tienen a las acciones psíquicas. La creencia
en la omnipotencia de los pensamientos se debe a que el pensar está todavía sexualizado. Los neuróticos han recibido en su
constitución misma un considerable fragmento de esa actitud primitiva y por otra parte la represión de lo sexual ha aportado una
sexualización nueva. La consecuencia psíquica es la sobreinvestidura libidinosa alcanzada por vía regresiva: narcisismo intelectual,
omnipotencia de los pensamientos.
1926: dos técnicas para la formación de síntoma:
- Anular lo acontecido: quiere «hacer desaparecer» no las consecuencias de un suceso (impresión, vivencia), sino a este mismo. Se
cancela al pasado mismo, se procura reprimirlo {suplantarlo} por vía motriz, por un acción mágica. Compulsión de repetición: Lo
que no ha acontecido de la manera en que habría debido de acuerdo con el deseo es anulado repitiéndolo de un modo diverso de
aquel en que aconteció, a lo cual vienen a agregarse todos los motivos para demorarse en tales repeticiones.
- Aislar: tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la
neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta
acción alguna. Es la técnica que reproducen los aislamientos de pensamiento pero reforzándola por vía motriz con un propósito
mágico. Proviene del tabú de contacto.
1907: Compulsiones y prohibiciones: Tanto compulsión como prohibición (el tener que hacer algo y el no tener permitido hacerlo)
sólo afectan, al comienzo, a las actividades solitarias y durante largo tiempo dejan intacta la conducta social; por eso los enfermos
pueden ocultar su padecer. Quien padece de compulsión y prohibiciones se comporta como si estuviera bajo el imperio de una
conciencia inconciente de culpa. Esta tiene su fuente en procesos anímicos tempranos, pero halla permanente refrescamiento en la
tentación, renovada por cada ocasión reciente; y por otra parte genera una angustia de expectativa, una expectativa de desgracia
que, por medio del concepto del castigo, se anuda a la percepción interna de la tentación. (ya no se trata de la teoría traumática, la
etiología ya no es referida a actos de la niñez) En los comienzos de la formación del ceremonial, todavía le deviene conciente al
enfermo que está forzado a hacer esto o aquello para que no acontezca una desgracia, y por regla general aún es nombrada a su
conciencia la índole de la desgracia que cabe esperar. El ceremonial comienza, entonces, como una acción de defensa o de
aseguramiento, como una medida protectora.
1909: La compulsión, es un ensayo de compensar la duda y de rectificar el estado de inhibición insoportable de que esta da
testimonio. Si por fin se ha logrado, con ayuda del desplazamiento, llevar a resolución alguno de los designios inhibidos, es fuerza
que este se ejecute; por cierto que ya no será el originario, pero la energía ahí acumulada no renunciará a la oportunidad de hallar
su descarga en la acción sustitutiva. Se exterioriza entonces en mandamientos y prohibiciones, puesto que es o el impulso tierno, o
el hostil, el que se conquista este camino para la descarga. Si el mandamiento obsesivo no ha de cumplirse, la tensión es
insoportable y se la percibe como suprema angustia. Pero el camino mismo hacia la acción sustitutiva desplazada a algo ínfimo es
disputado con tanto ardor que, las más de las veces, aquella sólo puede imponerse como una medida protectora en estrechísimo
empalme con un impulso sobre el que recae la defensa.
Además, mediante una suerte de regresión, actos preparatorios remplazan a la resolución definitiva, el pensar sustituye a la acción
y, en vez de la acción sustitutiva, se impone con violencia compulsiva algún estadio que corresponde al pensamiento previo de la
acción. Según que esté más o menos pronunciada esta regresión del actuar al pensar el caso de neurosis obsesiva cobrará el
carácter del pensar obsesivo (representación obsesiva) o el del actuar obsesivo en el sentido estricto. Estas acciones obsesivas en el
sentido genuino sólo son posibles por haberse producido dentro de ellas, en formaciones de compromiso, una suerte de
reconciliación entre los dos impulsos que se combaten mutuamente. En efecto, las acciones obsesivas se asemejan cada vez más a
las acciones sexuales infantiles del tipo del onanismo. Entonces, en esta forma de la neurosis se llega, sí, a actos de amor, pero sólo
con el auxilio de una nueva regresión: ya no a actos dirigidos a una persona, al objeto de amor y odio, sino a acciones autoeróticas
como en la infancia.
Carácter psicológico que lo «compulsivo» presta a los productos de la neurosis obsesiva: Compulsivos se vuelven aquellos procesos
del pensar que (a consecuencia de la inhibición de los opuestos en el extremo motor de los sistemas del pensar) se emprenden con un
gasto de energía que de ordinario sólo se destina (tanto cualitativa como cuantitativamente) al actuar; vale decir, unos
pensamientos que regresivamente tienen que subrogar a acciones. Lo que hace que el actuar o el pensar se vuelvan compulsivos es
que no pueden ser resueltos por la acºtividad psíquica conciente, su carácter reside en su causa, en su fuente: la represión.
- Mecanismo de la neurosis obsesiva: el hecho primero que está en su base es la represión de una moción pulsional (de un
componente de la pulsión sexual) que estaba contenida en la constitución de la persona, tuvo permitido exteriorizarse durante
algún tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo la sofocación.
- Una especial escrupulosidad dirigida a la meta de la pulsíón nace a raíz de su represión, pero esta formación psíquica reactiva no
se siente segura, sino amenazada de continuo por la pulsión que acecha en lo inconciente. El influjo de la pulsión reprimida es
sentido como tentación, y en virtud del propio proceso represivo se genera la angustia, que se apodera del futuro como una
angustia de expectativa. El proceso de la represión que lleva a la neurosis obsesiva debe calificarse de imperfectamente logrado, y
amenazado cada vez más por el fracaso. Por eso se requieren siempre nuevos empeños psíquicos para contrabalancear el constante
esfuerzo de asalto de la pulsión. Las acciones ceremoniales y obsesivas nacen en parte como defensa frente a la tentación, y en
parte como protección frente a la desgracia esperada. Para la tentación, las acciones protectoras parecen resultar insuficientes;
emergen entonces las prohibiciones destinadas a mantener alejada la situación de tentación. También encontramos las acciones
expiatorias.
- Como los síntomas deben cumplir la condición de un compromiso entre los poderes anímicos en pugna siempre devuelven
también algo del placer que están destinadas a prevenir. Con el progreso de la enfermedad, estas acciones, en su origen de la
defensa, se aproximan a las acciones prohibidas mediante las cuales la pulsión tuvo permitido exteriorizarse en la niñez.
-Un carácter peculiar de la neurosis obsesiva: el mecanismo del desplazamiento psíquico. Por medio de un desplazamiento desde lo
genuino hacia algo pequeño que lo sustituye se establecen el simbolismo y el detalle de la ejecución.
1926: Inhibiciones: de las funciones yoicas. La neurosis obsesiva perturba el trabajo, por ejemplo, mediante una distracción
continua y la pérdida de tiempo que suponen las demoras y repeticiones interpoladas. Diversos procedimientos para perturbar la
función: 1)extrañamiento de la libido; 2)menoscabo en la ejecución de la función; 3) su obstaculización mediante condiciones
particulares, y su modificación por desvío hacia otras metas; 4) su prevención por medidas de aseguramiento; 5) su interrupción
mediante un desarrollo de angustia toda vez que no se pudo impedir su planteo, y, 6) una reacción con posterioridad que protesta
contra ella y quiere deshacer lo acontecido cuando la función se ejecutó a pesar de todo.

Constelación fantasmática anal: Las causas de la neurosis son constitucionales y accidentales, su conjugación produce la causación
patológica. Pero las causas decisorias en la elección de neurosis son de las predisposiciones. Independientes de las vivencias de
efecto patógeno. Las predisposiciones son inhibiciones del desarrollo, tenemos el desarrollo de la función sexual y de las funciones
yoicas. Toda vez que un fragmento de la función sexual se quede en el estadio anterior se produce un lugar de fijación, al que la
función puede regresar en caso de que se contraiga enfermedad por una perturbación exterior. Odio y erotismo anal desempeñan
un importante papel en la sintomatología de la neurosis obsesiva. Las pulsiones parciales anal-eróticas y sádicas asumen en esta
neurosis la subrogación de las pulsiones genitales.
En algunos casos de neurosis obsesiva la organización sexual que contiene la predisposición a la neurosis obsesiva nunca vuelve a
ser superada del todo una vez que se estableció; en cambio, en otros es relevada primero por el estadio de desarrollo más alto, y
luego, desde este, es activada de nuevo por regresión. . En la neurosis obsesiva hay inhibición de desarrollo o regresión al erotismo
anal.
La predisposición histórico-genética a una neurosis sólo queda completa cuando toma en cuenta la fase del desarrollo yoico en que
sobreviene la fijación, a la vez que la fase del desarrollo libidinal. Y esta postulación sólo se refiere a esta última. Con respecto a los
estadios de desarrollo de las pulsiones yoicas Freud supone: un apresuramiento en el tiempo del desarrollo yoico respecto del
libidinal ha de anotarse en la predisposición a la neurosis obsesiva. Un apresuramiento así constreñiría una elección de objeto desde
las pulsiones yoicas, mientras la pulsión sexual no ha alcanzado todavía su plasmación última y deja como secuela una fijación en el
estadio del orden sexual pregenital.
Duelo en el obsesivo: reproches obsesivos  por el deseo inconciente de muerte. Es el arquetipo de la ambivalencia. Para el pensar
inconciente el que murió fue asesinado; los deseos malignos lo mataron.
Ambivalencia: La predisposición a la neurosis obsesiva se singulariza por una medida elevada de esa originaria ambivalencia de
sentimientos. La actitud ambivalente también se presenta en la neurosis obsesiva como hiperternura. Aflora dondequiera que
además de la ternura dominante existe una corriente contraria, pero inconciente, de hostilidad. Esa hostilidad se denuncia por un
aumento hipertrófico de la ternura, que se exterioriza como estado de angustia y se vuelve compulsiva porque de otro modo no
podría cumplir su tarea de mantener en la represión a la corriente contraria inconciente.
La oposición entre masculino y femenino, introducida por la función de reproducción, no puede estar presente aún en el estadio de
la elección pregenital de objeto. En vez de ella, hallamos la oposición entre aspiraciones de meta activa y de meta pasiva, que más
tarde se suelda con la oposición entre los sexos. La actividad es sufragada por la pulsión de apoderamiento, que llamamos
«sadismo» cuando la hallamos al servicio de la función sexual; por otra parte, aun en la vida sexual normal plenamente desarrollada
tiene importantes desempeños que cumplir como auxiliar. La corriente pasiva es alimentada por el erotismo anal. La pulsión de
saber es un brote sublimado, elevado a lo intelectual, de la pulsión de apoderamiento; y su rechazo en la forma de la duda se
conquista un ancho espacio en el cuadro de la neurosis obsesiva.
En los casos odio inconciente, el componente sádico del amor se ha desarrollado constitucionalmente con particular intensidad; por
eso ha experimentado una sofocación prematura y demasiado radical, y así los fenómenos observados de la neurosis derivan por
una parte de la ternura conciente elevada (pulsionada hacia lo alto) por reacción, y por otra parte del sadismo que en lo inconciente
sigue produciendo efectos como odio.

Carácter y erotismo anal: Hay una oposición entre carácter anal y neurosis obsesiva: en el carácter hay represión lograda y en la
neurosis obsesiva la represión fracasa y hay retorno de lo reprimido. El erotismo anal puede ser trasmudado en cualidades de
carácter: ordenado, ahorrativo y pertinaz. Este desarrollo del carácter se vale de las mismas fuerzas pulsionales que la neurosis
obsesiva.
En la alteración carácter (ej. de la mujer posmenopáusica) hay una regresión tras una represión (o sofocación) tersamente
consumada; en el caso de la neurosis hay conflicto, empeño por no permitir la regresión, formaciones reactivas contra esta y
formaciones de síntoma por vía de compromisos entre ambas partes, escisión de las actividades psíquicas en susceptibles de
conciencia e inconcientes.
Trasposiciones de la pulsión en el erotismo anal: ¿Cuál fue el destino de las mociones pulsionales anal-eróticas después que
perdieron su sígnificatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva? Hay diversas
posibilidades:
- Sobreviven como tales, sólo que en el estado de la represión.
- Son sometidas a la sublimación o consumidas por trasposición en cualidades del carácter.
- Hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales.
Las formaciones reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo son discernimos como exageraciones de la
formación normal del carácter. En los neuróticos obsesivos hay una degradación regresiva de la organización genital. Se exterioriza
en que toda clase de fantasías originariamente de concepción genital se trasladan a lo anal, el pene es sustituido por el palo de caca,
la vagina por el intestino.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del yo contra reclamos de los otros; el
interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y luego por el dinero. Con el advenimiento del pene nace en la niñita la
envidia del pene, que luego se traspone en deseo del varón como portador del pene. Antes, todavía, el deseo del pene se ha
mudado en deseo del hijo, o este último ha remplazado a aquel. Una analogía orgánica entre pene e hijo se expresa mediante la
posesión de un símbolo común a ambos (el «pequeño»). Luego, del deseo del hijo un camino adecuado a la ratio conduce al deseo
del varón.
Otra pieza de este nexo se discierne con mayor nitidez en el varón. Se establece cuando la investigación sexual del niño lo ha puesto
en conocimiento de la falta de pene en la mujer. Así, el pene es discernido como algo separable del cuerpo y entra en analogía con
la caca, que fue el primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar. De ese modo desafío anal entra en la constitución del
complejo de castración.
Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo discierne como «Lumpf» y lo inviste con un potente interés, anal-erótico. El deseo
del hijo recibe un segundo complemento de la misma fuente cuando la experiencia social enseña que el hijo puede concebirse como
regalo. Los tres, columna de caca, pene e hijo, son cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de mucosa (el recto y la
vagina). De ese estado de cosas, la investigación sexual infantil sólo puede llegar a saber que el hijo sigue el mismo camino que la
columna de heces; por regla general, ella no llega a descubrir la función del pene.

