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Primera edición.

©Ese highlander. Trilogía Logan completa


©Jenny Del.
©Diciembre, 2022.
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del autor.
ÍNDICE
Ese highlander es un demonio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Ese highlander es una tentación
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Ese highlander es mi amor
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Ese highlander es un demonio
Capítulo 1

—Que no, Gonzalo, que no es por ti, que es por mí—le repetía
una y otra vez.

—Es que no me cabe en la cabeza, Brenda, no me cabe.

—Y yo qué culpa tengo de eso, porque tú cabeza tienes.

—¿Y encima me estás llamando cabezón? Te vas, te llevas a


nuestro hijo y encima a las Highlands, al quinto pino, vaya…

—Y dale, anda que no te repites nada, eres peor que un disco


rayado…

—¿Qué sabrás tú de discos rayados? Si eres una niña…

—Una niña tampoco soy, que tengo veinticinco y no se admite


rima—Vaya tontería, él no la hubiera hecho. A Gonzalo le
faltaba toda la chispa que yo tenía.

—Para mí una niña, ya lo sabes.

—Y quizás sea ese el problema—murmuré porque en ese


momento lo veía así.

—Si fuera el padre biológico de tu hijo no te importaría, pero


claro, ese tema no se puede ni mencionar.

—Tú lo has dicho, salvo que quieras que tengamos gresca—le


advertí porque yo me conocía.

—No es justo, no es justo, te llevas a nuestro hijo.

—Y dale, que no es tu hijo. Y, además, ¿qué quieres que haga?


Estoy embarazada de cinco meses, pues claro que me lo tengo
que levar conmigo, ¿me parto en dos?

—Con tal de que una partecita de ti se quedase conmigo…—


murmuró con ojos vidriosos.

—No y no, chantajes a mí no, te lo advierto, quedas más que


advertido. Todo esto empezó porque me ponías puchero y mira
cómo ha terminado.
—¿Cómo ha terminado? Para mí han sido los mejores meses
de mi vida, Brenda, no seas tan dura.

—Soy como soy—resoplé—. Tú no puedes cambiarme igual


que yo no puedo cambiarte a ti.

—Quédate, mujer…

—Y dale, mira que eres pesado, si tuviera que matar a un


elefante a cosquillas me resultaría menos pesado de lo que eres
tú.

—Ese es el problema, que yo no te gusto. Para que te gustase


tendría que llevar una gaita y una faldita de esas escocesas.

—Y dale y dale, que yo al innombrable nunca lo vi en faldita,


qué pesado eres. Y que se llaman kilts, no faldas.

—Se llaman que me voy a cagar en todo lo que se menea, así


es como se llaman.

—Tú entretente en lo que quieras, aunque mira, por primera


vez te reconozco que veo que tienes algo de sangre en las
venas.

—¿Y qué crees que tengo entonces?


—Batido de vainilla o algo así, porque sangre lo que se dice
sangre…

Es que de donde no hay no se puede sacar y eso era lo que nos


había pasado a nosotros. Por mucho que Gonzalo se pusiera
como le diera la gana, no estábamos hechos para ser pareja.

—Muy simpática, es una broma igual que el resto, ¿no? Dime


que no te vas, que todo esto te lo has inventado para hacerme
rabiar, que tú si no la estás liando no vives.

—Que no, Gonzalo. Va en serio que me marcho y que me


gustaría que no te lo tomaras mal, que me da pena.

—¿Pena? Eso es todo lo que te inspiro—Aquel hombre, que


rozaba los cuarenta, se puso tan colorado que yo creí que le iba
a dar algo.

—A mí no me mires así, que yo también me he asustado, ¿eh?


Coge una bolsa para hiperventilar o algo, no vayas a reventar,
que bastante tenemos con que reviente yo en unos meses.

—Eso no se llama reventar, se llama dar a luz. Y no sabes lo


que daría yo por estar a tu lado en ese momento.
—Se llama como a mí me dé la gana, que para eso los dolores
los pasaré yo. Y de lo otro, de veras que te estoy muy
agradecida, pero no puede ser, es que no encajamos.

—No encajamos porque tú lo tienes todavía en la cabeza…

—Y dale, luego no quieres que diga que eres pesadito, pues lo


eres y una “jarta”, como le decía Melanie a Antonio que lo
quería, sin tilde y con jota.

—Hasta la jota te comía yo—me miró con total deseo


mezclado con pena, con infinita pena—. Deberías quedarte,
solo te vas porque no has superado lo del soplagaitas ese, no
irás a buscarlo, ¿verdad?

—Que no, que no quiero saber nada del innombrable. Solo es


que sé que tengo ciertas posibilidades de prosperar allí, solo
eso.

—¿En las Highlands? Pero mujer, ¿dónde vas a estar tú mejor


que en Móstoles?

—Claro que sí, ole tus huevos, como en Móstoles en ninguna


parte, que para eso esta es la tierra de las famosas
empanadillas de Encarna,
—¿Y tú cómo sabes eso? Pero si es muy antiguo, de los
“Martes y Trece”.

—Porque le encantaban a mi bisabuela Dolores y me los ponía


cuando yo era niña.

—Ay, la pobre, y ahora se le ha ido la cabeza. Ya ni


empanadillas ni nada.

—Pues sí, ahora voy a verla a la residencia y me confunde con


su amiga Adelita, que dice que nos pongamos a saltar a la
comba. Para eso estamos las dos, ella con sus cien años y yo
con el bombo—Me eché a reír pensando en las cosas de mi
bisabuela.

—Te veo reír y es que me enamoro más, jodida…

—Pues ya me pongo la mar de seriecita, tú descuida—Traté de


hacerlo, aguantando la risa.

—¿De veras que no quieres que lo intentemos? Ni al niño ni a


ti os faltaría de nada, Brenda.

—Que no, Gonzalo, que lo siento muchísimo, yo ya he visto


que no funciona.
—Si apenas me ha dado tiempo a demostrarte nada, niña, ¿tú
sabes todos los planes que tenía para ti?

—Lo sé y te los agradezco, solo que lo que no puede ser, no


puede ser y además es imposible. Mi avión sale en un par de
horas.

—Te vas y te llevas toda tu vida en tres maletas, es una locura.

—No es una locura porque lo que me importa de veras se


viene conmigo—le confesé, acariciando mi barrigota.
Capítulo 2

Llegamos al aeropuerto y allí seguía a mi lado.

—Vete ya, Gonzalo, te lo pido por favor, que no quiero formar


un numerito aquí, me estás poniendo de los nervios.

—¿Por qué? Si yo no estoy haciendo nada, mujer.

—Pues entonces levántate, ¿qué haces de rodillas? Aquella


viejecita del fondo te está grabando, al final esto se hace viral,
ya verás.

—Me da igual. Mira, Brenda, las ocasiones no se pueden


desaprovechar en la vida, que los trenes…

—Ay, qué hartita me tienes con eso de los trenes, que ya sé


que solo pasan una vez en la vida, aunque digo yo que tienen
un montón de vagones, ¿no? Ya si eso, tú te subes a otro.
—Que no, Brenda, que yo te quiero a ti…

—Pero yo a ti no, no me lo pongas más difícil que te prometo


que voy a empezar a chillar y vendrán a detenerte—Miré por
cerciorarme de si había alguien de seguridad por allí. Y tanto
que lo había, menudo macizorro, se me fueron los ojos…

—No, nada de gritar, reserva las emociones para esto—Sacó


una cajita aterciopelada de sus pantalones, muy en su línea,
todo retro, y yo sentí que tenía un antojo en ese instante; el de
matarlo.

—No me vayas a decir que ahí dentro hay lo que yo creo que
hay porque hasta entonces no acabaremos mal tú y yo.

—Mujer, si te va a encantar, no seas tan dura conmigo…

—Soy como me sale del kiwi y ya conoces mis arranques, no


sé para qué me buscas.

—Porque me quiero casar contigo, por eso—Abrió la cajita y


allá que apareció una sortija tan clásica que la debió llevar por
lo menos la bisabuela de Sissi Emperatriz.
—¿Qué has dicho que quieres? —El temblor de mis piernas no
acompañaba demasiado, me puse a sudar como un pollo.

Soy consciente de que eso de sudar como un pollo no queda


demasiado elegante, que otros hablan de finas capas de sudor
que perlan la piel, pero no… Yo sé lo que me digo y estaba
sudando a chorros, como si acabasen de abrir un grifo.

—Casarme contigo, eso es lo que quiero.

—A mí no me amenaces, ¿eh? Te lo advertí, ya voy a gritar…

Dicho y hecho, yo no soy de decir las cosas y luego no


hacerlas, para nada. Yo soy de advertirlas y hacerlas peor
todavía.

Se formó y no precisamente “La gozadera”, como en la


canción de “Gente de zona”, sino que se lio el taco y bien
liado.

En menos de lo que tarda una mariposa en aletear, ya estaba a


mi lado el macizorro del seguridad.

—¿Qué le pasa, señorita?


Mejor que no le dijera yo lo que me pasaba al tenerlo delante,
porque noté una humedad cayendo desde mi útero, ese que
andaba con tanto furor por el embarazo. Vaya, que no es que
hubiese roto aguas, sino que me puso tó perra.

—Este, que me acaba de proponer matrimonio, ¿no lo ves? Y


eso es…

—Es muy romántico, ¿no? —me preguntó extrañado.

—Tanto cuerpo y tan poco cerebro, ya me extrañaba a mí, al


que no le falta una cosa le falta otra. Mira, detenlo o haz lo que
tengas que hacer con él, que yo me voy.

—¿Me vas a dejar así, Brenda? —No daba crédito, Gonzalo no


lo daba.

—Todavía puedo dejarte también con todos los dedos


marcados en la cara, que me estás tocando ya tú mucho el
higo, chaval. Y lo de chaval se me ha escapado, no te montes
la película.

Todavía me chillaba de lejos que me lo pensara cuando pasé el


embarque, que no he sentido más vergüenza en mi vida.

—¡Piénsatelo, cariño, que yo quiero que seas mi mujer! —


exclamaba a voz en grito.
—¡Y yo quiero parir sin dolor y ya verás cuando llegue el
momento, no voy a chillar nada! Que todo no se puede tener…

—¡La culpa es del soplagaitas, del soplagaitas ese! —


Maldecía su suerte cuando por fin me quité de en medio.

Hasta ansiedad me había provocado, manda narices. Menos


mal que yo no soy de engordar, porque traté de calmarme con
la mejor de las medicinas; las grageas de chocolate.

—¿Tienes M&M’S? —le pregunté a la azafata.

—Sí, sí, ¿quiere un paquete?

—¿Cuántos llevas?

—¿Cómo que cuántos llevo? Pues un montón, todo el carrito


lleno.

—Pues me los das todos y vas a por más, no sea que se me


terminen y me dé ansiedad, que me noto una poquita de
velocidad en la sangre.

—Es una broma, ¿no?


—¿Lo de la velocidad en la sangre? Pues supongo que no se
llama así, es como el correr de tripas, que tampoco sé cómo se
llama, pero yo digo que me corren las tripas y me entiende
todo el mundo, ¿a ti no? Joder, con todos los idiomas que
sabes hablar y me entienden a mí mejor que a ti, lo que es la
vida.

—No, mujer, decía que si es una broma lo de las grageas de


chocolate, qué ingeniosa—Negó con la cabeza.

—Poca broma, ¿eh? Poca broma. Yo necesito chocolate y lo


necesito en vena. Pero como entiendo que eso no sería del
gusto de mi ginecólogo, que es muy tiquismiquis, pues no te
voy a pedir que me enchufes nada. Oye, salvo que venga tu
compañero, el rubito, que ese no me importaría que me
enchufase alguna que otra cosita—Le sonreí ansiosa.

—Me temo que eso no forma parte del servicio de la compañía


—Rio ella.

—Pues muy malamente, ¿eh? Que con el pastizal que pagamos


por llevarnos una sofocación volando, ya podríais satisfacer
más al cliente.

—Mujer, si esta es una compañía low cost…


—¿Y? Que una no está para ir regalando el dinero. Dile a tu
compañero que venga, que igual a ese no le importa darme un
extra.

No hubo suerte, él se lo perdió. Yo estaba muy nerviosa por


varias cositas, porque Gonzalo me había sacado de mis
casillas, porque no me gustaba volar y, para colmo, porque era
ver un tío bueno y sentir unas ganas de que me diera un buen
meneo que no eran normales.

A mí el furor uterino no me había faltado nunca. Ahora bien,


desde que estaba embarazada la cosa había ido a más,
experimentando un ascenso meteórico. Cada una tiene sus
antojos cuando le llega eso del estado de buena esperanza. Y a
mí, lo que se me antojaba era un tío bueno. O, mejor todavía,
un puñado de ellos…

Mi historia puede parecer un poco peculiar, si bien en el fondo


no lo es tanto; meses atrás me lie con Logan, alias “el
innombrable” para mí, un profesor de intercambio que vino a
darnos clases a la facultad. Porque, aunque no lo parezca, yo
soy licenciada en Filología Inglesa. No hablaré tantos idiomas
como la azafata, pero el inglés se me da divinamente.

Bueno, igual he de matizar un poco; no he sido nunca la mejor


estudiante del mundo, aunque sí tenaz. Y la carrera me la
saqué en algún que otro curso de más, ¿y? Lo mismo da,
llegué al mismo punto que el resto de mis compañeros; a la
cola del paro.
Ya por aquel entonces se me había pasado por la cabeza eso de
irme a algún lugar del Reino Unido a darle a mi inglés el
empujoncito final que necesitaba; el de vivir allí uno o dos
añitos.

Antes de eso, que yo soy de adelantarme para todo, dejé que el


empujoncito me lo diera aquel profesor, que estaba bueno
hasta la saciedad, bueno hasta decir basta, solo que era un
poco más calladito que yo y, sería por eso, omitió el pequeño
detalle de que estaba casado.

Yo, que soy la mar de orgullosa, me sentí fatal el día que por
fin el tío soltó prenda. Total, qué os voy a contar. Mi hermana
Mónica, dos años mayor que yo, siempre me dice que nací
para meterme en líos y no le falta razón.

Entre pitos y flautas, el curso terminó. Para entonces ya


llevaba yo un mes sin hablarle a mi amante y estaba más negra
que el sobaco de un grillo. Por si lo estáis dudando, desde el
día que me contó su “secretillo” yo no volví a mirarlo a la
cara.

No voy a decir que Logan me hubiese prometido que me


bajaría la luna, pero sí que dejó que me hiciera ilusiones con
él. Yo lo escuchaba hablar de las Highlands, a las que después
hubo un momento en el que hubiera querido que las partiera
un rayo, y chicas, en aquel entonces es que me emocionaba.
Me veía por aquellos verdes parajes, cogida de su mano. Y sí,
por las narices, madre mía… Justo la mano me la tenía cogida
el día que yo le pregunté si podríamos pasar parte del verano
juntos, de lo más alegre, y sobre todo de lo más ingenua (qué
bochornazo) y él me soltó que tenía mujer.

A partir de ahí no cruzamos ni una palabra más, a excepción


de los gritos que él dio intentando que dejara de morderle la
mano, porque de lo que me entró por el cuerpo, casi lo dejo
manco y lo de tocar la gaita ya lo habría tenido un poco más
complicado.

Logan rozaba los cuarenta, lo mismo que Gonzalo, aunque el


parecido de ambos venía a ser más o menos como el de un
huevo y una castaña.

A Logan, quizás tuviera razón el otro, como que me estaba


costando una chispilla olvidarlo. Y Gonzalo fue algo así como
una tabla de salvación que yo no busqué en ningún momento,
pero que apareció y a la que me agarré.

Lo conocí cuando fui a la academia de inglés que él regentaba


a ofrecer mis servicios como profesora adjunta o algo
parecido. Y me adjuntó, pero a él.

No sé cómo se las apañó porque no era mi tipo, supongo que


me sentí utilizada por Logan y me dejé comer la oreja por él.
Juro que varias citas después estaba más que dispuesta a
dejarlo, pero entonces llegó el bombazo…

Yo soy de esas que no tiene que hacer nada especial para tener
el vientre plano como una tabla de planchar, así que cuando
apareció en él una incipiente curvita… ¡Ay, Dios! Estaba tan
estresada por lo que me había ocurrido con Logan que ni
cuenta me di del retraso… Y no me refiero al mío por no
coscarme de nada, sino al de mi regla.

Cuando se lo conté a Gonzalo dio saltos de alegría, aunque


enseguida le dije que aguantara el genio, que las cuentas no me
salían porque estaba embarazada de más tiempo y que si la
criatura salía a su padre llegaría al mundo soplando una gaita.
Vaya, que era del highlander y no de él.

Por ahí empezó todo, qué peligro tengo, porque yo le soplé la


gaita al highlander. Los dos llevábamos días mirándonos y, al
final, hubo tal atracón de química en el ambiente que estalló.
Sí, primero me amorré al pilón y luego él como que me
embistió y eso que los cuernos me los puso él a mí y no al
revés. O no, o los cuernos, sin que yo lo supiese, se los
pusimos ambos a su mujer, que esa estaba en las Highlands y
lo mismo haciendo punto de cruz, al saber.

En resumen, que Gonzalo, que estaba enamorado hasta de las


uñas de mis dedos meñiques de los pies, me dijo que él se
haría cargo de la criatura y que le daría sus apellidos.
Yo no supe qué decir. Era cierto que él me alegraba el oído
como nadie y que quizás se mereciera una oportunidad. Lo
reconozco, me puse a ver tutoriales de esos que parece que te
van a solucionar la vida en un cuarto de hora. Y la mayoría de
ellos decían que hay que quedarse con quien quiera sacarte la
mejor de las sonrisas, aunque el envoltorio no sea de tu
agrado.

Yo no sé decir que era lo que no me gustaba de Gonzalo.


Puede que fuera, simplemente, que no era Logan. O puede que
me resultase mayor, aunque ambos tuvieran la misma edad,
pero es que no había color.

Logan era uno de esos tíos con una parla increíble que atrae
todo lo que quiere para sí. Un tío con un millón de tablas que
me miraba y me dejaba hipnotizada y muda. Gonzalo, sin
embargo, provocaba mis ganas de hablar y de decirle que se
fuera a hacer puñetas, que él y yo no íbamos a llegar juntos ni
a la esquina.

Pese a todo, y sabiendo que a mí ese hombre no me llenaba, no


sé si quise ser práctica o si directamente fui egoísta. Quizás fui
las dos cosas y me quedé con él. Eso sí, no habíamos llegado a
convivir y yo seguí en casa de mi madre durante ese tiempo,
Mis padres se separaron cuando Mónica y yo éramos dos niñas
de corta edad, por lo que mi casa se convirtió en un
matriarcado.
Confieso que no pasaba un día en el que Gonzalo no me
pidiese que me fuera a vivir con él. Y a mí, sin saberlo, me
estaba pudriendo la sangre. Un buen día, hablé con mi madre y
con Mónica y les di la noticia.

—Vais a decir que estoy loca, pero me voy a las Highlands,


necesito cambiar de aires.

Las dejé a ambas que si las llegan a pinchar ni sangre les sale.
Mi madre estaba tejiéndole una toquilla de punto a su futuro
nieto, que ya sabíamos que era un niño, y hasta las agujas se le
cayeron, yendo a clavársele una en un pie.

—Hija de mi vida, si vas a ser madre…

—Por eso mismo, mamá, porque tengo que aclarar mis ideas.

—Pero si tú misma dijiste que ese hombre está casado y que tú


con los casados no quieres nada…

—Mamá, ¿qué parte es la que no has entendido? Yo no voy a


buscarlo a él. Por mí, como si se lo folla un pez espada, que la
tiene fresca y afilada—le solté y me dio la risa.

—Tú sí que tienes afilada la lengua, hermanita, a mí me parece


buena idea, que conste.
Mónica era más como yo, un tanto alocada y de seguir sus
impulsos, aunque también entraba dentro de la normalidad que
mi madre tratara de poner algo de cordura entre sus hijas.

—Eso, Mónica, tú dale ideas, como a ella le faltan.

—Mamá, tú siempre has dicho que querías que tus hijas


tuvieran alas. Pues ahí lo tienes—le recordó mi hermana.

—¿Pero tiene que volar justamente cuando va a ser madre? ¿Y


de qué va a vivir? Yo tengo un sueldo cortito, no puedo
mantener a parte de mi familia en la quinta puñeta o donde
quiera que estén las Tierras Altas esas, que ya se me han
atravesado, ¿por qué allí?

—Mamá, porque es verdad que a mí siempre me gustaron, ya


lo sabes. Y luego, con lo que me contó sobre ellas Logan, pues
ya sabes… Habló de ellas con tanta pasión.

—Ya no es el innombrable, ¿no? ¿Es que has entrado en


contacto con él?

—Que no, mamá. No me taladres más, que yo no quiero verlo


ni en pintura, pero sí que me he dado cuenta de que tengo que
normalizar la situación. Me dejó con un montón de traumas en
la cabeza, ya sabes que ni nombrarlo podía.
—Y con un buen barrigón, hija. Que ya sabes que yo estoy
loca con mi nieto y que a mí no me pesa, pero que vaya con el
tío, más sinvergüenza y no nace.

—Mamá, tienes toda la razón, pero él ni siquiera sabe que va a


tener un hijo.

—Es que no lo va a tener, padre no es el que echa un polvo y


se quita de en medio, eso es una aprovechado y punto.

—Y es verdad, mami, pero que ni la oportunidad le di, ya con


que estuviera casado era suficiente. Si me llega a decir que
pasa también de mi niño, es que lo araño entero, vaya… Por
eso no he entrado en contacto con él para contárselo.

—Pues eso, hija, que digo yo que qué se te ha perdido a ti en


la tierra de ese degenerado, que no entiendo nada.

—Mamá, que las Highlands no tienen la culpa y que no te


preocupes por nada. Yo ya tengo trabajo allí.

—¿Trabajo de qué? Ay, Dios mío, a ver si te ha captado una


mafia de esas que se lleva a las jovencitas al extranjero para
explotarlas sexualmente.
—Que no, mamá, mira que eres peliculera; que yo voy a
trabajar en una casa cuidando los niños a cambio de un sueldo
y alojamiento.

—¿Y qué necesidad tienes tú de eso? Si esta es tu casa y aquí


un plato de comida no te va a faltar, ¿y qué dice Gonzalo?

—Gonzalo todavía nada porque no lo sabe. Me voy en una


semana, ya se lo diré el último día, si eso…

—¿El último día? No será verdad, con lo bueno que es.

—Y lo pesado, mamá, y lo pesado. Más o menos como tú.

Mónica soltó una risilla y mi madre lo que quiso soltar fue la


zapatilla, como cuando éramos pequeñas y la echaba a volar.
La de mi madre, como la del resto de las madres, era mágica y
tenía el poder de alcanzarnos nos escondiéramos donde nos
encondiéramos… Hasta las esquinas las sorteaba divinamente.

A la postre, mi madre lo que deseaba era verme feliz y, aunque


no lo entendió, lo tuvo que respetar, pues menuda era yo
cuando se me metía algo en la cabeza.
Capítulo 3

Todavía me quedaban algunos ahorros de los meses trabajados


en la academia de Gonzalo, así que pude pillarme un taxi
desde el aeropuerto que me llevara hasta la dirección que me
había pasado Alisa, la madre de Bonnie, una pizpireta
pellirroja de siete años y de Duncan, un pillín de cinco.

A ambos los había visto ya por foto. Supongo que a Alisa le


gustaban bastante los niños porque lo que sí me sorprendió, y
mucho, fue que no le importase que yo estuviese embarazada
ni que permaneciese en la casa con mi bebé una vez que
hubiera nacido. Por lo que me contó nada más llegar, su
marido estaba en viaje de negocios, relacionados con una
destilería de whisky familiar.

Apenas he hablado nada de las impresiones que sentí al pisar


aquel emblemático lugar, la capital de las Highlands y situado
a un tiro de piedra del icónico Lago Ness; Inverness.
Nada más llegar entendí que aquella ciudad, que es la situada
más al norte de todo el Reino Unido, es una de esas en las que
vale la pena instalarte alguna temporada de tu vida.

Una de las razones que me llevaron a decantarme por


Inverness fue el hecho de que se tratara de un lugar pequeño y
apacible, nada que ver con el bullicio de otros como
Edimburgo y como Glasgow, por poner un ejemplo.

Yo había llegado hasta allí en busca de un poco de serenidad,


porque a veces tenía la sensación de que me faltaba un tornillo.
Además, por lo que decían sus visitantes, era un lugar con
encanto de esos que te atrapa desde el minuto cero y eso me
apetecía muchísimo, sentir que mi hijo nacería en un lugar así
es que me llenaba.

Ignoro hasta qué punto tendrán razón los que piensen que igual
mi cabecita me jugaba una mala pasada y yo llegué hasta allí
para que mi niño naciera en la tierra de su padre. Pues sí, lo
ignoro por completo.

Lo que sí puedo afirmar es que, nada más llegar hasta allí, me


estremecí con la silueta de ese sublime castillo que, cerca del
río y desde el punto más alto de una colina, parece observar
todo lo que hace la ciudad, ejerciendo su dominio.

Como veis, no es que no sepa expresarme, que cuando se trata


de comentar mis sensaciones o mis sentimientos, me apaño. Es
a la hora de comunicarme con los demás cuando a menudo
pienso que soy más basta que un olivo, pero es que a mí las
cosas me salen como me salen y no soy de darles muchas
vueltas.

Supuse, a partir de aquella primera impresión, que ese lugar


me dejaría tan fascinada como a la mayoría de sus visitantes.

En cualquier caso, yo no había ido a visitarlo, sino a


instalarme allí. ¿Por cuánto tiempo? Ya se vería. de momento
me planteaba una larga temporada lejos de mi entorno, que eso
hace madurar a las personas y yo sentía que en ciertos aspectos
de mi vida seguía más verde que una pera.

La casa en sí también me causó muy buena sensación. Sin ser


una mansión, como es lógico, se trataba de una de esas casitas
que parecen sacadas de un cuento. Además, aunque estaba
dentro de la ciudad, no se situaba en todo el meollo, sino en
una zona residencial que rezumaba tranquilidad por los cuatro
costados.

Vista desde fuera, a aquella casita habría yo podido calificarla


como la de mis sueños, con un jardín al que se accedía a través
de una preciosa verja.

Llamé y Alisa se acercó hasta ella, abriéndomela.


—Bienvenida, tú debes ser Brenda—Me dio un par de besos.

—Sí, y tú Alisa. Ya tenía ganas de llegar, ha sido un largo


viaje…

—Me lo imagino y más con la barriguita. Mira, ellos son


Bonnie y Duncan.

—Uy, si son dos muñecos, parece que están dibujados. Tienen


tu pelo rojizo y tus ojos.

—Sí, son monísimo, un poco movidos, eso sí, ya lo irás


comprobando.

—Bueno, los niños así son más graciosos. A mí me gusta que


hagan tratadas y demás, si me toca un niño paradito, yo soy
capaz de darle con un cable pelado para desencarajotarlo—Me
salió.

No hace falta decir que allí tenía que hablar inglés, si bien la
idea era comenzar a enseñarles a los pequeñajos el castellano,
ya se vería por dónde salía el sol. Yo esperaba que no me
sacaran demasiado de quicio, eso sí, porque mis nervios
estaban un poco a flor de piel con lo del embarazo y todo lo
que me había ocurrido.
—¿Sí? Entonces los míos te van a encantar, ya lo verás. Me
alegra escuchar eso.

Alisa era una mujer guapa y elegante. Solo pasar por el jardín
me hizo pensar que, además, debía de ser una de esas personas
a las que les gustara tenerlo todo bajo control, pues las plantas
estaban perfectas, igual que la zona de merendero y los
adornos de las paredes exteriores de la casa.

Hadas, enanitos, setas de colores y demás tampoco faltaban


regadas por el jardín, aportándole el toque alegre a un lugar
que me pareció el ideal para que naciera mi hijo.

Obvio que mi madre no estaría de acuerdo en el caso de


escucharme, para ella ningún lugar como Móstoles para que
naciera Darío, que así quería yo llamar a mi niño.

De hecho, por un momento me lo imaginé corriendo por aquel


jardín en el que también había columpios y hasta un pequeño
tobogán, todo de colores, de lo más coqueto y bonito.

Alisa me invitó a pasar y comprobé que el interior de la casa


era justamente como yo me lo había imaginado; con un
precioso aire campestre, todo estaba perfectamente estudiado.
Era como una de esas casas de las revistas de decoración,
increíblemente bonitas, pues así.
En la planta de abajo se situaban el amplísimo salón, que
contaba con una pantalla de televisión que parecía la de un
cine y un sublime sofá esquinero en blanco con capacidad para
al menos diez personas.

Por un momento pensé en que a ver si eran del Opus o algo


por el estilo y estaban pensando en llenar la casa de enanos,
aunque no me cuadraba demasiado porque entonces, dada la
edad de sus hijos, les habría dado tiempo a tener media docena
más.

Aquel par tenían una mirada de traviesos que no podían con


ella, aunque tuve la sensación de haberles caído bien. No
obstante, parecían conspirar entre ellos y mejor no saber qué
estarían pensando.

Al lado del salón se ubicaba también la hermosa cocina, con


aire vintage, una que era tan grande como todo nuestro piso de
Móstoles. Igual he exagerado un poquillo, aunque poco le
faltaba.

Según me comentó Alisa, les encantaba hacer vida en ella, por


lo que contaban con una alegre zona de office en la que poder
disfrutar de ese espacio con tanto encanto.

Un pequeño baño para las visitas y ya pasamos directamente a


la zona de servicio, como ella la definió, también en la planta
baja. Esta constaba de un espacioso dormitorio, decorado en
tonos pastel y de lo más ideal, provisto de un enorme ventanal
con vistas al jardín, en el cual había una piscina, creo no
haberlo comentado.

Dentro del dormitorio contaría yo con mi propio baño, muy


completo y con una gran bañera, todo un lujo. Jolines, si esa
era la zona de servicio no me imaginaba cómo serían el resto
de los dormitorios.

Enseguida lo comprobé subiendo las escaleras que nos


llevaron hasta la primera planta de la casa…

—Te enseño el dormitorio de los niños, el mío está sin hacer


todavía, Susan está cambiando las sábanas. Ah, quizás no te he
hablado de ella, nos echa una mano con las labores domésticas
algunas horas cada día—me explicó.

—Perfecto, me gustará conocerla.

En realidad, sí que me gustaría porque todo aquello era un


poco raro para mí. Quiero explicarme sin parecer una idiota ni
una engreída, pero en principio yo me había hartado de hincar
codos para sacarme una carrera y en aquel momento pasaba a
formar parte del servicio de una casa.

No es que fuera ni bueno ni malo, solo que me chocaba un


poco, si bien enseguida me recordé que vivir allí era una
opción muy cómoda para terminar de hablar inglés a la
perfección y que pocas fórmulas tan rentables como aquella
para lograrlo.

Además, que todo hay que valorarlo y la mayoría de familias


no me habrían dado una oportunidad en ese momento por el
hecho de llevar una sorpresa dentro, como si fuera un Kinder.

Los dormitorios de los niños constituyeron un punto y aparte.


El de Bonnie estaba inspirado en Campanilla, un personaje que
la acompañaba todo el día, según su madre. Y por Dios que yo
no había visto una cosa más bonita en toda mi vida, entrabas y
parecía que te sumergías en una peli de Disney.

Aunque, si de sumergirse se trataba, lo suyo era meterse en el


de Duncan y ver ese barco pirata que tenía por cama y todo el
atrezo marítimo que lo rodeaba, incluías unas olas que
parecían contar con movimiento real y que estaban pintadas en
la pared.

Miré hacia ellos y allí seguían cuchicheando en un rincón.

—Se llevan genial, están todo el día urdiendo—me comentó


su madre.

—Son dos preciosidades. Y sus dormitorios no te cuento,


algún día quiero tener uno así para mi niño.
—Te entiendo, aunque no creas que tener una buena casa lo es
todo en la vida—me comentó.

Digamos que noté cierto desdén en su forma de decirlo. Como


es lógico, no tenía ninguna confianza con Alisa como para
preguntarle si sucedía algo en su vida, si tenía alguna carencia
que la hiciera hablar así. Además, que carencias tenemos
todos, que me lo dijeran a mí que me había quedado
embarazada de la manera menos pensada y de un hombre que
resultó ser un “san para mí” al que no volvería a ver en la vida.

He de decir en honor a la verdad que a veces soñaba con él,


eso sí que era cierto. Y que en esos momentos sentía que
revivía nuestra historia. Solían ser momentos de absoluta
felicidad que se dispersaba tan pronto habría los ojos y me
daba de bruces con una realidad que unos días me costaba más
que otros asumir, aunque ninguno de ellos me resultaba fácil.

Seguía pensando en ello cuando Alisa me invitó a conocer la


última planta de la casa; situada sobre los tres dormitorios y
los dos baños que componían la segunda. Muy confortable era
un espacio diáfano de considerables dimensiones y que se
notaba a la legua que había sido diseñado para el relax y el
recreo.

Por un momento me imaginé también cómo serían los días en


familia en aquel espacio; esas tardes de domingo que invitaban
a echarse la mantita por encima o a jugar una partida de billar,
porque contaban con una hermosa mesa que debía de hacer las
delicias de los peques a la hora de compartir tiempo con sus
padres.

—Los críos la disfrutan mucho—me comentó ella mirando la


mesa. Y mi marido también, es un padrazo.

No sabía Alisa que esas palabras me hacían daño y no porque


ella no tuviera derecho a decir lo que le viniese en gana de su
esposo, faltaría más, sino porque me llevó a pensar que hay
mujeres que hacen buenas elecciones y otras que se dedican a
vivir el momento, como yo, y luego son los problemas, claro.

Cuántas veces me lo había dicho mi madre, que ella estaba


deseando verle la carita a su nieto, pero que había que tener un
poco más de cabeza, que yo no me lo había pensado
demasiado a la hora de quedarme embarazada. Obvio que no
fue algo premeditado, pero no, que había de reconocer que soy
muy cabeza de chorlito.

Alisa debió reparar en que me había quedado un poco pillada y


me invitó a que mirase a través del inmenso ventanal de la
buhardilla. Por Dios que se me representó a los paisajes que se
veían desde la casa del abuelo de Heidi, con la diferencia de
que no estábamos en Los Alpes suizos, sino en Inverness, el
corazón de las Highlands.
Capítulo 4

Me desperté y vale… Que yo estaba estupenda porque me


faltaba poco para entrar en el último trimestre del embarazo y
me sentía súper ágil, pero que no era normal que me
encontrara tan cansada para ser las ocho de la mañana.

Abrí los ojos y me desperecé, por Dios bendito, ¿cómo podía


tener tanto sueño? La noche anterior me había tomado una
infusión relajante, porque asumir la nueva situación me
costaba, como era lógico, pero ya… Una infusión, no un
canuto, ¿por qué apenas podía abrir los ojos?

Hice por levantarme y descorrí las cortinas. Fue entonces


cuando me percaté del error; no eran las ocho de la mañana,
sino las tres de la madrugada. Con razón tenía yo ese sueño,
¿qué había pasado? Revisé mi móvil en busca de una respuesta
y entonces caí en que antes de irse a la cama vi a los críos con
él en la mano, ¿cómo era posible? Los niños habían pasado a
pertenecer a la era tecnológica y los aparatos no tenían
secretos para ellos…
Pues nada, bien me la habían dado. Ya que estaba de pie, sentí
ganas de beber agua, de manera que a duras penas me coloqué
las zapatillas y salí de mi dormitorio en dirección hacia la
cocina.

Me llamó la atención que la luz del salón estuviera encendida


a esas horas y enseguida comprobé que no era fruto de un
descuido, sino que Alisa estaba sentada en una esquina del
impresionante sofá, con una tenue luz alumbrando su móvil.

—Cielos, me has asustado—Se sobresaltó al verme.

—Lo siento, es que me he despertado. A decir verdad, creo


que ha sido una broma de bienvenida por parte de tus niños, no
te lo tomes a mal.

—Esos diablejos… Tranquila que no me lo tomo a mal, no. Es


que no idean nada bueno, solo espero que tú tengas más
paciencia que las otras—murmuró, lo cual evidentemente no
se me pasó por alto.

—¿Más paciencia? ¿Hay algo que yo debiera saber?

Alisa no me parecía mala mujer, solo que sí intuía que podía


ser un tanto reservada. En el fondo, eso no tenía por qué ser
malo. Si yo me ponía en sus zapatos, no tenía ni idea de cómo
me relacionaría con una extraña que acabara de llegar a mi
casa. Probablemente, cuando menos, estaría un poco a la
expectativa, muy cómodo no debería resultar.

—Digamos que mis hijos son, no sé cómo decirlo…

—Que no idean nada bueno, vaya, ya lo has dicho antes.

—Me parece una manera muy sutil de decirlo, solo que igual
me he quedado algo corta.

Resoplé porque ya me estaba dando la impresión de que allí


había gato encerrado, de que Alisa me lo había pintado todo
muy bonito y que igual las cosas eran un poco más
complicadas.

—Acabáramos, por eso no te importa que venga a tu casa


embarazada y todo, ¿no? Porque andas un poco desesperada y
cualquier opción te parece buena.

—Más o menos—Sonrió.

—Ay, Dios, en vaya fregado me he metido.

—No tires la toalla sin darles una oportunidad, te lo pido por


favor, no son malos chicos solo que no paran de hacer
barrabasadas en todo el día. Eso sí, tienen un corazón de oro,
les cogerás cariño muy pronto.

—Eso será si vivo para contarlo, ¿no?

—Mujer, no digas barbaridades, tampoco es para tanto.

—Tú qué vas a decir. Normal, si eres su madre…

—Por favor, tienes que conocerlos. Además, que están muy


ilusionados con que vayas a tener un bebé. Hace mucho que no
tenemos uno en esta casa y nos gustan a todos—Me miró
suplicante.

—Supongo que no tengo nada mejor que hacer, tú tranquila


que trataré de que me respeten. Eso sí, si en algún momento
me escuchas dar un grito no te rayes, que yo tengo mi
carácter…

—Todos tenemos nuestro carácter, tranquila por eso. Es más,


yo misma me sorprendo a mí misma en muchas ocasiones
gritando como una loca. Y eso que soy psicóloga, pero da
igual. Cuando se trata de mis hijos, a veces me sacan más de
quicio que todos mis pacientes juntos.

—Me lo estás pintando bonito, sí…


—Pero que no llega la sangre al río, mujer. Ya verás como te
encariñarás con ellos enseguida. Yo es que necesito a alguien
que se haga cargo de la situación en muchos momentos. Verás,
trabajo en casa y necesito encontrar mi parcelita de paz dentro
del caos para poder rendir.

—No te preocupes que a esos dos los meto yo en cintura,


como Brenda que me llamo que los meto en cintura. Tú a lo
tuyo.

—Es que estoy en un momento muy especial de mi vida,


escribiendo un libro que en parte es autobiográfico, con
experiencias personales y demás…

—Eso está muy requetebién, señal de que te ha ido bien en la


vida. Si yo escribiera uno, se titularía “La tonta del bote”,
porque así es como me siento en muchos momentos—Miré a
mi barriguita e incluso la acaricié. Sabía que mi Darío percibía
esas caricias.

—¿Es por el padre de tu hijo? No me digas que es el típico


sinvergüenza.

—Pues no te lo digo, aunque por eso no va a dejar de serlo.


—Madre mía, lo siento. Es tan importante escoger bien a la
persona con la que tener a tus hijos.

—Pues yo tuve un ojito… Algún día te contaré. Eso así, voy a


beber un vaso de agua y a tratar de no desvelarme más, que me
veo contando ovejas que pastan, otras que saltan la valla y
otras balando, que si se me espanta el sueño me pongo que al
final tengo hasta alucinaciones.

—¿Alucinaciones? Pero tú no tomarás drogas, ¿verdad?

—Eso ya sería el remate de los tomates, Alisa. Yo la lío parda


sin drogarme, imagínate si lo hiciera…Aunque igual tus niños
hacen que me lo plantee—Le sonreí.
Capítulo 5

Me levanté y vi que Alisa estaba ya con el ordenador, dale que


te pego con las letras. No me dieran a mí un tormento mayor
que el de tener que trabajar todo el día así, porque soy de las
que necesita el contacto con la gente, a mi lo de los
dispositivos como que me sobra.

—No te vayas a asustar si escuchas jaleo que, como tú dices,


no llegará la sangre al río, ¿vale? —le advertí.

—Vía libre. Yo, con tal de que no te vayas, lo que quieras.

—Muy bien, pues tú déjame que estos dos ratones van a tomar
de su propia medicina.

Cogí un cazo de la cocina junto con un rodillo de amasar. Que


conste que no se me pasó por la cabeza lo de zurrarles con el
rodillo a aquel par, pero sí el de darles un susto que se subieran
hasta la lámpara.
Primero entré en la habitación de Bonnie, que por eso de ser la
mayor también me pareció que podía ser la cabecilla de todo
aquello. Y después ya pasaría por la del enano.

Comencé a dar tales rodillazos en el cazo que no me extrañó


que a la peque se le desencajaran los ojos.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? —Se movía de un lado


para otro totalmente acojonada.

—Que un borrico se ha ahogado, dirían en mi tierra, solo que


en inglés no pega, niña. Ya te estás levantando, que anoche no
teníais sueño…

—Qué susto, ¿estás loca? Se lo voy a decir a mi madre…

—Por mí como si se lo dices al Papa de Roma…

De inmediato me fui a la habitación de Duncan a repetir la


jugada. El enano se llevó tal susto que acabó en el wáter, a lo
justito lo cogió.

—Qué miedo, me ha dado un miedo, creí que la casa se caía,


no hagas eso más, Brenda—me pidió.
—Claro que sí, yo no lo volveré a hacer cuando vosotros me
respetéis.

—Nosotros te respetamos, Brenda, ¿por qué dices eso? —


intervino la otra.

—Tú estarás muy resabiada, niña, pero a mí no me la das,


¿quién me puso la alarma del móvil a las tres de la
madrugada?

—Ah, pues ni idea—Miró para otro lado.

—Pues yo tampoco tengo ni idea de cuántas mañanas os


despertaré así, si nos ponemos así…

—Entonces se lo diré a mi madre y te dirá que te vayas.

—Tu madre no me dirá que me vaya, me dará la razón.

—Pues entonces se lo diré a mi papi.

—Cuando tu padre esté aquí, ya hablaré yo también con él, no


te preocupes.
—¿Tú has venido para hacernos la vida imposible? Pues te
queda aquí un cuarto de hora—me soltó y se quedó tan
pancha, poniéndose a la defensiva y cruzando los brazos por
delante de su pecho.

—Tú no tienes ni idea de quién soy yo, te lo advierto. A mí no


me tomes por una más, no voy a tirar la toalla porque dos
mocosos malcriados y consentidos quieran.

—¿Dos mocosos malcriados y consentidos? Me las pagarás—


refunfuñó.

—Mira, niña, si quieres guerra, guerra vas a tener, pero te


advierto desde ya que vas a perder, así que yo me ahorraría los
esfuerzos.

Dios, qué me gustaba un reto, y aquellos dos pequeños


diablejos me estaban retando y a lo grande. El enano salió del
baño y todavía se atusaba el flequillo, chorreando como lo
tenía por el sudor que le había provocado el susto.

—Buff—resopló.

—¿Qué pasa, Duncan? ¿Es divertido cuando lo hacéis


vosotros, pero no cuando lo hacen otros?
—No le contestes, Duncan, que es el enemigo—le espetó su
hermana y, aunque me entraron muchas ganas de reír, me las
guardé para mí. Cuidado con la mocosa, que tenía respuestas
para todas.

Después de eso, aquel domingo puede decirse que fue


transcurriendo con relativa normalidad. De hecho, llegamos
hasta la tarde sin que ninguno sufriera un accidente ni nada
parecido.

Eso sí, en un momento dado, debí quedarme un tanto


traspuesta en el sofá y de pronto escuché un ruido atronador.
Alisa había salido a tomar algo con una amiga y yo estaba sola
en casa, por lo que pensé que aquellos dos hubieran puesto una
bomba o algo parecido.

—Darío, mi niño, ¿estás bien? —le pregunté tocándome la


barriga mientras me puse en pie y traté de echar a correr…

Ay, Dios, menos mal que tengo mucho sentido del equilibrio y
cuando me percaté de que me iba al suelo logré tirarme de
espaldas y caer sobre el sofá de nuevo, como lo hace una
tortuga sobre el caparazón. Ni moverme podía cuando aquellos
dos pillastres entraron por allí muertos de la risa.

—¿Os parece bonito? Atarme los cordones de las zapatillas,


los unos a los otros, ¿qué os habéis creído?
—Se habrán atado solos—Allá iba la listilla de Bonnie.

Sin pensarlo un momento, me las quité y, desanudando la una


de la otra, las tiré ambas en dirección a ellos.

—¡Toma! —Me puse hasta de pie para celebrarlo porque yo


siempre tuve muy buena puntería y les di a los dos. El enano,
de hecho, se cayó de espaldas y a ella le di un buen zapatillazo
en toda la sesera esa que tenía para pensar maldades.

—¡Te has pasado! —me chilló.

—¿Yo me he pasado? Señorita, tú tienes demasiadas ganas de


guerra y te repito que te vas a caer con todo el equipo y tu
hermano también.

—Antes te vas tú que caigamos nosotros, ¿qué te apuestas?

—¿Cómo? ¿Y encima apostando? Apuéstate a que si no te


quitas de en medio ahora mismo vas a comer zapatilla, eso es
un hecho.

Salí corriendo detrás de ella con una de mis Vans negras en la


mano y a lo justo se metió en su dormitorio cerrando la puerta.
Cuando quise volver por el otro ya la había imitado, así que
ninguno de los dos fue capaz de asomar el hocico hasta que
volvió su madre.
Capítulo 6

Tocaba llevarlos al cole y eso significaba que, a partir de


entonces, mis mañanas de entre semana serían algo así como
gloria bendita.

Desde su casa hasta el colegio había unos veinte minutos de


agradable paseo. Alisa me ofreció su coche para ese tipo de
desplazamientos, pero ni borracha, a mí me encantaba caminar
y mucho más embarazada, que me venía fenomenal para
prevenir la hinchazón de piernas.

El camino, además, era una auténtica delicia. Pese a apenas


haber comenzado el otoño, ya refrescaba, eso sí, de modo que
todos íbamos con chaqueta.

—Hace fresquito—les comenté mientras los llevaba a cada


uno de una mano, porque no me fiaba un pelo de ninguno de
los dos.
—Esto no es nada, en invierno te vas a cagar, yo de ti me iba
ya—me comentó la enana.

—Muy bonito, pues ahora te lo voy a decir en castellano y tú


lo vas a repetir. De aquí a nada solo os hablaré en castellano,
es lo que quieren vuestros padres—les advertí.

—¡De eso nada! Yo no pienso repetir lo que me digas.

—Tú eres muy rebelde, niña, pero que muy rebelde.

—Que me dejes, y tú eres muy pesada.

Me reí para mis adentros pensando en las muchas veces que le


dije yo a Gonzalo que era muy pesadito antes de irme. El
pobre no cejaba en su empeño y yo no sé cuántas veces me
había escrito desde que estaba allí y también intentó
videollamarme, así que la noche anterior no pude más y lo
bloqueé.

Seguimos caminando hacia el cole y, en un momento dado, me


mosqueé cantidad. Vamos, que no es que tuviera la mosca
detrás de la oreja, sino que podía jurar que aquellos dos me la
habían jugado otra vez.

—Un momento, niños, ¿dónde está el colegio? Porque aquí yo


no veo más que campo y no sé si es que queréis coger flores
porque sea el día de las flores para María. Y no, porque aquí
no hay de eso, que lo sé yo—les dije con ironía.

—¿Qué es el día ese de las flores? —me preguntó el enano


entre risas.

—Uno de mayo que no tiene que ver con este, que es el del
reparto de collejas. Porque pienso comenzar a repartir como no
me digáis dónde está el colegio.

Ilusa de mí, creí que me llevaban en su dirección e iba a ser


que no. Era muy cierto que aquellos dos no ideaban nada
bueno, le tenía que dar la razón a su madre. Obviamente, no
les iba a tocar un pelo, pero liársela sí que se la liaría.

—Es que nos hemos perdido, ¿verdad, Duncan? Como tú estás


empanada y no te sabes el camino, pues nosotros nos hemos
despistado.

—¿Tú tienes la letra bonita, Bonnie? —le contesté y ella no


sabía por dónde iban mis malévolas intenciones.

—Claro, mi letra es preciosa. El enano no sabe escribir todavía


casi, pero yo escribo genial, ¿quieres que te saque un cuaderno
y lo ves? Nos podemos sentar a tomar el desayuno ahí—
Señaló una piedra.
—En eso estaba pensando yo niña, en sentarme en una piedra
de pico y romper aguas antes de tiempo. De eso nada, tú me
vas a escribir esta tarde cien veces “No debo llamar empanada
a Brenda” y el enano… Ya se me ocurrirá algo para que se
distraiga.

—Yo tengo que ver los dibujitos—murmuró él preocupado.

—Muy bien, pues esta tarde no hay dibujitos, ¿a ti que es lo


que no te gusta hacer, niño?

—No le gusta colorear, no como yo, que soy una artista, ¿te
enseño mis dibujos? —intervino la otra.

—Bonnie, ¿tú no serás un poco repipi? A mí no me enseñes


más que el camino del colegio. Y otra cosa, esta tarde te
confisco tus lápices de colores hasta nueva orden y se los das
al enano, que se va a hartar de colorear.

—Pero si a mí no me gusta—se quejó él al borde del puchero.

—Pues por eso mismo, niño, vas a colorear hasta que no


puedas menear las muñecas, te vas a hartar. Y ahora, los dos
chitón, que no os quiero escuchar más, ¿dónde está el colegio?

La callada por respuesta y yo con unas ganas de comenzar a


dar gritos y quedarme sola…
—¡Bonnie, ¿Qué dónde está el colegio?! —le pregunté ya por
tercera o cuarta vez.

—Yo no puedo decirte nada, tú has dicho que chitón—Se


encogió de hombros.

—Así que esas tenemos, muy bien, os vais a pasar una tarde de
divertida los dos…

Y sí, las cosas como son… Quejarse se quejaron tela y hasta


fueron a tratar de que su madre les levantara el castigo, algo
que no consiguieron…

Al final de la tarde, a ambos se les caían las persianitas de


sueño, de modo que se fueron a la cama antes de lo habitual.

—No sé cómo lo has conseguido, pero lo has hecho—me


comentó Alisa, ofreciéndome una infusión.

—Necesitan mano dura, solo es eso…

—Su padre y yo trabajamos demasiado, además de que…

La noté con ganas de contarme, si bien su reserva la hizo


callarse. A mí me dio la sensación de que ellos, por mucho que
amaran a sus hijos, trataban de compensar la falta de tiempo y
quizás otros problemas con una actitud demasiado permisiva.
Pero para eso estaba yo allí, para no permitir que la cosa fuera
a más. Y desde luego que no iría…

Entré en mi dormitorio y me senté en la cama. Tenía ganas de


descansar, el día daba mucho de sí y, quieras que no, también
tenía ganas de encontrarme conmigo misma, pues no era tan
sencillo eso de integrarte en el seno de una familia extraña de
un día para otro.

Me descalcé, me tumbé y entonces fue cuando lo vi…. El


enano había coloreado en la pared y ella había copiado la frase
que le dije, también a su lado.

La madre que los parió, sí que me estaban retando, ya me


estaban tocando a mí la moral, pensé mientras me reía, porque
en el fondo no eran más que dos trastos que, en mi opinión,
demandaban atención.
Capítulo 7

—¿Quién es ese? —le pregunté a Bonnie a la mañana


siguiente mirando a aquella maravilla con patas que tampoco
me quitaba ojo de encima.

—Es el profe de Duncan, es nuevo este año, a todas las niñas


les gusta, pero a mí me parece muy feo—me espetó ella.

—Eso es porque tú eres el espíritu de la contradicción, niña. E


igual también porque necesitas gafas, ya le diré a tu madre que
se rasque el bolsillo y vaya a graduarte la vista.

—Que no es eso, que no me gusta y ya…

—Qué rarita eres, venga, para dentro ya y a ver si espabilas,


que el tío está que…
Me callé porque no era plan de decirle para qué pensaba yo
que estaba aquella maravilla de la naturaleza que enseguida se
acercó a mí.

—Hola, soy Alec, el profesor de Duncan, ¿y tú eres? —me


preguntó.

—Yo soy Brenda, pero que estos niños no son míos, ¿eh?
Bueno, el que llevo en la barriga sí, eso no lo puedo negar,
pero no el resto, no creas que se me ha ido la chota y los
quiero coleccionar como si fueran sellos.

—Ya, ya, conozco a su madre, Alisa. ¿De dónde eres?

—Ya, que por mi acento detectas todavía tú que del centro de


Edimburgo no, ¿es eso?

—Más o menos, ¿española?

—Eso es, madrileña, de Móstoles, aunque no creo que tú


conozcas Móstoles. Bueno, que tampoco te voy a contar yo lo
de las empanadillas, te dejo aquí al crío y mira, te voy a pedir
un favorcito, que le encanta colorear, si lo puedes dejar algún
recreo coloreando, él es feliz.

—Pero si él siempre que dice que no…


—Tonterías, porque es muy tímido y cree que no le sale bien,
pero le encanta. Y ahora me vas a decir quién le da clases a su
hermana, que le voy a comentar lo que le gusta copiar…

Sí, también les estaba yo apretando las tuercas un poquillo,


pero es que tenían lo suyo y lo de su prima. Todavía tenía
revueltas las tripas porque esa mañana, en un descuido que
tuve, me habían puesto el café más salado que un ripio y yo
había vomitado lo más grande. Para majarlos en el almirez,
angelitos…

Cuando llegué a casa escuché que Alisa estaba manteniendo


una acalorada discusión y pensé que vaya maneras que tenía
esa mujer de ganar dinero con sus pacientes. Sí, ella pasaba
consulta en casa, en el salón, pero por mi madre que así
también ganaba yo un montón de dinero; cogía a cualquiera, lo
vestía de limpio y luego ponía la mano. Pues sí que era lista la
tía.

No obstante, entré procurando no molestar, pero vi que estaba


ella sola y que la pelotera la tenía por teléfono.

Cuando por fin cesó, la escuché llorar. Por lo poco que me


enteré, ya que yo me metí en mi dormitorio para que no se
sintiera violenta, el tema era con su marido y ella le decía que
las cosas no iban bien.
Yo no es que sea más lista que nadie, si bien algo me decía que
estaba pasando una cosa así. En un par de ocasiones, ella como
que fue a hacer algún comentario, si bien finalmente se paró en
seco.

Obvio que yo no podía intervenir en aquello, pero hasta se me


pasó por el coco que pronto aquella mujer pudiera separarse y
entonces me necesitara más que nunca.

Salí del baño y fui a sentarme en mi cama. Aún no la había


hecho porque me encantaba que las sábanas se aireasen por la
mañana. Aprovechando tal circunstancia puse el culo en ella y,
¡ay, Dios! Sentí un pellizco en una de las cachas que me hizo
acordarme de toda la generación de los dos niñatos aquellos en
sentido ascendente, descendente y colateral.

Vaya, que me acordé de la madre que los había parido, del


padre que los engendró y hasta del curo que los bautizó.

Asustada por mi grito, Alisa entró en la habitación.

—¿Qué te pasa, Brenda?

—Esto es lo que me pasa, que me han dejado el culo ardiendo


—le comenté mientras sacaba de entre las sábanas una trampa
de esas para coger ratones, por Dios bendito, qué dolor.
—No me lo puedo creer, es que ya no sé lo que hacer con
ellos. De hecho, no sé dónde acudir—Comenzó a llorar a
moco tendido.

—No, por favor, que tampoco ha sido para tanto. Tranquila,


mujer, haz el favor. Si solo ha sido un pellizquito, ha tenido
hasta su gracia—le expliqué a sabiendas de que no era así,
pero qué se le iba a hacer, me dio bastante pena de ella.

—Si no es por eso, que también, es por todo. Vaya temporadita


y estos dos que no paran.

—Tranquila, que de ellos me encargo yo, eso ya lo sabes, esta


tarde van a estar limpiando la pared estropajo en mano, que
todavía la tenemos que parece un trampantojo, mira.

Alisa se echó a reír a la par que lloraba, era la leche.

—Si es que en el fondo son muy graciosos, lo que pasa es que


nadie dura en casa, ¿cómo van a durar? Me he enterado de lo
que te han hecho con el café.

—Hasta la primera gota de la leche que mi madre me dio a


mamar he echado, pero no te preocupes, que ya me la cobraré

—No, si al final lograrán que te vayas tú también y me sentiría


fatal, porque lo cierto es que me caes muy bien.
—Te caigo muy bien y te saco las castañas del fuego,
reconócelo, que no veas si los entiendo—Le guiñé un ojo

—Mejor que nadie que haya pasado por esta casa, eso te lo
garantizo, mejor que nadie—me aseguró entre suspiros.

Para mí que aquella mujer estaba un poquillo deprimida, pero


tampoco podía yo meter las narices donde no debía, así que
seguí a lo mío, es decir, a rascarme el culo a base de bien, que
me picaba tela.
Capítulo 8

El domingo por la tarde yo ya estaba familiarizada con la casa,


después de más de una semana allí. Y con las barrabasadas de
aquellos dos, a los que nada bueno se les ocurría.

Resultó que pusieron la peli de “Notting Hill” y yo me quedé


embobada.

—Es que a mí me encanta esta mujer y vaya si es guapa—le


comenté a Alisa, quien también estaba en el sofá.

Si he de decir algo en su favor es que ella hizo desde el


principio todo lo posible porque me integrara en su hogar y
por ello mi mundo no se reducía a mi dormitorio o al de los
niños, sino que yo solía estar como Pedro por su casa por las
estancias comunes.

—A mí también me encanta, qué bonito es cuando las mujeres


nos apoyamos entre nosotras y no hay rivalidades, ¿verdad?
—Ya te digo que sí. Pues solo faltaba, yo cuando veo a esas
gilipollas que se mueren de envidia y demás cuando otra mujer
triunfa como la Coca Cola es que lo flipo, supongo que será
porque me he criado en un matriarcado. En casa somos mi
madre, mi hermana y yo, así que fíjate.

—Qué bonito, yo es que me crie sola con mi padre. Mi madre


murió poco después de que naciera, una desgracia. Será por
eso que siempre quise tener una familia grande, con un
montón de niños corriendo de aquí para allá, pero se ha
quedado en una cortita.

—Mujer, que los tuyos hacen por siete, no digas cosas—


murmuré.

—Ya, pero yo soy muy niñera y me hubiera encantado tener


cuatro o cinco por lo menos…

—Pues conmigo no hubieras contado, eso te lo aseguro desde


ya. Solo de pensarlo, mira, se me han puesto todos los vellos
como escarpias.

—Tranquila, si no puedo tener más. Desde que nació Duncan


lo hemos estado intentando y no vienen, así que ya no va a ser.
Por eso me hace ilusión que cuando nazca Darío tengamos un
bebé más en la familia.
Por un momento, hasta me dio cierto repelús, ya que pensé que
a ver si aquello iba a ser como lo de la peli de “La mano que
mece la cuna”, pero al revés, que ella se quisiera apropiar de
mi hijo. Enseguida me di cuenta de que era una tontuna,
simplemente me decía que los niños alegran la vida y ya, que
le encantaba la idea de tener otro bebé en casa.

—Bueno, pues que lo siento. Pero mujer, que dicen que para
muestra solo hace falta un botón y tú tienes dos, dos que hacen
por no sé cuántos, repito.

Seguíamos departiendo sobre el tema cuando escuchamos los


gritos de aquellos dos. Lógico, nos habíamos despistado un
momento y eso con ellos es que no podía ser.

—¡Está nevando, está nevando! —chillaban.

—Nevando no está, Alisa, porque yo veo la mar de bien y lo


que está es nublado, que aquí la mitad de los días parece que
estemos esperando a Drácula para tomar el té, pero nevando
no está.

Fue ella quien se levantó de un salto, que yo me lo tomé con


algo más de parsimonia, y quien subió de tres en tres las
escalones. Cuando quiso abrir la puerta del cuarto de baño de
los niños, la espuma comenzaba a salir ya por debajo de esta.
—Pero ¿qué diantres habéis hecho? Niños, por favor, la
tarima, os vais a cargar la tarima…

—¡Es la fiesta de la espuma, mami! Es que el otro día Brenda


se quejó de que no le habíamos hecho una fiesta de bienvenida
y nosotros hemos querido hacérsela.

—A mí no me echéis la culpa, mocosos, yo lo que dije fue que


vaya fiesta de bienvenida cuando me tomé el café ese que
levantaba el estómago de un muerto, que debía llevar medio
kilo de sal.

—Ay, Brenda, ¿qué hago con ellos?

—¿Y si los vendemos en Wallapop? ¿Aquí funciona el


Wallapop? Mira que hay gente muy rara, igual encontramos a
algún tonto o tonta que engañar—Me partí de la risa.

—Igual sí…

—O los podemos echar en las croquetas, ¿tú tienes picadora de


carne? A mí me salen de muerte las croquetas…

Los dos comenzaron a chillar ante esa propuesta. Y cuanto


más chillaban, más espuma echaban hacia arriba, era
completamente increíble, cuando nos quisimos dar cuenta
éramos dos bolas de nieve.

—Me tienen desesperada, te lo prometo.

—Mujer, ya que se ha liado el taco, vamos a disfrutar un poco


—le aconsejé y comencé a echarles yo también espuma a ellos
a lo grande, hasta hartarlos, hasta por la nariz les salían
pompas de jabón.

—Ya no queremos más, ya no queremos más—nos pedían.

—¿No? Pues ahora os vais a hartar, ¿no queríais nieve? Pues


tomad nieve…

Aquellos dos renacuajos habían vaciado en la bañera el bote


completo de gel de ese de hacer espuma y liaron la
monumental, como era su estilo.

Por una vez, disfrutamos de una de sus travesuras, ya que vi a


Alisa reírse con ellos cantidad mientras todos terminamos de
espuma hasta la punta del pelo y mucho más allá.

Un rato después, ya durante la cena, los niños seguían


riéndose.
—Lo hemos hecho por ti, para darte la bienvenida con una
fiesta, Brenda.

—Y dale, no sois pesaditos los dos. Niños, que si yo quisiera


montarme una fiesta me compraba una botella de ron y me
salía por las orejas, solo que no puedo por Darío, que si no…

—Mamá, mucho no se parece a Mary Poppins, ¿no? —le


pregunté Bonnie.

—Niña, no me seas repelente, pues claro que no me parezco a


esa repipi, aunque sí puedo coger yo también un paraguas y
darte paraguazos con él hasta que te salgan las muelas del
juicio.

Alisa se echó a reír y yo con ella. Sí que tenía cierto arte para
hacerme con los dos mocosos.
Capítulo 9

Me levanté aquella noche de entre semana a beber agua y


comprobé que Alisa estaba despierta de nuevo. Aquella mujer
es que parecía no pegar un ojo ni por cachondeo, le daban las
tantas de la mañana despierta todos los días.

Por lo que me había comentado tenía problemas para conciliar


el sueño y claro, encima se liaba con el móvil hasta las mil y
era mucho peor.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí, gracias, es que ya sabes que yo no duermo demasiado.

—¿Echas de menos a tu marido?

—Un poco, aunque yo estoy acostumbrada a sus ausencias.


Este viaje le ha llevado varias semanas por todo el Reino
Unido, pero que él se mueve más que los precios. Además, que
no puedo echarle nada en cara respecto a eso, todo lo
contrario.

—¿Le gusta ese tipo de vida?

—Según, no es fácil de explicar, no sé qué decirte.

—No te preocupes, yo de ti procuraría dormir, ¿quieres que te


prepare una tila?

—No, por favor, lo último que quiero es molestarte. Tú estás


haciendo mucho por mí.

—Nada, yo solo estoy trabajando, no tiene ninguna


importancia. Además, que las fierecillas acabarán domadas, ya
lo verás.

—Hoy te la han vuelto a hacer, ¿eh?

—Sí, estaban “arreglando” los cajones de mi cómoda. Pero yo


les he dejado su dormitorio fino a cada uno, ni un pañuelo les
ha quedado en los cajones ni en los armarios, se han llevado
toda la tarde ordenando.
—Sí, sí, de veras que se te da bien meterlos en cintura. Hasta
los profesores me lo han dicho, que se nota que hay alguien
nuevo en casa. Por cierto, que Alec me ha preguntado por ti,
no sabía que le cayeras tan bien.

—¿Alec te ha preguntado por mí? Qué salado el macizorro.

—Está que es un primor, ¿eh? Chica, yo de ti, atacaría.

—Alisa, que a veces demuestro muy malas pulgas, pero que


no soy un perro, mujer. Aunque tó perra sí que me pone el tío.

—Pues entonces, tú tendrás que rehacer tu vida, ¿no?

—Pues no estoy ahora por la labor, la verdad. Es que yo me he


llevado un palo de campeonato y ahora no confío demasiado
en los hombres.

—¿Y eso por qué? Todos no son iguales. Por ejemplo, mi


marido es un buen hombre, yo pondría la mano en el fuego por
él.

—Pues vaya suerte que tienes tú, guapa, porque de esos sale
uno entre un millón, yo es que no me fío, ya te lo digo y te lo
requetedigo.
—Alec también parece un buen tipo, ¿y si es otro de esos entre
un millón?

—No, no, porque en Inverness ya está cubierto el cupo,


¿cuántos habitantes sois?

—Poco más de cincuenta mil.

—Anda, la leche, entonces ni lo intento, claro que está


cubierto con tu marido.

—Tienes unas cosas… Venga, mujer, dale una oportunidad,


Por la forma en la que me lo ha preguntado se nota que le
apetece conocerte o tomarse algo contigo.

—No, si yo ya he visto que me pone ojitos y a mí como que


me dan unos calentones que aquello se me pone que ni que
fuera una sopa de tomate. Espera, que tú igual no te has
comido nunca una buena sopa de tomate, ¿no Alisa? Chica, os
perdéis muchas cosas con tanto sándwich y tanto té, porque
una sopa de esas no veas cómo reconforta.

Me acosté pensando en lo que me había dicho. Al día


siguiente, Alec se acercó a mí a la hora de dejarle al crío. Al
contrario de lo que hice en otras ocasiones, que se lo di y salí
huyendo, me quedé mirándolo como diciéndole que allí estaba
porque había venido.
—¿Haces algo esta noche? —me preguntó.

—Dormir, eso es lo que suelo hacer por las noches, aunque a


veces me dan unas ardentías en el estómago que no veas. Por
lo visto dicen que eso pasa con los niños que nacen con mucho
pelo, pues el mío va a salir con una melena que ni Falete. Ay,
claro, que tú no sabes quién es Falete. Bueno, luego lo miras
en Internet, que ahí viene todo.

—¿Y no podrías hacer algo más antes de dormir? Hoy es


viernes—Rio.

—Mi bisabuela quería que rezáramos el rosario cuando éramos


peques Mónica y yo, pero va a ser que no. Yo soy más de
Netflix en invierno y de salir a la calle en verano, que me gusta
mucho darme un garbeo e ir a bailar. O me gustaba, porque
ahora no sé dónde me podría poner las faldas esas tan cortitas
que me colocaba yo, en mis sueños es el único sitio en el que
me las podría poner.

—Si estás estupenda, apenas se te nota el embarazo. Sal a


tomar algo conmigo, picotearemos y luego te llevaré a un pub
que te va a encantar, es muy típico, ya lo verás.

—No sé yo, ¿eh?


—¿No sabes si te gustará? Ya te digo yo que sí.

—No, no sé si debería salir contigo, dame alguna razón para


que así sea.

—Porque soy el tipo más divertido del mundo, por eso, tienes
que comprobarlo por ti mismo. Tú eres una chica espabilada,
eso se nota.

—No sé yo, ¿eh? Muy espabilada no es que haya sido, creo


que me estás subestimando.

—Qué va, de eso nada, ¿lo dices por lo del crío? ¿Es un niño?

—Pues claro, por qué lo voy a decir. Sí, es un chico y se llama


Darío., no va a ser una aceituna. Bueno, quiero decir que lo
voy a llamar así, que todavía no ha nacido, como es evidente.

—Sí, sí que lo es. Pues nada, os invito a Darío y a ti a tomar


algo.

—No sé, me lo voy pensando y ya te digo, ¿vale?

—Como quieras, aunque te aconsejo que no pienses tanto, ¿te


apetece salir conmigo o no? Ya está, no hay más. Pues claro
que te apetece, cómo no te va a apetecer. Te recojo a eso de las
ocho, ponte guapa. Ah, no, qué tonto—hizo como que se daba
con la mano en la frente y la cabeza se le iba para atrás—, si
más no puedes.

Salí andando con la sonrisilla en la cara. A nadie le amarga un


dulce y vaya, parecía que a ese bombón con patas tampoco le
importaba lo de mi embarazo. Para que luego digan, hay
hombres que no hablarían nunca de esas mierdas de las
“mochilas” que supuestamente llevamos sobre nuestros
hombros las madres que tenemos hijos a nuestro cargo.

Se lo comenté a Alisa al mediodía y le pareció fenomenal.


Acababa de terminar con un paciente y me invitó a sentarme
con ella en la cocina.

—No descorcho una botella de vino por tu tripita que, si no,


nos tomábamos una copa, pero voy a preparar un aperitivo y
nos lo tomamos juntas, ¿te parece?

Me pareció un gesto muy atento y agradable que sí le agradecí.


A decir verdad, me estaba encontrando allí como en familia y
eso era algo muy de alabar….
Capítulo 10

Me quedé tumbada en mi cama, traspuesta, tras el almuerzo.


Que conste que no había bebido, que el vino no llegamos a
descorcharlo.

Alisa me comentó que ella iría a recoger a los dos demonietes.


Su marido también llegaba esa noche, así que ambas
estaríamos acompañadas.

Yo dormí a pierna suelta y ni siquiera escuché que hubiesen


entrado, por lo que me sorprendí al mirar el móvil y ver que
eran las cinco de la tarde. Me llevé la mano al vientre y me
incorporé. Ya estaba de seis meses, los días pasaban
demasiado rápido.

Palpé algo con las manos, sobre la colcha, y la sangre se me


heló en las venas. Sí, comprobé con mis propios ojos que lo
que se me había enredado entre los dedos era pelo, ¿cómo era
posible? Pues siéndolo, estaba claro.
Miré hacia la colcha con recelo, ¿me iba a quedar calva como
una bombilla? ¿Y eso a santo de qué? Por favor, si yo seguía
las instrucciones del pediatra al pie de la letra, no podía
alimentarme mejor…

No, no podía ser, si había varios mechones más, ¿estaba


soñando? Grité para comprobarlo y lo comprobé; no estaba
soñando para nada…

Alisa llegó hasta la puerta de mi dormitorio y abrió sin más.

—Perdona, ¿estás gritando?

—Sí, cómo no voy a gritar, mira esto—Señalé hacia mi pelo.

—Mujer, pero cómo se te ha ocurrido cortártelo a ti sola. Te


hubiera ayudado, yo se lo corto a los niños y a mi marido, se
me da bien.

—¿Te parece a ti que me ha dado la punzada de meterme a


peluquera? Que no, mujer, que no, que yo para esas cosas soy
más torpe que un… Ya sabes que un pene vendado, porque iba
a decir otra cosa, pero igual eres demasiado fina para
escucharlo.
—¿Y entonces? No me irás a decir que… ¡Bonnie! ¡Duncan!
¡Venid aquí ahora mismo! —les chilló.

Asentí con la cabeza y ella comenzó a dar gritos como si no


hubiera un mañana. La cosa no era para menos, aquellos dos
se habían liado con mi cabeza y unas tijeras, dejándome poco
menos que como al gallo de Morón, ese que se quedó sin
plumas y cacareando.

Yo cacarear no cacareaba, pero no fue lengua cuando los dos


aparecieron por allí con cara de no haber roto un plato en su
vida.

—Estás muy guapa, Brenda—me dijo ella, que era más


resabiada que todas las cosas.

—Muy guapa, sí—Aplaudió el enano, que a ese su hermana le


decía que se tirase a un pozo y se tiraba de cabeza.

—¿Muy guapa? Me habéis dejado que no me reconocería ni la


madre que me parió. Mi melena, mi melena—Yo es que cogía
el cielo con las manos.

—Es que tú le dijiste el otro día a mamá que tenías las puntas
quemadas y te hemos querido ayudar—replicó Bonnie, que esa
tenía salidas para todo.
—¿Y si llego a decir que me quiero cortar las uñas me cortáis
las manos a la altura de las muñecas? La madre…

—Pero si estás muy guapa, te favorece—replicó la enana.

—Estáis castigados, castigados los dos; esta noche no ha pizza


ni postre, os vais a comer el puré de calabaza y a la cama—
Alisa estaba muy disgustada.

—No, mami, que esta noche hay fiesta, llega papi…

—Fiesta la que habéis montado vosotros. Se acabó lo que se


daba…

—Yo es que estoy harta, harta. Esta es la gota que colma el


vaso—Me eché a llorar con amargura.

Los niños se quedaron flipados y Alisa se compadeció de mí.

—¡Castigados a vuestros dormitorios! —les chilló.

—Mamá, nosotros no queríamos que se pusiera triste—


argumentó Bonnie con voz entrecortada.
—Pero lo habéis conseguido; os he dicho muchas veces que
los actos en la vida también tienen consecuencias, así que
largo de aquí…

No sé lo que me pasó esa tarde. Probablemente supuso para mí


un punto de inflexión. O igual es que yo necesitaba llorar
como válvula de escape porque llevaba mucho acumulado en
mi interior desde que me ocurrió lo de Logan y luego me
enteré de mi embarazo.

También contó que para mí el aspecto físico es muy


importante y que siempre llevé el pelo largo. Dijera lo que
dijese la enana me habían privado de mi melena, que era muy
importante para mí. Yo soy de las que disfruto tomándome
selfis que subir a las redes, con mi melena por delante, que
para eso tengo pelazo. Y aquellos dos habían dado al traste con
ella.

Los niños se marcharon y Alisa se acercó a mí.

—Sé que lo han hecho fatal, que esta vez sí que se han pasado,
pero te pido por favor que no tires la toalla ahora, te necesito.

—Y yo necesito irme a mi casa. He derrochado paciencia con


ellos… O igual no tanta, que yo me lío a pegar gritos y me
quedo sola, pero estos dos le pudren la sangre a cualquiera, ¿tú
has visto cómo me han dejado la cabeza? Yo no salgo más a la
calle ni en un año, eso dalo por hecho.
—Sé que lo que pueda decirte no te servirá, pero a mí me
parece que estás de lo más bonita con el pelo así, eres muy alta
y te favorece, ¿me dejas que trate de igualártelo?

—Qué remedio, como me vea alguien así llamará a los


loqueros, ¿tú te has fijado bien?

—Me he fijado y te garantizo que esto te lo arreglo en un


periquete, vas a quedar guapísima.

—¿Tú qué vas a decir? Eres la madre de esos dos y no quieres


que me vaya.

—Pero ante todo soy mujer y hemos quedado en que las


mujeres nos ayudamos entre nosotras. No te estoy mintiendo,
igual no entraba en tus planes cortarte el pelo, vale, y aun así
te garantizo que te queda súper chulo. Déjame, que no te vas a
arrepentir.

—Me arrepiento de no haberles dado una patada en el culo a


cada uno que hubieran llegado a sus dormitorios sin necesidad
de subir los escalones, de eso es de lo que me arrepiento.

—Te prometo que esta vez van a recibir un buen castigo, pero
tú déjame que piense. A ver, voy a cortar por aquí y…
Capítulo 11

Había tocado fondo esa tarde de viernes y, a pesar de ello,


logré remontar. Una vez que Alisa terminó conmigo, me quedó
una media melena muy moderna y oídme, ni tan mal…

—No, si al final tendrás razón y me sienta hasta bien—le


comenté agradecida, hasta le di un abrazo.

Yo era más espontánea que ella. Qué leñe, yo es que soy


espontaneidad pura y esa mujer era bastante más sequita, para
qué vamos a engañarnos. Aun así, se ve que agradeció el
abrazo.

—¿No te irás entonces? Dime por favor que no te marcharás…

—Ay, si es que a veces no sé lo que hago aquí, te lo digo en


serio. Yo me vine en un arrebato, huyendo de Gonzalo, ¿yo te
he hablado de Gonzalo? No puede ser más pesadito el tío, qué
pesado es.
—Sí que me has hablado de él, pero no me digas que este sitio
no es bonito. Vale, que seguro que donde tú vives también lo
es, pero que yo estoy desesperada. ¿Tú ves la que te han liado
los niños esta tarde? Cualquier otra habría cogido ya…

—El pescante, te lo digo yo, ni Dios aguanta que la pelen a


una a gusto de dos mocosos, porque resulta que me ha
quedado bien, que si no…

—Es que con esa cara todo te queda bien, mujer…

—Tú me estás haciendo la pelota para que no me vaya, bueno,


ahora sí que tengo que irme, pero a lucirme, que Alec ya debe
estar en la puerta.

—Sí, están llamando a la verja.

—¿Y tu marido? ¿Ese a qué hora llega?

—Ya debería estar aquí también, pero él no es porque


obviamente tiene llaves.

—Ya, claro, que estaría feo que no las tuviera…

—¿Te imaginas? —Se echó a reír.


—Yo con los tíos me imagino cualquier cosa. Pues nada, a ver
qué tal me va a mí con el profe de tu niño.

—Por cierto, que, hablando de niños, hay dos que quieren


decirte algo—Los llamó y bajaron volando, bien se veía que su
madre les había leído la cartilla—. Y bien, niños, ¿qué tenéis
que decirle a Brenda?

—Que lo sentimos y que a partir de ahora nos portaremos muy


bien, palabrita.

—Sí, sí, Pinochos, os crecerá la nariz—les respondí.

—A mí no, yo no quiero—se quejó el enano, que se ve que lo


tomó como una maldición o algo.

—Dile lo que te he dicho, díselo—A su hermana solo le faltó


darle una patada en el culo, hasta me tuve que reír porque lo
llevaba por el mundo como si fuera un panderetillo de bruja,
hacía con él lo que le venía en gana.

—Que estás muy guapa, y que si yo fuera mayor me casaría


contigo, ¿lo he dicho bien? —Se volvió para preguntarle.

—Sí, empanado, ¿y qué más?


—Ah, que te voy a dar un besito por guapa.

—Y yo a ti te voy a dar una patada en todo el trasero por


pelotero, ¿tú lo has escuchado? —le pregunté a su madre,
quien tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no reírse.

—Estos niños son la monda, eso es lo que son. A vuestro


dormitorio los dos, que seguís castigados.

—Pero si va a llegar papi—Se desesperaba Bonnie.

—A vuestro cuarto y ni mu, o el castigo crecerá más y más


hasta hacerse una bola de nieve gigante, ¿es eso lo que
queréis?

—Yo no quiero eso, mami, yo lo único que quiero es que papi


me abrace y me diga que soy su princesa. Y comer pizza y
helado de chocolate también.

—Claro que sí, será por lo bien que te has portado. Largo de
aquí los dos, que vais a estar comiendo puré de calabaza hasta
el día que os saquéis la carrera, a este paso.

Los dos se fueron refunfuñando y yo le sonreí.


—Gracias por todo, guapa, aunque la principal interesada en
que se enderecen eres tú. Yo ya haré porque no se tuerza el
mío, pero viendo el plan me echo a temblar…

—Nada, tú ahora a disfrutar, que tienes un tío que está para


salir con el babero puesto y te está esperando en la puerta.

—Y tú no vas a dormir sola esta noche, así que ponte guapa,


que tendrás fiesta.

—Uy, no tanta fiesta, no creas…

—Venga ya, si lleva semanas fuera y tú tampoco has catado


varón, no me digas que no vas a cogerlo con ganitas.

—Es que entre nosotros las cosas tampoco es que estén para
tirar cohetes, ¿sabes?

—Vaya por Dios, si ya me lo imaginaba yo, pero que crisis


pasan todas las parejas y si lleváis mogollón de años juntos por
algo será, ¿no?

—Por algo será, sí, supongo—afirmó sin demasiado


convencimiento.
—Mujer, tu ponte una ropa interior de esas que quitan el hipo.
No hay tío que se resista a una cosa así, ya me contarás.

Mientras iba hacia el jardín me acordé de mis noches de


pasión con Logan. Ahí sí que ponía yo toda la carne en el
asador para encandilarlo. Aunque para carne la que ponía él,
que tenía un trabuco en los bajos que todavía era acordarme
y… ¿Cuándo mierda se me pasaría? Sí, por más que lo negaba,
seguía pensando en él. Y encima, para más inri, esa noche
saldría con otro profesor y esa circunstancia me lo recordaba
más todavía.

Maldito Logan, ¿qué mierda había hecho con mi coco? Pues


debía ser que yo fuera tonta, porque lo que hizo fue darme
coba hasta conseguir lo que seguro quería; echarme unos
cuantos polvos y punto. Y encima con menuda puntería…
Capítulo 12

—¡Vaya corte de pelo chulo! ¡Estás estupenda! —exclamó


Logan en cuanto me vio salir.

—¿Te gusta? Si es que la que tiene estilo, lo tiene y no hay


más que decir. Tú tampoco estás mal…

—La ocasión lo merece—me comentó mientras me invitaba a


subir en su coche, un deportivo con el que debía estar como
Mateo con la guitarra, porque lo llevaba impecable.

En cierto modo no podía evitar que me lo recordase, claro que


sí. Y sí, que me vuelvo a referir a Logan. Cuando comencé a
salir con Gonzalo iba a ser que no, pero Alec sí que parecía
pertenecer a la misma especie de Logan; a la de esos
highlanders tan atractivos que hacían temblar a cualquier
fémina a través de las páginas de las novelas. Pues si eso era
así, no digamos ya en vivo y en directo.
A mí los highlanders me habían puesto de siempre. Vaya, que
era pensar en ellos y tener que ir a por la fregona o, que si me
cogía sentada, aquello me hacía ventosa. Por eso, el día que
conocí a Logan me quedé chalada. Y bueno, ya sabéis el
resto…

Alec, al igual que el padre de mi hijo, era alto y fuerte, con el


cuerpo atlético, pelo oscuro y ojos color miel. Hasta en la
forma de dirigirse a mí o de caminar me lo recordaba.

No en vano, los highlanders cuentan con unos gestos muy


características y, a mi entender, muy varoniles, que me dejaban
hipnotizada. Alec venía con un atuendo informal (ambos
coincidimos en los pantalones vaqueros) y lucía una bonita
americana sobre su camisa. Yo también llevaba una camisa,
con los botones superiores abiertos, y en mi escote pendía un
precioso colgante con una mariposa que me había regalado
Mónica antes de mi marcha. Sobre los hombros, llevaba una
bonita gabardina que resultaba el complemento perfecto para
mi atuendo.

Nos fuimos hacia el centro de Inverness. Yo ya había estado


allí un par de veces; una tarde que fui sola y otra que
acompañé a Alisa y a los niños a hacer unas compras.

En realidad, yo contaba con un día completo libre a la semana,


pero como todavía apenas tenía vida social en aquel lugar nada
había pactado con ella al respecto.
—Te voy a llevar a mi lugar de tapeo favorito, ¿te parece? Y si
no te mola mucho, otro día vamos donde propongas tú.

—Estás dando por hecho que saldremos otro día, muy seguro
te veo yo de eso.

—Es que yo soy un tipo seguro, además de divertido, ya te lo


dije.

—Toma ya, y además de humilde, anda que no tienes tú cara.

—Tampoco tú tienes pinta de ser tímida, precisamente…

—No, muy tímida no es que sea, la verdad, con la timidez no


se come. Imagínate que lo fuera, pues no habría venido hasta
aquí, la verdad. Estaría en mi casa.

—¿Y cómo has dado ese salto? Y más en tu estado, es


llamativo.

—Pues chico, huyendo hacia delante, ¿no es esa la frase que


está de moda ahora?

—Supongo que sí y de ello deduzco que te va el riesgo, ¿no?


—Algo me va, sí, es verdad. Bueno, ¿y tú qué? ¿A ti qué es lo
que te pasa conmigo? Habrá madres del cole deseando salir
contigo y tú ahí, pico pala con la única que no quiere nada—
Me hice la interesante.

—Es que a mí el resto no me gusta, me gustas tú…

—Y encima directo, eso para que no te diga que divagas


mucho ni nada, ¿no?

