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—Que no, Gonzalo, que no es por ti, que es por mí—le repetía
una y otra vez.
—Quédate, mujer…
—No me vayas a decir que ahí dentro hay lo que yo creo que
hay porque hasta entonces no acabaremos mal tú y yo.
—¿Cuántos llevas?
Yo, que soy la mar de orgullosa, me sentí fatal el día que por
fin el tío soltó prenda. Total, qué os voy a contar. Mi hermana
Mónica, dos años mayor que yo, siempre me dice que nací
para meterme en líos y no le falta razón.
Yo soy de esas que no tiene que hacer nada especial para tener
el vientre plano como una tabla de planchar, así que cuando
apareció en él una incipiente curvita… ¡Ay, Dios! Estaba tan
estresada por lo que me había ocurrido con Logan que ni
cuenta me di del retraso… Y no me refiero al mío por no
coscarme de nada, sino al de mi regla.
Logan era uno de esos tíos con una parla increíble que atrae
todo lo que quiere para sí. Un tío con un millón de tablas que
me miraba y me dejaba hipnotizada y muda. Gonzalo, sin
embargo, provocaba mis ganas de hablar y de decirle que se
fuera a hacer puñetas, que él y yo no íbamos a llegar juntos ni
a la esquina.
Las dejé a ambas que si las llegan a pinchar ni sangre les sale.
Mi madre estaba tejiéndole una toquilla de punto a su futuro
nieto, que ya sabíamos que era un niño, y hasta las agujas se le
cayeron, yendo a clavársele una en un pie.
—Por eso mismo, mamá, porque tengo que aclarar mis ideas.
Ignoro hasta qué punto tendrán razón los que piensen que igual
mi cabecita me jugaba una mala pasada y yo llegué hasta allí
para que mi niño naciera en la tierra de su padre. Pues sí, lo
ignoro por completo.
No hace falta decir que allí tenía que hablar inglés, si bien la
idea era comenzar a enseñarles a los pequeñajos el castellano,
ya se vería por dónde salía el sol. Yo esperaba que no me
sacaran demasiado de quicio, eso sí, porque mis nervios
estaban un poco a flor de piel con lo del embarazo y todo lo
que me había ocurrido.
—¿Sí? Entonces los míos te van a encantar, ya lo verás. Me
alegra escuchar eso.
Alisa era una mujer guapa y elegante. Solo pasar por el jardín
me hizo pensar que, además, debía de ser una de esas personas
a las que les gustara tenerlo todo bajo control, pues las plantas
estaban perfectas, igual que la zona de merendero y los
adornos de las paredes exteriores de la casa.
—Me parece una manera muy sutil de decirlo, solo que igual
me he quedado algo corta.
—Más o menos—Sonrió.
—Muy bien, pues tú déjame que estos dos ratones van a tomar
de su propia medicina.
—Buff—resopló.
Ay, Dios, menos mal que tengo mucho sentido del equilibrio y
cuando me percaté de que me iba al suelo logré tirarme de
espaldas y caer sobre el sofá de nuevo, como lo hace una
tortuga sobre el caparazón. Ni moverme podía cuando aquellos
dos pillastres entraron por allí muertos de la risa.
—Uno de mayo que no tiene que ver con este, que es el del
reparto de collejas. Porque pienso comenzar a repartir como no
me digáis dónde está el colegio.
—No le gusta colorear, no como yo, que soy una artista, ¿te
enseño mis dibujos? —intervino la otra.
—Así que esas tenemos, muy bien, os vais a pasar una tarde de
divertida los dos…
—Yo soy Brenda, pero que estos niños no son míos, ¿eh?
Bueno, el que llevo en la barriga sí, eso no lo puedo negar,
pero no el resto, no creas que se me ha ido la chota y los
quiero coleccionar como si fueran sellos.
—Mejor que nadie que haya pasado por esta casa, eso te lo
garantizo, mejor que nadie—me aseguró entre suspiros.
—Bueno, pues que lo siento. Pero mujer, que dicen que para
muestra solo hace falta un botón y tú tienes dos, dos que hacen
por no sé cuántos, repito.
—Igual sí…
Alisa se echó a reír y yo con ella. Sí que tenía cierto arte para
hacerme con los dos mocosos.
Capítulo 9
—Pues vaya suerte que tienes tú, guapa, porque de esos sale
uno entre un millón, yo es que no me fío, ya te lo digo y te lo
requetedigo.
—Alec también parece un buen tipo, ¿y si es otro de esos entre
un millón?
—Porque soy el tipo más divertido del mundo, por eso, tienes
que comprobarlo por ti mismo. Tú eres una chica espabilada,
eso se nota.
—Qué va, de eso nada, ¿lo dices por lo del crío? ¿Es un niño?
—Es que tú le dijiste el otro día a mamá que tenías las puntas
quemadas y te hemos querido ayudar—replicó Bonnie, que esa
tenía salidas para todo.
—¿Y si llego a decir que me quiero cortar las uñas me cortáis
las manos a la altura de las muñecas? La madre…
—Sé que lo han hecho fatal, que esta vez sí que se han pasado,
pero te pido por favor que no tires la toalla ahora, te necesito.
—Te prometo que esta vez van a recibir un buen castigo, pero
tú déjame que piense. A ver, voy a cortar por aquí y…
Capítulo 11
—Claro que sí, será por lo bien que te has portado. Largo de
aquí los dos, que vais a estar comiendo puré de calabaza hasta
el día que os saquéis la carrera, a este paso.
—Es que entre nosotros las cosas tampoco es que estén para
tirar cohetes, ¿sabes?
—Estás dando por hecho que saldremos otro día, muy seguro
te veo yo de eso.
—¿Y qué? Por cierto ¿tú eres de morro fino? Lo digo porque
tendríamos que ir pidiendo—Ya estábamos en aquel lugar de
tapeo, de lo más concurrido y animado.