LA VOZ DEL SUPERYO Y LA CULPA


Se puede hablar de una conciencia moral del tabú y, tras su violación, de una conciencia de culpa del tabú. La conciencia moral
pertenece a aquello que se sabe con la máxima certeza. Conciencia moral es la percepción interior de que desestimamos
determinadas mociones de deseo existentes en nosotros. Esa desestimación está cierta de sí misma. En la conciencia de culpa se
trata de la percepción del juicio adverso interior sobre aquellos actos mediante los cuales hemos consumado determinadas
mociones de deseo. Quien tenga conciencia moral registra dentro de sí la justificación de ese juicio adverso y la reprobación de la
acción consumada. Este mismo carácter presenta la conducta de los salvajes hacia el tabú; este es un mandamiento de la conciencia
moral, su violación origina un sentimiento de culpa. La conciencia moral nace sobre el suelo de una ambivalencia de sentimientos,
bajo las condiciones de que un miembro de la oposición sea inconciente y se mantenga reprimido por obra del otro, que gobierna
compulsivamente.
En el carácter del neurótico obsesivo se destaca el rasgo de los penosos escrúpulos de la conciencia moral como un síntoma reactivo
frente a la tentación agazapada en lo inconciente, y que al agudizarse la condición patológica se desarrollan a partir de aquellos los
grados máximos de la conciencia de culpa.
La conciencia de culpa podemos describirla como «angustia de la conciencia moral». La angustia apunta a fuentes inconcientes. En
la conciencia de culpa hay algo desconocido e inconciente: la motivación de la desestimación. A eso desconocido corresponde el
carácter angustioso de la conciencia de culpa.
Sí el tabú se exterioriza en prohibiciones es probable que en su base haya una corriente anhelante. Lo que se prohibe tiene que ser
objeto de un anhelo. Supondremos que el anhelo de matar está presente en lo inconciente, y que ni el tabú ni la prohibición moral
son superfluos psicológicamente, sino que se explican y están justificados por la actitud ambivalente hacia el impulso asesino. Uno
de los caracteres de esta relación de ambivalencia es que la corriente de anhelo positivo es inconciente. Un impulso inconciente no
necesita haber nacido allí donde hallamos su exteriorización; pudo provenir de un lugar totalmente diverso, estar referido en su
origen a otras personas y relaciones, y llegar por el mecanismo del desplazamiento ahí donde ahora llama nuestra atención. Además
los procesos inconcientes pueden haber sobrevivido desde épocas muy tempranas, en las que sí eran adecuados, hasta épocas y
constelaciones más tardías, donde sus exteriorizaciones por fuerza parecerán ajenas.
Sólo una alteración en las constelaciones de la ambivalencia básica puede ser la causa de que la prohibición ya no aparezca en la
forma del tabú. De la violación de un tabú, los primitivos temen un castigo, una enfermedad grave o la muerte. Y ese castigo
amenaza a quien se ha hecho culpable de la violación. En la neurosis obsesiva si el enfermo ha de ejecutar algo que le está
prohibido, tiene miedo al castigo que sufrirá no él sino otra persona, uno de los seres más allegados a él, y más amados. Al
comienzo de la contracción de la enfermedad, la amenaza de castigo recaía, como entre los salvajes, sobre la persona propia; en
todos los casos se tuvo miedo por la propia vida; sólo más tarde la angustia de muerte fue desplazada sobre otra persona, una
persona amada. La base para que se forme la prohibición es una moción maligna -un deseo de muerte- hacia una persona amada. Es
reprimida por medio de una prohibición; esta se anuda con una cierta acción que tal vez subroga, por desplazamiento, a la acción
hostil hacia la persona amada; y ejecutar esa acción supone el castigo de muerte. Pero el proceso sigue adelante y el originario
deseo de muerte hacia el otro amado es sustituido luego por la angustia de que este muera . Si la neurosis demuestra ser tan
altruista es porque así compensa la actitud contraria, el brutal egoísmo que está en su base.
El predominio de los componentes pulsionales sexuales sobre los sociales es el factor característico de la neurosis. Las neurosis son
formaciones asociales; procuran lograr con medios privados lo que en la sociedad surgió por el trabajo colectivo. La naturaleza
asocial de la neurosis resulta de su tendencia más originaria: refugiarse de una realidad insatisfactoria en un placentero mundo de
fantasía. En ese mundo real que el neurótico evita gobiernan la sociedad de los hombres y las instituciones que ellos han creado en
común; por eso dar la espalda a la realidad es al mismo tiempo salirse de la comunidad humana.
Los neuróticos viven en un mundo particular donde sólo tiene curso la moneda neurótica; vale decir que en ellos sólo es eficaz lo
pensado con intensidad, lo representado con afecto, mientras que es accesoria su concordancia con la realidad objetiva exterior. Se
comprendería mal la conciencia de culpa de los neuróticos si se pretendiera reconducirla a fechorías reales. Un neurótico obsesivo
puede estar oprimido por una conciencia de culpa que convendría a un redomado asesino, no obstante ser el más escrupuloso de
los hombres. Pero su sentimiento de culpa tiene un fundamento: se basa en los intensos y frecuentes deseos de muerte que en su
interior, inconcientemente, le nacen hacia sus prójimos. Está fundado en la medida en que cuentan unos pensamientos inconcientes
y no unos hechos deliberados. Así, la omnipotencia de los pensamientos, la sobrestimación de los procesos anímicos en detrimento
de la realidad objetiva, demuestra su eficacia. Pero si se lo somete al tratamiento analítico no podrá creer que los pensamientos son
libres y temerá siempre manifestar malos deseos, como si exteriorizándolos no pudieran menos que cumplirse.
Esta conciencia de culpa de los neuróticos opera de una manera asocial para producir nuevos preceptos morales, continuadas
limitaciones, a modo de expiación de fechorías cometidas y a modo de prevención de otras por cometerse. Los neuróticos obsesivos
se encuentran bajo la presión de una hipermoral se protegen de la realidad psíquica de unas tentaciones y se castigan por unos
impulsos meramente sentidos. Pero en ello hay también un fragmento de realidad histórica: en su infancia esos hombres tuvieron
esos mismos malos impulsos, y en la medida en que se los permitió la impotencia del niño, traspusieron esos impulsos en acciones.
Cada uno de estos hiperbuenos tuvo en la niñez su época mala, una fase perversa como precursora y premisa de la fase posterior
hipermoral.
1926: En la neurosis obsesiva la creación o consolidación del superyó y la erección de las barreras éticas y estéticas en el interior del
yo que situamos en el comienzo del período de latencia rebasan la medida normal; a la destrucción del complejo de Edipo se agrega
la degradación regresiva de la libido, el superyó se vuelve particularmente severo y desamorado, el yo desarrolla, en obediencia al
superyó, elevadas formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión, la limpieza. Se proscribe la tentación a continuar con
el onanismo de la primera infancia, que ahora se apuntala en representaciones regresivas (sádico-anales), a pesar de lo cual sigue
representando la participación no sujetada de la organización fálica. Constituye una contradicción interna el que, precisamente en
aras de conservar la masculinidad (angustia de castración), se coarte todo quehacer de ella, pero aun esta contradicción sólo es
exagerada en la neurosis obsesiva, puesto que es inherente al modo normal de eliminación del complejo de Edipo. Toda desmesura
lleva en sí el germen de su auto-cancelación, lo cual se comprueba también en la neurosis obsesiva, pues justamente el onanismo
sofocado fuerza, en la forma de las acciones obsesivas, una aproximación cada vez mayor a su satisfacción.
Puede aceptarse simplemente como un hecho que en la neurosis obsesiva se forme un superyó severísimo, o puede pensarse que
el rasgo fundamental de esta afección es la regresión libidinal e intentarse enlazar con ella también el carácter del superyó. El
superyó, que proviene del ello, no puede sustraerse de la regresión y la desmezcla de pulsiones allí sobrevenida. Por eso se vuelve
más duro, martirizador y desamorado que en el desarrollo normal.
La pubertad: vuelven a despertar las mociones agresivas iniciales y un sector de las nuevas mociones libidinosas se ve precisado a
marchar por las vías que prefiguró la regresión, y a emerger en condición de propósitos agresivos y destructivos. A consecuencia de
este disfraz de las aspiraciones eróticas y de las intensas formaciones reactivas producidas dentro del yo, la lucha contra la
sexualidad continúa en lo sucesivo bajo banderas éticas. El yo se revuelve contra invitaciones crueles y violentas que le son enviadas
desde el ello a la conciencia, y ni sospecha que en verdad está luchando contra unos deseos eróticos. El superyó hipersevero se
afirma con energía tanto mayor en la sofocación de la sexualidad cuanto que ella ha adoptado unas formas tan, repelentes . Así, en
la neurosis obsesiva el conflicto se refuerza en dos direcciones: lo que defiende ha devenido más intolerante, y aquello de lo cual se
defiende, más insoportable; y ambas cosas por influjo de un factor: la regresión libidinal.
Si bien la representación obsesiva desagradable deviene en general conciente no hay duda de que antes ha atravesado por el
proceso de la represión. En la mayoría de los casos, el texto genuino de la moción pulsional agresiva no se ha vuelto notorio para el
yo. Lo que ha irrumpido hasta la conciencia es sólo un sustituto desfigurado. Si la represión no ha roído el contenido de la moción
pulsional agresiva, ha eliminado en cambio el carácter afectivo que la acompañaba. Así, la agresión ya no aparece al yo como un
impulso, sino, según dicen los enfermos, como un mero contenido de pensamiento que los deja fríos.
El afecto ahorrado a raíz de la percepción de la representación obsesiva sale a luz en otro lugar: El superyó se comporta como si no
se hubiera producido represión alguna, como si la moción agresiva le fuera notoria en su verdadero texto y con su pleno carácter de
afecto, y trata al yo de la manera condigna a esa premisa. El yo, que por una parte se sabe inocente, debe por la otra registrar un
sentimiento de culpa y asumir una responsabilidad que no puede explicarse.
Por medio de la represión el yo se ha clausurado frente al ello, en tanto permanece accesible a los influjos que parten del superyó.
Hay neurosis obsesivas sin ninguna conciencia de culpa: el yo se ahorra percibirla mediante una nueva serie de síntomas, acciones
de penitencia, limitaciones de autopunición. Tales síntomas significan al mismo tiempo satisfacciones de mociones pulsionales
masoquistas, que también recibieron un refuerzo desde la regresión.
El motor de la formación de síntoma es, en la neurosis obsesiva, la angustia del yo frente a su superyó. La hostilidad del superyó es
la situación de peligro de la cual el yo se ve precisado a sustraerse. El yo teme del superyó el castigo, eco del castigo de castración.
Así como el superyó es el padre que devino apersonal, la angustia frente a la castración con que este amenaza se ha trasmudado en
una angustia social indeterminada o en una angustia de la conciencia moral. El yo se sustrae de esta angustia ejecutando,
obediente, los mandamientos, preceptos y acciones expiatorias que le son impuestos. Tan pronto como esto último le es impedido
emerge la angustia. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de angustia.
Ese peligro era el de la castración o algo derivado de ella.

3) ESTRUCTURACIÓN DEL DESEO Y SU FORMULACIÓN COMO IMPOSIBLE. PREDOMINIO DE LA DEMANDA.


