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Índice
Staff Capítulo 18 Capítulo 37
Sinopsis Capítulo 19 Capítulo 38
Capítulo 1 Capítulo 20 Capítulo 39
Capítulo 2 Capítulo 21 Capítulo 40
Capítulo 3 Capítulo 22 Capítulo 41
Capítulo 4 Capítulo 23 Capítulo 42
Capítulo 5 Capítulo 24 Capítulo 43
Capítulo 6 Capítulo 25 Capítulo 44 3
Capítulo 7 Capítulo 26 Epílogo
Capítulo 8 Capítulo 27 Epílogo
Capítulo 9 Capítulo 28 Adicional
Capítulo 10 Capítulo 29 Nota de la
Capítulo 11 Capítulo 30 autora
Capítulo 12 Capítulo 31 Próximo Libro
Capítulo 13 Capítulo 32 Claire
Capítulo 14 Capítulo 33 Kingsley
Capítulo 15 Capítulo 34 Cosmos Books
Capítulo 16 Capítulo 35
Capítulo 17 Capítulo 36
Staff
Traducción y corrección
Cherry Blossom
Mrs. Darcy
4
Revisión final
Ludmy

Diseño
Seshat
Sinopsis
Lo arriesgará todo para protegerla.
Alguien está acosando a Audrey Young y ella no tiene ni idea de
por qué.
Ya es bastante malo que haya vuelto a Tilikum, pero a Audrey se
le da bien ver el lado positivo de las cosas y su nuevo trabajo en el
periódico del pequeño pueblo es solo una forma de volver a ponerse
en pie.
Complicándolo todo está su arrendatario y nuevo vecino, Josiah
Haven.
No le suelen gustar los hombres tipo leñadores grandes y
huraños, pero hay algo en ese hombre melancólico. La intimida un
5
poco, pero le gusta.
Ella podría manejar el lío que es su vida, excepto que la extraña
sensación de ser observada es solo el principio. Lo siguiente que
Audrey sabe es que es el blanco de alguien y no sabe quién está
detrás ni por qué.
Para Josiah Haven, nada de eso la convierte en su problema.
Es solo la chica de al lado. Bueno, la frustrante chica sexy de al
lado. Pero Audrey es todo sol y su perro bobalicón no es mejor.
Josiah es demasiado estoico. Demasiado solitario. Demasiado
reservado. No necesita a una mujer en su vida y menos a una que
amenaza con partirle el corazón en dos.
Pero Josiah es un hombre protector y no puede dejar que los
problemas de Audrey queden sin respuesta, aunque tenga que
arriesgarlo todo, su vida y su corazón, para mantenerla a salvo.
Nota de la autora: un solitario gruñón encuentra su pareja en una
amante de los perros que está un poco deprimida y una vez cae, cae
DURO. Es una historia de suspenso romántico en un pequeño
pueblo con el humor característico de CK, personajes entrañables y
un conmovedor felices para siempre.
Obsession Falls puede leerse de forma independiente.

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Capítulo 1
Josiah
Hace cinco años.
Sentía como si el anillo que llevaba en el bolsillo pesara un millón
de kilos.
No tenía ni idea de qué hacía un tipo como yo en esta posición.
Soy, básicamente, el hombre menos romántico de la historia, pero
allí estaba yo, en Salt and Iron, uno de los restaurantes más

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agradables de Tilikum, sentado frente a mi novia, desde hacía dos
años, con un anillo en el bolsillo.
El ambiente era el adecuado. Manteles blancos, luz de velas, vino.
Junto a mi mesa había un menú; ya me había decidido por un filete.
Desdoblé la servilleta de tela y la dejé sobre mi regazo mientras
Cassandra ponía su menú a un lado.
Parecía distraída. Había mirado el móvil, media docena de veces
desde que tomamos asiento, lo cual no era del todo inusual en ella,
pero me hizo preguntarme qué estaba pasando. Probablemente algo
relacionado con el trabajo. Era gestora de cuentas publicitarias en
una gran empresa de redes sociales y, aunque normalmente su
trabajo era a distancia, en los últimos meses había tenido que ir
varias veces a la empresa.
Frunció el ceño mirando el teléfono. Quizá no era el momento.
Metí la mano en el bolsillo y toqué el anillo de diamante con una
banda lisa de oro. Había pensado que, si alguna vez le proponía
matrimonio a una mujer, ella estaría de mejor humor cuando lo
hiciera.
—¿Está todo bien? —pregunté.
—¿Qué? —Levantó la vista como si le sorprendiera verme
sentado frente a ella—. Lo siento. Estoy bien. Solo es el trabajo.
Pero no guardó el teléfono. Lo dejó sobre la mesa y se pasó el pelo
rubio por encima del hombro.
—¿Necesitas irte? —pregunté. Solo habíamos pedido bebidas—.
Podemos pasar por comida para llevar si te resulta más fácil.
Llevarla a tu casa.
—No, así está bien. —Se movió y se ajustó el vestido negro.
Algo no iba bien. No solía inquietarse tanto.
Y entonces me di cuenta. Ella lo sabía.
Las comisuras de mis labios se torcieron ligeramente. Me había
descubierto. Me pregunté cómo se había dado cuenta. No había
mencionado nada que la hubiera puesto sobre aviso. Ningún desliz
y fui por el anillo esta mañana. Era imposible que lo hubiera visto.
Incluso lo había sacado de la caja, dejándolo suelto en mi bolsillo,
para que no sospechara nada. 8
Tal vez simplemente me conocía demasiado bien. No podía
guardar un secreto tan grande.
Eso significaba que había llegado el momento. Me metí la mano
en el bolsillo y durante medio segundo me pregunté si querría que
me arrodillara o si podía ponerle el anillo en el dedo sin montar una
escena. Dudé y el camarero volvió a nuestra mesa. Saqué la mano
del bolsillo con cuidado de que el anillo se quedara dentro.
—¿Quieren pedir algún aperitivo?
—Me gustarían los calamares —dijo Cassandra—. ¿Quieres algo?
—No, gracias.
—Perfecto —dijo el camarero con una sonrisa. Era un chico
delgado con el pelo oscuro, probablemente un estudiante
universitario—. ¿Quieren pedir también la cena o necesitan un poco
más de tiempo?
—Necesito más tiempo —dijo—. Gracias.
El camarero se marchó. Volví a meter la mano en el bolsillo para
sacar el anillo, pero Cassandra volvió a coger el teléfono.
Esto estaba resultando más complicado de lo que había pensado.
Creí que lo único que tenía que hacer era conseguir un anillo,
llevarla a cenar y dárselo. Pero ahora que estábamos aquí, todo
parecía un poco raro.
Dejó el teléfono y bebió un trago de vino. Decidí que era el
momento para hacerlo, pero en lugar de preocuparme por el anillo,
me limité a abrir la boca para llamar su atención antes de que
volviera a distraerse con el trabajo.
Pero justo cuando empecé a decir su nombre, ella habló.
—Josiah, creo que deberíamos hablar.
No era conocido por estar en contacto con mis sentimientos o por
tener sentimientos, pero esa era una frase que podía hacer que el
estómago de cualquier hombre se apretara con un espasmo helado
de pavor. 9
—¿Sobre qué?
Respiró hondo.
—Tengo una oferta de trabajo. Es un ascenso. Uno grande.
—Eso es genial. —Eran buenas noticias. Entonces, ¿por qué
todavía me sentía tan tenso?
—Gracias. —Sonrió—. Ni siquiera te dije que me postulé porque
supuse que no tenía posibilidades.
—¿Por qué asumirías eso? Eres increíble.
—No lo sé. Parecía una posibilidad tan remota. Tenía que haber
tantos solicitantes.
Me acerqué a la mesa y le tomé la mano.
—Entonces tomaron la decisión correcta.
Su sonrisa creció, pero con la misma rapidez se desvaneció.
Apartó la mano.
—El problema es que es cerca de San Francisco.
Tardé un segundo en entender las implicaciones.
—¿Así que no es remoto? ¿Tienes que mudarte?
Asintió.
Mi cerebro se puso a resolver problemas y empezó a elaborar una
lista de opciones con pros y contras.
—De acuerdo. ¿Cuándo?
—Me quieren allí lo antes posible. Me quedaré en la vivienda
corporativa hasta que encuentre un lugar. Así que, la próxima
semana.
Me eché hacia atrás.
—¿Tan rápido?
Volvió a asentir.
—De acuerdo. —Golpeé la mesa con un dedo. El camarero volvió, 10
pero lo fulminé con la mirada y retrocedió—. San Francisco no es
Marte. Podemos hacer que funcione.
—Oh, Josiah.
—¿Qué? No es lo ideal, pero podemos solucionarlo.
Apretó los labios, pero no dijo nada.
El pavor helado se posó en mí, como un escalofrío que me
congelaba por dentro.
—No quieres intentarlo, ¿verdad?
—Simplemente no veo cómo. Toda tu vida está aquí. Tu trabajo y
tu familia. ¿Realmente te ves trasladándote a otro estado?
—¿Ibas a darme la oportunidad de responder a esa pregunta por
mí mismo?
—Te conozco. No serías feliz en San Francisco.
Me quedé mirándola un momento.
—¿Así que decidiste que no debíamos hablar de ello? Ya has
aceptado el puesto.
—Por supuesto que sí. No podía dejar pasar esto.
Asentí lentamente. Siempre había apoyado su carrera. La hacía
feliz y eso era estupendo.
Pero también pensaba que yo la había hecho feliz.
Mi mano rozó el exterior del bolsillo del pantalón, sentí el
contorno del anillo a través de la tela. Quizá no debí pensar que me
elegiría a mí antes que a un ascenso, pero mirándola me di cuenta
de que fue precisamente lo que hice. Había pensado que estaríamos
juntos en esto.
Al parecer, me había equivocado.
El dolor que sentía en el pecho me impedía respirar. Cassandra no
me había provocado ese dolor, no me había hecho esa herida, pero
seguro como el infierno que la estaba rasgando completamente de
nuevo. 11
—Sabía que no lo entenderías. —Su tono adquirió un matiz
defensivo—. Tú creciste aquí, así que para ti esto es la vida normal.
Pero este pueblo es demasiado pequeño para mí. No puedo
quedarme aquí el resto de mi vida.
—No, lo entiendo. —Desvié la mirada hacia la puerta principal;
ya no podía mirarla a los ojos—. Tienes que hacer lo que es mejor
para ti y lo mejor para ti no soy yo.
—No hagas que esto sea sobre ti. Esto es sobre mi carrera, mis
sueños. Por fin estoy llegando a alguna parte.
Por un momento, pensé en sacar el anillo y ponerlo sobre la mesa,
para que lo supiera. Para que viera a lo que estaba renunciando.
Pero no lo hice. No importaba. Ella no quería esa vida y lo más
importante, no me quería a mí.
Me levanté y puse dinero en la mesa para pagar lo que habíamos
pedido. Empezó a protestar, diciéndome que me sentara. La ignoré.
Había terminado. Sin decir palabra, salí y no miré atrás.
Se equivocaba en una cosa. Lo entendía. No era la primera mujer
que tomaba esa decisión en lo que a mí respecta.
Pero seguro que iba a ser la última. No volvería a darle esa
oportunidad a otra persona.

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Capítulo 2
Audrey
Una mirada a la entrada semicircular de autos y no pude evitar
pensar que esto era un gran error.
—¿Qué piensas, Max?
Su tupida cola golpeó el asiento del copiloto mientras miraba por
la ventana.
—Por supuesto que estás emocionado. Eres un perro. Todo es
divertido.
No paraba de mover la cola mientras le colgaba la lengua.
13
La casa de mi infancia parecía extrañamente fría bajo el sol de
junio. Era señorial e imponente, con una fachada de piedra y altas
puertas dobles. El jardín contribuía a la formalidad: arbustos
perfectamente recortados bordeaban el camino de entrada y el
césped podría ser el de un campo de golf.
Para mis padres siempre había sido importante que todo fuera
perfecto. Sobre todo, en el exterior.
—Aquí vamos.
Giré hacia la entrada y me estacioné, tratando de ignorar que
sentía esto como un fracaso.
Casi cada centímetro de mi pequeño Honda Civic estaba repleto
de cosas. Las habilidades espaciales no son exactamente lo mío, así
que me impresionó que hubiera entrado todo.
Fue extraño darme cuenta de que todas mis pertenencias cabían
en este auto. Mi último compañero de piso había sido propietario de
la mayoría de los muebles que habíamos utilizado. En cuanto al
resto, había decidido purgarlo todo en lugar de volver a trasladarlo.
Empezaría de nuevo cuando encontrara un lugar más permanente
donde vivir.
Pronto. Pronto encontraría mi propio lugar.
Por ahora, haría lo mejor que pudiera.
Max puso las patas delanteras en el salpicadero y su cuerpo
prácticamente vibraba de emoción. No tenía ni idea de qué clase de
perro era, el grupo de rescate de Boise tampoco la tenía, aparte de
veinte torpes kilos de alegría, marrón y blanco. No era precisamente
el más listo y si alguna vez alguien intentaba asaltarme,
probablemente se pondría boca arriba y pediría que le rascaran la
barriga en lugar de protegerme, pero nunca dejaba de hacerme
sonreír.
Salí y Max me siguió, dando una vuelta rápida alrededor de mis
piernas antes de correr hacia la puerta principal. Volví a meterme en
el auto para buscar una correa. A mi madre no le gustaban los
14
perros y se pondría histérica si lo dejaba suelto el primer día.
—Sé que quieres desbocarte ahí dentro, pero no podemos
permitirlo. —Le enganché la correa al collar—. A la abuela no le
gustará.
Tampoco le gustaba que me refiriera a ella como la abuela de un
perro. Pero no tenía la culpa de ser hija única y de que todas sus
esperanzas de convertirse en abuela estuvieran puestas en mí. Era
mucha presión.
Sobre todo, teniendo en cuenta que seguía soltera.
Suspiré.
Los latidos de mi corazón se aceleraron mientras me acercaba a la
puerta. Volver a Pinecrest, el pequeño pueblo de las montañas
Cascade donde había crecido, nunca había sido mi plan. Nunca,
pero aquí estaba, con el auto lleno de cosas, a punto de intentar
vivir, temporalmente, con mi madre para poder empezar un nuevo
trabajo.
Tal vez fue un gran error. Aceptar el trabajo. Volver. Lo sentí
como volver a casa con el rabo entre las piernas. Un gran fracaso.
Esto era lo que pasaba cuando te despedían y no encontrabas otro
trabajo durante meses. Tus ahorros menguaban y aprovechabas la
oportunidad de trabajar en un periódico de pueblo, aunque fuera en
Tilikum, a un pueblo de distancia de donde te habías criado.
—Vamos. —No estaba segura de si estaba hablando conmigo
misma o con Max. Realmente no importaba. Era básicamente la
misma cosa—. Estará bien.
Abrí la puerta y me recibió el olor de mi infancia. La casa siempre
olía a hojas de suavizante Downy1 con un matiz de Clorox. El
interior era tan señorial y formal como la fachada. Suelos de
mármol, muebles elegantes, obras de arte caras. Era encantadora,
aunque siempre me sentía mal vestida cuando la visitaba, como si el
ambiente requiriese un vestido y tacones, en lugar de mi camiseta
de tirantes, pantalones cortos y sandalias.
Me mantuve atenta para encontrar a la gata de mamá, Duquesa.
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Esperaba que hubiera olido a Max y se quedara arriba. Max no le
haría daño a una mosca, pero su versión de jugar probablemente no
era la que la gata de mi madre consideraría divertida.
En la sala, a la derecha, había un retrato familiar colgado en la
pared, sobre la chimenea de gas. Los tres estábamos vestidos de
gala: papá con traje de etiqueta y mamá y yo con vestidos de noche
negros. A mí siempre me había parecido recargado, pero mamá lo
calificaba de elegante.
Era raro ver a mi padre sonriéndome, sabiendo que no iba a
entrar por la puerta después del trabajo con su vozarrón. Habían
pasado más de dos años desde su muerte, pero era fácil olvidar que
ya no estaba.
—¿Mamá? —llamé, manteniendo a Max a mi lado a pesar de su
claro deseo de recorrer la casa y explorar—. Ya vine.

1
Es una marca estadounidense de suavizante de telas.
—Audrey. —Se detuvo en lo alto de las escaleras, como si
estuviera posando para una revista, vestida con una blusa beige y
pantalones color canela—. Qué bueno verte.
No me parecía a mi madre. Ella es alta y delgada, ojos azules y
pelo corto rubio platinado, mientras que yo había heredado los
rasgos más oscuros de mi padre: pelo grueso y castaño, ojos
marrones. A pesar de mis sueños infantiles de ser más alta que mi
madre, no pasaba del metro sesenta y cinco y, cuando cumplí quince
años, ya tenía demasiadas curvas como para que me prestara su
ropa.
—Hola, mamá.
Sus ojos se desviaron hacia Max y no pasé por alto la
microexpresión de disgusto que cruzó sus facciones.
—Está atado. No dejaré que salte sobre ti ni nada.
La cola de Max golpeó el suelo de mármol cuando ella se acercó.
Se dejó caer sobre su espalda y levantó las patas, esperando una
codiciada caricia en la barriga.
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—Veo que todavía tienes al perro.
—Es muy simpático. Quiere que lo acaricies.
Volvió a mirarlo.
—Quizá más tarde. ¿Qué tal el viaje?
—Largo. —Me encogí de hombros—. Pero bien. Sin tráfico ni
nada.
—Bueno, no te quedes aquí en el vestíbulo. —Señaló hacia la
cocina—. Pasa.
Los ojos de mi padre parecían seguirme al pasar. Espeluznante.
Fui a la cocina, manteniendo a Max cerca. Tendría que sacarlo a
pasear para que quemara algo de energía. El pobre perro había
estado demasiado tiempo en el auto.
La cocina era enorme, con una gran isla, encimeras de mármol y
gabinetes de madera clara. Encima de la isla colgaba una lámpara de
hierro forjado con pantallas de cristal esmerilado y enredaderas que
se enroscaban en el techo alto. Todo era muy vinícola, hasta el gran
tarro de cristal medio lleno de corchos de vino que había en un
rincón.
—¿Té? —preguntó mamá.
—Sería estupendo, gracias.
Paseé a Max y lo dejé olisquear. Se detuvo a lamer una mancha en
el suelo de baldosas y, unos pasos más tarde, encontró muy
interesante la transición a la alfombra de la sala de estar.
Probablemente podía oler a la gata de mi madre.
La sala de estar tenía una chimenea con un televisor de pantalla
plana montado encima y un sofá de dos plazas cubierto de cojines
en varios tonos de beige y azul claro. No parecía que lo usara
mucho. A mamá nunca le había gustado mucho ver la tele ni
películas. Probablemente solo entraba para quitar el polvo de las
fotos, los adornos de la chimenea y las estanterías.
Y luego estaba el muro de Audrey.
17
Me había graduado del instituto hacía más de una década, pero
seguía ahí. Una pared entera de mí.
Me acerqué mientras Max seguía olfateando. En el centro había
una de mis fotos de último curso. No tenía ni idea de lo que me
pasaba en el pelo por aquel entonces, con la raya en zigzag y las
puntas alborotadas. Alrededor de la foto estaban los premios que
había recibido, desde el certificado de mejor estudiante de sexto
curso hasta las medallas de animadora y atleta, pasando por la placa
que me acreditaba como «Miss Junior de Pinecrest».
La medalla que llevé en mi graduación colgaba de una clavija de
madera y en la consola había más fotos, la mayoría de hitos de mis
años de instituto. Fruncí el ceño y tomé la foto de mi último baile de
graduación. Mi exnovio, Colin Greaves, me sonreía, vestido con un
esmoquin alquilado y una pajarita rosa a juego con mi vestido.
—Vi a Colin el otro día —dijo mamá, con un tono cargado de
jugosos chismes.
—¿Oh? —Dejé la foto en su lugar.
—Se veía muy bien, por supuesto. Está pensando en postularse
para concejal.
—Bien por él.
—Tu padre habría estado encantado.
—Seguro que sí.
—Aunque, he oído que él y Lorelei han estado pasando por una
mala racha.
—Oh, no —dije, con las cejas fruncidas por la preocupación. Volví
a la cocina, me senté en uno de los taburetes de la isla y le pedí a
Max que se tumbara. Afortunadamente, obedeció—. Qué lástima.
—Bueno, no diría que me sorprendió. —Me acercó una taza de
té—. Todo el mundo sabe que se apresuró a casarse con ella
demasiado pronto.
Podía oír lo que mi madre no decía. «Se apresuró a casarse con 18
ella después de que lo dejaste. Así que es culpa tuya».
Por supuesto, había empezado a salir con Lorelei casi
inmediatamente después de nuestra ruptura y se habían casado
pocos meses después. Ahora no estaba enfadada por eso, pero en
aquel momento me había dolido. Habíamos estado juntos durante
cinco años, desde nuestro último año del instituto hasta después de
graduarme en la universidad, así que se podría pensar que
necesitaba algo de tiempo antes de seguir adelante.
Pero, a diferencia de mi madre, que nunca me perdonó que
terminara con él, yo ya lo había superado.
—Espero que estén bien —dije y lo dije en serio. No le guardaba
rencor a Colin. Me alegraba no haberme casado con él, pero no
quería que le pasara nada malo.
Mamá se encogió de hombros con indiferencia.
—Probablemente sea mejor que no tengan hijos. Quizá necesiten
ayuda psicológica. Aunque no estoy segura de que un consejero
pueda arreglar el hecho de que se casó con la mujer equivocada.
Era hora de cambiar de tema antes de que hablara de que yo había
sido la mujer adecuada y que debería haberme casado con él porque
mírame ahora, en mis treintas y soltera.
—Así que empiezo mi nuevo trabajo el lunes.
Sonrió.
—Lo más inteligente que han hecho ha sido contratarte.
—Gracias. Me alegro de que por fin alguien lo haya hecho.
No me convencía mucho este trabajo, pero los mendigos no
pueden elegir. Después de presentar mi candidatura a casi todo lo
que encontraba, respondí al anuncio del Tribune de Tilikum más
que nada por desesperación. Nunca había trabajado para un
periódico, pero tenía un título en periodismo. Para mi sorpresa, me
llamaron para una entrevista y me ofrecieron el trabajo en el acto. 19
Problema laboral resuelto, pero había estado viviendo a casi siete
horas de distancia, en Boise, durante los últimos años. Trabajar para
un periódico de pueblo no era un trabajo a distancia, así que tenía
que hacer las maletas y mudarme.
Tilikum no era Pinecrest, pero estaba bastante cerca. Para mí, toda
esta región, desde Pinecrest hasta Tilikum y Echo Creek, entraba
dentro del concepto de pueblo natal. Y no de una forma tierna y
nostálgica que hiciera de la mudanza una experiencia cálida y
difusa. Sino en el sentido de que no quería volver a vivir aquí, lo que
me hacía sentir como una gran fracasada.
Pero estaba bien. Este trabajo era un medio para llegar a un fin,
una forma de recuperarme. Seguiría buscando otro, preferiblemente
a cinco o seis horas de distancia, y me las arreglaría lo mejor que
pudiera hasta entonces.
Sin previo aviso, Max se puso en pie de un salto. Salió corriendo y
la correa se me escapó de las manos.
—¡Max! —Me bajé del taburete y fui tras él—. ¡Max, ven!
Spoiler alert: no escuchó.
Corrí a la sala con mi madre detrás y me encontré a Max
intentando meter toda la cabeza en el hueco de cinco centímetros
que había debajo del sofá. Levantó la cara un segundo, lo suficiente
para soltar un ladrido, y volvió a meter la nariz debajo del sofá.
—Max, sal de ahí.
—Oh, no —dijo mamá—. Duquesa.
—Debe ser eso. Vio a tu gata.
—No dejes que lastime a mi bebé.
—No le hará daño. Quiere jugar.
Max ladró de nuevo.
—¡Audrey, se la comerá!
—No se la comerá. —Al menos esperaba que no lo hiciera—. Ese 20
es su ladrido de juego.
Mamá apretó las manos contra su pecho.
—Duquesa, quédate ahí. No salgas, pequeña. Mamá te salvará.
No es que estuviera haciendo nada para salvar a su gata.
—Lo apartaré de ella. —Me acerqué lo suficiente para agarrar la
correa pero Max soltó un fuerte aullido de dolor. Agarré la correa y
me lo llevé—. ¿Qué te ha pasado? ¿Te ha lastimado la gatita?
Tenía un pequeño rasguño en la nariz, lo justo para que le saliera
sangre.
—Oh amigo, eso debe doler.
—Duquesa —arrulló mamá, acercándose lentamente al sofá—.
Sal, gatita.
Moví a Max más lejos y mantuve un agarre mortal en su correa.
—Tal vez solo quiere esconderse allí por un tiempo.
—No, necesita a su mamá. —Chasqueó la lengua—. Pss, pss, mi
preciosa gatita.
Agachada, le revisé la nariz a Max. Movió la cola e intentó
lamerme la cara. No era un rasguño grave. Probablemente lo había
sorprendido más que nada. Ahora no parecía darse cuenta.
Duquesa salió por fin de la parte trasera del sofá. Era una persa
blanca con una masa de pelo largo, sobre todo alrededor de la cara
apretujada, y unos ojos ámbar que, por lo que a mí respecta, le
daban un aspecto maligno.
—Ahí estás, dulce bebé. —Mamá la cogió en brazos y la abrazó—.
No te preocupes, el perrito malo no te atrapará.
Max ladró.
Duquesa siseó.
—No creo que Max sea el malo en este escenario, pero está bien.
Mamá me miró con el ceño fruncido. 21
—Mi preciosa gatita no es mala. Solo se estaba protegiendo y ese
perro va a tener que quedarse afuera.
—¿Afuera dónde?
—En la parte de atrás.
—No hay valla perimetral.
—¿No puedes atarlo?
—¡Mamá!
—¿Qué? ¿Está mal? No quisiera ser cruel con él, solo intento ser
práctica.
Suspiré.
—Lo mantendré atado en casa y lo sacaré a pasear para que haga
ejercicio. Hay una guardería de perros al final de la calle donde está
el periódico, así que lo llevaré allí mientras trabajo.
—La correa no funcionó exactamente como debe ser.
—La puse en mi regazo. Pensé que la gata estaba arriba en tu
habitación o algo así. Tendré más cuidado de sujetarla.
Acurrucó a la gata contra su cara.
—Bueno, está bien entonces. Haremos que funcione. Vamos,
dulce gatita, por una golosina. Te mereces una después de ese susto.
Sí, te la mereces.
Miré a Max. Sus bonitos ojos marrones se encontraron con los
míos y movió la cola.
—Vamos, chico bueno. Demos un paseo y gastemos un poco de
esa energía.
Todavía podía oír a mi madre murmurando palabras cariñosas a
su gata mientras me iba. Cerré la puerta y volví a respirar hondo. El
aire era puro y cálido, no tan caluroso como en verano, pero lo
parecía.
Pasamos por delante de mi auto, lleno de las cosas que había
empacado, y me invadió una sensación de resignación. A esto había 22
llegado mi vida. Volver a casa para aceptar un trabajo por
desesperación.
Tendría que sacar lo mejor de ello. Era solo el medio para un fin
de todos modos.
Capítulo 3
Josiah
El olor estaba por todas partes. Arrugué la nariz. Esperaba que el
hedor estuviera sobre todo en la alfombra, pero ayer habíamos
quitado lo que quedaba de ella. Toda la casa seguía oliendo a humo
de cigarrillo y a algo más que no podía reconocer. Probablemente no
quería saberlo. Las paredes estaban destrozadas, había agua por
todas partes y parecía que cada vez que quitaba una capa,
encontraba un nuevo problema.
Aun así, había algo que me gustaba de esta casa.
23
Bajé el mazo y apoyé mis manos enguantadas en el mango. El
suelo de la cocina estaba lleno de trozos rotos de gabinetes baratos y
el polvo flotaba en el aire. El sudor me caía por la espalda y estaba
deseando sentarme en el sofá con una cerveza helada esta noche,
pero la demolición era un trabajo satisfactorio. Una oportunidad
para dar rienda suelta a la bestia en mí durante un rato.
Y a pesar de lo mucho que quedaba por hacer, la casa ya tenía
mucho mejor aspecto que cuando papá y yo la compramos. Los
anteriores propietarios la habían mantenido en alquiler y era
evidente que no se habían preocupado del mantenimiento. No era
ajeno a las dificultades de tener propiedades en alquiler, pero este
lugar había sido un basurero. También éramos propietarios de la
casa de al lado y la mitad de la razón por la que habíamos comprado
esta casa era para poder limpiarla y alquilar la casa de al lado con
más facilidad. Tenía que ayudar que ya no pareciera que los vecinos
tenían un laboratorio de metanfetaminas.
Pero aún quedaba mucho camino por recorrer antes de que eso
fuera una realidad.
Levanté el mazo y dejé ir el impacto. Golpeó el siguiente gabinete
con un impacto satisfactorio. Volví a golpear con más fuerza,
haciendo saltar por los aires un trozo de tablero de partículas y otro
de panel de yeso.
¿Qué demonios?
Me acerqué y me quité las gafas protectoras. Algún genio había
pegado los gabinetes inferiores a la pared. Había arrancado un trozo
de panel de yeso junto con el gabinete. Eso probablemente
significaba que el resto de los gabinetes también estaban pegados.
Maldita sea. Tenía la esperanza de que pudiéramos salvar los
paneles, pero no se veía bien.
Agarré el trozo de gabinete que quedaba pegado a la pared y tiré.
Otro trozo de panel se agrietó y se desprendió, dejando al
descubierto la estructura que había detrás.
A la mierda. Cogí el mazo y golpeé con fuerza, atravesando
madera, tableros de partículas, pegamento, paneles de yeso… me
daba igual. Volví a golpear. ¡Crack! Los gabinetes se astillaron. Otra
24
vez y destruí más la pared. Una y otra vez, hasta que me ardieron la
espalda y los brazos, y el sudor me corrió por las sienes. Donde
antes había una encimera de cocina anticuada con gabinetes de
mierda, ahora había un montón de escombros y un agujero enorme
en la pared.
—¿Estás bien? —preguntó una voz detrás de mí.
Me giré y vi a mi hermana Annika vestida con una camiseta y
unos jeans. Llevaba el pelo rubio recogido y un bolso colgado de un
hombro.
—Sí. —Me quité las gafas protectoras y me sequé el sudor de la
frente—. ¿Por qué?
—Cualquiera pensaría que ese gabinete asesinó a tu mejor amigo.
Gruñí.
—¿Querías derribar media pared o solo te dejaste llevar?
—Algún idiota pegó los gabinetes a los paneles de la pared.
Hizo un gesto de dolor.
—Eso no es bueno.
Mi corazón aún bombeaba con fuerza, pero el rápido estallido de
frustración ya se había disipado. Volví a mirar el daño que había
hecho. Qué estupidez.
Pero se había sentido bien.
—¿Necesitas algo? —pregunté.
—Tenía que reunirme con los nuevos inquilinos de la casa de dos
dormitorios de al lado, pero se retractaron en el último momento.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Tuvieron algún tipo de emergencia familiar. Cambiaron sus
planes.
25
—Así que está vacante otro mes.
—Sí, por lo menos. Pondré un nuevo anuncio cuando vuelva a mi
computadora portátil.
Volví a gruñir. Una vacante no era lo ideal, sobre todo porque
estábamos en medio de otra remodelación.
Annika trabajaba a tiempo parcial para nuestro hermano, Luke,
en su taller de autos personalizados, pero yo se la había robado para
que trabajara a tiempo completo para mí hacía unos años. Ahora ella
era la cara de nuestro negocio. Papá y yo comprábamos las casas y
las arreglábamos. Ella interactuaba con los inquilinos o con los
compradores si era una que habíamos decidido vender. Mis
habilidades con la gente no eran exactamente las mejores, así que
funcionó para todos.
También tenía como un millón de hijos, así que trabajar desde
casa le venía bien.
«Bien, tenía cuatro». Pero aun así.
—Este lugar parece… —Hizo una pausa y miró a su alrededor—.
Quiero decir que se ve mejor, pero sabrías que estoy mintiendo.
También apesta.
—Una capa de pintura desodorizante en la pared debería acabar
con el olor y tiene que empeorar antes de mejorar.
—A veces es como la vida.
Volví a ponerme las gafas de seguridad.
—No estaba tratando de ser profundo.
—Puede que no, pero es verdad. —Señaló hacia el mazo—. Ten
cuidado con cuántas paredes quitas. Algunas son probablemente
importantes para la integridad estructural.
—¿Tú crees?
Puso los ojos en blanco.
—Pensándolo bien, vuélvete loco. Saca algo de esa agresividad.
Volví a gruñir.
26
—Hasta luego —dijo, ya de camino a la salida.
Murmuré un «adiós» apenas coherente. Mi hermana me caía bien.
Siempre nos habíamos llevado bien, pero no tenía ganas de hablar.
Por supuesto, casi nunca tenía ganas de hablar. Agarrando el
mazo, me puse a trabajar en la siguiente sección de ebanistería.
Una hora más tarde, el resto de los gabinetes de la cocina estaban
hechos pedazos y había muchos menos paneles. Una parte de mí se
preguntaba si debería arrancarlo todo. No habíamos planeado
desmontar la cocina, pero probablemente ya no se podía reparar.
Me rugió el estómago, recordándome que me había saltado la
comida. Ya me ocuparía de las paredes más tarde. Era hora de dar
por terminado el día.
Dejé todo como estaba y salí para cerrar. Un contenedor ocupaba
la mitad del camino de entrada y el exterior de la casa necesitaba
tanto trabajo como el interior. Afortunadamente, el techo estaba en
buenas condiciones, pero había que pintar la casa y arreglar el
jardín.
Había estacionado mi camioneta en la calle: una Ford F-150 gris
oscuro que había comprado hacía unos años. Al parecer, era cosa de
los Haven; dos de mis hermanos tenían la misma camioneta, solo
que en distintos colores.
El aire de la tarde era agradablemente fresco y el cielo estaba
despejado. Era junio, pero aún no había llegado el calor del verano.
Lo cual estaba muy bien. Tenía que traer pronto a mi técnico de
climatización para que revisara el aire acondicionado, porque si no
iba a ser un verano horrible.
Salí de la remodelación, conduje hasta el pueblo y encontré
estacionamiento enfrente del Copper Kettle. Normalmente, cuando
tenía hambre, iba al Quick Stop por un bocadillo precocinado, pero
me apetecía una comida caliente.
Una ardilla cruzó la carretera, haciendo que un tipo en una
camioneta roja frenara en seco. La camioneta se detuvo y el
27
neumático delantero estuvo a punto de aplastar al animal. La ardilla
siguió corriendo con su cola tupida, aparentemente ajena al hecho
de que estuvo a punto de morir atropellada.
Las ardillas de por aquí se creían dueñas del lugar.
Incliné la barbilla y crucé hacia la cafetería.
El Copper Kettle olía a comida casera y el tintineo de los platos se
mezclaba con el murmullo de las conversaciones. La anfitriona,
Heidi, apenas parecía lo bastante mayor para estar en el instituto y
mucho menos para trabajar en una cafetería. Pero qué sabía yo.
Todo el mundo me parecía demasiado joven.
—¿Quieres una mesa? —Miró el comedor abarrotado—. Puede
que tarde unos minutos. Está bastante lleno.
—Voy a buscar algo para llevar.
—¿Sabes lo que quieres o necesitas ver un menú?
—No, no, Heidi —una voz familiar llamó desde el interior de la
cafetería—. Se sentará conmigo.
Un leve presentimiento me invadió cuando mi tía Louise me
saludó desde su mesa.
Louise Haven tenía el pelo largo y gris, siempre recogido en un
moño, y unas profundas líneas de expresión alrededor de los ojos.
Se había casado con el hermano mayor de mi padre cuando ambos
tenían dieciséis años y habían desafiado las probabilidades
permaneciendo juntos durante los últimos cincuenta y tantos años.
En algún momento de su turbio pasado, adoptó los chándales de
terciopelo como su estilo. No tenía ni idea de si tenía algo más o si
su armario era simplemente un arco iris de sudaderas con
cremallera y pantalones a juego. El de hoy era morado oscuro.
La tía Louise no tenía ningún filtro, pero ese no era el problema.
De hecho, me gustaba cómo decía lo que le daba la gana. El
problema era que presidía la familia Haven como casamentera
autoproclamada. Todos sus hijos estaban casados, pero si tenías más 28
de veintiún años, eras pariente de los Haven y estabas soltero,
Louise iba tras de ti.
Llevaba años intentando atarme.
—Llevaré un sándwich con aderezo francés —dije.
—Josiah —llamó Louise, todavía saludando—. Ven aquí, cariño.
Heidi nos miraba a uno y otro, como si no supiera a quién debía
escuchar.
—Pon mi pedido para llevar y llévalo a su mesa —refunfuñé y
pasé junto a Heidi hacia donde Louise me sonreía.
—Vaya, qué agradable sorpresa —dijo, como si no nos
cruzáramos todo el tiempo en este maldito pueblo—. Toma asiento.
Saqué la silla y me senté.
—No puedo quedarme.
—Está bien, es agradable saludarte de todos modos. —Buscó en
su bolso, sacó un pequeño espejo y empezó a limpiarse las
comisuras de los labios—. Además, quería encontrarte. Florence
Newland me dijo el otro día que su nieta Aida viene de visita este
verano.
—¿Y?
—Inmediatamente pensé en ti.
—¿Por qué?
Cerró el espejo.
—Pensé que podrías salir con ella.
—No.
—No seas difícil. Es una chica buena.
—No me gustan las chicas buenas.
Su mirada fue más divertida que molesta.
29
—Claro que sí. Solo que no te hemos encontrado la adecuada.
—No me interesa.
—Me doy cuenta de que eres un Haven, que es sinónimo de terco.
Pero en algún momento tendrás que sentar cabeza.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
Dejó escapar un suspiro de sufrimiento.
—¿No te sientes solo?
—No.
—Uno de estos días, te darás cuenta de lo mucho mejor que sería
tu vida con una buena mujer.
Gruñí. Para ella era fácil decirlo. Se había casado con mi tío
George cuando eran jóvenes y aún maleables. Yo tenía treinta y ocho
años y estaba demasiado anclado en mis costumbres. No podía
imaginarme compartiendo mi espacio, mi tiempo o mi vida con otra
persona. Odiaba tener que responder ante otra persona. Diablos, ni
siquiera quería un perro.
Además, ya había estado a punto de hacerlo una vez y mira cómo
había acabado. Nunca más.
—Deberías interesarte por otro Haven.
—Créeme, estoy trabajando en esos hermanos tuyos.
—Entonces ¿por qué no acosas a uno de ellos para salir con… cuál
era su nombre? ¿Probaste con Luke? ¿O Zachary?
—Zachary. —Prácticamente escupió su nombre, como si le
supiera mal—. Podría ser el que finalmente me deje perpleja. ¿Pero
Luke? —Se golpeó los labios con el dedo—. No, no lo veo.
—Si no quieres endosársela a Luke, tengo muchos hermanos para
escoger.
Esa era la verdad. Éramos seis chicos, más Annika, una familia
compuesta de «los tuyos, los míos y los nuestros». Papá me tuvo a
mí, a Luke y a Garrett con su primera esposa. Mamá, la única madre
30
que habíamos conocido, tuvo a Reese, a Theo y a Zachary. Papá los
adoptó después de casarse con mamá y nadie cuestiona el hecho de
que sean Haven. Luego habían tenido juntos a Annika.
Muchos hermanos Haven solteros para que Louise los molestara.
Incluso Garrett, que se había divorciado hacía unos años.
Por otra parte, Reese era impredecible. No lo habíamos visto en
años. Podría estar casado y tener siete hijos y no tendríamos ni idea.
—Sabes, tal vez vea si Theo está interesado —dijo—. Tiene un
trabajo bueno y estable.
—O Garrett —dije, contento de ver que las ruedas de su mente
casamentera giraban alejándose de mí—. También tiene un trabajo
bueno y estable.
Heidi trajo mi bolsa para llevar y la dejó sobre la mesa. Saqué mi
billetera y le di algo de dinero antes de que se fuera.
—Quédate con el cambio.
—Gracias.
Me puse de pie, listo para salir antes de que Louise me
convenciera de quedarme a comer con ella.
—Me tengo que ir.
—Me alegro de verte, cariño. Pero no creas que te has librado.
Negué con la cabeza y me fui.
Oler mi cena durante todo el camino a casa hizo que mi estómago
rugiera aún más. Por suerte, vivía en el pueblo, en la calle Meadow,
la última casa de una calle sin salida. La había comprado hacía años,
con la intención de arreglarla, pero no había hecho gran cosa con
ella. Seguía teniendo la misma pintura triste y descolorida y la
misma puerta de mosquitera torcida que chirriaba al abrirse.
El interior no era mucho mejor. Era habitable, pero anticuado y
vacío. Las maderas sin brillo necesitaban un repaso. Había quitado
los zócalos y las molduras y no los había sustituido. Alguien antes
que yo había pintado los gabinetes de la cocina de un tono malva 31
horrible y había cubierto el linóleo original con baldosas baratas.
Algunas se estaban despegando, pero arreglarlas significaba
cambiar todo el suelo, lo que en realidad significaba rehacer toda la
cocina.
Uno de estos días, me pondría a ello. Probablemente cuando
estuviera listo para venderla o convertirla en un alquiler.
Me quité las botas de trabajo, dejándolas junto a la puerta, y tiré el
teléfono, la billetera y las llaves sobre una mesita plegable. Mis
muebles estaban tan destartalados y desparejados como la casa. El
mismo sofá que había tenido durante años, un sillón reclinable que
mi hermano Theo me había dejado la última vez que se mudó y una
mesita que hacía a veces de reposapiés.
Dejé la bolsa de comida para llevar sobre la mesa y fui a la cocina
por una cerveza. Después de abrirla, me desplomé en el sofá y
levanté los pies.
¿Solo? La tía Louise no sabía de qué estaba hablando. Claro que
estaba solo, pero no me sentía solo. Me gustaba poder poner los pies
en la mesa junto a la comida y sentarme en un viejo sofá en una casa
a medio terminar. Trabajaba con mi propio horario, hacía lo que
quería el resto del tiempo. Lo último que quería era otra persona de
la que tuviera que preocuparme.
Solo, no solitario. Justo como me gustaba.

32
Capítulo 4
Audrey
Mi estómago se retorcía de nerviosismo mientras caminaba por la
acera hacia mi nuevo trabajo. Parecía el primer día del instituto. La
sensación no era del todo desagradable, aunque me preguntaba si
me había vestido adecuadamente. ¿Se trataba de una oficina
informal? ¿Más formal? La entrevista había sido por
videoconferencia, así que no había estado allí en persona, y en la
correspondencia con mi nuevo jefe no se mencionaba ningún código
de vestimenta.
Había optado por lo que esperaba que fuera clásico: una blusa
33
blanca con una falda gris oscuro y tacones negros. Me sentía un
poco como Lois Lane2, lo cual me parecía apropiado, dado mi nuevo
trabajo.
Ahora si solo pudiera encontrar a mi propio Clark Kent3. Ni
siquiera tenía que ser Superman. Solo un buen tipo con un buen
trabajo, al que le gustaran los perros y que se enamorara
perdidamente de mí. ¿Era mucho pedir?
Mi experiencia me decía que sí, pero soy una optimista
empedernida.
Había dejado a Max en Happy Paws, la tienda de mascotas local
que también ofrecía servicio de guardería para perros. Había
tardado diez segundos en establecer un vínculo con la dueña, Missy
Lovejoy. Por supuesto, le había dado una golosina. El amor de Max

2 Personaje de ficción que aparecen en los cómics de DC. Periodista y pareja de Superman.
3 Personaje de ficción que aparecen en los cómics de DC. Alter ego, Superman.
no tenía un precio alto. Pero al menos era una cosa menos de la que
tenía que preocuparme.
La oficina del Tribune de Tilikum estaba a una cuadra de la calle
Principal, no lejos del parque Lumberjack. El centro de Tilikum era
mucho más bonito que el de Pinecrest. Tenía un aire pintoresco, de
«paseemos y compremos», con tiendas interesantes y bastantes
restaurantes.
Me detuve en seco cuando dos ardillas cruzaron la acera delante
de mí. Parecía que una de ellas llevaba un juego de llaves. Miré a mi
alrededor, preguntándome si debía perseguirla y recuperar las
llaves. Tenían que pertenecer a alguien, pero un segundo después,
ambas desaparecieron al doblar una esquina.
Al parecer, las ardillas de Tilikum se ganaron honestamente su
reputación de ladronas.
Me alisé la falda, respiré hondo, abrí la puerta de la oficina del
Tribune y entré.
La oficina era espaciosa, con varias mesas colocadas en ángulos
34
irregulares. Una puerta cerrada al fondo tenía una placa que decía
Editor y otra en la esquina era un baño. En la esquina opuesta había
una pequeña cocina, con un minirefrigerador y una cafetera sobre la
encimera. Copias enmarcadas del Tribune decoraban las paredes y
la mayoría de ellas estaban ligeramente torcidas.
Una mujer con un corte pixie gris levantó la vista de su portátil y
sonrió. Era la única persona que había en la oficina. Uno de los
escritorios estaba completamente vacío y, aunque en el otro había
una computadora de escritorio y algunas cosas más, no había nadie
sentado allí.
—Hola. —Se puso de pie—. Debes ser Audrey. Soy Sandra
O'Neal.
—Sí, hola. —Entré con la mano extendida—. Audrey Young.
Sandra extendió su mano y me la estrechó. Iba vestida con camisa
negra y caquis, más informal que lo que yo llevaba, así que me
alegré de no haber optado por un traje de chaqueta.
—Encantada de conocerte. Lou está en su despacho. —Señaló uno
de los escritorios—. Ledger, el practicante inútil, se sienta ahí. Aún
no ha llegado, obviamente.
—Perdona, ¿has dicho practicante «inútil»?
—No te preocupes, lo llamo así a la cara. —Señaló el escritorio
vacío—. Puedes quedarte con ese. A menos que te guste más el de
Ledger. Podríamos mover sus cosas, probablemente ni se daría
cuenta.
—Oh, no, ese está bien.
—Estupendo. —Su sonrisa se desvaneció mientras dirigía su
atención al despacho de Lou y levantaba la voz—. ¡Lou! La chica
nueva está aquí.
Hizo una pausa, como si escuchara, pero no oí respuesta.
—Estoy segura de que saldrá en un minuto. Puedes instalarte. Te
mostraría el lugar, pero no hay mucho que mostrar. Somos un
periódico bastante pequeño. ¿Tienes tu propia computadora 35
portátil? —Miró a su alrededor—. Probablemente tengamos una
extra por aquí, pero si la tenemos, es una basura. Te recomiendo que
uses la tuya.
—Yo tengo la mía. —Dejé mi bolso sobre el escritorio de metal
vacío. Había visto días mejores. El cajón inferior estaba abollado,
dudaba que abriera, y las patas tenían marcas de óxido.
Pero estaba bien. Estaba aquí por un sueldo, no por un entorno
lujoso.
La puerta principal se abrió y entró un chico larguirucho con
cabello castaño y corte estilo mullet y un intento de bigote. Llevaba
una camiseta descolorida de Led Zeppelin, jeans ajustados y una fina
bufanda granate al cuello.
—Ah, Ledger, decidiste honrarnos con tu presencia hoy —dijo
Sandra—. Esta es la chica nueva, Audrey.
—Hola. —Ledger apenas miró en mi dirección antes de dejarse
caer en su silla. Su teléfono móvil apareció de la nada, se inclinó
hacia atrás, ya enfrascado en él.
—¿Lo ves? —Sandra hizo un gesto hacia él—. Por eso lo llamo el
practicante inútil. No hace gran cosa.
La miró por encima del teléfono.
—Yo trabajo.
—¿Desde cuándo?
—Investigué para un artículo.
—Eso fue hace un mes.
Sacudió la cabeza, con la atención aún puesta en su teléfono.
—Chicos, tienen que bajar sus expectativas. Tengo muchos
deberes.
—Son las vacaciones de verano.
36
—Sí, y me merezco un descanso.
Sandra me miró a los ojos y se encogió de hombros.
—Nos sorprende de vez en cuando, pero la mayoría de las veces
se queda ahí sentado. A Lou no le importa porque es un practicante
y no le pagamos.
Me senté lentamente en la silla.
—Bien…
—Probablemente no estamos dando la mejor impresión, pero
¿qué puedo decir? Somos un periódico de pueblo que intenta
sobrevivir en la era postperiódica. Está Lou, que lleva aquí toda la
vida y no dejará que esto muera. Luego estoy yo, que pensé que
sería divertido conseguir un trabajo hace unos años ya que mis hijos
tenían que ir y crecer. Y Ledger, aquí, que ha estado trabajando en
su carrera de periodismo en la Universidad de Tilikum durante
cuánto, ¿seis años?
—Cinco y medio —dijo.
—Como puedes ver, necesitamos desesperadamente a alguien
como tú.
—¿Cuál se supone que es mi responsabilidad, exactamente? —
pregunté—. Lou no fue muy específico.
—Bueno —dijo Sandra y vaciló, como si tuviera que pensarlo
antes—. Me encargo de los anuncios: bodas, bebés, esquelas.
También me encargo de la edición y corrección de textos, además de
la contabilidad y otros asuntos administrativos. Lou supervisa las
cosas desde el punto de vista editorial y pasa la mayor parte del
tiempo intentando convencer a los anunciantes de que nos paguen.
Ledger no hace mucho, así que tú te quedas con casi todo lo demás.
Parpadeé varias veces.
—¿Todo lo demás?
Sonrió.
—No te preocupes, nuestros lectores no son exigentes. ¿Tienes
una cámara? Seguro que tenemos una por aquí, aunque la cámara 37
de tu teléfono probablemente sea mejor.
—¿Una cámara? No soy fotógrafa.
Antes de que Sandra pudiera responder, se abrió la puerta de
Lou. Era más corpulento de lo que me había parecido durante la
entrevista: alto, con una cintura que hacía saltar los botones de su
camisa de manga corta. No sabría decir si su barba canosa era
intencionada o si simplemente se había olvidado de afeitarse esta
mañana y, aunque aún le quedaba algo de pelo en la cabeza, era
evidente que era escaso.
—Bien, la chica nueva está aquí. —Su voz era áspera como la
grava—. Audrey, ¿verdad?
Me puse de pie, lista para ofrecer mi mano.
—Sí, hola, es un placer…
—Adelante.
Desapareció en su despacho. Miré a Sandra. Me dedicó una
sonrisa alentadora, así que seguí a Lou.
Su despacho olía agradablemente a papel y tinta, me recordaba a
los proyectos de papel maché de la escuela primaria en los que se
utilizaba papel de periódico rasgado como soporte. Lo que debían
de ser algunas de las primeras ediciones del Tribune, de principios
del siglo XIX, colgaban de la pared en marcos desiguales, y su mesa
estaba llena de pilas de papeles y correo. Aunque tenía una
computadora, en la consola detrás de su silla había una máquina de
escribir antigua que, de algún modo, parecía encajar mejor en el
ambiente que cualquier tecnología moderna.
Lou revolvió el desorden de su mesa.
—Debo haberle dado a Sandra tus papeles. Ella lleva la
contabilidad y las nóminas.
—Oh, bien. Si necesitas alguno más, dímelo.
Tomó un periódico doblado de una de sus pilas y me lo acercó. 38
—Es la edición de la semana pasada. Puedes hacerte una idea del
diseño. Es bastante sencillo. La sección local está al final. No pasan
muchas cosas por aquí, pero publicamos los calendarios deportivos
de los institutos, los eventos del pueblo, ese tipo de cosas. ¿Alguna
pregunta?
Tenía como cien preguntas, pero no sabía por dónde empezar.
—¿Qué debo…?
Sonó su teléfono y contestó tan rápido que mi pregunta quedó
flotando en el aire.
—Soy Lou.
Hizo una pausa, escuchando, y empezó a sacudir la cabeza.
—No, no. Eso no va a funcionar.
Esperé, intentando no moverme en mi asiento.
—Siempre haces media página. Llevas veinticinco años
haciéndolo. ¿Por qué cambiarlo ahora? —Puso la mano sobre la
boquilla y me hizo un gesto para que me fuera—. Tengo que atender
esto. Ve a empezar.
¿Empezar a hacer qué?
Destapó el teléfono y siguió hablando.
—Sé que el número de abonados ha bajado, pero son los tiempos
que corren. Esta sigue siendo una forma estupenda de llegar a tus
clientes fieles.
Me levanté, cogí el periódico y salí discretamente de su despacho.
Sandra sonrió.
—¿Todo listo?
—La verdad es que no. —Volví a mi escritorio y tomé asiento—.
Recibió una llamada.
—No pasa nada. Siempre hay una curva de aprendizaje el primer
día. No hay mucho que puedas hacer al respecto. Yo te ayudaré.
—Gracias. —Sandra ya me caía bien, lo cual era un alivio, porque
39
el resto de la situación me tenía un poco confusa—. Me entregó el
periódico de la semana pasada como si eso explicara todo mi
trabajo. Pero tengo que ser sincera, no tengo ni idea de lo que se
supone que tengo que hacer.
—Es una metáfora de la vida —dijo Ledger, asintiendo
sabiamente—. Ninguno de nosotros lo sabe.
Sandra se rio.
—Es cierto, Ledger. Quizá no siempre seas un inútil.
—Te lo dije —dijo, aunque seguía sin levantar la vista de su
teléfono.
—No te preocupes —me dijo—. Te ayudaré a empezar. Hay un
calendario comunitario en la página oficial de Facebook del pueblo
que te ayudará. Allí puedes ver las fechas de los eventos locales. Y te
enviaré algunos correos electrónicos para presentarte a gente que
necesitarás conocer. Trisha en parques y recreación, Carolyn en la
oficina del alcalde, Ed en el consejo del pueblo. Pero es raro que
ocurra algo de interés periodístico por aquí.
Abrí el periódico y hojeé las páginas. No quería ser prejuiciosa, y
desde luego no era experta en periódicos de pueblos pequeños, pero
todo era bastante genérico. La sección local estaba al final, cuando
debería estar en primer plano. Y no había mucho que fuera
particularmente interesante. Solo las noticias básicas que se podían
ver en cualquier sitio, algunas columnas que claramente eran
reimpresiones de otras fuentes y un pequeño calendario de eventos.
Volví a doblar el papel y exhalé un largo suspiro. ¿En qué me
había metido? No sabía qué esperaban de mí, por dónde tenía que
empezar ni qué podía hacer, si es que podía hacer algo, para ayudar
al periódico. Mirando sus tristes páginas, me preguntaba si seguiría
abierto. O si llegaría al trabajo una mañana y encontraría la puerta
cerrada y mis esperanzas de volver a ponerme en pie hechas
pedazos, como todos esos trozos de periódico que utilizábamos para
nuestros proyectos artísticos.
40
Esa sensación de que había cometido un gran error al venir aquí
había vuelto. Con furia.
Pero, ¿qué podía hacer? Seguir haciendo lo mejor posible y
esperar que la semana que viene siguiera teniendo trabajo.
Eso y encontrar un nuevo trabajo que realmente tuviera futuro,
tan pronto como fuera humanamente posible.
Capítulo 5
Audrey
Mi primer día no empeoró. Así que al menos tenía eso a mi favor.
Sandra me ayudó a ponerme manos a la obra y, antes de que me
diera cuenta, era hora de volver a casa. El día me había parecido
demasiado rápido y demasiado lento a la vez, y me había dejado
como un trapo.
Me despedí de Sandra, que hasta ahora era el único punto

41
positivo de mi nuevo trabajo, y fui a buscar a Max.
Cuando lo recogí, hizo su sagrado trabajo de perro, actuando
como si estuviera a punto de estallar de emoción en cuanto me vio.
Dio vueltas a mi alrededor, moviendo la cola como el perro loco que
era, y me dio algunos húmedos lametones en la cara cuando me
agaché para acariciarlo.
El viaje de vuelta a Pinecrest me dio tiempo para relajarme. No
me aterraba la idea de volver a casa de mi madre, pero tampoco me
hacía mucha ilusión. Mantener a Max alejado de Duquesa estaba
resultando frustrante. No pretendía ser tan travieso, pero cuanto
más lo alejaba de la gata, más ganas tenía de mirarla. El arañazo de
advertencia no había hecho nada para calmar su curiosidad.
Anoche, se me había escapado y Duquesa había acabado atascada
en lo alto de una estantería, incapaz de bajar.
Al menos, mamá había afirmado que estaba atascada. Yo estaba
convencida de que solo estaba siendo dramática.
La tienda de comestibles estaba de camino, así que decidí parar y
comprar algo para cenar. Una ofrenda de paz a mi madre por
aguantar a mi perro loco.
Max estaría bien unos minutos mientras yo entraba corriendo.
Nunca lo dejaría mucho tiempo en el auto, un vehículo puede
calentarse más rápido de lo que crees, sobre todo al sol, pero no
hacía calor y me estacioné en la sombra. Entraría y saldría lo
bastante rápido y él estaría bien.
—Quédate aquí, buen chico. Enseguida vuelvo.
Entré en la tienda y me desvié a la derecha, hacia la charcutería.
Por suerte, tenían la ensalada de pollo que le gustaba a mi madre.
Pedí una mediana, seguramente más de la que necesitábamos, pero
ella podía comer las sobras mañana, y esperé mientras un tipo con
redecilla sobre el cabello llenaba el recipiente. Me lo entregó y le di
las gracias.
—Vaya, vaya, vaya —dijo una voz demasiado familiar detrás de
mí—. Oí que habías vuelto.
Sabía que este momento tenía que llegar tarde o temprano. Este
pueblo era demasiado pequeño para evitarlo durante mucho
tiempo. Pero aún no estaba preparada para ver a Colin Greaves.
42
—Supongo que las noticias vuelan —dije mientras me daba la
vuelta.
Llevaba una camisa azul claro con botones y unos pantalones
oscuros. Probablemente había pasado por la tienda de camino a casa
desde el trabajo, como yo. Trabajaba para el bufete de abogados de
su padre, el único del pueblo, y lo cierto es que tenía buen aspecto.
Pelo peinado hacia atrás, bien afeitado, ni una arruga en su ropa
cara.
Levantó una comisura de los labios y sus ojos se movieron de
arriba abajo.
—Tienes buen aspecto.
—Gracias. Primer día de trabajo.
—¿Ah, sí? ¿Dónde trabajas?
Apreté los labios. No debería haber dicho más que gracias. Ahora
me estaba metiendo en una conversación de verdad en lugar de un
saludo rápido, pero no quería ser grosera.
—El Tribune de Tilikum.
—¿Esa cosa sigue abierta?
—Bueno, me contrataron y la puerta no estaba cerrada cuando
llegué esta mañana, así que diría que es una buena señal.
—Adorable —dijo, y no estaba segura de sí se refería al periódico
o a mi intento de sarcasmo—. He oído que estás viviendo con tu
madre.
No pasé por alto el tono juzgón en su voz.
—Solo hasta que encuentre un lugar.
Volvió a mirarme de arriba abajo y se cruzó de brazos.
—Quién lo hubiera pensado. La señorita «Más Probabilidades de
Triunfar», de vuelta en casa. Pensé que habías dicho que nunca 43
volverías a vivir aquí.
Lo había dicho. En ese momento, lo había dicho en serio. Con
vehemencia.
—Sí, bueno, la vida te lanza bolas curvas. —Levanté mi recipiente
de ensalada de pollo—. Debería irme a casa mientras está fría.
—Oye, no quiero ser duro contigo. —Su voz adoptó la cualidad
tranquilizadora que siempre había usado para salir de una
discusión—. ¿Está todo bien?
«Perdí mi trabajo y ahora estoy viviendo con mi madre después
de haber jurado que nunca me mudaría de regreso a casa; mi nuevo
trabajo es un desastre y voy a pasar todas mis horas libres
intentando mantener a mi perro alejado de la gata mimada de mi
madre. No, todo no va bien».
Obviamente no iba a decir eso.
—Sí, muy bien. Estaba buscando un cambio de carrera y he
acabado aquí. La vida es así de divertida.
Asintió lentamente y me di cuenta de que no me creía.
—Bien por ti.
—Gracias.
—Deberíamos tomar un café alguna vez. —Se acercó y me dedicó
la misma sonrisa coqueta que me había provocado mariposas en el
instituto—. Para ponernos al día como es debido.
¿Por qué me miraba así? Sus ojos subían y bajaban, deteniéndose
en mi pecho mucho más de lo que era educado.
—¿Cómo está Lorelei?
Durante medio segundo, se quedó inmóvil y un destello de ira
endureció sus facciones.
Me recordaba a mi padre.
Eso fue desconcertante.
—Está genial. —Su expresión volvió a su media sonrisa
arrogante—. Deberías visitarnos. Le encantaría verte.
44
«Buena salvada, amigo».
—Sí, lo haré. Realmente necesito irme. Mi perro está en el auto y
no quiero dejarlo ahí fuera mucho tiempo.
—Por supuesto. Yo también. Tengo que llegar a casa antes de que
piense que estoy persiguiendo chicas. —Me guiñó un ojo y una
parte de mí se preguntó si la «estaba» engañando. O lo haría, si
tuviera la oportunidad.
«Maldita sea, Colin, no seas ese tipo».
—Que pases una buena noche.
—Adiós, Audrey. —Hizo una pausa, clavándome su mirada—.
Realmente es bueno verte.
—A ti también. —Era una mentirosa. No era bueno verlo y lo
hubiera evitado tanto como hubiera podido.
—Nos vemos. —Volvió a guiñarme un ojo, se dio la vuelta y se
marchó.
Solté un largo suspiro y me dirigí a la caja, sintiéndome
ligeramente asqueada. También me había sentido así cuando lo vi
en el funeral de mi padre. En lugar de limitarse a expresar sus
condolencias, como un exnovio normal, me había acorralado e
insistió en darme un largo abrazo. De alguna manera, su
ofrecimiento de «cualquier cosa que necesitara» me había parecido
inapropiado.
Afortunadamente, hoy no había intentado abrazarme, solo me
había invitado a tomar un café, lo que podría haber sido
perfectamente inocente. Tal vez solo quería ponerse al día y ver
cómo me iba.
Pagué la ensalada de pollo y volví al auto. Max me estaba
observando diligentemente mientras cruzaba el estacionamiento y
pude ver cómo su tupida cola empezaba a moverse en cuanto me
vio. 45
Perro bobo.
De repente, un escalofrío me recorrió la espalda y se me erizaron
los vellos de los brazos. Tuve la extraña sensación de que me
observaban y no solo mi perro. La sensación era tan fuerte y
penetrante que se me aceleró el corazón, como si estuviera
caminando por un callejón oscuro en una gran ciudad y no por el
estacionamiento de una tienda de comestibles de pueblo a plena luz
del día.
No sabía si mirar a mi alrededor para ver si alguien me observaba
o correr hacia el auto, así que acabé haciendo una torpe combinación
de ambas cosas. Giré la cabeza de un lado a otro, demasiado rápido
para distinguir bien lo que me rodeaba y me lancé hacia delante.
Rebusqué en el bolso en busca de las llaves. ¿Dónde estaban?
La nariz de Max dejó manchas húmedas en el cristal de las
ventanas del auto. Probablemente interpretó que mi carrera por el
estacionamiento significaba que algo divertido estaba a punto de
ocurrir.
Esperaba que me taparan la nariz y la boca con un trapo con
cloroformo o que me apuñalaran por detrás con un objeto afilado.
Es posible que la adrenalina me diera una imaginación
hiperactiva.
Llegué a mi auto, pulsé el mando a distancia para desbloquearlo y
me metí dentro, cerrando la puerta tan rápido como pude.
Max movía la cola mientras yo intentaba recuperar el aliento. El
corazón me latía con fuerza y la sensación de hormigueo y de que
me iban a apuñalar tardó un buen rato en desaparecer.
Miré por las ventanas y el retrovisor, pero no vi a nadie. Ni
siquiera a Colin.
Probablemente solo había sido él, deteniéndose fuera de su auto
para observarme cuando salí de la tienda. Solo mi nada peligroso
exnovio. Lo peor que podría hacer Colin sería mirarme de forma
inapropiada y sugerirme que tomáramos un café, y muy
posiblemente engañar a su mujer, pero no me iba a involucrar en
eso.
46
No hay razón para temer a trapos con cloroformo o ser apuñalada
por detrás.
Max puso su pata en mi brazo.
—Gracias, buen chico. Tu mamá es ridícula. Espero que lo sepas.
Me miró con sus grandes ojos marrones, como si no me pasara
nada.
Los perros son lo mejor.
Mi corazón iba más despacio y mis brazos ya no parecían los de
un puercoespín hiper alerta, así que encendí el auto y me fui.
Mantuve el recipiente de ensalada de pollo en mi regazo para que
Max no sintiera demasiada curiosidad. No tenía por qué acabar con
la cena y las babas del perro por todo el interior del auto.
Me dije a mí misma con certeza que no me estaban siguiendo en el
camino de vuelta a casa. No había literalmente nadie detrás de mí,
pero al parecer mi imaginación cargada de adrenalina no había
terminado.
Era el estrés de todo. Mi periodo estando desempleada, el rechazo
desenfrenado de solicitar un millón de trabajos y no recibir nunca
respuesta, más la mudanza de regreso a casa. Sin mencionar
encontrarme con Colin. Era mucho.
Vislumbrar la casa de mi madre no fue precisamente
reconfortante, pero al menos había superado mi primer día de
trabajo. Solo esperaba que la guardería hubiera agotado a Max. Me
sentía bastante agotada.
Me estacioné y le puse la correa a Max. Entre mi bolso, la ensalada
de pollo y Max, tenía mucho que hacer, así que lo dejé salir primero
mientras recogía mis cosas. Corrió hacia la puerta y se sentó.
—Buen chico, Max. Espérame ahí.
Recogí todo y cerré la puerta del auto con la cadera.
La puerta principal se abrió y mi madre asomó la cabeza. 47
Antes de que pudiera decir una palabra, Max pasó junto a ella y
entró corriendo.
—¡Duquesa! —gritó mamá y corrió tras él.
—Tienes que estar bromeando. —Entré a toda prisa y cerré la
puerta de una patada para que Duquesa no saliera corriendo. Lo
único peor que Max la persiguiera sería dejar salir a la preciosa bebé
de mamá—. ¡Max! ¡Ven!
Dejé mis cosas y corrí a la cocina, pero no estaban allí. Un grito
ahogado provenía del piso de arriba, así que me dirigí hacia allí.
—Max, estás mejor entrenado que esto —grité mientras subía las
escaleras de dos en dos—. Más o menos. ¡Ven!
Salió del dormitorio principal con los ojos desorbitados de
emoción y moviendo la cola como un loco.
—Buen chico. Vamos.
Por un segundo, pensé que iba a obedecer. Pero el atractivo de su
nuevo juego favorito, perseguir a la gata mimada, fue demasiado
para él. Entrenamiento contra tentación; ganó la tentación.
Empecé a gritarle a mi madre que cerrara la puerta de su
habitación, pero fue demasiado tarde. Se dio la vuelta y volvió a
entrar con la correa suelta. Mamá volvió a gritar, porque claro que lo
hizo, y algo se estrelló contra el suelo.
—¡Audrey!
—Estoy aquí. Max, no. ¡Ven!
Habían tirado una lámpara, pero no parecía rota. Mamá tenía la
cara sonrojada y estaba de pie delante de su cama, con las piernas
abiertas y los brazos extendidos a los lados, como si estuviera
dispuesta a sacrificarse para salvar a su preciosa felina.
Max finalmente obedeció la orden y vino a sentarse frente a mí,
con los ojos fijos en los míos y moviendo la cola alegremente. Sujeté
la correa para que no volviera a escaparse. 48
Mamá respiraba entrecortadamente y tenía los ojos ligeramente
desorbitados.
—No puede seguir aterrorizando a mi bebé, Audrey.
—Lo sé, lo sé. Solo estaba recogiendo mis cosas. No pensé que
fueras a abrir la puerta.
—No importa. Está claro que la solución de la correa no funciona.
—Mamá, solo intenta jugar. No le hará daño.
—La está dañando mentalmente.
Duquesa se asomó por debajo de la cama y siseó.
—Lo siento. No es su intención. Solo está emocionado.
La mirada que me lanzó mamá fue más elocuente que las
palabras. «Mantenlo alejado de mi gata».
—Pasé por la cena. Está en la bolsa que dejé junto a la puerta. —
No supe qué más decir, así que cogí a Max y me fui, cerrando la
puerta tras de mí.
Fui a mi habitación y di unas palmaditas en la cama, invitándolo a
subir.
Esta situación no iba a funcionar. Nunca había querido que fuera
a largo plazo, pero esperaba que pudiera funcionar durante unos
meses. Apenas habían pasado unos días y ya estaba a punto de
arrancarme los pelos.
Además, no me gustaba la idea de encontrarme con Colin tan
fácilmente. Me ponía nerviosa cada vez que iba a cualquier sitio de
este pueblo, preguntándome si estaría allí.
Necesitaba un lugar propio. Ni siquiera mi optimismo
desenfrenado podía hacer que esto funcionara mucho más.
Puse a Max en su jaula para que se relajara un rato,
afortunadamente le gustaba su guarida, y bajé a recoger mis cosas.
Al parecer, mamá seguía arriba, probablemente arrullando a
49
Duquesa tras el último trauma canino. Dejé la cena en la cocina y
subí la mochila a mi habitación.
Max estaba acurrucado durmiendo la siesta, así que lo dejé
dormir y saqué la computadora. Después del encuentro con Colin,
realmente quería encontrar un lugar para vivir fuera de Pinecrest,
preferiblemente en Tilikum, para estar cerca del trabajo, pero
cualquier cosa sería mejor que estar aquí.
Abrí mi búsqueda guardada y la ejecuté de nuevo, conteniendo la
respiración.
«Por favor, que haya algo nuevo».
Aparecieron varios listados que no había visto antes y la
esperanza surgió como un cosquilleo cálido en mi pecho.
El primero era un apartamento de dos dormitorios.
Impresionante. Estaba en Tilikum, cerca de la universidad. Eso
funcionaría. Recientemente remodelado con electrodomésticos
nuevos, estaba bien. El alquiler se ajustaba a mi presupuesto y justo
cuando pensaba que podría haber encontrado la solución a mis
problemas, llegué al final. No se admiten mascotas.
Rayos.
El siguiente anuncio era de una casa. Tres dormitorios, un poco
fuera de mi rango de precios, pero tenía un patio trasero con valla
perimetral. Eso sería genial para Max. Se admitían mascotas con un
depósito, lo cual estaba bien. Hice clic en el mapa para ver dónde
estaba y mi corazón se hundió. Estaba en Pinecrest. De hecho, si
Colin seguía viviendo en el mismo sitio, estaba a la vuelta de la
esquina de su casa.
Definitivamente, no.
Esa esperanza que había sentido se desvanecía rápidamente.
Hice clic en el último anuncio nuevo. Casa de dos dormitorios en
Tilikum. El alquiler estaba dentro de mi presupuesto. No
mencionaba una valla perimetral, pero no la necesitaba
obligatoriamente. Solo un lugar decente que estuviera limpio, que
50
no estuviera cerca de mi exnovio y que no tuviera una persa blanca
mimada.
El anuncio no decía nada sobre mascotas, ni en un sentido ni en
otro. Cruzando los dedos para que la respuesta fuera afirmativa
para mi tonto perro, llamé al número.
—Propiedades Haven —respondió una voz de mujer—. Soy
Annika.
—Hola, Annika. Me llamo Audrey y acabo de ver tu anuncio de
una casa de dos dormitorios en Tilikum. ¿Todavía está disponible?
—Sí, seguro que sí.
Respiré hondo y crucé los dedos con más fuerza.
—¿Por casualidad admiten mascotas?
—Lo hacemos en casos especiales y con un depósito. ¿Qué tipo de
mascotas tienes?
—Solo un perro. Es un mestizo mediano, de pelo largo, pero lo
mantengo aseado.
—Claro, un perro está bien. Si quieres, podemos vernos mañana
para que eches un vistazo o más adelante en la semana si mañana no
funciona para ti.
—No necesito verla primero. La quiero.
Hizo una pausa.
—¿Estás segura?
—Si permites a mi perro y no está en Pinecrest, es perfecta.
—Oh, bien —dijo riendo—. Si pudieras enviarme un mensaje con
tu dirección de correo electrónico a este número, te enviaré un
enlace a nuestra solicitud de alquiler en línea. Rellénela para
empezar. ¿Cuándo esperabas mudarte?
—Lo antes posible. Estoy viviendo temporalmente con mi madre,
pero mi perro y su gata no son precisamente los mejores amigos.
Bueno, mi perro cree que la gata es su nueva mejor amiga o más
51
exactamente, su juguete para morder, pero la gata tiene otras ideas.
Se está volviendo estresante.
—Lo entiendo perfectamente. El proceso de solicitud no llevará
mucho tiempo. Solo asegúrate de rellenarla completamente y eso me
dará todo lo que necesito. Asumiendo que todo esté correcto,
podremos mudarte pronto.
Suspiré aliviada.
—Muchísimas gracias. Eres una salvavidas.
—No hay problema. Te llamaré cuando todo esté en orden por
nuestra parte y nos reuniremos para ultimar el contrato de alquiler y
entregarte las llaves.
—Gracias —volví a decir—. Muchísimas gracias.
Terminé la llamada y le envié inmediatamente mi dirección de
correo electrónico. Unos dos minutos más tarde, Annika Bailey me
envió un correo electrónico con el siguiente asunto: solicitud de
alquiler.
Bingo.
La rellené, esperando que no surgiera ningún imprevisto que me
impidiera alquilar esta casa. Tenía la sensación de que iba a ser
perfecta.
Y si no, al menos no habría una gata de la que preocuparse. Por lo
demás, me las arreglaría como pudiera. Era bastante buena en eso.