—Nada de nada, exacto. Y desde ya te advierto que te lo vas a


pasar bomba, ya verás como quieres repetir.

—Tú tienes mucho morro, Alec.

—¿Y qué? Por cierto ¿tú eres de morro fino? Lo digo porque
tendríamos que ir pidiendo—Ya estábamos en aquel lugar de
tapeo, de lo más concurrido y animado.

—No te creas, no. Vaya, tampoco es que piense en comerme


un bocadillo de mortadela, entiéndeme, pero que no soy yo de
esas de pico fino, tranquilo por esa parte.

—A mí me da igual como seas, yo lo único que quiero es que


te puedas mostrar sin dobleces conmigo, espero conseguirlo.
—Eso ya lo puedes dar por hecho. A mí esa gente que tiene
una cara por delante y otra por detrás es que me producen
hasta colitis, por decirlo de una forma elegante. Yo soy como
soy, chico, una loquilla y punto, pero una loquilla de verdad,
sin tonterías de ningún tipo y sin mentiras, que a mí las
mentiras es que me repatean. Yo he quedado de mentiras hasta
la punta del… Mira, no te voy a decir hasta dónde he quedado
de ellas—Reí.

—¿Te mintió el padre de tu hijo?

—Es que no me dijo la verdad, directamente. A mí, hay que


ser idiota, no se me pasó ni por la imaginación que estuviera
casado, ¿ves como no me rula bien el coco? Ya te he dicho que
soy una loquilla.

—Nada de loquilla. A mí me pareces una chica muy honesta y


que no va de farol.

—No, además, que a mí lo que tengo y lo que no tengo se me


ve a las claras. Por ejemplo, no tengo maldad y lo que sí tengo
es un buen bombo, ¿lo has visto? —Reí de nuevo.

—Supongo que no fue buscado, ¿no? —Me sonrió, empático.


—Qué va, claro que no, aunque también te digo que no lo
cambio ya ni por todo el oro del mundo. Cada vez que voy a
hacerme una ecografía me enamoro más y más de mi pollito,
que es un pollito mi Darío.

—Serás una madre estupenda, tendrá suerte tu niño.

—Gracias, yo también la tendré con él, salvo que me salga


como dos que yo me conozco, ¿sabes que esto es obra de
Bonnie y de Duncan? —le pregunté señalando a mi pelo.

—No puede ser y tú haciéndote la chulita, ¿cómo has dejado


que te corten la melena?

—Porque me han pillado dormida, ¿qué te crees? Si no, me lío


a mamporros y me quedo sola.

—¿Qué me estás contando? Vaya, igual tampoco debiera


sorprenderme tanto, que en el cole también las hace de todos
los colores. Cuando quiero darme cuenta, ya me los tiene a
todos revolucionados. Ese Duncan es tremendo.

—Pues Bonnie es todavía peor, en casa él hace todo lo que le


manda su hermana. Fíjate cómo será la cosa que, después de la
que me han montado en la cabeza, el enano me ha dicho que si
fuera mayor se casaría conmigo, instado por su hermana, claro,
que es quien ha escrito el guion.
—Anda que es tonto. Yo también me casaría contigo, si fuera
mayor, claro—aclaró con tono bromista.

Por lo que me había comentado por el camino, aquel chico


tenía treinta años recién cumplidos, aunque su aspecto era aún
más aniñado. Y no lo digo por el cuerpo, que menudo cuerpo,
sino porque tenía una cara de joven que era un caramelito.

Serían las hormonas, esas que estaban celebrando una fiesta en


mi cuerpo. Sí, debía ser eso porque él cada vez se me acercaba
más y a mí me estaba entrando un calor que o bien ponían el
aire acondicionado o me buscaban un abanico de urgencia, por
todos los santos.

—Ya, ya, muy listo eres tú. Al saber los secretos que guardarás
también. Yo lo que ya tengo claro es que a mí no me la vuelve
a dar un tío en lo que me queda de vida, no volveré a confiar
en ninguno. Bueno, en ninguno que sea guapo, que Gonzalo
hasta se quiso casar conmigo y todo, pero claro, como que no.
Pobrecito mío, pero no. A mí no me atraía y mira que hice mis
intentos, pero lo único que lograba era aborrecerlo.

—¿Quién es Gonzalo?

—Uff, que a ti no te he hablado de él, pues mejor lo dejamos,


que no quiero darle más a la alpargata sobre ningún tío; es uno
más de mis fracasos—Me carcajeé porque ya procuraba
tomármelo con humor.

—Mírala y encima se parte. Eso es tomarse las cosas con


filosofía y lo demás son bobadas.

—Hombre, pues sí, ¿cómo quieres que me las tome? Pues


vaya plan que tendría yo si me echara a llorar por las esquinas.
De eso nada y menos aquí, en la tierra de los highlanders, que
es el paraíso para recrearse la vista. Ni tan mal haber venido
aquí, va en serio.

—Me alegra mucho, ¿y cómo te decidiste?

—Porque a mí esto me ha gustado de siempre y como encima


tenía que darle un empujoncito a mi inglés, pues eso. Yo soy
licenciada, no te creas, aunque a veces me salga un acentillo…

—El acento es normal que te salga, pero se nota que no has


hecho un cursillo por correspondencia y ya.

—Menos mal, si me llegas a decir que lo hablo fatal es que me


hundes en la miseria.

—¿Cómo iba a hacer yo eso?


—Es verdad, además, que ahora no hay quien me hunda—Me
carcajeé de nuevo mirando a mi escote, que había crecido dos
o tres tallas y gratis, nada como un embarazo para eso.

—A mí no me digas esas cosas que se me van los ojos—


resopló y se le movieron graciosamente los pelos del flequillo.

—Mira este, a robar vas a venir a la cárcel, como que no se te


iban ya antes. Si es lo primero que me has mirado cuando has
venido a recogerme.

—¿Qué dices? Anda ya—Se mordió el labio de abajo y yo le


hubiera mordido el de arriba, el de abajo y el de en medio si lo
hubiese tenido.

—Lo que oyes, no te hagas el tonto.

—Ni idea de lo que me estás contando—Levantó las manos en


señal de inocencia.

—Tú no has sido inocente ni el día que naciste, a mí no me la


das…

—Venga, lo admito, quizás te miré un poco el escote. Pero


reconoce tú que está para mirártelo.
—Por supuesto, como el resto de mi anatomía. Si yo estoy
requetebuena, lo que pasa es ahora todavía más, que estoy
rellena como las aceitunas…

—Venga ya, ¿cómo puedes decir eso?

—Que sí, hombre, que es cierto, con la diferencia de que esto


no es una anchoa, sino un pollito. Vale, no me mires así, en
realidad es un niño, sí, ¿y? ¿Por qué me sigues mirando así?
¿Es porque ya te vas coscando de que soy una loquita? Si ya te
lo he dicho yo. Y encima una loquita estrellada, que las hay
que nacen con suerte y otras que nacemos estrellada, como los
huevos, ¿a ti te gustan los huevos estrellados?

—A mí me gusta escucharte a ti, eso es lo que me gusta, es


para partirse, eres como una show woman.

—Sí, Mónica siempre me dice que yo sirvo para hacer


monólogos, pero no, que yo para actuar y eso ni de coña. Lo
mío es improvisar, yo lo suelto todo como se me viene a la
cabeza. Por cierto, esto está buenísimo. Menos mal que dijiste
que solo íbamos a picar algo, hoy voy a subir de talla, ya lo
verás. Y no me estoy refiriendo a mis tetas, que esas ya han
subido lo suyo, así que no te emociones—le solté en referencia
a la comida.

En ese instante fue él quien se carcajeó.


—Oye, que todo no gira alrededor de tus…

—Que no, dice, yo ahora mismo me quito un botón más de la


camisa y aquí se le cae la baba hasta el apuntador, los tíos solo
pensáis con la cabeza de abajo y así nos va a nosotras.

—Venga ya, eso es un topicazo, no es verdad.

—No, anda que no, te quieres ir por ahí, a mí ya no me la das


tú por muy highlander que seas, yo ya de eso tuve mi ración.

—Y pese al regusto amargo que te dejó el padre de tu hijo,


aquí estás, te tira esta tierra.

—Me tira que debo ser masoca sí, porque el regusto fue
amargo y más amargo todavía, no lo sabes tú bien. Se llama
Logan, el padre de mi hijo, digo, no va a ser mi cantante
favorito. Durante un tiempo lo he llamado el innombrable,
pero después me lo he trabajado y ya puedo decir su nombre
sin que me llevan los demonios, para que luego digan que una
es puro nervio.

—Y lo eres, se te nota, si no paras un momento. O tamborileas


con los dedos o haces añicos la servilleta o le metes un meneo
al Haggis que no veas.
—¿Al Haggis? ¿Quién es ese? Mira, que yo tendré ganas, pero
que todavía no le he dado un meneo a nadie, ¿eh? A mí que
me registren.

—Yo sí que te registraba, me haces el favor de no provocarme.


Es la comida, se llama Haggis y va con nabos y con patatas.

—¿Con nabos? Venga, hombre, eso es cachondeo—Hasta me


atraganté.

—¿Por qué lo dices?

—Porque en mi tierra no veas tú lo que nos da de sí un buen


nabo. Eso sí, tiene que ser bueno, porque si no pasa sin pena ni
gloria—Abrí mis brillantes ojillos y él lo pilló.

—Eres la bomba, me río tela contigo. Pareces capaz de sacarle


punta a cualquier comentario.

—Es lo que tenemos las españolas. Eso y que cuando


besamos, besamos de verdad, como dice la copla. Vale, que la
copla tampoco la conoces y eso sí que es normal, que yo la
conozco por mi bisabuela, no te creas que la canta Eladio
Carrión, no.
Capítulo 13

Había pasado unas horas de lo más agradables con él. Además,


que no me pareció el típico aprovechado porque, aunque al
bajarse del coche se quedó mirando mis labios con muchas
ganas, optó finalmente por sonreírme, darme un abrazo y
pedirme por favor que me marchara corriendo.

Después de cenar estuvimos parloteando en ese pub del que


tan bien me había hablado y que era lo más típico del mundo.
Puedo asegurar que allí mi imaginación voló y que ya tenía
muchas ganas de volver.

Igual, con la visión de tanto highlander junto, muchos de los


cuales iban con el kilt, hasta pagaba el pato mi Satisfyer, que
yo seguía más caliente que el pico de una plancha.

En el fondo, lo mismo sí que era un poco tonta, porque me


podía haber quitado las telarañas con Alec, pero ni quise darle
impresión de desesperada (aunque un poco lo estuviera) ni me
apetecía del todo meterme en un berenjenal nuevo, que igual
después se me emocionaba demasiado, como me ocurrió con
Gonzalo. Y yo no estaba para amores, que mi corazón todavía
se encontraba dolorido.

Entré en la casa y vi luz en el salón, por lo que el matrimonio


debía estar hablando o viendo la tele. Pues sí que debía ser
cierto que no hubiera demasiada pasión entre ambos, ya que lo
normal es que se hubieran cogido por banda después de llevar
varias semanas sin verse.

Me atusé el pelo, me abroché algún botón más de la camisa y


me dispuse a conocer al padre de los dos diabletes. Reconozco
que me había sentido muy cómoda (travesuras apartes),
estando con ellos y con su madre y que no sabía hasta qué
punto me sentiría igual con aquel hombre allí.

No obstante, al entrar en el salón vi a Alisa sola y con cara de


preocupación.

—Buenas, ¿no estás con tu marido? ¿Te pasa algo? —le


pregunté temiendo que hubiesen discutido, pues sí que
comenzábamos bien el finde. Además, que ella tenía a su lado
una botella de buen whisky escocés, no iba a ser de marca
Dyc, allí en plenas Highlands.

—Buenas, estaba por llamarte porque estoy desesperada—Se


vino hacia mí y me dio un abrazo.
—¿Qué ha pasado? ¿Habéis discutido?

—No, mi marido todavía no ha llegado. Él no es así, es un


hombre formal, ya te lo he dicho. Y hace horas que debía estar
aquí.

—Ay, Dios, será que se haya retrasado por algo, seguro que te
llama y te cuenta, ¿no te coge el teléfono?

—Eso es lo peor, que le he hecho ciento catorce llamadas y no


hay nada que hacer. Y no se ha quedado sin batería, que da
tono.

Se me pasó por la cabeza que a tono estuviera poniendo a


alguna, porque a mí ya no me pillaba por sorpresa
absolutamente nada relacionado con los hombres. Pues sí,
como le estuvieran poniendo los cuernos a Alisa el percal se
pondría bonito.

—No te preocupes, mujer, relájate, seguro que todo esto tiene


una explicación. Se habrá entretenido con sus compañeros,
igual se han liado con unas copas y se le ha ido el santo al
cielo. Los hombres son así, unos cabezas de alcornoque
totales, ¿tú no lo sabes? Yo es que puedo escribir ya un manual
de eso.
—No, mi marido no es así, yo te digo que le ha pasado algo.
Además, es que tengo un presentimiento, lo noto en el pecho.
Siento un dolor, una angustia…

—Eso es porque estás agobiada, pero en cualquier momento


aparece por la puerta y os vais los dos a la cama a celebrarlo,
hazme caso.

—No, son demasiadas horas sin noticias suyas, la angustia me


está consumiendo. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Qué le digo yo a
los niños?

—Perdona que te diga, eso es poner el parche antes que la


herida. Seguro que tu marido está bien, hazme caso, que no
hay ninguno que tenga sentido, no son como nosotras.

Sin más, se echó de golpe el contenido de su copa en el


gaznate y yo me puse la mar de nerviosa.

—¿Tú cuántas de esas te has bebido ya, corazón? —le


pregunté.

—Pocas, dos o tres, hasta arriba, eso sí. Y de un trago.

—Pues va siendo horita de que te andes con cuidado, no sea


que tengas que salir corriendo y no puedas echar el paso—Me
traicionó el subconsciente.
—¿Lo ves? Tú también lo piensas, si es que yo sé que algo no
va bien, no soy tonta y no hace falta que me lo diga nadie.

—Vale, vale, pero tú tranquilita, ¿eh? Venga, llama otra vez, si


te coge lo celebramos. Yo lo celebraré con agua, qué se va a
hacer…

—No, mujer te coges un trozo de chocolate, que a ti te gusta…

—Yo para celebrarlo de verdad, igual llamaba a Alec y le


cogía otra cosa que me gusta todavía más, la verdad. Pero
bueno, llamémoslo chocolate, haz el intento.

Llamó y de nuevo en vano, motivo por el cual se echó a llorar


sin consuelo.

—Y si le ha pasado algo, ¿qué le digo yo a mis niños? Es que


los dos lo adoran, los dos, pero la niña no te digo nada.

—Sí, sí, se le nota que tiene mucha papitis, además de guasa,


que también tiene la suya. Que no, mujer, no seas gafe, ese
enseguida entra por las puertas y te da un repaso que se te
quitan todas las penas, te lo digo yo…
Lo cierto es que no las tenía todas conmigo por mucho que le
dijera, aunque tampoco era plan de comentarle que la cosa se
estaba poniendo más fea que la rodilla de una cabra.

Llamadme malpensada, pero yo al marido de Alisa me lo


imaginaba en un hotel de carretera, dándose el lote padre,
madre y espíritu santo con alguna, que no sería ni el primero ni
el último.

Me fui para la cocina y preparé dos tilas dobles, menudo


fiestón. A mí también me estaba afectando verla así. A Alisa,
pese a que no fuera demasiado habladora, le estaba tomando
cariño porque me había abierto las puertas de su casa como si
fuera la mía. Claro que yo también temía santa paciencia con
sus niños y con ello, el cielo ganado.

—Muchas gracias, pero no es lo que me apetece—me


comentó.

—Ya lo sé, tú lo que quieres es hincarte la botella entera, pero


no es plan. Yo también me la hincaría y no puedo, así que no
me mires así. Y para otra cosa que me podría haber hincado
esta noche no lo he hecho, seré desgraciada—Le di un sorbo a
la tila y encima me quemé los labios.

—Ten cuidado, por Dios…


—Ya, ya, me lo podías haber dicho antes y no que me he
puesto los morros como los de Carmen de Mairena. Buff, qué
difícil es hablar contigo, que no conoces a nadie. Te la voy a
buscar en Internet para que le pongas cara, aunque la foto será
todo morros, Mira, mira…

Yo trataba de hacerla reír, aunque no había manera. No era


para menos, hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido esa
noche el panorama no era bonito, las cosas como son. Y para
mí que se avecinaban cambios en aquella casa.

Por suerte los niños dormían, porque solo hubieran faltado


ellos corriendo por allí y haciendo diabluras, que eran de temer
y lo mismo terminaba una de las dos sufriendo un accidente
mortal, particularmente yo, que me las llevaba todas en el
mismo lado.

—Es que siento culpable, me siento culpable—murmuraba


ella.

—Pero mujer, si tú no haces más que cuidar a los niños, a él lo


querría ver yo si se tuviera que quedar con ellos, con la poca
paciencia que tienen los hombres.

—No, ya te he dicho que mi marido es un padrazo, los niños,


ay mis niños…
Yo resoplaba porque no sabía por dónde saldría el sol. Me
acerqué a mi dormitorio y me puse algo de ropa más cómoda y
unas zapatillas de estar por casa, que era posible que la noche
se alargase más de la cuenta. Fue mirar encima de la cama y
ver todavía algún que otro pelo mío, las huellas del delito,
cómo se las gastaban los enanos aquellos.

—Mira que llevaba yo años con mi melena, pues nada, he


llegado a las Highlands y mira, look nuevo. Y lo más divertido
es que lo agradezco, casi toda la gente afronta una nueva etapa
de su vida con un cambio en los pelos y a mí como que me
daba cosa, pues listo… Pelada y repelada, como si fuera una
manzana—le comenté al salir de nuevo al salón.

—Estás muy guapa, ya quisiera yo estar así—me confesó.

—Mujer, pues solo tienes que cortarte el pelo, no digas


tonterías, tampoco es para tanto.

—No, me refiero a embarazada—Siguió sollozando.

—Vale, vale, pero que no llores, Alisa, que me da mucha


penita verte así.

La estaba consolando cuando por fin sonó el teléfono. Resoplé


de nuevo porque ya era hora de que ese hombre diera señales
de vida. Otro que debía tener un par de huevos de esos que
llegan hasta el suelo, menudo susto que le había dado a su
mujer.

Craso error por mi parte, ya que no era él. En su lugar, la


llamaban desde un hospital.

—¿A las afueras de Edimburgo? ¿Un accidente? Oh, Dios,


pero ¿cómo está? —guardó silencio mientras desde el otro
lado le contestaban algo que no pude escuchar—. ¿Cómo que
no pueden decirme nada de momento? Claro que sí, soy su
esposa, me lo dirán ahora mismo. Por favor, no me deje así, no
me deje así—suplicó.

No había nada que decir; la situación era lo suficientemente


grave como para que ambas guardáramos silencio por unos
segundos, mirándonos con gesto compungido.

—Ha sufrido un accidente y está en Edimburgo, no han podido


decirme nada más, solo que no está consciente. Maldita sea,
algo me decía que era una cosa grave y míralo, no me
equivoqué. Joder, no levantamos la cabeza, qué mierda de
vida.

—Trata de tranquilizarte y de pensar, por favor.

—Tengo que volar hasta Edimburgo y tú eres mi única


esperanza—Yo recordé la mítica frase de “Ayúdame, Obi-Wan
Kenobi, eres mi única esperanza” —. Por favor, dime que te
quedarás con mis hijos. Te pagaré lo que me pidas, me da
igual, dime cuánto quieres—Abrió la aplicación del banco
apresuradamente para hacerme una transferencia.

—Por favor, guarda eso. Ve con tu marido, claro que me


quedaré con tus hijos y no voy a cobrarte ningún extra por tal
cosa, sería de muy mala persona y yo no me tengo por eso.

—Desde luego que no, eres una gran persona y el desgraciado


que no supo verlo en su día no sabe lo que se perdió.

—Eso ya da igual, por favor, dime si puedo ayudarte a hacer el


equipaje.

—Ve mirando vuelo mejor, el primero que salga para


Edimburgo, claro. Es que no sé ni por dónde empezar, tengo
tantas cosas que dejar preparadas.

—Tranquila, por favor, yo me encargo de todo lo referente a


los niños. Tú solo prepara el equipaje, te voy mirando vuelo.

—No sé cómo podré agradecerte esto, aunque estoy segura de


que algún día podré hacerlo.

—No tienes que agradecerme nada.


—Una cosa, prométeme que los tratarás con mano dura, ya
sabes que están castigados, no los consientas demasiado, por
Dios.

—No, por la cuenta que me trae no, que esta vez ha sido el
pelo, pero para otra puede ser una muela o un ojo, que igual
me dejan tuerta que manca que muda, con tus hijos nunca se
sabe.

La miré con lástima mientras iba a preparar el equipaje. Una


siempre piensa que tiene más problemas que nadie hasta que
se presenta una situación de estas y ve que la vida puede
cambiar de un momento para otro y que el destino caprichoso
es el que mueve los hilos, ojalá pudiéramos ser nosotros…
Capítulo 14

Me quedé de lo más desconcertada una vez que Alisa se fue,


¿me había equivocado al tomar aquella decisión? Pues existían
muchas posibilidades de que sí, porque me cayó un marrón de
repente que así me lo hizo ver.

Caí a plomo sobre el sofá y entonces vi que Alec me había


escrito.

ÉL: “He pasado una noche fenomenal, espero que se repita


pronto”.

Yo: “Pues ya veremos, mi jefe se ha piñado con el coche, no sé


lo que va a pasar, estoy sola con los niños”.

Él: “Cielos, ¿puedo hacer algo? ¿Los niños están bien?”


Yo: “Ellos no lo saben, no quiero ni pensar en que le pase algo.
Alisa está fatal, imagínate”.

Él: “Lógico, ¿puedo hacer algo por ti?”

Yo: “Rezar, porque vaya berenjenal en el que me he metido”.

Él: “Trata de descansar un poco, en tu estado lo necesitas”.

Yo: “En mi estado de nervios, querrás decir, vaya plan que se


nos ha presentado”.

No podía dormir y esperé a que amaneciera para llamar a mi


hermana Mónica, a la que también echaba cantidad de menos.

—Niña, no veas la que se ha liado en esta casa—le comenté


tan pronto como cogió el teléfono.

—¿Qué has hecho, Brenda? Ya sabía yo que tú no podías estar


demasiado tiempo sin liarla, ¿qué es lo que has hecho?
Suéltalo ya, que me estás poniendo nerviosa.

—Gracias por tu confianza, no te fastidia, que no he sido yo,


niña—me quejé.
—Ay, lo siento, es que estoy resacosa, anoche salí de marcha y
hace apenas un par de horas que me dormí.

—Ya se te nota, ya, menuda guasa con la que te has levantado.


Ya no te cuento nada, te jodes.

—No seas tontona, cuéntame, anda.

—No te lo mereces, ¿eh? Pero como estoy mega agobiada te lo


contaré. Es el marido de Alisa, que se ha dado una leche en el
coche, debe ser morrocotuda, la han llamado del hospital y no
le pueden decir nada. encima está en la gran puñeta, en
Edimburgo. Y yo me he quedado aquí con los dos cafres, que
encima me pelaron gratis ayer y…

—Calla, calla, niña, por favor, no puedo con tanta información


junta, ¿te han cortado el pelo? ¿Tu melena? ¿Esos son dos
niños o dos delincuentes en potencia? Tú tienes que salir de
esa casa cagando leches.

—Sí que me han pelado, sí, pero que esa no es la parte más
importante, ¿tú me has escuchado? Que no sé lo que va a ser
de esta gente y me estoy agobiando.

—Tú lo que tienes que hacer es venirte para casa. Mamá no


para de tejer patucos y no quiere ni pensar cuando nazca el
bebé y no estés aquí.
—A mamá le ha gustado mucho un drama de toda la vida, tú
lo sabes igual que yo. Y logra que siempre acabemos hablando
de ella. Esta gente me necesita, por primera vez quiero ser
responsable, no es bonito que quieras quitarme la idea.
Después me dices…

—Tienes razón, chiquitina, te veo muy responsable…

—Si te pudieras venir tú unos días, eso sí que estaría guay, ¿no
tienes ganas de conocer esto? Es una pasada…

—Sí, y tanto que me gustaría conocerlo, pero también


conocería a la par la cola del paro. Me quedo sin curro si pido
ahora unos días, yo ya he disfrutado mis vacaciones.

—Vale, tienes razón, lo siento, he sido un poco egoísta por


pedírtelo.

—No, no. Si me hubiera cuadrado, yo es que no me lo pienso,


cojo el pescante y ya estoy en tu puerta. Oye, se me está
ocurriendo ¿y si te mando a mamá?

—Mira que siempre has tenido la cabeza de alcornoque y eso


no hay un dios que lo cambie. Mamá aquí, queriendo
arreglarme la vida y con estos dos monstruitos, ni de coña…
—Pues mira que yo no lo veo tan mala idea, ¿eh?

—Que te den, Mónica, estás tú muy graciosita. Mamá y estos


dos se matan el primer día, yo necesito paz en mi estado.

—¿Y no conoces a nadie por ahí que te pueda echar una


mano?

—Hay uno que me la quiere echar. Una, dos y las que haga
falta, justo había salido con él esta noche. Es el profesor de
Duncan, del niño de la casa. Se llama Alec y es de esos que
han contribuido al calentamiento del planeta con su presencia,
ya me entiendes.

—Uy, que te hace chorrear, hermanita.

—Ya te digo que sí. Y también chorrearías tú si lo conocieras,


está impresionante.

—¿Te gusta? Mira que si recobras la ilusión de golpe ahí, eso


es otra cosa, no como Gonzalo. Por cierto, que se ha hecho
amigo de mamá a base de tanto venir a llorar sus penas, que
está peor que David Bisbal.

—¿Que ese va por casa? No me lo puedo creer…


—Ya sabes la condición de mamá. Y eso no cambia…

—Sí, sí, y tanto que lo sé, es como una puñetera ONG la


jodida…

—Pues eso, que le da pena y algunos días hasta se va de aquí


con un túper de croquetas. Ahora se las hace de marisco y el
otro dice que están muy buenas, pero que no nota eso de que
sea afrodisíaco. Para mí que a ese solo se le levanta contigo,
niña.

—Guarra, no tengas valor de volver a decir eso, que me


revuelves el estómago.

—No, si todavía tendré yo la culpa de que tú te liaras con


Gonzalo. Yo solo te digo que la próxima vez tengas más ojo
porque estas cosas son muy complicadas.

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

Me despedí de Mónica y tuve hasta que reírme interiormente,


porque lo de mi madre no tenía nombre. De manera que le
daba pena de Gonzalo y lo iba a compensar a croquetazo
limpio. Ella era muy buena, tenía un corazón de esos que no
caben en el pecho de grandes que son, pero cuando activaba el
“modo madre” y se ponía pesadita había que pedir socorro al
Consejo de Seguridad de la ONU directamente.
Capítulo 15

Los pequeñajos se levantaron más suaves que un guante.

—Brenda, ¿papá no ha llegado todavía? Es que tenía que venir


anoche.

—Cosas de negocios, Bonnie, mamá también ha tenido que


salir pitando por algo similar—inventé sobre la marcha porque
no sabía ni qué decirles.

—Qué rollo, ¿y cuándo vuelven?

—Ya luego nos dirán, ¿vale? Ahora tómate el desayuno. Y tú


también, Duncan…

—Qué guapa estás con ese corte de pelo, Brenda—me soltó la


chiquilla y hasta me dio un beso y un abrazo.
—¿Y tú qué vas a decir, mocosa? Porque me queda bien, que
si no…

Le fui a decir que, si no, los habría pelado a ella y a su


hermano sin tijeras, pero enseguida recordé lo que nos
traíamos entre manos y me dieron mogollón de pena. Aquellos
dos no sabían la que se les podía venir encima. Y menos ella,
con esa papitis que parecía tener…

Tratando de no ser demasiado dura con ambos, les puse el


desayuno. Me hacía gracia que, hasta cuando trataban de poner
cara de buenos, me parecían dos pillos impresionantes.

Fue después del almuerzo cuando por fin recibí noticias de


Alisa. Al ver que era ella, el corazón me dio un vuelco. Por el
amor de Dios, cuántas vueltas puede dar la vida de un
momento para otro, es que me resultaba increíble.

—Alisa, cuéntame, por favor, estoy que me va a dar algo.

—La cosa está mal, no tengo buenas noticias. Ha recibido un


impacto muy brusco en la cabeza, no sé lo que va a pasar, Ray
es muy fuerte, pero me han dicho que las próximas horas son
decisivas.

Por lo visto su marido era muy deportista y de siempre le


había llamado ella por ese apelativo, “Ray”, que significa
“Rayo” y que le pusieron sus amigos de joven después de
ganar varios campeonatos de atletismo, según me contó. A mí
me llamaba la atención que, pese a que las cosas no fueran
todo lo bien que debieran entre ellos, lo siguiese pronunciando
con bastante cariño.

No debía ser un matrimonio en el que hubiese malos rollos,


esa era mi impresión, sino que habría sufrido el desgaste típico
de muchos, hasta ahí. Por lo demás, incluso pensaba que
saldrían muy reforzados de aquella, porque yo no quería ni
plantearme que le ocurriese nada a su marido.

—No, no digas eso—le contesté tratando de animarla porque


tenía la voz de una muerta.

—Ante todo he de ser realista. Espero que mi marido aguante,


no puede hacerle esto a los niños ni tampoco a mí. Ahora no,
me siento tan mal, tan rematadamente mal…

—Alisa, te lo he dicho hace unas horas, tú no tienes la culpa


de nada. Cualquiera podemos sufrir un accidente en un
momento dado. Eres una buena mujer, déjalo todo en mis
manos y quédate ahí con él.

—Es que no sé lo que va a pasar ni cuánto tiempo necesitaré…


—¿Y quién te está metiendo prisa, mujer? Ya te he dicho que
no hay problema, que yo me haré cargo de todo.

—Susan seguirá yendo por ahí para limpiar, por supuesto. Ni


se te ocurra coger a ti una fregona en tu estado, no debes hacer
esfuerzos.

Era de agradecer y mucho. Lo cierto es que Alissa se portaba


fenomenal conmigo.

—Como quieras, pero que, si no puedes asumir ahora tantos


gastos, yo me encargo.

—De eso nada, lo primero es lo primero y, afortunadamente, el


dinero no es problema. Los negocios que mi marido ha cerrado
en los últimos meses nos han reportado bastantes beneficios.
No tenemos problemas económicos, no te preocupes por eso.

—Vale, pues un problema menos. Ahora tienes que


tranquilizarte y ya, que debes transmitirle buena vibra.

—¿Y si no se pone bien, Brenda? Yo sabía que algo estaba


pasando, es que lo sabía…

—Mujer, no te pongas en lo peor que no hay por qué ser


pájaro de mal agüero…
—Es que la cosa no pinta bien, te digo yo que no pinta bien.
Algo me dice que esto no acabará…

—Ya, Alisa, ya, que así no llegas a ninguna parte. Los niños
van a estar bien y tu marido los adora, solo por eso se pondrá
bien, ya lo verás.

—¿Y las personas que no salen de una situación así es porque


no quieren a sus hijos? Lo siento, pero ese argumento no me
sirve.

—Ay, Dios, no sé lo que decirte, yo solo quiero tranquilizarte,


mujer…

—No sé lo que haría sin ti ahora mismo, Brenda, me has caído


como del cielo, ha sido una suerte.

—Tampoco es para tanto, nos ayudamos las dos, yo también te


aprecio mucho.

Colgué el teléfono y pensé que teníamos para largo, que a esa


mujer le podían dar las uvas con su marido allí y encima dando
gracias en el caso de que todo saliera bien, que como no fuera
así los problemas podían comenzar a multiplicarse.
¿Sería yo? Por un momento me planteé que igual era hasta
gafe, aunque no, qué leñe iba a ser yo. Había sido mala suerte
y punto, que para sufrir un accidente no hace falta más que
estar vivo.

Había quedado con Alisa en que a los niños les diría que papá
y mamá tendrían que permanecer unos días de viaje. Obvio
que, si pasaba algo malo, y ojalá que no fuese así, no era de mi
competencia el contárselo.

Terminaron su almuerzo y enseguida salieron al jardín a jugar.


Qué bonita es la ignorancia y qué ajenos estaban ambos a que
la vida les podía cambiar de un segundo para otro.

—¿Nos columpias, Brenda? —me preguntaron y allá que fui


yo.

—No os lo merecéis mucho, pero vale, ya voy…

¿Qué iba a hacer? En el fondo les estaba cogiendo mucho


cariño a ambos, que no podían ser más traviesos, pero tampoco
más graciosos. Ya me imaginaba así con mi Darío, columpio
va y columpio viene.

Eso sí, aquellos dos la liaban mucho más que el pollito (no mi
Darío, sino el pollito del dicho, el que la lía siempre). Me
explico, Duncan se bajó de pronto de su columpio, dando un
salto. Y para que no faltase nada, pues de por sí me sobresalté
y bastante, resulta que se llevó un golpe en la cabeza con el
columpio de Bonnie, que todavía estaba en movimiento.

Cuando quise darme cuenta, estaba tendido en el suelo y


llorando. Me llevé un buen susto, ¿nos podía pasar algo más?
Pues sí, porque tenía un buen chichón en la cabeza, del tamaño
de medio huevo por lo menos.

—Ay, chiquitín, esto es justo lo que nos faltaba, ¿qué hago


ahora yo contigo? De inmediato, me fui hacia el garaje con la
intención de coger el coche de Alisa y entonces me percaté de
que se lo había llevado hasta el aeropuerto. Pues lo dicho, lo
que faltaba para que las cosas se me complicasen todavía más.

El niño lloraba y se tocaba la cabecita y a mí me entraron los


siete males, ¿cuál era el número de teléfono de los taxis
locales? Ni idea y encima es que con las prisas no daba pie con
bola. Cuando por fin di con él y llamé, resultó que comenzó a
comunicar y ahí fue cuando me cagué en todo lo cagable. ¿Y
si al niño le pasaba algo por mi culpa? Solo faltaba que no le
pasase al padre y que le pasase al niño.

Reconozco que en ese momento toqué fondo y que pensé que


aquello no estaba hecho para mí. Las cosas se me complicaban
más por momentos y en cuanto volviera Alisa para mí que me
volvía a Móstoles e igual no me hartaba de empanadillas, pero
sí de croquetas de las de mi madre, que estaban de vicio.
No quiero dar la impresión de que solo pensaba en croquetas
mientras a la criatura se le ponía la cabeza que era para verla,
tampoco es eso. Es más bien que yo me sentía fatal y que la
mente busca sus mecanismos de escape, sería eso.

Fue entonces cuando, a modo de tabla de salvación, pensé en


Alec y lo llamé sin dilación.

—Ey, guapa, iba a llamarte ahora, ¿tienes noticias?

—Tengo noticia de que Duncan casi se abre la cabeza, ¿puedes


venir a por nosotros? Perdona, pero es que estoy desesperada,
lo siento un montón. No me pillan los taxis el teléfono, ¿todo
esto es una broma? Parece que alguien nos ha puesto la pierna
encima en esta casa y no levantamos la cabeza.

—¿Cómo? Ahora mismo voy a por vosotros.

No tardó ni diez minutos, pero Duncan lloró mientras lo más


grande. Bien me serviría todo aquello de práctica porque ya
mismo estaba mi Darío en el mundo y los niños, ya se sabe, si
no te dan un susto será porque te den siete.

Enseguida llegamos al hospital y nos atendieron divinamente.


El crío dejó de llorar, sobre todo cuando la amable enfermera
le dio una piruleta, y nos marchamos para casa.
—Por suerte solo ha sido el susto, pero muchísimas gracias, no
sabía a quién acudir—le confesé.

—Pues ya lo sabes, además que yo con este pitufo me


entiendo estupendamente, ¿a que sí, Duncan? Choca esos
cinco—le dijo y al otro le faltó el tiempo.

La criatura es que se había asustado y también hay que


entender que no estaban allí ni su madre ni su padre para
consolarlo, una circunstancia que no era precisamente fácil
para ninguno. Y menos para mí, que tenía las carnes abiertas,
como se suele decir vulgarmente, hasta saber en qué quedaría
todo aquello.
Capítulo 16

El domingo yo esperaba como agua de mayo el parte médico


por parte de Alisa. No sabía esa mujer lo muy preocupada que
estaba también por ellos.

—Sigue en coma, Brenda, y el problema es que no se sabe por


cuánto tiempo—suspiró.

—Tampoco tanto, ya lo verás. En cuanto te quieras dar cuenta,


abrirá los ojos.

—Ojalá, Dios te escuche, no sé, no me da buena espina todo


esto.

—Pero eso es porque estás muerta de miedo, le pasaría a


cualquiera. Mira, lo que tienes que hacer es animarte, ¿vale?
—¿Y Duncan cómo sigue? —me preguntó porque yo le
comenté lo ocurrido cuando hablamos la noche anterior.

—Divinamente, están con unas ganas de liarla que se nota tela,


pero los tengo controlados, tranquila.

—Ay, Dios, menos mal que no tienen ni idea. Mis pobres hijos
no tienen ni idea—Se echó a llorar.

—Alisa, tranquilízate, si ellos están mejor que quieren. Ni la


tienen ni la van a tener, tú estate bien tranquila.

—Lo estoy, contigo lo estoy. Te repito que no sé lo que haría


sin ti.

A mí me entraban hasta sudores fríos cuando me decía eso


porque yo estaba pensando en coger la puerta en cuanto se
solucionasen todos los problemas de aquella familia.

—No te preocupes ahora por eso. Entonces, ¿no hay ninguna


variación de momento?

—Ninguna, sigue en coma y no se sabe. Ojalá se despierte hoy


mismo, no puedo verlo así, es que no puedo.
—Tú háblale mucho, que seguro que te escucha, dile que estos
dos lo necesitan, que no puede tardar en despertar. Y seguro
que te hace caso, tiene que estar deseando verlos.

—A ellos seguro que sí, a mí no sé…

—Qué tontorrona eres, pues claro que sí. Tienes que hacerme
caso, dile que abra los ojos…

Alisa lloraba al teléfono cada vez que hablábamos y a mí me


daba muchísima pena. Esa mujer estaba pasando las de Caín y
lo malo era que la cosa podía ir para largo, pero bien para
largo…

Mientras, yo trataba de que los niños no notasen nada raro, de


que la situación fuera lo más normal posible dentro de aquel
caos.

Estábamos viendo una peli tras almorzar, los tres juntitos en el


sofá, cuando sonó la puerta.

—Voy yo, seguro que son papá y mamá—me comentó Bonnie


y se levantó con gesto decidido. En cuanto lo hizo, Duncan la
imitó, que para eso el enano era como su sombra.

—Ya os podéis sentar los dos, que voy yo…


—¿Y eso por qué? —me preguntó Bonnie refunfuñando.

—Eso porque lo digo yo. Y te recuerdo que deberíais estar


castigados y estáis aquí viendo una peli y comiendo palomitas.

—Es porque nos lo hemos ganado, llevamos dos días sin hacer
travesuras.

—¿Y qué? Eso es lo menos, enana, que la última fue de aúpa,


es lo menos que podéis hacer.

Me fui hacia la puerta mientras ella volteaba los ojos y se


dejaba caer en el sofá, no podía ser más cómica. Aquella sí que
era una tarde típica de domingo otoñal, de esas más
melancólicas que hechas de encargo, La lluvia golpeaba los
cristales y en el cielo nada hacía presuponer que el sol
existiera, así estaba de gris.

Cuando abrí me sorprendí bastante porque no lo esperaba; era


Alec, que venía provisto de una bandeja con dulces.

—Sé que debí llamar antes, pero igual me hubieras dado en las
narices con una excusa. He venido a ver qué tal está mi
alumno y de paso a merendar, ¿puedo pasar?
—Pasa rápido, que te vas a poner como una sopa, anda. Y yo
como otra. Mira que venir en una tarde así, andando hubiera
yo salido de casa…

—Tenía ganas de verte, y al mico también, que conste. Y el


agua no encoge, hasta donde yo sé.

—Supongo que no, pasa, corre…

—Ni se te ocurra correr a ti no sea que resbales, que ya hemos


tenido bastantes accidentes—me pidió.

—Venga, que no soy tan patosa.

No podía hablar, no sé qué leñe pasaba en aquellos días, pero


es que yo no podía hablar. Fue hacerlo y casi irme al suelo,
mis zapatillas resbalaron con las losas lisas de delante de la
puerta y cuando quise darme cuenta parecía que estaba encima
de una puñetera pista de patinaje. Supuse que el culazo sería
de impresión y, sin embargo, salvada por la campana o, mejor
todavía, por los fuertes brazos de Alec que tuvo los reflejos de
un puma, el hijo de la gran china.

—Ay, Dios, que ya me veía en el suelo, gracias—le dije


mientras me miraba entre asustado y sonriente. Y más cuando,
al levantarme, casi nos damos cabeza con cabeza, lo que
provocó que nuestros labios solo quedaran a milímetros de
distancia.

—Lo siento—murmuró.

—¿Qué vas a sentir, empanado? Si has evitado que me partiera


el espinazo.

—Esto es lo que siento—me aseguró mientras me daba un


pico.

Me quedé bizca, para qué decir otra cosa. Entre las ganitas que
yo tenía y que los labios del tío parecían dibujados, me
enganché a su pescuezo y no me lo pensé; fui yo la que le
metió un morreo allí delante de la puerta que lo dejó loco.
Capítulo 17

Sonreía por el camino del cole de los niños el lunes por la


mañana. Todavía recordaba lo perplejo que se quedó Alec en
la entrada de la casa, ojiplático y con ganas de más.

Que conste que yo también lo hubiera puesto fino, filipino,


pero los niños estaban en la casa y ni de coña. Eso sí, tras
aquel morreo furtivo, me había quedado un calentón todavía
mayor del que tenía antes, si eso era posible. Y parecía que sí,
que lo era.

Nada más verme, a él también se le puso una cara de pillo que


no podía con ella.

—Buenos días, señorita, ¿habría alguna posibilidad de que tú y


yo nos viéramos antes del fin de semana? —me preguntó
cuando los niños hubieron entrado.
—Pues ni idea, porque voy a estar más liada que la pata de un
romano con estos dos. Quién me iba a mí a decir que sería
madre—suspiré.

—Se ve a las claras, ya se va notando más—Miró a mi


barriguita.

—No lo decía por mi pollito, sino por esos dos diablillos, que
estoy ejerciendo con ellos de madre.

—Ah, ya, haciendo las prácticas. Y de novia, ¿no te apetece


hacer prácticas de novia?

—De novia es que se me da peor y eso que no sé cómo se me


da de madre, habría que preguntarles a ellos.

—Ellos están encantados y yo también lo estaré de pasarme


una de estas tardes a veros. Ayer lo pasamos fenomenal, ¿es o
no es?

—Sí, sobre todo ellos, que estuvieron haciendo trampas todo


el tiempo mientras jugábamos a las cartas, tienen un morro que
se lo pisan.

—Pero tú los pusiste firmes, se te dan bien.


—Sí, no se me dan mal, aunque mucho están tardando en liar
una ya. Les tengo miedo, puede ser de dimensiones épicas. En
fin, que me voy.

—¿Cuándo me paso?

—Pero si todavía el sofá tiene la forma de tu culo, ¿ya quieres


venir otra vez? — Cuánto me gustaba hacerme la interesante.

—Lógico, antes de que la pierda. Mira que mi culo siempre ha


tenido fama…

—Ya, ya, si tú lo tienes todo muy bien puesto. Pues nada, que
nos vemos.

Me marché y lo dejé con la palabra en la boca. Con Alec todo


era como un juego divertido, un juego que me ayudaba a
evadirme y a olvidarme del resto de mis problemas, que no
eran pocos.

Fue el miércoles por la tarde cuando volvió por allí. Yo estaba


en la cocina, preparándole un chocolate caliente a los micos
cuando sonó el timbre.

—¿Tú no puedes avisar? —le pregunté como si no me hubiera


sorprendido y agradado a partes iguales, que sí lo hizo.
—Para nada, ya te he dicho que no tengo intención de admitir
ninguna de tus excusas. Quiero mi beso—me pidió en cuanto
llegué a su altura.

—¿Qué beso? ¿Es que has perdido alguno? Estás apañado


entonces porque aquí todo lo que no tiene dueño, lo tiramos—
Le saqué la lengua y él me cogió por la cintura.

—Es que ese beso sí tenía dueña y su dueña eras tú…

—Qué profundo, ten cuidado no sea que salgan esos dos y se


crean que nos vamos a casar, que los niños tienen una
imaginación muy poderosa.

—Tú sí que tienes poder, ven aquí…

Él también tenía arte y salero, su boca buscaba la mía y yo


jugué al despiste, si bien he de reconocer que los bajos los
tenía que parecía que me había metido en un baño turco. Por el
amor del cielo, qué calor.

Terminé dejando que sus labios aprisionasen los míos, no sabía


a qué estaba jugando con él, pero si la vida me había enseñado
algo es que las cosas pueden dar un giro de ciento ochenta
grados de un día para otro y que, por eso, es muy importante
vivir el momento sin calentarse una el coco más de la cuenta.
Eso, que para caliente ya tenía yo el resto.

Entró y los niños se pusieron muy contentos, sobre todo


porque les trajo media docena de unas trufas que hicieron sus
delicias la anterior vez.

—Anda que son tontos, como no están buenas ni nada—Las


miré con ojos golosones porque yo tenía una tremenda ansia
de chocolate esos días.

—Que se te van a salir los ojos, anda, quién fuera trufa—me


dijo por lo bajini mientras sacaba otra bandejita.

—¿Esa es entera para mí? —le pregunté tirándome sobre ella.

—Quién fuera trufa, repito, sí es para ti—me comentó


mientras yo comenzaba a paladear una de ellas, no es que le
hubiese dejado demasiado tiempo para contestar ni mucho
menos.

A mí el chocolate me podía y lo mismo a mi pollito también,


porque yo achacaba tanta ansia por ese manjar dulce a que a
mi niño también le pirrara.

De nuevo pasamos una tarde muy agradable como si


estuviésemos en familia, lo cual no dejaba de resultarme un
tanto surrealista porque ni estaba en mi casa, ni ellos eran mis
hijos, ni Alec era nada mío, más allá de un capricho que me
provocaba tanto o más que el mismísimo chocolate.

Logramos esquivar a los enanos a la hora de marcharse y lo


acompañé hasta la puerta.

—Me lo he pasado genial, aunque te reconozco que ya tenía


ganas de que llegase la hora de marcharme—me confesó y me
dejó con las patas colgando.

—Mira, ¿y a ti quién te ha llamado? Pues ya te puedes ir, ¿no


te fastidia el tío? Hace falta tener morro…

—Preciosa, que tenía ganas de que llegase la hora para hacer


esto—Me morreó con fuerza y me dejó tambaleándome.

—¡Te la has cargado! —le dije y entonces fui yo quien me


abalancé sobre él de un modo que no perdió el equilibrio de
milagro. De no ser porque estaban allí los niños ese no se
hubiera ido entero ni por cachondeo. Ya me lo cobraría yo,
ya…
Capítulo 18

El fin de semana llegó y con él una cierta desesperación por mi


parte. Y eso que a Alisa no quería agobiarla para nada…

—¿No hay mejora alguna, guapa? —le pregunté.

—No la hay, no. Y el problema es que, si la cosa sigue así, no


podré permanecer aquí mucho tiempo.

—Tú aguanta, que pronto se va a solucionar, ya lo verás.

—Ojalá, me encantaría llamarte y decirte que ya nos vamos


para casa.

La entendía muy bien porque eso era lo que deseaba yo


también; irme para mi casa. Que la aventura de las Tierras
Altas había estado muy bien para airearme, pero que yo soy un
poco veleta en ese sentido y a veces no sé dónde poner el
huevo.

—Ya verás como en cualquier momento, ¿tú le hablas?

—A todas las horas, aquí no tengo otra cosa que hacer, las
horas se me hacen eternas, ¿y tú qué tal? ¿Los niños han
vuelto a las andadas?

—Qué va, mujer, se están portando divinamente, tú no sufras


por nada.

—Ay, por fin una buena noticia, mira que si de esta sientan ya
cabeza los dos. Es que te hago un monumento, Brenda.

—Sí, sí que me lo habré ganado.

Fui un tanto irónica porque no le había dicho la verdad. La


tregua de aquellos dos fue muy cortita y en aquella semana ya
nos habíamos visto las caras más de una vez.

Desde sacar al peque del bombo de la lavadora hasta tener que


socorrer al pobre cuco del reloj, al que cogieron por el
pescuezo y le quitaron todas las ganas de cantar, menos mal
que no era de verdad…
Lo de la lavadora tuvo su miga, porque gracias a Dios no
estaba funcionando, que si no… Resulta que sus padres, muy
perfeccionistas ellos, tenían una lavadora de esas para media
tonelada de ropa con un tambor del tamaño de una furgoneta.
Y allí que se metió el enano…

Al estar en la zona de la lavandería, no me enteré y cuando


quise acudir ya la otra le había dado tal cantidad de vueltas al
bombo, a petición suya, que estaba echando hasta la primera
papilla. Y a la que yo llegué, me echó a mí la pota en las
zapatillas, qué fatiguita más grande me entró, Dios mío de mi
alma.

Aparte de eso, también habían dibujado a sus padres, a ellos y


a toda su generación al completo en la entrada. Y encima sentí
pena, porque cuando les di dos gritos me dijeron que echaban
de menos a sus papás, así que allá me tenéis a mí, con un paño
en la mano y con la lagrimilla fuera.

Por si eso fuera poco, habían hecho una guerra de cacao, nada
menos que en polvo, en plena cocina. Así que me los encontré
a los dos con una pinta que parecían el negrito del África
tropical, ese que decía la canción que cultivando cantaba la del
Cola Cao.

Pues nada, que a su madre no le dije ni pío porque bastante


tenía ya la pobre, pero que yo necesitaba unas vacaciones de
aquellos dos como el comer, no podían darme más
quebraderos de cabeza.
Aquella tarde de sábado, una amiga de Bonnie acababa de irse
de casa y la vi con lágrimas en los ojos.

—¿Qué te pasa? ¿Te has peleado con esa niña? Mira que ya te
he dicho que tiene cara de ser un bichillo, todavía más que tú,
que ya es decir.

—No, es que me ha dicho que mi padre está malito, que no


está de viaje, ¿eso es verdad? Dice que se lo ha escuchado a
las mamás del cole.

Me quedé loca porque no me había visto en un aprieto similar


en la vida, ¿qué le decía yo? Trataba de buscar una respuesta
en mi cabeza, en la que parecía haber en ese momento una
única neurona y rebotando contra las paredes, cuando llamaron
al timbre y era Alec.

Salí corriendo y le conté el plan, esperando que con eso de que


él era profesor se le ocurriese algo.

—Bonnie, ven aquí—le comentó y la sentó encima de sus


piernas.

—¿Es verdad, Alec? ¿Mi papá se va a morir?


—Tu papá no se va a morir, ¿vale? Así que sécate esas
lágrimas y deja que vea esos ojos tan bonitos que tienes—le
pidió mientras el pequeño Duncan ponía la oreja, también más
mosqueado que un pavo el día de Nochebuena—. Verás, sí es
cierto que tu papá está un poco malito, pero tú sabes que él es
muy fuerte y que hará todo lo posible por ponerse bien. Porque
tú papá os adora a Duncan y a ti…

—Sí, al renacuajo lo quiere mucho, pero yo soy su princesa—


La jodida, en lo tocante a su padre, tenía que ponerse la
primera, no había quien le quitase la vez.

—Pues bien, tú misma lo estás diciendo, tu papá hará todo lo


que pueda para volver a ver a su princesa y a su renacuajo. Y
vosotros tenéis que portaros muy bien para que Brenda pueda
con todo esto, que ella también tiene su barriguita y la tenemos
que cuidar entre todos, ¿vale?

No sé cómo lo consiguió, pero la peque asintió y le dio un


abrazo. Después se vino hacia mí y me dio otro…

—Pollito, ¿me escuchas? Tu mamá es un poco mentirosita


porque no me dijo que mi papá está malito, pero aun así la
queremos y la vamos a cuidar entre todos, ¿qué quieres que te
haga, Brenda? ¿Una tila? —me preguntó y me tronché porque
eso era lo que yo les decía siempre que tenía que prepararme
cuando la liaban.
—No, cariño, ni se te ocurra tocar a ti el agua caliente, que
tienes más peligro que una caja de bombas. Anda, soy yo la
que os va a preparar un chocolate caliente de ese que tanto os
gusta.

Tuve que contener la lagrimilla yo también porque la situación


no era nada fácil y porque Alec me había echado un cable
impresionante.

Al irse aquella noche se repitió lo que ya se estaba


convirtiendo en una costumbre, que nos besábamos en el
jardín.

—Desde los quince años que no me pasaba esto, que me daba


un morreo y que me iba con…—Ladeaba la cabeza sin
terminar siquiera de decirlo.

—Y que te ibas con un buen calentón, dilo, a ver si te has


creído que yo soy de piedra. Yo cojo ahora el Satisfyer y del
meneo que le doy es que lo pongo tibio…

—No me digas eso que me revolucionas del todo.

—Pues no te lo digo, tú mismo—le dije antes de meterle la


lengua hasta la campanilla.
Capítulo 19

No fue hasta el martes de la siguiente semana cuando por fin


tuvimos una buena noticia. A mí solo me faltó ponerme a
bailar de alegría cuando Alisa me llamó.

—Ey, tú tienes una voz distinta, ¿algo que contarme? Dime


por Dios que sí, que estamos faltitas de buenas noticias.

—Sí—suspiró porque esa mujer llevaba mucho acumulado en


aquellos días—. Por fin se ha despertado, se ha despertado—
Rompió a llorar, la pudo la presión.

—¡Te lo dije! Eh, ¿te lo dije o no te lo dije? Tu marido no se


podía resistir, él tenía que despertarse por los niños y también
por ti, tonta…

En la forma de hablarle no parecía que fuera mi jefa, pero es


que ya sabéis que soy pura espontaneidad y nada dada a los
formalismos.
—Me lo dijiste, me lo dijiste. Hemos superado la primera
batalla y no ha sido fácil, podía haberse quedado…

—Cualquier cosa podría haber pasado, no te creas que no tenía


yo miedo, lo que ocurre es que no te lo iba a decir, encima, lo
que hubiese faltado, no habría estado bonito.

—Muchas gracias por tu apoyo. No te imaginas las ganas que


tengo de volver a casa y ver a los niños.

—Pues si tú las tienes, imagínate las que tendrá tu marido que


hace más tiempo que no los ve y que acaba de despertar de la
peor pesadilla de su vida.

—El problema es que no él no tiene tantas ganas porque ahora


se nos presenta otra complicación…

A mí las piernas me comenzaron a flaquear porque sí,


definitivamente, nos había mirado un tuerto.

—¿Y qué problema es ese? ¿Me lo puedes contar?

—Es que no los recuerda, mi marido no recuerda a los niños.


—¿Cómo no va a recordarlos? Oye, que yo misma le pido de
vez en cuando a todos los santos olvidarme de ellos unas
cuantas horas, pero no se olvida una de esos dos tan
fácilmente.

—Ya, ya, no es eso, mujer, Es que su padre está amnésico. No


los recuerda a ellos, ni tampoco a mí, ni…

—Buff, ni a la madre que lo parió. Ya me lo imagino, otro


marrón. Es que perdona, pero no salimos de Guatemala y nos
metemos en Guatepeor…

—Qué me vas a contar a mí. Lo único bueno que me ha


sucedido en esta última temporada ha sido que tú llegaras a
nuestra vida. No sé cómo podría haber afrontado este
problema de otra manera, palabra que no lo sé.

—Mujer, pues afrontándolo, que tampoco tiene tanto misterio.


Yo no he hecho nada del otro mundo.

—Tú has sido la única que no ha tirado la toalla con mis hijos
y eso yo no lo voy a olvidar nunca.

Estuve por decirle que ya no podía más, que todo aquello me


pesaba demasiado, pero no pude. Mi cabeza intentaba soltarlo,
pero mi boca se resistía a pronunciar las dos palabras mágicas
que me hubieran devuelto a mi casa y eso que es fácil decir un
“bye bye”, pues no me salía.

—Gracias, pero sigo pensando que estás sobrevalorando mi


trabajo. Lo que yo hago lo puede hacer cualquiera. De hecho,
no sería malo que tuvieras en la recámara a alguien por si
algún día yo…

—Ni me lo digas, te lo pido por favor. Todas las chicas que


han pasado por mi casa han terminado huyendo como si mis
hijos fueran unos apestados, así que doy gracias al cielo por
tenerte a ti en este momento en el que te necesito más que
nunca.

Había que jorobarse. Allí es que las cosas no se enmendaban


ni a la de tres. Cuanto más avanzaban las semanas, más se me
complicaba la marcha.

Alisa me pidió que le pasara a los niños y que pusiera el


manos libres.

—Bonnie, Duncan, papá se ha despertado, así que ya no le


pasará nada malo. Lo único es que ahora le va a costar algo de
trabajo volver a la normalidad porque la memoria se le ha
quedado un poquito mal, ¿vale?
—Mamá, ¿se ha quedado con memoria de pez? —le preguntó
Bonnie.

—Eso es, cariño, con memoria de pez y hasta un poquito peor.


Pero vosotros le ayudaréis a recordar todo, pasito a pasito,
¿vale?

—¿Tampoco sabe andar? —le preguntó aquella resabiada, que


se extrañó mucho.

—Sí, cariño, andar sí que sabe, pero que pasito a pasito le


ayudaremos a recordar.

—Yo le ayudaré a recordar todo menos que reventé su pluma


en su camisa favorita, ¿vale, mami?

Esa sabía tela marinera, sabía como si tuviera cuarenta años


más de los que de verdad tenía.

—Vale, cariño, lo de la pluma no se lo recordaremos…

—Ni tampoco lo de que me castigó antes de irse, que seguro


que ya se le ha olvidado. Claro, si se le ha olvidado todo,
también se le olvidará mi castigo—Puso los brazos en jarra.
Finalmente, su madre colgó y ella se quedó hablando conmigo.
El pequeñajo se enteraba de menos, pero Bonnie ya se iba
haciendo su propia composición de lugar.

—Así que tu padre también te castigó antes de irse. Seguro


que eso fue por buena, por buena pieza que estás tú hecha.

—No, eso es porque los mayores no me tenéis ninguna


paciencia. Estáis demasiado estresados—Se encogió aquella
enana de hombros.
Capítulo 20

Y llegó el fin de semana y con él prácticamente el final de


aquella situación tan extraña…

—El miércoles, Alisa y su marido llegan el miércoles—le


comenté a Alec.

—¿Y ha notado alguna mejoría? Pobre hombre, yo no lo


conozco, solo he tratado con ella, pero supongo que tiene que
ser el putadón del siglo,

—De momento, no, pero los médicos les han dicho que poco a
poco, que sobre todo es cuestión de paciencia—suspiré.

—Pues nada, la parte buena es que ya ellos estarán aquí y tú


tendrás más tiempo libre.
—O menos, yo no sé qué plan tendremos en esta casa.
Además, que a mí me están entrando ganas de irme a mi tierra.
Yo no sé si es nostalgia o qué es, pero yo tengo unas ganas de
dormir en mi cama…

—Si no te gusta la que tienes aquí, yo puedo ofrecerte otra.

—Ya me lo imagino, tú lo que quieres es ofrecerme la cama y


el calorcito, sin necesidad de tener que echarnos edredón ni
nada. Para mí que tú y yo, luz íbamos a gastar poca.

—Qué romántica, pensando en velas, me estremezco.

—Menos cachondeito que te saco de aquí de una patada en el


culo. Yo solo pensaba en que generaríamos más calor que una
planta de esas de placas solares, no en velas, a mí el
romanticismo se me murió—sentencié.

—Venga ya, todo el mundo tiene su puntito romántico, no me


vayas a decir que tú eres la excepción porque no. Además, que
yo te noto muy apasionada.

—Que quiera darle al tema no confirma que sea apasionada,


eso solo confirma que tengo sangre en las venas y un festival
de neuronas de esos con carteles luminosos.
—Por favor, sin darme detalles que la cerveza me llega ya
caliente al estómago, me pones que voy a estallar un
termómetro, no seas mala.

—Mira, mira, por ahí vienen esos dos, ya verás cómo te van a
poner ellos, ahora sí que lo vas a flipar.

Era sábado y les estábamos preparando la cena a los niños. Él


llevaba allí desde la hora de la merienda y lo cierto es que nos
había hecho la tarde muy agradable.

Yo apenas conocía a gente en aquel lugar y para mí que así me


volvía para mi casa, porque tampoco tendría tiempo para hacer
demasiada vida social. Por esa razón, en Alec me apoyé en
aquellas circunstancias tan extraordinarias y en él encontraría
también otro tipo de “a-poyo”, pero con “ll”, porque con ese
me daría yo tremendo revolcón como Brenda que me llamaba.

Una vez la cena estuvo lista y en los platos, él que para esas
cosas sí que era prudente, hizo por marcharse.

—“No te vayas todavía, no te vayas por favor…”—Lo cogí


por el brazo, cantando en castellano las famosas sevillanas y él
no entendió ni papa.

—¿Qué es lo que has querido decir con esa canción?


—Son unas sevillanas y quieren decir que te quedes aquí, que
no seas tú tan rapidito.

—Por mí encantado, no tengo ningún plan mejor que estar


contigo, ya lo sabes. Es solo que ha llegado la hora de la cena
y quizás a Alisa y a su marido no les guste que permanezca
aquí a estas horas.

—Paparruchas, Alisa sabe de sobra que pasas tiempo aquí y no


solo no le importa, sino que te está de lo más agradecida. En
cuanto a su marido, no hace falta que te diga que el pobre ni
recuerda quién eres ni nada que se le parezca. Es una pena,
pero así es.

—Vale, entonces me quedaré encantado,

—No, encantado estarás tú el día que… Mira, no me hagas


hablar porque luego dirás que soy una deslenguada.

—¿Y a ti te importa lo que yo diga o lo que diga nadie, mi


deslenguada favorita? —Me cogió por la cintura aprovechando
que aquellos dos se estaban lavando las manos.

Estaba yo la mar de a gusto dejándome achuchar por él cuando


escuchamos gresca en el cuarto de baño. Y eso que los niños
no solían pelearse entre ellos, siempre estaban de acuerdo en
todo, es decir, en hacerme la puñeta bien hecha.
—¿Se puede saber qué pasa aquí? —Entré palmeando.

—Ha sido el niño este, que me ha metido el jabón en el ojo y


yo se lo voy a meter en la boca, le van a salir pompas hasta por
el culo—Lo amenazó ella con cara de Bull dog.

—Y yo me voy a poner a repartir cosquis y me quedaré sola,


se están regalando un montón de números y a la rifa solo
habéis venido vosotros.

—Me alegra que me excluyas—me soltó el otro por lo bajini.

—No me hagas reír, que tengo que ponerme seria—Ya estaba


de por sí teniendo que contener la risa con eso de que a
Duncan le salieran pompas por el culo.

—Pero no es justo, mira cómo me ha dejado el ojo—se


quejaba ella.

—Es que ha sido un accidente, hermana, un accidente—Él se


encogía de hombros como sin entender la magnitud del asunto.

—Un accidente fue que tú nacieras—replicó ella, a quien el


ojo le debía de escocer lo suficiente como para tenerle unas
ganas tremendas.
—Ni se te ocurra repetir eso, Bonnie, como tu madre se entere
se pondrá contenta—Con las ganitas que esa mujer tenía de
niños, por favor.

—Es que lo ha hecho para fastidiarme, solo para fastidiarme y


ahora no me puedo vengar ni un poquito así—Señaló algo
comedido con los dedos y, a continuación, le abrió la boca con
tanta rapidez que a duras penas pudimos evitar que el otro
tragase jabón.

—¡Castigada a tu dormitorio! —le chillé mientras Duncan


sentía rebajar el nivel de presión de su minúsculo cuerpecito y
echaba fuera el mayor de los suspiros.

—Gracias—murmuró desinflándose por segundos.

—Y tú a tu dormitorio también, retaco con patas, que no me


fío de si lo has hecho adrede o no, a reflexionar. Venga,
¡mueve el culo! —Palmeé en el aire.

Sin decir ni mu, que al fin y al cabo lo habíamos salvado, salió


andando con un movimiento de culo de lo más cómico.

—¿Me estás vacilando? —le pregunté con mal talante.


—Que no, que tú me has dicho que mueva el culo y eso estoy
haciendo, no te enfades más—Le salió un puchero y es que
parecía decir la verdad.

—Niño, que es un decir, que te esfumes a tu dormitorio, que


me tenéis hasta… Mira no te voy a decir hasta dónde me
tenéis, entre otras cosas porque no sé ni cómo se diría en
inglés, tira ya…

Me quedé a solas con Alec y volvimos a la cocina.

—No sé si castigarlos sin postre o sin cena directamente o si


proponerles a sus padres que los den en adopción. A mí me
tienen muy harta, van a hacer que se me pudra la sangre en las
venas y al final tendré hasta un problema de salud, ya lo verás.

—No digas eso, si se nota que los adoras…

—Sí, sí, los adoro, pero algunas veces siento que no puedo
más. Yo me quiero ir a mi casa.

—Y yo no quiero que te vayas—Nos habíamos sentado en el


sofá y me rodeó con los brazos.

—Ni se te ocurra pasar de ahí porque estos dos aparecen y se


lo cascan todo a sus padres. Aunque al padre bastante le va a
importar, pobre hombre, por lo visto es que no sabe ni dónde
tiene la cabeza.

—Te van a necesitar más que nunca cuando vuelvan, ¿eres


consciente de eso?

—A mí no me chantajees, lo siento mogollón, pero no estoy


para nada ni para nadie. Es que no estoy, vaya, que no. Yo me
voy para mi casa y aquí paz y después gloria, que ya bastante
he hecho.

—Pero si te vas no podrás conocerme.

—Mira este, como que no te conozco ya. Tú, cuando tengas


vacaciones, te vienes para Móstoles una semanita que mi
madre te ceba a croquetas, con tres kilos más te vuelves,
palabra.

—Ya me has entendido…

—Sí, te he entendido de sobra, es solo que no quiero


entenderte porque no me conviene. Y ahora, ¿les damos a
estos de cenar o les subo un chusco de pan y un vaso de agua?
¿Tú crees que su madre lo verá bien?

—Su madre debe tener la cabeza a pájaros ya la pobre mujer,


no creo que esté para pensar o no en castigos. Venga y tú no
seas así, que mandas más que la reina Isabel.

—Más que esa mujer no manda nadie en el mundo, déjate de


pamplinas. Y con los años que tiene, que está metida en
formol. Por favor, esa ha encontrado el elixir de la eterna
juventud y bien calladito que se lo tiene.

—Ese lo tienes tú, que me haces sentir unas cosas…

—Y un mojón, yo lo que tengo son veinticinco añitos solo y


así cualquiera, por eso tengo la cara más estirada que el culo
de mi pollito, pero esa mujer va camino de tener un siglo,
como mi bisabuela, y está dando guerra…

—Como el culo de tu pollito, se te ocurren unas cosas—Se


desternilló él.

—Sí, claro, como el culo de mi pollito cuando lo eche al


mundo, que ahora no… Ahora lo debe tener más arrugado que
un garbanzo, que para eso está dentro y en remojo. Y déjalo
ahí una buena temporadita todavía que, con la que me ha caído
encima, como para lidiar con más cosas.

Charlaba animadamente con él y me echaba unas risas cuando


me sonó el teléfono. Era Alisa, a la que yo no esperaba ya
porque había hablado con ella un ratito antes.
—Sí, sí, Alisa, sin novedad. Bueno, Duncan casi le saca un ojo
a su hermana con una pastilla de jabón y la otra no se la ha
hecho tragar de milagro. Se ve que ya les está pasando factura
vuestra ausencia, yo hago lo que puedo, pero no me pidas
milagros, chica. Bastante que al final no ha cagado jabón,
aunque igual nos habría perfumado el ambiente luego cuando
se tirara un cuesco que, por cierto, el niño de vez en cuando
parece una metralleta. Un día de estos me tiro al suelo del
miedo…

Yo me lo decía todo, charlaba mucho, como me decía Alec.


Supongo que sería también mi propia forma de echar tensión
fuera. O quizás yo siempre lo había hecho igual, que muda
nunca fui precisamente.

Lo que Alisa quiso decirme, y por eso me llamó de nuevo a


esas horas, fue que al día siguiente la mamá de una amiguita
de Bonnie, que tenía otra niña de la edad de Duncan también,
se los llevaría a pasar el día a su casa.

A mí… A mí se me abrieron las puertas del cielo porque,


aunque adoraba a aquellos dos monstruitos, también
necesitaba por encima de cualquier otra cosa perderlos unas
horas de vista.

Se ve que Dios escuchó mis plegarias y que, por fin desde que
llegué allí, contaría con un día completo para mí. Fueron
muchos los posibles planes que se me vinieron a la cabeza,
pero hubo uno que me resultó especial y fue el que me ofreció
Alec de pasar por mí e irnos a disfrutar juntos del día.
Capítulo 21

Íbamos cantando a voz en grito “It`s my life” de Bon Jovi en


un día en el que el tiempo quiso acompañar. Por fin se había
levantado la niebla que acompañó a las anteriores y el sol se
dejaba ver tímidamente en las Highlands.

—¿A dónde vamos? —me preguntó él.

—Al catre, al catre—le respondí yo.

—¿Perdona?

—Ay, Dios, ahora te has quedado sordo. Si ya sabía yo que


algo tenía que salir mal. Es que soy gafe, cada vez lo veo más
claro, qué lástima de mí y de mi pollito, como salga gafe
también le harán bullying en el colegio.
—Yo contigo me tengo que reír desde que me levanto hasta
que me acuesto—me confesó.

—Pues hoy no te vas a reír, hoy vas a chillar. Y tanto que vas a
chillar, no vas a chillar nada—le advertí yo que también me
moría de la risa solo de pensar en la que podíamos liar los dos
juntos.

Llegamos a la puerta de su cuca casita, una similar a la de


Alisa y su marido, solo que de proporciones más pequeñas.
Igual que en el caso de ellos, los dormitorios los tenía en la
planta de arriba y hacia allí me quedé mirando yo en cuanto
abrió la puerta.

—Mira te voy a enseñar el salón y…

—Tú me vas a enseñar lo que yo te diga, la palanca de cambio


me vas a enseñar, para más señas. Hazme tuya—le pedí.

—Mujer, ¿así? Es que me estás dando hasta miedo.

—Miedo te dará si no lo haces, es que soy capaz de


abofetearte vaya, si me traes hasta aquí para nada.

—¿Para nada? ¿Acaso crees que no te tengo ganas?


—Pues poco se nota. Venga, desnúdate como si estuvieras en
la consulta, que vamos a jugar a los médicos.

—No puede ser, esto no me puede estar pasando a mí—


Negaba con la cabeza.

—¿No? Pues si quieres me marcho y le cae el premio gordo a


tu vecino, aunque habrá que ver también al vecino, que yo soy
de pico fino. Venga, que te desnudes.

A él debía parecerle surrealista, pero cuando vio que yo tiré de


su camisa con fuerza y que dos botones salieron volando
comprendió que era mejor que se terminase de desnudar solito.
Y mientras yo hice lo propio, arrancándome el vestido.

—Oye, pon musiquita o algo, ¿no? —le pedí.

—Ahora voy, ahora voy, es que ni tiempo me ha dado.

—Pues ya podías andarte con más prisa, que los he visto más
rapiditos…

—Oye, que las comparaciones son odiosas, guapa.

—Y que quieras hacerme tuya a palo seco también es odioso,


¿qué te crees? Mira este. Además, que yo para hincar necesito
musiquita, por aquello de llevar el ritmo.

—¿Cómo llevar el ritmo?

—Que sí, que sí, que yo lo necesito, sobre todo cuando me


amorro al pilón, que llevo el ritmo de la musiquita y me queda
que ni bordado, no pierdo el compás ni nada. No paro hasta
volverle los ojos para atrás al que sea…

—Qué romántico, niña.

—Eso es lo que hay, si te gusta bien y si no también. A ver,


quítate los calzoncillos que inspeccione el material, que tengo
yo que comprobar si hemos venido para algo o si nos
podíamos haber ahorrado el paseo.

—No, no, perdona, pero yo así no puedo, es que me da hasta la


risa.

—Qué dices de que no puedes, trae para acá, hombre… Si no


me da cosa a mí de desnudarme, con esta barriguita que tengo,
te va a dar a ti…

—Si no es que me dé nada, mujer, que yo estoy deseando


hacerte…
No le dio tiempo a decir ni mu porque yo salté como si fuera
una garrapata a sus bajos y me amorré, y tanto que me amorré.
Me amorré hasta que le puse los ojos en blanco y chiquita
satisfacción la que me llevé para mi cuerpo serrano.

—Ya sabía yo que te iba a gustar—le solté con esa naturalidad


mía que tanto le atraía.

—¿A gustar? Creí que perdía el sentido, ven aquí.

—Qué capullo eres. Ahora te han entrado las prisas y antes


haciéndote de rogar. Te mereces que me vista y que me vaya o
que me vaya sin vestir y todo, solo que no quiero que se me
resfríe el garbancito, digo el pollito.

—¿Cómo voy a querer que te vayas? Ven aquí—Me tomó en


sus brazos y casi me desmayo del gusto, solo de lo fuerte que
era, no me hacía falta más.

—Venga, pues si no quieres que me vaya, dame caña…

—Tú me dices hasta dónde…—Su mirada tan seductora y el


hecho de que tomase tan en consideración que estaba
embarazada a punto estuvo de provocar que me corriera allí
mismo, aun antes de empezar.
—Pues hasta el nudo, hombre, hasta dónde va a ser, pues anda
que estoy yo para quedarme a medias, ¿tú me has visto cara de
mojigata?

Ladeó la cabeza y me ofreció una de esas atractivas sonrisas,


previas a colocarse en la entrada de mis partes íntimas y a
penetrar en mí. Lo hizo así, sin preliminares, porque cuando
los intentó lo paré en seco y, señalando a esa cavidad de mi
cuerpo, le indiqué que yo lo que quería era candela de la buena
y que la quería ya. Él es que se partía y, aun así, aguantó el
tipo.

Me tenía encima de su cama y levantó mis piernas para ir


entrando lentamente en mí. Hasta las plantas de los pies se me
encorvaron tanto que dudé en si volverían a su estado normal
en algún momento. Y todo del gustirrinín que me dio, que ese
fue cosa fina.

Conforme fue entrando, mi piel se fue perlando de unas gotas


de sudor que le resultaron de lo más insinuantes y que
obedecían a que yo guardaba más calor que una cafetera
cuando está hirviendo a todo meter. Por cierto, que quien
estaba a todo meter era él porque encima tenía buen material
para meter y remeter. Eso debía ser cosas de los highlander, un
rasgo distintivo o algo, porque el padre de mi hijo también
estaba que parecía un caballo visto por delante y no
precisamente porque tuviera cuatro patas ni porque relinchara,
sino que ya me entendéis.
En cualquier caso, no era de Logan de quien quería acordarme
cuando estaba echando ese polvazo con Alec, uno que debió
resultar apoteósico en su barrio, porque di un concierto de
chillidos que no sería tan fácil de olvidar.
Capítulo 22

El martes por la tarde yo me sentía un poco más relajada,


porque desde que desfogué con Alec como que estaba mucho
mejor.

Los niños y yo le estábamos preparando una bienvenida como


se merecían a sus padres. Yo no paraba de mirarlos con el
rabillo del ojo, porque se habían empeñado en prepararles una
colorida pancarta y tuve mi buen cuidado en que no siguieran
después por las paredes, que esos tenían una vena grafitera que
para qué.

Alec también estaba allí con nosotros, había llegado para


echarnos una mano. Y que conste que en esa ocasión a mí solo
me la echó a preparar la merienda y demás.

—¿Tú qué quieres? ¿Un café o cacao para seguir poniéndote


fuerte? Que tienes los brazos que son dos cañones de artillería,
parece que te los han hecho en el Arsenal de la Carraca de
Cádiz. Por cierto, ¿tú has ido alguna vez a Cádiz? Porque si no
lo has hecho ya estás tardando.

—La que está tardando eres tú en darme un beso—me pidió


porque los niños estaban concentrados en lo suyo (que por una
vez no era dar por saco) y no nos veían.

—No, no, es que tú y yo tenemos que ir poniendo distancia,


que lo del otro día estuvo muy bien, sobre todo para darle
descanso a mi Satisfyer, que ya estaba pidiendo socorro, pero
hasta ahí. Yo es que me voy a ir de aquí en unos días y no
quiero que te quedes llorando, que los hombres sois muy
blandengues.

—Lo sueltas y te quedas tan pancha, eres impresionante…

—¿Qué suelto? ¿Qué he dicho?

Él negaba con la cabeza y los niños se me acercaron.

—¿Te gusta, Brenda? Son papá y mamá—Me enseñaron la


pancarta.

—¿El del molondrón es papá? Pues al pobre lo que le faltaba.


Vosotros de dibujo vais regular, ¿no? Hay que afinar de aquí y
de aquí. Niña, ¿tú no decías que eras una artista? Pues poco se
nota, échale un poquillo más de salero y dile a tu hermano que
atine más coloreando, que los está poniendo a los dos que
vaya, los sube a una carroza y preparados para el Orgullo. Ay,
que montón de colorines, esto es un mareo, qué jaleo de niños.

—¿Qué dices del Orgullo? No te entiendo…

—Uff, niña, qué vas a entender tú de eso, no veas cómo se


pone Madrid, que tiro yo para allá con Mónica y nos ponemos
las dos a dar saltos hasta que los pies nos echan humo. Cuando
tú seas mayor te voy a llevar a la fiesta del Orgullo y lo vas a
vivir, que aquí sois muy sosos y no tenéis eventos de esos.

Los niños merendaron y, a continuación, se empeñaron en que


a su padre había que prepararle un pastel de bienvenida.

—Qué pastel ni pastel, bastante tendrá el pobre con aguantaros


a los dos, que se va a tirar de los pelos del…

—Que sí, Brenda, que a mi padre le gusta mucho un pastel de


chocolate y que mi hermano y yo lo hacemos siempre con él.

—Siempre que esté en casa, querrán decir estos dos, porque


este hombre no asoma por aquí el hocico ni por cachondeo—le
comenté por lo bajini a Alec.

—No como yo, que cuando me case contigo no voy a querer


separarme de ti…
—Y encima me vienes con amenazas. Oye, ni mijita, ¿eh? Yo
ya te he dicho que en cuanto esos dos vuelvan, yo soy aquí un
holograma, visto y no visto. Hasta la maleta tengo ya
preparada, con eso te lo digo todo.

—No me pongas triste, hazme el favor.

—Eso es cosa tuya, si no sabes gestionar tus sentimientos,


debes irte de cabeza al psicólogo, eso es lo que hay.

—No seas tan dura conmigo…

—A mí no me vengas con cara de puchero que no me vas a


convencer de nada. Tú y yo hemos echado un polvo y vale que
ha estado muy bien, pero no te creas que por eso vamos a
comer las perdices juntos cuando tengamos cien años, que ni
mijita.

En esas que llegó Duncan y comenzó a darme también la lata


con lo del dichoso pastel.

—A papá le gusta mucho—me decía, enviado por la otra, para


convencerme.
—Pesaditos sois los dos un rato largo, pero si por lo menos va
a servir para que os calléis la boca un ratito, venga, ¿dónde
está la receta?

—Aquí en mi cabeza, yo sé cómo se hace—me aseguró la


enana.

—Tú estás flipada, valiente porquería de pastel que vamos a


hacer, como se parezca a la…—Miré a la pancarta y me callé a
petición de Alec.

—Por Dios, cállate, que van a coger una depresión. A los


niños hay que darles un refuerzo positivo.

—¿Un refuerzo positivo? ¿Eso no es lo que se les da a los


perros? Digo cuando hacen algo bien y les das una galleta
perruna o algo…

—Mujer, a todos nos pueden reforzar positivamente. Mira, yo


me llevo esta noche un beso de aquí y ya me habrás reforzado.

—Querrás decir que ya te habré calentado y luego te cogerás


el asunto y le dejarás los dedos marcados como si fuera un
joystick de esos de las consolas, guarrón, que eres un guarrón
—Le di un codazo tal que lo dejé sin sentido. Yo tenía fama de
ser un poquito bruta cuando me embalaba e igual era hasta
verdad.
—Mir que me sueltas unas barbaridades…

—Y más te pongo, vas a decir que no, ya estás que se podría


freír un huevo en lo alto de ti. Y fíjate el plan con esos dos,
que no hay quien les mire el hocico.

Tanto Bonnie como Duncan estaban en el salón más negros


que tiznados porque no los dejaba yo hacer el dichoso pastel.

—Nada, pues si os ha entrado el complejo del marido de la


Pedroche, vamos para la cocina y que sea lo que Dios quiera,
que yo en breve me marcho de esta casa y no quiero ser la
causante de ningún disgusto.

—¿Quién es la Pedroche? —me preguntó Alec.

—¿Te vas de esta casa? —prosiguió Bonnie.

—¿Y dónde te vas? —añadió el enano.

Uff, qué agobio, ahora sé lo que sienten los famosos cuando


los paparazzi los abordan para hacerles un montón de
preguntas, os den a todos, ¿dónde está la dichosa receta? Pero
de verdad, ¿eh?
—En el cajón, papá tiene un libro de recetas que algunas eran
de su abuela, ¿tú no conoces a la abuela de mi padre?

—Niña, no conozco a tu padre, voy a conocer a su abuela. Te


quieres ir por ahí—le contesté y hasta pensé que, llegados a
aquel punto, ni él mismo la conocería, vaya plan que tenía
aquella familia. Eso era para mearse y no echar ni gota.

Bonnie vino corriendo con el recetario y yo pensé que los


niños serían dos cafres, pero los padres no podían ser más
perfectos, menudo recetario más bien presentado, ni que el tío
hubiera estado en “MasterChef”.

Comenzamos con la receta y a mí es que me entró hasta ardor


de estómago.

—¿No podíamos haberle hecho un bizcocho de limón de toda


la vida de Dios? Con lo ricos que están, así esponjositos—
Cerré los ojos y la boca se me hizo agua. A mí es que los
bizcochos de limón me encantaban y sobre todo lo que me
gustaba era que fuesen tan fáciles de hacer, no como aquella
receta.

—Mujer, tampoco es para tanto, ya verás que lo tenemos listo


en un periquete—Alec también se había puesto manos a la
obra.
—Porque tú lo digas, yo lo veo más difícil de interpretar que
un jeroglífico de esos egipcios, ¿cuántos tipos de chocolate
lleva esto?

—Cuatro, es una tarta de cuatro chocolates—me soltó Bonnie,


un tanto repipi.

—Y ya que eres tan lista, ¿me dices dónde vamos a conseguir


todo eso?

—Papá siempre los tiene en casa para hacerla, mira, aquí hay
uno, aquí hay otro…—Los estaba sacando de un cajón.

—Y aquí hay otros dos—Señaló Duncan a su barrigota, que se


le había puesto como la de un sapo de pronto, así toda salida
para fuera.

—¿El niño este se ha comido dos tabletas de chocolate? —


Casi me mareo de la impresión, me senté a lo justo.

—¿Te las has comido? ¿Y quién te ha dado permiso? —Ese


era todo el problema para ella, que era una controladora y se le
había ido de las manos.

—Él solito, niña, que estás tú muy subidita. Él se las ha


comido por su cuenta y el problema es que ahora va a cagar
más que un conejo. Yo no puedo más con vosotros.
Alec le reprendió porque se había pasado tres pueblos. Esos
dos estaban hechos de la mismísima piel del diablo, cuando no
estaban ideando una maldad era porque ideaban dos.

Traté de correr un tupido velo porque cuando pensaba en pasar


toda la noche en urgencias con el niño a cuenta de sus
cagaleras me entraban a mí también, así que comenzamos a
hacer el pastel con lo que buenamente quedaba.

Hicimos una mezcla deliciosa que llevaba mogollón de cacao


también, con huevo y varios ingredientes más, y todavía quería
el mico meter el dedo ahí.

—Lo metes y te lo corto, que me estoy imaginando que me vas


a dar la noche, niño.