—Ya, ya, muy listo eres tú. Al saber los secretos que guardarás
también. Yo lo que ya tengo claro es que a mí no me la vuelve
a dar un tío en lo que me queda de vida, no volveré a confiar
en ninguno. Bueno, en ninguno que sea guapo, que Gonzalo
hasta se quiso casar conmigo y todo, pero claro, como que no.
Pobrecito mío, pero no. A mí no me atraía y mira que hice mis
intentos, pero lo único que lograba era aborrecerlo.
—¿Quién es Gonzalo?
—Me tira que debo ser masoca sí, porque el regusto fue
amargo y más amargo todavía, no lo sabes tú bien. Se llama
Logan, el padre de mi hijo, digo, no va a ser mi cantante
favorito. Durante un tiempo lo he llamado el innombrable,
pero después me lo he trabajado y ya puedo decir su nombre
sin que me llevan los demonios, para que luego digan que una
es puro nervio.
—Ay, Dios, será que se haya retrasado por algo, seguro que te
llama y te cuenta, ¿no te coge el teléfono?
—No, por la cuenta que me trae no, que esta vez ha sido el
pelo, pero para otra puede ser una muela o un ojo, que igual
me dejan tuerta que manca que muda, con tus hijos nunca se
sabe.
—Sí que me han pelado, sí, pero que esa no es la parte más
importante, ¿tú me has escuchado? Que no sé lo que va a ser
de esta gente y me estoy agobiando.
—Si te pudieras venir tú unos días, eso sí que estaría guay, ¿no
tienes ganas de conocer esto? Es una pasada…
—Hay uno que me la quiere echar. Una, dos y las que haga
falta, justo había salido con él esta noche. Es el profesor de
Duncan, del niño de la casa. Se llama Alec y es de esos que
han contribuido al calentamiento del planeta con su presencia,
ya me entiendes.
—Ya, Alisa, ya, que así no llegas a ninguna parte. Los niños
van a estar bien y tu marido los adora, solo por eso se pondrá
bien, ya lo verás.
Había quedado con Alisa en que a los niños les diría que papá
y mamá tendrían que permanecer unos días de viaje. Obvio
que, si pasaba algo malo, y ojalá que no fuese así, no era de mi
competencia el contárselo.
Eso sí, aquellos dos la liaban mucho más que el pollito (no mi
Darío, sino el pollito del dicho, el que la lía siempre). Me
explico, Duncan se bajó de pronto de su columpio, dando un
salto. Y para que no faltase nada, pues de por sí me sobresalté
y bastante, resulta que se llevó un golpe en la cabeza con el
columpio de Bonnie, que todavía estaba en movimiento.
—Ay, Dios, menos mal que no tienen ni idea. Mis pobres hijos
no tienen ni idea—Se echó a llorar.
—Qué tontorrona eres, pues claro que sí. Tienes que hacerme
caso, dile que abra los ojos…
—Es porque nos lo hemos ganado, llevamos dos días sin hacer
travesuras.
—Sé que debí llamar antes, pero igual me hubieras dado en las
narices con una excusa. He venido a ver qué tal está mi
alumno y de paso a merendar, ¿puedo pasar?
—Pasa rápido, que te vas a poner como una sopa, anda. Y yo
como otra. Mira que venir en una tarde así, andando hubiera
yo salido de casa…
—Lo siento—murmuró.
Me quedé bizca, para qué decir otra cosa. Entre las ganitas que
yo tenía y que los labios del tío parecían dibujados, me
enganché a su pescuezo y no me lo pensé; fui yo la que le
metió un morreo allí delante de la puerta que lo dejó loco.
Capítulo 17
—No lo decía por mi pollito, sino por esos dos diablillos, que
estoy ejerciendo con ellos de madre.
—¿Cuándo me paso?
—Ya, ya, si tú lo tienes todo muy bien puesto. Pues nada, que
nos vemos.
—A todas las horas, aquí no tengo otra cosa que hacer, las
horas se me hacen eternas, ¿y tú qué tal? ¿Los niños han
vuelto a las andadas?
—Ay, por fin una buena noticia, mira que si de esta sientan ya
cabeza los dos. Es que te hago un monumento, Brenda.
Por si eso fuera poco, habían hecho una guerra de cacao, nada
menos que en polvo, en plena cocina. Así que me los encontré
a los dos con una pinta que parecían el negrito del África
tropical, ese que decía la canción que cultivando cantaba la del
Cola Cao.
—¿Qué te pasa? ¿Te has peleado con esa niña? Mira que ya te
he dicho que tiene cara de ser un bichillo, todavía más que tú,
que ya es decir.
—Tú has sido la única que no ha tirado la toalla con mis hijos
y eso yo no lo voy a olvidar nunca.
—De momento, no, pero los médicos les han dicho que poco a
poco, que sobre todo es cuestión de paciencia—suspiré.
—Mira, mira, por ahí vienen esos dos, ya verás cómo te van a
poner ellos, ahora sí que lo vas a flipar.
Una vez la cena estuvo lista y en los platos, él que para esas
cosas sí que era prudente, hizo por marcharse.
—Sí, sí, los adoro, pero algunas veces siento que no puedo
más. Yo me quiero ir a mi casa.
Se ve que Dios escuchó mis plegarias y que, por fin desde que
llegué allí, contaría con un día completo para mí. Fueron
muchos los posibles planes que se me vinieron a la cabeza,
pero hubo uno que me resultó especial y fue el que me ofreció
Alec de pasar por mí e irnos a disfrutar juntos del día.
Capítulo 21
—¿Perdona?
—Pues hoy no te vas a reír, hoy vas a chillar. Y tanto que vas a
chillar, no vas a chillar nada—le advertí yo que también me
moría de la risa solo de pensar en la que podíamos liar los dos
juntos.