52
8 DE JUNIO

La he visto hoy.
Sí, a ella.
Había conseguido borrarla de mi mente. Me costó mucho trabajo.
Requería disciplina. Sentía un gran orgullo por ello. Orgullo por no pensar
en ella en absoluto.
Cómo la había convertido en nada.

53
Aparentemente su recuerdo no estaba tan enterrado como pensaba. Solo
verla me hizo recordar todo.
Me enfadaba verla y no me gusta cuando siento ira. La ira es demasiado
cruda e incontrolada.
Tal vez está aquí para probarme. Es una idea interesante. Probar mi
disciplina. Mi fuerza.
O tal vez es hora de que me plantee ajustar cuentas, de una vez por
todas.
Capítulo 6
Josiah
La taberna Timberbeast estaba medio vacía. Raro para un viernes,
aunque era temprano. No eran ni las seis. Se llenaría a medida que
avanzara la noche. Sobre todo porque Rocco, el dueño de toda la
vida, inexplicablemente había empezado a hacer noche de karaoke
los viernes. Me iría de allí mucho antes de que empezara ese lío.
Entré y me senté en la barra, junto a un par de clientes habituales
meditando sus pesares con una cerveza. Algunos lugareños se
habían sentado en las mesas altas y un grupo de mujeres, sin duda
turistas, ocupaban una mesa grande a la derecha. Eran veinteañeras,
54
quizá treintañeras, probablemente de visita por el fin de semana. Se
reían mucho y posaban para hacerse selfies.
Las ignoré. Las chicas así eran cosa de Luke y Zachary. No para
mí.
Hayden salió de la parte de atrás.
—¿Qué te sirvo? ¿Lo de siempre?
—Sí.
Tomó un tarro y me sirvió una cerveza, luego lo deslizó por la
barra. Hayden ya no era realmente el chico nuevo, aunque yo
todavía lo consideraba así. Rocco lo había contratado hacía uno o
dos años. ¿O hacía tres? Diablos, no lo sabía. Un tipo más joven, de
unos treinta como mucho, con el pelo oscuro y desgreñado. Tenía
un aire un poco emo, pero era un cantinero bastante bueno: servía
copas sin entablar conversaciones inútiles. Funcionaba para mí.
Tomé un sorbo y miré la hora en el celular. Había llegado un poco
antes para reunirme con papá. Una de las ventajas de asociarme con
mi padre era celebrar nuestras reuniones de negocios tomando un
par de cervezas en la Timberbeast. Mamá se burlaba de nosotros
diciendo que solo era una excusa para ir a la taberna. Puede ser.
Pero en realidad trabajábamos mucho.
La puerta se abrió y miré por encima del hombro. No era mi
padre, pero saludé con un movimiento de cabeza al tipo que
entraba. Nadie pestañeó al verlo, pero no hace tanto, no habría
puesto un pie aquí.
Asher Bailey era un tipo grande que parecía peligroso. Y con
razón. Era un entrenador de jiu jitsu que había cumplido una
condena en una prisión federal por matar al tipo que intentó agredir
a su entonces prometida, Grace. Nunca entendí cómo pudieron
encerrarlo por eso. Cualquier hombre habría hecho lo que él hizo.
Pero eso había sido hacía mucho tiempo, cuando su familia y la
mía aún estaban enemistadas. Aunque los golpes que nos 55
propinábamos habían sido en su mayoría bromas, yo estaba
obligado, por antigua tradición, a odiar a Asher Bailey y a sus
hermanos. Seis años atrás, todo eso había cambiado y, de algún
modo, Asher y yo nos habíamos hecho amigos.
Aunque no fue tan raro. Mi hermana Annika había cruzado líneas
enemigas para casarse con un Bailey. Pero esa era otra historia.
Tomó asiento a mi lado. Hayden se acercó a tomarle el pedido. No
sabía de dónde era Hayden, pero no había vivido en Tilikum el
tiempo suficiente para recordar cuándo la Timberbeast había sido
territorio de los Haven.
—¿Qué te sirvo?
Asher señaló mi cerveza.
—Una de esas.
—Enseguida.
—¿Qué haces aquí esta noche? —pregunté.
—Grace y los niños están fuera con su madre. Vi tu camioneta
afuera, así que pensé en pasar.
Hayden le dio a Asher su cerveza. Asher le dio las gracias.
Levantamos nuestros tarros y bebimos un trago.
—¿Qué hay de nuevo contigo? —Dejó la cerveza en el mostrador.
—No mucho. Solo destrozar una casa.
—¿Cómo va eso?
—Una mierda, pero es lo típico. Tuve que tirar un montón de
paneles de yeso a principios de esta semana que no había planeado
reemplazar. Pero al menos nos deshicimos del olor.
Pensar en la casa me hizo preguntarme. ¿Me había olvidado de
cerrar al salir? No era algo que hiciera habitualmente, pero tenía la
extraña sensación de haber dejado la puerta trasera sin cerrojo.
—Todavía me sorprende que Grace remodelara nuestra casa ella
sola mientras yo no estaba. 56
—Grace es increíble.
Levantó su tarro.
—Salud por eso.
Hice chocar el mío contra el suyo.
—¿Y tú?
—Ayer tuve una entrevista de trabajo.
—¿Estás pensando en dejar el gimnasio?
—¿Por esto? Sí. El jefe Stanley quiere contratarme en el
Departamento de Bomberos de Tilikum.
Alcé las cejas. Menuda noticia. Asher había planeado ser bombero
antes de ir a la cárcel. Una vez que volvió a casa, sus antecedentes lo
habían hecho inelegible.
—¿No me digas?
Asintió con la cabeza.
—El estado cambió la ley. He pasado suficiente tiempo sin
reincidir, el jefe puede contratarme. Me sorprendió con esa noticia el
fin de semana pasado.
—No está perdiendo el tiempo, ¿verdad?
—Tengo que ponerme al día con muchos entrenamientos, así que
intenta quitarme de encima los trámites.
—Tus hermanos deben estar emocionados. —Tres de los
hermanos de Asher eran bomberos de carrera en el Departamento
de Bomberos de Tilikum, incluido mi cuñado Levi.
—Al principio pensaron que los estaba jodiendo.
—Naturalmente.
La puerta volvió a abrirse y miré hacia atrás para ver entrar a mis
hermanos Luke y Zachary. Zachary le dio un codazo a Luke y
señaló la mesa con las chicas, porque claro que lo hizo, antes de
acercarse a la barra.
—Hola, Asher —dijo Luke—. He oído que el departamento de
57
bomberos está bajando sus estándares.
—¿Cómo lo sabías? —pregunté.
Su ceño se frunció.
—Todo el mundo lo sabe.
—Yo no lo sabía.
—Eso es porque no hablas con nadie.
Me encogí de hombros. Buen punto.
—Felicidades, hombre. —Luke le dio una palmada en el hombro a
Asher—. No sé cómo el jefe Stanley va a manejar otro Bailey en su
equipo, pero ese es su problema.
—Ha manejado a Gavin todos estos años —dijo Asher—. Eso debe
convertirlo en una especie de santo.
—Eso es un hecho —dijo Luke—. Gavin está loco.
Asher soltó una risita. Su hermano menor tenía una reputación
bien merecida.
—Tan encantador como todo esto es —dijo Zachary, su voz
espesa con sarcasmo—. Tengo cosas más importantes que hacer.
Nos vemos luego, idiotas.
Se dirigió directamente a la mesa con las chicas, paseándose con
las manos en los bolsillos. Z era todo confianza con las mujeres.
Probablemente era bien merecida. Dudaba que tuviera muchos
problemas para echar un polvo.
Asher sacudió la cabeza, como si le divirtiera un poco. Había sido
un hombre de familia durante años. Ligar en un bar tenía que ser lo
último en lo que pensara. Era parte de la razón por la que nos
llevábamos bien. Yo no tenía mujer ni hijos, ni quería tenerlos, pero
tampoco me interesaba buscar algo más que a él.
Luke se inclinó un poco más cerca y bajó la voz.
—Sabes, hay una mesa llena de chicas sexys por allí. 58
—¿Y?
—Estoy seguro de que la rubia de rosa te ha estado mirando
desde que llegamos.
—No me interesa.
—¿En serio? —Luke miró a Asher, como si fuera a tener una
respuesta, pero se limitó a encogerse de hombros—. ¿Te pasa algo?
Todo funciona, ¿verdad?
Lo fulminé con la mirada.
—¿Quieres que te derribe delante de todas esas chicas?
Luke sonrió.
—No particularmente. Mira, hermano, solo intento ayudar. Si
quieres estar triste y solo, está bien. Yo voy a divertirme un poco con
unas forasteras.
Se alejó, con su arrogancia discreta comparada con la de Z, pero
aún presente. Los dos leen el mismo libro de conquistas. Luke era
más sutil al respecto.
—No estoy triste y solo —murmuré.
—¿Qué dijiste? —preguntó Asher.
—Nada. Mis hermanos son molestos.
—Sí, los míos también, pero qué se le va a hacer.
Por fin llegó papá, ocupando la mitad de la puerta con sus anchos
hombros. Paul Haven era un tipo corpulento con estirpe de leñador.
Tenía el pelo y la barba castaños salpicados de canas y vestía una
camisa de cuadros azules desteñidos y jeans.
Hizo una pausa, al ver a dos de sus hijos rodeados de un grupo de
mujeres. Con un leve movimiento de cabeza, se acercó a la barra y
tomó asiento a mi otro lado.
Asher se levantó. 59
—Debería irme para asegurarme de que estoy en casa antes de
que Grace y los niños vuelvan.
—La cerveza va por mi cuenta —dije—. Felicidades de nuevo.
—Gracias, Haven. —Inclinó la barbilla hacia mi padre—. Me
alegro de verte, Paul.
Papá asintió.
—A ti también.
Asher se fue y Hayden le trajo una cerveza a papá.
—¿Cómo está la casa? —preguntó—. Tenía intención de ir hoy,
pero no he podido.
—Hasta ahora está en peores condiciones de lo que pensábamos.
—¿Cuántos paneles arruinaste?
Esbocé una sonrisa.
—La mayor parte.
Se rio entre dientes.
—Me lo imaginaba. Probablemente deberíamos hacer cambios en
el presupuesto, entonces. Encontrar algunas opciones menos
costosas para algunos de los acabados.
—Probablemente.
—Trabajaré en eso. Jim Brenner me debe un favor, tal vez pueda
conseguir un trato por las ventanas.
—Suena bien. Y trataré de terminar la demolición sin romper
nada más.
—Hazlo.
Nuestra reunión, tal como fue, no duró mucho. Tenía una pista
sobre otra propiedad que podría salir a la venta. No estábamos listos
para invertir en otra casa, pero era bueno estar atentos. Le enseñé mi
boceto de la nueva distribución de la cocina para asegurarme de que
lo aprobaba. Lo aprobó.
Mi padre era un tipo bastante directo. Trabajar con él era fácil.
60
Mientras hablábamos, la pregunta de si había cerrado con llave la
puerta trasera de la remodelación seguía molestándome, como un
picor que no podía alcanzar. Probablemente estaba bien, pero
habíamos tenido problemas con unos invasores en una de nuestras
propiedades no hacía mucho y no tenía ningún deseo de volver a
pasar por eso.
Dejé algo de dinero en la barra para cubrir nuestra cuenta y la
propina, y me levanté.
—Tengo que pasarme por la casa. Puede que haya olvidado cerrar
la puerta de atrás.
—Está bien, hijo —dijo papá—. Que pases una buena noche.
—Saluda a mamá de mi parte.
—Lo haré.
Salí de la taberna y subí a mi camioneta. Los días se hacían largos
a medida que nos adentrábamos en junio y el sol seguía por encima
de los picos de las montañas. Era una noche agradable. Si Z y Luke
tuvieran sentido común, se llevarían a esas chicas al río. Mejor
ambiente que una vieja y mugrienta taberna.
Pero, ¿qué sabía yo?
Me dirigí a la casa y me estacioné junto al contenedor. Recordé
haber cerrado con llave la puerta principal al salir y, efectivamente,
estaba bien cerrada. Dentro estaba tranquilo, todo como lo había
dejado. Un desastre sucio. Me dirigí a la parte trasera de la casa y
comprobé la puerta trasera.
Cerrada.
Eso estaba bien, pero me alegré de haberme tomado la molestia de
comprobarlo de todos modos. Tilikum siempre ha sido bastante
seguro, pero nunca se sabía.
Volví a salir por adelante y cerré detrás de mí. Me llamó la
atención un movimiento en el rabillo del ojo. Probablemente se
trataba de una ardilla, había ardillas por todas partes en este pueblo,
pero ¿por qué había un auto en la entrada de la casa de al lado?
61
Annika había dicho que los inquilinos se habían largado, así que
iba a estar vacía otro mes. ¿No fue hace solo unos días? No podía
haber encontrado ya un nuevo inquilino.
El auto de la entrada era un sedán básico. Necesitaba un lavado,
pero eso no era lo que me movía el instinto. El asiento trasero estaba
repleto de cosas. Me acerqué para mirar adentro. El asiento del
copiloto estaba despejado, pero el resto del auto estaba abarrotado.
Parecía que alguien, o un par de personas, vivían en su auto.
Oh, diablos, no. Esto era exactamente lo que había pasado con
aquellos invasores hacía un par de años. Una pareja con problemas
de drogas que había estado viviendo en su auto se mudó a una de
mis casas de alquiler vacías. Había tardado meses en sacarlos. Una
mierda total. No iba a lidiar con eso otra vez.
Menos mal que tenía una llave. Los sacaría antes de que se
pusieran cómodos.
Capítulo 7
Audrey
La alfombra era suave. Me tumbé boca arriba, mirando al techo de
la sala, y pasé los brazos por el suelo, como si estuviera haciendo un
ángel de alfombra. La casa era todo lo que esperaba y más. Era
bonita, acogedora, estaba limpia y, aunque se salía un poco de mi
presupuesto, el gasto extra merecía la pena. Ya estaba amueblada,
así que no tuve que preocuparme de comprar cosas nuevas. Y no
había ni una gata persa mimada.
Bonito barrio, también. La casa de al lado parecía un poco
incompleta, pero había un gran contenedor de basura en la entrada,
62
así que tal vez estaba siendo derribada, remodelada o algo así.
Mi madre había fingido estar sorprendida de que ya hubiera
encontrado un lugar donde vivir, pero me di cuenta de que se sentía
aliviada. El sentimiento era mutuo. Incluso al margen de la situación
de Max y Duquesa, mi relación con ella siempre era mejor si no nos
veíamos todos los días.
—Creo que podemos hacer que esto funcione. ¿Qué piensas, Max?
Rodó sobre su espalda, imitando mi postura, con las patas
delanteras dobladas como si se estuviera haciendo el muerto. Le
rasqué la barriga.
—Sí, esto es perfecto. Nuestro propio espacio. Siento que no haya
gatitos con los que jugar, pero es lo mejor.
Mi solicitud había salido bien. Annika me había enviado un
contrato de alquiler y había quedado conmigo después del trabajo
para darme las llaves. El contrato era por un año, lo cual me parecía
un poco desalentador, pero ya sabía que la mayoría de los sitios
exigían doce meses. Eso me daría tiempo de sobra para buscar otro
trabajo, de nuevo, preferiblemente en una ciudad. Aprovecharía al
máximo esta escala temporal en las montañas, pero solo era eso:
temporal.
Después de una semana en mi nuevo trabajo, seguía sintiendo
que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Ya tenían material
para la edición de esta semana y Sandra me había ayudado a
encontrar algunas ideas para mi debut periodístico. No me gustaba
nada la sensación de estar dando vueltas en el trabajo mientras todo
el mundo daba por sentado que sabía lo que hacía. Pero hoy era
viernes e iba a dejar el trabajo en la oficina por el momento. Al
menos, ya no estaba desempleada.
—¿Qué piensas, deberíamos desempacar el resto del auto? —
pregunté. Max se puso de lado—. Y por nosotros, me refiero a mí, ya
que necesitas todas tus extremidades para caminar.
Con un gran bostezo, estiró las patas en direcciones opuestas.
—Creo que eso significa que debería relajarme primero. Quizá
63
husmear un poco más por la casa. Es un buen consejo.
Me levanté y estiré los brazos por encima de la cabeza. La sala
tenía un sofá y dos sillones alrededor de una mesa de centro. La
cocina era pequeña pero estaba bien equipada y había un rincón
para comer con vistas a la parte trasera. Al final de un corto pasillo
había dos dormitorios y un baño pequeño. El dormitorio más
grande tenía su propio cuarto de baño, que era agradable.
Entré en el dormitorio donde había dejado la maleta. La cama
tamaño king era un poco grande para la habitación, pero lo habían
compensado eligiendo mesitas de noche estrechas y una cómoda
alta que cabía en un rincón junto al armario. El cuarto de baño era
una sorpresa encantadora. Suelo de baldosas, un tocador de buen
tamaño con dos lavabos, una ducha a ras de suelo y, ¿lo mejor? Una
bañera independiente.
Un baño caliente sonaba muy bien.
Claro, mi auto seguía lleno de cosas y no tenía comida, pero eso
sonaba a futuros problemas de Audrey. Necesitaba un descanso.
Max saltó a la cama y se hizo un ovillo. Al parecer, la guardería lo
había agotado. Abrí el grifo de la bañera y cogí una toalla del
armario. Tenía que acordarme de comprar sales de baño cuando
fuera a hacer las compras.
El vapor salía de la bañera a medida que se llenaba. La
temperatura era agradable. Volví al dormitorio y saqué una pinza
del neceser para recogerme el pelo, no quería tener que secármelo, y
puse un pijama limpio en la cama.
Dejé a Max en la cama y cerré la puerta del baño detrás de mí, por
si se despertaba y le picaba la curiosidad. No quería que pensara
que él también necesitaba un baño y se metiera conmigo. No habría
sido la primera vez.
Me sentí bien al quitarme la ropa de oficina. Dejé caer al suelo la
blusa y los pantalones, junto con el sujetador y las bragas. Me recogí
el pelo y lo sujeté con la pinza. El agua seguía corriendo, pero era lo
64
bastante profunda para que pudiera meterme cómodamente.
Comprobé la temperatura una vez más. Estaba en su punto.
Me agarré al borde de la bañera y metí un pie. Max ladró desde la
otra habitación. Parecía un ladrido de juego feliz, pero ¿qué hacía
ahí dentro?
De repente, la puerta se abrió. Giré la cabeza, con el corazón
acelerado, y me encontré con un hombre corpulento y barbudo
vestido con camisa de franela roja.
Grité. Sus ojos se abrieron de par en par. Max volvió a ladrar,
como si fuera un juego divertido y no una situación de allanamiento
de morada potencialmente mortal para su humana.
—¡Fuera! ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¡Fuera!
Divagaba a pleno pulmón, pero ¿quién podía culparme? Estaba
completamente desnuda, inclinada con un pie en la bañera,
agarrándome al borde para no caerme, y un hombre extraño estaba
en la puerta, mirando hacia otro lado como si intentara apartar la
vista.
Pero no era un desconocido. Yo sabía quién era. Josiah Haven.
La conmoción destruyó mi equilibrio. Intenté levantarme y coger
la toalla de la encimera para no quedarme completamente desnuda,
pero se me resbaló el pie. Caí de bruces en la bañera y aspiré un
trago de agua.
Mis brazos y piernas se agitaron, resbalando en la bañera mojada,
mientras intentaba enderezarme. ¿En qué dirección estaba? ¿Dónde
estaba el aire? Me retorcí y mi trasero golpeó el fondo de la bañera.
Me incorporé, rompí la superficie del agua y respiré
entrecortadamente.
Max entró corriendo y empezó a chapotear en el charco de agua
en el suelo.
Me agaché y me agarré a los lados de la bañera, redondeando la
espalda para asegurarme de que mis tetas quedaban al menos
parcialmente cubiertas. Tenía el pelo pegado a la cara y me dolían
65
los senos nasales por el torrente de agua que los había invadido
cuando me planté de cara. Con un movimiento deliberadamente
lento, cerré el grifo.
—¿Estás… estás bien? —preguntó Josiah.
A su favor, mantenía la mirada perdida.
—¿Tengo buen aspecto? ¿Qué haces en mi casa?
—Esta no es tu casa.
—Sí, lo es.
—No, es mi casa.
—¿Podemos tener esta conversación cuando no esté desnuda en
una bañera?
Max dejó de chapotear el tiempo suficiente para sentarse a los pies
de Josiah, meneando la cola, y lo miró con impaciencia, sin duda
esperando que le prestara atención.
Josiah miró a Max y luego a mí. Apartó la mirada bruscamente.
—Lo siento.
Salió, cerró la puerta y me dejó con Max.
Max subió las patas al lateral de la bañera y me miró, jadeando
feliz.
—Vaya perro guardián que eres. ¿Y si hubiera estado tratando de
matarme?
Se acercó más y me lamió la cara.
Me sacudí el pelo mojado, destapé el desagüe y me puse de pie
con cuidado. El suelo estaba hecho un desastre. Salí de la bañera, de
puntillas por el charco, y me envolví en la toalla.
Abrí la puerta un poco y me asomé para asegurarme de que
Josiah no estaba en el dormitorio. Estaba vacío y la puerta cerrada,
así que me sequé y me puse el pijama.
Abrí la puerta del dormitorio y asomé la cabeza. 66
—¿Sigues aquí?
—¿Estás vestida?
—Obviamente.
Josiah Haven estaba de pie junto a la puerta principal, como
dispuesto a emprender una rápida huida. Llevaba una camisa de
franela roja a cuadros con las mangas remangadas y un par de jeans
desteñidos que habían tenido días mejores. Se pasaba una mano por
el pelo castaño, y su barba y sus gruesos brazos le daban un aire de
leñador rudo.
Me detuve al final del pasillo y le di a Max la orden de sentarse y
luego me crucé de brazos.
—¿Por qué entraste en mi casa?
—Es mi casa.
—Según el contrato de alquiler que firmé hoy, es mía durante los
próximos doce meses.
Su ceño se frunció.
—¿Eres la inquilina? Creía que te habías ido.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
—¿Quién te dio un contrato de alquiler?
—Annika Bailey.
El reconocimiento suavizó sus facciones.
—¿Hablaste con Annika?
—Sí. Llamé por el anuncio, comprobó mi solicitud y hoy me ha
dado las llaves.
Apoyó ligeramente las manos en las caderas y miró al suelo.
—No me dijo que la casa estaba alquilada. Pensé que eras una
invasora.

67
—¿Por qué sería ese tu primer pensamiento?
—Hemos tenido ese problema antes. Y tu auto está lleno de
basura. Parece que vives en él.
—No me juzgues. Me acabo de mudar y no he podido
desempacar y eso no te da derecho a irrumpir cuando estoy en el
baño. O nunca.
Levantó las manos en un gesto de rendición.
—No sabía que estabas en el baño.
—Bueno, no deberías entrar así como así.
—Te lo dije, pensé que eras una invasora.
—Y te dije que no lo soy.
Max parecía ser capaz de sentir la tensión en la habitación. Se
puso las patas sobre la nariz.
—Fue una equivocación —refunfuñó Josiah—. Me quitaré de tu
camino.
Salió por la puerta antes de que pudiera decir otra palabra.
Max se levantó de un salto y olfateó la habitación, siguiendo el
olor de Josiah hasta la puerta.
Dejé escapar un largo suspiro. ¿Había ocurrido eso?
Probablemente debería haber estado preocupada por la sorpresa de
que un hombre me viera desnuda, por no hablar de la forma tan
vergonzosa en que caí de cara en una bañera llena de agua, pero lo
único en lo que podía pensar era en lo decepcionante que era que no
me hubiera preguntado mi nombre. Ni me había dicho el suyo.
Por supuesto, sabía quién era. Normalmente no se me daban bien
los nombres ni las caras, pero ¿cómo podía olvidar a Josiah Haven?
Habíamos ido a institutos diferentes y él iba dos años por delante
de mí, pero todo el mundo conocía a los hermanos Haven de
Tilikum. Habían sido, junto con los Bailey, famosos en los institutos
de la zona, sobre todo por los deportes.
Y porque cada uno de ellos era tan ardiente como un incendio
forestal en julio.
Sí, conocía a Josiah Haven. Había animado contra sus equipos de
68
fútbol y baloncesto con mis pompones en la mano, y había animado
contra él desde las gradas durante la temporada de béisbol.
Había albergado un enamoramiento secreto por el estudiante
prohibido de Tilikum.
No tenía ni idea de quién era yo, obviamente. Eso no me molestó.
¿Cómo podría? Nunca nos habíamos visto, ni hablado, ni siquiera
frecuentado el mismo círculo. Colin odiaba a los hermanos Haven,
simplemente porque iban a un instituto rival y le ganaban a la
secundaria Pinecrest en casi todo.
Pero mis ensoñaciones habían estado llenas de él.
También lo había visto desde entonces, solo un puñado de veces
cuando había estado en el pueblo visitando a mis padres. Siempre
me llamaba la atención, me hacía sentir un cosquilleo en el
estómago.
Y ahora me había visto desnuda.
Estupendo. Estoy segura de que me había visto positivamente
seductora mientras me caía de bruces y me contorsionaba en la
bañera, medio ahogándome.
Maravillosa primera impresión, Audrey.
Suspiré de nuevo y volví al baño para limpiar el desastre y
cepillarme el pelo enredado. Menos mal que sería un relajante baño
caliente. Quizá la próxima vez pondría una barricada en la puerta
para asegurarme de que nadie entraría. Estaba claro que Max no iba
a ayudarme en ese aspecto.

69
Capítulo 8
Josiah
Salí a hurtadillas de la casa y volví a mi camioneta sintiéndome
como un idiota. Hablando de incomodidad. Había ido lleno de justa
indignación por los aparentes invasores en mi casa, solo para
encontrar a una chica desnuda en el baño.
Una chica sexy desnuda.
Me ajusté los jeans.
Idiota. Debí saber que no debía irrumpir cuando oí correr el agua.
Pero me había enfurecido. Había un imbécil en mi casa, con un
70
perro, ¿y se estaba bañando?
Salvo que no era un invasor y había quedado como un idiota.
Subí a mi camioneta y saqué mi teléfono para llamar a Annika.
—Hola —respondió—. Estoy un poco ocupada, pero ¿qué pasa?
—¿Le alquilaste a alguien la casa con dos habitaciones?
—Claro que sí. —Su voz sonaba irritantemente alegre—. Rápido,
¿verdad? ¿Llamaste para darme las gracias? Porque si lo hiciste, no
sé por qué suenas enfadado.
—¿Ibas a decirme que la casa estaba ocupada?
—Lo siento, aún no lo había hecho. Espera, ¿por qué?
—Fui allí e irrumpí porque pensé que era una invasora.
Mi hermana se echó a reír. Apreté los dientes con frustración.
—Lo siento. —Respiró entrecortadamente—. Dios mío, no tiene
gracia pero no puedo parar de reír.
—Tienes razón, no es gracioso. Ella estaba en el baño.
Eso me valió un nuevo ataque de risa histérica.
—Esa pobre chica. No debería reírme. Debes haberla asustado
mucho.
La imagen de ella cayendo, de bruces, en la bañera se grabó a
fuego en mi memoria.
—Sí.
—Lo siento. Salió de la nada preguntando por la casa y la quería
cuanto antes. Solo le di las llaves hace unas horas y luego tuve que
volver a casa con los niños.
—Y dices que soy yo el que carece de habilidades comunicativas.
—Pues sí. ¿Te disculpaste con Audrey?
De alguna manera no me sorprendió que se llamara Audrey.
Parecía una Audrey. No cuando se caía en la bañera. Entonces solo
parecía un montón de piel suave y un culo muy bonito, pero cuando 71
había salido después.
De hecho, me resultaba vagamente familiar, pero no podía
ubicarla.
—Ya sabes, la inquilina —dijo Annika cuando no contesté—. Su
nombre es Audrey Young. Es de Pinecrest.
—Sí, me disculpé. —Hice una pausa. ¿Me había disculpado?—
Algo así.
—Probablemente deberías volver allí y decirle que lo sientes. Solo,
ya sabes, toca primero como una persona normal.
—No voy a volver allí.
Ella suspiró.
—Claro, déjame a mí el control de daños.
—Lo haces mejor que yo.
—Cierto. Aunque si no te metieras con nuestros inquilinos, no
tendríamos este problema.
—Lo dices como si lo hubiera hecho antes.
—¿No es así?
—No.
—Hum. Parece algo que tú harías.
Puse los ojos en blanco.
—Gracias.
Se echó a reír.
—Bien, tengo que irme. Llamaré a Audrey mañana y me
aseguraré de que sepa que no somos unos locos que no respetan su
espacio.
Gruñí en señal de reconocimiento.
—Adiós, hermano mayor. 72
—Adiós.
Terminé la llamada y tiré el teléfono en el otro asiento. Gran
manera de terminar la semana.
Ah, bueno. Ya se le pasaría.
Ella no era mi problema.
Arranqué la camioneta y me fui a casa. Esa noche, cuando me fui
a dormir, cerré los ojos y tuve visiones de una chica sexy con cabello
castaño cayendo en una bañera.

No iba a ir allí.
Mi atención no dejaba de desviarse del trabajo que se suponía que
estaba haciendo, retirar una capa de feo linóleo viejo del suelo de la
cocina, a la casa de al lado.
Se había caído muy fuerte. ¿Se había hecho daño?
Parecía estar bien después, pero no siempre se siente un
traumatismo inmediatamente. La adrenalina y todo eso. ¿Y si se
había golpeado la cabeza? ¿Se había despertado esta mañana?
Maldita sea. No era mi problema.
Al igual que los gabinetes, el linóleo había sido pegado con una
cantidad obscena de pegamento. Estaba de rodillas con una palanca,
arrancando trozos de tablero que se desintegraban junto con el
suelo. Pequeños trozos. Cada vez que pensaba que podría despegar
el linóleo, se rompía y se llevaba consigo un trozo de tablero.
Esto iba a tardar una eternidad.
La única buena noticia de este desastre es que el subsuelo seguía
teniendo un aspecto decente. 73
No sabía por qué, a quien había hecho el trabajo original le
gustaba tanto el pegamento de construcción. Por desgracia para mí,
me tocó a mí.
Este era mi problema. No Audrey.
Era raro que recordara su nombre. Generalmente no se me daban
bien los nombres. Como la última chica que la tía Louise había
intentado endosarme. Ni idea de cómo se llamaba. No es que me
importara. Era extraño que el nombre de Audrey sonara tan
claramente en mi memoria después de haberlo oído solo una o dos
veces.
Arranqué otra sección, maldiciendo en voz baja cuando el tablero
se partió. Quejarme no iba a servir de nada, tenía que aguantarme y
terminar, pero nada iba a detener la letanía de palabrotas que salían
de mi boca.
Me corría el sudor por la frente y perdía la noción del tiempo
mientras me acompasaba y arrancaba pedazo a pedazo el linóleo
olvidado de la mano de Dios. Era un trabajo lento y tedioso, pero
también extrañamente relajante. Tenía la mente despejada, los
brazos y la espalda flexionados, los músculos calientes y tensos por
el esfuerzo.
Al cabo de un rato, levanté la vista. Había recorrido casi la mitad
de la cocina. No estaba mal. Parecía que había estallado una bomba,
con trozos de linóleo esparcidos por todas partes, por no hablar de
todo el polvo, pero había avanzado bastante.
Decidí limpiar los escombros antes de ponerme a trabajar en el
resto. Cargué un montón de linóleo y tableros rotos y los llevé al
contenedor.
Apareció de la nada un perro negro y marrón. Corrió en círculos a
mi alrededor mientras yo dejaba caer mi carga al suelo, y luego se
detuvo, mirándome con la lengua fuera de la boca y moviendo la
cola con tanta fuerza que hacía que medio cuerpo se le contoneara.
Parecía igual de emocionado de verme la noche anterior, justo
antes de que irrumpiera en casa de su dueña.
74
—No eres un perro guardián, ¿verdad? —Recogí un trozo de
suelo y lo tiré al contenedor.
—¡Max! —Audrey salió corriendo detrás de su perro, vestida con
una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos que dejaban ver
sus piernas.
Bonitas piernas. No delgadas, exactamente, pero firmes.
Aparté los ojos. Mirar su piel iba a recordarme cómo se veía
desnuda.
—Hola. —Me dedicó una sonrisa amistosa—. Siento lo de Max.
Cree que todo el mundo es su mejor amigo.
—Ya lo veo.
—Supongo que no tuvimos la oportunidad de presentarnos antes.
—Extendió la mano—. Soy Audrey Young.
Tomé su mano entre las mías. Su piel era suave, su agarre firme.
—Josiah Haven.
—Sí, lo sé. Lo siento, ha sonado raro. Solo quiero decir que me
acuerdo de ti, del instituto.
Arrugué la frente. ¿Por eso me resultaba familiar?
—Oh, no, no fui al instituto en Tilikum —dijo, como si le hubiera
hecho una pregunta—. Fui a Pinecrest, pero era animadora y
jugábamos mucho contra ustedes en los deportes. Así que me
acuerdo de ti y de tus hermanos.
¿Una animadora? No me sorprendió. Seguía teniendo ese aire de
chica burbujeante y feliz, como si en cualquier momento fuera a dar
una voltereta y acabar con los brazos en alto, moviendo los dedos.
Las chicas burbujeantes no eran lo mío, sin importar cómo se
vieran desnudas.
—Encantado de conocerte —dije, esperando terminar la
conversación rápidamente—. Puedes avisarle a Annika si necesitas
algo para la casa. 75
—Oh, gracias. Es tu hermana, ¿verdad? Es muy simpática. Me
llamó esta mañana para explicarme… bueno, ya sabes… de ti.
Arrugué aún más la frente.
—¿Ella te explicó sobre mí?
Audrey sonrió y asintió.
—Sí. Para que lo sepas, estamos bien. Sobre lo de anoche, quiero
decir. No es para tanto.
—¿Te has hecho daño? —pregunté antes de poder contenerme.
—No, la verdad es que no. Puede que tenga uno o dos moratones.
—Se torció un brazo para examinarse el codo—. Pero estoy bien. Es
muy dulce de tu parte.
No fue dulce por mi parte. No era un tipo dulce. En lugar de
responder, me limité a gruñir.
Su perro, Max, al parecer, dejó caer una pelota a sus pies. No lo
había visto ir por ella, pero no le había prestado atención.
Sin perder un segundo, la cogió y la lanzó hacia su casa.
—¿Qué haces ahí? ¿Remodelando?
Miré hacia la otra casa.
—Sí. Acabamos de empezar.
—Me preguntaba por el gran contenedor. Esta cosa es enorme.
Max volvió y dejó caer la pelota. Ella la recogió y la lanzó de
nuevo.
—Es un trabajo de renovación —dije—. Todo es anticuado.
—¿Remodelaste la casa en la que estoy?
—Sí. Es lo que hacemos.

76
—¿Hacemos… refiriéndote a ti y a tu hermana?
—Ella trabaja para nosotros, pero me asocié con mi padre.
—¿Las pones todas en alquiler cuando terminas de remodelarlas?
Recogí otro trozo de linóleo y lo tiré al contenedor.
—¿Por qué haces tantas preguntas?
—Solo tengo curiosidad.
Tenía los ojos marrones, pero, a pesar de su color oscuro, eran
brillantes, resplandecían con agradable interés.
Era frustrantemente adorable.
—Depende de la propiedad.
Pretendía que esa fuera toda mi respuesta, pero ella siguió
mirándome con expectativa mientras volvía a lanzarle la pelota a su
perro. Era como si me estuviera metiendo en una conversación
contra mi voluntad.
—Hemos vendido algunas a lo largo de los años, pero el mercado
se ha ralentizado, así que en general nos conviene más conservarlas
y alquilarlas.
—¿Es frustrante?
—¿Qué es frustrante?
Se encogió de hombros.
—Ser propietario. Tienes que tratar con inquilinos todo el tiempo,
arreglar cosas rotas, perseguirlos por pagos atrasados, ese tipo de
cosas.
—Annika se ocupa de los inquilinos.
—Claro, porque eres malo con la gente.
—¿Es eso lo que dijo?
—Algo así. —Otra vez esa sonrisa alegre. ¿Me estaba tomando el
pelo? —Hiciste un gran trabajo en la casa de al lado. Es muy bonita.
—Gracias.
77
—Lo siento, debería dejar de molestarte. Seguro que tienes mucho
trabajo. —Recogió la pelota pero la mantuvo apretada contra su
pecho mientras Max hacía un círculo a su alrededor—. Nos vemos.
—Sí, nos vemos.
Me dedicó otra gran sonrisa, se dio la vuelta y volvió a la puerta
de al lado. Su perro era tan jovial como ella. Me sorprendió que no
diera volteretas a su alrededor.
Tardé un segundo en darme cuenta de que la estaba mirando
mientras se iba. Sacudí la cabeza para despejarme y volví a tirar
viejos tableros al contenedor.
Ya está. Eso había terminado. Teníamos una inquilina en la casa
de dos habitaciones y Annika había suavizado las cosas después de
mi metedura de pata de anoche. No necesitaba preocuparme por
ella.
O pensar en ella con esos pantalones cortos.
Pero sí pensé en ella con esos pantalones cortos. Volví al trabajo,
arrancando el resto del linóleo de la cocina, y por más que lo
intentaba, no podía dejar de pensar en Audrey Young y en su
molesta y hermosa sonrisa.

78
Capítulo 9
Audrey
La taberna Timberbeast era exactamente como me la había
imaginado cuando Sandra me dijo dónde nos reuniríamos. Me había
invitado a tomar una copa después del trabajo y este lugar era todo
lo que esperaba. Las paredes estaban adornadas con fotos antiguas
de leñadores, rótulos de viejos negocios y maquinaria maderera
oxidada, y el tipo que estaba detrás de la barra tenía una espesa
barba, camisa de cuadros escoceses y grandes brazos velludos, lo
que lo hacía parecer más un leñador que un cantinero.
De hecho, se parecía mucho al leñador de dibujos animados del
79
cartel de Timberbeast.
Había ido a casa después del trabajo para atender a Max, cenar
algo y cambiarme de ropa. Había optado por una camiseta de
manga corta, unos jeans y unas sandalias. Hacía más calor durante el
día, pero refrescaba por la noche, típico clima de montaña en junio.
Esperaba que no se me enfriaran demasiado los pies, pero me había
pintado las uñas de los pies de un precioso color rosa y quería tener
la oportunidad de lucirlas.
O al menos disfrutarlas yo misma, ya que dudaba que alguien en
una taberna de pueblo poco iluminada fuera a fijarse en mis dedos.
Sandra me saludó desde su mesa. También se había cambiado
desde el trabajo, con una camiseta y unos pantalones informales. Su
corte de pelo gris plateado era tan adorable como siempre.
—Me alegro de que hayas venido —me dijo cuando tomé
asiento—. No sabía si querrías salir con una anciana, así que gracias
por complacerme.
—No eres una anciana.
—Me estoy acercando terriblemente a los sesenta. Ese número
suena significativo.
—Es un hito, pero eso no significa que seas una anciana. Solo has
subido de nivel.
—Ves, esto es por lo que me gustas. Sabes darle un giro positivo a
las cosas. —Se giró hacia la barra y alzó la voz—. Oye, Rocco. ¿Qué
tiene que hacer una chica para conseguir una copa por aquí?
¿Mostrar las tetas?
Me tapé la boca y me reí detrás de la mano. Rocco, el cantinero
leñador, se cruzó de brazos y alzó sus pobladas cejas como diciendo:
«adelante, estoy esperando».
Sandra se rio.
—Solo Rocco esperaría a ver si me atrevo. Iré por las bebidas.
¿Qué quieres?
4
Mi primer pensamiento fue un Lemon Drop , pero estaba
80
tratando de consumir menos azúcar. Y este no parecía el tipo de
lugar para un Lemon Drop.
—¿Qué tomarás?
—Vodka con soda. Solía ser una chica de margaritas, pero ya no
tolero el tequila y Rocco hace margaritas terribles.
—Ya lo he oído —refunfuñó Rocco.
Sandra sonrió, fingiendo ignorarlo.
—Tomaré lo mismo. Pero déjame invitarte. Quiero celebrar que ya
no estoy desempleada y que tengo fondos para invitar a una amiga
a una copa.
—No voy a discutir con eso. Gracias.
Fui a la barra. Rocco estaba ocupado con un cliente, pero otro
cantinero salió de la parte de atrás. Era más joven que Rocco, con el

4 Es un cóctel a base de vodka y limón.


pelo oscuro y desgreñado y sin barba. Me resultaba vagamente
familiar, pero mucha gente de por aquí me lo parecía. Además, a mí
no se me daban bien las caras, ni los nombres, a menos que
conociera bien a alguien.
O si era Josiah Haven, al parecer.
El cantinero me miró con expresión vagamente molesta.
—¿Qué te sirvo?
—Dos vodka con soda. Uno con limón, si tienes.
No dijo nada. Solo asintió.
Bien, no es el tipo más hablador.
Esperé mientras preparaba nuestras bebidas. Cuando terminó, las
deslizó por la barra, junto con la cuenta.
—¿Quieres abrir una cuenta? —preguntó.
—Claro, eso sería genial. Gracias.
81
Asintió con la cabeza, todavía con cara de irritación. Quizá no le
gustaba su trabajo. Recogí las bebidas y las llevé a nuestra mesa.
—¿Cómo van las cosas? —preguntó Sandra—. ¿Te estás
instalando?
—Sí, creo que sí. Mi casa es genial. Súper acogedora. Todavía
siento que estoy volando a ciegas en el trabajo, pero a Lou no parece
disgustarle demasiado, así que tengo eso a mi favor.
—Le caes bien.
—Eso espero. Lo último que necesito es que me despidan otra
vez.
—Lou es bastante leal. No se deshará de ti a menos que haya una
buena razón o si el periódico finalmente cierra.
—Tengo miedo de preguntar, pero ¿crees que sea posible?
Se encogió de hombros.
—Imagino que Lou lo mantendrá abierto todo el tiempo que
pueda. Ese periódico es lo único que conoce. Su mujer lleva años
intentando que se jubile, lo más probable es que se muera en su
despacho a los noventa años. Pero los periódicos de pueblo son
dinosaurios. El meteorito golpeó, la luz del sol ha sido bloqueada y
es solo cuestión de tiempo que el último de ellos muera.
—Eso es un poco triste.
—Lo es. Pero el tiempo avanza.
Me preguntaba si podía hacer algo. No es que pudiera revivir un
periódico moribundo, pero tenía que haber formas de mejorarlo, de
hacerlo más interesante para los lectores.
La puerta se abrió y el hombre que apareció sacó
instantáneamente mis pensamientos de todo lo relacionado con el
periodismo.
Josiah Haven.
Su expresión hosca parecía absorber todo el aire de la habitación. 82
Era como si los taburetes le hubieran enfadado y hubiera venido a
vengarse. Eso debería haberme asustado. Normalmente me alejaba
de la gente que parecía enfadada todo el tiempo. Pero había algo en
el ceño fruncido de Josiah que me hacía clavar los ojos en él.
Y no era solo su cara, que probablemente habría sido bastante
atractiva si sonriera. Sus hombros eran tan anchos, su pecho tan
grande, sus brazos tan gruesos. Sus muslos parecían troncos de
árbol con esos jeans. Su presencia física era tan intimidante que no
podía dejar de mirarlo.
Su mirada recorrió la barra en un rápido arco. No podía
asegurarlo en la penumbra, pero parecía que sus ojos se habían
entrecerrado al verme.
Probablemente me lo estaba imaginando. Pero igualmente me
produjo un cosquilleo en el estómago.
En realidad, Josiah Haven me asusta. Pero me gusta.
Sandra dejó escapar un suspiro dramático.
—Ojalá fuera más joven.
—¿Te gustan los tipos grandes, fornidos y enfadados?
—¿A quién no? —Se rio—. Los chicos Haven son todos
demasiado jóvenes para mí, pero disfruto mirando.
Observé, retorciéndome en la silla, cómo Josiah se acercaba a la
barra y tomaba asiento. Rocco se acercó a tomar su orden. Puede
que me lo estuviera imaginando, pero casi parecía que Rocco estaba
viendo a Sandra mirar a Josiah, y no parecía muy contento.
—Acabo de darme cuenta de que no sé si estás casada. —Me volví
hacia Sandra, esperando que no pensara que era grosera por la
forma en que había estado mirando a Josiah—. Mencionaste que
tienes hijos, pero creo que no dijiste nada sobre un marido.
—Divorciada. Pensó que le iría mejor en otro sitio. Ahora está solo
después de haberse divorciado dos veces y sí, me siento muy
satisfecha por eso.
—Qué lástima. 83
—Sí. No debería haberme casado con él en primer lugar, pero era
joven y estúpida. Eres inteligente al esperar.
—Díselo a mi madre.
—Las madres pueden ser obstinadas, ¿verdad? He intentado dejar
que mis hijos vivan su propia vida, pero no siempre es fácil.
—¿Qué edad tienen tus hijos?
—Mi hija tiene treinta y dos años y mi hijo casi veintinueve. Los
dos están casados, pero ninguno me ha hecho abuela todavía, por
desgracia. Es difícil mantener la boca cerrada sobre eso, pero lo
intento.
—¿Viven cerca?
—No, ambos se largaron de Tilikum tan pronto como pudieron.
Algunas personas aman este lugar, yo incluida, pero era demasiado
pequeño para ellos. Ambos viven en el área de Seattle y no me
importa, aunque estaría bien que estuvieran lo bastante cerca como
para poder pasarme a molestarlos.
Una pizca de celos me aguijoneó. Los hijos de Sandra habían
dejado su pueblo natal y se habían quedado fuera.
—Seguro que tu madre está contenta de tenerte viviendo tan cerca
—dijo.
—Sí. —Hice una pausa—. Lo está.
Ladeó la cabeza.
—Déjame adivinar. Es complicado.
—Un poco. Podría ser mucho peor. He conocido a gente con
verdaderas historias maternas de terror. Nos llevamos bien la mayor
parte del tiempo. No puedo evitar pensar que ella desearía que yo
hubiera sido diferente.
—¿Diferente cómo?
—Mi padre era político, así que mis padres eran muy conscientes 84
de su imagen. Lo más importante era cómo nos veían los demás en
el pueblo y cuando estaba en la escuela, me gustaba todo eso. Yo era
una chica que superaba todo. Ya sabes, la chica que siempre sacaba
buenas notas y se apuntaba a todos los clubes. Era animadora y
estaba en el gobierno estudiantil. Les hacía quedar bien.
—¿Pero? —preguntó ella.
—Tenían expectativas muy elevadas y concretas. Me animaron a
ir a la universidad, pero luego se suponía que tenía que volver a
Pinecrest para servir en el gobierno del pueblo y casarme con Colin
Greaves, mi novio del instituto, para que pudiéramos ser una
especie de pareja poderosa de pueblo pequeño o algo así.
—Obviamente no lo hiciste.
—No. Rompí con Colin y declaré que iba a tener mi propia vida y
que no iba a quedarme en Pinecrest. —Suspiré—. Y sin embargo,
aquí estoy.
—Recibiste un golpe en tu orgullo al volver.
—Eso es quedarse corta. Pero me despidieron y no encontraba
trabajo. Lou fue la primera persona que respondió a una de mis
solicitudes en meses. Intento que eso no hiera mis sentimientos, pero
aún me escuece.
—Es duro ahí fuera. Mi hijo también estuvo un tiempo sin trabajo.
—Qué duro. Mi antigua jefa se disculpó mucho cuando tuvo que
despedirme. Decía que sabía que caería de pie, así que no estaba
preocupada por mí. Pero ella no lo sabía.
—Pero caíste de pie. Solo que no donde esperabas.
—Supongo que es verdad. Y probablemente sea bueno para mí
estar cerca de mi madre por un tiempo. Mi padre murió hace un par
de años, así que sé que las cosas han sido difíciles para ella.
—Siento oír eso.
—Gracias. Ha sido duro, pero tampoco inesperado. Su salud
llevaba un tiempo deteriorándose.
—¿Cómo lleva tu madre un cambio tan grande?
85
—Ella parece estar bien. Honestamente, esto puede sonar terrible,
pero en cierto modo, creo que está aliviada. Mi padre no era un mal
tipo, necesariamente, pero no era fácil vivir con él.
—Espera, Young. ¿Tu padre era Darryl Young?
—Sí. ¿Lo conocías?
—No personalmente. ¿Pero no fue alcalde de Pinecrest durante
años?
—Oh, sí. Doce años, creo.
—Recuerdo que su nombre salió en el periódico. Tu madre
también, creo. ¿Patrice?
—Ella es. Y sí, creo que la cobertura de prensa era su cosa favorita.
La puerta se abrió de nuevo y tuve que ver dos veces. ¿Colin?
¿Qué hacía él aquí?
—Hablando del diablo.
—¿Quién es? —preguntó Sandra, mirando por encima del
hombro.
—Colin.
—¿El exnovio del instituto, Colin? Estás bromeando.
—No, es él.
—Sus oídos deben haber estado ardiendo.
Nuestras miradas se cruzaron y me dedicó una amplia sonrisa
mientras se dirigía a nuestra mesa. Iba vestido igual que la última
vez que lo había visto: camisa abotonada y pantalones de vestir. Me
pregunté si siempre vestía así o si acababa de llegar de la oficina.
Pero, ¿qué hacía él aquí?
—Hola, Audrey. Seguimos encontrándonos. —Se volvió hacia
Sandra—. Hola. Colin Greaves.
—Sandra O'Neal.
—No pensé que te vería aquí, de todos los lugares —dijo—. ¿Qué
86
estás haciendo aquí?
—Estaba a punto de preguntarte lo mismo.
Miró a su alrededor.
—Vengo aquí de vez en cuando. Me gusta cambiar de aires. Hoy
en día no puedo ir a ningún sitio de Pinecrest sin que me
reconozcan. A veces solo quiero tomar una copa en paz, no dar un
montón de consejos legales gratuitos a los lugareños.
Le sonreí lo más amistosamente que pude.
—Estoy segura de que eso aburre después de un tiempo. Disfruta
de tu bebida.
Sonrió, como si hubiera dicho algo divertido.
—Ya veo lo que haces, pero no puedes librarte de mí tan
fácilmente, cariño. Todavía tenemos que ponernos al día. Sandra,
¿no te importa que las acompañe? —Él ya estaba dando vuelta
detrás de ella para sentarse en una de las sillas vacías—. ¿Cómo está
tu madre?
Sentí que tenía que responder. Después de todo, conocía a mis
padres desde hacía años.
—Han sido un par de años difíciles, pero está bien.
—Me alegra oír eso. La he visto por el pueblo. Ciertamente se ha
mantenido activa en la comunidad. Estoy seguro de que eso es
bueno para ella.
—Le gusta mantenerse ocupada. ¿Cómo están tus padres?
Se reclinó en la silla.
—El viejo es… bueno, sigue siendo mi viejo. Cometió el error de
jubilarse y ahora se queda en casa y vuelve loca a mi madre.
Los padres de Colin siempre me habían parecido gente bastante
decente, aunque nunca había tenido la impresión de que yo les
gustara demasiado. 87
Me removí en la silla, me resultaba imposible ponerme cómoda.
Esperaba que se decidiera a levantarse pero el silencio estaba a
pocos segundos de hacerse incómodo y él no se movía, así que me
apresuré a llenarlo.
—¿Y cómo está Lorelei? ¿Sigue trabajando en la biblioteca?
—No. —Sus ojos se entrecerraron un segundo—. Ahora es
asistente médica, lo que supongo que la hace feliz. Trabaja muchas
horas, de todos modos.
Su tono era distante, casi irritado, y me pregunté si los chismes de
mi madre sobre Colin y Lorelei habrían sido ciertos.
—Bien por ella.
Se encogió de hombros, como si su mujer y su profesión no
tuvieran especial importancia. Inclinó la cara hacia Sandra y esbozó
una sonrisa.
—Lo siento, Sandra, no pretendía excluirte de la conversación.
¿De qué conoces a Audrey?
El escepticismo en los ojos de Sandra casi me hace reír. Estaba
claro que no le impresionaba el intento de Colin de mostrarse
interesado por ella.
—Trabajamos juntas. ¿Y de qué la conoces, exactamente?
Colin me miró a los ojos y sonrió.
—Somos viejos amigos del instituto.
—¿Viejos amigos? —preguntó Sandra.
—Bueno —dijo Colin, volviendo las palmas hacia arriba—.
Éramos más que amigos. De hecho, casi nos casamos.
Eso me sorprendió y me senté más erguida.
—No estuvimos a punto de casarnos.
—Por supuesto que sí.
—Nunca estuvimos comprometidos. Creo que necesitas al menos
estar comprometido para poder decir que casi te casas.
88
—La mayoría pensábamos que era una conclusión inevitable que
nos casaríamos.
Sandra me miró con las cejas levantadas, como diciendo: «¿qué
vas a hacer con este tipo?»
Quería levantarme y montar una escena. Decirle que no me
importaba lo que pensaran los demás. Se habían equivocado. Se
había equivocado si alguna vez pensó que me casaría con él y que
debería irse a casa con su mujer.
Pero no podía montar una escena. Me retorcí en el asiento. ¿Qué
pensaría toda la gente? Solo quería salir de allí.
Sin pensar en lo que estaba haciendo, empujé mi silla hacia atrás.
—Lo siento Sandra, pero probablemente debería irme a casa.
—Audrey, cariño. —El tono de Colin era apaciguador, como si
hablara con un niño enfadado—. No hagas eso.
—No deberías llamarla así.
Mis ojos se abrieron de par en par al oír una voz gruñona detrás
de mí. No sabía cuándo se había levantado Josiah de su sitio en la
barra, pero ahora podía sentir su presencia detrás de mí, oscura y
amenazadora.
Colin levantó la vista hacia él.
—¿Perdón?
—No creo que le guste que la llames cariño. Así que, qué tal si vas
a buscar tu propia mesa y dejas a estas damas en paz.
—¿Qué tal si te metes en tus asuntos?
—Me encantaría, pero no dejas de molestarlas y no me gusta.
Se me aceleró el corazón y me sentí pegada a la silla. Sandra le
sonrió a Josiah, como si toda esta escena le estuviera alegrando la
noche. Eché una rápida mirada por encima del hombro. Se alzaba
detrás de mí como un muro de madera, con los brazos cruzados, el
ceño fruncido y los ojos fijos en Colin.
No tenía ni idea de por qué Josiah me defendía. Colin no nos
89
había estado acosando de manera obvia. Sentarse en nuestra mesa y
entablar conversación no era tan malo.
Excepto que lo era. Me estaba incomodando. En un momento en
el que había estado a punto de salir corriendo, Josiah Haven, un tipo
al que apenas conocía, intervenía para defenderme.
Me devolvió un poco la fe en la humanidad.
Colin estaba de pie, con la barbilla levantada. Sus ojos se movían
arriba y abajo, como si estuviera evaluando a su oponente.
Probablemente pasaba tiempo en el gimnasio cada semana, pero
tenía que ser lo suficientemente inteligente como para darse cuenta
de que si esto se volvía físico, no tenía ninguna posibilidad.
Y algo me decía que Josiah no tendría problemas en ponerse
físico.
Después de un momento angustioso, Colin se volvió hacia mí, su
rostro no delataba nada.
—Perdona la intromisión, Audrey. Siempre me alegro de verte.
Seguiremos donde lo dejamos en otra ocasión.
Josiah gruñó.
Con una última mirada a Josiah, Colin se dio la vuelta y se
marchó.
Vagamente, fui consciente de que tenía los ojos abiertos como
platos y la boca abierta. No era un aspecto atractivo. Pero estaba
demasiado aturdida para hacer otra cosa que girarme lentamente en
el asiento y mirar a Josiah Haven.
Mantuvo la mirada en la espalda de Colin hasta que la puerta se
cerró tras él. Su mirada se dirigió hacia mí, pero no dijo ni una
palabra. Solo me miró, como si ahora estuviera enfadado conmigo, y
volvió a su sitio en la barra, me dejó preguntándome qué demonios
acababa de pasar.

90
Capítulo 10
Josiah
Rocco me sonrió con satisfacción.
Me encorvé sobre mi cerveza y clavé los ojos en la barra. ¿Por qué
había hecho eso? No tenía por qué involucrarme. El imbécil tenía
razón, no era asunto mío. Ella no era asunto mío.
Pero cada palabra que salía de la boca de aquel idiota había sido
como el sonido de un tenedor raspando sobre un plato. Algunas

91
personas odiaban las uñas rasgando una pizarra, yo odiaba un
tenedor raspando sobre un plato. Yo podía ser tan despistado como
ninguno, pero ¿qué tan tonto tenía que ser para no darse cuenta del
hecho evidente de que Audrey no lo quería allí?
No sabía quién era, aunque había oído la palabra exnovio en
algún momento. No es que hubiera estado espiando a Audrey y
Sandra. Simplemente había sido lo bastante estúpido como para
elegir un sitio en la barra justo detrás de su mesa. No pude evitar
escuchar su conversación.
Se me tensó la espalda, como si alguien estuviera girando un
tornillo y estirándome la piel a través de los músculos. Sandra y
Audrey hablaban en voz demasiado baja para que pudiera entender
lo que decían.
No me importaba. Ella no era mi problema.
Me acabé mi cerveza y le pedí otra a Rocco. Necesitaba calmarme.
Así de tenso, probablemente le daría un puñetazo al primero que
me mirara mal.
Mientras Rocco me servía la cerveza, eché un rápido vistazo por
encima del hombro. Audrey estaba de espaldas a mí y Sandra se
había acercado a ella. Tenían la cabeza gacha y conversaban en voz
baja. Sandra me miró y esbozó una sonrisa.
Desvié la mirada. Rocco deslizó mi bebida por la barra y le di un
largo trago. Sentía los ojos de los demás sobre mí, prácticamente
podía oír los susurros. Qué bien. Por la mañana, medio Tilikum
estaría hablando de cómo Josiah Haven había ahuyentado a un tipo
que había estado molestando a la chica nueva del pueblo. Y la otra
mitad se enteraría a la hora del almuerzo.
Un ligero toque en el brazo me sacó de mis pensamientos. Antes
de mirar quién era, ya tenía la muñeca ofensora en mi agarre.
Audrey abrió mucho los ojos y entreabrió los labios.
—Lo siento. No quería asustarte.
Sintiéndome como un absoluto imbécil, la solté.
—Lo siento. 92
Se la frotó con la otra mano.
—No pasa nada.
—No te hice daño, ¿verdad?
—Oh, no. —Levantó el brazo como para demostrarlo—. Es que no
me lo esperaba. Yo te asusté, tú me asustaste. Supongo que estamos
a mano. Excepto que no lo estamos. Lo que quiero decir es que
quiero darte las gracias por deshacerte de Colin.
—Claro.
—Vive en Pinecrest, así que me extraña que estuviera aquí. De
todas formas, no tenías que defenderme así y lo hiciste, así que te lo
agradezco.
Gruñí, sin apartar la vista de la barra.
—Bien, bueno, dejaré de molestarte. Probablemente hablo
demasiado cuando estoy nerviosa y ahora mismo me siento tan
tranquila como un conejo corriendo por un campo lleno de zorros.
Eso casi me hizo esbozar una sonrisa.
—Bonita analogía.
Se rio suavemente.
—Me voy antes de que empeore las cosas. Gracias de nuevo,
Josiah. Nos vemos.
Intenté no mirar cuando se fue, pero no lo conseguí. Sandra
vaciló, como si estuviera decidiendo si decirme algo o no.
Se acercó un poco más.
—Gracias por eso. Lo necesitaba.
—Solo hazme un favor.
—¿Cuál?
—No le digas a mi tía Louise sobre esto.

93
Sandra se rio entre dientes.
—No se enterará por mí, pero los dos sabemos que se enterará.
Gemí.
—Lo sé.
—Nos vemos, Josiah.
Me volví hacia el bar. ¿Qué me importaba que la gente hablara?
Los chismes eran el pasatiempo favorito de Tilikum. No podía hacer
nada al respecto.
Pero había algo que me carcomía. Miré a Rocco a los ojos y se
acercó.
—Ese idiota al que eché de aquí. ¿Lo habías visto antes por aquí?
Se encogió de hombros.
—No me pareció conocido, pero no memorizo caras.
Asentí con la cabeza. Era razonable. Pero un imbécil engreído
como ese llamaría la atención. Me parecía que Rocco lo recordaría.
¿Venía aquí desde Pinecrest de vez en cuando solo para tomar
una copa en paz? ¿O había estado buscando a Audrey? ¿Vio su auto
en el estacionamiento y vino a verla?
Y si es así, ¿se fue a casa? ¿O estaba ahí fuera esperándola?
Cerré las manos en puños. Maldita sea. No era mi problema.
Pero me levanté de todos modos.
Me bajé del taburete, mis botas golpearon el suelo con un ruido
sordo, y salí por la puerta en pocas zancadas. No había pagado las
bebidas, pero no me preocupé. Ya me las arreglaría con Rocco más
tarde.
Vacío. Solo un puñado de autos estacionados, pero ni rastro de
Audrey y Sandra. O de Colin.
Audrey no había ido sola al estacionamiento. Sandra había estado
con ella. Conocía a Sandra O'Neal lo suficiente como para saber que
si Colin hubiera estado esperando, todo el mundo en el bar se habría
enterado. Esa mujer podía ser ruidosa cuando quería. 94
Pero ¿y si había esperado en su auto en algún lugar fuera de la
vista, y la estaba siguiendo a casa?
Estaba siendo paranoico. Probablemente el tipo había bajado a
Tilikum a tomar algo él solo, como había dicho, y encontrarse con
Audrey había sido una coincidencia, pero no podía dejar de pensar
que podría haberla seguido.
Ella no era mi problema.
Dejé escapar un suspiro resignado y me dirigí a mi camioneta. No
lo era, pero al parecer esta noche la estaba convirtiendo en mi
problema.
Conduje la corta distancia que me separaba de la casa en alquiler
y me estacioné al lado, al otro lado del contenedor. Su auto estaba en
la entrada y la luz asomaba tras las cortinas cerradas de las
ventanas. Me bajé, dejando la puerta de la camioneta abierta, y miré
hacia arriba y hacia abajo por la calle. No había ningún vehículo
estacionado en la calle. Nada sospechoso que pudiera ver.
Definitivamente paranoico. Colin probablemente ya estaba a
medio camino de Pinecrest.
Unos faros parpadearon cuando un auto giró hacia la calle a unas
cuadras de distancia. Lo miré fijamente, momentáneamente
convencido de que era el imbécil. Tenía razón, la había seguido
hasta su casa. Iba a…
No. Era Jim, de la misma calle. Pasó conduciendo y me saludó con
la mano.
¿Qué me pasaba?
La puerta de Audrey se abrió y me agaché detrás del contenedor.
—Vamos, Max. Hora de ir al baño.
Me asomé por el borde. Max salió por la puerta principal y, por
un segundo, pensé que se dirigía directamente hacia mí. Pero dio
vueltas alrededor de un árbol del jardín delantero, moviéndose de
un lado a otro como si necesitara encontrar el ángulo perfecto, antes
de orinar en el tronco. 95
—Buen chico. Vamos, vuelve adentro.
Se detuvo y levantó la nariz para olfatear.
—Lo sé, muchos olores aquí afuera. Adentro, Max.
Volvió a olfatear, se dio la vuelta y la siguió de vuelta a la casa.
Dejé escapar otro suspiro, aliviado de que no se hubiera fijado en
mí.
¿Quién era el raro ahora? Estaba preocupado por su exnovio y allí
estaba yo, observándola desde detrás de un contenedor.
Básicamente la estaba acosando.
¿Cuántas veces me iba a hacer sentir esta chica como un idiota?
Tenía la sensación de que no sería la última.
Se suponía que no era mi problema, pero cuando subí a mi
camioneta para volver al bar y arreglar cuentas con Rocco, sabía
muy bien que mañana estaría aquí temprano. No para adelantar el
día de trabajo, sino para asegurarme de que seguía bien. No podía
quitarme la sensación de que Colin aún podía aparecer.
Aparentemente Audrey Young era mi problema ahora.

96
19 DE JUNIO

No es mi culpa.
Nada de esto es culpa mía. Es de ella.
No debería haber vuelto. No debió venir aquí.
Todo iba bien hasta que reapareció. Las visitas a casa eran de esperar,
pero esto no es una visita.
¿Por qué siempre tiene que arruinarlo todo? Me ha estado haciendo esto

97
toda mi vida.
Lo que significa que no es culpa mía. Nada de lo que ocurre es culpa mía.
Es de ella.
Capítulo 11
Audrey
Una nariz fría y húmeda me despertó. Gemí y me di la vuelta.
Max me lamió la cara antes de que pudiera protegerme con el brazo.
—Max, para.
Parpadeé varias veces y miré el reloj. Las seis y media en punto.
Ojalá Max entendiera los fines de semana.
Quizá si cerraba los ojos y me quedaba muy quieta, él volvería a
dormirse y entonces yo también podría.
Por un momento pensé que funcionaba. Mantuve los ojos
98
cerrados y esperé, sintiendo que el sueño empezaba a invadirme de
nuevo.
Hasta que la nariz mojada me tocó la mejilla.
—Bien, está bien.
De mala gana, me levanté de la cama. Max bajó de un salto y
esperó junto a la puerta, moviendo la cola.
—¿Por qué estás tan alegre? ¿No te has dado cuenta de los
sábados? Podemos dormir hasta tarde.
Se limitó a mirarme, con los ojos brillantes y emocionados.
Me froté las manos por la cara varias veces y luego me puse unos
pantalones para correr grises. No me molesté en ponerme sujetador,
sino la camiseta sin mangas con la que había dormido. No había
nadie más cerca. Max, desde luego, no contaba.
Aun luchando por despertarme, fui al baño y luego a la cocina a
encender la cafetera. Max esperó no tan pacientemente, su cola
todavía se sacudía a toda velocidad.
—Tienes una vejiga de acero, puedo hacer café primero.
Una vez preparado el café, me dirigí a la puerta principal. Estaba
a mi lado, zumbando de energía como un resorte en espiral. Me
detuve con la mano en el pomo.
—Realmente necesitas ir, ¿no?
Me miró, casi frenético.
—De acuerdo. —Giré el pomo—. Supongo que cuando tienes que
ir, tienes que ir.
Abrí la puerta y salió disparado. Pero no corrió directamente a lo
que se había convertido en su árbol del pis. Se detuvo a unos metros
de la puerta para olisquear algo en el suelo.
Espera, espera. ¿Qué era eso? 99
—¡Max, no! ¡Déjalo!
Salí corriendo para agarrarle del cuello antes de que pudiera
llevarse el animal muerto a la boca. Se apartó de un salto, como si
fuera un juego muy divertido, y volvió a lanzarse para agarrarlo.
—No, eso no es un juguete. ¡Qué asco, déjalo!
Dio vueltas alrededor de la cosa muerta, pero me anticipé a su
movimiento y lo hice a un lado. Lo agarré por el cuello y lo arrastré
hacia la puerta principal.
Con él a salvo adentro, cerré la puerta y me apoyé en ella,
respirando con dificultad. La última vez que había encontrado un
animal muerto, había intentado comérselo. Me estremecí al
recordarlo.
—Sea lo que sea lo que hay ahí fuera, no es un bocadillo.
Eso me planteó una buena pregunta. ¿Qué era y por qué estaba
justo delante de mi puerta?
Max tenía una vejiga fuerte, pero no quería forzarlo demasiado y
acabar con un animal muerto y pis de perro que limpiar. Cogí su
correa y lo llevé a la parte de atrás. Se negó a orinar durante lo que
me pareció una eternidad, como si saber que había un animal
muerto al otro lado de la casa fuera demasiado interesante como
para molestarse en otra cosa, incluso en vaciar la vejiga. Finalmente,
eligió un sitio, orinó y lo volví a meter adentro.
Inmediatamente se dirigió a la puerta principal y movió la cola.
—De ninguna manera. Sea lo que sea lo que hay ahí fuera o
planeas revolcarte en él, comértelo o ambas cosas.
Me miró por encima del hombro como diciendo, «sí, tienes
razón».
—No. No voy a permitirlo.
Me acerqué a la ventana y miré afuera. Seguía allí, porque, por
supuesto, estaba muerto. Cuando Max había ido tras él, yo estaba
demasiado preocupada por quitárselo de la boca como para
preocuparme por lo que era. Era pequeño y gris, con una cola
100
peluda, probablemente una ardilla.
¿Por qué había muerto una ardilla delante de mi puerta?
Había ardillas por todas partes. También las había en Pinecrest,
aunque las ardillas de Tilikum tenían fama de ser unas ladronas
especialmente astutas. Los autos las atropellaban de vez en cuando,
pero ésta, obviamente, no estaba en la carretera. ¿Qué le había
pasado a la pobrecita?
¿Y cómo iba a deshacerme de ella?
Sentí que las náuseas me amenazaban ante la idea de deshacerme
de ella. No creía que pudiera hacerlo, pero tampoco podía dejarla
allí.
El ruido de una camioneta me llamó la atención. Josiah Haven
había entrado en el camino de al lado.
Perfecto. Ese gran gruñón vestido con camisa de franela podría
ayudarme.
Corrí a la cocina por una golosina para distraer a Max. Se la tiré
por el pasillo, corrió a buscarla y salí corriendo por la puerta
principal.
Con cuidado de dejar espacio a la ardilla, crucé el césped hasta la
otra casa.
Josiah estaba cerrando la puerta de la camioneta. No me perdí el
destello de sorpresa que cruzó sus facciones cuando me vio: los ojos
se le abrieron de par en par y la boca se le entreabrió.
Entonces me di cuenta de que no llevaba sujetador y seguía
haciendo frío.
Estupendo.
Bueno, ya es demasiado tarde. Además, después del incidente de
la bañera, esto no era tan malo. Y realmente necesitaba su ayuda.
Aun así, traté de cruzarme de brazos despreocupadamente para
no ir apuntando con mis pezones por todas partes.
—Siento molestarte, pero me alegro mucho de que estés aquí.
101
Su ceño se frunció.
—Hay una ardilla muerta en la puerta de mi casa.
—¿Cómo que hay una ardilla muerta en la puerta de tu casa?
—Quiero decir que está ahí y está muerta y no sé qué hacer con
ella. Max intentará comérsela o revolcarse en ella, así que tengo que
deshacerme de ella y no me avergüenza en absoluto decir que si
intento hacerlo yo misma, probablemente vomitaré.
—¿Pero por qué hay una ardilla muerta delante de tu puerta?
Era claramente una pregunta retórica porque, sin esperar
respuesta, pasó a mi lado y cruzó el césped. Se detuvo delante de la
ardilla y la miró, apoyando las manos en las caderas. Lo seguí.
—¿Qué carajos?
—Sí, es asqueroso. Pobrecita. ¿Qué posibilidades hay de que se
desplomara y muriera aquí mismo?
—Casi cero. —Miró a su alrededor y luego cogió un palo y la
pinchó.
Tuve una pequeña arcada.
—¿Qué estás haciendo?
Se agachó y utilizó el palo para darle la vuelta.
—No tienes un gato, ¿verdad?
—No, solo Max. ¿Por qué?
—Los gatos a veces dejan cosas muertas para sus dueños. ¿Has
visto algún gato por aquí?
—No.
No paraba de tocarla y yo apartaba la vista. Soy una debilucha.
Algo de lo que había dicho me inquietó.