—Que no, que yo estoy bien—decía él. Claro, ¿qué iba a


decir? O yo tenía ya alucinaciones de la presión de varios días
con ambos o es que se estaba poniendo verde.

Al final nos quedó medio decente, el pastel digo, y lo metimos


al frigo.

—Como yo oiga que a medianoche se abre la puerta de esta


nevera, salgo y me como a un niño—escenifiqué y me debió
quedar muy real porque ambos dieron dos pasos hacia atrás.
—¡Qué miedo! —chilló Bonnie.

—No la hagas, no la temas, niña. Así que ya sabéis…

La cocina, eso sí, quedó como un campo de batalla. Aquellos


dos pequeños reposteros eran la monda lironda, más puercos
que las arañas diría yo, de manera que los metí directos a la
ducha, a los dos juntos.

Una vez allí, el agua salía como el barro, se habían puesto de


chocolate hasta las cejas…

Cuando por fin los acosté, Alec me ayudó a recoger la cocina


y finalmente se marchó, no sin antes darme un morreo en el
jardín con el que me temblaron hasta las uñas de los dedos
meñiques de los pies.

—Vete ya, que no respondo, vete ya—le pedí y entré muerta


de la risa.

Para haber sido una diversión de mis últimos días allí, como
que no había estado nada mal. Finalmente, fui yo la que me di
una relajante ducha, incluidos unos chorritos que me dediqué
en ciertas partes de mi anatomía que no voy a nombrar y que
me dejaron de lo más relajadita.
Tonta de mí que hasta me hice a la idea de que iba a dormir.
Serían como las dos de la madrugada cuando comenzó la
función nocturna. Ya os podréis imaginar; ese niño no era un
niño, era un caño de chocolate viviente. Y su hermana, a quien
no sé quién le dio vela en ese entierro, apareció también por el
baño y echó lo más grande al verlo.

El resultado no se hizo esperar, los aparté a los dos de golpe y


yo eché casi los higadillos. Hasta me aguanté el vientre no
fuera que, de tanto potar, se me saliera Darío también por la
boca, que la cosa no era para menos.

Cuando por fin me vi en la cama de nuevo y con ellos dos


descansando, pensé en que a Dios ponía por testigo, como la
prota de “Lo que el viento se llevó”, que aquella era la última
jugarreta de esos dos, que yo me iba de esa casa y que no les
dejaba ni las señas para que me enviasen un crisma en
Navidad.
Capítulo 23

El miércoles yo estaba pensando en lo bien que le sentarían a


aquellos dos media docena de ansiolíticos metiditos en una
tortilla a la francesa.

—Tiráis otra albóndiga contra la pared y os juro por la gloria


de Cotón que os la coméis, y no me refiero a la albóndiga, sino
a la pared—les dije despegando un par de ellas, con su
consiguiente tomate, de los azulejos.

Allí duraban las cosas limpias un suspiro. Yo no sé qué tenían


esos críos, pero era imposible que no la liasen.

Estaban argumentando al respecto cuando por fin escuchamos


el ruido del motor de un coche y los dos salieron corriendo
como alma que lleva al diablo al jardín.

—¡Son mamá y papá! —chillaron de lo más emocionados.


Yo los seguí y lo único que me faltó fue besar el suelo como el
mismísimo Papa de Roma porque había ansiado ese momento
como ningún otro.

Alisa, quien venía conduciendo, se bajó y ellos abrieron la


verja. El hombre continuaba en su asiento, debía estar
totalmente atolondrado y apabullado por los acontecimientos.
Y lo que te rondaré morena. Para mí que, aprovechando que
no se acordaba de ellos, lo mejor que podía hacer era coger el
pescante en ese momento y no volver ni en Navidad, que lo
del spot de “El Almendro” podía estar muy bonito, pero no
dejaba de ser purita ficción.

Alisa trató de tranquilizarlos.

—Papá se va a bajar ahora del coche, pero ya os he dicho que


viene malito y que no podéis atosigarlo demasiado, ¿estamos?
—les preguntó después de que dieran una serie de gritos de
felicidad que debieron escucharse a varios kilómetros a la
redonda. Jodidos niños, ni que yo los hubiera estado
torturando.

Por fin se abrió la puerta del coche y el hombre salió…

Lo siguiente que recuerdo es que estaba tumbada en el sofá y


que los niños me echaban viento con un abanico mientras su
madre me ponía las piernas en alto. Abrí los ojos, los vi y me
entraron tremendas ganas de volver a cerrarlos, ¿había perdido
el conocimiento? ¿Y eso a santo de qué?

Miré al otro lado del enorme sofá, que aquel servía para que se
celebrara una cumbre de la OTAN en él, y enseguida lo
comprendí. Y enseguida me volví a desmayar…

De nuevo más aire y de nuevo Alisa diciendo que llamaría a


un médico, que ellos no levantaban la cabeza y no sé cuántas
cosas más. La que no quería levantar la cabeza para no ver el
percal era yo, porque mi corazón no podía más y estaba a
punto de darme un yuyu de los gordos.

¿Su marido era Logan? ¿“Mi Logan”? ¿El Logan que ni


siquiera sabía que me había dejado embarazada? No, tenía que
tratarse de una puta pesadilla y ya me despertaría, por Dios
que sí, que el destino no podía ser tan cachondo y tener
tantísimas ganas de jugar conmigo, porque yo no tenía
ningunas de jugar con él.

Abrí un ojo tímidamente y después el otro, como si así la cosa


fuera a cambiar, como si aquella mala pasada del puñetero del
destino se esfumase de repente y me diese cuenta de que si no
era una pesadilla (que para eso ya estaba despierta), era una
jodida alucinación. Sí, una alucinación. Y un mojón para mí.
Allí estaba él, con la mirada ida, observando cuanto había a su
alrededor sin reconocer nada, algo que le causaba no poco
estupor.
Normal, debía ser lo más jodido del mundo… Lo más jodido
del mundo después de lo que me estaba pasando a mí, que eso
sí que era de argumento de una peli de Hollywood, ¿cómo
podía ser? Por el amor del cielo, igual yo estaba trastornada y
no era. Me lo quedé mirando fijamente y él me sonrió, de lo
más condescendiente.

En cualquier lugar del mundo, en cualquier época y entre mil


millones de sonrisas, hubiera reconocido la suya. No tenía
tanto mérito tampoco, al fin y al cabo, no era chino. No, Logan
era highlander y por muchas vueltas que yo le diese se trataba
de él. Y tanto que se trataba de él.

Yo es que me caía muerta, me caía muerta… Sentía que la


cabeza me daba tal cantidad de vueltas que no podría
soportarlo, ¿quién puñetas podía soportar una cosa así?

A ver, casi llegamos a ocho mil millones de personas en este


jodido planeta, ¿cuántas posibilidades había de que me fuera
de mi casa y aterrizara directa en la del padre de mi hijo? Vale,
que él era un highlander y yo no me lo pensé y me planté en
las Tierras Altas, que eso también es verdad, pero, aun así, ¿no
era una broma? ¿De veras no lo era?

Yo no es que me cayera muerta, sino lo siguiente. Alisa se


acercó, a esa mujer se le estaban yendo las cosas de las manos,
obvio que no podía más.
—¿Ya te encuentras mejor? Qué susto me has dado, te
presento a mi marido—murmuró.

—Ya, ya lo veo—le comenté yo entre dientes, volviendo a


notar que la cabeza me daba tal cantidad de vueltas que
parecía que me hubiese montado en un tiovivo.

Ella me miraba preocupada, y es que pensaba que algo pudiera


ocurrirnos a mí o a mi bebé. Y algo nos ocurría, sí. En
concreto que me habían entrado todos los males del mundo a
la vez.

Yo solo quería reunir las fuerzas suficientes para levantarme


de aquel sofá y salir corriendo de allí, ¿cómo era posible que
me estuviera sucediendo algo así? El destino se estaba
mofando de mí, porque no creía yo que se tratase de una
enseñanza de esas que dicen que te hacen más fuerte.

Yo, fuerzas ya tenía las suficientes, que fuera a enseñarle a otra


que lo necesitase más. eso sí, los párpados apenas se me
mantenían abiertos, de modo que solo quería dormir. Dormir y
despertar de aquella pesadilla…

El médico no tardó en llegar y de lo más amable, me


reconoció. Y no me refiero a que nos hubiéramos visto antes
de copas, sino a que me hizo un reconocimiento completo.
En otro momento, hasta habría dejado que también me lo
hiciera a fondo, que todos los highlander parecían estar
cortados por la misma tijera, qué tíos más buenos, por favor.

—Lo que tienes es una bajada de tensión de campeonato, ¿te


has llevado algún sobresalto? —me preguntó.

En ese momento, vi que Bonnie miró a Duncan y en voz bajita


le soltó un…

—Por tu culpa, por estar toda la noche cagándote.

De haber tenido fuerzas, me habría tronchado de la risa,


porque la enana era ocurrente, pero ni para reírme las tenía.

—¿Un sobresalto? Para nada, para nada—le comentaba


mientras tenía unas ganas impresionantes de que el cachondo
que le daba vueltas a la habitación parase ya un poquito.

—A veces este tipo de cuadros están causados por un


sobresalto o por una agitación, pero si me dices que no, peor
me lo pones todavía. Tienes la tensión tan baja que…

—Un momento, es que yo siempre la he tenido por los suelos,


muy bajita, doctor.
—Ya, lo que ocurre es que ahora vienes a tener la de una
muerta y me preocupa.

Cómo le decía yo a ese hombre que no me ocurría nada malo,


sino que me había llevado la madre de todos los sobresaltos.
Pues no sabía cómo hacerlo, la verdad, que aquello tenía que
mantenerse en el más estricto de los silencios.

—No se preocupes que no es nada. Ya mismo me pongo yo de


pie. Esto será de batallar con los dos niños, que no sabe la
nochecita que me han dado.

—Ni se te ocurra tratar de levantarte porque podrías irte al


suelo. Yo aconsejaría que te acercaras al hospital y que te
hicieran unas pruebas para descartar algún problema.

—¿Al hospital? Ni de coña, que le digo yo que no tiene tanta


importancia, no sea exagerado, que es peor que un noviete que
tuve yo andaluz, que el tío decía que… —Traté de recordar
por qué era tan exagerado aquel muchacho y ni de su nombre
me acordaba. Si es que casi no me acordaba ni del mío, qué
horror. Lo mismo, lo que tenía Logan era contagioso y yo me
quedaba que no sirviera ni para estar escondida. Ay, Dios.

—No hagas esfuerzos, tienes muy mal color. Si no quieres


acercarte al hospital, al menos deberás hacerme caso y no
realizar ningún tipo de esfuerzo.
—Ni que fuera a salir de marcha yo toda la noche, no te
fastidia, ¿qué esfuerzo voy a hacer? Que no, que no, hombre,
que yo me quedo aquí tranquilita, vaya usted con Dios.

Mientras yo hablaba con el médico, Logan centró su vista en


mí. No se acordaría de mi persona, pero ese nunca fue tonto y
sabía reconocer lo bueno. Normal que me mirase, si es que yo
era una perita en dulce… Una perita en dulce que le habría
arrancado los ojos, por su culpa me veía yo así.

El médico se marchó y Alisa insistió en que debía acostarme.

—Mujer, si todavía es la hora de las gallinas, es muy pronto. Y


hemos hecho un pastel, yo quiero probar un pedacito porque
me lo he ganado. Tú no te imaginas la que se lio ayer y la
nochecita que me han dado tus niños con el dichoso chocolate
—Yo necesitaba carburante para sobrellevar aquello.

—Ay, pobre, si es normal que te hayan agotado. Tú no te


preocupes, que yo te voy a cuidar.

Escucharla hablar así me hacía sentir como un miserable


gusano. Esa mujer se había portado genial conmigo y yo, en su
día, fui “la otra”, la amante de su marido. En mi favor, puedo
afirmar que yo no tenía ni idea de que el highlander de las
narices estaba casado. Pues nada, que en menudo lío que
estaba metida…
—No hace falta, tranquila.

—No se diga más, tú te acuestas en tu cama y yo ahora te llevo


un trozo de pastel.

—Es tu favorito, papi, lo vas a flipar—le decía la niña y yo no


podía evitar mirar sus gestos, totalmente desubicado como
estaba.

Nada de lo que sucedía tenía ni pies ni cabeza. Yo lo había


conocido siendo profesor y el hombre que tenía sentado
enfrente era un ejecutivo, ¿cómo se explicaba aquello? No
penséis que se me había ido la pinza, que yo no tenía ni un
ápice de duda de que se trataba del padre de mi hijo, por
mucho que él no tuviera ni idea de que otro retoño suyo venía
en camino.

Me acosté y entonces Alisa me hizo una advertencia.

—El doctor ha dicho que debes guardar reposo durante unos


días, no se diga más, no vamos a discutirlo.

—Pero mujer, si yo ya estoy mejor y, además, que yo quería


comentarte una cosita—me refería a las ganas que tenía de
marcharme de allí.
—No sé lo que querrás decirme, pero seguro que podrá esperar
a que te pongas mejor.

—No daría yo eso por sentado, Alisa, yo es que quiero…

No me dejaba hablar, ella estaba eufórica y no me dejaba


hablar. Se notaba que se alegraba mucho de que su marido
hubiese ganado la batalla a la muerte, si bien se había quedado
que era un cromo.

Que conste que hablo de su sesera, porque su cuerpo estaba


como siempre; para chillarle. Lo único es que yo le hubiera
chillado de otra manera. Vaya, que Logan no tenía ni idea de lo
que yo le haría si pudiera hablarle frente a frente, si pudiera
explicarle lo mucho que me había hecho sufrir.

Para mí que él no merecía ni la explicación. Yo solo quería


marcharme de aquella casa y olvidarme de esa pesadilla.
Estaba tan loca con lo sucedido, tan metida en mis
pensamientos, que debía habérseme puesto hasta cara de loca.
Jesús, qué trajín de vida, ¿era real todo aquello?
Capítulo 24

El día amaneció y a mí me cogió sin haber podido planchar la


oreja más que algún ratito suelto. Total, que tenía una mala
cara que era menester verla, porque saqué un espejito pequeño
del cajón de la mesilla de noche y hasta me asusté cuando me
vi.

Digamos que la puñetera de la niña del exorcista tenía mejores


colores que yo. Alisa se asomó al quicio de la puerta y me
sonrió.

—¿Ya se ha despertado la Bella Durmiente? —me preguntó.

—¿Bella? Por mi madre de mi alma que estoy que da miedo


verme. Alisa, yo es que necesito hablar contigo, hasta que no
te lo diga no me voy a quedar tranquila.

Necesitaba soltarlo. Obvio que no el bombazo, que yo de allí


pensaba irme sin que ella se enterase de que su marido había
dado en el blanco de la diana conmigo. Yo lo único que quería
era que tuviera constancia de que deseaba marcharme, que
quería volver a mi casa, a mi cama y con los míos.

—Ya sé lo que me vas a decir. No te preocupes por nada, no


hace falta que me ayudes en estos días. Para poder con todo no
trabajaré, sabes que puedo permitírmelo, el dinero no es
problema.

—Y yo que me alegro, como diría AuronPlay, pero que no es


eso, mujer, es…

—Es que tú eres muy responsable y me has echado el gran


cable de mi vida, no sé lo que habría hecho sin ti. Me gustaría
poder compensarte. Ojalá pueda algún día…

—Y hay una manera—Se me ocurrió decirle porque igual, si


ella comprendía mi deseo de marcharme de allí, me lo ponía
más fácil.

—Pues dímela porque estoy dispuesta a hacer todo lo que sea


necesario. Verás, la situación no va a ser nada fácil y te
necesito más que nunca—Ya estábamos, a mí me iba a dar
algo, ella no se podía imaginar en el compromiso en el que me
ponía al decirme esas cosas…
—Mujer, si ya verás que tu marido va a recobrar la memoria
en un pis pas, solo es cuestión de tener un poco de paciencia,
seguro que los médicos te lo han dicho.

—No te he explicado la situación a fondo, no se sabe lo que


pueda tardar en recuperarla. Igual es una semana como es un
año. Incluso, en ciertos casos graves, pueden pasar varios años
antes de que las cosas vuelvan a la normalidad. Por si esto
fuera poco, su pérdida de memoria se extiende a muchos
gestos cotidianos, te sorprenderás cuando lo veas…

—No, no, si yo ya me he sorprendido—se me escapó,


demasiado en silencio llevaba la situación, que la estaba
sufriendo sin decir ni mu, como las almorranas.

—Me refiero a que él es incapaz, por ejemplo, de ponerse un


café.

—Vaya novedad, hay mucho tío así, ¿por qué te crees que se
separó mi madre de mi padre? Porque el tío no sabía ni freírse
un huevo, se creía que mi madre era su esclava y se comió…
No te voy a decir lo que se comió al final porque tú eres muy
fina—Reí.

—No, mujer, mi marido no es así, no lo has comprendido. Lo


que te quiero decir es que ahora mismo su cabeza funciona
como la de un crío, no sabe ponerse un café o atarse los
cordones de los zapatos.
Me quedé tiesa como un ajo. Por todos los santos, ese hombre
que tan hábil era para todo (prefiero no entrar a relatar sus
múltiples habilidades) y en ese momento resultaba que no
valía ni para hacer puñetas.

—Pero eso no puede ser, lo mismo se está quedando contigo y


ahora cuando salga te tiene preparado un desayuno que ni el de
un hotel de lujo, que él tiene mucho sentido del humor—le
solté, otra vez demostraba ser una bocachancla, menos mal
que ella no parecía enterarse de nada—. Bueno, eso lo digo
porque tiene cara de simpático, ni que yo lo conociera—
disimulé y me puse hasta a silbar. Ya me daba de nuevo
vueltas la habitación.

—Sí que lo tiene y ojalá que fuera eso, pero no. Ray (ya he
explicado que ella siempre lo llamaba por ese apelativo
cariñoso) está impedido a muchos niveles ahora mismo y va a
necesitar mucha atención psicológica, ten presente que pronto
se dará cuenta de que ahora mismo es como un niño atrapado
en el cuerpo de un hombre.

—Bueno, pero para eso eres tú psicóloga, ¿no? Le vienes


como anillo al dedo, tú le pondrás las pilas y en nada será el
que era, ya lo verás.

—No, tendremos que buscar ayuda externa. Yo no puedo


tenerlo como paciente, estoy demasiado implicada en el tema.
—Joder, pues estamos apañadas.

—Ayúdame, por favor, te lo suplico. Tengo tantas cosas que


organizar que no sé ni por dónde empezar y los niños es
posible que terminen resintiéndose también por toda la
situación. Quién sabe lo que serán capaces de hacer.

—Anda que me lo estás pintando bonito—Reí nerviosa.

—Mujer, quiero decir que…

—Quieres decir que si ya están descontrolados en normalidad


no quiero ni pensar hasta dónde pueden llegar. Por cierto, que
estos días han tenido sus dormitorios que aquí la que haría
falta es la Marie Kondo esa, la que pone más orden en las
casas que la mismísima Mary Poppins, yo no creo que pueda
hacer nada—traté de esquivar su petición.

—Tú puedes mejor que nadie, eso te lo garantizo. Los


entiendes que da gusto, no sé cómo lo haces, pero logras que te
hagan caso.

—Sí, me hacen un caso loco, anda ya, si están todo el día


ideando, en cualquier momento sufro un accidente mortal por
su culpa. Y lo que es peor, lo sufre mi pollito, ¿tú me has
hecho un seguro de vida?
Capítulo 25

Estuve en reposo hasta el lunes siguiente. Cuando por fin me


levanté me dolían hasta las cejas, me sentía baldada.

Pese a que poco a poco volvería a mis actividades cotidianas,


Alisa se empeñó en que ella seguiría llevando a los niños al
cole durante unos días, así que estaba sola en la cocina cuando
entró Logan.

Durante los días que guardé reposo, y por aquello de que lo


hice en mi dormitorio, apenas se había acercado al quicio de
mi puerta para preguntarme qué tal estaba y siempre era su
mujer quien se lo recordaba, pues él parecía estar en su
mundo.

Me impactó una barbaridad, yo no sabía ni cómo saludarlo. De


buena gana, me hubiera acercado a él y la habría emprendido a
puñetazo limpio, pero era obvio que no podía hacer eso.
—Buenos días, Brenda—me dijo y por un momento sentí un
escalofrío en todo el cuerpo, como si pudiera recordarme.

—Buenos días, Logan—disimulé mi ira.

Tomó asiento y se me quedó mirando. Su mirada me recordó


mucho a la del pequeño Duncan, cuando se sentaba y me
demandaba su cacao.

—Bueno, ¿qué? —le pregunté en el colmo del surrealismo.

—Nada, estoy esperando a que llegue Alisa, ella me sirve el


café, es muy amable—me habló de su esposa en un tono que
me dio yuyu, como si fuera una auténtica desconocida. Anda
que era lista, pues claro que le resultaba una desconocida,
igual que yo.

—¿Te lo sirvo yo? —Tuve que resoplar porque de lo único que


tenía ganas era de darle una patada en los cataplines, pero en el
fondo era más buena que el pan.

—Si fueras tan amable, ¿tú eres tan amable como ella? Alisa
es mi mujer, eso me ha contado.

—Yo soy un poco menos amable, dejémoslo ahí, pero como


no quiero gresca te pondré el café.
Dios, cómo me costaba hablar con él.

—Gracias, si me lo pones serás tan amable como ella…

Ay, Dios mío, tenía un tirito dado, el golpe lo dejó que había
que armarse de paciencia. Incluso su forma de entonar
recordaba a la de un crío. O no, era rollo Forrest Gump, lo que
se traducía en que había que tener dos pares de ovarios bien
puestos y toneladas de paciencia para tratar con él. Y yo, el día
que repartieron la paciencia, debía estar haciéndome las uñas
en el chino o algo, porque de esa andaba bien corta.

—Te lo voy a hacer, pero tú vas a estar pendiente para


aprender, ¿eh? No vaya a ser que le cojas el gustito al asunto y
ahora Alisa y yo seamos tus camareras, que va a ser que no.

—Eres muy graciosa, Alisa no me dice esas cosas…

—Sí, yo soy muy graciosa. Si la cosa empezó por eso, porque


yo tenía mucha gracia. Y luego terminó, mejor no te digo
cómo terminó.

—¿Qué cosa? ¿Qué empezó? —Lo que le faltaba a él, que no


se enteraba de nada, era yo hablándole en clave.
—Nada, cosas mías. Atento, se coge la cápsula y se pone aquí,
que para esto tampoco hay que hacer un máster, ¿lo estás
viendo? — Yo no paraba de resoplar porque él lo estaría
pasando mal, pero lo que tocaba yo…

Finalmente le serví el café y él me lo agradeció. Sentí un total


estremecimiento en el momento en el que alargó su mano para
coger la taza.

En ese instante recordé que el primer día que quedamos yo


bromeé sobre el tamaño de sus manos.

—Anda que tienes unas manos que menos mal que no eres
ginecólogo, porque como trataras de meterle a una la mano por
donde yo te dije, no veas, no iba a correr nada—Hice que se
riera a mandíbula batiente.

—Pues nunca había reparado en que las tenía grandes.

—¿Que no? Vaya, te digo yo que como lo tengas todo igual te


has equivocado de profesión, un par de meneos a la semana y
te ganas la vida que da gusto.

—¿Con un par de meneos? ¿Estás loca? Yo nunca cobraría por


el sexo…
—Pues como tengas aquello acorde a las manos, más tonto
eres, que habría muchas que te pagarían tela de billetitos—
Reía yo.

—Tampoco me he planteado de qué tamaño tengo aquello—


bromeó porque entre nosotros había surgido una complicidad y
una atracción increíbles.

—Eso ya te lo diré yo. Si está como yo pienso que está, te lo


soltaré sin reparos. Y si me equivoco, te diré que la tienes
apañada.

—O sea, que si me dices que la tengo apañada ya puedo darme


por jodido, ¿no?

—Más o menos, sí.

—Brenda, no sabes cómo me pones—Me besó por primera


vez.

—Sí que lo sé, sí. La que puede darse por jodida soy yo, pero
de otra manera.

Metida en mí misma y recordando todo aquello, apenas me di


cuenta de que la taza de café se tambaleó en mis manos y,
cuando quise darme cuenta, parte de su contenido se vertió,
cayendo sobre sus pantalones a la altura de los muslos.
No hace falta decir que el pobre dio un salto que casi llega al
techo…

—Ay, Dios, lo siento mucho, ¿te duele? ¿Te he abrasado? Hay


que ponerte hielo en la zona, voy a por él.

Abrí el congelador y, al volverme, vi que se acababa de bajar


los pantalones y que encima… Ay, Dios, como no daba pie con
bola no se había puesto calzoncillos. O sea, que sí, que las
bolas eran las que le colgaban, como las del árbol de Navidad.
Y qué bolas, porque yo no fallé aquel primer día en mi
predicción, que el tío estaba mejor dotado que el caballo de
Espartero ese que dicen…

—¡¡Pero ¿qué haces?!! —exclamé entre flipada por la visión y


alarmada porque Alisa llegase en cualquier momento.

—Lo que tú me has dicho, que me ibas a poner hielo en el


muslo.

—¿Y para eso tienes que quedarte como tu madre te trajo al


mundo? Yo no sé lo que hago aquí, es que no lo sé—me quejé.

Me acordé de esa frase tan graciosa que decía mi bisabuela:


“Si quieres ver lotería, bájame los pantalones, ¡y verás el
premio gordo con dos aproximaciones!”.
—Yo estaba vestido, pero ahora me he tenido que bajar los
pantalones, no ha sido mi culpa—se defendió.

—Ya, pero hay una cosa que se llama calzoncillos y que es


muy práctica, ¿no te ha dicho tu mujer donde los tienes? Ay,
Dios, sube y ponte unos, que va a llegar en cualquier momento
y…

Tarde, cuando quise darme cuenta, Alisa ya estaba detrás de


mí.

—¿Qué está pasando aquí, Brenda?

No voy a decir que me lo preguntase de mala manera porque


sería tener muy mala lengua y no, solo que la pobre se quedó
con los ojos fuera de las órbitas.

—Es que Brenda me va a poner hielo—le soltó el otro.

—Madre mía, que dicho así parece que estemos jugando a los
médicos y no. Escúchame, Alisa, que yo…

—Tranquila que entiendo que todo esto tiene una explicación.


Confío plenamente en ti, yo sé que nunca te liarías con mi
marido—me indicó en tono cariñoso y yo sentí tan mala
conciencia que me hubiera hecho el harakiri allí mismo.

—Claro que no—suspiré—. Lo que ha pasado es que Logan se


ha quemado al coger la taza, le he dicho de ponerse hielo y,
cuando me he vuelto, ¡chica, solo faltaban las patatas, porque
los huevos ya estaban servidos!

Alisa se echó a reír por mi forma de explicarme y yo la seguí.


Logan, aunque no se coscaba mucho de lo que estaba
sucediendo, como que también terminó carcajeándose.

Durante ese instante fue como si se hiciera un paréntesis en el


tiempo y como si las cosas no dolieran como en realidad
dolían. Puede que fuera el sonido de su risa, un sonido que me
cautivó desde el principio y que ya había olvidado. Por un
momento, volví a trasladarme al pasado, a aquel día en que me
abrí en canal con él.

—Me gusta tu risa, profesor. Debería estar prohibida, ¿eh?


Que sepas que no es plan porque a veces estás dando clase y te
ríes. Y entonces ya no me entero de nada más en toda la hora.
Me quedo ahí cogida en tu risa y la cabeza se me va.

—¿Y hacia dónde se te va exactamente? —me preguntó él


metiéndose bajo las sábanas.
—Hasta ahí, hasta ese tipo de cosas que me haces y que me
dejan los ojos en blanco—Reí mientras me estremecí.

—A mí también me gusta tu risa. Brenda. Me gusta tu risa, tu


sonrisa, y también me gusta esta sonrisa vertical que tienes
aquí abajo—recorrió con sus dedos mis labios vaginales de un
extremo a otro, para luego dar paso a su lengua.

Hube de sacudir un poco mi cabeza para salir de ese recuerdo.


Alisa me miraba intrigada.

—¿Te pasa algo, Brenda? ¿Vuelves a sentirte mal? Bueno,


algo aparte de la visión de mi marido en paños menores. Ray,
por lo que más quieras, ve a vestirte y recuerda que tienes que
ponerte calzoncillos debajo de los pantalones.

—Pero si no me ha puesto el hielo—se quejó.

—Pues te metes en el cuarto de baño y te das una duchita de


agua fría, que te veo muy animado—Rio ella y es que sí, lo
cierto es que su situación le hacía sentir total desinhibición a
juzgar por el estado de su miembro.

Él se marchó y las dos quisimos disculparnos al mismo


tiempo.
—Te prometo que me he quedado muerta, Alisa, cuando me he
vuelto y lo he visto así…

—No me digas más, te habrán dado ganas de salir corriendo y


no es para menos. Ay, Brenda, tienes que ayudarme, por lo que
más quieras, ya has visto el plan. Ahora mismo es como un
crío, me parece tener tres en vez de dos. Y ya sabes que
Bonnie y Duncan hacen por una docena por lo menos.

—Alisa, yo lo sé, pero es que tengo que hablar contigo, tú no


sabes las ganas que siento de volver a mi casa.

—¿Es por lo que acaba de pasar? Entiendo que te haya


resultado de lo más violento, no sabes cuánto lo lamento.
Aunque por favor, ten en cuenta que no ha sido premeditado,
es que su mente va por libre ahora mismo.

—No es por eso, tranquila, puedo entenderlo.

—Ya, pero que tú no tienes por qué ver a mi marido en bolas,


yo eso lo entiendo.

Si ella supiera, se caería muerta. Ay, por favor, aquello era de


chiste.

—Corramos un tupido velo porque esto no tiene nada que ver


con las bolas de tu marido. Es que yo me he dado cuenta de
que a mí aquí en Inverness no se me ha perdido nada, que yo
me quiero volver a Móstoles.

—No puede ser, es que no puede ser—Negaba con la cabeza.

—¿Y eso por qué? ¿Es que hay huelga de pilotos? Pues ya
veré la manera, como si tengo que pilotar yo, que me hace
hasta ilusión.

—No, mujer, en huelga me pondré yo si tú te vas. No te


puedes ir, es que no sabes cómo te necesito.

—Qué perra has cogido con eso. Y yo te aseguro que


cualquiera mejor que yo para estar en esta casa ahora mismo,
es que te lo aseguro.

—No sabes lo que dices, Brenda.

—La que no lo sabes eres tú, Alisa, de veras que tienes que
buscarme sustituta.

—Yo no puedo, es que tengo demasiadas cosas entre manos.


Te pagaré el doble, no hay problema, ¿cómo lo ves?

—Chungo, porque no es un tema de dinero.


—Te lo suplico, Brenda, no te vayas. Te necesito, te lo pido
por favor, estoy soportando demasiada presión y perderte
ahora sería lo que me faltase.

—Para presión la mía, que me está resultando más difícil


marcharme de aquí que si tuviera que fugarme de Alcatraz,
leche.
Capítulo 26

Me puse una fecha tope para volver a casa; quince días.

Alisa no quería ni oír hablar del tema, aunque lógico que ella
no sabía cuáles eran los poderosos motivos que me llevaban a
querer salir de allí más que nunca y a no querer volver. De
haberlos sabido, sin duda que me hubiera echado ella misma
de una patada. Y a su marido de otra, supuse que no sería tan
idiota de pensar que la culpa la tiene la otra persona
únicamente.

No, ella era sobradamente inteligente para saber que el


principal culpable es quien tiene el compromiso y, como en el
caso de Logan, se lo pasa por el forro de los… Mejor me callo
porque hablando de él se me calentaba el piquito muy rápido y
no es plan. Y eso que su mujer me dijo en su día que pondría
la mano en el fuego por el highlander, pues menos mal…

Aquel día estábamos todos en la cocina y la situación volvió a


ser embarazosa, y nunca mejor dicho, en mi caso.
Duncan estaba haciendo de las suyas y la resabiada de su
hermana quiso llamarlo al orden, como si ella no estuviera
haciendo trastadas todo el día.

Su madre le recriminó su actitud y ella se quejó.

—Es que el año pasado me dijiste que yo era la hermana


mayor y que tenía que echarle un ojito, ¿ahora ya no vale? Fue
cuando papá se marchó a España.

Los ojos de Logan, que estaba comiéndose una tostada, se


abrieron de par en par.

—¿Yo estuve en España? —le preguntó a su mujer.

—Sí, estuviste un curso completo, aunque es una época que


prefiero no recordar. Tú no la recuerdas y yo prefiero no
recordarla.

—¿Y eso por qué? —le preguntó él.

—Porque tú te fuiste a cumplir tu sueño, si bien se trataba del


tuyo, no del mío, por eso. Y yo me quedé aquí con todo el
marrón y con un marido a miles de kilómetros.
—Entiendo—Él se mostró triste.

Yo, que estaba también en shock por el temita que acababan de


sacar, traté de ponerme en los zapatos de ambos. Lógico que
para ella no sería fácil quedarse durante un curso completo
sola con los enanos y con respecto a él… Por lo visto era el
sueño de su vida, aunque siendo un padrazo como era me
extrañaba que tomara tal decisión aun en conta del criterio de
su mujer.

Lo cierto es que, pasara lo que pasara, aquella decisión debió


ser motivo de controversia entre ambos y quizás el principio
del fin, ¿tendría eso que ver con que ya no fuera profesor?
Tampoco tenía demasiado sentido porque siempre lo fue allí,
en las Highlands, y así pudo seguir siendo. Al saber…

—¿No recuerdas tampoco nada de esa época? —le preguntó


ella.

Durante aquellos días, tan solo había tenido ciertos momentos


en los que le vino un vago recuerdo a la mente relacionado con
su niñez y creyó reconocer a su madre en una fotografía,
aunque en realidad la confundió con una hermana de esta.

Los médicos dijeron que ya era un avance… Un avance


indicativo de que podría comenzar a tener recuerdos del
pasado en cualquier momento, aunque también nos advirtieron
de que pudiera ser algo puntual y que el proceso fuera más
lento que el caballo del malo.

Los niños trataron de hacerle recordar, como con un calzador.

—Que sí, papá, que viniste en Navidades y nos trajiste un


montón de regalos. Llegaste a tiempo para terminar de poner
el árbol con nosotros. Habíamos encargado una gran bola con
la foto de los cuatro y la pusimos, tú subiste a Duncan a lo más
alto y el muy patoso tardó cero coma en tirar todo el árbol,
tuvimos que comenzar desde el principio—relataba la niña.

—Yo no soy patoso, tú me empujaste porque papá me cogió a


mí y no a ti.

—Te callas porque eso no es así. Me da igual que te cogiera a


ti, porque yo soy su princesa y tú solo el renacuajo. O mejor
todavía, el sapo, tú eres el sapo del cuento y yo soy la princesa.

—Yo no soy el sapo—le soltó él y, sin pensarlo un momento,


tomó su cruasán con mermelada y se lo lanzó a la cabeza,
dejándoselo pegado en los pelos.

A ella, viendo la estampa, la llevaron los mismos demonios, de


forma que tomó su cruasán y se lo estampó en toda la cara.
Alisa comenzó a desesperarse y se levantó en ese momento.
Lo que no esperaba la mujer fue que Logan interviniera en la
riña como si fuera un niño más, de modo que el cruasán que él
se estaba comiendo terminó pegado en toda la rojiza cabellera
de su mujer.

Primero se quedó pasmada, que todo hay que decirlo. Por lo


visto no esperaba esa actitud de su marido, que nunca la habría
tenido de no estar como estaba, según me explicó ella después.
No obstante, su reacción fue de lo más divertida, ya que cogió
el suyo y se lo estampó a él en toda la cara, dejándolo
estupefacto.

A mí me dio un ataque de risa de esos incontenibles y me


estaba riendo sin poder parar cuando un cruasán, lanzado
nuevamente por la pizpireta Bonnie, casi me llega directo al
estómago, pues me lo coló en toda la boca.

—Me las pagarás, enana—Salí corriendo detrás de ella y su


padre detrás de mí, seguidos del pequeño Duncan.

La niña, nerviosita perdida, tropezó (y luego decía que el


patoso era el otro, la jodida) y allá que fui yo a caer en lo alto
de ella. Lo peor es que, a renglón seguido, su padre me cayó
también en lo alto, muerto de la risa como un crío y Duncan
completó el pastel.
Lejos de reñirles, Alisa comprendió que había que vivir el
momento e hizo un vídeo en el que se escuchaban sus
carcajadas de fondo. A ella, que no sabía ni de la misa la
mitad, le hizo gracia. Pero a mí, que el highlander me volviera
a caer encima (y esa vez bajo la atenta mirada de su esposa)
me hizo un pillar un cabreo de mil demonios.

La situación era simple y llanamente insostenible, ¿en qué


cabeza cabía que yo pudiera permanecer en esa casa? Si es que
parecía que estábamos en familia. Y tano que lo estábamos,
como que si Alisa hubiera sabido que mi Darío era medio
hermano de sus dos demonietes se habría caído muerta.

Y, como yo siguiera allí, no era tarde para que un día se


enterase…
Capítulo 27

Los días iban pasando y mi fecha límite estaba al caer.

Había momentos en que deseaba tan poderosamente salir de


allí que soñaba con ello. Luego, en ese mismo sueño, cuando
quería darme cuenta tenía a Logan detrás, pegado a mis
talones. Era como la representación de que, me marchase
donde me marchase, él seguiría allí, detrás de mí.

Cuando soñaba ese tipo de cosas solía despertarme tan


embarrada en sudor que tenía que darme una ducha urgente y
no porque tuviera un sueño húmedo con él o con Alec.

Por cierto, que os estaréis preguntando que dónde estaba Alec


en aquellos días. Pues os explico, llamándome a todas las
horas y yo esquivándolo, es así de sencillo.

Resulta que ese era otro que quería convencerme a toda costa
de que yo me quedaste allí, lo mismo que Alisa. Y resulta
también que, igual que me sucedía con ella, yo no podía
explicarle los motivos que me obligaban a querer coger la
puerta y marcharme precipitadamente.

Durante aquellos días no paró de enviarme mensajes de


WhatsApp que yo solía contestar con simples monosílabos o
dejar en visto y ya. Ni siquiera cuando estuve en reposo le
permití que viniese a verme. Tampoco quise que me visitara,
así de terca fui. Y, para más inri, como que no le cogía las
llamadas.

Ese era el primer día en el que tuve que volver a llevar a los
críos al cole, de modo que nadie me libraba de verme la cara
con él. O sí, porque a última hora, cuando ya tenía el coche
arrancado, Alisa abrió la puerta.

—Espera, Brenda, tengo que pedirte un favor. Necesito que


lleves también a mi marido a la ciudad y que paséis por la
farmacia a recoger su medicación, que requiere su firma.

—¿Y tiene que ser ahora? —le pregunté porque me ponía la


mar de malita cada vez que me quedaba a solas con él.

—Sí, ¿es que te encuentras mal? No me digas eso, porfi, esta


mañana no sé dónde acudir. Es que te necesito.
No, si ese era el problema, que ella me necesitaba siempre y
que yo me cagaba en cuanto se meneaba porque me ponía en
unos compromisos impresionantes.

—No, no me encuentro mal, que suba.

Él lo hizo y la escena no tuvo desperdicio. Por Dios, yo


negaba con la cabeza porque apareció por la puerta como niño
con zapatos nuevos con eso de que se montaría en el coche con
nosotros.

Quién lo había visto y quién lo veía. El imponente profesor, el


highlander que nos hacía chorrear a todas, ahora como si fuera
un crío, que solo le faltaba dar saltitos. Era lo nunca visto, de
no verse no creerse.

Por el camino, fue chapurreando canciones infantiles con los


niños. Lo suyo no era cantar. A él, hablando en plata, lo que se
le daba bien era enseñar y también empotrar, pero lo de
cantar… Eso lo hacía como un grillo metido en un botijo,
igual que los dos niños.

Yo miré al cielo, que de por sí estaba para comenzar a echar


agua a cántaros y pensé que entre los cuatro provocarían el
diluvio universal.
Aprovechando un descanso por su parte, seleccioné la canción
de “La discoteca” de Taburete, que a mí me gustaba a rabiar, y
comencé a cantarla.

Los niños pillaban palabras sueltas, pero su padre, que ese


hablaba castellano perfectamente, pareció seguir bastante la
letra y es que yo no me había dado cuenta de que esa canción
la habíamos cantado muchas veces juntos en el pasado.

Lo miré y enarqué una ceja. Él me sonrió y siguió entonando


“Y se encendió la discoteca, se bebieron las macetas y ya todo
va a estallar…”

La canción, que es una de mis preferidas, tiene un ritmito tal


que invita a bailar hasta a un muerto, así que los niños se
movían de un lado a otro mientras que su padre y yo la
cantábamos. Por un momento, por un extraño momento, volví
hasta a sentir una cierta complicidad con él.

Por “complicidad” tampoco os creáis que debéis entender algo


para lanzar cohetes, sino que igual ese día no le hubiera sacado
los dos ojos, sino uno solo.

Bueno, lo importante es que me di cuenta de que fue capaz de


seguir un poco la letra, por lo que quizás en la música
encontrásemos un filón para ayudarle a recuperarse.
Llegamos al cole y Alec me estaba esperando en la puerta, con
el pescuezo por encima de todas las cabezas de los padres, que
le daría tortícolis de seguir así.

—Tienes que bajar tú a tus niños—le indiqué a Logan,


tratando de que el otro no me viese.

—¿Yo? ¿Y qué hago?

—Madre mía, bajarte y dejarlos en las escaleras, no hace falta


que hagas una tesis doctoral para ello. Y dale la mano a los
dos, que pasan coches.

Logan se bajó de un salto. Era como un niño grande. En el


fondo, por mucho coraje que yo le tuviese me daba una
enorme pena verlo así.

Acercó los niños a las escaleras y Alec se percató de la


maniobra, por lo que vino corriendo hacia mí.

—Qué bochorno, nos van a mirar todos. Y, además, que tienes


que entrar con los niños, descerebrado—le indiqué cuando lo
vi golpear el cristal de mi ventanilla, que tenía
estratégicamente cerrada.

—Me da igual lo que piense nadie—me aseguró mientras yo lo


bajaba, antes de que su actitud fuera más sospechosa todavía.
—Pero a mí no, no sé si me explico.

—¿Qué ha cambiado? Dime por favor qué ha cambiado, es


que no puedo entenderlo…

—Que yo me voy a marchar y que tú te pones muy tonto. Y


que yo he pasado por algo así con Gonzalo y no quiero. Es
mejor que me olvides…

—Y yo no puedo olvidarte porque me gustas demasiado.

—Es lo que les pasa a todos, apúntate a la cola.

—No me digas eso, no seas mala.

—La verdad cochina, te aguantas. Y otra cosa, yo me iría para


dentro no sea que tengas también que ponerte en la del paro,
que todo te puede pasar.

Se volvió porque vio una sombra detrás de él y era Logan, que


volvía hacia el coche.

—Es el padre de Duncan y de Bonnie—se lo presenté.


—Tanto gusto, ¿cómo estás? —le preguntó él, sin quitarme la
vista de encima.

—Yo creo que bien, no me acuerdo de nada y no sé ni atarme


los cordones de los zapatos, pero me gusta cantar—le soltó él
encogiéndose de hombros.

—Pues más vale que te vayas acordando de cosas porque


cantando no te vas a ganar la vida. Y los cordones ya te he
enseñado unas cuantas veces a ponértelos, hombre, qué plan—
añadí.

Miré a sus zapatos y no, los traía sueltos, como para matarse.
Que un profesor de universidad se viese así era muy doloroso,
algo valía que él no parecía sentir ni padecer en ese sentido y
que el sentido del ridículo como que no lo conocía, lo que le
ahorraba no pocos sentimientos.

—Iré a verte esta tarde—me comentó Alec.

—A mí, amenazas las justas—le advertí sonriente y, en cuanto


Logan se subió, arranqué el coche.
Capítulo 28

—Yo tengo que abrir la puerta, lo siento, Brenda. Ya le dices


tú lo que quieras, comprende que es el profe de Duncan.

—Se va a poner muy pesado, Alisa, y ese lo que quiere es que


yo me quede aquí.

—Pues entonces voy ahora mismo a abrirle.

—Traidora, ¿dónde vas?

Ay, la leche. Si yo me permitía el lujo de hablarle así era


porque la consideraba ya mucho más una amiga que una jefa.
Y luego me acordaba de la faena que le habíamos hecho y me
ponía a sudar a chorros por todos los poros de mi piel y eso
que en las Tierras Altas comenzaba a hacer ya un fresquito que
daba gloria, solo faltaba que viniera a servirnos las pizzas a
domicilio un pingüino.
—Buenas tardes, Brenda. He venido a traerte unas trufas de
esas que tanto te gustan.

—¿Y a mi no? —Bonnie apareció como de la nada, poniendo


los brazos en jarra.

Su madre también apareció como de la nada y se la llevó de


una patada en el culo, que aquellos dos eran incorregibles,
seguían liándola día sí y día también.

—Yo es que ahora me estoy cuidando, Alec, no puedo comer


trufas, no sea que engorde—le solté y él no pudo reprimir un
ataque de risa.

—Perdona, pero eso irá para arriba quieras tú o no quieras—


Me señaló la barriguita—. Oye, pero que estás guapísima, ¿eh?
Y cada vez más.

—No llegas a decir eso y te llevas otra patada en el culo como


la niña. Las puedes dejar y te vas. Vale, me las comeré, ya te
enviaré una foto de la bandeja vacía.

—Mujer, pero que he venido también a invitarte a dar un


paseo.

—Sí, hombre, ¿tú has visto el frío que hace? Se me


congelarían hasta los pelos del… Que no, que te vayas, que se
me suelta hasta la lengua—Lo empujé hacia la puerta ante la
atónita mirada de Alisa. En cuanto a Logan, que no parecía
entender muy bien la jugada, se reía al lado de Duncan.

—Pues entonces podemos ir al cine, hoy ponen una muy


romántica, es la última de…

—¿Romántica? ¿Y qué te hace pensar que a mí me gustan esas


patrañas? El romanticismo no es más que un invento para
hacernos sufrir a las mujeres, seguro que el puñetero que lo
inventó era misógino perdido…

—Que no, que te digo yo que no, que tú tienes tu ladito


romántico.

—Y yo te digo que eres más pesado que vender a King Kong


al peso, que ya te puedes ir a hacer puñetas—Nuevo empujón
que le di.

—Que yo no me quiero ir—se quejó.

—Y a mí qué me cuentas, como me provoques una lumbalgia


por tener que empujarte es cuando vas a querer irte, porque te
voy a arañar como si fuera un gato, eso te lo prometo.

—Me da igual que me arañes, yo lo único que quiero es que


salgamos un rato, ¿dónde te llevo?
—Al aeropuerto a pillar el billete de vuelta, ahí es donde
quiero ir.

—Eso no es verdad, tú no tienes ganas de irte de aquí…

—Tú estás muy equivocado, guapetón. Cuando yo vea


Móstoles me voy a tirar al suelo y no para rezar mirando a La
Meca, es que yo no veo la hora de verme allí y dejar a tanto
highlander gilipollas aquí—le espeté y lo dejé flipando.

Instintivamente, lo dije mirando a Logan, aunque Alec


también lo recogió. Es que me salía decir tales barbaridades
del padre de mi hijo que hubiera comenzado a relatar y no
habría parado hasta dos días después. Y encima lo veía tan
indefenso en esos momentos que mis sentimientos eran
contradictorios.

Alec se fue con la música a otra parte, por decirlo de alguna


manera. De allí no me movía esa tarde ni aunque hubiese
fuego, es que yo no tenía ganas de ir a ninguna parte con él. Ni
con él ni con nadie que pudiera generarme un compromiso. Y
no sería porque no tuviera ganas de pasar un buen rato, puesto
que yo seguía echando fuego por mis partes íntimas. Era solo
que había declarado al Satisfyer el amor de mi vida, que la
mejor de sus virtudes era la de ser mudo.
Capítulo 29

He de reconocer que yo tenía muchas ganas de ir de excursión


al lago Ness. Aunque también he de reconocer que hacerlo con
Logan y con Alisa ya me resultaba menos atractivo.

Por otra parte, los niños iban relatando por el camino historias
de Nessie, el famoso monstruo del lago.

—Pues yo te digo que va a salir y te va a comer la nariz—


Bonnie hacía rabiar a su hermano. Estaba muy graciosita ella,
le había dado por ahí.

—Que sí va a salir, pero te va a comer a ti las trenzas—


contraatacó el enano, que ya debía estar hasta los mismísimos
cataplines. Lo estaba yo y la cosa no iba conmigo.

—Tranquilo los dos porque ese no tiene narices de salir hoy,


mientras vosotros estéis por allí seguro que no—sentencié.
Alisa se echó a reír y los dos refunfuñaron. Logan se volvió y
me miró como diciéndome que yo los entendía. Y tanto que
los entendía. Y lo peor era que también lo entendía a él porque
cuando me ponía esa sonrisilla picarona me recordaba tanto a
aquella otra que un día me resultó irresistible…

Alisa y yo nos habíamos entretenido en preparar el picnic.


Aunque ella se negaba a terminar de creerlo, en el fondo sabía
que mi marcha estaba cercana y para mí que fuimos allí con la
intención de que me quedara un bonito recuerdo de un día
especial.

Si algo me estaba esa mujer era agradecida y yo… Yo me


sentía en deuda con ella, me sentía tan mal que, aunque por un
lado me diese pena, por otro estaba deseando perderla de vista.

El entorno del lago era realmente sublime, impresionante,


sobrecogedor… Hice varias fotos que le envié a Mónica y ella
me decía que era una capulla con suerte, que disfrutara de todo
aquello mientras pudiese.

Tanto mi hermana como mi madre estaban muy ilusionadas


con mi vuelta, sobre todo mi madre, que cada día entendía
menos que su hija estuviera en el quinto pinto mientras a su
nieto le faltaba un suspiro por nacer.

Ni la una ni la otra estaban al tanto de la aparición de Logan en


mi vida, ya se lo diría cuando estuviera en casa. De haberlo
sabido, ambas se habrían alarmado muchísimo e incluso cabía
la posibilidad de que mi madre se hubiese plantado en
Inverness y le hubiera quitado a Logan los pelos del pecho uno
a uno y a tirones, que para eso los highlanders no eran
demasiado dados a la depilación láser ni a cosas de esas.

En definitiva, que tenía que disfrutar de la que podía ser mi


última salida en aquellas tierras y así trataría de hacerlo. Miré
a mi alrededor y traté de atesorar en mi mente aquella
grandiosa combinación cromática que la naturaleza nos ofrecía
en ese emblemático lugar; unos prados dotados de un verde
intenso y unas aguas celestes y brillantes que llamaban a
adentrarse en ellas, metafóricamente hablando, que allí metías
el dedo gordo de un pie en esas fechas y se te caía a pedazos
congelado.

Los niños querían a toda costa subirse en una barca y no era la


idea ni mucho menos. Yo como que no me veía llevándola,
Alisa tampoco y como tuviéramos que confiar en el buen hacer
de Logan en esos momentos acabaríamos como las famosas
llaves de la canción, en el fondo del mar, que en ese caso sería
en el fondo del lago.

No obstante, los puñeteros tenían suerte para todo.

—Es Peter, mamá, es Peter—le comentó Bonnie mirando a un


señor que llevaba una barquita y que parecía estar pasando una
mañana de lo más apacible. Ya se le iba a acabar, como a la
niña se le pusiera en la punta del moño, ya se le iba a acabar.
—Es verdad, hija, es Peter, nuestro vecino. Déjalo, que el
hombre va a lo suyo.

—Pues yo quiero que vaya a lo mío y que me suba, mami.

—Eres una caprichosa y va a ser que no. Y deja ya de hacerle


señales, que pareces el prota de “Náufrago”, hija.

—Mamá, yo quiero que subamos todos y cantar la canción de


“La discoteca” —añadió la pequeña bocachancla aquella que
igual hasta lograba que me tuviese que tomar un bote de
Almax para las ardentías.

—¿Y qué canción es esa, hija? —se interesó ella, que estaba
en la inopia.

—Es una que le gusta mucho a papá y a Brenda, la cantan


juntos.

Me dio hasta una punzada en el interior del culo, ¿no os ha


dado nunca una? Pues suerte tenéis porque esa es una cosa
malísima, si os ha dado ya sabéis de qué se trata. Una está
tranquilamente y de pronto nota una punzada tal en lo más
profundo del ojete moreno, como diría uno de mis escritores
favoritos, mi querido Hugo Sanz con todo su arte gaditano…
Pues bien, que nota una punzada tal que no sabe dónde
agarrarse.

Yo, en particular, me cogí a la puñetera de la niña y le di un


pellizco en el brazo, aun sin querer, que saltó como un gato
montés.

—Ay, que me duele, suéltame.

—Y a ver si te crees que a mí la punzada esta me está


haciendo cosquillas, te aguantas, mica, qué dolor.

Su madre no entendió muy bien la situación, pero tampoco se


metió en más honduras. De hecho, si la vi un poco rayada no
fue por el salto que dio su hija, sino por el comentario que
hizo.

Lo que me faltaba era que se encelara de mí. Si yo no pensaba


hacer nada con su marido. Bueno, quizás algo así, meterle la
cabeza debajo del agua y no sacársela hasta que hubiera
encontrado al Nessie de marras. Pero por lo demás, bien
tranquila que se podía quedar, que yo le tenía tal coraje que no
lo tocaría ni con un palo de dos metros. Claro que, si nos
poníamos así, bastante me había dejado tocar ya.

Hasta meditación tuve que empezar a hacer para sobrellevar la


situación, solo que cuando llevaba cinco minutos ya solía
pensar que había meditado lo suficiente y me dedicaba a
acordarme de la madre que había echado por el higo a Logan,
por mucho que la mujer también fuese la abuela de mi hijo.

No, eso no era verdad, mi hijo no tenía padre y por tanto esa
señora no era su abuela. Padre no es un tío que echa un polvo
con engaños, eso no va así. Él sería muy padrazo con Bonnie y
con Duncan, vale, si bien respecto al mío no sabría nunca de
esa paternidad.

El tal Peter cayó en la trampa de la zalamera de la niña y paró


la barquita a nuestra altura. Yo sí que sentía ganas de dar una
vuelta por allí, las cosas como son, pero si tenía que ser con la
familia unida, prefería que no.

—No os puedo llevar a todos, pero a varios sí.

—Yo voy—Bonnie se subió de un salto, cualquiera le quitaba


el sitio.

—Y yo—Duncan era su sombra.

Miré a los otros dos y les cogí la vez.

—Pues yo voy con los niños, que no me da la gana de


quedarme en tierra para una vez que vengo a este sitio.
Alisa asintió como señal de que no me arrepentiría y entonces
fue cuando Logan se puso de pie y también se metió en la
barca de un salto.

—Ay, madre, que zozobramos y esto va a ser peor que lo del


Titanic, quitaos, que yo me bajo—les pedí poniéndome de pie.

—No, mujer, no pasará nada. Ya, si se sube Alisa también,


iremos demasiado justos de peso, pero de momento vamos
bien—me advirtió Peter.

—No, no, id vosotros. Yo me quedo aquí leyendo.

De hecho, la mujer se quedó tan tranquila pensando que


perdería a los monstruitos de vista un rato. E incluso al
marido, que a ese tenía que estar echándole un ojo todo el día.

Yo también se lo echaba, porque no podía dejar de observarlo.


Se me hacía tan raro todo, tan raro… Necesitaba marcharme
de allí si no quería que mi poca cordura mental se fuera al
garete.

En mi caso, había llegado hasta las Highlands huyendo de todo


lo que me pasó con Logan y también de la pesadez de
Gonzalo. Y todo parecía haberme caído en lo alto de golpe,
¿una señal del destino? Pues igual sí, pero por Dios que yo
había aprendido y me volvía para mi casa.

El paseo en barquita, eso hay que reconocerlo, no podía ser


más agradable. Peter y Logan remaban mientras los niños
creían ver a Nessie por todos lados, incluso trataban de
asustarme con el monstruo, cuando no sabían ellos que a ese
me lo comía yo con patatas como me saliera un ataque de
genio de los míos.

Lo que no podía negarse es que el misterio del jodido


monstruo seguía siendo legendario incluso para las gentes del
lugar. El mismo Peter, que parecía un hombre serio, afirmaba
haberlo visto una vez y yo comencé a mirar a un lado y a otro
de la barquita por si tenía que liarme a puñetazo limpio, que
así desfogaría un poco.

Los niños permanecían atentos a la explicación de su supuesto


avistamiento.

—Era majestuoso y me miró. Yo sentí que todo se movía a mi


alrededor y que, si le daba por comerme, me engulliría de un
solo bocado.

A Duncan los ojos se le habían desencajado y para mí que


estaba a punto del desmayo y no solo porque se estuviera
cagando de miedo, que también, sino porque su hermana lo
estaba asfixiando de tanto apretarlo contra sí, porque ella
quería disimularlo, pero estaba igual.

A quien noté especialmente ausente fue a su padre, que en un


momento dado comenzó a canturrear algo que solo yo pude
entender, como es lógico.

—“… Y abrazos les llegó el amanecer, les sorprendió la luna


entre la barca…”

—“…tiritando, dejando entre sus manos mil maneras de


querer, casi desnudos y haciendo el amor por tangos” —añadí
instintivamente.

Si no llego a hacer por incorporarme, me caigo al agua en ese


momento porque la canción de India Martínez fue justo la que
estuvimos cantando juntos un día que nos subimos en las
barquitas del parque de El Retiro en Madrid.

No había duda de que su cabeza asimiló aquel paseo en barca a


este otro y le regaló un recuerdo. Y a mí, aunque no le deseaba
ningún mal pese a todo, me regaló unas ardentías de muerte.

Por unos segundos, sentí un miedo atroz de que al mirarme me


reconociera, de que esa canción hubiera despertado su mente y
pudiera murmurar mi nombre con todo el contenido que tenía.
Me clavé las uñas en las manos esperando su reacción, si bien
la del cielo fue más rápida, pues comenzó a llover.

Logan me miró y abrió la boca mientras el temblor me recorría


de arriba abajo.

—Tendremos que volver, los niños se mojarán y Alisa se


enfadará.

Solté el aire de mis pulmones lentamente hacia el exterior


porque fue todo lo que tuvo que decir al respecto. Eso sí,
también noté un cambio en ese comentario que demostraba un
ápice de madurez por su parte que hasta el momento no había
aparecido.

—Sí, tenemos que volver. Peter, volvamos ya, por favor.

—¡A sus órdenes, señorita! —Me hizo el saludo militar aquel


vecino rechoncho y mayor, de lo más simpático, que tuvo a
bien darnos el paseo.

Cuando me bajé, las piernas me flaqueaban. No debía tardar


demasiado en marcharme, cada vez me veía más acorralada y
el agobio comenzó a hacer mella en mí.
Capítulo 30

Convencer a Alisa no sería moco de pavo, pero me propuse


pillar vuelo para un par de días después y así lo hice.

—Alisa, tengo que hablar contigo—le comenté y ella ya supo


que no habría nada que hacer.

—Será imposible que trate de convencerte, ¿verdad? Te vas,


veo que te vas y que no podré hacer nada al respecto. Sé que
llevas semanas queriéndote ir y que no lo has hecho por mí.

Es que ya son siete meses de embarazo y he decidido que el


niño nazca en mi casa. Vaya, tú me has entendido, no en mi
casa, que no soy yo una influencer ni nada parecido, sino en el
hospital, pero en mi tierra.

—De veras que daría lo que fuera porque te quedases, aunque


en el fondo te entiendo. Una necesita a los suyos en momentos
así y nosotros no somos tu familia, por mucho que nos gustaría
serlo.

Le di un abrazo en ese momento y una lagrimilla recorrió mi


rostro. Si ella supiera…

—Gracias por entenderlo, para mí es muy importante. Aunque


tú me veas así, más bruta que un arado, también tengo mi
corazoncito.

—Lo sé. Los niños te echarán mucho de menos, ¿cuándo te


vas?

—En un par de días. Todavía me da tiempo a despedirme de


ellos, aunque no sé si hacerlo, no sea que traten de retenerme a
la fuerza y caben una fosa o algo como en las pelis de miedo.
Tus niños es que imponen un poquito—Sonreí.

—Te van a echar de menos y no sabes cuánto.

—Yo también los voy a echar de menos y a ti, he estado muy


bien con vosotros.

Me quedé como un cochino en un charco después de mantener


esa conversación con ella. Por fin había entrado en razón y por
fin no me lo pondría más difícil para irme a mi casa, que
bastante complicado me resultaba a mí todo ya de por sí.
Esa misma tarde preparé el equipaje y también hablé con los
niños.

—Os tenéis que portar muy bien con mamá si no queréis que
se quede calva—les expliqué.

—¿Por el estrés? —me preguntó la sabihonda aquella.

—No, porque igual se tira de los pelos uno a uno, que tu


madre tiene el cielo ganado con vosotros. Papá ahora también
está malito y…

—Papá no está malito, ahora es mucho más divertido que


antes—conjeturó ella.

—No, Bonnie, que ahora os ría todas las gracias porque


parezca un crío es porque está malito. A ti tu papá te gustaba
ya mucho, aunque te echara la bronca cuando te la merecías,
igual que al enano.

—Pues yo te digo que ahora lo prefiero.

—Normal, niña, ya me estás buscando la lengua. Si es que eres


muy lista tú.
—Y tú también eres muy lista, que te vas por no soportarnos
—añadió ella.

—No me voy por eso. Que sepas que, aunque me quedaré


como perro al que le quitan pulgas, también os echaré de
menos.

—Y nosotros a ti—Duncan no pudo reprimir las lágrimas y


me dio un abrazo.

—¿Qué te dije, niño? Que, a los traidores ni agua, que ella es


una traidora porque se va.

Mientras lo decía le vi también la lagrimilla a Bonnie, solo que


ella salió corriendo. Cuando me conocieron les habría
encantado ganarme la partida y que yo saliera por patas de esa
casa como las anteriores chicas, si bien esa noche me
demostraron una vez más que me habían cogido el mismo
cariño que yo a ellos. No podía mirar hacia atrás, no si quería
que todo saliera adelante, así que me sequé las lágrimas que
también recorrieron mi rostro y me eché a dormir.

Fue a medianoche cuando comprendí que algo sucedía y no


bueno. Por Dios bendito, sí que estábamos gafados, en esa
casa no ganábamos para sustos.
Alisa hablaba por teléfono en tono alto y precipitado. Desde
mi dormitorio yo no podía entender lo que decía, aunque
enseguida comprendí que la situación era crítica.

Después colgó el teléfono y le estuvo explicando algo a


Logan… Algo que no tardó en venir a contarme a mí también.

—Te lo pido por lo que más quieras, tienes que ayudarme,


Brenda. Mi padre ha sufrido un ictus, parece que es grave, no
tiene a nadie allí y he de marcharme. Sabes mejor que nadie
que no puedo dejar a los niños al cuidado de Logan, porque él
es el primero que necesita que lo supervisen. Quédate hasta mi
vuelta, te lo ruego.

¿Qué le iba a decir a la mujer en tal situación? Yo me ponía en


su pellejo y habría pillado por el pescuezo a quien no hubiese
querido ayudarme. No me quedó más remedio que anular el
billete de avión y resignarme.

De nuevo una noche larga, de esas en la que Morfeo no accede


a cogerte en sus brazos ni a la de tres. Y de nuevo volvieron
las pesadillas, mezclándose sueño con realidad y deseando
volar de unas tierras que eran mágicas, pero que también
parecían atraparme sin remedio.

Así me sentía; atrapada. Aunque ella no lo supiese, yo creía


estar en deuda con Alisa y no podía dejarla en la estacada en el
peor momento de su vida. A esa mujer le estaba cayendo todo
en lo alto. Y el graciosillo del karma parecía estar decidido a
que, junto con ella, también me cayera todo a mí.

No podía sentirme más agobiada, era imposible ya. Por más


que trataba de planchar la oreja no había forma. No quería ni
imaginarme lo complicados que serían los siguientes días sin
Alisa en la casa.

No en vano, en todos los momentos en los que los niños


estuvieran en el cole, yo me encontraría a solas con Logan y
no podía imaginarme un suplicio peor.

¿Qué le había hecho al karma para que me pusiera en esa


tesitura? Pues no lo sabía, lo que estaba claro era que el muy
jodido de él me tenía entre ceja y ceja.
Capítulo 31

Alisa nos telefoneó desde Glasgow. Cuando esa mujer se viera


por fin viajando por placer experimentaría un orgasmo, porque
sus últimos viajes estaban relacionados con desgracias y
gordas.

—No sé si mi padre saldrá de esta, los médicos no se pillan los


dedos, Brenda.

—Ya verás que sí, Alisa, te lo dije con Logan y te lo repito


ahora, todo va a salir bien.

—Pero mi marido era un hombre joven y mi padre ya ha


cumplido los noventa. Me tuvo muy mayor, no sé si te lo
conté.

—Mi bisabuela tiene cien y está loca porque lleguen las


Navidades para vestirse otra vez de Mamá Noel, la muy
cachonda. Se lo pasa pipa, no veas si tiene todavía guerra que
dar. A tu padre le ocurrirá igual.

—Ojalá, las perspectivas no son muy halagüeñas.

—Tú confía y reza, que yo también rezaré por él.

Y tanto que lo haría, no solo porque le deseaba lo mejor a


Alisa, sino porque cuanto antes se pusiera ese hombre bien
antes volvería ella a casa. Y antes me volvería yo a la mía.

Lo que me dejó un poco más escamada fue el hecho de que


tuviera más años que Matusalén. Ojalá que no tuviera un pie
en la tumba o las cosas se me pondrían más feas que Picio.

Aquel primer día en el que me quedé sola toda la mañana con


Logan fue muy impactante.

Él leía las noticias, el psicólogo le había recomendado que


estuviera al tanto de todo lo que sucedía en el mundo para
ejercitar su mente. Yo lo miraba y él me miró.

—¿Todo bien? —me preguntó.

—Sí, es solo que tienes una miga de pan ahí al lado de la boca.
—¿Dónde? —me preguntó. Lo único que me faltaba es que se
quedase también sordo.

—Al lado de la boca, ahí a la derecha.

Trató de quitársela y no daba pie con bola.

—No, hombre, a tu otra derecha, ¿tampoco sabes dónde está tu


derecha? —me quejé porque estaba desesperada,
señalándosela.

—Si esa es la izquierda—renegó él.

—Que no, que tú no das pie con bola, que eres peor que tus
niños. A quién van a salir tan patosos.

Se echó a reír y me hizo una señal con las manos. Me tuve que
echar a reír también porque tenía razón, por una vez la tenía y
era yo quien la estaba cagando. Si es que ya tampoco daba pie
con bola yo.

—Vale, vale, tienes razón, pero no se te ocurra decirme nada


que no respondo, ¿eh? Para una vez que me equivoco.

—¿Una vez? ¿Tú no serás un poco engreída? —Rio


nuevamente.
—¿Engreída yo? ¿Te quieres ir a coger peras? —Me puse a la
defensiva.

—No, porque no hay peras por aquí, ¿o es que no te has dado


cuenta?

—¿No? Pues es raro, porque tú estás más verde que una, no


veas si hay que tener paciencia contigo. Hombre, que sigues
teniendo ahí la miguita esa, que me da mucha manía.

—Que no la tengo, que te digo que ya no la tengo.

—Claro, porque tú lo digas. Y un mojón no la tienes, que


sigue ahí.

Se pasó la mano y como que no atinaba, a mí me estaba dando


una manía tremenda y de repente aquella situación me recordó
increíblemente a otra que vivimos juntos en su piso, en
Móstoles. Cielos, no me acordaba, aquel día pasó lo mismo y
cuando quise darme cuenta…

—Ya te la he quitado, me he salido con la mía, ¿ves como sí


tenías una cosita al lado de la boca? —le pregunté en aquel
entonces, muchos meses atrás.
—No, quien se ha salido con la mía he sido yo, que te has
sentado sobre mis rodillas y ahora puedo hacer esto—Tomó mi
mentón y me besó, me la dio con queso.

Lo miré a los ojos y sentí un tremendo escalofrío, se parecía


demasiado, no quería pensar en que me la estuviera volviendo
a jugar, en que su idea fuera que me acercara para besarme.

Me di la vuelta y continué fregando mi taza y mi plato, que era


lo que estaba haciendo, debía tratarse de una mera
coincidencia. Una de tantas…

—¿Ya me la he quitado? —me preguntó y me volví. La


dichosa miguita seguía ahí, en la comisura de sus labios, y yo
me estaba poniendo de los nervios, un poco ya por todo.

—Que no, que no atinas ni a la de tres. Voy a ir a hacer mi


cama, Susan no vendrá en estos días, ya sabes que se ha
tomado un par de semanas de vacaciones y tampoco nos hace
falta. Los críos estarán en el cole y a mí lo que me sobra es
tiempo, no tengo nada que hacer aquí cuando ellos no están.

Comencé a sentirme mal, notaba que las fuerzas me fallaban,


como el día que él llegó y la tensión se me desplomó. Eran
demasiadas las emociones, demasiado lo que mi lengua se
guardaba para sí, demasiado el no poder volverme y espetarle
en toda la cara que sentía que me había arruinado la vida, que
no levanté cabeza desde que descubrí su maldita mentira,
desde que supe que no signifiqué nada para él más que la
amante de turno de un tipo casado por quien su propia mujer
ponía la mano en el fuego.

Joder, qué equivocada estaba ella y qué equivocada estaba yo


también si pensaba que podría salir de esa cocina sin quitarle
esa dichosa miguita de pan.

Quizás debí irme, porque tras aquel gesto se escondía la


imperiosa necesidad de descubrir si nuevamente trataba de
mofarse de mí y el porqué.

Me acerqué y se la quité con las manos, las mismas manos por


las que me tomó y, mirándome fijamente a los ojos, me
formuló la pregunta del millón.

—¿Es mío? Dime si es mío, Brenda, dime si tu hijo es también


me hijo.

A punto del desmayo, solo acerté a preguntarle.

—¿Desde cuándo sabes quién soy? Dímelo, por favor.

—Desde que cantamos juntos en esa barca—me confesó.


Ese highlander es una tentación
Capítulo 1

Sus ojos, sus penetrantes ojos fue lo primero que vi cuando me


desperté. Logan me echaba viento con un improvisado abanico
que hizo con un periódico.

—¿Qué me ha pasado? Jo, acabo de tener una pesadilla—le


comenté.

—Me temo que no ha sido una pesadilla, Brenda, aunque


ahora solo debes descansar, siento si te he presionado
demasiado.

Sentí como si tuviera una jodida guillotina en lo alto de la


cabeza y también como si hiciera lo que hiciera me fuera a
caer sobre ella. Sentí igualmente que no había nada ni nadie
que pudiera hacer nada por evitarlo. Por primera vez en mi
vida, me sentí totalmente perdida.
Por muchos meses que hubieran pasado, yo no estaba
preparada para mantener esa conversación con él, no tenía
pensada ninguna respuesta. Y lo único que hice fue cerrar los
ojos y permanecer inerte, como si así todo se fuera a
solucionar, como si la amnesia volviera a apoderarse de él y yo
nuevamente cayera en el anonimato para su persona.

Enseguida comprendí que no se puede huir por siempre, que


una no puede esconder la cabeza debajo del ala como el
avestruz porque eso provoca un efecto bumerán que te golpea
más fuerte cuando viene de vuelta.

Abrí los ojos del todo y lo miré. Sobre la marcha inventé algo.

—No es tu hijo, no, puedes estar bien tranquilo.

—No te lo crees ni tú, no voy a discutirlo ahora porque me


preocupa tu estado, pero no te lo crees ni tú—repitió.

El que se pusiera así de chulito me hizo venirme arriba.

—¿Perdona? Me he llevado un susto, vale, pero ya pasó y me


encuentro mejor, ¿qué te hace pensar que este hijo es tuyo?

—¿El que de entre todas las casas del mundo eligieras la mía
para trabajar? ¿Puede ser eso?
—Si te piensas que sabía que era tu casa cuando llegué aquí
estás muy equivocado. Sé que puede sonar a cuento chino y el
caso es que no, ha sido una mera casualidad.

—Entiendo que me hayas visto muy tarado estas semanas y,


aun así, te rogaría que no insultaras mi inteligencia, Brenda,
¿cómo es posible que me digas que has caído en mi casa por
casualidad?

—Y dale, no eres pesadito. Sé que puede parecer muy raro y


que de hecho lo es, pero no tenía ni idea, ¿por qué te crees que
casi me caigo muerta el día que llegaste? Porque no me debió
quedar una gota de sangre líquida en las venas, se me debió
espesar toda de golpe. Yo vine a las Highlands porque es cierto
que siempre me gustaron y porque me hablaste maravillas de
ellas. Y aunque a ti no quería verte ni en pintura, pues chico,
que me dio mucha curiosidad y ya….

—Imaginemos que eso es verdad…

—Que lo es, lo creas o no, lo es. A mí no me pongas por


mentirosa que todavía te saco los ojos, no sabes las ganas que
te tengo—le advertí.

—Estate quieta, por favor—Me sujetó las manos porque yo


estaba muy nerviosa.
—A mí no me pongas las zarpas encima porque solo me das
asco, ya te lo dije la última vez.

—Y lo entiendo, no te dije que estaba casado, lo que no quita


para que el corazón me diese un vuelco cuando te reconocí y
cuando caí en la cuenta de que estabas embarazada de mí.

—¿De ti? No me hagas reír—disimulé.

—Y tú no me hagas ese daño, por favor, sé que ese niño es


mío.

—Y un mojón despeinado. Ese niño no es tuyo, ¿qué te hace


pensar que tenías la exclusiva sobre mí? Yo me acostaba con
otros a la par que lo hacía contigo—me inventé.

—Eso no es cierto, no lo es, no quiero escuchar tus palabras,


solo pretendes hacerme daño.

—No pretendo hacerte daño, no eres tan importante para mí,


solo fuiste uno más, Logan, uno más de los que pasó por mi
cama—No quería darle el gusto de que supiera que estaba
herida de amor por él, es que me repateaba pensarlo.
—Y si eso fue así, si tú estabas con otros, ¿por qué te
enfadaste tanto cuando supiste que yo estaba casado? No me
cuadra, no soy tan necio, no lo soy…

—Porque tú lo digas no lo eres. Me puse así porque yo podía


hacer lo que me saliera del higo, ya que no tenía compromiso
con nadie. Sin embargo, tú eras un casado poniéndole los
cuernos a su mujer y no hay cosa que me dé más asco en el
mundo. Por eso te vestí de limpio, porque a todos los que
hacéis eso habría que colgaros por el pescuezo, ¿te ha quedado
claro?

Sonó hasta medio convincente, a cualquier desconocido podría


haberle sonado así, pero no a Logan, quien para mi desgracia
me conocía demasiado bien.

—No es eso, yo vi el dolor en tus ojos cuando te lo confesé, a


mí no puedes engañarme.

—De eso nada, tú viste el asco y la indignación, no te


confundas. Pasé de tu culo porque no quise saber nada de ti
después de eso.

—¿Ni siquiera cuando supiste que seríamos padres?

—Y dale, que tú no eres el padre de mi hijo. Ya te digo que


por mi cama desfilaba quien me apetecía, que para eso yo no
tenía un anillo en el dedo como tú, ¿te acuerdas de Israel? —
Se me ocurrió hablarle de un guaperas de clase que estaba por
mí y que le generaba ciertos celos.

—Sí, el chulillo de Israel.

—Pues estuve meses liada con él y chico, es que se nos


descontrolaba la cosa. Yo sé que hay que tomar medidas, pero
con él nunca, cuando me quise dar cuenta ya me había dejado
embarazada, qué se le va a hacer.

—Eso no es verdad, lo estás diciendo para hacerme daño.

—No, claro, porque tú lo digas no es verdad, llámalo si


quieres, podrá darte los detalles, ¿quieres escucharlos? Igual te
resultan un poco escabrosos, pero si es tu gusto… Hay gustos
que merecen palos, yo no digo nada.

Ojalá que no lo llamase porque ese chaval se quedaría a


cuadros. Varias veces intentó que le hiciese caso y varias veces
lo dejé con toda la cara partida. Yo solo tenía ojos para Logan,
a mí el profesor me chiflaba, me tenía hipnotizada, cautivada,
chalada, para qué negarlo.

—Pienso que te lo estás inventando porque si has caído aquí


por casualidad te sentirás igual de mal que me siento yo. Veo
que a Alisa le has cogido cariño, y a los niños también.
—No se te ocurra compararme contigo porque no hay
comparación posible. Tú le pusiste los cuernos a tu mujer
cuando yo no sabía ni que existía. Hay una considerable
diferencia entre ambos, a mí no me taladres.

—No lo haría, asumo que toda la culpa es mía.

—Lo sé, te fuiste a España para echar una canita al aire,


aunque considerando tu trayectoria, al saber cuántas habrás
echado aquí, no tenías que irte tan lejos.

—Te equivocas, yo no me fui por eso.

—Y una mierda no te fuiste por eso. Yo vi lo bien que te lo


pasaste, no me digas que sentiste mucha pena ni nada parecido
porque no cuela.

—Me fui porque mi matrimonio hacía aguas y trataba de


salvarlo—me espetó y casi me quedo rígida entera de la
impresión, como un Playmobil.

—¿Se puede ser más cínico? Te vas para salvar tu matrimonio


y se la metes cien veces hasta el nudo a una alumna. Hay que
tener cara…
—Para mí no solo fue sexo, yo te quería, Brenda.

No pude evitarlo, entre el festival de mis hormonas y lo mucho


que me estaba pudriendo la sangre en las venas, le di tal
guantazo que le dejé todos los dedos marcados en la cara.

—No voy a decir que lo siento, sino que te jodas. Jódete y no


vuelvas a decir nunca nada así, hace falta ser sinvergüenza.

—Es la verdad, pégame otra vez si quieres, no pienso retirarlo.

—Yo sí que hice muy bien en retirarte hasta el saludo porque


eres un cerdo. Jugaste con tu mujer y conmigo al mismo
tiempo. Y todavía te supo a poco, pretendes seguir haciéndolo
ahora.

—No es eso, te prometo que no lo es. Tú no lo entiendes, las


cosas ya estaban muy mal entre Alisa y yo. Y cuando te conocí
me enamoré de ti irremediablemente. Sé que lo hice fatal por
no decirte que estaba casado, lo sé.

—¿Fatal? Lo hiciste como el mismísimo culo y seguro que


tienes mucho que pagar al respecto. No mereces a Alisa, ella
pone la mano en el fuego por ti, hemos hablado durante horas,
no sabes lo mal que se sintió cuando te piñaste con el coche.
—Sé que es buena mujer, solo que tiene sus fallos como
cualquiera.

—No, si te parece va a ser perfecta, tan perfecta como lo eres


tú, no te jode…

—El defecto de Alisa es que le pudo la ambición, por eso


comenzamos a distanciarnos—murmuró.

—¿Vas a seguir echando mierda encima de tu mujer? Sabía


que eras infiel, pero no te tenía por tan cobarde. Estás
comenzando a darme mucho asco, más todavía, me refiero.

—Escúchame, por favor, ¿puedes decirme si te ha confesado


en este tiempo que se sentía culpable?

—Pues sí, porque encima es tonta de remate, no te la mereces,


ya te lo he dicho.

—No es por eso. Alisa estaba loca porque me hiciera cargo de


los negocios de mi familia y yo no lo deseaba. Siempre he
querido ser profesor y ella me lo echaba en cara. Lo principal,
a su entender, era que nos hiciéramos con un gran patrimonio,
no sé para qué porque fue plantearlo y distanciarnos.

—Pero si tú te viniste a España a dar clases, no a vender


whisky…
—Me fui porque no parábamos de discutir y porque pensé que
nos vendría bien separarnos físicamente un año para que ella
entendiera que la enseñanza es mi vida. Me costó mucho por
los niños y, pese a todo, pensé que sería lo mejor.

—No me creo ni una palabra.

—Pues es la verdad, solo que no contaba con llegar y


enamorarme. Yo me sentía muy solo y confundido cuando tú
apareciste en mi vida. Todo lo veía gris lejos de Alisa y de mis
hijos. No voy a decir que lo hiciera bien, asumo mi culpa, me
dejé llevar por tu color, por tu alegría, por todo eso tan bonito
que te rodea y que te hace única. Cuando me quise dar cuenta
ya era esclavo de tu sonrisa y luego…

—Luego te dejé y te dieron morcillas por guarro y por


mentiroso.

—Como quieras llamarlo. Cuando el curso acabó y volví a


casa me sentí más perdido que nunca sin ti. Además, también
me veía como un traidor y apenas podía mirar a Alisa a la cara.
No le dije nada, aunque pensé que la mejor forma de
compensarla sería la de acceder a sus deseos. Dejé la
enseñanza y me hice cargo de los negocios familiares. Si te
soy sincero, no soy feliz, lo único que he logrado es que
discutamos menos, sobre todo porque ahora sí que tengo que
viajar siempre y porque ella está conforme con lo que hago.
Cuando nos vemos, no hay pasión, solo paz. Y llegó un
momento en el que me conformé con eso.

—Eso es una mierda, yo te conozco, no puedes conformarte


con eso.

—Tengo dos hijos y una responsabilidad, Brenda.

—Poco lo pensabas cuando te acostaste conmigo.

—Me enamoré, estaba solo en Madrid y enamorado


perdidamente de ti. Soy humano y caí, no me convierte en el
peor tipo del mundo, pese a que no sea el mejor.

—El mejor no lo eres, no, ya te lo digo yo.

—Y el padre de tu hijo, ¿soy el padre de tu hijo?

—Eso tampoco, quítatelo de la cabeza. Por suerte para ti, ya


tienes un problema menos.
Capítulo 2

No podía esperar más, es que no podía. Sentía que me ahogaba


en esa casa, había tocado fondo. Después de mantener esa
conversación con Logan, le estuve huyendo el resto del día. Y
en ese instante amanecía uno nuevo, uno en el que tenía que
comunicarle a Alisa que me iba.

—No, por favor, no me digas eso. Ayer recibí la mejor de las


noticias, la de que Logan se había recuperado y por fin sentí
algo de felicidad.

Me entraron unas ganas tremendas de decirle “chochete, sí,


pero no sabes la que se ha liado con eso. Si lo supieras, igual
ya no estabas tan contenta”.

Obvio que no le dije nada, sino que seguí argumentándole que


deseaba volver a mi casa por encima de todas las cosas.
Encima, para que no faltara de nada, mi madre estaba como
una fiera con que hubiese pospuesto mi vuelta. Y eso que no
sabía ella quién era el dueño de la casa que, si no, se planta allí
mismo y lo araña para arriba para que se le infectase.

—Yo lo sé, que tú te habrás puesto como unas castañuelas, si


lo quieres mucho, aunque tengáis vuestros más y vuestros
menos.

—Logan es un buen hombre, yo también he cometido mis


errores—me comentó nuevamente y yo ni mu de que sabía que
lo forzó a cambiar de trabajo y demás, que lo último que
deseaba que pensara era que yo me había hecho amiguita de su
marido.

—Bueno, mujer, no seas tan dura contigo misma, que seguro


que él también habrá metido la pata más de una vez, no creo
yo que sea un santo.

—En tonterías, Logan es el hombre que toda mujer quisiera


tener, solo que lo nuestro se ha desgastado con el tiempo.

—Pues a sacarle brillo como a la plata. Ya sabes, que muchas


veces está ahí más descolorida ya, que da asquito verla, y la
limpias y reluce.

—Las cosas no son tan fáciles…


—Ni tan difíciles. Venga, tú te tienes que animar con tu
marido y a mí me tienes que soltar, que yo ya no pinto nada en
esta casa. Logan está bien, él puede hacerse cargo de todo.

—Vale, vale, lo acepto, pero, te lo pido de rodillas, espera a


que vuelva a casa. Mi padre ha experimentado una leve
mejoría, estoy incluso pensando en llevármelo para allá si sale
de esta.

—Y a mí me parece genial, pero, por si las moscas, que sepas


que yo no soy enfermera, más bien soy un desastre para cuidar
nada. A mí no me vive ni un cactus, con eso te lo digo todo…

—No digas eso, boba, si vas a ser madre y lo harás genial.

—Eso es otra cosa, al pollito es que yo lo quiero ya más que a


mi vida y todavía no ha nacido. Ese tiene que resistir…

—Pues claro, ¿esperarás entonces a mi vuelta?