—Pues ya podías andarte con más prisa, que los he visto más
rapiditos…
—Papá siempre los tiene en casa para hacerla, mira, aquí hay
uno, aquí hay otro…—Los estaba sacando de un cajón.
Para haber sido una diversión de mis últimos días allí, como
que no había estado nada mal. Finalmente, fui yo la que me di
una relajante ducha, incluidos unos chorritos que me dediqué
en ciertas partes de mi anatomía que no voy a nombrar y que
me dejaron de lo más relajadita.
Tonta de mí que hasta me hice a la idea de que iba a dormir.
Serían como las dos de la madrugada cuando comenzó la
función nocturna. Ya os podréis imaginar; ese niño no era un
niño, era un caño de chocolate viviente. Y su hermana, a quien
no sé quién le dio vela en ese entierro, apareció también por el
baño y echó lo más grande al verlo.
Miré al otro lado del enorme sofá, que aquel servía para que se
celebrara una cumbre de la OTAN en él, y enseguida lo
comprendí. Y enseguida me volví a desmayar…
—Vaya novedad, hay mucho tío así, ¿por qué te crees que se
separó mi madre de mi padre? Porque el tío no sabía ni freírse
un huevo, se creía que mi madre era su esclava y se comió…
No te voy a decir lo que se comió al final porque tú eres muy
fina—Reí.
—Sí que lo tiene y ojalá que fuera eso, pero no. Ray (ya he
explicado que ella siempre lo llamaba por ese apelativo
cariñoso) está impedido a muchos niveles ahora mismo y va a
necesitar mucha atención psicológica, ten presente que pronto
se dará cuenta de que ahora mismo es como un niño atrapado
en el cuerpo de un hombre.
—Si fueras tan amable, ¿tú eres tan amable como ella? Alisa
es mi mujer, eso me ha contado.
Ay, Dios mío, tenía un tirito dado, el golpe lo dejó que había
que armarse de paciencia. Incluso su forma de entonar
recordaba a la de un crío. O no, era rollo Forrest Gump, lo que
se traducía en que había que tener dos pares de ovarios bien
puestos y toneladas de paciencia para tratar con él. Y yo, el día
que repartieron la paciencia, debía estar haciéndome las uñas
en el chino o algo, porque de esa andaba bien corta.
—Anda que tienes unas manos que menos mal que no eres
ginecólogo, porque como trataras de meterle a una la mano por
donde yo te dije, no veas, no iba a correr nada—Hice que se
riera a mandíbula batiente.
—Sí que lo sé, sí. La que puede darse por jodida soy yo, pero
de otra manera.
—Madre mía, que dicho así parece que estemos jugando a los
médicos y no. Escúchame, Alisa, que yo…
—¿Y eso por qué? ¿Es que hay huelga de pilotos? Pues ya
veré la manera, como si tengo que pilotar yo, que me hace
hasta ilusión.
—La que no lo sabes eres tú, Alisa, de veras que tienes que
buscarme sustituta.
Alisa no quería ni oír hablar del tema, aunque lógico que ella
no sabía cuáles eran los poderosos motivos que me llevaban a
querer salir de allí más que nunca y a no querer volver. De
haberlos sabido, sin duda que me hubiera echado ella misma
de una patada. Y a su marido de otra, supuse que no sería tan
idiota de pensar que la culpa la tiene la otra persona
únicamente.
Resulta que ese era otro que quería convencerme a toda costa
de que yo me quedaste allí, lo mismo que Alisa. Y resulta
también que, igual que me sucedía con ella, yo no podía
explicarle los motivos que me obligaban a querer coger la
puerta y marcharme precipitadamente.
Ese era el primer día en el que tuve que volver a llevar a los
críos al cole, de modo que nadie me libraba de verme la cara
con él. O sí, porque a última hora, cuando ya tenía el coche
arrancado, Alisa abrió la puerta.
Miré a sus zapatos y no, los traía sueltos, como para matarse.
Que un profesor de universidad se viese así era muy doloroso,
algo valía que él no parecía sentir ni padecer en ese sentido y
que el sentido del ridículo como que no lo conocía, lo que le
ahorraba no pocos sentimientos.
Por otra parte, los niños iban relatando por el camino historias
de Nessie, el famoso monstruo del lago.
—¿Y qué canción es esa, hija? —se interesó ella, que estaba
en la inopia.
No, eso no era verdad, mi hijo no tenía padre y por tanto esa
señora no era su abuela. Padre no es un tío que echa un polvo
con engaños, eso no va así. Él sería muy padrazo con Bonnie y
con Duncan, vale, si bien respecto al mío no sabría nunca de
esa paternidad.
—Os tenéis que portar muy bien con mamá si no queréis que
se quede calva—les expliqué.
—Sí, es solo que tienes una miga de pan ahí al lado de la boca.
—¿Dónde? —me preguntó. Lo único que me faltaba es que se
quedase también sordo.
—Que no, que tú no das pie con bola, que eres peor que tus
niños. A quién van a salir tan patosos.
Se echó a reír y me hizo una señal con las manos. Me tuve que
echar a reír también porque tenía razón, por una vez la tenía y
era yo quien la estaba cagando. Si es que ya tampoco daba pie
con bola yo.
Abrí los ojos del todo y lo miré. Sobre la marcha inventé algo.
—¿El que de entre todas las casas del mundo eligieras la mía
para trabajar? ¿Puede ser eso?
—Si te piensas que sabía que era tu casa cuando llegué aquí
estás muy equivocado. Sé que puede sonar a cuento chino y el
caso es que no, ha sido una mera casualidad.
—De eso nada, el coche me lo llevo yo, que tú hasta hace nada
no sabías ni atarte los cordones de los zapatos, vas a saber
conducir…
Moral tenía el tío, que se estaba poniendo como una sopa, allí
llovía a mares, llovía para que no hubiese problemas de sequía
en un siglo.