102
—¿Qué quisiste decir con eso?
—¿Con qué?
—Las posibilidades de que una ardilla muera ahí mismo son casi
cero.
Se puso de pie.
—No murió simplemente. Algo o alguien, la mató.
Hice un gesto de dolor.
—¿Quién habría matado a una ardilla y la habría dejado tirada
por ahí?
—No lo sé. ¿Te ha pasado esto antes?
—¿Encontrar un animal muerto en mi puerta? No,
definitivamente no.
Gruñó.
Tragué saliva con fuerza para reprimir la oleada de calor que
estalló entre mis piernas cuando hizo aquel ruido. ¿A qué venía eso?
—El tipo del bar anoche —dijo—. ¿Cuánto hace que terminaron?
—¿Colin? Hace años.
—¿Es normal que te acose?
—No. No me acosa, de verdad, sólo…
—Te estaba acosando.
—Bien, lo hacía. Pero no, no es usual. Aunque después de
mudarme, estuve mucho tiempo sin verlo, así que supongo que si
quería acosarme, no tuvo ocasión. Estuvo un poco raro en el funeral
de mi padre, pero eso fue hace dos años, y pudo ser porque era un
funeral y todo.
—¿Siempre buscas excusas para la gente?
Volví a cruzarme de brazos, sintiéndome repentinamente a la
defensiva.
—No invento excusas para la gente.
—Lo estás haciendo ahora mismo.
No estaba excusando a Colin.
103
—¿Preguntas por él porque crees que puede haber matado una
ardilla y haberla dejado en mi puerta?
—Se me ocurrió.
—Eso parece… no sé, una locura.
—Sí, ¿tú crees?
Me obligué a mirar a la ardilla.
—No me imagino a Colin haciendo algo así.
—¿Hasta qué punto lo conoces realmente?
—Cierto, ahora no lo conozco muy bien. Tampoco sé hasta qué
punto lo conocía entonces. Pero, ¿qué tan bien se puede conocer a
un chico en su adolescencia y principios de los veinte? Sus cerebros
siguen desarrollándose hasta los veinticinco.
—Audrey.
—¿Sí?
—Estás divagando.
—Lo siento. —Respiré hondo—. Es que me da mucho asco el
cadáver de la ardilla y estoy empezando a asustarme un poco de
que alguien lo haya dejado ahí a propósito.
—Alguien siendo Colin.
—Supongo. Todavía parece extraño que él hiciera algo así. ¿Cuál
sería su intención?
Eso pareció abrir un agujero en la teoría de Josiah.
—No lo sé. Si quiere que vuelvas o al menos meterse en tus
pantalones, dejar un animal muerto en tu puerta no es una movida
inteligente.
—Está casado, no me quiere de vuelta ni quiere meterse en mis
pantalones.
Sus ojos se alzaron para encontrarse con los míos.
—Definitivamente quiere meterse en tus pantalones. 104
—No, no quiere. Te lo dije, está casado. Se casó justo después de
que rompimos.
—Suena normal.
—La mitad de las veces no sé si estás siendo sarcástico. Tienes la
habilidad de poner una cara impasible ante todo.
—Asume que es sarcasmo.
—De acuerdo. Entonces tienes razón, no parece normal, pero ya
no era asunto mío. Y sigue sin serlo.
—Haya hecho eso o no —dijo, señalando con la cabeza a la
ardilla—. No te sorprendas si intenta meterse en tus pantalones.
Odiaba la idea de que Colin pudiera hacerle eso a su esposa, pero
no podía evitar la sensación de que Josiah probablemente tenía
razón.
—Bueno, no tendrá suerte. Yo no lo haría aunque no estuviera
casado, pero nunca me acostaría con un hombre casado.
Levantó la comisura de los labios y sentí un cosquilleo en la
espalda.
—¿Quién vivió aquí la última vez? —pregunté, intentando
cambiar de tema—. Tal vez tenían un enemigo que quería
aterrorizarlos con animales muertos. O tenían un gato y volvió,
pensando que este es su hogar.
—Tendría que preguntarle a Annika.
—Estaré atenta por si hay un gato. Me gusta más esa explicación.
Volvió a gruñir y sacó su teléfono, luego se agachó para tomar
unas cuantas fotos.
—Qué asco, ¿por qué tomas fotos?
Ignorando mi pregunta, hizo una llamada.
—Hola. Hay una ardilla muerta fuera de la casa de una de mis
inquilinas. —Hizo una pausa—. No, no es un animal atropellado.
Está justo delante de su puerta. Algo la abrió de un tajo, pero no hay
mucha sangre en el suelo, así que parece que lo hicieron en otro sitio
105
y la dejaron aquí.
Volvió a hacer una pausa, escuchando. Quise preguntarle con
quién hablaba, pero no me miró a los ojos.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? Te lo pregunto porque ¿y si
alguien lo hizo a propósito? —Otra pausa—. Bien. Adiós.
—¿Quién era?
—Mi hermano, Garrett. Es policía.
Enarqué las cejas.
—No creo que esto justifique llamar a la policía.
—«No llamé a la policía», llamé a mi hermano para ver qué
piensa.
—¿Y qué piensa?
—Que probablemente es solo un animal muerto que un
depredador dejó atrás y que debería deshacerme de él por ti.
—De acuerdo, está bien.
Sus ojos se desviaron hacia mi pecho y apartó la mirada.
Maldita sea, se me olvidaba que no llevaba sujetador. Crucé los
brazos e intenté encorvarme un poco para que mis pezones no
sobresalieran tanto.
—¿Te importaría deshacerte de ella?
—No, claro que lo haré.
—Espera, ¿qué vas a hacer con ella? Porque si la tiras al bosque o
incluso la entierras, seguro que Max la encuentra y acabaré con un
perro cubierto de hedor a ardilla podrida.
Suspiró, como si le estuviera quitando demasiado tiempo.
—La embolsaré dos veces y la pondré en el contenedor.
Volví a mirarla, ladeando la cabeza.
—¿Deberíamos hacer un funeral?
106
—¿Qué?
—La pobre se merece algo mejor que acabar en un contenedor sin
nadie que la llore.
Josiah me miró como si acabara de sugerir que nos la comiéramos
para cenar.
—Es una ardilla.
—Lo sé, pero me siento mal. No tenemos que hacer nada del otro
mundo. Solo ponla en la bolsa lista para ir al contenedor y déjame
decir unas palabras antes de tirarla.
Sacudió la cabeza y volvió a la otra casa. Pensé en entrar para
ponerme un sujetador, pero entonces tendría que vérmelas con Max.
Estaba en la ventana mirándome y, en cuanto abriera la puerta, iría
directo por la ardilla.
Al menos mi camiseta no era blanca.
Unos minutos después, Josiah volvió con un par de guantes y dos
bolsas de basura de plástico. No lo miré mientras recogía la ardilla y
la embolsaba. No pretendía ser tan infantil, pero tenía problemas
con cosas como la sangre, las vísceras y las cosas muertas.
—La tengo —dijo Josiah—. ¿Qué quieres que haga ahora?
Odiaba tirarla al contenedor como si fuera basura, pero no había
bromeado cuando dije que Max la encontraría o la desenterraría.
Aplaqué mi sentimiento de culpa diciéndome que si la tirábamos al
contenedor, Max no podría profanar el cadáver.
—Llevémosla allí pero no la echemos todavía.
El rostro de Josiah era pétreo. A primera vista, parecía irritado
conmigo y no podía culparlo. Un funeral para una ardilla era una
tontería, pero también me estaba complaciendo, y no estaba segura
de por qué.
Decidí no darle más vueltas y acabar de una vez para que no
tuviera que seguir sujetando una bolsa con un animal muerto
dentro.
107
Nos acercamos al contenedor. Sujetó la bolsa justo por debajo de
donde la había atado para cerrarla, manteniéndola ligeramente
alejada de sí.
—Bien, supongo que empezaré yo —dije.
—Y también lo terminarás.
Eso me hizo reír un poco.
—Queridos hermanos, estamos reunidos aquí hoy… en realidad
no sé cómo se supone que tiene que ir eso. Déjame empezar de
nuevo. —Respiré hondo—. La vida de un animal salvaje, incluso la
de una pequeña ardilla de Tilikum, es dura y está llena de peligros.
Aunque esta pequeña criatura encontró su fin, apreciamos su papel
en la naturaleza. Que descanse en una tierra de abundantes nueces.
Josiah esbozó una sonrisa.
Casi me muero allí mismo. Ni siquiera me importó que sonriera
ante esta situación como un niño de doce años. Esa sonrisa podría
ser mi perdición.
—Adelante, ponla en su lugar de descanso final.
Tiró la bolsa al contenedor.
—Supongo que eso es todo.
Josiah volvió a mirarme, pero sus ojos no se desviaron hacia mi
pecho. Su ceño se frunció ligeramente, como si no supiera qué
pensar de mí.
—Llámame si pasa algo raro.
Asentí con la cabeza.
—Lo haré, pero creo que no tengo tu número.
Sacó el teléfono del bolsillo y enarcó las cejas.
El corazón me dio un vuelco y sentí un agradable cosquilleo en el
estómago. Le di mi número y tecleó algo.
108
—Te envié un mensaje. —Volvió a mirarme a los ojos. Sus ojos
eran de un azul grisáceo tormentoso—. Y en serio, si pasa algo raro,
llámame.
Su preocupación era tan dulce como electrizante. Mis mejillas se
calentaron y fui más consciente que nunca, de la fresca brisa matinal
sobre mi piel… y de mi falta de sujetador.
—Gracias. Por todo. Realmente aprecio tu ayuda.
—Claro. Hasta luego, Audrey.
—Adiós.
Con el corazón latiéndome demasiado deprisa, volví a casa. Max
intentó salir corriendo por la puerta, pero conseguí bloquearlo con
mi cuerpo y tenerlo bajo control. Ya lo dejaría salir más tarde para
que olisqueara y se diera cuenta de que la ardilla había
desaparecido. Por ahora, tenía una necesidad muy tonta y muy
desesperada de ver el contenido del texto de Josiah.
Fui a mi habitación, desenchufé el teléfono del cargador y leí su
mensaje.
«Josiah Haven»
Solo su nombre. No es que esperara un mensaje bonito o una
cadena de emojis. Eso no habría sido propio de él. Pero su nombre en
mi pantalla no me parecía impersonal. Era como una declaración,
una simple afirmación de quién era y del hecho de que estábamos
conectados de una forma nueva.
Reprimí el impulso de contestarle. Ya le había dado las gracias y
estaba segura de que tenía que ir a trabajar. No había planeado
empezar el día retirando animales muertos. Ni con un funeral de
ardilla. Además, no era muy hablador y no quería molestarlo.
Mirando su nombre en mi pantalla, me di cuenta de algo. No era
solo que no quería molestarlo.
Quería gustarle a Josiah Haven.
109
Capítulo 12
Josiah
Una ardilla. De alguna manera Audrey Young me había reducido
a participar en un servicio funerario para un animal muerto.
Al menos ninguno de mis hermanos había estado cerca para
verlo. Ni mi padre. Nunca me dejarían olvidarlo.
Tratando de apartarla de mi mente, me puse a trabajar. Y había
mucho trabajo. Los paneles de yeso no se iban a arreglar solos.
Por supuesto, cuanto más intentaba no pensar en Audrey, más
pensaba en ella y en la ardilla.
110
No parecía el tipo de chica que hace enemigos, ni siquiera
exnovios. Pero no podía evitar la sensación de que alguien había
puesto aquella ardilla muerta delante de su casa por alguna razón.
¿Había sido su ex? ¿Todavía le guardaba rencor por su ruptura? O
quizá era una represalia por haberlo rechazado en el bar. Lo había
humillado bastante; podría haber decidido culparla a ella.
Sin conocer al tipo, no podía estar seguro.
Una hora más tarde, mi teléfono recibió un mensaje de texto. Por
un segundo, me pregunté si sería Audrey. ¿Habría pasado algo
más? Me apresuré a sacar el teléfono del bolsillo, pero no era ella.
Era mi padre.
Papá: ¿Cómo va?
Yo: Lento y constante.
Papá: Hoy no podré ir. Órdenes de mamá.
Yo sabía lo que eso significaba. Le dolía la espalda, las rodillas o
ambas y mamá había insistido en que se lo tomara con calma.
Yo: No te preocupes. Lo tengo cubierto.
Papá: Gracias.
Me supondría un par de horas más de trabajo, pero me parecía
bien. Un poco de trabajo duro nunca me había molestado.

Unas horas más tarde, tenía los paneles de yeso terminados. Fue
agradable sacar esa tarea de mi mente. Una cosa menos.
Cuando salí, eché un vistazo rápido a la casa de Audrey. No la
estaba vigilando. Solo me aseguraba de que nadie hubiera dejado
otro regalo en su jardín. No vi nada fuera de lo normal, así que
resistí el impulso de llamar a su puerta para asegurarme de que
111
estaba bien.
Ella estaba bien. ¿Qué me preocupaba?
Cerré con llave y me fui, pero en lugar de volver a casa, decidí
que había alguien a quien tenía que ver. A mi padre.
Mis padres vivían a las afueras del pueblo, en una casa de madera
que mi padre y mis tíos habían construido con sus propias manos.
Tenía un gran porche con un cartel de madera de «bienvenidos» y
un taller en la parte de atrás, donde mi padre pasaba mucho tiempo.
Hacía mucho tiempo que no vivía allí, pero en cierto modo seguía
sintiéndome como en casa.
Me estacioné adelante y llamé varias veces, pero no esperé
respuesta. Abrí la puerta y entré. El aire desprendía un aroma cítrico
y vi a mi madre en la sala.
Aunque tenía edad suficiente para recordar a mi madre biológica,
Marlene Haven era la única madre que había tenido. Había estado
en mi vida desde que era muy pequeño, y nos adoptó a mí y a mis
hermanos cuando yo tenía unos diez años, cuando la relación se
hizo oficial. No necesitaba el papeleo para considerarla mi madre,
pero siempre había apreciado que ella y mi padre hubieran hecho
todo lo posible por recomponer dos familias rotas.
Estaba sentada en el sofá con el regazo lleno de labores de punto.
Siempre estaba tejiendo algo: mantas, suéteres, gorros, de todo.
Llevaba el pelo castaño recogido en un moño y las gafas de montura
azul se le habían resbalado por la nariz.
—Hola, cariño. —Levantó la vista y sonrió, pero sus agujas no
dejaron de moverse—. ¿Buscas a tu padre? ¿O algo de comer?
No había venido a asaltar su refrigerador, pero no era mala idea.
—¿Ambos?
—Hay sobras de pollo alfredo pero tiene calabaza espagueti en
vez de pasta. Estoy intentando que tu padre reduzca los
carbohidratos. 112
—Seguro que le encanta.
—Está convencido de que intento arruinarle la vida, no
alargársela.
Había diversión en su voz, pero también podía oír la
preocupación. Todos la compartíamos. Papá tenía algunos
problemas crónicos de salud, comunes a los hombres de su edad,
especialmente a los que habían pasado la mayor parte de su vida
adulta como fumadores. Había dejado de fumar una docena de
veces en la última década. Estaba bastante seguro de que esta última
vez había sido para siempre; hacía tiempo que nadie lo pillaba con
un cigarrillo. Pero mamá probablemente tenía razón al mejorar su
dieta, le gustara o no.
Fui a la cocina, preparé algunas sobras y esperé a que se
calentaran en el microondas.
—He oído que anoche hubo un pequeño incidente en la
Timberbeast.
El microondas emitió un pitido y saqué mi plato. Sabía
exactamente de qué estaba hablando, pero decidí hacerme el tonto.
—¿Qué incidente?
—Algo sobre la chica nueva del pueblo y su exnovio. ¿Te suena?
Me encogí de hombros.
—No fue para tanto.
—Solo me pregunto qué pasó realmente. Según Doris Tilburn,
estabas en una cita con la chica y él apareció diciendo que era su
mujer. Pero Margie Hauser dijo que era su exnovio, no su marido, y
tú lo echaste del bar. Amy Garrett oyó que fue Zachary, no tú, o que
tú casi empezaste una pelea pero Zachary la paró. Sé que eso son
solo habladurías del pueblo, Zachary escalaría una situación, no la
calmaría.
Ella no estaba equivocada sobre Zachary. Había convertido la
escalada de situaciones en una forma de arte.
—Sabes que no debes creer lo que dicen los chismosos de este
113
pueblo.
—Por supuesto que sí. Por eso te lo pregunto.
Llevé mi plato a la sala y me senté en un sillón.
—¿Por qué te importa?
—Llámalo curiosidad maternal. No eres exactamente
comunicativo sobre lo que pasa en tu vida. Si realmente hubo drama
o no en la Timberbeast, me hace preguntarme si saliste con una
chica.
—No lo hice.
—Entonces, ¿qué pasó?
Dejo escapar un suspiro.
—Su exnovio apareció y no la dejaba en paz.
—¿Y tú interviniste?
—Sí.
—Hum —dijo, y no supe qué significaba—. ¿Lo echaste?
—Conseguí que se fuera.
—Bien por ti. Seguro que la chica lo apreció.
—Audrey.
Las comisuras de sus labios se crisparon.
—Así que la conoces.
—Es una inquilina.
—Pero sabes su nombre.
—Sí. Es una inquilina.
—Dime el nombre de uno de tus otros inquilinos. Cualquiera.
Volví a mi comida.
—¿Ves? No recuerdas nombres a menos que sean importantes
para ti.
114
—Ella no es importante para mí. Es un grano en el culo. Tuve que
ayudarla a celebrar un funeral por una ardilla muerta esta mañana.
Papá entró por la puerta trasera justo cuando dije «ardilla
muerta». Arrugó la frente.
—¿Dónde había una ardilla muerta?
—En la casa de Audrey —dijo mamá.
—¿Quién es Audrey? —preguntó papá.
—La chica que Josiah salvó de su exnovio en la Timberbeast.
Sus gruesas cejas se acercaron.
—¿Por qué el exnovio de una chica tenía una ardilla muerta?
Dejé caer el tenedor sobre el plato.
—Eso es lo que me gustaría saber.
Fue el turno de mamá de parecer confusa.
—¿Qué tiene que ver la ardilla muerta con su ex?
—¿La ardilla muerta estaba en la Timberbeast? —preguntó
papá—. Creí que habías dicho en casa de Audrey. La Timberbeast
ha tenido problemas con las ardillas desde aquella broma de los
Bailey hace tantos años. Aunque no suelen estar muertas.
—No, ardilla muerta, en su casa —dije, haciendo un gesto como si
estuviera metiendo algo en una caja—. Ex idiota, en Timberbeast.
—Entonces, ¿por qué estamos hablando de ardillas muertas? —
preguntó papá.
—Porque le gusta a Josiah —dijo mamá.
Gemí.
—¿La ardilla? —preguntó papá.
—No, Audrey.
—¿Quién es Audrey?
—Una de sus inquilinas —dijo mamá—. Josiah intervino en la
115
Timberbeast cuando su ex la acosaba y celebró un funeral por una
ardilla muerta en su casa. Esas son cosas separadas.
—Así que el ex no tuvo nada que ver con la ardilla —dijo papá.
Mamá negó con la cabeza.
—No.
—Tal vez —dije.
—¿Tú crees? —preguntó mamá, volviéndose hacia mí.
Papá se cruzó de brazos.
—¿Estás diciendo que tenemos una inquilina cuyo ex dejó una
ardilla muerta en su casa?
—No lo sé. Pero sospecho. Él viene a la Timberbeast, lo ahuyento,
entonces ella termina con un animal muerto en su puerta a la
mañana siguiente.
Mamá hizo una mueca.
—Eso es inquietante.
—Probablemente le estás dando demasiada importancia —dijo
papá—. Hay más ardillas que humanos por aquí. A veces mueren.
—No murió de vieja. Algo la mató.
—¿Un coyote, tal vez? —preguntó papá.
—Una ardilla sería un bocadillo para un coyote —dije—. Dudo
que uno la matara y la dejara atrás sin comérsela.
—Tal vez un ave de rapiña —dijo mamá—. Podría haber caído
allí.
—¿Justo delante de su puerta?
—La ubicación es extraña —dijo—. Pero no es imposible. Un búho
podría haber estado volando bajo y algo lo asustó antes de que
pudiera recoger a su presa.
—Ella tiene un perro —le dije.
—Ahí lo tienes. No me preocuparía demasiado. Hay tanta vida
116
salvaje por aquí. Fue amable de tu parte darle un funeral.
Papá volvió a fruncir el ceño.
—No preguntes. —Esperando cambiar de tema, señalé mi plato
medio vacío—. Esto está muy bueno, gracias mamá. Ni siquiera
echo de menos la pasta.
Mamá me sonrió.
—Gracias.
Papá solo gruñó.
Volví a mi comida. Papá volvió a gruñir, luego fue al refrigerador
y sacó el resto de las sobras. Noté la sonrisa burlona de mamá, pero
no dijo ni una palabra.
Alguien llamó a la puerta. Medio esperaba que entrara uno de mis
hermanos, pero mamá dejó a un lado su labor de punto y se levantó
para abrir.
—Yo atiendo.
—¿Quién será? —preguntó papá.
—Louise. La invité a tomar el té.
Papá volvió a calentar sus sobras.
Pensé en salir por la puerta de atrás. Pero mamá ya estaba
saludando a la tía Louise en la entrada.
Demasiado tarde.
El chándal de hoy era verde bosque y contrastaba con su
pintalabios rosa. En cuanto me vio, se le iluminaron los ojos y
esbozó una sonrisa cómplice.
—Bueno, bueno, bueno. Si es el héroe del pueblo.
Hice lo que pude para no gemir.
—Hola, tía Louise.
Entró en la sala y se sentó en el borde de una otomana. 117
—He oído que anoche te portaste como un caballero. Cuéntamelo
todo.
—No hay nada que contar.
—No seas tan modesto. Ciertamente subiste unos cuantos puestos
en la jerarquía de los solteros.
Mi ceño se frunció.
—¿Cuál es la jerarquía de los solteros? Pensándolo bien, no
importa. No quiero saberlo.
—Es solo un sistema de clasificación no oficial de los hombres
solteros de Tilikum.
—Dije que no quería saberlo.
—La hemos dividido en rangos de edad —dijo Louise,
ignorándome—. Y se dan puntos por cosas como estabilidad laboral,
higiene, estilo y personalidad.
—Eso es algo retorcido. Lo sabes, ¿verdad?
Hizo caso omiso de mi comentario.
—Todo es por diversión y nuestras apuestas nunca son por
dinero.
—¿Apuestas por estas cosas? —Me volví hacia mi madre—.
¿Sabías algo de eso?
Mamá se encogió de hombros.
—Tía Louise y sus amigas generalmente me dejan al margen.
—Todavía tienes demasiados hijos solteros para ser imparcial
como es debido —dijo Louise, como si todo esto fuera perfectamente
razonable—. Háblame de la nueva chica del pueblo. La vi salir de
Happy Paws el otro día, pero aún no he tenido la oportunidad de
conocerla.
—Se llama Audrey —le dije—. Tiene un perro.
La tía Louise me observó con las cejas levantadas.
—¿Y? 118
—¿Qué?
—Vamos, Josiah, no seas terco.
¿Qué quería que dijera? ¿Qué es frustrantemente sexy? ¿Que
estoy molesto conmigo mismo por pensar en ella todo el tiempo?
Me levanté y llevé mi plato a la cocina.
—Apenas la conozco.
—Este es el problema con los hombres. Especialmente los
hombres Haven. No son los mejores comunicadores.
Mamá puso la tetera en el fuego riendo.
—Es muy cierto.
—Ey —dijo papá.
—Los dos sabemos que hablas medio español, medio cavernícola.
—Mamá se acercó y le dio un beso rápido—. Afortunadamente,
hablo las dos cosas.
Gruñó.
Mamá sacudió la cabeza con una suave carcajada.
Aproveché la momentánea pausa en la conversación para
dirigirme a la puerta principal. Papá parecía estar bien y mamá y la
tía Louise tenían bastantes chismes del pueblo para mantenerse
ocupadas.
—Adiós, cariño —llamó mamá.
Me detuve en la puerta y levanté la mano.
—Adiós.
¿Jerarquía de solteros? Sacudí la cabeza mientras salía hacia mi
camioneta. No me extrañaba que hubiera una jerarquía de solteros
en Tilikum.
Y no iba a preguntar cómo me comparaba con ninguno de mis
hermanos. Ni siquiera quería saberlo.
Bien, en cierto modo quería saber cómo me clasificaba al lado de 119
Zachary. Pero solo por curiosidad, no porque esperara ser el
primero en salir de la lista de solteros.
Me dirigí a casa, diciéndome una vez más que el hecho de que
estuviera solo no significaba que me sintiera solo.
Y casi me creo mi propia mentira.
Capítulo 13
Audrey
Mirar las ofertas de empleo se había convertido en algo tan
natural que cada sábado por la mañana, mientras me tomaba el café,
hacía clic en la búsqueda guardada sin ni siquiera pensar en ello. Sí,
tenía trabajo, menos mal, pero trabajar para un periódico de pueblo
que podía estar a punto de cerrar no era precisamente lo ideal.
Aunque cada vez me gustaba más.

120
Aun así, había venido aquí con la intención de tomarme un
tiempo para recuperarme y eso es lo que estaba haciendo.
Necesitaba seguir mirando hacia delante, hacia el siguiente paso.
Y me pregunté si acababa de encontrarlo.
El anuncio buscaba un responsable de comunicación de mercadeo
para una cadena de cervecerías y restaurantes. Eso estaría muy bien.
Querían experiencia en relaciones públicas, mercadeo o periodismo.
Yo tenía las tres cosas y era en Seattle, lo que estaba bien. No era
Pinecrest, y cuando se trataba de la ubicación, ese era mi principal
requisito.
Sorbí mi café mientras rellenaba la solicitud en línea y enviaba
una copia de mi currículum. No esperaba gran cosa. Había
solicitado como un trillón de empleos cuando estuve desempleada,
pero nunca se sabe. Podría ser la oportunidad que esperaba.
Sonó el teléfono, era mi madre, así que lo cogí y contesté.
—Hola, mamá.
—¿Te pillé en un buen momento?
—Sí, estoy terminando mi café. ¿Qué pasa?
—Solo llamo para ver cómo estás.
—Es muy amable de tu parte. Estoy bien.
—¿Cómo va el trabajo? ¿Te estás adaptando en el periódico?
Había un atisbo de lo que podría haber sido ansiedad en su voz,
como si le preocupara mi respuesta.
—Sí, lo estoy.
—Eso es un alivio.
—¿Por qué es un alivio? —Me levanté y cogí una golosina de
perro para Max de un tarro que había en la encimera de la cocina y
se la lancé a la sala.
—Acabas de pasar una buena temporada desempleada. No me
gustaría que descubrieras que este trabajo no te conviene, sobre todo
porque te has tomado la molestia de mudarte.
—Es cierto. Supongo que no puedo decir que sea mi trabajo ideal,
121
pero de momento está bien.
—Además, no sé cómo lo explicaría si te fueras enseguida.
—¿Explicarle a quién?
—Oh, ya sabes, las damas aquí en Pinecrest. Siempre están
interesadas en saber cómo te va.
Me apoyé en la encimera, repentinamente llena de sospechas.
—¿Qué les dijiste de mí?
—Circulaban rumores poco halagüeños. Obviamente no podía
dejar que la gente hablara así de nosotros.
—¿Cómo? ¿Cuáles eran los rumores?
—No te preocupes, cariño.
—No me preocupo, solo me gustaría saberlo.
Respiró hondo.
—Solo que tenías dificultades y estabas sin trabajo.
—Eso no es un rumor, es verdad. Me quedé sin trabajo.
—Sí, pero solo por un minuto. No lo llamaría tener dificultades.
—Mi cuenta bancaria no estaría de acuerdo contigo. ¿Y por qué te
preocupa que la gente de Pinecrest sepa que estuve sin empleo por
un tiempo?
—Eres Audrey Young. La gente espera cosas de ti. Esperan cosas
de nosotros.
Puse los ojos en blanco.
—No creo que arruine tu reputación en Pinecrest que la gente
sepa que estuve desempleada.
—Eso no es lo que estoy diciendo. Además, mírate ahora, editora
asociada de un periódico.
—No soy editora asociada. En realidad no estoy segura de cuál es
mi cargo. Reportera, ¿supongo? Pero no estoy a cargo de nada. 122
—No discutamos de semántica. Es un trabajo con buena
reputación.
¿Por qué sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí
misma de eso?
—Mamá, ¿qué te preocupa?
—No me preocupa nada. Solo quiero asegurarme de que
aprovechas al máximo esta oportunidad.
—Para que no tengas que volver a decirle a tus amigas que estoy
desempleada.
—Eso no es lo que he dicho.
Me froté la frente. Empezaba a dolerme la cabeza.
—Mamá.
—Ser miembro de esta familia conlleva ciertas responsabilidades.
Sé que no la elegiste. ¿Pero la realeza elige a su familia? No, por
supuesto que no. Y sin embargo, hacen lo que se espera de ellos.
Cumplen con su deber.
—«No» somos la realeza.
—No, pero aquí en Pinecrest, el apellido Young significa algo.
Tiene cierto peso y depende de mí que siga así.
—Y no estoy cumpliendo con mi parte, ¿es eso lo que intentas
decir?
—Por supuesto que no. —Su intento de sonar apaciguadora hizo
que me doliera la cabeza.
—Estás haciendo un gran trabajo. Ya lo sé. Pero a veces mantener
la apariencia correcta requiere un poco de manipulación. Trabajaste
en relaciones públicas, sabes todo sobre eso.
Quería decirle que no tenía que ocuparse de las relaciones
públicas de su hija adulta, pero mis instintos de evitación de
conflictos me gritaban que terminara la conversación, que no
discutiera con ella. 123
—Bueno, aquí todo va bien, así que no tienes por qué
preocuparte.
—Me alegra oír eso. Debería dejarte. Duquesa me está mirando
como si llegara tarde con su merienda.
—Bien, mamá. Luego hablamos.
—Adiós.
Dejé el teléfono y miré a Max.
—Sinceramente, a veces no sé cómo tratar con ella. ¿Y tú?
La lengua se le salió por un lado de la boca, como si no fuera
consciente de su existencia.
—No lo creo. Vamos afuera.
Max corrió a la puerta a esperarme mientras me ponía las
sandalias. Luego cogí una pelota y me lo llevé a jugar.
Había algo extrañamente terapéutico en jugar a tirarle la pelota a
mi perro. Quizá fuera el aire fresco o el calor del sol sobre mi piel. O
la alegría pura e impoluta de Max cuando perseguía la pelota y la
devolvía una y otra vez. Probablemente todo lo anterior. En
cualquier caso, fue una forma estupenda de eliminar el estrés.
¿Bueno para mí y bueno para mi perro? Todos salimos ganando.
Josiah salió y se quedó de pie junto a su camioneta mientras
hablaba con alguien por teléfono. Le lancé la pelota a Max y me
acerqué a su entrada. No para acercarme a él. Solo intentaba
maximizar mi espacio para lanzar la pelota y asegurarme de no
tirarla accidentalmente a la calle.
Bonita historia, Audrey.
—Eso no va a pasar —dijo Josiah.
Había una dureza en su voz que me hizo sentir un cosquilleo en el
estómago. Me recordó la forma en que le había hablado a Colin en el
bar la otra noche. Tratando de ignorar la conversación, y de
ignorarlo a él, recogí la pelota y volví a lanzarla.
124
—No me importa si es tu color más popular, no es lo que pedí.
Max dejó caer la pelota a unos dos metros de mí. Le encantaba
jugar a buscarla, pero no siempre se le daba bien. Me acerqué y
volví a lanzársela.
—No es asunto mío —dijo Josiah, y luego hizo una pausa—. Esto
acaba de dos maneras. O lo arreglas para mañana o me devuelves el
dinero. —Otra pausa—. Bien. Cuando quieras después de las siete.
Terminó la llamada y se guardó el teléfono en el bolsillo trasero.
Fue entonces cuando me di cuenta de que lo estaba mirando
fijamente. Con la boca abierta.
—¿Qué? —preguntó.
—Lo siento. Nada. —Miré a mi alrededor, buscando la pelota,
pero Max la había dejado junto a su árbol de pis y estaba
olisqueando el suelo—. ¿Va todo bien?
Dudó, como si estuviera decidiendo si hablar conmigo o no.
—La tienda de pisos se equivocó con nuestro pedido.
—Eso es frustrante. ¿Qué pasó?
—Me entregaron el producto equivocado. En lugar de bambú en
java antiguo, tengo una pila de tablones de vinilo en roble leonado.
—Roble leonado no suena muy atractivo.
—No lo es.
—Y tablón de vinilo ni siquiera es lo mismo.
—Exactamente.
¿Estábamos conectando? Sentí que tal vez estábamos conectando.
O tal vez estaba repitiendo como un loro lo que él había dicho y
estábamos a punto de quedarnos sin temas de conversación.
Mi corazón latió un par de veces más y ninguno de los dos dijo
nada.
125
Esto estaba a punto de ponerse incómodo. ¿Qué le digo? Quería
que me invitara a entrar para ver la casa, pero no conseguía que mi
voz funcionara para pedírselo. Estaba tan taciturno e intimidante.
—¿Quieres entrar a ver la casa? —Hizo un gesto con el pulgar por
encima del hombro.
—Sí. —Mi voz salió como un chillido demasiado emocionado. Me
aclaré la garganta y lo intenté de nuevo, tratando de fingir la mayor
frialdad posible—. Quiero decir, sí, claro. ¿Está bien si viene Max?
—Siempre y cuando no orine en nada.
—No, él se porta bien. —Max eligió ese momento para orinar en
el árbol—. Y justo acaba de ir. Vamos, Max.
Josiah se dio la vuelta y lo seguí hasta la puerta principal con Max
trotando a nuestro lado. Entramos y nuestros pasos resonaron en el
espacio vacío. Algunos puntos del techo tenían bombillas desnudas
que colgaban precariamente y el suelo estaba formado por grandes
tablas de aspecto tosco. Pero a pesar de lo inacabado que parecía
todo, tenía cierto encanto.
Di pasos lentos hacia lo que probablemente había sido la cocina.
—Vaya, no sabía que una casa pudiera parecer tan desnuda.
Josiah soltó una risita, un ruido sordo en la garganta que me
devolvió el cosquilleo con fuerza. Sacarle una carcajada era como
una victoria ganada a pulso.
—Ahora no parece gran cosa —dijo—. Pero va a ser bonita.
—El roble leonado nunca serviría. —Señalé al suelo—. No es que
sepa realmente lo que es el roble leonado, pero no suena bonito.
—Está allí. —Señaló una gran pila de largas cajas rectangulares—.
Mi padre estaba aquí cuando llegó la entrega y no se dio cuenta de
que no estaba bien.
Miré la foto de la caja superior mientras Max olfateaba el
perímetro. No era un color terrible. Una especie de marrón claro.
Pero no parecía encajar en esta casa.
126
—Supongo que el color que querías es más oscuro.
—Sí, un marrón más fuerte.
—¿Eliges tú mismo los colores?
—Casi siempre. Si no estoy seguro, le pregunto a mi hermana,
pero suelo saber qué funcionará y qué no. —Señaló la esquina
opuesta de la casa—. La cocina estará por allí. Quitamos una pared
para abrir las cosas y crear más espacio.
—Es difícil imaginar cómo habría sido con un muro allí.
—Demasiado oscura y cerrada.
Me dirigí hacia donde estaría la cocina. Las paredes parecían
haber sido reparadas en gran parte.
—¿Qué ha pasado aquí?
—Me peleé con los gabinetes.
No había ni una pizca de humor en su tono, pero una comisura de
sus labios se torció ligeramente.
—¿Quién ganó?
—Yo.
Me reí.
—Ya lo veo. Y el muro fue un daño colateral.
—Sí, no es lo ideal. —Pasó las manos por una unión—. Más
trabajo, pero no había mucho que pudiera hacer.
—¿Qué aspecto tendrá cuando esté terminada?
Sus ojos se iluminaron un poco.
—Estoy pensando en gabinetes de nogal. Oscuros pero no
demasiado. Haremos una isla aquí y puede que la pinte para darle
un toque de color. Y una lámpara llamativa. Algo lo bastante
atrevido como para ser interesante sin que parezca recargado.
—Guau. Eso suena increíble.
127
Apoyó las manos en las caderas y miró a su alrededor.
—Será mucho mejor que cuando la compramos.
—Seguro que sí. Y mucho menos desnuda de lo que está ahora.
Estoy emocionada por ver cómo resulta.
—Sí. —Su boca se enganchó en esa casi sonrisa de nuevo—. Yo
también.
Miré a mi alrededor, buscando a Max, pero no lo vi.
—¿Max? Creo que puede haber subido.
—No pasa nada, está igual de vacío.
—Es como un niño pequeño. Fuera de la vista y en silencio es
peligroso.
Josiah subió las escaleras. Las paredes estaban intactas, pero el
suelo parecía igual de inacabado. Un pequeño rellano conducía a un
pasillo corto con varias puertas: dormitorios, un cuarto de baño y lo
que probablemente era un armario. Encontramos a Max olfateando
unas herramientas en uno de los dormitorios.
—Ahí estás, Max. Perro bobo.
Josiah se apoyó en el marco de la puerta.
—Así que, ¿trabajas en el periódico?
Mi corazón dio un pequeño brinco ante su aparente interés.
—Sí. Es… interesante. Todavía estoy descubriendo cosas.
—¿Siempre te has dedicado al periodismo?
—No exactamente. Era mi especialidad en la universidad, pero he
hecho algunas cosas diferentes, sobre todo relaciones públicas y
mercadeo.
—¿Entonces cómo acabaste en el Tribune?
—Raro, ¿verdad? La verdad es que me despidieron de mi último
trabajo y no encontraba nada. Lo admito totalmente, lo acepté más
por desesperación que porque sea el trabajo de mis sueños.
128
—¿Te gusta?
—No está mal. Sandra es divertida. Lou es un poco gruñón, pero
no lo culpo. Intentar mantener vivo un periódico moribundo es algo
que envejece. —Me encogí de hombros—. De todos modos, es algo
temporal. Sigo buscando otra cosa.
—¿Aquí en el pueblo?
—Espero que no. —Me reí, pero la máscara inexpresiva que
llevaba me desconcertó. ¿No le hacía gracia o era solo su cara? —
Tilikum está bien, pero nunca planeé volver a esta zona.
—Hum. —Se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras.
—Vamos, Max.
Lo seguí y Max bajó tras de mí. Percibió el olor de algo y empezó
a seguirlo por el perímetro de la habitación.
Josiah lo miró.
—Tu perro es un poco raro.
Eso me hizo soltar una risita.
—Dios mío, lo sé. Es un bicho raro.
—Lindo, sin embargo.
—¿Verdad? Ven aquí, Max. —Se acercó a mí, se tiró al suelo y
rodó sobre su espalda. Me agaché para darle un masaje en la
barriga—. Eres un bicho raro, ¿verdad, buen perro? Sí, el perro más
bueno.
Me di cuenta de que probablemente parecía tan rara como mi
perro. Pero Josiah se limitó a mirarnos con esa casi sonrisa que me
producía un cosquilleo en el estómago.
—En fin. —Me levanté y me alisé la camisa—. Es muy divertido.
Gracias por dejarnos ver la casa. Tenía curiosidad por saber cómo
era por dentro.
Asintió y sus ojos se detuvieron en los míos. Por un segundo,
pareció que su mirada se dirigía a mi boca. Pero puede que me lo
129
imaginara. Aun así, mis terminaciones nerviosas se dispararon, mis
labios hormiguearon y sentí un deseo casi insaciable de saber qué se
sentiría al besar a aquel hombre grande y barbudo.
Por suerte, se apartó antes de que yo hiciera algo incómodo, como
acercarme con la esperanza de que me besara.
¿Besarme? ¿En qué estaba pensando? Probablemente ni siquiera
estaba interesado en mí. Claro, había sido amable conmigo, pero eso
no significaba nada.
Lo seguí afuera, diciéndole con firmeza a mi tonto corazón que se
callara. No necesitaba empezar a desear cosas que nunca tendría. Y
Josiah Haven era sin duda una de ellas.
Capítulo 14
Audrey
La luz del baño de la oficina era sorprendentemente favorecedora.
Me lavé las manos y miré mi reflejo. Mi piel no tenía tan mal
aspecto. Quizá la mascarilla casera que mi perro había intentado
lamerme la noche anterior había ayudado.
Mi pelo, en cambio, estaba terrible.
Me sequé las manos e intenté alborotar mis lánguidos bucles.

130
Hacía siglos que no me cortaba el pelo. Los viajes a la peluquería
habían sido una de las primeras cosas que había perdido cuando me
quedé desempleada. Ahora las puntas estaban secas y no tenía
forma.
Salí del baño y volví a mi mesa.
—¿Estás bien? —preguntó Sandra—. Pareces inusualmente
melancólica.
—¿Yo? —Me senté más derecha—. Estoy bien. Solo me lamentaba
de mi triste pelo frente al espejo.
—Tienes un pelo bonito.
Levanté un mechón.
—No me lo he cortado en mucho tiempo.
—Puedo ayudar con eso.
—¿También cortas pelo?
Sonrió y cogió el teléfono.
—No, pero sé quién lo hace. Tienes que ver a Marigold Martin en
Timeless Beauty5. Está al final de la calle. Es mágica.
Antes de que pudiera responder, Sandra ya estaba hablando con
alguien.
—Hola, soy Sandra… Estoy genial, ¿cómo estás?... Maravilloso.
No tendrás alguna vacante pronto, ¿o sí? Mi amiga Audrey te
necesita en su vida. —Hizo una pausa—. Déjame ver. —Bajó el
teléfono—. Ha tenido una cancelación. ¿Puedes llegar al mediodía?
—¿Hoy?
Asintió.
—Oh. Sí, creo que sí.
Volvió a ponerse el teléfono en la oreja.
—Allí estará. ¡Gracias, Marigold! A ti también.
—Vaya, gracias, Sandra.
—Problema resuelto. Y créeme, te encantará Marigold.
131
El resto de la mañana transcurrió con una lentitud angustiosa. No
sabía por qué estaba tan ansiosa. No era más que ir a la peluquería.
Pero había pasado tanto tiempo y me sentía como una ganadora por
saber que podía permitírmelo.
Por fin llegó la hora de comer. Me levanté y me eché el bolso al
hombro.
—Está calle arriba —dijo Sandra, señalando—. Ya lo verás. Qué lo
pases bien.
—Gracias, lo haré. Adiós, Ledger.
Levantó los ojos de su teléfono.
—Nos vemos.
Salí de la oficina y me adentré en el pequeño centro del pueblo. El
calor del verano empezaba a asentarse sobre Tilikum.

5 Belleza Eterna.
Probablemente hacía más de veinticinco grados, pero una ligera
brisa me hizo sentir cómoda mientras me dirigía al salón. Una cosa
que me gustaba de este pueblo y de la ubicación de mi oficina, era
que había muchas cosas a las que se podía ir caminando.
El salón Timeless Beauty estaba a un par de cuadras y, como
había dicho Sandra, era fácil de encontrar. Una campanita tintineó
cuando abrí la puerta y entré.
—Enseguida voy —llamó una voz desde algún lugar del fondo.
La decoración tenía un claro aire antiguo, como sacado de una
novela histórica. Las cortinas vaporosas, el diván de terciopelo, las
obras de arte de época y los espejos antiguos de bronce lo hacían
elegante sin resultar recargado. Sobre la encimera había un jarrón
con flores frescas que desprendían su fragancia.
La mujer que salió era más alta que yo, con una gran sonrisa y
una preciosa melena castaña. Su atuendo, una blusa negra sin
mangas con cuello ancho y unos pantalones negros de pernera
ancha, era elegante y profesional, sin dejar de resaltar sus curvas.
132
—Hola, debes ser Audrey. Soy Marigold, o puedes llamarme
Mari. —Se acercó y, en lugar de darme la mano, me dio un abrazo—
. Encantada de conocerte.
Le devolví el abrazo, queriéndola al instante.
—Encantada de conocerte, también.
—Siento haberte hecho esperar. Stacey, mi recepcionista, está
enferma hoy, así que estoy haciendo malabares.
—No hay problema.
—Ven, hablaremos de tu pelo.
Me llevó a la silla y me senté.
—Hace mucho que no me lo corto. Me despidieron y mi pelo
pagó el precio.
—Lo entiendo perfectamente. —Me rodeó con una capa negra y
me pasó los dedos por el pelo—. La buena noticia es que está
bastante sano. Las puntas están un poco secas y tiene algunas
puntas abiertas, pero eso es de esperar si hace tiempo no te lo cortas.
¿Qué te gustaría? ¿Solo un corte o quieres un cambio más profundo?
—No quiero nada demasiado dramático. Ya he tenido bastantes
cambios en mi vida últimamente.
—¿Te importa si quito unos cinco centímetros? —Levantó un
mechón de pelo para demostrarlo—. ¿O quieres mantener el largo?
—Está bien. No me importaría un poco menos de peso.
—Sí, tal y como está, el pelo te pesa. —Me puso el pelo alrededor
de la cara hacia abajo, enfatizando su idea—. ¿Qué tal si te quitamos
unos cinco centímetros para restaurar la salud de tu cabello y
añadimos algunas capas sutiles para darle movimiento? No será un
cambio drástico, pero seguirá siendo fresco y vibrante.
—Eso suena perfecto.
Me sonrió en el espejo.
—Estupendo. Te lavaré el pelo y luego empezaré.
133
Me pasé a la estación de lavado y, después de lavarme el pelo con
champú, me dio uno de los mejores masajes en el cuero cabelludo
que me habían dado nunca. Fue tan relajante que me sorprendió que
no me adormeciera. Cuando terminó, me envolvió el pelo en una
toalla y me llevó a la silla.
—Bueno, Audrey, háblame de ti. —Me secó suavemente el pelo y
dejó la toalla a un lado—. Sé que eres nueva en el pueblo y que
trabajas para el Tribune. También he oído que tu verdadero nombre
es Daisy y que eres una heredera multimillonaria, pero estoy
bastante segura de que eso se lo inventaron.
—¿Daisy? ¿Quién ha dicho eso?
Se encogió de hombros mientras me peinaba el pelo mojado.
—No me acuerdo. Los chismes en Tilikum se vuelven un poco
locos cuando se muda alguien nuevo. La mayoría de nosotros
sabemos tomar lo que oímos con bastante escepticismo.
—Definitivamente no soy tan interesante. Crecí en Pinecrest, me
mudé y pensé que nunca volvería. Un despido y una temporada
desempleada me curaron de esa ilusión. Para cuando solicité el
trabajo en el Tribune, estaba un poco desesperada.
—Si creciste en Pinecrest, eso básicamente te convierte en local.
¿Cuál es tu apellido?
—Young.
—Hum, me suena pero supongo que ambas nos acordaríamos si
nos conociéramos. A menos que sí me recuerdes y yo sea la idiota
que lo olvidó y esté haciendo esta situación extremadamente
incómoda.
—Para nada. De hecho, soy la peor en eso. Olvido nombres y
caras tan fácilmente que es vergonzoso.
—Me alegro de que no sea solo yo. ¿Puedo preguntarte cuántos
años tienes?
—Tengo treinta y cinco. 134
—Treinta y cuatro, así que estamos cerca. Debimos de estar en el
instituto al mismo tiempo, aunque no creo que conociera a muchos
chicos de Pinecrest.
—Yo era animadora, así que conocía sobre todo a las otras
animadoras o atletas de Tilikum. Incluso entonces, probablemente
he olvidado a la mayoría.
—Hice las pruebas para entrar en el equipo de animadoras en mi
primer año. Por suerte para mí, no me aceptaron. Pensé que mi vida
se había acabado, pero probablemente fue algo bueno. Habría sido
terrible. Después de eso, abracé mi identidad como el ratón de
biblioteca del instituto.
—¿Tuviste uno de esos momentos de cambio de imagen cuando
te hiciste mayor? Porque sinceramente, no pareces el ratón de
biblioteca del instituto.
Sonrió mientras siguió cortando.
—Me gustaba mucho la ficción histórica, así que los libros me
llevaron al vestuario y la moda, que me llevaron a la peluquería y el
maquillaje. A los veinte años me operé con Lasik6, lo que acabó con
las gafas. Pero no fue tanto un momento de cambio de imagen, sino
más bien aprender a sacar partido de mi condición de ratón de
biblioteca.
—¿El chico guapo del que siempre estuviste enamorada por fin se
fijó en ti?
—No, pero como mi fracasada carrera de animadora, eso también
es lo mejor.
—¿Estás casada ahora?
—No —dijo con un suspiro—. Siempre soy la dama de honor. Mis
amigas dicen que soy demasiado exigente. No creo que mi propio
señor Darcy, con título, patrimonio y modales impecables sea
mucho pedir, pero piensan que tengo la cabeza en las nubes. O en
mis libros. Trabajo con el pelo, pero sigo siendo un ratón de
biblioteca de corazón. ¿Y tú?
135
—No estoy casada, para decepción de mi madre.
—No me hagas hablar de la asfixiante decepción de una madre
obsesionada con el matrimonio y los nietos.
Me eché a reír.
—Dímelo a mí. Y soy hija única, así que todas sus esperanzas
están puestas en mí.
—Lo mismo —dijo, mirándome a los ojos en el espejo—. Tanta
presión. No creo que eso ayude a la situación.
—En realidad no. Mi madre aún no me ha perdonado que no me
casara con mi novio del instituto.
—¿Cómo se atreve? —dijo con una sonrisa.
—Lo sé, ¿verdad?
—¿Tus padres aún viven en Pinecrest?

6 Es una cirugía de los ojos que cambia de manera permanente la forma de la córnea.
—Mi madre lo hace. Mi padre falleció hace un par de años.
—Siento oír eso.
—Gracias. ¿Y tus padres?
—Siguen aquí, en la casa en la que crecí. Sinceramente, los culpo
en parte de mis expectativas poco realistas sobre las relaciones. Se
conocieron en preescolar, fueron amigos toda la vida, empezaron a
salir en el instituto, se casaron y han sido completamente felices
desde entonces.
—Eso es muy dulce.
—Realmente lo es. Mis padres son buenos, pero no entienden por
qué sigo soltera a los treinta y pico. —Hizo una pausa, dejando caer
un mechón de mi pelo—. En realidad, no entiendo por qué sigo
soltera a esta edad, pero aquí estamos.
—Conozco esa sensación. He tenido citas e incluso un par de
relaciones en las que pensé que podría estar con el indicado. Pero
nada ha funcionado. A veces me pregunto qué estoy haciendo mal. 136
Me encantaría casarme y tener una familia, pero aún no ha ocurrido.
—Siento exactamente lo mismo. ¿Somos hermanas perdidas?
—Creo que podríamos serlo.
—Al menos tienes la ventaja de ser la chica nueva. Eres
interesante. Y no tienes recuerdos de todos los solteros del pueblo
de cuando aún despreciaban a las chicas.
—¿Has pensado alguna vez en mudarte a otro sitio?
Se encogió de hombros.
—Sí, pero no. Me encanta vivir aquí y no me apetece
especialmente vivir en otro sitio. Además, tengo mi salón y sería
difícil empezar de nuevo profesionalmente. Sigo esperando que
aparezca algún apuesto caballero que me enamore con gestos
románticos y construyamos una casa en el río y la llenemos de
bebés.
—Eso no es específico en absoluto.
—Lo sé, lo sé. —Volvió a suspirar—. Pero podría pasar.
—Absolutamente podría. Te mereces un caballero elegante.
—Gracias. —Dejó de cortar y me esponjó el pelo, luego comprobó
la longitud a cada lado de mi cara—. Hablando de caballeros, no
puedo decir que conozca a todo el mundo en Tilikum, pero conozco
a mucha gente. Si alguna vez quieres saber algo de alguien antes de
arriesgarte en una cita, dímelo. Hay un montón de buenos tipos por
aquí, pero definitivamente unos pocos de los que tendría que
advertirte.
Sentí un aleteo nervioso en el vientre. Esperaba que Josiah Haven
no fuera uno de los que me debiera advertir. No es que quisiera salir
con él ni nada de eso.
—¿En serio? ¿A quién sugieres que evite?
—Veamos. Joel Decker definitivamente. Se ha divorciado dos
veces y es un idiota en general. Su compinche, Cory Wilcox, está
igual de alto en la escala de imbéciles. Probablemente ni siquiera
necesito advertirte sobre esos dos, sin embargo. Si los conoces, verás
137
lo que quiero decir.
—Creo que no conozco a ninguno de los dos.
—Y yo tendría cuidado con cualquiera que se apellide
Montgomery. Algunos de ellos son gente perfectamente decente,
pero hay algunos huevos podridos en esa familia.
—Es bueno saberlo. —Esperé, preguntándome si se guardaba lo
peor para el final y estaba a punto de descubrir que Josiah había
tenido diez hijos con seis mujeres diferentes o algo así. Pero no
continuó.
—Supongo que no he conocido a mucha gente, ahora que lo
pienso. Principalmente a la gente del trabajo y a Missy de Happy
Paws. Y Josiah Haven.
—¿Ah, sí? ¿De qué conoces a Josiah?
—Le estoy alquilando una casa.
—Debes haber conocido a Annika Bailey, entonces. Es una de mis
mejores amigas.
—Lo hice. Parece muy simpática.
—Es fabulosa. Te encantará. Somos amigas desde que éramos
pequeñas, junto con nuestra otra mejor amiga, Isabelle. También te
encantaría. Tendré que ver si podemos reunirnos. Aunque planear
las cosas es complicado, ya que tienen seis hijos entre las dos.
—Vaya, ¿seis?
Asintió con la cabeza.
—Annika tiene cuatro e Isabelle tiene dos. Adoro a sus pequeñas
y dulces familias.
Oí una pizca de tristeza en su voz, a pesar de su sonrisa.
—Aunque apuesto a que hace un poco más difícil lo de estar
soltera a los treinta.
—Algunas veces, pero siento que no se los puedo decir. Me 138
encanta ser la tía favorita y no quiero que sientan que tienen que
ocultarme cosas para no herir mis sentimientos. Pero sí, ver a mis
dos mejores amigas viviendo sus vidas de ensueño hace que la mía
parezca un poco solitaria.
—Lo entiendo perfectamente.
—Así que, Josiah Haven. —Se encontró con mi mirada en el
espejo y levantó las cejas—. ¿Qué piensas de él?
Sentí que un poco de pánico me subía desde la boca del estómago
hasta la garganta. ¿Qué debía decir?
—Es… ¿simpático?
—¿Eso crees? No es lo que la mayoría de la gente dice de él.
—En realidad, le tengo un poco de miedo y al mismo tiempo no.
No sé cómo explicarlo. Espera, no es el chico guapo que te gustaba y
que nunca se fijó en ti, ¿verdad?
—Oh, no. Definitivamente no. Crecí con los Haven, sabía que no
debía enamorarme de Josiah.
—¿Por qué?
—No me malinterpretes, es un buen tipo. Por mucho que diga que
me encantaría un señor Darcy, probablemente soy demasiado
sensible para estar con un hombre tan serio todo el tiempo. Acabaría
sintiéndome responsable de su estado emocional y estresándome
por su humor.
—Eso es muy perspicaz.
—He madurado mucho, sobre todo desde que cumplí los treinta.
Y probablemente he leído demasiados libros de autoayuda.
—Es raro porque su carácter gruñón debería ser totalmente
desagradable para mí. Odio la confrontación y él es un poco
intimidante. Normalmente no me atrae eso, pero…
—¿Pero?
Respiré hondo.
139
—Me atrae. Es tan melancólico y misterioso, pero de vez en
cuando sonríe y es increíble. Por cierto, no he confesado nada de
esto en voz alta, ni siquiera a mi perro. Perdona por desahogarme
contigo cuando acabamos de conocernos.
—No te preocupes, viene con el trabajo. A veces soy terapeuta y
peluquera a partes iguales. —Dejó el peine y las tijeras y cogió un
cepillo redondo y un secador—. Y no te preocupes por los chismes
de Tilikum. Me entero de todos… y me refiero a todos… pero no los
difundo. Lo que se dice en la sagrada silla del pelo, se queda en la
sagrada silla del pelo.
—Es bueno saberlo. Gracias.
—En cuanto a Josiah, es un buen tipo. Me preguntaría por qué
sigue soltero a los treinta, pero eso parece ser un tema con los
hermanos Haven. Además, estoy bastante segura de que casi no lo
sería.
—¿En serio?
Asintió.
—Creo que fue hace unos ¿cinco años? Llevaba un par de años
saliendo con una mujer llamada Cassandra. Annika cree que iba a
proponerle matrimonio cuando ella rompió con él y se mudó a
California.
—Ay. —Me llevé una mano al pecho—. Eso es brutal.
—¿Verdad? Aunque obviamente no estaba destinado a ser. Pero
el pobre no ha salido con nadie desde entonces. No que yo sepa. —
Hizo una pausa y me alborotó el pelo—. En cualquier caso, no es un
tipo del que te aconsejaría que te alejaras, especialmente si te gustan
los leñadores melancólicos.
—Nunca me había pasado antes, pero seamos honestas, mi
historial apesta. No es que esté pensando en salir con Josiah Haven.
Ni siquiera sé si él está interesado en mí.
—No digo que un nuevo corte de pelo sea todo lo que haría falta, 140
pero no sería la primera vez que una mirada fresca ayudara a un
chico a ver lo que tiene adelante. —Guiñó un ojo.
—Entonces supongo que veremos qué pasa.
Sonrió.
—Por supuesto que lo haremos.
Marigold me alisó el pelo y luego me hizo unas suaves ondas con
un rizador. Me sentí fresca y vibrante, sin ser un cambio demasiado
grande, tal y como ella había dicho. Sandra tenía razón, era mágica.
Antes de irme, intercambiamos los números de teléfono, ya que
acordamos que nos haríamos amigas al instante. Volví al trabajo
sintiéndome fresca, guapa y revitalizada. ¿Un nuevo look y una
nueva amiga? ¿Cómo podría mejorar mi día?
Y entonces vi mi auto.
Había estacionado en la calle, delante de la oficina del Tribune, y
cuando lo dejé allí esta mañana, estaba en perfectas condiciones. De
acuerdo, tenía pendiente un cambio de aceite y había una
abolladura en el lado del conductor de cuando algún imbécil había
abierto su puerta contra la mía hacía un rato, y sin duda había que
lavarlo. ¿Pero esa enorme abolladura en la parte delantera? Eso no
había estado allí.
—Tienes que estar bromeando.
Miré a mi alrededor con impotencia, como si la persona que había
golpeado mi auto fuera a materializarse de algún modo y confesar.
Era evidente que se había dado a la fuga. No había dejado ninguna
nota. Simplemente golpeó mi auto y se fue, probablemente
esperando que nadie hubiera visto nada.
Pero tal vez Sandra lo había visto. Tenía que haber hecho ruido,
mi parachoques estaba destrozado. No me habría sorprendido que
hubiera tomado una foto de la matrícula del tipo y ya estuviera al
teléfono con la policía para localizarlo.
Entré corriendo en la oficina, con la boca abierta para preguntar a
Sandra si había atrapado al culpable, pero su mesa estaba vacía.
141
Debía de haber salido a comer.
Ledger se reclinó en la silla con los pies sobre el escritorio y no
levantó la vista del teléfono.
—Hola.
—Ledger, ¿viste quién chocó mi auto?
Levantó la vista.
—¿Alguien chocó tu auto?
—Sí, justo enfrente.
—Eso apesta.
—Sí, apesta mucho. Retrocedió y lo golpeó. ¿No oíste nada?
—No.
Por supuesto que no. Probablemente le habían implantado
quirúrgicamente los auriculares en los agujeros de las orejas. Lou
estaba en su oficina, pero casi nunca salía. No había muchas
posibilidades de que lo hubiera visto y menos aún de que pudiera
ayudarme a averiguar quién lo había hecho.
—Bonito pelo —dijo Ledger.
Eso casi me hace reír.
—Gracias. Estaba teniendo un gran día.
Se me pasó por la cabeza la insistencia de Josiah en que lo llamara
si pasaba algo raro, pero esto no era raro, exactamente. Más bien
frustrante y estresante. No necesitaba molestarlo por esto.
Probablemente sí necesitaba presentar un informe policial o algo así.
Con un suspiro, me senté en mi escritorio y busqué el número de
emergencias. No me entusiasmaba la factura de la reparación, pero
podría haber sido peor. Al menos mi auto seguiría funcionando.
Con suerte.

142
30 DE JUNIO

Fue mezquino lo que hice. Lo admito.


No lo planeé. Se presentó la oportunidad e hice lo que me salió de forma
natural.
Sin listas, sin notas, sin planes. Solo acción. Acción audaz y decisiva.
La odio con cada fibra de mi ser, pero tengo que admitir que me está
haciendo mejorar. Me está sacando de mi zona de confort. Me empuja a
hacer cosas que de otro modo no habría hecho.
Aun así, debo tener cuidado. He tenido suerte. De acuerdo, si me 143
hubieran atrapado, no habría sido el fin del mundo. «Lo siento oficial, fue
un accidente y me asusté. Me haré responsable y no volverá a suceder».
La gente de por aquí es indulgente. Se habría olvidado rápidamente.
Pero la próxima vez, tendré que ceñirme a mis planes. Tomar las debidas
precauciones antes de actuar. No podemos dejar que la señorita Perfecta se
entere.
No hasta que sea el momento adecuado.
Capítulo 15
Josiah
Debería haber terminado hace una hora.
Contraté a Zachary por un día para que me ayudara a instalar el
suelo y, sorprendentemente, habíamos terminado la primera planta
sin que nada saliera mal y sin matarnos el uno al otro. Después de
darle algo de dinero, se había ido a casa. Que es lo que debería haber
hecho yo también.

144
En lugar de eso, había estado dándole vueltas a la distribución de
la cocina. Después de volver a tomar algunas medidas, empecé a
dibujarla en un trozo de cartón desechado. Me dolía el cuello de
sentarme en el suelo e inclinarme en un ángulo incómodo mientras
trabajaba, pero iba tomando forma.
No tenía nada que ver con el hecho de que Audrey llegara tarde a
casa. No la estaba esperando. Las cocinas eran el centro de una casa,
la obra maestra. Incluso en una de alquiler, la cocina tenía que estar
bien hecha. Solo me aseguraba de que no cometiéramos un error que
luego lamentaríamos.
El sonido de un auto venía de fuera, así que me levanté a mirar.
Seguía sin comprobar si era Audrey. Solo curiosidad por ver lo que
estaba pasando ahí fuera.
No era un buen mentiroso. Ni siquiera cuando me mentía a mí
mismo.
Era ella, y en cuanto vi su auto, salí por la puerta principal. ¿Por
qué tenía el parachoques abollado? ¿Había tenido un accidente?
Se bajó y Max salió corriendo detrás de ella. Corrió en círculos a
mi alrededor y le di una rápida caricia cuando se detuvo. Pero sobre
todo necesitaba saber qué demonios le había pasado al auto de
Audrey.
—¿Qué ha pasado? —Soné más enfadado de lo que pretendía, así
que me detuve y me aclaré la garganta—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Una persona idiota chocó con mi auto, justo
frente a mi trabajo. ¿Puedes creerlo?
—¿Conseguiste el número de matrícula?
—No. —Se cruzó de brazos y ese mohín que hacía era
frustrantemente sexy—. No estaba allí y el único que estaba en el
periódico en ese momento era Ledger, el practicante inútil. Por
supuesto que no vio nada. El chico casi nunca levanta la vista de su
teléfono.
La miré de arriba abajo. Obviamente estaba bien. No sabía por
qué me había puesto así. Claro, era un inconveniente, y quien lo
hubiera hecho era alguien idiota por no dejar una nota. Pero estaba
145
furioso.
—¿Llamaste a la policía?
—Lo hice, pero no hay mucho que puedan hacer. Fue tu hermano
quien vino a tomar el informe. Garrett Haven es tu hermano,
¿verdad?
—Sí.
—Ya me lo imaginaba. De todos modos, fue muy amable, pero
básicamente dijo que sin testigos oculares sería bastante difícil
averiguar quién lo hizo y que debería denunciarlo a mi seguro como
choque y huida.
Eché un vistazo a los daños. Parachoques delantero, un faro roto.
No era terrible, pero aun así me cabreó.
—Llévaselo a mi hermano Luke. Se dedica sobre todo a
restauraciones, pero te atenderá si le dices que te envío yo.
Sonrió.
—Gracias. Lo haré.
—Pero… ¿por qué no me llamaste?
—¿Por esto? —Señaló el auto—. No podías hacer nada al respecto.
—Lo sé, pero te dije que me llamaras si pasaba algo raro.
—Esto no es raro, es más bien frustrante y súper estresante.
—Y también raro.
—Lo dejé estacionado en la calle y un imbécil lo chocó. Eso no es
raro, probablemente pasa todo el tiempo.
—En contexto, es raro. ¿Y si fuera tu ex?
—¿Colin? En serio, no creo que condujera hasta Tilikum solo para
chocar mi auto. ¿Qué sentido tendría? ¿Para darme un pequeño
inconveniente? Ni siquiera hay suficiente daño como para necesitar
que me lleven a casa.
146
Eso era cierto y no podía entender por qué su exnovio haría algo
así. O la ardilla muerta. Probablemente no tuvieran nada que ver,
solo un par de incidentes desafortunados, no obra de alguien que
intentara acosarla.
Aun así, había algo en todo ello que no me gustaba.
—No lo sé, pero lo digo en serio, llámame la próxima vez.
—¿Podemos al menos fingir que no habrá una próxima vez?
—Eres demasiado optimista. Siempre hay una próxima vez.
Puso las manos en las caderas.
—Tal vez eres demasiado pesimista.
—No soy pesimista, soy realista. Hay una diferencia.
Abrió la boca, como para contestar, pero se detuvo y miró a su
alrededor.
—¿Dónde está Max? ¡Max!
Yo tampoco lo vi. Había estado husmeando en su patio delantero
hace un minuto.
—¡Max, ven! —Su frente se arrugó de preocupación—. ¡Max!
—Probablemente esté atrás.
—Sí, eso espero. —Dio la vuelta a la casa al trote, sin dejar de
llamarlo.
La seguí. No había ningún perro.
—¡Max, ven! —Se encontró con mis ojos—. ¿Dónde se habrá
metido? Normalmente se queda cerca.
Probablemente fue mi paranoia, lo primero que pensé fue que
alguien se lo había llevado, pero no recordaba que hubiera pasado
un auto y mucho menos que alguien se hubiera detenido. Además,
habríamos visto a una persona acercarse para llevarse a su perro, o
incluso simplemente abrir la puerta para que entrara en su auto.
—¿Crees que cruzó la calle de enfrente? ¿Te habrías dado cuenta? 147
Se detuvo un segundo, antes de responder.
—No creo que lo hiciera. Lo habría visto por el rabillo del ojo y lo
habría llamado para que regresara.
—Entonces probablemente subió por allí. —Señalé la empinada
ladera, salpicada de pinos, que se elevaba detrás de las dos casas.
—Debe haberlo hecho. Apuesto a que captó el olor de algún
animal y lo siguió. —Se llevó las manos a la boca—. ¡Max! ¡Max,
ven!
Esperamos. Nada.
—Tengo que ir a buscarlo. —Empezó a subir la colina—. No es el
más inteligente y seguramente se perderá.
—Revisaré la casa en remodelación por si dejé la puerta abierta,
luego te alcanzo.
—Bien —dijo por encima del hombro.
Dudé un instante. Llevaba falda y tacones. No es lo ideal para ir
de excursión. Pero estaba subiendo la colina como si sus zapatos no
importaran, así que la dejé ir.
Corrí hacia la entrada de la casa, pero la puerta estaba cerrada.
Por si acaso había entrado y el viento la había cerrado tras él, eché
un vistazo rápido al lugar, llamándolo mientras iba de habitación en
habitación. Definitivamente no estaba allí.
De vuelta afuera, comprobé el jardín delantero y exploré la calle
por si estaba volviendo. No lo vi. Llamé varias veces, pero seguía sin
aparecer.
En lugar de subir la pendiente directamente detrás de Audrey, me
desvié a la izquierda para poder cubrir más terreno. Subí la colina a
toda velocidad, llamando a Max y tratando de mantenerme alerta en
todas direcciones.
Maldito perro.
—¡Max! 148
No tenía ni idea de si acudiría a cualquiera que lo llamara por su
nombre o solo a Audrey. Ella no estaba lejos de donde yo estaba.
Podía oírla en la distancia y utilicé el sonido de su voz para no
perderla de vista mientras me dirigía con paso firme cuesta arriba.
—¡Max!
Las agujas de los pinos crujían bajo mis pies y las ardillas
trepaban por los troncos de los árboles a mi paso. Probablemente
había perseguido a alguna. Esas cosas eran listas. No me extrañaría
que lo llevaran al bosque solo para fastidiarlo.
Cuando llegué a la cima, me corría el sudor por la frente y
respiraba con dificultad. Seguía sin encontrar al perro. Me detuve
un momento para recuperar el aliento, escuchaba a Audrey en la
distancia. Su voz resonaba entre los pinos e incluso desde aquí
podía oír su creciente pánico.
¿Dónde estaba ese perro?
Si se perdía de verdad o le hacían daño o algo peor, iba a
romperle el corazón a Audrey.
Gruñendo de frustración, seguí adelante. No iba a parar hasta
encontrar a su estúpido y adorable perro.
Los pinos se hicieron más espesos y los espacios entre ellos se
llenaron de escombros. Tuve que agacharme bajo las ramas y unas
ramitas afiladas intentaron engancharme la camisa y arañarme la
piel. Me abrí paso sin dejar de llamar a Max.
Un crujido me llamó la atención. Superé la siguiente subida y allí
estaba.
Max estaba de espaldas a mí, con la cola en el aire, mientras
cavaba furiosamente. La suciedad salpicaba detrás de él, formando
un pequeño montículo. Estaba asqueroso.
—Max, ¿qué estás haciendo?
Se detuvo y miró hacia atrás al oír mi voz, con la lengua fuera de
la boca. Frustrado como estaba por su desaparición, estaba sudando 149
a cántaros, casi me río. Era muy tierno, en cierto modo.
—Vamos, Max. Vamos a buscar a tu mami.
Volvió a cavar, arrojando más tierra tras de sí. Quizá no había
dicho lo correcto. Los perros sabían órdenes, no español real.
—Max, ven.
En lugar de obedecer, se dejó caer al suelo en un ángulo extraño,
con el cuello por delante y se frotó contra algo en la tierra.
—¡Audrey! —llamé, esperando que mi voz llegara lo
suficientemente lejos como para que pudiera oírme—. ¡Lo encontré!
Se retorció y se retorció hasta que no fue más que una bola de
pelo, ondulando en el suelo.
—¡Audrey! ¡Por aquí!
Ya que Max no estaba interesado en escucharme, pensé que al
menos debía agarrar su collar para que no pudiera salir corriendo.
Caminé hacia él.
—Bien, Max. Ya estás bastante sucio. Vámonos.
A lo lejos, oí la respuesta de Audrey.
—¡Ya voy!
—¡Aquí! —grité para que supiera el camino.
Me acerqué a Max con cautela, sin ir demasiado rápido. No quería
que pensara que estaba allí para jugar a perseguirlo. Volvió a
frotarse en el agujero que había cavado y luego rodó sobre su
espalda con las cuatro patas en el aire, retorciéndose de un lado a
otro como si se estuviera rascando la espalda contra el suelo.
—Eres ridículo, ¿lo sabías?
Cuando me acerqué unos pasos, me detuve en seco y arrugué la
nariz. Algo olía fatal. ¿De dónde venía?
Miré a Max. ¿Estaba cubierto de tierra o era otra cosa?
Haciendo un gesto de dolor por el olor, me acerqué. Estaba
cubierto de algo marrón, parte de lo cual era sin duda tierra. Pero la 150
tierra no apestaba así.
—Demonios, perro. ¿Es en serio?
Audrey se precipitó entre los árboles, aún con los tacones puestos.
Tenía agujas de pino en el pelo y algo le había rasgado la manga de
la blusa.
—Dios mío, lo encontraste.
Vi el segundo en que el olor la golpeó. Se detuvo como si hubiera
chocado con una pared sólida.
—Guau. ¿Qué es eso? Oh, Max. Oh, no.
—No sé lo que ha encontrado, pero probablemente sea lo peor
que he olido en mi vida.
Se le humedecieron los ojos y retrocedió un paso.
—¿Qué es eso? No, ni siquiera quiero saberlo. Max, ¿cómo
pudiste?
Se puso en pie de un salto y se sacudió. La suciedad y cualquier
otra cosa salieron volando en todas direcciones, enviando consigo el
horrible olor.
—Puaj. —Audrey se tapó la nariz con el pulgar y el índice, y se
protegió la boca con el resto de la mano—. Es tan asqueroso que
podría vomitar.
—No vomites. Probablemente se revolcaría en eso también.
—Buen punto. Tendré que darle un manguerazo en casa. ¿Hay
una manguera? No tengo una, así que espero que haya una atrás.
—Sí, hay una manguera. Si no, llamaré a uno de mis hermanos
para que traiga una.
—De acuerdo, Max. Vamos a casa.
Obedeció encantado y se puso a su lado mientras ella se abría
paso entre las agujas de los pinos.
Cojeando. En sus tacones. 151
Estaba en lo alto de una colina enorme con un perro cubierto de
mierda o de los restos putrefactos de un animal muerto o de ambas
cosas, con una mujer cojeando sobre sus tacones que no era en
absoluto mi problema.
Excepto que lo era. Realmente lo era.
Maldición.
—Audrey, espera. —Me moví delante de ella, quedé en el lado
cuesta abajo y doblé las rodillas—. Súbete.
—No tienes que llevarme.
—Sube.
Me puso las manos en los hombros y se levantó de un salto. Le
enganché las piernas a mi cintura y la sujeté para que estuviera
segura a mi espalda. Luego empecé a bajar la colina.
Afortunadamente, Max, el perro apestoso, trotó con nosotros.
Quizá fuera mi imaginación, pero parecía muy orgulloso de sí
mismo.
En el descenso fui mucho más consciente de la inestabilidad de la
ladera. Las rocas rodaban cuesta abajo y el lecho de agujas de pino
resbalaba bajo mis botas. Lo último que me faltaba era dejarla caer o
caerme de culo.
Llegamos abajo en una pieza, con el perro siguiéndonos. Corrió
hacia un árbol de su jardín y orinó en él, lo que nos pareció natural y
un final extrañamente apropiado para nuestra misión de rescate. No
tenía ni idea de que el problema se había resuelto a medias. Ahora
teníamos que limpiarlo.
Dejé a Audrey en el suelo.
—Dame dos segundos —dijo—. No quiero hacer esto en ropa de
trabajo.
—Será mejor que no vuelva a escaparse. 152
—Lo sé. Pero no lo voy a dejar entrar así en casa.
—Solo date prisa.
Ella corría por delante mientras yo miraba a su perro. Parecía
contentarse con olisquear la hierba. No entendía cómo podía oler
otra cosa que no fuera a sí mismo.
Unos minutos después, salió por la puerta de atrás, vestida con
una camiseta y unos pantalones cortos. Llevaba los pies descalzos,
un bote de champú para perros y una gran toalla azul.
En la casa había una manguera. Max quería atacar el agua y como
ninguno de los dos quería agarrarlo y sujetarlo, hicimos lo que
pudimos. Al menos parecía disfrutar del proceso. Una vez que
estuvo algo limpio, Audrey le quitó el collar, estaba lleno de mierda
o de animal muerto o de lo que fuera y lo tiró a un lado.
—Tengo uno extra en la casa. No creo que ese sea salvable.
—De acuerdo. Tíralo.
Tras un buen enjuague, llegó el momento de enjabonarlo. Esa
parte le encantaba. No es de extrañar, teniendo en cuenta que era
como tener a dos personas acariciándolo por todas partes
simultáneamente.
—Será mejor que tengas cuidado —le dije—. Va a volver a hacerlo
solo para que lo bañes.
—Le encantan sus baños, aunque normalmente no son con agua
helada de la manguera.
—Espero que no se vuelva a escapar otra vez.
—Dios mío, eso espero. —Se inclinó y olfateó a su perro—. No
puedo decir si el olor se ha ido. Creo que ahora solo está en mi nariz,
pero no estoy segura.
Me acerqué e inhalé profundamente.
—Ya no lo huelo.
—¿Estás seguro? 153
—Sí, creo que lo quitamos todo.
Exhaló un largo suspiro.
—Menos mal. Qué pesadilla. Lamento todo eso.
Tenía la ropa mojada, estaba cansado y probablemente olía a
perro. Pero por extraño que parezca, no estaba molesto.
—No pasa nada. Me alegro de haberlo encontrado.
—Yo también.
Lo frotó con la toalla y volvió a sacudirse. Los dos hicimos otra
prueba de olfato, para estar seguros. Lo único que olía era la
lavanda del champú para perros.
—Bien, Max, ya son suficientes aventuras por hoy. —Abrió la
puerta corrediza y lo empujó adentro—. Entra.
Él entró corriendo y ella cerró la puerta casi por completo,
dejando solo una rendija. Con la mano en el picaporte, me miró a los
ojos.
—Gracias.
—De nada.
Durante un segundo, no se movió. Luego se acercó y me abrazó.
Sin pensarlo, la rodeé con mis brazos y la atraje hacia mí.
Mierda, qué bien se sintió. Era suave y cálida y su pelo olía bien.
Su cuerpo se apretó contra el mío, despertando todo tipo de cosas
para las que no estaba preparado.
Ella retrocedió y, casi a regañadientes, la solté.
—Buenas noches, Josiah.
—Buenas noches.
Y con eso, desapareció dentro de su casa, dejándome con un dolor
en el pecho.