Yo a esa mujer le estaba muy agradecida y volvía a rogármelo


encarecidamente. Por favor, tendría que ver unos pocos de
tutoriales de esos de “cómo aprender a decir que no”, porque a
mí toda la fuerza se me iba por la boca y después era incapaz
de dejarla.
Pues sí que estaba yo apañada, no me lo podía ni creer, otra
vez me había quedado allí. A mí Alisa me debía ver cara de
tonta o algo porque cada vez que tenía intención de coger la
puerta, llegaba ella y me la quitaba.

Logan me miró cuando aparecí por el salón.

—Entonces, ¿te quedas?

—Oye, tú la memoria la tendrías fatal, pero lo que toca el oído


lo tienes la mar de bueno. No se escuchan las conversaciones
ajenas.

—Siempre te dije que tenías un tono de voz muy alto, ¿lo


recuerdas?

—Sí que lo recuerdo, la memoria la perdiste tú y no yo, ¿lo


recuerdas? —le pregunté con retintín.

—Ahora lo recuerdo todo, recuerdo cada uno de los momentos


que pasamos juntos.

—Pues sí que es curiosa la memoria, yo te prefería antes,


cuando te quedabas en la inopia mirando a la pared y no me
molestabas.
—No digas eso porque sé que te alegra que haya vuelto, quiero
decir que haya vuelto en mí, que te recuerde.

—Qué mono tú, te imagino cantando la de “He vuelto” como


“El Barrio”. Tú qué vas a saber…

—Sí que recuerdo esa canción, lo recuerdo todo. Y esa otra


melodía que tanto te gustaba y que palmeaste aquel día que
vimos un espectáculo flamenco…

—Ah, la de “Orobroy”, pues sí que te ha vuelto la memoria, sí.

—Esa, incluso recuerdo que solías bailarla…

—De aquella manera, que yo no sé bailar flamenco, pero me


defiendo porque tengo gracia para todo, aunque eso ya lo
sabes tú. Y ahora, me voy a buscar a los críos al colegio, que
esos no tienen la culpita de nada y no los vamos a dejar allí.
Aunque por otra parte no sería mala idea, internos una
temporadita, igual así aprendían los dos mocosos—Se me puso
cara de malilla, solo me faltaba cortarme el flequillo. No,
mejor no pensar en eso porque eran capaces de coger las
tijeras otra vez.

—Si en el fondo los adoras, igual que al padre.


—Vamos por partes, a los niños les tengo cariño y eso que
como se les ocurra otro estilismo para mí soy capaz de
comérmelos con patatas—señalé mi cabeza—. Sin embargo, al
padre también me lo comía, sí, pero para cagarlo en la gran
puñeta en todo caso.

Casi se muere de la risa y eso que se lo estaba diciendo muy en


serio.

—Venga ya, cómo se te pueden ocurrir esas cosas…

—No son mías, eso ya lo decía mi bisabuela cuando yo era


una cría. Aquí te quedas, que me voy.

—Espera, te acerco en el coche, que comienza a chispear.

—Eso es verdad, que aquí el tiempo es más traicionero todavía


que tú, que ya es decir. Ahora comienza a llover y en cinco
minutos igual necesito una barca para traerlos.

—Vaya concepto que tienes de mí, Me dices unas cosas que


son para reventar…

—¿Para reventar? Para reventar es lo que me está pasando a


mí, que no puedo con tanta sorpresa. Te lo prometo, como esto
siga así, yo echo a mi niño por la boca.
—Querrás decir a nuestro niño.

—Yo no sé si es que eres imbécil o te lo haces—me puse a la


defensiva—, ¿cuántas veces tendré que decirte que no es tuyo
para que te convenzas? Y da gracias al cielo de que sea así,
menudo marrón que te quitas. Tú aquí ya tienes una familia
bien completa y di tú que no crezca, porque los niños no paran
de pedir un perrito. Pobre animal, no sabe lo que le espera.

—Si en el fondo sabes que son tan cariñosos como su padre.

—Sí, sí, su padre va repartiendo cariño por el mundo. A tu


mujer le encantaría saberlo.

—No trates el tema con tanta frivolidad, te lo pido por favor.

—Hace falta ser sinvergüenza, tú le pones los cuernos y la


frívola soy yo por comentarlo abiertamente. Te juro que lo
flipo, es que yo lo flipo.

Abrí la puerta e hice ademán de marcharme caminando,


aunque hacía falta tener valor sí, porque lo que yo decía era
cierto y allí el tiempo te daba una puñalada trapera de un
momento para otro.
—No seas terca, te llevo.

—De eso nada, el coche me lo llevo yo, que tú hasta hace nada
no sabías ni atarte los cordones de los zapatos, vas a saber
conducir…

—Mi mente se ha reseteado, al recobrar la memoria todo


vuelve a su sitio.

—Por si las moscas lo llevo yo, las llaves—Le pedí.

—Tómalas, pero prométeme que no me dejas en tierra.

—Que no, vente si quieres. Eres como una mosca cojonera,


¿no?

Salió muy tranquilo detrás de mí y entonces fue cuando me


monté a la carrera y lo dejé en tierra, echando el seguro de las
puertas.

—Me lo prometiste—se quejaba, tratando de que abriera mi


ventanilla.

—Yo no te prometí nada. Donde las dan, las toman—Le hice


una peineta y me marché de lo más a gusto.
Matizo, de lo más a gusto hasta que llegué a la puerta del cole,
que allí tenía el segundo toro al que enfrentarme. Alec no
paraba de tratar de convencerme para que quedase con él y a
ese no podía hacerle una peineta delante de los niños.

—Tienes que volver a quedar conmigo, si siempre lo pasamos


estupendamente, no me digas que no.

—Y dale, que yo ya tengo un pie aquí y otro en Móstoles, que


no quiero que te hagas ilusiones, ¿cómo te lo tengo que decir?

—Ese será mi problema, a mí me da igual, yo me planto en


Móstoles a buscarte.

—Y una mierda, yo ya tengo el cupo de highlanders cubierto,


paso tres kilos. Ahora no quiero nada, pero cuando lo quiera
buscaré el producto nacional, que da mejor resultado. Los de
aquí como que no me convencéis del todo…

—Eso es porque no me das una oportunidad a mí, no te


arrepentirías…

—Lo que tú digas, paso de ti y paso de todos los highlanders


del mundo, que me tenéis muy calentita y no calentita como a
mí me gusta, de chorrear y eso, sino calentita de dolerme la
cabeza y eso ya me gusta menos.
Obvio que yo a Alec no le iba a explicar todo lo que había
pasado en mi vida ni que estaba en una encrucijada que no se
la deseaba ni al mismo tipo del tridente, ese que dicen que va
bien caliente. No, yo me guardé mis secretos para mí y traté de
arrancar el coche.

—No me pienso quitar hasta que consiga una nueva cita


contigo—me aseguró.

Moral tenía el tío, que se estaba poniendo como una sopa, allí
llovía a mares, llovía para que no hubiese problemas de sequía
en un siglo.

—O te quitas o te quito—añadí con risa maliciosa.

—No serás capaz—murmuró.

—O te quitas a la una, o te quitas a las dos, o te quitas a…—


Arranqué y me faltaron centímetros para llevármelo por
delante.

A mí no me conocía aquella gente. Los niños se quedaron


blancos, por una vez los había acojonado yo a ellos y no al
contrario.

—A tomar por saco, parecéis los dos primos hermanos de


Miércoles Adams, se os han quitado todas las ganas de
cachondeo—Su color era el de la mismísima cera.

—Qué susto—Duncan se echó a llorar y eso sí que no lo


esperaba yo.

—Niño, hazme el favor de no ser dramático, que no ha pasado


nada. Si le hubiera pasado por encima todavía, pero que
míralo, está ahí pegando saltos porque solo le he dado un
topetazo.

Sí, no lo voy a negar, le había dado de refilón en una pierna,


aunque toda la culpa fue suya por no retirarse a tiempo, que yo
bien que lo avisé.

—Es que mi hermano es muy sensible, ahí donde tú lo ves—


argumentó ella.

—Pues así no va a ninguna parte, hay que estar preparados


para el turismo, dile que se calle ya que me estoy poniendo
nerviosa y me está entrando la velocidad esa que me entra a mí
en la sangre.

Me pareció ideal porque ella, que solía ser un trasto total y la


sensibilidad no parecía conocerla, comenzó a abrazarlo y le
cantó una canción infantil de lo más tierna.
—Jo, niña, qué cosa más bonita, en lugar de callarse él, voy a
comenzar a llorar yo también.

—Esa es la canción que nos ha cantado siempre papá, desde


chiquititos.

—¿Y es que ahora sois muy grandes? Ay, por favor, qué pena
me ha entrado…

Me entró la pena por todo, entre otras cosas porque me


imaginé a Logan cantándoles a sus hijos desde que no pesaran
mucho más que un cuarto de sandía y con el mío no ocurriría
lo mismo.

Candidatos no me faltaban para la paternidad de mi pollito,


eso era verdad, pero él tenía su padre y ese no ejercería como
tal nunca. Es más, ni siquiera llegaría a saber que tenía un hijo
y eso, en el fondo, pues sí que me dolía.
Capítulo 3

Durante la cena, los micos se reían. Ya se les había pasado el


susto, ya…

—Papá, Brenda ha pillado con el coche a Alec, a mi profesor


—murmuró el enano y yo traté de darle una buena patada en
las espinillas por debajo de la mesa, solo que como el jodido
tenía las piernas tan cortitas todavía, pues que no llegué.

—No será verdad—Levantó él la cara de la sopa y otro que se


quedó blanco. Allí bronceado, bronceado, no es que estuviera
ninguno.

—Un poco nada más, es que los niños estos tienen muy mala
lengua. En cualquier caso, tú tranquilo, que hay confianza y
ese no te pedirá los papeles del seguro ni nada. Y si al final se
pone farruco y viene a pedirlos, me avisas que yo lo entiendo.

—Soy yo el que no entiende nada, ¿lo has atropellado?


—Anda ya, que los niños estos son muy exagerados, le he
dado un topetazo de nada con el coche, que todo tiene una que
contarlo, qué cruz—resoplé.

—Un topetazo y no veas cómo saltaba, papá, tenías que


haberlo visto, una pasada—intervino Bonnie.

—Que te digo yo que no ha sido para tanto, es que estos niños


no se callan ni debajo del agua, yo no sé a quién salen—me
quejé.

—De veras que de no verlo no creerlo—murmuró él.

—Si tú no has visto nada, ¿qué vas a ver? Te he dejado en


tierra, que me tenéis ya todos muy harta. Venga, me voy a
descansar, a los niños los acuestas tú, que yo estoy muy
cansada y tú como una rosa, estás mejor que quieres.

—Por supuesto, tú lo que tienes que hacer es descansar, que ya


estás en la recta final de tu embarazo.

—Sietemesino va a ser el pollito como no dejéis de darme


guerra entre todos.
—Pero si quien atropella a la gente eres tú—Duncan tampoco
se callaba ni por equivocación.

—Paparruchas, niño, hasta mañana.

Cada uno se acercó a darme un beso. Me refiero a los niños, si


se llega a acercar el padre le pongo los morros que ni que
viniese de ponerse diez botes de ácido hialurónico.

Estaban ya acostados cuando llamaron a mi puerta y de sobra


supuse que sería su padre.

—¿Se puede? —me preguntó.

—Mira que eres pesado, ¿para qué quieres entrar? Tú mismo


has dicho que tengo que descansar. Además, que a mí también
me ha entrado sueño con la canción esa que les has cantado a
los niños.

Yo tenía hasta la lagrimilla fuera porque sí que me había


entrado pena por las razones que antes expuse. Y lo que no
sabía él es que cuando a mí me entra penilla me vuelvo
especialmente peligrosa.

—Solo quiero darte las buenas noches y preguntarte una cosa.


—Y seguro que esa cosa no es qué vamos a almorzar mañana,
seguro que es algo para rayarme viva, qué pesadito que sos—
le dije imitando el acentillo argentino que ponía un escritor
jovencito que es mi debilidad, Aitor Ferrer.

—No, no es eso—Rio.

—Pues entra, anda, pero solo un momento y te descalzas, que


me da mucha grima el ruido de las zapatillas en la tarima.

—Qué cosa más rara, ¿no?

—¿Qué pasa? ¿No puedo yo tener una manía? Una y un ciento


si me da la gana, ¿estamos?

—Estamos, estamos…

Ese es que era la mar de escamondado y en cuanto acostó a los


niños y les cantó, que les dio un recital que ni que fuera Pablo
López, se había dado una ducha. Y ese pelo suyo, que llevaba
ligeramente largo y que me ponía como una moto pese a mis
ganas de asesinarlo con mis propias manos… Uff, que me
disperso, que el pelo lo traía mojado todavía.

Total, que el highlander entró descalzo y con la cabeza como si


le hubieran tirado tres garrafas de cincuenta litros de agua por
encima y…
No sé cuántos segundos vio la vida en blanco y negro, cuántos
vio su esqueleto y cuántos se creyó que estaba metido en
Pachá con todas las luces encendiéndose y apagándose, que
para eso le había yo preparado un cable pelado en el suelo que
daba gloria.

—¡La caja de los plomos! ¡La caja de los plomos, apágala! —


chillaba mientras bailaba que ni Michael Jackson en el vídeo
de “Thriller”.

—¿Qué caja? Uff, yo es que el oído lo debo tener taponado.

Fui lentita, poquito a poco y ya le di a la dichosa cajita.


Cuando volví a mi dormitorio olía a chamuscado, pero yo
como que no hice mucho caso.

—¿Qué es esto? —Cogió el cable del suelo.

—Y a mí qué me cuentas, para mí que esta casa necesita una


puesta a punto, a ver si te crees que yo soy el de “Bricomanía”,
que es un programa de un manitas que da asco, porque el tío
sabe hacer de todo. Y luego se pone una a hacerlo y le sale un
churro, eso me da mucha manía.

—Sabes muy bien a lo que me estoy refiriendo, has sido tú.


—¿Yo? Dios me libre de manipular cables, qué miedo
virgencita, para que se me hubiera quedado el pollito pegado.
No tengas mala lengua como tus niños, me haces el favor. Y
deja ya de temblar, joder, que yo también me he asustado.

Él me miró con total descaro, sabiendo que había sido yo… Y


yo le devolví una mirada más descarada todavía.

—Mentir no sabes, eso es evidente.

—Y mira que tuve buen maestro, pues se ve que ni por esas


aprendí. Vale, he sido yo, ¿y? Sabía que vendrías a mi
dormitorio y es territorio prohibido. Seguro que ya no se te
olvida.

—No, no, te garantizo que no se me olvida. Capaz eres de


tirarme una granada otro día para recordármelo.

—Veo que has cogido la idea, eso me alegra.

—Eres mala conmigo. Y eso que yo solo quería preguntarte…

—Yo sé muy bien lo que quieres preguntarme, que te he visto


la duda en los ojos durante la cena. Pues te vas a quedar con
las ganas, si te crees que te voy a contar lo que hay entre Alec
y yo, la llevas clara.
—Muy bueno no será tampoco lo que te traigas entre manos
con él cuando lo has atropellado.

—Pues tú no te creas, que igual te sorprenderías—Le saqué


hasta la lengua para que se fastidiara.
Capítulo 4

Viernes por la noche y los niños estaban de lo más revueltos.

—Sí, no sabes la que tienen aquí montada. Tú no te preocupes,


mujer, que yo los entiendo a todos—le dije mirando a Logan
quien me recordó con un gesto lo del cable pelado.

—Menos mal que es así, mi padre tiene muchas ganas de


conocerte. Ha accedido a venirse a vivir a nuestra casa y eso lo
veo como un milagro, no veas qué bien.

—Qué va a hacer el hombre. Ya verás como se anima con tus


niños,

—Sí, ellos son muy animosos, sí.

—Ni que lo digas, esta tarde han venido a traer un paquete y,


¿te acuerdas el vídeo ese que estaban viendo el otro día? El del
perro que ladraba que parecía que se comería a uno vivo.

—Sí, qué horror, parecía un toro más que un perro, qué pedazo
de bicho.

—Pues lo han puesto al lado del altavoz y el mensajero


todavía está corriendo. La firma me había pedido, por las
narices, hasta la maquinita esa de recogerlas se ha dejado, que
se le ha caído de las manos y no me dio en el dedo meñique
del pie de milagro. Ahora que, si me llega a dar sí que habría
sentido miedo, palabrita que se la come.

Alisa se echó a reír por no llorar.

—Es que estos niños, no sé dónde van a llegar un día.

—A primer ministro si quieren. Bueno, uno a primero y otro a


segundo. Y después se turnarán, ¿hay segundos ministros
aquí? Yo es que de política no entiendo mucho. Espero que tú
entiendas más de perros porque no veas la que están dando con
eso, que quieren uno.

—Espero que no sea uno como el del vídeo, porque para eso
hace falta…

—Hace falta un capote para meterlo en casa. Yo de ti, como


mucho, les compraba un chihuahua. Eso sí, hazle un seguro de
vida de un porrón de millones de euros al bicho porque ese no
pasa de la primera semana, te lo digo yo. Por lo menos que te
deje un pastizal.

Colgué el teléfono y Logan estaba que se desternillaba.

—Qué te gusta a ti reírte de todo lo que yo digo, ¿no? Pues


que sepas que no he dicho ninguna mentira. Yo no lo voy a
ver, porque en cuanto entre tu mujer por la puerta me piro, que
lo sepas.

—Si no es lo que digas, sino la forma tan divertida. De todo


haces una parodia. No había vuelto a reírme así desde hace
meses, desde que…

—Desde que te di la patada, porque en Móstoles bien que te


reías.

—Bien que nos reíamos. Nos divertimos, ¿verdad?

Esperaba mi respuesta, que apenas me cabría por la boca,


cuando los niños entraron por la cocina.

—¡Queremos pizza, Brenda!


—Pues ya podéis sacarle el dinerito a vuestro padre y llamad.
Y si no, llamad a un chino, como si queréis llamar a un
australiano, que a mí me da igual.

—No, queremos pizza de la tuya—refunfuñó Duncan.

—Que no, niño, que no puede ser, que la última vez pusimos
la cocina que casi tiene que venir Sanidad, qué jaleo y que
pechá de mierda echasteis por todos los lados, no podéis ser
más puercos.

—Que no, que prometemos ayudarte a recoger, Brenda.

—Bonnie, a mí no me mires así que yo no soy tu madre,


conmigo no te sirve…

—¿Y si os ayudo yo? —propuso su puñetero padre, que ese


tenía las ideas de un atún.

—Entonces será peor todavía. Yo me voy a sentar que ya no


me veo los tobillos, qué inflamación. Yo estoy para sopitas y
buen vino… Y ni lo del buen vino puedo, qué desgracia—
suspiré.

—Pues tú siéntate y nos vas dando las instrucciones—me


sugirió Bonnie.
—Niña, ¿tú te crees que las pizzas son como las porquerías
esas que hacéis con plastilina y que dejáis pegadas por todas
partes? Hacer buenas pizzas es un don y aquí solo lo tiene—
miré a mi alrededor—. Vale, solo lo tengo yo, los demás no
valéis ni para hacer puñetas.

Duncan se echó a reír y es que esa sonrisilla suya me podía,


igual que la de su hermana, por muchas burradas que me
salieran por la boca. Después miraba a su padre y ya la cosa
cambiaba, la sangre se me helaba y me daban unas tremendas
ganas de asestarle un porrazo y borrársela. Digo la sonrisa,
aunque la cara también.

—Pues enséñanos, Brenda—El enano me suplicó con las


manitas y ya supe que me habían ganado la partida, entre otras
cosas porque eran tan pesados que cualquiera les decía que no.

—Yo también te ayudo, no te arrepentirás—murmuró su padre


y yo alcé una sola de mis cejas como diciéndole que era un
ruina, ni más ni menos.

—Está bien, pero solo las hacemos si os queda claro y bien


claro que aquí mando yo y nadie más. Y que, si alguno tiene
algo que decir, que se lo calle.

Los tres se carcajearon y por fuerza tuve que hacerlo hasta yo.
Mejor reír que llorar, la situación era surrealismo puro se
cogiera por donde se cogiese.

Comenzamos a hacer la masa de las pizzas y la harina me


llegó hasta donde yo os dije.

—Un poquito de por favor que me estoy poniendo de los


nervios, me ha entrado harina directa al gaznate. Como vuelva
a ocurrir os coméis hasta el bote, prometido queda.

—Niños, tened un poco de cuidado. Brenda tiene razón, lo


estáis poniendo todo de pena.

—¿Los niños solo? Cállate y no me busques más la lengua que


para mí que has nacido con dos manos derechas y lo malo es
que eres zurdo, Logan.

—¿Yo? Anda ya, si llevo un pizzero dentro, mira lo que sé


hacer…

La suerte del principiante sería, porque cogió la masa y le dio


la vuelta en el aire perfectamente. Duncan lo miró y trató de
imitarlo.

—Yo también puedo, papá, yo también puedo.


—No, enano, tú estate quieto que se va a formar la de San
Quintín—Quise pararlo y ya fue tarde.

—¡Me parto, es que me parto! —chillaba y pataleaba a la vez


Bonnie, viendo que me tenía que quitar la masa de los pelos.
Me había caído en todo lo alto y Duncan corrió a esconderse a
un lateral de los muebles.

—¿Tú te partes? Te vas a enterar, mona, que eres una mona.

Salí corriendo detrás de ella y le estampé la masa con la que


yo estaba liada (qué lástima de mí, era el único lío que traía
entre manos). Pues eso, que se la estampé también en sus
rojizos pelos.

—No, Brenda, que te veo, no—me dijo Logan cuando vio que,
a continuación, me fui para él con el rodillo en la mano.

—Hasta en las canas esas que te están saliendo debería darte,


¿has visto la que has liado? ¿Cómo se te ocurre darles ideas?
¿No sabes que tus niños son como las armas, que los carga el
diablo?

Logan reía y corría. Y yo lo perseguía por toda la casa cuando


su madre llamó por teléfono. Cuando hablamos rato antes los
niños se estaban duchando y quedó pendiente que los saludara.
—Mamá, es muy divertido. Brenda quiere darle a papá con el
rodillo de amasar las pizzas en la cabeza y él no para de correr
y de reírse. Ella no se ríe, dice que se las pagará porque por
culpa de papá el enano le ha pringado los pelos. Nos lo
estamos pasando chachi…

La niña no es que fuera bocachancla, sino lo siguiente. Y por


si todavía le parecía poco puso el manos libres para que su
madre escuchara el escándalo que teníamos montado.

—Trae acá, niña—le quité el teléfono cuando me cosqué de la


conversación—. Alisa, no te vayas a creer que aquí tenemos
montada una fiesta, es que me están volviendo loca entre todos
—disimulé.

—No, si me parece muy bien que os lo paséis genial.

Lo dijo con la boca pequeña. Una sabe cuándo una persona


dice algo solo por complacer al resto y por dentro se está
acordando de la madre que parió al demonio.

Yo lo entendía, ¿eh? Su matrimonio no pasaba por su mejor


momento y los celos son libres. Si ella supiera… Si ella
supiera mandaría salir a los niños de la casa y le prendería
fuego con nosotros dos dentro.
—Genial, genial, tú sabes. Yo tengo encendidas dos velas en
mi dormitorio para que vuelvas pronto, ¿has llamado para
hablar con los niños?

—Sí, es que además es viernes noche y echo de menos estar


con mi familia.

—Es normal, no te preocupes que enseguida volverás y


entonces… Entonces yo no es por desanimarte, pero no vas a
chillar nada…

—Pues lo estoy deseando. Bueno, no te entretengo más que


supongo que tendrás cosas que hacer—Igual se había
molestado y aun así no lo demostraba, menudo estilo el de la
tía.

—Venga, venga. Yo, cómo hacer, decirles a estos que llamen a


la pizzería o a un rayo que los parta, que aquí pizza no se hace
más. Si pudieras ver cómo han dejado la cocina fliparías, te
ingresarían al lado de tu padre. Venga, te dejo.

Debí dejarla, pero con las patas colgando con ese comentario.
Después de la cena, que finalmente nos trajeron, los niños se
quedaron dormidos. Lógico, no paraban de hacer maldades en
todo el día, cómo no iban a estar cansados.

Su padre se acercó al quicio de la puerta de mi dormitorio.


—¿Todavía no tuviste bastante con lo de la otra noche? A mí
no se me da muy bien pelar cables, pero si hay que hacerlo
otra vez, se hace.

—¿Que no se te da bien? De milagro no tiene que cobrar Alisa


una paga de viuda. Aunque, si se trata de cobrar, igual ni le
importaba.

—Yo no sé cómo no te da vergüenza hablar así de tu mujer.


Que sepas y entiendas que eso no dice nada bueno de ti y que
se está sorteando otro calambrazo.

—No, por favor, que todavía tengo en el cuerpo una sensación


muy rara.

—Sí, el baile de San Vito tienes, que no paras. Acuéstate ya y


ponte a leer o lo que sea que tú hagas por las noches, que me
tienes muy negra ya.

—Yo por las noches sueño contigo y con nuestro hijo.

—De ilusiones también se vive. Cualquier día llamo a su


verdadero padre y le digo que te ponga a caldo, como te
mereces.
—¿Y él qué dice de esa paternidad? —me preguntó
desconfiando, queriendo hurgar en la herida.

—No dice nada porque yo he decidido que mi pollito sea mío


y solo mío. Y ahora, apaga la luz, que él está ahí como metido
en el huevo, pero también siente y padece.

De hecho, mi niño ya reaccionaba a muchos estímulos y entre


ellos a la música. Más de una noche, cuando Logan les cantaba
a sus hijos, notaba que Darío se movía dentro de mí, ¿sería eso
que dicen de que la sangre tira? Esperaba que no, porque nada
sabría de su padre.
Capítulo 5

—Alisa nos los vamos a llevar al campo a que desbraven un


poco, por si así se cansan, aunque mucho lo dudo—le comenté
al día siguiente por la mañana.

Yo no podía tener la certeza de qué palo iba esa mujer


exactamente, pero lo que era innegable es que se preocupaba y
un montón por su familia.

—Haces muy bien, te estoy súper agradecida de que cuides de


mis hijos… y de mi marido—comentó ya algo menos
decidida.

—No, no, tu marido se cuida él solito. Yo con tus dos


monstruitos tengo ya para jalar y tirar por alto—le aclaré.

Los eché a los dos de la cocina para preparar la cesta de picnic


porque de otro modo igual acabábamos de nuevo como el
rosario de la aurora. Logan entró a continuación.
—¿Te parece bien cómo lo he dejado todo?

—Lo menos que podías hacer—le dije en referencia a que


había madrugado y él mismo les sacó brillo a las puertas de los
muebles de la cocina y a los azulejos.

—Gracias, eso es dar ánimos.

—Te jodes, te repito que es lo mínimo después de la polvareda


que se formó aquí anoche por tu culpa, ¿qué? ¿Qué miras?

Se me quedó mirando y aguantando la risa con eso de “la


polvareda”. Con Logan me sentía a gusto en un sentido (que
conste que solo en uno), en el de que podía hablar con él en
castellano, que las barbaridades me salían mejor en mi idioma.

—No, no, ha sido por lo de la polvareda, solo por eso.

—Tú eres un cochino, un guarro, un marrano y….

—Y esto parece un concurso de buscar sinónimos. Y lo peor


es que, a pesar de todo, te gusto.

—Tú te lo has buscado…


Cogí un pegote de paté con el que estaba preparando algunos
de los sándwiches, y se lo tiré entero en la boca.

—Joder, qué puntería—se quejó mientras lo retiraba.

A mí me quedaron unas tremendas ganas de contestarle que


para puntería la suya, porque aquel puñetero me había dejado
bien embarazada, si bien hube de callarme.

—Eso para que digas majaderías. Vuelve a decir una y te


tragas la lata y todo.

—Ese temperamento tuyo es que me puede, fue lo que me


enamoró de ti.

—De mí te enamoró todo, que soy la caña de España. Aunque


espera, ¿enamorarte? Si para eso hay que tener corazón y a ti
el día que naciste te lo dieron en una cajita aparte, en el pecho
tienes metido el relleno de un cojín.

Y vaya relleno porque el tío estaba tremendo, parecía que le


hubiese dado una reacción alérgica o algo de lo hinchado que
lo tenía.
—No tengas ese concepto de mí, por favor, que me duele
mucho.

—Y tú no digas idioteces, así te ahorrarás saber lo que pienso


de ti.

—¿Qué puedo hacer para que cambies de opinión?

—Ir por tu mujer y tu suegro y traértelos cagando leches. Solo


así me podré marchar y pensaré que has hecho algo que Dios
te lo pueda agradecer.

—Si Dios tuviera algo que ver en esto, movería ficha para que
tú y yo estuviéramos juntos.

—A Dios no lo metas en esto porque yo no soy practicante,


pero le tengo un respeto. Y me parece el colmo de los colmos
que digas esas chaladuras. Lo nuestro fue una historia de cama
de esas que se llevó el viento, no te creas que sirvió para guion
de una peli romántica.

—Yo no lo veo así.

—Y a mí plin, me importa… No te voy a decir lo poco que me


importa cómo lo veas. Lástima del día que caí en esta casa
para volver a verte la jeta. Si le hubiera hecho caso a Mónica,
ella me dijo que me fuese a Londres, que me veía más allí. Y
yo, que a las Highlands, si es que todo me pasa por cabezota.

—En el fondo seguro que te alegras de haber venido.

—Sí, mucho. Perdona que no dé saltos de alegría, es por mi


estado. Si quieres hacer algo por mí, límpiate bien la cara y te
lías con los sándwiches, que hay que hacer dos docenas. Tus
niños parecen dos pocitos hondos, no es que tengan mucho
cuerpo todavía, pero ya lo echarán, con lo que comen ya lo
echarán.

Terminamos con los sándwiches y nos fuimos al campo. Por


suerte ese día no llovía porque si no a mí no me cogen allí ni
en broma. Para nuestra alegría, sobre todo para la mía que
añoraba el sol de España, el astro rey se dejó caer tímidamente
por allí.

—Cuidadito con perderos, que yo no estoy para más sustos—


les advertí a los niños.

—¿Cómo se van a perder? Por favor, Brenda, déjales la cuerda


un poco más larga.

—No, que así está bien.


¿Qué pasa? Igual no era demasiado ético lo de llevarlos
atados, aunque sí de lo más práctico. Es más, a partir de
entonces los llevaría así a todas partes. Se me había ocurrido la
noche atrás, cuando no pude dormir una vez más por culpa de
su jodido padre, y corté un tendedero esa misma mañana para
llevar a la práctica mi invento.

—¿No es una broma? —Bonnie me miraba y se encogía de


hombros, queriéndome dar a entender que ya estaba bien.

—¿Una broma? No he estado yo más a gustito desde el día que


os conocí, no os desato ni hecha pedazos, ya os podéis poner
como os pongáis.

—Es que no puedo correr—se quejó Duncan.

—Si para eso lo he hecho, niño, que como corráis igual que
vuestro padre cualquiera os coge. De eso nada, a partir de
ahora yo debo tenerlo todo bajo control.

—Papá, es por tu culpa, por correr tanto—le soltó la niña—.


Por eso mamá te llama Ray.

—¿Y qué le hago, hija?

—Dile que nos suelte, que nos suelte ya…


—No me da la gana, ahora mismo vengo. Sujétalos—le
indiqué a Logan.

Quien haya estado embarazada de siete meses sabrá que el


contener el pis dentro se convierte en una lata. Y yo el mío
tenía que dejarlo salir o las consecuencias no serían demasiado
higiénicas.

Tampoco es que me fuera a lo alto de una montaña a hacer pis,


que yo solo me metí detrás de unos matorrales. Pues
suficiente.

—No, ¿dónde están? —le pregunté a su padre, sin apenas dar


crédito.

—Te prometo que estaban aquí hace un momento, te lo


prometo.

—¿Y eso para qué mierda me sirve? En un momento estos son


capaces de liar una que salgamos en todos los medios, ¿por
qué los has soltado?

—Mujer, porque no puedes llevar a los niños atados, por


mucho que te parezca lógico no lo es.
—¿No lo es? Ya te diré a ti lo que no es lógico. Lo que no es
lógico es que sienta tantas ganas de ahorcarte y no pueda—Lo
intenté, cogiendo la cuerda, y lo seguía intentando cuando
escuchamos un ruido.

—Calla, por favor, deja eso para luego.

—Ok, pero luego te ahorco, no me vengas con excusas…

Nos acercamos a los matorrales y por fin pude respirar porque


allí estaban los dos agachados.

—Un cosqui por aquí y otro por allá—repartí.

—Ay, que me has dado—se quejó Duncan.

—Si eso es lo que quería, niño, darte, ¿qué te pensabas? ¿Y


qué estáis haciendo ahí en cuclillas? No os estaréis cagando
otra vez, aunque con lo que coméis igual sí.

Su padre me miró negando.

—¿Tú también? Qué asco de familia, estáis todos podridos por


dentro. Algo vale que yo no tengo nada que ver con vosotros
ni mi pollito tampoco—Bueno, por decir, podía decir lo que
quisiera.
—Que no es eso, es que estamos escuchando algo—me indicó
Bonnie.

—¿Y qué? Serán los pájaros trinando, aunque en nada ya ni


trinarán porque tu hermano y tú hasta le prenderéis fuego al
monte, como si lo viera. Abrid otra vez las mochilas que me
cerciore de que no podéis hacer fuego.

—Brenda, que no, ¿es que no lo escuchas? Tú qué vas a


escuchar, si solo hablas—se quejó la niña.

—¿Yo hablo mucho? Sí hombre, de eso nada.

Igual un poco sí que hablaba, algo que no tenía por qué


reconocer, por otra parte.

—Que sí, calla…

—Es verdad, algo he escuchado, ¿eso qué es? —Di un par de


pasos adelante y ellos conmigo.

—¿Qué es, Brenda? —me preguntaron los dos.

—Es un pegote de fango con patas… Y con ojos, ¡ay, Dios!


¿Qué bicho es ese?
Hasta se me descompuso el vientre porque yo no había visto
una cosa más fea en mi vida; el bicho cabía en la palma de mi
mano, pero ¿qué era eso?

Logan llegó hasta nosotros y se lo quedó mirando.

—Por Dios bendito, es un cachorrito de perro que se ha caído


al fango—Lo tomó entre sus manos.

—Eso no puede ser—murmuré.

—Claro que no, es más creíble tu teoría de que es un pegote de


fango con vida—Rio él.

—¿Un cachorrito, papá? ¿Nos lo vamos a quedar?

—¿Así de feo? —les pregunté y los niños me dirigieron una


mirada incendiaria. No, si igual no llevaban mechero ni nada,
pero eran capaces de prender fuego con los ojos.

—No es feo, solo que está sucio—me indicó Logan.

—Menos mal que otras veces has tenido mejor gusto, porque
si dices que eso no es feo—me quejé yo…
—Y tanto que lo he tenido mejor, aunque me da a mí que esta
muchachita también es bonita.

—Muchachita, ¿es una chica, papi? —le preguntó Bonnie


mientras él le inspeccionaba los bajos.

—Un chico no parece, así que será chica, sí.

—Nos la quedamos, papá, nos la quedamos y la llamaremos


Brenda—añadió Duncan.

—¿Brenda? ¿A esa cosa tan fea la vais a llamar como yo? Me


estáis ofendiendo niños, es que me estáis ofendiendo.

—Yo lo veo buena idea, así cuando te vayas al menos nos


quedará una Brenda—opinó Bonnie.

—Mira, niña, igual por ahí te vas a salvar, que se me acaba de


meter algo en el ojo…

Me había emocionado con el comentario. Si es que me


querían, igual que yo a ellos. Por mucho que a veces lo que
quería era perderlos de vista.
—¿La lavamos en el río, papi? —le preguntó Duncan mientras
su padre seguía quitándole el fango con un pañuelo de papel.

—¿A ti te gustaría bañarte ahora en el río con lo fría que está


el agua, renacuajo? —le preguntó él.

—A mí, sí, papi—afirmó.

—Vaya preguntas que les haces, estos dos son capaces de


tirarse y estar bañándose hasta mañana. Ni frío sienten de las
maldades que idean, que estar dándole al coco todo el tiempo
también calienta, ¿eh?

Ea, ya se reían de nuevo. Menos mal que ellos no conocieron a


Chiquito de la Calzada, porque si conmigo se reían así, no
quería yo imaginarme las carcajadas que les hubiese
provocado ese hombre.

—Hijo, la perrita es muy pequeñita para bañarla ahí. La


tenemos que llevar a casa…

—Y la bañamos en el fregadero de la cocina, papi—le pidió


Bonnie.

—Allí ni de coña que el bicho puede tener bacterias de todos


los colores, como las pastis de las discotecas, y yo ahora no
puedo coger una infección—le aclaré.
—Claro que no, la lavaremos en el baño, ¿nos vamos
entonces? —propuso su padre.

—¿Y los sándwiches? Si hemos traído para un regimiento,


¿qué hacemos con los sándwiches?

A mí es que me mataba esa gente, qué jaleo. De nuevo para la


casa y con una bola de pelo llena de fango que le daba un susto
al miedo de lo fea que era.

Eso sí, los micos iban dando saltos de alegría y, por más que lo
intenté, no llegué a cogerlos con la cuerda. Y eso que yo
estaba desarrollando más pericia con ella que un vaquero del
Viejo Oeste.
Capítulo 6

—Te dije que no era fea, ¿ahora qué?

—Por favor, tú la has cambiado, ¿dónde has tirado a la otra? A


mí no me engañas, esta cosa tan bonita no puede ser ese
pegote que traíamos, Logan.

A los niños se les caía la baba con su Brenda, como ya la


habían bautizado.

—Papá, nos la quedamos, ¿eh? Nos la quedamos seguro,


¿vale? —le preguntaban nerviosos.

—También vuestra madre tendrá algo que decir en esto, ¿no?


Por mí nos la quedamos, claro que nos la quedamos.

Resulta que el animalito, debajo de todo ese fango, contaba


con un precioso pelito blanco y con un hocico rosa que era
para comérselo a bocaditos pequeñitos.

—Mamá no dirá que no si tú dices que sí, papá. Nos tienes que
apoyar, te odiaré si nos dejas tirados en esto—le espetó la
resabiada de Bonnie.

—Así me gusta, que no presionéis a vuestro padre, micos.


Conmigo podíais haber dado, os ibais a enterar de lo que vale
un peine.

—¿Tú de qué lado estás, Brenda? Encima que le vamos a


poner tu nombre a la perrita.

—Como si le quieres poner Vicenta, como al repelente niño


Vicente. A mí no me vengas con chantajes porque va a ser que
no.

Su padre flipaba de lo bien que los entendía yo. Cómo no los


iba a entender si había ganado por méritos propios el premio a
Miss Aguante y eso fue por lo mucho que les había soportado
a los dos. A mí aquellos enanos me habían preparado para la
guerra, yo ya estaba hecha a prueba de misiles con ellos, vaya.

—Venga, no te enfades, que nos tienes que ayudar a convencer


a mamá.
—A vuestra madre la convenceréis si le prometéis que os
haréis cargo de la perrita. Ahora bien, si le vais a echar otra
responsabilidad a ella os dará una patada en el culo a cada uno,
que es lo que os merecéis muchas veces.

Yo me estaba comiendo un sándwich porque ellos estarían


muy emocionados con el animalito, pero yo tenía un hambre
canina. No, canina la debía tener el bichito porque fue oler el
sándwich y ponerse a llorar.

—¿Le duele algo? —me preguntó Duncan.

—Le duele que yo me esté comiendo el sándwich a cara de


perro, y nunca mejor dicho. Tiene más hambre…

—Pues dale uno de los míos, que hay un montón.

—Que no, enano, que la perrita no puede comer sándwiches.

—Se llama Brenda, no la llames perrita.

—Claro que sí, hombre, como me lo habéis puesto tan fácil


hablaré de ella como de mi tocaya. Anda ya, os pueden dar
morcillas.
—Lo que hay que darle es leche urgente, ¿cómo lo hacemos?
—me preguntó su padre.

—A mí no me mires, que todavía no me ha subido, ¿eh? Que


eso viene después de los dolores—le respondí de lo más
convencida.

—No, que supongo que tendré que ir a buscar una tetina o algo
a la farmacia, ya veremos lo que encuentro.

—Menos mal que ya asuntas, virgen santa, con la que hemos


pasado contigo también, que no sabías dónde tenías la cabeza.
Pues nada, alehop, a buscar lo que sea menester para el
bichillo.

Logan salió volando con los críos y me dejaron allí con el


animalito.

—Habrá momentos en los que creas que esta es una casa de


locos, bichillo, y no andarás muy desencaminada. Yo también
lo pensé cuando vine y al final se les coge cariño a todos… A
todos menos al padre, que ese es un golfo de mucho cuidado.
Si yo te contara… Y encima no veas, que tiene esa jodida
sonrisa que cuando la saca a pasear parece como… ¿tú sabes
cuando hacen el alumbrado de una feria o algo? Tú qué vas a
saber si debes tener dos o tres semanas y nunca has estado en
España. No veas lo que te pierdes, que Inverness es una
pasada, yo no digo que no, pero España… eso es canela en
rama. Pues cuando alumbran una feria es como cuando sonríe
ese sinvergüenza, que todo se llena de… Ay, no me dejes decir
más tonterías, que estoy de un sensible que no es normal.

Cuando ellos llegaron con la tetina, vi que se abrieron las


puertas del cielo porque el animalito tenía tanta hambre que le
estuve dando un poco de leche con un cuentagotas de los niños
que estaba en el cajón de sus medicamentos.

—Aquí estamos, ¿te ha dado mucha lata?

—Ninguna, ya podíais aprender los demás. Esta todo lo que


hace es comer, dormir… Bueno, y supongo que otras cositas
que habrá que recoger por ahí. Y cuidadito con pensar que las
recogeré yo porque nanai de la China.

—No, las caquitas las recogerá el enano, que es el más bajito y


a él le cuesta menos agacharse—me soltó Bonnie.

—De eso nada, lista, que eres tú muy lista, las caquitas las
recogeréis los dos por turnos, que para eso tú también tienes
muchas ganas de mascota, ¿me estás oyendo?

Mientras, Logan preparaba el biberón. Se notaba a las claras


que no era el primero que preparaba en su vida. Por favor, con
lo que me gustaba a mí un tío que se diera trazas con las cosas
de los niños y aquel se desenvolvía que era un gusto.
—¿Me la pasas o se lo quieres dar tú? —me preguntó cuando
lo hubo preparado.

—No, no, toda tuya—Se la puse en las manos y la pequeñita


se volvió loca cuando olió lo que tenía para ella.

—Papá, te echaré una foto y se la enviaremos a mamá. Cuando


te vea, morirá de amor y no querrá que se vaya. Brenda se
quedará con nosotros.

—Venga, pequeña chantajista…

—Trae acá, poneos los tres con la chiquitina, que entonces sí


que morirá de amor—les sugerí.

Así lo hicieron y la foto quedó ideal, con esa sonrisa pillina de


Duncan, esa otra desdentada de Bonnie (hacía poco que la
había visitado el ratón Pérez) y esa tan atractiva de su padre…

Le enviaron la foto y enseguida llamó por teléfono. Yo la noté


un poco de bajón tal cual lo pillé, porque aquellos dos estaban
encima de su padre mientras este, de lo más paternal, seguía
con toda la paciencia del mundo dándole el biberón a la
cachorrita.
—¿Has visto que ya ha crecido la familia? —le pregunté
tratando de animarla.

—Es que no sé lo que les haría, si yo en el fondo no quería


perro…

—Chica, pues ya lo vas a tener complicado, te digo yo que


están con el bichito que no cagan. Y no solo los niños… Te lo
vas a tener que comer con patatas. Además, que es muy chico,
no es un chihuahua, pero tampoco será un gran danés. Es una
mijita de nada, ni te enterarán.

—También mis hijos son pequeños y vaya si me entero…

—Pero a esos hay que echarles de comer aparte, tú tranquila


que el perrito no te dará tantas sofocaciones, ¿te pasa algo
más? Te noto un poco de bajón.

—No sé, es que mi padre lleva todo el día como muy paradito.

—No querrás que vaya el hombre a correr una maratón, ¿no?


Entre los años que tiene y lo que acaba de pasar…

—No, claro, es solo que lo veo muy apagado.


—Ni que fuera una lámpara, lo importante es que ya está
mejor, eso es lo que cuenta.

—Sí, supongo que tendrá un mal día, todos los tenemos, ¿no
es así?

—¿Me lo dices o me lo cuentas? Yo a veces los tengo que me


doy miedo, con eso te lo digo todo. Tú lo que tienes que hacer
es animarte, que ya mismo estás aquí con tus niños, con tu
marido, con tu padre y también con tu perrita. No te vas a
aburrir, eso ya te lo adelanto.

—No, desde luego. Pásame con mi marido, porfi.

Lo hice y ambos estuvieron hablando unos minutos. Yo lo


observaba por el rabillo del ojo y comprobaba por mí misma
eso que él me dijo y que debía ser verdad, que entre ambos
había cordialidad y paz, aunque ni un ápice de pasión.

En realidad, pensé que era una pena porque a mí Logan se me


había atravesado por lo ocurrido, pero el tío estaba para
aprovecharlo, era un portento.

Una vez que colgó les anunció a los críos lo que estaban
deseando oír.
—Chicos, Brenda se queda, pero solo si sois responsables y os
hacéis cargo de ella, ¿estamos?

—Estamos, papá—Los dos lo abrazaron y a mí me pareció de


lo más ideal del mundo.

No pude evitarlo, me metí en mi dormitorio y las lagrimillas


inundaron mi rostro. Cuando quise darme cuenta, ya lo tenía
detrás de mí.

—Baby, dime qué te pasa—me preguntó y se me cayó todo al


suelo porque “baby” me llamaba él muchas veces cuando
salíamos.

—Qué propio tú, como en la canción de “Flores en anónimo”,


pues que hoy estoy triste junto a todos sus sinónimos—le
respondí como seguía la letra de esa canción.

No había terminado de decirlo cuando me abrazó. Por unos


segundos me quedé sin reacción, disfrutando del abrazo como
si el tiempo no hubiera pasado, como si todavía fuéramos
profesor y alumna en Madrid, como si la vida no nos hubiera
tendido una trampa y como si no hubiese un embarazo de por
medio que lo cambiaba todo. Y tanto que lo cambiaba…

Pronto reaccioné y más cuando me entró pavor pensando que


los niños pudieran vernos. Entonces, instintivamente, lo aparté
de mi lado con brusquedad.

—No vuelvas a hacer eso o no respondo.

—Me dan igual las consecuencias, me merece la pena.

—No te merecerá tanto cuando te deje la cara que no te


reconozca ni la madre que te parió, que yo puedo arañar más
que un gato. A mí no me pongas a prueba.

—Y yo te digo que me da exactamente igual, va en serio.

—No quiero que vuelvas a acercarte a mí, te lo prohíbo.

—Tendrás que poner tierra de por medio para eso y, aun así,
no te garantizo nada.

—Ay, Dios, te has quedado totalmente trastornado por el


golpe, ya me extrañaba que la cosa se hubiera resuelto tan
rapidita. A mí me olvidas, ¿eh? Tú y yo no tenemos nada que
ver…

—¿Ni siquiera este hijo? —Me puso la mano encima del


vientre y esa sensación es que me quemó. Cuántas veces
habría soñado con que él hiciera algo así, ojalá todo fuera
normal y nosotros nos contáramos entre esas parejas que
esperaban juntas y con ilusión el nacimiento de una criatura.

—Este hijo no es tuyo y los dos que están ahí fuera sí, ¿eso lo
has olvidado?

—¿Me crees un tipo capaz de olvidar a sus hijos? ¿Esa es la


impresión que te doy?

—Te creo un tipo capaz de callarse que tiene mujer y eso ya lo


dice todo.

—¿Cuándo me lo vas a perdonar?

—Cuando las ranas toquen la gaita, entonces…

—Venga, va en serio.

—En serio, en serio. Y tan en serio que va. Entonces, no antes.


Además, ¿qué me estás proponiendo? ¿Y tus hijos?

—Si tú quisieras habría fórmulas para todo, siempre las hay.

—Sí, sí, podemos seguir viviendo todos bajo el mismo techo,


en plan comuna hippie. Y cuando te dé la gana te cepillas a la
una y cuando no, a la otra. O te montas un trío, que poco se
habla de que a los tíos os gusta más eso que a un tonto un
lápiz. Mira, solo de pensarlo ya te voy a dar una coz que
tendrán que sacarte mi zapatilla Vans de la rodilla.

—Yo solo propongo que podríamos hablar.

—No tenemos de qué hablar, tú y yo no tenemos nada de lo


que hablar, que te largues.

—Escúchame, por favor, no sabes lo que…

—¿Lo que vas a proponerme? Ni lo sé ni me importa, ¡que te


largues ya! —le chillé.

No tuvo más remedio que hacerlo, hasta yo misma me di


miedo.
Capítulo 7

Cuando el teléfono suena a las seis de la mañana no hay más…


O se trata de un borracho que la está liando con las teclas de su
móvil o ha ocurrido una desgracia.

—¿Cómo ha podido suceder? Alisa, lo siento tanto, sabes que


apreciaba a tu padre. Puede que en algún momento de la vida
tuviéramos nuestras diferencias, pero lo apreciaba de veras—le
comentó Logan.

Me quedé loca, por lo que salí en camisón de mi dormitorio y


él no tardó en darme el encuentro.

—Siento mucho haberte despertado, el padre de Alisa acaba de


fallecer.

—¿Qué me dices? Pero ¿ese hombre no estaba mejor? Ay, por


favor, no ganamos para disgustos en esta casa. Antes creía que
la gafe podía ser yo, pero resulta que sois vosotros. Yo me voy
por patas antes de que me peguéis nada, está claro que os han
puesto dos velas negras…

—Yo no sé lo que pensar, aunque igual es eso. O igual es que


cuando las cosas no van como deben ir todo parece torcerse.

—A mí no te me pongas como el pitufo filósofo que eso me


jode mogollón. Y bastante jodida estoy ya, no te voy a contar
la razón—Yo sí que me entendía, que estaba teniendo un sueño
erótico justo cuando sonó el teléfono y me había quedado a
medias. Mis pobres hormonas se habían quedado locas, no me
iban a dar nada.

—No lo pretendo, no. Tendremos que ir hoy mismo, ¿vale?

—¿Dónde? ¿A escoger una corona de flores? No, no, que a mí


todo lo que tenga que ver con los fallecidos me da mucho
yuyu, ya puedes ir tú y metes mi nombre en el lazo, no te
quieras apuntar todo el tanto.

—No, me refería a ir a Glasgow.

—Ah, a Glasgow, pues nada, ya puedes irte cuando quieras. Y


te llevas a tus niños, que a su madre le hará ilusión verlos. Ah,
y a la perrita, así yo ya aprovecho y voy enfilando para
Móstoles, que tengo contenta a todas mis castas.
—No, te lo pido por favor, van a ser unos días delicados. Alisa
estaba muy unida a su padre, se crio sola con él y lo va a pasar
fatal, tienes que ayudarme.

—¿Yo? ¿Y a mí quién me ha dado vela en este entierro? Y


nunca mejor dicho lo del entierro, con la grima que me dan,
Deja, deja, este marrón te lo comes tú.

—Yo estoy seguro de que a ella le gustaría verte allí, te ha


tomado mucho cariño.

—Normal que los niños sean dos pequeños chantajistas, a


quién van a salir; pues a su puñetero padre.

—¿Te vienes entonces?

—Que no, que no, a mí me dejáis en el aeropuerto y yo ya os


pongo un WhatsApp cuando llegue. Y, por cierto, luego
cambio de número, a tomar por saco.

—No, tienes que venir, van a ser momentos muy delicados


para la familia y te necesitamos.

—¿Me necesitáis? Las cosas se están liando mucho, te lo digo.


Como tu mujer se llegue a enterar de que tú y yo estuvimos
liados, lo único que necesitarás será un buen injerto capilar
porque no te dejará ni un pelo en la cabeza. Y a mí tampoco,
ya me veo calva como la palma de mi mano.

—Solo un poco más, te pido que lo alargues un poco más.

—¿La farsa esta? Tú estás jugando con fuego y lo normal es


que te achicharres. Luego no me vengas con lloriqueos.

—Tiempo habrá de que todo se arregle. Ayúdame, por favor,


tendré que atender a Alisa, que estará destrozada, y me llevo a
cuestas a los críos y a la perrita, para que no me falte de nada.

—¿Y te has planteado la adopción? —le pregunté como yo


hacía las cosas, a tontas y a locas.

—¿La adopción? Alisa desea aumentar la familia más que


ninguna otra cosa, pero no, la adopción no nos la hemos
planteado.

—Para aumentar la familia dice. Yo me refiero en dar en


adopción a estos dos—Me fui para mi dormitorio, sentándome
en la cama y enmarcando mi cara con las manos.

—Por favor—murmuró.
—¿Ya estás aquí? Eres mucho peor que una mosca cojonera,
qué cosita más mala, que te largues, ya te dije que no
volvieras.

—Que no volviera a abrazarte, no que no volviera a entrar en


tu dormitorio.

—¿Eso no te lo prohibí? Debo estar perdiendo reflejos, debe


ser el embarazo. Los niños te dejan sin nada, se llevan desde el
calcio de las muelas hasta la memoria, ya te pondré una lista
de prohibiciones debajo de un cartel luminoso.

—Te irás en cuanto volvamos de Glasgow, sé que es tu deseo.


Concédeme tú el de venir con nosotros.

—¿Tú me has visto pinta de hada madrina? Yo voy a ir porque


tengo muchas cosas que agradecerle a tu mujer y porque me
siento en deuda con ella por tu jodida culpa, que la corneaste
conmigo. Eso sí, a la que volvamos me largo, ya puedes llorar
tú más que Jeremías, que yo me largo.

—Trato hecho, iré despertando a los niños, tenemos que


ponernos en marcha.

—¿Y si los dejamos aquí? ¿Tanto tardaremos en volver?

—Dos o tres días…


—No duermen tanto, ¿no? Y si les damos una pastillita
tampoco, ¿no?

—Eres una loquilla y por eso me has puesto siempre como me


has puesto.

—Siempre te he puesto palote, solo que si lo repites igual no te


queda nada que se te levante porque te arrearé tal patada en la
entrepierna que…

—No sigas, por favor, que ya me duele.

—Y a mí me duele que hagáis todos conmigo encajes de


bolillos, ¿qué se me habrá perdido a mí en el entierro del
suegro del…? —A apunto estuve de soltar que “del padre de
mi hijo”, algo que no le pasó por alto.

—¿De quién ibas a decir? Termina la frase, por favor.

—Del tipo que me estuve tirando hace unos meses y al que


ahora me volvería a tirar, pero a su yugular, que te daba yo una
que no te reconocerían ni por tu historial dental.

—¿Ni por mis muelas? —Le encantaba escucharme.


—Me cago en tus muelas—le dije y hasta provoqué que se
desternillase al imitar al genial Chiquito de la Calzada.
Capítulo 8

Vaya plan camino del entierro, con los niños en su línea, dando
un por saco monumental en el coche y yo con la perrita en las
manos.

—Pásamela, Brenda, por favor—me pidió Bonnie.

—Que no, niña, que el coche se mueve mucho y se te puede


caer de las manos. Y esta es muy chica, vamos a necesitar una
lupa para encontrarla, que no.

—No es tan pequeña, no exageres, no me la quieres dejar


porque piensas que le puede pasar algo malo. Y yo la voy a
cuidar…

—También le dijisteis a vuestra madre que cuidaríais de mí y


me tengo hasta que descojonar cuando me acuerdo, no me
hagáis hablar.
—Es que es nuestra perrita, Brenda—argumentó el enano, que
ese hacía que subiera el pan y bajara el vino cada vez que abría
el pico.

—¿Y qué? La llevo yo, que sois dos inconscientes y es muy


chica, repito.

—Tu bebé también es muy chico y nosotros lo vamos a cuidar


—volvió a la carga Bonnie, esa no paraba nunca de darle al
coco.

—Ya va a ser que no, a la vuelta del entierro de vuestro abuelo


me largo, ni un día más me quedo. Eso os lo juro yo por la
gloria de…

Los niños empezaron a llorar los dos al mismo tiempo y su


padre me miró como si yo hubiese dicho la mayor burrada del
mundo.

—¿Qué pasa? ¿Qué he dicho? Pues ya saben ellos que me voy,


¿no? Menudo chantaje, esto no funciona así, ¿eh? Vaya plan, si
lo sé no vengo…

—¿El abuelo ha muerto? —me preguntó Bonnie y entonces


caí en la verdadera razón de su llanto.
—Pues claro que ha muerto, niña, o a qué te crees que vamos a
Glasgow, ¿al entierro de la sardina?

Más lloraba la criatura y más la imitaba su hermano. Eran dos


grifos abiertos, no parecían tener consuelo.

—Mira que decírselo así—me recriminó su padre.

—¿Y la culpa es mía? ¿Cómo se te ocurre no contarles nada?


¿Tú estás idiota? Al final tenía razón Gonzalo cuando decías
que eras un soplagaitas.

—Gonzalo, ¿qué Gonzalo?

—Lo mismo te da que te da lo mismo, a mí no me cambies de


conversación, ¿cómo es posible que no le dijeras nada a los
críos? Vaya cerebro de mosquito, ahora la culpa será mía. Para
el coche, hombre, que igual les podemos comprar un helado o
algo para que se les pase el disgusto.

—¿Un helado? ¿Tú has visto el chaparrón que está cayendo?

—Menuda novedad, ahora también tendré la culpa de que


llueva. Y hasta de la muerte de Michael Jackson tendré yo la
culpa, anda ya…
—Mujer, es que los has dejado locos.

Miré hacia atrás y el cuadro era imponente. Los dos estaban


llorando que tenían que llorar y frotándose los ojos.

—Vaya un plan, que os los vais a sacar. Vamos a ver cómo os


lo explico para que se os pase la pena; el abuelo ha muerto, sí,
pero que tenía un hartón de años. Punto…

—El abuelito era muy mayor, ¿y? Yo no quería que se muriese


—Bonnie tenía hasta hipo por el llanto.

—Bonita, ¿y qué le vamos a hacer? Peor sería que se hubiera


muerto tu padre, ¿no? Bueno, peor según se mire, que igual tu
abuelo no le había hecho daño a nadie…

—Cállate, por lo que más quieras, que lo estás arreglando—


me suplicó él.

—Vale, igual el ejemplo que he puesto no ha sido el más


acertado, pero que el abuelito se ha ido al cielo con la abuela,
que hace muchos años que no la ve. Eso os pasa porque
vosotros no conocéis las sevillanas dedicadas a su abuelo de
Antonio Alemania, que te ponen la carne de gallina de solo
escucharlas…
—No, para mí que mis niños, sevillanas no conocen—Logan
no estaba muy convencido de mi explicación.

—Ya, como que aquí solo le dais a la gaita y eso que yo


todavía no he conocido a ninguno que la sople, la gaita digo,
que otras cosas sí que me las han querido soplar a mí y hasta
algún espabilado me las ha soplado, yo no te digo nada y te lo
digo todo—le solté en referencia a Alec.

—No hace falta que seas tan explícita, ya te he entendido.

—Pues por si las dudas, que más vale una cara colorada que
cien amarillas.

—Pero ¿todo eso qué tiene que ver con mis niños?

—Yo qué sé, si ya me he perdido. Que yo no he querido darles


el disgusto, hombre, tendremos que cantar o algo para
quitárselo, ¿no?

Hice todos los intentos habidos y por haber, pero aquellas dos
criaturas se estaban poniendo los ojos como dos brecas de
llorar y llorar. En cuanto a mí, de la que tenían montada, si no
hubiera sido por mi pollito me parece que abro la puerta y me
tiro, que fuera lo que Dios quisiera, que yo ese recital es que
no podía soportarlo.
El percal se estaba poniendo bonito. Paramos para que
tomaran algo y ni por esas, los que tomamos por donde
amargan los pepinos fuimos su padre y yo, porque dieron otro
recital de llanto que tuvimos que salir de allí como las balas,
menudo numerito.

Yo no podía más y es que un poco bocachancla soy también, a


qué negarlo, y parecía que ese día había metido una mijita la
pata. Madre mía, me estaban poniendo los nervios de punta y
yo dándole el biberón al bicho… Cuando me quise dar cuenta
casi le tenemos que hacer el boca a boca porque lo tenía medio
ahogado.

—Lo que hubiera faltado, otro funeral—suspiré mientras los


tres me miraban con la sangre helada por si mi pequeña tocaya
respiraba o no. Y tanto que respiró como que era cojonuda,
que para eso se llamaba igual que yo.

—Gracias al cielo—suspiró Logan.

—No, gracias a mí, que tengo mano con los niños, con los
bichos… Bueno, que en el caso de tus hijos es lo mismo.
Capítulo 9

Llegamos a Glasgow y yo es que llevaba el cuerpo


descompuesto. A santo de qué me había tomado esa mujer
tanto cariño como para tener que estar yo allí, con su padre de
cuerpo presente.

El hombre se veía que tampoco estaba descalzo precisamente.


Si ella era un poco ambiciosilla, se iba a volver loquita cuando
heredase aquella mansión. Qué calladito se lo tenía, la cacho
perra. Con razón quería que Logan se hiciera un empresario de
altos vuelos, como que la niña venía de noble cuna.

Hasta el abrigo me fueron a quitar cuando llegué, un ayudante


de mayordomo o yo no sé qué puñetas porque allí entre el
servicio había más jerarquía que en el ejército. Y más cuentos
también, se notaba una tontuna de categoría. Y nunca mejor
dicho lo de la categoría.

—Cariño, qué contenta estoy de que hayas venido—dijo y yo


pensé que por lo menos le había soltado un “cariño” al marido.
Ya era hora de que se arreglasen y de que me dejaran a mí tirar
para Móstoles que ya no es que fuera a besar el suelo cuando
llegase, sino que directamente haría la croqueta por allí.

Logan se adelantó un paso y entonces vi con estupefacción que


no era a él a quien se dirigía, sino a mí, cogiéndome del brazo.
Un momento, ¿no sería que le gustaba yo también? No, si al
final se darían tortas por mí, si es que la que vale, vale…

Que no, que me estoy tirando un poco el moco, que no era eso,
sino que esa mujer buscaba consuelo en mí, era como si yo me
hubiese convertido en su tabla de salvación. Otra que tenía un
ojito que era para hacérselo mirar, allí había más majaras que
orejas.

—Te acompaño en el sentimiento, Alisa, aunque yo no debería


estar aquí, esto ha sido una carambola.

—¿Cómo que no? Tú ya eres mi amiga, por encima de una


empleada. Nadie como tú para cuidar de mi familia en mi
ausencia y una madre eso lo tiene que valorar, sería una
ingrata si no lo hiciese.

—Vale, mujer, pues si quieres me metes el aguinaldo en la


cuenta cuando llegue Navidad, que ahora vas a estar forrada,
pero ya.
—Hasta en un día así eres capaz de hacerme sonreír, Brenda.

—La gracia va a ser ahora cuando se bajen los dos monstruitos


del coche con el bicho. No sabes lo feo que era cuando lo
encontramos, el bicho digo, que como estoy mirando para allá
no creas que me refiero a tu marido, que ese sabes tú que está
bien bueno—Me dio el siroco y se lo solté, ella se quedó un
tanto a cuadros y ya, tampoco me mandaría fusilar por hacer
un comentario inocente.

—¿Tan feo era el animalito? —corrió un tupido pelo—. No


sería para tanto, mujer.

—Que no, dice, yo creía que era un engendro del diablo o


algo. Un segundo más y le doy un pisotón que lo envío para el
otro mundo. Pero tranquila, que luego tu marido lo lavó y eso.
Y ahora es bonito, bueno, bonita, que resulta que tus niños son
unos cachondos y le han puesto mi nombre para que quede una
Brenda en la casa, como si no me fueran a echar de menos por
eso. Pobres ilusos, no van a llorar nada…

—Ay, por favor, qué penita, no queremos que te vayas.

—Penita si me fuera a morir, pero me voy para Móstoles,


chochete. No te pases—Le sonreí entre dientes.
—Ya, pero es que estamos tan hechos a ti. Todos estamos muy
hechos a ti, Alisa.

—Ya lo sé, ya, si todos me vais a echar de menos.

Unos más que otros, esa mujer estaba empanada si no veía que
su marido me ponía ojitos porque hasta delante de ella se le
notaba y a mí… A mí es que me caían unos sudores por todo
el cuerpo que a ese paso me consumiría, me quedaría en la
nada. Y que conste que en parte eran porque no sabía dónde
meterme cuando él me miraba así, qué situación, y en parte
porque el highlander, todo él y su cuerpo serrano, me
calentaba más que un balonazo en la oreja.

Igual es que no os lo suelo recordar y se os olvida, pero a mí el


furor uterino no se me pasaba, ese iba a más. De hecho,
aunque fuéramos de funeral, yo no le hacía daño a nadie
llevándome mi Satisfyer en la maleta, que él no tenía la culpita
de nada.

Eso fue lo primero que hice, aunque también lo miré y me dije


que tenía ya que jubilarlo porque de tanto usarlo, al aparatejo
no es que se le estuviese acabando su amor por mí, como
cantaría la más grande, nuestra Rocío Jurado, pero hasta el
color se le estaba yendo y yo notaba como que había
menguado, al contrario de lo que pasa con los garbanzos
cuando los hechas a remojar.
Bueno, que ya me voy de nuevo por las ramas, qué me gusta.
Me fui hacia los niños y dejé que Logan le diera el pésame. A
mí me quería más, estaba claro (digo ella, que conste), porque
el que se dieron ellos fue un abrazo frío.

No quiero decir con esto que Alisa no quisiera a su marido,


porque bien que la vi sufrir cuando sufrió el accidente, pero sí
que esos dos se tocaban ya lo justo y necesario para mantener
en pie el santo sacramento del matrimonio, porque ahí la cosa
estaba ya fresquita, fresquita, como las pescadillas de Manolo,
el pescadero de mi barrio.

A continuación, llamé a los niños y los dos se despertaron de


nuevo con un par de pucheros que habrían servido para
alimentar a un regimiento.

—¿Qué les pasa a mis niños? —me preguntó ella alarmada.

—Tu marido, chica, que no sabe decir las cosas, les ha contado
lo de su abuelo con menos tacto… Yo de ti le daba una colleja
o algo.
Capítulo 10

Un ratito después me había duchado y, ya de paso, hecho un


apañito en el baño para bajarme la calentura, cuando bajé con
un traje tan negro y recatado que hacía que la abuela de la
fabada pareciera moderna a mi lado. Me lo había encontrado
en plan indirecta en el armario y no quise gresca. Total, para
que lo duraría yo allí.

—Mira, Alisa, yo me voy a ir. Tú no te lo tomes a mal que yo


sé que eres muy amable y que estás deseando agradar, pero
reconoce que esta fiesta a la que me has invitado no es plato de
buen gusto. A mí me da mucho yuyu estar en esta casa con tu
padre de cuerpo presente. Oye, que el hombre también sería
muy buena gente y todo lo que tú quieras, pero precisamente
por eso, que ahora ha palmado y me da mal rollo. Tú quédate
con que ya te he dado las condolencias y eso, ¿vale? Me piro,
vampiro.

—No, por favor, no puedes dejarme así, no te vayas.


—Mujer, si tampoco me voy a subir a un cohete de la NASA,
tengo que volverme con vosotros a Inverness, mi vuelo sale de
allí. Yo lo único que necesito es tomar un poco al aire
haciendo turismo por Glasgow, no seas egoísta. Es que verás,
mi bisabuela es fan de los “Martes y trece” de toda la vida. Tú
no los conoces, que aquí sois unos desaboridos, pero con esos
te meabas. Son los de las famosas empanadillas y Encarna.
Bueno, pues que también tienen una peli que se titula “Aquí
huele a muerto”. Y eso es lo que me pasa a mí, que por mucho
ambientador que tú pongas yo siento el tufillo a difunto y se
me ponen los pelos como escarpias. Tengo que mirar por mi
pollito, yo es que lo siento.

—Brenda, más que lo siento yo, no lo siente nadie, solo que


hay que normalizar la muerte.

—Algo influirá en tanta normalización que vas a coger


mogollón de billetitos, a mí no me la das—Le arreé un codazo,
que yo soy la mar de fina.

—No lo dices en serio, ¿no?

—No me eches cuenta, que ya sabes que soy otra cachonda. Y


que lo estoy también, aunque no es plan de explicártelo aquí
con la faena que tenemos por delante, la de enterrar a tu padre.
Es un decir, ¿eh? Que lo iba a enterrar Rita, para eso sí que no
cuentes conmigo.
Alisa me cogió del brazo. Esa, mucho parecer escucharme y
luego, con la cara de tonta que tenía, siempre se salía con la
suya. No, si para algo era psicóloga, de tonta no tenía ni un
pelito.

Abrió la puerta de aquella habitación, en la cual se necesitaba


un mapa para no perderse, y entonces caí en la cuenta de que
me la había jugado y bien jugado.

—Ay, omá, suéltame, suéltame…

—Mujer, si no muerde, está ahí como dormidito, ¿no ves que


tiene un gesto muy plácido? El pobre, mira que pareció
mejorar y, sin embargo, no. Solo fue la mejoría que precede a
la muerte en algunos casos, qué disgusto más grande.

—Disgusto el que tendremos como no me sueltes del brazo.


Qué agobio más exagerado, ¿cómo se te ocurre? ¿No te he
explicado ya el yuyu que me dan a mí estas cosas?

—Hay que normalizar las situaciones, te lo digo como


psicóloga. Una no se puede quedar con las cosas dentro ni con
las fobias, ni con las frustraciones, ni con los pesares. Lo
mejor es actuar con naturalidad y decir lo que se siente en cada
momento, esa es la mejor terapia y el mejor regalo que puedes
hacerte a ti misma.
—Pues también puedo dejarte a ti un regalito, porque me están
dando uno retorcijones de vientre que no son normales,
suéltame o va a empezar a tufar. Y a mí no me pidas luego el
libro de reclamaciones.

—Solo darle un besito a papá y ya nos vamos, de verdad.

—¿Yo? ¿Darle un besito yo? Tú estás majara, que ese hombre


y yo no hemos comido juntos en ningún plato y que debe estar
más frío que el marmolillo. Hasta el rigor mortis ese debe
tener, le doy yo un beso y me quedo que me tienen que
enterrar con él, no te lo has creído ni tú.

—No, tranquila, me refiero a dárselo yo.

—Ah, vale, qué acojone. Pues explícate mejor que tú vives de


darle al pico y no puedes quedarte a medias. Digo hablando,
en el sexo no sé cómo te quedarás, aunque no es plan de hablar
de eso aquí delante de tu padre, que por otro lado te digo que
el hombre ya no se entera, pero bueno, un respeto, ¿qué es esto
de hablar de cochinadas en un velatorio?

—Eso digo yo—me respondió ella.

—Pues listo, que te calles y que te centres, que te noto muy


perdida. Y venga, dale un besito ya y nos vamos, que no llego
al wáter y perderemos las amistades tú y yo.
No había nada en el mundo que me impusiese más que la
presencia de un fallecido. Y eso que era consciente de que hay
que temerles mucho más a los muertos que a los vivos, eso
desde luego.

Alisa se despidió de su padre y yo solo pensaba en las


croquetas de la mía. Una tiene que verle las orejas al lobo para
valorar lo que tiene. Y pensé que, pese a todo, yo tenía una
tremenda suerte por contar con Mónica y con ella en mi vida.
Mi madre y mi hermana también eran sumamente importantes
para mí y se convertirían en un pilar todavía más esencial
cuando naciera mi niño, puesto que padre, lo que se dice
padre, como que no tendría.

Ella seguía despidiéndose del suyo y yo pensé en que era una


dura realidad, pero que el mío nunca conocería al que me
ayudó a engendrarlo.
Capítulo 11

—Estos niños son muy variables, como dos veletas, yo los


prefería cuando estaban llorando como dos magdalenas—le
comenté a Logan el día siguiente en el desayuno, porque ya
estaban alborotando como siempre.

—Sí, parece que ya vuelven a ser ellos mismos.

—Con su propio mecanismo, sí. El enano no me ha tirado de


milagro al entrar en el comedor, menos mal que es un peso
pluma porque me ha arreado un pisotón que ya me lo cobraré,
ya.

—Es porque tiene prisa por sentarse a la mesa, ya le leeré la


cartilla.

—Sí, pero hoy no, mañana, como diría José Mota. Vosotros
mucho darle al palique, pero a los niños estos os los vais a
comer con patatas cuando yo no esté, no sé quién va a
enderezarlos.

—No me hables de cuando tú no estés, que me da mucha pena.

—Mira, cállate que a mí lo que me dan son unas ganas


increíbles de aplaudirte los mofletes cada vez que te haces la
víctima. Y no es plan de hablar de esto en casa de tu suegro,
que no sé cómo la cara no se te cae hasta el suelo de
vergüenza.

—Ya sabes que eres mi debilidad, lo siento.

—Qué bonito, se me acaba de clavar en el corazón. Te quieres


ir por ahí, ¿y dónde está tu otra debilidad?

—¿Alisa? Sabes que ella no lo es, ya no lo es para mí.

—No, solo es tu mujer, ahí es nada. Pues ya puedes verla


como una perita en dulce porque eso es todo lo que te vas a
comer, conmigo no cuentes.

Me di media vuelta y me fui. Ya me había cabreado y entre eso


y que los monstruitos no paraban de tirarse cruasanes en la
mesa, pensé que de allí saldría lisiada, mental o físicamente.
—¿Se puede saber dónde vas? A mí no me sigas que estoy de
mala leche—le dije volviéndome de pronto.

Tan cerca estaba de mí, casi pisándome los talones, que al


volverme casi me lo como, cayendo en sus brazos. Y encima
resultaba que estaba tan duro como siempre, así que me puso
una barbaridad caer encima de él. Logan, que era más largo
que un día sin pan, bajó la cabeza y su mentón rozaba mi
frente.

Hay quien tiene la teoría de que se puede hacer el amor con la


mirada. Yo no soy tan romántica, sino más bien de las que
piensa que para hacer el amor te la tienen que meter hasta el
nudo y, sin embargo, como que reconozco que en parte me lo
hizo así.

En esa ocasión no hubo cable pelado por medio (no fui


previsora), pero me separé de él en cuanto me percaté, que
estaba sintiendo cosas que no podía permitirme. Lo hice de un
modo brusco y él lo notó.

—Me da la sensación de que no quieres ni rozarme.

—¿La sensación? Pues anda que eres listo tú, un montón de


listo, ¿no os hacen psicotécnicos de esos en las pruebas para
profesores? Y luego dicen que la educación va mal, ¿qué
queremos? —Me encogí de hombros.
—Yo quiero besarte, sé que no es el sitio ni el momento ideal,
pero quiero besarte.

—Y tanto que no lo es. Si es cierto eso de que hay vida


después de la muerte, debes tener contento a tu suegro. Luego
notarás cosas en la cama y te acojonarás, pues te jodes, a mí ni
me las cuentes, que será él que vendrá a atormentarte. Qué
yuyu, por Dios.

—No, eso será difícil porque yo en la cama ya no siento nada.

—Qué metafórico, no hablaba del gustirrinín, obviamente,


sino de que te vas a cagar cuando te atrinque en espíritu, de
eso. Porque lo debes tener la mar de contento.

—Él ya sabía que las cosas no iban bien con su hija. Esas
cosas las nota un padre.

—¿Sí? No estoy yo tan segura, mi padre no notó nunca


demasiadas cosas. Más bien las notó mi madre y las sigue
notando, que ella sí que estuvo siempre al pie del cañón.

—Hay padres y padres. Y yo me tengo por uno que se


preocupa por sus hijos.

—Y yo que me alegro, ya puedes pasar a recoger tu medallita


cuando quieras. Y ahora, vete a consolar a tu mujer, que en
nada enterramos a su padre. Bueno, es un decir, que yo ya le
he explicado que no pienso enterrar a nadie, no creo ni que
baje.

—Tienes que bajar, Alisa cuenta con ello.

—Pero qué perra le ha entrado a esta mujer conmigo. Oye, y


hablando de perras, ¿dónde está la enana esa? Que hace un
rato que no la veo.

—¿A Brenda?

— Sí, a Brenda que es menester ver lo cachondos que son los


niños poniendo nombrecitos.

—Pues lo cierto es que no la he visto, no. Supongo que los


niños la tendrán por ahí.

—Jardín hay para dar y regalar, aquí podríais hacer carreras de


caballos como las de Sanlúcar, le sacaríais provecho a esto.
Con lo que dices que le gusta a tu mujer el dinerito, se volverá
loca, ya lo verás, la jodida.

—Pues le voy a preguntar a los niños, que seguro que están


jugando con ella.
Se fue a buscarlos y, vaya por Dios, qué encuentro más bonito
tuve. Todo lo que me pasaba era igual, justo sacaban el féretro
de la habitación de ese hombre y su hija iba detrás, totalmente
compungida, llorando lo más grande.

—¿Dónde estabas, Brenda? Te estaba buscando.

—Yo qué sé, por allí y por allá, escuchando el canto de los
ruiseñores, ¿son ruiseñores los pajaritos que suenan por la
mañana? Me lo acabo de inventar, que lo sepas, yo no distingo
unos de otros. Si hasta el cachorrillo me pareció que era un
bicho, aunque un poco bicho sí que es, que no lo encontramos,
¿tú lo has visto?

—¿Brenda se ha perdido? —Alisa se sonaba los mocos, sería


muy fina, pero tenía una pena que no podía con ella y ya se
sabe que cuando una tiene una pena muy grande como que le
salen dos velas de mocos quiera o no quiera.

—La otra Brenda querrás decir, porque yo me perdí hace un


tiempo. Y mejor no te cuento con quién—murmuré y ya me
callé que tampoco era plan de que esa mujer se liara conmigo a
leche limpia en un día tan significativo, que todavía pagaba yo
el pato de los cuernos que le había puesto su marido.

—Sí, claro, qué cosas dices. Me refiero a la perrita, ¿puedes ir


tú a buscarla? Es que el entierro es en un rato y tengo todavía
que firmar no sé cuántas cosas, esto es horrible, vaya cantidad
de trámites.

—Pues menos mal que ya lo quitan de aquí, que yo no he


pegado un ojo sabiendo que había un difunto en la casa.

—A mi pobre padre le hubieras gustado mucho, le conté lo


que nos reíamos contigo y estaba deseando conocerte.

—Es lo que tengo yo, que todo el mundo me quiere.

—Sí que le hubieras gustado, sí…

—Oye, pues viendo el percal lo mismo me habría traído


cuenta casarme con él, que le quedaba un suspiro.

Hasta yo misma comprendí que esa vez sí que me había


pasado con mis burradas. La pobre Alisa se me quedó mirando
y debió pensar que eso no podía haber salido de mi boca.

—Brenda, por Dios…

—Mujer, si es por hacer gracia, tú ni caso, ya sabes que la


cabeza no me rige demasiado.
—Lo que hubiera faltado, qué lío, tú habrías sido mi
madrastra.

—No, no, deja, que a mí los líos de familia no me gustan—


disimulé.

Obvio que lo dije de broma porque Dios me librara de casarme


por interés y con un hombre que tenía ya un pie en la tumba.
Si fue Gonzalo, que estaba de mucho mejor ver y le di un
patadón que lo mandé directo a la luna cuando quiso que la
cosa se pusiera más seria.

Bajé al jardín y allí me encontré a Logan dando voces,


buscando a la perrita.

—No jodas que todavía no ha aparecido, pues como no hay


terreno aquí y con lo chica que es, ¿dónde ha podido caer? Un
dron vais a tener que contratar para encontrarla. Eso o llamáis
a Paco Lobatón, que ese hombre lo encontraba todo, qué arte
tenía. Ya, que tampoco sabes quién era Paco Lobatón, pues
uno más majo que las pesetas, a mi bisabuela le encantaba,
siempre decía que si lo hubiera cogido en sus años mozos le
habría dado un meneo que hasta el bigote le habría temblado.
Y me lo creo, menudas somos las mujeres de mi familia de
calentitas, qué te voy a contar…

—Calentito se pondrá aquí el tema también si no aparece la


perrita, ya sabes cómo están los niños con ella.
—Ay, qué agobio. Venga, tú llámala…

—¿Y qué crees que estoy haciendo?

—Yo qué sé, no he escuchado nada. Llámala así con dos pares,
en modo highlander, que eso me pone.

—¿Te pone? No te voy a decir yo lo que me pone a mí


porque…

—Porque vamos a enterrar a tu suegro en un cuarto de hora y


estaría muy feo. Y también porque estaría horroroso que
aparecieras con un manotazo bien dado en toda la jeta.

—Es que no vale, ¿tú puedes decirme todo lo que te venga en


gana y yo a ti no? ¿Eso en qué cabeza cabe?

—En la mía, así que ya te puedes ir acostumbrando. Venga,


busca, busca…

—Oye que la perrita es ella, no yo.

—Tú busca y no discutas más, que te gusta mucho


escucharme.
—No lo sabes tú muy bien.

Nada, hasta debajo de las piedras buscamos y el animalito que


no aparecía. A la hora del entierro, los niños estaban con una
pena tremenda y yo venga a sonarles la nariz, que era ver una
vela de mocos y sentir náuseas.

—Qué bonitos, lo que están sintiendo la muerte de su abuelo


—soltó una persona mayor y ya se lio el taco.

—Estamos llorando por mi perrita, señora—le respondió la


niña que esa no se callaba por mucha pena que tuviera.

—Pero que ya ayer lloraron por su abuelo, no se crea usted,


esto va por turnos—añadí yo antes de que se liara el taco.

Para colmo, el escenario es que no podía ser más solemne. Al


anciano lo estaban enterrando en el panteón familiar, en el
mismo jardín de su casa. El suyo parecía uno de esos entierros
de las pelis de ricos, con varios hombres bajando la caja poco
a poco.

Yo es que siempre he tenido un oído muy fino, las cosas como


son, y empecé a mosquearme mientras el cura aquel rechoncho
no paraba de decir no sé cuántas cosas, que parecía que más
que su sacerdote parecía su mujer, de lo bien que lo conocía.
No me lo pensé, porque intenté decirles que no la bajaran más
y parecían estar sordos, ¿nadie me hacía caso? No, parecía que
el jodido del cura los hubiera hipnotizado.

Por muchos años que viva, no olvidaré la cara de Logan


cuando me vio saltar en lo alto de la caja.

—Pollito, agárrate que tú y yo nos vamos a convertir en héroes


—le aseguré a mi Darío mientras me apretaba el vientre.

Me quedó muy peliculero, no es porque yo quiera decirlo, es


porque ni el mismísimo James Bond lo habría hecho mejor.
Por la gloria de toda mi casta que hasta yo aluciné del salto
que di.

—¡¡¡Brenda!!! —me chilló Logan.

—¿Qué haces? Que a ti te queda mucha vida todavía por


delante, mujer, ¿tienes depresión o algo? Que yo te puedo
tratar—murmuró Alisa sin poder dejar de llorar, que la pobre
no sabía por dónde venía el tiro.

—Que no, leche, que no es eso, que yo estoy muy contenta


con mi pollito, andando me voy a suicidar. Bueno, si me
entraran ganas de suicidarme sería porque estáis todos sordos
y me tenéis muy harta, ¿no estáis escuchando un ladrido?
Logan ordenó que pararan el entierro y que subieran la caja.
Enseguida la abrimos y el pobre animal salió con más mala
cara que si llevara dos semanas sembrando patatas al sol.

—¡La has encontrado, Brenda, la has encontrado! —me


chillaba la niña en todo el oído. No, si al final me dejaban
sorda como ellos.

—¡Te quiero, Brenda, has salvado a nuestra perrita! —El niño


se me cogió al cuello y no me lo partió de milagro. Para ese
que yo lo tenía como el de Fernando Alonso, qué dolor.

—Brenda, no sé cómo agradecerte lo que has hecho, ¿estás


bien? —Logan se me acercó y me dio un abrazo que dejó un
tanto mosca a Alisa.

—Te quieres echar para allá, que nos está mirando tu mujer—
murmuré.

Tampoco tardó en acercarse ella, agradecida pese a que el


gesto de su marido la desconcertase un poco.

—Logan tiene razón, estás haciendo tantas cosas por nosotros,


estaremos siempre en deuda contigo. No sé cómo podremos
compensarte.
—Tú tranquila, que estamos en tablas—le solté, yo me
entendía—: Vaya, que yo también os estoy muy agradecida, tú
es que eres más cumplida que un luto.