—¿Y es que ahora sois muy grandes? Ay, por favor, qué pena
me ha entrado…
—Un poco nada más, es que los niños estos tienen muy mala
lengua. En cualquier caso, tú tranquilo, que hay confianza y
ese no te pedirá los papeles del seguro ni nada. Y si al final se
pone farruco y viene a pedirlos, me avisas que yo lo entiendo.
—No, no es eso—Rio.
—Estamos, estamos…
—Sí, qué horror, parecía un toro más que un perro, qué pedazo
de bicho.
—Espero que no sea uno como el del vídeo, porque para eso
hace falta…
—Que no, niño, que no puede ser, que la última vez pusimos
la cocina que casi tiene que venir Sanidad, qué jaleo y que
pechá de mierda echasteis por todos los lados, no podéis ser
más puercos.
Los tres se carcajearon y por fuerza tuve que hacerlo hasta yo.
Mejor reír que llorar, la situación era surrealismo puro se
cogiera por donde se cogiese.
—No, Brenda, que te veo, no—me dijo Logan cuando vio que,
a continuación, me fui para él con el rodillo en la mano.
Debí dejarla, pero con las patas colgando con ese comentario.
Después de la cena, que finalmente nos trajeron, los niños se
quedaron dormidos. Lógico, no paraban de hacer maldades en
todo el día, cómo no iban a estar cansados.
—Si Dios tuviera algo que ver en esto, movería ficha para que
tú y yo estuviéramos juntos.
—Si para eso lo he hecho, niño, que como corráis igual que
vuestro padre cualquiera os coge. De eso nada, a partir de
ahora yo debo tenerlo todo bajo control.
—Menos mal que otras veces has tenido mejor gusto, porque
si dices que eso no es feo—me quejé yo…
—Y tanto que lo he tenido mejor, aunque me da a mí que esta
muchachita también es bonita.
Eso sí, los micos iban dando saltos de alegría y, por más que lo
intenté, no llegué a cogerlos con la cuerda. Y eso que yo
estaba desarrollando más pericia con ella que un vaquero del
Viejo Oeste.
Capítulo 6
—Mamá no dirá que no si tú dices que sí, papá. Nos tienes que
apoyar, te odiaré si nos dejas tirados en esto—le espetó la
resabiada de Bonnie.
—No, que supongo que tendré que ir a buscar una tetina o algo
a la farmacia, ya veremos lo que encuentro.
—De eso nada, lista, que eres tú muy lista, las caquitas las
recogeréis los dos por turnos, que para eso tú también tienes
muchas ganas de mascota, ¿me estás oyendo?
—No sé, es que mi padre lleva todo el día como muy paradito.
—Sí, supongo que tendrá un mal día, todos los tenemos, ¿no
es así?
Una vez que colgó les anunció a los críos lo que estaban
deseando oír.
—Chicos, Brenda se queda, pero solo si sois responsables y os
hacéis cargo de ella, ¿estamos?
—Tendrás que poner tierra de por medio para eso y, aun así,
no te garantizo nada.
—Este hijo no es tuyo y los dos que están ahí fuera sí, ¿eso lo
has olvidado?
—Venga, va en serio.
—Por favor—murmuró.
—¿Ya estás aquí? Eres mucho peor que una mosca cojonera,
qué cosita más mala, que te largues, ya te dije que no
volvieras.
Vaya plan camino del entierro, con los niños en su línea, dando
un por saco monumental en el coche y yo con la perrita en las
manos.
—Pues por si las dudas, que más vale una cara colorada que
cien amarillas.
—Pero ¿todo eso qué tiene que ver con mis niños?
Hice todos los intentos habidos y por haber, pero aquellas dos
criaturas se estaban poniendo los ojos como dos brecas de
llorar y llorar. En cuanto a mí, de la que tenían montada, si no
hubiera sido por mi pollito me parece que abro la puerta y me
tiro, que fuera lo que Dios quisiera, que yo ese recital es que
no podía soportarlo.
El percal se estaba poniendo bonito. Paramos para que
tomaran algo y ni por esas, los que tomamos por donde
amargan los pepinos fuimos su padre y yo, porque dieron otro
recital de llanto que tuvimos que salir de allí como las balas,
menudo numerito.
—No, gracias a mí, que tengo mano con los niños, con los
bichos… Bueno, que en el caso de tus hijos es lo mismo.
Capítulo 9
Que no, que me estoy tirando un poco el moco, que no era eso,
sino que esa mujer buscaba consuelo en mí, era como si yo me
hubiese convertido en su tabla de salvación. Otra que tenía un
ojito que era para hacérselo mirar, allí había más majaras que
orejas.
Unos más que otros, esa mujer estaba empanada si no veía que
su marido me ponía ojitos porque hasta delante de ella se le
notaba y a mí… A mí es que me caían unos sudores por todo
el cuerpo que a ese paso me consumiría, me quedaría en la
nada. Y que conste que en parte eran porque no sabía dónde
meterme cuando él me miraba así, qué situación, y en parte
porque el highlander, todo él y su cuerpo serrano, me
calentaba más que un balonazo en la oreja.
—Tu marido, chica, que no sabe decir las cosas, les ha contado
lo de su abuelo con menos tacto… Yo de ti le daba una colleja
o algo.
Capítulo 10
—Sí, pero hoy no, mañana, como diría José Mota. Vosotros
mucho darle al palique, pero a los niños estos os los vais a
comer con patatas cuando yo no esté, no sé quién va a
enderezarlos.
—Él ya sabía que las cosas no iban bien con su hija. Esas
cosas las nota un padre.
—¿A Brenda?
—Yo qué sé, por allí y por allá, escuchando el canto de los
ruiseñores, ¿son ruiseñores los pajaritos que suenan por la
mañana? Me lo acabo de inventar, que lo sepas, yo no distingo
unos de otros. Si hasta el cachorrillo me pareció que era un
bicho, aunque un poco bicho sí que es, que no lo encontramos,
¿tú lo has visto?