154
Capítulo 16
Audrey
Mi mañana no podía haber sido más caótica.
Me quedé dormida y, por una vez en su vida, Max no me
despertó. Cuando me di la vuelta y me di cuenta de lo que había
pasado, tenía veinte minutos para prepararme para ir a trabajar.
La cafetera no se encendía, a pesar de estar enchufada, y no tuve
tiempo de averiguar por qué. Llevé a Max fuera a hacer sus

155
necesidades, luego entré y descubrí que me había quedado sin
champú seco. No tenía tiempo para ducharme ni para arreglarme el
pelo, así que tuve que hacerme un moño.
Mi camisa tenía una mancha de la que no me había percatado y
mis pantalones favoritos estaban sucios. Finalmente, lo conseguí. No
había desayunado ni tomado cafeína, no estaba segura si mi ropa
combinaba o no y esperaba que no se notara que tenía que lavarme
el pelo, pero estaba lista para salir por la puerta con dos minutos de
sobra.
—Vamos, Max. Hora de ir a trabajar.
El sonido del teléfono me sobresaltó y casi se me cae el bolso.
Pensé en ignorarlo, pero era extraño recibir una llamada tan
temprano. Eso significaba que podía ser importante.
Era el número de Happy Paws.
—¿Hola? Soy Audrey.
—Hola, Audrey, soy Missy de Happy Paws. —Su voz sonaba
ronca e hizo una pausa para toser—. Lo siento. Me desperté enferma
y no puedo estar allí hoy. He intentado encontrar a alguien que me
sustituyera en la guardería canina, pero parece que a todos nos ha
dado lo mismo. Lo siento, sé que es de última hora.
Exhalé un suspiro y mis hombros se desplomaron. Era ese tipo de
mañana.
—Está bien, Missy. Espero que te sientas mejor.
—Gracias. Con suerte tendremos cobertura para mañana, pero te
mantendré informada.
—Me parece bien, te lo agradezco. Descansa un poco.
—Lo haré. Gracias, Audrey.
Terminé la llamada y miré a Max.
—Bueno, ¿y ahora qué vamos a hacer?
Técnicamente, podía quedarse solo en casa. Dormiría casi todo el
día. Tendría que darle un buen paseo cuando llegara a casa para
asegurarme de que hace suficiente ejercicio, de lo contrario se
volvería loco a la hora de acostarse. Pero le iría mejor si al menos 156
alguien pudiera venir a verlo y sacarlo a orinar una o dos veces.
—No sé si podré venir a casa durante el día, amigo. —Tenía un
encargo que me iba a mantener fuera de la oficina gran parte del día.
No podía estar segura de que tendría tiempo para volver a casa y
dejarlo salir.
En realidad no tenía amigos a los que pudiera pedirles este tipo
de favores. Sandra también tenía que trabajar, aunque podría estar
dispuesta a conducir hasta aquí para dejarlo salir en su hora del
almuerzo. No confiaba en Ledger. Seguramente estaría tan ocupado
mirando el móvil que Max volvería a subir corriendo la colina y
repetiría la escena del perro más apestoso del mundo del otro día. Y
definitivamente no conocía a Marigold lo suficiente, aunque tenía la
sensación de que era el tipo de persona que ayudaría sin dudarlo.
Aun así, pedírselo me parecía raro.
Miré por la ventana. La camioneta de Josiah ya estaba en la
entrada de al lado. Siempre llegaba temprano a trabajar.
No es que estuviera pendiente de él cada mañana.
En realidad, sí.
No quería preguntárselo, sobre todo después de lo mucho que me
había ayudado el otro día, cuando Max desapareció. Nadie debería
ser sometido a ese olor y él había aguantado, incluso ayudándome a
darle a Max un baño con manguera en el patio trasero. Por no hablar
de la forma en que me había llevado colina abajo.
«Oh me derrito».
¿Pero era realmente mucho pedir? Estaría al lado todo el día.
Podía pasarse por aquí y dejar salir a Max para ir al baño una o dos
veces y con eso bastaría.
Un remolino de mariposas voló ante la idea de ir allí. ¿Por qué
estaba siendo tan tonta? Era solo Josiah. Éramos básicamente amigos
ahora.
Excepto que yo sabía exactamente lo que era. «Ese abrazo».
Me había dormido con el recuerdo de los gruesos brazos de Josiah
157
rodeándome cada noche desde que lo había abrazado. No podía
sacarme de la cabeza lo que había sentido. También olía bien, a pino,
a aire fresco y a hombre. Un hombre grande, corpulento y gruñón.
Al parecer me gustaba ese olor porque desde entonces se me
antojaba.
—Bien, Audrey. Es hora de ser más fuerte. Sí, es un poco
intimidante y te pone nerviosa, pero eso no significa que no puedas
hablar con él sin ponerte roja.
Max se limitó a mirarme, moviendo la cola.
—Bien. Hagámoslo. Excepto tú. Tú te quedas aquí. —Señalé su
cama frente al sofá—. Ve a recostarte.
Sus orejas se agacharon un poco pero obedeció.
—Estarás bien. Vuelvo enseguida.
Fui a la puerta de al lado y encontré la puerta del garaje abierta.
Josiah estaba dentro, cortando tablas largas con una sierra grande.
En lugar de su camisa de franela habitual, llevaba una camiseta
que dejaba ver el tamaño de sus brazos. Sus jeans tenían una gran
mancha de aserrín en los bolsillos traseros y no, no me fijé en eso
porque le estaba mirando el culo.
Bien, sí lo estaba haciendo.
Esperé a que dejara de cortar y se calmara el zumbido de la sierra.
—Hola.
Me miró por encima del hombro y la forma en que frunció el ceño
hizo que se me revolviera el estómago. ¿Por qué era tan sexy? No lo
entendía.
Entonces sus facciones se suavizaron y la comisura de sus labios
se crispó. En cualquier otra persona, no habría sido una sonrisa.
Pero en Josiah Haven, era tan brillante como el sol.
Dejó la tabla y se volvió hacia mí.
—Hola. ¿Qué pasa? 158
«Respira, Audrey. No es tan guapo».
Mentirosa.
—Odio hacer esto, pero necesito un favor.
Enarcó las cejas, lo que, según deduje, era la forma que tenía
Josiah de decir «sigue hablando».
—Missy de Happy Paws está enferma y supongo que todos en
Happy Paws también están enfermos, así que hoy no hay nadie que
atienda la guardería canina. Max puede quedarse solo en casa por
un tiempo, pero sería mejor si alguien lo sacara una o dos veces para
ir al baño. No creo que pueda volver hoy, aunque podría intentarlo,
pero si….
—Claro.
Su única palabra de asentimiento detuvo mi balbuceo.
—Oh. Asombroso. Gracias, me ayudarías muchísimo.
Asintió con la cabeza.
—No hay problema.
Lo que daría por otro abrazo, por volver a tener esos gruesos
brazos a mi alrededor. Pero no se me ocurría ninguna razón para
acercarme sin que resultara raro.
—Estará bien hasta la hora de comer. Pondré la correa junto a la
puerta para que no tengas que preocuparte de que vuelva a
escaparse.
Volvió a asentir.
—Gracias. Creo que ya lo he dicho, pero te lo agradezco de
verdad. Ha sido una mañana tan agitada y la llamada de Missy fue
la guinda del pastel, ¿sabes? Soy nueva en el pueblo y no conozco a
mucha gente.
—Audrey.
—¿Sí?
—Ve a trabajar. Yo me encargo. 159
Mis mejillas se sonrojaron. Casi lo había conseguido sin
sonrojarme, pero tuve que empezar a hablar como una tonta.
—Lo siento. Sí, trabajo. Gracias. Te veré esta noche.
Volvió a sonreír y sus ojos brillaron con diversión.
Cerré la boca para no seguir hablando, me di la vuelta y regresé a
mi casa.
Era un idiota. La alcaldesa de Idiotalandia.
Después de asegurarme de que Max tenía agua suficiente y de
poner la correa donde Josiah pudiera encontrarla, me fui a trabajar.
Sentí una punzada de culpabilidad al conducir con Max mirando
con nostalgia por la ventana, sin duda preguntándose por qué no
había podido ir él también. Pero estaría bien. Sabía por experiencia
que se aburriría en un minuto y se iría a acurrucar en su cama o
quizá en la mía a echar una siesta. Para cuando se despertara, Josiah
vendría a sacarlo.
Estará bien.
La mañana se me pasó volando. Tenía que terminar dos artículos,
así que eso me mantuvo ocupada. Ledger había terminado un
proyecto por una vez, así que le di un buen repaso a su trabajo antes
de pasárselo a Sandra. Lou se mostró gruñón, aunque me hizo un
gesto con la cabeza y murmuró un buen trabajo cuando vio la
maqueta a medio terminar de la próxima edición.
Eso era prácticamente una estrella dorada, viniendo de él.
Tuve el tiempo justo para almorzar antes de ir a hacer fotos a la
Exposición Anual de Edredones. No era exactamente periodismo
duro, pero no me importaba. Me gustaba lo pintoresco y lento de la
vida de Tilikum. Puede que no hubiera grandes escándalos
empresariales, ni bandas de delincuentes, ni una agitación social
masiva, pero eso era parte del atractivo. Informar sobre la
exposición de edredones más antigua de las Cascades era tan sano.
Me gustaba.
Después, empecé mi carrera contra la fecha límite. La redacción
de los periódicos era rápida y aún me estaba adaptando a la 160
necesidad de redactar un artículo en apenas una tarde. También
había fotos que procesar y un titular que idear, pero al menos me
mantenía ocupada.
Hacia las tres, miré los mensajes de mi teléfono. Se me revolvió el
estómago cuando vi un mensaje de Josiah. No estaba segura de si
había sido un arrebato de preocupación por si algo iba mal o
simplemente porque me había enviado un mensaje.
Probablemente ambas cosas.
Era una foto de Max, acurrucado en una manta en la casa en
remodelación vacía. Simplemente decía, «pasando el rato».
Suspiré. Josiah había traído a Max para que pasara el rato con él.
Incluso le había encontrado una manta. ¿No era adorable?
—¿Qué pasa ahí que te tiene suspirando así? —preguntó Sandra.
—Es solo una foto de Max. La guardería de perros está cerrada
hoy, así que le pregunté a Josiah si podía sacar a Max un par de
veces. Supongo que decidió llevarlo con él. —Levanté mi teléfono
para que pudiera verlo.
—Qué monada. Entonces, Josiah. ¿Hay algo que necesites
decirme, señorita Audrey?
—¿Sobre Josiah? No. No, definitivamente no. Para nada.
Ledger resopló.
Lo fulminé con la mirada.
—¿Qué fue eso?
No levantó la vista de su teléfono.
—Obviamente te gusta.
—No creí que estuvieras escuchando.
Se encogió de hombros.

161
Sandra enarcó las cejas.
—Realmente no hay nada que contar. Supongo que somos
amigos, pero eso es todo.
—De acuerdo —dijo ella, volviendo a su trabajo.
Me di cuenta de que no me creía.
No estaba segura de creerme a mí misma.
Pero no estaba mintiendo. No había nada entre nosotros. Claro,
pensaba en él todo el tiempo y soñaba despierta con abrazarlo, y
otras cosas, pero en realidad no pasaba nada.
Quizá la cuestión era que, en el fondo, quería que pasara algo.
Josiah Haven me caía muy bien y no solo porque me hubiera
ayudado a limpiar a un perro asqueroso o porque me hubiera
bajado de la colina a cuestas o porque hoy estuviera dispuesto a
pasar el rato con Max. Me caía bien porque era rudo, estoico, sexy y
sorprendentemente dulce bajo esa apariencia de leñador hosco.
Ya se lo había admitido a medias a Marigold. Tal vez era hora de
que empezara a admitirlo ante mí misma.
Decidí dar un paseo rápido para volver a concentrarme antes de
terminar el día. Después de un poco de aire fresco y un café de la
tarde en la Steaming Mug, al final de la calle, pude volver a
concentrarme en el trabajo. Terminé poco después de las cinco y ya
era hora de volver a casa.
El corazón se me aceleró en el camino de vuelta a casa. No sabía
por qué. ¿Era la anticipación de ver a Josiah lo que me tenía tan
nerviosa? Si ese era el caso, este enamoramiento que había
desarrollado se estaba saliendo de control demasiado rápido.
Necesitaba controlarme o iba a ser una idiota balbuceante.
«Cálmate, Audrey. Tú puedes».
Cuando llegué a casa, me estacioné en mi entrada. La puerta del
garaje de Josiah estaba cerrada y no estaba segura de si aún tenía a
Max al lado o si lo había traído a casa. Decidí comprobar primero en
mi casa.
Abrí la puerta y, nada más asomarme, casi me desmayo. Un
auténtico desmayo al estilo de estrella de Hollywood de la vieja
162
escuela que me habría hecho caer al suelo.
Josiah estaba profundamente dormido en el sofá con Max
extendido sobre sus piernas. Max abrió un ojo pero, al parecer, mi
llegada no fue lo bastante excitante como para que se moviera de su
sitio acurrucado con Josiah. No podía culparlo.
Era tan adorable que saqué rápidamente el móvil del bolso y les
tomé unas cuantas fotos. Luego dejé mis cosas en el suelo, justo
cuando Josiah empezaba a moverse.
Parpadeó y se frotó los ojos, como si no recordara dónde estaba.
Gruñó y cuando habló, su voz sonaba ronca por el sueño.
—Uy.
—Perdona si te he despertado.
Max se apartó de él a regañadientes y saltó al suelo cuando Josiah
movió las piernas. Entonces pareció darse cuenta de que mamá
estaba en casa. Meneó la cola y corrió a mi alrededor, olfateando con
emoción.
—Hola, Max. Yo también me alegro de verte. —Me agaché para
darle una buena caricia.
Josiah volvió a gruñir mientras se incorporaba y se estiraba.
—Lo siento, no quería quedarme dormido.
Me puse de pie.
—No pasa nada. Max es muy mimoso. Es fácil hacerlo.
Se levantó y se alisó la camiseta.
—Hoy se ha portado bien. No se ha revolcado en nada.
—Que bien. Gracias de nuevo por tu ayuda.
—No hay problema.

163
Se acercó pero yo seguía delante de la puerta. Di un paso a la
derecha pero él se movió en la misma dirección. Entonces ambos
nos movimos hacia el otro lado.
—Lo siento —dije—. Estoy en tu camino.
Se detuvo y me miró a los ojos, obviamente esperando a que me
moviera.
Pero no lo hice. Me quedé atrapada en aquellos ojos grises azules
tormentosos, el corazón me latía con un deseo que apenas me
atrevía a pensar.
«Bésame, Josiah».
Sus ojos bajaron hasta mi boca. Mi pulso se aceleró y la excitación
se agolpó en mi estómago. Aprovechando la oportunidad, me
acerqué y le puse la mano en el pecho. Dejé que mis párpados se
cerraran a medias y separé los labios, preparada para lo que quisiera
darme.
Se aclaró la garganta y pasó a mi lado.
—Me tengo que ir.
Respiré hondo y la impresión convirtió mi emoción en náuseas.
Cerró la puerta tras de sí y desapareció.
Durante un largo momento, no pude moverme. Me quedé clavada
en el sitio, fría como una escultura de hielo, con la boca abierta.
Hacía tiempo que no me enfrentaba a un rechazo tan claro y
rotundo.
Si alguna vez había pasado.
Como si me acabaran de dar un puñetazo, me llevé la mano al
estómago.
—Ouch. Eso fue brutal.
Max movió la cola. No tenía ni idea de lo que acababa de pasar.
Mis hombros se desplomaron. Probablemente necesitaba salir.
Decidí llevarlo atrás. No quería arriesgarme a ver a Josiah, ni
siquiera en su camioneta cuando saliera. Me sentía demasiado
humillada. 164
A esto se redujo mi enamoramiento. Definitivamente había estado
equivocada. Seriamente.
Revolcándome en mi miseria, llevé a Max fuera a hacer sus
necesidades, luego entré y rebusqué en la cocina algo poco
saludable. Por suerte, tenía un envase de helado de triple chocolate
en el congelador. Tenía que recordarme de tener siempre a mano
helado de triple chocolate. Uno nunca sabía cuándo iba a necesitar
un atracón de grasa y azúcar después de un rechazo deprimente.
Esos siempre parecían salir de la nada.
Capítulo 17
Josiah
Cerré de golpe la puerta de mi camioneta, metí la llave y arranqué
el motor. La música sonó por los altavoces y tuve que tantear
durante unos segundos para apagar el estúpido aparato. Antes de
que me diera cuenta, salí del camino de acceso y me largué.
Mis manos agarraban el volante y mi mandíbula estaba tensa.
Estaba muy enfadado conmigo mismo y lo peor era que no sabía por
qué.
¿Estaba enfadado porque casi la había besado sabiendo que no 165
debía? ¿O porque casi la había besado y debería haberlo hecho?
Probablemente ambas.
Mierda.
La cara de asombro que puso cuando le dije que tenía que irme se
me quedó grabada a fuego. Solo la había visto un segundo antes de
salir por la puerta, pero había sido suficiente. Había herido sus
sentimientos y me sentía como una mierda por ello.
Pero ella no lo entendía. Era demasiado buena. Los imbéciles
como yo no merecen a chicas agradables. Ella era cielo azul y sol,
optimismo valiente y felicidad. Yo era una nube estoica de
pesimismo y hosquedad. Nunca funcionaría.
Conduje hasta casa y entré. Hacía calor y se sentía sofocante, así
que abrí algunas ventanas. La luz del día y el aire fresco se burlaron
de mí, resaltando el hecho de que mi casa estaba polvorienta e
inacabada. La falta de zócalos y molduras nunca me habían
preocupado. ¿Por qué demonios me importaba ahora?
Quizá necesitaba un perro.
No, un perro sería una molestia. No quería ser responsable de
nada ni de nadie. Me gustaba poder hacer lo que quisiera, cuando
quisiera. Tener mi propio horario. No quería responder ante nadie,
ni siquiera ante un perro que necesitara salir.
Por algo me había quedado soltero.
Lo que significaba que había hecho lo correcto al no besar a
Audrey.
Eso era todo. Podía dejar de pensar en ella.
Pasé la hora siguiente asando un filete, cenando, bebiendo una
cerveza y apartando implacablemente de mi mente todo
pensamiento sobre Audrey. Comí en el sofá delante de la tele
porque podía. Puse los pies en la mesita porque podía. Dejé los
platos sucios en el lavaplatos porque podía. No había nadie cerca
para quejarse. No había nadie cerca para decirme cómo hacer las
cosas. 166
Justo como me gustaba.
Sin perros, sin mujeres, sin problemas. Había vivido así durante
mucho tiempo e iba a seguir viviendo así. No importaba lo
tentadora que fuera Audrey.
De todas formas, no iba a quedarse. Ella lo había dicho. Tilikum
era temporal.
No quería admitir, no podía admitir, hasta qué punto eso era un
problema para mí. Porque si pensaba demasiado en por qué me
molestaba, tendría que enfrentarme a cosas en las que no quería
pensar. Recuerdos que me carcomían desde lo más profundo de mi
mente.
Me levanté y di vueltas por la casa. A lo mejor iba corriendo a la
ferretería y empezaba con los zócalos. Ya era hora de terminar esta
casa. Podría trabajar por las tardes. Era lo que siempre había
querido hacer.
Pero la Ferretería Tilikum cerraba temprano. No tenía tiempo.
Me dejé caer de nuevo en el sofá, tratando de resistir la inquietud
que parecía haberme invadido. Volví a encender la televisión, pero
eso tampoco mantuvo mi interés.
Finalmente, me rendí. Necesitaba salir de casa. Volví a ponerme
los zapatos, cogí las llaves y me dirigí a Timberbeast. Me tomaría un
trago y con suerte me sacudiría esto de encima.
El estacionamiento estaba casi lleno. Encontré un sitio cerca de la
carretera y cuando entré, me di cuenta de por qué. Noche de karaoke.
Estuve a punto de dar media vuelta y marcharme. Pero entonces
volvería al punto de partida. Tal vez la multitud y el ruido serían
una buena distracción.
El local estaba lleno. Varios de mis hermanos estaban dentro:
Theo, Zachary y Luke. No era de extrañar. Probablemente había al
menos un hermano Haven en Timberbeast cualquier noche.
Hayden estaba ayudando a Rocco a atender el bar. Por razones
que me resultaban insondables, la noche de karaoke siempre atraía a
una multitud, pero con ellos dos trabajando, no tuve que esperar
167
mucho.
—¿Qué puedo ofrecerte? —preguntó Hayden.
—Solo una cerveza.
Cogió un tarro y empezó a llenarlo del grifo.
—Oí que el auto de tu chica se dañó el otro día. Choque y huida.
—Ella no es mi chica. ¿Y cómo lo sabes?
Levantó las cejas.
—Este es Tilikum.
—Buen punto.
—¿Alguna idea de quién lo hizo?
—No. Probablemente algún turista. —No estaba seguro de
creerlo, aunque era la explicación más probable.
Deslizó mi cerveza por la barra.
—No es tu chica, ¿eh? ¿No pasa nada entre ustedes dos?
—¿Por qué? —No pude evitar la irritación en mi voz—. ¿Estás
interesado en ella?
Una sutil sonrisa curvó sus labios.
—No.
Yo tampoco estaba seguro de creérmelo.
—¿Entonces por qué demonios te importa?
Se encogió de hombros.
—En este trabajo se oyen muchas cosas. A veces me gusta
averiguar qué es verdad y qué es el chisme desatado.
Gruñí como respuesta y cogí mi cerveza. Había venido aquí para
olvidarme de Audrey, no para hablar de ella con el cantinero.
Odiaba ser objeto de los chismes del pueblo.
No había mesas libres, así que decidí unirme a mis hermanos. Por 168
suerte, habían encontrado un sitio al fondo, lejos de los altavoces.
Agarré una silla vacía y la arrastré hasta donde estaban sentados.
—¿Ustedes planearon esto o simplemente terminaron aquí? —
pregunté mientras tomaba asiento.
—Es noche de karaoke —dijo Zachary, como si eso lo explicara
todo.
—Estaba aburrido —dijo Theo. Llevaba una camiseta del instituto
Tilikum y pantalones cortos de baloncesto—. ¿Y tú?
—Lo mismo. ¿Cómo está tu equipo para el próximo año? —le
pregunté. Theo era el entrenador de fútbol del instituto de Tilikum.
—Estábamos hablando de eso —dijo Luke—. Estaba a punto de
preguntar si realmente vamos a ganar un partido.
—Oye, ganamos un partido la temporada pasada. Tres, de hecho.
—Déjame adivinar —dijo Luke—. Fue un año de formación.
—«Fue» un año de formación —dijo Theo—. Teníamos un equipo
joven.
Luke se rio y le dio una palmada en el hombro.
—Lo sé, hermano. Solo te estoy echando mierda.
Theo puso los ojos en blanco.
—Sabré más después del campamento de este verano. Pero creo
en esos chicos. Van a tener un buen año.
—Gracias, entrenador. —Zachary le sonrió con satisfacción—.
Nosotros también creemos en ti.
—Cierra el pico, Z.
Zachary se rio.
—¿Cómo está Audrey? —Luke se volvió hacia mí—. Es una
mierda lo que le pasó a su auto.
—¿Quién es Audrey? —preguntó Zachary—. ¿Y qué le pasó a su
auto?
169
—Ya sabes —dijo Theo—. La chica nueva.
—Choque y huida —dijo Luke—. Daños en el parachoques
delantero, faro roto. Me encargué por ella.
—¿Hay una chica nueva en el pueblo? —Zachary miró alrededor
del bar, como si ella tuviera que estar allí—. ¿Cómo no me enteré de
eso?
—Está en uno de los alquileres de Josiah. —Luke se encontró con
mi mirada, sus ojos llenos de desafío—. Linda, también. Pelo oscuro,
algo curvilínea.
—Aléjate de ella. —Mi voz era dura.
—¿Qué alquiler? —preguntó Zachary.
Lo señalé.
—Tú, especialmente, mantente alejado de ella.
—En realidad estoy de acuerdo con Josiah en eso —dijo Luke.
Theo levantó la mano.
—Yo también.
—¿Qué? —Zachary se llevó una mano al pecho—. Estoy herido. Si
es nueva en el pueblo, le vendría bien un buen tipo que se lo enseñe.
—¿Tú? —pregunté—. ¿Desde cuándo eres un buen tipo?
Sonrió.
—Yo no. Pero cuando Luke termine de mostrarle el pueblo, le
mostraré algo mejor.
—Si le envías una foto de tu polla, te patearé el culo —le dije.
—¿Qué soy, un niño? —Zachary negó con la cabeza—. Foto de mi
polla. Me siento insultado.
—Sí, eres todo un caballero, Z —dijo Theo.
—No dije que fuera un caballero.
—Todos ustedes. —Señalé a cada uno de ellos—. Manténganse 170
alejados de ella.
Theo frunció el ceño.
—¿Qué he hecho?
Dejé escapar un suspiro frustrado. Al parecer, salir a tomar una
cerveza había sido una mala idea.
—Nadie intentará nada con ella —dijo Luke—. Solo es divertido
molestarte.
—No dije que no intentaría nada con ella —dijo Zachary—. ¿Por
qué la chica nueva está fuera de los límites?
Lo fulminé con la mirada.
—Oh, es tu chica.
—No es mi chica.
—Así que es tu chica pero ella aún no lo sabe. —Zachary sonrió
de nuevo—. Bien.
—Ella. No. Es. Mi. Chica.
—Parece que es él quien aún no lo sabe —dijo Theo.
—Ella no…
—¿Por qué no? —preguntó Luke antes de que pudiera terminar—
. No digo que debas casarte con ella o algo así, pero es obvio que le
gustas por alguna razón. ¿Por qué no sales con ella?
—¿A ella le gusta «él»? —La voz de Zachary estaba llena de
escepticismo—. Entonces sí, amigo, definitivamente deberías salir
con ella. No sabes cuándo volverás a tener una oportunidad así.
—Tiene razón —dijo Theo.
—¿Por qué estamos hablando de esto? —pregunté—. Ustedes son
tan malos como la tía Louise.
—Oye. —Zachary levantó una mano—. La tía Louise es un tesoro
de Tilikum. No hables mal de ella.
—Te gusta porque te hace galletas y nunca intenta emparejarte 171
con chicas —dijo Theo.
—¿Tía Louise intenta emparejarte con chicas?
—Sí, todo el tiempo —dijo Theo.
Zachary se volvió hacia Luke.
—¿A ti también?
—Sí, pero nunca es algo bueno —dijo Luke—. Confía en mí.
—¿Por qué no intenta emparejarme con chicas? Me siento tan
excluido.
—No lo hagas —dije—. Luke tiene razón, nunca es bueno.
—Me agotó hace unos meses y acepté una cita con alguien que,
según ella, era perfecta para mí —dijo Theo—. Resulta que la chica
tenía veinte años y hace dos, era una de mis alumnas. A la tía Louise
se le olvidó mencionarlo. Cuando se lo reclamé, dijo que pensaba
que la chica era mayor porque parecía madura. Todo el asunto fue
mortificante.
Zachary hizo una mueca.
—Sí, eso es demasiado, incluso para mí.
—La última cita de la tía Louise a la que fui resultó ser Jill —dijo
Luke.
—¿Tu loca exnovia, Jill? —preguntó Theo—. Maldición.
—Sí. Eso no salió bien. Nunca más.
—Bien, quizá tenga suerte de que la tía Louise solo me dé galletas
—dijo Zachary—. Lo último que necesito es que alguien me tienda
una trampa con una exnovia.
Le di un sorbo a mi cerveza mientras la conversación pasaba de la
falta de habilidad de la tía Louise para emparejarnos a la última
restauración del auto de Luke, acompañada de comentarios sobre
las canciones elegidas para el karaoke. Al menos ya no hablaban de
Audrey.
No es que me la quitara de la cabeza. No podía dejar de pensar en
el momento en que casi la había besado. Ella había estado allí,
172
dándome todas las señales de que quería que lo hiciera. La mano en
el pecho, la barbilla levantada, los labios entreabiertos y mentiría si
dijera que no lo deseaba también.
Entonces, ¿por qué no lo había hecho? ¿Realmente estaba tan
convencido de que era demasiado gruñón para salir con ella?
Eso también era mentira.
Por supuesto, «era» demasiado gruñón para salir con una dulzura
como ella. Eso era cierto, pero no era lo que me detenía.
«Temporal», había dicho. Tilikum era temporal.
Audrey no era la primera mujer en mi vida que se sentía así. Y no
iba a dejar que volviera a ocurrir.
Capítulo 18
Josiah
Sostuve la puerta firmemente mientras papá ponía el primer
tornillo para fijar las bisagras. Instalar puertas siempre llevaba más
tiempo del debido. Había que hacer pequeños ajustes y nada
realmente cuadraba bien, sobre todo en una casa antigua.
Optamos por puertas de dos hojas, pintadas de blanco. Sencillas y
limpias. Eran mucho mejores que las puertas huecas baratas que
había cuando la compramos.
La casa aún parecía vacía e inacabada, pero iba avanzando. 173
Papá terminó de atornillar las bisagras. Di un paso atrás, cerró la
puerta y volvió a abrirla.
—Encaja bien —dijo.
Gruñí en señal de acuerdo.
Pasamos a la siguiente puerta. La sostuve mientras papá la
atornillaba a las bisagras.
—¿Todo bien? —preguntó de sopetón.
—Sí. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Hoy has estado callado.
—Siempre estoy callado.
—Preocupado, entonces.
Estaba preocupado por una chica de cabello castaño con curvas
que ni siquiera estaba en casa, pero no iba a admitirlo.
—Solo pensaba en el futuro. Los chicos del azulejo no nos han
contestado con una fecha.
—Llamaré por la mañana.
—Gracias.
Dejó el taladro inalámbrico en el suelo y estiró su espalda.
—¿Quieres terminar esto mañana?
—Sí. —Se retorció, crujiendo su columna vertebral—. Me estoy
haciendo demasiado viejo para esto.
Le di una palmada en la espalda.
Recogimos nuestras herramientas y las llevamos al garaje. El
último par de puertas interiores estaban apoyadas contra la pared y
aún había aserrín en el suelo. Necesitaba pasar algún tiempo
limpiando para preparar la siguiente fase de la renovación.
—Si quieres cenar algo, no dudes en ir a casa —dijo papá.
—Gracias.
174
El ruido de un auto se acercó y miré hacia fuera. El Buick beige de
la tía Louise se detuvo en la entrada, detrás de mi camioneta.
—Maldición.
Papá me dio una palmadita en la espalda.
—Buena suerte, hijo.
—¿Te vas?
—No estacionó detrás de mí.
Lo fulminé con la mirada.
—Gracias.
Salió vestida con un chándal rosa y unas gafas de sol enormes y
saludó con la mano.
—Hola, Paul. Salúdame a Marlene.
—Lo haré, Louise —dijo papá mientras subía a su camioneta.
—Josiah. —Me mostró una sonrisa brillante—. Justo el hombre
que estaba buscando.
La puerta del acompañante de su auto se abrió y salió una mujer
rubia. Iba vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones
cortos, mostrando mucha piel bronceada.
—Esta es Aida —dijo Louise, como si eso tuviera que significar
algo para mí.
Aida se acercó con una sonrisa y me tendió la mano.
—Encantada de conocerte.
Fruncí el ceño al mirar su mano extendida.
—Josiah —Louise me reprendió—. No seas grosero.
Tomé su mano y la estreché.
—Me alegro de haberte encontrado —dijo Louise—. Aida necesita
que la lleven a casa de su abuela. Ya conoces a mi buena amiga
Florence. Estaría encantada de llevarla yo misma, pero no tengo 175
tiempo.
—¿Por qué no?
Solo dudó un segundo.
—Tengo planes y ya sabes dónde vive Florence, está en la
dirección opuesta.
Esto era tan obvio que resultaba ridículo.
—¿En serio? ¿Planes?
—Calculé mal la hora. Me siento fatal por ello, pero ayudarás a tu
tía, ¿verdad?
Aida sonreía con los labios apretados. No sabría decir si ella era
parte de la artimaña o si yo estaba siendo una imposición como ella
lo estaba siendo para mí.
Dejé escapar un suspiro de frustración. Podía quedarme ahí de pie
discutiendo o podía llevar a Aida a casa de su abuela y acabar de
una vez. A lo mejor la tía Louise daba por terminado su trabajo y me
dejaba en paz un rato.
—Bien.
—Eres un encanto. —Louise se extendió poniéndose de puntillas
para darme un beso en la mejilla—. Que tengas una buena noche.
—Ajá.
Nos despidió con la mano mientras corría hacia su auto.
—¡Adiós a los dos! No se metan en problemas.
—Por supuesto que no, Louise —dijo Aida—. Me alegro de verte.
Subió a su auto, salió del acceso a la casa y se marchó.
—Bueno, eso fue interesante —dijo Aida—. Te juro que no sabía
lo que tramaba.
—No importa. Solo entra.
—Espera. —Se acercó y chupó el extremo de su pulgar, luego lo 176
pasó por mi mejilla—. Te ha manchado de pintalabios.
Mi espalda se puso rígida. No quería que me tocara. Volvió a
limpiarme la mejilla y se acercó más, justo cuando Audrey entraba
en su casa.
Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Intenté moverme pero Aida me tenía arrinconado contra mi
camioneta.
—No sabía qué pretendía, pero me alegro de que lo hiciera. Te vi
en el bar la otra noche y no pude evitar pensar en ti.
Fruncí el ceño y fui dolorosamente consciente de que Audrey me
estaba observando.
—Voy a ser franca —continuó Aida, acercándose a mí—. Sé que
Louise y mi abuela han estado conspirando para emparejarnos. Es
lindo. Pero también sé que Louise probablemente te ha dicho que
soy una buena chica. —Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y se
lamió los labios—. No soy una buena chica, Josiah.
Me sentí como un animal enjaulado. Audrey llamó a Max. Por el
rabillo del ojo, pude verla mientras lo conducía al interior. Quería
correr hacia allí. Decirle que no era lo que parecía; que no era culpa
mía.
Pero dudé. Y un segundo después, su puerta se cerró tras ella.
Tenía tantas ganas de llevar a Aida como de agujerearme la
cabeza, pero no podía decirle que se fuera caminando. Su abuela
vivía en la autopista al sur del pueblo. Que era obviamente por lo
que Louise la había dejado. Sabía que lo haría y pensó que un paseo
juntos podría hacer que la invitara a salir.
—Vamos —dije, antes de que Aida pudiera intentar darme otro
baño de saliva en la cara. Pasé junto a ella y me dirigí al lado del
conductor mientras me pasaba el dorso de la mano por la mejilla,
tanto para librarme de los últimos vestigios del pintalabios de la tía
Louise como para limpiar la saliva de Aida.
Aida subió al asiento del copiloto y cerró la puerta.
—¿Estás bien?
177
No. La chica de al lado por la que se supone que no debo sentir
nada acaba de verme con otra mujer, lo cual no debería importar
porque por algo no la besé. Pero ahora me siento como una basura
por todo eso.
—Sí.
—¿Seguro? Si no quieres llevarme, puedo…
—Está bien. —Encendí el motor y retrocedí por el camino de
acceso.
—Lo siento si fui muy directa. Me gusta ser sincera con la gente.
Solo me quedaré unas semanas más, así que obviamente no me
interesa nada serio. —Hizo una pausa—. Pensé que podría resultar
interesante.
—Probablemente lo sería para muchos.
—Pero no para ti.
Sacudí la cabeza.
—Eres fascinante, Josiah Haven. Te das cuenta, ¿verdad? —
Parecía esperar una respuesta, pero como no se la di, siguió—. Eres
exactamente el tipo de hombre que me suele gustar. Oscuro y
melancólico, reacio al compromiso. Emocionalmente inaccesible,
pero probablemente un animal en la cama. Siempre quieren
exactamente lo que yo quiero. Pero aparentemente tú no.
—Supongo que no.
—¿Qué quieres?
Audrey. Quiero a Audrey.
Maldita sea. No, no la quiero.
—Que me dejen en paz.
—Tengo muchas ganas de preguntarte quién te hizo daño, pero
dudo que me lo digas.
—¿Qué eres, terapeuta? 178
—En realidad, sí.
Eso me hizo reír un poco.
—Me lo imaginaba.
—Escucha, te agradezco el viaje y siento que te haya forzado a
llevarme. Después de verte en el bar, pensé que tenía una buena
idea del tipo de hombre que eres. Así que cuando Louise te
mencionó, la incité un poco. Quería una oportunidad de estar a
solas contigo y pensé que podría complacerla al mismo tiempo.
—No te preocupes.
Juntó las manos sobre el regazo y esperé que hubiera terminado.
No había terminado.
—Pero en realidad, ¿quién te hizo daño?
—Nadie.
Ella se rio.
—Vamos, Josiah. Ambos sabemos que eso no es cierto. Los
hombres emocionalmente inaccesibles no nacen así.
—¿Por qué te gustan tanto los hombres emocionalmente
inaccesibles?
—Touché.
Afortunadamente, lo dejó así. Realmente no quería saberlo.
La llevé al otro lado del pueblo, a casa de su abuela. Florence
vivía en una calle de grava que ponía a prueba mis amortiguadores.
Me detuve delante de la casa, estacioné la camioneta y esperé a que
saliera.
—Gracias de nuevo por traerme.
—No hay problema.
—No intentaré darte mi número porque no creo que lo aceptes.
Pero si cambias de opinión, la oferta está sobre la mesa.
Gruñí una respuesta sin compromiso. 179
—Que tengas un buen día, Josiah.
—Tú también.
Salió y esperé a que abriera la puerta de entrada para dar la vuelta
y marcharme. Mi madre me lo había inculcado.
Marlene, no mi madre biológica. Si algo había querido enseñarme
esa mujer, no se había quedado el tiempo suficiente para hacerlo.
Volví al pueblo con la intención de irme a casa. Había terminado
de trabajar por hoy. No había ninguna razón para volver a la
remodelación.
En cuanto a Audrey, no sabía por qué me preocupaba tanto. No
era mi novia. ¿Por qué me importaba si me había visto con Aida? No
habíamos estado haciendo nada.
Audrey no era mi problema.
Excepto que eso era una gran mentira.
Ella era en gran medida mi problema.
Me invadió una sensación de firme resolución. Ya era hora de que
dejara de mentirme a mí mismo. Eso no me llevaba a ninguna parte.
Me volví hacia la casa de Audrey, sin saber muy bien qué iba a
hacer. No tenía un plan. Solo sabía que necesitaba verla.
Ahora.

180
Capítulo 19
Audrey
—La guinda del pastel, Max.
Me paseaba por la cocina, abriendo y cerrando gabinetes y
sacando cosas del refrigerador. No sabía lo que estaba haciendo,
pero no conseguía tranquilizarme lo suficiente para averiguarlo.
Max miraba y yo no estaba segura de si parecía preocupado o
simplemente confundido.
—Por supuesto que hay alguien más. ¿Por qué no iba a haberlo?
Cualquiera pensaría que me habría dicho que tenía novia. —Saqué
181
un tarro de pepinillos del refrigerador. Ni idea de por qué—.
Aunque quizá no sea su novia. Tal vez hay muchas novias. Ella
podría ser una de muchas.
Puse los pepinillos en su sitio.
—Probablemente tiene un montón de chicas. Tal vez por eso no
me besó anoche. Me considera una amiga y no se acuesta con sus
amigas, solo con chicas así. —Señalé vagamente hacia la casa de al
lado—. Ni sé qué quise decir con eso. Probablemente ella sea
agradable y él ni siquiera piense en mí como una amiga. Solo soy el
bicho raro de la casa de al lado.
Hoy había sido muy severa conmigo misma. No iba a pensar en
Josiah Haven. No había pasado nada entre nosotros y mi pequeño
enamoramiento había sido una tontería. Totalmente fuera de lugar.
No me gustaba en absoluto. Me había hipnotizado sin querer el
poder de su arrugado ceño.
No era adecuado para mí.
No importaba que me hubiera ayudado a hacerle un funeral a una
ardilla o que hubiera encontrado a Max cuando se había perdido y
me hubiera ayudado a bañarlo. ¿Y todo el asunto con Colin en el
bar? Probablemente haría eso por cualquiera. No me hacía especial y
desde luego no había convertido mi interés en un flechazo en toda
regla.
—¿Quién quiere a un tipo como él de todos modos? —Saqué una
sartén—. No le gusta nadie. ¿Quién necesita ese tipo de negatividad
en su vida?
Max ladeó la cabeza.
Puse los ojos en blanco, como si me hubiera dicho mentirosa.
—Sé que no es tan malo. Solo es muy serio y sí, me doy cuenta de
que en realidad me gusta eso de él. Vamos, Max, estoy intentando
arreglar esta situación. Ayuda a una chica.
Meneó la cola.
—Sé que a ti también te gusta. —Di un pisotón—. No, no también. 182
No me gusta. Eso es lo que intento decir. Puedo pensar que es
misterioso e interesante y oh, Dios mío, tan guapo, pero eso no
significa que me guste. Porque obviamente no le gusto.
Sonó el teléfono y me sobresalté. Suspiré y rebusqué en el bolso.
Probablemente era mi madre.
Exactamente lo que necesitaba ahora.
Saqué el teléfono y no me di cuenta de que no era el número de
mi madre hasta que ya lo había deslizado para contestar. Decía
restringido.
—Hola, soy Audrey.
Nada.
—¿Hola?
Max me observó con curiosidad.
Suspiré. Probablemente era una de esas llamadas robotizadas y no
había conectado con la teleoperadora que estaba a punto de intentar
venderme algo estúpido. Era la tercera o cuarta vez que recibía una
llamada así en la última semana.
Qué fastidio.
—Lo siento, no gracias.
Se oyó un sonido, casi como un clic, pero sin voz. Miré mi teléfono
y la llamada había terminado.
Dejé el teléfono y miré la encimera. Por alguna razón, había
sacado un paquete de pollo congelado, una caja de espaguetis, una
sartén, una lata de sopa de verduras y una espátula.
—¿Qué estoy haciendo?
Max no tenía una respuesta más que yo. Respirando hondo para
calmarme, empecé a guardar las cosas. No tenía muchas ganas de
cocinar, pero tenía hambre, así que saqué unas cuantas cosas que
realmente tenían sentido juntas y empecé a preparar una comida.
Mientras preparaba la cena, di de comer a Max. Como de
costumbre, engulló la comida y trotó alegremente hasta la sala para
183
acurrucarse en el sofá.
Había dejado de despotricar pero no podía dejar de pensar en
Josiah con aquella chica. Había sido como un puñetazo en el
estómago. No podía decidir qué era peor, si la forma tan brusca en
que se había marchado anoche o ver a una mujer prácticamente
pegada a él, tocándole la cara.
No podía enfadarme. No tenía ningún derecho sobre él. Pero aun
así me dolía el estómago.
Tal vez no tenía hambre después de todo.
El estruendo de un auto llegó desde el exterior. Max saltó del sofá
y se colocó junto a la puerta principal, moviendo la cola
furiosamente.
Apagué la estufa justo cuando alguien empezó a aporrear mi
puerta. Fuerte.
—¿Audrey? —llegó la voz apagada de Josiah.
¿Qué hacía él aquí?
Max soltó un ladrido de felicidad.
Abrí la puerta y Josiah estaba allí, con cara de tormenta a punto
de estallar.
Y todos los sentimientos encontrados que tenía hacia él se unieron
en una bola de locura.
—¿Qué haces aquí?
Entró.
—Disculpa. —Me crucé de brazos—. No te invité a entrar.
—Voy a entrar de todos modos. —Cerró la puerta tras de sí.
—Qué grosero.
—Lo siento, no estoy tratando de ser grosero. Solo necesito hablar
contigo.
—Oh, ya veo. ¿Ahora necesitas hablar? —Estaba a punto de 184
empezar a vomitar palabras y lo sabía. Pero parecía que no podía
parar—. Anoche te largaste. Podríamos haber hablado entonces.
Pero no, saliste por la puerta sin decir una palabra.
Se acercó un paso.
—Audrey.
—De todas formas, no sé por qué quieres hablar conmigo. —Me
estaba volviendo loca, gesticulando salvajemente con los brazos—.
Obviamente tenías a alguien más para mantenerte ocupado.
Probablemente sea más tu tipo. No soy alta, rubia y super delgada.
Mi madre sí, pero no me hagas hablar de lo mucho que me parezco
a mi padre. Qué suerte tengo.
Dio otro paso.
—Audrey.
—No, está bien. Ni siquiera sé por qué estoy enfadada. Solo eres
el chico que trabaja en la casa de al lado que fue amable conmigo
algunas veces y aparentemente estoy muy desesperada. Recibo un
poco de atención de un chico que solo intenta ser un ser humano
decente y de repente estoy como: Oh, Audrey, está tan bueno, y, oh,
Audrey, qué pasaría si te besara. Soy ridícula y lo sé, así que no
tienes que decir nada.
Se acercó, pero esta vez no se detuvo y me arrinconó contra la
pared. Me abrazó y se inclinó hasta que nuestras narices casi se
tocaron.
—Audrey.
—¿Sí?
—Cállate.
Sus labios se estrellaron contra los míos. El contacto me dejó sin
aliento. Me rodeó la nuca con una mano y me enredó los dedos en el
pelo, mientras con la otra me acariciaba la espalda. Me atrajo hacia sí
y me agarró con fuerza mientras su boca hacía magia en la mía.
A pesar de lo mucho que deseaba aquel beso, la ira brotó de mi
interior. Puse las manos en su pecho y lo empujé. 185
Me soltó, dejó caer las manos y separó su boca de la mía. Pero en
lugar de empujarlo hacia atrás hasta la mitad de la habitación, como
yo pretendía, solo se alejó unos centímetros.
—No puedes venir aquí y besarme así. —Mi voz era
vergonzosamente entrecortada—. Especialmente si estabas besando
a alguien más.
—No lo estaba.
—Te veías muy acogedor.
—No fue culpa mía. Mi tía Louise me hizo llevarla a casa de su
abuela.
—Lo que vi no fue a ti llevándola a casa.
Volvió a acercarse, apoyando las manos en la pared a ambos lados
de mí.
—Lo que viste fue a mí rechazándola.
Parte de mi ira se evaporó, dejando la confusión en su lugar.
—Josiah, estoy confundida. No sé qué está pasando aquí.
Me miró fijamente, su mirada era tan intensa que sentí que me iba
a derretir.
—He estado intentando con todas mis fuerzas que no me gustes.
—Si se supone que eso debe hacerme sentir mejor, no está
funcionando.
—Es solo la verdad. No quería nada de esto. No quería
preocuparme ni ocuparme de ti. Me gustaba mi vida como era antes
de que aparecieras en mi pueblo.
No tenía ni idea de qué decir a eso, así que me limité a esperar a
que continuara.
Se inclinó hacia mí.
—Pero es imposible resistirse a ti.
Con las palmas de las manos aún apoyadas en la pared, volvió a
186
besarme. Esta vez no opuse resistencia. Cerré los ojos y me hundí en
su beso. Sus labios eran suaves y cálidos, su barba se sentía áspera
contra mi piel.
Se acercó más e inclinó su boca en la mía. Deslicé las manos por
su ancho pecho y me apreté contra él. Sus brazos me rodearon y su
lengua se introdujo en mi boca, deslizándose contra la mía.
Me besó más profundamente, devorándome como un hombre
hambriento. Prácticamente me derretí en sus brazos. Nada podría
haberme preparado para lo que sería besar a Josiah Haven.
Perdí la noción del tiempo, pero al final se apartó suavemente.
Nos quedamos allí un largo rato, respirando.
—Yo también he intentado con todas mis fuerzas que no me
gustes —dije—. Pero sobre todo hoy.
Sus ojos se desviaron hacia un lado, atrayendo mi mirada en la
misma dirección.
Max se sentó a mirarnos moviendo la cola.
—Tu perro está raro otra vez.
—Lo sé.
—Debería dejarte volver a lo que sea que estuvieras haciendo.
—¿Así que eso es todo? —pregunté—. ¿Solo viniste a besarme?
—Sí.
—¿Lo planeaste de antemano o…?
—No.
Sus respuestas cortas y directas hicieron que me cayera muy bien.
Le sonreí.
—Me alegro de que lo hicieras.
—¿Entonces estamos bien?
—Sí, estamos bien.
—¿Vas a ir al festival mañana?
187
—Tengo que hacerlo por trabajo.
—Bien. —Dio un paso atrás—. Te veré entonces.
Lo miré marcharse, sacudí la cabeza con perplejidad. ¿Había
ocurrido eso? ¿Había irrumpido Josiah en mi casa para besarme y
luego se había marchado?
Claro que sí. Así era él. Quería que yo supiera algo y con ese beso
me había comunicado más de lo que hubieran podido hacerlo las
palabras.
El hecho de que me dejara con ganas de más, de mucho más, era
más excitante que frustrante. Lo vería mañana.
Y quién sabía lo que eso traería. De momento, le gustaba a Josiah
Haven, y saber eso me alegraba el día.
Capítulo 20
Audrey
Casi había olvidado lo bonito que puede ser un festival de pueblo.
Cuando era niña, siempre esperaba con impaciencia las pequeñas
fiestas y eventos de mi pueblo natal. En la secundaria y el instituto
ya no me gustaban tanto, probablemente porque se esperaba que
estuviera «activa».
«Sonríe, Audrey, pero no te pongas delante de tu padre».

188
«Saluda, Audrey, tenemos que dar una buena impresión».
Aun así, tenía buenos recuerdos de helados y palitos de miel. De
desfiles, globos y productos frescos de granja.
Pero los eventos de Pinecrest no eran nada comparados con el
Festival del Hombre Montañés de Tilikum que duraba todo el fin de
semana.
El pueblo rebosaba de gente, como si todos los hombres, mujeres
y niños en un radio de cien kilómetros hubieran acudido a las
festividades. Varias calles del centro se habían cerrado al tráfico y
estaban repletas de puestos de vendedores. Era como un mercado
de agricultores con esteroides. La gente vendía de todo, desde lo
habitual, como deliciosas fresas rojas y ramos de flores, hasta lo
inusual, como repelente para ardillas y arte de jardín hecho con
piezas de autos viejos.
El mercado era solo el principio. El parque Lumberjack, en el
centro del pueblo, era también el centro de la acción. Hombres y
mujeres hacían cola para competir en una serie de juegos y, por lo
que pude ver, los premios no eran más que el derecho a presumir.
Había un torneo de tiro con arco, concursos de cortar leña y tirar
troncos, y otras competiciones en las que se demostraban proezas de
fuerza.
Fue fascinante. Había estado en el festival con mis padres cuando
era niña, la mayoría de los residentes de Pinecrest iban, pero era
incluso mejor de lo que recordaba.
Sandra me dio un codazo.
—Deberías dejar de distraerte de vez en cuando para hacer una
foto o dos.
—No estaba distraída. —Levanté la cámara y tomé unas cuantas
fotos del concurso de cortar leña—. Solo estaba mirando.
—Sí, claro.
No ayudaba que Josiah se enfrentara a su cuñado, Levi Bailey.
¿Dos hombres sin camiseta cortando leña furiosamente mientras la
multitud a su alrededor animaba como si fuera un partido deportivo
profesional? ¿Cómo podía no mirar?
Me acerqué a Josiah y tomé otra foto, preguntándome si era
189
posible captar el modo en que el sudor brillaba en su piel tensa
mientras sus músculos se flexionaban.
Para ser justos, también le tomé una foto a Levi. Después de todo,
no estaba aquí para pasar el rato, estaba aquí para cubrir el evento
para el Tribune. No podía pasar todo mi tiempo mirando a Josiah.
—Esto me pone en una situación muy incómoda —dijo Sandra.
—¿Cómo es eso?
—O babeo por un hombre casado o babeo por tu novio. Era más
fácil cuando Josiah era soltero. Es como un caramelo de leñador.
—No sé si es realmente mi novio.
—Qué divertido, ¿estamos jugando al juego de la negación?
—No estoy en negación, solo digo que esto no es como el instituto
donde te tomas de la mano en el almuerzo una vez y eso significa
que están juntos. Así que sí, me besó, pero eso no significa que
estemos en una relación.
—Está presumiendo para ti.
—No, no lo hace. Solo es competitivo.
—No deja de mirar hacia arriba para ver si sigues mirando.
Justo entonces, sus ojos se alzaron. Fue solo un segundo, mientras
alzaba el mazo para golpear de nuevo, pero Sandra tenía razón.
Se me revolvió el estómago y tuve que apretar los labios para
ocultar mi sonrisa.
—Eres tan adorable —dijo Sandra—. Para, me estoy poniendo
celosa.
—Lo lamento.
—No te preocupes. Solo estoy empezando a aceptar el hecho de
que no hay ningún hombre decente de mi edad en este pueblo.
—Por supuesto que los hay.
Levantó las cejas.
190
—¿Quién?
—No lo sé, aún soy nueva aquí. Pero tiene que haber. Este pueblo
no es tan pequeño.
—Los milagros ocurren, supongo.
Un cosquilleo me recorrió la espalda y se me erizaron los pelos de
los brazos. Miré por encima del hombro, preguntándome por qué de
repente me sentía observada. Había gente por todas partes, por
supuesto que me miraban. Eso no significaba que alguien me
estuviera observando intencionadamente.
No vi a nadie, pero me vino a la mente la imagen de Colin
pasando por detrás de un grupo de gente para permanecer oculto.
No. Él no estaba allí. Nadie me estaba mirando. Solo estaba siendo
dramática otra vez.
La multitud empezó la cuenta regresiva desde diez, atrayendo mi
atención de nuevo a la competición. Josiah y Levi cortaban más
deprisa y sus montones de madera cortada crecían.
¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno!
Ambos soltaron sus mazos y levantaron los brazos. No estaba
segura de cómo se determinaba con exactitud quién ganaría,
probablemente por la cantidad de madera que habían cortado, pero
sus montones me parecían casi iguales.
La muchedumbre se calmó mientras dos jueces hurgaban en la
leña y luego conversaban entre sí. Finalmente, colocaron a Josiah y
Levi frente a la madera cortada, con uno de los jueces entre ellos.
Sujetó la muñeca de cada uno, como si fuera el final de un combate
de boxeo, y luego levantó el brazo de Josiah en el aire.
Estallaron los aplausos. Dejé que la cámara colgara de la correa
que llevaba al cuello para poder aplaudir y gritar.
Levi sonrió y estrechó la mano de Josiah, dándole un fuerte
abrazo. Fue bastante adorable. Se apartó a un lado, donde lo
esperaban su mujer y sus hijos. Eran una familia tan linda que me
dolían los ovarios.
Josiah me miró a los ojos y esbozó una sutil sonrisa. Una emoción
191
me recorrió y el calor se apoderó de mis mejillas.
—Aquí, dame la cámara —dijo Sandra—. La sostendré mientras
vas a hacerle cariños a tu novio sudoroso.
—No sé si es mi…
—Ve —dijo riendo.
Levanté la correa de la cámara por encima de mi cabeza y se la
entregué a Sandra, luego crucé el césped para reunirme con Josiah.
Entonces sonrió y sentí que el corazón me iba a estallar.
Estaba en un gran problema.
—Hola —dijo.
—Hola. —Me puse de puntillas y darle un pequeño beso—. Buen
trabajo, campeón.
—Me sorprende haberle seguido el ritmo. Le ganó a Luke el año
pasado, así que mis hermanos me incitaron a competir esta vez. —Se
puso la camiseta sobre el cuerpo sudoroso.
Me decepcionó un poco.
—¿Ganas algo o solo el honor de ser el leñador más rápido del
pueblo?
—Oh, sí, gané una tarta.
—¿Una tarta?
Me miró como si fuera rara por preguntar eso.
—Sí. Supongo que si nunca has probado las tartas de la Abue
Bailey, no lo entenderías.
—¿Compartirías un poco conmigo para que pueda probar esa
tarta mágica?
—No sé si me gustas tanto. —Las comisuras de sus labios se
levantaron y deslizó sus manos por mi cintura hasta la parte baja de 192
mi espalda, atrayéndome contra él—. Pero quizá sí.
—Es muy generoso de tu parte.
—¿Saldrás conmigo esta noche?
Surgida de la nada, la pregunta me cogió por sorpresa.
—¿Qué?
Sus cejas se fruncieron.
—Pensé que así era como se invitaba a salir a una chica.
—No, es verdad, es que no me lo esperaba.
—¿No esperabas que te invitara a salir? —Me apretó más contra
su musculoso cuerpo—. ¿Qué estamos haciendo, entonces? He
estado fuera de circulación por un tiempo, pero pensé que así era
como funcionaban las citas.
Me reí.
—Lo siento, sigues tomándome por sorpresa.
—Te dije que soy malo relacionándome con la gente.
—No eres malo relacionándote con la gente. A veces eres un poco
directo o brusco.
—Entonces, sí o no. No soy bueno con las pistas sutiles, vas a
tener que ser directa.
Sonriendo, le eché los brazos al cuello.
—Sí. Definitivamente sí a una cita.
—Bien. Te recogeré a las seis.
—Me parece bien. —Aunque podría haberme quedado allí todo el
día, envuelta en los brazos de Josiah, técnicamente estaba
trabajando, aunque fuera fin de semana—. Probablemente debería ir
a hacer algunas entrevistas y tomar más fotos. Esta es mi primera
gran misión y no quiero estropearla.
Se inclinó y me plantó un beso firme en los labios.
—Ve por ellos. 193
De mala gana, me alejé, con la cabeza en blanco. ¿Cómo iba a
concentrarme en ser periodista después de «aquello»?
Pero tenía un trabajo que hacer. Volví con Sandra y me dio la
cámara.
—No estás segura de que sea tu novio, ¿eh?
—Sí, bueno, tuvimos un comienzo confuso. No quería suponer y
acabar pareciendo más idiota de lo normal. —Me puse la correa de
la cámara alrededor del cuello—. ¿Hacia dónde deberíamos
dirigirnos ahora?
—Este es tu trabajo. Tú guías el camino.
Eché un vistazo al festival. Lou no me había dado muchas
indicaciones. La mayoría de las veces se había limitado a refunfuñar
que, de todos modos, nadie iba a leerlo, así que podía hacer lo que
quisiera.
No era precisamente una actitud optimista, pero en realidad no lo
culpaba.
Aun así, si pudiera hacer el artículo interesante, quizá nos daría
un empujoncito.
—A la gente siempre le gusta hablar de sí misma —dije.
Sandra parecía confusa.
—¿Qué?
—Estoy pensando en voz alta. Si a la gente le gusta hablar de sí
misma, apuesto a que le gustaría verse impresa. Creo que ese es el
problema del Tribune. Intenta ser algo que no es. Ponemos todas las
cosas de Tilikum en la sección local en el medio del periódico.
Deberíamos empezar con ella. Somos un pequeño periódico local,
así que deberíamos actuar como tal.
—Si puedes convencer a Lou.
—No voy a convencerlo, voy a demostrárselo. 194
—Me encanta tu optimismo.
Sonreí.
—A veces es todo lo que tengo.
La idea que se formó en mi mente no era tanto un plan, eso
sonaba demasiado organizado, como un concepto vago. Pero
confiaba en que funcionaría. Teníamos que hacer que el Tribune
fuera único, que ofreciera a los residentes de Tilikum algo que no
pudieran conseguir en ningún otro sitio. De lo contrario, el número
de lectores seguiría disminuyendo y, finalmente, tendría que cerrar.
Lou tenía buenas intenciones, pero estaba demasiado anclado en sus
costumbres. Demasiado atascado para ver las posibilidades.
Así que tendría que enseñarle.
Lo que significaba que tenía que tomar unas fotos estupendas y
entrevistar a algunas personas interesantes.
Dejé a Sandra y emprendí mi búsqueda periodística. Los juegos
eran el lugar obvio para empezar. Hice fotos de los competidores
jalando troncos y de la competición femenina de tiro con arco.
Entre sesión y sesión fotográfica, me dediqué simplemente a
hablar con la gente. ¿Quiénes eran y por qué habían venido al
festival? ¿Cuál era su evento favorito? ¿Habían encontrado algún
tesoro inesperado en el mercado?
Hablé con una familia de cinco miembros que ya no vivía en
Tilikum pero llevaba a sus hijos al festival todos los años. Era uno de
los mejores momentos del verano. Hablé con un señor mayor que
había vivido en Tilikum toda su vida y me contó todo sobre la
disputa que había existido entre las familias Haven y Bailey. Charlé
con un grupo de bomberos, con una mujer mayor llamada Mavis a
la que claramente le encantaba mirar a dichos bomberos, y con un
recién graduado del instituto que había decidido quedarse en el
pueblo y asistir a la Universidad de Tilikum en otoño.
Después de detenerme a tomar un montón de notas en mi 195
teléfono, tenía tantas ideas, caminé hacia el otro lado del parque,
hacia donde había dejado mi auto. Tenía material de sobra para un
artículo sobre el festival, así como algunas ideas para hacerlo y para
que el Tribune en su conjunto resultara más interesante para los
lugareños.
Volví a sentir un extraño cosquilleo, como si me hubieran tocado
la espalda. Se me aceleró el corazón y miré con recelo por encima
del hombro.
¿Ese era Colin?
En cuanto miré, un grupo de personas caminaba delante de él,
impidiéndome verlo. ¿Había sido él? Solo lo había visto un segundo,
así que no podía estar segura. Pero se parecía mucho a él y, fuera
quien fuera, miraba en mi dirección.
¿Estaba Colin aquí, observándome?
La gente pasó de largo y el hombre desapareció.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Seguí mirando a mi
alrededor, pero no vi a Colin entre la multitud. El parque estaba
repleto de gente, pero nadie parecía prestarme atención.
Quizá había sido mi imaginación. Colin tenía una especie de
aspecto genérico de hombre de negocios. Podría haber sido otra
persona y yo estaba sacando conclusiones precipitadas.
Pensé que podía culpar a mi infancia. Mis padres estaban tan
preocupados por nuestra imagen que me inculcaron cierta cautela
cuando estaba en público. Probablemente eso era lo que me ponía
nerviosa ahora.
El fantasma de mi padre aún se cernía sobre mi vida.
Seguí caminando. Era un recordatorio de por qué había dejado mi
pueblo natal. Por qué estaba tan decidida a no volver.
Pero esto no era Pinecrest. Aquí la gente no conocía ni se
preocupaba por Audrey Young, la hija de Darryl y Patrice. Solo era
Audrey, la chica nueva que trabajaba para el periódico. 196
Además, tenía una cita con Josiah Haven esta noche. Eso era
suficiente para ahuyentar la sensación de inquietud que intentaba
abrirse camino a través de mí.
5 DE JULIO

Odio verla feliz.


Lo odio.
Verla me revuelve las tripas de rabia, pero verla feliz es mucho peor.
Siempre está contenta. Siempre con esa puta sonrisa. Porque pase lo que
pase, su vida es genial. Es perfecta.
Siempre mejor que la mía.
Quizá no debería haber tomado esas fotos. Pero ahora que las tengo, no
puedo dejar de mirarlas. Está de puntillas, acercándose para besar a ese
197
montañés neandertal peludo. No sé lo que ve en él y realmente no me
importa.
Odio verla tan jodidamente feliz.
Tengo que hacer algo al respecto. Ella vino aquí. Ella es la que volvió.
Todo estaba bien antes. No la quiero aquí. No la soporto.
Tengo que hacer que se vaya. Tiene que irse.
Capítulo 21
Josiah
No estaba nervioso.
Un tipo como yo no se ponía nervioso por una cita. Había estado
en montones de ellas. Tal vez había pasado un tiempo, pero eso fue
por elección, no por falta de oportunidades. Diablos, la tía Louise
trataba de arreglarme citas todo el tiempo.
Pero había algo dentro de mí cuando llegué a casa de Audrey. Un

198
zumbido, como el de un chupito de buen tequila. Me gustó.
Salí y me acerqué a su puerta. Max estaba con las patas delanteras
en el alféizar de la ventana, moviendo la cola como un loco.
—Dile a tu mami que estoy aquí, ¿de acuerdo?
No sabía por qué le hablaba a su perro a través de la ventana. Tal
vez se me estaba pegando; ella le hablaba todo el tiempo. Llamé a la
puerta y Max desapareció unos segundos antes de reaparecer en la
ventana, moviendo la cola aún más rápido.
La puerta se abrió y Audrey apareció vestida con una camiseta
verde musgo, pantalones cortos negros de ciclista y botas de
montaña. Llevaba el pelo recogido en una coleta y una chaqueta
colgada del brazo.
—¿Esto funciona? —Señaló su ropa.
Yo estaba bastante desinteresado en una cita normal para cenar.
Así que le dije que se vistiera para estar fuera y, si quería, iríamos de
excursión.
—Perfecto. —La miré de arriba abajo, apreciando la forma en que
los pantalones cortos de ciclista mostraban sus curvas y sus
sensuales piernas—. No es una caminata difícil, pero esos zapatos
no son nuevos, ¿verdad?
—Oh, no, los tengo desde hace tiempo.
—Bien. No me gustaría que te salieran ampollas y tener que
cargarte en mi espalda.
Sonrió y mi emoción aumentó.
—Vamos, llevarme a caballito por una pendiente traicionera fue
muy divertido.
—Especialmente con un perro apestoso.
—Esa no fue nuestra mejor noche. Pero no te preocupes, mis
zapatos ya están bien usados y no será necesario que me lleves en tu
espalda.
—Bien. —Miré al perro—. ¿Listo, Max? 199
—¿Viene Max también?
—¿Le gusta ir de excursión?
—Sí, le encanta.
—¿Y quieres traerlo?
—Bueno, sí.
—Entonces viene.
No sabía por qué me miraba con cara de asombro, como si
acabara de hacer algo sorprendente o lo que fuera. Íbamos a salir de
excursión. Por supuesto que su perro podía venir.
Además, me caía bien.
Subimos a mi camioneta. Había sitio para Max en el asiento
trasero y se las arregló para meter medio cuerpo adelante en la
consola central. Tenía que admitir que su felicidad era contagiosa.
Tenía toda la alegría de una criatura que no podía imaginar nada
mejor en la vida que dar un paseo en camioneta con su mami. Y
conmigo, aparentemente, pero supuse que su felicidad perruna se
debía sobre todo al viaje.
Los llevé por una carretera secundaria que conducía al extremo
del lago Tilikum. Audrey miraba el paisaje con una pequeña sonrisa
en la cara. Y era bonito. Los pinos se entremezclaban con flores
silvestres que florecían en macizos donde el suelo recibía suficiente
sol y las hierbas altas aún estaban verdes por la nieve derretida y la
lluvia de primavera.
El camino de tierra terminaba en un pequeño claro con espacio
suficiente para dar la vuelta. Me estacioné, apagué la camioneta y
agarré la mochila.
Miré sus piernas desnudas. Se le veía mucha piel con esos shorts
tan sexys.
—Espera. Vas a necesitar repelente.
—Buena idea, gracias.
Le di el repelente y salimos. Max estaba ansioso por explorar, 200
pero se quedó cerca. Ella se roció los brazos y las piernas y yo me
rocié los brazos. Llevaba pantalones largos, pero tenía los brazos
desnudos, y el ataque de los insectos tiende a arruinar una velada
por lo demás agradable.
—¿Lista? —pregunté, poniéndome la mochila.
—Sí. ¿Adónde vamos?
Señalé hacia el sendero.
—Por ahí. Es un ida y vuelta, solo un par de kilómetros.
—¿Qué hay al final?
—Ya verás.
Volvió a sonreír. Maldición, me gustaba hacerla hacer eso. Toda
su cara brillaba.
—Bien, entonces ve delante.
Empezamos a caminar por el sendero. Era lo bastante ancho como
para caminar uno al lado del otro y me alegré del trabajo que mis
hermanos y yo habíamos hecho para mantenerlo abierto. Por
supuesto, dado que seguíamos siendo un grupo de chicos solteros,
tenía la sensación de que no era el único que lo utilizaría para una
cita. Sobre todo con el espectacular paisaje del final.
—¿Cómo supiste de la existencia de este sendero? —preguntó—.
No vi ninguna señal.
—No hay ninguna. Es propiedad privada.
—¿Se nos permite estar aquí?
—Sí, es propiedad de mi familia.
—Guau. Esto es increíble.
—Es bonito. En realidad, si subieras la colina que hay detrás de tu
casa y siguieras avanzando, saldrías por ahí. —Señalé vagamente en
dirección al sendero que bordeaba el río.
—¿Vive alguien aquí?
201
—No. Hace unos seis años heredamos un montón de tierras.
Vendimos gran parte, pero nos quedamos con esta parcela. Así es
como papá y yo empezamos con nuestro negocio.
—Está muy bien que trabajes con tu padre. Debes de tener una
buena relación con él.
—Es un buen tipo.
—¿Y tu madre? ¿Cómo es ella?
—Ella es genial. Técnicamente, Marlene es mi madrastra, pero la
considero mi madre.
—¿Lleva mucho tiempo con tu padre?
—Sí, era bastante joven cuando se juntaron.
—¿Está bien si pregunto qué pasó con tu madre biológica?
Me quedé callado un momento, mientras los escombros secos
crujían bajo nuestros pies, preguntándome cómo responder. O si
quería responder.
—Prácticamente se fue.
—Oh, lo siento. ¿Tienes algún contacto con ella?
—No.
—Debe ser duro.
Corrí la correa de la mochila.
—Hizo su elección y no fuimos nosotros. No puedo hacer mucho
al respecto. Y mi madre, Marlene, siempre nos trató como a sus
propios hijos. Así que no me perdí de tener una mamá.
—Tu madre, Marlene quiero decir, se ve que es increíble.
—Sí, lo es. ¿Y tú? ¿Cómo son tus padres?
—Mi madre es, no sé. Es un poco nerviosa. Mi padre era muy
activo en la política del pueblo, así que ella siempre estaba en el
202
punto de mira con él. No sé si le encanta llamar la atención o se ha
acostumbrado tanto que no sabe vivir de otra manera. Y mi padre
murió hace un par de años. Tenía continuos problemas de salud y
no se cuidaba en absoluto, así que no fue una gran conmoción.
—Siento oír eso.
—Gracias. Odio admitirlo, pero no estaba devastada ni nada.
Estaba triste, pero más por mi madre que por mí. No era fácil vivir
con mi padre. Quería tener una mejor relación con él, pero era como
si apenas lo conociera. Estaba el tipo que se mostraba en público, al
que todo el mundo quería. Y luego estaba el tipo que era en casa, y
era tan diferente. No parecía muy interesado en mí en privado,
¿sabes? Yo era buena para su reputación, así que delante de los
demás fingía ser un padre muy implicado. Pero en privado, lo que
más quería era que lo dejara en paz.
No sabía qué decirle. Hacer que la gente se sintiera mejor no era
realmente mi área.
—Eso apesta. Lo siento.
Se detuvo y me miró.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por decir que es un asco y no intentar arreglarlo o ponerle
excusas o decirme que debería haberlo intentado más. Lo juro, cada
vez que hablo con alguien sobre mis problemas con mi padre, recibo
las respuestas más extrañas. Es como si la gente no pudiera soportar
escuchar algo incómodo y quisieran arreglarlo. Pero él ya no está, no
hay forma de arreglarlo. No tuve una gran relación con él y nunca la
tendré y sí, eso apesta.
—Tienes razón. Es un asco.
—Y también el hecho de que tu madre te dejara.
Miré hacia los árboles. No me gustaba hablar de ella. Era más fácil
fingir que no importaba. 203
—Sí, apesta mucho, en realidad.
Una parte de mí quería decir más. Admitir que me dolía. Que
odiaba saber que no fui suficiente para hacer que se quedara.
Pero no lo hice. No me salían las palabras.
Audrey me tomó la mano y la apretó.
—Lo siento.
La miré a los ojos. Tenía razón, había algo reconfortante en
aquella simple respuesta. No iba a intentar convencerme de que yo
era suficiente, ni a decirme que mi madre había sido una persona
terrible por dejar a su marido y a sus tres hijos, ni que debía
alegrarme de tener a Marlene. No me estaba diciendo cómo
sentirme. Solo reconocía el dolor.
Asentí y le apreté la mano.
Seguimos avanzando mientras Max daba vueltas a nuestro
alrededor. Olisqueaba entre las agujas de los pinos y se detenía de
vez en cuando para orinar en el tronco de un árbol. En lugar de
resultar incómodo, el silencio era confortable.
El sendero ascendía en una pendiente gradual y luego se
enganchaba a la derecha y giraba cuesta abajo. El rugido del agua se
elevaba a la distancia.
—¿Qué es eso? ¿Es agua?
—Ya lo verás. Está un poco más adelante.
Tomamos otra curva y el sendero se abrió a las aguas cristalinas
del lago. Una cascada se precipitaba desde su altura rocosa,
lanzando rocío blanco al aire del atardecer.
—Es tan bonita —dijo, con la voz llena de asombro—. No puedo
creer que este lugar no esté lleno de excursionistas.
—No mucha gente lo conoce. —Señalé la pared rocosa del
acantilado—. Mis hermanos y yo solíamos venir aquí a escalar y
luego saltar.
—Estás de broma. ¿Cómo no te mataste?
204
—Fue una estupidez. Teníamos que llegar lo más cerca posible de
la cascada. Allí es profundo, pero a ambos lados, solo hay rocas.
Max corrió hasta la orilla del lago y olfateó el agua.
—¿Audrey?
—¿Sí?
—¿Max sabe nadar?
—Sí, pero…
Fuera lo que fuera lo que iba a decir, ya era demasiado tarde. Su
perro se lanzó al agua y empezó a nadar.
—Oh, no. Va a hacer que tu camioneta huela a perro mojado.
Me reí entre dientes. Parecía tan satisfecho de sí mismo que ni
siquiera podía enfadarme.
—No pasa nada. ¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre, en realidad. ¿Empacaste la cena?
—Por supuesto. —Me quité la mochila y la dejé en el suelo—.
¿Qué pensabas que estábamos haciendo aquí?
—Solo una caminata, supongo. Un picnic junto a una cascada es
tan…
—¿Qué?
—Romántico.
—¿Debería sentirme insultado porque no crees que puedo ser
romántico?
Se rio.
—No. Es solo que no estaba segura de qué esperar en una primera
cita con Josiah Haven. No dejas de sorprenderme.
Sorprenderla se sentía bien, igual que hacerla sonreír.
Encontré un sitio llano y desempaqué el picnic que había traído.
En retrospectiva, debería haber traído una manta, pero no se me
205
había ocurrido. Aun así, tenía bocadillos del Copper Kettle,
frambuesas que había comprado en el mercado del festival y una
botella de vino que había envuelto en una toalla para mantenerla
segura. No tenía copas, pero a Audrey no parecía importarle beber
vino en vasos de plástico, así que no me preocupé.
Llamó a Max para que saliera del agua antes de sentarnos a
comer. Por suerte para nosotros, se sacudió casi todo en la orilla del
lago y solo nos alcanzó un poco de agua. Pero olía a perro mojado.
Le había traído una golosina y se sentó a roerla mientras cenábamos.
Me gustaba el sonido del agua. Solía deshacerme los nudos de la
espalda y me hacía sentir en paz. Nunca había traído a una chica
hasta aquí y me alegré de que fuera Audrey. El sordo rugido de la
cascada como telón de fondo de nuestra primera cita me pareció
profético, de algún modo. Como si significara algo.
Eso me puso nervioso, pero lo dejé a un lado. Solo era una cita.
No tenía que preocuparme de adónde iba ni de cuánto tiempo se iba
a quedar.
Es más fácil decirlo que hacerlo, pero la comida era buena, la
compañía mejor y el entorno, sereno.
Hablamos mientras comíamos, de su trabajo y del mío. Sobre la
casa que estaba remodelando y mis planes para ella. Sobre mis
sobrinos y la vieja disputa entre los Haven y los Bailey. Sobre
travesuras y ardillas y las rarezas de la vida en Tilikum.
No dejaba de mirarla mientras hablaba. Tenía ideas para ayudar a
resucitar el periódico, pero podría haber estado hablando de
cualquier cosa y me habría quedado hipnotizado. Me gustaba oír su
voz, ver cómo movía la boca, verla sonreír.
Finalmente, el aire frío empezó a molestarnos mientras el sol se
ocultaba tras los picos de las montañas. Recogí los restos de la
comida y comenzamos a descender por el sendero, dejando atrás el
rugido de la cascada.
206
La tomé de la mano. Me sentí bien.
Max trotó alegremente a nuestro alrededor, zigzagueando de un
lado a otro del sendero. Todavía había luz del sol cuando llegamos a
mi camioneta, pero por poco tiempo. Audrey subió con una sonrisa
de satisfacción y yo me pavoneé un poco. Habíamos tenido una cita
condenadamente buena, si me permitía decirlo.
Diablos, hasta yo la había disfrutado.
No pensaba demasiado en lo que iba a pasar esta noche mientras
conducía de vuelta a casa de Audrey. Un poco, al fin y al cabo soy
un hombre. Pero si nos dábamos las buenas noches afuera y ya está,
me parecía bien. Aunque me hubiera encantado desnudarla,
también dudaba lanzarme a algo demasiado pronto.
Sin embargo, cuando llegué a la entrada de su casa, ese zumbido
regresó: la sensación de expectación me golpeó como el calor de una
hoguera.
Hasta que vi su puerta.
—Dios mío —dijo—. ¿Qué es eso?
Incluso con la luz menguante, estaba claro. Alguien había
garabateado la palabra «puta» en letras grandes en la puerta de su
casa.
Y basándome en el color óxido, tuve la sensación de que no
habían usado pintura.