Como en el tabú, la prohibición rectora y nuclear de la neurosis es la del contacto; de ahí la designación: angustia de contacto, délire
de toucher (delirio del tacto). La prohibición no se extiende sólo al contacto corporal directo, sino que cobra el alcance del giro
traslaticio: entrar en contacto. Todo lo que conduzca al pensamiento hasta lo prohibido, lo que provoque un contacto de
pensamiento, está tan prohibido como el contacto corporal directo. Además el contacto es el inicio de todo apoderamiento, de
todo intento de servirse de una persona o cosa.
Es característica de las prohibiciones obsesivas una gran desplazabilidad; siguiendo unas vías de conexión cualesquiera, se propagan
de un objeto a otro y vuelven también a este último imposible. La imposibilidad termina por invadir el mundo todo. Los enfermos
obsesivos se comportan como si las personas y cosas imposibles fueran portadoras de una peligrosa infección, pronta a contagiar,
por vía de contacto, a todo lo que se encuentre en su vecindad.
Caso típico de angustia de contacto: en la primera infancia se exteriorizó un intenso placer de contacto (con los genitales), una
prohibición contrarió desde afuera ese placer; la prohibición de realizar ese contacto. Ella fue aceptada, pues podía apoyarse en
poderosas fuerzas internas (en el vínculo con las personas amadas que promulgaron la prohibición); demostró ser más potente que
la pulsión que quería exteriorizarse en el contacto. Pero la prohibición no consiguió cancelar a la pulsión. El resultado fue sólo
reprimir {esforzar al desalojo} a la pulsión -al placer en el contacto- y desterrarla a lo inconciente. Tanto prohibición como pulsíón
se conservaron. La segunda, porque sólo estaba reprimida, no cancelada; y la primera, porque si ella cejaba, la pulsión se abriría
paso hasta la conciencia, y se pondría en ejecución. Se había creado una fijación psíquica, y del continuado conflicto entre
prohibición y pulsíón derivaba todo lo demás.
El carácter principal de la constelación psicológica fijada de ese modo reside en la conducta ambivalente del individuo hacia un
objeto o hacia una acción sobre el objeto. Quiere realizar el contacto pero al mismo tiempo aborrece de ella. La oposición entre
esas dos corrientes no se puede compensar por el camino directo porque ellas están localizadas de tal modo en la vida anímica que
no pueden encontrarse. La prohibición es expresa y conciente; en cambio, el placer de contacto es inconciente: la persona no sabe
nada de él. De no mediar este factor psicológico, la ambivalencia no podría durar tanto tiempo ni producir tales fenómenos
consecutivos.
A consecuencia de la represión los motivos de la prohibición devenida conciente permanecen desconocidos, y fracasan todos los
intentos de destruirla intelectualmente. La prohibición debe su carácter obsesivo al nexo con su contraparte inconciente, el placer
no ahogado que persiste en lo escondido. Su trasferibilidad y su capacidad de propagación, son reflejos de un proceso que le ocurre
al placer inconciente. El placer pulsional se desplaza de continuo para escapar al bloqueo en que se encuentra, y procura ganar
subrogados -objetos y acciones sustitutivos- para lo prohibido. La apetencia prohibida se desplaza en lo inconciente a otra cosa
haciendo que a cada nuevo empuje de la libido reprimida la prohibición se haga más severa. Esta se mantiene porque perdura en el
inconciente el placer que la motivo. El hecho de que la violación del tabú se expíe mediante una renuncia demuestra que en la base
de la obediencia al tabú hay una renuncia.
La motivación de las acciones obsesivas esta en una necesidad de descarga. Son acciones de compromiso: por una de sus caras,
testimonios de arrepentimiento, empeños de expiación; pero, por la otra cara acciones sustitutivas que resarcen a la pulsión por
lo prohibido. Estas acciones obsesivas entran cada vez más al servicio de la pulsión y se aproximen de continuo a la acción
originariamente prohibida. Estas como las medidas de defensa y los mandamientos obsesivos, descienden de tendencias
ambivalentes ya sea que respondan de manera simultánea tanto a un deseo como a su contrario, o sirvan predominantemente a
una de las dos tendencias contrapuestas.
Piazza: En la neurosis obsesiva la represión es imperfecta y amenaza fracasar continuamente, por eso son necesarios nuevos
esfuerzos psíquicos para mantener y apoyar el proceso de represión. Hay que entender la tentación en el sentido del efecto del
deseo reprimido, Lacan teorizará la estructura del deseo como imposible. Freud lo plantea de esta manera: el obsesivo necesita ir
creando medidas que lo alejen de las situaciones sonde se pone en juego el deseo.
El neurótico obsesivo se aleja del deseo del Otro que lo angustia. Trata de alejarse de modo tal que sea imposible. En la experiencia
sexual se da el encuentro del sujeto con el deseo del Otro, momento en que el sujeto entra como objeto en el circuito del deseo del
Otro. La angustia es la manifestación de ese deseo del Otro, en el sujeto.
El momento de encuentro con el deseo del Otro es mítico. En cada sujeto estará modulado por las vicisitudes singulares de su
historia, no se pude localizar cronológicamente, debemos suponerlo como necesidad estructural: fantasías originarias.
Predominio de la demanda: En la neurosis obsesiva, el falo, por una regresión a la fase sádico-anal, va a ser reemplazado por el
objeto anal: las haces. El excremento es el regalo, el regalo que se da a Otro en tanto objeto que el Otro demanda. Esta donación
implica una renuncia a un goce autoerótico. Se trata del objeto anal como objeto de la demanda del Otro. Es característica de la
neurosis obsesiva en tanto es el intento de reducir el deseo a la demanda, el deseo del Otro a la demanda del Otro.
Evitar el momento de contacto de enfrentarse con el deseo del Otro reduciéndolo a la demanda, ubica como objeto de deseo la
demanda del Otro, quiere que el Otro pida. Cree que el Otro pide, en primer lugar su castración.
Para no enfrentarse al deseo del Otro que encierra un enigma, que angustia, el recurso es tratar de reducir el deseo a la demanda,
evitando de este modo preguntarse que desea. Reducir el deseo a la demanda se conjuga con el ponerse en el lugar del objeto que
sutura al Otro. El Otro no puede desear, porque reconocer la falta del Otro implicaría reconocer la propia falta, la castración y de eso
no se quiere saber nada.
El obsesivo intenta escapar al problema del deseo acentuando el problema del amor, reduce el deseo al amor, ligado siempre a la
demanda. Dice Freud: expulsara dócilmente los excrementos como sacrificio al amor o los retendrá para su satisfacción autoerótica.
Esto está relacionado con lo que Lacan llama goce. La demanda siempre se presenta más allá de la necesidad, cada demanda se
plantea en términos de presencia ausencia, en términos de demanda de amor. Siempre hay otro que aparece como el que satisface
o niega la satisfacción, acepta o rechaza la demanda. El deseo es aquella parte de la necesidad que no se articula con la demanda.

El sujeto para constituirse tiene que realizar un acto: el asesinato del padre, es decir, desearle muerte al padre. De ahí surge el
sentimiento de culpa y el superyó. Se autoprohibe a la madre para acceder al resto. En el obsesivo pensarlo es realizarlo, el
pensamiento esta sexualizado, hay omnipotencia del pensamiento. Como consecuencia del sentimiento inconciente de culpa y de la
represión, más exactamente, del retorno de lo reprimido, surge un síntoma. En el caso del H. de las ratas un mandamiento
imposible de cumplir: pagar al teniente primero A. No puede pagar, ni dejar de pagar la deuda, esta inhibido. Si paga la deuda
reconoce al padre como fallado, deseante, y de allí el sería él resultado de esa falla, permanecería fiel a la dama y a su deseo. Si no
paga la deuda “va derechito al incesto” obedece al padre que prohíbe a la mujer pobre, pero no a la rica: la madre. Hay inhibición,
se inhibe para no realizar el acto del asesinato del padre, que es el perturbador del goce sexual. Cualquier acto que implique realizar
su deseo lleva implícito el asesinato del padre. Acercarse al objeto de deseo es igual a matar al padre: “Si veo a una mujer desnuda
mi padre morirá”. Para no quedarse con la prohibición total tiene que reconocer su deseo asesino, el neurótico obsesivo crea sus
síntomas en función de no reconocer este deseo; no satisface su deseo y exacerba el amor al padre.
El padre tiene que mantenerse idealizado y omnipotente porque, como en el mito de la horda primordial, es cuando se deja de ver
al padre como omnipotente cuando se lo puede asesinar. El padre muerto es el padre simbólico, el padre de la horda cuya
prohibición primero exterior luego se interioriza tras su muerte.

4) La pregunta del obsesivo


Lacan:
Seminario 3: A la manera histérica de preguntar o..hombre o....mujer se opone la respuesta del obsesivo, la denegación, ni... ni.... ni
varón ni hembra. Esta denegación se hace sobre el fondo de la experiencia mortal y el escamoteo de su ser a la pregunta, que es un
modo de quedar suspendido de ella. El obsesivo precisamente no es ni uno ni otro; puede también decirse que es uno y otro a la
vez.
Seminario 4: un obsesivo es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto. El juego
al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse
invulnerable. Con este fin, se consagra a una dominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie
de exhibición con la que trata de mostrar hasta donde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las carácterísticas de un juego,
incluyendo sus carácterísticas ilusorias —es decir, hasta donde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es sólo su
alter ego, su propio doble. Su juego se desarrolla delante de un Otro que asiste al espectáculo. El mismo es sólo un espectador, y en
ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que obtiene. Sin embargo, no sabe que lugar ocupa, esto es lo inconsciente
que hay en él. Lo que hace, lo hace a título de coartada. Esto si lo puede entrever. Se da perfecta cuenta de que el juego no se juega
donde él está, y por eso casi nada de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que sepa desde donde ve
todo esto.
A fin de cuentas, ¿qué dirige el juego? Sabemos que es él mismo, pero, podemos cometer mil errores si no sabemos a donde se
dirige este juego. De ahí la noción de objeto, del objeto significativo para este sujeto.
El neurótico obsesivo hace todo para preservar al Otro como sin deseo, como muerto. En el caso del hombre de las ratas, además
ese Otro, que es el padre, está realmente muerto. Si este lugar del Otro no se interpreta el sujeto obsesivo renuncia a su propio
deseo, y se sacrifica para mantener a ese Otro como absoluto, lo cual le lleva a su propia muerte subjetiva. El obsesivo mortifica a su
deseo haciéndolo imposible, en este sentido juega al muerto, de ahí su pregunta ¿estoy vivo o estoy muerto?

5) Síntomas y fantasmas del padre


1926: Los síntomas de la neurosis obsesiva son de dos clases: prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, vale decir de
naturaleza negativa, o por el contrario son satisfacciones sustitutivas, hartas veces con disfraz simbólico . De estos dos grupos, el más
antiguo es el negativo, rechazador, punitorio; pero cuando la enfermedad se prolonga, prevalecen las satisfacciones, que burlan
toda defensa. Constituye un triunfo de la formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción, de suerte que
la prohibición originariamente rechazante cobra también el significado de una satisfacción. En esta operación se evidencia la
inclinación a la síntesis del yo. En casos extremos el enfermo consigue que la mayoría de sus síntomas añadan a su significado
originario el de su opuesto directo, testimonio este del poder de la ambivalencia, que desempeña un importantísimo papel en la
neurosis obsesiva.
La situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra que la de la histeria: la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas del
complejo de Edipo. Toda neurosis obsesiva parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos, formados muy temprano. Pero la
configuración ulterior es alterada por un factor constitucional: la organización genital de la libido demuestra ser endeble y muy poco
resistente y cuando el yo da comienzo a sus intentos defensivos, el primer éxito que se propone como meta es rechazar en todo o
en parte la organización genital (de la fase fálica) hacia el estadio anterior, sádico-anal . Este hecho de la regresión continúa siendo
determinante para todo lo que sigue.
El estadio fálico ya se ha alcanzado en el momento del giro hacia la neurosis obsesiva. Además, esta neurosis estalla a edad más
tardía que la histeria (el segundo período infantil, luego de iniciada la época de latencia).
Explicación metapsicológica de la regresión: es una «desmezcla de pulsiones», la segregación de los componentes eróticos que al
comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase sádica. El forzamiento de la regresión significa
el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido.
Fantasmas del padre:
El fantasma, en la neurosis, explica qué me quiere el Otro en términos que incluyen la significación fálica traspolada al registro oral,
escópico, etc. ¿Qué me quiere el Otro?, me quiere una asquerosa rata hinchada, que es el equivalente del falo –esa es la respuesta
fantasmática que da el Hombre de las Ratas – (Es curioso que en el fantasma lo asqueroso, lo espantoso, etc. puedan equivaler a lo
maravilloso, al falo que requiere el Otro. pero es así).
El padre en el Hombre de las Ratas aparece como un padre siempre presente, aún después de muerto existe una expectativa de su
aparición fantasmal. Es un padre que sigue apareciendo como perturbador del goce sexual. Un padre del que no se puede escapar,
un padre que el neurótico obsesivo lleva en sus hombros. Es el padre terrible de la horda primordial, es el padre imaginario, el que
el sujeto erige en el fantasma en torno a la figura del padre.
Otro fantasma o mito en relación al padre del H. de las Ratas es que se argumenta alrededor de la deuda impaga del padre.
UNIDAD 4

a) 1- La renegación de la castración.
La Verleugnung, renegación de la castración, es la operación constitutiva de la perversión. Es un modo de defensa, el sujeto se
rehúsa a reconocer la realidad de la percepción traumática. Es la operación que recorta la estructura perversa.
Si en la represión se quiere separar el destino de la representación del destino del afecto, y se reserva el término «represión» para
el afecto, desmentida seria la designación correcta para el destino de la representación. La percepción no se borra sino que
permanece, pero es desmentida.
El yo puede desmentir un fragmento sustantivo de la realidad (una muerte), como hace el yo del fetichista con el hecho
desagradable de la castración de la mujer. Dentro de la vida anímica pueden coexistir una corriente que no reconozca un fragmento
desagradable de realidad y otra que si; coexisten, una junto a la otra, la actitud acorde al deseo y la acorde a la realidad. (En la
neurosis persiste la corriente acorde a la realidad, en la psicosis la acorde con la realidad, faltaría efectivamente).
Escisión del yo: Desmentida de la castración: El yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está
habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por
resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la
satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de
perseverar así en la satisfacción. Es, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. El niño no hace
ninguna de esas dos cosas, o mejor dicho, las hace a las dos simultáneamente. Responde al conflicto con dos reacciones
contrapuestas, ambas válidas y eficaces. Por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja
prohibir nada; por el otro, y simultáneamente reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un
síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. Ambas partes en disputa han recibido lo suyo: la pulsión tiene permitido retener
la satisfacción, a la realidad objetiva se le ha tributado el debido respeto . Pero el resultado se alcanzó a expensas de una
desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiempo. Las dos reacciones contrapuestas frente al
conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.