—Yo qué sé, no he escuchado nada. Llámala así con dos pares,
en modo highlander, que eso me pone.
—Te quieres echar para allá, que nos está mirando tu mujer—
murmuré.
Pues nada, que fue un entierro distinto, las cosas como son. Es
que no sabía esa gente cómo me las gastaba yo.
Capítulo 12
—Eres muy buena conmigo, ¿por qué? —Cada vez que Alisa
me decía una cosa de esas me clavaba un puñal en el pecho sin
saberlo.
—Ya lo he visto, ya. Igualito que yo el día que herede, que nos
va a quedar para irnos al Burger King a Mónica y a mí.
—Al mío sí, ¿eh? Que tampoco soy tan mala gente. Parece que
me he tragado un ogro, pero sabes que soy todo fachada.
Hubo quien hasta nos paró para hacernos una foto, ¿nunca
habían visto a unos niños amarrados? La gente allí era más
sosa…
Llegamos a un gran centro comercial y nos refugiamos allí.
Directamente morí de amor porque no podía haber una tienda
de ropa y complementos para bebé más bonita en todo el
mundo.
—Mira que eres tonto, no tenías por qué haberlo hecho, te vas
a cagar cuando te pasen el cobro. He comprado sin
miramientos como si fuera Kate Middleton para sus niños.
—No gracias…
Era de noche y abrí las bolsas de las cositas para el bebé. Tenía
la lagrimilla a punto de salir pensando en que habían sido un
regalo de su padre y también en que sería lo único que le
regalase en la vida, pues en un par de días yo volaría hacia mi
casa y toda aquella aventura escocesa solo quedaría en mi
mente. Incluido el highlander que tantos dolores de cabeza me
provocaba.
—¿Cuándo te vas?
—Pareces nuevo tú, pero que fue por una buena causa, ¿Qué te
crees?
Otro al que habían visitado los celos, solo que Logan pasó a la
acción, no como yo que me los comí a palo seco en mi cama la
noche anterior. Cuando quise darme cuenta ya tenía su lengua
metida hasta la campanilla y no, no chillé para evitar que se
formara la marimorena y lo siguiente, pero sí que le eché mano
a la entrepierna y apreté como si no hubiera un mañana.
Sabía muy bien que Logan estaba mirando por la ventana. Ese
era posible hasta que hubiera cogido los prismáticos que se
llevaba al campo para observar mejor a través de los cristales
del salón. Pues se iba a enterar.
—Eso… Eso está para partir nueces, ¿tú has visto el morreo
que me acabas de dar? ¿Qué quieres?
Ahí era nada, menuda panorámica que tenía que haber desde el
salón. Alec estaba loco y más armado que el cemento, de
manera que me colocó encima de él y yo chillaba que tenía
que chillar…
Maliciosa, miraba hacia el interior de la casa sabiendo que
Logan estaba allí y que pagaba bien caro lo que me hizo en su
día. Al menos media hora permanecimos dándole al tema hasta
que por fin se apagaron las luces del salón. El otro estaba al
borde del colapso, el corazón lo amenazaría con un infarto.
—Vale, vale, que soy un mierda a tus ojos y que lo voy a ser
siempre. Cometí un error y voy a pagar un precio muy alto por
ello, el más alto; el de perderos a ti y a mi hijo.
—Niña, y este es una mierda y media, que para eso eres más
grande. Como os tuvierais que ganar la vida los dos dibujando
ibais listos, menos mal que vuestra madre está forrada.
—Tu padre seguro que sabe cuidarse solito, que los tíos son
muy espabilados. Y por lo visto los highlanders todavía más o
eso se creen ellos. Pues lo dicho, que me los cuides a los dos.
Ah, y a Brendita también, que esa es otra joyita que apunta
maneras, no vais a ganar para zapatillas. En fin, Serafín, que
nos vamos.
Obvio que ella no sabía que esa mujer era una ventrílocua ni
nada que se le pareciese, aunque yo me entendía. Como
también entendía que se avecinaba otro marrón. Imposible
estar tranquila, no ganábamos para disgustos.
Qué leñe iba a ser yo, los gafes eran ellos. A mí me estaba
empezando a dar miedo hasta el niño chico, por si eso era algo
que se pegaba. Y hablando de pegarse, para evitar que nos
pegásemos una leche, Logan paró el coche en la cuneta.
—No puedes irte así, te lo pido por favor, has visto cómo está.
Lleva varios días mal, estoy muy preocupado.
—No es eso, vale que le fui infiel a Alisa, pero tenía otras
motivaciones.
—Este, señora, ahí con toda la cara de tonto que tiene, hasta el
techo se los ha puesto a su mujer.
¿Cómo podía saberlo? ¿Sabía que el pollito era de él? Ay, no,
que no se refería al pollito, que Logan hacía los niños de dos
en dos…
Capítulo 21
—Ay, preciosa, por fin vuelves en ti, qué barbaridad, ¿qué nos
pasa a las dos? —me preguntó.
—Yo te iba a decir que nos ha mirado un tuerto, pero no, esto
tiene que ser un mal de ojo en toda regla. Tú que tienes
dinerito vas a tener que pagar para que nos lo quiten, ¿qué
hora es?
—Que ya lo sé, ¿os creéis que estoy sorda? Qué niños, estáis
asalvajados, puñetas—me quejé porque los chillidos no
paraban.
—¿Por qué me dices eso? ¿Por qué eres tan dura conmigo?
—¿Tú enamorada de mí? ¿No decías que fui uno más de los
que pasé por tu cama? ¿A qué carta quedamos?
—¿Por qué eres así conmigo? ¿Por qué no me das ni una sola
oportunidad de que me abra y que te exprese mis
sentimientos?
—Yo sí que te abría a ti, pero en canal. En canal te abría, te lo
prometo…
—Tengo que apurar los días que quedan contigo. Cada minuto
que pasamos juntos es oro.