207
Capítulo 22
Audrey
—Quédate aquí.
Dejó las llaves en el contacto y Josiah salió y cerró la puerta de la
camioneta tras de sí. Se me aceleró el corazón al verlo acercarse
cautelosamente a la casa y se me revolvió el estómago de miedo al
ver aquella palabra garabateada en mi puerta.
¿Quién haría algo así? ¿Y qué le había hecho yo?
Max pareció darse cuenta de la tensión de la situación. Saltó al
asiento de Josiah y gimoteó un par de veces.
208
—Tenemos que esperar aquí unos minutos. No sé lo que hay ahí
afuera.
Como si me entendiera, se sentó.
Josiah inspeccionó la puerta principal y los alrededores. Levantó
una mano para que me quedara donde estaba y luego dio una
vuelta alrededor de la casa. No me gustaba esperar mientras él no
estaba a la vista, así que le puse seguro a las puertas hasta que
regresó por el otro lado.
Finalmente, se acercó a mi lado de la camioneta. Bajé la ventana.
—Hay otra ardilla. Déjame deshacerme de ella antes de que dejes
salir a Max.
—¿Una ardilla? —Miré horrorizada hacia la puerta—. ¿Eso
significa…?
—Eso parece.
¿Alguien había matado una ardilla y escrito en mi puerta con su
sangre?
Esto no puede estar pasando.
—En realidad, probablemente no debería moverla —dijo—. Tengo
que llamar a Garrett. ¿Tienes una correa para que puedas llevar a
Max adentro?
—Sí, traje una en mi bolso. —Saqué la correa de Max—. ¿Estás
seguro de que estamos a salvo?
Miró a su alrededor. Tenía la mandíbula rígida.
—Me parece que sí y no vi ninguna señal de entrada forzada.
Cerraste la puerta cuando nos fuimos, ¿verdad?
—Sí. Estoy segura de que sí.
—Sigue cerrada y también la puerta trasera. No veo a nadie por
aquí. Parece que hizo esto y se fue.
—¿A plena luz del día? El sol ni siquiera se ha puesto del todo. 209
—Es atrevido, lo reconozco.
—Atrevido y horrible.
No hice la pregunta. Sabía que ambos la estábamos pensando.
¿Quién hizo esto?
¿Fue Colin?
—Entremos —dijo Josiah—. Te acompaño y podemos llamar a mi
hermano.
Le enganché la correa a Max y, con el estómago revuelto, salí.
Josiah me tomó la mano y me llevó a la puerta principal. Mantuve a
Max cerca para que no tuviera ni siquiera la oportunidad de olfatear
a la pobre ardillita que se había quedado atrás.
Con la puerta de entrada bien cerrada, solté a Max de la correa.
No se puso a olisquear por toda la casa, lo que me pareció buena
señal. Si hubiera habido alguien dentro, habría captado su olor. No
era un perro guardián, pero era curioso. Al menos habría seguido el
rastro.
Aun así Josiah hizo un barrido de toda la casa, revisando cada
habitación. Probablemente no era necesario, pero me hizo sentir
mejor.
Volvió y sacó su teléfono. Me senté en el sofá mientras Max se
acurrucaba a mi lado.
—Hola —dijo Josiah—. ¿Tienes un minuto?
Acaricié a Max, sobando su suave pelaje. Me ayudó a
tranquilizarme.
—Te pondré en alta voz. —Tocó la pantalla y me acercó el
teléfono—. Estoy en casa de Audrey. Acabamos de llegar y alguien
ha vandalizado su casa.
—¿Qué tipo de vandalismo?
—Alguien escribió en su puerta con sangre de ardilla. 210
—Josiah, eso no es gracioso.
—No es una broma. La palabra «puta» está garabateada en letras
grandes y hay una ardilla muerta ahí fuera. «Otra» ardilla muerta.
—¿Dónde estás ahora?
—Adentro.
—Deberías haberte quedado afuera. El perpetrador podría estar
allí.
—Las puertas seguían cerradas. No creo que haya entrado. —
Miró a Max—. El perro se habría dado cuenta, ¿verdad? ¿Si alguien
hubiera estado aquí?
—Sí, habría perseguido el olor de alguien que no reconocía.
—Aun así no deberías haber entrado, pero ya que lo hiciste,
quédate donde estás —dijo Garrett—. Estaré allí en un minuto. ¿Qué
casa es?
—Al lado de la nueva.
—Entendido. Voy para allá.
Terminó la llamada y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.
—¿Estás bien?
Respiré hondo y seguí acariciando a Max.
—¿Sí? ¿No? ¿Tal vez? No lo sé, estoy un poco asustada. Pero
también no, sobre todo porque estás aquí.
Su expresión se suavizó y vino a sentarse a mi lado.
—Estás a salvo conmigo. No dejaré que nadie te haga daño.
Parte de la tensión de mi cuerpo se derritió. Le creí.
—¿Crees que esto significa que la otra ardilla fue a propósito? —
pregunté.
—Sí.

211
Como si pudiera leer mi mente y supiera que necesito su contacto,
me tomó la mano. La suya era cálida y fuerte.
Me alegré mucho de que estuviera aquí.
—No entiendo por qué alguien haría esto. No tengo enemigos. Sé
que estás pensando en Colin, y tal vez tengas razón, pero ¿por qué
haría esto ahora? Nuestra relación terminó hace tanto tiempo y lleva
años casado.
—Sí, pero tú no vivías aquí. Ahora has vuelto.
—Ni siquiera estoy en su pueblo. Todavía puede pavonearse y ser
el pez más grande en el estanque más pequeño de Pinecrest y no
estoy allí para molestarlo.
—Para mí tampoco tiene sentido.
—Supongo que no. Estamos hablando de alguien dispuesto a
asesinar a pobres animales indefensos.
—¿Te preocupan las ardillas en todo esto?
—Por supuesto que sí. No hicieron nada para merecer ser un peón
en el horrible juego de un loco. ¿Qué de malo han hecho?
—Son ardillas de Tilikum, así que probablemente sean ladronas.
—Pero ni siquiera por eso merecen morir. El robo no es un delito
capital.
Me apretó la mano.
—Tienes razón. No merecían morir.
No estaba segura de si lo decía para tranquilizarme o si lo decía
en serio, pero probablemente no importaba. Me sentía fatal por las
pobres ardillas, pero pensar en ellas me distraía del hecho de que
alguien había vandalizado mi casa.
Un auto se detuvo en la entrada. Esperé en el sofá mientras Josiah
comprobaba que era Garrett. Lo era, así que dejamos a Max en casa,
menos mal que la natación y el senderismo lo habían cansado tanto,
y volvimos a la escena del crimen.
¿Mi casa como escena del crimen? Esto no puede estar pasando.
Garrett Haven era un tipo alto con unos brazos que hacían
trabajar mucho a su uniforme de ayudante del sheriff. Tenía el pelo
212
rubio oscuro y barba incipiente, en lugar de barba poblada como
Josiah. Se detuvo a unos metros de la puerta y miró arriba y abajo.
—¿Qué carajo? —murmuró.
—Exacto. —Josiah señaló a la pobre ardillita—. Ahí es más o
menos donde dejaron a la otra.
Garrett se agachó para inspeccionar la ardilla. Sacó un bolígrafo
del bolsillo y le dio la vuelta.
—Esto no es un animal atropellado.
Josiah señaló la puerta.
—¿Tú crees?
—Solo quiero decir que alguien podría haber encontrado un
animal muerto y usarlo. Pero este fue un asesinato de precisión.
—¿Es Colin un cazador? —preguntó Josiah.
—No lo creo. Al menos no solía serlo.
—¿Colin es el ex? —preguntó Garrett.
Asentí con la cabeza.
Garrett se levantó y volvió a centrar su atención en la puerta.
—No es muy sutil, ¿verdad? ¿Ha habido algún otro incidente?
¿Alguna vez te han seguido o has notado algo extraño o fuera de
lugar aquí en casa?
—La verdad es que no. —Hice una pausa, preguntándome si
debía mencionar siquiera la extraña sensación que tuve en el
Festival del Hombre Montañés—. No hay nada que pueda señalar
con certeza, al menos.
—¿Qué quieres decir?
—Es solo que cuando estaba en el festival hoy temprano, hubo
algunos momentos en los que sentí que tal vez alguien me estaba
observando o siguiendo. Sé que eso no te da ninguna pista. Pensé
que podría haber visto a Colin, pero no lo vi bien.
—Incluso si lo hicieras, miles de personas van a ese festival —dijo
213
Garrett—. ¿Eso es todo?
—Supongo que también ha habido algunas llamadas telefónicas.
—¿Llamadas telefónicas? —preguntó Josiah—. ¿Qué llamadas
telefónicas?
—Llaman y cuelgan. Vienen de un número restringido y si
contesto no habla nadie. Supuse que eran de publicidad o algo así.
Josiah y Garrett compartieron una mirada.
—Si esto no hubiera ocurrido, te diría que no te preocuparas por
las llamadas —dijo Garrett—. Pero esto sucedió, así que tenemos
que investigarlo. Tengo que traer a nuestro equipo de la escena del
crimen. Dame unos minutos.
Garrett se alejó y cogió su radio. Lo oí usar las palabras «situación
potencial de acosador».
Sentí un escalofrío.
Me abracé a mí misma.
—Cree que tengo un acosador.
—Obviamente tienes un acosador.
—¿Y si no es por mí? —El tono de mi voz empezó a subir—. ¿Y si
quien hizo esto se equivocó de casa? ¿O era para alguien que vivía
aquí y no sabe que se ha mudado?
Josiah puso sus manos sobre mis brazos, sujetándome con un
suave pero firme agarre.
—Vamos a averiguar quién hizo esto, ¿de acuerdo?
Asentí, deseando desesperadamente creerle.
Garrett se acercó. Quería el nombre completo de Colin y cualquier
información de contacto que tuviera, así que se la di.
—Vamos a necesitar procesar la escena —dijo—. ¿Qué has
tocado?
—Solo el pomo de la puerta —dijo Josiah—. No toqué ni moví
214
nada más.
—¿La ardilla estaba allí cuando la encontraste?
—Sí, no tenía prisa por recoger otro animal muerto.
—Me parece justo. No sé si encontraremos mucho. Parece que
quien hizo esto habría llevado guantes, pero nunca se sabe y
hablaremos con los vecinos. A ver si alguien captó algo en una
cámara de la puerta principal.
—Mañana instalaré una de esas. —Josiah sacudió la cabeza—.
Debería haberlo hecho después de la primera ardilla.
—¿Qué vas a hacer con la ardilla? —le pregunté.
—La embolsaremos y la llevaremos a la comisaría para que la
examinen.
—¿Y después qué?
Garrett frunció las cejas.
—¿Qué quieres decir?
—Quiere asegurarse de que recibe un funeral apropiado —dijo
Josiah.
Volvió la mirada confusa hacia su hermano.
—¿Un funeral?
Josiah suspiró.
—¿Nos la devuelves cuando hayas terminado?
—Probablemente. —Garrett sonaba más desconcertado que
nunca. Pero no dijo nada más. Solo sacudió la cabeza y caminó de
regreso a su auto.
—Gracias. —Podía sentir mi labio inferior sobresaliendo en un
mohín, pero no podía evitarlo. Había pasado de estar
deliciosamente feliz después de nuestra cita, a horrorizada en un
abrir y cerrar de ojos. Volví a mirar hacia la puerta y me di la vuelta.
No quería seguir mirándola. 215
—Quédate en mi casa esta noche —dijo Josiah. No era una
pregunta.
—¿Seguro? No quiero abusar.
Se acercó y puso su gran mano en mi mejilla.
—Te quedas en mi casa.
Exhalé un suspiro de alivio.
—De acuerdo. Gracias.
Me levantó la barbilla y me besó. Todavía me sentía mareada,
pero besar a Josiah me ayudó. Mucho.
Incluso más que acariciar a Max.
—Ve y trae lo que necesites para ti y Max. Entonces podremos
salir de aquí.
Hice la maleta, cogí algunas cosas para Max y volvimos a la
camioneta de Josiah. Por mucho que odiara la idea de que alguien
me sacara de mi propia casa, aunque fuera por una noche, me sentí
aliviada de no tener que quedarme.
Cuando llegamos a casa de Josiah, ya había anochecido. Le puse
la correa a Max antes de bajar de la camioneta. Con todos los olores
de un lugar nuevo, no quería que se nos escapara. Lo último que
necesitábamos era otra persecución.
Josiah tomó mis cosas y nos llevó dentro. Cerró la puerta tras
nosotros, encendió una luz y se detuvo.
—Lo siento.
—¿Por qué? —pregunté.
—No recibo gente en casa.
Eché un vistazo. No estaba precisamente limpia y ordenada, y me
di cuenta de que la estaba arreglando a medias, pero no estaba
asquerosa ni nada por el estilo.
—No te preocupes. No pasa nada. 216
Me enseñó su casa rápidamente y dejé que Max se paseara
olfateándolo todo. Aunque estaba sin terminar, tenía mucho
potencial.
Y sin duda era una casa de soltero. Teniendo en cuenta que Josiah
no solo tenía buen ojo para la construcción, sino también para el
diseño, no lo había utilizado para nada en su propia casa. Me
pregunté si no lo había hecho pues no pensaba quedarse en la casa
el tiempo suficiente como para molestarse. Tenía lo básico: muebles
en la sala y en uno de los dormitorios y una mesita en la cocina. Pero
los otros dormitorios estaban vacíos y la luz del cuarto de baño extra
no funcionaba.
Terminó de enseñármela y se llevó mis cosas a su dormitorio.
—Puedes dormir aquí. Me quedaré en el sofá.
Intenté ocultar la oleada de decepción que me invadió. No es que
estuviera dispuesta a saltar a la cama con él, no en ese sentido. Claro
que me sentía tremendamente atraída por él, y aquel leñador rudo
probablemente podría hacerme estragos de cien maneras diferentes.
Pero no tenía la cabeza en eso. Estaba cansada y disgustada y no
quería estar sola.
¿Pero qué se suponía que debía decir? ¿Podrías por favor dejarme
dormir en tu cama contigo sin tener sexo?
Eso sería demasiado raro, ¿verdad?
—A menos que… —Hizo una pausa, como si tratara de encontrar
las palabras adecuadas—. No te empujaré a nada.
Decidida a arriesgarme y pedir lo que quería, me encontré con sus
ojos.
—¿Te quedarías aquí conmigo? ¿Aunque solo sea para dormir?
Las comisuras de sus labios se levantaron.
—Sí.
Esa sonrisa me produjo un agradable calor.
No era tarde, pero me alegré de acostarme pronto. Llevé a Max
217
afuera y luego entré para prepararme para ir a la cama. Me sentía un
poco incómoda en el espacio de Josiah. No quería estorbarle. Pero
navegamos por el proceso de prepararnos para ir a la cama sin
demasiadas rarezas y la simple intimidad fue extrañamente
estimulante. Había algo familiar y dulce en el hecho de estar a su
lado en el baño mientras nos lavábamos los dientes y casi
chocábamos al coger la toalla.
Mi corazón latió un poco más rápido cuando nos metimos juntos
en la cama. Max saltó y se decidió por un sitio: solía dormir a los
pies de la cama y no parecía importarle que no estuviéramos en casa
y que hubiera otra persona en la cama con su mami.
Josiah apagó la luz y por un momento sentí que no podía respirar.
Entonces se acercó a mí y me apretó contra él. Respiró hondo y, al
exhalar, la tensión de mi cuerpo se disipó. Era cálido, fuerte y estaba
cerca, y podría haberme quedado en la cama con él para siempre.
Y mientras me dormía, cálida y segura en sus brazos, me enamoré
un poco de Josiah Haven.

218
Capítulo 23
Audrey
La luz se coló por las rendijas de las persianas y tardé un segundo
en recordar dónde estaba. En casa de Josiah. No solo en su casa,
estaba en la cama de Josiah.
Respiré hondo y lo asimilé.
La razón por la que estaba aquí amenazaba con empañar mi
momento de felicidad. Pero aparté la realidad por un momento para

219
poder disfrutar de la sensación de despertarme junto a Josiah
Haven.
Como estaba de espaldas a él, me moví un poco para poder echar
un vistazo, con la esperanza de verlo dormir.
No estaba preparada para lo que vi.
Josiah estaba de lado, frente a mí, y entre nosotros estaba Max. Mi
perro yacía estirado, panza arriba, arropado junto a Josiah en un
feliz sueño perruno. Era lo más bonito que había visto nunca. Josiah,
que al principio se había mostrado algo indiferente hacia Max,
básicamente lo estaba acurrucando mientras dormía.
Si no me hubiera enamorado un poco de Josiah la noche anterior,
lo habría hecho entonces.
Max pareció darse cuenta de que lo estaba mirando. Abrió los ojos
y se despertó en un segundo. Saltó de la cama moviendo la cola.
—Ya voy —susurré—. Dame un segundo.
Lancé una mirada anhelante a Josiah. Parecía tan grande, cálido y
cómodo. Me habría encantado arroparme contra aquel cuerpo
corpulento, pero no quería poner a prueba los límites de la vejiga de
Max. Me levanté con cuidado de no despertarlo y me llevé a Max
afuera.
Teniendo en cuenta todo lo que había pasado, decidí llamar a mi
madre. No quería preocuparla, pero sabía que se enfadaría si no la
ponía al corriente. Era temprano, ella siempre ha sido madrugadora.
Sabía que estaría levantada. Mientras Max husmeaba por el jardín,
saqué mi teléfono y la llamé.
—¿Hola? —respondió.
—Hola, mamá. Siento que sea tan temprano.
—¿Lo es? Llevo un rato levantada. ¿Cómo estás?
—Bien. Más o menos. En realidad, algo espeluznante sucedió
anoche. Pensé que debería llamarte y contarte lo que está pasando.
—¿Estás bien? —preguntó, con voz repentinamente preocupada.
—Sí, estoy bien. Fue desconcertante pero no estoy herida ni nada. 220
—¿Qué ha pasado?
—Esto va a parecer una locura, porque lo es, y no sé cómo
decírtelo si no es diciéndolo sin más. Alguien escribió una palabrota
en mi puerta. Con sangre de ardilla.
—Lo siento, ¿qué has dicho?
—Anoche llegué a casa y alguien había escrito una palabrota en
letras grandes con sangre de ardilla. Dejaron a la pobre ardillita
delante de la puerta.
—¿Quién haría algo así? ¿Has llamado a la policía? ¿Los han
encontrado ya?
—No lo sé, y sí, y no.
—Deben haberlo hecho en la casa equivocada. Alguien no te
atacaría así.
—Esa también es una de mis teorías, pero no lo sé. Había otra
ardilla muerta fuera de la casa no hace mucho, pero no le di mucha
importancia. Hay mucha vida silvestre por aquí, pensé que
simplemente había muerto allí. Pero ahora no estoy tan segura.
—Tienes que mudarte a casa. Inmediatamente.
Puse los ojos en blanco.
—Aunque agradezco tu oferta, no creo que sea buena idea.
—Audrey, no puedes quedarte en esa casa.
—Vino la policía y están haciendo todo lo que pueden.
—Todavía no puedes quedarte en esa casa.
—Mamá, tengo un contrato de alquiler. Y un acto de vandalismo
que podría haber sido al azar o un error no va a hacer que me mude.
—Puede que no haya sido al azar o un error.
Seguí a Max hacia la entrada.

221
—Lo sé.
Respiró hondo, como si estuviera a punto de decirme algo
importante o posiblemente difícil de oír.
—Sabes que tu padre era querido y respetado en Pinecrest, pero
cualquiera que entra en política se hace de enemigos.
Hice una pausa para pensar en lo que realmente estaba diciendo.
—¿Así que crees que alguien de Pinecrest averiguó dónde vivo y
escribió «puta» en mi puerta con sangre de animal para vengarse de
mi padre, que falleció hace dos años?
—Cosas más raras han pasado.
—Mamá, ¿alguien te ha estado vigilando? ¿Vandalizó tu casa y no
me lo dijiste?
—Oh no, desde luego que no.
—Bueno, parece que si papá tuviera enemigos que hicieran este
tipo de cosas, irían por ti primero.
—Quizás. Aunque mi sistema de seguridad podría ser suficiente
disuasión. Podrían haber intentado llegar hasta mí y haberse
conformado contigo en su lugar.
¿Realmente mi madre estaba sugiriendo que era una víctima de
vandalismo de segunda mano? No pude evitar suspirar.
—Hablaré sobre papá con la policía por si quieren seguir esa
pista.
—Asegúrate de hacerlo.
Aunque de ninguna manera iba a sugerirle a mi madre que Colin
pudiera ser el perpetrador, me pregunté si lo habría visto
últimamente y si se habría comportado de forma diferente.
—Hablando de gente de Pinecrest, no has visto a Colin
últimamente, ¿verdad?
—Lo veo de vez en cuando. ¿Por qué?
—Solo me lo preguntaba. Me encontré con él no hace mucho y me
pareció algo raro.
222
—Ambas sabemos qué le pasa a Colin.
Volví a poner los ojos en blanco.
—Sé que crees que se casó con la mujer equivocada, pero llevan
juntos mucho tiempo. Seguro que están bien.
—Apenas están bien. Todo el mundo sabe que ella tiene una
aventura con su jefe.
Si Pinecrest y Tilikum se enfrentaran para ver qué pueblo tiene
más chismes, cualquiera podría ganar. Algo que «todo el mundo
sabía» en Pinecrest podía ser cierto o una invención total. Era
imposible saberlo.
—Eso podría ser solo un rumor.
—Los rumores suelen estar arraigados en la verdad. Me siento
fatal por el pobre hombre.
Quería contarle lo que había pasado cuando había visto a Colin en
el Timberbeast. No había actuado como correspondía a un hombre
que estaba casado con otra persona, independientemente de si su
mujer le estaba siendo infiel o no. Pero ella se limitaba a excusarlo
como siempre.
—Mira, realmente no puedo preocuparme por el matrimonio de
Colin en este momento. Tengo problemas más grandes.
—En efecto, Audrey. Lo digo en serio, dile a la policía que esto
probablemente iba dirigido a ti por tu familia.
—Bien, mamá, lo haré.
—Bien. ¿Estás segura de que estás a salvo allí?
Tampoco le iba a decir que me había quedado con Josiah anoche.
En algún momento le diría que estábamos saliendo, pero no
necesitaba saber que había dormido en su cama. Ella encontraría
una manera de sermonearme al respecto.
—Sí, mamá. Estoy a salvo y tengo amigos en el pueblo a donde 223
puedo ir si lo necesito.
—Siempre puedes venir aquí. Lo digo en serio. Incluso con el
perro.
Sonreí y mi expresión se suavizó. Sabía que lo decía en serio.
—Gracias, mamá. Lo tendré en cuenta.
—De acuerdo. Mantenme informada de lo que encuentre la
policía.
—Lo haré. Hablamos luego.
Terminé la llamada. Las relaciones madre e hija eran tan
complicadas a veces. Su insistencia en que esto podía tener algo que
ver con mi padre era tan frustrante. Por supuesto, ella iba a hacer
que se tratara de ellos y no de mí. Pero notaba la preocupación en su
voz, sobre todo cuando se ofreció a que me quedara en su casa otra
vez. No era perfecta y las cosas entre nosotras no siempre iban bien,
pero seguía siendo mi madre y se preocupaba por mí.
—Vamos adentro, Max.
Me siguió y le preparé el desayuno. Aunque me hubiera
encantado volver a la cama con Josiah, tenía que ir a trabajar.

El gimnasio del instituto estaba abarrotado. Habían colocado filas


de sillas plegables frente al escenario y la mayoría parecían estar
ocupadas. El ruido de decenas de conversaciones resonaba en las
cavernosas paredes y había un zumbido de energía en el aire.
Volví a casa de Josiah después del trabajo y me dijo que había una
reunión de emergencia en una hora. Eso me había dado el tiempo
justo para cambiarme y comer algo rápido.
Me tomó de la mano y me condujo al gimnasio, dejando atrás a
grupos de personas que aún no se había sentado.
224
—¿Es una asistencia normal? —pregunté.
—Depende. Obviamente algo tiene a todo el mundo alterado.
—¿Pero tu padre no dijo de qué se trataba?
—No. —Hizo una pausa y estiró el cuello, mirando a la
multitud—. Ahí están.
Me llevó a la entrada, donde reconocí a su padre, Paul. Aún no
me lo había presentado, pero lo había visto varias veces en la
remodelación. Era un tipo grande, de brazos gruesos y velludos y
barba canosa. Una mujer que debía de ser Marlene estaba de pie con
la mano metida en el pliegue de su brazo. Llevaba gafas de montura
azul y un vestido con margaritas.
—¿Qué está pasando? —preguntó Josiah.
—Las ardillas —dijo Paul.
—¿Qué?
—Dos asesinatos de ardillas y ambos en una de nuestras
propiedades. La gente está preocupada.
—Alguien ha vandalizado la casa de Audrey y ¿el pueblo está
preocupado por las ardillas? —Me miró—. Oh, esta es Audrey.
—Soy Marlene, este es mi marido Paul —dijo—. Lamento que nos
encontremos en circunstancias menos que ideales.
—Aun así, encantada de conocerlos.
Sonrió.
—A ti también.
Un golpecito en el micrófono captó nuestra atención y la algarabía
de la sala empezó a apagarse.
—Buenas noches. —Un hombre mayor vestido con una camisa
azul y pantalones color canela se paró en el escenario—. ¿Pueden
oírme todos?
—Podemos oírlo, alcalde —dijo alguien desde el fondo. 225
—Excelente. Si todo el mundo puede tomar asiento,
empezaremos. —Señaló hacia el fondo—. ¿Hay suficientes sillas?
Podemos traer más si es necesario.
Esperó un momento mientras la gente se sentaba. Paul nos indicó
con un gesto que nos sentáramos junto a él y Marlene, en primera
fila.
—Residentes de Tilikum, gracias por venir esta noche —dijo el
hombre en el escenario—. Si no me conocen, soy Bill Surrey, y tengo
el honor de ser el alcalde de este bonito pueblo.
El público respondió con un cortés aplauso.
—Gracias. Como todos saben, ha habido algunos incidentes
perturbadores aquí en Tilikum. La señorita Young, una recién
llegada a nuestro pueblo, sufrió de vandalismo grotesco en su casa.
—Se centró en mí—. Señorita Young, mis más sinceras disculpas.
Nos enorgullecemos de la seguridad de nuestra comunidad y le
aseguro que el sheriff Cordero y su equipo altamente capacitado
están haciendo todo lo posible para encontrar al perpetrador de este
atroz crimen.
Señaló a un hombre de uniforme que estaba a un lado. Era tan
intimidante como Josiah. Más mayor, con canas en el pelo y la barba,
pero no había duda de que parecía peligroso. Parecía un sheriff, sin
duda, y uno con el que no querría cruzarme.
No sabía si debía levantarme y decir algo o simplemente
reconocer lo que había dicho. Asentí con la cabeza y me pareció que
había acertado, porque continuó.
—Con el aspecto humano del crimen en manos de la ley —dijo,
haciendo de nuevo un gesto al sheriff Cordero—, podemos confiar
plenamente en que el delincuente o delincuentes implicados serán
detenidos y acusados con todo el peso de la ley.
El público volvió a aplaudir y algunos gritos de «¡Sheriff Jack!» se
elevaron detrás de mí.
—Pero eso nos deja con otro problema y la razón de esta reunión
municipal de emergencia de esta noche. Hasta ahora, dos ardillas
226
han perdido la vida a manos de este criminal o criminales. El buen
sheriff y sus ayudantes tienen las manos ocupadas lidiando con el
crimen. Eso significa que depende de nosotros encontrar soluciones
que tengan en cuenta a nuestra población de ardillas.
—¡Hay que proteger a las ardillas! —gritó alguien desde atrás.
El alcalde Bill señaló.
—Exacto. Sé que las ardillas pueden ser una molestia, pero
basándome en los comentarios que ha estado recibiendo mi oficina,
está claro que tenemos que actuar.
—¡No he sido yo! —gritó una voz áspera.
Las cabezas se giraron. Miré detrás de mí y vi a un hombre con un
chaleco de cuero desgastado y un sombrero de ala ancha, de pie en
medio de una de las filas. Tenía una barba desgreñada y profundas
líneas alrededor de los ojos.
—¿Quién es? —le pregunté a Josiah.
—Harvey Johnston. No está completamente cuerdo. Solía odiar a
las ardillas, pero ahora les construye diminutas mesas de picnic y
esas cosas.
—Gracias, Harvey —dijo el alcalde Bill, levantando la mano en un
gesto apaciguador—. Todos sabemos que tú y las ardillas han tenido
sus diferencias. Pero el pasado, pasado está.
Harvey asintió con gravedad y tomó asiento.
Volví a inclinarme hacia Josiah.
—Solo fueron dos ardillas. Me sorprende que el pueblo se tome
esto tan en serio.
—Quién sabe con esta gente.
—En este momento, me gustaría abrir la palabra para comentarios
e ideas sobre lo que podemos hacer para hacer frente a la situación
—dijo el alcalde Bill.
—Tengo una idea —dijo alguien. 227
—Adelante, Earl.
—Construyamos un zoológico de ardillas. Así podremos reunirlas
a todas y encerrarlas en un recinto.
—Buena idea —dijo alguien—. Así podremos cobrar la entrada.
—Bien, es una idea —dijo el alcalde Bill—. Estamos en una
tormenta de ideas, amigos, así que ya resolveremos los pormenores
más tarde. Qué tal usted, señorita Hembree, veo su mano levantada.
—¿Y si las equipamos con pequeños chalecos antibalas?
—Eh, veamos. No creo que haya mucho peligro de que disparen a
las ardillas. —Se volvió hacia el sheriff Cordero—. ¿Qué piensa
usted, sheriff?
Sacudió la cabeza.
—No nos preocupa la violencia armada contra las ardillas en este
momento.
—Muy bien, es bueno saberlo. Gracias, sheriff. Si no pudieron oír
eso, amigos, no hay razón para preocuparse por la violencia armada
contra las ardillas. ¿Alguien más? —Señaló—. Fiona Bailey.
—Solo quiero decir que no podemos meterlas en un zoológico o
en un recinto. Necesitan estar libres.
—Es un buen comentario, Fiona, gracias. —Señaló a otra persona
entre la multitud—. Adelante, señora Doolittle.
Una anciana diminuta con una bata para estar en casa, color rosa
se puso en pie. Había hablado con ella en el Festival del Hombre
Montañés.
—Podríamos pedir ayuda a los bomberos. Son un grupo de
hombres grandes y fuertes. Seguro que podrían mantener a salvo a
las ardillas.
—Gracias por eso, señora Doolittle. Su admiración por el cuerpo
de bomberos es bien conocida y apreciada.
Josiah se inclinó más cerca. 228
—Mavis Doolittle tiene algo con los bomberos. Solía hacer
denuncias falsas solo para que fueran a su casa hasta que la
amenazaron con multarla.
—¿Alguien más? —preguntó el alcalde Bill—. Adelante, Harvey,
¿tienes algo más que añadir?
Harvey se levantó y se quitó el sombrero, colocándolo contra su
pecho. Curiosamente, me miró directamente.
—Formemos un escuadrón de protección de ardillas.
El alcalde asintió lentamente, como si estuviera digiriendo la idea.
—Me gusta, Harvey. Tiene potencial. Podríamos conseguir
voluntarios para hacer patrullas. No sería infalible, pero algo de
acción es mejor que nada. ¿Qué opina, sheriff?
No sabría decir si el sheriff Cordero parecía divertido o irritado, o
una combinación de ambas cosas.
—Si quieren formar un escuadrón voluntario de protección de
ardillas, son más que bienvenidos. Solo asegúrense de que todos
sepan que no deben interferir en nuestra investigación.
—Lo haré, sheriff. Muy bien, amigos, pondremos en marcha un
formulario de inscripción para los interesados en dirigir algunas
patrullas.
—¿Nos darán camisetas? —preguntó alguien desde el fondo.
—Podemos ver que se puede hacer, claro.
El alcalde Bill terminó con algunos anuncios más, no relacionados
con las ardillas, antes de agradecer a todos su asistencia. Se formó
una cola en la entrada, donde alguien había abierto una hoja de
inscripción para los interesados en formar parte del escuadrón de
protección de ardillas.
—Van muy en serio con esto, ¿no? —pregunté.
—Solo en Tilikum —dijo Josiah moviendo la cabeza.
Paul y Marlene se pusieron de pie. Vi que Paul le daba a Marlene
229
un beso rápido en la mejilla. Fue muy tierno.
—Ha ido bien —dijo Marlene.
Paul frunció el ceño. Me recordó mucho a Josiah.
—Me alegro de que no nos echen la culpa a nosotros. Además, no
son más que un puñado de roedores. No sé por qué tenemos que
preocuparnos de protegerlos.
Marlene le puso la mano en el brazo.
—Los dos sabemos que eso no es todo lo que están haciendo.
Formar un grupo para proteger a las ardillas no es más que una
excusa para implicar a la gente del pueblo en la protección de
Audrey. Todos están conmocionados por lo que le pasó. Quieren
hacer algo al respecto.
Paul refunfuñó algo que no entendí, pero Marlene pareció
entenderlo. Le sonrió. Volvió a besarla en la mejilla y luego fue a
hacer cola para apuntarse al escuadrón de protección de ardillas.
—¡Audrey!
Me giré y vi acercarse a Marigold. Estaba guapísima con una
blusa sin mangas de cuello alto y una falda de flores. Me cogió las
manos y me abrazó con fuerza.
—Me alegro de que estés bien. —Me soltó y dio un paso atrás—.
He oído lo que ha pasado. Es horrible. ¿Tienen alguna idea de quién
está detrás de esto?
—Todavía no.
—Eso debe haber sido muy aterrador. Si no te sientes cómoda
quedándote en tu casa, eres más que bienvenida a quedarte en la
mía. Tengo una habitación de invitados preparada por si la
necesitas.
Josiah me rodeó con un brazo.
—Gracias, Mari, pero la tengo cubierta.
Me dedicó una sonrisa socarrona. 230
—Ya veo. Es muy caballeroso de tu parte, Josiah.
Gruñó en respuesta.
—Es muy amable por tu parte ofrecerte —dije—. Te avisaré si
algo cambia, pero estaré bien.
—Ten cuidado. Todos estamos muy preocupados por ti.
Nos volvimos a abrazar y nos despedimos. Josiah me puso la
mano en la espalda y me llevó afuera.
Se detuvo junto a su camioneta y me levantó la barbilla para que
lo mirara.
—¿Vamos a dormir en mi casa o en la tuya?
Me recorrió una emoción. Me encantaba que no lo considerara
una opción, se quedaba conmigo y punto.
—Cualquiera de las dos opciones me parece bien.
—La tuya, entonces.
—Suena bien.
Me abrió la puerta del acompañante y subí. Tal vez no debería
haber estado tan atolondrada, teniendo en cuenta todo lo que había
pasado. Pero lo estaba. Nada de eso me daba tanto miedo cuando
tenía a Josiah para protegerme.

231
Capítulo 24
Josiah
A las nueve de la mañana, ya hacía calor. El verano había llegado
oficialmente a las montañas y parecía que iba a ser abrasador.
Afortunadamente, el aire acondicionado de la remodelación
funcionaba. Una vez que instalara la cámara en casa de Audrey,
saldría de las inclemencias del tiempo la mayor parte del día.
Max estaba sentado cerca de la puerta de su casa, mirándome
mientras movía la cola. Me había ofrecido a quedármelo hoy. Pensé
que podría hacerlo. Me gustaba tener un compañero de trabajo y le
ahorraría dinero en la guardería.
232
—Espero que el imbécil acosador sea tan estúpido como para
aparecer aquí de nuevo. Diablos, ni siquiera tiene que ser estúpido,
solo arrogante.
Max seguía moviendo la cola.
Puse el último tornillo y comprobé mi trabajo. Se veía bien. La
cámara del timbre era una de las tres que había decidido instalar en
su casa. Las otras dos cubrían zonas que esta no vería, incluida la
puerta trasera. Había puntos ciegos, y no descartaba poner una o
dos cámaras más. Pero, siendo realistas, éstas cubrían el camino de
entrada y las entradas a la casa.
Aun así, pasarse de la raya era tentador.
—La ayudaré a configurar la aplicación en su teléfono cuando
llegue a casa.
No tenía ni idea de por qué le explicaba a Max todo lo que hacía.
No era como si él pudiera entenderme.
Sonó mi teléfono, así que lo saqué del bolsillo para contestar. Era
Garrett.
—Sí.
—Solo informando, aunque no hay muchas novedades. No
recogimos huellas ni fibras, así que es un callejón sin salida.
—¿Y los vecinos? ¿Alguien ha visto algo?
—Nada de nada. No ayuda que no haya casas justo enfrente. Los
Campbell tienen una cámara de timbre, pero no muestra nada útil.
Demasiado lejos. Y la señora Cutter no estaba en casa ese día. Estaba
visitando a su hija.
—Maldición.
—Lo sé. Contactamos con el exnovio, pero tiene coartada.
—¿Y si contrató a alguien?
—Sí, podría haberlo hecho. No lo descarto, sobre todo porque
Audrey no parece tener enemigos. Odio admitirlo, pero esto me 233
tiene perplejo. Escribir en su puerta con sangre de animal es
bastante extremo.
—No me digas.
—¿Has instalado cámaras?
—Sí, acabo de terminar con la última.
—Bien. Eso será un elemento disuasorio nada más.
—La verdad es que no espero que el tipo vuelva a acercarse a la
puerta ahora que hay cámaras. Pero nunca se sabe. Si es lo bastante
arrogante, puede que lo haga.
—Esperemos que, si lo hace, ella no esté en casa. ¿Se está
quedando en tu casa?
—Lo hizo la primera noche. Ahora me quedo en su casa.
—Bien. No quiero que esté sola si podemos evitarlo.
—Créeme, eso no va a pasar.
—Voy a ponerme en contacto con su madre hoy. A ver si puede
decirnos algo. Puede que haya algo que Audrey no esté diciendo o
en lo que no haya pensado. Una vieja rivalidad o algo así.
No creía que Audrey ocultara nada a propósito, pero tenía razón.
Había vivido fuera de la zona durante mucho tiempo y volver
podría haber provocado que alguien le guardara rencor.
Especialmente si ese alguien ya estaba trastornado.
Porque en serio, había que estar desquiciado para matar a una
ardilla y escribir en una puerta con su sangre.
Zachary y yo la habíamos limpiado cuando la policía nos dio el
visto bueno. Algo se había filtrado en la madera, así que la había
lijado y pintado después de la reunión municipal de emergencia.
Ahora ya no quedaba ni rastro.
—Sigue cavando —dije—. Tenemos que encontrar a ese tipo antes
de que haga algo peor.
—De acuerdo. Te mantendré informado. 234
—Gracias.
Terminé la llamada y me guardé el teléfono en el bolsillo.
Mi sangre se llenó de ira cuando pensé en aquel psicópata. Quería
reventarle la cara por lo que le había hecho a mi chica. No solo por
el vandalismo, sino por el miedo y el estrés que le estaba causando.
Audrey era literalmente una de las personas más dulces y
amables que había conocido. ¿Quién querría joderla así?
Mi parte más hastiada se preguntaba si escondía algún secreto.
No quería dudar de ella. Pero no era idiota. Sabía que la gente
podía guardar secretos, incluso la gente buena. Solo esperaba no
estar preparándome para terminar herido.
Un buen recordatorio. Tómate las cosas con calma. Estaba
durmiendo en su casa, a su lado en la cama, y el deseo estaba ahí. La
deseaba. Mucho. Pero probablemente fue inteligente que no
hubiéramos ido allí todavía.
Debía tener cuidado.
—Nada más podemos hacer aquí —le dije a Max—. Vamos a la
puerta de al lado.
Max me siguió a la remodelación y enseguida se acurrucó en un
rincón para echarse una siesta. Por lo visto, verme instalar cámaras
había sido un trabajo agotador para un perro.
Los zócalos estaban colocados y había recortado la mitad de las
ventanas. Necesitaba terminarlas y empezar con las molduras de las
puertas.
Después de darle vueltas al paquete de molduras, por fin le
pregunté a Audrey qué le parecía. Le habían gustado los zócalos de
cuatro pulgadas y media con detalles escalonados en la parte
superior. Ahora que los había colocado, tenía que decir que había
dado en el clavo. El blanco quedaba genial con el suelo de madera y
la altura realzaba la habitación a la perfección.
Las ventanas también se veían bien, con molduras que hacían eco
de las líneas de los zócalos. Me puse manos a la obra, midiendo,
235
cortando e instalando. De vez en cuando, Max se levantaba y quería
un poco de atención o necesitaba salir. Poco después de la una,
decidí tomarme un descanso. Se subió a la camioneta conmigo y
fuimos al pueblo a comer algo.
Pasé por la oficina de Audrey para asegurarme de que estaba
bien. Salió a saludarnos a Max y a mí, pero no pudo quedarse
mucho tiempo. Estaba terminando un artículo para el periódico de
la semana que viene. Aun así, fue bueno verla y besarla. Y Max
estaba encantado de ver a su mamá.
Era un perro muy tierno.
Después de comer, volví al trabajo. La tarde pasó rápido y avancé
mucho con las ventanas y las puertas. Por fin empezaba a parecer
habitable.
Lo que me recordó que tenía que tomar una decisión sobre las
encimeras. Mi ebanista ya estaba trabajando en los gabinetes de la
cocina y el baño, pero no estaba seguro de qué hacer con las
encimeras. Al principio había pensado en cuarzo, pero el granito
también era una posibilidad. Sin embargo, las muestras de granito
que había escogido no me convencían.
Tal vez le pregunte a Audrey sobre eso también.
Max saltó de su sitio en la esquina y corrió hacia la puerta
principal.
Miré la hora. Ya eran más de las cinco.
—¿Está tu mamá llegando a casa?
Me miró y movió la cola, como diciendo: «¡Vamos a recibirla!»
No pude evitar la sonrisa que se dibujó en mi rostro. Si hubiera
tenido cola, también la habría movido.
Maldita sea. Estaba en problemas.
Me quité el aserrín de las manos y salí.
Audrey salió del auto con una sonrisa ya en la cara. Era un tópico,
pero aquella mujer era un sol. Podía sentir su calor desde donde
236
estaba.
Max corrió a saludarla, meneando la cola con tanta fuerza que me
pregunté si se le desprendería del lomo.
—Hola, Max. —Se agachó para rascarlo mientras él le daba besos
de perro emocionado—. Yo también te he echado de menos.
Dejé que el perro tuviera su momento mientras yo caminaba por
la hierba. Sus ojos se cruzaron con los míos y la cogí de la mano para
ayudarla a levantarse.
—Hola.
—Hola —dijo con una sonrisa.
La acerqué y le besé los labios. Era posible que Max acabara de
lamerle la cara, pero no me importaba. Necesitaba su boca en la mía,
la cálida sensación de nuestras lenguas deslizándose juntas. Sabía a
menta y a un sabor que la caracterizaba.
Empezaba a ser adictivo.
Ella retrocedió y se lamió los labios.
—Guau.
—¿Qué tal el día?
—¿Qué? ¿Mi día? —Parpadeó varias veces—. Lo siento, me has
revuelto los sesos. Mi día estuvo bien. ¿Qué tal el tuyo?
Me gustó la mirada aturdida en sus ojos: que yo le hubiera hecho
eso.
—Estuvo bien. Hice mucho.
—¿Puedo ver?
—Las cámaras están colocadas. —Señalé la puerta principal—.
Hay una allí, otra sobre el garaje y una tercera en la parte trasera.
—Son muchas cámaras.
—Estoy tentado de poner más, pero esto es un comienzo. Luego te
enseñaré a usarlas.
237
—Gracias por hacerlo.
—Por supuesto. —Pasé el pulgar por encima de su hombro—.
¿Quieres ver la casa? Las molduras están casi terminadas.
—Definitivamente.
La conduje a la puerta de al lado y la acompañé a través de ella,
mostrándole lo bien que quedaban las molduras que había elegido.
Las ventanas acristaladas y las puertas de dos hojas añadían un
toque al detalle y las molduras la completaban todo a la perfección.
—Esto tiene una pinta increíble. Has hecho mucho hoy. Me alegro
de que Max no estuviera molestándote.
—No, está bien. Suele echarse la siesta en el rincón mientras
trabajo. El ruido de la sierra en el garaje ni siquiera lo molesta.
—Muy bien. Entonces, ¿qué sigue después de terminar las
molduras?
—Pronto pondremos alfombra en los dormitorios y luego
terminaré los zócalos de arriba. —Cogí las muestras y se las
enseñé—. ¿Cuál te gusta?
Se agachó y pasó las manos por las muestras mientras Max las
olfateaba.
—Me gusta esta. —Le dio unos golpecitos al beige oscuro—. El
color es neutro, lo que creo que es bueno si vas a alquilarla, y es
muy suave. Quieres una alfombra realmente suave bajo tus pies
cuando te levantas de la cama por la mañana.
La marqué mentalmente en mi lista.
—De acuerdo. Gracias.
Se levantó y me sonrió.
—De nada.
Ya que estábamos allí, se me ocurrió preguntarle también por las
encimeras. 238
—¿Te importaría darme otra opinión?
—En absoluto.
—Encimera de cocina. —Cogí las muestras y las extendí—. Esas
son de granito y las otras de cuarzo. ¿Qué te parecen?
—Definitivamente esta. —Señaló un sencillo cuarzo blanco
cremoso—. Es muy bonita. Las de granito son bonitas, pero están
muy recargadas. Me encanta la simplicidad de esta. Y contrastará
con los suelos, que creo que serán preciosos.
Dio en el clavo. Además, por razones que no podía explicar,
quería que le gustara esta casa.
—Genial. Una cosa menos de la que preocuparme.
—Estoy deseando ver cómo queda cuando esté todo instalado.
—Tú y yo, ambos.
—¿Eso es todo?
—Sí, por ahora. Vamos, Max.
Volvimos a su casa y, en cuanto entramos, algo se movió dentro
de mí. La verdad es que había ido creciendo. No solo desde los actos
vandálicos y las dos últimas noches durmiendo a su lado, aunque
eso había disparado las cosas. Había estado creciendo desde la
primera vez que nos vimos.
La deseaba.
Y la quería ahora.
Una parte de mí no quería quererla. Quería mantenerla a
distancia para que, si esto se estrellaba y se terminaba, pudiera salir
ileso.
Pero cuando la vi dejar el bolso y descalzarse, supe que ya era
demasiado tarde. La miré fijamente, con el deseo inundándome las
venas, como un depredador que se fija en su presa.
—¿Qué? —preguntó ella, con una pequeña sonrisa en los labios.
Siempre había sido un hombre de pocas palabras y ahora no era el
239
momento de hablar. Me acerqué a ella, le pasé las manos por el pelo
y atraje su boca hacia la mía. Gimió un poco mientras la besaba
profundamente.
Me aparté y eché una rápida mirada a Max. Se había acurrucado
en el sofá y no parecía muy interesado en lo que estábamos
haciendo.
Buen perro.
Besé su mandíbula en dirección a su oreja y luego hablé en voz
baja.
—¿Dormitorio?
—Oh, sí —suspiró.
Eso era todo lo que necesitaba oír.
La cogí y me la eché al hombro. Un poco cavernícola o quizá
montañés, pero seamos sinceros, no soy precisamente un caballero
refinado.
En su habitación, cerré la puerta tras nosotros y la dejé caer sin
contemplaciones sobre la cama. Tardamos unos instantes en
quitarnos la ropa. Besé y lamí su piel mientras la desnudaba,
deteniéndome solo para dejar que me quitara la ropa.
No era la primera vez que la veía desnuda, pero sí la primera que
podía apreciar su belleza natural. Era suave y curvilínea, con las
piernas ligeramente definidas, probablemente por todas las
caminatas que hacía con su perro.
Perfección.
Sus manos se sentían sedosas contra mi piel áspera, su boca
ansiosa. Me ocupé del preservativo, pero no me precipité. Me dolía
el cuerpo por ella, pero quería saborear esto. Tocarla, saborearla,
experimentar cada curva.
Sus manos me recorrían, los dedos se clavaban en mi carne
mientras yo exploraba. Sus jadeos y gemidos me estimularon hasta
que no pude más.
Gimiendo, me deslicé dentro de ella, deleitándome con la
240
sensación de su cuerpo uniéndose al mío. Era todo lo que podía
hacer para no explotar allí mismo.
Encontramos nuestro ritmo, moviéndonos en sincronía como si no
fuera nuestra primera vez juntos. Sentí que se dejaba llevar,
abriéndose para mí, suspirando y gimiendo por el placer que le
estaba dando.
Quería tomarla toda, devorarla por completo. No podía saciarme.
La posesividad y el instinto de protegerla cobraron vida, añadiendo
intensidad a cada movimiento. Cada embestida parecía un coro de
«mía, mía, mía».
El calor entre nosotros llegó a un punto de ruptura. Vi cómo su
clímax empezaba a apoderarse de ella, cómo sus ojos se entornaban
y sus labios se entreabrían. Era tan jodidamente hermosa que no
pude contenerme más.
Me desahogué dentro de ella, gimiendo mientras la tensión se
liberaba en oleadas calientes. Cuando terminó, hice una pausa para
recuperar el aliento.
—Guau —dijo, curvando los labios con una sonrisa de ensueño—.
Ha sido increíble.
Me pavoneé un poco ante su cumplido. Claro que sí, era increíble.
Le dediqué una media sonrisa y la besé suavemente.
Me levanté para limpiarme y ella fue al baño después de mí.
Estaba a punto de volver a vestirme cuando salió y se metió de
nuevo en la cama. Normalmente no me gustaban mucho los mimos.
El sexo había sido estupendo, los dos lo habíamos disfrutado, ¿no
podíamos seguir con nuestras vidas?
Pero el pequeño levantamiento de cejas que me hizo, el «por
favor» no verbal, fue irresistible.
Volví a la cama y la acerqué a mí. Respiró hondo y se relajó contra
mí. Sentí que mis músculos se relajaban y que la tensión de mi
cuerpo desaparecía al sentirla acurrucada contra mí.
241
Estaba tranquilo y saciado, y aunque me daba un poco de miedo
admitirlo, quizá incluso feliz.
8 DE JULIO

Tilikum está lleno de idiotas.


Fui a su llamada reunión municipal de emergencia. Nadie se fijó en mí.
Es mi especialidad, ser invisible. Es una habilidad útil.
Pero fue una victoria vacía. A quién le importa si puedo entrar y salir sin
llamar la atención.
Todavía está aquí.

242
Debería haber sabido que mi regalo no sería suficiente para alejarla.
Todavía tiene que considerar su trabajo. Y al hombre montañés.
No me preocupa. No me importa con quién salga o a quién se folle. Puede
follarse a medio pueblo si quiere.
Solo hace que la odie aún más.
Capítulo 25
Audrey
Pasaron unas semanas y no ocurrieron tres cosas. Una, Lou no
opuso mucha resistencia a mis ideas para el periódico. Quería
centrarme no solo en las noticias locales, sino en los propios
lugareños. Presentarlos en toda su peculiar gloria de Tilikum. Así
que creamos Personajes Ilustres, un artículo semanal centrado en la
gente de Tilikum.
Me pareció una idea bastante buena, si se me permite decirlo.
Espero que les guste a los lectores.
243
Dos, no he recibido respuesta al puesto de trabajo que había
solicitado en Seattle. Bu.
Y tres, nadie escribió nada con sangre de animal en mi puerta, ni
realizó ningún otro acto de vandalismo espeluznante. Eso fue un
yupi.
¿El mayor yupi? Josiah Haven.
Habíamos dejado de discutir si iba o no a dormir en mi casa.
Simplemente lo hizo. No era como si se estuviera mudando. No
exactamente. Pero un cepillo de dientes y algunas otras cosas
aparecieron en mi cuarto de baño y, en lugar de llevárselo todo a
casa cada día, algunas prendas de ropa se colaron en la silla de mi
dormitorio.
La presencia de Josiah en mi vida alivió el escozor de no recibir
respuesta del trabajo en Seattle. A pesar de lo bien que había
sonado, también estaba a horas de distancia y no era un puesto
remoto. Cuando presenté la solicitud, empezar una relación aquí en
Tilikum ni siquiera había estado en mi radar.
¿Pero ahora? Las cosas estaban cambiando. Rápido.
Eso no me impidió seguir con mi rutina habitual de los sábados
por la mañana: consultar las ofertas de empleo en línea y anotar las
que podrían merecer la pena. Pero no me entusiasmaba. Tomé un
sorbo de café en la mesa de la cocina y me puse a hojear las ofertas.
¿Podía concebir quedarme en Tilikum para siempre? ¿Estaba loca
por preocuparme? El hecho de que Josiah y yo hubiéramos pasado
al siguiente nivel no significaba que fuera a funcionar a largo plazo.
Ya me había dejado llevar por las primeras etapas de una relación.
La novedad, la emoción, las mariposas constantes. Nada de eso
significaba que llegaríamos lejos.
Ya me habían decepcionado antes. Por mucho que no quisiera
volver a pasar por lo mismo, no quería lanzarme a algo que no
tuviera potencial para ser un para siempre, no podía someter a
Josiah a ese tipo de presión.
«Entonces, Josiah, ¿crees que el sexo increíble significa que
querrías casarte conmigo algún día?»
244
Mejor no.
Tomé otro sorbo de café y seguí desplazándome. Aunque Max me
había despertado temprano, me las había arreglado para levantarme
sin despertar a Josiah. Aún no había salido y Max se había vuelto a
dormir en su cama de perro después de salir. Perro bobo.
Pensando en trabajos, en el futuro, en Tilikum y Josiah, tuve que
reflexionar sobre la gran pregunta. ¿Qué quería yo?
¿Quería llegar hasta el final con Josiah? Si me dijera que cree que
tenemos un futuro juntos, ¿qué haría? ¿Cómo me sentiría al
respecto? ¿Podría estar satisfecha con una vida aquí?
Grandes preguntas y no sabía las respuestas. Realmente me
gustaba Josiah. Tal vez demasiado, teniendo en cuenta que las cosas
entre nosotros se habían calentado recientemente. Me encantaba
estar con él, dormir a su lado y con él. Me hacía sentir segura y
protegida.
Pero toda su vida estaba aquí. Su negocio estaba literalmente
arraigado al suelo de Tilikum. Dudaba mucho que se trasladara si
yo conseguía trabajo en otro sitio. Y no lo culpaba. Aquí era donde
pertenecía. No podía pedirle que lo hiciera.
¿Y yo? No sabía cuál era mi sitio. Quizá nunca lo había sabido.
Oí abrirse la puerta del dormitorio y el corazón me dio un vuelco.
La mera expectativa de verlo me produjo un subidón de endorfinas.
Como si no hubiera estado enredada en las sábanas con él toda la
noche.
Entró en la cocina sin más ropa que unos pantalones de pijama,
con el pelo revuelto y aun pestañeando somnoliento. Era tan sexy,
con aquel pecho velludo y aquella barba de leñador, que me dieron
ganas de comérmelo.
—Buenos días. —Su voz soñolienta era ridículamente sexy. Tan
áspera y gruesa. Se inclinó y me besó la cabeza.
—Buenos días. —Cerré el portátil y resistí las ganas de saltar y
subirme a él como a un árbol—. Hay café si quieres.
245
—Gracias.
Max se acercó para recibir sus obligatorias caricias matutinas.
Josiah lo rascó unas cuantas veces. Eso pareció satisfacer a Max y
volvió a su sitio.
Lo asimilé mientras se servía el café. Las duras líneas de su
cuerpo. Los músculos forjados por el trabajo duro. Sus manos
ásperas que podían ser a la vez posesivas y sorprendentemente
suaves. Era una maravilla. Tan robusto y estoico, pero con una
suavidad interior que rara vez dejaba ver.
Se sentó frente a mí y bebió un sorbo.
—¿Por qué siempre te levantas tan temprano?
—Max. —Incliné la cabeza hacia mi perro bobo—. No entiende de
fines de semana.
Con la taza entre las manos, asintió.
—¿Vas a trabajar en la casa hoy?
—Probablemente debería. Y tengo que ir a casa de mis padres en
algún momento. —Bebió otro trago—. ¿Quieres venir?
Lo dijo tan a la ligera, como si no fuera gran cosa que me hubiera
invitado a casa de sus padres. Los había conocido, por supuesto,
pero ir a su casa parecía algo formal.
Aunque tal vez no fuera gran cosa. Tal vez solo estaba siendo
práctico y no decía nada acerca de nuestra relación.
—Claro, me encantaría.
No dijo nada más. Solo asintió.
Un hombre de pocas palabras. Era refrescante.
Decidí llevar a Max de excursión mientras Josiah trabajaba en la
remodelación. Protestó y me dijo que no quería que fuera sola. Tenía
razón, así que le prometí que me quedaría cerca de casa y que no
iría a lugares donde se perdiera la señal del celular. Por su
expresión, seguía sin estar contento, pero no discutió.
246
Max y yo salimos a dar un par de vueltas por el vecindario. Luego
lo llevé a la parte de atrás y subimos la colina que hay detrás de la
casa. Le solté la correa para que pudiera olisquear entre los árboles y
la empinada cuesta me sirvió para hacer ejercicio. Cuando llegamos
arriba, me paré y miré el celular. Tenía cobertura, pero apenas, así
que volvimos a bajar.
Josiah seguía trabajando al lado cuando llegamos a casa. Le di a
Max un palito para que lo mordisqueara y me metí en la ducha. Me
tomé un tiempo para lavarme el pelo, demasiados días seguidos con
champú en seco probablemente no era una buena idea, y exfoliarme
con un exfoliante de azúcar. Salí sintiéndome fresca y limpia.
Después de vestirme, maquillarme un poco y secarme el pelo,
Josiah volvió. Se detuvo justo en el umbral de la puerta y las
comisuras de sus labios se torcieron ligeramente. Max corrió a
saludarlo.
—Tienes buen aspecto. —Acarició distraídamente la cabeza de
Max.
—Gracias.
Por supuesto, mis preparativos no tenían nada que ver con ir a
casa de sus padres. No estaba nerviosa ni nada. Probablemente era
solo una parada rápida. Ni siquiera sabía si entraría.
—¿Lista para irnos? —preguntó.
—Sí.
—¿Qué pasa con él? —Señaló a Max con la cabeza.
—Puede quedarse aquí. Después de nuestra caminata, se
desmayará.
Josiah no se duchó, pero no me importó. Me gustaba que a
menudo estuviera un poco sucio y siempre olía de maravilla. Le
quité el aserrín de la barba y de la camiseta y salimos.
La energía nerviosa me recorría mientras conducíamos hacia la 247
casa de la familia Haven. Vivían en un largo camino de grava que
serpenteaba por una pequeña colina. Los árboles se abrían a una
preciosa casa de madera con simpáticas luces en las ventanas.
—¿Saben que venimos? —pregunté, luchando contra el temblor
de mi voz—. ¿Saben que vendría? ¿Va a ser raro? Probablemente
voy a hacerlo incómodo de alguna manera, solo te aviso.
—Audrey. —La voz de Josiah era baja pero suave.
—¿Sí?
No dijo ni una palabra más. Solo se inclinó y me besó.
Ayudó.
Respiré hondo, bajé de la camioneta y me preparé para entrar en
el mundo de su familia.
No llamó a la puerta, lo que me pareció muy dulce, solo la abrió y
entró.
—¿Mamá? ¿Papá?
Nadie contestó.
—Probablemente están atrás.
Seguí a Josiah al interior. La decoración era acogedora. Un sofá y
unos sillones de tela frente a una estufa de leña y fotos en marcos
desparejados a lo largo de la repisa de la chimenea. Un montón de
niños sonrientes en diferentes estados de desorden.
Había más en las paredes y una foto en particular me llamó la
atención. Seis chicos alineados en un sofá con el que debía de ser
Josiah en el centro, sosteniendo a una recién nacida. Debía de ser su
hermana, Annika.
Todos miraban a la bebé vestida de rosa, como si fuera lo más
emocionante del mundo. Era tan precioso que me dolía el corazón.
Como hija única, nunca había sabido lo que era tener hermanos.
Quizá seis hermanos habrían sido demasiados. Pero habría estado
bien tener uno o dos.
—¿Eres tú y todos tus hermanos? —pregunté. 248
—Sí, justo después de que Annika naciera.
—Háblame de tus hermanos. ¿Cómo son?
—Un grano en el culo. —Esbozó esa casi sonrisa suya y señaló a
cada hermano por turno—. Ya conoces a Garrett. Quería ser policía
desde niño. Estuvo casado un tiempo, pero ella era lo peor. Se
divorciaron hace unos años, por suerte. Ahora está criando a su hijo,
Owen.
—Parece un buen tipo.
—Es sólido. Este es Zachary. Es el sabelotodo de la familia. A
pesar de que es un hombre niño, lo hace bien por sí mismo. Es
electricista; tiene su propio negocio. Y ese es Theo. Jugó al fútbol
profesional durante un minuto, pero se lesionó. Ahora es el
entrenador de fútbol del instituto. Ese es Luke. También lo
conociste. Heredó el taller de nuestro tío abuelo.
—¿Quién es ése? —Señalé a un chico del extremo izquierdo. Era
un poco más regordete que el resto, con las mejillas redondas y un
poco de barriga asomando bajo la camiseta. El tipo de niño al que
los adultos bienintencionados llamaban «robusto».
—Reese.
—Qué raro, sabía quiénes eran tus otros hermanos, pero no sé si
alguna vez había oído su nombre. ¿Cómo es?
Hizo una larga pausa.
—No lo sé. Dejó Tilikum hace mucho tiempo. No ha vuelto.
Antes de que pudiera preguntarle por qué, se alejó hacia la cocina.
Lo comprendí. No quería hablar de ello. A pesar de mi curiosidad,
decidí no insistir.
La puerta trasera se abrió y entró Marlene. Sonrió cálidamente y
se ajustó las gafas.
—Hola. Lo siento, estaba en el taller con tu padre, no te oí llegar. 249
—No hay problema —dijo Josiah.
—Encantada de verte de nuevo, Audrey.
—Gracias. A ti también.
—¿Está papá por aquí? —preguntó Josiah.
—Estaba justo detrás de mí.
La puerta volvió a abrirse y entró Paul. Era como una versión más
madura de Josiah, con el mismo ceño perpetuamente fruncido y los
brazos gruesos embutidos en una camisa de franela. Inclinó la
barbilla hacia mí, pero no dijo nada.
Sí. Muy parecido a Josiah.
—Audrey, ¿eres la responsable de la nueva sección Personajes
Ilustres del periódico? —preguntó Marlene—. Porque es
encantadora.
—Sí, soy yo. Me alegro de que te guste. Mi editor estaba un poco
en contra por ocupar espacio en primera página con algo que no sea
noticia de última hora, pero lo convencí para que lo probara al
menos durante unas semanas.
—Me encantó —dijo.
—Gracias. Espero entrevistar pronto al sheriff. He oído que es
originario de Seattle, así que quiero saber cómo es pasar de las
fuerzas del orden de una gran ciudad a un pueblo pequeño.
—El sheriff Cordero es un buen hombre —dijo Marlene—. Espero
que puedas convencerlo. Si no, avísame, hablaré bien de ti con su
esposa.
—Sería estupendo, gracias.
Paul cogió una toalla y se limpió las manos.
—Tengo las muestras de azulejos.
—Vamos a echar un vistazo —dijo Josiah.
Acercó una caja y empezó a sacar muestras de azulejos cuadrados.
—Dijiste neutro, así que esto es lo que me dieron.
250
Josiah los movió de un lado a otro, como si los pusiera en orden.
Algunos eran de distintos tonos de beige, otros grises. Deslizó un
azulejo gris pizarra oscuro lejos de los demás. Estuve de acuerdo.
Era demasiado oscuro.
Se volvió hacia mí.
—¿Qué te parece? El suelo del baño principal. Serán más grandes
que éste, sólo estamos mirando el color.
Eso era fácil. Señalé el que me gustaba, de color crema.
—Este. Iluminará todo ahí dentro.
—De acuerdo. —Josiah se lo dio a su padre—. Hagamos esto en
los dos baños de arriba.
—Dicho y hecho. —Los ojos de Paul se movieron hacia mí—.
Buena elección.
Sonreí.
—Gracias.
—Eso quedará bonito —dijo Marlene—. ¿Y si lo usamos en
nuestro baño principal?
—¿Vamos a poner azulejos nuevos en nuestro baño? —preguntó
Paul.
Ella le sonrió.
—No tiene que ser de inmediato, pero estaría bien.
Se inclinó hacia ella y le dio un ligero beso.
—Cualquier cosa que quiera mi chica.
Dios mío, eran tan adorables que podría haberme muerto.
Llamaron a la puerta principal y me di cuenta de que estaba
mirando a los padres de Josiah, un poco soñadoramente. Por suerte,
no parecían haberse dado cuenta.
—Debe ser Louise —dijo Marlene—. Está recogiendo una cazuela
para llevársela a Doris Tilburn. Se está recuperando de una
251
operación de vesícula.
—Oh, bien —dijo Josiah, su voz plana—, vas a conocer a mi tía
Louise.
No sabría decir por su tono si estaba realmente contento o si
estaba siendo sarcástico.
Me parecía que era sarcasmo, así que me dejé llevar.
Marlene abrió la puerta y entró una mujer mayor con un chándal
de terciopelo rojo brillante. Llevaba el pelo largo y gris recogido en
una coleta y se pintaba los labios a juego.
Josiah hizo un ruido que era una mezcla entre un carraspeo y un
gemido.
—Hola, Louise. —Marlene la abrazó y entraron en la cocina—.
¿Conoces a Audrey?
Se volvió hacia mí y sonrió.
—No he tenido el placer. Soy Louise Haven pero puedes
llamarme tía Louise.
—Encantada de conocerla.
—A ti también. De cerca eres aún más guapa. —Sus ojos se
dirigieron a Josiah y luego de nuevo a mí—. ¿Aquí conociendo a la
familia? Me encanta. Bienvenida. No es mi casa, pero bienvenida.
Fue tan efusiva que no sabía muy bien cómo responder.
—Gracias.
—Bien hecho, Josiah. Esperaba que te hicieras con esta antes de
que alguien más llegara a ella.
—¿Qué? —La voz de Josiah sonaba inusualmente sorprendida—.
Has estado tratando de emparejarme con la nieta de tu amiga.
Louise hizo un gesto con la mano, como quitándose el comentario
de encima.
—¿Aida? No intentaba emparejarte con ella. 252
Levantó las cejas, con la incredulidad claramente reflejada en su
rostro.
—Yo no haría eso. Ella no es lo suficientemente buena para ti.
—Dijiste que era una buena chica.
Louise se encogió de hombros.
—No debería haber escuchado a Florence. No puedes creer una
palabra de lo que dice esa mujer, especialmente sobre sus nietos.
Inventa historias que no creerías.
—¿Entonces por qué la dejaste en mi remodelación y tuve que
llevarla a casa?
Suspiró, como si la respuesta debiera ser obvia, pero lo explicaría
de todos modos.
—Si quieres saberlo, intentaba empujarte hacia Audrey.
—¿Cómo, intentar que salga con otra mujer, me empujaría hacia
Audrey?
—No cuestiones mis métodos, Josiah. —Le acarició la mejilla—.
Además, funcionó, ¿no?
Apreté los labios para no reírme a carcajadas. Esta mujer era
divertidísima. Aunque estaba claro que a Josiah no le hacía gracia.
Marlene le entregó una cazuela envuelta en papel de aluminio.
—Gracias, querida. Me temo que no puedo quedarme. Tengo que
llevarle esto a Doris. Pero fue un placer conocerte, Audrey. —Sus
ojos se dirigieron a Josiah—. Cierra el trato con esta rápido, antes de
que se te escape.
Intenté reprimir otra carcajada.
Josiah se limitó a negar con la cabeza.
—¡Adiós! —Tan rápido como había venido, la tía Louise
desapareció por la puerta principal. 253
—Eso me recuerda que no tengo nada descongelado para cenar —
dijo Marlene—. Paul, ¿qué te apetece?
—Salgamos. Noche de cita. —Se dirigió a la puerta trasera—. Te
recogeré a las siete. Ponte algo bonito.
Ella le sonrió cuando salió y cerró la puerta tras de sí.
—Supongo que eso significa que no te invito a quedarte a cenar.
—Está bien. Tenemos que irnos de todos modos. —Josiah me
cogió de la mano—. Hasta luego, mamá.
—Que tengas una noche de cita divertida —le dije.
—Lo haremos. Adiós a los dos. Pasen una buena noche.
Nos fuimos y subimos a la camioneta de Josiah. En el camino a
casa, estaba casi tan nerviosa como lo había estado en el camino de
ida. Lo que no tenía ningún sentido. Había sido una visita divertida.
Sus padres eran increíbles y yo adoraba a su tía Louise.
Entonces, ¿por qué me sentía tan enredada por dentro?
Porque Josiah me caía muy bien y su familia también. Y esa
combinación estaba empezando a asustarme un poco.