Interrogación de las estructuras subjetivas perversas.


Desde la psiquiatría las perversiones son definidas como una serie de conductas sexuales juzgadas como desviadas en relación a una
norma. Es decir, aparecen a título de un juicio moral, definidas desde una desviación estadística sociocultural.
En “Tres ensayos de teoría sexual” de 1905, Freud analiza la sexualidad en sus diferentes presentaciones, partiendo de las
perversiones, acerca la sexualidad misma a su constitución en tanto perversa. En el primer ensayo se ocupa de las aberraciones
sexuales presentes en el tipo de elección de objeto (inversión y personas genésicamente inmaduras y animales) y también la meta
sexual (transgresiones anatómicas y fijaciones de metas sexuales provisionales). Interrogándose sobre estas encuentra que las
mociones de la vida sexual se cuentan entre las menos dominadas por la actividad superior de alma; bajo gran cantidad de
condiciones la clase y el valor del objeto sexual pasan a un segundo plano; alguna otra cosa es lo esencial y constante en la pulsión
sexual. Además estas transgresiones son un ingrediente de la vida sexual normal que raramente falta en las personas sanas.
Freud rechaza las explicaciones causales por degeneración o por herencia innata. Postula que la extraordinaria difusión de las
perversiones fuerza a suponer que la disposición para ellas tiene que formar parte de la constitución juzgada normal.
En la base de las perversiones hay algo que es innato en todos los hombres: se trata de unas raíces innatas de la pulsión sexual,
dadas en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) se desarrollan hasta convertirse en los portadores reales
de la actividad sexual, otras veces experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a raíz de lo cual pueden atraer a sí
mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos, una parte considerable de la energía sexual, mientras que en los casos más
favorecidos, situados entre ambos extremos, permiten, gracias a una restricción eficaz y a algún otro procesamiento, la génesis de la
vida sexual llamada normal.
Esa constitución que exhibe los gérmenes de todas las perversiones sólo podrá rastrearse en el niño: los neuróticos han conservado
el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él. Así Freud llega a la postulación de la sexualidad perversa polimorfa del
niño. Las mociones sexuales infantiles serían en sí perversas, porque partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que
dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias
(mociones reactivas) que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los diques psíquicos: asco, vergüenza y moral. (En
este caso la sublimación de las fuerzas pulsionales se da por formación reactiva pero las sublimaciones también pueden darse por
otros caminos.)
Cuando estas mociones sexuales se continúan en el desarrollo se desemboca en una perversión manifiesta, cuando se reprimen
fallidamente se ingresa en la neurosis y en el caso normal es cuando se logra un desasimiento de esta pulsiones. El complejo de
Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, la pieza esencial del contenido de estas. En él culmina la sexualidad infantil, que, por
sus consecuencias, influye decisivamente sobre la sexualidad del adulto. A todo ser humano que nace se le plantea la tarea de
dominar el Edipo, el que no pueda resolverla cae en la neurosis.
El concepto de estructura permite abordar el problema de la perversión independientemente de la modalidad que pueden adoptar
los diferentes actos perversos.

El complejo de Edipo invertido y su resolución identificatoria.


Los varones que luego serán homosexuales habían mantenido en su primera infancia una ligazón erótica muy intensa con una
persona del sexo femenino, por regla general la madre, provocada o favorecida por la hiperternura de la madre misma y sustentada,
además, por un relegamiento del padre en la vida infantil. Parece como si la presencia de un padre fuerte asegurara al hijo varón, en
la elección de objeto, la decisión correcta por alguien del sexo opuesto. Tras ese estadio previo sobreviene una trasmudación: el
amor hacia la madre no puede proseguir el ulterior desarrollo conciente, y sucumbe a la represión. El muchacho reprime su amor
por la madre poniéndose él mismo en el lugar de ella, identificándose con la madre y tomando a su persona propia como el modelo
a semejanza del cual escoge sus nuevos objetos de amor. Así se ha vuelto homosexual; en realidad, se ha deslizado hacia atrás, hacia
el autoerotismo, pues los muchachos a quienes ama ahora, ya crecido, son personas sustitutivas y nuevas versiones de su propia
persona infantil, y los ama como la madre lo amó a él de niño. Halla sus objetos de amor por la vía del narcisismo.
La persona devenida homosexual por esa vía permanece en lo inconciente fijada a la imagen mnémica de su madre. En virtud de la
represión del amor por su madre, conserva a este en su inconciente y desde entonces permanece fiel a la madre. Cuando parece
correr como amante tras los muchachos, lo que en realidad hace es correr a refugiarse de las otras mujeres que podrían hacerlo
infiel. Esas personas, en apariencia sólo receptivas para el encanto masculino, en verdad están sometidas como las normales a la
atracción que parte de la mujer; pero en cada nueva oportunidad se apresuran a trasladar a un objeto masculino la excitación
recibida de la mujer, y de esa manera repiten de continuo el mecanismo por el cual han adquirido su homosexualidad. Leonardo
pertenece a este tipo de homosexual.
Leonardo aparece como un hombre cuya necesidad y actividad sexuales eran extraordinariamente escasas, como si un superior
querer-alcanzar lo hubiera elevado por encima de la común necesidad animal de los seres humanos. Pero sólo tomó como discípulos
a jóvenes hermosos. Los trataba con bondad y consideración, velaba por ellos y los cuidaba si enfermaban, tal como haría una
madre con sus hijos, como su propia madre acaso lo atendió a él.

2- La perversión como negativo de la neurosis. Rasgos de perversión en las diferentes estructuras clínicas.
Las operaciones que se realizan ante la castración configuran diferentes estructuras clínicas: Neurosis, Psicosis y Perversión. No hay
pasaje de una a la otra, pero ello no impide que haya entre ellas intersecciones, deslizamientos, bordes, ambigüedades.
El descubrimiento del infantilismo de la sexualidad a partir de las tendencias perverso-polimorfas produce un acercamiento
perversión-neurosis, en 1905 Freud ubica la neurosis como negativo de la perversión. La neurosis reproduce en sus síntomas esas
mociones pulsionales perversas y satisface su sexualidad en estos síntomas total o parcialmente, los síntomas son la práctica sexual
de los enfermos: se basan en las exigencias de la pulsiones libidinales, por un lado y por otro en el veto del yo, la reacción contra
aquellas; en cambio el perverso manifiesta sin deformación su satisfacción en actividades sexuales perversas. Las fantasías que los
perversos tienen con conciencia clara, y que en circunstancias favorables pueden trasponerse en acciones y las fantasías
inconcientes de los histéricos coinciden hasta en los detalles en cuanto a su contenido.
Pegan a un niño: En cuanto a la génesis de las perversiones permanece la concepción de que en ellas pasa al primer plano el
refuerzo constitucional o el carácter prematuro de un componente sexual; pero además la perversión ya no se encuentra más
aislada en la vida sexual del niño, sino que es parte de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad
de típicos. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño; surge primero sobre el terreno de este complejo,
y luego de ser quebrantado permanece, como secuela de él, como heredera de su carga libidinosa y gravada con la conciencia de
culpa que lleva adherida. La constitución sexual anormal ha mostrado en definitiva su poderío esforzando al complejo de Edipo en
una dirección determinada y compeliéndolo a un fenómeno residual inhabitual.
La perversión infantil puede convertirse en el fundamento para el despliegue de una perversión de igual sentido, que subsista toda
la vida y consuma toda la sexualidad de la persona, o puede ser interrumpida y conservarse en el trasfondo de un desarrollo sexual
normal al que en lo sucesivo sustraerá siempre cierto monto de energía. Los perversos, en la pubertad, han iniciado un esbozo de
actividad sexual normal. Pero no tuvo el suficiente vigor, se lo resignó ante los primeros obstáculos y luego la persona retrocedió a
la fijación infantil.
Todas las perversiones infantiles tienen su génesis en el complejo de Edipo, la «primera vivencia» de los perversos, fetichistas, etc.,
casi nunca se remonta a una fecha anterior al sexto año. Por esa época el imperio del complejo de Edipo ya ha caducado; la vivencia
recordada pudo subrogar la herencia de aquel.
Puede haber rasgos perversos en las otras estructuras: el transexualismo pertenece a una estructura psicótica. Los transexuales
reviven la teoría infantil de que las mujeres son seres castrados.
Para Lacan es más acertado decir que la perversión es el negativo de la neurosis, porque el fantasma de la perversión en la inversión
del fantasma de la neurosis.

3- Acting-out.
Cuando el sujeto no recuerda el pasado está condenado a repetirlo actuándolo en el acting out. Esta expresión se reserva a acciones
que presentan un aspecto impulsivo relativamente inarmónico con las pautas habituales del sujeto. El sujeto mismo no logra
entender los motivos que tuvo para su acción. Lacan sostiene que el acting out resulta de la imposibilidad de recordar el pasado y
subraya la dimensión intersubjetiva del recuerdo. El recuerdo no involucra solo traerlo a la conciencia sino también comunicarlo a
otro por medio de la palabra. El acting out se produce cuando la negativa del Otro a escuchar hace imposible el recuerdo; el sujeto
ya no puede transmitirle el mensaje en palabras y se ve obligado a expresarlo en acciones. El acting es un mensaje cifrado que el
sujeto dirige a otro, aunque el sujeto ni siquiera se percata de que sus acciones lo expresan.
El acting out es una escena, por lo tanto el carácter visual es lo central, de una fantasía desplegada en lo real porque no puede
desplegarse de otra manera. Se trata de un hecho en el cual el sujeto muestra al analista el objeto de su deseo, más precisamente
el objeto al cual el sujeto se dirige. Es un deseo que falla en su articulación significante. Este deseo aparece en el acting con la
modalidad de la mostración, lo diferencia de otros modos de vehiculización del deseo como puede ser el síntoma. Muestra algo
hacia lo cual se dirige el deseo. Esta mostración está dirigida al Otro. Otro que desfallece en su función de captación de lo que ahí
está ocurriendo. Otro que no reconoce ese deseo del sujeto.
Hay acting out que son la consecuencia de un momento de la cura, hay otras modalidades de acting out donde el acting out es una
modalidad constante de la vida del paciente. En esos casos el desfallecimiento del Otro es estructural. Es muy difícil instaurar al
analista. Se puede decir que es un llamado a la intervención del Otro.
En la joven homosexual: el pasearse en compañía de la dama por las cercanías del trabajo del padre es un acting out porque
representaba un mensaje que la joven dirigía al padre que no la escuchaba. Otro ej: del caso de Ernst Kris: “sesos frescos”
Cuando se produce dentro del curso del análisis el acting out debe entenderse en relación a la transferencia. Cuando se produce por
fuera del analisis Lacan lo llamo “transferencia salvaje”.

Pasaje al acto.
Tanto el acting out como el pasaje al acto son los últimos recursos contra la angustia. El sujeto que realiza un acting out todavía
permanece en la escena, mientras que el pasaje a acto supone una salida total de la escena. (Escena: Es “la otra escena” de los
sueños de la que habla Freud; en términos lacanianos: el Otro. Lacan emplea la palabra escena para designar el teatro imaginario y
simbólico en el cual el sujeto escenifica el fantasma) El acting out es un mensaje simbólico dirigido al Otro, mientras que un pasaje al
acto es una huida respecto del Otro, hacia la dimensión de lo real. Es una salida de la red simbólica, una disolución del lazo social.
No implica necesariamente una psicosis, entraña una disolución del sujeto, por un momento el sujeto se convierte en puro objeto.
El pasaje al acto se ve venir, parece el punto final de algo que se viene anticipando. Se va encontrando al sujeto cada vez más en
posición de desecho. Frente al Otro está en situaciones de desecho, está más como resto de las situaciones en las que se encuentra.
El Otro esta en una posición de absolutización, es otro sin barrar. Cuando hay una situación así donde el Otro queda del lado de la
omnipotencia y el sujeto del lado del objeto, hay un disparador para que aparezca el pasaje al acto: la emoción, el sujeto se siente
desbordado desde sus parámetros emocionales, desde el punto de vista de los parámetros que sostienen lo imaginario. Con el
pasaje al acto el sujeto intenta ponerle coto al goce del Otro, pero a veces es tan paradojal que es la entrega suprema a ese goce
del Otro.
No es una escena que sostiene sino una escena que cesa, dramáticamente. Aquí el sujeto se identifica con el objeto, se transforma
en el objeto pero no en cualquier dimensión de este sino en el objeto como resto, se identifica al objeto a. Se trata de un cese de la
escena y de la abolición del sujeto en tanto identificado al objeto que se arroja fuera del marco de esa escena. En el pasaje al acto el
sujeto se aniquila como sujeto.
No todos los pasaje al acto son suicidios, un portazo puede ser un pasaje al acto, hay pasajes al acto benéficos.
En la joven homosexual:
Freud: La tentativa de suicidio, acto significativo que corona la crisis, esta vinculado con el aumento de tensión, hasta el momento
en que estalla el conflicto, ocurre la catástrofe. Tiene lugar tras la decepción producida por el hecho de que el objeto de su apego de
alguna forma homólogo se le opone. Freud lo explica como un fenómeno de contra agresividad, de una vuelta hacia el sujeto de la
agresión contra el padre, combinada con una especie de hundimiento de toda la situación, reducida así a sus datos primitivos, que
cumple simbólicamente lo que esta en juego mediante una precipitación, una reducción al nivel de los objetos que verdaderamente
están en juego. Cuando la chica cae del puente abajo, hace un acto simbólico, que no es sino el niederkommen de un niño en el
parto.
Lacan: Cuando el padre las ve, y les lanza una mirada fulminante y se va, la dama le pregunta a la chica quien es esa persona la chica
le dice “Es papa”. Entonces, la dama se lo toma muy mal. Hasta ese momento habla mantenido con la joven una actitud muy
reservada, más que fría incluso, no habia fomentado semejante asiduidad. Así que le dice —En estas condiciones, no vamos a seguir
viéndonos. Y entonces la chica va y se tire. Cae, niederkommt.
Lacan dice que este intento de suicidio fue un pasaje al acto, no un mensaje dirigido a nadie, puesto que la simbolización se ha
vuelto imposible para la joven. Confrontada con el deseo del padre, ella se sintió consumida por una angustia incontrolable y
reacciono de modo impulsivo identificándose con el objeto. Entonces cayó (nierderkommt) como el objeto a, el resto de
significación.