—¿Oro? Pues será del que cagó el toro, que esos deben cagar
que da gusto. Si es la Brendita y no veas, cuanto y más… Tú
estás muy mal de la olla, a mí lo único que me provocas
cuando te acercas es un repelús que no veas.
—No me digas eso por favor. Necesito saber que aún te sigo
provocando cosas…
—¿Qué pasa?
—Pues qué alegría, bonita, unas tanto y otras tan poco, jodida
vida esta.
—Ya, ya, pero me entiendo yo, hay alguno que telita. Espera,
que te ayudo a echarte en la cama. Para un rato que se va tu
marido, qué oportuno él…
—Sé que pensarás que soy una cobarde, que tendría que dar
pasos al frente y no lo hago.
Esa noche Logan había ido a cenar con unos amigos. Por lo
visto, se reunían los antiguos alumnos de su colegio o no sé
qué. En el fondo, yo pensaba que lo que él nos quisiera decir,
que lo mismo había conocido a una en una App de esas de
poner cuernos y ya estaba al lío otra vez.
Enarqué una ceja y después puse cara de asesina, ¿no podía ser
más cínico?
—Jamás, no te lo mereces—murmuré.
Su libido no podía estar más alta y hacía juego con la mía. Por
esa razón no dudó en mirarme fijamente a los ojos cuando se
dispuso a penetrarme. Lo hizo con algo más de sutileza que en
las anteriores ocasiones debido a mi embarazo.
—Parece que esta vez sí que te vas, ¿no? —Me cogió por el
brazo.
—Pero eso será por la presbicia, que este ya tiene sus años. A
mí me dejáis de líos, que os veo muy tranquilos, pero en
cualquier momento comienzan los tirones de pelos y que
sepáis que yo no soy manca, también voy a dar los míos.
—No habrá nada de eso, Brenda, ¿tú también estás enamorada
de mi marido?
—¿A Logan? ¿Te ha pasado algo con él? Debes ser sincera, yo
lo estoy siendo, dijimos que lo seríamos.
—No, mujer, que hay gente que te cae mejor y otra que te cae
peor y a mí tu marido es que… Es que no lo puedo soportar,
punto. Solo es eso.
—¿Qué Logan ni Logan, mamá? Que no, mira que eres liante,
¿eh? Y mal pensada, de veras que no se te ocurre nada normal,
es que no veas el coraje que me da…
—No se puede ser más pesada que tú, mamá, que todo va bien.
—Me voy en cuanto saque otro billete barato, ¿te enteras? —le
comenté a Logan al colgar—. Y los que he perdido me los
pagas tú, a ver si todo lo que he lidiado y lo que les he
soportado a los dos monstruitos va a ir a parar a la aerolínea,
que se van a hacer ricos solo conmigo—le explicaba yo.
—Qué lista que eres tú. Y encima ahora te vas y le dejas los
niños una temporadita, para que se joda. Tú sí que sabes cómo
cobrártelo…
—Eso para que aprendas, los pocos días que me quedan aquí
me tienes que respetar. Ahora no dices nada, ¿eh? Ole, si es
que una vale para todo, ya me lo dice mi madre, que yo no me
deje engañar por ningún soplagaitas, desde luego que no…
Él, que era más duro que un roble, enseguida se vino detrás de
mí.
—Seguro que sería muy feliz contigo, pero más con nosotros
dos. Piénsatelo, este es un lugar ideal para criar un niño.
—Muy graciosa la jodida suerte, sí. Pues nada, que te den bien
dado. Y que te largues de mi dormitorio ya. Voy a pintar una
raya en el suelo y si te pasas de ella…
—Otra con lo del soplagaitas, qué poco originales sois las dos,
¿no?
—Sí, perdona…
—Que no, que ese no tiene valor de tratar de liarme más. Que
yo le he dicho que me voy el viernes y me voy el viernes.
Capítulo 5
—Tú qué vas a decir, si estás acojonado, te vas a quedar sin las
dos de un plumazo y con los dos monstruitos. Ahí, y luego
dicen que el karma tarda en reaccionar, pues a ti te han colado,
te han puesto el primerito para que te den morcillas. Y no me
alegro yo nada…
—Ni niego ni afirmo nada, que luego sale una muy escaldada,
¿y a ti qué te pasa? ¿Es que tengo monos en la cara?
—Es que estás muy guapa, cada día más, ¿lo haces para
fastidiarte?
—La que vale, vale, es lo que hay. Ay, por Dios, ¿qué he
pisado?
—Cuidado, es la perra…
—¿Todo bien? ¿Tu mujer bien? —nos preguntó. Otro que era
un cachondo.
—¿Y qué te explico? Pues yo qué sé, que las noto y que la
barriga se me pone más dura que una piedra.
—Pues yo diría que sí, porque hacia el oído no creo que vayan,
¿qué puede ser, Liam?
—En principio no deberíamos preocuparnos, este tipo de
contracciones suelen darse y si son bastante irregulares, no
suelen ser motivo de alarma.
—Lo dices como si las conocieras tú, pues anda que estarías
monísimo con una barriga.
—Dime que te has quedado por mí, anda—Me dio dos besos.
—¿Estás bien?
—Si es que una tiene arte para todo, ¿por qué me abrazas
tanto? Si me voy a ir igual, no te hagas ilusiones.
—Lo has mirado porque estás celosa, por eso lo has mirado—
Rio.
—¿Y si no me da la gana?
—Si no te da la gana también, que me vacilas tela.
—¿Lo ves?
—Que no, que no voy a ninguna parte, que yo cierro así las
piernas y se me pasa—Traté de hacerlo y parecía una vaca
loca, porque una de mis piernas se fue sola y le di una coz.
—Dios, a patadas no…
—No, lo otro.
—Otro listo, pues claro que no, ¿cuántos años has estudiado
para decirme eso? Las contracciones son mías no de quien
quiera que sea el tal Braxton ese.