254
Capítulo 26
Josiah
Audrey se acomodó junto mí, toda piel tersa y curvas suaves. No
estaba tan cansado como para dormir, pero tampoco estaba
motivado para salir de la cama. Ella me hacía esto. Me tranquilizaba
lo suficiente como para querer quedarme en la cama con ella
después del sexo.
La maldita mujer me estaba convirtiendo en un mimoso.

255
Su respiración lenta y profunda aflojó la tensión de mi espalda.
Besé su cuello varias veces, disfrutando de la sensación de su cuerpo
contra el mío. Estaba saciado y relajado, aunque si ella hubiera
querido otra vez, yo habría estado dispuesto.
Ella también me hacía esto.
—¿Tus padres siempre han sido así? —preguntó de sopetón.
—¿Así cómo?
Ella rodó sobre su espalda y yo apoyé la cabeza en mi brazo.
—Tan tiernos.
—Si por tiernos quieres decir asquerosos, entonces sí.
Se rio.
—No son asquerosos. Están enamorados. Es increíble.
—Sí, supongo que es la mejor alternativa. Aunque he visto un
número insalubre de agarres de culo en mi vida.
—No sabes la suerte que tienes. Mis padres nunca fueron
cariñosos frente a otras personas. Ahora que lo pienso, no tengo ni
idea de si eran cariñosos en privado.
—Ellos te hicieron.
—Sí, pero eso no significa que fueran cariñosos entre ellos. Nunca
los vi abrazarse o besarse o algo así. Definitivamente nunca vi a mi
papá agarrarle el trasero a mi mamá.
—No te pierdes nada.
—Estoy segura de que me habría dado asco. Pero ojalá me
hubiera dado asco. —Hizo una larga pausa—. Me hace preguntarme
cómo era realmente su matrimonio. Mucho de lo que vi era solo
para aparentar.
—Eso apesta.
—Sí.
Un suave quejido llegó del otro lado de la puerta. 256
Se rio.
—Supongo que deberíamos dejarlo volver a entrar.
Extrañamente, no me importaba. Había cosas que su perro no
tenía por qué ver, pero me gustaba tener a esa bola de pelos cerca.
Lo dejamos entrar y se quedó mientras nos preparábamos para ir
a la cama. Y había algo en todo ello que me gustaba mucho.

Una nariz de perro mojada en mi cara no era mi forma favorita de


despertar. No sabía cómo elegía a cuál de los dos torturar temprano
por la mañana, pero parecía elegir a uno y dejar al otro en paz. Por
desgracia para mí, hoy era mi turno de un paseo para ir al baño por
la mañana.
En realidad, no me importaba demasiado. Le daría a Audrey un
poco más de tiempo para dormir.
Gruñí para reconocer que estaba despierto y me levanté de la
cama con cuidado de no despertarla. Max bajó de un salto, lleno de
energía, y esperó junto a la puerta mientras yo iba al baño y me
ponía la sudadera.
Me siguió hasta la puerta principal. No me molesté en ponerme
zapatos. Sus salidas matutinas eran siempre iguales: una carrera
enloquecida hasta el árbol del pipí y de vuelta a casa.
Pero cuando abrí la puerta, no corrió hacia el árbol que había en
medio del jardín. Se detuvo, con las orejas levantadas como si algo
le hubiera llamado la atención. Levantó la nariz varias veces y
olfateó el aire. Luego echó a correr y desapareció por el lateral de la
casa.
—Maldita sea, Max.
Lo seguí. Afortunadamente, cuando doblé la esquina, lo encontré
olfateando furiosamente el suelo.
257
—¿Qué estás haciendo?
Todavía estaba medio dormido, así que quizá por eso tardé unos
segundos en fijarme en las palabras del lateral de la casa.

«No me ves».

Despierto y cauteloso al instante, comprobé mi entorno. No había


rastro de nadie, pero seguía teniendo la inquietante sensación de
que me observaban. Max siguió olfateando el suelo y siguió el rastro
hacia la calle de enfrente de la casa. Definitivamente olía a
quienquiera que hubiera estado allí.
—Max, vamos.
Sorprendentemente, obedeció. O quería olfatear donde el olor era
más fuerte y coincidió con lo que yo quería que hiciera. Es difícil de
decir, pero al menos no se fue.
Me acerqué a la casa. Las palabras eran rojas, pero más brillantes
que la sangre de los animales. Parecía pintura. Toqué una de las
letras con la punta del dedo. Estaba casi seca, pero aún pegajosa. Era
difícil saber cuánto tiempo había estado allí, pero debió pasar por la
noche. Habíamos salido con Max antes de acostarnos y no había
ningún olor que pudiera encontrar entonces.
Maldita sea. Tenía que decírselo a Audrey y llamar a Garrett. Y
obviamente instalar muchas más cámaras. Ya podía decir que quien
había hecho esto había descubierto el punto ciego. Tal vez eso era lo
que significaba el mensaje. Quería que supiéramos que aún podía
llegar a ella, a pesar de mis precauciones.
Cabrón.
—Vamos, Max.
Entramos y envié un mensaje a Garrett para avisarle. Luego fui al
258
dormitorio para despertar a Audrey y darle la noticia.
Estaba tan tierna, acurrucada entre las sábanas. Había rodado
hasta mi lado de la cama, probablemente para absorber el calor que
yo le había dejado.
Odiaba que le estuviera pasando esto. Odiaba no poder detenerlo.
Me senté en el borde de la cama y le aparté el pelo de la cara.
—Audrey.
Respiró hondo y se removió, pero no abrió los ojos.
—Audrey, cariño. Despierta.
El hecho de que sonriera incluso antes de abrir los ojos golpeó el
lugar blando de mi pecho que quería fingir que no estaba allí.
—Buenos días.
Me encantó su voz soñolienta.
—Buenos días. Siento despertarte, pero tenemos un problema.
Sus ojos se abrieron más.
—¿Qué pasa?
—Alguien pintó con aerosol el lateral de la casa.
—¿Pintó con aerosol? ¿Como un grafiti?
—Solo dice, «no me ves».
Se incorporó.
—Esto es bueno. Tal vez la cámara captó algo.
Negué con la cabeza.
—Lo comprobaremos pero estoy casi seguro de que se pegó a los
puntos ciegos. Obviamente voy a instalar más cámaras hoy.
Sus hombros se hundieron.
—Pensé que tal vez se había acabado. Han pasado semanas.
—Yo también.
259
—Solo me gustaría saber por qué están haciendo esto. Y quién es.
—Creo que sabemos quién.
—¿Colin?
—Sí, obviamente.
Dejó escapar un suspiro.
—No lo sé.
—¿Quién más podría ser? Ya demostró que aún siente algo por ti.
—Supongo, pero ¿por qué empezaría a vandalizar mi casa?
—Porque está enojado contigo.
Su voz empezó a elevarse.
—¿Qué le he hecho?
—Vaya, no sé, Audrey. ¿Quizás romper con él?
Volvió a caer sobre la almohada.
—Eso fue hace tanto tiempo. Y no es como si tuviera el corazón
roto. Se casó con Lorelei justo después.
—Ese fue probablemente su primer acto de venganza.
—¿Por qué tiene que ser mi ex? ¿No podría ser una de tus ex?
—No tengo ninguna ex que me odie tan apasionadamente.
—Colin tampoco me odia tan apasionadamente. No es
necesariamente el tipo más simpático, pero no es un delincuente. No
me lo imagino viniendo a hurtadillas en mitad de la noche para
pintar mi casa. Es una locura.
—Bueno, alguien lo hizo.
—Quizá mi madre tenga razón y sea alguien que odia a mi padre.
Mi padre ya no está, así que me está acosando a mí.
Dudé, no estaba seguro de si debía decir lo que realmente
pensaba. 260
—Mira, no conozco a tu madre, y no quiero hablar mal de ella,
pero es raro que intente hacer que esto sea sobre ella.
—Es muy buena en eso.
—¿Entonces por qué la escuchas?
—No lo hago, solo me lo pregunto. En ese momento, parecía que
todo el mundo en el pueblo amaba a mi padre, pero él era un
político. Debía tener enemigos. Todos los tienen, ¿no?
—Eso parece, pero sigo sin creérmelo.
—¿Por qué estás tan seguro de que es Colin?
—Porque encaja. Rompes con él, lastimas su ego, así que huye y
se casa con otra. Pasan los años y no piensa en ti porque no estás
cerca. De repente vuelves y se acuerda de cómo lo rechazaste.
Quizás eres la única mujer que lo ha hecho. Te guarda rencor. Al
principio piensa que puede manipularte para llevarte a la cama y
descargar así su rabia contra ti. Pero eso no funciona y él puede ver
que no lo hará. Así que se vuelve creativo.
—Si es tan obvio que es Colin, ¿por qué la policía no lo ha
arrestado?
—Todavía no tienen suficientes pruebas. Quizá esta vez la cagó y
su mujer admita que salió de casa en mitad de la noche.
Volvió a sentarse y se recogió el pelo detrás de las orejas.
—Supongo.
Una sacudida de ira hizo que se me agarrotara la espalda.
—¿Por qué sigues defendiéndolo?
—No lo hago.
—Sí, realmente lo haces. Cada vez que aparece, tienes otra excusa
de por qué no pudo hacerlo.
—No parece propio de él.
261
—¿Cómo lo sabes? —Mi voz se elevaba y una parte de mí sabía
que no debía gritarle. Pero estaba cabreado y mi autocontrol a punto
de quebrarse—. No sabes qué clase de persona es. Quizá cuando
tenía veintiún años no se habría vuelto loco contigo, pero ahora es
diferente. Tal vez está tan jodidamente enfadado contigo.
—No es que nuestra ruptura fuera traumática. Solo
permanecimos juntos tanto tiempo como lo hicimos porque era lo
que todo el mundo esperaba de nosotros.
—Así que dices que cuando le dijiste que se había acabado, le
pareció bien.
—No —dijo ella, como si se resistiera a admitirlo.
—¿Qué hizo?
Sus ojos se desviaron y no contestó.
—Audrey, ¿qué hizo?
—Se enfadó.
—¿Y?
Dejó escapar un largo suspiro.
—Se enfadó mucho. No recuerdo todo lo que dijo, pero gritó
mucho y me dijo que nadie rompe con él.
Alcé las cejas.
—Lo entiendo, nuestra ruptura no fue exactamente suave. Pero él
no hizo nada después de eso. No me llamó, ni me mandó mensajes,
ni pasó por mi casa, ni intentó verme. Fue como si hubiera
desaparecido de la faz de la tierra. Empezó a salir con Lorelei
enseguida y era obvio que me había olvidado.
—Salir con otra mujer no significa que te haya olvidado.
Puso los ojos en blanco.
—No sé cómo se sentía entonces ni por qué empezó a salir con
Lorelei tan rápido. Pero se casaron y siguen juntos. Ahora es un
abogado de éxito que probablemente vive en una mansión y se
pavonea por el pueblo como un pez gordo. Es todo lo que siempre
262
quiso.
—¿Estás siendo ciega a todo esto a propósito o eres realmente tan
ingenua?
—¿Perdón?
—No tienes ni idea de lo que pasa por la cabeza de este tipo: lo
que puede haberle hecho volver a verte o lo que está dispuesto a
hacerte. —Me levanté y empecé a caminar—. Y por alguna razón
que no puedo comprender, ni siquiera contemplas la posibilidad de
que sea él quien está detrás de todo esto. Así que te lo preguntaré
otra vez, ¿por qué lo defiendes?
—No lo hago.
—Lo haces y tienes que parar.
Su espalda se enderezó y apretó las mantas contra su pecho.
—No me digas lo que tengo que hacer.
Sin dejar de caminar, gemí de frustración.
—No te voy a decir lo que tienes que hacer.
—Literalmente acabas de hacerlo.
—Pero esto no tiene ningún sentido. Tienes a alguien jodiéndote
en serio y te has convencido de que el sospechoso más obvio es
inocente. —Necesitaba alejarme antes de decir algo estúpido. Con
otro gemido frustrado, me froté la frente—. Tengo que ir a buscar
más cámaras.
Audrey me persiguió mientras salía, diciendo que era demasiado
pronto. Tenía razón, aún no había nada abierto, pero si me quedaba,
la iba a cagar.
Estaba enfadado, pero no quería hacer nada que estropeara las
cosas con ella.
Max no intentó seguirme. No era el perro más brillante del
mundo, pero pareció darse cuenta de que yo no estaba de humor y
de que su mamá lo necesitaba más. 263
Revisé mis mensajes. Garrett llegaría pronto. Y Audrey tenía que
ir a desayunar con su madre. No me gustaba la idea de que fuera
sola a Pinecrest, pero iba a ir al club de campo. Estaría en público y,
hasta ahora, el modus operandi de este tipo parecía ser mantenerse
en la sombra y meterse con ella mientras estaba en casa.
Además, podría conducir hasta allí y seguirla.
Eso es lo que voy a hacer. Vigilarla y asegurarme de que estuviera
a salvo.
Ya pensaría después qué hacer por haberme peleado con ella.
Capítulo 27
Audrey
Estaba de muy mal humor.
Primero, me desperté con la noticia de que mi casa había sido
vandalizada de nuevo. Mientras dormíamos. La realidad de eso era
tan inquietante. Estaba profundamente dormida junto a Josiah,
sintiéndome perfectamente segura, y alguien había evitado las
cámaras y había pintado otro mensaje en mi casa.

264
Me hizo preguntarme qué más podrían hacer y si alguien podría
mantenerme a salvo.
Por si fuera poco, Josiah y yo habíamos peleado. Era básicamente
nuestra primera pelea, lo que significaba que estaba sumida en la
incertidumbre, ya que no sabía cómo iba a terminar.
¿Se había marchado porque había decidido que yo no valía la
pena? ¿O era de los que se alejan y se calman y así era como
afrontaba los conflictos? ¿Volvería y se disculparía o no volvería en
absoluto?
El paisaje entre Tilikum y Pinecrest era bonito, pero no me fijé en
nada mientras conducía hacia el norte. Como a veces la vida es así
de injusta, tuve que asistir a un desayuno con mi madre.
Precisamente hoy, cuando tenía otro acto de vandalismo y una pelea
con Josiah pesando mucho en mi mente.
Pero cancelarlo me habría causado más estrés. Ya me había
tomado medio día libre en el trabajo y tendría que encontrar la
manera de compensarla si no iba. Sería más fácil acabar de una vez.
Así podría seguir con mi día.
Garrett había venido a echar un vistazo y los forenses estaban de
camino cuando me fui. El pobre Max quería salir a jugar con los
simpáticos policías, pero tuve que dejarlo adentro. Tampoco podía
llevarlo conmigo. El Pinecrest Country Club no era un
establecimiento que aceptara perros. Demasiado lujoso para eso.
Y seamos sinceros, mi madre tampoco era muy amiga de los
perros.
Me estacioné delante del gran edificio con fachada de piedra
beige. Los carritos de golf estaban estacionados en plazas
especialmente señalizadas y el paisaje estaba tan bien cuidado que
parecía demasiado perfecto.
Algo así como mi infancia.
Antes de salir del auto, respiré hondo y me preparé para lo que
iba a ser una comparecencia pública. El Club de Mujeres de
Pinecrest estaba formado principalmente por mujeres de mediana
edad o jubiladas. Algunas eran dueñas de negocios. Otras estaban
casadas con políticos locales o eran destacadas empresarias. En
265
apariencia, apoyaban la educación y los programas comunitarios
para ayudar a los necesitados. En realidad, eran las abejas reinas de
Pinecrest, la versión adulta de las chicas populares del instituto.
Aún recordaba cuando a mi madre le habían ofrecido la admisión.
Olvida el día de su boda o el nacimiento de su única hija. Estaba
segura de que aquel había sido el día más feliz de su vida.
Con un último suspiro, salí. A pesar del caos de la mañana, me
había acordado de vestirme adecuadamente. Había elegido un
sencillo vestido amarillo con un dobladillo festoneado y unos
tacones nude. Lo que no me había acordado de hacer era comprobar
si había pelo de perro. Saqué un rodillo quita pelusas del bolso e
hice lo que pude.
Entré y me desvié hacia el restaurante. Lo único bueno de estos
eventos era la comida.
Hacía que fuera más fácil.
Mamá ya estaba allí, esbelta y perfectamente arreglada con su
traje sastre con pantalón blanco. Sonrió cálidamente al verme y me
sentí un poco culpable por preguntarme cuánto de aquella sonrisa
era real y cuánto era para aparentar.
—Hola, mamá.
—Audrey, querida. —Besó junto a cada una de mis mejillas—.
Estás preciosa. Estoy tan contenta de que hayas podido venir.
—Gracias. En realidad ha sido un poco loco pero…
—Recuerdas a la señora Sheffield, ¿verdad?
Sonriendo como si no acabara de cortarme la frase, me volví para
saludar a la mujer. Tenía el pelo blanco e iba vestida con un saco
rosa fuerte y unos pantalones beige.
—Hola, señora Sheffield. Me alegro de volver a verla.
Su mano estaba fría y seca cuando nos las estrechamos, pero me
las arreglé para no reaccionar. 266
—Ha pasado tiempo, ¿verdad? —No me soltó la mano—. ¿Cómo
has estado? Pensándolo bien, veo que Jessica O'Malley acaba de
entrar. Nos pondremos al día más tarde.
Me soltó la mano y pasó a mi lado para saludar a otra persona.
De acuerdo, bien.
Los siguientes veinte minutos, más o menos, los pasé haciendo la
ronda con mi madre. Me presentó a una larga lista de mujeres a las
que se suponía que conocía, pero a las que no recordaba. Nunca se
me habían dado bien los nombres ni las caras. O bien parecían
desinteresadas en mí, lo que provocaba una respuesta aún más fría
por parte de mi madre, o bien se deshacían en elogios sobre mis
logros y lo orgullosa que debía estar mi madre. No había mucho en
el medio.
¿Y logros? No tenía ni idea de lo que estaban hablando, pero
podía adivinarlo. De ninguna manera mi madre habría admitido
ante ninguna de aquellas señoras que mi carrera no había llegado
muy lejos, que me había pasado meses desempleada o que había
aceptado un trabajo en un periódico pasado de moda para poder
pagar el alquiler y seguir comprando comida para el perro.
La versión de mamá debió sonar mucho mejor que la realidad.
Por fin se abrió el bufé. Mamá vaciló, observando a la gente que
buscaba sitio en las mesas redondas. Al cabo de un momento,
pareció decidirse y me hizo un gesto para que la siguiera. Después
de colocar las servilletas de tela en los respaldos de nuestras sillas,
reclamándolas como nuestras, fuimos al bufé a servirnos.
La comida tenía buena pinta y, milagro de los milagros, mi madre
no dijo ni una palabra sobre lo que había puesto en mi plato. Decidí
dar gracias por las pequeñas bendiciones y me llevé el desayuno a
mi asiento.
Después de dejar el plato, eché un vistazo a mi teléfono,
esperando un mensaje de Josiah.
Me decepcioné. 267
—Así que, Audrey —dijo una de las mujeres frente a mí—. Patrice
nos ha dicho que estás viviendo en Tilikum. ¿Qué te parece?
Ya había olvidado su nombre. Tuve un fugaz deseo que llevaran
etiquetas con su nombre en estas cosas, pero las mujeres de este
grupo estaban acostumbradas a que todo el mundo supiera quiénes
eran.
—Es bonito. Me gusta mucho.
—¿Y cómo es tu nuevo trabajo?
—Por fin siento que sé lo que hago, así que eso es bueno.
—Siempre fuiste una emprendedora. Apuesto a que pronto
estarás al mando.
Mamá me tocó el brazo.
—Estoy de acuerdo.
La sutil presión era tan familiar. «Da un buen espectáculo,
Audrey. Haznos quedar bien».
Tomé un bocado de minipanqueque cubierto con una rodaja de
fresa. Si mi boca estaba llena, no tendría que hacer tanto para
mantener la conversación.
—¿Te acuerdas de Alexa Wilcox? —No esperó a que
respondiera—. Ella también se mudó a la zona hace poco. Creo que
ahora tiene cuatro hijas. ¿Es cierto?
—Creo que sí —dijo mamá.
—Sí, cuatro —respondió la mujer sentada a su lado. Tampoco
recordaba su nombre.
—Les pone nombres de especias —dijo la primera mujer—.
Rosemary, Sage, Lavender7. No recuerdo el nombre de la cuarta.
—¿Poppy8? —ofreció la otra mujer.
—Eso me suena correcto —dijo mamá.
—Audrey es muy inteligente al estabilizarse en su carrera antes
de sentar cabeza —dijo, con los ojos puestos en mi madre. 268
—Estoy de acuerdo —dijo mamá, con voz suave—. No fingiré que
no quiero ser abuela, pero estoy orgullosa de ella por esperar.
Como si hubiera esperado a propósito y no fuera más que mala
suerte en las relaciones. Me contuve de poner los ojos en blanco.
—He oído que estás saliendo con uno de los hermanos Haven —
dijo.
No había ningún juicio en su voz, al menos que yo pudiera
detectar, aunque Josiah Haven definitivamente no era material de
Country Club. Tal vez porque yo no era su hija, no tenía que
preocuparse por lo que un leñador fornido y barbudo pudiera hacer
a la reputación de su familia.
—Sí, así es. —Estaba enfadada con él, pero no pude evitar
sonreír—. Pero es una relación nueva.

7
Romero, Salvia, Lavanda
8
Amapola
—Parece un hombre decente —dijo mamá—. Estoy deseando
conocerlo.
Miré a mi madre con incredulidad. ¿Hablaba en serio? Le había
hablado de Josiah por teléfono y su voz no me había dicho nada. Por
lo que yo sabía, estaba contenta de que su hija por fin saliera con
alguien, y no le importaba con quién. Tal vez había perdido la
esperanza de que me casara con alguien de «la familia correcta».
—Es un hombre muy bueno —le dije—. Mamá, hablando de mi
vida personal, ha pasado algo esta mañana y quiero mantenerte
informada.
La mayoría de la gente no habría notado su reacción, pero yo la
conocía demasiado bien. Su tenedor cayó demasiado rápido,
chocando con su plato. Y sus ojos me miraron demasiado rápido.
—Por supuesto, querida, podemos hablar de ello más tarde.
No quería hablar de ello más tarde. Pero la costumbre se impuso.
«No montes una escena, Audrey». 269
Así que me levanté por más minipanqueques.
Mientras servía más comida, me di cuenta de que las señoras de la
mesa no habían mencionado los asesinatos de ardillas ni el
vandalismo. Quizá estaban demasiado preocupadas por lo que
ocurría en su propio pueblo y no prestaron atención a las noticias de
Tilikum. Me alegré. No quería que el hecho de que tuviera un
acosador fuera el tema de su conversación.
El resto del desayuno transcurrió con dolorosa lentitud. La
comida no fue suficiente para compensar la aburrida conversación,
la mayor parte de la cual giró en torno a los chismes de Pinecrest.
Esposos, hijos y otros familiares de las asistentes desfilaron como si
estuvieran en exhibición, sus diversas opciones de vida y logros, o la
falta de ellos, el entretenimiento de la mañana.
La conversación tenía un trasfondo cruel y sentencioso que me
hizo apartar el plato y rechazar la oferta del camarero de una
mimosa. En lugar de eso, tomé un sorbo de café y esperé hasta que
pude irme.
Cuando mi madre parecía haber terminado su desayuno, decidí
que era hora de escapar.
—Mamá, esto ha sido encantador, pero me temo que no puedo
quedarme.
—¿Ya tienes que irte?
—Sí. Tengo que ir a trabajar. —Eso no era del todo cierto. Me
había tomado medio día libre, así que no tenía que estar en la oficina
hasta mediodía. Pero aun así.
—Por supuesto —dijo mamá—. Es un día entre semana y tienes
muchas responsabilidades. Te acompaño.
Recogí mis cosas y mamá me acompañó al auto. Ya hacía calor,
hoy sería un día abrasador. Me paré junto a la puerta del conductor,
pero me detuve antes de abrirla.
—Gracias por invitarme, mamá. Me alegro de verte. —Y ni
siquiera era mentira. No era perfecta, pero seguía siendo mi madre.
—De nada. ¿Te encuentras bien? Pareces estresada.
270
—Sí, bueno, alguien vandalizó mi casa otra vez. Lo encontramos
esta mañana.
Sus ojos se abrieron de par en par. Se acercó un paso y bajó la voz.
—¿Qué ha pasado?
—Pintaron con aerosol «No me ves» en el lateral de la casa, justo
donde las nuevas cámaras de seguridad tienen un punto ciego.
—La pintura en aerosol es sin duda mejor que la sangre animal.
—No es tan asqueroso y me alegro de que quien lo haya hecho no
haya matado a un animal esta vez. Pero, ¿qué está pasando? ¿Por
qué alguien me haría eso?
—Intenté decirle a la policía que deberían buscar conexiones con
tu padre.
—Y estoy segura de que lo harán. Pero mamá, de verdad, ¿por
qué estás tan segura de que tiene que ver con papá? ¿Les había
pasado algo así y nunca me lo habían contado?
—No, nada de eso.
—¿Cómo sabes que no me hice un montón de enemigos en Boise
y uno de ellos me siguió hasta aquí para convertirse en mi acosador?
—¿Lo hiciste?
Puse los ojos en blanco.
—No.
—Nadie escribió nunca cosas en nuestra casa, pero sí hubo gente
que intentó interrumpir los discursos de tu padre en público o
desprestigiarlo con la prensa.
—Aunque eso son cosas normales de la política, ¿no?
—Viene con el trabajo.
—Pero aparte de ser político, ¿hizo papá algún enemigo? ¿Acabó
271
en secreto con una familia criminal local o algo así?
—Cariño, esto es Pinecrest.
—Lo sé, pero esto se está poniendo intenso. Si crees que es por
papá, debes tener una razón. ¿Qué es lo que no me estás contando?
Una vez más, a la mayoría de la gente le habría pasado
desapercibido, pero había crecido aprendiendo a leer las señales de
mi madre. Normalmente significaban cosas como «no hables a
menos que te hablen» o «sonríe más y saluda». Pero ese breve
movimiento de su mirada hacia un lado, rompiendo el contacto
visual conmigo, significaba que había algo de lo que no quería
hablar.
—Ojalá hubiera algo concreto que pudiera señalar, porque
entonces podría decírselo a la policía y ellos podrían encontrar a esta
terrible persona —dijo—. Sé mejor que tú cuántos peligros ocultos
hay cuando eres de una familia que se dedica a la política.
Tal vez ella realmente estaba haciendo todo esto sobre ella.
—Bien, pues si se te ocurre algo que pueda ser relevante,
llámame. Tengo que ir a trabajar y luego ver si hay una manera de
quitar la pintura en aerosol o si solo tengo que pintar encima.
—Cuídate. —Me tocó el brazo—. Me preocupo.
—Lo sé. No me pasará nada. No parece que esta persona esté
interesada en hacerme daño. Solo quiere asustarme por alguna
razón.
—Todavía podría escalar. Los acosadores son conocidos tanto por
comportamientos repetitivos como por escaladas.
¿Era raro que mi madre supiera datos sobre acosadores?
—Tendré cuidado.
La abracé y nos despedimos. Volvió al Country Club para
terminar de socializar. Respiré profundamente el aire fresco,
saboreando mi libertad, y consulté mi teléfono.
Todavía nada. 272
Derrotada, me disponía a subir al auto cuando tuve la extraña
sensación de que me observaban.
Esta vez, tenía razón. Al otro lado del estacionamiento, vi a Josiah
sentado en su camioneta.
¿Qué hacía aquí?
No sabía si me molestaba que estuviera aquí o me alegraba de
verlo. Decidí que dependería de por qué estaba aquí. Si me había
seguido porque creía que iba a ver a Colin, iba a pasar de estar
enfada a estar furiosa.
Salió de su camioneta y cerró la puerta mientras yo cruzaba el
estacionamiento hacia él. Su expresión no delataba nada, pero eso
era normal en Josiah. Siempre parecía a punto de enfadarse, incluso
cuando no lo estaba.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, deteniéndome frente a él.
—Tienes un acosador.
—¿Así que vas a seguirme a todas partes?
—Tal vez.
Intentaba no sonreír, pero era difícil.
—Parece que tú eres el acosador.
—Sí, está claro que voy por ti —ironizó.
—¿Qué creías que me iba a pasar? —Señalé el edificio—. Es un
Country Club en pleno día.
—Probablemente nada. Pero mi chico de los azulejos lo pospuso,
así que era esto o pintar dormitorios.
—Así que seguirme era una alternativa menos aburrida que ver
secarse la pintura.
Desvió la mirada.
—Estoy preocupado por ti, ¿de acuerdo? Quizá tengas razón y
Colin no tenga nada que ver, pero alguien tiene un gran problema
contigo.
273
—Sinceramente, no intento defender a Colin. No tengo ninguna
razón para hacerlo. Si te molesta porque crees que aún siento algo
por él, te prometo que no.
Se acercó más y me colocó el pelo detrás de la oreja.
—Sé que no. Es solo que, a veces, la respuesta más obvia es la
correcta.
—A veces. Y a veces no. Pero de cualquier manera, ¿no tenemos
que confiar en la policía en esto? Si es él, encontrarán las pruebas,
¿no?
—Espero que sí. Confío en Garrett. Pero quienquiera que sea, está
siendo cuidadoso. Hemos comprobado la grabación de la cámara.
No hay nada.
No sabía por qué eso, de todas las cosas, me hizo llorar. Ya sabía
que las cámaras no habían captado al acosador. Nos alertaban cada
vez que pasaba un auto y teníamos montones de imágenes
incidentales de Max correteando por el patio.
Tal vez me estaba dando cuenta de la realidad de la situación.
Alguien me odiaba de verdad y estaba dispuesto a hacer todo lo
posible por demostrarlo.
Tratando de recomponerme, me enjugué las lágrimas que caían.
En un instante, los brazos de Josiah me rodearon. Me estrechó
contra su cuerpo sólido, seguro y fuerte. Me relajé contra él,
sintiéndome cómoda en su abrazo. Y sentí algo más.
Realmente me había seguido hasta aquí para mantenerme a salvo.
Y en ese momento, me enamoré un poco más de Josiah Haven.

274
26 DE JULIO

No sé por qué tardé tanto en darme cuenta. La culpo a ella. Agita mis
emociones, me hace enojar demasiado como para pensar con claridad. No
ayuda que esté en todas partes. Siempre corriendo con su cámara, jugando
a la intrépida reportera.
Lástima que la guapa periodista no pueda descifrar su propia historia.
Demostrarle que aún puedo llegar a ella, haga lo que haga el montañés,
es solo una pieza del rompecabezas. Necesito cortar los lazos que la atan
aquí. Cortar sus conexiones. Quitarle las razones para quedarse.
¿Cree que un poco de pintura en aerosol es malo? Voy a desmantelar su
275
vida, pieza por pieza. Voy a arruinarla.
Y acabo de empezar.
Capítulo 28
Audrey
Nadie en la oficina podía ver la pantalla de mi portátil, pero el
impulso de cerrarla estaba ahí. Me resultaba extraño estar mirando
un correo electrónico de otra empresa, sobre todo cuando el
propósito del mensaje era invitarme a una entrevista para un
puesto.
No estaba tan emocionada como pensaba. Cuando recibí un
correo similar de Lou, ofreciéndome una entrevista para mi puesto
actual, lo celebré como si me hubiera ganado la lotería.
276
Este trabajo encajaba mejor y estaba mejor pagado. Entonces, ¿por
qué no saltaba de la silla ni me apresuraba a responder lo antes
posible?
Probablemente porque era en Massachusetts.
Era solo una solicitud de entrevista. No significaba que me dieran
el trabajo. Y si me lo daban, no tenía por qué aceptarlo.
¿Quién era yo y qué le había pasado a Audrey? Hace unos meses,
este trabajo me habría encantado, sobre todo porque estaba en
Massachusetts. Ahora no podía imaginarme diciendo que sí a una
mudanza al otro lado del país.
Sabía lo que había pasado. Josiah Haven.
¿De verdad iba a rechazar una entrevista para un buen trabajo?
Sí. Sí, lo haría.
Porque ya sabía que no lo aceptaría si me lo ofrecían. Y no quería
hacer perder el tiempo a nadie.
¿Estaba loca?
Sí, tal vez.
Escribí una respuesta cortés e intenté no pensar en las
implicaciones de la decisión que acababa de tomar. Tal vez me
arrepentiría. Tal vez Josiah y yo fracasaríamos, o él se cansaría de
mí, o yo me daría cuenta de que estaba loca por pensar que podría
quedarme felizmente en este pueblo.
Pero, al menos por ahora, iba a dejar que mi corazón me guiara. Y
mi corazón quería a Josiah.
Sandra entró balanceando un portabebidas lleno de cafés y una
bolsa en la otra mano. Ledger no pareció darse cuenta, así que me
levanté para ayudarla con la puerta.
—Gracias —dijo mientras le sujetaba la puerta—. Por si no te diste
cuenta, se rompió la cafetera. Me imaginé que eso significaba que
necesitábamos magdalenas, también. Tenían de arándanos.
—Me encantan las magdalenas de arándanos. Gracias. 277
—Gracias por tu ayuda, Ledger —dijo con voz sarcástica.
Se sacó uno de los auriculares.
—¿Qué?
Dejó el portabebidas en su escritorio y cogió uno de los vasos de
café.
—Te he traído un café con leche. Quizá la cafeína te motive para
hacer algo de trabajo.
Él sonrió, claramente ignorando su familiar insulto, y cogió su
café como un niño feliz.
—Gracias.
Levantó otro vaso y me lo dio.
—Para ti. Sírvete una magdalena. Le llevaré a Lou su café.
Sandra dejó el café en su mesa y se llevó el de Lou a su despacho.
Cogí mi café y una magdalena y me los llevé a mi escritorio.
Ledger me tendió una servilleta.
—Toma.
—Gracias.
El alcalde Bill pasó junto a la ventana delantera y se asomó.
Llevaba una camiseta del Escuadrón de Protección de Ardillas.
Incluso habían puesto sus nombres en la espalda, como en las
camisetas deportivas. Me vio y me saludó.
Le devolví el saludo. Alguien del escuadrón de protección de
ardillas pasaba por allí al menos una vez al día. Era reconfortante
ver que no solo cuidaban de las ardillas.
—Entonces, ¿tu acosador ha atacado de nuevo? —preguntó
Sandra de vuelta a su mesa.
—No hasta ahora.
Había pasado casi una semana desde el incidente de la pintura en
aerosol. A veces me preguntaba qué era peor, si descubrir que el
acosador había vuelto a atacar o la expectativa de lo que podría
278
hacer a continuación.
—Es una mierda que alguien te haga eso —dijo Ledger.
—Gracias. Es tan frustrante. Ojalá supiera por qué.
—¿Has considerado que podría ser una ex celosa? No me refiero a
la tuya, sino a una de Josiah.
—Ciertamente lo he pensado. No cree que tenga a nadie en su
pasado que lo odie tanto.
Sandra ladeó la cabeza, como si se lo estuviera pensando.
—Puede que tenga razón.
—¿Cómo lo sabes?
—Es un pueblo pequeño. No pasa mucho aquí que no sepamos
todos. Me parece que a Josiah lo han dejado una o dos veces,
mujeres que pensaban que eran demasiado buenas para Tilikum.
Cogí mi magdalena, contenta de haber rechazado aquella
entrevista en Massachusetts.
—Supongo que no conozco muchos detalles sobre su historial de
citas.
—Es fácil olvidar que alguna vez dejó que alguien traspasara esas
malhumoradas defensas suyas. Hasta ti, había pasado un tiempo. Se
tomaba su papel de solitario muy en serio.
Eso me hizo sonreír.
—No me sorprende.
—Bueno, a pesar de lo que dice la gente del pueblo, creo que uno
de ustedes tiene un enemigo del que no saben nada. Alguien que
busca venganza.
—Espera, ¿qué dice la gente del pueblo?
—Que guardas un terrible secreto y tu acosador va a sacarlo a la
luz. 279
Exhalé un suspiro.
—Genial. Me alegra saber que ahora soy la mentirosa del pueblo.
—Creo que mi teoría favorita es que eres la hija de un jefe del
crimen y estás intentando esconderte en Tilikum, pero los enemigos
de tu padre ya te han encontrado.
—Esa es buena —dijo Ledger—. No es que me la crea, pero sería
una buena historia.
—Definitivamente no soy la hija de un jefe del crimen. Aunque mi
padre era político. Pero un político de pueblo y todo el mundo en
Pinecrest lo quería.
—Podría haber tenido enemigos —dijo Ledger.
—Sí, eso es lo que mi madre sigue insistiendo. O sabe algo que no
me está diciendo o solo está tratando de hacer que esto se trate de
ella. Me inclino por lo segundo.
—¿Qué tal una buena noticia para equilibrar todo este mal yuyu?
—dijo Sandra.
—Sí, por favor.
—Las suscripciones han aumentado por primera vez en una
década. También las ventas en los quioscos. Convencer a Lou para
que ponga en portada los temas de interés local parece que está
dando sus frutos.
—¿En serio?
Ella sonrió.
—Sí. Y creo que es algo más que el enfoque local. Ya lo hemos
hecho antes. Pero nadie quiere leer una aburrida recapitulación del
acontecimiento que todo el mundo vio en persona. Tu idea de
Personajes Ilustres fue brillante. Dicen que las malas noticias
venden, y así es, pero también lo hacen las cosas conmovedoras de
interés humano, sobre todo cuando son algo con lo que los lectores
pueden identificarse. 280
—Eso es lo que estaba pensando. No todo tiene que ser malo para
ser convincente.
—Parece que tenías razón. Si esto sigue así, quién sabe. Podríamos
pagarle a Ledger.
Se sacó el auricular.
—¿Qué?
—No importa.
De repente, la puerta de la oficina de Lou se abrió. Siempre me
hacía saltar cuando hacía eso. Hasta ahora, Lou había sido bastante
agradable. Pero pasaba tanto tiempo en su despacho que parecía
melancólico y misterioso.
No de una manera sexy como Josiah Haven. Sino de una manera
que me asustaba.
Así que cuando su mirada arrugada se volvió hacia mí, mi
estómago dio un vuelco.
—Audrey. ¿Puedo verte en mi oficina?
Su voz ronca era siniestra. Miré a Sandra, pero no parecía
preocupada. Se limitó a encogerse de hombros y a darle un
mordisco a su magdalena.
—Sí, por supuesto.
Me levanté, temblorosa. Mientras entraba en el despacho de Lou,
se me ocurrió que probablemente me intimidaba tanto porque me
recordaba a mi padre. Aquel ceño fruncido, la barriga prominente y
la voz atronadora se parecían tanto a mi padre.
Tragando saliva, tomé asiento frente a su desordenado escritorio
mientras él se sentaba en su gran silla de oficina.
Sabía que si hablaba primero, empezaría a divagar, así que
mantuve la boca cerrada y esperé. El corazón me latía con una
fuerza incómoda y apreté las manos sobre el regazo, tratando de
mantenerme quieta.
—Tenemos un problema —dijo—. En parte es culpa mía. Cuando 281
te contraté, no me molesté en comprobar tus referencias. Tu
currículum era bueno y no me molestaste en la entrevista. Con eso
me bastaba. Pero parece que hay algunas cosas que no revelaste.
No tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—Lo siento, no sé lo que quieres decir.
Levantó un trozo de papel.
—Cuando rellenaste la solicitud en línea, no dejaste claro que
habías sido despedida de tu último trabajo por causa justificada.
—No me despidieron por causa justificada. Fue una
reestructuración.
—Sí, eso es lo que dice todo el mundo. Pero me han dicho que te
despidieron por faltas muy graves, incluido el robo.
—¿Qué? Nunca robé nada.
—No voy a denunciarte a las autoridades ni nada por el estilo.
Pero han hecho acusaciones muy graves contra ti. Tengo que
investigar.
—¿Con quién has hablado?
—Eso es información confidencial.
—Si alguien me acusa de un delito, tengo derecho a saber quién
es.
—No puedo decírtelo en este momento.
—¿Sabes siquiera quién es?
Vaciló.
—Ha pedido permanecer en el anonimato, pero se ha podido
comprobar que su información es fiable.
—¿Cómo?
—Mira, esto es un asunto interno, y tengo que hacer mi propia
investigación para ver si es verdad.
282
—Lou, te juro que no me despidieron de mi último trabajo.
Estaban reduciendo personal. Y nunca robé nada. Ni siquiera me
han acusado nunca de robar.
—Mi fuente ha proporcionado pruebas que sugieren lo contrario.
—¿Has hablado con mi antigua jefa? Ella puede aclarar esto en
dos segundos.
—Aún no he podido localizarla. Ya no trabaja para esa empresa.
—Golpeó su escritorio con un dedo grueso—. Audrey, dime la
verdad. Lo digo en serio, no involucraré a las autoridades.
—Estoy diciendo la verdad. —De repente caí en la cuenta de lo
que debía estar pasando—. Lou, alguien me ha estado acosando. Tú
lo sabes, todos en el pueblo lo saben. Han vandalizado mi casa dos
veces. Apuesto a que es quien contactó contigo.
—Sé lo del vandalismo. Pero esta persona no parecía tener nada
personal contra ti. Solo me estaba pasando información que creía
que yo debía tener.
—Por supuesto que no actuó como si tuviera algo contra mí.
Intenta que no lo atrapen. —Me senté hacia adelante en mi asiento—
. Lou, ¿quién fue? La persona que contactó contigo podría ser la que
me está haciendo todo esto. Podría ser el acosador.
—No puedo decírtelo. No hasta que averigüe qué es qué.
—Entonces al menos díselo a la policía. Puedes llamar a Garrett
Haven, ha estado trabajando en la investigación.
—Lo que haga con la información que tengo es asunto mío. Y
hasta que averigüe qué pasa, puedes irte a casa.
—Espera, ¿qué? ¿Me estás despidiendo?
—No voy a despedirte. Pero no puedo tenerte aquí hasta que
averigüe la verdad. Te voy a dar unos días de permiso.
Sentí como si me hubieran dado una patada en el estómago. Se
283
me fue el aire de los pulmones y me desplomé en el asiento.
¿Qué estaba pasando?
No dije nada mientras me levantaba de la silla y me dirigía a la
puerta. Pero entonces algo se encendió en mi interior e hice algo
muy poco propio de Audrey.
Me defendí.
—Lou, esto no está bien y no es justo. Me voy a casa y haz lo que
tengas que hacer mientras estoy fuera, pero voy a dejar constancia
diciendo que no estoy de acuerdo con la forma en que estás
manejando esto y creo que está mal.
No esperé a que me contestara. Simplemente salí y cerré la puerta
tras de mí.
Sandra no parecía preocupada cuando entré en el despacho de
Lou, pero sí cuando salí. Incluso Ledger parecía preocupado. Se
quitó uno de los auriculares y me miró enarcando las cejas.
—Me manda a casa.
—¿Qué? —preguntó Sandra—. ¿Por qué?
—Alguien le dijo que me habían despedido de mi último trabajo y
que le mentí al solicitar este y algo sobre ser acusada de robo. Todo
es mentira, pero cree que tiene que investigar las acusaciones él
mismo.
—Bueno, eso es una sarta de tonterías —dijo Sandra, ya
levantándose de su escritorio—. Voy a decirle lo que pienso de….
—No. No lo hagas, Sandra. No quiero que pierdas tu trabajo por
mi culpa. Se dará cuenta de la verdad y le dije lo que pensaba sobre
cómo está manejando esto. Dejémoslo así.
—No me gusta esto, Audrey.
—A mí tampoco, sobre todo porque tiene que ser la misma
persona que escribió en mi casa. Si haces algo, convéncelo para que
hable con la policía. Los llamaré en cuanto llegue a mi auto. Solo
espero que me crean. 284
—Les hablará. Me aseguraré de ello.
Me metí el portátil en la bolsa y me puse la correa al hombro.
—Creo que me voy unos días. Los veo luego.
Me vieron marchar. Derrotada, me dirigí al auto y subí. Siendo
realista, sabía que esto era temporal. No me habían despedido y
nunca había robado nada. Lou descubriría la verdad y yo volvería al
trabajo.
Pero, ¿quién me estaba haciendo esto? ¿Y por qué?
No saberlo era lo peor.
Capítulo 29
Josiah
Pintar era uno de los trabajos que menos me gustaba. Pero me
resistía a contratar a alguien simplemente porque era muy fácil.
Podía acabar con algunas habitaciones en uno o dos días, sobre todo
si tenía ayuda, así que ¿para qué gastar dinero pagando a alguien
para que lo hiciera? Cada dólar contaba en estos proyectos.
Mi padre solía ayudar a pintar, pero estaba ocupado arreglando
un problema de fontanería en casa. Menos mal, porque el idiota del
jefe de Audrey la había mandado a casa ayer. Quería algo que hacer,
ya que no podía ir a trabajar, y a mí desde luego no me molestaba la
285
compañía.
No cuando era ella.
Además, su ropa de pintar era sexy.
Estaba de pie a mi lado, extendiendo el satinado blanquecino de la
pared del dormitorio, vestida con una camiseta de tirantes
desgastada y unos pantalones cortos ajustados. Llevaba el pelo
recogido en una coleta y toda aquella piel al descubierto, incluso con
todas las gotas y salpicaduras de pintura, resultaba muy tentadora.
Especialmente esas piernas. Quería que me envolvieran.
A pesar de que pasábamos prácticamente todas las noches juntos,
no me cansaba de ella. Me estaba convirtiendo en un adicto.
Insaciable.
—¿Sigo haciéndolo bien? —me preguntó, sacándome de mis
pensamientos sobre su cuerpo desnudo.
—Se ve bien. Solo asegúrate de pasar el rodillo sobre cualquier
goteo.
—¿He mencionado antes de empezar esta mañana, que nunca he
hecho esto antes?
—Nunca has pintado una pared.
—No. Ni una sola vez.
—Por qué lo harías, supongo. Lo estás haciendo bien.
Sonrió y sumergió el rodillo en la bandeja de pintura.
No sabía cómo seguía siendo tan condenadamente feliz. No
habíamos atrapado a su acosador y era cuestión de tiempo que
volviera a atacar. No me cabía duda de que estaba detrás de la
llamada a su jefe. El cabrón había golpeado su auto, dañado su casa
y ahora intentaba que la despidieran.
Sin embargo, allí estaba, tarareando para sí misma mientras
pintaba un dormitorio. 286
Yo no estaba tan tranquilo.
De hecho, estaba furioso. Estaba enfadado por ella, pero no podía
hacer nada. Garrett dijo que estaban investigando todo, incluso
quién podría haber contactado a Lou, pero me estaba cansando de
esperar a que la policía hiciera su trabajo.
Cansado de sentirme encadenado, de que me impidieran
ocuparme de esto por mí mismo.
No es que supiera lo que haría, exactamente. Pero no habría sido
pintar una estúpida pared.
—¿Crees que Max está bien? —le pregunté.
Lo habíamos dejado al lado porque había un cien por ciento de
posibilidades de que caminara sobre las bandejas de pintura y nos
pasáramos el resto del día limpiando huellas de perro.
Sacó su teléfono y miró la hora.
—Probablemente deberíamos terminar cuanto antes.
La pintura se estaba aplicando con facilidad y casi habíamos
terminado, lo cual era una buena noticia porque los de la alfombra
llegarían por la mañana. Mi ayudante seguía enfermo, pero
planeaba venir el fin de semana para ponerse al día. Eso significaba
que los lavamanos estarían en los baños la semana que viene. No en
la fecha prevista, pero cerca. Y cerca era lo mejor que podía pasar en
este negocio.
Audrey había elegido los tocadores. No eran idénticos a los
gabinetes de la cocina, pero tenían un aire similar. También le pedí
que eligiera los azulejos de los tres cuartos de baño, así como las
luces y los accesorios. Básicamente, estaba diseñando la casa a su
gusto, en lugar de inclinarme por lo neutro, como solía hacer para
un alquiler. Quizá no fuera la mejor decisión comercial, pero me
gustaba ver cómo se materializaba su visión de la casa.
Además, tenía buen gusto.
—Ya casi hemos terminado. ¿Te apetece salir después de esto, o
quedarte en casa? Estaba pensando que podríamos tomar algo en 287
Timberbeast.
—Me gusta esa idea. —Sonrió—. ¿Pero te importa si invito a
Marigold? No teníamos planes concretos, pero hablamos de salir
esta noche.
—Claro.
Se acercó, se puso de puntillas y me besó.
—Gracias.
—Terminaré aquí si quieres ir a ducharte.
—¿Estoy sucia?
Puse el rodillo en el borde de la bandeja de pintura para poder
enganchar un brazo alrededor de su cintura y arrastrarla contra mí.
—Estás cubierta de salpicaduras de pintura.
—Uy.
—Hiciste un buen trabajo, pero hiciste un desastre. —Me incliné y
la besé, lenta y profundamente. Su boca se sentía suave y cálida
contra la mía.
Se siente tan bien.
—Perdón por el desastre —dijo.
—No te preocupes. Solo espero que hayas planeado que esa sea tu
ropa de pintura permanente.
—Ahora sí. —Volvió a sonreír.
Maldita sea, esta mujer. Su sonrisa iba a acabar conmigo. Acerqué
mi boca a la suya y volví a besarla, deleitándome con su sabor.
Conseguí soltarla sin arrancarle la ropa. Pero por poco. Terminé la
última parte de la pared y limpié mientras ella iba a la puerta de al
lado a sacar a Max. La preocupación me presionó en cuanto se fue.
No me gustaba cuando la perdía de vista. Hasta ahora, el acosador
no había intentado hacerle daño directamente, pero eso no
significaba que no lo haría. 288
Un vistazo por la ventana me tranquilizó. Ella se paseaba detrás
de Max mientras él olfateaba el patio. Esperó hasta que hizo sus
necesidades y ambos entraron.
La limpieza después de un día de pintura siempre es eterna. Lo
lavé todo y lo guardé en el garaje, y luego me fui a la puerta de al
lado a asearme para poder salir.
Me alegré de que hubiera aceptado tomar una copa en
Timberbeast. Estaba demasiado inquieto para quedarme en casa.
Pintar era un trabajo bastante físico, debería haberme ayudado a
quemar parte de mi exceso de energía, pero no fue así. Odiaba
sentirme tan inútil. Como si su acosador pudiera hacer lo que
quisiera y yo no tuviera forma de responderle.
Esperaba que estuviera en el bar, que por fin se mostrara en
público. Entonces podría darle su merecido.
El ruido de voces y música se extendió por el estacionamiento
cuando abrí la puerta. A primera vista, noté que había mucha gente,
pero no estaba abarrotado. No me importaba. Al menos no era
noche de karaoke.
Puse una mano en la espalda de Audrey cuando entramos. Un
toque ligero, pero con un mensaje para todos los hombres del bar.
Ni siquiera lo piensen. Ella es mía.
Audrey consultó su teléfono.
—Marigold está de camino. Le guardaré un sitio.
Me pareció bien. Marigold había sido una de las mejores amigas
de mi hermana durante años. Una chica bastante agradable.
Probablemente demasiado agradable para la mayoría de los chicos
289
de este pueblo.
Había una mesa vacía a la izquierda, así que conduje a Audrey
hasta ella y le acerqué una silla.
—Voy por bebidas. ¿Qué quieres?
—Un vodka con soda y limón, si tienen.
Observé a la gente mientras caminaba hacia la barra,
prácticamente mirando a todo el mundo. Buscaba a Colin, medio
esperando encontrarlo allí intentando pasar desapercibido. Dijera lo
que dijera Audrey, no me fiaba de aquel tipo. Incluso Garrett había
admitido que no lo habían descartado como sospechoso.
Pero no había ni rastro de él. Había un puñado de caras
desconocidas, probablemente turistas, pero la mayoría eran gente
del pueblo. Ningún imbécil pomposo y engreído.
Rocco y Hayden trabajaban en la barra, pero fue Rocco quien vino
a tomar mi pedido. Iba vestido con su típico uniforme: una camisa
de franela roja a cuadros con las mangas remangadas sobre sus
gruesos antebrazos. Pedí una cerveza y la bebida de Audrey, y
luego me apoyé en la barra mientras esperaba.
No perdí de vista a Audrey. Antes de que sirvieran nuestras
bebidas, alguien se acercó a la mesa. Estuve a punto de ir corriendo
hacia allí cuando me di cuenta de que era mi hermano Zachary.
Era un alborotador, pero no se metería con mi chica.
—¿Quieres que abra una cuenta? —Rocco deslizó nuestras
bebidas por la barra.
—Claro. Pero que Z no le cargue nada.
—Asegúrate de que esté calmado esta noche o acabará en el
estacionamiento.
—¿Qué ha hecho ahora?
—Nada esta noche. Solo dile que se cuide.
—Lo haré. Gracias, hombre. 290
Hayden miró en mi dirección mientras recogía nuestras bebidas,
así que le incliné la barbilla. Asintió con la cabeza, aunque parecía
un poco enfadado. No es que lo culpara. Probablemente tenía que
lidiar con todo tipo de mierdas en su trabajo, especialmente en una
noche ajetreada.
Llevé nuestras bebidas a la mesa y fulminé con la mirada a
Zachary hasta que se levantó y se sentó en otra de las sillas.
Obviamente, podría haberme sentado al otro lado de Audrey, pero a
veces un hombre tenía que poner a su hermano pequeño en su sitio.
—¿Dónde está mi cerveza? —me preguntó mientras me sentaba.
—Ve a buscarla tú.
—Idiota.
—¿En qué líos te has metido últimamente? —pregunté—. Rocco
dijo que me asegurara de que te calmaras.
Z fingió estar sorprendido.
—No tengo ni idea de lo que está hablando.
Audrey soltó una risita.
—Lo digo en serio. Soy un perfecto caballero.
Resoplé.
—¿Tú? Difícilmente.
Se volvió hacia Audrey.
—¿Puedes creer a este tipo?
—Me inclino a creerle a Rocco. —Señaló hacia la barra—. No
parece un tipo que se ande con tonterías.
—Cierto —dijo Zachary—. ¿Amenazó con echarme otra vez?
—Sí —dije—. No lo pongas a prueba. Lo hará.
—No sería la primera vez.
—¿No te estás haciendo un poco mayor para eso?
Sonrió.
291
—Probablemente.
Luke apareció, apartó la otra silla y se sentó. Tenía grasa bajo las
uñas y el pelo revuelto.
—¿Qué te ha pasado? —pregunté.
—Dos de mis mecánicos están fuera y tenemos un plazo. Significa
que tengo que ensuciarme las manos.
—Bien —dijo Z, prácticamente escupiendo la palabra—. Pasas
demasiado tiempo acurrucado en tu despacho.
—¿Cómo lo sabes?
Z se limitó a encogerse de hombros, como si no le importara lo
suficiente como para argumentar su punto de vista.
—¿Qué pasa con la situación del acosador? —preguntó Luke.
—Aparte de que alguien está intentando que la despidan, nada —
dije, sin molestarme en mantener la frustración fuera de mi voz—.
Todo esto es una mierda.
—¿Crees que las patrullas están ayudando?
—No más ardillas muertas —dijo Zachary.
—Quienquiera que sea, se acercó a su casa y la pintó con aerosol
en mitad de la noche.
—Pero al menos no mató a otra ardilla —dijo Audrey
alegremente.
Si lo hubiera dicho uno de mis hermanos, lo habría fulminado con
la mirada. Pero viniendo de ella, era tan bonito que casi sonreí.
—Buena actitud —dijo Luke.
—Me gusta centrarme en el lado positivo.
Me encantaba eso de ella y no iba a aguarle la fiesta recordándole
que no había mucho lado bueno en todo esto. 292
Aunque me había dado una excusa para dormir en su casa todas
las noches.
Tal vez había un lado positivo después de todo.
Tomé un sorbo de mi cerveza. Alguien cerca de la puerta llamó la
atención de Audrey y la saludó con la mano.
Marigold se acercó a la mesa, vestida con una camisa rosa y una
falda de flores. Siempre iba bien peinada, lo cual era lógico teniendo
en cuenta a qué se dedicaba. Miró la mesa llena y dio medio paso
atrás.
—Hola. Está ocupado aquí esta noche. —Se recogió el pelo detrás
de la oreja—. Puedo ir a buscar otro lugar para sentarme.
Tal vez era solo yo, pero parecía casi nerviosa. Lo cual era raro.
Pero probablemente solo era yo. Seguía asumiendo que todo el
mundo guardaba secretos o albergaba segundas intenciones.
—No, podemos hacer sitio —dijo Audrey.
Zachary se levantó.
—Tengo que estar en el trabajo temprano. Hasta luego. —Salió sin
contemplaciones hacia la puerta principal.
—Maldita sea, Z es mi transporte. —Luke se levantó y le ofreció
su silla a Marigold—. Estás preciosa esta noche, Mari. Siento no
poder quedarme.
Ella sonrió y tomó asiento.
—Gracias.
Le empujó la silla antes de despedirse.
Audrey me miró con las cejas levantadas, como si intentara
preguntarme o decirme algo. Desvió la mirada hacia mis hermanos,
que se marchaban, y luego hacia Marigold. Yo seguía sin saber qué
quería decirme.
Suspiró.
Marigold cogió la mano de Audrey. 293
—Cuéntame cómo te va. He oído lo de Lou. ¿En qué estaba
pensando?
—Solo intenta hacerlo lo mejor posible en una situación confusa.
—Está siendo un idiota —le dije—. Debería darte el beneficio de la
duda.
—Estoy de acuerdo —dijo Marigold.
—Al menos estoy de permiso retribuido. En cuanto se ponga en
contacto con mi antigua jefa, seguro que lo aclara. Seguro que me
llama el lunes por la mañana y me pide que vuelva.
—Todo esto es una locura —dijo Marigold—. ¿Todavía no tienes
ni idea de quién está detrás?
—En realidad no —dijo Audrey—. Pero con todas las cámaras que
Josiah puso en la casa, nadie se acerca sin que lo sepamos. Y las
patrullas del escuadrón de protección de ardillas parecen estar
ayudando. Al menos no ha habido más asesinatos de ardillas.
—Eso es algo bueno.
Puse los ojos en blanco. No quería que murieran animales, no era
un monstruo, pero no eran las ardillas lo que me preocupaba.
—No te voy a mentir, Audrey —dijo Marigold—. Sigo pensando
que debe ser ese exnovio tuyo. ¿El que vive en Pinecrest? Sé que has
dicho que no crees que sea él, pero tengo un presentimiento.
Me encontré con la mirada de Audrey y alcé las cejas.
—Lo sé, podría ser —admitió.
—Podría haber contratado a alguien para hacer el trabajo sucio. Es
un trajeado, ¿verdad?
Audrey asintió.
—Es abogado.
—Parece que ese tipo tiene un secuaz. Probablemente tiene el
dinero. O quizá tiene un cliente turbio que no puede pagarle, así que
llegó a un acuerdo. El tipo te acosa y tu ex se asegurará de que 294
consiga una sentencia más leve. O quizá he leído demasiadas
novelas románticas de suspenso últimamente.
—Contratar el trabajo sucio no es una mala teoría —dije—.
Explicaría cómo siempre tiene una coartada.
—La policía habría pensado en eso, ¿verdad? —preguntó Audrey.
—Eso parece —dijo Marigold.
No sabía lo que Garrett y los otros tipos del caso estaban
haciendo. No me decían una mierda. Lo que probablemente era
parte del trabajo, pero aun así me cabreaba.
Sandra entró y se dirigió directamente a nuestra mesa. Se sentó en
la silla vacía con una sonrisa de suficiencia.
—¿Qué pasa? —preguntó Audrey—. Pareces muy sospechosa.
—Renuncié.
Los ojos de Audrey se abrieron de par en par y la boca de
Marigold se abrió por la sorpresa.
—¿Qué? —preguntó Audrey—. Por favor, dime que no lo hiciste
por mi culpa.
—Maldita sea, renuncié por tu culpa. Lou no tenía derecho a creer
a una persona cualquiera antes que a ti. No me importa qué tipo de
supuestas pruebas decían tener. Debería haberse puesto de tu parte.
Así que me fui. Ledger también lo hizo.
—¿Vas a volver si él me llama de vuelta? —preguntó—. No puedo
trabajar allí sin ti y Ledger, especialmente ahora.
—Si Lou se disculpa apropiadamente, como un hombre, entonces
lo consideraré. Y será mejor que no vuelvas a menos que se rebaje.
Hazle trabajar por ello, Audrey. No aceptes menos.
—Lo sé, tienes razón —dijo—. Es solo que necesito un trabajo.
—Oh, vamos. —Sandra movió la mano despreocupadamente—.
Dijiste que este trabajo era solo hasta que te recuperaras. Quizá sea
el empujón que necesitas para encontrar algo mejor. Además, tu
casero no te echará si no puedes pagar el alquiler. 295
Audrey se rio y me miró a los ojos.
—Sí, pero no puedo aprovecharme.
—Estoy con Sandra. —Puse mi nudillo bajo la barbilla de Audrey
para que no apartara la mirada—. Tiene que hacer las cosas bien
contigo si quiere que vuelvas.
Me hizo un pequeño gesto con la cabeza.
—De acuerdo.
—Ha sido un gran día —dijo Sandra—. Necesito una copa.
¿Alguien más necesita un trago? ¿Dónde está Rocco?
Apareció junto a la mesa como por arte de magia.
—¿Qué vas a querer?
Sandra lo miró de arriba abajo con un leve movimiento de los
labios.
—Un gran cantinero gruñón, si te ofreces. O quizá solo un vodka
con soda. Marigold, cariño, ¿necesitas algo?
—Solo una copa de chardonnay para mí. Gracias, Sandra.
—Puedes ponerlo en mi cuenta —le dije.
Inclinó la barbilla en señal de reconocimiento y volvió a la barra.
—¿Por qué tienes servicio a la mesa? —pregunté—. Rocco hace
que todos los demás pidan en el bar.
—Creo que le gusta —dijo Audrey.
—En mis sueños —dijo Sandra con un suspiro.
—En serio, Sandra, creo que le gustas —dijo Audrey—. Siempre le
estás tomando el pelo, pero quizá deberías ver si quiere salir de
verdad.
—Dios mío, harían la pareja más tierna —dijo Marigold.
—Si Rocco quisiera invitarme a salir, ha tenido más que
suficientes oportunidades.
296
—Quizá necesite un empujoncito —dijo Marigold—. Podría ser
tímido por dentro.
Audrey miró hacia el bar.
—Creo que tienes razón. Actúa de forma brusca e intimidatoria,
pero quizá en el fondo tenga miedo al rechazo.
Marigold se llevó las manos al pecho.
—Lleva años enamorado de ti, pero cuanto más tiempo pasa, más
piensa que no puede ser. Seguro que suspira por ti, Sandra.
Puso los ojos en blanco.
—Lees demasiado.
—Lo sé, de verdad. Me ha dado expectativas muy poco realistas.
Pero sigo pensando que le gustas en secreto.
—Totalmente —dijo Audrey.
—Son muy dulces, chicas, pero soy demasiado mayor para ese
tipo de historia de amor.
Marigold jadeó.
—No, no lo eres.
—¿Qué piensas, Josiah? —preguntó Audrey.
Las miré a las tres. Audrey y Marigold me observaban con ojos
expectantes, como si estuviera a punto de decir algo profundo para
zanjar la discusión. La expresión de Sandra estaba llena de
escepticismo.
—No me voy a meter en esta conversación.
Audrey se rio y me dio un ligero golpe en el brazo.
—No eres divertido.
—Nunca dije que lo fuera.
Audrey y sus amigas charlaban mientras tomaban algo. Yo me
contenté con beberme mi cerveza, más o menos en paz.
297
Pero una cosa que había dicho Sandra se me clavó en la cabeza
como una astilla. «Dijiste que este trabajo era solo hasta que te
recuperaras».
Temporal.
Sabía que Audrey no se había mudado aquí con planes de
quedarse. Por eso debí alejarme de ella desde el principio.
Pero no había podido alejarme de ella.
Y no pude evitar preguntarme si había cometido un error.
Capítulo 30
Audrey
Algo andaba mal con Josiah.
No era el hecho de que estuviera callado lo que me puso sobre
aviso. Normalmente estaba callado. Si tenía algo que decir, lo decía,
pero por lo demás, no llenaba el silencio. Era refrescante, me recordó
que yo tampoco tenía que llenar todos los silencios incómodos.
Pero hoy era diferente.
Estaba sentada en la mesa de la cocina de mi casa, picoteando los
restos de mi desayuno, con el portátil abierto pero apagado. Pasó de
298
largo y no se detuvo a besarme la cabeza o la mejilla, como solía
hacer.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Sí. —Se sirvió una taza de café—. El tipo del azulejo llegará en
cualquier momento. Tengo que ir a dejarlo entrar.
—De acuerdo.
Se fue sin decir una palabra más y sin un beso de despedida.
Quizá estaba siendo demasiado sensible. No había pasado nada.
No podía estar enfadado conmigo. Tal vez solo estaba distraído,
pensando en la remodelación de al lado.
Estaba saliendo bien. Pintar con él había sido divertido y
habíamos hecho mucho. Era increíble lo diferente que se veía desde
la primera vez que la vi. Ahora tenía casi todo el suelo, ventanas y
puertas nuevas, zócalos y molduras. Me moría de ganas de ver la
cocina cuando estuviera terminada. Iba a ser preciosa.
Aparté el plato, acerqué el portátil y lo encendí. A pesar de mi
actitud valiente cuando había hablado con Sandra sobre mi trabajo,
estaba preocupada. ¿Y si Lou esperaba que volviera sin ningún tipo
de disculpa? No podía dejar pasar esto sin defenderme, pero
realmente necesitaba este trabajo.
¿Y si no me pedía que volviera? Podría culparme por la marcha
de Sandra y Ledger y decidir sustituirnos a todos.
O puede que finalmente cierre el periódico.
Eso me entristeció extrañamente. Por qué me importaba si el
pequeño periódico de Tilikum cerraba finalmente sus puertas. Era
inevitable, ¿no?
Pero, al menos por un momento, parecía que avanzábamos.
Dando a la comunidad algo que quería y por lo que estaba dispuesta
a pagar. Parecía una pena que todo ese trabajo se echara a perder.
He consultado la página web del Tribune. No se había
actualizado. No decía que el periódico había cerrado, pero eso no
era una buena señal.
299
Por un segundo, sentí una punzada de culpabilidad, pero no era
culpa mía y no iba a cargar con la culpa, ni siquiera en mi propia
mente.
Si alguien tenía la culpa, era quien me estaba acosando.
El teléfono sonó y me sacó de mis pensamientos. Suponiendo que
sería mi madre, lo tomé para contestar. Pero en la pantalla no
aparecía su número. Decía «restringido».
Hacía tiempo que no recibía una de estas llamadas. Había dejado
de contestarlas y quienquiera que fuera nunca dejaba mensajes.
No sabía por qué, pero contesté.
—¿Hola?
Silencio.
—¿Hola?
Esperé. Todavía nada.
—¿Por qué me hace esto?
No esperaba respuesta y no la obtuve. La llamada terminó.
Claramente me estaba insensibilizando a todo el asunto del acoso.
Ni siquiera estaba enfadada. Dejé el teléfono y volví al portátil,
como si no hubiera pasado nada.
Aunque, para ser justos, una llamada colgada era poca cosa
comparada con los mensajes escritos con sangre de animal en mi
puerta.
Lo que necesitaba era una alternativa por si realmente desaparecía
mi trabajo en el Tribune. La llamada que me habían colgado no me
había disgustado, pero la idea de volver a quedarme desempleada
sí. Se me retorcía el estómago de miedo al pensar en el estrés. La
búsqueda desesperada, la espera de una respuesta, el deseo de que
alguien me concediera al menos una entrevista.
¿Pero cómo iba a encontrar otro trabajo en este pueblo? El
mercado laboral no estaba precisamente en crecimiento por aquí. 300
Pensé en la entrevista que había rechazado para el trabajo en la
costa este. ¿Habría sido un error?
El problema era que todo dependía de Josiah y yo no sabía
realmente cómo se sentía.
Ese era el problema con el tipo fuerte y silencioso. Era tan difícil
de leer.
Tal vez pueda encontrar algo remoto. O principalmente remoto
con un poco de viaje. Podría manejar algo así.
Sabía que me sentiría mejor si pasaba algún tiempo buscando y al
menos me hacía una idea de cuáles podían ser mis opciones, tanto
para trabajos locales como remotos. Establecí mis criterios de
búsqueda y empecé a desplazarme.
Había marcado tres o cuatro que tenían potencial cuando Josiah
casi me hizo saltar de la silla. Estaba detrás de mí, con una expresión
difícil de leer.
Me puse la mano en el pecho.
—Me has asustado. ¿Cuánto tiempo has estado ahí de pie?
—No mucho.
—¿Cómo no te oí entrar?
Se encogió de hombros. Sus ojos se desviaron hacia la pantalla de
mi portátil y luego hacia otro lado. Sin decir una palabra, se alejó.
Callado y melancólico era una cosa, pero esto se estaba volviendo
ridículo.
Me levanté y lo seguí hasta el salón.
—¿Qué está pasando?
—Nada.
—No parece nada. Has estado actuando raro desde anoche.

301
—No, no lo he hecho.
Puse las manos en las caderas.
—Sí, así es. ¿Estás estresado por la remodelación? ¿O por algo
financiero? ¿O es por lo del acosador? Ojalá hablaras conmigo
porque me temo que no es ninguna de esas cosas y el problema soy
yo.
—Tú no eres el problema.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Muestras tantas emociones
como una roca, pero puedo verlas hirviendo a fuego lento en tu
interior.
Desvió la mirada.
—¿Qué vas a hacer si el trabajo no funciona?
—No estoy segura. ¿Es eso lo que te preocupa? Tengo un poco
ahorrado así que incluso si no puedo encontrar un trabajo de
inmediato…
—No me preocupa el dinero.
—Solo quiero decir que intentaré por todos los medios no
retrasarme con el alquiler.
—Eso me importa una mierda —espetó.
—¿Entonces qué pasa? —le grité.
—No quiero que te vayas.
Su respuesta fue tan inesperada que me quedé mirándolo con los
labios entreabiertos.
—Mi vida estaba bien —dijo—. No tenía que rendir cuentas a
nadie. Hacía lo que quería, cuando quería, y me gustaba así.
Entonces apareciste tú.
No estaba segura de qué decir a eso.
—¿Perdón?
—No soy bueno relacionándome con la gente, Audrey. No sé
cómo hacer esto.
—Sigue intentándolo porque no estoy segura de entender lo que
302
intentas decir.
Dudó, con los ojos tormentosos.
—Creía que no quería esto, pero lo quiero. Cada mañana, cuando
tu estúpido perro me despierta con su nariz húmeda en mi cara, te
miro durmiendo a mi lado y no puedo imaginar perderte.
—¿Por qué crees que me perderías?
—No estás aquí porque quieres.
—¿Qué, en Tilikum? No era exactamente mi primera opción, pero
eso no significa que quiera irme a la primera oportunidad.
—¿Estás segura?
—Quiero estar en sintonía contigo, pero me da la impresión de
que no nos entendemos. ¿Es porque acabas de ver ofertas de trabajo
en mi portátil? ¿Por qué sacas conclusiones precipitadas de que me
voy a ir?
Abrió la boca como si fuera a replicar, pero un destello de dolor
recorrió sus facciones.
—¿Qué? Josiah, por el amor de Dios, por favor dime qué estás
pensando. ¿Por qué estás tan convencido de que voy a dejarte por
un maldito trabajo?
—Porque ella lo hizo. —Su voz retumbó pero me di cuenta de que
no me estaba gritando—. Ambas lo hicieron.
No dijo nada más de inmediato, así que esperé a que continuara, a
que se abriera.
—Cassandra, mi exnovia, me hizo un favor. Yo tenía un anillo en
el bolsillo la noche que ella terminó nuestra relación, pero habría
sido un error. Ella claramente no estaba enamorada de mí y no creo
que yo estuviera realmente enamorado de ella. Solo cómodo, así que
parecía lo que había que hacer. Eligió un ascenso antes que a mí. Ni
siquiera me dio la oportunidad de decidir por mí mismo si me iba
con ella o no. Mi madre…
Se me cortó la respiración.
303
»Ella no le hizo el mismo favor a mi padre. Aceptó su anillo, se
casó con él, tuvieron tres hijos. Luego decidió que tenía sueños que
no incluían un marido y tres niños pequeños en un pueblucho en las
montañas. Así que se fue. Tilikum no fue suficiente para ella. Mi
padre no fue suficiente. Y yo tampoco.
Me di cuenta y se me partió el corazón por él. Por supuesto que su
madre le habría causado problemas de abandono y su exnovia le
habría abierto de nuevo esa herida. Si lo conocía, probablemente era
la primera vez que admitía ante alguien cuánto le dolía.
Me acerqué a él y le eché los brazos al cuello. Él me rodeó, como
una respuesta automática, pero su cuerpo seguía rígido.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Me pego a ti como el velcro. —Lo apreté y sentí que empezaba
a relajarse—. No te dejaré a menos que me obligues.
Sus brazos me rodearon con fuerza. Durante un largo momento,
ninguno de los dos dijo una palabra. Simplemente respiramos
juntos, existiendo en el mismo espacio, abrazados.
Finalmente, me aparté y le acaricié el pecho. Pensé que sería yo la
que seguiría, pero él me sorprendió hablando primero.
—Quiero que te quedes. —Su voz era baja y suave—. Quédate por
mí.
Como si pudiera negarle algo.
—Por supuesto que me quedaré. No quiero nada más. Solo te
quiero a ti.
—¿En serio?
—Sí, de verdad. —La vulnerabilidad en su rostro era tan
encantadora—. Sé que no me mudé a Tilikum porque quería estar
aquí. Pero ahora sí. Porque aquí es donde estás tú. Tampoco puedo
imaginar mi vida sin ti. Ya rechacé una entrevista en la costa este
porque no quería irme. 304
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Sobre el trabajo que rechacé o que quiero quedarme contigo?
—Ambos.
Me reí.
—¿Qué se supone que tenía que decir? Oye, Josiah, no llevamos
mucho tiempo juntos, pero estoy pensando en reorganizar mi vida
para poder quedarme aquí contigo. ¿Estás dispuesto a ese tipo de
compromiso?
—Sí, eso es exactamente lo que deberías haber dicho. —Su tono
era vehemente—. Entonces lo sabría. Tienes que ser sincera
conmigo. No entiendo las sutilezas.
—¿Así que honestidad total, sin ocultar nada?
—Sí.
Lo miré a los ojos y, respirando hondo, lo dije.
—Estoy enamorada de ti.
De repente, me levantó del suelo y me besó. Con fuerza. Me
agarré a él, le rodeé los hombros con los brazos y dejé que me
devorara. Podía tenerlo todo, cada parte de mí.
Me dejó en el suelo, con su cara aún cerca, su nariz rozando la
mía.
—Estoy tan enamorado de ti.
Su siguiente beso fue a la vez más suave y necesitado. El contraste
me hizo perder la cabeza. En segundos, estábamos retrocediendo
hacia el dormitorio. Por suerte, Max dormía la siesta en su cama y
no pareció darse cuenta de que nos íbamos.
No podíamos quitarnos la ropa lo bastante rápido. Josiah tomó el
control y me llevó a la cama. Me abrí para él ansiosamente,
desesperada por sentir su piel sobre la mía. Sus labios, su lengua, su
fuerte cuerpo. Lo quería todo.
Y me lo dio. 305
Con él dentro de mí, todo pensamiento desapareció. Solo podía
sentir. Nos movíamos juntos, la intensidad aumentaba rápidamente.
No era nuestra primera vez, pero era diferente. Era como si nuestro
yo más íntimo estuviera a la vista, sin nada oculto. Física y
emocionalmente, éramos uno.
Me puso encima de él y lo cabalgué con fuerza, clavándole los
dedos en el pecho. Sin inhibiciones, gemí a su ritmo. Su ceño se
frunció y gruñó. Me encantaba esta faceta suya, tan sensual y cruda.
Mi clímax creció rápidamente. Tanta presión y calor me dejaron
sin aliento. Me dejé ir, arremolinada en las cumbres del placer.
Volvió a gruñir con su liberación y no fue más que dicha.
Me desplomé sobre él, respirando con dificultad. Me acarició la
espalda y me besó el hombro.
—Te amo —murmuró.
—Yo también te amo. Muchísimo.
Me abrazó fuerte y no tuvo que decir nada más. Mi hombre de
pocas palabras había dicho las únicas que realmente quería oír.