A lo justo aguanté la risa porque a mí es que en las situaciones


más complicadas me daba por reírme, yo era así y no lo podía
evitar. Mira que hablar de lutos cuando las dos parecía que
íbamos para el Carnaval de Cádiz vestidas de viejas…

La niña levantó la perrita para que todos la vieran cuando el


animal ya volvió un poco en sí.

—Mírala, no le gusta nada chupar cámara a la jodida, la ha


levantado como lo hicieron con Simba. Lo único que le ha
faltado es decirle al animal que todas las tierras que ve serán
suyas.

Los allí congregados, viendo la felicidad de los niños,


comenzaron a aplaudir y a vitorearme por mi acción heroica.
No era para menos, suerte que caí de lado encima de la caja
porque si llego a caer de frente me habría nacido el niño que
en vez de nariz le tendríamos que poner un pegote de
plastilina.

Pues nada, que fue un entierro distinto, las cosas como son. Es
que no sabía esa gente cómo me las gastaba yo.
Capítulo 12

A la hora del almuerzo, los niños estaban que no sabían dónde


ponerme.

—Brenda, si no hubiera sido por ti, la entierran con el abuelo,


¿cómo es posible que se metiera en la caja? —me preguntaban
radiantes de felicidad.

—Porque la enana esa tiene culillo de mal asiento como


vosotros, se mueve más que los precios.

Logan me miraba mientras hablaba con los niños. Sí que


parecía embobado conmigo, sí. Había momentos que hasta me
lo creía. Y luego me acordaba de que era un cerdo, un gorrino,
un puerco y unas cuantas cosas más y ya me ponía otra vez la
coraza.

—Menos mal, menos mal, ha sido increíble, ¿de veras que


estás bien? Quizás debiera verte un médico, diste un salto
tremendo.

—Y dale, no eres pesadito, highlander, que no. La que igual


necesita que la vea un médico es tu mujer, que no veas si está
pálida, le van a llegar las ojeras hasta… Mejor no te digo
dónde le llegarán las ojeras.

—Han sido muchos días sin apenas dormir ni descansar. Y


encima la decepción, después de que volvió a hacerse ilusiones
de que su padre se recuperaría. Me da mucha pena de ella, las
cosas como son.

—Pues no se nota mucho, ya puedes menear el culo e ir a ver


cómo está, venga—Palmeé en el aire.

Por mí, cuanto más se acercase a ella mejor. Y, además, que


era de justicia, que Alisa debía estar pasando un día de perros
y nunca mejor dicho.

—No creas que me quiere a su lado. Mi mujer prefiere estar


sola, eso no es nuevo—murmuró por lo bajini mientras los
niños le hacían carantoñas a la perrita.

—Ella estará deseando que te acerques, pero como tú no lo


haces pues los unos por los otros y la casa por barrer, al final
ninguno de los dos movéis ficha.
—Si yo muevo ficha no será en esa dirección…

—Espero que estés hablando del parchís, porque como ese


comentario tenga algo que ver conmigo…

No le faltaba algo de razón a Logan. Tampoco es que fuera un


desalmado, desde que estábamos allí pude percatarme en
varias ocasiones de que él trató de consolarla y que ella se
mostraba huidiza.

Como pareja ya no debían funcionar, aunque el cariño y el


respeto sí que existía. En cualquier caso, a mí me tenía que
importar un bledo porque el problema no era su mujer y que
yo me sintiese en deuda con ella, que también. El problema era
que yo ya no me fiaba de ese hombre, pero nada de nada.

Se levantó y volvió al rato.

—Me preocupa, no quiere levantarse ni tomar nada.

—Igual piensa que si se levanta tomará por saco, que ya sabes


del pie que cojean tus niños. Llévale un caldo, que eso levanta
a un muerto. Oye, es un decir, ¿eh? Que como yo vea aparecer
por aquí al difunto de tu suegro pego una carrera que ni un
corredor olímpico.
—¿Y por qué no se lo llevas tú? Estoy seguro de que le hará
más ilusión verte a ti que a mí.

—También eres exagerado, no sabes lo que lloró ella con lo de


tu accidente.

—Supongo que es duro pensar que le pueda pasar algo al


padre de tus hijos, que estos se queden huérfanos.

—Sí que es duro, sí, lo de quedarse sin padre. Yo lo digo


porque es así, pero no es el caso de mi hijo, que a ese yo lo
quiero criar sola por decisión propia.

—¿De verdad es tu hijo y no nuestro hijo?

—¿De verdad aquí no os hacen la prueba esa del talón al nacer


para ver si tenéis algún gen anormal? Me voy a llevarle el
caldo a tu mujer, que por lo menos ella no me cuenta
pamplinas.

Traté de servirlo yo y acudió una sirvienta como si hubiese


cometido un pecado mortal.

—Tranquila, que no me voy a llevar el cazo. Y eso que no


veas, si lo vendo al peso me sacaré un pastizal, que parece
plata de la buena, ¿no?
—¿Cómo? No, es que se lo sirvo yo, no se moleste.

—No, si yo no me he molestado, por lo menos de momento. Si


ya veo que me ponéis de ladrona igual sí, pero de momento
no.

Allí las bromas no las cogían al vuelo precisamente. Dirán lo


que digan, pero como nuestro humor va a ser que no que no lo
tienen.

Llegué a la puerta del dormitorio de Alisa y sí que daba un


poco de penilla verla. sí.

—¿Cómo estás, guapa? Y que conste que te digo guapa porque


soy muy amable, pero tienes una pinta que es una mezcla entre
el muñeco ese, el Chucky, y una muñeca de esas de porcelana
de las pelis de miedo. Hoy te voy a dejar porque no quiero
estresarte, pero mañana te pongo yo el colorete a mi antojo,
vas a parecer una amapola.

—Eres muy buena conmigo, ¿por qué? —Cada vez que Alisa
me decía una cosa de esas me clavaba un puñal en el pecho sin
saberlo.

—Ni que tú me hubieras tratado a latigazos. Somos buenas


porque somos buenas, las dos. Punto.
—Siempre he dicho que las mujeres debemos ayudarnos y tú
eres una amiga, te voy a echar tanto de menos.

—No te me pongas sensiblera, hazme el favor, que luego a mí


también se me escapan las lagrimitas, ¿tú te crees que yo no te
voy a echar de menos? ¿Y a tus niños? Pues anda que no voy a
sentir que me quedo sorda sin escucharlos todo el día.

—Duncan dice que te va a regalar su trompeta, que a ti te


gusta cómo suena.

—Mal palo le arreen al niño, ¿Que me gusta? Lo mismo se


cree que es verdad cuando me pongo a jalearlo con toda la
ironía del mundo.

—Y la niña dice que quiere ir a visitarte, que la llevemos el


año que viene y que así conocerá el pollito, que ella lo quiere
como si fuera un hermano.

A mí me daban escalofríos a veces. Y luego estaba el que me


dio con ese comentario. Sería bruja la niña y tanto que era su
hermano, no lo sabía ella muy bien.

—Mujer, si yo os enviaré fotos y están también las


videoconferencias, no hace falta que hagáis tanto gasto.
Además, que en casa de mi madre no os puedo meter a todos,
que esa es más maniática con el orden y la limpieza, se iba a
matar con tus niños.

—El dinero no es problema, ya lo sabes. Nos alojaríamos en


un hotel.

—Pues qué suerte tienes—Le sonreí.

—Y menos ahora, que voy a heredar.

—Ya lo he visto, ya. Igualito que yo el día que herede, que nos
va a quedar para irnos al Burger King a Mónica y a mí.

—A ti no te faltaría nunca el trabajo con nosotros, aunque


entiendo que aspires a más. Tú has estudiado una carrera y no
querrás estar toda la vida cuidando niños.

—Al mío sí, ¿eh? Que tampoco soy tan mala gente. Parece que
me he tragado un ogro, pero sabes que soy todo fachada.

—¿Y no te lo pensarías? Quédate una temporada, siento que te


necesito más que nunca.

—Eso es porque acabamos de enterrar a tu padre y es normal


que te sientas así. Lo raro sería que estuvieras bailando,
aunque con lo que vas a heredar no sé yo—Reí.
—Qué cosas me sueltas. Me siento mareada, como si la
habitación me diera vueltas.

—Ya sé yo lo que es eso y no me hace falta ser psicóloga para


entenderlo; tú tienes un estrés postraumático de esos que
llaman, ¿puede ser?

—Puede ser perfectamente. Yo ya venía de una época…

—Chunga con tu marido, ya lo sé. Y ahora lo de tu padre. Lo


suyo ya no tiene remedio, que el hombre se ha ido a criar
malvas, pero tu marido está para… Me callo, tú sabes para lo
que está, aprovéchalo, no seas tonta.

—No te imaginas lo que me gustaba, lo enamorada que he


estado de él.

—Pues dale candela, mujer, que donde hubo fuego rescoldos


quedaron.

Me dolía en parte decirle esas cosas, pero ya que a mí no me


salió con Logan, al menos que lo disfrutara ella. Era muy
doloroso, me resultaba tan doloroso todo que solo quería
marcharme y que cuando me diese cuenta ya estuviese en mi
casa.
Capítulo 13

Esa mujer no levantaba la cabeza. Parecía que le hubieran


puesto la pierna encima para que así fuera, como decía aquel,
el tal Jorge de “Gran Hermano”.

Todavía nos quedaban un par de días más en Glasgow porque


ella tenía que arreglar ciertos asuntos antes de que
volviéramos. Yo me moría de ganas de regresar para coger la
maleta y poner por fin rumbo a España, aunque entendía que
las cosas de palacio van despacio y que debía tener un poco de
paciencia.

—Los niños irán hoy a la ciudad a dar un paseo y aireare un


poco mientras yo me reúno con el notario—me comentó Alisa.

—Para coger dinerito, ¿eh? —le solté con una sonrisa.

—Mujer, que se ha muerto mi padre, no es que me haya


tocado la lotería.
—Ya, pero podía haberse muerto tieso como la mojama y no,
te ha dejado las espaldas bien cubiertas. Aquí hay más gente
trabajando que en la serie esa de “Downton Abbey”.

—Sí, y ahora todo esto parece que es mío, se me hace muy


raro pensarlo.

—Nada, nada, tú a disfrutarlo, que la vida son dos días y al


saber cuándo podemos irnos para el otro barrio, que para eso
solo hay que estar vivo. Eso sí, yo me voy con tus niños a la
ciudad, que a mí lo de los notarios y eso no me gusta, lo veo
muy solemne. Y tú, antes de irte, tómate un buen Cola-Cao o
como se llame el cacao que tengáis aquí y déjate de tanto té
que te estás quedando en los huesos, no vas a servir ni para
echarte al puchero.

—Vaya ánimos que me estás dando, supongo que me he


dejado un poco de ir estos días.

—¿Un poco? Un poco dice, te has quedado en la mitad. Muy


bien no estabas ya desde el accidente de tu marido, pero es que
ahora estás ya de pena, guapa.

—Bueno, pues me voy, disfrutad mucho.


—Un momento, no te vayas todavía—Cogí la brocha del
colorete y salí detrás de ella.

—No, no, que me vas a pintarraquear mucho y no me veo.

—No me seas sosa y no intentes correr, que no tienes


escapatoria.

—Que no, que no, que no me veo. Y, además, que se ha


muerto mi padre.

—Pues precisamente por eso, porque se ha muerto tu padre y


parece que te has muerto tú. Ya te estás quitando ese vestido
tan negro, que pareces un grillo, Yo el que me pusiste en el
armario, que fuiste tú muy rapidita, ya lo he tirado a hacer
puñetas, además de que le hice un buen siete cuando me tiré
encima de la caja.

—Ni me lo recuerdes, fue el momento más confuso de mi


vida.

—Paparruchas, un entierro distinto y peculiar, que todos son


iguales.

A todo esto, ya la había agarrado y la tenía sentada para darle


un buen par de brochazos de colorete que le devolvieran el
color a la cara.
—Te lo pido por favor, no me vayas a pintar como una puerta.

—¿Y eso por qué?

—Ya te lo he dicho, porque mi padre acaba de fallecer y la


gente habla mucho.

—¿Y a ti qué mierda te tiene que importar que la gente le dé a


la lengua? Si yo hubiera mirado eso… Yo es que me paso lo
que diga la gente por… Mira, mejor me callo que ya sabes la
lengua que tengo y que estoy deseando soltarte por dónde me
lo paso, pero como tus oídos son tan finolis.

—Tienes razón, a mí me ha importado siempre muchísimo lo


que dijera la gente.

—Oye, la psicóloga eres tú, pero yo leo mucho en Internet y


para mí que tienes “el síndrome de la niña buena”, ese que
hace que vivas queriendo agradar a todos.

—Tienes razón, hace tiempo que lo pienso.

—Es que eso lo saben hasta los hebreos, lo tienes y lo tienes,


guapa. Pues mira, para eso hay un remedio muy bueno, no sé
si estará avalado científicamente, pero es mano de santo;
tirarte tres peos para todo el que hable.

—Por Dios, Brenda, qué cosas dices…

—¿Qué cosas digo? La verdad verdadera y punto. Venga, me


voy y tú acuérdate, cada vez que alguien le vaya a dar al pico
de ti, te pones mirando para él y te tiras tres peos.

—No me veo haciendo eso, la verdad.

—Mira, me podía haber ahorrado el colorete, te estás


ruborizando sola…

—Ya, puede ser.

—También tengo otros remedios, como uno que es buenísimo


el de soltar por la boca un “cómeme el coño” para todo el que
te sobre, pero si no te va lo el otro, este igual se te atraviesa
todavía más.

Ella negó con la cabeza y yo me fui a buscar a los niños, al


perro, al padre que los hizo… En fin.

—La cuerda—le pedí, antes que nada, negándome a salir con


ellos si era de otro modo.
—Pero si Brenda todavía no tiene correa, ¿no ves que es muy
chiquitita y hay que ponerle las vacunas? No puede ir por el
suelo —me soltó con retintín Bonnie.

—Digo para vosotros, lista, que no pienso salir ni al jardín si


no vais atados, acordados de la que me liasteis la última vez.

—Será una broma, papá—se quejó, cruzando los brazos


delante de su pecho.

—Y un jamón es una broma. O vais atados u os quedáis en


tierra y me voy yo a ver Glasgow sola, que sería lo mejor que
me pudiera pasar.

—Pero Brenda, no puedes llevarlos atados—añadió el


highlander, cómo no iba a intervenir él.

—¿No puedo? Bastante con que no los llevo amordazados ni


esposados, atados es lo mínimo. Venga la cuerda y el plan,
¿qué vamos a ver en la ciudad? Yo quiero hacer turismo, que
me voy a ir de las Highlands sin ver nada, manda narices.

—No, yo te haré de guía, no te preocupes.


—Tampoco te pongas en plan tan chulo que yo no te necesito
para nada. Bueno, sí, para que vayas atando a los niños, que
dan muchas patadas cuando lo intento y no quiero
devolvérselas y que al final coman tacón.

Los dos enanos refunfuñaban y el padre casi que también, pero


me las apañé para atarlos y así que nos fuimos a la calle…
Capítulo 14

—La gente nos está mirando, Brenda—Bonnie se moría de la


vergüenza, se ve que algo sí que tenía de eso la mona aquella.

—Pero eso es por mí, no por vosotros. Me miran porque parto


cuellos, es lo que tiene ser tan guapa. Cuando tú seas mayor
igual los partes también, pero para eso no te puedes vestir
como tu madre, que será muy elegante y todo lo que tú
quieras, pero un pelín sosa. Hay que tener más garbo, un
poquillo de chispa…

—¿Cómo esa chica? —me señaló a una pelirroja, allí


abundaba ese color de pelo. Se parecía cantidad a Lore, la de
la serie “Aida”, solo le faltaba llevar a Macu al lado.

—No, esa es una choni de mucho cuidado, en versión


escocesa, pero una choni. De eso nada, tú tienes que vestir
como yo, ¿o no viste cómo me miraban todos los soplagaitas
en el entierro de tu abuelo?
—No se llaman soplagaitas, se llaman gaiteros—repuso el otro
fino, el padre que hizo a la niña, al niño y de paso a mi pollito
también.

—No te voy a decir cómo se llaman porque están los niños


delante, pero ¿me miraban o no me miraban?

—Te miraban porque saltaste encima de la caja, fue una


pasada, ojalá lo hubiera grabado. Otra vez, me avisas, ¿vale?
—añadió la mocosa.

—Vale, niña, cuando piense en hacer una de las mías tú


grabas, a ver si pillamos algo de pasta, que aquí la única que
pilla es tu madre, con la cara de tonta que tiene.

Hasta Duncan se carcajeó y yo es que me puse a mirar para un


escaparate disimulando, porque se me había escapado una de
las mías y bien gorda en ese caso. Y hablando de gordura,
también me puse de canto y observé que ya se me notaba bien.

Era raro, nos estaban sucediendo tantas cosas en aquellos días


que apenas me daba tiempo a tomar conciencia de que mi
embarazo ya estaba entrando en la recta final, pues apenas me
quedaban un par de meses para salir de cuentas.
—No se puede estar más bonita—me dijo él por lo bajini
mientras yo tiraba de la cuerda, que los monstruitos tenían una
tendencia increíble a sacar los pies del plato, ¿a quién habrían
salido?

—¿Te callas o te callo? Creí haberte dejado bien claro que no


quería que me dijeses nada.

—Brenda, algo tendré que decirte, pasamos muchas horas


juntos.

—Y eso ya se va a acabar, como el frotar, que decía el spot ese


antiguo del Witt Express.

—Pues eso, porque pronto no podré verte cada día, déjame al


menos que te diga cosas mientras pueda.

—Sí, claro que sí, pues ya me puedes decir dónde vamos a


almorzar hoy. Yo es que te voy a confesar la verdad, aquí muy
bien no como. No echo de menos nada un buen cocido
madrileño…

—¿No comes bien? Pues será porque no quieras.

—Has puesto cara de marrano. Espero que no te refieras a una


cochinada o mueres.
—No me refería a nada, luego te llevaré a un buen restaurante,
que me tienes amenazado todo el rato.

—Y poco te pasa, poquito se habla de que no te echo en cara


ciertas cosas. Si tienes valor, te quejas. Encima… hay que
tener cara, es que hay que tenerla.

Me enervaba, la sensación no podía ser más confusa y, aunque


me jodiera, era de amor-odio. Sí, me jodía porque la parte del
odio la llevaba fenomenal y, sin embargo, la otra… La otra
hacía que a veces me pareciera estar menopáusica perdida y
eso que era bastante incompatible con la barriga que yo lucía y
que ya casi me llegaba hasta la boca. Y, aun así, menudos
sofocos.

Estábamos paseando por las cosmopolitas calles del centro de


esa bonita ciudad, llenas de tiendas y de centros comerciales,
todos ellos regados por fachadas victorianas que eran dignas
de enmarcar en un póster.

Yo aproveché para tomarme varios selfis delante de ellas y


también para pedirle a Logan que me tomara alguna foto con
sus críos, si bien no accedí a desatarlos, ya podían llorar a
cántaros, que a mí esos no me la jugaban.

—Estamos muy guapos—les dije mirándolas.


—Claro, y muy amarrados.

—Niña, ¿tú te estás quejando todo el día? Estáis en vuestro


estado natural, a vosotros no se os puede dejar sueltos, a ver si
va a ser mi culpa.

El pequeño Duncan se quejaba menos, pero en contrapartida,


pedía más. Todo lo que veía en los escaparates, fuera un
colorido juguete o una azucarada chuche se le antojaba.

—Niño, ¿a ti es que te ha hecho la boca un fraile? Manda


narices, no pides nada. Menos mal que ahora tu madre es una
rica heredera, conmigo podías haber dado. Y tú no me mires
así, que también saldrás ganando con eso, so empanado—le
dije a su puñetero padre.

—Para mí la verdadera riqueza sería poder estar contigo—


murmuró bajito.

—Ay, perdona, que te he dado. Es que he sentido un calambre


en el codo y se me ha ido solo.

Le encajé tal codazo en el costillar que lo dejé sin respiración.


—Papá, ¿estás bien? —Bonnie mostró preocupación porque su
padre se puso de todos los colores.

—Está bien, niña, no te preocupes tú tanto, ¿no ves que es un


highlander y esos son los más chulos del mundo? —Me miré
las uñas, ya me estaba haciendo falta una manita de pintura.

—Es que no puede hablar, Brenda, no quiero que se muera


como el abuelo…

—Qué se va a morir, tu abuelo es que ya tenía un pie en la


tumba el pobrecito, pero tu padre tiene muchos bríos, niña. Si
yo te contara…

No sé si estaba peor por el codazo o por el miedo que le daban


mis comentarios, pero tuvo que sentarse y todo.

Un ratito después ya estábamos almorzando, tampoco fue para


tanto.

—No me digas que este no es un buen lugar—Elegimos un


sitio de lo más pintoresco, rodeado de vendedores ambulantes
y de artistas callejeros.

—Sí, está guay, todo lo está por aquí, pero yo me acuerdo de


las croquetas de puchero de mi madre y ya le pueden dar por
saco a todas las hamburguesas y a la madre que las parió.
Terminamos de comer, que ese hombre hay que reconocer que
pidió de todo para que yo no pasara hambre, y comenzó a
chispear.

—Qué raro, ya estaba tardando en hacer acto de presencia la


lluvia, aquí debíais nacer con un paraguas incorporado, como
el inspector Gadget.

—Ese quién es, ¿uno que te gusta? —se interesó Logan.

—Sí, hombre, ese es un esperpento de dibujo animado. A mí


el inspector que me pone es el Valentino, que es uno de una
novela que… Mejor no te cuento o te dará otro dolor como el
de antes.

—¿No te da pena? Me dejaste sin respiración.

—Tú también me dejaste sin respiración en su día. Así que,


arreando, levántate y lleva tú la cuerda que me canso.

Hubo quien hasta nos paró para hacernos una foto, ¿nunca
habían visto a unos niños amarrados? La gente allí era más
sosa…
Llegamos a un gran centro comercial y nos refugiamos allí.
Directamente morí de amor porque no podía haber una tienda
de ropa y complementos para bebé más bonita en todo el
mundo.

Caí en la cuenta de que yo apenas le había comprado nada a


mi pollito con el trajín de vida que llevaba, aunque lo cierto es
que mi madre le había tejido lo más grande y me tenía una
canastilla preparada en Móstoles que ni que fuera a dar a luz a
quintillizos.

No obstante, se me antojaron varias de las monerías que vi en


el escaparate, incluida una ranita con una rebequita y un gorro
a juego que pondrían de moda al pollo azucarado porque mi
pollito sería un caramelo con aquello, ya lo estaba yo viendo.

—Niña, vamos a entrar, te voy a soltar un momento—le


indiqué, dándole la mano.

—¿Quieres que te ayude a escoger cositas para tu bebé?

—Pues claro, empanada, pero solo si no das mucho por saco,


¿estamos?

Ella me sonrió porque le encantaba que hiciéramos cosas


juntas. Yo tenía la sensación de que, aunque Alisa era muy
buena madre, no les dedicaba demasiado tiempo entre su
trabajo y sus propios problemas personales, porque lo que
ambos estaban deseando que se les hiciera caso.

—Estamos, ¿puedo entrar antes en el baño?

—Sí, pero solo bajo mi supervisión. Y ojito con jugármela,


que saco el paraguas y te baldo a paraguazos.

Bonnie se moría de la risa mientras ambas nos dirigíamos al


baño. La mitad de las burradas que les decía eran con el fin de
que se rieran. Me encantaba verlos reír y me imaginaba que mi
Darío pronto reiría igual que ellos.

Después entramos en la tienda y literalmente es que me volví


loca. Yo allí, las cosas como son, no gastaba nada, por lo que
podía permitirme el lujo de comprarle a mi niño lo que me
viniera en gana. Cogí el ciento y la madre de cositas y si no
cogí más fue que tendría que haber facturado un par de
maletas más del tamaño de un autobús para volver a mi casa.

Cuando fui a pagar, me llevé una buena sorpresa.

—Corre todo por cuenta del caballero que está en la puerta—


me indicó la amable dependiente.

—¿Y eso cómo va a ser?


—¿No es el padre de la criatura?

—No, no, claro que no—murmuré tratando de convencerme


hasta a mí misma.

—Pues no sé, ha entrado antes y nos ha dicho que se lo


carguemos todo a él.

Suerte que Bonnie andaba a lo suyo, que estaba mirando unas


diademas para niñas, porque lo que me hubiera faltado es que
llegase a oídos de su madre que su marido le compraba la ropa
a mi bebé.

—¿Te has vuelto loco? —le pregunté al salir.

—Es una pregunta trampa, ahora es cuando respondo que


estoy loco por ti y tú me envías al hospital, no pienso decir
nada.

—Mira que eres tonto, no tenías por qué haberlo hecho, te vas
a cagar cuando te pasen el cobro. He comprado sin
miramientos como si fuera Kate Middleton para sus niños.

—Y muy bien que has hecho, nuestro hijo no es menos.


—Habla más alto, a ver si logras que se enteren esos dos, que
no es nuestro hijo, ¿cuándo te vas a enterar?

—Mira, te lo voy a decir muy en serio, no puedo más, yo no


me creo que el niño sea de Israel, es que no me lo creo.

—Vale, vale, me has pillado…

—Ole, por fin lo vas a confesar, ¿a que no es de él’

—Pues mira, la verdad es que puede que no, porque yo pasé


una temporada muy calentita y no sé si es de él o de otro,

—De otro que soy yo, claro.

—No, de otro cualquiera, ¿te acuerdas de la fiesta de la


facultad aquella que celebramos los alumnos?

—¿En la que se lio aquella pelea entre dos chicas? Cielos,


cómo olvidarlo si se dieron la del pulpo.

—Pues yo también me di, pero el lote. Con dos me acosté esa


noche y a la vez. Imagínate, cualquiera sabe, lo único que está
claro es que me la metieron por todos lados—inventé
aguantando la risa.
—Venga ya, es una trola…

—¿Qué trola? Me dieron hasta en el cielo de la boca, ¿no te


acuerdas de que al día siguiente no me podía ni mover?

—Me dijiste que te había dado lumbalgia…

—Y me dio, como que no me podía poner derecha, ¿tú sabes


qué paliza entre los dos? Pruébalo y me dices.

—No gracias…

—Ya, que tú prefieres creerlo a averiguarlo, pues haces muy


bien, chico, pero que muy bien porque lo que vas a averiguar
te va a escocer más que cuando te cortas con un folio en un
dedo. Y mira que eso escuece, que yo me suelo cagar en todo
cuando me pasa…

Lo dejé más desconcertado todavía, ya que yo se lo soltaba


con tal naturalidad que daba que pensar.
Capítulo 15

Por fin llegamos a nuestra casa de Inverness. Vaya, que yo


hablaba de “nuestra” como si las escrituras también estuvieran
a mi nombre, qué cachonda.

Era de noche y abrí las bolsas de las cositas para el bebé. Tenía
la lagrimilla a punto de salir pensando en que habían sido un
regalo de su padre y también en que sería lo único que le
regalase en la vida, pues en un par de días yo volaría hacia mi
casa y toda aquella aventura escocesa solo quedaría en mi
mente. Incluido el highlander que tantos dolores de cabeza me
provocaba.

Alisa entró en mi dormitorio, qué oportuna, así que me borré


las lágrimas con el dorso de la mano.

—Ay, por favor, ¿todo esto lo has comprado en Glasgow?


¿Cómo es que no me lo habías enseñado?
—No lo sé, es que te pones muy tonta con las cosas de los
bebés. Y eso que no sé cómo te han quedado ganas con los
monstruitos que tienes. No me puedo ni menear de la paliza
que me he dado con ellos estos días.

—Sí que son movidos mis niños, aunque adorables, ¿verdad?

—Vale, te doy la razón si no se lo cuentas a nadie. Oye, ¿tú


cómo estás? Sigues teniendo peor color, me recuerdas a una
vez… Buff, es que mi madre lo guarda todo, que para mí que
tiene el síndrome ese de Diógenes y un día se empeñó en que
teníamos que pintar el pasillo con una lata de pintura que
llevaba abierta un cerro de años. Mira, es que ni te cuento, qué
pestazo cuando la abrió, chica. Y un mal color…

—Pero al menos yo no huelo mal, ¿no? —bromeó.

—No, si olieras como la pintura sería porque estuvieras


podrida por dentro y tú el interior lo tienes muy bonito. El
vestidor no ya tanto, ¿eh? Que te voy a acompañar de compras
antes de irme, tienes que modernizarte un poco, sobre todo si
quieres recuperar a tu marido.

—A mi marido no creo que lo recupere ya. Fíjate que en


algunos momentos he llegado a pensar que haya conocido a
alguien.
De nuevo los sofocos, a mí allí me iban a matar, es que
cualquier día me mataban a sofocones.

—¿Qué dices? Si tú siempre has pensado que no lo hay más


fiel, atontada.

—Y es cierto, solo que todo cansa y nosotros llevamos ya un


tiempo mal.

—Mira, mira, no pienses tontunas, ¿va? Lo que tienes que


hacer es cambiarte el look o algo para animarte. Si quieres se
lo dices a tus niños, que ya sabes cómo se las gastan…

—Sí, me cortan el pelo como a ti, en un santiamén.

—Menos mal que todo me sienta bien, que si no los habría


pelado yo también a ellos con mis propias manos.

—Ay, chica, si es que te adoran. Bueno, vamos a ver qué le has


comprado a tu pequeñín. Ay, por favor, qué monerías, es que
no me lo puedo creer…

—Sí, es todo precioso.

—Yo también quiero hacerte un regalo para él, ¿qué te falta?


Ojalá le hubiera podido decir que me faltaba un padre para el
pollito, pero no habría estado bien.

—Nada, la cuna y poco más, ya tiene de todo.

—Pues mira la que te gusta y encárgala, que te la traigan en


estos días.

—No, no me seas tramposa, ya sabes que yo aquí no me voy a


quedar. Ya la encargo cuando llegue a Móstoles.

—Mira que hago intentos y no hay manera, ¿no puedo


convencerte de ningún modo?

—En serio, no, pero se agradece.

—Es que me cuestan mucho los cambios y ya estaba hecha a


tenerte aquí, mi vida no pasa por un buen momento ya lo
sabes.

—Lo dicho, a pensar en cómo mejorarla. Cógete unos billetes


y vete con tu familia al Caribe, que eso es la bomba. Si yo
fuera tú… si ahora te va a sobrar el dinerito, mujer.

—Igual no lo es todo, igual el dinero no tiene la importancia


que yo le he dado en muchos momentos.
—Pues igual no, pero ayuda. Ya te digo si ayuda. Yo me iba
con vosotros al Caribe también a modo de despedida y era
capaz de echarme allí un novio y todo, pero con el pollito no
puedo volar tan lejos.

—Ya lo sé, bonita.

—Si es hasta para irme a España y ya me va a coger el toro.

—¿Cuándo te vas?

—Pasado mañana. Y no llores, que me pongo de los nervios y


mi Darío comienza a dar patadas, ese se cree que ya ha
empezado el Mundial de fútbol de Qatar.

—Los míos también se movían mucho, ya lo creo.

—Y se siguen moviendo, hija de mi vida. Bueno, tú lo que


tienes que hacer es prometerme que te cuidarás, ¿vale? Porque
me voy un pelín preocupada. Y si no, le buscas a los niños a
un colega tuyo, a un psicólogo, aunque igual te pasa como a
los del chiste.

—¿Qué les pasó?


—Que el psicólogo les dijo que la solución estaba en
cambiarse de casa y los padres que no lo entendían. “Pero
doctor, ¿eso nos ayudará?” Los pobres tenían la duda, claro. Y
el doctor no tenía ninguna, “pues claro, si no les dan a sus
hijos la dirección, seguro que todo va bien”.

Logré que Alisa se riera y eso fue lo importante. Ella estaba


muy mustia últimamente.

Después salió del dormitorio y apagué las luces. Fue entonces


cuando los celos me atacaron, porque esos son traicioneros y
llegaron junto con los fantasmas nocturnos.

Por mucho que lo suyo se hubiese enfriado, ella lo tenía en su


cama. Me dormí atormentada y eso provocó que soñara con
los meses que pasé con Logan en Madrid, con nuestras risas,
con nuestros encuentros y con esos revolcones épicos que nos
dábamos. Y sí, chorreé tanto que llegué a temer, entre sueños,
que hubiese roto aguas. No fue el caso, todavía faltaba, ¿y
quién pagó el pato? El de siempre, el Satisfyer.
Capítulo 16

Llegué a dejar a los niños en el cole y allí vi a Alec.

—Qué ganas tenías de que volvieras, ¿cómo te ha ido por


Glasgow? —Él no había parado de escribirme en esos días,
solo que yo le hacía el mismo caso que a la pared, dicho mal y
pronto.

—Pues teniendo en cuenta la fiesta a la que hemos ido,


demasiado bien.

—Menos mal, temía que la montaras o algo—se le escapó, se


lo vi en los ojos.

—¿Solo porque me tirara encima de la caja del difunto cuando


estaba unos pocos de metros bajo tierra? Mira que tienes mala
lengua tú también.
—¿Qué hiciste? No, no puede ser.

—Pareces nuevo tú, pero que fue por una buena causa, ¿Qué te
crees?

—Me creo el tipo más dichoso del planeta, te he echado


mogollón de menos.

—Vaya por Dios, si es que no se puede ser tan guapa ni estar


tan buena. Todo me pasa por eso.

—Creo que sí, que va a ser eso. Y también que eres


encantadora, casi tanto como yo.

—Más chulos que un ocho sois los highlanders. Y os van a dar


morcillas a todos, aquí os voy a dejar.

—¿A mí y a quién más? —Se interesó él que nada sabía aún


de lo mío con Logan.

—A ti y a quien me salga a mí del higo, que no tengo por qué


darte explicaciones, ¿tú eres algo mío acaso?

—Yo quisiera ser tu novio, pero te resistes.


—Te pones a la cola, ¿acaso te piensas que es llegar y besar el
santo? De eso nada…

—Pero eso es como si me pusieras en la lista de los suplentes


porque hubiera un titular, ¿es eso?

—No está mal pensado, si resulta que vas a tener la cabeza


para algo más que para peinarte el tupé ese que me llevas.

—Queda conmigo, anda…

—Que no puedo, que me voy mañana y tengo muchas cosas


que preparar.

—Y todo el día para hacerlo, ¿no me vas a dar ese gusto?


Aunque solo sea por los buenos ratos que hemos pasado.

—Sí que me hiciste pasar un buen rato, sí—Me puso


cachondilla, la verdad.

—¿Uno solo? Si nos vimos muchas veces.

—Uno de cama, empanado, que son los que cuentan. Vale, te


dejo que me invites a cenar.
—Hecho, te recojo a las siete, ¿ok?

—Ok, qué horitas tenéis de cenar, dais pena. A esa hora en


Móstoles no me he tomado ni el cafelito de la tarde. Qué
ganitas tengo ya de atrincar mi cafetera y mi cama.

A media tarde le comenté a Alisa que salía y al otro, a su


maridito, se le pusieron las orejas como si fueran dos
parabólicas, por mi madre que se le echaron para delante todo
y por la mascarilla no era, que esa ya apenas la usábamos.

—Pásatelo genial y dile a Alec que, si te convence para que te


quedes, le hago un monumento.

—No tiene que comer picos ese. Oye, tú acuéstate prontito,


que sigues arrastrando más sueño que un canasto de gatitos,
mujer.

—Es cierto, no consigo dormir bien.

—Pues… Bueno me voy a callar, te iba a recomendar un


aparatito que te haría dormir como un lirón, pero como tú ya
tienes un highlander, que te apañe él, que para eso son tan
chulos…

Alisa se echó a reír y yo fui a coger mi gabardina. Cuando


quise darme cuenta, ya lo tenía detrás de mis talones.
—¿Por qué sales con él? Es por hacerme daño, ¿verdad?

—Si quisiera hacerte daño te habría encogido en la secadora


media docena de los jerséis esos tan pijos que llevas, te quieres
ir por ahí, ¿tú te crees que eres el centro del mundo?

—Igual no, aunque ni te imaginas lo que me gustaría serlo de


tu mundo, ser el centro de tu mundo.

—Ya estás alucinando otra vez. Y encima con tu mujer y tus


hijos en la casa. Si no fuera por la que se montaría, te daba dos
o tres guantazos y te quitaba todas las tonterías de encima.

—Igual me los voy a ganar, porque no puedo remediar hacer


esto…

Otro al que habían visitado los celos, solo que Logan pasó a la
acción, no como yo que me los comí a palo seco en mi cama la
noche anterior. Cuando quise darme cuenta ya tenía su lengua
metida hasta la campanilla y no, no chillé para evitar que se
formara la marimorena y lo siguiente, pero sí que le eché mano
a la entrepierna y apreté como si no hubiera un mañana.

—Eso para que aprendas que no se coge lo que no es de uno—


le recordé, apretando fuerte y viendo cómo se le salían las
bolas de los ojos. Tampoco tuvo narices (porque huevos igual
es que ya no le quedaban) de chillar ni de nada.

Cuando me pareció lo solté y, para mi sorpresa, todavía tuvo


ganas de más.

—Es que yo sí que te siento mía, lo lamento si no te gusta…

—A ti es que te va la marcha y yo haré como si nada de esto


hubiera pasado.

—Suerte tú que puedes—murmuró en relación con su dolor de


huevos.

—Poco te ha pasado, tenía que haber apretado hasta hacer


tortilla. sinvergüenza, que eres un sinvergüenza…

—¿Cuándo me vas a decir algo nuevo?

—Ahora mismo… También se me ocurre que eres un


miserable, un cobarde, una rata de dos patas y…

Seguí lanzándole improperios mientras me coloqué la


gabardina y un gracioso gorrito de esos para la lluvia que me
sentaba fenomenal, falsa modestia aparte.
Volví a cruzármelo en la entrada cuando salía, aprovechando
que su mujer ya había subido a dormir.

—Quítate de ahí, me haces el favor. Y no seas como el perro


del hortelano, que ni come ni deja comer, ¿estamos?

—Yo no como porque tú no me dejas.

—Tú no comes porque ya tienes la mesa puesta en casa y


estaría muy feo dejar la comida para ir a ponerte las botas en
otra parte. Conmigo, desde luego, no… Has dado en hueso
duro.
Capítulo 17

Sabía muy bien que Logan estaba mirando por la ventana. Ese
era posible hasta que hubiera cogido los prismáticos que se
llevaba al campo para observar mejor a través de los cristales
del salón. Pues se iba a enterar.

Llegué al coche y ya estaba Alec esperando para abrirme la


puerta. Lo que yo me merecía, por supuesto, pero es que era
muy buen chaval. Un buen chaval que…

—¡Te llevaste el premio gordo! —le solté en cuando lo vi y


pegué mis morros a los suyos como si nos hubiesen echado
Loctite.

A ese sí que se le salieron las bolas de los ojos. Y luego se los


puse en blanco y al final parecía como si el iris le botara
dentro de ellos, hacia arriba y hacia abajo. Lo mismo lo había
dejado tonto porque del morreo no le llegara el oxígeno al
cerebro, que la cosa duró unos pocos de minutos.
—Joder, ¿qué bueno! No lo esperaba—murmuró en cuanto
pudo recuperar el habla.

—¿Te ha gustado? Pues ahí va otro. Va otro a la una, va otro a


las dos…

Lo volví a dejar sin habla, lo besé hasta que los labios se me


acolcharon y entonces nos subimos al coche.

No, no es que yo tuviese ojos en la nuca, pero apostaba lo que


fuese a que había otro highlander a quien los ojos le estaban
dando más vueltas todavía dentro de las cuencas, uno que
pasaría la noche arañado porque yo lo hice adrede. Y tanto que
lo hice adrede.

Nunca me he considerado una persona rencorosa, pero lo que


Logan me hizo puso mi mundo patas arriba. Aquel highlander
había seguido con su vida, pero la mía sufrió un antes y un
después… Y encima, aunque pensaba que me las tenía que
pagar, es que me gustaba… Me gustaba tanto que me daban
ganas de darme guantazos yo sola, claro que es un decir y
tampoco me iba a saltar las muelas por su culpa

A quien casi le saco alguna, del pedazo de morreo que le di,


fue a un emocionado Alec a quien se le puso una caseta de
campaña en los pantalones que no era normal.
—¿Eso qué es? Y no me vayas a decir que es un recambio de
la palanca de cambio porque no cuela.

—Eso… Eso está para partir nueces, ¿tú has visto el morreo
que me acabas de dar? ¿Qué quieres?

—Subirme ahí, que se ha de aprovechar—le aseguré mientras


él me miraba alucinado.

—Vale, vale que, por mí encantado, ¿vamos a mi casa?

—No, de eso nada, yo necesito que me folles de urgencia—Mi


cabecita urdía más y más.

—¿Cómo de urgencia? Esto también es urgente—señaló a su


abultada entrepierna—. Pero, tendremos que meternos en
algún sitio, ¿no?

—Y ya nos hemos metido, que estamos en el coche. Te has


quedado carajote del morreo, si es que los hombres no valéis
para nada, ¿acaso te has creído que estamos en una cabina de
rayos UVA? Venga, hazme tuya.

—¿En el coche? Chica, que no tenemos quince años.


—Menos mal, que yo ya ahora asunto. No mucho, vale, pero
algo asunto. Me tenías que haber conocido a los quince.

—No, no, deja. Venga, que voy a arrancar.

—La ropa a pedazos te arrancaré yo si no me haces tuya. Te he


dicho que es una urgencia, venga, a mí me tienes que follar y a
lo grande, que me voy mañana y debes dejar el pabellón de los
highlanders bien alto.

—Me vas a volver loco, pero yo te follo cómo me pidas.


Espera que pongo algo en la ventana para que no nos vean.

—¿Para que no nos vean? ¿Y entonces dónde está la gracia? Si


tienes huevos tapas la vista, de eso nada.

—¿Te gusta que te miren? —me preguntó sorprendido.

—Yo soy un diamante en bruto, lo que pasa es que tú todavía


no me conoces. Te voy a decir dónde me tienes que chupar
para sacarme brillo…

—No, no puede ser, esto no puede estar pasando…

—Oye, que te estoy diciendo que me folles, no te he puesto un


anillo en el dedo.
—Yo te lo pondría…

—Otro, que te apuntes a la cola. Venga, a follarme.

Logan me estaba mirando desde el interior de la casa, es que


yo lo sabía. Había luz en el salón, ese no se había podido
resistir. Menos mal que por allí no pasaba nadie, que la casa se
la habían comprado aquellos dos donde Cristo perdió la boina,
porque la que liamos fue poca.

—Contra la ventana, que yo quiero una escena como la de


“Titanic” que me pone cachondísima—le pedí mientras
quitaba el vaho de la ventana, que a mí me convenía que se
viera.

—Yo te hago lo que tú me pidas, no me puedes poner más, es


imposible…

—Sí que puedo— Me quité el jersey y el sujetador, dejando


mis tetazas al aire, que para eso tenía yo el escote más
sugerente del mundo gracias a mi embarazo.

Ahí era nada, menuda panorámica que tenía que haber desde el
salón. Alec estaba loco y más armado que el cemento, de
manera que me colocó encima de él y yo chillaba que tenía
que chillar…
Maliciosa, miraba hacia el interior de la casa sabiendo que
Logan estaba allí y que pagaba bien caro lo que me hizo en su
día. Al menos media hora permanecimos dándole al tema hasta
que por fin se apagaron las luces del salón. El otro estaba al
borde del colapso, el corazón lo amenazaría con un infarto.

—Ea, pues ya nos podemos ir—le indiqué a Alec.

—Pero si yo no he terminado, ¿cómo nos vamos a ir?

—Es que tú lo quieres todo, no he visto un tío más egoísta en


mi vida. Tira ya, que tengo hambre, ¿dónde me vas a invitar a
cenar?
Capítulo 18

Entré de puntillas porque no quería hacer ruido, era tarde y


todos descansaban.

—Por fin has vuelto—La voz grave de Logan me llegaba


desde el salón.

—Qué susto, por el amor de Dios, creí que estarías durmiendo


como los demás.

—No podía, ¿cómo dormir?

—Ya, que a veces no es fácil, pero hay que intentar planchar la


oreja. Tú tienes que tumbarte y cerrar los ojos poco a poco…
Yo es que fui a unas clases de meditación que eran canela en
rama, podrías apuntarte a unas.
—No te burles de mí, te lo suplico, sabes perfectamente por lo
que no he podido dormir—Se acercó a mí y me cogió del
brazo.

—Porque estabas bebiendo, ya lo veo. Pues menos empinar el


codo y más estar a lo que debes estar, que tú tienes una familia
de la que cuidar.

—Ya, el problema es que también debería cuidar de ti y no voy


a poder, no me dejarás.

—Naturalmente que no. Tú lo que quieres es montarte un


harén a mi costa. Y una mierda para ti, no te lo has creído ni
borracho, ni harto de vino, vaya. Oye, no es vino lo que estás
bebiendo, ¿no? Que va, a ti te van las emociones fuertes, tú le
estás dando al whisky. Al final me voy de aquí sin saber cómo
sabe el de tu familia. Cuando dé a luz, me envías una cajita y
me la tomo a tu salud.

—No te hagas la graciosa, te has acostado con él en todas mis


narices, eso es lo que has hecho.

—¿Acostarme? Eso quisiera yo, coger la cama y no me dejas.


Si vengo baldada, yo no me he acostado con nadie.

—No te hagas la graciosa, habéis hecho el amor en el coche, lo


he visto.
—Guarrón, ya sabía yo que eras un desviado. Eso te pasa por
mirar lo que no debes, ¿te ha escocido? Pues te jodes.

—No juegues conmigo, te lo pido por favor—Me sujetó de


nuevo por el brazo, se negaba a que me marchase.

—Yo no estoy jugando contigo por la sencilla razón de que me


importa una mierda lo que pienses. Con mi vida y con mi
cuerpo hago lo que me viene en gana, ¿estamos?

—Solo lo haces para infligirme daño, solo para eso. No te


gusta ese tipo, no te gusta.

—¿Y quién te crees tú para decirme quién me gusta y quién


no? ¿Por qué no había de gustarme?

—Porque él no soy yo, por eso—me confesó con profunda


amargura.

—Eso es lo que canta Blas Cantó, no querrás que nos


pongamos a cantar tú y yo ahora aquí, ni que fuéramos
Pimpinela. Además, que yo me voy mañana y que tengo que
descansar, no quiero escuchar más majaderías.
—Quédate conmigo, por favor, Brenda, quédate conmigo—me
pidió, tomándome más fuerte del brazo.

—¿Qué dices? ¿Cómo me voy a quedar contigo? ¿Tú estás


chalado? ¿En qué lugar deja eso a tu familia?

—A mi familia no, solo a Alisa, no me divorciaría de mis


hijos, solo de ella.

—¿Divorcio? ¿En serio estás hablando de divorcio? A ti la


cabeza no te rige, por mi madre de mi alma que no te rige. Tu
mujer te necesita más que nunca, ella te quiere. Y, además, que
yo no pienso hacerle esa guarrada, yo sí que tengo principios,
no como otros…

—Vale, vale, que soy un mierda a tus ojos y que lo voy a ser
siempre. Cometí un error y voy a pagar un precio muy alto por
ello, el más alto; el de perderos a ti y a mi hijo.

—Y dale, no eres pesadito ni nada, que ya te he dicho que ni


yo sé quién es el padre de ese niño, que no es tuyo.

—Y yo creo que me estás mintiendo, me mientes para


protegerte y hasta para protegerme a mí, para que no deje a mi
familia.
—Sí, hombre, soy yo ahora la princesa Xena con la armadura
y todo. Te quieres ir a freír espárragos. Te lo digo porque es la
verdad, igual que es verdad que tengo un sueño que no puedo
con él, es que ha sido una noche la mar de ajetreada, ¿sabes?

—No me lo refriegues más por la cara, por favor. Es que me


duele demasiado, tú no sabes lo que duele.

—Claro que no, no lo sé porque a mí me importa un pimiento


con quién te acuestes tú o con quién te dejes de acostar, es lo
que tiene no estar enamorada. Te da una paz… y ahora, ¿me
sueltas el brazo o chillo y la lío?

No me lo soltó, a él le gustaba estar en la cuerda floja e incluso


puede que existiera la posibilidad de que fuese masoquista, ya
que me cogió por la cintura y me atrajo hacia sí con fuerza.
Entonces, sus labios rozaron los míos y hubo un momento en
el que dudé… Sí, lo reconozco, soy débil como cualquier hijo
de vecino y pensé en dejarme llevar y en besarlo.

—¡¡Dios!! —chilló porque no, no lo besé. En su lugar le arreé


un bocado en toda la nariz que lo dejé sin sentido.

—¿Pasa algo, Logan? —Hasta su mujer se había despertado y


eso que se tomó una pastillita para descansar mejor.

—Nada, Alisa, ahora subo.


—¿Ha vuelto ya Brenda? Me preocupa que pueda pasarle algo
—le preguntó aún desde arriba.

—No te preocupes, Alisa, que ya estoy aquí. Y tranquila, que


todo lo que me ha pasado esta noche ha sido bueno—le
respondí.

No pude con la cara de mala que puse. La venganza la sirven


fría y a mí me estaba tocando comerme un plato hasta arriba,
de esos que ponen las madres y solo las madres.

Logan me soltó con infinita pena, eso es lo que me decían sus


ojos. O esa era la manera en la que me engañaban, pues no era
la primera vez que su mirada olía a mentira, a traición y a unas
cuantas cositas más a las que prefería no ponerles nombre si
no quería que mi sueño se espantase también.
Capítulo 19

—Brenda, el dibujo que te ha hecho Duncan es una mierda,


llévate este otro de recuerdo—me lo puso Bonnie en la mano.

—Niña, y este es una mierda y media, que para eso eres más
grande. Como os tuvierais que ganar la vida los dos dibujando
ibais listos, menos mal que vuestra madre está forrada.

Alisa se volvió, hasta me estaba preparando unos sándwiches


para el camino. Era un amor, la verdad, menudo cariño me
había cogido y menuda suerte tenía de que no supiera lo que se
cocía entre su marido y yo, pues de otro modo podía ser que
me desmoñase.

—Forrada, es cierto… Es raro no tener la sensación de


necesitar trabajar para vivir.

—¿Raro? Debe ser gloria bendita. Mujer, tómate un año


sabático, que estás muy estresada.
—Lo mismo me lo pienso. Total, con mis hijos no me faltará
faena.

—Eso nunca. Y si te aburres, se lo dices y ellos te buscan más.


Te juro que son temibles, al lado de ellos Daniel “el travieso”
es un pardillo de mucho cuidado.

—Así que te me vas, Brenda, te me vas…

—Sí, mi avión sale en unas horitas, así que ya mismo estamos


en camino que no me fío de que te compinches con tus niños y
acabemos con las ruedas pinchadas o algo.

—No, no tendría ningún sentido, a la gente no se la retiene por


la fuerza. En tu vida solo puede estar quien quiera estar—
suspiró.

¿Y si se estaba oliendo la tostada? El tono de su voz era de


suma tristeza y ella continuaba muy abatida. Tampoco tenía
que ser muy lista para ver que su marido no tenía ganas de
tocarla ni con un palo, pero es que encima era lo era, no le
faltaba inteligencia, y estaba sufriendo a saco.

—Ya, ¿pues sabes lo que te digo? Que “a enemigo que huye,


puente de plata”, ese es un dicho de mi país y que tiene un
montón de razón. Quiere decir que a quien se quiera ir de tu
lado hay que darle todas las facilidades, ¿no te parece? Chica,
que nosotras valemos mucho para que nadie esté a nuestro
lado a la fuerza.

Era muy linda Alisa y a mí la situación ya me estaba dando


hasta coraje, ¿qué se había creído el prepotente de Logan?
Ahora le venía en gana al señor volver a tenerme y quería
soltarla definitivamente a ella. Pues que no la hiciera sufrir,
aunque conmigo se iba a comer… Mejor me callo lo que se iba
a comer ese.

—Gracias, nunca voy a olvidar los buenos consejos que me


has dado, aunque seguiremos en contacto. Hablaremos, te
visitaremos…

—Tampoco es necesario mucho apretón, con que nos


mandemos una felicitación por Navidad ya vale. ¿no? Bueno,
lo digo porque la vida luego te envuelve y una no tiene tiempo
para nada—disimulé porque le di un buen corte.

Quien tenía una cara de muerto de varios días también era


Logan, que ese debía estar más cabreado que una mona porque
no le saliera nada conmigo. Al señor debía picarle y quería
volver a encamarse con mi persona. Ya podía suplicarme de
rodillas que no, que yo pasaba de él y de su cara, esa que
cuando me miraba… Ay, Dios, que cuando me miraba yo
evitaba mirar porque el puñetero, pese a todo, era demasiado
irresistible.
Cerré mi maleta, para lo cual Duncan tuvo que subirse encima.

—Menos mal, niño, creía que no la cerrábamos en todo el día.


Si es que no tienes culo ni tienes nada, no sé a quién sales,
estás escurrido por detrás. Bueno, por detrás y por todos lados,
que solo se te ven pelos rojos, tienes menos carne que la
rodilla de un jilguero.

Bonnie se echó a reír, burlándose de él.

—Y tú no te rías tanto, que más o menos te pasa tres cuartos


de lo mismo, niña, que hay que pasar dos veces para verte. Me
cuidas al enano y a tu madre, ¿eh? Que no me entere yo de
otra cosa.

—¿Y a mi padre no?

—Tu padre seguro que sabe cuidarse solito, que los tíos son
muy espabilados. Y por lo visto los highlanders todavía más o
eso se creen ellos. Pues lo dicho, que me los cuides a los dos.
Ah, y a Brendita también, que esa es otra joyita que apunta
maneras, no vais a ganar para zapatillas. En fin, Serafín, que
nos vamos.

Nos subimos todos en el coche y ya estábamos cerca del


aeropuerto cuando noté que Alisa no se encontraba bien.
—Yo no quiero decirte nada, Logan, pero o tu mujer se ha
tragado un Simpson o muy bien no se encuentra, la veo
amarilla.

Él la miró y noté su preocupación.

—Alisa, ¿cómo estás?

—¿Aparte de empastillada? Pues no sé, igual un poco de


mareo sí que noto—dijo y a continuación se le cayó la cabeza.

Que no cunda el pánico, no es que se le cayera de llegar hasta


el suelo y poder jugar al fútbol con ella, sino que se le ladeó y
mucho salero para decir no es que pareciera tener.

—Mamá, mamá, ¿estás bien? —Bonnie la movió con sus


bracitos desde su asiento de atrás.

—Muy bien no debe estar y tú suéltala que te pareces a Mari


Carmen, la de los muñecos, solo te falta hablar por ella…

Obvio que ella no sabía que esa mujer era una ventrílocua ni
nada que se le pareciese, aunque yo me entendía. Como
también entendía que se avecinaba otro marrón. Imposible
estar tranquila, no ganábamos para disgustos.
Qué leñe iba a ser yo, los gafes eran ellos. A mí me estaba
empezando a dar miedo hasta el niño chico, por si eso era algo
que se pegaba. Y hablando de pegarse, para evitar que nos
pegásemos una leche, Logan paró el coche en la cuneta.

Abanicos no es que llevásemos en esa época del año, así que


fabricamos uno improvisado y allí estaba yo moviéndolo que
parecía que me iba a arrancar por bulerías, intentando
reanimarla.
Capítulo 20

Yo no hacía más que mirar el reloj y resoplar.

—Logan, lo siento mucho, pero aquí os quedáis. Mi avión sale


en nada y yo es que veo que me quedo en tierra otra vez. Y
entonces es que me muero o peor todavía, viene mi madre y
me mata a zapatillazos.

—No puedes irte así, te lo pido por favor, has visto cómo está.
Lleva varios días mal, estoy muy preocupado.

—Estás muy preocupado por la que se te viene encima, so


egoísta, que como a tu mujer le pase algo te vas a cagar… Te
vas a cagar más que un pollo en un canasto, eso ya te lo digo
yo.

—No me digas eso, también me preocupa su estado, le tengo


mucho cariño, aunque no haya pasión.
—Claro, no hay pasión porque los tíos cambiáis muy
fácilmente un toto por otro. Cuando viste el mío, ya no te
gustó el suyo. Y ahora seguro que ya estás buscando otro en
las páginas esas guarronas que hay para folletear los casados,
que al que las inventó lo debió partir un rayo.

—Yo nunca me metería en algo así, no te equivoques.

—Claro que no, tú eres la mar de fiel, ¿a quién querrás


engañar?

—No es eso, vale que le fui infiel a Alisa, pero tenía otras
motivaciones.

—Ya, un toto nuevo, lo acabamos de hablar.

—Tú no eres eso para mí, tú eres…

—La que te va a coger los huevos con la tapa de un piano


como vea uno por aquí, esa soy yo. A mí no tengas el valor de
venirme con romanticismo barato porque me salgo del pellejo.

—No es romanticismo barato, yo te quiero.

—Y yo me quiero ir, voy a pedir un taxi. Me despides de Alisa


y le deseas suerte de mi parte, que la va a necesitar. Las llaves
del coche—alargué la mano.

—¿Quieres llevarte el coche? Lo necesitaré después…

—No, idiota, yo no soy una egoísta como tú, lo que quiero es


sacar la maleta, me voy.

—Espera un poco, por favor.

—Tú lo que quieres es que yo pierda el avión, pues como eso


ocurra me vas a llevar en brazos hasta Móstoles, me da igual
que haya un hartón de agua de por medio. Te las apañas para
andar por encima de ella, como en la Biblia.

—Yo nunca he sido creyente, aunque me haría si la vida me


diera una oportunidad contigo.

—Y tú la estás buscando, matando a disgustos a tu mujer, ¿no?


Vete a la mierda.

—Yo no le he dado ningún disgusto, ¿por qué siempre estás


del lado de ella?

—Porque ella nunca te habría hecho lo que tú le hiciste,


maldito ponecuernos, por eso.
Justo pasaba una señora mayor con un tacatá en ese instante y
se paró.

—¿Quién es el ponecuernos, chica?

—Este, señora, ahí con toda la cara de tonto que tiene, hasta el
techo se los ha puesto a su mujer.

Sin más, la señora le arreó con todo el tacatá en ambas


espinillas y lo dejó mudo.

—Muy bien, muchas gracias, que encima me estaba poniendo


a mí la cabeza como un bombo.

—Pues tú no te dejes engañar, muchacha, que debe ser un


golfo de mucho cuidado, ¿le arreo otra vez?

—Usted misma, lo que le pida el cuerpo. También le puede dar


un bolsazo, ¿le pesa el bolso?

—Una miaja, sí…

—¿Una miaja? — Esa mujer debía llevar tres planchas dentro


porque el bolso no había quien lo cogiera al peso. Y con toda
la pinta de enclenque que tenía, ahí lo llevaba, colgado del
hombro.
—Sí, una miaja—Y sin más le arreó también un bolsazo que
ni los del “Pressing Catch” en sus buenos tiempos.

—¡Toma ya! Ole su toto, señora, ya puede circular—le dije


viendo que hasta la mosqueta le hizo.

—Papá, ¿estás bien? —Bonnie vino corriendo con el cachorro


en la mano.

—Bien, bien, hija, solo que un poco mareado…

—¿Se van a morir mis dos papás como el abuelito, Brenda?


¿Nos vamos a quedar contigo?

—¿Conmigo? Ni de coña, bonita. Yo ya aquí estoy de chiripa,


ahora mismo me largo. Si pasa algo, me ponéis un WhatsApp,
que yo ya os habré bloqueado.

—No te irás así, dame un pañuelo de papel o algo—Me sujetó


él por la muñeca. Qué le gustaba tocarme…

—Te limpias y me dejas, ¿eh? Que me tienes pero que muy


harta.
Salí corriendo en dirección al coche y de nuevo el gafe. Ni con
la llave, ni a bocados, ni a pellizcos, ni invocando la
intercesión de todos los santos, el jodido maletero se había
quedado atascado y no había nada que hacer.

Dos o tres puñetazos le di y hasta lo arañé con todas mis ganas


con la llave. Un vídeo le grabé a Logan y se lo envié antes de
subir.

—¿Me has arañado el maletero? ¿Lo has hecho?

—Sí, suéltate la nariz ya que no te vas a desangrar, salvo que


no bajes a darme la maleta, que entonces ya me encargaré yo
de que así sea.

—Mi pobre nariz, me la vais a destrozar entre todas…

—Te jodes, bajando al coche o no respondo. Tú verás…

Ya venía detrás de mí, qué remedio, cuando el médico salió


con los resultados en la mano.

—¿Es usted el marido de Alisa? —le preguntó.

—Para su desgracia, sí—le contesté—. ¿Qué tiene, doctor?


Aparte de un marido que es una calamidad, que eso es
indiscutible.

Logan me miró como si estuviera loca, ni que hubiera dicho


algo que no fuese cierto.

—¿Está enferma mi mujer, doctor? Dígamelo, por favor,


necesito saberlo.

—¿Enferma? ¿Esos son suyos? —Señaló a los dos


demonietes.

—Sí, el perro no, aunque de milagro porque este tiene la


churra muy suelta—le contesté yo.

—Pues no me extraña, porque viene otro de camino…

¿Cómo podía saberlo? ¿Sabía que el pollito era de él? Ay, no,
que no se refería al pollito, que Logan hacía los niños de dos
en dos…
Capítulo 21

Lo siguiente que recuerdo es que me desperté en una cama al


lado de Alisa.

—Ay, preciosa, por fin vuelves en ti, qué barbaridad, ¿qué nos
pasa a las dos? —me preguntó.

—Yo te iba a decir que nos ha mirado un tuerto, pero no, esto
tiene que ser un mal de ojo en toda regla. Tú que tienes
dinerito vas a tener que pagar para que nos lo quiten, ¿qué
hora es?

—Me temo que tu avión ya ha despegado, si es eso lo que te


preocupa—murmuró.

—No, no puede ser, mi madre será quien se haya despegado…


Se le habrá despegado la carne del pellejo, esa mujer debe ser
un ogro en estos momentos, le dije que la avisaría al salir.
Cogí mi móvil y todo me daba vueltas. Allí había como unas
cien llamadas perdidas de la que me echó al mundo, que debía
estar que en cualquier momento salía por él y me cogía por el
pescuezo.

No, mi madre no se podía enterar de que yo estaba en casa de


Logan porque entonces olería a highlander muerto. Todo me
daba vueltas y vueltas, ¿qué hacía yo en esa cama?

De pronto caí en cuanto estaba sucediendo; la situación no


podía ser más cachonda; ambas esperábamos un hijo de Logan
en esos momentos. Que conste que lo de cachonda es por
poner algo porque vaya tela marinera.

El doctor entró y nos miró a ambas.

—Bien, una que ha vuelto en sí y otra que ya tiene mejor


color, ¿le ha dado ya su familia la noticia, Alisa?

—¿Qué noticia, doctor? No sé nada, solo que ya me encuentro


mejor también, ¿pasa algo malo?

—Malo, no, que ellos le cuenten—Le sonrió y hasta le dio un


cachetito en la cara, muy majo el hombre.

Los niños se sentaron cada uno a un lado de la cama y dejaron


que hablara su padre, igual ya estaban celosetes, los jodidos.
—Alisa, no estás enferma, estás…

—¿Qué pasa, Logan? ¿Estoy en las últimas? Ay, Dios…

—Que no tonta, que tú tienes ahora mucho dinerito que


disfrutar. Tranquila, que te vas a hartar de comprar cositas—la
tranquilicé.

Alisa me miró y luego miró a su marido. Lo normal habría


sido que él se hubiese acercado o algo, que para eso iba a ser
padre, pero no, se lo comentó desde lejos, como dejándolo
caer.

—Estás embarazada, Alisa, embarazada.

Ni un cariño ni un nada. Puñetas con los highlanders, no sé


qué les veíamos. Yo tenía mi Vans en la mano para tirarle,
porque no me faltaban ganas.

Afinaba la puntería cuando ella comenzó a hablar y pensé que


igual no era conveniente. Lo mismo erraba la trayectoria y la
que comía goma era la muchacha, que no tenía culpa de nada.

—¿Embarazada, Logan? Pero ¿eso cómo puede ser?


—Mujer, yo te lo explico si quieres, pero dile a la sabihonda y
al otro que salgan, que solo les falta saber cómo se hacen los
niños—añadí.

—Yo ya lo sé, papá le mete una semillita a mamá—comenzó a


explicarme Bonnie.

—Tú cállate y no me seas repipi, que eso de la semillita es un


camelo. Ya me lo contarás cuando tengas unos cuantos años
más, ya…

Alisa ni nos escuchaba. Esa mujer se había quedado en shock.


Yo en parte podía entenderla porque también me quedé así
cuando me enteré de mi embarazo, si bien en su caso era más
que deseado.

—Sí, Alisa, embarazada, como tú querías—le soltó él, que no


estuvo demasiado rapidito a la hora de responder.

Como ella quería, valiente respuesta le había dado. Estaban


tíos que eran para matarlos y luego aquel, qué asquito le estaba
cogiendo.

—Claro, como ella quería. Y lo habrá hecho la muchacha sola,


que eso es como un huevo que se echa a freír, en plan Juan
Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como—murmuré.
—Embarazada, embarazada—repetía ella con los ojos llenos
de lágrimas.

—¿Le quieres dar un abrazo o algo ya, so malaje? Que me voy


a levantar y se lo voy a dar yo—le pedí resoplando.

—Claro—Se acercó más frío que un témpano de hielo y la


abrazó.

Mientras, los niños, comenzaron a aplaudir y hasta a contarle


la noticia a la perrita.

—Brenda, que vamos a tener un hermanito, ¡¡¡vamos a tener


un hermanito!!! —chillaron. Ah, pues no, se ve que estaban
contentos y que pensé mal.

—Que ya lo sé, ¿os creéis que estoy sorda? Qué niños, estáis
asalvajados, puñetas—me quejé porque los chillidos no
paraban.

—Que no, que es a la perrita, se lo estamos contando a ella.

—Manda narices, qué lío. A esa la bautizo yo en cualquier


momento y le pongo Dolores como a mi bisabuela, que eso es
lo que le esperan muchos dolores de cabeza con vosotros,
niños.
Alisa no salía de su asombro ni él tampoco. Esa mujer lo había
deseado mucho, aunque me daba la impresión de que el bebé
llegaba en el momento menos pensado para ella. La vida es así
de irónica, ya se sabe, aunque igual aquella era la gota que
colmaba el vaso y los terminaba de separar… o los unía, que
nunca se sabe.

Los niños comenzaron a dar vueltas por toda la habitación, que


eran peor que los indios de las películas del Oeste cuando
comenzaban a danzar. Yo no quería más que taparme con
sábana y todo porque de nuevo me había quedado en tierra y
cada vez veía Móstoles más lejos.

Para colmo, mi teléfono empezó a echar humo de nuevo. No


hacía falta que lo descolgara para escuchar los gritos de mi
madre. Ni siquiera era necesario que me telefoneara, con lo
que debía estar gritando la podía escuchar desde allí, por
mucho que ella estuviera en mi casa.

Hay días en que las cosas se complican y luego estaba aquel,


en el que sentí que todo lo que pudiera salir mal, saldría. No
podía estar más agobiada y solo me alegraba por Alisa, eso sí.

Al menos a ella la vida la favorecía, ya suponía yo también


que, a Logan, cuando asimilara el impacto, le haría ilusión ser
padre de nuevo. Por lo visto lo habían intentado durante años,
todo llega…
Esperaba que eso fuera cierto y que también llegase el
momento en el que yo volviera a mi casa, que la echaba más
de menos que E. T. Mientras, solo me quedaba ponerme un par
de tapones en los oídos porque los niños la estaban liando
pardísima.
Capítulo 22

Volvimos a casa con el impacto todavía en las caras. Mi única


idea, mientras ella se hacía a la suya, era buscar el siguiente
billete de avión que me viniese bien.

Yo ya tenía hasta pesadillas con que me ponía de parto en el


avión y con que me veía a mí el potorro allí hasta el apuntador,
aparte de los miembros de la tripulación, aunque al piloto lo
hubiera dejado que me examinase y hasta que… Es que a mí
los pilotos me gustan mucho de toda la vida de Dios, no lo
puedo evitar, qué se le va a hacer. Yo veo una gorra de esas y
lo siguiente es ir a por la fregona para recoger el charco del
suelo.

En la casa el ambiente era raro, pero raro, raro, raro, como


decía Papuchi, el padre de Julio Iglesias. Alisa, lejos de
parecer contenta y motivada por la noticia, parecía una de esas
muñecas pálidas, de las antiguas que te cagas solo con
mirarlas… Pues peor todavía, menudas ojeras que me llevaba
la menda. Además, que se había quedado en los huesos, que le
dabas un soplido y la desmontabas como a la casa de “Los tres
cerditos”.

—Yo voy a salir a comprar— le comenté en cuanto la dejamos


instalada en su dormitorio.

—¿Qué tienes que comprar? ¿Le falta algo a tu niño?

—Mírala, tú te has creído que yo soy una marquesa nueva,


como Tamara Falcó. Que no, leñe, que no es eso, que voy a
ver qué avíos tienen por aquí para hacerte un buen puchero, a
ver si te me vienes arriba. Aunque ya lo estoy viendo, lo más
parecido que tendrán es una hamburguesa, yo no sé cómo
podéis comer tantas porquerías. Así luego os pasa lo que os
pasa, a ti te coge mi madre y te levanta en tres días, ibas a
echar más culo que una de las Kardashian, eso ya lo puedes
jurar.

—Mujer, pero que yo como sano. Y, además, tú también te has


caído…

—Yo me he caído porque aquí vamos de una en otra. Todavía


no se ha recuperado una de un susto y ya tiene el siguiente
encima, que esto parece un complot para acabar conmigo. Y
sí, sano, pero en la línea de lo que aquí hay, que parece comida
de plástico toda, no me jodas. Me piro, vampiro. Igual tengo
que ir a una subasta de joyas para conseguir un hueso de
jamón.
Salía por la puerta cuando ya tenía al highlander al lado.

—Por la cuenta que te trae, ya puedes cuidar de tu mujer—lo


amenacé.

—También debo cuidar de ti…

—Te estoy cogiendo un asco que no te lo imaginas. Si quieres


ganar puntos conmigo, que sepas que con tu mierda de actitud
los has perdido todos, eso es lo único que te interesa saber,
¿vale?

—Te llevo en el coche, no pienso permitir que conduzcas en tu


estado.

—¿En qué estado, chalado? Si yo llevo conduciendo todo el


embarazo. Otro al que se le ha subido lo de la herencia de su
mujer a la cabeza, se ha creído que ahora vamos a tener chófer.
Pues tú ten cuidado, que como no la cuides mejor no vas a ver
ni qué de esa herencia, lo que te mereces.

—¿Por qué me dices eso? ¿Por qué eres tan dura conmigo?

—Porque estoy flipando, yo creí que tenías más humanidad,


¿le has dicho algo bonito a Alisa por lo del embarazo? Una
mierda le has dicho, qué tío más rancio y más sieso, no sé de
qué me enamoré yo en mi día, mal palo me arreen.

Fue decirlo y desear que la tierra me tragase, ¿Qué había


dicho?

—¿Tú enamorada de mí? ¿No decías que fui uno más de los
que pasé por tu cama? ¿A qué carta quedamos?

—No, no, lo que he querido decir es que yo soy muy


enamoradiza, pero me dura tres polvos. Además, que aparte de
ti estaba enamorada de unos pocos, ya te lo expliqué. Vaya,
que enamorada en realidad de ninguno. Joder, que todo hay
que explicártelo, que me picaba, punto final.

Lo dejé dándole con toda la puerta en las narices. A


continuación, salió detrás de mí y quiso quitarme las llaves del
contacto del coche a través de la ventanilla abierta, para que no
pudiese arrancar. Sin más, le di al botón y si no saca los dedos
se los dejo del grosor de un folio. A mí que no me viniese con
tonterías porque no me daba la gana.

Ya en la ciudad, también era casualidad, me comenzó a llamar


Alec. Ese parecía que tenía un radar y que me olía cuando
estaba cerca.

—¡¡¡¿Qué te pasa?!!! —le chillé al descolgar.


—Nada, mujer, es que no vivía sin saber si has llegado bien a
Móstoles.

—Pues no he llegado ni bien ni mal porque no me he podido


ir, ¿pasa algo?

—¿Qué me dices? ¿Por casualidad te has quedado por mí?

—¿Por ti? Te dieran… mira, lo que yo me sé te dieran. Ignoro


si es algo que se respira aquí en el ambiente, porque todos los
highlanders soy unos anormales. No, ya lo sé, es por la
comida, Menos mal que mi niño se va a criar con buenos
pucheros en España, porque de otra forma no iba a ganar para
zosquis, no os soporto a ninguno. Si tienes valor, me vuelves a
llamar.

—¿Es que no te gustó lo de nuestro último encuentro? Por


favor, no me digas eso, que me hundes en la miseria.

—Pues ni fu ni fa, no te vayas a creer tú que ha sido el polvo


de mi vida, como en la canción de “Elegí”, no te jode…

—No seas así, ese no es tu carácter…


—Qué sabrás tú de mi carácter. Todavía no te has enterado,
como un día de estos te enteres…

Vamos, estaba yo para que otro highlander viniera a darme por


saco. Lo cierto es que no sabía ni lo que tenía encima. El estrés
había comenzado a hacer mella en mí, los sentimientos eran
cada vez más contradictorios.

Por un lado, debía estar contento porque el padre de mi hijo,


efectivamente, había demostrado que no valía ni lo que dieron
por hacerlo, razón por la cual no debía quedarme ninguna pena
por haberlo perdido. Y, aun así, yo me sentía rematadamente
mal…

En el fondo, supongo que en algún momento durante aquellos


días llegué hasta a soñar con que la situación diera un vuelco.
Sí, no suelo reconocerlo, vale, pero… Había tenido momentos
en los que, al verlo con sus hijos, llegué a soñar que ejerciera
también con el mío, por muy dura que yo estuviese.

De eso nada, me volvía a España y a mi hijo ni lo conocería


jamás de los jamases. Que me iban a visitar decía la ingenua
de su mujer, los veía yo en la puerta de mi casa y la tapiaba…
Capítulo 23

—¿Tú cuándo te vas a la gran puñeta a trabajar? —le pregunté


un par de días después a Logan, pues siempre que me volvía
allí estaba, justo detrás de mis tobillos.

—¿De veras quieres que me vaya?

—No veo la horita, es que no la veo. Menos mal que yo me


voy también en pocos días. Y no me he ido antes porque me
salía el billete de avión por un riñón y parte del otro. Me lo
pensé, ¿eh? Porque mira que tengo ganas de perderte de vista,
pero no me da la gana de gastarme un pastizal, para eso
prefiero darte un buen chillido y que te quites de mi vista.

—¿Por qué eres así conmigo? ¿Por qué no me das ni una sola
oportunidad de que me abra y que te exprese mis
sentimientos?
—Yo sí que te abría a ti, pero en canal. En canal te abría, te lo
prometo…

—Sé que te choca mi actitud con Alisa, pero tengo mis


motivos. Ella y yo hace tiempo que no estamos bien.

—Claro que sí. Y eso te viene a ti de puta madre como excusa.


No estamos bien y no le digo ni por ahí te pudras ahora que
está embarazada, ¿no es eso? Menos mal que mi hijo no es
tuyo, de menuda me he librado…

—Lo dices para hacerme daño…

—Para hacerte daño te daría un puñetazo en toda la nariz y te


haría la mosqueta, no te fastidia…

—Dame una oportunidad, te lo ruego. En el fondo, creo que


todo esto ha sucedido para que te quedases un tiempo más y
así pudieras meditar sobre lo nuestro.

—¿A ti te hicieron recuento de cromosomas cuando naciste?


Porque por mi madre que yo creo que te falta media docena
como mínimo. Tú estás carajote, pero carajote del todo.

—Yo estoy perdiendo la cabeza y no me puedo centrar en


nada, eso es cierto.
—Ya lo veo, ya… Pues mira, lo único que te falta es
convertirte en un vago, entonces vas a ser ya una joyita.

—No me digas eso, yo no he sido un vago en mi vida.

—No, pero todo es susceptible de empeorar y no sé lo que


estás haciendo en esta casa ya. Estás más sano que una pera,
vete ya a trabajar que aquí no te necesitamos.

—Tengo que apurar los días que quedan contigo. Cada minuto
que pasamos juntos es oro.

—¿Oro? Pues será del que cagó el toro, que esos deben cagar
que da gusto. Si es la Brendita y no veas, cuanto y más… Tú
estás muy mal de la olla, a mí lo único que me provocas
cuando te acercas es un repelús que no veas.

—No me digas eso por favor. Necesito saber que aún te sigo
provocando cosas…

—Sí, náuseas. Me provocas náuseas, ¿contento?

—Solo podría estar contento si estuviera contigo y me lo estás


poniendo muy difícil.
—Es verdad. Y mira que tú me lo has puesto fácil en todo este
tiempo; no contándome que estabas casado, dejando
embarazada a tu mujer, ¿qué más pruebas de amor necesito? Si
es que soy menos romántica…

—Sé que vistas desde fuera las cosas no se terminan de


entender, soy consciente.

—Menos mal que lo eres de algo, aunque estás equivocado en


una cosa; sí que se terminan de entender, se entiende de sobra
que eres un sinvergüenza, qué digo un sinvergüenza, eres el
sinvergüenza mayor del reino, eres el que aparece en el
diccionario al lado de esa palabra, eres escoria, Logan…

Conforme se lo iba diciendo, me iba acalorando más y más. Y


encima él que se acercaba y que me miraba con esos ojos que
me recordaban a otros momentos… a unos momentos en los
que estuve tan enamorada de él que creía que el corazón me
reventaría de amor. Y no, lo único que me reventaría sería la
cabeza de tanto pensar. Y de paso, otra cosa, porque el parto
era inminente y yo tenía más miedo que siete viejas.

La incertidumbre era total en mi vida y solo tenía clara una


cosa; que lo hubiera arañado de arriba abajo y después…
después me habría tirado encima de él y nos habrían tenido
que despegar con una espátula. Sí, me ponía, me seguía
poniendo el muy miserable de él y no solo de los nervios…
Capítulo 24

—Alisa, tómate este caldito, mujer, que te estás quedando


como un espagueti. No sé de dónde va a chupar tu niño, sin
muelas te vas a quedar. Y mientras no te quedes sin dientes…
estarías monísima, con las ojeras y sin las dos paletas. Te veo
por la noche y llego corriendo a Móstoles sin avión y sin nada.

—Es que no me encuentro nada bien, Brenda, nada bien.

—Eso ya lo veo, bonita. Tú tienes ahí un run run en la cabeza


que no te deja ni de día ni de noche. Calla, calla—le pedí.

—¿Qué pasa?

—¿No lo escuchas? Es la maquinaria de tu coco, que está ahí


dale que te pego. Si es que se te escucha el engranaje, no paras
de darle vueltas, ¿es porque no estás bien con Logan?
Reconozco que el tío no es que haya tocado las castañuelas
cuando se ha enterado, pero ya sabes que los niños le gustan
mucho. Igual es que le ha cogido un poco de sopetón, pero
estará que no cague con él cuando nazca el soplagaitas ese
chico que llevas ahí dentro. Por cierto, que mejor que sea un
niño, porque como destronen a la princesa, se tirará de los
pelos de su real moño.

—¿Tú cómo consigues hacerme reír siempre?

—Mujer, pues muy fácil, echándole un poco de salero a la


vida. Ya sabes, lo típico eso que se dice, que si la vida te da
limones te hagas una limonada de las grandes con ellos y te
refresques el gaznate. Por cierto, a mí me está apeteciendo
una, ¿te la preparo?

—A mí es que me ha dado por el chocolate más que por los


limones.

—Como tonta, no te fastidia. Bueno, tú te lo puedes permitir,


le diré a tu marido que te traiga una caja de bombones gigante,
que se estire un poco.

—No, no se te ocurra, no quiero que le pidas nada que no


salga de él.

—No te me pongas tan orgullosa tú tampoco, que a él lo veo


con menos detalles que al salpicadero de un Seat Panda, según
dicen ¿eh? Que esos coches son ya una reliquia, yo el que me
quiero comprar es un Mini, pero está buena la cosa.

—Yo te regalaría uno si te quedaras, en señal de amistad.


Sabes que el dinero…

—No es problema y ahora menos, que tu padre estaba forrado.


Y, aun así, ¿qué dices? Oye, ese dinerito es de tus niños, no te
vaya a dar por despilfarrarlo y lo tires en tres días.

—Podría despilfarrar mucho y aun así me quedaría más…

—Pues qué alegría, bonita, unas tanto y otras tan poco, jodida
vida esta.

—Quédate, yo te necesito más que nunca.

—No me digas eso, Alisa, es chantaje emocional. De verdad,


yo me estoy viendo en un plan que lo flipo, es que lo flipo en
colores. No puedo vivir pareciendo que volver a mi casa sea
un crimen.

—Tienes toda la razón y no puedo más que pedirte perdón.


Estoy siendo una egoísta, yo no debería estar tirando de ti de
esa forma.
—De mí menos que de nadie—murmuré.

—¿Por qué dices eso?

—Cosas mías, porque yo soy muy inestable, muy veleta que


decimos los españoles. Hoy quiero estar aquí y mañana en
Honolulú, no sé dónde poner el huevo—disimulé.

—Es que me siento mal…

—Mujer, pues siéntate mejor. O échate ahí en el diván ese de


psicólogo, que debe ser gloria bendita.

—Anda ya, yo no me echo ahí, para mí tiene que ver con el


trabajo…

—Pues me voy a echar yo—corrí hacia él—. ¿Te empiezo a


soltar el rollo de mi vida? —bromeé.

—En serio, es que no me siento bien, Brenda—repitió


echándose mano al vientre.

—Oye, que si es una estratagema para que me quede no tiene


gracia, ¿eh? Que yo estoy muy sensible también.
—No es ninguna estratagema, es que me estoy sintiendo fatal,
solo es eso.

—Perdona, perdona, pero es que como hay mucho falso en


esta casa.

—¿Mucho falso? No te entiendo…

—Ya, ya, pero me entiendo yo, hay alguno que telita. Espera,
que te ayudo a echarte en la cama. Para un rato que se va tu
marido, qué oportuno él…

—Lo prefiero, no quiero que sienta pena por mí.

—No, si ese sentir, para mí que siente bien poco.

Lo sé, soy una bocachancla. No es que me excuse con ello,


pero sí que es cierto que estaba muy dolida con su actitud y
que por eso las ideas salían solas de mi boca, sin que apenas
pudiera controlarlas.

—Es un buen hombre, Logan no es mala persona, de veras.


Solo que lo nuestro ya…

—Ya, que está más frío que un témpano de hielo. Lo que


tienes que pensar es que tú sí que eres buena, yo me voy a ir y
el único favor que te pido es que mires por ti, ¿vale?

—Te lo prometo, miraré.

—Tienes que buscar tu felicidad, lo hemos hablado más de una


vez, que la gente tiene que ser valiente. Y si tu marido ya no te
vale, que le den café. O que no se lo den, que a ti eso te da
igual. Mira por ti y por tus niños, sé un poco egoísta. Yo no
soy psicóloga ni falta que me hace para saber que una tiene
que buscar lo que la haga sonreír. Da vértigo, sí, lo sé, que me
lo digan a mí. Es solo que, si un hombre te falla, yo no sé lo
que pensarás tú, pero para mí tu marido te está fallando…

—Sé que pensarás que soy una cobarde, que tendría que dar
pasos al frente y no lo hago.

—Yo nunca te voy a juzgar porque a lo mejor soy la primera


que tiene cosas que callar—le aseguré.
Capítulo 25

Esa noche Logan había ido a cenar con unos amigos. Por lo
visto, se reunían los antiguos alumnos de su colegio o no sé
qué. En el fondo, yo pensaba que lo que él nos quisiera decir,
que lo mismo había conocido a una en una App de esas de
poner cuernos y ya estaba al lío otra vez.

Estaba yo profundamente dormida a eso de las doce (que para


eso allí nos acostábamos a la hora de las gallinas), cuando noté
una presencia en mi habitación.