—Pues claro que no, que mi niño va a nacer con mucho salero
y a ti te falta un hervor, ya se lo venía diciendo a Logan.
—No digas eso, no todo el mundo charla por los codos como
tú. Solo están pensando, ¿no es así? —les preguntó.
—No tiene por qué ser nada, pero deberás quedarte ingresada
este fin de semana, hemos de realizarte unas pruebas y tenerte
controlada, Brenda.
—No, es una broma. Otra vez no, yo cojo un avión esta tarde.
Vosotros sois unos cachondos y os estáis quedando conmigo.
Los miré a la cara y me di cuenta de que no, de que el potaje
se me estaba poniendo un poco agrio de nuevo y de que ya
podía mi madre poner el grito en el cielo o coger directamente
ese cielo con las manos, que yo no podría marcharme de allí.
Sin más, me eché abajo y corrí hacia él, como en las películas.
Logan estaba de espaldas, por lo que no me vio venir y le caí
encima.
—¿Qué dice el tarado este? ¿Ha bebido? Aquí con esto de que
hacéis vosotros el whisky, es como lo de Juan Palomo, que yo
me lo guiso y yo me lo como—le solté el dicho en castellano
para que rimase.
—Brenda, suéltame…
—Pues ahora, por lista, te voy a dejar aquí con los niños, que
tengo que salir a hacer unos recados.
—¿En serio vas a seguir con tus celos? Creí que eso ya se te
había pasado.
—Ya volverá…
—Claro que sí, una tremenda alegría, como que te crees tú que
esa ha venido a tomar el té. Te vas a cagar, escóndete…
—¿Y qué más tienes’ ¿No tienes nada más que contarme?
—Mami, que va en serio, primero eran flojitas y luego ya tela,
me han puesto un tratamiento para que tu nieto no nazca antes
de tiempo, aunque si lo hace tú le metes dos pucheros en el
cuerpo y lo pones para hacer la Primera Comunión, ¿es o no
es? —Le di un codazo en plan gracioso.
Entró como Pedro por su casa, menos mal que a Logan le dio
tiempo de ponerse los calzones como ella diría.
—Mamá, que no, que te lo prometo que no, que las cosas se
han ido liando poco a poco…
—Mamá, que gordo no está, reconoce que está para mojar pan.
Pregúntale si tiene algún tío para ti o algo. Venga, tonta,
aprovecha…
—¿Por tus huesos? Eso será si te queda uno entero, ¿no? —Mi
madre se la tenía sentenciada, hasta que por fin lo atrincó.
—¡¡¡Mamá, ya!!! —le chillé con todas mis ganas y ella se
volvió.
—No, este te ha seducido con otras armas, con las armas esas
de highlander, que ya me imagino que debe tener un buen
trabuco…
—Ya, pero aquí en esta tierra de… ¿esta gente qué religión
profesa?
—Qué cochambrosos sois los dos, darles cuenta a los niños del
plan. Y su madre a vivir la vida loca con la barriga de otro.
Queréis que comulgue con ruedas de molino, pero esto es
Sodoma y Gomorra, eso es lo que es.
—Mami que no, que nos queremos, que el amor es una cosa
muy bonita.
—La mar de bonito que estará con el pecho lobo ese que me
lleva y la faldita, una combinación preciosa.
—Mamá, pues muy buen mozo que diría ella que es, ¿o no
sabes el buen gusto que tiene?
—Mamá, que eso no es cierto, que hay amores tardíos que son
de leyenda…
—Sí, en las películas y pare usted de contar. A las demás nos
dan por donde amargan los pepinos, si hasta Piqué ha dejado a
Shakira, imagínate lo que nos queda al resto.
—¿Será porque no hay ni una vez que creas que las cosas me
pueden salir bien?
—De eso nada, lo que tiene son diez años menos que tú, así
que híncale el diente, que para ti es un yogurín.
—Es que no solo estoy preocupada por ti, que también, sino
que me había hecho a la idea de que mi nieto nacería allí, yo
no quería que fuera un soplagaitas.
—No tengas guasa, que aquí todo el mundo no la sopla. La
gaita quiero decir, lo otro cada cual verá, irá al gusto, como en
todos lados.
—Lo entiendo porque no tiene las orejas del otro que, si no, no
lo iba a entender te pusieras como te pusieras—Por primera
vez desde que estaba allí esbozó una sonrisa.
—Cariño mío, ¿qué voy a querer yo para ti? Que seas feliz.
—Por supuesto que no, anda que no tendrá que pasar pruebas,
más que los de “Supervivientes”.
—Tú qué leñe vas a estar fea, hija, tú debes tener a todos los
highlanders babeando.
—Claro que no, mamá, así me gusta. Total, si no fue nada, que
antes de estar con este, pues que un día me di el lote en el
coche delante de su casa con Alec, que le pasa por estar como
“La Vieja de El Visillo”, espiando. Yo ni me acordaba de él y
él estaba ahí que le faltaba solo sacar los prismáticos. Pues le
tocó joderse, que no hubiera mirado. Una está de muy buen
ver y los highlnaders es que se me tiran encima.
—Que sí, mamá, que funcionan muy bien y que vienen con
garantía como los coches…
—Ya lo veo, ya, si tiene usted los brazos como Popeye, solo le
falta la pipa porque el gorrito también lo lleva, qué gracioso—
Le salió a ella la risita.
Ella: “Eso lo tendrían que ver mis ojos, ¿quién es la que está
subida en la barca y qué has hecho con nuestra madre”.
—Ole los tíos guapos, y luego te digo que no sirves para nada,
qué mala lengua tengo, highlander.
—No, mamá, pero todo el mundo sabe que es una edad muy
bonita para darle al matarile, porque ya no hay riesgo de
preñamiento ni de nada. Tú tienes que agenciarte un
empotrador ya.