306
Capítulo 31
Audrey
Aunque era sábado, Josiah ya estaba trabajando en la
remodelación. Los gabinetes de la cocina habían llegado y su padre
y su hermano Zachary habían venido a ayudarle con la instalación.
Estaba emocionada por ver cómo iba a quedar.
Eso nos dejó a Max y a mí disfrutar juntos de una mañana
tranquila. Lo había sacado a pasear; siguiendo cerca de casa y sin ir

307
a sitios donde mi celular perdiera señal, por supuesto; y tenía planes
con Marigold más tarde.
No sabía qué pasaba con mi trabajo, ni si seguiría teniéndolo en
los próximos días, pero ya no me preocupaba. Tenía a Josiah y eso
era lo único que importaba.
Tampoco sabía quién me acosaba ni por qué. Eso era un poco más
difícil de dejar de lado, incluso mientras me regodeaba en el
resplandor del amor recién declarado. Una sensación de aprensión
me seguía allá donde iba. Sabía que no había terminado y dudaba
que los ataques cesaran. Por lo que había leído en Internet, el acoso
solía ir a más. Me hacía preguntarme qué vendría después.
Max me miró desde su sitio en el sofá. Dejé la taza de café vacía
sobre la mesita, intentando reunir fuerzas para darme una ducha.
—No me mires así —le dije—. A veces los días perezosos son
agradables.
Sus cejas se movieron de un lado a otro.
—Sé que necesitamos comida para perros. Ya has desayunado,
estarás bien. Iré a la tienda después de ducharme y cenarás justo a
tiempo.
No dejaba de mirarme.
—Deja de juzgar. Sé que no suelo quedarme sin tu comida, pero
he tenido muchas cosas en la cabeza.
Finalmente, volvió a bajar la barbilla y cerró los ojos.
Sonó mi teléfono y miré la pantalla antes de contestar. Era mi
madre.
—Hola, mamá.
—Hola, querida. Estaba regando flores y me hicieron pensar en ti,
así que decidí llamarte.
—Oh, que linda.
—Recuerdo que cuando eras pequeña te encantaba cortar flores y
traerlas dentro para ponerlas en la mesa. ¿Te acuerdas de eso? 308
—Sí, lo recuerdo.
—Tuve que plantarte tu propio parterre para que no molestaras a
mis rosas.
—Yo también lo recuerdo. Me gustaba trabajar en el jardín
contigo. Era una de las pocas veces que me dejabas ensuciarme.
Se rio suavemente y luego se puso seria.
—A veces me pregunto si he sido demasiado dura contigo.
Fue una confesión sorprendente. No sabía muy bien cómo
responder.
—Hiciste lo que pudiste.
—Lo intenté. Aunque, ¿qué habría tenido de malo dejarte coger
unas rosas?
—Mamá, ¿estás bien?
Suspiró.
—Supongo que me siento nostálgica. ¿Cómo estuvo tu semana?
—¿Sinceramente? Altibajos. Alguien intenta que me despidan.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Mi jefe recibió una llamada de alguien diciendo que mentí
sobre mi último trabajo. Que me habían acusado de robo y me
habían despedido.
—Eso no tiene sentido.
—Lo sé, pero intenta decírselo a mi jefe. Me envió a casa hasta que
pueda hacer su propia investigación.
—¿Va a despedirte?
—En este momento, no sé qué va a pasar. Mis otros dos
compañeros se han ido, así que no sé si el periódico saldrá esta
semana. Por lo que sé, esto será la gota que colme el vaso y Lou
cerrará el periódico por completo.
—Oh Audrey, eso es terrible. 309
—Definitivamente no es lo ideal. Pero no te preocupes por mí. Ya
me las arreglaré. No tengo otro trabajo previsto, pero si hay algo en
lo que tengo mucha experiencia es en buscar trabajo. Encontraré otra
cosa.
No contestó. Jugueteé con un cordón del dobladillo de mi
camiseta de tirantes, intentando no molestarme. Pero lo último que
necesitaba en aquel momento era un sermón sobre cómo dependía
de mí mantener la reputación de excelencia de la familia y que otra
temporada desempleada era inaceptable.
—Mamá, sé que esta no es una gran situación, pero…
—Creo que debería ir a visitarte.
—Espera, ¿por qué?
—Has tenido una semana dura y aún no he visto tu casa. Me
parece una buena excusa. ¿Te importa?
La mujer me iba a dar un caso grave de latigazo emocional.
—No, no me importa. ¿A qué hora?
—¿A qué hora te queda bien?
—¿Me das un par de horas? No me he duchado ni nada y necesito
hacer un recado rápido.
—Está bien. Te veré en un par de horas. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Terminé la llamada y dejé caer el teléfono sobre el cojín que tenía
al lado.
—Bueno, Max, supongo que nuestra mañana perezosa ha
terminado. Viene la abuela.
Su único gesto fue abrir un ojo y volver a cerrarlo.
—Sí, lo sé, no son noticias muy emocionantes para ti. Solo espero
que no venga a sermonearme en persona.
Dejando que Max disfrutara de su siesta en el sofá, me levanté
para ducharme y vestirme.
310

Tenía una hora antes de que llegara mi madre. Tiempo de sobra


para ir a la tienda de mascotas por comida para perros.
Probablemente habría tenido tiempo por la tarde antes de mis
planes con Marigold, pero quería hacerlo. Además, si me quedaba
en casa me estresaría por el estado de mi casa. Estaba bastante
limpia y ni Josiah ni yo éramos tan desordenados, así que una
limpieza rápida había bastado. Y para ser justos, mi madre era
muchas cosas, pero crítica de la limpieza no era una de ellas. Al
menos tenía un punto ciego para el pelo de las mascotas,
probablemente debido a su afecto por los felinos de pelo largo.
Josiah seguía al lado, así que decidí pasarme para avisarle de que
iba a salir y le echaría un vistazo a la cocina.
Lo encontré en el garaje, sin camiseta y sudoroso.
—Hola —dije, tratando de no salivar demasiado—. ¿Cómo va
todo por aquí?
—Hace calor. El aire acondicionado dejó de funcionar y mi chico
no puede venir a echar un vistazo hasta mañana.
—Eso apesta. —Me acerqué y, sin prestar atención a su cuerpo
sudoroso, le rodeé la cintura con los brazos.
—No hagas eso. Estoy asqueroso.
—Realmente no me importa.
Se inclinó y acercó su boca a la mía. Saboreé la pizca de sal y
saqué la lengua para lamerle el labio inferior.
El gruñido bajo de su garganta me provocó un remolino de deseo.
—Uf, qué asco —dijo una voz detrás de él.
—Cállate, Z —dijo Josiah y volvió a besarme.
311
—Papá, Josiah se está besando con su novia en el garaje —llamó
Zachary.
Josiah se rio y volvió a besarme.
—Ignóralo.
—Me parece justo —dije—. Te dejaré volver al trabajo. Solo quería
que supieras que tengo que ir a la tienda de mascotas.
Su ceño se frunció.
—¿Puedes esperar? Iré contigo más tarde.
—Mi madre vendrá de visita sorpresa dentro de una hora y
después tengo planes con Marigold. Solo será un viaje rápido.
Volvió a gruñir.
—No me gusta que salgas sola.
—No estaré sola. Llevaré a Max.
—Como si eso fuera a ayudar. Si aparece tu acosador, se dará la
vuelta y le pedirá que le frote la barriga.
No se equivocaba.
—Cierto. Pero no puedes venir conmigo a todas partes. Correré al
pueblo y volveré enseguida.
—Sigue sin gustarme.
Me estiré para besarlo.
—Estaré bien.
Me acarició las mejillas y volvió a besarme, esta vez
profundamente. Al parecer, Zachary había vuelto a entrar porque ya
no se oían quejidos fraternales. Me hundí en su beso, sin reparar en
el sudor que me estaba dejando en la ropa. Me daba vueltas la
cabeza de placer, por el calor de su boca y la ternura de sus caricias.
Quién diría que este hombre rudo podría ser tan gentil.
Cuando por fin se apartó, miré a mi alrededor para asegurarme 312
de que Max no se había alejado. Estaba olfateando el suelo cerca de
la puerta del garaje.
—Date prisa a casa —dijo Josiah.
—Lo haré. Espera, ¿puedo ver la cocina primero?
La comisura de sus labios se levantó.
—Todavía no.
—¿De verdad? ¿No me vas a dejar verla?
—No hasta que esté terminada.
Mis hombros se desplomaron.
—Bien. ¿Pero está saliendo como querías?
—Hasta ahora.
—Eso no me dice nada.
—Solo tienes que verla.
—Quiero verla, pero no me dejas. —Saqué el labio inferior.
Se inclinó y rozó mis morritos con los dientes.
—Más tarde.
Me encantó el agradable cosquilleo que recorrió mis venas. Había
algo más en su promesa de más tarde que una visita a la nueva
cocina.
No podía esperar.
Nos despedimos una vez más, me separé de él y subí a Max al
auto.
De camino al pueblo, observé los alrededores con otros ojos.
Anoche había tomado una decisión. Principalmente, por Josiah. Lo
quería más que cualquier trabajo o lugar para vivir. Pero también
había tomado una decisión por Tilikum. Este pequeño pueblo
peculiar no era donde me había imaginado terminar. Pero al pasar
por delante de las tiendas y los pinos, con los picos de las montañas
al fondo, sentí una sorprendente sensación de paz. 313
Me gustaba estar aquí y cada vez me costaba más recordar por
qué volver a las Cascadas me había parecido un fracaso. ¿Y qué si
una vez había declarado que nunca volvería a vivir aquí? Audrey, a
los veinte años, no sabía lo que quería. Lo único que sabía era lo que
no quería: la vida que se esperaba de ella.
Esta no era esa vida. Era mi propia vida, mi propia elección y se
estaba convirtiendo en algo mejor de lo que había imaginado.
Cuando me estacioné delante de Happy Paws, estaba de muy
buen humor. El sol brillaba, estaba enamorada y, lo mejor de todo,
Josiah Haven me correspondía.
Mi teléfono sonó. Restringido. Decidí que no iba a dejar que un
acosador me hundiera.
—Hola, soy Audrey. ¿Vas a decir algo esta vez o vas a seguir
colgándome? Porque no creo que las extrañas llamadas estén
haciendo lo que esperas que hagan. No te tengo miedo.
No hubo respuesta, pero la llamada permaneció conectada.
—Tal vez podríamos hablar de esto, como adultos. ¿Qué te
parece? Dime qué hay detrás de esto y podemos encontrar una
manera de resolverlo.
Todavía nada.
—¿De verdad sería tan malo? Escucha, anoche mi novio y yo por
fin nos dijimos las cosas que necesitábamos decirnos y tengo que
decirte que fue increíble. La simple honestidad llega muy lejos.
Esperé. No es que esperara una respuesta, pero nunca había
estado tanto tiempo al teléfono con quienquiera que fuera. Abrí la
boca para seguir hablando, porque por qué diablos no, cuando me
llevé el susto de mi vida.
—Te odio.
La voz era baja, definitivamente masculina.
—¿Por qué? 314
La llamada terminó.
Tragué con fuerza, con una sensación de malestar revoloteando
en mi estómago. Aquella voz. No reconocí quién era, pero la
malevolencia había sido inconfundible. Fuera quien fuese, acababa
de decirme la verdad. Me odiaba. Profundamente.
Por mucho que no quisiera dejar que me robara la alegría, fue con
una tenue sensación de felicidad que saqué a Max del auto. Miré por
encima del hombro, sin poder evitar la sensación de que me
observaban.
Tal vez no debería haber salido sola después de todo.
Pero estaba allí, así que decidí entrar y coger la comida del perro.
Luego llegar a casa lo más rápido posible. Tenía que contarle a
Josiah lo de la llamada.
—Hola, Audrey —me dijo Missy cuando entré. Parecía un poco
mayor que yo, probablemente de unos cuarenta años, con el pelo
rubio fresa y pecas, y era una de las mayores amantes de los
animales que había conocido. Max la adoraba.
Me desvié hacia la caja primero para que Max pudiera saludar.
—Hola, Missy. Solo necesito comprar comida para perro muy
rápido.
Se agachó para mimar a Max con atención. Lo dejé con ella,
busqué nuestra marca preferida y la llevé a la caja. Por el camino vi
algunos juguetes para gatos y decidí comprar un regalito para
Duquesa. Mi madre lo agradecería.
—¿Eso es todo? —preguntó.
—Sí, con esto bastará. —Cogí una bolsa de golosinas de batata
para perros, sus favoritas, y saqué la cartera.
Miré por la ventana mientras ella cobraba mi compra. Max movía
alegremente la cola a mi lado. No sabía qué buscaba exactamente.
No podía ver mi auto desde donde estaba. ¿Creía que vería al
acosador, asomado a la ventana, observándome? 315
La voz del teléfono me había inquietado. Solo quería salir de allí.
Missy me entregó una pequeña bolsa con los juguetes para gatos y
las golosinas para perros. Cogí la comida para perros y me la
acomodé en la cadera, luego cogí el resto.
—Gracias, Missy. Hasta luego.
—Que tengas un buen día. ¡Adiós, Max!
Mi corazón latía incómodamente fuerte mientras salíamos de la
tienda. La acera de este lado de la calle estaba vacía, solo unos pocos
autos estacionados cerca. Una pareja salía de una tienda dos puertas
más abajo, pero por lo demás no había nadie.
Respiré hondo. Estaba bien. Solo estaba nerviosa por la llamada.
No debería haber contestado. Había sido una estupidez.
La correa se sacudió cuando Max golpeó el extremo de esta. Tocó
el suelo con el hocico y tiró hacia mi auto.
—Espera, Max. Sé que quieres una golosina, pero puedes esperar.
Me arrastró hasta mi auto, donde siguió olfateando furiosamente.
—¿Había una ardilla? —Me ajusté la bolsa para poder sacar las
llaves. Había una ardilla, que nos chirriaba desde el tejado del
edificio—. Ya se ha ido, perro tonto.
Max no paraba de olisquear. Intentó dar una vuelta alrededor del
auto, pero mantuve la correa bien sujeta mientras abría la puerta del
copiloto.
—Max, en serio, para. Tengo que poner tu comida en el auto.
Tiré las cosas en el asiento del copiloto y cerré la puerta, luego
dejé que Max diera su vuelta.
—¿Ves? La ardilla se ha…
Estaba a punto de decir «ido», cuando me di cuenta de que Max
no había captado el olor de una ardilla.
Había un papel doblado en el parabrisas de mi auto, escondido
debajo del limpiaparabrisas. 316
Dando pasos lentos alrededor del auto, me acerqué al lado del
conductor. Sentí un cosquilleo en la espalda y el corazón me latía
con fuerza en el pecho. Con movimientos rápidos y acelerados,
comprobé lo que me rodeaba. Pero ya sabía que no lo vería. Hubiera
apostado lo que fuera a que se había marchado inmediatamente o
que estaba escondido, observándome desde lejos.
Me tembló la mano al tomar la nota. Era un trozo de papel de
impresora. No estaba escrita a mano y, si se parecía en algo a los
incidentes de vandalismo, no habría huellas dactilares. Estaba
escrita con un tipo de letra básico, probablemente Times New
Roman. No había manchas de sangre ni letras recortadas de recortes
de periódicos y revistas. Solo las palabras: «Te odio».
—Max, vámonos.
Con el corazón en la garganta, lo cargué y me dirigí a casa.
Capítulo 32
Josiah
Cinco minutos después de que Audrey se fuera, me arrepentí de
haberla dejado ir sola. Ella tenía razón, probablemente estaba bien, y
no podía seguir todos sus movimientos como un guardaespaldas.
Pero seguía sin gustarme.
A pesar del calor, los gabinetes entraron sin demasiado drama. Mi
padre ya no era tan joven como antes, pero seguía siendo fuerte
como un buey. Y a pesar de que Zachary era generalmente un grano
en el culo, era un buen trabajador. Probablemente más motivado por
su sueldo que por su lealtad fraternal, pero a mí me parecía bien.
317
Pusimos primero las partes superiores y hasta ahora, todo estaba
nivelado y a escuadra. Mi ebanista hizo un buen trabajo. Volvería
más tarde e instalaría todas las puertas y estantes.
Papá dio un paso atrás y se secó la cabeza con un pañuelo azul.
—Se ve bien.
Zachary le entregó una botella de agua.
—Sí. No apesta.
Era verdad. No apestaba. De hecho, se veía muy bien.
Probablemente mi favorita de todas las casas que había remodelado
hasta ahora.
Audrey tenía buen gusto.
Aunque, estaba conmigo, pero tal vez era solo su gusto en los
hombres que era cuestionable.
Era un cabrón con suerte.
Papá consultó su reloj.
—¿Te importa si terminamos mañana? Tengo algunas cosas que
hacer en casa y luego tengo que asearme. Tu madre quiere que la
lleve a bailar.
—¿A bailar? —pregunté—. ¿Desde cuándo bailas?
—Desde que tu madre quiso aprender. —Se encogió de
hombros—. Hemos estado tomando lecciones de baile.
Zachary lo miró de arriba abajo.
—No puedo decidir si me parece genial o raro.
Papá levantó la boca con una sonrisa torcida.
—Primero. Siempre llega a casa de muy buen humor, ya me
entienden. Tomen nota, chicos.
—¿Acaba de darnos consejos sexuales refiriéndose a mamá? —
Zachary se estremeció—. Tengo que ir a ducharme para quitarme
eso. 318
—Sí, vete. —Eché a papá—. Podemos terminar mañana. Yo
cerraré.
Se rio al salir.
Zachary lo siguió. Limpié un poco y cerré la puerta del garaje,
luego salí, cerrando la puerta tras de mí. Habría sido bueno que
colocáramos el resto de los gabinetes, pero no me preocupaba. Las
encimeras no estaban programadas hasta dentro de unos días, así
que teníamos tiempo y el calor era brutal. No quería que papá se
excediera.
Audrey se detuvo y se estacionó en la entrada de su casa. Su
puerta se abrió y Max salió del auto delante de ella. Le eché un
vistazo a la cara y supe que algo iba mal.
Corrí hacia ella mientras Max saltaba y trataba de llamar mi
atención.
—¿Qué pasó?
—Llamó. Justo cuando llegué a la tienda de mascotas. Contesté y
empecé a balbucearle porque nunca dice nada. Solo cuelga, ¿no?
Pero esta vez, me contestó.
—¿Qué ha dicho?
—«Te odio».
La ira me quemaba las venas. Apreté los puños y se me desencajó
la mandíbula.
—¿Qué?
—Eso fue todo lo que dijo. Luego colgó. Y no, no podría decir
quién era. No reconocí su voz, pero también parecía que la estaba
disfrazando a propósito. ¿Recuerdas la película de Batman con el
tipo de la voz gruñona? Sonaba así.
Le pasé un brazo por la cintura y la atraje contra mí. No la
culpaba por haberse enfadado por la llamada, pero por la expresión
de su cara, había pensado que era algo peor.
—Cariño, siento lo que ha pasado, pero estás a salvo.
319
—Eso no es todo.
—¿Qué más?
Levantó un papel doblado.
—Estaba en mi auto cuando salí de la tienda de mascotas.
Escondido bajo el limpiaparabrisas del lado del conductor.
Cogí la nota y la desdoblé. «Te odio».
Me costó un acto de autocontrol no arrugarlo en mi puño. Tenía
que guardarlo para Garrett, pero jodería a este tipo.
—¿Dejó esto en tu auto? ¿Ahorita mismo?
—Sí. No estaba allí cuando salí de casa. Me habría dado cuenta. Y
Max captó su olor cuando salimos de la tienda de mascotas. Estaba
olfateando alrededor del auto como loco. Josiah, solo estuve en la
tienda unos minutos. Cinco como mucho. ¿Cómo supo que yo
estaba allí?
—Te siguió.
Sus ojos brillaban con lágrimas.
—Sabía que esto era malo, pero no pensé que me estaba
siguiendo.
—Quizá antes no lo hacía. —Escudriñé la calle en busca de
cualquier señal de alguien que no debiera estar allí. Pero ya sabía
que a este tipo se le daba bien no ser visto—. Pero ahora lo hace y
quiere que lo sepas.
—¿Por qué hace esto? ¿Por qué me odia tanto?
Sabía exactamente por qué ese tipo la odiaba tanto, igual que
sabía quién era. Maldito Colin. Estaba llevando su rencor contra su
exnovia bastante lejos, pero claramente estaba trastornado.
Sin embargo, no quería discutir con ella al respecto.
—No lo sé. —Volví a atraerla contra mí y la abracé con fuerza—.
Pero vamos a averiguarlo y a deshacernos de ese idiota. 320
—Eso me dio un susto de muerte. Pensé que podría vomitar de
camino a casa.
—Me alegro de que no lo hicieras. Max habría intentado
revolcarse en eso. —Eso le arrancó una carcajada y le besé la parte
superior de la cabeza—. ¿Va a venir tu madre?
—Sí, llegará pronto.
—¿Y luego sales con Marigold? ¿A dónde?
—Íbamos a salir a comer, pero quizá le pregunte si quiere
quedarse. Pasar el rato aquí.
—No te diré lo que tienes que hacer —le dije, preparándome para
hacer justo lo contrario y decirle lo que tenía que hacer—. Pero
quédate dentro. Estás más segura aquí que en cualquier otro sitio.
—Tienes razón. Al menos aquí hay muchas cámaras. Pensaba que
eran una exageración, pero ahora me alegro de que hayas puesto
demasiadas. Aunque las ardillas no paran de activarlas.
—Las ardillas son muy molestas, pero prefiero eso a darle una
oportunidad a ese repugnante tipo.
Se apartó y miró a su alrededor.
—¿Crees que nos está mirando ahora mismo? Nunca he estado
tan asustada en toda mi vida.
No estaba seguro de por qué, pero mi instinto me decía que no.
Que había huido después de dejar la nota.
—Podría ser, pero no lo creo. Parece que es bueno escondiéndose,
pero creo que es un cobarde. Puso esa nota en tu auto y se largó.
—O tal vez consiguió a alguien que lo hiciera por él.
—Tal vez. Es difícil de decir.
Volvió a arrimarse a mí y respiró hondo. Busqué a Max, pero
estaba ocupado olfateando su auto. Probablemente seguía oliendo al
acosador.
—Debería entrar —dijo—. Tengo que llamar a Garrett y hacerle 321
saber sobre la llamada y la nota. Mi madre llegará pronto, es
puntual para todo.
Entramos y Max fue directo a su plato de agua, luego a su sitio
favorito en el sofá. Se acurrucó y cerró los ojos. Al parecer, su
aventura en la tienda de mascotas había sido suficiente para
cansarlo.
Audrey sacó su teléfono para llamar a mi hermano.
—Hola, Garrett. Sí, ha habido otro incidente.
Esperé y escuché mientras le transmitía la información a mi
hermano. Cuando terminó, lo puso en el altavoz para que yo
pudiera oír lo que tenía que decir.
—Siento lo que pasó, Audrey. ¿Todavía tienes la nota?
—Sí.
—Métela en una bolsa de plástico por mí. Basándome en los otros
incidentes, dudo que saquemos algo de ella, pero echaremos un
vistazo de todos modos.
—Mis huellas dactilares están por todas partes. Dejé que Josiah la
tocara, también. Lo siento.
—No pasa nada. Ya sabemos que es cuidadoso.
—¿Y las llamadas telefónicas? —pregunté—. ¿No puedes
rastrearlas?
—Hacemos lo que podemos, pero el tipo sabe lo que hace. Cada
llamada se origina desde un número diferente, probablemente un
teléfono diferente, y está usando VPNs9 en el extranjero.
—¿Quién sabría hacer todo eso? —preguntó.
—Cualquiera con acceso a internet podría averiguarlo —dijo
Garrett.
Y un abogado estaría familiarizado con lo que la policía puede o
no hacer, lo que puede rastrear y lo que no.
322
Me lo guardé para mí.
—¿Así que no viste a nadie? —preguntó Garrett—. Nadie
caminando o conduciendo.
—La verdad es que no —dijo Audrey—. Al principio no me di
cuenta de que había algo en el auto. Max se estaba volviendo loco
por el olor y yo tenía los brazos llenos de cosas.
—De acuerdo. Bueno, estamos haciendo todo lo que podemos.
—¿Eso es todo? —pregunté.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó Garrett y no me perdí la
irritación en su voz—. Quiero respuestas tanto como tú.
—Lo dudo.
Audrey me puso una mano en el brazo.

9Virtual Private Networks que significa redes privadas virtuales que crean una conexión de red
privada entre dispositivos a través de Internet.
—Josiah.
—No, esto es una mierda —dije—. Este tipo sigue acercándose
cada vez más a ella y todo lo que oigo de ti es lo que no puedes
hacer. No puedes rastrear las llamadas. No se pueden encontrar
huellas dactilares. No se puede encontrar nada para identificar
quién está haciendo esto. ¿Tenemos que esperar a que la asesine
para encontrarlo?
—Sé que estás preocupado. Confía en mí y déjame hacer mi
trabajo.
Estaba tan enfadado que quería atravesar la pared con el puño,
pero entonces tendría que arreglarla y odiaba reparar paneles de
yeso.
Así que sacudí la cabeza y me dirigí a la cocina.
Audrey terminó la llamada con Garrett mientras yo me quejaba.
Estaba harto de esto. Harto de dárselo todo a la policía, esperando
que encontraran una pista. Harto de esperar a que alguien cuidara a
mi chica.
323
Estaba harto.
Audrey me puso una mano suave en el brazo y, aunque su tacto
no me calmó, sí fortaleció mi determinación.
Sabía lo que tenía que hacer.
—¿Así que tu madre llegará pronto? —pregunté.
—Sí, diez minutos más o menos.
—¿Y luego viene Marigold?
—Aún no la he llamado, pero seguro que no le importará venir
aquí. Podemos pedir a domicilio.
Le toqué el rostro y me encontré con sus ojos.
—No vas a ir a ningún otro sitio, ¿verdad?
—No. Hice mi recado y lo último que quiero hacer es ir al pueblo
ahora mismo. ¿Por qué?
—Tengo que ir a hacer algo. No quiero dejarte sola, pero mientras
te quedes aquí, estarás bien. Tendrás a tu mamá y a Marigold para
hacerte compañía.
—¿Qué tienes que hacer?
Pude ver la sospecha en sus ojos. Odiaba mentirle, pero no podía
decirle la verdad. Todavía no.
Se lo diría cuando terminara. No estaba mintiendo, exactamente.
Solo retrasaba la explicación.
—Son solo cosas para la casa. Si consigo tenerlo todo listo, los de
la encimera podrán instalarla antes. Eso nos devuelve a la
programación. Solo tengo que salir corriendo y coger algunas cosas
para que eso ocurra.
—Oh. —Pareció relajarse—. Está bien. Es genial lo de la encimera.
Estoy deseando verla.
—Va a quedar muy bien.
Sonrió.
324
—Siento mucho todo esto. Se supone que deberías estar
trabajando y aquí estás preocupándote por mí.
La atraje de nuevo y la rodeé con mis brazos.
—No te disculpes, no es culpa tuya.
Era culpa de Colin e iba a ponerle fin. Ahora.
Capítulo 33
Audrey
Max se levantó de su breve siesta y se acercó a la ventana,
moviendo la cola. Miré afuera y vi el auto de mi madre. Quería
alegrarme de verla, emocionarme por enseñarle por fin mi nueva
casa, pero después de la nota en mi auto, era difícil sentir algo que
no fuera una vaga sensación de temor.
Deseé que Josiah no se hubiera ido.

325
Tenía la sensación de que era lo mejor. No entendía muy bien por
qué mi madre había decidido venir de visita, pero no me parecía el
mejor momento para presentarle a Josiah. Él no estaba de buen
humor y yo tampoco. No quería lidiar con la ansiedad de si mi
madre aprobara o no a mi novio.
Especialmente ahora. Cruzaríamos ese puente más tarde.
Además, estaba decidida a estar con él, sin importar lo que ella
pensara.
—Max, ve a acostarte.
Me miró con los ojos de cachorro más desolados que puedas
imaginar.
—Lo sé. Parece que siempre son buenas noticias cuando viene
alguien, pero la abuela necesita acostumbrarse a ti. Dale espacio.
Obviamente no entendió ni una palabra de mi explicación, pero
obedeció parcialmente. Se puso de pie en su cama. No es
exactamente lo que le pedí que hiciera, pero lo aceptaría.
Le abrí la puerta a mi madre y me entregó una caja de plástico con
galletas del supermercado de Pinecrest.
—Pensé en traer algo dulce, pero sabes que no horneo.
—Gracias, mamá. —La dejé entrar, cerré, le puse el cerrojo a la
puerta y luego la abracé con mi brazo libre—. ¿Quieres café o té?
—Un té estaría bien.
—Puedo hacerlo. Buen chico, Max.
Meneó la cola.
—Es un buen chico, ¿verdad? —Se acercó a Max y empezó a
acariciarle la cabeza—. Buen perrito.
Vacilé en la puerta de la cocina, viendo cómo mi madre iniciaba
un contacto amistoso con mi perro, probablemente por primera vez.
Era extrañamente raro.
Se tiró al suelo y rodó sobre su espalda.
—Quiere que le frotes la barriga —le dije—. Le encanta.
326
—Qué buen perrito. —Se inclinó y le frotó la barriga.
—Hablando de mascotas, compré algo para Duquesa. —Saqué los
juguetes para gatos de la bolsa que había dejado sobre la encimera—
. Puedes llevártelos cuando te vayas.
—Es muy amable de tu parte. Gracias.
—De nada.
Mamá acarició un poco más a Max y luego me siguió a la cocina.
Puse el agua a hervir y saqué dos tazas del gabinete.
—Bueno —dijo mamá, mirando a su alrededor—. La casa es muy
bonita.
—Gracias. Me gusta.
—¿Cuánto tiempo crees que estarás aquí?
—Esa es una buena pregunta. Para el futuro previsible, supongo.
Volvió a la sala de estar, viendo por ella misma todo. Había
pruebas de Josiah por todas partes, pero no hizo ningún comentario.
No me preocupaba lo que pensara, pero decidí abordar lo que
podría convertirse en el elefante de la habitación.
—Probablemente has notado las cosas de Josiah. No vive
oficialmente aquí, pero bien podría.
—¿Entonces las cosas van en serio?
No pude evitar sonreír.
—Sí. Las cosas van en serio.
Ella me devolvió la sonrisa.
—Me alegro por ti.
—Gracias, mamá. Yo también me alegro por mí. Es un gran tipo.
—¿Lo es? —Había algo extraño en su voz: nostalgia. No sonaba
como si dudara de mí. Era más como si tuviera la esperanza de que
yo tuviera razón. 327
—Sí, realmente lo es. Es muy serio o quizá estoico sea la palabra
correcta. Eso le puede desagradar a algunas personas, pero para mí
es parte de su encanto. Es honesto. Siempre sabes a qué atenerte con
él.
—Eso no tiene precio.
—Realmente no. —Saqué unas cajas de té del gabinete para que
pudiera elegir el que quisiera—. Estoy un poco loca por él, tengo
que ser honesta.
—Estás enamorada.
—Realmente lo estoy. ¿Pero por qué suenas triste?
—¿Sí? —Se animó y reconocí su cara de «todo está bien»—. No
estoy triste en absoluto. Estoy encantada por ti.
Le creí, pero también intuí que algo más le rondaba por la cabeza.
—¿Estás segura?
—Por supuesto. Lo único que quiere una madre es ver feliz a su
hija.
No estaba segura de creérmelo, al menos viniendo de ella, pero lo
dejé pasar.
—Definitivamente soy feliz con Josiah. Muy feliz.
—Bien.
El agua empezó a hervir. Eligió té de jazmín y me preparé una
taza igual. Puse unas galletas en un plato y las dejé sobre la mesa,
luego cada una tomó asiento.
—Entonces —dijo mamá—, ¿cómo es la vida aquí en Tilikum?
Siempre me ha gustado este pueblo.
—Es agradable. La verdad es que me gusta mucho estar aquí. No
pensé que lo haría, pero cada día me gusta más.
—Salí con un chico de Tilikum cuando era más joven.
—¿De verdad? —No sabía casi nada de la vida de mi madre antes 328
de casarse con mi padre. Nada específico, al menos, en particular
sobre su vida amorosa—. ¿Quién era?
—Un joven llamado Daniel. Estaba en el instituto por aquel
entonces. No nos vimos por mucho tiempo. Solo unas pocas citas, en
realidad.
—¿Qué pasó?
Su expresión cambió, volviéndose neutra, como si intentara
ocultar sus emociones.
—Tu padre pasó.
—Oh. Supongo que lo otro no estaba destinado a ser.
—No. —Me dio una palmadita en la mano—. Y te tuvimos a ti, así
que valió la pena.
Las implicaciones de aquella afirmación eran intrigantes. Era la
conversación más profunda que había tenido con ella sobre mi
padre o su matrimonio. Sinceramente, no tenía ni idea de lo que
realmente sentía por él. ¿Lo había amado de verdad? ¿Lo echaba de
menos ahora?
Tenía tantas preguntas que apenas sabía por dónde empezar.
—¿Lo querías?
—¿A quién? —preguntó—. ¿A tu padre o a Daniel?
—Papá.
Bajó la mirada, como si la respuesta estuviera en la superficie de
su té.
—Sí.
—¿Es un sí condicionado o un sí definitivo?
—Lo amé. Incluso cuando no debía.
Esto se volvía cada vez más extraño. Se levantó, llevándose el té y
se dirigió a la puerta corrediza de cristal del fondo.
—Realmente es bonito aquí, ¿no? ¿Hay algo al otro lado de esa 329
colina?
—No, solo bosques.
—¿Qué clase de flores son esas? —Señaló algo que había fuera—.
No creo haberlas visto antes. ¿Las plantaste tú?
—No, solo crecieron.
—Qué color tan bonito. Te habría encantado recogerlas cuando
eras pequeña.
—Hoy estás muy nostálgica. ¿Qué te pasa?
Hizo una pausa, sin dejar de mirar al exterior.
—He estado pensando en muchas cosas.
—¿Cómo qué?
—El pasado.
—¿Estás bien? No estarás a punto de decirme que tienes una
enfermedad terminal, ¿verdad?
Sacudió la cabeza y se volvió hacia mí.
—No. No estoy enferma.
—Entonces, ¿qué está pasando? Decides venir de visita de la nada
y luego hablas de cosas de las que literalmente nunca hemos
hablado como si no fuera para tanto. No tenía ni idea de que salieras
con alguien antes de papá. Por lo que sabía, él fue tu primer amor.
—Oh, lo fue. No amé a nadie antes que a él.
—Está bien. Eso es dulce, pero todavía siento que hay algo que no
me estás diciendo.
—Hay muchas cosas que no sabes, Audrey. Cosas que tuve que
ocultarte. Siempre fue por tu propio bien. Debes entenderlo.
La repentina urgencia en su voz me puso nerviosa.
—¿Qué cosas tenías que ocultarme?
Empezó a pasearse, aunque lentamente.
—Tu padre no era un mal hombre. Tenía buen corazón. Amaba a
330
su comunidad. Estoy segura de que todos los políticos sienten cierto
amor por el poder y él no era una excepción, pero se preocupaba por
la gente de Pinecrest.
No estaba segura de a dónde quería llegar con esto.
—¿De acuerdo?
—Realmente no sabía dónde me metía cuando me casé con él. Era
mayor que yo y era tan seguro de sí mismo. Tenía grandes sueños.
Todo era muy atractivo. Incluso antes de dedicarse a la política, era
muy popular. Todo el mundo lo quería.
—Eso no es una sorpresa.
—Y fue bueno conmigo, en su mayor parte. Me dio una vida
cómoda. Y ciertamente me aseguró una vida muy cómoda ahora
que se ha ido.
Se detuvo de nuevo y dejó el té sobre la mesa. Yo no sabía qué
decir.
—Pero hubo tentaciones. Todo hombre en el poder se enfrenta a
ellas. La mayoría, si no todos, sucumben en algún momento.
Mis ojos se abrieron de par en par y una sensación de asco se
extendió por mi estómago.
—Sucumbió, al menos por un tiempo.
—Mamá, ¿qué estás diciendo?
Respiró hondo y cuadró los hombros.
—Tu padre tuvo una aventura.
Quizá no debería haberme sorprendido tanto, pero sus palabras
me atravesaron el corazón como un cuchillo. Me quedé mirándola,
estupefacta. Con el corazón roto. Devastada.
—¿Él qué?
—Fue con su secretaria, si puedes creerlo. Algunos clichés existen
porque hay verdad en ellos.
—¿Cómo te enteraste?
331
—Lo admitió.
—¿Y te quedaste con él?
Su expresión se endureció.
—Nunca has estado en mis zapatos, así que no tienes derecho a
juzgarme.
—No te estoy juzgando, es solo que no me lo imagino.
—Teníamos una hija pequeña y en aquel momento esperaba que
tuviéramos más. Confesó e hicimos las paces. Fuimos a terapia.
Decidimos que lo mejor para la familia era que lo hiciéramos
funcionar.
—¿Por qué me dices esto ahora?
Un espasmo de dolor cruzó sus facciones y apartó la mirada.
—Creí que nunca necesitaría decírtelo. Sobre todo después de su
muerte. Pensé que ya había pasado todo. Nunca fue perfecto, pero
¿quién lo es? Cometió errores y yo los míos, todo está en el pasado.
—¿Pero?
Apretó los labios durante un largo instante, como preparándose
para lo que iba a decir.
—Tuvieron un hijo.
No tenía ni idea de cómo no me caí de espaldas al suelo de la
cocina. Sentí como si me hubieran golpeado en la cara con una tabla.
—¿Qué?
—Se quedó embarazada. Él hizo lo correcto. Los mantuvo
económicamente hasta que el niño tuvo dieciocho años.
—¿Lo sabías? Desde el principio, ¿sabías todo esto?
—Sí.
Incapaz de quedarme quieta, me levanté de la mesa.
332
—¿Me estás diciendo que tengo un hermano del que no sabía
nada?
—Técnicamente hablando, sí.
—¿Técnicamente? —Me costó no levantar la voz—. No es un
tecnicismo. Papá tuvo un hijo, eso lo convierte en mi hermano.
¿Cuántos años tiene?
—Tenías cinco años cuando nació.
—¿Dónde vivía? ¿Lo conocí alguna vez?
—Creció en el pueblo. Tuvimos cuidado de mantenerlos
separados, y con la diferencia de edad, no se habrían cruzado muy a
menudo.
Había tanto que procesar que ni siquiera sabía por dónde
empezar. Pero había una pregunta que me rondaba la cabeza.
—¿Por qué me cuentas esto ahora? ¿Está la madre exigiendo
dinero o amenazando con hacerlo público o algo así?
—No. Su madre se mudó de Pinecrest hace varios años. No sé
dónde está ahora.
—Entonces, ¿qué está pasando?
—He decidido ir a la policía.
Estaba a punto de preguntar por qué, cuando caí en la cuenta de
lo que estaba diciendo.
—Crees que él es el acosador, ¿no?
Asintió.
—¿Quién es? ¿Vive por aquí?
—Su nombre es Jeffrey Silva. Y oí que se había mudado a Tilikum
hace unos años.
Busqué en mi memoria, tratando de ubicarlo. Cinco años más
joven significaba que no habríamos asistido a la escuela secundaria
333
o al instituto al mismo tiempo. No lo recordaba de Pinecrest, pero
¿lo había visto desde que me mudé a Tilikum? Su nombre no me
sonaba de nada.
—¿Sabe quién era su padre? ¿Sabe algo de mí?
—Solo puedo adivinar lo que su madre le dijo, pero sospecho que
sabe exactamente quién era su padre y quién eres tú.
—¿Qué te hace pensar que él es el acosador?
—¿Quién si no te guardaría tanto rencor?
No podía creer que estaba a punto de hacer referencia a esto
cuando estuve tan firmemente en contra de la idea cuando Josiah
había sacado el tema.
—Bueno, Colin por ejemplo.
—Colin no te está acosando.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo haría.
Puse los ojos en blanco porque hasta ahí había llegado mi
argumento.
—Sé que no lo parece, pero no lo sabemos. Puede que sí.
—Bien. Reconozco que es posible, pero no creo que Colin sea
capaz de ese tipo de locura.
—Mamá, creo que habría engañado a Lorelei conmigo si yo
hubiera estado dispuesta.
—Eso no significa que te esté acosando. Además, Lorelei lo está
engañando. Todo el mundo lo sabe.
El ardor de la bilis me llegó al fondo de la garganta y casi me dan
arcadas.
—¿Cómo puedes decirlo tan casualmente?
—Porque la engaña. Eso también lo sabe todo el mundo.
Se me revolvió el estómago y me acerqué al lavabo por si
334
vomitaba. Todo esto era demasiado para una tarde, sobre todo
después de la nota de «Te odio» en mi auto.
—No puedo soportar todo esto. ¿Se están engañando y todo el
mundo lo sabe? ¿Y esto no es un gran problema para ti?
—No hay nada que pueda hacer al respecto.
—Pero sigues dando a entender que debería haberme casado con
él. ¿Por qué insinúas que debí casarme con un infiel?
—Estoy segura de que no te habría engañado.
—Mamá. —La miré incrédula—. ¿De verdad eres tan ingenua?
Respiró resignada.
—No. Probablemente tengas razón. Es mejor que no te hayas
casado con él.
—Vaya, ¿te dolió admitirlo?
—No me culpes por todo esto. Hice lo mejor que pude con las
cartas que me tocaron. Éramos una familia importante en Pinecrest
y tu padre me dejó la responsabilidad de mantener unida nuestra
imagen. Cuando se trataba de ti, tenía expectativas y esperaba que
me asegurara de que se cumplieran.
—Quieres decir que papá quería que me casara con Colin, así que
te presionó para que lo hicieras.
—Y me culpó cuando no sucedió.
Sacudí la cabeza.
—Todo esto es una locura. ¿Te das cuenta? Papá tuvo una
aventura, cuyo resultado fue un hijo que yo no sabía que existía
hasta hace cinco minutos. Ahora crees que es él quien me acosa…
¿por qué razones?
—Porque odia a tu padre.
—Papá no está aquí. ¿Por qué iba a acosarme? ¿Simplemente
decidió transferir su odio a su pariente más cercano? ¿Como una 335
herencia de mierda?
—Sí —dijo ella, como si fuera lo más obvio del mundo.
—De acuerdo, bien. Tal vez estés en lo cierto. Pero has hablado
con la policía. ¿Por qué no se los dijiste antes? —Tan pronto como la
pregunta salió de mis labios, supe la respuesta. Porque nadie lo
sabía y ahora lo sabrían—. Ni siquiera tus amigas lo saben, ¿verdad?
—Por supuesto que no. —Parecía sorprendida por la idea—.
¿Cómo podría contarle algo así a alguien? ¿Qué habría sido de
nosotros?
Habría causado un escándalo y quién sabe cuánto daño a la
carrera de papá. Por no hablar de que su impecable reputación en el
pueblo nunca se habría recuperado.
Qué horrible secreto para guardar. ¿Y por qué? ¿Imagen?
Era tan triste que ni siquiera podía enfadarme con ella. Qué
manera tan terrible de vivir.
Yo también había probado esa vida. Me había avergonzado tanto
de volver a casa, cuando pensaba que estaba destinada a cosas
mayores. ¿Y qué había sido eso? Solo vanidad. El deseo de parecer
exitosa a los ojos de los demás.
La manzana no había caído tan lejos del árbol como me hubiera
gustado pensar.
Pero al menos ahora podía verlo.
—Quería que lo escucharas de mí —dijo—. No sé cuánto le
importará a alguien en este momento, ya que ha pasado tanto
tiempo, pero podría causar chismes. Probablemente no aquí, pero
sin duda en Pinecrest.
Me acerqué a mi madre y le cogí las manos.
—Siento mucho que tengas que revivir esto. Debe ser doloroso.
Bufó un poco y enderezó los hombros.
—Estaré bien. He perseverado hasta aquí. 336
—Por supuesto que sí. Pero, sabes que no tienes que perseverar en
todo. Está bien admitir que estás herida.
—Bueno, ahora lo he admitido. —Me soltó las manos y se alisó la
blusa—. Debería haber ido a la policía con esto inmediatamente,
pero no quería afrontarlo. Lo admito y pido disculpas. Sé que he
cometido errores, pero te quiero. De verdad quiero lo mejor para ti.
—Sé que es así.
—Debería irme. —Así de fácil, se había transformado en la mujer
serena y formal que conocía tan bien—. Tengo cosas que hacer esta
tarde y estoy segura de que tú también.
No discutí con ella. Necesitaba espacio para armarse de valor y
hablar con la policía. Tanto si su teoría era correcta como si no,
agradecí que por fin me contara la verdad. Más tarde me enfrentaría
a la realidad de que me lo había ocultado durante toda mi vida.
A veces las madres eran complicadas.
—Sí, tengo planes con una amiga. Lo que me recuerda que tengo
que llamarla. De todos modos, gracias por venir y decirme la
verdad. Sé que no fue fácil.
Su emoción había desaparecido, oculta tras la máscara de la
competente esposa del político.
—De nada. Hablaremos pronto.
La acompañé a la puerta y me dio un rápido abrazo antes de
marcharse. Max la miró irse, moviendo la cola.
—Max, ni siquiera sé qué hacer con lo que acaba de pasar. —Cerré
la puerta y puse el cerrojo—. Tengo un hermano. ¿Crees que él es el
acosador?
Max no paraba de mover la cola.
—Te sacaré en unos minutos. Necesito sentarme.
Me acerqué al sofá y me dejé caer sobre los cojines. Max saltó a mi
lado. Lo acaricié distraídamente mientras echaba la cabeza hacia
atrás, intentando amortiguar el golpe.
337
Era mucha información y no tenía ni idea de qué hacer con ella.
Capítulo 34
Josiah
Los treinta minutos que conduje hasta Pinecrest dieron tiempo a
que mi rabia se enfriara, endureciéndose como el filo de una navaja.
Eso era bueno. Ir en caliente no iba a solucionar nada. Y, tenía que
admitirlo, podía hacerme daño… o algo peor. No sabía qué clase de
recursos tenía ese idiota de Colin, ni lo que estaría dispuesto a hacer.
Había destripado a una ardilla, pero eso no significaba
necesariamente que destriparía a un humano.
O puede que sí. 338
Pero no iba a dejar que eso me detuviera. No iba a esperar a que le
hiciera daño a Audrey. Tenía que ocuparme de esto ahora.
No es que fuera a matar a ese cabrón, por muy satisfactorio que
fuera. Había visto por lo que había pasado Asher Bailey y no iba a
cumplir una condena por culpa de ese pedazo de mierda.
Pero iba a conseguir que admitiera todo y se entregara. Aunque
tuviera que atarlo y meterlo en la parte trasera de mi camioneta.
Estaba más que dispuesto a hacerlo.
Averiguar dónde vivía había sido demasiado fácil. El registro de
la propiedad era de dominio público. La cuestión era si estaría allí.
Él, o alguien a quien había contratado, había estado en Tilikum
para seguir a Audrey y dejar la nota en su auto. Si hubiera sido el
propio Colin, estaba convencido de que se habría marchado
inmediatamente. Quizá se hubiera quedado el tiempo suficiente
para verla encontrar la nota, pero lo dudaba. No tenía agallas y
querría asegurar su coartada.
Si había contratado a alguien, lo que parecía bastante probable, mi
instinto me decía que estaría en casa con su mujer todo el día.
Asegurándose de ser visto por sus vecinos, mostrando su cara en
algún lugar del pueblo. Todo para que nadie pudiera relacionarlo
con el acosador que aterrorizaba a su exnovia en el pueblo vecino de
Tilikum.
Su casa era tan odiosa como esperaba. El camino de entrada
circular tenía una fuente en el centro rodeada de setos bien
recortados. Un balcón sobresalía del segundo piso, sostenido por
columnas estriadas que flanqueaban la entrada principal. Casi
esperaba que apareciera un mayordomo vestido de negro.
No había mayordomo, pero un pavo real se pavoneaba por la
hierba. ¿Un puto pavo real? ¿Quién tenía un pájaro exótico vagando
por el patio?
Irreal.
No había autos adelante, pero sí un garaje para cuatro autos con
las puertas cerradas. Era muy posible que estuviera en casa.
339
No me escondí por los bordes de la propiedad, midiendo los
ángulos de las cámaras de seguridad, como un cobarde. Caminé con
mi culo hasta su puerta principal y llamé. Con fuerza.
Una mujer vestida con una camiseta de tirantes con estampado de
leopardo y una minifalda abrió la puerta. Era imposible que su pelo
rubio platinado fuera natural, sus uñas medían al menos tres
centímetros y parecía que llevaba maquillaje de escenario. Quizá
bajo el resplandor de los focos hubiera parecido normal, pero a la
luz del día parecía que le hubieran pintado la cara.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó. Sus ojos estaban un poco
vidriosos y su forma de hablar era un poco ininteligible.
Definitivamente había bebido durante el día.
—¿Es usted la señora Greaves?
—Sí. —Cambió su peso sobre una pierna y puso una mano en su
cadera—. ¿Quién pregunta?
—¿Está su marido en casa?
—Tal vez.
—¿Puedo verlo?
—¿Quién es usted?
—Josiah Haven.
—¿Lo está esperando?
—No.
—¿Es usted un cliente? Los clientes no deben venir aquí.
—No. Esto es personal.
—Oh. —Me miró de arriba abajo—. ¿Se tiró a su mujer?
—No.
—¿Está seguro? Porque no sería el primero.
—Pensé que era su esposa. 340
—Yo sí. —Se encogió de hombros.
Alcé las cejas.
—Él se divierte y yo también. Los dos volvemos. De todos modos,
¿qué quiere con él? Parece muy agresivo.
—Siempre me veo así.
—Oh. —Suspiró, como si estuviera aburrida, y se giró—. ¡Colin!
—¿Ha estado en casa todo el día?
Se volvió hacia mí, con la cabeza tambaleante, como si le costara
mantenerla erguida.
—¿Qué?
—¿Ha estado su marido en casa todo el día?
—Ahora suena como un policía.
—No soy policía.
Gimió, como una adolescente petulante a la que acaban de
recordarle su toque de queda.
—No lo sé. Puede que haya salido antes, pero tal vez fue ayer.
—Entendido. —Pasé junto a ella hacia la casa—. Si me indica la
dirección correcta, lo encontraré.
—Como quiera o está en el estudio o afuera practicando su swing
de golf. El estudio está por ese pasillo y hay una puerta al fondo.
—Gracias.
La entrada tenía una amplia escalera doble que conducía a un
rellano en el segundo piso. Encima colgaba una araña de cristal que
ocupaba demasiado espacio. Era el tipo de cosa que compraban los
nuevos ricos porque pensaban que les hacía parecer ricos. Era
ridículo.
Mis botas chasqueaban en el azulejo de mármol. Era blanco con
vetas negras, casi a rayas de cebra. Las paredes eran verde espuma
de mar, un tono que desentonaba con los zócalos y las molduras de 341
cerezo oscuro.
Quienquiera que hubiera diseñado este lugar había hecho un
trabajo absolutamente horrible.
Pero no estaba allí para criticar sus elecciones de diseño, por
insípidas que fueran. Encontré el estudio y entré por la puerta ya
abierta.
Estaba vacía. La habitación no era tan llamativa como la entrada.
Al menos los colores combinaban. Los paneles de madera eran de
buena calidad y caros, las paredes de un verde bosque intenso.
Muebles de cerezo, sillón de cuero, estanterías llenas de libros de
derecho.
Unas puertas francesas dobles daban a un patio. Los muebles de
exterior parecían poco usados, cubiertos de una ligera capa de
polvo, y unas escaleras conducían a un piso superior.
Y en la hierba, a poca distancia, estaba Colin.
Tenía un campo de prácticas de golf y una gran red para detener
las pelotas. No estaba mal, aunque yo odiaba el golf.
Y odiaba más a este tipo.
Caminé, tan despreocupadamente como pude, hacia donde Colin,
el imbécil acosador, estaba golpeando pelotas de golf.
—¿Colin Greaves? —pregunté.
Se sacudió, como si lo hubiera asustado, y se puso una mano en el
pecho.
—Me has asustado, no me había dado cuenta de que había
alguien aquí fuera. —Entrecerró los ojos—. Lo siento, ¿quién eres?
—Josiah Haven.
—¿Y qué haces aquí?
—Tenemos que hablar.
Dejó la punta del palo de golf en el suelo y sujetó el mango con
ambas manos. Era muy consciente de lo peligroso que podía ser
342
como arma.
—Me temo que no sé a qué te refieres. Si se trata de un asunto
legal, tienes que concertar una cita.
—Es un asunto legal, pero no necesito un abogado. Aunque
probablemente tú sí.
Pareció reconocerme.
—Espera, te recuerdo. Eres el tipo de Tilikum.
—El que te echó del bar.
—No diría que me echaste, pero no me diste precisamente una
cálida bienvenida.
—No eras bienvenido.
—¿Por eso estás aquí? Eso fue hace tiempo y, por si no te has
dado cuenta, no he vuelto. Audrey fue un dulce pedazo de culo en
su día, pero ningún coño vale tantos problemas.
Me dieron ganas de reorganizarle la cara por ese comentario, pero
decidí dejarlo pasar. Tenía cosas mucho más importantes por las que
responder.
—Sé lo que has estado haciendo.
Miró a su alrededor, como confundido.
—He estado haciendo muchas cosas. Práctica legal ocupada. Pilar
de la comunidad. —Inclinó la cabeza—. Follando con algunas
chicas, pero dudo que te importe, ya que estoy seguro de que no
conoces a ninguna de ellas. Pero tal vez puedas ayudarme a
reducirlo.
—Sé lo que le has estado haciendo a Audrey.
—Oh, cierto. El acosador. No soy yo. Lo admito, puedo ver por
qué lo creerías, especialmente si pensaste que Audrey rompió mi
pobre e inocente corazón en su día. Créeme, no lo hizo.
—¿No? Dijo que estabas enfadado.
—En el calor del momento, tal vez. Pero lo superé. Ya me estaba
343
follando a Lorelei aparte, así que no fue difícil.
—¿Entonces por qué viniste a buscarla al Timberbeast?
—Estaba de vuelta en el pueblo. —Se encogió de hombros—.
Pensé que quería recordar los viejos tiempos. Aparentemente no,
pero ella se lo pierde. Como dije, no vale la pena. Después de eso,
me olvidé de que existía hasta que la policía empezó a aparecer en
mi oficina haciendo preguntas.
Odiaba admitirlo, pero casi le creí. ¿Era un tipo que odiaba a
Audrey? ¿Que llevaba años guardándole rencor y por fin había
decidido dar rienda suelta a su ira?
Algo no encajaba.
—Así que aunque ustedes dos tengan historia, no te importa una
mierda que haya vuelto.
—Ni una. —Se acercó un paso y seguía siendo consciente de lo
peligroso que podía ser aquel palo de golf si decidía usarlo contra
mí—. No me importaba tanto entonces y desde luego no me importa
ahora.
—¡Colin! —La voz de su mujer atravesó la hierba—. ¿Qué estás
haciendo ahí fuera?
—Tiene suerte de seguir estando buena —dijo, con un guiño de
«ya sabes qué quiero decir»—. Solo hablaba, preciosa.
—¡Entra!
—¿Te abrió la puerta? —preguntó.
—Sí.
—¿Ya estaba borracha?
—Probablemente.
—¿Qué te parece? ¿Demasiado borracha para follar? Es
importante que mi mujer esté en su punto. Demasiado sobria y se
queja de todo. Demasiado borracha y se desmaya.
Lo miré fijamente, con el asco revolviéndome el estómago.
344
—Sabe que la engañas.
—Sí.
—Y sabes que te engaña.
Asintió con la cabeza, completamente indiferente.
—No me juzgues, amigo, pero me ha tocado la lotería con Lorelei.
Cualquier otra mujer se cabrearía con mis piezas laterales. Esa vida
sería una mierda. ¿Lorelei? No le importa una mierda mientras le
llene la cuenta bancaria, el gabinete de licores y la folle hasta hacerla
perder el sentido un par de veces al mes.
—Así que aparte de eso, ¿simplemente te follas a quien venga?
Hizo una pausa, como si se lo estuviera pensando.
—Quien sea conveniente, sí. Lorelei está aquí y aparentemente
quiere algo de acción. Mi nuevo polvo no puede salir hasta más
tarde, así que a la mierda.
Este tipo no odiaba a Audrey. No le guardaba rencor. Era un niño
mimado. Intentaba coger un juguete nuevo y brillante o un juguete
brillante del pasado, por así decirlo, si lo tenía delante, pero por lo
demás, le daba igual.
Este tipo no iba por nadie. Solo quería joder a quien se bajara los
pantalones por él.
Estaba tan asqueado que no me molesté en decir nada más.
Necesitaba una ducha o quizá diez duchas después de estar en su
casa.
Mientras me apresuraba a volver a mi camioneta, era demasiado
consciente de lo que esto significaba. Si Colin no era el acosador, y
realmente no creía que lo fuera, el acosador seguía ahí fuera y yo no
estaba con Audrey.

345
Capítulo 35
Audrey
Decir que estaba abrumada habría sido el eufemismo de mi vida.
No sabía cuánto tiempo había pasado mirando a la pared,
intentando procesar todo lo que mi madre me había dicho.
¿Minutos? ¿Una hora? Mi sentido del tiempo estaba distorsionado
mientras lidiaba con mi nueva realidad.
Una aventura. Un hermano. Enormes secretos guardados durante