—Ay, omaíta, ¿quién anda ahí? Suéltame la mano, que me


cago viva—por más que trataba de dar la luz de la mesilla no
atinaba—. Que me sueltes, joder, ¿eres un espíritu? Vete a por
Logan, ay no, que ese no ha llegado todavía. Pues espéralo en
el salón y te lo comes a él cuando llegue o le chupas la energía
o lo que te dé la gana, ¿eres tío o tía? Bueno, eso da igual, tú te
amorras al pilón y le vuelves los ojos y punto…
Sí, puedo ser muy disparatada en muchos momentos y más si
me estoy haciendo caquita duodenal encima de lo que me
estaba entrando por el cuerpo.

—¿Qué dices, Brenda? Soy Alisa.

—¿Alisa? Ay, mujer, ¿qué he dicho? Supongo que estaría


soñando, puñetas, qué susto, ¿a quién se le ocurre entrar así en
un dormitorio a medianoche? Los escoceses tenéis las ideas de
un atún, por mi madre de mi alma que las tenéis.

—Es que no me encuentro bien…

—¿Y qué quieres? ¿Meterte en mi cama? Chica, yo no sé si es


buena idea, que lo mismo llega tu marido y se quiere meter
también.

—¿Qué dices de meterme en tu cama? Es que me encuentro


fatal.

—Pues eso, que no creo que tengas tú el cuerpo para un trío,


no te jode. A tu cama, venga, tira para tu cama, que todavía me
espantarás el sueño…

—¿Qué dices, loca?


Di la luz, por fin atiné, y entonces sí que me lo espantó.

—Tú tienes una pérdida y, tranquila, que de dinero no es—Le


señalé a su camisón en el que se apreciaba una mancha blanca
a la altura de sus partes íntimas.

—Ay, Dios mío, estoy sangrando, voy a perder a mi bebé…

La miré a la cara y tuve que hacer un esfuerzo por no chillar.


Desde luego que sí que parecía un fantasma, al final lo iba a
ser, qué blanquita que estaba la jodida.

—¿Qué dices de perder a tu bebé? Tú no vas a perder nada ni


siquiera a tu marido, tú vas a comenzar a hacer las cosas como
yo te diga y en breve estás de luna de miel de nuevo y con tu
bebé en los brazos.

—Lo demás me da igual, de veras que me da igual, yo lo único


que quiero es salvar a mi bebé.

—Tenemos que llevarte al hospital, espera que voy a llamarlo.

No sé cuántos intentos hice, solo sé que debieron ser


proporcionales a las veces que le deseé que lo atropellara un
camión a su vuelta. El muy desgraciado no cogía el teléfono ni
a la de tres, a mí no me la daba, segurito que estaba con una
pelandrusca.
No me lo pensé y subí a Alisa en el coche, camino del
hospital. A los niños los dejamos al cuidado de una vecina.

—¿Quién necesita hombres cuando nos tenemos a nosotras


mismas? Para mí que estos sirven para hacer los niños, pero
después de eso, debíamos de hacer como ciertas hembras de la
naturaleza, que esas sí que saben, nos los deberíamos de comer
y asunto arreglado. No digo a los niños, que a esos igual
también nos arrepentimos de no habérnoslos comido, digo a
los puñeteros de los padres.

—Me estoy encontrando muy mal, Brenda, no paro de perder


sangre.

—No exageres que la mancha está igual, tampoco estás como


si te hubiera dado una cornada un toro, ¿eh? Te me tranquilizas
ya…

Yo sí que necesitaba un tranquilizante porque las cosas iban de


mal en peor. Maldito Logan, ¿de veras estaba disfrutando en la
calle mientras nosotras pasábamos las de Caín?

Había que joderse, ese nos había embarazado a las dos y en


esos momentos igual estaba camino de embarazar a otra
incauta. Yo lo asesinaba con mis propias manos, es que lo
asesinaba.
Llegamos al hospital y Alisa no podía tener peor carita.

—¿Lo voy a perder, doctor? ¿Voy a perder a mi bebé?

—Está bien agarrado a la vida, su bebé quiere vivir. Eso sí,


tendrá que echarle una manita haciendo reposo, existe la
posibilidad de que algo vaya mal si no me hace caso.

—¿Cómo no le va a hacer caso? Claro que se lo hará, eso ya se


lo prometo yo. Es una cabezona, pero quiere mucho a su niño.
Y también a los otros dos, y eso que son para echarles de
comer aparte, ¿qué tiene que hacer?

—Reposo, mucho reposo. Y debe estar tranquila, nada de


estresarse ni de disgustarse.

—Ahí ya lo llevamos un poco más chungo. Está como un alma


en pena con el tema de su maridito, que es muy gracioso él.
Aunque a mí me va a escuchar, se lo prometo, doctor, a mí me
va a escuchar.

—¿Y a mí qué me cuenta de eso? Yo soy ginecólogo, no


psicólogo.
—Sí, ya veo que Mr. Simpatía no es que sea. Ay, de verdad
que aquí no repartieron mucha gracia el día que los echaron a
todos por…

Tenía que morderme la lengua porque las barbaridades acudían


a mi mente de tres en tres, eso era cierto… La madre que los
parió a todos, qué tíos.

Me quedé a solas con Alisa y puede entender su cara de pena.


Quién la iba a entender mejor que yo…

Se sentía sola, lo mismo que me sentía yo. La vida nos había


golpeado a las dos y, aunque ella no lo supiera, el encargado
de hacerlo fue el mismo tipo… El mismo tipo a quien yo
pensaba leerle la cartilla bien leída cuando asomara su jeta por
allí.
Capítulo 26

No fue hasta un par de horas más tarde cuando Logan se


asomó por allí.

Yo estaba sentada en la sala de espera, pensando que tenía las


manos tan bonitas como el resto de mi cuerpo cuando el muy
infeliz de él llegó corriendo…. Corriendo y borracho que, si el
camión que le deseé lo hubiera atropellado, imposible
incinerarlo porque hubiera ardido tres días y tres noches.

—¿Qué ha pasado, Brenda? —me preguntó desde lejos con la


cara desencajada, no había cosa que me jodiera más en la vida
que un borracho. Sí, sí que había una, un borracho que tuviera
a su mujer ingresada y ni siquiera hubiera cogido el puñetero
teléfono.

—¿Qui hi pisidi, Brindi? —me mofé de él—. De un brindis


vienes tú y de una docena, soplagaitas de las narices.
Me levanté y le di candela. En concreto, una en cada moflete,
una por su mujer y otra por mí.

—¿Qué haces? No puedes pegarme cada vez que te venga en


gana.

—No te preocupes que en breve no volveré a pegarte, eso te lo


puedo asegurar. Eso y que no me volverás a ver en tu puñetera
y asquerosa vida.

—No me digas eso, te lo suplico.

—Tú lo único que tienes que suplicar al cielo es que tu mujer


no pierda el niño. Eso y que la mandíbula te vuelva a encajar
en su sitio porque la traes desencajada de la melopea, ¿de
verdad que no se te cae tu asquerosa cara de vergüenza?
¿Dónde estabas? A mí no me la das, tú estabas con alguna…

—¿Estás celosa? Sí, a mí no me la das tampoco tú, estás


celosa…

—¿Yo celosa? Toma, otra por anormal perdido. Y una más


para que no te quedes cojo—Le di dos tortazos más y le
hubiera dado doscientos, qué coraje le estaba cogiendo.

—Si es por celos me da igual lo que me hagas, no sabes lo que


supone para mí.
—No se puede ser más cabrón ni más desalmado. Te juro que
estás superando todas mis expectativas y mira que yo ya por
cabrón te tenía, ¿eh? Pero nada, tú siempre te superas. No sé
cómo lo haces, lo único que puedo decirte es que siempre te
superas.

—¿Cómo está Alisa?

—A punto de perder al niño ha estado, menos mal que


preguntas. Creí que estaríamos toda la noche de conversación
romántica. Ya te puedes echar un poco de agua fría en la cara
antes de entrar en su habitación, calamidad, que eres una
calamidad. Y tranquilo, que no te he dejado marcados los
dedos en la cara. No lo he hecho por ella, si hubiera sido por ti
te la habría echado abajo, so mierda, que eres un mierda, un
reverendísimo mierda.

Lo estaba empezando a odiar. Nunca lo había visto en ese


estado y pensé que, efectivamente, todo era susceptible de
empeorar. Y tanto que lo era, como que aquel imbécil encima
igual se nos echaba hasta a la bebida.

Cuando volvió del baño apenas podía mirarme a la cara. Uno


sabe de sobra cuándo ha hecho las cosas para que le den por la
contrapuerta de atrás y él sabía que era el caso.
—Entra ya, hombre, entra ya, que tienes a la pobre con el alma
en vilo. Y dile algo bonito, que tú sabes hacerlo. Cuando
quieres camelarte a una se te da de puta madre.

—Yo solo te he camelado a ti, no soy un tipo infiel como tú te


piensas.

—Y yo me he caído de un guindo. Tú qué vas a decir,


sabiendo además que te puedo calentar la cara de nuevo.

—No sé a lo que estamos jugando, Brenda, no lo sé.

—Tú al tiro al blanco y no veas la puntería que tienes… Lo


digo por ella, ¿eh? No te emociones.

—También sé que tu hijo es mío. Los borrachos y los niños


dicen la verdad y es cierto que estoy borracho.

—No, si te parece lo niegas. Estás borracho como un piojo,


qué asco. Pues sí, no sé con quién estarías, pero de seguir
bebiendo habrías dado un buen gatillazo, qué lástima que no te
vieran mis ojos.

—No estaba con nadie, Brenda, ¿cuándo vas a creerme?


—No me hagas reír que vengo con gases y no sea que explote
antes de tiempo. Que entres ya en la habitación de tu mujer,
joder… Qué hartura ya de tío—Le di un buen empujón.

Él entró con la cara de un muerto. Cierto que a aquellos dos la


pasión les pillaba ya de lejos. Lo vi sentarse en su cama y
pensé que no era el hombre que yo había conocido en Madrid,
que era un pelele con patas, que no podía haber tenido peor
suerte al buscar padre para mi hijo.

Claro que yo no busqué nada, absolutamente nada. Yo me lo


encontré todo y me había metido en un lío de mucho cuidado.
Tenía que salir de ahí, tenía que tomar aire y tenía que, de una
vez por todas, olvidarme del highlander que me conquistó. No,
yo solo tenía ganas de decirle que “no eres ese highlander”,
aunque lo mejor era que no dijera nada más y que dejara actuar
al karma, que ese es más chulo que un ocho y muchas veces
arregla las cosas por sí mismo.

Ese highlander me había jodido la vida y, para colmo, también


se la había jodido a su mujer. Yo solo contaba las horas para
volver a casa, las horas para alejarme de su influencia, de sus
palabras, de su sonrisa.

Cuando llegara a mi tierra, borraría todo rastro de su existencia


y me olvidaría de él para siempre, si bien había alguien,
alguien que crecía en el interior de mi vientre que me lo
recordaría cada día de mi vida.
Capítulo 27

Alisa necesitó quedarse un par de días ingresada. Qué


vaivenes, yo no podía más.

—Niños, os prometo que como no os estéis quietos, vais a


comer pared hoy.

—¿Cómo vamos a comer pared? Si no cabe en el plato.

—Sabihonda, de un empujón que os voy a dar, ya veréis que


sí.

Logan miraba la situación mientras hablaba con alguien por el


móvil.

—Niños, hacedle caso a Brenda que tiene toda la razón.


—Hacedle caso a Brenda… Ay, qué plan, se te caen los
mismos huevos, deja ya de paliquear con quien sea por el
móvil, que tus hijos son más importantes. Van a venir a
recogerlos y no tienen la bolsa preparada.

—Mis hijos siempre han sido muy importantes para mí, no te


pases, por favor.

—No, no me paso, mal dolor te diera. Cualquier pelandrusca


es más importante, a mí no me la das.

—No estoy hablando con ninguna mujer, no des tantas cosas


por supuestas.

—¿Ahora te van los tíos? Eso sí que es nuevo, aunque no sé de


qué me extraño, tienes una cara de vicioso…

—¿Yo tengo cara de vicioso? No me jodas, Brenda.

—Qué más quisieras tú que te jodiera yo, pues te vas a quedar


con todas las ganas.

—No lo sabes tú muy bien, no sabes lo que daría porque las


cosas vuelvan a ser como eran. Aunque igual alguna se me va
enmendando, ojalá….
—¿Cuál? ¿Ya te ha hecho caso otra tonta? No se la vas a dar a
ninguna, ¿eh? No mientras yo pueda evitarlo—Le quité el
teléfono y me quedé a cuadros, era cierto que no hablaba con
ninguna.

—¿Lo ves? Eres muy malpensada.

—Piensa mal y acertarás, ¿quién es Derek?

—Es un amigo, profesor de universidad también. Me dice que


me puede echar un cable para comenzar a dar clases con él. Se
trata de una universidad privada en la que su familia tiene
mano.

—Mira qué bien, te ha dado en el cantito del gusto, así ya


podrás conocer a alumnas jovencitas a las que dar la coba de
su vida.

—No seas mala, yo no me lío con mis alumnas.

Enarqué una ceja y después puse cara de asesina, ¿no podía ser
más cínico?

—¿Con quién te crees que estás hablando? ¿Te crees que yo


también me he quedado amnésica como te paso a ti?
—No, lo que quiero decir es que no fuiste una alumna a secas,
tú eres el amor de mi vida.

—Mira que tienes valor, tu mujer sigue ingresada y aquí te


puedo dar a mi gusto, mientras no te deje marcas permanentes.

—Me vas a dar, sé que me vas a dar porque no me puedo


resistir.

No, no pudo. Se levantó y me besó, cogiéndome en sus brazos


aprovechando que los críos se marcharon a sus dormitorios.

Maldito miserable que siempre me pillaba a traición.

Me lie a puñetazos con su torso mientras lo besaba. Sí, no me


voy a hacer la santurrona, no resistí la tentación, que llamó
directa a mis labios… Esa tentación que me arrastró durante
unos segundos hasta que volví a poner los pies en el suelo. Lo
digo literalmente, pues después de darle varios golpes en el
torso me quedé de nuevo en ese suelo y lo miré… Lo miré con
una mezcla que no puedo describir, pues cuando la pasión y el
odio se entremezclan dan lugar a una fusión difícil de
etiquetar.

—No vuelvas a hacer eso en lo que te queda de vida si no


quieres que se lo cuente a tu mujer y entonces… Entonces nos
habrás perdido a las dos y a tus dos hijos.
Sí, fue una locura, lo reconozco. Su beso me enajenó
mentalmente y se lo solté; le solté mi gran secreto.

—¿A mis dos hijos? Es mío, Brenda, yo lo sabía, yo lo sabía.


No me he creído ni media palabra de lo que me has dicho en
este tiempo, no me la he creído.

—Mierda, mierda y mierda, la culpa la han tenido tus besos,


vete a la mierda, yo no tenía que haber dicho eso—maldecía
mi suerte.

—Pero lo has hecho, mi amor. Lo has hecho y eso es lo


importante. Por fin lo has confesado, no sabes cuánto he
ansiado este momento.

—Me cago en todo lo que se menea, highlander, ¿por qué


siempre tienes que joderlo todo?

—Yo nunca he querido hacerte daño, te lo he explicado


muchas veces. Jamás he querido hacerte daño, mi niña.

—Pues para no querer te has cubierto de gloria. ¡¡¡Te odio, te


odio con toda mi alma!!! —Lo golpeé nuevamente en eso
pecho que tenía, fornido como él solo.
—Yo te quiero, te quiero, Brenda. Te quiero mucho más de lo
que nunca he querido a una mujer. Dime lo que tengo que
hacer para ganarme tu perdón. Te lo ruego, dímelo.

—¿Para ganarte mi perdón? Tú no quieres ganarte mi perdón,


tú solo quieres quedar bien delante de mí, fardar de que eres
un buen tío. Ni en sueños, ni en sueños me voy a creer que
quieras mi perdón.

—No hay nada en el mundo que ansíe más. Pídeme lo que


quieras y te lo demostraré, te lo estoy diciendo muy en serio.

—¿Sí? Se volverá en tu contra, demostrármelo se volverá en tu


contra.

—Si ese es tu deseo, me dará igual. Lo que quiero es tu


felicidad, no puedo repetírtelo más veces.

—Ni yo tampoco te puedo repetir más veces que lo vas a


flipar. Está bien, si quieres que te perdone solo puedes hacer
una cosa.

—Dímela, por favor, no puedo esperar para saberla.

—Reconquistar a tu mujer y olvidarte de mí, eso es lo único


que puedes hacer.
—No, no me puedes estar pidiendo eso, no es justo.

—¿Tú me hablas de justicia? ¿De veras tienes los santos


cojones de hablarme de lo que es justo y de lo que no? ¿Sabes
lo que se siente cuando te dicen que estás embarazada de un
tipo que está casado y que te lo ocultó? Tú que mierda vas a
saber, tú ya estabas de vuelta, nada de eso iba contigo.

—Si me lo hubieras contado, si me hubieras llamado ahora no


estaríamos en esta situación.

—¿Me lo vas a recriminar? Deja que me parta de risa, es que


me parto y me mondo. Todavía tendré yo la culpa de que
hayas dejado embarazada a tu mujer. Tú tienes un arte ahí
abajo que ni el que pintó el cuadro de Risto con el nabo en
“Got Talent”, chaval, que fue la bomba ver la carita que se les
quedó a todas, como que el tío debía tenerla como el burro del
pueblo en el que se crio mi bisabuela Dolores, que siempre nos
contaba ella que era un espectáculo de la naturaleza.

—Me hubiera gustado tanto conocerla y a toda tu familia.

—A mi madre también le gustaría conocerte para despellejarte


vivo, sí, ¿tú nunca te has comido una sardina en arenque? Pues
lo mismo te haría ella a ti.
—Me da igual, me enfrentaría a lo que fuera por ti.

—Uff, tú no conoces a una madre española cabreada o no te


pondrías tan chulito.

—Te estoy hablando en serio.

—Y yo, y yo. No sabes cuánto de serio te estoy hablando, tú


es que no sabes lo que dices.

—No me hagas esto, te lo pido por favor, no me apartes de ti.


Es una crueldad…

—No, tú lo dices porque solo piensas en ti. Ten presente que


yo ya me he hecho a la idea de que no quiero estar a tu lado ni
hecha pedazos. Lo que sería una verdadera crueldad es que la
dejes tirada ahora a ella con la ilusión que le hacía tener otro
hijo contigo. Yo no te digo que Alisa sea perfecta, pero es una
buena mujer, ¿ya no es la de tus sueños? Te jodes, la vida no
es un camino de rosas. O sí, solo que de vez en cuando pasas
por él descalzo y te clava dos o tres espinitas que ves las
estrellas.

—No nos merecemos esto, tú y yo no nos merecemos esto,


amor.
—Tú te mereces eso y mucho más, por mentiroso y por
rastrero que has sido. Si ahora las cosas no te salen como
quieres, a joderse toca. Yo ya sufrí lo mío, ahora te toca a ti
que eres quien me la jugó.

Se echó a llorar, yo no esperaba esa reacción. No es que llorara


con hipo, sino que las lágrimas aparecieron en su rostro y era
la primera vez que yo se las veía.

Logan debió prometérselas muy felices en muchos momentos,


creyendo que volvería con él, y lo vio todo perdido de pronto.

—No quiero perderte, es que me niego a perderte.

—Entonces es que eres gilipollas porque me tienes más


perdida que al barco del arroz, yo creo que me he explicado
bien, pero si no es así todavía te lo explico mejor.

—Sí, te has explicado divinamente, no hace falta que digas


nada más. Es solo que me resisto a creer que ese sea tu
verdadero deseo, que me resisto a pensar que vayas a pasar el
resto de tu vida sin que mis labios y los tuyos vuelvan a
rozarse.

—Ni lo intentes, que esta vez te he visto venir—le advertí.

—Dime que no es cierto que quieres que me olvide de ti.


—Es lo que quiero, ¿me lo prometes? Si no lo haces nunca te
perdonaré, ya lo sabes.

—Tu perdón tiene un precio muy alto, creo que no me


compensa. Prefiero que vivas encabronada conmigo, no quiero
volver a acercarme a Alisa.

—Mi perdón pasa porque te quedes con ella y me olvides. Si


no lo haces, no solo no te perdonaré, sino que te odiaré
mientras viva.

—No puedes estar pidiéndome esto, es que no me lo puedes


estar pidiendo—Parecía volverse loco y más loco todavía por
momentos.

—Tranquilito, que la cosa no es para tanto. Mañana tu mujer


saldrá de la clínica y también mañana yo me habré marchado
de tu vida para siempre, todo ha venido a su sitio solo. Por fin
me subiré en ese avión y por fin toda esta pesadilla habrá
acabado.

—No me lo puedes pedir, cállate ya—Sería muy highlander,


pero sus ojos seguían vertiendo lágrimas en dirección a sus
mejillas.

—Es tu única salida; ya lo sabes.


—¿No vas a dar tu brazo a torcer?

—Jamás, no te lo mereces—murmuré.

—Pues entonces, si solo puedo ganarme tu perdón así,


necesito que tú también hagas una cosa por mí.

—¿Y qué cosa es esa? Venga, sorpréndeme…

—Pasar esta noche conmigo, esa es mi condición…

Los niños se quedarían en casa de unos amiguitos porque era


viernes noche y estaríamos solos en casa. Alisa no necesitaba
nada porque tan solo guardaba reposo en la clínica. Sí,
estaríamos solos y era la última vez en la vida que lo
estaríamos, la última oportunidad para recordar el sabor del
highlander.
Capítulo 28

No puedo calificar más que de enajenación mental el hecho de


que yo también accediera a su petición. Y tampoco voy a decir
que sea una santa. Yo sabía el daño que aquel acto podría
causarle a Alisa, si bien ella nunca tendría por qué enterarse ni
de eso ni del resto de mi rocambolesca historia con su marido.

Cuando por fin lo tuve delante, desnudo, no voy a decir que


pensara en ella ni en nadie. En mi fuero interno lo seguía
deseando y había una parte de mí que salió a flote desde lo
más hondo de mi corazón… Una parte que también fue
profundamente egoísta.

Visto desde otra perspectiva, yo acababa de servirle a su


marido en bandeja de plata, cerrándole todas las puertas a
volver conmigo. Y, sin embargo, tenía una cuenta que saldar
con él.

Pensaba en eso cuando él entró en mi dormitorio y me pilló


echándome unas gotas de perfume en el cuello mientras con
una de las manos recogía mi pelo.

—Tan increíblemente sugerente como siempre—me insinuó.

No quise responderle con ironía, no. Si iba a volver a


fusionarme con él por una sola vez trataría de disfrutarlo. Es
más, lo lograría porque en el fondo yo me lo merecía y porque
no me daba la real gana de darme ni un sofocón más.

En cuanto su piel entró en contacto con la mía, eso sí,


podríamos haber apagado la tenue luz que yo dejé de fondo
junto con una selección de baladas inglesas de lo más
románticas que solía escuchar em ocasiones y que me hacían
babear casi tanto como lo hizo el highlander cuando comenzó
a desvestirme.

—No podría decirte cuántas noches he soñado con esta ropa


interior—Se refirió a la mía, que era la misma que solía lucir
con él meses atrás.

Yo soy coqueta por naturaleza y en el tema de la ropa interior


no digamos ya. Ahí nunca me ha importado dejarme parte de
mi sueldo con tal de sentirme deseada.

—Menos sueños, highlander, ya sabes que no creo nada de lo


que salga por tu boca.
—No me digas eso, te lo pido por favor. Solo quiero besarte y
hacerte el amor…

—Ya, ya, eso sí que me lo creo—Reí.

Hacía tanto que no reía con él que por un momento incluso


llegué a olvidar que aquella fuese la última vez. Por una noche
quise pensar que nada malo había ocurrido entre nosotros y
que volvíamos a ser esos dos amantes ardientes y divertidos
que igual se devoraban los labios que se partían de la risa en la
cama, juntos sin interferencias exteriores que nos devolvieran
a la sórdida realidad que nos envolvía.

Sus labios, efectivamente, volvieron a besar con énfasis a los


míos como en su día lo hacían. Nunca nadie me había besado
con tal fuerza. De no saber que era un mentiroso, me habría
creído que tras cada uno de sus besos se escondía un “te
quiero” que era el primero de muchos, ya que Logan tenía la
costumbre de cubrirme entera de besos, de pasar su lengua por
todo mi cuerpo, de estimular mis puntos erógenos y de lograr
que ardiera en su particular infierno antes siquiera de
penetrarme.

Aquella no fue una excepción, sino todo lo contrario. Sentí que


mientras me recorría ponía el alma y más todavía cuando sus
dedos, juguetones e inquietos, fueron también directos a
comprobar cuánto ardía mi interior. Ese juego de sus dedos,
capaz como él solo de estimularme al penetrarme vaginal y
analmente al mismo tiempo, mientras me regalaba una
interminable serie de caricias linguales, me llevó a lo más alto
para demostrarme enseguida que no estaba en absoluto
dispuesto a dejarme caer.

Su libido no podía estar más alta y hacía juego con la mía. Por
esa razón no dudó en mirarme fijamente a los ojos cuando se
dispuso a penetrarme. Lo hizo con algo más de sutileza que en
las anteriores ocasiones debido a mi embarazo.

—Siempre te dije que no me rompería y tampoco pienso


romperme ahora—murmuré en su oído mientras mis piernas le
rodeaban y yo notaba el intenso ardor de su piel traspasando la
mía, entrando en mis recovecos más íntimos, haciéndome
sentir que los había echado de menos tanto como yo extrañé su
visita.

No había nada en mi piel que no le indicase una máxima


excitación, cada uno de mis poros le chillaban que como él
ninguno y, para que no cupiese ninguna duda, el ligero sudor
que se apreciaba sobre mi cuerpo al completo le indicaban que
me moría por ser suya y solo suya.

Nunca había experimentado sensaciones tan agridulces como


las que aquella noche viví con él y sobre mi cama. Embestida
a embestida, sentía que la vida se me iba detrás de un amor
que pudo ser y que no fue… Y que ya nunca sería.
Mis piernas lo aprisionaban con fuerza y, cada vez que él
tomaba conciencia de ello, me regalaba las más atractivas y
cómplices de las sonrisas… Unas sonrisas que en su caso
también contaban con un lado doloroso que ninguno de los dos
queríamos mostrar, pues amarnos sobre las sábanas se había
convertido en el único objetivo de una noche que estaba
llamada a ser apoteósica.

Era su miembro en mi interior, era la sensualidad que


demostraban los movimientos de aquel highlander cuya rudeza
en la cama me ponía hasta límites insospechados… En el
fondo era todo y todo era lo que yo deseaba dar sobre unas
sábanas que se convertirían para siempre en nuestras mudas
aliadas, las que aquella noche nos envolvieron cuando ambos
derrochamos amor.

Al menos yo sí que lo derroché. Con respecto a él, lo único


que podía afirmar es que, en su caso, también contaba con esa
apariencia, si bien existía la posibilidad de que fuera otra de
sus mentiras.

Ya no dolía, era como si tenerlo dentro me hubiese anestesiado


y como si, embestida tras embestida, yo pensara que solo
habíamos nacido para hacernos disfrutar mientras mi garganta
chillaba unos orgasmos tan fuertes que no había sentido con
nadie.

Solo Logan podía hacerme sentir lo que yo viví aquella noche,


solo con él podía murmurar lo que mi boca quiso decirle al
oído, solo nuestros cuerpos eran capaces de lograr juntos una
fusión que nos hiciera sentir que juntos éramos capaces de
hacernos vibrar como jamás podríamos hacerlo por separado.

Solo quería olvidar en sus brazos, solo olvidar que aquella


sería la última noche con él… Una noche en la que, una vez se
vació en mí, me maldije una vez más por haber sucumbido a
los encantos del hombre que un día me engañó y que me
abrazaba nuevamente como lo hizo meses antes. No, yo
necesitaba verdad en mi vida, no más engaños.

—Vete a tu cama—le pedí cuando hubo terminado.


—No me eches de tu lado, te lo ruego.

—Yo ya he cumplido mi parte del trato. Ahora te toca a ti y


recuerda quién echó a quién de su vida y por qué.

El sueño de aquella noche no ya de verano, como la de


Shakespeare, sino de otoño, había terminado. Tocaba volver a
la realidad de una separación que me dolía nuevamente. Si
cabe, me dolía más todavía porque nunca tuve que dejarme
llevar por sus sibilinos labios, porque la herida ya estaba
medio cerrada y volvía a abrirse, porque no quería sangrar más
por dentro mientras que disimulaba por fuera.
Capítulo 29

Su cara era un poema cuando nos dirigíamos a la clínica a


recoger a Alisa. Yo ya llevaba la maleta en el coche, esa vez no
me quedaba en las Highlands ni amarrada.

—Bueno, así que ya te dan el alta—le comenté dándole un


abrazo a su mujer cuando llegamos. No voy a negar que, al
entrar en contacto con su piel, la mía ardió por lo que le
habíamos hecho la noche anterior. Menuda faena, qué bonita
es la ignorancia.

—Eso parece, tengo muchas ganas de llegar a casa con los


niños—No mencionó a su marido y eso que él estaba allí
también. Yo le hice un gesto porque habíamos quedado en que
trataría de ser más cariñoso con ella.

No hay nada peor en el mundo que un gesto que debas realizar


de un modo forzado, ya que lo cierto es que se notaba a
kilómetros de distancia que a Logan no le salía. De hecho, se
acercó a ella y la abrazó, pero fue un abrazo vacío y mudo,
aunque al menos un abrazo que algo era algo.

Yo ya más no podía hacer. Mi corazón volvió a sangrar en las


Highlands después de aquella noche que había supuesto para
mí un tropezón más, puesto que no debía haber aceptado su
propuesta, una a la que en el fondo no pude negarme porque lo
deseaba tanto como él.

Nos subimos los tres en el coche. De los niños ya me había


despedido por la mañana, algo que también me resultó
doloroso porque no dejaban de ser los medio hermanos de mi
pollito, además de que se habían metido en mi corazón y se
negaban a salir de él.

No solo yo había encontrado personas importantes en las


Highlands. Tampoco Alec, ese chico que había estado para mí
en diversos momentos en los que lo necesité, parecía poder
olvidarme y me enviaba mensajes deseándome lo mejor.

Por fin todo había acabado y lo hacía de la única manera que


podía; dejando las cosas como estaban. Si de algo estaba
agradecida al cielo era de haberme dado la oportunidad de
conocer a aquellas personas a las que no olvidaría. Sobre todo,
a Logan, a ese sí que no lo olvidaría, aunque era al único que
no hubiese querido conocer nunca.
Hay momentos en la vida en los que sobran las palabras. Alisa
necesitaba a su marido más que nunca y yo… Yo ya me había
hecho a la idea de que mi hijo nacería sin padre y, falsa
modestia aparte, me consideraba más fuerte que ella.

Llegamos al aeropuerto y, con ello, el momento de la


despedida final. A ella la veía especialmente abatida, sería por
mi marcha. Pobre mujer, si es que yo me hago querer y ella me
había cogido un cariño impresionante.

—Bueno, pues ya sabes, cuídate mucho, ¿vale? —La besé


mientras miraba de reojo a Logan y le indicaba con la mirada
que la abrazase, que ella lo necesitaba.

Él lo hizo y, lejos de sentirse reconfortada con ello, la vi


removerse. Alisa estaba especialmente nerviosa ese día.

—Parece que esta vez sí que te vas, ¿no? —Me cogió por el
brazo.

—Pues sí y ni se te ocurra sacar unas esposas para retenerme,


que te veo venir. Chica, que parece que te hubieras enamorado
de mí—Reí.

—No, yo no, aunque vales para robarle el corazón a


cualquiera.
—Qué bonita eres, puñetas, y eso que las ojeras no se te quitan
ni a tiros y que tienes que coger algún kilito más, ¿eh? Que
sigues un poco enclenque….

—Tú sí que eres bonita y me has enseñado cosas. Me has


enseñado tantas cosas que creo que las voy a poner en práctica.

—¿Te refieres a lo de ordenar la ropa interior en el cajón y


eso? Eso se lo tienes que agradecer a Marie Kondo, que es de
quien lo he aprendido. La jodida, cualquiera deja nada por
medio en su casa, te corta la mano, vaya.

Yo reía y reía diciendo tonterías para tratar de quitarle algo de


hierro al asunto. Por mi madre de mi alma que allí la tensión se
podía cortar con un cuchillo.

—No, no me refiero a eso…

—Pues nada, que yo ya embarco, ¿vale? Ha sido un placer


conocerte, chochete, digo Alisa. Y a ti… a ti también adiós—
le solté a Logan.

Salí andando con mi maleta de flores, que no podía ser más


cuca. Estaba yo de monísima que servía hasta para imagen de
un calendario, la misma imagen del otoño con mis botitas de
agua y todo, ideal de la muerte.
Me volví y le dije adiós con la manita. Fue entonces cuando la
vi avanzar corriendo hacia mí, ¿se había vuelto loca? Logan la
seguía.

—Déjame pasar, que me secuestran—le dije a la chica que


estaba al cargo del control—. Esa mujer parece que tiene
pasión conmigo y eso que quien me ha embarazado ha sido su
marido, no ella—le solté a tontas y a locas, mirando para atrás
con miedo.

—¿Cómo que la van a secuestrar? ¿Quiere que llame a


seguridad?

—Que no, puñetas, que lo único que quiero es que te quites,


¿tú te has creído que la carne de burra se traspasa?

Miraba hacia atrás cuando Alisa me echó mano al brazo y


ganas me dieron de darle un manotazo para que me soltara.

—Te lo tengo que confesar antes de que te vayas, Brenda. He


decidido dar un paso al frente y afrontar la verdad de una
bendita vez, tú me dijiste que una tiene que buscar su
felicidad. Yo no estoy bien con Logan y además que mi
marido, no es, mi marido no es…

—¿Qué dices que no es? Arranca la moto de una vez porque a


mi madre le da un parraque si pierdo este avión también, so
pava, ¿no te das cuenta?

—Mi marido no es el padre de este bebé, Brenda—Se echó


mano al vientre—. Yo estoy enamorada de otro hombre.
Ese highlander es mi amor
Capítulo 1

La perplejidad era absoluta entre nosotros, ¿qué había pasado?

Me quedé mirando a Logan, que a su vez la miraba a ella, y


todo terminó estallando por los aires.

—¿El niño no es mío, Alisa? Y entonces, ¿se puede saber a


qué has estado jugando durante estos días? ¿Cómo es posible
que trataras de engañarme así? —Lo noté profundamente
colérico, si bien yo sabía que esa noticia lo liberaba como
ninguna otra.

—Perdóname, Logan, tienes derecho a decirme lo que te


venga en gana. He sido cobarde, una cobarde total—Sus ojos
se llenaron de lágrimas.

—No, no, espera—le pidió en tono tranquilizador. Menos mal,


porque yo ya le iba a pegar el codazo del sigo. Mira quién fue
a hablar de engaños.
—Es que no es justo, no es justo que sigas amarrado a nuestro
matrimonio cuando tú ya no estás enamorado de mí y yo no lo
estoy de ti. Tenías razón en que me equivoqué diciéndote que
dejaras la enseñanza, tus ausencias me pesaron demasiado
tanto cuando estuviste en España para pensártelo como cuando
decidiste dedicarte al mundo de los negocios. Tu familia y la
mía siempre fueron poderosas a nivel económico y yo tenía
grabado el símbolo de la libra en los ojos, ignoro si podrás
perdonarme, pero lo necesito, es que lo necesito…

—Tranquila, Alisa, yo también te fallé por el camino, no toda


la culpa ha sido tuya—le confesó al ver lo mal que se puso,
estaba realmente deshecha.

—Siempre fuiste un buen hombre, Logan. Y con mucho estilo,


eso fue lo que me enamoró de ti, suponía que hasta en estas
circunstancias actuarías con elegancia. A nadie le gusta saber
que su pareja le ha sido infiel, por mucho que ya apenas exista
nada entre ambos.

—Tengo que confesarte algo también…

Ay, Dios, aquello se nos estaba yendo de las manos y Alisa


que se aferraba a mí como si fuera un osito de peluche.

—Bueno, ahora os tomáis un cafecito, si eso, y a mí me dais


otro besito que ya me voy, ¿eh? O sin besito, que eso es una
cursilada, que me voy, puñetas—Intenté echar el paso y Logan
me retuvo.

—No te vayas, Brenda, Alisa debe saber la verdad, también


tiene derecho.

—¿Qué verdad? Si eso de que la verdad no tiene más que un


camino es un camelo, hay muchas verdades, cada uno tiene la
suya. Tú reflexiona sobre lo que te he dicho esta noche cuando
los monstruitos estén acostados, porque con vuestros hijos no
hay quien reflexione ni quien viva. Con ellos, todo lo más,
puede cagarse una en cuanto se menea.

—No quiero que te vayas, Brenda—me espetó delante de ella


y Alisa esbozó una leve sonrisa.

—Estás enamorado de ella, ¿verdad? Lo creas o no, si me he


atrevido a dar hoy este paso es porque lo intuía, algo en mi
interior me decía que la mirabas como hace mucho que no me
miras a mí.

—Pero eso será por la presbicia, que este ya tiene sus años. A
mí me dejáis de líos, que os veo muy tranquilos, pero en
cualquier momento comienzan los tirones de pelos y que
sepáis que yo no soy manca, también voy a dar los míos.
—No habrá nada de eso, Brenda, ¿tú también estás enamorada
de mi marido?

—Ay, Dios, yo no puedo con tanta civilización… Claro que


no, a este lo tengo atravesado, es que lo tengo atravesado.

—¿A Logan? ¿Te ha pasado algo con él? Debes ser sincera, yo
lo estoy siendo, dijimos que lo seríamos.

—No, mujer, que hay gente que te cae mejor y otra que te cae
peor y a mí tu marido es que… Es que no lo puedo soportar,
punto. Solo es eso.

—Es que soy el padre de su hijo y no me porté bien con ella ni


contigo, Alisa—sentenció él.

Ya se lo había tenido que decir, al muy bocachancla de él le


faltó el tiempo.

Yo la miré y me faltó el aire, quise explicarme, quise… Pero lo


único que logré fue desvanecerme, suerte que esa vez caí en
los fuertes brazos de Logan, que para algo tenían que servirle
aparte de para lucir esos musculitos en las camisetas, que daba
gloria verlo. Vaya plan, entre Alisa y yo lograríamos colapsar
el sistema sanitario con tanto desmayo.
Cuando volví en mí me tenían tumbada con las piernas por
alto. Quise hacer por levantarme, pero la cabeza me daba
vueltas.

—Logan me ha explicado que no sabías quiénes éramos, que


ignorabas que éramos su familia hasta que él llegó a casa, y yo
lo creo. También dice que desconocía que estuvieras
embarazada cuando lo dejaste en España, ¿es eso cierto?

—Sí, este no tenía ni idea hasta que me vio con el bombo,


pues anda que no soy yo orgullosa ni nada.

—Me temo que todos hemos sufrido en esta historia y todos


conviviendo, realmente es extraño.

—Es como un reality pero sin edredoning y sin nada. Bueno,


algo de edredoning sí que ha habido que, al final, este y yo nos
dimos el lote anoche. Ya te lo he soltado, ¿ves? Me habéis
buscado la lengua y al final me la habéis encontrado, yo no
tengo la culpita de nada, yo solo quiero irme a mi casa.

—Has sufrido un desvanecimiento y viene un médico hasta


aquí, en tu estado no deberías… Lo demás da igual, da
realmente igual.

—Y una mierda, yo me pongo ahora mismo de pie—Hice


ademán de ello y me caí de nuevo, mareada.
Demasiadas emociones y eso que yo no había visto en mi vida
a una gente que se tomara unos cuernos con más deportividad.
Bien se notaba que ya no estaban enamorados ni nada, pero
bien que se notaba.

El médico vino y me confirmó lo que yo ya pensaba; que tenía


la tensión por los suelos.

—Pues anda que ha venido usted a descubrir América, ¿y para


eso ha estudiado un porrón de años? Qué lástima de carrera
más desaprovechada, por Dios bendito.

El hombre me miraba con cara de no entender mientras que


Logan parecía feliz y Alisa estaba aliviada, como cuando una
tiene gases y se toma unas cuantas pastillas de Aerored como
si fueran Lacasitos, pues igual…
Capítulo 2

De nuevo perdí otro avión. Suena a cachondeo, sí.


Definitivamente estaba gafada y mi madre amenazaba con
aparecer por allí en cualquier momento y llevarme a casa por
los pelos.

Yo, por si acaso, les había advertido a aquellos dos que si


venían y aporreaban la puerta, que me dejaran abrir a mí, que
tenía el capote preparado.

Mi madre es que ya se estaba oliendo que había algo raro y


comenzó a preguntarme abiertamente, algo que yo negué.

—¿Qué Logan ni Logan, mamá? Que no, mira que eres liante,
¿eh? Y mal pensada, de veras que no se te ocurre nada normal,
es que no veas el coraje que me da…

—Pues más te vale, porque como yo me entere que ese tipo


ronda por ahí, no va a tener agujero para esconderse, es que ya
te digo que no va a tenerlo. La gaita se la pienso meter por…

—No se puede ser más pesada que tú, mamá, que todo va bien.

—Pues si todo va bien, ya te quiero ver en casa, que mi nieto


no estaría nada bonito con las faldas de los soplagaitas esos,
que no sé qué demonios se te ha perdido a ti en las Tierras
Altas. Como yo vaya para allá se van a quedar en las Tierras
Enanas de la que voy a liar…

De la conversación, en la que hubo muchas más lindezas por


su parte y también por la mía, que mi madre sabía cómo
sacarme de mis casillas, comprenderéis que yo tenía varios
frentes abiertos.

—Me voy en cuanto saque otro billete barato, ¿te enteras? —le
comenté a Logan al colgar—. Y los que he perdido me los
pagas tú, a ver si todo lo que he lidiado y lo que les he
soportado a los dos monstruitos va a ir a parar a la aerolínea,
que se van a hacer ricos solo conmigo—le explicaba yo.

—Eso dalo por descontado. En cuanto a lo de irte, ¿lo


podríamos hablar más tranquilamente?

—Sí, claro que lo podríamos hablar, lo puedes hablar con mi


madre cuando quieras, te la paso.
—Claro que lo haría.

—Tú no sabes lo que dices, tú no conoces a las madres


españolas, aquí es que tenéis horchata en la sangre, nada más
que hay que ver cómo os habéis tomado lo de la separación, yo
es que flipo.

Alisa estaba en su dormitorio recogiendo su ropa. Habían


llegado al acuerdo de que ella se iría una temporadita a
Glasgow, al casoplón de su padre, y que allí podría hacer
reposo.

Eso dejaba a Logan con el culo al aire, es decir, con los


monstruitos a su cargo, allá se apañaran. Yo me iría y allí paz y
después gloria.

—Yo le explicaría a tu madre, es que se lo explicaría sin


mayor problema.

—Claro que sí, problema no tendrías más que buscarte una


buena clínica capilar luego, ese sería el único problema. Por lo
demás te doy la razón, tampoco sería para tanto.

—Bromas aparte, quiero que tu familia sea mi familia, quiero


que tú y yo…
—Vamos a ver, ¿solo porque tu mujer se vaya y tú te quedes
libre te has creído que yo voy a ocupar su lugar? Tú estás
majara, yo no soy el segundo plato de nadie, ¿eh? Como no
valgo yo nada, no te jode…

—Yo no te he visto nunca como un segundo plato, no digas


eso.

—Yo digo lo que me sale del potorro. Voy a ir a ayudar a


Alisa.

Todavía tenía una conversación pendiente con ella, las dos a


solas. Habíamos sido amigas, en apariencia, aunque ninguna
de las dos fuimos honestas con la otra, ninguna nos contamos
nuestros secretos, si bien lo mío era peor porque tenía que ver
con su marido.

—¿Se puede? —le pregunté tocando con los nudillos en su


puerta.

—Mira a ver si puedes, mujer. Claro, ¿no se va a poder? Entra,


entra, que no muerdo.

—Yo lo siento, Alisa, no lo supe hasta que apareció por aquí y


acuérdate el pellejazo que pegué. Me quedé muerta en la
piedra cuando vi que Logan era tu marido.
—Tampoco sé cómo habría actuado en tu lugar, dejémoslo
pasar. Lo único importante es que ahora busquemos cada uno
lo que nos hace feliz. Tienes vía libre para quedarte con
Logan, el camino que hoy emprendo con Tom es de no
retorno, soy consciente del paso que estoy dando.

—Sí, lo de inconsciente te viene de decir que me quede yo con


tu marido, de eso nada, yo me voy a España, que le den, se ha
quedado sin la una y sin la otra.

—Logan es un buen hombre, te lo digo yo, te arrepentirás si lo


pierdes….

—Él sí que se arrepentirá de perderme a mí, ¿no te fastidia?

—También, también, solo que…

—¿Qué, lista? A mí me pudrís la sangre entre los dos con eso


de ser tan educados, ¿no nos vamos a dar unos pocos de gritos
ni nada antes de que te vayas? Eso ayuda mucho a echar la
mierda para fuera, como psicóloga deberías saberlo.

—No, todos nos hemos engañado, nadie puede recriminarle


nada a nadie.

—Qué lista que eres tú. Y encima ahora te vas y le dejas los
niños una temporadita, para que se joda. Tú sí que sabes cómo
cobrártelo…

—No, de veras que lo hemos decidido así entre los dos, no


tengo nada que cobrarme, Logan no me debe nada.

—Es para mataros a escobazos, de verdad que lo es. Pues


nada, que te lo pases muy bien con tu Tom, lista, que eres tú
muy lista, así te daban las tantas de la noche dale que te pego
con el WhatsApp y yo preocupada porque no podías dormir,
que no quería más que enchufarte un tarro de pastillas.

—Mi cabeza estaba hecha un lío, no sabía para dónde tirar.

—Ea, pues ahora tira para el casoplón y solita con tu amor. Lo


que yo te diga, que de tonta no tienes un pelo.

—Será una temporadita corta…

—Eso dices tú ahora, cuando te veas allí como una marquesa


ya veremos.

—No podría vivir sin mis niños, lo sabes muy bien.

—Pues piénsatelo porque al soplagaitas de tu marido le pasa lo


mismo. Y partirlos por la mitad como que no estaría bonito.
Vamos, digo yo, no sé, chica.
Capítulo 3

Alisa se fue y debió quedarse como perro al que le quitan


pulgas.

Era lunes y yo volaba el viernes, tenía unos cuantos días por


delante todavía, unos días que no serían fáciles.

—La vida nos lo ha puesto todo muy sencillo, definitivamente


ha resuelto el embrollo para que podamos estar juntos y tú te
empeñas en que no sea así, ¿no te das cuenta de que es un
despropósito? —me decía a media mañana.

—Si me quitas el ramo de flores este tamaño XL que me has


traído de delante de mi cara podré responderte a eso.

Lo echó para un lado y yo le respondí, claro que le respondí…


Le respondí haciéndole una pedorreta en toda su cara.
—No te burles de mí, te lo estoy proponiendo en serio.

—Y yo también te estoy respondiendo en serio, eso es lo que


pienso al respecto.

Dejó las flores encima de la mesa (se lo había currado,


menudo ramo) y me acorraló contra la pared.

—Te quitas o te quito, estoy a punto de darte un codazo en la


boca del estómago y luego me vendrás con que no puedes
respirar, más tiquismiquis tú.

—Igualmente no podré respirar si me rechazas, así que me da


igual.

—Ah, pues si me das permiso, te doy y listo, menudo gustazo.


En realidad, te pensaba dar de todas las maneras…

Le arreé un buen codazo, sí señor. Y tanto que se lo arreé.


Logan se quedó sin respiración y yo que me fui para mi
dormitorio.

—Eso para que aprendas, los pocos días que me quedan aquí
me tienes que respetar. Ahora no dices nada, ¿eh? Ole, si es
que una vale para todo, ya me lo dice mi madre, que yo no me
deje engañar por ningún soplagaitas, desde luego que no…
Él, que era más duro que un roble, enseguida se vino detrás de
mí.

—Yo solo quiero que formemos una familia, preciosa, eso es


lo que quiero.

—Tú estás viendo la aguja mareada y temes que tu mujer te


haya regalado a los demonietes para ti solito. Pues si te has
creído que yo me voy a hacer cargo de toda tu prole es que la
cabeza te funciona todavía menos de lo que pensaba. Y me
refiero a la de arriba, que la de abajo te sigue funcionando
estupendamente, nada más que hay que verte.

Lo tenía cerquita de mí de nuevo y es que el tío se empalmaba


que daba gusto con solo acercarse. Y eso que vivía bajo la
perpetua amenaza de llevarse otro codazo. Pues ni por esas, el
tío no aprendía.

—Sabes que Alisa no hará eso, aunque tampoco me


importaría. Los niños me flipan, estoy deseando que nazca el
nuestro.

—Para lo que lo vas a ver… Ya te enviaré una fotito con el


gorro de Papá Noel en las Navidades, que están para
comérselos a bocaditos chiquititos. Qué me gustan los pinreles
esos que tienen, con los dedillos que parecen de mentira, estoy
deseando achuchar a mi pollito.
—Vas a ser una madre fantástica, ya lo verás.

—También tengo mi guasa, ¿eh? No le queda nada al pollito.


Y si tiene valor que píe.

—Seguro que sería muy feliz contigo, pero más con nosotros
dos. Piénsatelo, este es un lugar ideal para criar un niño.

—¿Y a Móstoles qué le pasa? ¿Tú te crees que allí tenemos la


gripe aviar esa de los pollos? Y, además, que no es un pollito
de verdad, que es un niño. Para mí que tú estás muy carajote,
¿eh?

—Es porque te veo y no rijo, solo puedo pensar en lo mucho


que te quiero.

—Pues ya puedes pensar en ir trabajando, que tienes muchas


bocas que alimentar porque ahora que ya sabes que es tuyo, no
te libra ni la Caridad de pasarle su pensión, que mi niño
también tiene derecho, no te creas que solo van a comer los
dos monstruitos.

—Sabes que el dinero no es problema, pero lo que yo te estoy


proponiendo no es una cuestión económica, es mucho más…
Es que formemos un hogar.
—Y dale, que yo contigo no voy a formar nada, que no me fío,
que te vas detrás de la primera falda que veas.

—Que yo no soy así, ¿cuántas veces te lo tengo que repetir? Si


hasta Alisa te ha dicho que merezco la pena.

—¿Esa qué va a decir? Como está estrenando novio no le


interesa que píes tú tampoco, sino que te quedes aquí,
empollando—le dije con retintín y provoqué su risa.

—Nadie me hace reír como tú, no puedo permitirte que te


vayas.

—Pues mucho cuidadito con tratar de retenerme en la


mazmorra esa que tienes ahí abajo, ¿eh?

—No es una mazmorra, no seas loca, es un sótano…

—Lo mismo me da que me da lo mismo, yo ahí no bajo ni por


cachondeo, que tú tienes muchas ganas de…

—De esto es de lo que tengo ganas…

Ya me la había vuelto a jugar. Es que cuando sus labios


enganchaban los míos no sé lo que me pasaba, que me
quedaba sin fuerzas para darle y sucumbía… Sucumbía y
entonces todo ardía y no a mi alrededor precisamente, sino que
me subía un calor desde mis partes bajas que…

—Quítate, ya, leñe—lo empujé cuando comprendí que mis


bragas estaban para escurrirlas.

—No quieres que me quite, yo te vi la otra noche en tu cama,


te vi arder como yo.

—Eso fue porque habíamos hecho un pacto, que bien que me


engañaste. Yo cumplí mi parte y tú no has tenido que cumplir
la tuya, Alisa se ha ido y punto. Me debes una y de las gordas.

—Tú estás encantada y yo no te engañé, surgió así, es que la


suerte se ha puesto de mi lado.

—Muy graciosa la jodida suerte, sí. Pues nada, que te den bien
dado. Y que te largues de mi dormitorio ya. Voy a pintar una
raya en el suelo y si te pasas de ella…

—Me electrocutas, ya sé de qué va la cosa.

—Tendría que haberte dejado frito como un pajarito ese día, ni


se te ocurra quejarte que solo fue un toque de atención.
—¿Un toque de atención? Creí que me freirías todas las
neuronas.

—Para las que debes tener. Eres hombre y encima highlander,


que es todavía peor. Igual tienes hasta dos, pero no se hablan
entre ellas.

Logan se carcajeó nuevamente, conmigo se lo pasaba pipa.

—Déjame que te dé otro beso.

—A que pelo otro cable y te apaño, no sabes las ganas que me


están entrando.
Capítulo 4

El martes yo estaba especialmente cansada. Mi madre me


había dado la del pulpo por teléfono y le tuve que contar la
verdad a Mónica, para que la retuviese allí.

—Mamá me ha pedido que le saque un billete, ¿qué hago?

—¿Va en serio? No, ella no puede venir, es que no puede


venir. Dile que ya vuelo yo el viernes.

—Dice que no se fía, que ya van no sé cuántas veces. Y es


verdad, ya te vale, ¿no?

—A mí no me censures, que no sabes por lo que estoy


pasando. Son cosas del destino…

—Pues hasta el destino va a cobrar porque mamá está ya


inaguantable. Brenda, a mí me tienes que decir la verdad, ¿es
que has conocido a alguien y no te quieres volver? Mamá lo
entendería, sabes que es más bruta que un preservativo de
mimbre, pero lo entendería…

—No lo va a entender, hermana, te digo yo que no.

—Que sí, que yo la convenzo. Ella comenzará como en la


canción de Perales, “¿y cómo es él?”, “¿en qué lugar se
enamoró de ti”? —comenzó a cantar con ganitas de
cachondeo.

—En Móstoles, se enamoró en Móstoles, ¿cómo lo ves?

—¿Cómo en Móstoles? No me jodas que al final tiene razón


ella y estás con Logan.

—Cállate que, como se entere, los gritos se oirán desde aquí.

—Y con razón, nos has engañado, te fuiste a buscarlo.

—Y una mierda me vine a buscarlo, ¿te acuerdas del dueño de


la casa?

—¿El que se piñó con el coche?


—Ese mismo, pues resultó ser Logan y yo cuando lo vi me fui
al suelo…

—Y él te hizo el boca a boca, ¿no?

—No tengas guasa, que tú debes aliarte conmigo, ¿vale?


Ahora todo ha saltado por los aires, ¿no te dije que Alisa
estaba embarazada? Pues el bebé no es de su marido, resulta
que tenía un amante, con toda su cara de tonta, que yo la
aprecio, pero la tiene.

—Venga ya, ¿y ahora qué?

—Ahora se ha ido a estrenar novio y los niños para él una


temporadita, que también le tocan.

—¿Y no sospecha lo vuestro? La que se va a liar, tú tienes que


salir cagando leches de esa casa antes de que ella te eche a
patadas.

—Que no, que no, que a ella le ha venido divinamente que él


pecara, así están empatados, menudo par…

—No es normal, nada de lo que me estás contando lo es.


—¿Y yo qué le hago? Es cierto, están todos demostrando ser
unos anormales, eso es lo que están demostrando.

—Menos tú, que eres pura armonía y equilibrio, ¡¡¡¿qué haces


todavía en esa casa?!!! —me chilló.

—Tampoco hace falta que te pongas así, qué carácter. Si ya me


voy el viernes, mujer.

—Más te vale, ¿eh? Más te vale porque como el viernes no


estés aquí seré yo quien vaya y le aclare las ideas al
soplagaitas.

—Otra con lo del soplagaitas, qué poco originales sois las dos,
¿no?

—Déjate de tontunas y lárgate ya de ahí. Ese tío te lio el taco


bien liado una vez y podría volver a hacerlo.

—Eso sí que no lo creo, no puede estar más arrepentido.

—De boquita para fuera, pero yo ya no me creo nada. Al final


tenía razón mamá en lo de estar nerviosa. Y yo llamándola
paranoica todo el rato, si es que lo mío también tiene delito.
—Un momento, un momento… Algo paranoica estaba
también, ¿eh? Que ya la conocemos.

—Poco, para lo que es ella, poco. Y no le faltaba la razón a la


pobre. Joder, y ahora me has convertido en tu cómplice,
todavía me la cargo yo, que soy la que tiene a mano.

—Que no, ¿cuándo te he fallado yo a ti? Si te digo que el


pollito y yo estamos allí el viernes es porque estamos.

—Yo ya no lo veo claro, ni eso ni nada. Pero por la cuenta que


te trae que sea así. Y si el soplagaitas quiere convencerte de
algo le dices que ni mijita, que se busque otra tonta a la que
engañar.

—¿Me estás llamando tonta en toda mi cara?

—Sí, perdona…

—Vale, vale, tranqui.

—Perdona porque te estoy llamando tonta y en realidad


debería llamarte gilipuertas, ¿no te habrás liado con él en este
tiempo?

—Mira que me preguntas unas cosas…


—Que te conozco, responde.

—Igual un poco, pero solo un poco.

—¿Cuánto es un poco? Responde, que me das miedo.

—Miedo te daría conocer los detalles de la noche que pasamos


juntos, hace unas cuantas… Es que los highlanders tienen
fama por algo, pero como a ti solo te gustan los de Móstoles.

—Ay, Dios, que te está liando, lo veo…

—Que no, que ese no tiene valor de tratar de liarme más. Que
yo le he dicho que me voy el viernes y me voy el viernes.
Capítulo 5

Me levanté a medianoche un tanto alarmada y encendí la luz.

—¿Estás bien? —me preguntó Logan, llegó a mi dormitorio


en cuestión de segundos.

—Joder, qué susto, ¿estás haciendo guardia? Ni que esto fuera


el Castillo de Balmoral, puñetas.

—Me he asustado al ver que te despertabas, ¿qué te ocurre?


¿Quieres agua o algo?

—Es que he notado como una especie de contracciones y me


he acojonado viva.

—Ahora mismo nos vamos al hospital, el niño puede nacer en


cualquier momento.
—Tú no seas tan rapidito para todo, que lo fuiste para hacerlo
y ahora quieres serlo para sacarlo. El pollito está todavía
agarrado al seno materno, solo que con tantas emociones se ve
que se me ha revolucionado un poquillo la cosa por ahí abajo.
Tú me entiendes, me refiero a revolucionarse de otra manera,
que por ahí abajo lo tengo yo todo revolucionado siempre,
¿qué te pasa? ¿Esta vez no te ríes? ¿No me has escuchado?
Que acabo de decir una burrada de las mías, so empanado.

—Sí, sí que te he escuchado, es solo que me preocupa, solo


eso.

—Pues tú tranquilo que al niño no le pasará nada, de eso ya se


ocupa su madre.

—También me quiero ocupar yo… Y de que no te pase nada a


ti, no me lo podría perdonar.

—No te me pongas dramático que no lo veo, ¿eh? No te va


bien ese papel.

—No es ningún papel, no sabes lo que representas para mí,


pequeña, tienes que permitirme que lo haga.

—¿Qué hagas qué? ¿Ya estás pensando en follar? Qué agonía


eres y luego digo de mí…
—No, cuidarte, me refiero a cuidarte.

—Como que a lo otro le ibas a hacer ascos. Para cuidarme,


tienes hasta el viernes. Luego, cuando quieras algo, te vas para
Móstoles y te quedas en un hotel, no creas que mi madre te
hará croquetas a ti también

—Me la tenéis sentenciada, es que no me dais una


oportunidad.

—Es lo que les pasa a los mentirosos, no es nuestra culpa.

—Yo no te mentí, solo omití información.

—Si piensas que ese argumento te va a salvar el culo al final,


madre mía es que eres tonto, tú no nos conoces.

—A la madre sé que podría tenerla en el bote. Y a la hija,


venga ya, a la hija ya la tengo—bromeó.

—Me has alterado y por tu culpa acabo de sentir otra


contracción, giligaitas o soplagaitas o gilipuertas, que ya no sé
ni lo que digo.

—A Alisa también le ocurrió con Duncan, ahora que lo pienso


puede ser muy normal.
—Será normal en tus monstruitos, que son hiperactivos
perdidos, pero mi niño es de lo más tranquilo, igual que yo.

Logan tuvo que aguantar la risa mientras yo amenazaba con


borrársela de un almohadazo que finalmente le di.

—¿Qué tienes que decir tú de eso? ¿Acaso no soy yo


tranquila?

El highlander se echó a reír a carcajadas…

—¿De verdad quieres saber lo que opino sobre eso?

—Pues claro, empanado, ¿te preguntaría si no quisiera


saberlo?

—Vale, pues pienso que eres como un terremoto, el terremoto


Brenda, ¿hay alguno con ese nombre?

—Qué simpático eres tú, no me vas a echar nada de menos.


Lágrimas de sangre vas a llorar, te veo todo el día enganchado
hablando con unas y con otras para buscar novia, te vas a
cagar.
—No quiero que sea así, déjame que me quede contigo aquí. O
mejor, vente conmigo arriba, que tenemos una cama inmensa.

—¿La cama en la que te has revolcado de toda la vida de Dios


con tu mujer? No estás tú equivocado ni nada, yo ahí no me
acuesto ni en broma, vamos que no.

—Pues entonces deja que me quede yo aquí, por favor.

—No sé, me lo estoy pensando…

—¿Te estás pensando eso o cómo electrocutarme de nuevo?

—Qué listo eres, lo estoy echando a “pito, pito, gorgorito…”,


pero va a ser que te quedes porque no tengo ganas de andar
pelando cables y todo ahora, que es muy tarde. Y solo te
quedas porque me he acojonado por mi pollito, no sea que
quiera salir del huevo antes de tiempo, que yo digo muchas
cosas y con el niño se me va la fuerza por la boca, me acojono
viva, ¿sabes’

—Yo es que ahora mismo no sé más que estoy flipando de


poder dormir contigo.

—Pues no flipes tú tanto, que es algo puntual. Y cuidadito con


querer meterme mano, que esta noche no está el horno para
bollos. Y mira que caliente sí que estoy, ¿eh? Que ya sabes tú
que yo soy la mar de calentita.

—Tú eres lo mejor de lo mejor, la mujer de mis sueños, eso es


lo que eres.

—Tú qué vas a decir, si estás acojonado, te vas a quedar sin las
dos de un plumazo y con los dos monstruitos. Ahí, y luego
dicen que el karma tarda en reaccionar, pues a ti te han colado,
te han puesto el primerito para que te den morcillas. Y no me
alegro yo nada…

—Tú no puedes alegrarte de nada malo que me suceda, no


digas eso.

—Porque tú lo digas no puedo alegrarme, a ti se te está muy


bien empleado. Y no se te ocurra moverte mucho, que como
me espantes el sueño te vas a caer con todo el equipo. Te lo
prometo…

No, lo cierto es que no podía estar más cariñoso y eso, aunque


a mí me costara analizar la situación con objetividad, iba a ser
que era cierto que se lo estaba currando todo el día teniendo
mogollón de detalles.

Nos quedamos durmiendo en la postura de la cucharita y yo


notaba cómo me acariciaba el vientre, ¿qué decir? Pues que
me volvía loca que lo hiciera y eso que yo no buscaba más
acercamiento con Logan, pero es que me volvía loca y no lo
podía remediar.

Fue a medianoche cuando me llevé otro sobresalto de narices y


no por una nueva contracción, que esas parecían haberse
calmado, sino porque noté una presencia en la habitación
aquella. que estaba peor que las que salían en “Cuarto
Milenio”.

—¿Quién anda ahí? —le pregunté a quien estuviera dando


pasos alrededor de la cama. A mí se me representó
enteramente a la hija de la gran china de la peli esa de “No
apagues la luz”, que la ves y coges el wáter del tirón, resulta la
mar de laxante.

Ni Dios se manifestó y entonces me salió mi vena a lo “Kung


Fu Panda” y solté una leche hacia delante que le sabría a gloria
a su destinatario.

A continuación, escuchamos un llanto y ya supe que


tendríamos la noche. Dimos la luz, Bonnie abrió los ojos y
tenía la nariz del tamaño de una mazorca de maíz, solo que en
roja.

—Cariño, ¿qué te ha pasado? —le preguntó su padre.


—Que Brenda me ha pegado, ¿no lo ves? ¿Y tú qué estás
haciendo en su cama?

—Niña, no le preguntes tantas cosas a la vez a tu padre que lo


mareas mucho, ¿no ves que lo mareas?

—Brenda, ¿le has pegado a Bonnie?

—Oye, que ha sido un accidente, ¿qué estás insinuando? Si


hubiera querido darle a la niña me la tienen que quitar de las
manos, con las ganas que les tengo a los dos.

—Ay, Dios, es que es sonámbula, Bonnie es sonámbula y


normalmente se suele ir a nuestra cama a buscarnos, pero no
nos ha encontrado ni a su madre ni a mí, claro.

—Normal que esa mujer tuviera tantas ojeras, ahora lo


entiendo todo. Niña, ¿a ti quién mierda te ha dado permiso
para dar estos sustos a medianoche? ¿Te has creído que eres la
reencarnación del hombre del saco o qué?

—Es que soy sonámbula, ya te lo ha dicho mi padre, ¿es que


no te enteras?

—Ya me entero, sí, otra con un buen torrente de voz. Y mira


detrás, ya se ha despertado el que faltaba. Nada, pues que no
hay nada más lindo que la familia unida, como cantaban los
payasos de la tele. Aquí no tenéis payasos, ¿no? Aquí qué vais
a tener si no tenéis ni gracia ni nada, estáis más cagados…

La niña seguía llorando, que igual la napia le dolía, aunque


también le estaba echando algo de cuento y no paraba de
preguntar, eso sí, las ganas de dar por saco no se le quitaban.

—Papá, ¿por qué estás durmiendo con ella? ¿Mamá se ha ido


por eso?

—Niña, no inventes, que tu madre se ha ido porque también


tiene lo suyo, ¿qué te has creído? —le solté porque ya me
estaba poniendo muy negra y cuando a mí me pasa eso, malo.

—Cariño, no es eso, aunque sí que os tengo que dar una


noticia—les comunicó él.

—Como le digas que somos novios o algo, mueres, ¿aquí


también tardan veinticuatro horas en enterraros? Porque de
aquí sales con los pies por delante, el tiempo justo de meterte
en la caja de pino y para el hoyo.

Logan aguantaba la risa, ¿acaso no me conocía? De menuda


leche me había puesto, qué fuerte.

—No les voy a decir nada de eso, solo de su hermano—me


aclaró él.
—¿Del hermanito que va a tener, mamá? ¿Ya ha nacido? —le
preguntó Duncan, que ese no sabía muy bien lo que es un
embarazo y un parto, ni que las cosas fueran tan fáciles.

—No, enano, a tu madre le falta tela todavía para chillar, ya se


enterará—le aclaré en mi línea.

—Yo me refiero a otro hermanito que vais a tener—prosiguió


su padre.

—Me cago en tus muelas, ¿se lo vas a contar ahora? —le


pregunté.

—Sí, claro. Niños, no es fácil de explicar, pero el bebé que


espera Alisa también es vuestro hermanito.

—¿Cómo va a ser, papá? Si ella no es nuestra mamá—


Duncan, entre que se estaba haciendo pis y no paraba de dar
saltitos, y que no entendía nada…

—No es vuestra mamá, pero el bebé también es de papá—le


explicó él.

—¿Cómo va a ser tú si ella no es nuestra mamá? —repitió el


peque, a quien no le entraba en la cabeza.
—Porque papá le ha puesto la semillita dentro también a
Brenda, tontorrón—le explicó su hermana.

—La semillita dice la sabihonda, sí claro—me dio la risa y su


padre me miró—. ¿Qué quieres? Si es que es muy cachonda la
cosa, pues me da la risa y ya, leñe.

—Eso es, algunas veces los adultos hacemos cosas que no


estaban previstas, hijos. Y es lo que ha pasado esta vez.

—Papá, ¿le hiciste un hijo a Brenda sin saberlo? ¿Y entonces


qué hacías poniéndole la semillita dentro? —Puso ella los
brazos en jarra, cómo no, que sabihonda era.

—Niña, se acabaron las explicaciones, tu padre no tiene que


contarte ni media palabra más. Mi hijo es vuestro hermano y a
callar todo el mundo. Así que ya sabéis, menos que vais a
heredar el día que palme aquí el Míster—lo miré.

—Vaya manera de decir las cosas, que a mí me queda mucha


vida por delante—me recriminó.

—Menos vida que tú tienes unos pocos de años más que yo y


encima los hombres os morís antes, así que mi parte de razón
tengo.
Duncan se puso la mar de contento y su hermana no hacía más
que mirarme.

—Tú estás segura de que es un niño y no una niña, ¿no? Mira


que yo no quiero…

—Que te quite nadie la corona de princesa, niña, ya lo sé. Te


puedes quedar tranquila que mi niño tendrá una buena tranca
entre las piernas, si es que sale al padre, vaya. ¿Qué? Otra vez
mirándome mal. Si no te gustan las respuestas que les doy a
tus hijos habla tú con ellos, que yo solo quería dormir y no
veas el circo que me habéis montado—me quejé.

Y todavía la cosa no quedó ahí, porque tan contento se puso


Duncan y tantos botes dio, que su vejiga debió decir “hasta
aquí” y cuando nos quisimos dar cuenta estaba meado hasta las
trancas.

—Lo que nos faltaba, niña corre a por la fregona. Y tú lo


llevas al baño o al contenedor de basura, lo que quieras Logan,
pero quítalo de mi vista que estoy muy sensible con los olores
y como me entren náuseas me pongo a repartir palos y no paro
hasta que me suba en el avión.

Bonnie llegó y me miraba maliciosa mientras trataba de


limpiar.
—Niña, tú mucho no has doblado nunca los riñones, ¿no?
Tienes menos salero limpiando que un belga por soleares,
como cantaría Sabina.

—Yo es que no lo entiendo, entonces, ¿ahora eres la novia de


papá? ¿O lo eras antes? —Se rascaba la cabeza y todo.

—Ni ahora ni antes, yo aquí no me quedo ni amarrada. Os vais


a quedar con todas las ganas, ya te lo advierto.
Capítulo 6

El miércoles los niños tenían los ojos pegados por la mañana,


no había manera de levantarlos.

—Creo que por un día los deberíamos dejar en casa, ¿no te


parece? —me preguntó su padre.

—De eso nada, que son capaces de quemarla conmigo dentro.


Como sean igual para el dinero que su madre, estos deben
tener ya ideada la manera de quitarnos de en medio a su
hermano y a mí.

—Ya sabes que no, si están contentísimos. Bueno, ¿crees que


podrás levantarlos y llevarlos al colegio? ¿Se te pasaron ya las
contracciones del todo?

—Se me pasaron, sí. Fue una falsa alarma, ¿y tú adónde vas?


—A la universidad, ¿no recuerdas que es mi primer día? Derek
me está esperando.

—Mal dolor te dé a ti y a Derek de paso, no te podías haber


esperado a que yo me fuera para volver a trabajar, so egoísta,
que no miras más que por ti.

—No me digas eso, que no es cierto. Tengo que volver al


trabajo, lo estoy deseando. Hace meses que no doy clase y
temo oxidarme.

—No, tranquilo que tú todavía no tienes nada oxidado, te


funciona todo la mar de bien. Pues nada, ¿qué miras? Ya te
puedes ir, no esperarás que te dé un besito de despedida y te
desee un buen día, porque como yo te diga lo que te deseo te
vas a cagar, en el fondo te vas a cagar.

—No es necesario, ¿me llamarás si algo va mal?

—Si sobrevivo, sí, que con tus hijos nunca se sabe.

Hice ademán de cerrarle la puerta y no le cogí una mano de


milagro porque entonces logró abrirla de nuevo y espetarme
un besazo en los morros.

—Es para matarte, te digo yo que es para matarte, ¿te quieres


largar ya? —Lo miré como si me lo fuera a comer vivo y de un
solo bocado, cuando lo cierto es que me daban ganas de
comérmelo de otra forma.

Mientras, me acerqué a los dormitorios de los niños y


comprobé que con ellos se me iba también toda la fuerza por la
boca, ya que por mucho que hubiera rajado con su padre fue
incapaz de levantarlos, estaban rendidos.

Su padre… qué manera de recordarme ese día, al verlo salir


para dar clases, al Logan del que me enamoré meses atrás. La
situación era todavía más complicada que antes, ya que Alisa
no estaba de por medio y él iba a degüello a por mí, iba a tratar
de devorarme viva y a mí… A mí me costaba la misma vida
no dejar que me devorase.

Al mediodía volvió y, al ver el plan, me sonrió burlón.

—¿Qué pasa? ¿Te faltó el valor para levantarlos?

—Como te cachondees, cobras. Aunque he de reconocer que


los amenacé al levantarse y que hoy todavía no han hecho
ninguna trastada. Y mira que lo de la herencia me mosquea
cantidad, igual llevan toda la mañana callados porque están
planeando un accidente mortal para mí.

—Sabes que en el fondo están encantados, lo mismo que yo.


—De tal palo, tal astilla. Ese es el problema, que no me fío de
ninguno de vosotros. Muy contento vienes tú, ¿no?

—Vengo de dar clases, he conocido a mis alumnos, ¿cómo no


voy a estarlo? Sabes que es mi vida.

—Ya, y a tus alumnas, también has conocido a tus alumnas,


¿no?

—Luego no quieres que te diga que te pones celosa, pero te


pones.

—¿Celosa yo? Tú estás majara, te prometo que lo estás.

—¿Todo bien? Aparte de tu ataque de celos, me refiero—Rio.

—Tú síguete riendo que luego el karma te dará otra patada y


dirás que no sabes por lo que ha sido. Todo bien, aunque de
vez en cuando siento alguna contracción otra vez.

—Vamos al ginecólogo entonces, si no es algo puntual te lo


deben ver.

—¿Tú crees? Ay, ya me estás acojonando, que yo no quiero


que me salga el pollito antes de tiempo, que va a parecer
enclenque perdido.
—Pues Bonnie tenía unas patitas de alambre que eran
adorables.

—Ya he visto alguna foto, ya, sí que es verdad que la jodida


tenía un bocado… Lástima que no se lo tirasteis, cuántas
sofocaciones nos hubiéramos ahorrado.

—Eres tan divertida… En el fondo los adoras, no lo niegues.

—Ni niego ni afirmo nada, que luego sale una muy escaldada,
¿y a ti qué te pasa? ¿Es que tengo monos en la cara?

—Es que estás muy guapa, cada día más, ¿lo haces para
fastidiarte?

—La que vale, vale, es lo que hay. Ay, por Dios, ¿qué he
pisado?

—Cuidado, es la perra…

—La que faltaba, esta es la que faltaba. A mí me tenéis muy


harta entre todos, menos mal que tengo las horas contadas
aquí.

—No te irás, sabes que no te irás.


—Qué cachondo eres, aparte también lo estás, que yo te
conozco muy bien, pero lo eres, anda que si lo eres…
Capítulo 7

No voy a negar que me resultó emocionante acudir al


ginecólogo con él. Y eso que yo iba al mismo que Alisa y se
quedó a cuadros cuando nos vio juntos.

—¿Todo bien? ¿Tu mujer bien? —nos preguntó. Otro que era
un cachondo.

—Hola, Liam. Todo bien, vengo con Brenda, a quien también


conoces y que va a tener un hijo mío—le soltó él de sopetón.
Yo lo miré porque me dejó alucinada, no creí que tuviese esas
ganas de que todo el mundo se enterase de lo nuestro.

—¿Va a tener un hijo tuyo? ¿El bebé de Brenda es tuyo? Pero


si Alisa también está…

—Embarazada, sí, pero en su caso es de otro—le aclaró sin


complejos.
—¿Cómo? ¿De otro? ¿Qué habéis hecho? ¿Un intercambio de
parejas?

—No, no, nada de eso, ha sido pura coincidencia.

—Sí, ya lo veo, habéis coincidido para poneros los cuernos los


dos.

Yo me eché a reír porque gente tan campechana como Liam y


que soltara las cosas como yo, sin apenas pensarlas, no la
había por allí. Ese era de los míos.

—Pues sí, no te creas, Liam, que yo estaba mega agobiada por


ella y resulta que la jodida también tenía un amante, pero que
no venimos a pasarte el parte del culebrón, sino porque yo
siento unas contracciones de vez en cuando y me entran unas
ganas de hiperventilar que no son normales, me pongo la mar
de malita.

—¿Tú sabes controlar la respiración? ¿Estás yendo a las clases


de preparación al parto?

—Ay, Dios, a mí con tanto trajín es que se me ha olvidado.


Qué va, yo cuando llegue el momento no voy a saber ni
respirar y todo por culpa de este y de toda su casta, que son
unos ruinas. Cuidado con los niños que tiene, ¿tú los conoces?
—Sí, yo los traje al mundo a los dos.

—O sea, que tú también eres cómplice, eso está muy bonito,


estarás contento…

—Claro que lo estoy, es mi trabajo, ¿cómo no iba a estarlo?

—A mí no me hables que ya me caes mal, yo vengo para que


me quites lo de las contracciones y ya, ¿eh? Rapidito, que en el
último rato las noto más y me estoy poniendo nerviosa. Y tú
no me conoces cuando me entran los nervios.

Liam era un hombre joven y muy simpático que se estaba


riendo lo más grande conmigo. Normal, si es que allí la gente
no estaba acostumbrada a alguien como yo, a una loquilla que
no controlaba y que decía cuanto se le pasaba por la cabeza.

—Bueno, pues explícame cómo son, por favor.

—¿Y qué te explico? Pues yo qué sé, que las noto y que la
barriga se me pone más dura que una piedra.

—¿Tú dirías que van como del útero hasta la vagina?

—Pues yo diría que sí, porque hacia el oído no creo que vayan,
¿qué puede ser, Liam?
—En principio no deberíamos preocuparnos, este tipo de
contracciones suelen darse y si son bastante irregulares, no
suelen ser motivo de alarma.

—¿Cómo irregulares? Yo diría que son regulares o incluso que


malas, no es que duelan, pero a mí me ponen que me salgo del
pellejo.

—Es normal, eres primeriza y no conoces ese tipo de


sensaciones…

—Lo dices como si las conocieras tú, pues anda que estarías
monísimo con una barriga.

—Mujer, pero es que yo soy ginecólogo.

Liam y Logan aguantaban la risa, mirándose entre ellos.

—Os hace gracia, ¿no? Pariendo os querría ver a los dos, se os


iban a quitar todas las ganitas de cachondeo.

—Venga, pierde cuidado, me refiero a que este tipo de


contracciones pueden aparecer durante unas horas y luego no
notarlas en días. El problema sería que se intensificaran o se
volvieran dolorosas, entonces sí que tendrías que pasarte por
aquí, ya que podrían modificar el cuello del útero y provocarte
un parto prematuro.

—No, no, que yo quiero que me salga un pollito bien hermoso.


Y no es que lo piense vender por kilos, que conste, pero que
no me veo con un bebé muy chico, no vaya a ser que se me
pierda. Los niños de este tienen un cachorro en casa que es una
mijita y yo ya lo he pisado unas pocas de veces…

De nuevo se carcajearon, yo es que no podía abrir la boca. Ni


que hubiese dicho ninguna mentira.

—Tranquila, que si todo va bien llevarás tu embarazo a


término, no debes sofocarte.

—Eso es fácil de decir, tú es que no vives en casa de esta


gente. Los niños son dos pequeños terroristas que le dan un
susto al miedo y el padre… Mejor dejamos el tema porque se
me caliente mucho el pico cuando hablo del padre y una es
muy prudente.

—¿Tú prudente? —Se echó Logan a reír.

—Sí, listo. Yo soy prudente, ¿Qué pasa?

—Nada, nada, tranquila, ¿le decimos a Liam que nos enseñe al


niño?
—Menos mal que tienes una idea que Dios te pueda agradecer,
por fin—Miré al cielo. Bueno, al techo, que ese hombre no
pasaba consulta en la casa del pueblo del abuelo de Heidi, esa
que encontraron sin techo y sin nada.

Liam accedió a hacerme la ecografía y me emocioné cantidad


cuando vi a mi pollito tan formado.

—Yo quiero una foto para ponerla en el perfil del WhatsApp, a


su abuela se le caerán los lagrimones como puños.

—Y al padre también, por lo que veo—me comentó y miré


hacia el lado. Logan no podía estar más emocionado.

—Míralo, mucho highlander y al final llorando como todo hijo


de vecino. Te aguantas, es lo que hay—Reí.

—Es nuestro hijo, Brenda, es nuestro hijo.

—Pues sí y esta es la única vez que lo vas a ver antes de que


nazca. Y después poquito, tampoco te quiero en Móstoles cada
dos por tres, que yo tengo que rehacer mi vida—le advertí.

—Ah, pero ¿no estáis juntos? —nos preguntó Liam.


—No, no, estamos juntos, pero no revueltos. Yo me vuelvo a
mi casa ya mismo, que aquí se come fatal, no sé cómo tenéis
esos cuerpachones si no coméis más que porquerías.

No es cierto que se comiera mal, es solo que como la comida


española ninguna y que yo sentía nostalgia de mi tierra. Allí
me sentía desamparada porque, por mucho que Logan tratase
de acercarse, yo construía un muro entre ambos que ni el de
Berlín.
Capítulo 8

El jueves, la víspera de mi marcha, llevé yo los niños al cole,


que para eso estaba trabajando su santo padre.

Fue llegar y recibirme Alec, que llevaba toda la semana


llamándome después de saber que nuevamente me quedé en
tierra.

—Dime que te has quedado por mí, anda—Me dio dos besos.

—Claro que sí, ¿pues no ves que no me puedo separar de ti ni


a sol ni a sombra?

—Eso es porque te estás haciendo la dura, pero en realidad lo


has hecho por mí. Ahora en serio, ¿qué pasó? Sé que ha habido
mucho revuelo en la casa, se dice que Alisa se ha marchado.

—Tienen un lío bueno, sí…


—¿Logan y ella se separan?

—Se separan, sí.

—¿Y tú eres la causa?

—¿Tú que estás queriendo decir? ¿Que yo me he metido entre


esos dos? Pues no, ¿eh? Ellos solitos se han metido en la boca
del lobo, aunque puede que en el pasado…

—¿En el pasado qué? Somos amigos, a mí me lo puedes


contar.

—No quiero aspavientos ni tonterías; mi niño es de Logan,


pero yo no sabía que venía a su casa, fue casualidad total, casi
palmo cuando lo vi aparecer.

—Eso es una trola, no puede ser…

—¿Me ves con ganas de trolas? Parece que no me conoces…

—Joder, pues vaya casualidad. Normal que Alisa se haya


marchado.
—Que no ha sido por eso, que yo no me fui de la lengua. Ella
se ha ido en un arranque de romanticismo porque su hijo no es
de Logan.

—¿El tuyo sí y el de ella no? Venga ya, te estás quedando


conmigo. Debes haberme tomado por tonto y yo cara de tonto
no tengo, ¿a que no?

—No, tú tienes cara de demasiado listo, de eso la tienes.

—Tampoco tú eres tonta, que conste. Así que era eso, no


querías nada conmigo por su culpa, por Logan…

—No te equivoques, no quería nada contigo porque no eres el


hombre de mi vida. Ni él tampoco…

—Eso lo dices tú ahora, pero seguro que cambias de opinión,


si no, ¿por qué estarías todavía aquí?

—¿Yo? No inventes, porque Alisa me cogió por el brazo y


solo le faltó esposarme, que si no… Madre mía, tú no sabes la
que se lio, la gente de aquí es muy liante.

—Sí, claro, solo la de aquí, va a ser que no.

—Lo que yo te diga, tú hazme caso.


—Entonces, ¿esta sí es una despedida?

—Sí, esta vez sí. Me voy a mi tierra, pero no te me pongas


tonto que ni tú eres Marco, el de los dibujitos, ni yo soy su
madre, así que arreando, que te vaya bien.

—Venga ya, ¿te vas así?

—Pues claro, ¿qué quieres? Si ya nos hemos despedido un


montón de veces. Esto se acaba aquí, no hay manera ni forma,
como canta Pablo Alborán. Ay, si es que os perdéis los
mejores, menudos artistas tenemos en España.

Me di la vuelta y le envié un beso de lejos. Alec también era


muy gracioso e hizo como que lo recibió y que el corazón le
latía con fuerza.

—Tú sirves para actor, igual harías carrera.

—Yo haría carrera a tu lado, preciosa, pero como no me


dejas…

—Mira, mira, a mí no me líes, ¿eh? Cada mochuelo a su olivo,


que nosotros no hemos comido juntos en ningún plato.
—Oye, que un poco revueltos sí que hemos estado, no me lo
niegues.

—Ni idea de lo que me hablas, yo no lo recuerdo—disimulé.

—Eres para comerte, lástima que no te dejes hincar el diente.