—Que no, mami, que no, que reconoce que te has pasado, le
has abierto la cabeza. Podría haberte denunciado.
Brendita rondaba por mis pies. Le había dado por morder todo
lo que estaba a su alcance y a punto estuvo de darme un
bocado en el dedo gordo, que me asomaba por la roída
zapatilla. Allí no íbamos a ganar para calzado.
—Pues sí, niña, ese cuerpo también fue mío. Y unos cuantos
más de por medio, yo es que siento debilidad por los
uniformes.
—Mi madre dirá lo que quiera, pero Peter y ella están pillados,
Logan.
Por fin había llegado la paz a mi vida. Entiéndase por paz que
ya no me mataba con Logan, sino todo lo contrario. Eso sí, la
casa era una total locura porque la lista de Alisa seguía
haciendo oídos sordos a mis indirectas y a mis directas y
permanecía en Glasgow, pegándose la vida padre.
—Tú te has vuelto loco, ¿te crees que vamos a poner aquí un
comedor social? Mira quién ha venido, Alisa, que se va a
llevar a los monstruitos una temporada y a la perra también,
que esa me tiene a mí hasta la punta del gorro con los
mordiscos, aunque el otro día le di yo uno a ella—les conté.
Esa noche sí que sí. Por mucho que una se asuste en otras
ocasiones, cuando llega la hora de dar a luz de verdad hay
señales inequívocas que te anuncian que así es.
Cogí la bolsa con mis cosas y salí zumbando como las abejas.
Mi madre y Peter se vendrían con nosotros y el resto hizo
ademán de seguirnos también.
—Eso digo yo, niño, ¿tú qué haces aquí? —le preguntó ella.
—Mamá, no te entiende, no habla ni una palabra de castellano.
Abre la puerta y empújalo, que eso sí que lo va a entender. No
sé qué pinta este tío en mi parto.
Qué va, ese era muy listo, otro que tenía cara de tonto y se las
sabía todas. Eran tal para cual, Alisa y él, la pareja ideal…
—Muy listito eres, pues demuestra que tienes mano aquí y que
me pongan la epidural. Yo quiero que me seden completa, que
no sienta nada ni ahora ni hasta dentro de tres meses, aunque
me pierda los enviones de este—Señalé a Logan.
—Vía libre, como el que va al cine. Pero que sirva para algo,
que si no voy a pensar que eres un guarrón que lo único que
quieres es verme el toto.
Liam se rio a mandíbula batiente y hasta Tom lo hizo. Por
primera vez lo vi reírse y eso que yo creía que estaba muerto.
—Ole mi madre que tiene todo el arte. Oye, que eso duele, no
toques, por qué tocas—le pregunté al más puro estilo Amador
Rivas al otro.
—Y está yendo muy bien, ¿qué te creías que era dar a luz?
¿Un paseo por un parque de atracciones?
—Mal rayo te parta, ya era hora, que eres más lento que el
caballo del malo, tira ya de la camilla.
—¿Qué estás diciendo, Liam? ¿De qué color? Mira que eres
gilipollas, siempre con las tonterías, luego no quieres que te
diga cosas—le pregunté un tanto nerviosa.
—Trae aquí, anormal, que eso es que está sucio, ¿tú no sabes
que los niños vienen con una capa de pringue como cuando
metes el puchero en el frigo? Tú qué vas a saber si no te has
comido un buen puchero en tu vida.
—Oye, que la primera sorprendida soy yo, ¿eh? —le decía con
mi pequeño pollito en el regazo. No podía ser más bonito, es
que no podía serlo, estaba dibujadito el jodido, qué ternura,
madre… Pero sí, a qué negarlo, también estaba tostado y bien
tostado.
—Perdona, pero no creo—me soltó con todo el retintín del
mundo.
—¡De eso nada! ¡Su padre eres tú! —le chillé con todas mis
ganas.
—Pues sí, cariño, que les den a los highlanders bien dado, que
a mi nieto no le va a faltar ni gloria bendita en Móstoles, ya
estamos tú y yo en el avión.
Capítulo 22
—Conociéndote no me extrañaría.
—Pues les llevas una foto y se la enseñas tal cual, ¿eh? Nada
de ponerle filtros para aclararla, que yo de mi niño estoy muy
orgullosa, no como su puñetero padre.
—Ya está inscrito con los míos y bien bonitos que son, dónde
va a parar. Quítate, que voy a abrir el paraguas y siento
muchas tentaciones de vaciarte un ojo.
—Mira tú el plan, que parece que están los dos en una sauna
de esas turcas, mal palo le den a cada uno, ¿abrimos ya los
regalos?
—Ay, qué cosa más preciosa, ¿es un muñeco para mí? Ponlo
encima de la cama, que allí tengo yo otro montón.
—Que sí, que sí. Y tú, empanado, prepárate, que vas a hocicar
y te vas a hacer la prueba, aunque solo sea para que te des
cuenta de que has cometido el gran error de tu vida, porque yo
contigo no vuelvo.
Sí, una vez más se me fue toda la fuerza por la boca porque yo
quería escucharlo rogar. Se las haría pasar canutas, en mi línea,
pero al highlander no lo soltaba ni majara.
—No, cómo eres tú. Por cierto, que a los niños me los mandas
de vez en cuando, pero tampoco te cueles mucho, que te
conozco.
—Es que si fuera mal sería para matarte a palos, todo el jaleo
ha sido para mí, si lo llego a saber, qué mesecitos te has
pegado, lista…
—La madre que los trajo, cómo no iban a hacer una de las
suyas, menos mal que no se ve entre tanto árbol.
—Sí, pero cuidadito con descuidarme por eso, que los papeles
igual se firman que se rompen y te quedas otra vez compuesto
y sin novia.
—¡No sé lo que les hago a los cinco, hasta a Noah! —le chillé
cuando lo vi allí, guapísimo y con su kilt, aunque un tanto
desesperado por mi retraso (no mental, que os conozco).