4- Caracterización de la vida amorosa en el neurótico y su diferencia con las perversiones.


1910- Un tipo particular de elección masculina de objeto: 4 condiciones: 1) Condición del 3ro perjudicado: la mujer debe tener
alguna relación con otro; 2) Deben ser “mujeres fáciles”, necesitan del quehacer de los celos, los celos no son hacia quien tiene
legítimos derechos sobre la mujer; 3) Conducta hacia el objeto de amor: le empeñan el máximo gasto psíquico hasta consumir todo
los otros intereses. Si bien resaltan la fidelidad son infieles. Sustituyen sus objetos por otros en una larga serie; 4) tendencia a
rescatar a la amada.
Estos rasgos brotan de la fijación de la ternura infantil a la madre: el perjudicado es el padre (de ahí el carácter de los celos); la
madre es una mujer fácil porque también tiene relaciones sexuales como las prostitutas, entonces porque debería estar tan alejada
de estas; la sobrestimación del objeto deriva de que no hay mas sobrestimada que la madre. La cuestión del rescate tiene que ver
con que la madre ha “regalado” la vida, el rescate tiene que ver con retribuir el regalo (también tiene el valor simbólico de hacerle
un hijo) En la fantasía de rescate se identifica con el padre.
La concepción de la madre como mujer fácil se relaciona con la novela familiar donde son comunes las fantasías de aventuras de la
madre; hay una fijación a las fantasías de la pubertad.
Este es el tipo de elección de objeto que presenta la joven homosexual.
1912- Degradación de la vida amorosa:
- La impotencia psíquica: en el hombre: hay hombre a los que se le deniega el cumplimiento del acto sexual, aunque exista una
intensa propensión psíquica a la ejecución del acto. Esa denegación sólo surge cuando lo ensaya con ciertas personas, mientras que
nunca le sucede con otras. La inhibición de su potencia viril parte de del influjo inhibitorio de ciertos complejos psíquicos que se
sustraen al conocimiento del individuo: la fijación incestuosa no superada a la madre y hermanas. Su fundamento es una inhibición
en la historia del desarrollo de la libido: no confluyen las corrientes tierna y sensual.
La tierna proviene de la primera infancia y se ha formado sobre la base de los intereses de la pulsión de autoconservación.
Corresponde a la elección infantil primaria de objeto.
En la pubertad se añade la corriente «sensual», que ya no ignora sus metas. Nunca deja de investir, ahora con montos libidinales
más intensos, los objetos de la elección infantil primaria. Pero como tropieza con la barrera del incesto intentará hallar lo más
pronto objetos exogámicos. Estos últimos se escogen siempre según el arquetipo de los infantiles, pero con el tiempo atraerán hacía
sí la ternura que estaba encadenada a los primeros; así quedan conjugadas ternura y sensualidad.
Este progreso fracasa, y hay neurosis, si en el curso de desarrollo de la libido: es grande la frustración (denegación) real que
contraríe la nueva elección de objeto y la desvalorice para el individuo; la medida de la atracción que sean capaces de exteriorizar
los objetos infantiles que han de abandonarse, y que es proporcional a la investidura erótica que les cupo todavía en la niñez. El
impedimento del incesto constriñe a la libido volcada a esos objetos primeros a permanecer en lo inconciente y los actos onanistas
refuerzan esta fijación, el quehacer de la corriente sensual queda súbdita de lo inconciente. Puede ocurrir que toda la sensualidad
de un joven esté fijada a fantasías inconcientes incestuosas. El resultado es entonces una impotencia absoluta.
El quehacer sexual de esas personas es caprichoso, es perturbado con facilidad, a menudo incorrecto en la ejecución, dispensa un
goce escaso. Se ve precisado a esquivar la corriente tierna. Se ha producido una limitación en la elección de objeto. La corriente
sensual que ha permanecido activa sólo busca objetos que no recuerden a las personas incestuosas prohibidas; si de cierta persona
dimana una impresión que pudiera llevar a su elevada estima psíquica, no desemboca en una excitación de la sensualidad, sino en
una ternura ineficaz en lo erótico. La vida amorosa de estos seres permanece escindida en las dos orientaciones. Buscan objetos a
los que no necesitan amar, a fin de mantener alejada su sensualidad de los objetos amados; y luego, si un rasgo del objeto elegido
para evitar el incesto recuerda al objeto que debía evitarse, sobreviene la impotencia psíquica.
Para protegerse de esa perturbación, el principal recurso de que se vale el hombre que se encuentra en esa escisión amorosa
consiste en la degradación psíquica del objeto sexual, al par que la sobrestimación que normalmente recae sobre el objeto sexual
es reservada para el objeto incestuoso y sus subrogaciones. Tan pronto se cumple la condición de la degradación, la sensualidad
puede exteriorizarse con libertad, desarrollar operaciones sexuales sustantivas y elevado placer.
Personas en quienes la corriente tierna y la sensual no han confluido una en la otra : en ellas se han conservado metas sexuales
perversas cuyo incumplimiento es sentido como una sensible pérdida de placer, pero cuyo cumplimiento sólo aparece como posible
en el objeto sexual degradado, menospreciado.
Para que no se produzca la impotencia psíquica: La corriente sensual no puede haber sufrido en todo su monto el destino de tener
que desaparecer, oculta tras la corriente tierna; es preciso que se haya conservado intensa o desinhibida en grado suficiente para
conseguir en parte su salida hacia la realidad.
En la mujer: La prolongada coartación de lo sexual y la reclusión de la sensualidad a la fantasía tienen para ella otra consecuencia:
no poder desatar más el enlace del quehacer sensual con la prohibición, y así se muestra frígida cuando al fin se le permite ese
quehacer.
Algo en la naturaleza de la pulsión sexual desfavorece al logro de la satisfacción plena : la acometida de la elección de objeto en dos
tiempos separados por la interposición de la barrera del incesto hace que el objeto definitivo de la pulsión sexual ya no es nunca el
originario, sino sólo un subrogado de este. Suele ser subrogado por una serie interminable de objetos sustitutivos, de los cuales,
ninguno satisface plenamente. En segundo lugar, sabemos que la pulsión sexual se descompone al principio en una gran serie de
componentes, no todos los cuales pueden ser acogidos en su conformación ulterior, sino que deben ser sofocados antes o recibir
otro empleo.
En Inhibición, Síntoma y Angustia Freud menciona acerca de la inhibición en relación a la función sexual, diversas perturbaciones.
Algunas de ellas resultan del enlace de la función a condiciones particulares de naturaleza perversa o fetichista
Lacan: Si sabemos distinguir el orden de la ley de las armonías imaginarias y si es cierto que la castración es la crisis esencial por la
que todo sujeto se introduce en el Edipo es natural plantear, al menos en el límite (incluso en estructuras libres de parentesco como
en las que vivimos), la fórmula según la cual toda mujer que no esté permitida está prohibida por la ley. Todo matrimonio lleva con
él la castración. Si esta civilización ha visto florecer el ideal, la confusión ideal, del amor y del conjugo, es porque ha puesto al
matrimonio en el lugar más destacado como fruto simbólico del consentimiento mutuo, ha llevado tan lejos la libertad de las
uniones, que siempre está bordeando el incesto.
La doctrina freudiana atribuye a una fijación duradera a la madre los fracasos, incluso las degradaciones de la vida amorosa, y ve en
su permanencia algo que marca con una tara original el ideal deseado de la unión monogámica.
Esto nos permite afirmar, de acuerdo con la experiencia, que si el ideal de la conjunción conyugal es monogámico en la mujer, por
que quiere el falo para ella sola, no ha de sorprendernos que el esquema de partida de la relación del niño con la madre tienda
siempre a reproducirse por parte del hombre. Y dado que la unión típica, normativa, legal, está siempre marcada por la castración,
tiende a reproducir en él la división que le hace fundamentalmente bígamo. Pero más allá de lo que el padre real autoriza, a quien
ha entrado en la dialéctica edípica, en lo que se refiere a la fijación de su elección, más allá de esa elección es donde se encuentra
aquello a lo que siempre se aspira en el amor, a saber, no el objeto legal, ni el objeto de satisfacción, sino el ser, es decir, el objeto
aprehendido en lo que le falta.
La diferencia de la vida amorosa es el amor. En la neurosis el sujeto bascula entre ser objeto de amor para otro y ser sujeto y tomar
como objeto de amor al otro, el otro no puede ser reducido a un objeto. El perverso, en cambio, se ubica sólo en una posición de
objeto, nunca pone en juego el amor, es decir dar lo que no tiene a alguien que no lo es.

b) 1- Fetichismo.
Tres ensayos de Teoría Sexual: Hay casos en los que el objeto sexual normal es sustituido por otro que guarda relación con él,
conlleva al abandono de la meta sexual por ser inapropiado. El sustituto del objeto sexual es, en general, una parte del cuerpo muy
poco apropiada a un fin sexual (el pie, los cabellos), o un objeto inanimado que mantiene una relación demostrable con la persona
sexual, preferiblemente con la sexualidad de esta (prenda de vestir, ropa interior). Los casos en que se exige al objeto sexual una
condición fetichista para que pueda alcanzarse la meta sexual (determinado color de cabellos, ciertas ropas, aun defectos físicos)
constituyen la transición hacia los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual normal o perversa.
La sobrestimación del objeto sexual, refiere a cierto grado de fetichismo, pertenece regularmente al amor normal. El caso
patológico sobreviene cuando: la aspiración al fetiche se fija y remplaza a la meta sexual normal; y cuando el fetiche se desprende
de esa persona determinada y pasa a ser un objeto sexual por sí mismo.
Elección del fetiche: Tras el primer recuerdo de la emergencia del fetiche hay una fase sepultada y olvidada del desarrollo sexual que
es subrogada por el fetiche como si fuera un recuerdo encubridor cuyo resto y decantación es entonces el fetiche. El vuelco al
fetichismo y la elección del fetiche están determinados constitucionalmente.

Freud presenta la metapsicología de la renegación de la castración en este texto de 1927: el fetiche es el sustituto del falo de la
madre. Normalmente, el falo de la mujer (de la madre) en que el varoncito ha creído, debiera ser resignado, pero justamente el
fetiche está destinado a preservarlo de su sepultamiento.
Proceso: el varoncito rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción: que la mujer no posee pene, pues si la mujer está
castrada, su propia posesión de pene corre peligro, y en contra de ello se revuelve la porción de narcisismo con que la naturaleza ha
dotado a ese órgano.
El niño a ha conservado, pero también ha resignado su creencia en el falo de la madre. Se ha llegado a un compromiso entre la
percepción indeseada y la intensidad del deseo contrario: en lo psíquico la mujer sigue teniendo un pene, pero a este pene algo otro
lo ha remplazado: su sustituto hereda el interés que se había dirigido al primero. El horror a la castración se ha erigido un
monumento recordatorio con la creación de este sustituto. Hay enajenación respecto de los reales genitales femeninos.
El fetiche perdura como el signo del triunfo sobre la amenaza de castración y de la protección contra ella y le ahorra al fetichista el
devenir homosexual, en tanto presta a la mujer aquel carácter por el cual se vuelve soportable como objeto sexual.
Lo decisivo en la instauración del fetiche: suspensión de un proceso, semejante a la detención del recuerdo en la amnesia
traumática, acaso se retenga como fetiche la última impresión anterior a la traumática, la ominosa.
Distintas formas de la bi-escindida actitud del fetichista (encuentran figuración tanto la aseveración de la castración como su
dementida):
- En la construcción del fetiche: Un hombre cuyo fetiche consistía en unas bragas, estas ocultaban los genitales y la diferencia de los
genitales. Significaba tanto que la mujer está castrada cuanto que no está castrada.
- En lo que el fetichista hace -en la realidad o en la fantasía- con su fetiche : venera al fetiche y en otros casos escenifica la castración.
Esto acontece, en particular, cuando se ha desarrollado una fuerte identificación-padre; el fetichista desempeña entonces el papel
del padre, a quien el niño había atribuido la castración de la mujer. (Cortador de trenzas) Su acción reúne en sí las dos aseveraciones
recíprocamente inconciliables: la mujer ha conservado su pene, y el padre ha castrado a la mujer.
El modelo normal del fetiche es el pene del varón así como el pequeño pene real de la mujer, el clítoris.