—¿Pues no decías que me lo habías hincado? El diente digo y


lo otro…

—Y lo otro también, ¿pues no decías que no te acordabas?

—Y no me acuerdo—Le saqué la lengua y me subí en el


coche.

Él se quedó volteando los ojos, de lo más cómico, y entonces


como que sentí una contracción más fuerte, quedándome
clavada al volante.

Alec ya se había metido para dentro y tampoco quise


alarmarlo. Esperé allí a que se me pasase con una fina capa de
sudor perlando mi frente y lo que no era mi frente. Pronto esa
fina capa se convirtió en un sudor frío que me recorría de
arriba abajo.
Pasaron unos minutos hasta que por fin me sentí mejor y
entonces arranqué. Debía hacer unas compras por el camino, si
bien pensé que podían esperar y me fui directa a casa,
tumbándome en el sofá.

Justo trataba de cerrar los ojos cuando me llegó un WhatsApp


del ladrón de Logan, un ladrón de corazones era.

Él: “Solo espero poder enviarte uno cada mañana y seguir


sintiéndote cerca. No te vayas, dame una oportunidad, no te
arrepentirás”.

Yo: “Ya me estoy arrepintiendo de haber abierto el WhatsApp,


que te den”.

Se lo estaba currando y yo es que no quería ni leerlo ni caer en


la tentación ni nada de nada. Es que no quería nada…

Cerré los ojos, no me encontraba demasiado bien. Obvio que


la contracción terminó en cuestión de uno o dos minutos, pero
el malestar continuaba después de mucho rato.

En honor a la verdad, yo seguía sin encontrarme demasiado


bien cuando Logan llegó y, cogiéndome de nuevo las vueltas,
me espetó un beso en los morros.
—Tú eres muy listo y un día te saldrá el tiro por la culata,
como te enganche los morros te los pondré como dos morcillas
de Burgos, ¿te acuerdas el día que la probaste, por cierto?

—Sí, estuvimos juntos todo el fin de semana, cómo


olvidarlo…

—Ya, ya, memoria selectiva tienes tú. No me hagas hablar…

—¿Te pasa algo? Parece que te noto el rostro un tanto


desencajado.

—Pues no saques tú tantas conclusiones que va a ser que no…

Pasé la tarde regular, no quería pensar en que algo saliera mal,


en que las cosas se volvieran a liar. Por Dios que yo ya no
podía más, la situación se estaba alargando demasiado.
Capítulo 9

Los niños se fueron a la cama después de dar una tarde de las


suyas. Esa, en concreto, me habían dibujado una “pancarta” de
despedida en toda la pared y por pincel utilizaron sus dedos
untados en crema de cacao.

Su padre se había pasado un buen rato limpiando el


desaguisado y estaba más negro que tiznado. Cuando se metió
en la ducha, yo aproveché para irme a planchar la oreja, o ese
era mi deseo, porque no las tenía todas conmigo, desde luego.

Cuando quise darme cuenta, ya estaba allí, apoyado en el


quicio de la puerta y mirándome.

—¡Me cago en todo y en más! —Di un salto tremendo cuando


lo vi.

—¿Tan desagradable soy a la vista? No te creo.


—Que me has asustado, que entre la niña del exorcista esa que
tienes y tú, una se pasa el día con el “ay” en la boca. Y la
noche también, para que no falte nada, no os dieran lo que yo
me sé—Me senté en la cama.

—¿Estás bien?

—Acojonada es como estoy, ¿no me has oído? Si es que me


haces el caso de la pared y yo no sé por qué me sorprendo, la
verdad, como si me pudiera coger por sorpresa, jamás me has
tomado en serio.

—Mira que te gusta sacar tus propias conclusiones. Te


prometo que no es así—Se acercó y me echó el pelo detrás de
la oreja.

—Eso, ahora para que me la pongas de soplillo, como si no


hubiéramos tenido bastante con las mascarillas. Los cirujanos
plásticos van a ser los grandes beneficiados después de la
pandemia, no van a colocar orejas…

—A ti no te hace falta, tú eres perfecta.

—Eso ya lo sé, soy un ejemplar en vía de extinción, ¿es o no


es?

—Es, es… eres única e irrepetible, mi preciosa.


—Te voy a dejar que me mimes porque es la última noche, ¿te
queda claro o no?

—Me ha quedado clarísimo, no te preocupes. Me encanta


mimarte, ¿te lo he dicho alguna vez? Y me encantaría mimar
también a nuestro hijo.

—Pues lo mimas por WhatsApp, ¿a mí qué me cuentas?

—No es lo mismo, eso es una mierda.

—Y lo que tú me ofreces es otra, no te jode… Yo no me fío de


ti, sería sufrir en balde.

—Sabes que solo quiero lo mejor para vosotros, para ti y para


el bebé.

—Y yo también, por eso huyo de ti como de la peste.

—Vaya, qué cosas más bonitas me dices.

—¿Y qué quieres? Las que me salen, yo no soy una falsa, es lo


mejor que tengo, que no lo soy.
—Ya lo sé, bonita, ya lo sé. De hecho, eres lo mejor que me ha
ocurrido junto con mis niños.

—Si es que una tiene arte para todo, ¿por qué me abrazas
tanto? Si me voy a ir igual, no te hagas ilusiones.

—Porque me encanta achucharte, eres el ser más achuchable


del mundo, ¿eso te lo he dicho alguna vez?

—No, ni eso ni que tú eres el más cobista del mundo, eso


tampoco.

—Te quiero, Brenda, te quiero y me gustaría poderme abrir en


canal y demostrarte mis sentimientos.

—A mí no me des ideas, que no sabes las ganas que te tengo.

—Decía metafóricamente, que te veo venir. Deja que te


achuche, si ha de ser la última noche necesito quedarme con el
recuerdo.

—Lo que me tendrán que importar a mí tus necesidades,


reconoce que soy una santa porque lo soy.

—Sí, solo te falta la coronita.


—Ya y tú estarías encantado de abrirme algún agujerito para
colocármela. Mira, mira, no me hagas que suelte al ogro que
llevo dentro.

—¿Llevas un ogro? —le escuché murmurar a una vocecita que


yo me conocía muy bien y me acojoné viva.

—Éramos pocos y parió la abuela, ya tenemos visita. Anda,


ven, ¿qué te pasa a ti? —le pregunté a Duncan.

—Que no puedo dormir, creo que hay un monstruo en mi


habitación, igual era el ogro ese tuyo.

—Paparruchas, niño, que a mí se me va la fuerza por la boca.


No hay monstruo que valga, esa sería la princesa que estará
tratando de acojonarte. Como la coja yo, se le van a quitar las
ganas de corona y de todo.

—Yo no he sido, no me acuses—Allá que venía la otra.

—¿Qué os habéis creído que es esto? ¿Una manifestación? A


la cama todo el mundo ya, hombre, que me tenéis muy harta—
Palmeé en el aire.

—A papá no lo echas, ¿no? Tú eres muy lista—se quejó ella.


—Ni la mitad que tú, niña, que desde que te has enterado de
que vas a heredar estás más repipi cada día.

—Yo no voy a heredar, esa es mamá.

—Como que tu madre se lo dejará todo el día de mañana al


vecino, no te jode, aunque ahora ya vais a tener que repartir,
que los hermanos os vienen a pares. Te aguantas, es lo que
hay, a la cama.

—¿Tú quieres a papá por su dinero? ¿Es por eso?

—¿A tu padre? Si fuera por eso me habría ido con tu madre,


que parecía que estaba enamorada de mí y esa sí que maneja.

Logan estalló en carcajadas y yo le dediqué una mirada


reprobatoria.

—¿Tú de qué te ríes? No te jode, ¿he dicho alguna mentira? Y


que yo sirvo para enamorar a cualquiera, que te conste…

Se llevó a los niños para acostarlos y volvió como alma que


lleva el diablo, como si le fuesen a quitar la vez, vaya.

—Anda que no corres nada cuando te conviene—Reí y


entonces se me congeló la risa, porque se me repitió la
contracción esa que me ponía… No me ponía a parir de
milagro, pero dolía un huevo.

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

—Nada, ha sido de la risa, tú tienes la culpa.

—No me la quieras dar con queso, ¿hay algo que no me hayas


contado?

—Igual llevo un día chungo, pero es normal, son los cambios,


¿a quién no le afectan los cambios?

—Dime la verdad, porfi.

—Igual alguna contracción rebelde, lo cual tampoco es


extraño, ¿no ves lo rebelde que soy yo? ¿Qué esperas? Vale,
no me mires así, estoy regular, tampoco para palmarla,
tranquilo. En cuanto llegue a Madrid se me pasa todo, solo con
que me dé el sol ya se me cambia la cara.

—Ey, ey, ¿y cuándo me lo pensabas decir?

—¿Nunca? Sí, nunca, para qué vamos a engañarnos, que tú


querrás sacar tajada de esto y va a ser que ni mijita.
—Yo no quiero sacar tajada de nada, yo solo quiero lo que sea
mejor para todos nosotros.

—No, qué va, no quieres sacar tajada. Si por ti fuera me atabas


a la pata de la cama, como los antiguos.

—No, bonita, no. Te conocí con alas y así es como quiero


verte. Yo nunca querría retenerte a la fuerza, sino todo lo
contrario. Lo que me encantaría es que quisieras quedarte
conmigo por tu propia voluntad, eso sí que me haría el hombre
más feliz del globo, no te lo voy a negar.

—“Y no te voy a negar, estamos claros y ya…”—comencé a


cantarle por Nicky Jam y J Balvin.

Él me sonrió con esa puñetera sonrisa que valía su peso en oro


y que yo no podía soportar. Era el mismísimo demonio cuando
me miraba así, pero en versión atractiva como el jodido
Lucifer de la serie, ese que hacía que cualquier mujer quisiera
arder en su infierno con tal de que le dedicara una de sus
incendiarias miradas.

—“Solo deja que yo te agarre, baby, besos en el cuello pa’


calmar la sed…”—prosiguió él quien se había aprendido
varias canciones en castellano durante su estancia conmigo en
Madrid.
—Mira qué plan de reguetonero en versión highlander que
estás hecho tú. Ni mijita, ¿eh? No te creas que voy a caer
rendida a tus pies solo porque me cantes y porque me mires así
y porque…

La madre que me parió que no tenía voluntad con él. Cuando


quise darme cuenta ya estaba haciendo malabarismos con esa
lengua que tenía, entrelazándola con la mía y provocando que
lo deseara con auténtica locura.

El morreo fue de campeonato, eso tampoco se podía negar, en


consonancia con la canción. Y también era innegable que el
juego que dio comienzo a partir de ese momento con su lengua
en otra parte de mi cuerpo…

Joder, en ese momento me encontraba mejor y yo misma fue


quien conduje su cabeza hasta la región sur de mi cintura. El
highlander se dejó llevar y tanto que se dejó llevar. Antes
siquiera de que me diese cuenta ya tenía mis braguitas entre
sus dientes, las cuales me arrancó literalmente.

Totalmente mojada para él, me cogí con fuerza a unas sábanas


que haría jirones con mis uñas de seguir ascendiendo la
excitación en mí. Ese furor uterino tan increíble, ese capaz de
hacer que me meciera entre ardientes y húmedas olas en el
más cálido de los océanos… Ese solo solo podía estar
capitaneado por uno y ese uno llevaba el nombre de Logan
grabado tan a fuego como yo lo llevaba en mi corazón.
Recuerdo la sensación del sonido de mis gemidos
entremezclándose con el intenso estremecimiento de mi
cuerpo. Recuerdo que cada uno de los toques de su lengua
producía en mi clítoris un ardor imposible de superar.
Recuerdo que quise desparramarme e impregnar esa boca
suya, nacida para pecar, de mi esencia.

Y es que, en el fondo, algo me decía que yo deseaba por


encima de todas las cosas dejar una huella tan profunda en ese
highlander como él la había dejado en mí.

Cogida a su pelo, ahogué en mi garganta un orgasmo que


habría gritado a los cuatro vientos de estar solos en la casa, un
orgasmo que me relajó como nada hubiera podido hacerlo
mientras sus ojos se clavaban en los míos. Temblorosa, le
sonreí cuando degustando mi sabor llegó a mi altura y me
dedicó una amorosa mirada con su cabeza encima de la
almohada.

—No me mires así que no te va a servir de nada. Que sí, que


esto no es la primera vez que lo haces, que tienes todo el arte,
pero que para eso sirve cualquiera, doy yo un zapatazo y los
candidatos para hacerme un cunnilingus llegan a Móstoles—le
solté una de las mías causando sus carcajadas.

—Yo a ti es que te comería enterita de arriba abajo. Si tú me


dejaras…
—Sí, sí, mucho furor al principio y luego me darías la patada,
de eso nada.

—Sabes que no es así, nunca he sido hombre de muchas


mujeres, soy un tipo fiel.

—Claro y yo me lo creo, precisamente yo.

—Lo tuyo es distinto, de ti me enamoré.

—¿Y cuánto tardarías en enamorarte de otra alumna? Y más


en la universidad esa pija que van las niñas que se parecen a
las de “Gossip Girl”.

—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Me has estado espiando?

—Sí, claro, con unos prismáticos y una gabardina allí fuera,


¿no te jode? Lo he mirado por Internet, chalado.

—Lo has mirado porque estás celosa, por eso lo has mirado—
Rio.

—Lo he mirado porque me ha dado la gana y porque me


aburro como una ostra cuando no están los niños, tengo un
montón de horas ahí muertas. Ya cuando vienen ellos es otra
cosa, que me dan ganas de tirarme de los pelos de… Vaya, que
tampoco es que tenga yo pelos ahí, pero tú me entiendes—
Adopté una pose maliciosa y él se moría de la risa.

—No me pienso mover de esta cama ni en broma, que lo


sepas.

—Pues es muy chica para los dos, luego te empeñas en hacer


la cucharilla porque si no te caes, con ese cuerpachón que
tienes. Y no veas si das calor—Reí.

—No te quejes tanto que a ti te gusta que te lo haga, pero más


te gusta quejarte.

—Que me hagas, ¿qué, listo?

—Que te haga todo, chulilla. Y también la cucharilla, que eres


tú muy lista.

—“Me has enseñado tú…”—Le canté por Malú.

—Venga, apaga la luz que vamos a dormir.

—¿Y si no me da la gana?
—Si no te da la gana también, que me vacilas tela.

—Es lo que hay, una que nació vacilona.

—Ya lo veo, ya, haces conmigo lo que quieres…

—Venga, pues ahora me vas a hacer la cucharilla porque me


sale a mí del alma, venga.

—¿Lo ves?

Nos echamos a dormir. En el fondo tampoco quería que se


fuera. Cuando llegase a casa, por mucho que me hiciese la
fuerte, echaría todo aquello de menos; nuestras continuas
peleas, el darle esquinazo por toda la casa, el que tratase de
robarme un beso a cada momento…

No podía desearlo más y a la par temerlo. Ojalá pudiese


confiar en él, ojalá… Pero algo me decía que lo mejor que
podía hacer por mí y por mi pollito era desligarme del hombre
que ya me había fallado una vez y que, sin embargo, me
abrazaba en aquella cama como si no hubiese un mañana.
Capítulo 10

El susto llegó al amanecer. Una tremenda contracción me llevó


a darle tal pellizco que por poco le arranco el pedazo.

—¿Qué te pasa? ¿Ya estás soñando otra vez? Que no te voy a


ser infiel, palabra—me soltó entre sueños.

—Qué coño me importa a mí eso ahora, ¿te has creído el


centro del mundo? Joder, cómo duele.

—¿Otra contracción? —Se puso de pie como si le hubiera


dado nuevamente con un cable pelado y eso que a mí me
podían registrar, que no era el caso.

—Otra, sí. Duele un montón y luego os queréis comparar a las


madres, yo os cogía a todos y…
—Esto ya no me está gustando, te llevo al hospital ahora
mismo.

—No, llévame al aeropuerto, que mi avión sale en unas horas.

—No sale hasta por la tarde, ¿a santo de qué debería llevarte


allí?

—Porque allí se me va a pasar todo, cuando me vea a punto de


salir volando a Móstoles.

—Hombre, directo a Móstoles no va…

—Porque tú lo digas, le digo yo al piloto que me deje en mi


casa y me deja, que yo tengo arte para todo.

—Y ahora vas a tenerlo para decirme que sí y venirte al


hospital conmigo.

—Me niego en rotundo, aquí tenéis un complot para que yo no


me marche y va a ser que no.

—Que no, que no voy a ninguna parte, que yo cierro así las
piernas y se me pasa—Traté de hacerlo y parecía una vaca
loca, porque una de mis piernas se fue sola y le di una coz.
—Dios, a patadas no…

—Que se me ha ido sola, si llego a apuntar yo te doy en el


costillar y te dejo sin sentido, chalado.

—¿Chalado yo? Al coche que vas—Me cogió en brazos (él se


acababa de vestir) y me llevó hacia fuera.

Yo daba patadas a tutiplén, pero el tío las esquivaba, qué arte


tenía. Conmigo pataleando y chillando llamó a la puerta de su
vecina para pedirle que se quedara con los niños.

—¿Qué pasa? —le preguntó la mujer, extrañada.

—Nada, que se le ha ido la cabeza, un caso de urgencia.

—Como se me vaya de verdad te daré una que no te


reconocerán ni por el historial de los dientes esos que tienes y
que deben ser más falsos que Judas, porque no pueden ser tan
perfectos—me quejé.

—Mis dientes son míos y me gustaría conservarlos, a poder


ser…

—Pues no apuestes tú tanto, como no me bajes…


A duras penas me metió en el coche, me puso el cinturón y
arrancó.

—Serás, no te voy a decir lo que eres porque no me cabe ni


por la boca, has cerrado todas las puertas con seguro.

—Normal, que tú eres capaz de tirarte en marcha.

—No pienso hacerle caso a ningún médico y tampoco a Liam,


que a ese le falta un hervor.

—Le tienes manía, ¿por qué?

—¿No lo sabes? Si trajo al mundo a tus niños.

—¿Por qué te empeñas en ocultar que los adoras? Si sabes que


es verdad…

—Menos lobos, Caperucita, les tengo un cierto aprecio, pero


que no se enteren…

—Los adoras y lo sabes, igual que ellos a ti.

—Sí, claro, por eso lo único que les ha faltado ha sido


ponerme un cohete en el culo y mandarme de misión espacial
a Marte sin billete de vuelta.

—Los niños no te han puesto nada en el culo, no inventes…

—Ah, no, es verdad, que ese es territorio del padre.

—No me busques la lengua que luego dirás que soy un


desvergonzado.

—Y aunque no te la busque también te lo digo, lo eres, no


conoces la vergüenza.

—Vale, ¿cómo es eso que dices tú del pulpo’

—Que te voy a dar la del pulpo, ¿no?

—No, lo otro.

—Ah, ¿lo de que admitimos pulpo como animal de compañía?

—Eso mismo, niña.

—No me llames niña, que soy una mujer. Y no veas qué


mujer…
—Mi niña eres y quiero que seas mi mujer, la única.

—No, si te parece se lo propones a unas pocas a la vez, que tú


todavía eres capaz. Y yo soy capaz de arañarte y dejarte la cara
como un mapa.

—Me encanta cuando me arañas…

—Sí, sí, eso te iba a encantar, ya te digo yo que puedes jurar


que no.

Llegué al hospital con cara de sádica. Entre eso y que el


soplagaitas de él me había sacado de la cama en camisón, yo sí
que parecía la niña del exorcista y no Bonnie, por mucho que
la otra también se las trajese.

Para más inri, el tal Liam estaba de guardia esa noche y


todavía seguía allí, pues no se había producido el cambio de
turno.

—¿Problemas? —me preguntó al verme.

—Vaya pregunta, todos… Desde que conocí a este no me falta


un perejil, palabrita—le aseguré.
—Mujer, digo con tu embarazo, no con Logan.

—Mira el cachondo, como si no estuvieran relacionados. Que


a mí el niño no me lo ha hecho el Espíritu Santo, que menudo
lote nos dimos este y yo. Que, en realidad, mejor, porque lo
tengo entre ceja y ceja, pero con la que se me viene encima,
menos mal que le di una buena alegría al cuerpo.

—Ya, ya—me miraba muerto de la risa—. Verás, a bote pronto


te diría que estas ya no son contracciones de Braxton Hicks.

—Otro listo, pues claro que no, ¿cuántos años has estudiado
para decirme eso? Las contracciones son mías no de quien
quiera que sea el tal Braxton ese.

—No, mujer, a lo que me quiero referir es a que así se


llamaban las contracciones con las que viniste la anterior vez,
pero estas ya son…

—Harina de otro costal, ya me lo imagino.

—Bueno, pues que tenemos que verlo, ya que tanto puede


tratarse del otro tipo de contracciones de las que te hablé, en
cuyo caso tendría que ponerte un tratamiento para frenarlas y
que no te provoquen un parto prematuro, o…
La cara de Logan no podía negarse que era de preocupación
total, las cosas como son. Que sí, que yo seguía sin poder
verlo, pero eso era innegable.

—¿Cómo qué, Liam? —le preguntó.

—Tenemos que descartar otro tipo de complicaciones, Logan,


solo es eso.

—Solo es eso, dice el tío… Bien se nota que el niño no es tuyo


—me quejé.

—No, mío seguro que no es…

—Pues claro que no, que mi niño va a nacer con mucho salero
y a ti te falta un hervor, ya se lo venía diciendo a Logan.

—¿No te pasas tú un poco conmigo? —me preguntó.

—¿Yo? Si todavía me quedo corta. Si te dijera, aunque solo


fuera la mitad de lo que pienso de los highlanders, te quedarías
con las patas colgando. O igual no, porque tú no parece que
sientas ni padezcas.

Liam se echó a reír, él se partía con todas las burradas que yo


le soltaba por la boca.
—Venga, súbete que te voy a reconocer—me indicó.

—Y dale con lo del reconocimiento, si ya te he dicho yo que


soy Brenda, ¿no me recuerdas? La misma que te calienta
siempre los cascos.

—No, tú tranquila que de ti no me voy a olvidar. Y mira que


tengo pacientes, pero de ti no me olvido seguro.

—Es que yo soy inolvidable, que se lo digan a este. Bueno,


¿qué ves? Aparte de un cuerpo serrano que es para enmarcarlo,
no me digas tú que todas tus pacientes son iguales, que debes
tener cada callo malayo que te dé el día.

Liam es que ya pasaba de contestarme, que bastante habría


tenido el chaval con su noche de guardia.

—A ver, me gustaría contrastarlo con otro compañero, ¿vale?


—concluyó tras echar un vistazo.

—¿Tú solo no lo ves? Pues deberías ponerte gafas, que mucho


postureo y repeinarte el tupé ese que me llevas y ahora resulta
que ves menos que un gato de escayola.
—No es eso, es que hay señales contradictorias y no quiero
equivocarme.

—Por la cuenta que te trae, que todito te lo consiento menos


meter la pata con mi pollito, que yo por mi pollito MA-TO,
como la Belén Esteban. Y me importa un pito que no sepáis
quién es, mancha de sosos, que nosotros también tenemos
nuestra princesa del pueblo.

El caso es que Liam se fue a buscar a otro compañero suyo y


Logan se acercó a mí y me dio la mano.

—Dime que tú no les has pagado para que me retengan, que


no me fío.

—No, mi amor, tranquila que no será nada. Aunque lo cierto


es que sí estaría dispuesto a pagar para que te retuvieran.

—Y dime también que a mi pollito no le pasará nada malo.

—Querrás decir a nuestro pollito y eso te lo aseguro, no le


pasará nada malo.

Yo notaba la inquietud en su rostro y yo estaba… Yo estaba


descompuesta porque quería a ese niño con todo mi ser y no
podría soportar que le pasara nada malo.
Liam vino acompañado de un compañero suyo mayor. No es
que el hombre fuera Matusalén, pero superaba los sesenta y
debía tener cantidad de experiencia.

Ambos se quedaron callados y pensativos y a mí me dio por


llorar.

—¿Por qué lloras, mi niña? —me preguntó Logan, de lo más


cariñoso.

—Porque están muy callados y cuando la gente calla, malo.

—No digas eso, no todo el mundo charla por los codos como
tú. Solo están pensando, ¿no es así? —les preguntó.

Ambos asintieron. Por mucho que quisieran tranquilizarme a


mí ya me estaba entrando una poquita de velocidad en la
sangre. O una muchita, las cosas como son.

—No tiene por qué ser nada, pero deberás quedarte ingresada
este fin de semana, hemos de realizarte unas pruebas y tenerte
controlada, Brenda.

—No, es una broma. Otra vez no, yo cojo un avión esta tarde.
Vosotros sois unos cachondos y os estáis quedando conmigo.
Los miré a la cara y me di cuenta de que no, de que el potaje
se me estaba poniendo un poco agrio de nuevo y de que ya
podía mi madre poner el grito en el cielo o coger directamente
ese cielo con las manos, que yo no podría marcharme de allí.

—Cariño, las cosas son como son, lo importante es que el niño


y tú estéis bien—Me acarició él la cara.

—¡Quítame las zarpas de encima! —le solté de lo más


enfadada.
—Vale, vale, qué carácter.
Capítulo 11

Los médicos iban y venían, Liam se quedó más allá de su


turno y eso que yo no es que lo tratase con mucho cariño para
decir.

—Te hemos practicado un montón de pruebas, debo irme a


casa, esta tarde volveré a verte—Me dio una palmadita en la
espalda.

—Yo no necesito nada de ti, ¿eh? Que te conste, a ver lo que


piensas pedirme luego, que los highlanders sois todos unos
golfos—Miré a Logan en ese momento y él levantó los brazos.

—No seré yo, amor…

—“Ni sirí yi” —me mofé ladeando la cara con guasa.


Yo es que cuando me ponía de mala leche me ponía. Y aquel
día estaba que me subía por una pared y me bajaba por la otra.

Justo a la hora de salir mi avión no podía parar de suspirar y de


mirar al móvil. Mi madre me odiaría a ese paso y era bastante
improbable que yo saliera bien de aquella.

Avisé a Mónica y ella me dijo que se liaría la de San Quintín,


pero que ya trataría de capotearla como pudiera.

Liam volvió, era cierto lo que dijo, y no lo hizo con demasiada


buena cara.

—Lo siento, Brenda, pero vamos a tener que intervenir.

—¿Intervenir? No entiendo, tú intervén cuando quieras si yo


no callo, sé que no dejo meter baza a nadie, pero cuando te
parezca me interrumpes y ya. Todavía no me he comido a
ninguno, de momento—murmuré con malicia.

—No, no es eso, es que ciertamente ha surgido una


complicación y el bebé va a tener que nacer, me refiero a una
intervención quirúrgica, obviamente.

—¿Nacer? Pero si mi pollito no se ha terminado de formar.


No, eso no puede ser…
—Nacen niños con muchas menos semanas de gestación que
tu hijo, no te preocupes en absoluto por eso, de veras…

—Para ti es muy fácil decirlo, como tiras con pólvora ajena—


me quejé.

—Yo solo quiero lo mejor para ti y mi colega opina igual. Me


haré cargo de la intervención, he venido expresamente para
eso.

—Un momento, ¿tú me vas a operar?

—Sí, mujer, tampoco es una intervención pionera ni se trata de


un trasplante de corazón, es simplemente una cesárea.

—No, no, pero tú no me operas, que a ti te falta un hervor.


Logan, dile que él no me va a sacar al pollito, dale una buena
leche si hace falta y me llevas en brazos a casa como me
trajiste aquí.

—Brenda, mi vida, tranquilízate. Si Liam considera que ha


llegado el momento, ha llegado. Todo va a ir bien, te lo
aseguro. Si quieres llamo a tu madre, yo me encargo del todo.
—Si llamas a mi madre lo primero que tendrás que encargar es
una cara nueva. Que a mí se me va la fuerza por la boca, pero
a ella no le pasará lo mismo, eso ya te lo digo yo.

—Me da igual lo que me ocurra, yo solo quiero que tú estés


bien y el niño también.

—Pues yo muy bien no estoy, me castañuelean los dientes


tanto que como me coja la lengua no me va a servir ni para
albóndigas. Y qué frío, puñetas, qué pasa aquí, ¿sois de la
Hermandad del Puño Cerrado y no ponéis la calefacción?

—Pero cariño si hace tela de calor…

—Tú lo que estás es muy caliente, claro, como a ti no te duele


nada.

—No digas eso, tus dolores son mis dolores.

—Repite eso y te dolerá la boca, ni un diente te voy a dejar del


piñazo. Vas a estar comiendo sopa con una pajita dos o tres
meses.

—Sé que estás muy nerviosa, pero todo va a salir bien.


—Todo esto es por tu culpa, yo ya debía llevar unas cuantas
semanas en España.

—Y allí te habría ocurrido lo mismo.

—De eso nada, en España no pasan estas cosas.

—¿No se adelantan los partos en España?

—Apenas, el problema es que aquí estáis crudos porque nacéis


antes de tiempo. No hay más que ver a Liam. Y claro, le
habéis pegado a mi pollito las prisas…

—Nuestro pollito va a estar perfectamente nazca donde nazca.

—No compares, que las comparaciones son odiosas. A mí no


me busques la lengua que hoy te la puedes ganar por lo militar,
te estoy cogiendo un coraje… Tú a mi ladito todo el tiempo y,
si tienes valor, te meneas.

—No se me ocurriría moverme de tu lado, no quiero perderme


el nacimiento de nuestro hijo por nada del mundo.

Un carraspeo por parte de Liam hizo que lo mirase mal,


aunque la verdad sea dicha, yo nunca lo miraba bien.
—¿Así me vas a operar tú? Igual estás resfriado y te da una
tiritona que me haces la costura como un circuito de Fórmula
1, llena de curvas… Enséñame las manos, capaz eres de que te
entre el tembleque y hasta entonces no te voy a meter yo
mano. Y no te hagas ilusiones que me refiero a darte más palos
que a una estera.

—Estoy perfectamente, Brenda. Y tú deberías confiar más en


mí.

—Ni aunque te pongas de rodillas. Pobre de ti como a mi


pollito le pase algo, amenazado de muerte quedas, ¿y ese
carraspeo a qué venía entonces?

—A que al no ser un parto natural debemos pasar a quirófano


y Logan no podrá entrar, lo siento muchísimo.

—Espera, espera, repíteme eso si tienes huevos y acércate ya


de paso, que si los tienes te vas a quedar sin ellos.

—Lo siento, Brenda, son las normas de dirección, no puedo


hacer nada al respecto.

—¿Imposible hacer una excepción? —le preguntó Logan.

—Una excepción hicieron el día que permitieron que su madre


lo echara por… Yo me voy de aquí, palabrita.
Capítulo 12

No, yo era una chulilla, pero no me pude ir. Cuando me quise


dar cuenta estaba en lo alto de la camilla y Logan me cogía la
mano.

—Tienes que dejarla ya, nos la llevamos—le pidió Liam.

—Mi amor, estoy contigo, estoy contigo—Me besaba él en la


frente.

—Y una mierda estás conmigo, a la que se llevan es a mí,


malditos highlanders, el más bueno tendría que estar colgado
por las tripas del peor—murmuré y Liam me miró como si
estuviera poseída.

—Por favor, cariño…


—¿Qué pasa? Es lo que pienso y eso sin que haya sucedido
nada malo, imagínate si sucede.

—Espera un momento, por favor, me avisan por megafonía—


me comentó Liam.

—No, si encima debes estar la mar de solicitado, yo no me


quiero imaginar cómo son el resto de los médicos aquí si tú
estás que no paras.

—Tranquila, ya te he dicho que todo va a ir bien.

Tardó unos cinco minutos en volver, cinco minutos en los que


me quedé finalmente sola en la habitación porque a Logan lo
largaron. Cuando por fin llego Liam, a mí se me había hecho
una eternidad.

—Hombre, ya creí que te olvidabas de mí, ¿estabas de cañas


con tus colegas? Porque no me extrañaría, con la mancha de
tarados que debéis ser todos.

—Oye, ¿tú qué tienes en contra de los hombres?

—¿Yo? Que no valéis ninguno ni para que os den por… Venga


ya, puñetas, que te gusta mucho escucharme. Esto con una
mujer no pasa, las mujeres estamos hechas de otra pasta.
Salimos andando en dirección al quirófano (es un decir, que a
mí me llevaban en camilla) y algo llamó poderosamente mi
atención. En aquel hospital, como en tantos otros, había una
pequeña capilla y al pasar por delante de ella, vi a Logan allí.

—Para, para un momento—le pedí al celador.

Si algo me intrigaba era saber cómo sería Logan cuando yo no


estaba delante, descubrir cómo se comportaba y lo más de lo
más; cuáles eran sus verdaderos sentimientos.

Puse el oído, no me da ninguna vergüenza reconocerlo. Yo


necesitaba saber, tenía verdadera necesidad y ese highlander
parecía muy afligido.

—Te lo pido por favor—le pedía a Dios. Pese a ser escocés, él


era católico, aunque no practicante—. Que no les pase nada ni
a ella ni al bebé. Esa cabezota no lo sabe, pero es la mujer de
mi vida. Sé que no he hecho bien las cosas, dame la
oportunidad de compensarla, no te quepa duda de que lo haré.
Es mi mayor anhelo, demostrarle cuánto la quiero.

Un par de lagrimones recorrieron mis mejillas. Entre como yo


estaba y escucharlo a él decir eso… Al final sería verdad, iba a
ser verdad que ese hombre me quería. Yo no había confiado en
él en ningún momento y quien esté allá arriba me dio la
oportunidad de escucharlo a corazón abierto, cuando creía
estar en la soledad de la capilla.

Sin más, me eché abajo y corrí hacia él, como en las películas.
Logan estaba de espaldas, por lo que no me vio venir y le caí
encima.

—Cariño, ¿qué haces aquí?

—Espiarte, ¿Qué voy a hacer? Y no te como los morros por


respeto al sitio en el que estamos, pero no veas las ganas que
tengo, ¿de verdad me quieres? Qué leñe, te los voy a comer—
Lo hice a conciencia.

—¿Que si te quiero? Te quiero con todo mi corazón y quiero


formar una familia contigo—me contestó cuando por fin pudo
separarse de mí.

—Tonto, pero si a ti lo que te sobran son niños, parece que te


ha dado por coleccionarlos.

—Pues contigo añadiría todavía unos cuantos más a la


colección. Y sin pensarlo, palabra.

—¿Palabra de highlander? —Lo abracé todo lo fuerte que


pude. A ese paso me fundiría con él.
—Eso es, palabra de highlander…

—Te como entero, highlander.

—¿Eso es un sí? ¿Me darás una oportunidad?

—Eso es que te pondré unos meses a prueba.

—¿Y no te irás? —Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Cómo te pongo a prueba si me voy, empanado? Ay,


perdona que te diga, pero yo no he visto un tío más carajote en
mi vida.

Me di la vuelta para volver a la camilla y él me dio un abrazo


fuerte por la espalda. Después me cogió en brazos y me llevó
hasta ella.

—No te me pongas ancho, que me da mucho coraje, pero qué


me gusta que me cojas así.

—Y a mí no te imaginas lo que me gusta cogerte. Estaré en la


puerta del quirófano esperando, te veo ahora…
Nos despedimos y entré junto con Liam en ese quirófano que
me imponía una barbaridad.

—A mí me pones anestesia a tutiplén, ¿eh? Que como sienta


algo te doy un bocado en la nuez y te apaño. Fíjate, si ahora
tienes voz de pito, después…

—¿Yo tengo voz de pito? ¿Tú no me dices nada bonito?

—¿Yo? Que te lo diga tu novia, no te fastidia.

—Está complicado eso.

—Ya, que no tienes novia. Normal, ¿quién te va a aguantar?


Todavía si espabilas, pero así…

—¿Yo a ti qué te he hecho, Brenda? Me tratas fatal, no es por


eso, es porque soy gay.

—Anda, joder, pues no te lo había notado.

—Es que yo no tengo pluma, será por eso.

—No la tienes, no. Y es raro, porque mira que eres ganso…


Llegó el anestesista y yo empecé a rezar todo lo que sabía.

—Pollito, tú no te preocupes, que mamá está aquí—le dije con


todo el cariño—. Vaya cosas que digo, pues claro que estoy
aquí, ¿dónde voy a estar? Si tú todavía estás dentro, cariño
mío. El caso es que se han empeñado en sacarte antes de
tiempo, vamos allá…

Fue entonces cuando se abrió la puerta del quirófano y un


celador entró chillando.

—Debe haber fuego, se cancela la cesárea—Miré a Liam.

—No, no hay fuego, pero casi, ¿qué pasa, Logan? —le


preguntó al chaval.

—¿Ves como te falta un hervor? Este no es Logan, se llamará


como se llame, Periquito de los Palotes, pero Logan no es.

—También se llama Logan, ¿me dejas que hable con él un


momento?

—Anda, el copión—Fruncí el ceño.

—Liam, se ha producido una tremenda confusión, los análisis


que llegaron a vuestra mano no son de esta chica, son de otra
paciente—le comentó el chico, de lo más nervioso.

—¿Qué dice el tarado este? ¿Ha bebido? Aquí con esto de que
hacéis vosotros el whisky, es como lo de Juan Palomo, que yo
me lo guiso y yo me lo como—le solté el dicho en castellano
para que rimase.

—¿Cómo? Liam se volvió a mirar los informes y a


continuación se dirigió a mí.

—No sé cómo decirte esto, Brenda, no lo sé…

—¿Os habéis equivocado? La madre que os parió, yo te mato,


casi me sacas al pollito como un huevo pasado por agua, sin
terminar de hacer. Yo es que te mato, te lo prometo.

Lo cogí por el cuello, se iba a enterar ese.

—Brenda, suéltame…

—Tú tienes la culpita de todo, me lo vas a pagar.

—No, me temo que yo no la he tenido, ha sido mi compañera,


Hellen.
—De eso nada, lo dices para que no te asfixie con mis propias
manos, pues lo llevas crudo…

—En serio, suéltame—Se zafó como pudo.

—Rata de dos patas, qué cagada, yo acabo contigo y no te


equivocas con ninguna más.

Le apretaba de nuevo con todas mis fuerzas el cuello cuando


llegó la tal Hellen con evidentes síntomas de embriaguez. Lo
he dicho finamente, esa había pimplado tela antes de entrar en
su turno, yo me quedé a cuadros.

—¿Perdona? ¿Esto qué broma es?

—Hellen por favor, ve al despacho del director y espérame


allí.

—¿Ya has practicado la cesárea, Liam? ¿Te hace falta ayuda?

Él me tuvo que aguantar porque si la atrinco a ella sí que me


busco la ruina.

—Déjame, que le voy a enseñar lo que vale un peine, ¿qué


maneras de venir a trabajar son estas? ¿Esto es un hospital o el
escenario donde ensaya una chirigota? Por mi madre que yo
me largo de las Highlands.

—Hellen tiene un problema, Brenda.

—Y tanto que lo tiene, como que se la tengo jurada desde


ahora, no lo sabe ella bien.

—No es eso, en el pasado tuvo problemas con la bebida y


teníamos sospechas de que hubiera recaído.

—¿Sospechas? Muy avispados no sois aquí ninguno, ¿no? Si


no puede andar derecha, yo la mato…

—Evidentemente es el primer día que viene así, yo me


encargo de que no vuelva a ocurrir.

—Yo sí que me voy a encargar, que la voy a borrar del mapa.


Y yo quejándome de los tíos.

—¿Ves? Es que en la vida no se puede generalizar ni ser tan


radical como tú eres—se quejaba él mientras se echaba mano
al cuello, que yo se lo había dejado guapo.

—Ya, ya lo veo, ¿y ahora yo qué hago?


—Tienes todo el derecho del mundo a denunciar al hospital y a
sacar una pasta de esto. Sin duda que sacarías una pasta. Y
ahora yo me tengo que ir a intervenir a la paciente que de
verdad lo requiere, diré que te devuelvan a tu habitación.

—¿Y ya me puedo ir a casa? Si me dices que me puedo ir, me


olvido de todo. Y no la mato ni nada, palabra.

—Déjame que vea tus verdaderos informes…

Vino en dos minutos y por su cara entendí que las cosas no


iban mal del todo.

—¿Todo bien? Si yo ya estoy que puedo dar saltos, ¿doy dos o


tres para que los veas? Venga tú cuenta—Me fui poniendo de
pie.

—No hagas barbaridades, por favor—Me frenó—. Vamos por


partes, las contracciones que sufres desaconsejan por completo
que vueles ya a tu país y vas a requerir un tratamiento,
ciertamente se ha complicado un poco tu cuadro, aunque ni
mucho menos para que tu hijo nazca antes de tiempo. Si haces
todo lo que te digo, verás esa barriga gordota.

—Eso es lo que yo quiero, que todavía me asomo y me veo los


pies—Se lo demostré, soy de lo más flexible.
—Entonces, si me prometes que te vas a cuidar, te daré el alta
mañana.

—De eso nada, hoy o no hay trato. Y a la otra la mato,


prepárate para estar toda la noche en el velatorio.

—No, eso no puedo hacerlo, pero mañana sí. Palabra de


highlnder.

—Otro con la palabra. Yo preferiría que hablarais menos e


hicierais más, ¿eh?

Esa noche no podía parar de hablar, yo sí que tenía derecho a


hacerlo. Logan me achuchaba a más no poder.

—¿Qué te parece? Como para fiarse una del plan.

—Me parece que es evidente que esa mujer tiene un problema


y que gracias al cielo que se han dado cuenta a tiempo.

—Si es que todo lo que me pasa a mí aquí es igual, todo. Si la


atrinco, le quito la borrachera de golpe, a cachetadas se la
quito. No le quedan más ganas de beber para los restos.

—No creo que esa sea la manera de abordar ese tipo de


problemas.
—Ni yo, pero es que te puedes imaginar lo que me entró por el
cuerpo, un calor…

—Eso no es nuevo, que tú calentita estás siempre—bromeó.

—Eso es verdad. Tú cierra la puerta y me haces un apaño…

—Ahora no debemos, tienes las contracciones y…

—No te estoy diciendo que me empotres, sino que me apañes,


¿para qué tienes la lengua aparte de para decir majaderías?

—Cariño, que este no es lugar, aquí solo puedo darte mimos.

—¿Ya te estás echando para atrás? Pues sí que has perdido tú


fuelle pronto. No, si al final va a resultar que yo tengo razón y
que no vales para nada—lo piqué.

—¿Qué? —Cerró la puerta y debió ser que abriera las del


cielo, porque eso fue lo que yo sentí a partir de entonces.
Capítulo 13

Lo prometido es deuda y Liam tenía palabra. También debía


ser que tuviera miedo porque si no cumplía yo no tendría
ningún inconveniente en asesinarlo.

—Cuídate, Brenda, te veo la semana que viene.

—Ya veremos, que igual me busco otro ginecólogo y te dan


morcillas. Sigo sin poder verte con ojos que tengo en la cara,
no te hagas ilusiones.

Yo es que un poquillo maniática he de reconocer que soy y


Liam se me había atravesado.

Llegamos a casa y enseguida la vecina trajo a los niños, no era


lista ni nada, le había faltado el tiempo. Bueno, en realidad se
los comió un día entero y una noche a palo seco, se había
ganado el cielo….
—¡Papá! ¡Brenda! —chillaron en cuanto entraron.

—Bájales el volumen ahora mismo o no respondo, ¿no has


escuchado que necesito reposo?

—Claro que sí y me alegra que lo digas, porque parece que no


hay forma de que se te meta en la cabeza esa que tienes.

—Lo primero es que yo tomo nota para lo que me conviene. Y


lo segundo es que aquí el único cabezón eres tú, como el
pollito tenga la misma cabeza va a parecer una chincheta.
Pobre hijo mío, con los crueles que son los niños…

—¿Me estás llamando cabezón? Venga ya, yo tengo las


proporciones perfectas.

—Pero eso es en la cabeza de abajo. Perfectas si fuera un


extintor de incendios, que si la pintas de rojo la puedes meter
en una vitrina en la pared.

—Madre mía, ya vuelves a ser tú, qué alegría…

—Claro, ni en sueños dejaré de serlo, igual que tú no dejarás


de ser cabezón.
No es que tuviera mucha cabeza en realidad, para nada. El tío
lo tenía todo bonito, pero yo es que no vivía si no me metía
con él.

—Pues ahora, por lista, te voy a dejar aquí con los niños, que
tengo que salir a hacer unos recados.

—No te lo has creído ni tú, que me ven indefensa y son


capaces de cualquier cosa. No te escabullas, te los llevas y a la
perra también. Y así me aseguro de que no hagas ninguna de
las tuyas.

—¿En serio vas a seguir con tus celos? Creí que eso ya se te
había pasado.

—¿Tú qué parte de que estás en período de prueba es la que no


entiendes? Coges a tu prole al completo y te vas a hacer unas
pocas de puñetas. Y a la vuelta me haces un arrocito, que
tengo antojo, ¿aquí tenéis carabineros? Qué vais a tener aquí…
Bueno, pues si no los tenéis me los pintas, con sus ojitos y
todo, no me salga el pollito con el antojo.

—Te los puedo pintar yo, Brenda.

—Ya habló la princesa. Niña, con el poco arte que tienes se


parecerán más a un salmonete, tú descartada. Y tu hermano
también. Definitivamente, traed mejor un trozo de carne y ya
haré yo un puchero, que de vuestro padre tampoco me fío.

—¿No te fías de mis dotes culinarias? —me preguntó.

—Ciertas dotes tienes, sí, pero culinarias no sé yo—Le sonreí


maliciosa.

Los tres se fueron y la perra también. Yo me quedé encantada


de la vida, sobando un poco en el sofá, puesto que no había
dormido demasiado bien con eso de estar en el hospital.

Al rato volvieron. Liam con una sonrisa… Y con un colchón


nuevo.

—¿Dónde vas? ¿Qué es eso?

—Me dijiste que no querías dormir en la misma cama que


Alisa, ¿no? Pues ya no será la misma, pero si te crees que
vamos a seguir durmiendo separados es porque estás muy
equivocada.

—Míralo él, qué listillo. Pues no sé, me lo pensaré.

—No te pensarás nada, no me hagas rabiar. Te encanta dormir


conmigo, reconócelo.
—Bueno, igual no me disgusta, aunque a mí lo que en realidad
me mola es lo que hacemos antes de dormir.

—Lo que te haría ahora mismo si no fuera porque están los


dos por aquí.

—Y la perra… Aquí la lista ha sido la madre, no la madre de


la perra, que esa no sabemos quién es, sino la madre de los
niños que, con la tontería, se ha quitado de en medio.

—Ya volverá…

—¿A esta casa? Pues apañado estás tú si te crees que te vas a


revolcar con las dos…

—No, mujer, ya volverá a Inverness. Ahora es que está en una


especie de luna de miel, por eso necesita estar relajada un
poco.

—Qué lista, ¿y las demás qué?

—Tú también vivirás tu luna de miel, ¿dónde quieres que


vayamos de viaje cuando nos casemos?
El corazón me dio un vuelco y luego hizo unas pocas de
piruetas más, pero lo disimulé estupendamente.

—¿Dónde vas? ¿Dónde vas? No tienes que comer tú picos


para que yo me case contigo.

—¿Picos de estos? —me preguntó dándome un beso detrás de


otro.

—No, picos de los otros, que aquí no tenéis ni picos, ¿y qué


pasa con mi arrocito? ¿Qué le vas a echar? ¿Almejas tenéis?
Bueno, de esas sí que hay por aquí, pero deben tener menos
salero—Reí maliciosa.

—Voy arriba a colocar el colchón, anda.

—Tú te las prometes muy felices y a mí me tienes que hacer


sentir muy especial, no te creas que me voy a meter en tu cama
de buenas a primeras.

Logan enarcó una ceja, también me encantaba buscarlo y solía


encontrarlo.

Aquel parecía el inicio de una convivencia en familia con la


que yo estaba encantada, monstruitos incluidos por mucho que
yo me quejase.
Por la noche, después de llevar todo el día cuidándome, me
subió en brazos al dormitorio y allí, sin llegar a empotrarme
porque íbamos con un poco de cuidado todavía, me dio lo mío
y lo de mi prima, que para eso tenía él una lengua que telita…
Capítulo 14

—No me lo puedo creer—le comenté el domingo al abrir los


ojos y ver que estaba nevando.

—Ya sé que te gusta la nieve, preciosa. Y no se ha hecho


demasiado de rogar, aquí te vas a hartar de ella.

—Madre mía, yo quiero salir y hacer un muñeco con su nariz


y con sus…—Me eché a reír.

—Ya y con sus bolas. Si fuera yo quien quisiera hacer una


muñeca, capaz eras de vestirme de limpio.

—Porque yo tendré derecho a celos perpetuos y tú ni mijita, no


te columpies.

Mientras se lo soltaba, mirando a la ventana, vi algo que hizo


que tuviera un súbito golpe de calor como el que te puede dar
en Écija a las cuatro de la tarde a primeros de agosto.

—¡Mi madre! —chillé.

—¿Por qué dices eso, cariño? ¿Qué te llama la atención?

—¿Qué dices de atención ni de atención? Mi madre, que es mi


santa madre.

—¿Tu madre está aquí? Qué alegría, así me la presentas.

—Claro que sí, una tremenda alegría, como que te crees tú que
esa ha venido a tomar el té. Te vas a cagar, escóndete…

—¿Cómo voy a esconderme? Esta es mi casa y yo soy un


highlander, no voy a hacer eso.

—Pues tú verás, pero igual en un rato eres un highlander


muerto y entonces no me vengas con tonterías, que yo ya te lo
he avisado.

—Si estoy muerto no podré venirte con tonterías, eso es


evidente.
—Muy chulillo te veo yo a ti, muy chulillo. La madre que me
parió y nunca mejor dicho, ¿qué está haciendo esta mujer
aquí?

Me había cogido totalmente de sorpresa, ¿cómo es que Mónica


no me había avisado? Porque de sobra sabía ella que yo estaba
en complot con mi hermana y por eso no lo habría hecho por
su cuenta y riesgo.

Pues nada, solo quedaba echarle valor, debía enfrentar la


verdad.

Me puse mi capa de paño roja, que parecía yo Caperucita, y


me fui a abrir la valla del jardín. Lo malo fue cuando llegué
hasta ella y comprobé que se parecía al lobo.

—Mami, ¿qué haces tú aquí? —murmuré entre dientes.

—Venir a buscarte y a saber de una buena vez qué se cuece


por aquí. Ya está bien de que me tomes el pelo, hija.

—Mamá, no tengas mala lengua, que yo no te he tomado el


pelo. Los médicos me han prohibido viajar, tengo
contracciones.

—¿Y qué más tienes’ ¿No tienes nada más que contarme?
—Mami, que va en serio, primero eran flojitas y luego ya tela,
me han puesto un tratamiento para que tu nieto no nazca antes
de tiempo, aunque si lo hace tú le metes dos pucheros en el
cuerpo y lo pones para hacer la Primera Comunión, ¿es o no
es? —Le di un codazo en plan gracioso.

—Mi nieto está bien, ¿no? Pues eso es lo importante y ahora


vamos a ver a qué estás jugando.

Entró como Pedro por su casa, menos mal que a Logan le dio
tiempo de ponerse los calzones como ella diría.

—¿Y este quién es? —me preguntó.

—Mamá, este es Logan, no es lo que crees, no vine a buscarlo


adrede….

—¿¿¿Logan??? ¡¡¡Me has estado mintiendo todo este tiempo,


desde el principio!!!

—Mamá, que no, que te lo prometo que no, que las cosas se
han ido liando poco a poco…

—Te lo has inventado todo, que venias a cuidar unos niños y


venías a que este te jodiera la vida otra vez, que por lo visto
los highlanders es lo mejor que saben hacer, joder…

—Mamá, que no. No saques tus propias conclusiones y no la


líes, que tú la lías mucho y sí que hay niños.

—¿Vas a seguir tomándome el pelo? ¿Te crees que soy tonta


de remate? Yo a este lo mato—Mi madre se fue hacia él en
plan Chicho Terremoto y suerte que la esquivó.

—¡Niños, bajad, que hay que evitar un derramamiento de


sangre! —les chillé.

—Déjate de tontunas, que sé que no hay niños ni hay nada.


Aquí solo hay un sinvergüenza muy gordo que dentro de nada
será un sinvergüenza muerto.

—Mamá, que gordo no está, reconoce que está para mojar pan.
Pregúntale si tiene algún tío para ti o algo. Venga, tonta,
aprovecha…

—Voy a aprovechar para separarle la cabeza del cuello a este


robahijas, que no es más que un robahijas.

—Mamá, que te estás equivocando…

Los niños bajaron y no dieron crédito.


—Monstruitos, esta es la madre que me parió, que tiene
todavía peor genio que yo, como bien podréis ver. Saludadla,
venga.

Los dos se fueron hacia ella y la cogieron por la cintura y por


las piernas, evitando que le echara mano a su padre y lo hiciera
pedazos.

—Señora, que yo quiero a su hija, que la quiero de verdad…

—Y una mierda la quieres, tú ya te cachondeaste una vez de


ella y ahora la tienes aquí para que te saque las castañas del
fuego, so pedazo de sinvergüenza, te vas a enterar, te juro que
te vas a enterar…

—Que no, mamá, que yo también me he dado cuenta de que lo


quiero. Ea, ya me has hecho soltarlo con lo poco que me
convenía.

—Cariño, si yo lo sabía, que también estabas loca por mis


huesos—me decía él.

—¿Por tus huesos? Eso será si te queda uno entero, ¿no? —Mi
madre se la tenía sentenciada, hasta que por fin lo atrincó.
—¡¡¡Mamá, ya!!! —le chillé con todas mis ganas y ella se
volvió.

—Niña, a mí no se te ocurra chillarme porque me salgo del


pellejo, a mí tú no me faltas al respeto.

—Ni tú a mí, mamá y lo estás haciendo, ¿no te das cuenta de


que ya soy una mujer?

—Una mujer que está cometiendo el gran error de su vida, ¿es


que vas a tirarla entera por la borda?

—Si lo hago es mi problema y Logan no me ha puesto una


pistola en el pecho.

—No, este te ha seducido con otras armas, con las armas esas
de highlander, que ya me imagino que debe tener un buen
trabuco…

—Mamá, por favor—Me eché a reír.

Logan la entendía perfectamente, pero los niños solo pillaban


palabras sueltas, porque tampoco se manejaban demasiado
bien todavía en castellano.

—¿Qué es un trabuco, Brenda? —me preguntó Bonnie.


—Algo muy bruto para tus delicados oídos de princesa, niña,
pero ya te enterarás cuando seas mayor, ya.
Capítulo 15

A la hora de comer la cara de mi madre era de asesina en serie.


Logré que no le diera la del pulpo a Logan, pero por mucho
que se lo explicaba ella no entendía nada.

—¿Y dónde va a nacer mi nieto? ¿Aquí?

—Mamá, aquí no evidentemente, en el hospital.

—Ya, pero aquí en esta tierra de… ¿esta gente qué religión
profesa?

—Mamá, son católicos y, además ¿desde cuándo te importa a


ti eso si tú no has pisado una iglesia en tu vida?

—Desde que tengo que convencerte para que te vengas


conmigo, niña, que aquí todo son pegas.
—Luisa, nosotros queremos mucho al hermanito—le comentó
Duncan y me dieron ganas de darle un bocado. Y por una vez
no era para tragármelo y echarlo en la mismísima puñeta…

—Ay, qué lindo, mamá que dicen que quieren al hermanito.

—Qué cochambrosos sois los dos, darles cuenta a los niños del
plan. Y su madre a vivir la vida loca con la barriga de otro.
Queréis que comulgue con ruedas de molino, pero esto es
Sodoma y Gomorra, eso es lo que es.

—Mami que no, que nos queremos, que el amor es una cosa
muy bonita.

—Y Gonzalo también te quiere, que el muchacho se ha


quedado que no levanta la cabeza.

—Ya, pero tú no paras de hacerle croquetas y ese es de buen


comer, así se está poniendo. Con eso lo tienes contento y, si
me echas mucho de menos, lo puedes hasta adoptar.

—A mí no me vengas con cachondeo que todavía me pongo a


repartir y cobra el highlander hasta en el cielo de la boca.

—Pero mamá, qué manía le tienes a Logan, si he hablado yo,


no él.
—Claro, qué manía le tengo, como si no lo hubieras puesto tú
siempre de vuelta y media, la manía se la he cogido yo porque
soy así, no porque te haya hecho la puñeta a mesa y mantel.

—Mamá, pero ahora está demostrando que es un hombre que


se viste por los pies, como dices tú—Reí.

—Te estás riendo porque ya sabes lo que te voy a decir, que ni


siquiera eso, esta gente con la faldita… Vamos, andando me
iba a liar yo con un tío que se ponga falda.

—Pues no se pueden tener tantos prejuicios, mami. Aunque yo


a Logan todavía no lo he visto con el kilt.

—La mar de bonito que estará con el pecho lobo ese que me
lleva y la faldita, una combinación preciosa.

—Mamá, qué bien te has fijado tú en el pelo de su pecho, ¿de


veras que no quieres que te busque él a un highlander de tu
edad? Los hay que están para quitar el hipo. Aquí comer, se
come regular, pero la vista te la recreas que da gusto.

—No es que se coma regular, Luisa, es que tu hija no se


termina de acostumbrar a la comida de aquí, pero comemos de
lo más sano…
—Cómo se va a acostumbrar a estas porquerías. Y de comer
sano no me hables, ¿eh? Donde se ponga un buen potaje de
lentejas al que al día siguiente le añadas un puñado de arroz.
Ay, madre mía, cómo está eso.

—Mami, las lentejas siempre me recuerdan a la bisabuela


Dolores, ¿cómo está? Anda que no le gustan nada.

—Hija, pues cuando asunta un ratito pregunta mucho por ti.


Pero cuando no, ya sabes, pide la talega para irse al colegio, la
cabeza la tiene perdida. Y eso que gana, porque si supiera el
plan…

—Mamá, pues muy buen mozo que diría ella que es, ¿o no
sabes el buen gusto que tiene?

—Y un buen golfo, también, eso diría si conociera el plan.

—Mamá, que no, qué él se ha enamorado de mí.

—Estando con otra que además era su mujer, ¿Cuánto tardará


en hacerte a ti lo mismo? ¿Es que no lo ves? Con lo lista que
soy yo, me pudre la sangre ver lo tontas que son mis hijas.

—Mamá, que eso no es cierto, que hay amores tardíos que son
de leyenda…
—Sí, en las películas y pare usted de contar. A las demás nos
dan por donde amargan los pepinos, si hasta Piqué ha dejado a
Shakira, imagínate lo que nos queda al resto.

—Que no, mamá, que tú tienes muchas virtudes, pero no he


visto persona más negativa.

—¿Negativa yo? Pues no sé por qué lo dices.

—¿Será porque no hay ni una vez que creas que las cosas me
pueden salir bien?

—Con Gonzalo lo creía, con él sí.

—Mamá, pues si tanto te gusta Gonzalo, quédatelo.

—¿Qué dices? Si es un niño a mi lado.

—De eso nada, lo que tiene son diez años menos que tú, así
que híncale el diente, que para ti es un yogurín.

—Que no, niña, que no me líes, que me gusta para ti.

—Pues va a ser que no, mamá, yo quiero al highlander.


—Eso, tú caballo grande, ande o no ande. Y ya verás cuando
deje de andar, luego no querrás que te diga eso de que…

—De que me lo advertiste, mamá, qué pesadita eres. Sí que me


lo has advertido, sí, unos cincuenta millones de veces más o
menos—resoplé.

—No, si encima una no puede hablar porque sirve de


cachondeo, es que no hay derecho, no lo hay…

—Mamá, arráncate—la invité a levantarse y me puse a cantar


aquella de “no hay derecho, no hay, no lo hay” con la falda
cogida y arrancándome por una rumbita.
Capítulo 16

El domingo mi santa madre amaneció con cara de perro, para


no variar. Aunque es un decir, porque Brendita corría por allí,
que esa estaba también la mar de espabilada, y no podía ser
más bonita la condenada. Quién lo iba a decir, le había pasado
como al patito feo del cuento.

—Buenos días, mami—Le di un beso.

—Porque tú lo digas, no sé qué les verás de buenos.

—Sigues estando de morros, ¿eh? —Le di un codazo.

—Es que no solo estoy preocupada por ti, que también, sino
que me había hecho a la idea de que mi nieto nacería allí, yo
no quería que fuera un soplagaitas.
—No tengas guasa, que aquí todo el mundo no la sopla. La
gaita quiero decir, lo otro cada cual verá, irá al gusto, como en
todos lados.

—Hija, es que no lo entiendo, ¿con todos los hombres que hay


en el mundo no se te ocurre quedarte más que con el que ya te
ha fallado?

—Ya lo sé, y no veas si yo le di vueltas, no creas que me bajé


las bragas a la primera.

Mi madre me miró un poco mal, dejémoslo ahí.

—No, si al final la tendremos…

—Vale, que no quieres saber los detalles. Mami, que tú no lo


crees, pero que hay amores de leyenda.

—¿Cómo cuáles, hija?

—Como el de Carlos y Camila, mamá, por mucho que a ti te


gustara más Diana.

—Hombre, no me vayas a decir que hay color porque entonces


pensaré que definitivamente se te ha ido la chaveta.
—No, mamá, no hay color, vale, ¿y? Él lleva toda la vida
perdidamente enamorada de ella, yo no quiero tener que
esperar a ser mayor para ser feliz, ¿no lo entiendes?

—Lo entiendo porque no tiene las orejas del otro que, si no, no
lo iba a entender te pusieras como te pusieras—Por primera
vez desde que estaba allí esbozó una sonrisa.

—Mami, ¿te has enterado de que dicen que se nos viene


encima una buena crisis financiera?

—Sí, hija, no hay más que ver lo que cuesta un kilo de


tomates, más o menos como empastarte una muela, pero
¿ahora te has metido a economista?

—No, mamá, si digo aquí. Con eso de que este hombre va a


ser rey ahora tienen que sacar las monedas con asas…

Mi madre hasta pataleó. La jodida sería negativa, pero también


tenía mucho sentido del humor y yo de siempre la hacía reír
muchísimo, una barbaridad.

—Cariño mío, ¿qué voy a querer yo para ti? Que seas feliz.

—Que sí, mamá, como en la canción de Perales, que ese


también te gusta a ti mucho. Se me está metiendo a mí en el
moño que tengo que buscarte un novio.
—Ni se te ocurra, que con el ojito que tienes para ti, no me
imagino lo que me buscarás a mí.

—Mamá, reconoce que está bueno, porque está que se sale,


vaya…

—Hija, bueno sí que está, ahora lo que falta es que también lo


sea.

—Mamá y lo es. Yo me decidí porque verás… No te creas que


estaba por la labor, que también lo arañé unas pocas de veces,
pero cuando fueron a sacarme al pollito a traición lo vi en la
capilla del hospital y más que verlo lo oí. Estaba destrozado y
no sabía que yo lo escuchaba.

—¿En la capilla? ¿Entonces es verdad que sea católico? Creí


que lo dijiste para callarme la boca.

—Que no, mamá, que a este todavía nos lo llevamos un día al


Rocío y nos lo pasamos allí que no veas. Por la bebida no te
preocupes, que la familia tiene una empresa de bebidas
espirituosas.

—¿Espirituosas? ¿Y eso qué es, niña? A mí me suena a


película de miedo.
—Que no, mami, whisky y demás. Yo cuando eche al pollito
al mundo me voy a coger una borrachera que no veas, que
tengo mucho que celebrar.

—Ay, mi niña, si estás muy feliz, eso sí que lo veo. Y la casa


es preciosa, se ve que esta gente maneja.

—Y todo esto es para él, mami, que su mujer acaba de heredar


un casoplón que no veas…

—Oye, niña, si vas a estar con él, no digas más eso de su


mujer.

—Es la costumbre, es verdad. Pero que yo sé que soy su diosa.


Este se va a divorciar por la vía de la urgencia, ¿sabes que ya
me está hablando de boda?

—Mucho quiere correr, ¿no tendrá algo que esconder?

—Mamá, ese solo tiene un secreto oculto… Oculto en los


pantalones y mejor que siga siendo secreto o me tendré que
matar con las demás.

Logan llegó y nos pilló allí dándole a la sin hueso a tope.

—¿Ya te has convencido de que quiero a tu hija, Luisa?


—Júrame ahora mismo que la vas a cuidar, dame la palabra
esa de highlander.

—Por supuesto que la voy a cuidar y, además, me voy a casar


con ella.

—Mira, mamá, lo chulo que se cree… Este se piensa que tú le


vas a dar mi mano, así como así, ¿a que no? —Le di algo de
carrete a ella.

—Por supuesto que no, anda que no tendrá que pasar pruebas,
más que los de “Supervivientes”.

—Mamá, tampoco te pases, no sea que me lo dejes chupado.

—No, si chuparlo ya lo vas a chupar tú, niña, tú hazte ahora la


tonta.

Las aguas iban volviendo poco a poco a su cauce. Mi madre


venía sin billete de vuelta y accedió a quedarse unos días más
con nosotros, entre otras cosas porque miraba con lupa todo lo
que hacía Logan.

En cuanto a él, ese seductor nato se había propuesto ganarse a


su suegra y pronto vi que sería hasta posible. La vida da
muchas vueltas y en aquella parecía que la suerte se estaba
poniendo de mi lado. Ya iba siendo hora, por otra parte, que
nos tocaba vivir nuestra aventura en las Highlands.
Capítulo 17

Por la tarde fuimos a dar un paseo al Lago Ness. Los niños


hubieran preferido que mi madre se montase en el
emblemático tren de Hogwarts, pero no quisimos alejarnos
demasiado de casa, que yo no debía hacer esfuerzos.

De hecho, en el lago lo único que hice fue dejar que me


sirvieran un sabroso picnic que habían preparado entre los dos,
no entre los dos niños, que entonces habría sido radiactivo,
sino entre mi madre y el highlander.

—No, si al final os vais a llevar bien y todo, os veo brindando


y emborrachándoos juntos en el bautizo del pollito.

—Si este se comporta, igual hasta dejo de mirarlo como si le


estuviera echando un mal de ojo—Reía ella.

—Es verdad, mamá, que como nos traigas el mal fario…


—Niña, que yo no le he puesto dos velas negras, aunque más
de una vez he deseado que lo parta un rayo, si te soy sincera.

—Y yo hasta hace nada, como le caiga la mitad de lo que le


hemos deseado entre las dos. Pobrecito, mi highlander, que es
muy bonito, ¿es o no, mami? —Le di un beso.

—Muy bonito, sí y muy gracioso también. Quién me iba a


decir que tendría que venir hasta aquí para ver esa barriguita
tuya, cómo me recuerdas a mí cuando yo estaba embarazada.

—De mí, mamá, porque siempre has dicho que de Mónica te


pusiste muy fea, y yo no estoy fea, ¿verdad?

—Tú qué leñe vas a estar fea, hija, tú debes tener a todos los
highlanders babeando.

—Pues no te creas, mami, que apenas salgo y este ni me invita


a cenar fuera ni nada—Comencé a picarla un poco.

—Tú, ¿qué dice la niña? Mira que a ella no le van a faltar


highlanders que la pretendan, ¿eh? O te pones las pilas o tienes
todas las papeletas para perderla. Y te lo tendrías bien
merecido…

—¿A que sí, mami? Si a mí los pretendientes me salen a


montones. De hecho, hay un chaval que se llama Alec que está
loquito también por mí, es el profesor de Duncan y este ya
sabe cómo me las gasto yo, así que…

Sentía tener la sartén por el mango en esos momentos, así que


jugué a darle celos.

—Por supuesto que sí, hija. Hombres te van a faltar a ti con lo


monísima que estás y en la flor de la vida, que eres una niña. Y
tú, Logan, pon la oreja, que ya ves lo que dice la niña.

—Sí, a la niña le encanta picarme, no veas cómo se las gasta,


Luisa.

—¿Y eso? Cuéntame…

—No, que tú eres su madre y me da reparo hablar contigo de


esas cosas.

—Déjate de pamplinas, que yo no me voy a asustar de nada de


mis hijas.

—Claro que no, mamá, así me gusta. Total, si no fue nada, que
antes de estar con este, pues que un día me di el lote en el
coche delante de su casa con Alec, que le pasa por estar como
“La Vieja de El Visillo”, espiando. Yo ni me acordaba de él y
él estaba ahí que le faltaba solo sacar los prismáticos. Pues le
tocó joderse, que no hubiera mirado. Una está de muy buen
ver y los highlnaders es que se me tiran encima.

—Pero hija, ¿te diste el lote en la puerta?

—Sí, mami, un lote a fondo. Vaya, que dejé que me metiera la


palanca de cambio, que ya sabes que soy como un coche de
competición, me revoluciono enseguida.

—De lo que dice la niña deduzco que también has aguantado


lo tuyo, Logan.

—Estoicamente, Luisa, estoicamente. Yo no digo que no haya


metido la pata, pero puedes jurar que me las ha hecho pasar
canutas.

—No, tanto, si al principio estabas agilipollado. Mamá, ni


sabía ponerse los cordones, fíjate el plan.

—Hija, entonces sí que le cayó parte de lo que le deseamos,


me estoy dando miedo.

—Es que nosotras, mami, donde ponemos el ojo ponemos la


bala. Este ya está en reparación, como aquel que dice, ahora
vamos a buscarte uno para ti.
—Qué dices, niña, a ti te han trastornado estas tierras, que ya
te digo que no me gustan a mí estos tíos…

—Que sí, mamá, que funcionan muy bien y que vienen con
garantía como los coches…

—Pero si ni siquiera hablamos el mismo idioma, ¿cómo me


iba a entender yo con uno de estos? Que no, que además yo he
venido de turismo familiar, no sexual. Para eso me habría ido
al Caribe, niña, que ya sabes que a mí los que me ponen son
los caribeños.

—Mamá, pero es que no sabes lo que dices, ¿tú los has


probado?

—Ya sabes tú que no, si a mí no me ha dado tiempo más que a


formarte la pajarraca a ti y de paso a tu novio, no me da la vida
para más.

—Ya te va a dar, tú coge al niño y que haga señales—le


indiqué a Logan.

—¿Señales de qué? ¿De humo?

—No, empanado señales marítimas, que veo una barca de


lejos y yo creo que es la de Peter…
—Madre mía, qué recuerdos me trae a mí esa barca.

—Calla, egoísta, que no estamos hablando de ti, ahora vamos


a ennoviar a mi madre. Dile al niño que le haga señales y a la
princesa dile que deje ya de mirarse en el agua y que esté
pendiente de la perra, que se va a ahogar y tendremos otro
velatorio.

—¿La niña se va a ahogar? Pero si sabe nadar perfectamente.

—La niña yo, se ahogará la perra y aquí formáis unos cirios en


los entierros que son de aúpa. Cuéntale a mi madre lo de
cuando palmó tu suegro.

—¿Qué quieres que le cuente? Si la única que formó el taco


fuiste tú, que te tiraste encima de la caja y sin paracaídas.

—¿Mi niña quería que la enterraran con el carcamal ese? Ay,


Dios mío, por tu culpa, highlander, así la tendrías de harta…

—¿Qué dices, mamá? Yo me tiré a sacar a la perra, que se


había escondido en la caja, la jodida. Más cachonda… Ahora
que, si no la llego a oír, se le acaba todo el cachondeo, qué
plan.
Logan cogió al crio y lo subió encima de sus hombros. Peter
enseguida llegó remando hasta la orilla, que ese tenía los
brazos como dos patas de jamón de ese bueno de Guijuelo.

—Campeón, ¿qué quieres? Ya sé yo lo que quieres, que te dé


un paseíto en la barca, ¿no? —le preguntó a Duncan.

—No, Peter, dáselo a mi madre, que la tengo aquí detrás


escondida, que no quiere subir dice, que igual aparece el
monstruo.

—Señora, salga, que el monstruo no tiene narices de aparecer


mientras esté yo por aquí y pobre de él como lo haga.

—Ya lo veo, ya, si tiene usted los brazos como Popeye, solo le
falta la pipa porque el gorrito también lo lleva, qué gracioso—
Le salió a ella la risita.

—Venga, mami, si está poniendo tó perra, ¿a qué esperas para


subirte? A la barca, digo, que están los niños por aquí y no es
plan de otra cosa.

—No, hija, ¿qué se me ha perdido a mí ahí en medio del lago?


Que no, que igual naufragamos, que a mí me da mucho respeto
el agua.
—Claro que sí, mamá, Yo lo estaba pensando, que lo chungo
sería que naufragaras y te marcaras aquí un “Titanic”. Logan,
cógela y la subes en la barca a la fuerza, hazme caso.

—Suegra, los deseos de Brenda son órdenes para mí.

—Si es que es una orden directa, chalado—le aclaré.

—No, no, a mí no me cojas que me da vértigo y el agua me da


miedo…

—¿Qué agua, mamá? ¿Te crees que vas a cruzar el Cabo de


Hornos? Si hay dos palmos, no me hagas hablar. Súbete ya,
que te está el hombre esperando y va a pensar que las
españolas somos carajotas…

Al final, Logan la cogió y mi madre no pudo patalear más,


pero terminó en la barca. Peter comenzó a remar y ella estuvo
por echarse abajo. Ciertamente, a mi madre le daba cierto
respetillo el agua, no es que se lo estuviese inventando, pero
yo no estaba dispuesta a que perdiera la oportunidad de darse
una vueltecita por el Lago Ness mientras yo, muerta de la risa,
le tomaba fotos desde lejos que a la vez le enviaba a Mónica.

Ella: “Así que mamá ha ido para matarte y, al final, terminarás


matándola tú a ella de un sofocón”.
Yo: “Me lo estoy pasando fantásticamente, ¿por qué no me la
enviaste antes? Qué diversión”.

Ella: “¿Enviártela? Se fue sin decirme nada y para mí que


provocaría un conflicto internacional cuando llegase”.

Yo: “Nos pasa igual a todas las mujeres de la familia. Ni me ha


matado a mí ni tampoco al highlander, está encantada”.

Ella: “Eso lo tendrían que ver mis ojos, ¿quién es la que está
subida en la barca y qué has hecho con nuestra madre”.

Mientras me reía charlando por WhatsApp con mi hermana,


mi madre me hacía señales de que me cortaría el cuello a su
bajada, en su línea.

Los niños es que se tronchaban de risa viendo el percal y justo


estábamos todos riéndonos cuando echamos de menos a la
perrita.

—Papá, ¿dónde está Brenda? —le preguntó Bonnie.

—Aquí estoy, niña. Tú serás muy princesa, pero dioptrías


tienes para parar el tren, ¿no me ves? Si tu hermano ha
engordado en los últimos días, menudo barrigón que he
echado. Tu hermano Darío, el otro está que da pena verlo.
Estos días va a cocinar mi madre, os va a entonar a ti y a
Duncan, palabrita.

—Brenda, que no es a ti, que es a la otra Brenda, a la chica…

—¿La perra? ¿Se ha perdido otra vez la perra? La madre que


la parió… Niña, ya le puedes decir adiós, no te creas que se va
a dar la carambola de que la encontremos como la anterior vez.
Yo no me la pienso jugar más…

Bonnie se echó directamente a llorar y Duncan, que era el


lorito de repetición de su hermana, no digamos.

—No lloréis, hijos, vamos a buscarla, seguro que estará por


aquí.

—Claro que sí, como no es inquieta tampoco, se lo habéis


pegado vosotros ahora no me vengáis con llantos. Esa ha dado
dos carreras y está ya en Londres viendo el cambio de guardia
de Buckingham.

Justo se lo estaba diciendo cuando notamos que algo sucedía


en el agua. Desde donde estábamos, mucho no podíamos ver,
pero…

—Logan, ¿tú estás viendo lo mismo que yo?


—Sí, Peter se va a tirar de la barca, es como si fuera…

—Antes se ha tirado un bulto y él ha ido a salvarlo. Esa es la


Brendita que ya está hecha de la piel del diablo como los niños
estos tuyos. Al pollito cuando nazca no se acercan, lo estoy
avisando desde ya, luego no quiero llantos.

Me ponía las manos de visera y trataba de ver lo que ocurría


en la barca, que olía a desgracia. Peter se tiró y sí… Una
desgracia habría porque mi madre casi colapsa. La mujer,
viéndose sola, se puso de pie y aquello que empezó a
zarandearse. Peter se hundió y no se veía, pues sí que había
algo más de dos palmos de agua… Y entonces fue cuando la
que me parió se puso a hiperventilar, se le notaba.

—¡¡¡Omaíta, no te pongas la mar de malita, que no va a


pasarte nada, tú siéntate y espera!!! —le chillaba

—Hija de la gran china, ¡¡¡cómo se nota que quien va en la


barca soy yo y no tú, ay, que me da, que me da!!!

—¡¡¡Rema, mamá, rema, que no te pasará nada!!!

—¡¡¡Yo te mato, ¿tú te crees que yo soy Remedios Amaya?!!!


—Qué arte tiene la jodía, tú no lo entiendes porque estás
crudo, pero es que Remedios cantaba una canción, la de “ay,
quién maneja mi barca, quién…”—me puse a bailar un poco
de flamenquito, que yo tengo mucho salero—. No me mires
así, que fue a Eurovisión y todo, le dieron cero puntos, es
decir, que le borraron todo el cerito, pero a ella plin, menudo
arte.

—Arte el de tu madre, que dice que se tira.

—¿Cómo se va a tirar? Si ella nada a estilo perrito y a lo


justo…

—Voy a por ella—Salió corriendo.

—Ole los tíos guapos, y luego te digo que no sirves para nada,
qué mala lengua tengo, highlander.

Mi Logan se tiró de cabeza al lago y llegó a toda leche hasta


ella. A mí me puso chorreando y eso que yo no me metí en el
agua, solo de ver el plan…

Cuando por fin llegó a la barca, mi madre se agarró a él como


un imán a la puerta del frigorífico, un poco más y tienen que
extirpársela de dentro.
—¡¡¡Aprovéchate, mamá!!! ¡¡¡¿Cuándo te habrás visto tú en
otra?!!! —le chillaba yo dando palmas, que solo me faltaba
comer palomitas.

Fue entonces cuando Peter emergió también del agua, ¿qué


capacidad pulmonar tenía ese tío? Me gustó a mí para mi
madre, que se veía que estaba en forma. Eso sí, ella no debió
pensar lo mismo porque cuando lo vio tratar de subirse a la
barca con Brenda en los brazos, le arreó tal remazo en la
cabeza que, entonces sí, creí que lo había matado. Al final,
moría alguien, si es que estaba cantado.

Logan cogió a la perrita a tiempo y luego tuvo que tirarse a por


su vecino, que parecía tener una pata aquí y otra en el otro
mundo. Por suerte, sobrevivió, aunque con una brecha en la
frente que no se la saltaba un galgo.

—Mamá, ¿qué has hecho? —le pregunté cuando todos


llegaron a la orilla.

—¿A mí? ¿Me preguntas a mí´? Si ha sido él quien me ha


dejado sola, niña.

—Mamá, solos por poco dejas tú a sus hijos—le comenté yo.

—No, si yo no tengo hijos ni mujer ni nada.


—Oye, tú tendrás la cabeza abierta como un melón, pero
entrometido eres un rato largo, que estoy hablando con mi
madre.

—Yo creo que se ha merecido poder decir lo que le dé la gana


—opinó Logan mientras trataba de exprimirse la ropa.

—No vamos a discutir porque no vamos a discutir, ¿eh? Que


siempre te tienes que salir con la tuya—le solté.

—¿Yo? ¿Yo soy quien tiene que salirse con la suya?

—No, qué va, mi madre—apuntillé.

—Eso digo yo, tu madre y tú. Y tú y tu madre.

La habíamos liado a lo grande, de vuelta a casa nos dejaron y


Logan se llevó al hospital a Peter, que a ese iban a tener que
ponerle una cremallera en la frente.

Horas después, se me ocurrió…

—Mami, coge un poquito de caldo de ese que resucita a un


muerto y se lo llevas a Peter, que el hombre lo agradecerá.
—Y a mí qué puñetas me importará lo que ese me agradezca o
lo que me deje de agradecer. Otro tarado, los highlanders estos
son todos unos tarados.

—Yo te entiendo, mami, que también me he estado cagando en


la madre que echó por… por donde tú sabes a Logan mucho
tiempo, pero luego se les coge el punto. Y te digo otra cosa,
como empotradores son únicos y tú estás en plena
menopausia.

—¿Y qué hija? ¿Acaso llevo un cartel de “salida” en la frente?

—No, mamá, pero todo el mundo sabe que es una edad muy
bonita para darle al matarile, porque ya no hay riesgo de
preñamiento ni de nada. Tú tienes que agenciarte un
empotrador ya.

—Pues me lo agenciaré en Móstoles y el caldito se queda aquí.

—Que no, mami, que no, que reconoce que te has pasado, le
has abierto la cabeza. Podría haberte denunciado.

—Hasta el Parlamento me habría dado la razón a mí, niñata.

—Claro que sí, mamá, esta es una cuestión de Estado, el


remazo que se llevó el highlander en plena cocorota, supongo
que lo debatirán en la próxima sesión.
—Niña, menos cachondeo que…

—Que me voy a la cama sin cenar. Venga ya, mamá, si estás


deseando ir. Coge ya un táper y no te hagas más de rogar…

—Niña que no, que no me da la gana de bajarme las bragas.

—No seas guarra, mamá, que te he dicho que le lleves un


caldo, no que se te caiga el caldillo con él.

—Niña, yo contigo no voy a discutir de estas cosas que eres


muy chica y me da vergüenza, que me refiero a que ir ahora a
hacerle la rosca es bajarme las bragas y no.

—Mamá, qué radical eres… Yo no sé cómo he podido salir tan


centradita y moderada. Y tú, Brendita, me das otro bocado en
las zapatillas y te doy un bofetón que vuelas sin tomar Red
Bull y sin nada.

Claro que sí, yo era un ejemplo de moderación y de serenidad,


dónde iba a parar.

Rajando, pero se fue. Mi madre lo estaba deseando, solo que


necesitaba un empujoncito. Eso sí, a la hora de cenar aún no
había vuelto. Igual le estaban dando un pedazo de empujón, a
falta de uno pequeño.

—Para mí que tu madre no vuelve hasta mañana y eso si


vuelve—me dijo Logan mientras ponía la mesa.

—Eso o lo ha matado y ha tirado directa para España,


¿tenemos tratado de extradición?

Brendita rondaba por mis pies. Le había dado por morder todo
lo que estaba a su alcance y a punto estuvo de darme un
bocado en el dedo gordo, que me asomaba por la roída
zapatilla. Allí no íbamos a ganar para calzado.

—¿Cuándo dice tu mujer que se lleva a los niños y al chucho?


Y no me mientas que va a ser peor…

—Dice que se está tomando una temporadita sabática y que


agradece mucho nuestra paciencia.

—Pues dile que la paciencia se me está acabando y que no me


va a salir ni por la boca lo que le voy a decir en cualquier
momento, que de ningún tonto se ha escrito nada.
Capítulo 18

Mi madre llegó por la mañana y entró a hurtadillas.

—Mamá, ¿qué horas de llegar son estas? —le pregunté muerta


de la risa y señalando al reloj, como solía hacernos ella a
Mónica y a mí.

—Hija, que resulta que al final Peter estaba indispuesto y…

—Claro que sí, mamá, y yo me chupo del dedo. La que estaba,


no indispuesta, sino dispuesta, eras tú. Y que conste que a mí
me parece maravilloso, que fui yo la que te empujé.

—Que no, niña, que ha sido un acto de caridad cristiana.

—Tus mulas, mamá, cristiana dices… Que le hayas hecho un


favor, vale. Y él a ti uno o unos cuantos también, si eso es lo
que entiendes tú por caridad… Ya me estás contando cómo ha
ido la cosa, fenomenal, ¿es o no es?

—Ay, hija, qué hombre. Sí que es un empotrador, sí… Yo no


recordaba nada así… qué leñe, ya quisieran otros.

—Mamá, tú tampoco es que hayas probado muchos calibres,


no te hagas ahora la chulita, que después de papá poca cosa.

—Tú qué sabrás niña, ¿tú te acuerdas de Pepe?

—Pepe, ¿el vecino que era bombero?

—Ese, ese, pues ese cuerpo fue mío.

—¿Qué dices, mamá?

—Y Rafa, ¿sabes de qué Rafa te hablo?

—Del poli, el que vive al final de la calle, ¿no?

—Ese mismo, pues ese cuerpo fue mío.

—Mamá, me estás sorprendiendo y yo que creía que te habías


dedicado a tus hijas en cuerpo y alma.
—Y nunca os ha faltado nada, niña, ¿no es así?

—Nunca, por supuesto que no. Y a ti tampoco te ha faltado


diversión, cacho perra…

—Pues la cosa no queda ahí, ¿te acuerdas de Alfonso?

—¿El sargento de Marina? Mamá, no me digas que ese cuerpo


también fue tuyo porque al final resulta que tú has catado
todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

—Pues sí, niña, ese cuerpo también fue mío. Y unos cuantos
más de por medio, yo es que siento debilidad por los
uniformes.

—Pero el highlander este no lleva uniforme.

—No, este es la excepción que confirma la regla, pero se ha


puesto la falda para mí.

—¿Qué dices, mamá? No me digas que te pone eso, si siempre


te estás cachondeando, no sé cuántas veces te lo he escuchado
decir.
—Porque no me daba la gana de decirte otra cosa, con el
coraje que le tenía al padre de tu hijo, Brenda. Pero a mí en
realidad me ponen…

—Ya veo cómo te ponen, si traes los ojos como dos


salmonetes de colorados, tú no has pegado un ojo.

—Ni lo pegaré esta noche, he vuelto a quedar.

—¿Qué me dices? Mamá, que estás comenzando un idilio, a lo


tonto a lo tonto.

—Niña, ¿un idilio? ¿Tú eres carajota? ¿Dos polvos mal


contados ya son un idilio?

—Sí, sí, por ahí se empieza y luego te atrapan las Highlands,


yo no sé lo que tienen.

—De eso nada, a mí que me den candela y yo luego me voy a


mi casa, que donde se ponga mi mesa de estufa…

—Bueno, mami, yo no digo nada y lo digo todo, que igual


luego te enganchas, cosas más raras se han visto.

—Niña, no inventes. Yo no estoy abierta al amor, solo a…


—Mamá no me digas a qué estás tú abierta, que se cambiarán
las tornas y seré yo quien no quiera escucharte.

A partir de ahí, los días volaron. Durante el día, aprovechaba


las horas con mi madre, a la que perdía de vista por las noches
y ya hasta la mañana siguiente.

—Mi madre dirá lo que quiera, pero Peter y ella están pillados,
Logan.

—Sí, sí, hoy he visto que él ha puesto una foto de perfil de


WhatsApp con ella.

—¿Qué me dices? Se va a mear, ella siempre dice que eso es


una cursilada.

—¿Sí? —A él se le resbaló el móvil de las manos y yo lo cogí


en el aire.

—Trae aquí, ¿qué estás haciendo?

—Nada, que yo también estaba…

—¡Te como esa cara, highlander! Estabas poniendo una de


nosotros, mira que a veces parece que se te caen los huevos
hasta el suelo, pero otras es que te los comía, ven aquí…
Le eché mano a la entrepierna y lo hice chillar. Y eso que
quien cogió el micrófono fui yo, pero es que me dio un ataque
de romanticismo impresionante, de esos míos… Bueno, cada
uno llama romántico a lo que le dé la gana, ¿no os parece?

El highlander es que flipaba conmigo en la cama y eso que


estábamos limitadillos porque no queríamos romper el huevo
del pollito antes de tiempo, pero entre su lengua y la mía… La
que liábamos era poca.

Yo no quería ni pensar el festín que nos daríamos a diario


cuando ya naciese el niño porque nosotros era tocarnos y nos
encendíamos como dos antorchas. Ni calefacción
necesitábamos… Es un decir, ¿eh? Que el avance de las
semanas iba convirtiendo el otoño en las Highlands en uno
más fresquito que la tarta de la Primera Comunión de Pingu.

Por fin llegó el día en el que mi madre se marchaba y ella


estaba con la lagrimilla en el ojo.

—Mamá, tú dirás lo que digas, pero no te quieres ir, ¿a que


no?

—Hija, yo es que me tengo que ir.


—Haré de nuevo la pregunta, porque veo que estás un poco
sorda, ¿tú te quieres ir o no?

—Yo es que… Tu hermana está allí sola y…

—Mi hermana está en la bendita gloria y yo voy a hacerte una


propuesta, ¿por qué no te quedas hasta que nazca tu nieto? Así
mientras conoces mejor a Peter. Y ya después decides, que
estos highlanders enganchan más de lo que te imaginas, te lo
advierto.
Capítulo 19

Dice Sabina que “el otoño duró lo que tarda en llegar el


invierno” y eso mismo fue lo que me ocurrió a mí.

Por fin había llegado la paz a mi vida. Entiéndase por paz que
ya no me mataba con Logan, sino todo lo contrario. Eso sí, la
casa era una total locura porque la lista de Alisa seguía
haciendo oídos sordos a mis indirectas y a mis directas y
permanecía en Glasgow, pegándose la vida padre.

La muy cachonda es que decía que ella estaba esperando un


niño, como si yo me hubiese comido una aceituna y se me
indigestase.

La cuestión es que junto con el invierno las que llegaron


fueron las Navidades, esas blancas Navidades que allí
cobraban un nuevo sentido, porque había nieve a punta de
pala.
Yo os voy a decir una cosa, que lo de la nieve está
sobrevalorado y me explico. La nieve queda preciosa en las
postales y en las jodidas bolas de cristal, pero cuando sales al
jardín y pegas un patinazo tal que bates un récord olímpico,
igual te cagas en la madre de la nieve y del tío que la inventó.

En fin, que allí estábamos, vistiéndonos para la cena de


Nochebuena cuando sonó la puerta.

—Niños, no habréis partido el cristal de ningún otro vecino a


bolazos, ¿no? Que el otro día vino uno que parecía un
Rottweiler, tuve que echar a vuestro padre por delante.

—Hija, que no, que ese será Peter…

—No lo dices tú contenta ni nada, menos mal que no te


gustaban los highlanders que, si te llegan a gustar, mamá…

—Mujer, este es un romance estacional, yo no me voy a casar


con él.

—Ya, ya, lo mismo decía yo y Logan está que no caga porque


firmemos, aunque este va a hincar rodilla y todo lo que me dé
a mí la gana antes de concederle mi mano. Y eso será si sale
vivo del parto, que como me duela mucho mejor será que
tenga en orden los papeles de los muertos…
—Hija, que te va a escuchar Peter, se dice de decesos…

—Se dice de los muertos, mamá, porque esa es la conclusión.


Fiambre va a salir del paritorio.

—Yo te iba a decir de entrar también, pero visto el plan será


mejor que solo entre Logan, que yo estoy en la flor de la vida.

—No sabes tú nada, mamá. Bueno, ¿abres la puerta o qué? Se


te va a congelar el novio, lo único es que le podrás chupar el
Calippo, eso sí.

Mi madre abrió carcajeándose la puerta cuando comprendí que


ocurría algo raro.

—¿Qué queréis? ¿El aguinaldo? ¿No sois muy mayorcitos


para eso?

Escuché la risa de Alisa y su contestación.

—¿Eres la madre de Brenda? Porque tienes su misma gracia.

Yo, que estaba a puntito de explotar, vi el cielo abierto al


escuchar y a punto estuve de tirarme por las escaleras para
llegar antes.
—¿Qué dice esta muchacha, hija? Parece que tiene una papa
en la boca, aunque con lo enclenque que está del brócoli no
pasa.

—Mamá es Alisa, la ex de Logan y él es su novio.

—Ah, tanto gusto, qué civilizados sois aquí, ¿no?

—Mamá, no digas ni mu que no veas si me he puesto


contenta, no me los espantes…

Alisa se me quedó mirando. Ella me apreciaba mucho, no me


iba a apreciar con el marrón que me había dejado…

—Pero qué guapa estás, ya a puntito.

—Y tú qué perdida no, chochete, ¿cuántos mensajes tengo que


enviarte? Y vienes justo en Nochebuena, a mesa puesta, menos
mal que mi madre ha hecho comida para un regimiento, que si
no… Ya verás qué croquetas, a tus niños les pirran, anda que
son tontos también. Y a ti te vendrán genial, que sigues
necesitando potaje en vena. Pasa, anda, como si fuera tu casa
—le dije con retintín.

—Por cierto, este es Tom.


—¿Este es Tom? Otro enclenque como tú, lo que hay que ver,
con el highlander que tenías y te has quedado con el más
escuchimizado, yo me meo, pero si eres capaz trata de
reconquistarlo, que hasta entonces no nos vamos a liar a palos
tú y yo.

Los niños bajaron las escaleras corriendo…

—Míralos, como si una los hubiera torturado, les den dos


duros a los niños…

—Mujer, si te tienen un cariño que no veas, siempre me hablan


de ti.

—Pues será por teléfono, que cogiste el pescante y no veas.


Ahora te los vas a llevar tú una temporadita, hasta al pollito te
voy a dejar también cuando nazca, para que te enteres, te vas a
cagar.

Logan bajó las escaleras con total parsimonia y Alisa le dio un


abrazo.

—Veo que no se me ha echado de menos en esta casa, estás


guapísimo.

—Che, se mira, pero no se toca, ¡ojito! Que ahora es mío.


Alisa se tronchaba, que ella me conocía y el tal Tom, que tenía
una pinta de pánfilo que no podía con ella, me miraba como si
yo fuera una atracción de circo. Desde luego que a su lado lo
era, porque ese estaba cagado, por mi madre de mi alma.

—Bueno, Alisa, que esta señora que te ha abierto la puerta es


mi madre, aquí no tenemos servicio como tienes tú en el
casoplón. Y el que viene ahora no es el jardinero, es Peter, el
vecino que están liados los dos. Para mí que me dan un
hermanito todavía, que mi madre está ahí, ahí.

—¿Yo? Niña, a mí se me ha pasado el arroz y, y con el


chiquillerío que hay por aquí, solo faltaba…

—Es verdad, señora, tanto gusto—le comentó ella.

—Mamá, dale dos besos, pero ni se te ocurra entrar en


confianza, que se ha vuelto muy lista, nada más que veas el
percal que nos ha dejado.

Por mucho que yo me quejase, la noche no podía ser más


alegre. La casa la teníamos adornada que era una auténtica
maravilla, tanto por dentro como por fuera. Nuestro buen
montón de horas que nos llevó porque yo estaba
estupendamente.
Sí, a mi ginecólogo le faltaría un hervor, pero había dado en la
tecla y me controló las contracciones, llegando bastante bien
hasta el final del embarazo.

Me faltaban pocos días para salir de cuentas y Logan solía


bromear con que su nacimiento coincidiría con el momento de
las doce campanadas. Yo le solía decir que con la campana le
daría a él en la cabeza como la cosa se liara mucho, que era
previsible al ser yo primeriza.

Peter también llegó y lo hizo con un montón de comida.

—Tú te has vuelto loco, ¿te crees que vamos a poner aquí un
comedor social? Mira quién ha venido, Alisa, que se va a
llevar a los monstruitos una temporada y a la perra también,
que esa me tiene a mí hasta la punta del gorro con los
mordiscos, aunque el otro día le di yo uno a ella—les conté.

—No será verdad—murmuró Logan riendo.

—No, qué va. Y se quedó más suave que un guante. Yo estaba


durmiendo y se lio con mis zapatillas sin contemplaciones, sin
reparar en que debajo estaba mi dedo. La madre que parió,
como no tiene afilados los dientes… Ahora, que según me
mordió, la atrinqué y la mordí yo también a ella, a tomar por
saco. En toda la pata, se la dejé como una alcayata, no podía
echar el paso. Oye, y mis zapatillas están intactas desde
entonces…
Todos se reían y más Peter.

—Muy bien, yo lo veo. Pon estas bandejas en la nevera, son


los platos preferidos de tu madre…

—Mamá, ¿Peter te cocina? Qué calladito te lo tenías, cacho


perra. Es para que no haya gresca entre Logan y yo, ¿no?
Porque este de cocina va cortito, menos mal que de otras cosas
va sobrado y eso compensa. Ya me entendéis…

Yo sola me lo decía todo y causé las carcajadas generales,


incluidas las de los niños, que no sabían el calibre de la cacho
burrada que yo había dicho, pero se reían también.

Nos sentamos a la mesa y Bonnie dijo de bendecirla.

—Niña, tú eres más cumplida que un luto, anda dale. Pero no


como dice Fonsi, no vayas a darle despacito, tú dale a toda
leche que yo tengo un hambre que araño, ¿te enteras?

—Vale, yo solo quiero decir…

—Y yo también—la interrumpió Duncan y ella casi lo fulmina


con la mirada.
—Tú solo dices lo mismo porque eres un lorito de repetición,
como dice Brenda. Yo quiero decir que estoy muy contenta de
tener aquí a mi papá y a mi mamá, a Brenda y…

—Niña, menos mal, que ya te iba a echar mano a los pelos,


quién te habrá cuidado a ti estos meses.

—Vale, tú—Rio—. También estoy contenta de que esté aquí


Tom…

—Ese como si no estuviera, porque no hace ruido ninguno,


qué cosa más sosa—Imposible callarme.

—Y también la abuelita Luisa con Peter, que se van a casar.

—¿Quién se va a casar, niña? No inventes, ¿eh?

—Digo yo que se van a casar porque se estaban dando besos


en el vestidor y eso es lo que hace la gente que se va a casar.

—Huy, a la niña esta le falta también un hervor, no le queda


nada que aprender. Seguro que con quince años ya le cambia la
perspectiva, te vas a cagar con la princesa, Logan, cuando la
veas salir por la noche.
—Bueno, Brenda, también quiero decirte que estoy muy
contenta porque Darío ya va a nacer…

—Niña, no mientes ruina, no va a ser esta noche.

—Ya, pero prontito, en unos días.

—Eso sí, vosotros os vais con vuestra madre, que ya os envío


una foto en cuanto nazca. Bueno, vuestro padre, que yo voy a
estar para enviar fotos, no hay quien me aguante nunca,
imagínate recién parida.

—Y también estamos muy contentos porque va a nacer Noah.

—¿Quién es Noah? ¿Qué dices?

—La hermanita, la de mamá, que se va a llamar Noah, ¿no te


has enterado?

—Claro que no, niña, yo a tu madre solo le hablaba para


decirle que volviera. Y la jodida ha vuelto a casa por Navidad,
como los del spot de la tele, pero que no se va más, no tiene
valor de volver a irse.

—A mí es que me han quedado todavía una serie de asuntos


pendientes en Glasgow.
—Si tú tienes papo, intentas irte, que no vas a tener agujero en
el que esconderte. Me debes un pico, ya he dado la señal para
alquilarte la casa de enfrente, que se ha quedado vacía.

—Pero eso no puede ser.

—Claro que puede ser, ahora te traigo el contrato.

—Si yo no he firmado nada…

—Claro que no, porque lo he firmado yo. Esto es como lo de


los niños, lista, que los has parido tú y me los estoy comiendo
yo, si tienes valor, hablas. Y tú niña, ¿has terminado con las
bendiciones? Te habrás quedado a gusto, qué pechaíta, no veas
si me ha entrado hambre, ahora voy a engordar más por tu
culpa.

—Si estás estupenda, mi amor, te puedes permitir lo que


quieras. Yo también deseo hacer un brindis—propuso Logan.

—Tú te callas y a comer, que yo ya tengo baja hasta el azúcar.


Ya nos ha quedado claro que estamos todos muy contentos y
que no hay nada que pueda fastidiarnos la noche, ¿es o no es?
Yo tenía claro que era. Por supuesto que era, solo que a veces
está ahí el destino, rezagado, riéndose mientras te hace un
corte de manga. Y esa vez me cogió desprevenida. Menos mal
que me dio tiempo a comerme el postre, que si no… Si no
reviento todavía más.

Esa noche sí que sí. Por mucho que una se asuste en otras
ocasiones, cuando llega la hora de dar a luz de verdad hay
señales inequívocas que te anuncian que así es.

—Logan, Logan, la madre que te parió—le dije tomándole la


mano fuerte por debajo de la mesa.

—¿Qué te pasa, cariño? Tienes mala cara.

—¿Qué me va a pasar? ¿Y todavía me lo preguntas? ¡¡¡Si es tu


culpa!!! —le chillé.

—Por Dios bendito, mi niña tiene la cara desencajadita,


Logan, se ha puesto de parto.

—Mamá, no hay derecho, si no me ha dado tiempo a probar


bocado, prepárame un táper y me echas lo mejor, ¿eh? Que los
niños estos son unos agonías.

Para agonía la que comenzaba a sentir yo. Por mucho que


deseara tener a mi pollito en los brazos, el momento del
alumbramiento me asustaba como a cualquiera. O más, porque
yo soy muy echada para delante en muchas cosas, pero para
todo lo que tenga que ver con una gota de sangre me acojono
viva.

—Cariño, voy por el coche—Me dio un beso Logan en la


frente.

—No se te ocurra volver a tocarme, que te acabo de coger


mucho asco—murmuré en un idioma apenas inteligible por el
dolor. Daba miedo escucharme.

—¿Otra vez? Vale, vale, ya me callo—Entendió en cuanto lo


miré porque sí, más le valía callarse al muy inepto de él.

Cogí la bolsa con mis cosas y salí zumbando como las abejas.
Mi madre y Peter se vendrían con nosotros y el resto hizo
ademán de seguirnos también.

—¡Quietos parados! ¿Os habéis creído que esto es una


romería? De aquí no os movéis. Alisa, aquí los tienes, ya te
van a entrar otra vez todos los males de golpe y os podéis
quedar, pero cuidadito con que me falte algo a mi vuelta, tengo
memoria fotográfica, sé dónde está hasta la última de mis
bragas.
Mi madre me iba arreando para fuera como si fuera ganado,
porque yo era capaz de enrollarme como las persianas con tal
de no salir

Bonnie se acercó corriendo hacia mí y su hermano hizo lo


mismo.

—Te queremos, Brenda—Me abrazaron.

—¿Me queréis dejar? Vale, yo también os quiero un poquito,


pero a la próxima que me lieis os dejo de querer, que poco se
habla de que la seguís liando día sí y día también.

—Con el hermanito nos vamos a portar muy bien, yo lo voy a


cuidar. Y este también—señaló al enano.

—¿A cuidar? Y me encuentro pollito al horno en un pis pas,


quitad anda. Ay, Dios, ahora la rata esa. Ponedle una trampa
con un trozo de queso, por el amor de Dios…

—Pero si es Brendita, que también viene a decirte adiós.

—¿Brendita? No le dieran lo que yo me sé, en cuanto salgáis


por la puerta con vuestra madre os la lleváis, ¿eh? Que yo
tengo que centrarme en mi nueva faceta—Me puse muy propia
y salí muy digna.
Yo es que lo tenía muy claro. Por mucho que fuese a parir, una
tenía glamur. Ya me veía haciéndome las fotos en la puerta de
la clínica, estupenda y al día siguiente, como la mismísima
Lady Di en su día, que ese sí que era porte.

Mi madre y yo es que éramos super fans de ella de toda la vida


y eso que a mí no me dio tiempo a conocerla, pero sí a su
legado, qué propia me pongo cuando quiero.

Llegamos al coche y Logan me ayudó a todo, de lo más


caballeroso, vamos que si no lo hace no sé lo que le digo.

—Cómo se nota que te sientes culpable, ¿eh? No veas si duele,


mal vamos a escapar tú y yo esta noche.

—Cariño, cómo me voy a sentir culpable, me siento feliz…

—¿Feliz? No te cogieras los huevos con la tapa de un piano y


no hicieras más niños, ¿en qué se parece esto a la felicidad,
chalado?

—Cielo, tú respira como nos han enseñado en las clases de


preparación para el parto.
—Me han enseñado a mí, que tú sabías desde el primer
momento que te librabas. Pisa a fondo que estoy deseando
llegar para que me anestesien desde la punta del pelo hasta la
del dedo gordo del pie, que no te puedo ni ver.

Logan aguantaba la risa cuando le decía esas cosas y yo


entonces le arreaba un buen pellizco para estar compensados.

—Dios, cariño, que tienes las uñas muy largas y no veas si me


las clavas…

—Te jodes. Mamá dice que le duele el pellizco, ¿es para


matarlo o no?

—Cariño, tú respira, Logan tiene razón.

—Mamá, ¿tú de qué parte estás? Y otra cosa, ¿qué hace el


pánfilo ese aquí? Este tío es gilipollas, mamá, gilipollas
perdido.

En lugar de acompañarla Peter, que debió despistarse a la hora


de salir de casa, el que se había montado en el coche con ella
en el asiento trasero era el pan sin sal de Tom.

—Eso digo yo, niño, ¿tú qué haces aquí? —le preguntó ella.
—Mamá, no te entiende, no habla ni una palabra de castellano.
Abre la puerta y empújalo, que eso sí que lo va a entender. No
sé qué pinta este tío en mi parto.

—Yo tampoco, hija, pero Peter se tiene que haber quedado a


cuadros…

—Mamá, vas a tener razón y los highlanders estos no valen al


final ninguno para nada.

—Que no, cariño, que eso no es así, yo ahora estoy con mi


Peter…
—Ya lo veo, ya. Estás que no cagas, pues se han convertido
oficialmente desde esta noche en el enemigo, que a mí me la
han hecho y muy gorda.

—Cariño, a ti te la ha hecho Logan nada más, los demás no


tienen que pagar el pato.

—Suegra, no la alientes, te lo pido por favor, que corre peligro


mi vida.

—No la hagas, no la temas, niño, que es cierto, bien que se la


has liado a mi Brenda.
Logan tenía un 2x1, mejor que no abriera el pico porque era
sin abrirlo y estaba cobrando por partida doble.
Capítulo 20

Ya llevaba unas dos horas en el hospital y sentía que era la


muerte a pellizcos. Aunque para pellizcos los que le arreaba a
Logan.

Me habían monitorizado en una sala en la que me permitían


estar acompañada de los míos. Vaya, de los míos y del
gilipuertas aquel que parecía mirar la escena como si estuviera
viendo una obra de teatro.

—La cara de gilipollas que tiene y se llevó a tu ex, si aquí el


más tonto hace un reloj de cuco—le decía yo entre contracción
y contracción.

—Y muy bien que hizo, eso me ha permitido estar con la


persona que más quiero en el mundo, que eres tú.

—Tú qué vas a decir si sabes que estás amenazado de muerte.


No te creas que se me ha pasado el cabreo, no… Esta me la
pienso cobrar, eso te lo prometo.

—Cariño, cálmate, ya has oído a la enfermera. Ha dicho que


tienes que calmarte.

—¿Y yo cómo estoy? Si estoy de lo más calmada.

—Cielo, te has asomado al pasillo y ha habido una espantada


general, la gente creía que era un atentado.

—La gente es que tiene mucho miedo y muy poca vergüenza,


yo estoy la mar de tranquila—Justo me vino otra contracción y
le di una coz al highlander.

Sí, yo es que yo soy muy diversa en todas las facetas de mi


vida. Por lo que me habían dicho teníamos unas cuantas horas
por delante y no iba a estar todo el tiempo pellizcándolo, no,
sino que también lo coceaba, le di algún mordisco… En fin,
las cosillas de la vida.

La enfermera se asomó por allí y yo hablé otra vez con ella. Lo


cierto es que la jodida parecía muy reacia a acercarse a la
cama, allí es que no tenían humanidad ninguna.

—Acércate, mona, acércate—le pedí.


—No, no, salvo que te pongan un bozal yo no me acerco, que
antes me has mordido.

—Desconsiderada, si ha sido un mordisquito de nada para


desbravar, que me venía una contracción, ¿qué culpita tengo
yo de eso?

—Yo sí que no tengo culpa, ya he dado parte a dirección.

—Cojonudo, que venga el director si tiene huevos y ya le


explico directamente a él.

—¿Qué te pasa? ¿Qué tienes que explicarle?

—Que sois todos unos inútiles y que a mí la epidural no me


hace efecto.

—Si no te la hemos puesto todavía, mujer, ¿qué efecto te va a


hacer?

—¿Y a qué puñetas estáis esperando? Yo me voy a levantar y


lo de “La matanza de Texas” va a ser un patio del colegio al
lado de esto.

—A que dilates, ya te lo he explicado un montón de veces—


resopló.
—A mí con malos modos no, ¿eh? Que yo te estoy hablando
con mucha educación, así que soy capaz de cogerte por la cola
esa que tienes y fregar toda la planta con ella, que me están
entrando muchos bríos.

—Te pido por favor que trates de calmarla, a mí me está dando


la noche—se dirigió a Logan.

—Te estoy escuchando carajota, ¿no tienes valor de decírmelo


a mí?

—Yo es que ya tengo bastante con lo mío, que me vais a tener


que ingresar politraumatizado—le contestó el highlander.

—Qué lástima de tanto cuerpo para nada, te lo digo de verdad,


qué plan—resoplé yo—. Y tú, vete a por una inyección de
epidural del tamaño de un cohete de la NASA y, como no lo
traigas, la encuentro yo y te lo meto por el culo—la amenacé.

—Cariño, por favor, tienes que calmarte.

—¿Tú otra vez, mamá? ¿De qué parte estás? Te lo repito, es


que te miro y no te conozco. Como sigas así vas a cobrar
también.
—Y te arreo un guantazo que hasta entonces no se te quitan
todas las tonterías, hija, que yo a las buenas soy muy buena,
pero a las malas…

—Vale, vale, mamá, contigo me he colado. Dile al soso que se


acerque, que se va a llevar lo suyo y lo tuyo—Puse cara de
sádica.

Qué va, ese era muy listo, otro que tenía cara de tonto y se las
sabía todas. Eran tal para cual, Alisa y él, la pareja ideal…

Eso sí, en un momento dado sacó su móvil con la intención de


grabar un vídeo.

—¿Qué puñetas se supone que haces con eso? —le pregunté.

—Grabar un vídeo, Brenda, es el momento más emocionante


de tu vida.

—Logan, dale un buen puñetazo que yo después te lo


devuelvo. Y métele el móvil por…

Tenía que tratar que tranquilizarme. Lo sabía, no era nada


fácil, pero de seguir así tendría que parir con aquellos tres
porque se corrió la voz y a las enfermeras les daba miedo
acercarse por allí.
En un momento dado, se abrió la puerta.

—¿Vienes con la epidural o tengo que darte más fuerte? —


pregunté, creyendo que era ella.

—Vengo con un montón de paciencia, porque sé que voy a


necesitarla, ¿cómo estás?

—Otro que mejor baila, ¿qué haces tú aquí, Liam?

—¿Venir a ver un espectáculo de flamenco? Ha llegado a mis


oídos el ingreso de una parturienta que es un auténtico show y
he sabido que eras tú.

—Muy listito eres, pues demuestra que tienes mano aquí y que
me pongan la epidural. Yo quiero que me seden completa, que
no sienta nada ni ahora ni hasta dentro de tres meses, aunque
me pierda los enviones de este—Señalé a Logan.

—Déjame echar un vistazo, ¿vale?

—Vía libre, como el que va al cine. Pero que sirva para algo,
que si no voy a pensar que eres un guarrón que lo único que
quieres es verme el toto.
Liam se rio a mandíbula batiente y hasta Tom lo hizo. Por
primera vez lo vi reírse y eso que yo creía que estaba muerto.

—Al saber lo que les habrás dicho en ese endiablado idioma,


hija.

—Eso digo yo, mamá, ¿tú no vas a aprender a hablar inglés?


¿Y cómo te piensas entender con Peter? ¿Toda la vida por
señas?

—No, hija, ya está él aprendiendo castellano, lo puse en una


academia la semana pasada.

—Ole mi madre que tiene todo el arte. Oye, que eso duele, no
toques, por qué tocas—le pregunté al más puro estilo Amador
Rivas al otro.

—Ya te falta poco para ponerte la epidural, tranquila que lo


estás haciendo muy bien, has dilatado bastante.

—¿Muy poco? Me la tendríais que haber puesto anteayer y no


que estoy pasando unos dolores que para mí se quedan. Os voy
a denunciar a todos, a ti el primero, por chafardero y cuentista.

—¿Por qué me dices eso?


— Porque dijiste que todo iría muy bien y mira, me estoy
muriendo a chorros, como cantaba La Pantoja, a mí me va a
dar algo.

—Y está yendo muy bien, ¿qué te creías que era dar a luz?
¿Un paseo por un parque de atracciones?

—Qué fácil es hablar cuando se tira con pólvora ajena y qué


poquito sabes tú de las ganas que te tengo, desgracia con patas
—Hice por cogerlo por el pescuezo, pero se me escurrió como
si fuera un gato.

—Cariño, por favor, cálmate—me pidió Logan.

—Ya te cogeré, Liam, ya te cogeré, ya tendrás que acercarte


para algo.

De momento, se quedó allí con nosotros un ratito, pero me


hablaba desde la puerta. Era la distancia de seguridad que se
habían puesto todos, incluso Logan trató de ponerse a su lado,
si bien a él no le salió bien la jugada.

—Apártate de mí y eres hombre muerto, tú a soportar los


dolores, como yo.

—Yo creo que a él ya le duele más que a ti, hija. Al final me


está dando pena y todo, te debe querer mucho porque lo estás
apaleando y ahí lo tienes, fiel a tu lado.

—De fiel nada, que quería irse con ese—Señalé a Liam.

—Especifica, cariño, que parece otra cosa…

—A mí no me importa, ¿eh? —aclaró Liam.

—No, si al final me quiere robar el highlander y todo. Mamá,


mira en Internet cómo se fabrica una bomba casera y te
entretienes, que tú eres muy mañosa.

—Hija, no digas disparates, tú a lo tuyo.

—Mamá, si es que no puedo más, me parece que voy a


explotar.

—Más o menos de eso se trata, pero luego te lo pondrán en los


brazos y se te olvidará todo, querrás repetir.

—¿Repetir? Mamá, si me quieres…

—¿Qué vas a decir? ¿Lo de “si me queréis, irse”, como en la


boda de Lolita?
—Que más quisierais, si me quieres, porque tú eres la única de
aquí que me quiere, no dejes de apretarle los huevos a Liam
hasta que me ligue las trompas.

Mi madre negaba con la cabeza y así transcurrió un rato más


hasta que por fin llegó el momento.

—Ahora sí, Brenda, vamos a pasarte a paritorio y te


pondremos la epidural—me anunció Liam.

—Mal rayo te parta, ya era hora, que eres más lento que el
caballo del malo, tira ya de la camilla.

—Ahora viene el celador, no te preocupes.

—Eso, como me duele a mí y no a ti, pues despacito, como


dice la canción, no sea que te hernies.

—Cariño, voy yo también con vosotros—Mi madre le echó


valor.

—Vale, mami, pero lo que ocurra en el paritorio se queda en el


paritorio, no quiero luego chascarrillos.

—Claro que sí, mi niña.


Logan me cogía la mano. Mucho quejarse, pero le quedaba
una entera o casi entera, que lo único que tenía era un buen
moratón y ya. Él no me dejaba ni a sol ni a sombra tampoco.

—Lo estás haciendo muy bien, Brenda, eres una campeona—


me decía Liam.

—No hace falta que me hagas la pelota porque te voy a


denunciar igual.

—¿Y eso por qué?

—Por ingrato y por incompetente, chalado.

—Venga, mujer, si te falta nada, de veras que te falta nada—


me animaba.

—Pues si falta tan poco, termínalo tú listo. Yo ya no siento las


piernas, como Rambo, no puedo más.

—Sí que puedes, tú eres una campeona.

—Y dale, que no hace falta que me digas nada de eso, que ya


lo sé yo. Mamá, dale un tapabocas, que yo no llego.
—Cariño, si te está diciendo la verdad, lo estás haciendo
fenomenal.

—Tampoco es para darme un Nobel, aquí no hay más que un


camino; el de empujar y ya, ¿eh?

—Pues eso, cariño, empuja, empuja—añadía Logan.

—¿Que empuje? La próxima vez que quieras empujar tú vas a


saber lo que es bueno, ¿no ves la que has liado? Estarás
contento. Lo que te hice con el cable pelado te va a saber a
gloria al lado de lo que te sucederá, tú ya tienes un pie aquí y
otro en…

—El que tiene un pie ya en este mundo es tu hijo, Brenda, ya


le veo la mata de pelo…

—Liam, no me digas que es pelirrojo porque me da un


parraque, que se va a parecer a los niños de este y no.

—No, este tiene el pelo negro…

—Mamá, es un chulapo, este es madrileño de pura cepa.


Mucho highlander, pero resulta que aquí los genes dominantes
los tenemos nosotras, que se jodan todos.
Choqué los cinco con mi madre con tal fuerza que la tiré
contra la pared. Logan la estaba levantando cuando vi que
Liam ponía cara de pocos amigos.

—Oye, no me digas que algo va mal porque se caga la perra,


te juro que te va a caer una encima que vas a desear no haber
nacido.

—No es que vaya mal, Brenda. Va… extraño.

—¿Cómo extraño? ¿Viene un Gremlin en vez de un niño? Ay,


a ver si de tanto decirle pollito…

—No es eso, Brenda, claro que es un niño, solo que un niño…

—Habla, puñetas, habla ahora o te callo para siempre—lo


amenacé.

—Es un niño de color, Brenda, tu niño es de color.

A la siguiente que tuvieron que coger del suelo fue a mi madre


y no por lo de la leche con la pared, sino porque se desmayó.
A nosotras se nos daba muy bien eso y en una ocasión tan
especial le tocó a ella.
En mi caso, noté como si acabaran de inyectarme algo
ardiendo en las venas y, por una vez, no era porque estuviera
calentita, pues tenía yo el cuerpo como para pensar en
guarradas.

—¿Qué estás diciendo, Liam? ¿De qué color? Mira que eres
gilipollas, siempre con las tonterías, luego no quieres que te
diga cosas—le pregunté un tanto nerviosa.

—De color, de color…

—Arranca la moto o te arranco yo la nuez, tú verás.

—De color negro, Brenda.

Mi madre, que poco a poco volvía en sí a base de las


cachetadas que le estaba dando Logan, volvió a desvanecerse.
Para mí que el highlander pagaba con ella lo que estaba
sintiendo en esos momentos.

—Trae aquí, anormal, que eso es que está sucio, ¿tú no sabes
que los niños vienen con una capa de pringue como cuando
metes el puchero en el frigo? Tú qué vas a saber si no te has
comido un buen puchero en tu vida.

—Brenda, esto no se le va a quitar, te digo yo que no se le va a


quitar.
—Porque tú lo digas, trae al niño y una manopla y déjaselo a
mi madre, que ella lo escamonda todo. No, mi madre no va a
poder hacerlo, bastante si sobrevive a esto, trae el desfibrilador
para ella y la manopla para mí.

—Brenda, tu hijo no se va a aclarar por mucho que tú lo


pretendas.

—¿Y tú qué sabes? Mira lo que le pasó a Michael Jackson,


listo. Además, que eso tiene que ser mierda o algo que me
hayan inyectado los demonietes mientras dormía, seguro que
ha sido eso. Fíjate en si más que negro es azul que igual es
tinta.

—No, Brenda, no…

Yo a Logan es que no podía ni mirarlo. Enseguida caí en lo


que estaba pasando, una pesadilla… Normal, si yo había
atravesado por muchos avatares, ese era el estrés, que no
perdona. Luego, sin embargo, recordé que yo llevaba un buen
puñado de horas así y que el toto me dolía que era un primor,
aparte de que me lo habían puesto como las puertas de El
Corte Inglés el primer día de rebajas.

—Logan, desde ya te advierto que esto tiene una explicación


—le dije mientras yo la buscaba mentalmente.
¿Qué narices había pasado? Si yo no me acosté con nadie en la
época que estuve con él y menos con un padre así, que a mí
me tiran tela los de color, como a mi madre… Y no, claro que
me acordaría, no me iba a acordar con lo que dicen que tienen
entre las piernas…

—Ya, ya sé que tiene una explicación—Me miró con toda la


tristeza del mundo.

Yo no he sentido una aflicción más grande en la vida que la


que sentí en ese momento, mientras Liam sujetaba a mi hijo y
yo veía que sí, que blanco no era.

—No, cariño, no pienses mal, te lo ruego.

Su cara no demostraba enfado, sino algo que todavía me dolía


mucho más; la más profunda de las decepciones. Yo solo
trataba de recordar si había algún episodio excitante de mi vida
que pudiera haber pasado por alto y no, claro que no lo había.
No estaba loca por mucho que a veces lo pareciera.

Era un auténtico rompecabezas. Mi madre volvió en sí por fin


y lo miró.

—Hija de mi vida, ¿se te ha quemado el pollito?


—Ay, mamá, que te prometo que yo no he hecho nada, si es
que esta vez no he hecho nada.

—Pues para no haber hecho nada, la has liado bien…


Capítulo 21

No sabría describir el clima a partir de ese momento. Al subir


a la habitación, les pedí a todos que me dejaran a solas con
Logan. E incluyo a Peter, que también había llegado.

—No sé lo que estarás pensando, pero esto no es lo que


parece, Logan. Lo tenemos que hablar.

—Brenda, me considero un hombre juicioso, creo que no he


perdido los nervios en mi vida, pero no me tomes por tonto,
eso no lo hagas.

—Oye, que la primera sorprendida soy yo, ¿eh? —le decía con
mi pequeño pollito en el regazo. No podía ser más bonito, es
que no podía serlo, estaba dibujadito el jodido, qué ternura,
madre… Pero sí, a qué negarlo, también estaba tostado y bien
tostado.
—Perdona, pero no creo—me soltó con todo el retintín del
mundo.

—Lo estás diciendo con mucha guasa, cuidadito con el tono,


¿eh? Que parece que no me conoces.

—Ese es el problema, que parece que no te conozco. Es más,


ahora apuesto a que no te conozco.

—Uy, te me estás subiendo tú mucho a las barbas y a mí no se


me sube ni Dios, si yo te digo que el niño es tuyo, el niño es
tuyo y punto.

—Claro, y mañana me dices que me tire de un puente y yo me


tiro. Yo tengo que creerme lo que tú me digas, incluido que
soy el padre de esa preciosidad que no tiene la culpa de nada,
pero que no…

Su mirada denotaba pena e ira a partes iguales. Ni siquiera


había cogido al niño y eso me ofendía. Yo es que soy así, si
algo me ofende, me ofende, con independencia de que igual
tuviera algún motivo.

—Pues claro, porque yo no te mentiría, eso nunca, aquí el


único mentiroso fuiste tú.
—Exacto y tú no me has mentido jamás ni cuando me dijiste
que el padre del niño era Israel ni cuando me dijiste que hiciste
un trío… Aunque en realidad es cierto, no me mentías, es que
no sabías quién era su padre.

—¡De eso nada! ¡Su padre eres tú! —le chillé con todas mis
ganas.

—Te lo ruego, no quieras seguir con esta pantomima.

—Que no es ninguna pantomima, que es verdad, ¿cómo te lo


tengo que decir?

—Es que yo ya no te creo, Brenda, ese es el problema que no


te creo. Puedo admitir que me mintieras, pero no que quieras
seguir haciéndolo, es demasiado. Admite al menos que
estuviste con otras personas y podríamos hablarlo. Sabes lo
que siento por ti, podría vivir con el hijo de otro, pero solo si
por fin me eres sincera.

—Tú estás majara, hombre, ¿cómo voy a decir yo que el niño


no es tuyo cuando se ve a las claras que lo es?

—Sí, sí, sobre todo se ve a las claras. Brenda, no voy a poder


seguir con esto, es superior a mis fuerzas. Creí que te conocía
y no, eres la persona más cínica del mundo, capaz de intentar
hacerle lo negro blanco a cualquiera y nunca mejor dicho.
—¿Me estás llamando cínica? Ya te vas a ir a hacer puñetas de
aquí, pero ahora mismo. La culpa es mía y solo mía, yo dije
que no te necesitaba para nada, que mi hijo no te necesitaba…
Y tú te empeñaste en ser su padre, te empeñaste tú y solo tú.

—Lo siento, siento haber querido formar parte de tu vida, ya


todo me da igual, ¿quieres que te pida perdón? Yo te lo pido,
pero no quieras que me crea lo que es increíble.

—¡Vete de aquí ahora mismo! No quiero verte, es que no te


quiero ver más en toda mi vida. Te odio, te odio tanto—
Contuve las lágrimas, mis ojos estaban a punto de soltarlas
como si fueran un grifo, aunque esperé a que se marchase para
dejarlo abrir.

El ruido de la puerta al cerrarse se me quedó grabado en la


mente, lo mismo que esa última mirada que me dedicó en el
instante final, imposible transmitir más angustia.

Yo dejé abrir las compuertas de mis ojos mientras miraba a mi


niño, a mi precioso Darío.

—Chiquillo, pero ¿qué has hecho? ¿Tú te has ido a Cuba y me


has dejado ahí dentro un cojín? ¿Cómo puedes tener ese color?
Aquel era el gran rompecabezas de mi vida, por Dios que
podría volverme loca.

Mi madre no tardó en entrar por la puerta.

—Yo no voy a censurarte, cariño, solo quiero que te pongas


bien. Un error lo tiene cualquiera—Me dio un beso en la
mejilla.

—Mamá, te prometo por la salud de la bisabuela Dolores que


yo no me he acostado con nadie más.

—Brenda, cariño, que tú eres muy despistada, eso no puede


ser…

—Que sí que puede ser, mami, que te lo prometo, que me


acordaría, yo no estoy trastornada mentalmente por mucho que
a veces penséis que sí.

—Cariño, no sé qué pensar, pero yo te apoyaré de todas las


maneras.

A continuación, entró Peter en la habitación y lo cierto es que


su cara tampoco transmitía alegría precisamente.

—Logan se ha ido, Brenda.


—Ya lo sé, ¿acaso te crees que estoy ciega? En el paritorio he
perdido sangre, no vista.

—Lo cierto es que yo lo entiendo, lo aprecio mucho y supongo


que habría actuado igual… o peor.

—Mamá, lo que me faltaba, dile que se calle.

—Peter, cállate ahora mismo, que la niña está fatal.

—¿La niña está fatal? Perdona, pero la niña es una consentida


y ese tipo de cosas no se le hace a la gente. Alguien tenía que
decírselo y ya se lo he dicho yo, Luisa.

—¿Tú has entrado aquí a sermonear a mi niña con la que


acaba de pasar?

—Pues sí, porque soy un hombre muy recto y…

—Pues si quieres seguir siéndolo ya puedes salir de esta


habitación, porque como te quedes aquí saldrás como una
alcayata de la patada que te voy a dar en los cataplines.

Más o menos la conversación fue así, con la salvedad de que


yo les fui haciendo de intérprete porque entre ellos dos todavía
se entendían regulín. Y menos que se iban a entender.

Peter salió y ese no miró atrás. Era igual o más orgulloso


todavía que el otro, le salió el típico orgullo de highlander.

—Mamá, ¿qué has hecho? Es tu primera discusión con Peter—


Lloré.

—Y será la última, eso ya te lo aseguro. A mí no viene nadie a


ofenderme a una de mis hijas porque me lo como a bocados
grandes, sin masticarlo y sin nada.

—Eres una madraza…

—Y tú serás otra. Trae a esta ricura que a mí me da igual quién


sea el padre, porque lo único cierto es que se trata de tu hijo y
que eso lo convierte en mi primer nieto, mi rey, mi príncipe,
mi…

—Es como un Conguito, pero en bonito, mami. Yo es que me


como a mi bombón, no sé de dónde ha salido, pero me lo
como.

—Hija, a mí dime la verdad, ¿con quién te liaste? Ah, ya lo sé,


te liaste con Halif, el del puesto de las gafas, por eso se las
sacaste tan baratas.
—Mamá que no, que te prometo que no…

—Pero niña, si a mí me da igual, ¿tú te crees que yo me voy a


sofocar por eso? Mira el bombón que has traído al mundo, si
es que no puede ser más bonito.

—Que no, mami, que te prometo que no, ¿cuándo me vas a


creer?

—Si es igual, chiquilla. Deja que lo vea tu bisabuela Dolores,


es que se lo va a comer a besos.

—Sí, mami, pues lo va a ver en breve, porque tú y yo nos


vamos para casa, no se nos ha perdido nada ya aquí.

—Pues sí, cariño, que les den a los highlanders bien dado, que
a mi nieto no le va a faltar ni gloria bendita en Móstoles, ya
estamos tú y yo en el avión.
Capítulo 22

La vuelta a casa tuvo un sabor agridulce, como no podía ser de


otra manera. Y eso que mi madre y Mónica no podían estar
más volcadas con mi bebé, a quien yo adoraba.

—Mira, mamá, y dicen que no se crían bien a biberón, fíjate


en cómo se está poniendo—A mí no me había subido ni la
leche del sofocón que me llevé.

—Está precioso, cariño mío, es la cosa más bonita que ha


parido madre.

—Y el sobrino más achuchable y masticable por mucho que


sea de padre desconocido.

—¿Ya estás con el cachondeo, Mónica? ¿Cuántas veces te lo


tendré que repetir?
—Hasta el día en que me muera y seguiré sin creérmelo…

—Pues igual te mueres hoy porque te voy a agarrar por el


pescuezo sin ganas de soltarte ningunas.

—Tonta, si a mí qué más me da, es solo que supongo que irías


pedo, yo a veces he llegado a cuatro patas y sin saber cómo.
Mamá, eso me lo acabo de inventar—disimuló porque la miró
con ganitas de liarla.

—Ya, ya… Sí, claro, de inventártelo. Menudas pájaras que


estáis hechas las dos.

—Yo no, mami, solo ella—le aclaré.

—No, tú no, a la vista está…

Las tres nos carcajeamos, es que solíamos bromear al respecto,


¿qué otra cosa podíamos hacer?

—Hermana, que yo estoy pensando otra cosa, que igual es que


te echaron burundanga en la bebida o algo, que todo puede ser.

—¿Qué dices? No suelto yo el vaso del cubata ni borracha.


—Si ese es el problema, que al saber la borrachera que
llevarías. Cualquier día te viene un flash y te acuerdas.

—Claro que sí, y me acuerdo de todas tus castas, Mónica, que


también son las mías.

—Cariño, si todo esto te lo debes tomar a broma, ya está, lo


importante es que tienes a tu niño en el mundo, eso es lo único
importante.

—Ya, pero yo me veía casándome ya allí en las Highlands y


con todos los soplagaitas tocándome… Tocando la gaita, tú
sabes, tampoco es que pensara hacer yo una orgía el día de mi
boda.

—Conociéndote no me extrañaría.

—Oye, hermanita, no tengas mala lengua, que no es eso, ¿eh?


Que yo a Logan le he sido muy fiel.

Ella miró a mi pollito y le dio la risa, cómo no iba a darle si


aquel era un enigma mayor que el de la construcción de las
pirámides de Egipto. Lo mismo no iba muy desencaminada
Mónica y en algún momento me echaron algo en la bebida
porque las fiestas de la universidad habían sido muy locas y
hay mucho desaprensivo suelto.
Me reía con ellas cuando recibí un WhatsApp y no, no era de
Logan. A ese se lo había tragado la tierra… Era de Alec, a
quien me encontré el día que mi madre y yo íbamos camino
del aeropuerto y le conté el plan.

No sabia nada el jodido, todavía se dejaba caer preguntándome


y demás, no tenía ganas de atrincarme… Es que una, falsa
modestia aparte, es irresistible. También Gonzalo estaba pico
pala tratando de reconquistarme, si bien hice que mi madre
pusiera una polea en la ventana para seguir dándole croquetas
porque le prometí que como ese pegajoso subiera nos íbamos
mi niño y yo.

No estaba bien, la verdad, pero al menos tranquila y con la


conciencia limpia. No podría vivir con la mirada reprobatoria
de Logan echándome en cara algo que ni siquiera yo sabía
explicar, porque lo cachondo del caso es que seguía sin poder
explicarlo.

Mi niño, eso sí, se había convertido en la gran alegría de mi


vida y cada día me reportaba mayores satisfacciones. Cogía
peso, dormía bien, era lo que se podría decir una maravilla en
niño, digno hijo de su madre.

Yo también tenía que pensar en mi vida sin el highlander


porque Logan ya formaba parte del pasado. Lo puñetero era
que lo seguía echando de menos, no sabía cómo se las apañaba
siempre para lograrlo.
Por echar de menos, también echaba hasta a los demonietes de
sus niños, esos que se habían quedado sin conocer a mi pollito.
Más de una vez soñaba por las noches con que todo había
salido bien y con que estábamos todos en la casa, contentos y
felices. Bien se notaba que era un sueño, porque de ser verdad
ya les estaría yo gritando porque la liarían parda. Hasta a la
miaja de Brendita echaba de menos.

En el fondo todo era normal, yo debía tener un poco de


depresión postparto que ya se me pasaría, porque un poquito
irascible sí que me encontraba.

A falta de pocos días para Reyes ya era hora de que saliera de


compras y de que me volviese a arreglar. Mónica y mi madre
también se merecían verme bien y contenta, sobre todo esta
última, que dejó a Peter por defenderme.

Seguíamos siendo el matriarcado de siempre y yo debía


ponerme bien. Saqué fuerzas de flaqueza y comencé a salir y a
entrar con el carrito deportivo que habíamos comprado para mi
niño, que era una virguería.

Más chula que un ocho, comencé a llenar mi Instagram de


fotos, que yo no era menos que ninguna de las famosas que
lucen con sus niños al poco de dar a luz y que parecen divas.
Sí, yo también llevaba una diva dentro y era hora de que
resurgiera, como el Ave Fénix. En mi vida había cosas muy
bonitas como para amargarme por un highlander, iba a ser que
no.

Más de una vez vi a Gonzalo rondando por los parques en los


que me hacía fotos, por lo que me compré un spray de esos de
pimienta para darle un regalito si se acercaba. Yo ya había
colapsado con los tíos, no quería nada con ninguno y mucho
menos con uno tan feo como ese.

En mi vida solo quería cosas bonitas. Y para bonito mi niño,


que ese estaba que era un caramelo y posaba tierno con su
mami.
Capítulo 23

No se me olvidará. Fue el día 4 de enero por la tarde cuando


mi madre miró por la ventana y no dio crédito.

—Cariño, no sabes lo que acaba de pasar.

—Que se te ha caído la polea y le acabas de dar a Gonzalo con


el túper de las croquetas en la cabeza. Y encima es de cristal,
si no te creyeses que eres una ONG no tendrías problemas,
¿por qué no te dedicas a venderlas? Por lo menos así
trabajarías lo mismo, pero les sacarías una rentabilidad.

—Hija, ¿me dejas hablar?

—Venga, habla, ¿le has abierto el coco? Eso no me lo pierdo.

—No, no, ven, que no es para perdérselo.


De un taxi que acababa de parar en la puerta se habían bajado
Logan y Peter. Y por croquetas seguro que no venían ninguno
de los dos, que yo a esos me los conocía muy bien.

—Mamá, ya han hocicado, se han dado cuenta de su evidente


error. Ahora no vayas a caer en sus brazos a la ligera, date a
valer, que ya te profanará el juju más adelante.

—Niña, ¿qué estás diciendo? Y tápale los oídos a Darío.

—Mamá, si este ya debe saber más que tú y que yo, esta


generación ya ha nacido aprendida.

—Más que tú, no creo que sepa, Brenda.

Mi madre les abrió la puerta y Peter, directamente, le dio un


beso en los morros. Y decía que se daría a valer, la jodida. Si
se quedó pegada a él, menudo fiasco.

—Tú, ya has venido a disculparte y a conocer a tu hijo, ¿no?


Pues has hecho bien, pero a mí no me vas a recuperar. Vamos a
negociar lo de su pensión, que no veas si gastan con lo
chiquititos que son—le solté a Logan sin acercarme.

—El dinero no es problema, Brenda, ya lo sabes. He venido


para decirte que estoy dispuesto a criarlo como si fuera mío.
Entiendo que, después de todo lo que hemos pasado, no
quieras decirme la verdad y que tienes derecho a guardártela
para ti. Y no te censuro, me da igual, te quiero y quiero estar
con vosotros.

—¿A criarlo como si fuera tuyo? ¿Tú a qué has venido? ¿A


que me hierva a mí la sangre? Pero si es tuyo, carajote, ¿es que
no lo ves?

Evidentemente no lo veía, cómo lo iba a ver.

—Brenda, entra en razón, Logan ha hecho un gran esfuerzo


por meterse en tu pellejo y está dispuesto a perdonarte—
añadió Peter, que acababa de separar sus morros de los de mi
madre.

—¿A perdonarme? Pues ya se puede meter su perdón por el


culo. Mamá, que siguen sin creerme, ¿qué te parece?

—Que a ti no te ofende nadie, hija. Y mucho menos en nuestra


casa, ya se pueden ir los dos a hacer unas pocas de puñetas.

Mi madre le dio un empujón a Peter y yo otro a Logan.

—Tienes que entrar en razón, yo he venido con toda la buena


fe del mundo, Brenda.
—Pues la buena fe también te la puedes meter por donde yo te
diga, que problemas de estreñimiento no volverás a tener, ¡a la
puta calle! —le chillé.

Logan se resistió, así que le di un buen puntapié. Todavía


estaba marcado a consecuencia de la que le di mientras paría,
pero ese se ve que no aprendía, ese tropezaba una y otra vez en
la misma piedra.

—Cariño, tienes que escucharme, te lo ruego—me suplicaba


mientras daba saltos.

—¿Te doy otro? Tú es que no aprendes, por mi madre de mi


alma que no aprendes. Mónica, trae el spray de pimienta, que
al final lo estrenamos con este.

—No te pases, que te pasas mucho, hermanita, ¿por qué no lo


escuchas?

—Porque a mí no viene ningún highlander a llamarme


mentirosa en toda mi cara, por eso, ¿te ha quedado claro a ti
también? —Casi me la como.

—Vale, vale, qué carácter, yo solo digo que igual estáis


sacando las cosas de quicio, las dos…
—¿Por qué no te callas? —le soltamos mi madre y yo al
unísono, ni que nos hubiéramos tragado al rey emérito, vaya.

No tuvieron más remedio que salir danzando los dos, si bien se


quedaron debajo del balcón. La cosa tenía miga, vaya si la
tenía…

—Mamá, menos mal que te ibas a dar a valer, un poco más y


te saca las muelas del morreo.

—Hija, es que se me fue la cabeza un momento, lo siento.

—Se te fue la cabeza y la boca, no veas, guapa, no te arde a ti


nada el…

—Lo dices porque tienes envidia, Brenda, tú también querías


echarte en los brazos de Logan como mamá, pero eres
demasiado orgullosa—añadió Mónica.

—¿Mamá quería echarse en los brazos de Logan? No líes,


¿eh? Que tú lías mucho.

—Tú me has entendido, ella en los de Peter y tú en los de


Logan, que estás que no cagas con el highlander. Y no me
extraña, ¿eh? Anda que no está bueno.
—Pues te lo regalo para ti enterito, ve a que te haga un niño y
así queda ya todo en familia, lista.

—Oye, conmigo no la pagues, que yo no tengo la culpa de que


esos dos se hayan plantado aquí.

—En eso tiene razón tu hermana, cariño.

—Mamá, tú no te metas y encima no la defiendas, que estoy


cabreada contigo.

—Brenda, pero sí tú sabes que voy a muerte contigo y con mi


nieto.

—Sí, pero has dado evidentes muestras de bajarte las bragas


con el enemigo y no es plan.

—No son el enemigo, han venido hasta aquí para buscarnos,


¿qué quieres?

—Que hociquen y que reconozcan su evidente equivocación.

—¿Quieres que digan que el niño es de Logan? Pues nada,


vamos a darles dos copitas, a ver si se entonan…
—Mamá, te noto con retintín y a mí eso no me gusta, a mí me
gustan las cosas claras y el chocolate espeso, ya sabes.

—Pues hija, aquí, claras, lo que se dicen claras, no están


demasiado—Se partía.
Capítulo 24

Esos dos no se daban por vencidos… Casi ponen una caseta de


campaña allí abajo. Yo no había vuelto a bajar a la calle por no
formar gresca, pero mi pollito tenía que ver la Cabalgata de los
Reyes Magos, faltaría más.

—¿Te apartas o te pillo con el carro? —le pregunté y, para que


se fuera haciendo una idea, le di un buen topetazo en la pierna.

Peter se puso otra vez delante de mi madre con intención de


comerle los morros y yo le eché una miradita.

—Peter, por favor, aparta, estamos muy ofendidas—le


comentó ella.

—Pero si me he bajado los pantalones con tu hija, como soléis


decir vosotros, Luisa—argumentó Logan.
—Sí, los pantalones te los bajaste enseguida, eso fue lo
primero que hiciste al conocerla, que para eso mi niña es un
caramelito—lo reprendió.

—Yo la quiero, Luisa, tú lo sabes y estoy dispuesto a lo que


haga falta.

—¿A reconocer que el pollito es tuyo? —le pregunté con


rotundidad.

—Y qué más da que no lo sea, Brenda, lo importante es que he


venido hasta aquí por ti y por él, por los dos, os quiero y os
necesito en mi vida.

—Claro y ya con eso está todo solucionado. Para ti que el


padre es Baltasar y que por eso voy yo a la cabalgata, ¿no?
Pues te vas a comer… Si es que te encanta buscarme la lengua.

Seguí andando muy digna con mi madre y mi hermana al lado.


Mónica era como una mosca cojonera en versión pibón.

—Tía, no seas tan orgullosa, qué más te da. Si a mí viniera a


buscarme un highlander desde allí, yo es que me caso con él,
palabra.

—Eso es porque tú tienes muy poco mundo, a mí no me


impresiona que sea un highlander, no sé lo que se ha creído
para venir a chulearme así.

—No he venido a chulearte, he venido a buscarte—añadió él.

—¿A ti nadie te ha dicho que está muy feo meterse en las


conversaciones ajenas? Como me des mucho la lata, saco el
spray y estás rascándote los ojos hasta Semana Santa.

—Cariño, por favor, yo te quiero.

—Tú estás encoñado conmigo, pero quererme no me quieres,


que no confías en mí.

—Si me da igual, ya te he dicho que me da igual.

—Pero a mí no, es mi honor el que está en juego.

—Por Dios, que esto no es un juego medieval de esos de la


PlayStation, que es la vida real. Y sabes que te estoy siendo
honesto.

—¿Honesto? Tú eres un egoísta que solo miras por ti y que no


me crees, que te quites o te tiro ahora que va a pasar el
autobús.
—Yo de ti me quitaba, que a veces le da el siroco—le decía mi
hermana.

—Mamá y tú deja de pelar la pava con el otro traidor y aprieta


el paso, que no vamos a coger ni un caramelo y a mí los
highlanders estos me bajan el azúcar.

—Hija, si no estoy pelando la pava, es solo que me está


diciendo unas cosas muy bonitas.

—Si nos las entiendes, mamá, ¿a quién quieres engañar?

—Que sí, que se ha aprendido hasta una canción en castellano,


la de “Somos novios” de Luis Miguel, me la está cantando.

—Mamá, qué pegajosa eres, no sé a quién salgo yo. A mí no


me mires como te vuelvas a ennoviar con ese, ¿eh? Me voy de
casa y te subo y te bajo al pollito con la polea de las croquetas,
que no te vuelvo a hablar en la vida.

—Yo es que no me puedo resistir a esto, Mónica—le decía


Logan.

—Tú te lo deberías hacer mirar, aunque mi hermana tiene algo


que engancha, les pasa a todos.
—Yo la amo y me quiero casar con ella, tú tienes que echarme
una mano.

—Si tienes valor da un paso, Mónica, si tú lo tienes… Hazlo y


lo más cerca que me verás será en el Instagram.

Llegamos a la cabalgata y la calle estaba de bote en bote,


¿cómo iba a estar? Los niños se volvían locos cogiendo
caramelos y eso hizo que inevitablemente me acordase de
Logan y de Duncan.

—¿Cómo están los dos demonietes? Me respondes y te callas,


¿eh? No creas que quiero entablar conversación contigo.

—Están bien, deseando conocer al pollito.

—Pues les llevas una foto y se la enseñas tal cual, ¿eh? Nada
de ponerle filtros para aclararla, que yo de mi niño estoy muy
orgullosa, no como su puñetero padre.

—No seas así, ponte en mis zapatos. He tenido que darle


muchas vueltas a la cabeza hasta venir a buscarte, pocos
hombres lo habrían hecho y lo sabes.

—Te callas tu marrana boca, a mi niño lo querría cualquiera y


lo van a querer, no te preocupes, hay hombres que no son tan
egoístas como tú.
—Yo, deseo quererlo yo, y darle mi apellido.

—Ya está inscrito con los míos y bien bonitos que son, dónde
va a parar. Quítate, que voy a abrir el paraguas y siento
muchas tentaciones de vaciarte un ojo.

—Pero si no está lloviendo.

—Es para coger más caramelos, chalado, encima que te voy a


dar una parte para los dos trastos esos. Se los das de mi parte y
les dices que los duros se chupan, que son dos agonías y te veo
en urgencias con ellos.

—¿Por qué no te vienes a casa y se los das tú?

—Mira que mucho sol no hay y, sin embargo, te ha dado una


insolación. A mí en las Highlands no me vuelves a pillar ni
amarrada, no se me ha perdido nada allí, ¿te enteras?
Capítulo 25

El día de Reyes amaneció lloviendo a mares. Y aquellos dos


debajo de la ventana de la cocina.

—A tomar por saco, van a encoger y todo, mamá—le decía yo


mientras les hacía una peineta.

—Hija, no seas mala, solo quieren darle sus regalos al niño.

—No, Peter quiere darte un regalo a ti, un regalo con el que


ibas a chillar, eso ya te lo digo yo. Y el otro… El otro es un
anormal que solo quiere seguir quemándome la sangre hasta
que me salga espuma y se desparrame, como pasa con la leche
en el fuego, mami.

—Hija, yo no lo veo así, pero como estás tan radical no me


atrevo a decir ni pío.
—Pues más te vale, que nos ponemos de morros y no nos
hablamos hasta el verano por lo menos.

—¡Ya está bien! A mí me parece muy desconsiderado—gritó


Mónica.

—¿Y a ti qué picada te ha entrado? A mí no me chilles, que


tengo los oídos muy sensibles, será por la depresión postparto.

—La depresión se te pasó a ti hace mucho, ahora lo que tienes


son muchas ganas de cachondeo. Esos dos no hacen más que
rebajarse con vosotras y los vais a matar de una pulmonía.

—No, si verás. Mamá, mi hermana, desde que se metió en la


protectora esa de los gatos, está de un sensible que no veas. De
aquí a nada creará una ONG, “Adopta un highlander” la va a
llamar.

Nos echamos a reír y ahí que aprovechó Mónica para pillarme


con la guardia baja.

—Venga, deja que suban, no seas tonta, ¿qué más te da? Si ya


mismo tendrán que irse para su casa, no pueden rondaros
eternamente…

Antes de que me quisiera dar cuenta ya estaban arriba, como


dos sopas y tiritando.
—Ahí, a tomar por saco, eso ha sido el karma, que os ha
escupido en lo alto.

—Eso ha sido una tormenta que no veas, si los alcanza un rayo


los deja fritos a las dos, hermanita.

—Pues anda que no se lo he deseado yo veces, menudo


regalito de Reyes.

—Cariño, no te pongas así, que es verdad que están tiritando,


les voy a dar unos albornoces y a meter su ropa en la lavadora.

—Mamá, eres como una samaritana de esas de la Biblia,


después no quieres que te pasen cosas, si es que te coge el pan
debajo del sobaco cualquiera, ¿no lo ves?

Mi madre no veía nada porque estaba embelesada con su


highlander.

—Voy yo por los albornoces—suspiró mi hermana.

—No, que se metan ellos en el baño, paso de verlos en paños


menores.
—Porque se te va a hacer la boca agua con tu Logan,
hermanita.

—Mira que eres gilipuertas, Mónica. Tú y yo no podemos ser


hermanas, a ti te encontraron debajo de una vaca.

Se los llevó a los para dentro y hasta que no volvieron ya con


los albornoces no dejaron de tiritar.

—Mira tú el plan, que parece que están los dos en una sauna
de esas turcas, mal palo le den a cada uno, ¿abrimos ya los
regalos?

—Nosotros también hemos traído—Se levantó Logan, que


todavía tenía los dedos como témpanos cuando me puso la
bolsa en la mano.

—Puñetas, qué frío, tienes los dedos como cubitos de hielo. A


mí no se te ocurra tocarme. Vamos, me metes eso en la
entrepierna y se me cae a pedazos congelada. Siéntate ahí al
lado del calefactor, empanado, que tú quieres pillar una
pulmonía para que te metamos aquí en cama y te ibas a cagar,
menuda sorpresa te llevarías.

Mientras yo hablaba, Mónica sacó un precioso sonajero de


plata de una de las bolsas que trajo Logan.
—Ay, la madre que me parió, ¿esto es para que juegue el niño?
Si pesa más que él, ¿a ti te rula el coco?

—Es mío de cuando era pequeñito, una reliquia familiar que


deseo que tenga él.

—¿Mi niño? Pero si tú dices que no es tuyo, ¿por qué se lo


das?

—Porque, pase lo que pase, yo lo llevaré en el alma, lo mismo


que a ti.

Mi madre comenzó a llorar porque eso sí que lo había


entendido, que para eso Logan me hablaba en castellano.

—Mamá, no empieces a llorar, que tú eres muy tonta, ¿eh? —


Borré de mis mejillas un par de lágrimas que se me escaparon
también a mí.

—No llores, bonita—me dijo él acariciándome el mentón.

—¿Qué dices de llorar, chalado? Una pelusa que se me ha


metido en el ojo, es del patuco del niño, que tiene dos peanas
que no veas, los patucos son más grandes que mis zapatillas y
sueltan pelusas por todos los lados.
—Cariño, yo creo que deberíamos reconsiderarlo.

—Pero eso es porque tú eres tonta, mamá. Venga, abramos el


resto de los regalos que luego tenemos que ir a ver a la
bisabuela Dolores, nieve, llueve o ventee…

—Cariño, si igual no nos reconoce, la última vez ni se dio


cuenta de que Darío era tu hijo, para ella que era un muñeco
reborn de esos, me preguntó que cuánto te había costado.

—Qué cachonda mi bisabuela, pues dile que me costó un


huevo ponerlo en el mundo. Qué dolores, cada vez que me
acuerdo siento ganas de darle una vuelta al pescuezo de este.
Voy a aprovechar hoy que está aquí…

Terminamos de abrir todos los regalos. La realidad es que se


habían empleado a fondo. Logan le había comprado al niño de
todo lo habido por haber, tanto en ropita como en juguetes. Y a
mí me regaló una preciosa gargantilla que debió costarle un
pastón, con una señal de infinito en el centro, que ese no daba
puntada sin hilo.

—Infinito como el amor que siento yo por ti, cariño.

—Infinita como la leche que te vas a llevar. Aguanta al niño,


que voy a vestirme.
Me puse monísima de la muerte, que a ese debían darle
muchas morcillas y acordarse tela de mí. Cuando salí con mi
escote de infarto, me lo encontré jugando con mi pollito, que
no podía estar más a gusto. La madre que lo parió, cómo me
ponía verlo así…

—Dámelo, que me lo vas a gastar…

—¿Cómo te lo voy a gastar, niña?

—No soy una niña y sé muy bien lo que quiero. Venga, el


pollito….
Capítulo 26

Llegamos a ver a mi bisabuela Dolores, que era el ser humano


más tierno del mundo.

—Bisabuelita, mira qué cosita más bonita te he traído en el día


de Reyes—le dije enseñándole a mi niño.

Estábamos en su casa, donde la cuidaba una de mis tías


abuelas, que la tenía como a una reina.

—Ay, qué cosa más preciosa, ¿es un muñeco para mí? Ponlo
encima de la cama, que allí tengo yo otro montón.

—Bisabuelita, este no te lo puedo dejar aquí, no es un muñeco,


es mi niño, ¿no te acuerdas de que te lo dije el otro día?

Mi bisabuela era bella, bellísima, pese a esa preciosa cara


acartonada por su siglo de vida y unos ojos brillantes que
vivían para el recuerdo… Para los pocos recuerdos que a veces
acudían a su mente.

—No me acuerdo, Paquita…

—No soy tu hija Paquita, bisabuela, esa es muy lista y está en


la Bretaña francesa, de viaje. Yo también he estado de viaje, en
las Highlands, ¿te acuerdas de eso? Si me he traído hasta un
highlander, míralo.

Esos dos se habían empeñado en subir y por no discutir…

—¿Ese muchacho es tu novio, Paquita?

—No, eso quisiera él y yo soy Brenda, bisabuelita.

—¿Y dices que es tuyo este niño? —Lo miró.

Mi bisabuela se me representaba enteramente a ese entrañable


personaje de Disney, a la anciana Coco, solo que en versión
española.

—Es mío, bisabuelita, sí…

—Ay, qué cosa más bonita. Y es negro, como mi padre.


Todos los presentes nos quedamos de piedra.

—¿Cómo dices bisabuelita? Tu padre no podía ser negro, si tú


eres blanca.

—Sí, hija, mi madre era blanca como la leche, pero mi padre


era más bien como el café. Yo salí a ella y como él la
abandonó al enterarse del embarazo, pues resulta que mi
madre se casó con otro y no le dijeron nada a nadie. En aquel
entonces ser madre soltera era un pecado y el hombre que me
dio sus apellidos se encargó de taparlo todo, sentía locura por
mi madre.

—Bisabuela, ¿eso no te lo acabas de inventar? ¿Quién soy yo?

—Tú eres Brenda, hija, ¿no lo sabes? Menuda torta tienes


encima.

Sí, mi bisabuela estaba viviendo un momento de lucidez y en


esos instantes era un árbol genealógico hecho persona.

—Mamá, ¿eso es posible?

—Yo no lo sé, hija, primera noticia que tengo de todo esto.


—Claro que lo es—intervino mi bisabuela—. Yo conservo una
foto de mi madre y mi padre juntos, la única que se hicieron.
Mi madre me la dio en su lecho de muerte, ella ya había
enviudado y no le hacía daño a nadie con eso. Hija, trae la
cajita de caudales de mi cuarto.

Mi tía abuela vino con la cajita y todos nos quedamos con la


boca abierta. La bisabuela nos había dicho la verdad y Mónica
fue la primera en romper el silencio sepulcral que se hizo.

—Hermana, yo no es por nada, pero esto lo explicaría todo.


Hay familias en las que el color se ha saltado varias
generaciones, yo lo estudié una vez.

—¿Es eso posible, mi amor? —me preguntó Logan.

—So pedazo de empanado, claro que lo es, te dije que no te


había puesto los cuernos y no te los puse, aunque para como te
has comportado te los tendría que haber puesto.

—Bisabuelita, me has hecho el mejor regalo de Reyes de mi


vida—Le di un beso en la frente.

—Niña, si todavía no te lo he dado…

—Que sí, que sí. Y tú, empanado, prepárate, que vas a hocicar
y te vas a hacer la prueba, aunque solo sea para que te des
cuenta de que has cometido el gran error de tu vida, porque yo
contigo no vuelvo.

—Yo me hago lo que tú quieras, ¿de verdad es mío? ¿El niño


es mío?

—Es tuyo, carajote, y has perdido a la mujer de tu vida por


desconfiado, que no se puede ser tan desconfiado.

—Cariño, reconoce que tenía motivos para serlo, reconócelo.

—Reconoce tú que la has cagado bien cagada, no te queda


nada…

No podía sentirme más feliz. El enigma por fin se había


resuelto. Esa misma tarde hablamos con un amigo de Mónica
que trabajaba en un laboratorio médico y que nos dijo que
tenía conocimiento de algún caso parecido.

Unos días después tuvimos los resultados. Yo misma abrí el


sobre…

—Cien por cien seguro, ¿ahora qué? —Le di un capón en la


cabeza.
—Ahora no puedo sentirme más feliz, es imposible. Vente
conmigo a las Highlands, Brenda, vente conmigo.

—De eso nada, lo que tú has hecho es imperdonable y el


karma solo ha actuado en plan justiciero, no para premiarte
encima.

—Sabes que el karma no ha tenido nada que ver en esto, lo


nuestro lo hemos construido poco a poco y hemos superado un
obstáculo final bastante alto, pero juntos podemos con todo.

—¿Y a mí quién me paga los días que me he pasado sola y


llorando como una magdalena? ¿Eso quién me los paga?

—Ni caso, Logan, que no ha derramado una lágrima desde que


vino de allí, todo eran maldiciones—negó Mónica.

—La leche que te dieron, hermana, ¿te quieres ir por ahí?


Mamá, mira…

Mi madre se estaba besando con Peter, ella a lo suyo. No sé a


quién saldría yo tan calentita… Para mí se abría una nueva
etapa, una en la que sabía que todo era posible, porque la vida
nos puso a prueba y ahí seguíamos, juntos.

Sí, una vez más se me fue toda la fuerza por la boca porque yo
quería escucharlo rogar. Se las haría pasar canutas, en mi línea,
pero al highlander no lo soltaba ni majara.

Ya éramos una familia, por fin tendría mi familia en las


Highlands. Lo había logrado, por muy loca que estuviese, lo
había logrado.
Capítulo 27

Volver a las Highlands con la tranquilidad de que todo estaba


aclarado fue un sueño.

Cualquiera puede ponerse en mi pellejo, me estaba volviendo


loca… Tampoco tanto en realidad, que yo muchas vueltas no
quise darle al tema, pero me jodía, claro que me jodía no
conocer la razón del “intenso bronceado” de mi pollito.

Los niños nos estaban esperando en casa. Su madre y Tom ya


se habían instalado en la casa de enfrente, de manera que
aquella sería una custodia compartida muy fácil de llevar.

—Pequeños demonietes, este es vuestro hermano—Se lo


enseñé y los dos se llevaron las manos a la boca.

—Qué churrascadito está el pollito—soltó la princesa.


—Niña, no empieces a conjeturar que ya hemos tenido lo
nuestro al respecto, ¿no te lo ha explicado tu madre?

—Sí que se lo he explicado, pero aun así es impactante—me


dijo ella dándome un beso, nos llevábamos fenomenal, viva la
civilización.

—Sí, pues tú procura que el tuyo no te salga igual, porque uno


vale, pero dos ya son más difíciles de explicar, aunque el
atontado de tu novio no creo que se dé ni cuenta.

—Ya empiezas a hacerme reír, Brenda, cómo eres.

—No, cómo eres tú. Por cierto, que a los niños me los mandas
de vez en cuando, pero tampoco te cueles mucho, que te
conozco.

—No sabes lo ilusionados que están con su hermano.

—Sí, chochete, pero también lo estarán cuando nazca su


hermana, ¿tú cómo lo llevas?

—Muy bien, va todo genial, con el reposo y eso.

—Es que si fuera mal sería para matarte a palos, todo el jaleo
ha sido para mí, si lo llego a saber, qué mesecitos te has
pegado, lista…

Subimos con los niños y yo los veía nerviosos.

—¿Qué puñetas traeréis entre manos? Cuidadito con ponerme


una zancadilla o algo que llevo al hermano en brazos, que no
se puede esperar nada bueno de vosotros. Y como me tiréis de
boca, aquí no ponéis un pie más, palabrita.

Yo los quería, que conste, pero es que si no decía una de las


mías reventaba. Y, además, que era bien cierto que no me fiaba
ni mucho ni poco de ellos.

Cuando llegamos a una de las habitaciones de arriba, ambos la


abrieron a la par y ante mis ojos apareció el dormitorio infantil
más bonito que había visto en mi vida.

—La madre que os parió, qué pasada, ¿quién ha hecho esto?

—Papá, pero nosotros lo hemos ayudado.

—¿Y cuándo? Es que yo alucino, ¿dejaste esto preparado ante


de ir a Madrid? ¿Tan seguro estabas de que volvería contigo?

—Tan seguro y eso que no sabía que el niño era mío—Lo


cogió él con mimo mientras yo entré.
Me quedé muda porque era una auténtica maravilla y cien por
cien dulce.

—Alguien te ha ayudado, a ti solo no se te ha ocurrido todo


esto, me muero, es la caña.

—Alisa hizo el boceto y yo lo envié construir.

—¿Y entonces? ¿Estos niños qué han hecho?

—Firmar en las paredes, míralo…

—La madre que los trajo, cómo no iban a hacer una de las
suyas, menos mal que no se ve entre tanto árbol.

El dormitorio no pudo resultarme más delicioso, recreando un


alegre e infantil paisaje escocés, todo en verde, con sus
árboles, sus pájaros, sus ríos, sus peces, sus… Sus castas, eso
no se puede describir, era digno de ver.

En medio de aquel precioso bosque, aparecía una especie de


tierno nido a modo de cuna, algo que me dejó con la boca
totalmente abierta.

—Es porque es un pollito—me explicó Duncan.


—Yo te como a ti el pico, enano, y eso que no eres un pollito.

Lo que habían preparado entre todos me llegó al alma. Aquel


día fue el primero que sentí que tenía algo valioso, tan valioso
que tendría que cuidarlo si no lo quería lamentar.

Logan era un hombre que merecía la pena y me lo estaba


demostrando hasta la saciedad. Hasta cuando pensó que yo le
mentía me siguió al fin del mundo, ¿qué no sería capaz de
hacer por mí cuando le demostré que era digna de su
confianza?

Me sentía tan increíblemente feliz que, mientras los niños


salieron a corretear por los pasillos, acosté al pollito en “el
nido” y besé a su padre.

—Te lo has currado, highlander, primero pensé que eras un


demonio, luego que eras una tentación y ahora sé que eres un
amor… Mi amor.

—Tú sí que eres mi amor, pequeña. No te arrepentirás de


dejarlo todo y de venirte conmigo, nunca te sentirás sola.

—No, si yo aparte me he traído a mi madre. Mira…—Nos


asomamos a la ventana y vimos cómo ella y Peter se besaban
en el jardín de la casa de él. Mi madre se instalaría allí porque
sabía que ese highlander era otro amor.

El pollito se quedó dormido, no podía estar más tranquilo.


Poco sabía él de las muchas vueltas que nos dio la vida hasta
llegar hasta ahí, hasta verlo dormido plácidamente.

Habíamos aprendido mucho por el camino. En concreto,


aprendimos el significado del verdadero amor, de ese amor
que no entiende de barreras y que no conoce otro idioma que
el de los besos.

Por cierto, que, hablando de todo, yo contaba los días para


poder coger al highlander por banda y que me subiera en esa
nube en la que solo él sabía subirme.

Todo se había resuelto, fueron muchos los avatares, los sustos,


los disgustos… Lo bueno se hace esperar y en nuestro caso no
fue una excepción. La felicidad se reflejaba en nuestras caras
en el momento en el que iniciábamos una nueva vida; la única
que nos hacía sentir plenos, que nos hacía pensar que todo
tenía sentido y que sin ella todo carecía de él; la vida con un
highlander.
Epílogo

Dos años después…

—¡¡¡Nos casamos!!! —le chillé nada más levantarme mientras


me lo comía a besos.

—Nos casamos mi amor, por fin nos casamos, ¡hoy te


conviertes en mi mujer!

—Sí, pero cuidadito con descuidarme por eso, que los papeles
igual se firman que se rompen y te quedas otra vez compuesto
y sin novia.

—¿Cuánto tiempo voy a vivir amenazado por ti?

—Eternamente, ya me conoces. Y si me conoces, ¿para qué te


casas conmigo? —le pregunté mientras daba un salto y me iba
a comprobar que el día acompañaba, como decían las
previsiones.

¡Bingo! El sol lucía en aquella primaveral mañana y lo


primero que hice fue ir a buscar a los niños, a los dos…

¿No os salen las cuentas? Pues no es que me hubiese comido a


ninguno de los tres, sino que solo me refiero a los que yo eché
al mundo, a Darío y a Rosa.

Sí, sí, yo mucho decir que no repetía parto ni a la de tres y que


antes se la cortaba al highlander, pero caí del tirón y nuestros
niños se llevaban apenas un año de edad.

Os podéis imaginar la que se armó en aquella casa, unas


cuantas semanas estuve sin hablarle. Y luego él me pidió
matrimonio, valor tuvo, siempre lo tenía.

Nuestra niña llevaba el nombre de Rosa porque nació con los


mofletes más bonitos y rosados del mundo. En su caso no
hubo susto, aunque nosotros ya estábamos curados de espanto.

Los que sí se asustaban o, mejor dicho, se extrañaban, eran los


demás cuando les decíamos que eran hermanos biológicos. En
cuanto a los otros dos demonietes (aunque los que yo parí
también fueron trastos, pero trastos), pasaban la mitad del
tiempo en nuestra casa y la otra mitad en la de su madre con su
hermanita Noah, que igualmente sentíamos un poco nuestra,
menudo lío.

Nos casábamos y lo hacíamos un año después de que se


celebrara la primera boda escocesa de la familia, pues mi
madre y Peter se dieron el “sí, quiero” en la que ellos
calificaron de una preciosa (y yo de una empalagosa)
ceremonia.

Lo más cachondo del caso fue que a esa boda invitamos a


Alec, que ese otro highlander también siguió siendo parte de
mi vida ¡y surgió la chispa entre Mónica y él!

Lo nunca visto; las tres acabamos en Inverness con tres


highlanders de pro que nos hacían ver la vida de color de rosa,
como el nombre de mi bebita.

—Ya están aporreando la puerta, esos son tus hijos, ya vienen


a dar morcillas—le dije a Logan mientras iba a abrir.

—Vienen a ayudar, mujer, los envía su madre.

—A ayudar a volverme loca, ya te puedes hacer cargo de todos


antes de que me lo piense mejor y me dé a la fuga.

—Tú nunca podrías hacer eso—Me comió a besos.


—¿Y por qué? Explícate, listo, que eres tú muy listo.

—Porque no encontrarás a nadie que te haga las cosas que yo


te hago—Comenzó a besarme en el cuello y me recorrió un
escalofrío total.

—Tú sigue así, no te quieres bien… Déjame, anda, que tengo


que abrir la puerta. Y, además, que como nos demos un
revolcón de los nuestros, llegaré a la iglesia que pareceré
Heidi, con las mejillas como dos tomates.

—Más bonita estarás todavía…

—Y más salido estarás tú si te hago esperar a la noche de


bodas.

—No seas mala…

Me fui hacia la puerta y no, no eran los demonietes, era mi


ramo de novia, una preciosidad con la que subí las escaleras,
mientras lo olía.

—Es la foto más bonita del mundo—afirmó él mientras


apartaba la cara del objetivo de su cámara. Acababa de
tomarme una subiendo las escaleras.
—Pero si tengo los pelos de una loca, ¿estás tonto?

—Preciosa, no puedes estar más preciosa—Me besó.

Era nuestro mayor tesoro; que no necesitábamos más que


pequeños momentos compartidos para ser felices. No obstante,
ese día viviríamos un gran momento en familia.

Lo sabía de antes, pero más aún cuando los vi a todos; a los


míos, a sus niños (que ya eran de ambos), a los nuestros, a su
ex, al soso… A todos sin excepción en la puerta de casa para
verme salir vestida de novia. Él ya me esperaba en el precioso
paraje lleno de gaiteros en el que el enlace tendría lugar.

—¡No sé lo que les hago a los cinco, hasta a Noah! —le chillé
cuando lo vi allí, guapísimo y con su kilt, aunque un tanto
desesperado por mi retraso (no mental, que os conozco).

—¿Qué dices, cariño? Cómo vienes tan increíble y el


vestido… te esperaba de blanco, ¡¡¡es la bomba!!!

—Y lo era, no una bomba, sino blanco… El vestido era blanco


hasta que decidieron convertirlo en un cuadro de Picasso entre
todos… No había por dónde cogerlo, así que lo hemos lavado,
lo hemos secado…
—¡Y te ha quedado el más original del mundo! —chilló la
princesa abriendo las manos y provocando que todos sus
hermanos la imitasen.

Eran la monda, tres pelirrojos y mi moreno que ese seguía


siendo un bombonazo que partiría corazones por doquier. Y
Noah al lado, que esa tampoco nos faltaba nunca, más rubia
que los trigos a la salida del sol, la chiquilla, como dicen las
sevillanas.

—Original sí ha quedado, niña, pero ya os cogeré. No vais a


chillar nada…—le aseguré a Bonnie.

Me la habían vuelto a jugar porque hay cosas que no cambian


y encima mi vestido multicolor es que causó furor ente los
asistentes.

No fue una convencional boda escocesa, pero es que no podría


haberlo sido. Nada en nuestra vida lo era ni lo sería nunca.

¿Quién quiere una vida como la de los demás? Desde luego


que yo no y si para eso tengo que lucir un vestido de novia con
más colores que el cuerno de un unicornio, pues lo luzco y
punto.

Total, lo mejor que lucimos aquel día fue nuestra eterna


sonrisa, esa que nos sacaban los pequeños y la misma que era
la mejor seña de identidad de su padre; el highlander que me
enamoró.
Trilogía Logan
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