Lacan:
En la relación madre-hijo, a falta de la relación simbólica, la relación imaginaria se convierte en regla. Se ven afectados los vínculos
de la relación madre-hijo con respecto al tercer objeto, el objeto fálico, lo que a la mujer le falta y, al mismo tiempo, el niño
descubre que le falta a la madre. Hay discordancia, para restablecer la coherencia hay otras formas distintas que las simbólicas: las
imaginarias, que son no típicas.
Por ejemplo, la identificación del niño con la madre. A partir de un desplazamiento imaginario con respecto a su partener materno,
el niño hará por ella la elección fálica, realizará en su lugar la asunción de su anhelo por el objeto fálico.
Una propiedad de la perversión es que realiza una forma de acceso a este más allá de la imagen del otro . Se observa una
convergencia hacia un momento que puede calificarse de paso al acto (pasar al acto tiene que ver con ciertos momentos de
máxima presencia subjetiva, encuentra sus certeza subjetiva). En el curso de este paso al acto, algo se realiza, algo que es fusión y
acceso a ese más allá. La teoría anaclítica freudiana formula esta dimensión transindividual, llamando Eros a la unión de dos
individuos en la que cada uno se ve desposeído de sí mismo y, durante un instante virtual se convierte en parte constituyente de
dicha unidad. Tal unidad se realiza en ciertos momentos de la perversión, pero lo propio de la perversión es precisamente que la
unidad nunca puede realizarse, salvo en momentos que no están simbólicamente ordenados.
En el fetichismo, el propio sujeto dice encontrar más satisfactorio su objeto exclusivo, por cuanto es un objeto inanimado. Así
puede estar tranquilo de que no va a decepcionarle. Tiene a mano el objeto de sus deseos. Un objeto desprovisto de toda propiedad
subjetiva. Dado que es propio de las relaciones imaginarias ser siempre perfectamente recíprocas, por tratarse de relaciones en
espejo, veremos aparecer de vez en cuando en el fetichista la posición, no de identificación con la madre, sino de identificación con
el objeto. Tal posición es siempre en sí misma lo menos satisfactorio que hay, si con lo que se identifica por un momento es con el
objeto, perderá entonces su objeto primitivo, o sea la madre, y se considerará como un objeto destructor para ella.
El sujeto nunca está donde está, porque abandona su lugar, entra en una relación especular de la madre con el falo y se encuentra
alternativamente en una y otra posición. Sólo hay estabilización cuando se atrapa ese símbolo único y fugaz, que es el objeto preciso
del fetichismo, es decir algo que simboliza el falo.
Freud dice el fetiche es el símbolo de algo, del pene. Se trata de un desconocimiento de lo real: se trata del falo que la mujer no
tiene y que debería tener por razones que dependen de la dudosa relación del niño con la realidad. No se trata de un falo real que,
como real, exista o no exista, sino de un falo simbólico que por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausencia, una
ausencia que funciona en cuanto tal.
El fetiche representa al falo como ausente, el falo simbólico. El fetichista es siempre el niño, nunca la niña. Si todo residiera en el
plano de la deficiencia, o incluso de la inferioridad imaginaria, el fetichismo debería declararse más abiertamente en aquel de los
dos sexos que esta realmente privado de falo. Pero no es así. El fetichismo es excesivamente raro en la mujer.
Lo que se ama en el objeto de amor es algo que está más allá. Este algo es símbolo por lo que debe ser nada. El velo, la cortina es
una de las imágenes que materializa esta relación de interposición por la cual aquello a lo que se apunta está más allá de lo que se
presenta.
El velo, la cortina delante de algo, permite la mejor ilustración de la situación fundamental del amor. Puede decirse incluso que al
estar presente la cortina, lo que se encuentra más allá como falta tiende a realizarse como imagen. Sobre el velo se dibuja la
imagen. La cortina cobra su valor, su ser y su consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina la ausencia; es el
ídolo de la ausencia. Con su deseo el hombre encarna, hace un ídolo, de su sentimiento de esa nada que hay más allá del objeto del
amor.
He aquí el sujeto, el objeto y ese más allá que es nada, o bien el símbolo, o el falo en cuanto que le falta a la mujer. Pero una vez
colocada la cortina, sobre ella puede dibujarse algo que dice el objeto esta más allá. El objeto puede ocupar entonces el lugar de la
falta y ser también propiamente el soporte del amor, pero en cuanto que no es precisamente el punto donde se prende el deseo. En
cierto modo, el deseo aparece aquí como metáfora del amor, pero lo que lo cautiva, o sea el objeto, se muestra como ilusorio, y
valorado como ilusorio.
La escisión del yo, en el caso del fetiche, nos lo explican diciendo que la castración de la mujer es al mismo tiempo afirmada y
negada. Si el fetiche esta ahí, entonces es que no ha perdido el falo, pero al mismo tiempo es posible hacérselo perder, es decir
castrarla. La ambigüedad de la relación con el fetiche es permanente y se manifiesta sin cesar en los síntomas. Esta vivencia
manifiestamente ambigua, ilusión sostenida y adorada, se vive al mismo tiempo en un frágil equilibrio siempre a merced de que el
telón se derrumbe o se alce. Esta es la relación que esta en juego en la relación del fetichista con su objeto.
Freud, en el Fetichismo habla de Verleugnung a propósito de la posición fundamental de denegación en la relación con el fetiche.
Pero también dice que se trata de mantener en pie esta relación compleja, como si hablara de un decorado. El horror a la
castración, dice, se ha erigido, con esta creación de un sustituto, un monumento. El fetiche es un TROFEO. La palabra trofeo no
aparece, pero en verdad está presente, acompaña al signo de un triunfo.
Aquí está la estructura, en la relación con el más allá y con el velo. Sobre el velo puede imaginarse, es decir instaurarse como
captura imaginaria y lugar del deseo, la relación con un más allá, fundamental en toda instauración de la relación simbólica. Se trata
del descenso al plano imaginario del ritmo ternario sujeto-objeto-más allá, fundamental en la relación simbólica. Dicho de otra
manera, en la función del velo se trata de la proyección de la posición intermedia del objeto.
Lo que constituye el fetiche, el elemento simbólico que fija el fetiche y lo proyecta sobre el velo, se toma prestado especialmente de
la dimensión histórica. Es el momento de la historia en el cual la imagen se detiene. La rememoración de la historia se detiene y se
suspende en el momento inmediatamente anterior al descubrimiento ominoso. El fetiche es de alguna forma imagen, e imagen
proyectada, es porque tal imagen es sólo el punto límite entre la historia, como algo que tiene una continuación, y el momento en
que se interrumpe. Esta imagen es el signo, el indicador, del punto de la represión.
Freud nos dice que el fetichismo es una defensa contra la homosexualidad. En las relaciones con el objeto amoroso que organizan
este ciclo en el fetichista, encontramos una alternancia de identificaciones. Identificaciones con la mujer enfrentada al pene
destructor, el falo imaginario de las experiencias primordiales del período oro-anal, centradas en la agresividad de la teoría sádica
del coito. A la inversa, identificación del sujeto con el falo imaginario, que le hace ser para la mujer un puro objeto que puede
devorar y en el límite destruirlo.
El niño se encuentra enfrentado a esta oscilación entre los dos polos de la relación imaginaria primitiva antes de la instauración de la
relación en su legalidad edípica por la introducción del padre como sujeto, centro de orden y de posesión legítima. El niño está
entregado a la oscilación bipolar de la relación entre dos objetos inconciliables, que conduce de cualquier forma a un desenlace
destructivo, incluso asesino. Este desenlace deja al sujeto entregado a la relación imaginaria ya sea por la vía de la identificación con
la mujer, ya sea ocupando el lugar del falo imaginario, es decir, de cualquier forma, en una simbolización insuficiente de la relación
tercera.

2- HOMOSEXUALIDAD EN GENERAL:
Carácter sexual y elección de objeto no coinciden en una relación fija. Un alma femenina, forzada por eso a amar al varón,
instalada para desdicha en un cuerpo masculino; o un alma viril, atraída irresistiblemente por la mujer, desterrada para su desgracia
a un cuerpo femenino. Se trata de tres series de caracteres:
 Caracteres sexuales somáticos (hermafroditismo físico)
 Carácter sexual psíquico (Actitud masculina o femenina)
 Tipo de elección de objeto
Tres ensayos de teoría sexual:
Inversión: personas cuyo objeto sexual no es del sexo opuesto. El psicoanálisis considera que lo originario a partir de lo cual se
desarrollan, tanto el tipo normal como el invertido, es la independencia de la elección de objeto respecto del sexo de este último, la
posibilidad abierta de disponer de otros objetos tanto masculinos como femeninos, tal como se la puede observar en al infancia
- Objeto sexual de los invertidos:
La teoría del hermafroditismo psíquico presupone que el objeto sexual de los invertidos es el contrario al normal. El hombre
invertido sucumbiría, como la mujer, a los encantos viriles. Pero esto no es un carácter universal de la inversión. Gran parte de los
invertidos masculinos han conservado el carácter psíquico de la virilidad, presentan escasos caracteres secundarios del otro sexo y
buscan en su objeto sexual rasgos psíquicos femeninos. En muchos casos el objeto sexual no es lo igual en cuanto al sexo, sino que
reúne los caracteres de ambos sexos, como un compromiso entre una moción que aspira al hombre y otra que aspira a la mujer,
siempre bajo la condición de la virilidad del cuerpo (de los genitales): el espejamiento de la propia naturaleza bisexual. En el caso de
la mujer, las invertidas activas presentan con frecuencia caracteres somáticos y anímicos viriles y requieren feminidad en su objeto
sexual.
- Meta sexual de los invertidos: no hay una meta sexual única. En los hombres, comercio per anum e inversión no coinciden
totalmente; la masturbación es con igual frecuencia la meta exclusiva, y las restricciones de la meta sexual -hasta llegar al mero
desahogo afectivo- son más comunes que en el amor heterosexual. También entre las mujeres invertidas son múltiples las metas
sexuales; entre estas, el contacto con la mucosa bucal parece privilegiado.

2- Homosexualidad masculina.
Freud: 1910: Mecanismo psíquico de la génesis de la homosexualidad masculina: En los casos indagados las personas invertidas
atravesaron en su infancia por una fase muy intensa de fijación a la mujer (casi siempre la madre) tras cuya superación se
identificaron con la mujer y se tomaron a sí mismos como objeto sexual. A partir del narcisismo buscaron hombres parecidos a su
propia persona que debían amarlos como la madre los había amado. Con mucha frecuencia se halló que trasponían a un objeto
masculino la excitación que los encantos de la mujer les producían; así durante toda su vida repetían el mecanismo por el cual se
había engendrado su inversión. Su aspiración compulsiva al hombre aparecía condicionada por su incesante huída de la mujer.
Debería trazarse una neta distinción conceptual entre diferentes casos de inversión según que se haya invertido el carácter sexual
del objeto o el del sujeto.
1915: La vigencia de la elección narcisista de objeto y la retención de la importancia erótica de la zona anal aparecen como
caracteres esenciales. Lo que hallamos en los invertidos puede hallarse, con menor fuerza, en los tipos transicionales y normales.
Entre las influencias accidentales sobre la elección de objeto se hallan: el amedrentamiento sexual temprano y la presencia o
ausencia de ambos padres. Por otra parte hay que separar, en el plano conceptual, la inversión del objeto sexual de la mezcla de
caracteres sexuales en el interior de un sujeto, en esta relación hay cierto grado de independencia. El terror a la castración al ver los
genitales femeninos es una de las causas de la homosexualidad masculina.

Lacan: Homosexualidad masculina. Travestismo.


En el travestismo, el sujeto se identifica con lo que esta detrás del velo, con el objeto al que le falta algo. El travestido se identifica
con la madre fálica, en la medida en que esta, por otra parte, vela la falta de falo. Los vestidos no están hechos tan sólo para
esconder lo que se tiene sino también para esconder lo que no se tiene. No se trata siempre y esencialmente de esconder el objeto,
sino también de esconder la falta de objeto. Es una simple aplicación, en el caso de la dialéctica imaginaria, de algo que demasiado a
menudo se olvida, a saber, la presencia y la función de la falta de objeto.
En todo el período preedípico, cuando se originan las perversiones, se desarrolla un juego en el cual el falo es fundamental como
significante, fundamental en ese imaginario de la madre que se trata de alcanzar, porque el yo del niño se apoya en la omnipotencia
de la madre. Se trata de ver dónde está y dónde no está. Nunca está verdaderamente donde está, nunca está del todo ausente de
donde no está. En esto debe basarse toda la clasificación de las perversiones. Sea cual sea el valor de las aportaciones sobre la
identificación con la madre y la identificación con el objeto, etc., lo esencial es la relación con el falo.
- En el travestismo, el sujeto pone en tela de juicio su falo. Suele olvidarse que en el travestismo no se trata simplemente de
homosexualidad más o menos transformada, que no se trata simplemente de un fetichismo diferenciado. Es preciso que el sujeto
sea portador del fetiche. El sujeto se identifica con una mujer, pero una mujer con falo, sólo que lo tiene a título de falo escondido .
El falo siempre ha de participar de algo que lo vela. La existencia de las ropas materializa el objeto. Aunque el objeto real esté
presente, se ha de poder creer que no está, y ha de caber la posibilidad de creer que está precisamente donde no está.
- En la homosexualidad masculina también se trata para el sujeto de su propio falo, pero el suyo buscado en otro.
Todas las perversiones juegan siempre con ese objeto significante en la medida en que es, por su naturaleza y en sí mismo, un
verdadero significante, es decir, algo que en ningún caso puede tomarse por su valor facial. Cuando se le pone la mano encima,
cuando alguno lo encuentra y se fija a él definitivamente, como ocurre en el fetichismo, el objeto es exactamente nada. Es un viejo
vestido raído, un zapato gastado. Cuando aparece, cuando se descubre realmente, es el fetiche.
Debemos considerar el Penisneid como un término de referencia constante en la relación de la madre con el niño. La experiencia
demuestra que no hay forma de articular de otro modo las perversiones, pues contrariamente a lo que suele decirse, no se pueden
explicar íntegramente por la etapa preedípica, aunque de todos modos requieren esa experiencia. En la relación con la madre el
niño siente el falo como centro de su deseo, el de ella. Y el mismo se sitúa entonces en distintas posiciones por las cuales se ve
llevado a mantener este deseo de la madre.
El niño se presenta a la madre como si él mismo le ofreciera el falo, en posiciones y grados diversos. Puede identificarse con la
madre, identificarse con el falo, identificarse con la madre como portadora del falo, o presentarse como portador de falo. Hay aquí
un alto grado, no de abstracción, sino de generalización de la relación imaginaria que llamo tramposa, mediante la cual el niño le
asegura a la madre que puede colmarla, no sólo como niño, sino también en cuanto al deseo y en cuanto a lo que le falta. Esta
situación es con toda seguridad estructurante, pues sólo en torno a ella puede articularse la relación del fetichista con su objeto , y
se escalona toda la gama intermedia capaz de relaciónarla con el travestismo, dejando aquí aparte a la homosexualidad, relaciónada
con la necesidad del objeto, del pene real, en el otro.

3- Homosexualidad femenina.
Freud: frente al reconocimiento de la castración como un hecho en la mujer una de las salidas es la homosexualidad. La mujer, en
porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste hasta épocas
increíblemente tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la fantasía de ser a pesar de todo un varón sigue poseyendo virtud
plasmadora durante prolongados períodos. Este complejo de masculinidad de la mujer puede terminar en una elección de objeto
homosexual manifiesta.

Lacan: La mujer deberá entrar en la dialéctica del intercambio en función de objeto, posición poco natural. La homosexualidad
femenina aparece siempre cuando la discusión se refiere a las etapas que la mujer ha de atravesar para cumplir su culminación
simbólica. Freud en 1923 en La organización genital infantil plantea como un principio la primacía de la asunción fálica. La fase fálica,
etapa terminal de la primera época de la sexualidad infantil, que se termina con la entrada del período de latencia, es una fase típica
tanto para el niño como para la niña. La organización genital da su fórmula. Los dos sexos la alcanzan. La posesión o la no posesión
del falo es su elemento diferencial primordial. Así, no hay realización del macho y de la hembra, sino fálico-castrado. La paradójica
afirmación del falicismo es el propio eje alrededor del cual debe desarrollarse la interpretación teórica. Todo lo relacionado con la
prioridad o el predominio del falo en una etapa de la evolución del niño, sólo tendrá su incidencia a posteriori.
Sólo se puede hacer intervenir al falo en la medida en que es necesario, en determinado momento, para simbolizar algún
acontecimiento, ya sea la llegada tardía de un hijo para alguien que tiene una relación inmediata con el niño, o bien por parte del
sujeto mismo, ante la cuestión planteada por su propia maternidad y la posesión de un niño.
Sólo la castración instaura, en el orden que verdaderamente le corresponde, la necesidad de la frustración, lo que la trasciende y la
instaura en una ley que le da otro valor. La castración también consagra la existencia de la privación, puesto que la idea de la
privación no puede concebirse de ningún modo en el plano real. Una privación sólo puede concebirla efectivamente un ser que
articula algo en el plano simbólico. La frustración se refiere a algo de lo que uno se ve privado por alguien de quien precisamente
podría esperar lo que le pide. Lo que esta en juego de este modo es menos el objeto que el amor de quien puede hacer ese don.
Nos encontramos aquí en el origen de la dialéctica de la frustración, porque todavía está al margen de lo simbólico. Este momento
inicial es fugaz. El don sólo aparece al principio con cierta gratuidad. Viene del otro. Lo que hay detrás del otro, o sea toda la cadena
donde se encuentra la razón del don, no se percibe todavía, y sólo más adelante el sujeto puede advertir que el don es mucho más
completo de lo que al principio parecía, que esta interesada toda la cadena simbólica humana. Al principio, sólo esta la
confrontación con el otro y el don que surge.
Sólo hay frustración si el sujeto reivindica, si el objeto se considera exigible por derecho. En ese momento el objeto entra en lo que
se podría llamar el área narcisista de las pertenencias del sujeto.
La frustración desemboca en algo que nos proyecta a un plano distinto del plano del puro y simple deseo. La demanda supone algo
conocido en la experiencia humana, que hace que nunca pueda ser propiamente satisfecha.
La joven homosexual: La relación de la chica con la dama revela ser pasional, y hace difíciles sus relaciones con su familia. El hecho
de que eso enfurezca al padre constituye un motivo para la chica, no es que sostenga su pasión, pero hace que la lleve como la lleva:
esa especie de tranquilo desafío con el que mantiene su asiduidad con la dama en cuestión, sus esperas en la calle, su forma de
exhibir en cierto modo el asunto. La madre que ha estado neurótica y no se toma la cosa tan mal, o al menos no tan en serio.
Freud explica partiendo de la orientación normal del sujeto hacia el deseo de obtener un niño del padre. En este registro hay que
concebir la crisis originaria que llevó al sujeto a tomar una dirección estrictamente opuesta. Hubo un vuelco de la posición subjetiva.
La decepción debida al objeto del deseo se traduce por una inversión completa de la posición: el sujeto se identifica con dicho
objeto, lo que equivale a una regresión al narcisismo. La decepción que opera este vuelco se debe a que en el momento en que el
sujeto habla elegido la vía de una toma de posesión del niño imaginario, su madre obtiene realmente otro hijo del padre.
Según Freud, el fenómeno debe considerarse reactivo: el resentimiento contra el padre sigue actuando. Esta pieza clave en la
situación explica como se desarrolla toda la aventura. La chica se muestra claramente agresiva con el padre.
Freud notó que la elección objetal de la joven responde al tipo propiamente masculino. Freud subraya que se trata aquí del amor
platónico en su mayor exaltación. Es un amor que no pide más satisfacción que servir a la dama. No se trata simplemente de un a
atracción o de una necesidad, sino de un amor que en sí mismo no sólo prescinde de satisfacciónes, sino que apunta a la no
satisfacción. En este orden puede desarrollarse un amor ideal, la institución de la falta en la relación con el objeto.
Las homosexuales son sujetos que en algún momento han desarrollado una fijación muy intensa al padre. Hay crisis porque
entonces interviene un objeto real. El padre da un niño a otra persona.
Pero se trata de algo que ya estaba instituido en el plano simbólico. Es en el plano simbólico, y no ya en el plano imaginario, donde
el sujeto se satisfacía con ese hijo, como hijo donado por el padre. Esto la sostenía en la relación entre mujeres (madres jovenes). La
presencia del hijo real, el hecho de que el objeto se haya materializado al tenerlo su madre la hace volver al plano de la frustración.
Ella va a identificarse con el padre y luego a convertirse en ese hijo latente que en efecto podrá niederkommen cuando la crisis
llegue a su término. Pero lo más importante es que lo que se desea esta más allá de la mujer amada. El amor que la chica siente por
la dama apunta a algo distinto que a ella. Este amor que vive pura y simplemente en la devoción, y que eleva a su grado supremo el
apego del sujeto y su anonadamiento.
Lo que se desea propiamente en la mujer amada es precisamente lo que le falta. Y lo que le falta en este caso es precisamente el
objeto primordial cuyo equivalente iba a encontrar el sujeto en el hijo, como sustituto imaginario al que volverá a recurrir.
En el punto más extremo del amor, en el amor más idealizado, lo que se busca en la mujer es lo que le falta. Lo que se busca más allá
de ella misma, es el objeto central de toda la economía libidinal —el falo.

4- La perversión en las mujeres.


No hay

c) 1- Impulsión al goce.
Es un verse llevado a…,implica un actuar. Puede ser pensado en relación a la compulsión a la repetición. Hay una pulsión desatada y
la persona está sujeta a esa impulsión. Tensiona para agotar el deseo, que no quede ningún tipo de resto, consumirlo todo; sin
embargo un resto siempre queda, de esto reniega la perversión

2- Mostración y escenarios de las perversiones.


En la vida amorosa del hombre.

3- Función del fantasma.


El pecho, las heces, la mirada, la voz, son objetos perdidos que conforman el fantasma. El fantasma “Pegan a un niño” presenta una
forma sádica pero tiene un origen masoquista. En basa a este fantasma se pueden pensar los montajes perversos en la neurosis. El
fantasma siempre es perverso porque niega la falta, es el sostén del deseo, es una respuesta a un imposible.
Freud: Cuando la primera satisfacción sexual estaba conectada con la nutrición la pulsión sexual tenía como objeto el pecho
materno. Lo perdió en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a la que pertenecía el órgano
que le dispensaba satisfacción, esa satisfacción perdida es conservada como huella mnémica en el fantasma. L as fantasías tienen
gran importancia para la génesis de diversos síntomas porque proporcionan los estadios previos de estos, establecen las formas en
que los componentes libidinales reprimidos hallan su satisfacción. A raíz de estas fantasías vuelven a emerger en todos los
hombres las inclinaciones infantiles, pero con un refuerzo somático. Y entre estas la moción sexual del niño hacia sus progenitores.
Tres ensayos: La pulsión sexual de los psiconeuróticos permite discernir todas las aberraciones que designadas como variaciones
respecto de la vida sexual normal y como manifestaciones de la patológica. En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos se
encuentran mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo. Pueden pesquisarse, como formadoras de
síntoma, todas las inclinaciones a la trasgresión anatómica y entre los formadores de síntoma desempeñan un papel sobresaliente
las pulsiones parciales. Se presentan en pares de opuestos; y son promotoras de nuevas metas sexuales: la pulsión del placer de ver
y de la exhibición, y la pulsión a la crueldad, configurada activa y pasivamente.
En un caso de psiconeurosis más desarrolladas hallamos un gran número de pulsiones perversas y, por regla general, huellas de
todas. Pero, la intensidad de cada pulsión singular es independiente del desarrollo de las otras.
Freud a partir de que “no cree en su neurótica”, le otorga al fantasma un lugar de eficacia respecto de los síntomas y reconociendo
su realidad psíquica, inició un camino que permitió acercar la perversión a la neurosis. Podemos recortar el fantasma como aquellas
escenas, que tiene un libreto, un guión, que se repiten y esto sostiene al sujeto en su existencia misma de sujeto deseante.
Lacan insiste en no confundir fantasma perverso con perversión. En Pegan a un niño se trata de fantasmas típicos confesados por
pacientes que los ubica en el campo de las neurosis y que van acompañados de sentimientos placenteros, lo que hace a su
repetición, y que culminan en un goce masturbatorio. Estos fantasmas, que emergen en tiempos instituyentes y retienen un goce,
dice Freud que sólo pueden ser considerados como un rasgo de perversión. Pueden caer bajo represión, ser sustituidos por una
formación reactiva o tomar el camino de la sublimación. La pulsión puede tomar distintos destinos. La cuestión que se plantea es
cuando estos fantasmas persisten en la vida adulta.
Pegan a un niño: A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros en virtud de los cuales se la ha reproducido innumerables
veces o se la sigue reproduciendo. En el ápice de la situación representada se abre paso una satisfacción onanista (obtenida en los
genitales), al comienzo por la propia voluntad de la persona, pero luego también con carácter compulsivo y a pesar de su empeño
contrario.
Una fantasía así, que emerge en la temprana infancia y que se retiene para la satisfacción autoerótica, sólo admite ser concebida
como un rasgo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el
desarrollo, se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los ulteriores procesos
evolutivos; al propio tiempo, atestiguaría una constitución particular, anormal, de la persona.
Es en el período de la infancia que abarca de los dos a los cuatro o cinco años cuando por vez primera los factores libidinosos
congénitos son despertados por las vivencias y ligados a ciertos complejos. Las fantasías de paliza, aquí consideradas, sólo aparecen
hacia el fin de ese período o después de él. También sería posible que tuvieran una prehistoria, recorrieran un desarrollo y
correspondieran a un resultado final, no a una exteriorización inicial.
Fases de la fantasía en la mujer:
1era fase: Pegan a un niño «El padre pega al niño/a (que yo odio) » El niño azotado, nunca es el fantaseador; casi siempre es un
hermanito. Se la llamaría sádica, pero el niño fantaseador nunca es el que pega. La persona que pega es un adulto indeterminado; se
vuelve más tarde reconocible como el padre. Quizá se trate de recuerdos de hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen
a raíz de diversas ocasiones.
La niña está enredada en las excitaciones de su complejo parental. Pronto se comprende que ser azotado significa una destitución
del amor y una humillación. Por eso es una representación agradable que el padre azote a este niño odiado; ello quiere decir: «El
padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mi». La fantasía satisface los celos del niño y depende de su vida amorosa, pero
también recibe apoyo de sus intereses egoístas. No es puramente «sexual»; tampoco sádica, pero sí el material desde el cual ambas
cosas están destinadas a nacer después. En esta prematura elección de objeto del amor incestuoso, la vida sexual del niño alcanza el
estadio de la organización genital. Pero sucumben a la represión; simultáneamente con este proceso aparece una conciencia de
culpa, esta halla un castigo, la inversión del este triunfo: «No, no te ama a ti, pues te pega».
2da fase: «Yo soy azotado por el padre». El niño azotado es el fantaseador, la fantasía se ha teñido de placer y tiene un carácter
masoquista. Esta fase nunca ha tenido una existencia real, no es recordada, nunca ha llegado a devenir-conciente. Se trata de una
construcción necesaria del análisis.
Esta fantasía pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Es la
conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo. Pero la moción de amor tuvo su parte, en estos niños se ve
facilitado un retroceso a la organización pregenital sádico-anal. Cuando la represión afecta la organización genital recién alcanzada,
esta experimenta un rebajamiento regresivo. El ser-azotado es una conjunción de conciencia de culpa y erotismo; y a partir de esta
última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se le adherirá y hallará descarga en actos onanistas. Esta es la
esencia del masoquismo. El onanismo estuvo gobernado al comienzo por fantasías inconcientes, que luego fueron sustituidas por
otras concientes, las de la tercera fase.
3era fase: Pegan a un niño. La persona que pega se la deja indeterminada o es investida por un subrogante del padre (maestro). La
persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz, sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando». Casi siempre están
presentes muchos niños. Los azotados son varoncitos, pero ninguno de ellos resulta familiar, individualmente. El carácter que
diferencia las fantasías de esta fase de las de la primera y establece el nexo con la fase intermedia es: la fantasía es ahora la
portadora de una excitación sexual intensa, y como tal procura la satisfacción onanista.
Sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción que se gana con ella es masoquista, su intencionalidad reside en que ha
tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la conciencia de culpa que adhiere al contenido. Los
muchos niños indeterminados son sólo sustituciones de la persona propia. Los niños azotados son casi siempre varoncitos, esto se
debe a un proceso que sobreviene en las niñas. Cuando se extrañan del amor incestuoso hacia el padre, entendido genitalmente,
rompen con su papel femenino, reaniman su complejo de masculinidad y quieren ser muchachos. Por eso los chivos expiatorios que
las subrogan son sólo muchachos.

Fantasías de paliza de los varones:


1era fase: «Yo soy azotado por el padre». Corresponde a la segunda fase de la fantasía en la niña. Es también un «ser-amado» en
sentido genital, pero al cual se degrada por vía de regresión.
2da fase: ser azotado por la madre. Se diferenciaba de la segunda fase hallada en la niña por el hecho de que podía devenir
conciente, se sitúa en el lugar de la tercera fase de la niña. La fantasía masculina inconciente rezaba en su origen «Yo soy amado por
el padre». Mediante los consabidos procesos ha sido trasmudada en la fantasía conciente «Yo soy azotado por la madre». La
fantasía de paliza del varón es pasiva, nacida de la actitud femenina hacia el padre. Como la de la niña, corresponde también al
complejo de Edipo, en ambos casos la fantasía deriva de la ligazón incestuosa con el padre.
No se pudo pesquisar un estadio previo comparable a la primera fase de la niña. El material masculino incluía pocos casos en que la
fantasía infantil de paliza no se presentara acompañada de serios deterioros de la actividad sexual; sí un gran número de personas
que debían calificarse de masoquistas en el sentido de la perversión sexual. De ellos, algunos hallaban su satisfacción sexual
exclusivamente en el onanismo tras fantasías masoquistas; otros habían logrado acoplar masoquismo y quehacer genital así que por
medio de escenificaciones masoquistas y bajo condiciones de esa misma índole conseguían la meta de la erección y eyaculación o se
habilitaban para ejecutar un coito normal.
El onanista masoquista se encuentra impotente cuando al fin ensaya el coito con la mujer, y quien hasta cierto momento logró el
coito con ayuda de una representación o escenificación masoquistas puede descubrir de pronto que esa alianza cómoda para él le
falla, pues el genital ya no reacciona a la estimulación masoquista. El análisis depara una desagradable sorpresa cuando revela como
causa de la impotencia «meramente psíquica» una actitud masoquista extremada de larga raigambre.
En estos hombres masoquistas se observa que, tanto en las fantasías masoquistas como en las escenificaciones que las realizan,
ellos se sitúan por lo común en el papel de mujeres, coincidiendo así su masoquismo con una actitud femenina.
El complejo de Edipo es el genuino núcleo de la neurosis, y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la
neurosis; lo que resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis. La fantasía de
paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo, las cicatrices que el proceso deja
tras su expiración.

Lacan: el fantasma perverso, tiene una propiedad que podemos aislar. Hay aquí como una reducción simbólica que ha eliminado
progresivamente toda la estructura subjetiva de la situación para dejar subsistir tan sólo un residuo, desubjetivado y enigmático,
porque conserva toda la carga (pero una carga no revelada, sin constituir, no asumida por el sujeto) de lo que en el Otro constituye
la estructura articulada en la cual el sujeto esta implicado. En el fantasma perverso, todos los elementos están presentes, pero todo
lo que es significación, o sea la relación intersubjetiva, se ha perdido. Los significantes en estado puro se mantienen sin la relación
intersubjetiva, vaciados de su sujeto. Lo que aquí se indica en el sentido de una relación estructurante fundamental de la historia del
sujeto en el plano de la perversión, al mismo tiempo se mantiene, esta incluido, pero bajo la forma de un puro signo.
El fantasma fija, reduce al estado de lo instantáneo el curso de la memoria, detenido así en aquel punto llamado recuerdo pantalla.
Piensen en un movimiento cinematográfico que se desarrolla rápidamente y se detiene de pronto en un punto, inmovilizando a
todos los personajes. Esta instantaneidad es característica de la reducción de la escena plena, significante, articulada entre sujeto y
sujeto, a lo que se inmoviliza en el fantasma, quedando este cargado con todos los valores eróticos incluidos en lo que esa escena
había expresado; ahora es su testimonio y su soporte, el último soporte que queda.
Aquí es palpable como se forma lo que podemos llamar el molde de la perversión, o sea la valorización de la imagen. Se trata de la
imagen como ultimo testimonio privilegiado de algo que, en el inconsciente, debe ser articulado, y vuelto a poner en juego en la
dialéctica de la transferencia, o sea que debe recobrar sus dimensiones en el interior del diálogo analítico.
La dimensión imaginaria se muestra predominante siempre que se trata de una perversión. Esta relación imaginaria esta a medio
camino de lo que se produce entre el sujeto y el Otro, algo del sujeto que aún no se ha situado en el Otro, por estar reprimido. Se
trata de una palabra que es del sujeto, pero al ser por su naturaleza de palabra, un mensaje que el sujeto debe recibir del Otro en
forma invertida, también puede permanecer en el Otro y constituir lo reprimido y el inconsciente, instaurando así una relación
posible, pero no realizada.
Decir posible no es decirlo todo, debe haber también alguna imposibilidad, de otro modo no estarla reprimido. Por esa imposibilidad
que existe en las situaciones ordinarias, se requieren todos los artificios de la transferencia para hacer que pueda pasar de nuevo,
para hacer formulable lo que debe comunicarse del Otro, al sujeto, si es que el yo (moi) del sujeto llega a ser. Freud indica que el
problema de la constitución de toda perversión debe abordarse a partir del Edipo, a través de los avatares, la aventura, la revolución
del Edipo.
El neurótico sostiene con su fantasma su deseo desfalleciente, y la posibilidad de seguir deseando supone una condición: no poner
en acto su fantasma. El perverso, en cambio, no retrocede ante su fantasma, este es llevado a escena, es puesto en acto.

4- Valor instrumental del objeto “a”.


Pone el acento en el objeto parcial, la perversión a parece como la positivización del objeto a. Se puede situar el goce como la
satisfacción absoluta de una pulsión, mientras que el deseo no se satisface sino que se sostiene como insatisfecho en la histeria o
como imposible en la neurosis obsesiva. Todo lo que es del orden del principio de placer es vehiculizado por la palabra, y el deseo,
en tanto articulado en la cadena significante, es metonímico, siempre es deseo de otra cosa. En oposición a la capacidad del deseo
para cambiar de objeto, para desplazarse de uno a otro, el goce remite a algo fijo, al concepto de fijación de la pulsión a un objeto, a
partir de lo cual para ese sujeto el objeto se torna insustituible (fetiche). El perverso no resigna el goce, al renegar de la castración
desafía la ley del padre, ya que sabiendo de ella no se somete. Se presenta como sabiendo acerca del goce, aunque éste por
estructura sea definido como imposible.

5- Fantasma del masoquismo, sadismo, exhibicionismo y voyeurismo.


Las perversiones se conciben y se explican en su conjunto en relación con la teoría infantil de la madre fálica y la necesidad del paso
por el complejo de castración. Para Lacan masoquismo no hace pareja con sadismo, ni exhibicionismo con voyeurismo.
Masoquismo: El masoquista ocupa un lugar de objeto con la apariencia de lo deyectado, resto, basura, para que parezca que el
deseo del Otro hace la ley, como una subversión de la ley. Pero lo que oculta es que apunta a la angustia del Otro. Es persuasivo, se
pone en el lugar de objeto para ser maltratado y denigrado, pero a lo que apunta es a que se produzca el humillador en el otro, y en
esto encuentra la satisfacción, mientras que el neurótico no.
Sadismo: se pone en el lugar de ser instrumento del otro, es el látigo, en este sentido también está en una posición de objeto. Es el
instructor, ya no se trata de que el otro quiera sino de que obedezca.
Exhibicionismo: el impermeable juega un papel no exactamente igual al del velo. Se trata de algo detrás de lo cual el sujeto se
centra. Se sitúa, no ante velo, sino detrás, es decir en el lugar de la madre, adhiriéndose a una posición de identificación en la que
esta tiene necesidad de ser protegida, en este caso mediante una envoltura, es una forma de protección. Se trata de una égida con
la que el sujeto se envuelve, identificado con el personaje femenino.
Otra relación típica son las explosiones de un exhibicionismo reactivo. Esto se observa siempre que el sujeto se esfuerza por salir de
su laberinto en razón de alguna puesta en juego de lo real que le deja en una posición de equilibrio inestable, y ahí se produce una
cristalización o una inversión de su posición. Lo que ilustra el esquema del caso freudiano de homosexualidad femenina, en el cual la
introducción del padre como elemento real produce un intercambio de los términos, de forma que lo que se situaba en un más allá,
el padre simbólico, se implica en la relación imaginaria, mientras que el sujeto tome una posición homosexual demostrativa con
respecto al padre.
La técnica del acto de exhibir consiste para el sujeto en mostrar lo que tiene en la medida en que el otro no lo tiene. Lo que el
exhibicionista busca levantando el velo es capturar al otro en algo que esta muy lejos de ser un simple apresamiento en la
fascinación visual, y así obtiene el placer de revelarle al otro lo que supuestamente no tiene, para sumirlo al mismo tiempo en la
vergüenza por lo que le falta.
Voyeurismo: No es cierto que siempre el sujeto se muestre porque mostrarse sea el polo correlativo de la actividad de ver. Hay en la
escoptofilia una dimensión suplementaria de la implicación, expresada en el uso de la lengua por la presencia del reflexivo, esa
forma del verbo que existe en otras lenguas y se llama la voz media. Aquí sería darse a ver. En toda una clase de actividades
confundidas bajo el encabezamiento de la relación voyeurismo-exhibicionismo, lo que el sujeto da a ver al mostrarse es algo distinto
de lo que muestra.
La relación imaginaria puede pasar por ser la relación de ver y ser visto, tratar de ver, espiar, lo que a la vez está y no está. Lo que se
busca en esa relación es algo que está en la medida en que permanece velado, y sostener la ilusión para mantener algo que está y
no está. El drama imaginario tiende hacia una situación fundamental, en la que se inserta y adquiere un sentido aún más elaborado,
la situación de la sorpresa. El perverso mira hasta ser descubierto. El objeto de la pulsión escópica es la mirada; el otro lo ve mirar,
es tomado como objeto de esa mirada.

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