346
tanto tiempo.
Me preguntaba si mi madre se sentiría mejor después de
contármelo. ¿Revelar la verdad aliviaba la carga que había llevado
durante tantos años? Eso esperaba. No estaba de acuerdo con su
decisión de mantenerme en la oscuridad toda mi vida, pero no
podía evitar sentir compasión por ella.
En cierto modo, siempre supe que su matrimonio no había sido
bueno. Había visto el contraste entre cómo se comportaba mi padre
delante de los demás y en casa, sin público. Nunca había sido malo
con mi madre, no se peleaba con ella ni la menospreciaba, al menos
yo no lo notaba.
La había ignorado. Prestaba atención cuando necesitaba algo, por
lo demás, quería que lo dejaran a su aire.
Yo había recibido el mismo trato. Había sido muy confuso que
actuara como un padre cariñoso en algunas circunstancias y me
ignorara en otras. Mi relación con él había sido poco más que una
representación y había variado dependiendo de quién nos
observara. ¿En público? Padre cariñoso e hija devota. ¿En privado?
Padre ocupado y distraído que esperaba que su hija no se
interpusiera en su camino.
En el fondo, me había sentido como un inconveniente para mis
padres.
¿Cuánto peor se habrá sentido Jeffrey Silva?
Obviamente, no sabía nada de su infancia. Mientras estaba allí
sentada, mirando la pared, intenté imaginar cómo habría sido crecer
sabiendo que Darryl Young era su padre. Tenía que haberlo visto
alguna vez o al menos haber leído su nombre en el periódico. Tal
vez así fue como se enteró. La foto de papá en primera página
provocó una triste e incómoda conversación con su madre. «Es tu
padre, pero no hablamos de ello. Dejará de pagar la manutención si
lo hacemos».
¿Era posible que ese tal Jeffrey me estuviera acosando de verdad,
como pensaba mi madre? ¿O se trataba de otro caso en el que mi
madre buscaba la manera de hacer que la situación girara en torno a
ella o nuestro apellido?
347
¿Por qué me odiaría tanto? Ni siquiera me conocía y tenía que
saber que no era culpa mía.
Demasiadas preguntas sin respuesta. Todo lo que podía hacer era
adivinar.
¿Había sabido quién era yo cuando crecíamos? No solo mi padre
había salido regularmente en los periódicos. Yo también lo había
hecho, ya fuera porque a la prensa local le gustaba hablar de la
familia Young en su conjunto o por mis logros en el instituto, como
aquel muro que aún conservaba mi madre, el santuario de la
Audrey adolescente. ¿Había estado al tanto de mí?
¿Tenía idea de lo falsa que era nuestra reputación?
Ausentemente, acaricié la cabeza de Max. Cuanto más lo pensaba,
más ganas tenía de hablar con él cara a cara. Si podía encontrarlo.
Por supuesto, si mi madre tenía razón y me estaba acosando, debía
tener cuidado. Cualquiera que escribiera con sangre de animal en la
casa de alguien era peligroso.
¿Pero si no fuera el acosador? Tal vez estaría abierto a una
relación con su hermanastra.
—Espero que Josiah llegue pronto a casa.
Max levantó la vista, probablemente al oír el nombre de Josiah.
—No se va a creer todo esto. Aún no estoy segura de creerlo yo
misma.
La cola de Max batía un ritmo contra el cojín del sofá y sus ojos
estaban esperanzados.
—Probablemente necesitas salir. —Dejé escapar un largo
suspiro—. Bien, iremos.
Dejé las galletas y las tazas sin tocar. Ya las limpiaría más tarde.
Fui al baño y me recogí el pelo en una coleta. Hacía calor y quería
quitármelo del cuello. Max esperaba impaciente junto a la puerta,
con todo el cuerpo vibrando de emoción.
—Lo sé, lo sé, voy un poco lenta. —Metí los pies en un par de
chanclas y cogí mi teléfono por si Josiah llamaba—. Vamos.
348
Abrí la puerta y Max salió corriendo hacia su árbol para hacer
pipí. Levantó la pata, hizo sus necesidades y empezó a olisquear la
hierba.
Había acertado con el calor. Debía hacer por lo menos treinta y
dos grados. Incluso a la sombra, el aire se sentía pesado. Me hizo
pensar en helados de paleta y aspersores de agua. A Max le gustaba
el agua; me pregunté si se divertiría con un aspersor en el jardín.
Corrió hacia la calle, así que lo llamé para que volviera. Pasó un
auto y lo saludé. El conductor levantó la mano al pasar. Aquel
simple gesto de amabilidad me hizo sonreír. Qué bonito es vivir en
un lugar donde la gente se saluda. Hasta Josiah lo hacía y no era
precisamente sociable.
Sonó mi teléfono y un remolino de terror se extendió por mi
estómago. Si era el número restringido, no iba a contestar. No
volvería a cometer ese error.
Por suerte, era Marigold, y me di cuenta de que aún no la había
llamado.
—Hola, sigo queriendo llamarte pero he tenido un día muy raro.
—Debe haber algo en el aire. Yo también. ¿Estás bien?
Cogí una pelota y se la lancé a Max.
—Sí y no. Es complicado. Te lo contaré cuando podamos hablar
en persona. ¿Estás bien?
Suspiró.
—Físicamente, sí. Pero tuve un accidente.
Jadeé.
—Oh, no. ¿Qué sucedió?
—Estaba saliendo del salón en mi auto y un auto salió de la nada.
Se estrelló contra mí.
—¿Pero no estás herida? 349
—La verdad es que no. Me golpeé un poco, así que tendré
algunos moratones. Mi auto, por otro lado, probablemente esté
destrozado.
—Lo siento mucho.
—Gracias. Odio cancelarte, pero tengo que resolver todo esto.
—Por supuesto. No te preocupes en absoluto. Ya haremos planes
para otra ocasión. —Cogí la pelota que Max había dejado caer a mis
pies y volví a lanzarla—. ¿Qué pasó con el otro conductor? ¿El que
te golpeó?
—Se fue huyendo. ¿Puedes creerlo?
El eco de mi propio incidente de golpe y huida hizo que se me
tensara la espalda. Tenía que ser una coincidencia.
—¿Se fue?
—Sí. Chocó con mi auto y luego se largó. La policía está tratando
de localizarlo.
—¿Reconociste el auto?
—No. Pero fue muy raro. Podría jurar que era Hayden. Ya sabes,
¿el cantinero de la Timberbeast?
—¿Hayden? Eso es raro.
—Sí. Hubo una fracción de segundo en la que nuestros autos
estaban uno frente al otro y me miró. Pensé que estaba a punto de
salir de su auto para ver si estaba bien, pero luego dio marcha atrás
y se fue. No entiendo por qué haría eso. Me conoce. De hecho, acabo
de verlo anoche.
—¿Dónde?
—En la Timberbeast. Quedé con Annika e Isabelle para tomar
algo y Hayden estaba trabajando. Casi te llamamos, en realidad,
pero pensé que estarías ocupada. De todos modos, es tan extraño.
Siempre ha parecido tan agradable. Anoche estuvo hablando con
nosotras. Pero tal vez se asustó cuando me golpeó. Algunas
personas no manejan muy bien el estrés. 350
—Siento mucho lo que pasó. ¿Segura que estás bien?
—Sí, estaré bien. ¿Y tú?
—Honestamente, tuve una conversación muy impactante con mi
madre, pero te lo diré en persona. No te preocupes por mí, ocúpate
de la situación de tu auto.
—De acuerdo. Cuídate y hablamos pronto.
—Tú también, Mari.
Terminé la llamada y me metí el teléfono en el bolsillo trasero.
Volvía a sentirme observada, así que me acerqué a la casa para
asegurarme de que estaba dentro del alcance de las cámaras. Sin
pensarlo realmente, cogí la pelota de Max.
—¿Max? —Mi voz salió como un chillido, así que me aclaré la
garganta—. ¡Max, ven!
No apareció, lo que hizo que mi cerebro congelado volviera a la
acción. Había estado junto a la casa hacía un segundo.
—Max, ven aquí.
Corrí por un lado de la casa, esperando que no hubiera
encontrado otro animal muerto o algo igual de apestoso en lo que
revolcarse.
No Max.
Oh, no.
—¿Max?
Miré hacia la colina. Había una cosa que arruinaba mi casi
siempre fiable llamado. Un olor al que no podía resistirse.
Ciertamente había sucedido antes.
Di una vuelta alrededor de la casa y revisé la remodelación de
Josiah al lado. Ningún perro. Tampoco humanos.
La brisa arrastraba un ladrido. Volví a correr detrás de la casa y
miré hacia la colina.
—¿Max? 351
Nada.
Entonces oí un aullido, un claro grito de dolor. La última vez que
había oído ese sonido, la gata de mi madre había pasado sus garras
por la nariz de Max.
Fuera lo que fuera lo que Max había encontrado, no era una gata
mimada.
Salí corriendo colina arriba.
Capítulo 36
Josiah
Al ver el auto de Audrey en la entrada, mi sensación de pánico
disminuyó un poco. Al menos no se había ido a ninguna parte.
Fui a la puerta principal y me armé de valor para decirle la
verdad sobre el enfrentamiento con Colin. Solo esperaba que no se
pusiera demasiado furiosa conmigo.
La puerta estaba abierta. Estaba sin llave.
¿Por qué estaba la puerta abierta?
Esto no era bueno. La habíamos mantenido cerrada por si el
352
acosador decidía que no le importaba salir en cámara.
Más alarmante que la puerta, Max no vino corriendo a saludarme.
Siempre venía corriendo.
—¿Audrey?
No hubo respuesta.
Cerré la puerta tras de mí.
—¿Max?
Todavía nada.
Puede que estuviera en la ducha o algo así, aunque eso no
explicaba lo de Max. La puerta del dormitorio estaba abierta y no
había nadie. El baño estaba vacío.
¿Dónde demonios estaba?
—¿Audrey? —Volví a llamar, aunque la casa no era tan grande.
No había ningún sitio donde no pudiera oírme.
Comprobé el garaje. Oscuro y vacío.
No había rastro de ellos fuera. Un par de pelotas de Max estaban
en el patio delantero, pero eso no era inusual. Y no me dijo nada.
Corrí a la puerta de al lado para ver si había entrado a echar un
vistazo a los gabinetes de la cocina, pero la casa estaba a oscuras y
en silencio.
Respiré hondo. No necesitaba perder la cabeza. Solo necesitaba
llamarla. Saqué el teléfono y llamé, pero saltó el buzón de voz.
Maldita sea. O su teléfono estaba apagado o estaba en un punto
muerto. Fui a mis mensajes para asegurarme de que no había
perdido ningún mensaje suyo diciéndome dónde estaba. No había
nada.
Tenía planes con Marigold. Eso significaba que probablemente
habían ido a comer a algún sitio y ella simplemente se había 353
olvidado de cerrar la puerta tras de sí. Sorprendente que se olvidara
de algo así con todo lo que había pasado, pero era posible.
No tenía el número de Marigold. Estaba a punto de llamar a mi
hermana para pedírselo cuando me di cuenta de que estaba siendo
un idiota.
Las cámaras.
No había un centímetro de suelo alrededor de su casa que no
estuviera grabado. Había desactivado las notificaciones porque las
malditas ardillas no paraban de activarlas, pero mantenía una
grabación de cada movimiento. Como quiera que se hubiera ido,
habría estado en la cámara. Si Marigold la hubiera recogido, habría
imágenes de su salida.
Revisé las imágenes. Ardilla. Otra ardilla. Más putas ardillas.
Luego Max. Una de las cámaras frontales lo había grabado
saliendo a orinar. Bastante normal. Audrey estaba afuera con él. Se
puso al teléfono y pude verla hablando con alguien. Se paseó un
poco y se detuvo un par de veces para lanzarle la pelota a Max
mientras hablaba.
Entonces se detuvo. La grabación era borrosa y no se le veía la
cara, pero habría apostado lo que fuera a que acababa de oír algo
que la había sobresaltado o sorprendido. Parecía congelada en su
sitio durante un largo momento. Casi parecía que el propio vídeo se
hubiera detenido.
Excepto Max. No solo siguió moviéndose, sino que se fue por el
lado de la casa.
Y ella no lo había visto.
Audrey no reaccionó ante la repentina desaparición de Max. Si lo
hubiera visto marchar, se habría movido en la misma dirección,
llamándolo mientras lo buscaba.
Adelanté rápidamente los dos minutos siguientes, aunque tenía la
sensación de que ya sabía lo que había ocurrido. Una de las cámaras
traseras había captado la carrera de Max colina arriba. Y poco
después, Audrey fue tras él.
354
No pensé. Simplemente entré en acción, subiendo la colina a toda
velocidad.
Probablemente estaba bien. Solo persiguiendo a su maldito perro
y esperando llegar a él antes de que se revolcara en algo asqueroso
otra vez.
Eso es lo que quería creer.
Pero mi instinto me decía que estaba equivocado y que Audrey
estaba en peligro.
Capítulo 37
Audrey
Las chanclas no eran un buen calzado de senderismo, pero al
menos esta vez no llevaba tacones. Me ardían las piernas por el
esfuerzo de subir la colina a toda prisa y me alegré de no estar
completamente fuera de forma o me habría tirado al suelo jadeando.
Seguí adelante, esperando ver u oír alguna señal de Max. No tenía
ni idea de si estaba en el camino correcto o si se había desviado en
una dirección u otra. O trotó de vuelta a casa, felizmente cubierto de
hedor a animal muerto. No había forma de cubrir todas las
posibilidades, así que seguí subiendo, esperando que me oyera y
355
viniera corriendo.
Ese aullido me preocupó. Sobre todo, porque ahora no oía nada.
—¡Max!
El suelo estaba lleno de agujas de pino secas. No paraban de
engancharse en mis zapatos, pinchándome y arañándome los pies.
Con todas las ardillas que hay en Tilikum, realmente necesitaba
un patio cerrado. Eran demasiado tentadoras para Max.
—¡Max! ¿Dónde estás?
Llegué a la cima de la colina, donde el terreno se nivelaba.
Aminoré la marcha y me detuve para recuperar el aliento y
orientarme. Si no recordaba mal, Josiah había encontrado a Max no
muy lejos de aquí la última vez que se había escapado.
—¡Max, ven!
Esperé, con la esperanza de oírlo corriendo entre las agujas de los
pinos.
Nada.
El sudor me resbalaba por la espalda y me limpié la humedad de
la frente. Hacía calor, incluso a la sombra de los pinos.
Saqué mi teléfono, preguntándome si Josiah ya había vuelto. Me
habría venido bien su ayuda. No había señal. Porque, por supuesto,
no había señal.
Estúpido teléfono.
Me lo volví a meter en el bolsillo y seguí adelante.
En lugar de correr de cabeza entre los árboles, ralenticé el paso,
atenta a cualquier indicio de mi perro. Lo que habría dado por tener
su olfato para poder seguir su rastro. Lo llamaba de vez en cuando,
haciendo una pausa para ver si venía corriendo.
Todavía nada. 356
La colina descendía y luego se nivelaba de nuevo. Probablemente
había llegado más lejos que la última vez, pero era difícil estar
segura. No quería perderme en el proceso, pero no podía dar la
vuelta y regresar sin Max.
Todavía no, al menos. Iría un poco más lejos. Tenía que estar por
allí.
—¡Max!
Esto era lo peor. Probablemente ya me había cruzado con él. O se
había ido a casa y estaba sentado en la puerta, preguntándose dónde
estaba yo. La indecisión me corroía mientras me adentraba en el
bosque, subiendo otra pequeña cuesta. Los árboles eran más
espesos, la sombra más oscura.
Probablemente necesitaba volver a casa antes de perderme por
completo. Encontraría a Josiah y volveríamos a salir a buscar a Max
juntos.
Otra colina se elevaba ante mí y parecía que podría haber un claro
en la cima. Decidí avanzar un poco más y, si no veía ni oía nada,
daría media vuelta.
Se me hizo un nudo en el estómago de preocupación por mi
perro. Tenía un gran olfato, pero era un poco torpe. ¿Y si perseguía a
una ardilla en tantos círculos que no encontraba el camino a casa?
¿O ese aullido significaba que estaba herido y no podía caminar? La
gente cazaba por aquí, ¿podría haber trampas? ¿Y si estaba atrapado
en algo, miserablemente herido y preguntándose por qué su
humana no lo rescataba?
Los árboles se abrían en la cima de la colina, pero no había mucho
que ver. No era lo bastante alto para ver el terreno, solo un lugar sin
sombra, abrasado por el sol del verano. Tenía la boca seca de sed,
estaba empapada de sudor y, si el resto de mi cuerpo estaba tan
sucio como mis pies, probablemente parecía una criatura del
bosque.
—¿Max? 357
Sacudí la cabeza, bastante segura de que me había ido muy lejos y
lo había extraviado.
Al darme la vuelta para regresar, me golpeé el dedo del pie contra
una roca, oculta bajo el lecho de agujas de pino.
—¡Ay! —Cambié el peso al otro pie y respiré entrecortadamente.
¿Por qué tenía que doler tanto algo tan pequeño como un dedo del
pie?
El dolor palpitaba al compás de los latidos de mi corazón. La
sangre se mezclaba con la tierra. No me extraña que me doliera
tanto. No solo me había dado un golpe en el dedo, estaba
sangrando.
El ladrido de un perro a lo lejos se filtra entre los árboles.
—¿Max?
El sonido procedía de lo más profundo del bosque. Esperé a que
volviera a ladrar. Los pájaros cantaban y bailaban en el cielo, pero
no oía a mi perro.
Con el pie ensangrentado todavía palpitante, seguí lo que
esperaba que fuera la dirección de su ladrido. Definitivamente no
había sido por donde había venido. Tenía que seguir adelante.
—Max, ¿dónde estás?
No podía evitar cojear y me preguntaba vagamente si me habría
roto un dedo del pie. Otro ladrido vino de adelante y era
definitivamente Max. ¿A qué le ladraba? Si yo podía oírlo, sin duda
él podía oírme a mí. ¿Ladraba para llamar mi atención? Me vino a la
mente otra imagen de él atrapado en algún tipo de trampa, aunque
no oí aullidos de dolor.
—¡Max!
A cada paso, pensaba que saldría corriendo del bosque delante de
mí. Pero no lo hizo. ¿Estaba tan preocupado por lo que había
perseguido? Tuve la sensación de que había atrapado una ardilla y
358
estaba desmantelando su pobre cuerpecito de la misma manera que
abría los juguetes de peluche y les sacaba las válvulas de los
chirridos y el relleno.
Esto podría ser muy complicado.
Volvió a ladrar y esta vez estaba cerca. Otro ruido creció y me di
cuenta de que estaba oyendo el torrente de agua.
¿Era el río? ¿O la cascada?
Josiah había dicho que se podía caminar hasta la cascada desde el
otro lado de la colina detrás de mi casa. ¿De verdad había ido tan
lejos? No conocía la zona lo suficiente como para estar segura, pero
sin duda oía agua.
Eso era bueno. El río significaría senderos y podría encontrar mi
camino de vuelta a la civilización, o al menos a un lugar donde mi
teléfono tendría señal.
Pero ¿por qué no venía Max?
Aminoré la marcha porque tenía la sensación de que lo sabía.
Alguien lo tenía. Era lo único que tenía sentido.
Mi corazón empezó a latir con más fuerza que cuando subía la
colina. Quizá no era él. Tal vez Max se había topado con una ruta de
senderismo y un simpático excursionista se estaba aferrando a él por
mí, dándose cuenta de que sería más fácil encontrar a un perro
inmóvil.
En realidad, no me lo creía. Solo quería que fuera verdad.
—¿Max?
Ladró en respuesta. Sonaba como si estuviera justo encima de la
siguiente subida.
No quería ser estúpida, la proverbial chica de una película de
terror que sube corriendo las escaleras cuando debería haber salido
por la puerta principal. Sabía lo que probablemente me esperaba al
otro lado de la colina.
Pero si tenía a mi perro, no podía dejarlo. Quienquiera que fuese,
359
ya había matado a dos ardillas. No creía que dudara en lastimar a
Max y amaba a mi perro. Yo era su humana, no podía irme si estaba
en manos de un monstruo.
Respirando hondo, subí cojeando la colina. El río corría, sus aguas
se agitaban al acercarse a la caída de la cascada.
Max estaba en la orilla, sujeto por una correa que no era mía.
Sosteniéndolo estaba un tipo que reconocí. Pero no tenía sentido.
Era Hayden.
Capítulo 38
Josiah
Los pinos tenían todos el mismo aspecto.
Había crecido en estos bosques, sabía mantener mi sentido de la
orientación. Perderme no sería el problema.
El problema era que tenía que adivinar por dónde se había ido
Audrey.
¿Directo a la colina? Era lo más lógico. Ella no habría sabido si
Max se había desviado hacia un lado u otro, así que llegar a la cima
e ir desde allí sería lo más inteligente.
360
Pero eso no me dijo a dónde había ido desde allí.
El calor abrasaba los pinos y el polvo arenoso me cubría la boca.
Mi camiseta ya estaba medio empapada de sudor cuando subí la
colina. Y no tenía ni idea de por dónde ir.
Me detuve a mirar el suelo del bosque, con la esperanza de ver
algún rastro. Pero las agujas de los pinos eran tan gruesas y estaban
tan secas por el sol del verano que era difícil ver dónde habían sido
removidas.
—¡Audrey!
No hubo respuesta.
Los pájaros piaban en lo alto, pero el aire estaba opresivamente
quieto. Me quité el sudor de la frente, elegí una dirección y seguí
adelante.
—¡Audrey! ¡Max!
Me pregunté si Max tendría suficiente memoria para desandar el
camino hasta el agujero apestoso por el que había pasado la última
vez. Aunque hubiera empezado persiguiendo a una ardilla colina
arriba, se habría distraído rápidamente con un árbol. Algo más tenía
que haber llamado su atención, de lo contrario habría vuelto con
Audrey.
Ella lo sabía, así que tenía sentido que intentara encontrar ese
lugar de nuevo. No recordaba exactamente dónde había encontrado
a Max antes, pero tenía una idea aproximada y eso parecía mejor
que correr sin rumbo entre los árboles.
La parte trasera de la colina no era tan empinada, pero los árboles
eran más espesos. La sombra no ayudaba a mitigar el calor, pero
ignoré lo rápido que se me secaba la boca. No importaba. Solo tenía
que encontrarla.
Tratando de canalizar su optimismo perpetuo, me dije que estaba
bien. Probablemente intentaba alejar a Max de algo asqueroso y
tendríamos que pasar la tarde bañándolo de nuevo antes de que 361
estuviera en condiciones de entrar.
Pero no me lo creí. La verdad es que no.
—¡Audrey!
Mi zapato se enganchó en algo oculto por el manto de agujas de
pino y casi me caigo de bruces. Me tambaleé unos pasos para
recuperar el equilibrio.
Maldita sea.
—¡Audrey! ¡Max!
Todavía nada.
El suelo volvía a elevarse, así que empujé hacia la colina, con el
sudor chorreándome por las sienes. La urgencia y el miedo se
extendieron por la boca de mi estómago. Había demasiadas cosas
que no sabía, demasiadas cosas que no podía controlar.
¿Quién la había estado acosando? ¿Y por qué? ¿Qué estaba
dispuesto a hacerle?
¿Estaba ahora persiguiéndola?
Todo podría ser una coincidencia. La llamada. La nota de esta
mañana. Max huyendo. Había perseguido un rastro por la colina
antes. No tenía que significar que el acosador estaba usando al perro
para atraer a Audrey al bosque.
Pero ¿y si así fuera?
Una potente mezcla de rabia y pánico me apretó el pecho. No iba
a dejar que le hiciera daño. No iba a perderla.
No podría. Le arrancaría miembro a miembro a ese cabrón si la
tocara.
El instinto de proteger a mi mujer era profundo y primario.
Despertó algo en mí, inundó mis venas de adrenalina. Iba a
encontrarla y traerla sana y salva a casa. No había otra opción.
—¡Audrey!
Un crujido vino de mi izquierda, tan lejano que casi no lo oí. Me
detuve en seco. Ahí estaba otra vez, en la misma dirección.
362
—¡Audrey!
Ella no respondió, pero me dirigí hacia el sonido. Si era Max,
podría encontrarla más rápido que yo.
Corrí entre los árboles, levantando agujas de pino y polvo,
ignorando los arañazos de mis brazos. El bosque se hizo más denso
y finalmente se abrió a un prado soleado lleno de hierbas secas y
marrones.
—¿Max?
Tres buitres despegaron de entre la hierba, batiendo sus grandes
alas. No fueron muy lejos, solo se elevaron en el aire y volaron en
círculos, esperando a que me alejara de su comida.
Eso significaba que había algo muerto por allí. No podía
imaginarme a Max revolcándose en el cadáver de un animal que
estaba siendo devorado por aves carroñeras, pero tampoco tenía
sentido de su propia mortalidad, así que tal vez las aves grandes no
lo habrían asustado.
Corrí hacia donde los pájaros habían alzado el vuelo. Los restos
de algo, no tan grande como para ser un ciervo, pero sí más grande
que Max, yacían en la hierba. Estaba tan desmenuzado y seco que
no parecía gran cosa. Definitivamente no era fresco.
Y no era Max.
Mierda.
Miré el sol y la hora en mi teléfono para orientarme. Estaba
bastante seguro de saber cómo volver. En el peor de los casos, si
seguía avanzando, llegaría al río. Entonces sería cuestión de seguir
el agua hasta encontrar un sendero o la cascada.
Pero ¿dónde demonios estaba Audrey? ¿Qué tan lejos me había
desviado del camino?
En este momento, podría haber estado en cualquier parte. Mis
instintos no eran suficientes para llevarme en la dirección correcta y 363
no había visto ninguna señal que pudiera seguir. No es que fuera un
experto; podría haberla perdido fácilmente.
Pensé que probablemente estaba más cerca del río que de casa. Mi
teléfono no tenía señal, pero si llegaba a una ruta de senderismo,
encontraría un lugar donde funcionara. Podría seguir buscando y
llamar a mis hermanos para que vinieran a ayudarme.
No había nada más que hacer que seguir avanzando y esperar que
ambos estuviéramos en una persecución salvaje del perro de la que
nos reiríamos más tarde.
Porque la alternativa era impensable.
Ignorando el calor y el malestar de la deshidratación, me puse en
marcha de nuevo, en dirección al río. Seguí con el celular fuera,
comprobándolo entre grito y grito por el nombre de Audrey,
preparado para llamar a quien fuera que respondiera en cuanto mi
teléfono volviera a conectarse.
Mi sensación de urgencia crecía a cada paso. Estaba en peligro.
No sabía cómo lo sabía, pero no era mi imaginación. No me estaba
precipitando al peor de los casos.
Lo sabía.
El corazón me latía con fuerza en el pecho y los oídos se me
llenaban de sangre. Una avispa pasó zumbando y, por suerte, tuve
la suficiente presencia de ánimo para mirar hacia la colmena. La
rodeé, maldiciendo a los malditos bichos por interponerse en mi
camino.
Por fin oí el torrente de agua. No estaba seguro de a qué parte del
río había llegado, pero al menos lo había encontrado.
Quizá Audrey también. Ella sabría seguir río abajo.
Esperando contra toda esperanza verla a lo lejos, me abrí paso
entre los árboles y me detuve cerca de la orilla.
Todavía crecido por el deshielo de la primavera, el río se
precipitaba en una masa de espuma blanca y agua azul verdosa. 364
Miré arriba y abajo, pero no vi a nadie. Ni a Audrey. Ni a Max.
Ningún acosador.
Con una profunda bocanada de determinación, comencé a
descender río abajo hacia las cataratas.
Capítulo 39
Audrey
—¿Tú? —pregunté.
La expresión de Hayden era ilegible. Si era el acosador, su rostro
no mostraba nada de la malevolencia que habría esperado de un
hombre que había destripado a un animal indefenso y untado su
sangre en mi puerta. Se limitó a observarme, silencioso y pasivo,
sosteniendo la correa entre las manos.

365
Era aterrador.
Max movió la cola, pero lo hizo tímidamente. Podía ver la tensión
nerviosa en su cuerpo peludo. Se alegraba de verme, pero sabía que
algo no iba bien.
Extendí una mano, intentando que Hayden no viera lo mucho que
temblaba.
—¿Me puedes devolver a mi perro, por favor?
Sacó del bolsillo lo que parecía una golosina para perros y se la
tendió a Max.
—Tu perro es un idiota.
Max no la aceptó. Se quejó y se movió sobre sus pies.
Hayden tiró la golosina al suelo.
—Tú te lo pierdes. —Sus ojos se alzaron para encontrarse con los
míos—. Camina.
Se dio la vuelta y condujo a Max por la orilla. No tuve más
remedio que seguirlo.
—¿Adónde vamos?
Hayden no contestó. Max caminaba a su lado, mirándome. Quería
asegurarle que estaría bien. Pero no tenía ni idea de lo que Hayden
planeaba hacer.
El ruido de la cascada aumentaba. Podía ver dónde empezaba el
acantilado, la caída desmoronada que había visto desde abajo en mi
primera cita con Josiah. Intenté no pensar en lo alta que parecía la
cascada ni en lo que probablemente significaba que Hayden nos
llevara a Max y a mí hasta el borde.
—¿Golpeaste el auto de Marigold hoy? —No estaba segura de por
qué estaba haciendo esa pregunta, cuando tenía tantas otras, pero
solo esperaba que se detuviera antes de llegar a la bajada.
Hizo una pausa y miró por encima del hombro.
—Sí.
—¿Por qué?
—Para quitarla de en medio. ¿Pero es eso realmente lo que
366
quieres saber?
—Quizá sea una pregunta estúpida a estas alturas, pero ¿has sido
tú todo el tiempo?
—Esa es una pregunta estúpida.
—Pero ¿por qué?
Se volvió hacia mí. Max nos miró a ambos.
—Realmente no lo sabes, ¿verdad? Eres tan egocéntrica que ni
siquiera sabes quién soy.
Siempre me había parecido ligeramente familiar, pero también lo
era mucha gente en Tilikum.
—Mi nombre de pila es Jeffrey. Jeffrey Hayden Silva. Empecé a
usar mi segundo nombre después del instituto. Concretamente,
después de descubrir que el donante de esperma eligió mi nombre
de pila.
—¿Eres Jeffrey Silva?
Max intentó acercarse a mí y él tiró de la correa, haciendo que
Max gimoteara.
—No se me permitía usar el nombre Young. Aunque nunca quise.
—No lo sabía.
—Obviamente.
—No, quiero decir que no sabía que existías. Nunca me lo dijeron,
así que si te enfadas conmigo por no reconocerte, no es culpa mía.
No tenía ni idea.
—Por supuesto que no.
—Así que todo esto es un gran malentendido.
—No he malinterpretado nada.
—Pero ¿por qué? —Me rodeé con los brazos, con el estómago
revuelto por el miedo—. ¿Por qué me odias tanto?
367
—Otra pregunta estúpida.
—¿Es por papá? Eso no es…
—¿Papá? —Prácticamente escupió la palabra—. Por si no te has
dado cuenta, no fue mi padre. Donante de esperma como mucho,
pero nunca papá.
—Bien, pues ódialo. ¿Qué tengo yo que ver?
Sus manos apretaron la correa.
—Todo.
—¿Por qué? ¿Qué te he hecho?
—¡Nada! —Respiró hondo y suavizó su expresión—. Tú no has
hecho nada. Así que, por supuesto, nada es culpa tuya. Después de
todo, eres la niña de oro.
—¿De qué estás hablando?
—No tienes ni idea de lo que era crecer a la sombra de la perfecta
hermana mayor. Ni siquiera sabías que había nacido, así de
insignificante era. Tu maldito padre no se molestó en reconocer mi
existencia. En vez de eso, te paseaba por el pueblo como una
princesa, delante de mí.
No sabía qué decir, así que esperé a ver si seguía hablando. Tal
vez, si lo sacaba todo, cambiaría de opinión sobre lo que nos había
traído a hacer aquí.
—Audrey Young, superestrella adolescente. Sonriendo a todo el
mundo con ese maldito uniforme de animadora, agitando tus
pompones. De pie en el escenario con tus padres de mierda en cada
desfile. Ganaste cada premio, cada cinta, cada trofeo. Los idiotas de
ese pueblo te adoraban como a la realeza.
—No significó nada.
—Tienes razón en eso. No significó una mierda. Eras un pez
grande en un estanque muy pequeño. No te fue muy bien por tu
cuenta, ¿verdad? No lo lograste sin la influencia de papá
allanándote el camino.
La verdad de sus palabras caló hondo. Había sido un pez gordo
368
en un estanque pequeño y, una vez en el océano, me había ahogado.
—De pequeño estaba muy celoso —continuó—. Pasaba en bici por
delante de tu casa, esa puta mansión en la que vivías, y le tiraba
piedras. ¿Qué te hacía tan especial para vivir allí?
—No era todo lo que parecía.
—¿No? No vivías al otro lado del pueblo en una choza porque tu
madre se gastaba todo el dinero en licor.
—No, no lo estaba.
—Estabas en todas partes en ese maldito pueblo. Burlándote de
mí. Siempre en el periódico por tus logros sin sentido. Más popular
que los atletas que realmente jugaban los partidos, y todo lo que
hacías era mover el culo en los banquillos. Incluso cuando estabas
en la universidad, no podía alejarme de ti. El instituto tenía tu puta
foto en la pared junto a tu premio al estudiante del año. Tenía que
pasar al lado de esa sonrisa falsa todos los malditos días.
Max gimoteó e intentó rodearle. Dio un tirón de la correa y Max
se sentó.
Apreté los dientes. La ira se mezclaba con el miedo.
—Pero ¿sabes qué? Estuvo bien. Porque al final, te fuiste y la
gente te olvidó. No creerías lo rápido que te olvidaron, Audrey.
Porque nunca fuiste especial. Todo fue una mierda.
—Nunca pensé que fuera especial.
—No mientas. Claro que lo hiciste, pero ahora sabes la verdad,
¿no? Nunca fuiste de la realeza, ni siquiera la princesa de un
pequeño pueblo.
—Bien, ambos estamos de acuerdo en que no soy una princesa y
nunca lo he sido. ¿Me puedes dar a mi perro ahora?
Su rostro cambió, su controlada fachada se desvaneció, el calor de
su odio ardió de repente en sus ojos.
Y me di cuenta de la horrible verdad. Iba a matarme. 369
Capítulo 40
Josiah
En cuanto la vi, me detuve. Primero sentí alivio. Estaba viva.
Luego rabia. No estaba sola.
¿Pero por qué coño estaba allí hablando con Hayden? ¿Qué tenía
que ver el cantinero con todo esto?
Llevaba a Max con una correa. El perro estaba agitado y asustado.
No se trataba de que Max se hubiera escapado y Hayden lo hubiera
encontrado por casualidad. Algo andaba mal. Prácticamente podía
olerlo.
370
Me agaché detrás de un árbol antes de que Hayden pudiera
verme. No necesitaba entender la razón por la que la acosaba para
darme cuenta de la verdad: había sido él todo el tiempo. No había
otra explicación, ni otra razón para la escena que se desarrollaba
frente a mí.
Por muy cerca que estuvieran del acantilado, tampoco me cabía
duda de su intención. No estaban allí por las vistas.
Apreté los puños y rechiné los dientes, tratando de contener mi
temperamento. Si arremetía desde aquí, me vería y tendría tiempo
de sobra para empujarla. No podía arriesgarme.
Lo que significaba que tenía que ir más despacio y pensar.
No había forma de acercarme lo suficiente sin ser visto. El rugido
de la cascada impediría que me oyera, pero no había suficientes
árboles. Tendría que estar a la intemperie demasiado tiempo. No
importa lo rápido que corriera, él llegaría a ella primero.
E iba a empujarla. Podía ver su cara y el odio en su expresión era
innegable.
La había llevado allí para matarla. Tal vez tratar de enmarcarlo
como un suicidio.
A la mierda.
Hablaban, pero no podía oír lo que decían. Max olfateó el aire y
me pregunté si habría captado mi olor.
Mis ojos volvían una y otra vez al acantilado. Sabía lo que había
allí abajo. Un infierno de rocas mojadas. Casi me caí una docena de
veces cuando mis hermanos y yo…
Sin pensarlo dos veces, me alejé del río, corriendo de árbol en
árbol, sin perder de vista a Hayden para asegurarme de que no me
veía. Odiaba perder de vista a Audrey, aunque fuera por unos
minutos, pero no había otro remedio. No podía entrar por detrás de
ella.
Lo que significaba subir por el acantilado. 371
Lo había hecho antes, así que sabía exactamente lo peligroso que
era. Ya no tenía el lujo de ser un adolescente idiota sin sentido de la
mortalidad. Tampoco podía tomarme mi tiempo. Tendría que
escalar ese bastardo tan rápido como pudiera.
¿Qué haría cuando llegara a la cima? No lo había pensado con
tanta antelación. Me lo estaba inventando sobre la marcha. No era
un héroe de acción que la agarraría de la muñeca al caer por el
borde, salvándola de la caída. Ambos caeríamos si llegaba tan lejos.
Así que tendría que asegurarme de que no tuviera la oportunidad
de empujarla.
Por suerte, conocía la ruta y no estaba muy lejos de mi camino. El
sendero era tan empinado como recordaba. Clavé los talones en el
suelo seco, pero me deslicé hacia abajo, desplazando rocas y
levantando polvo. No quería llegar hasta el fondo. Solo lo suficiente
para poder trepar y subir por detrás de Hayden.
No pensé en el peligro ni en cómo me quedaría la cabeza si me
caía. Me volví de cara al acantilado, encontré un punto de apoyo, me
agarré con una mano a un pequeño saliente de roca y empecé a
trepar.
Un arco iris brillaba en el rocío de la cascada. Las rocas estaban
húmedas y resbaladizas, y cada asidero era precario. Mi hermano
Reese casi se había caído, justo donde yo estaba. No sobre la
profunda piscina en la que solíamos zambullirnos, sino sobre las
mortales rocas que había debajo de mí.
Era un recuerdo extraño para tener en este momento.
Mi cuerpo de adolescente había sido más ágil, pero ahora estaba
más decidido. Subí tan rápido como pude, asegurándome de que
mis pies estaban estables antes de cambiar de peso. Me sentía
dolorosamente lento, pero sabía que solo habían pasado unos
minutos.
Finalmente, me acerqué lo suficiente a la cima como para oír sus
voces por encima del sonido del agua. La de Hayden, al menos.
372
Audrey podría haber dicho algo, pero era difícil de decir.
Mi pie izquierdo resbaló en la roca húmeda. Respiré hondo y me
agarré, con los dedos y los antebrazos doloridos por el esfuerzo. Por
algún milagro, mi pie derecho se mantuvo en su sitio y con cuidado
encontré otro punto de apoyo.
En contra de mi buen juicio, miré hacia abajo.
Mala idea.
Estaba alto. Estúpidamente alto y la seguridad de la piscina estaba
bien a mi derecha. Si caía aquí, quedaría destrozado.
También Audrey, si la empujara.
La determinación acabó con el miedo. Audrey era mía y haría lo
que fuera necesario para protegerla. Si moría salvándola, que así
fuera. Pero me iba a llevar a ese cabrón conmigo.
Capítulo 41
Audrey
Enfrentarme a la cruda posibilidad de mi muerte fue diferente de
lo que hubiera imaginado. Tenía miedo. De hecho, se me revolvía el
estómago, pero era casi demasiado surrealista para procesarlo. La
mirada asesina de Hayden no podía ser real. Esto no podía estar
pasando.
Pero sí estaba pasando.

373
—Tenías que volver, ¿no? —dijo, su tono goteaba veneno—. No
podías irte sin más. Tenías que convertirte en el fracaso que siempre
supe que serías.
Abrí la boca para replicar, pero él siguió hablando, elevando la
voz con cada palabra.
—Yo estaba bien. Era normal, simplemente vivía mi vida. No
necesitaba ser un pez gordo en un estanque de cualquier tamaño. Yo
no era tú, no necesitaba que la gente me adorara. Tenía un buen
trabajo y una vida decente y nunca pensé en ti. Te fuiste y fue como
si el peso del mundo abandonara mis hombros. Por fin pude
respirar, joder. Ni siquiera existías.
Su furia me aceleró el corazón.
—Dejé Pinecrest para no tener que ver al donante de esperma y a
la zorra de tu madre y todo fue bien. ¿Sabes lo que hice cuando
murió?
Sacudí la cabeza.
—Nada. No lo celebré y desde luego no lo lamenté. Simplemente
fui a trabajar porque no me importaba una mierda.
—Parece que ahora te importa.
—Porque deberías haberte mantenido alejada. Nada de esto es
culpa mía. Si te hubieras alejado como debías, no habría tenido que
hacer todo esto. —Sus ojos se volvían más salvajes a cada segundo—
. Yo era un tipo normal antes de que volvieras. Nunca hice daño a
nadie. Nunca lo había hecho. Volviste y me obligaste a hacerlo.
—No te obligué a hacer nada.
—Sí, lo hiciste. —Dio un paso atrás, más cerca del borde—. No sé
cómo lo hiciste, pero me rompiste. Desataste la oscuridad que
siempre estuvo dentro de mí. El donante de esperma me la dio, por
cierto. Así que también es culpa suya, pero habría permanecido
dormida si no hubieras vuelto.
—No sabía quién eras, Hayden. Nunca lo supe.
—No finjas que te hubiera importado.
—No lo entiendes. Siempre quise un hermano…
—¡No me llames así! —Saliva voló de sus labios—. No digas esa
374
maldita palabra. No soy tu hermano.
Max gimió de miedo. Hayden dio otro paso atrás.
Una parte de mí quería decirle que nunca había sido la niña de
oro de nuestro padre. Que todo lo que había visto había sido para
aparentar. No había estado tirando piedras a la casa de una familia
feliz y perfecta. Nosotros también estábamos rotos, pero de otra
manera.
Pero tenía la sensación de que eso no era lo que quería oír. Y no
me creería de todos modos.
—Siento lo que te pasó y siento que te tratara así. No está bien.
—Ya es demasiado tarde. Lo hecho, hecho está.
—¿Puedes alejarte del borde, por favor? No quiero que te caigas.
—Oh, no. Eso no es lo que está pasando aquí. —Sus labios se
curvaron en una sonrisa cruel—. No voy a acabar como el triste y
patético hijo bastardo de un político corrupto, tirándose por un
acantilado porque no puede más. No estamos aquí porque sea un
suicida.
Tragué saliva. Ya sabía la respuesta, pero pregunté de todos
modos.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí?
—He pensado mucho en esto, quiero que lo sepas. Me gustaba mi
vida antes de que aparecieras. Por fin había encontrado la paz. Solo
quiero recuperar mi vida.
—Tú tienes tu vida. No tiene nada que ver conmigo.
Sacudió la cabeza, casi con tristeza.
—No, no la tengo. Antes tenía el control, pero ahora no, y no lo
tendré si tú estás aquí. Pensé que bastaría con que te fueras, pero eso
solo deja la puerta abierta para que vuelvas otra vez. Además, soy lo
suficientemente inteligente como para darme cuenta de que no
quiero lidiar con ese montañés que te has estado follando.
Josiah. Su nombre corría por mi mente, casi como una plegaria. Se
375
me llenaron los ojos de lágrimas al pensar en dejarlo. No me cabía
duda de que Hayden me quería muerta y el dolor que le causaría a
Josiah era más horrible que la posibilidad de ser asesinada.
—Me hizo un gran favor al dejarte sola hoy. Pensé que tendría
que esperar más tiempo para esta oportunidad y si te estás
preguntando si sobrevivirás a la caída, puedo asegurarte de que no
lo harás. No hay más que rocas en el fondo. —Su labio se curvó de
nuevo—. Lo he comprobado.
No quería saber qué pobre criatura, o criaturas, había arrojado por
aquel acantilado.
¿Podría correr más rápido que él? Iba en chanclas y
probablemente tenía un dedo del pie roto. Era más alto que yo y sin
duda más rápido. ¿Y empujaría a Max por el borde si yo corría?
—¿Así que vas a tirarme?
Metió la mano por detrás y sacó una navaja del bolsillo trasero.
—Después de que mate a tu perro delante de ti.
—Estás loco.
—No, soy minucioso. Créeme, la nota de suicidio es muy
convincente, al igual que el diario en el que confiesas todos los
problemas mentales que intentas ocultar y nadie encontrará el
cuerpo de Max. Llegarán a la conclusión de que saltaste y tu perro
tonto salió corriendo y probablemente se lo comió un puma. —Sus
ojos se entrecerraron y levantó el cuchillo—. Si huyes, lo mataré
lentamente, me aseguraré de que duela.
—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué no lo hiciste sin más?
—Me gusta ver el miedo en tus ojos. Es un subidón. Desataste la
oscuridad, Audrey, y no sé si volveré a ponerla en su sitio.
Sentí como si estuviera asistiendo al nacimiento de un asesino en
serie. Más tarde dirían que yo había sido su primera víctima, la que
le dio el gusto.
Tal vez lo sería, pero no iba a caer sin luchar. 376
De la nada, Max se dio la vuelta y ladró. Hayden tiró de la correa
para darle la vuelta y su cara se contorsionó en una fea mueca.
—Maldito perro.
Había movimiento detrás de ellos. Max intentó darse la vuelta de
nuevo y tardé una fracción de segundo en darme cuenta de lo que
estaba viendo.
Un brazo cruzó el borde, seguido rápidamente por un hombro.
Mis ojos se abrieron de par en par cuando Josiah cruzó el acantilado,
justo detrás de Hayden.
Nuestros ojos se encontraron y, en ese instante, fuimos uno. No
tuvo que hacerme una señal ni gritarme instrucciones. Yo lo sabía.
Él lo sabía. Y ambos entramos en acción.
Me lancé hacia delante y golpeé el suelo con tanta fuerza que casi
me quedé sin aliento. Pero agarré la correa y doblé las rodillas para
poner los pies debajo de mí.
El gruñido de odio de Hayden mientras intentaba mantener el
agarre de la correa se vio interrumpido por una sorpresa por detrás.
Josiah lo tiró al suelo y el cuchillo voló de su mano.
Max intentó atacarme la cara a lametones. No tenía ni idea de que
esto no había terminado. Le solté la correa del collar para que
Hayden no pudiera tirarlo por el borde con ella y me puse en pie
con dificultad.
Josiah y Hayden forcejeaban en el suelo, cerca del borde del
acantilado. Hayden arañaba el suelo, sus dedos casi alcanzaban el
cuchillo.
Corrí hacia él para apartarlo de una patada, pero Hayden llegó
primero. Sus dedos se enroscaron en el mango y vi con horror cómo
giraba el brazo y hundía la hoja en el muslo de Josiah.
Josiah rugió, pero el cuchillo en su pierna no lo frenó; solo pareció
enfurecerlo.
Me tambaleé hacia atrás para apartarme. Josiah puso a Hayden
boca arriba y le dio un puñetazo. El sonido de su puño golpeando
377
carne y hueso se oyó por encima del ruido de la cascada. Me
estremecí ante el violento contacto y Josiah volvió a golpearlo.
Hayden gimió, retorciéndose en el suelo. Vi con el corazón
acelerado cómo Josiah se ponía en pie.
—No te levantes —gruñó Josiah entre dientes apretados. Me
miró—. ¿Estás bien?
Asentí con la cabeza.
—Sí. ¿Y tú?
—Sí. —Ni siquiera se miró la pierna.
Hayden no escuchó. Se dio la vuelta y se levantó. Le manaba
sangre de la nariz y sus ojos entrecerrados destilaban odio. Parecía
absolutamente desquiciado. Josiah atacó, pero Hayden era rápido.
Se movió hacia un lado y golpeó la pierna de Josiah, justo donde
aún sobresalía el cuchillo. La pierna de Josiah se dobló y cayó al
suelo con un aullido de dolor.
Max ladró como nunca lo había oído ladrar antes. Con un gruñido
agresivo, atacó. Saltó sobre Hayden, enseñando los dientes, y le
mordió el brazo.
Hayden se lo quitó de encima y le propinó una rápida patada en
el costado. Max chilló mientras rodaba por el suelo y Hayden dirigió
su furiosa mirada hacia mí.
—Te mataré, maldita.
Intenté correr, pero Hayden me agarró por la muñeca. Me
defendí, golpeando y pateando, pero él me arrastró por el suelo,
implacable. Su agarre era demasiado fuerte. No podía liberarme.
Finalmente, le di una patada y me soltó. Retrocedí justo cuando
Josiah se abalanzó sobre él y lo golpeó en la cara.
Hayden trastabilló bajo la fuerza del golpe. Sus pies resbalaron en
el borde rocoso y se tambaleó, casi cayendo hacia atrás.
Josiah alargó la mano y le agarró la muñeca.
Hayden miró hacia abajo, como si contemplara las profundidades
378
rocosas bajo él. Luego me miró a mí. Sus ojos se entrecerraron, con
un odio hirviente a flor de piel, y antes de que Josiah pudiera
agarrarle el otro brazo, se soltó de un tirón y cayó.
Jadeando, corrí hacia el borde y grité. Josiah me rodeó la cintura
con los brazos y tiró de mí antes de que pudiera ver. Las lágrimas
me corrían por la cara y sollozaba; el horror me inundaba con una
oleada abrumadora.
Josiah me abrazó con fuerza y nos hundimos en el suelo. Respiré
entrecortadamente y dejé que su fuerza me envolviera. Pasaron
minutos mientras lloraba. Josiah no me soltó.
—Estás herido —dije finalmente, apartándome—. ¿Estás
sangrando mucho? Necesitamos ayuda.
—No pasa nada. —Me cogió la cara y me miró—. ¿Estás bien? ¿Te
ha hecho daño?
Probablemente tenía un millón de rasguños y moratones, pero no
sentía nada.
—No lo creo. Nada serio. ¿Dónde está Max? ¿Está bien?
Como si nada, Max se metió en nuestro abrazo, moviendo la cola
furiosamente.
—No creo que esté herido —dijo Josiah—. Ese maldito bastardo.
—Buen chico, Max. Buen trabajo atacando al malo.
Josiah volvió a rodearme con los brazos y me empujó contra él.
—Pensé que iba a matarte.
—Lo intentó.
—Mierda, no puedo calmarme. Podría haberte matado. Te juro
que nunca te perderé de vista. —Me besó el pelo—. Te amo. Maldita
sea, te amo tanto.
—Yo también te amo.
379
—Lo digo en serio, Audrey. Soy una mierda en cosas románticas
pero te amo y me voy a casar contigo.
Espeté.
—¿No crees que tal vez te estás adelantando?
—No.
—¿Así que lo dices en serio aunque acabemos de vivir un trauma
intenso juntos?
—Sí.
Parpadeé. Hablaba en serio.
—¿Qué tal si digo que sí ahora y podemos tener una conversación
racional al respecto cuando estemos tranquilos y no tengas un
cuchillo clavado en el muslo?
—Puedo vivir con eso. Pero aun así me voy a casar contigo.
Sacudí la cabeza, pero no con incredulidad. Le creí. Era el hombre
más directo y desconcertante que había conocido.
Lo amaba mucho.
—Pero ¿por qué te acosaba el cantinero? ¿Lo conocías siquiera?
—Es una larga historia que involucra a mi padre que tuvo una
aventura. —Miré hacia el acantilado—. ¿Puedo contarte el resto más
tarde?
Me tocó la cara.
—Sí.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté—. Tenemos que pedir ayuda,
pero mi teléfono no tiene señal aquí.
—Iremos por ahí. —Señaló—. El sendero no está lejos. Tan pronto
como tengamos señal, llamaremos a Garrett.
—Y una ambulancia.
—Oh. —Se miró la pierna—. Sí. Sí, está empezando a doler.
—¿Y tú, Max? —pregunté—. ¿Estás bien?
380
Me lamió la cara.
Josiah empezó a levantarse, pero hizo una mueca de dolor.
—Déjame ayudarte. —Me puse de pie y él se apoyó en mí
mientras se levantaba—. ¿Puedes ponerle peso?
—Suficiente. Podré caminar.
Miré hacia el acantilado, pero Josiah me tocó la barbilla y desvió
mi mirada hacia él.
—No lo hagas. No necesitas verlo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Por qué hizo eso? No tenía que caerse.
—No lo sé. A veces la gente elige la oscuridad.
—Es como si estuviera obsesionado… demasiado retorcido por el
odio para ver otro camino. Es todo tan innecesario.
—No podías haber hecho nada, Audrey. —Me besó la frente—.
Salgamos de aquí.
Le pasé su brazo por encima de mis hombros para que pudiera
apoyarse en mí si lo necesitaba. Max trotó a nuestro lado mientras
nos dirigíamos hacia el sendero. A pesar de que los dos cojeábamos,
y el dolor de todos mis rasguños y moratones empezaba a reclamar
mi atención, no tardamos mucho en encontrar el camino. Su teléfono
recibió señal primero, así que llamó a Garrett. Nos dijo que
esperáramos donde estábamos, que la ayuda estaba en camino.
Nos sentamos a un lado del sendero. Josiah me rodeó con el brazo
y me abrazó.
—Gracias por salvarme —dije, con la voz apenas por encima de
un susurro.
—Siempre.

381
Capítulo 42
Audrey
Max no entendía de días libres, como tampoco entendía los fines
de semana, ni siquiera cuando hacía unos días casi me habían tirado
por un acantilado. Me despertó a las seis y media en punto, así que
lo llevé fuera a hacer sus necesidades.
Estiré los brazos por encima de la cabeza mientras él atendía sus
asuntos. Los moratones que había pronosticado se habían hecho
realidad, pero no dejé que los dolores me molestaran lo más
mínimo. Podría haber sido mucho peor.
382
Los sucesos en la catarata habían conmocionado a nuestra
pequeña comunidad. Y por una vez, no hubo rumores
descabellados. Al parecer, la verdad era lo suficientemente terrible
por sí sola.
Garrett y otros dos ayudantes del sheriff registraron la casa de
Hayden y lo que encontraron contó la historia de su obsesión. Tenía
una caja con viejas fotos y recortes de periódico, la mayoría de mi
adolescencia en Pinecrest. La mayoría habían sido desfiguradas, con
las palabras «No me ves» o «Te odio» escritas sobre mi nombre o mi
imagen.
Había impreso fotos mías más recientes y las había colgado en el
tablón de anuncios de su dormitorio. Algunas estaban granuladas,
como tomadas desde lejos y ampliadas. Otras eran inquietantemente
claras. Tenía cientos más en su teléfono, además de fotos de mi casa,
antes y después de haberla destrozado. Parecía como si hubiera
sentido un placer enfermizo planeando y documentando sus
crímenes.
También encontraron la nota de suicidio falsa que había escrito,
con la intención de hacerla pasar por mía. El diario del que me había
hablado seguía en su portátil, también escrito como si fuera yo.
Realmente creyó que podía hacer pasar mi asesinato por un suicidio,
realmente pensó que se saldría con la suya.
Afortunadamente, nadie dudó de la veracidad de nuestra historia.
Desde el momento en que el equipo de emergencia nos encontró en
la ruta de senderismo y nos llevó al hospital, habíamos dicho la
verdad a todo el mundo, y nos habían creído. Las pruebas que
encontraron en casa de Hayden no hacían más que corroborar lo que
ya les habíamos contado.
Fue un recordatorio de que nunca se sabe por lo que está pasando
realmente una persona. Todos llevamos cargas que otros no pueden
ver. Por desgracia, Hayden dejó que la suya lo envenenara por
dentro.
Sentía compasión por él, por el chico que había tenido una
infancia de mierda sin tener la culpa. Pero tampoco iba a excusarlo. 383
Podía haber elegido otro camino. Eligió la oscuridad que acabó con
su vida. No podía responsabilizarme de ello.
—Vamos, Max. Vamos adentro.
Efectivamente, tenía el dedo roto, pero solo cojeaba un poco. Y
aunque Max no entendía lo de dormir hasta tarde, pareció adaptarse
al ritmo de vida más lento de los últimos días. Se contentaba con
jugar a buscar la pelota en el jardín en lugar de nuestros paseos o
excursiones habituales. Pero yo me estaba curando rápido, así que
volveríamos a salir a pasear por el bosque en un abrir y cerrar de
ojos. Sobre todo ahora que no tenía que preocuparme de que me
siguieran o de lo que encontraría al llegar a casa.
Josiah estaba en la cocina cuando entramos, preparando el café.
Estaba sin camiseta y pude ver un moretón oscuro en la espalda,
donde se había golpeado contra el suelo. Tenía arañazos en los
brazos, pero la peor herida era la cuchillada de la pierna. Aunque
era profunda, no había causado ningún daño que no se curara con el
tiempo. Me di cuenta de que la tenía adolorida por la forma en que
la levantaba y caminaba, pero, en general, las heridas que había
recibido al salvarme no lo estaban frenando.
—Buenos días. —Le rodeé la cintura con los brazos y apoyé la
mejilla en su espalda.
Su voz somnolienta era áspera y grave.
—Buenos días.
—¿Cómo sientes la pierna?
—Adolorida, pero está bien.
Me invadió una oleada de emoción y lo abracé con más fuerza.
Había arriesgado su vida por mí. Lo quería tanto.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. Es que ahora mismo tengo muchos sentimientos intensos.
Me soltó suavemente y se giró para mirarme, luego me estrechó
entre sus brazos. Me relajé en él mientras me dejaba sentir mis
sentimientos. Una ráfaga de tristeza por Hayden, el chico que podría
384
haber sido mi hermano, seguida de alivio porque nuestra terrible
experiencia había terminado. Y, sobre todo, gratitud y amor por el
hombre que me abrazaba.
—Te amo tanto —susurré.
Me besó la cabeza.
—Yo también te amo.
Respiré hondo y me aparté. El escozor de las lágrimas se calmó.
—Lo siento. Ya estoy bien.
Sonrió y me besó la frente.
Max había estado esperando su desayuno moviendo la cola como
un loco, así que le di de comer mientras Josiah preparaba café. Nos
sentamos juntos en el sofá, con una pequeña mueca de dolor. Luchar
por tu vida al borde de un precipicio no era ninguna broma.
Había hablado con mi madre poco después de que nos rescataran
y de nuevo desde que volvimos a casa. En su honor, se había
mostrado mucho más preocupada por nosotros que por el hecho de
que la aventura de mi padre se hubiera hecho pública. Sabía que le
costaría enfrentarse a sus amigas en las próximas semanas, pero me
había asegurado de que estaría bien. Y yo tendía a creerle. Parecía
más ligera, como si se hubiera liberado de la prisión de mentiras en
la que había vivido durante tanto tiempo.
Esperaba que significara un futuro mejor para nuestra relación.
Seguía sin estar de acuerdo con cómo me había ocultado la verdad y
había decidido perdonarla por ello. No excusaba lo que había hecho,
pero si algo había aprendido de Hayden, era a no aferrarme a la ira
y al resentimiento. Solo me pudriría y terminaría envenenándome.
Mi teléfono sonó en la encimera de la cocina. Aunque no quería
moverme de mi sitio, acurrucada junto a Josiah, podía ser mi madre.
Me había estado controlando con frecuencia en los últimos días.
Yo habría hecho lo mismo en su lugar. 385
—Me pregunto quién te manda mensajes tan temprano —dijo
Josiah cuando me levanté del sofá.
—Probablemente mamá.
Dejé la taza y cogí el celular. Pero no era mi madre.
—Es Lou —le dije—. Quiere saber si puedo reunirme con él esta
mañana.
—Ya era hora.
—Voy a decir que sí. Probablemente me dirá que va a cerrar el
periódico.
—Tal vez. Aunque no tendría que hacerlo en persona.
—Cierto. —Escribí una respuesta a Lou—. Quién sabe, tal vez
todavía tenga un trabajo.
—Hazle trabajar por ello.
Sonreí.
—Sabes qué, en realidad lo haré. Después de todo lo que hemos
pasado, no voy a conformarme.
Se giró para mirarme.
—Antes de irte, hazte una pregunta.
—¿Cuál?
—¿Todavía quieres el trabajo?
Asentí lentamente. Tenía razón, era algo que tenía que
plantearme. ¿Era un periódico de pueblo el lugar adecuado para mí?
Sorprendentemente, la respuesta fue fácil.
—Sí. En realidad todavía quiero el trabajo. No si va a actuar como
un idiota y fingir que no hizo nada malo. Pero si va a mantener el
periódico abierto, y podemos superar lo que pasó, entonces sí,
quiero trabajar allí. De hecho, me gusta mucho.
Josiah asintió. Lo comprendía. Me apoyaría, decidiera lo que
decidiera hacer. 386
Tenía mucha suerte de tenerlo.

La oficina vacía del periódico parecía tan triste. Mi mesa estaba


como la había dejado, con un lapicero, una pila de papeles, correo
esparcido y una foto de Max enmarcada. El de Sandra estaba vacío.
Al parecer había recogido todas sus cosas, como si realmente no
tuviera intención de volver nunca. El escritorio de Ledger tenía el
mismo aspecto que siempre tenía cuando él no estaba: desordenado.
Pero su ausencia se sentía igualmente.
Lou apareció en la puerta de su despacho en cuanto entré.
—Hola, Audrey. Ven.
Entré en su despacho, pero esta vez no estaba nerviosa. Iba a
disculparse o no. A partir de ahí, me tocaría a mí decidir qué era lo
mejor. No me entusiasmaba la idea de volver a quedarme sin
trabajo, pero había cosas que no podía controlar. Lo único que podía
controlar era a mí misma.
—Gracias por venir —empezó, y no me pasó desapercibida la
suavidad poco habitual en su tono. Hizo una pausa para aclararse la
garganta—. Obviamente te debo una disculpa. No voy a poner
excusas. Debí confiar en ti. Lo siento. Me equivoqué y espero que
puedas perdonarme.
La sencillez de su disculpa delataba su sinceridad.
—Gracias. Te lo agradezco.
—Y siento todo lo que te ha pasado. ¿Estás bien?
—Sí, lo estoy. Ha sido mucho, pero estaré bien.
—Bien —dijo, asintiendo—. ¿Qué te parece volver al trabajo?
—Eso depende.
—¿De qué? 387
—¿Vas a traer de vuelta a Sandra y Ledger?
—Si están dispuestos. Sandra aún no ha respondido a mis
mensajes. Y me imagino que Ledger probablemente volverá en
algún momento.
—Probablemente lo hará y apuesto a que Sandra volverá si lo
hago.
—Eso espero. Nunca quise alejar a todo el mundo. —Me miró a
los ojos—. Como he dicho, no voy a poner excusas. Este lío es culpa
mía.
—Bueno, estás haciendo lo correcto para limpiarlo.
—Entonces, ¿volverás?
Sonreí.
—Sí, volveré.
—Bien. Tengo planes para el periódico y no funcionarán sin ti.
—¿Qué quieres decir?
—Mi objetivo es jubilarme dentro de un par de años. No me
gustaría ver cerrar el Tribune. Sé que los periódicos ya no son lo que
eran, pero creo que el pueblo aún nos necesita. Así que espero poder
enseñarte a tomar el relevo.
—¿Yo? ¿Por qué no Sandra? Ella tiene más experiencia.
—Sandra es la columna vertebral de este lugar en muchos
sentidos, pero lo que el Tribune necesita es alguien como tú.
Alguien con visión que esté dispuesta a asumir riesgos. Ya has
hecho más por este periódico que nadie en décadas.
—No sé nada de eso. Lo has mantenido.
—Apenas. Me centro demasiado en los problemas y no veo las
soluciones. O incluso las posibilidades. Ese es tu don. Y sé que
dirigir un periódico de pueblo no es tu sueño profesional, pero se te
da bien y creo que este lugar prosperaría contigo en esta mesa.
Mi corazón estaba tan lleno que apenas sabía qué decir. Tal vez 388
un periódico de pueblo no fuera mi sueño, pero eso no significaba
que no estuviera destinado a serlo. Era mejor que cualquier cosa que
hubiera soñado para mí.
—No sé lo suficiente para estar al mando, pero es una
oportunidad increíble.
—No te preocupes. Todavía no me voy a ninguna parte. Tenemos
tiempo de sobra para ponerte al día.
Con una sonrisa, extendí la mano para cerrar el trato.
—Entonces acepto.
Me estrechó la mano con un apretón firme.
—Bien. Ahora, por favor, ¿puedes llamar a Sandra por mí?
—Absolutamente.
—Gracias, Audrey. Y realmente lo siento.
—Gracias, Lou. Estamos bien.
Me hizo un gesto para que saliera por la puerta.
—Vamos, sal de aquí y ponte a trabajar.
Sonreí y cerré la puerta tras de mí. Tenía razón. Teníamos mucho
trabajo que hacer.

La Timberbeast estaba casi vacío. Pero eran poco más de las


cuatro de la tarde de un jueves, así que tenía sentido. Y era
agradable tener el lugar casi para nosotros solos.
Josiah acercó mi silla y me rodeó con el brazo. Sandra nos había
invitado a todos a una ronda de bebidas de celebración y Ledger se
había quitado los auriculares y su teléfono no estaba a la vista.
Sandra levantó su copa. 389
—Salud, amigos.
Todos chocamos nuestros tarros y bebimos un trago.
Sandra había accedido a volver en cuanto la llamé y le hice saber
que Lou se había disculpado sinceramente y que yo había vuelto al
trabajo. Ledger incluso acababa de volver, poco después del
almuerzo. No estaba segura de sí no recordaba que se había
marchado la semana pasada o si se había enterado por los rumores
de que el periódico volvía a estar abierto. Era difícil saberlo. Pero
había trabajado un poco.
Tal vez aún había esperanza para nuestro inútil practicante.
Habíamos decidido salir temprano y venir a la Timberbeast a
celebrar nuestro nuevo comienzo.
Rocco, vestido con su habitual camisa a cuadros, se acercó a
nuestra mesa. Se frotó su espesa barba.
—Audrey, tengo que decirte que no sabía que Hayden no estaba
bien. Pensaba que era uno de esos tipos cínicos que actúan de forma
oscura y deprimida porque creen que eso les hace verse interesantes.
Pensé que se le pasaría con el tiempo.
—No pasa nada. Claro que no podías saberlo. Diablos, yo no sabía
que él y yo éramos parientes y lo veía aquí todo el tiempo.
—Me alegro de que estés bien. ¿Josiah realmente subió a ese
acantilado para salvarte?
—Realmente lo hizo.
Asintió a Josiah, con la admiración reflejada en su rostro.
—Bien hecho, señor.
—Gracias, Rocco.
—He oído que tu perro también tiene su mérito.
—Max es un héroe —dije con una sonrisa—. Quién lo hubiera
dicho. Y fingiremos que no es culpa suya que me atrajera al bosque
en primer lugar.
—Es un perro —dijo Sandra—. No es culpa suya que piense que
390
todo el mundo es bueno de corazón.
—También se deja sobornar fácilmente con golosinas.
—La próxima ronda la pago yo —dijo Rocco—. Es lo menos que
puedo hacer.
—Gracias, Rocco. Eres muy amable.
—Encantado. Por cierto, ¿alguno de ustedes conoce a alguien que
busque trabajo? Necesito un cantinero.
—No se me ocurre nadie —dije.
Josiah se encogió de hombros y Sandra negó con la cabeza. Ledger
tampoco conocía a nadie.
—Encontraré a alguien eventualmente —dijo Rocco—. Avísenme
cuando estén listos para otra ronda.
Volvió a la barra y no me pasó desapercibida la forma en que
Sandra lo miraba mientras se alejaba.
—¿Alguna vez vas a ir tras él? —le pregunté.
Puso los ojos en blanco.
—Lo digo en serio. ¿No puedes invitarlo a salir? Sabes que lo
deseas.
—Lo he pensado. Pero soy demasiado anticuada. Necesito un
hombre que haga el primer movimiento. Y él obviamente no lo va a
hacer.
Josiah frunció el ceño y miró varias veces entre Sandra y Rocco.
—Oye, Rocco.
Rocco miró.
—¿Sí?
—¿Quieres salir con Sandra?
Era difícil distinguirlo en la penumbra, pero juraría que Rocco se
ruborizó un poco.
391
—Bueno, sí.
—Entonces, ¿podrías darte prisa e invitarla a salir? Esto se está
volviendo estúpido.
Sonriendo, sacudió la cabeza.
—De acuerdo. Sandra, ¿estás libre el domingo?
—Lo estoy, de hecho.
—Bien. Te llamaré.
—De acuerdo —dijo ella—. Lo estoy deseando.
Rocco volvió al trabajo. Sandra se acercó y golpeó el brazo de
Josiah.
—Ay —dijo—. ¿Por qué fue eso?
—Gracias —dijo ella.
—No entiendo a la gente —dijo.
Ledger asintió.
—Dímelo a mí.
Me acurruqué junto a Josiah.
—Eso fue dulce. Un poco brusco, pero tu corazón estaba en el
lugar correcto.
Se abrió la puerta principal y entró Marigold. Llevaba un vestido
floral y se quitó unas gafas de sol mientras se dirigía a nuestra mesa.
Me puse de pie para poder abrazarla.
—Hola.
Ella me devolvió el apretón. Marigold daba los mejores abrazos.
—Hola, preciosa. Vi la camioneta de Josiah afuera, así que pensé
en pasar a ver si estabas aquí. Pero es obvio que están teniendo algo.
No quiero molestar.
—No, únete a nosotros —dije—. Podemos apretujarnos con otra
silla.
Josiah acercó una silla y Ledger se apartó para hacer sitio. Había
392
visto a Marigold una vez desde el incidente de Hayden. Había
venido a la mañana siguiente con el desayuno, lo cual había sido
muy amable de su parte.
—¿Significa esto que el periódico va a volver? —preguntó—.
Todo el mundo ha estado hablando de que no salió el domingo.
—Hemos vuelto y mejor que nunca —dijo Sandra.
—Me alegra mucho oír eso.
—¿Qué pasa con tu auto? —le pregunté—. ¿Se puede arreglar?
Ella suspiró.
—No. Luke le echó un vistazo por mí y dijo que no hay manera.
Se ofreció a ayudarme a encontrar uno nuevo, así que eso es bueno
al menos.
Le di un codazo a Josiah.
—Qué amable de su parte.
Josiah me miró y frunció el ceño. No me entendió.
Pero tenía la sensación de que Marigold estaba enamorada de
Luke.
¿O era Zachary?
Aquella noche que había venido al Timberbeast cuando estaban
sentados en nuestra mesa, algo había pasado. Estaba segura de ello.
Estaba nerviosa y sonrojada y, aunque no era algo totalmente fuera
de lo normal en ella, estaba segura de que uno de ellos lo había
provocado.
Solo que no sabía cuál de los dos.
Tuvo que haber sido Luke. ¿No? Zachary no era su tipo. Por otra
parte, Luke no era exactamente un caballero con traje, pero tenía
mejores modales. Zachary era probablemente un buen tipo debajo
de toda su chulería. Pero era difícil imaginarlo con alguien tan dulce
como Marigold.
Por otra parte, Josiah y yo éramos totalmente opuestos y nos 393
complementábamos a la perfección.
También puede que me lo estuviera imaginando todo. Quería
preguntarle, pero esperaría un momento mejor. No iba a ponerla en
un aprieto delante de otras personas.
Además, tenía otras cosas para ocupar mi mente. Como la casi
propuesta de Josiah en la catarata.
Habíamos decidido hablar de ello cuando acabara la locura. Pero
no lo habíamos hecho.
No dudaba ni un segundo de que me quería. Había arriesgado su
vida para salvar la mía. Pero las cosas seguían sin terminar entre
nosotros. Y no estaba segura de si debía sacar el tema o esperar a
que él lo hiciera. Tal vez estaba planeando una proposición de
matrimonio, con anillo y todo, y si le preguntaba, arruinaría la
sorpresa.
¿Y si se lo estaba replanteando todo? Había soltado que quería
casarse conmigo en circunstancias traumáticas y emocionalmente
cargadas. ¿Había hablado demasiado pronto? Ahora que las cosas se
habían calmado, quizá necesitaba más tiempo antes de
comprometerse de ese modo.
De repente, se inclinó hacia mí y me dio un beso rápido en la sien.
Le devolví una sonrisa. Sabía que me quería y no quería meterle
prisa. Pero de todas las cosas que quería en esta vida, convertirme
en su esposa era lo que más deseaba.
Solo esperaba que él lo deseara tanto como yo.

394
Capítulo 43
Josiah
Tenía un problema.
Afortunadamente, mi problema ya no era un psicópata acechando
a mi chica. Eso se había resuelto y tenía los dolores y molestias para
demostrarlo. No es que me importaran mis heridas. Me habría
tirado por el acantilado con él si hubiera sido necesario.
Cualquier cosa para mantenerla a salvo.
Mi problema ahora era el mismo que había tenido toda mi vida
adulta. Era malo con la gente y eso incluía a la hermosa, dulce,
395
demasiado-buena-para-mí, mujer que de alguna manera se había
enamorado de mí.
Lo había dicho en serio cuando le dije que me iba a casar con ella.
Había sido un mal momento, pero lo mantenía. A pesar de nuestra
decisión de hablar de ello más tarde, todavía no lo habíamos hecho.
Y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
Era difícil no pensar en la última vez que había tenido un anillo,
con la intención de dárselo a una mujer. Había sido un error.
Aunque me había dolido en aquel momento, realmente me había
hecho un favor al elegir un trabajo en vez de a mí.
Esta vez, quería hacer las cosas bien. No por mí, sino por Audrey.
Eso no cambiaba el hecho de que no se me daban bien estas cosas.
Era demasiado directo, demasiado poco emocional. Básicamente,
era el tipo menos romántico del planeta, intentando planear lo que
debería ser el momento más romántico de la vida de Audrey.
Había comprado un anillo y casi se lo había entregado en la
cocina ese mismo día. Eso habría estado bien, ¿verdad? Me quería
por lo que era, no necesitaba que fingiera ser otra persona con una
proposición exagerada.
Excepto en ese momento, cuando había estado de pie en la cocina
con un anillo en el bolsillo, me había dado cuenta de que quería
hacerlo mejor. Mi falta de expresión emocional era una excusa
lamentable para privarla de un momento romántico.
Esto era algo único en la vida. Hasta yo lo entendía.
Pero necesitaba ayuda.
Internet no había sido de ayuda. Todas las ideas que encontré en
la red eran estúpidas. Mis hermanos tampoco me ayudaron. El
único de ellos que se había declarado era Garrett y ese matrimonio
se había venido abajo. El resto estaban tan obstinadamente solteros
como yo lo había estado durante tanto tiempo. ¿Qué sabrían ellos de
propuestas?
Por eso entré en casa de Asher Bailey un viernes por la mañana,
396
mientras Audrey estaba trabajando.
Su esposa Grace estaba afuera, sentada en una silla de jardín bajo
una sombrilla mientras sus dos hijos pequeños corrían por un
aspersor. Una mano descansaba sobre su barriga de embarazo y
levantaba la otra en un gesto amistoso.
—Hola, Josiah.
—Hola, Grace. ¿Está Asher en casa?
—Excelente sincronización, acaba de terminar su turno. Siéntete
libre de entrar.
—Gracias.
Entré y pasé por encima de unos zapatos de niño desechados y un
camión de juguete. De unos ganchos junto a la puerta colgaban
pequeñas chaquetas y la repisa de la chimenea estaba llena de fotos,
tanto de los hijos de Asher como de su creciente grupo de sobrinos.
Tenía que reconocerlo, los Bailey eran fértiles.
Por primera vez en mi vida, sentí un dolor en el pecho al ver la
familia feliz de otra persona y no lo aparté. ¿Podría imaginarme una
superficie así en mi propia casa? ¿Llena de pequeños Haven
sonrientes?
Sí, realmente podría.
—Oye, ¿Asher?
Salió de la cocina vestido con su uniforme del Departamento de
Bomberos de Tilikum.
—Buenos días. ¿Qué haces aquí?
—¿Tienes un minuto?
—Claro. ¿Quieres café?
—Estoy bien por ahora.
Llevó su taza a la mesa del comedor y me senté frente a él.
—¿Cómo te recuperas de la pierna? —preguntó.
397
La flexioné bajo la mesa, sintiendo el dolor que aún persistía
mientras sanaba.
—Está bien. Podría haber sido mucho peor.
—Fuiste inteligente al no sacar el cuchillo tú mismo. Eso podría
haber sido malo.
—Sí, desangrarme en el suelo del bosque no es mi idea de un
buen momento.
—No me digas. ¿Cómo está Audrey?
—Resiliente como el infierno. Es mucho, ¿sabes? Pero lo está
manejando.
—Probablemente tengas mucho que ver con eso.
Desvié la mirada.
—No lo sé.
—Reconócelo, hombre. Eres bueno para ella. —Hizo una pausa—.
Ese es nuestro trabajo. Nuestra vocación.
—¿Alguna vez te has sentido completamente mal equipado para
ello?
—Todo el tiempo.
Asentí con la cabeza.
—Me alegro de que no sea solo yo. No sé, hombre, a veces me
pregunto qué ve en mí. Soy como un bloque de hormigón y ella es
algodón de azúcar.
—Sí, lo entiendo. Pero esa es la cuestión. A veces nos toca a
nosotros ser duros para que ellas sean blandas.
Eso resonó muy dentro de mí. Yo era duro, siempre lo había sido.
No tenía ni idea de cómo mis afiladas aristas no mallugaban
constantemente el tierno corazón de Audrey. Pero quizá esa era la
razón. No siempre me necesitaría para que la protegiera de un
asesino, ojalá hubiera sido un caso aislado, pero sí para que
protegiera su delicadeza. Su dulce naturaleza que la hacía ser quien
era. 398
Yo podría hacerlo. Podría pararme a su lado. Protegerla del
mundo. Obviamente, no podía protegerla de todos los males que se
le pudieran presentar, pero podía hacer todo lo que estuviera en mis
manos para mantenerla a salvo, no solo su cuerpo, sino también su
corazón.
Era mi vocación.
—Quiero casarme con ella —dije, yendo al grano—. Ella lo sabe.
Se lo dije cuando estábamos en las cataratas. No fue el mejor
momento, pero lo dije en serio.
Asher sonrió.
—Bien por ti.
—Por eso estoy aquí. Quiero hacerlo bien. Darle el momento que
se merece, pero soy un idiota cuando se trata de esas cosas. No
tengo ni idea de cómo proponerle matrimonio más que dándole un
anillo y pidiéndoselo.
—¿Ya tienes el anillo?
—Sí, lo he estado llevando conmigo.
Hizo una larga pausa.
—Acabé teniendo que declararme dos veces. La primera vez fue
un gran espectáculo. Puse una pancarta en un camión de bomberos
y se lo pedí delante de todo el pueblo.
—Recuerdo haber oído hablar de eso.
—Fue un momento genial, no me malinterpretes, pero cuando
volví a pedírselo, no había nadie más. Era solo para nosotros y
estuvo bien, era lo que ambos necesitábamos.
Asentí lentamente, pensándolo bien.
—No es un consejo muy concreto, pero te diría que confíes en tu
instinto. Tú la conoces. Si un gran espectáculo la haría feliz, hazlo. Si
no, piensa en lo que sería significativo para ella. No tiene por qué
ser complicado. 399
—De acuerdo. Gracias, Bailey.
Me levanté y me ofreció la mano. Las estrechamos.
—Sin problemas. Y felicidades.
—Gracias. Te dejaré volver a tu día.
—Sí, tengo que ir a cambiarme para poder sustituir a Grace un
rato.
—Me parece bien. Hasta luego.
Me fui y me despedí de Grace y sus chicos, todavía dándole
vueltas a la cabeza. ¿Querría Audrey un gran espectáculo? ¿Una
pancarta en la calle principal o un anuncio a página completa en el
periódico?
No. Ahora que lo pensaba, eso sería lo último que ella querría.
Demasiado de su vida en Pinecrest había sido para mostrar. Ella no
quería ser el centro de atención. No así.
Ella querría algo personal. Un momento que nos representara a
nosotros y a nuestro futuro juntos.
Subí a mi camioneta y fue entonces cuando me di cuenta. El
futuro. Nuestra vida juntos.
Mi chica necesitaba algo grande, pero no de adorno. Necesitaba
algo más que un anillo, y lo curioso es que era como si me hubiera
estado preparando para esto todo el tiempo.
Solo que no me había dado cuenta hasta ahora.

400
Capítulo 44
Audrey
La casa estaba extrañamente tranquila.
Josiah había tenido a Max con él todo el día mientras trabajaba en
la remodelación de la casa de al lado. Los dos seguían allí. Esperaba
que llegaran a casa en cualquier momento, pero Josiah debía de
estar ocupado terminando algún proyecto de última hora y no
quería parar hasta terminarlo.

401
Los gabinetes de la cocina y las encimeras ya estaban colocadas y
los baños terminados. De hecho, por lo que sabía, a partir de ayer,
toda la casa estaba básicamente terminada y aún no la había visto
porque Josiah me había prohibido entrar.
Me había dicho que quería enseñármela él mismo y que tenía que
esperar a que estuviera lista.
Me moría por verla. Aún recordaba el aspecto que tenía la
primera vez que Josiah me llevó a visitarla. Había sido poco más
que un cascarón destartalado. Afortunadamente para mí, no había
sido sometida al olor antes de que hicieran todo el trabajo de
demolición. Aparentemente había apestado peor que Max después
de revolcarse en algo asqueroso.
Cuando llegué a casa, el equipo de jardinería seguía trabajando
duro. Miré por la ventana y vi cómo guardaban las herramientas en
la camioneta. No podía ver todo el jardín desde aquí, pero tenía
muy buen aspecto.
Por fin se abrió la puerta y Max entró corriendo. Dio una vuelta a
mi alrededor y se sentó moviendo el rabo alegremente.
—Hola, Max. ¿Qué tal el día?
—Fue un buen chico. —Josiah entró y cerró la puerta tras de sí.
Sonreí, saboreando la cálida sensación que me invadió ante la
sutil sonrisa de Josiah. Caminó hacia mí y me estrechó entre sus
brazos.
—Hoy te eché de menos —dijo.
—Yo también te eché de menos. ¿Qué han estado haciendo por
ahí?
Dio un paso atrás y su casi sonrisa que tanto me gustaba aún
adornaba sus labios.
—¿Quieres ver?
Jadeé.
—¿Puedo ver la casa? ¿Por fin?
—Sí. Está lista.
402
Me puse de puntillas y le di un beso rápido.
—¡Sí! ¡Enséñamela!
Me cogió de la mano y me llevó afuera. Max nos siguió, saltando a
nuestro lado, listo para cualquier aventura que nos esperara.
Aunque solo fuera volver al lugar donde había estado hacía dos
minutos. Para un perro, todo es divertido.
Al frente, tenía un aspecto increíble. El enorme contenedor hacía
tiempo que había desaparecido y, en lugar de maleza y parches
desnudos, el jardín era una agradable mezcla de plantas autóctonas,
rocas decorativas y césped. La colina salpicada de pinos que se
alzaba detrás le daba un aire acogedor y protegido.
Acababan de pintar el exterior el otro día y, por supuesto, lo había
visto. Nos habíamos decidido por el verde salvia con ribetes
blancos. La nueva puerta principal se había teñido de un cálido
marrón castaño y el contraste complementaba perfectamente la
fachada.
Josiah se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
—¿Lista?
Prácticamente estaba rebotando de emoción.
—¡Sí! Dios mío, no me hagas esperar.
Abrió la puerta y jadeé.
La casa, antes vacía y destartalada, se había transformado por
completo. Las grandes ventanas nuevas dejaban entrar mucha luz y
el cálido marrón de la madera antigua de java tenía un aspecto
increíble. La paleta de colores era neutra pero no aburrida, y las
paredes, los suelos y las molduras se combinaban para crear el
escenario perfecto para la casa de los sueños de alguien.
En lugar de llevarme al interior de la casa, para que pudiera ver la
cocina y el comedor, empezó a subir las escaleras. Eran de la misma
madera que el piso de abajo, con una barandilla blanca a juego con
las molduras. Qué bonito. La madera continuaba hasta el rellano y el
corto pasillo. Nos asomamos a tres de los dormitorios. Me 403
imaginaba literas y juguetes para niños por todas partes. Tal vez
uno para una habitación de invitados.
Alguna familia iba a ser muy feliz aquí.
Me condujo al dormitorio principal e inmediatamente me quité
los zapatos.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Quiero sentir la alfombra.
Caminé descalza, deteniéndome para flexionar los dedos de los
pies y sentir la suavidad. Era perfecta. No tan tupida como para que
retuviera toda la suciedad, pero sí lo bastante como para que se
sintiera bien bajo los pies.
No podría decir si Josiah estaba divertido o simplemente
confundido mientras me miraba probar la alfombra.
—¿Y bien?
—Me gusta. Deberías probar esto, es muy relajante.
—Estoy bien.
—Tú te lo pierdes. Vamos a ver el baño.
Me hizo un gesto para que me adelantara.
El baño principal no era grande, pero Josiah lo había compensado
con estilo. El tocador doble tenía mucho espacio de almacenamiento
y los espejos enmarcados eran un bonito detalle. Había una gran
ducha de cristal y, al igual que al lado, una bonita bañera
independiente.
—Esto es tan bonito —dije—. Quienquiera que viva aquí mejor
que aproveche esa bañera.
—Espero que lo hagan.
—Bien, ¿qué es lo siguiente? ¿Puedo ver ya la cocina?
En respuesta, Josiah señaló hacia la puerta.
Max se adelantó y empezó a olisquear cosas mientras Josiah y yo
bajábamos las escaleras. Sin muebles, la entrada y el salón estaban 404
muy abiertos. Había una pequeña habitación en la parte delantera
de la casa que sería ideal como estudio o pequeña biblioteca. En la
parte trasera había un gran salón con una estufa de leña que habían
conservado de la casa original. Podía imaginarme acurrucada frente
a su calor en un frío día de invierno, viendo caer la nieve a través de
las grandes ventanas y las nuevas puertas francesas que daban al
patio trasero.
Pero la cocina. Doblé la esquina y me quedé boquiabierta.
—Oh, Dios mío, Josiah. Es preciosa.
Los gabinetes de madera eran sencillos pero preciosos y las
encimeras de cuarzo crema contrastaban de maravilla. Había
construido una pequeña isla y la había pintado de verde salvia, un
toque que no se me habría ocurrido, pero menos mal que lo hizo,
porque era increíble. Sobre la isla colgaba una lámpara de bronce
antiguo con una pantalla de cristal texturizado. El lavaplatos era
enorme y los electrodomésticos de acero inoxidable se integraban a
la perfección.
—Mira todo esto. —Me paseé lentamente, girando en círculo—. Es
la cocina más bonita que he visto nunca.
—¿Qué casa te gusta más? ¿Esta o la de al lado?
—Bueno, ésta, obviamente. No me malinterpretes, mi casa es
adorable, pero esto es todo lo que querría en una casa. Es como si la
hubiera diseñado yo.
—Algo así.
—Es verdad, ¿no? —Me acerqué y le rodeé la cintura con los
brazos—. Gracias por dejarme ayudar. Ha sido divertido.
—Hay una cosa más.
Di un paso atrás y lo miré.
—¿Qué, el patio trasero? No tenemos que volver allí, lo veo todo
el tiempo.
—No, hay algo en el gabinete de allí. —Señaló.
—Ooh, ¿hay almacenamiento oculto para pequeños
405
electrodomésticos? —Me acerqué al gabinete—. Eso sería práctico.
—Solo ábrelo.
Dentro encontré un sobre. Mi nombre estaba escrito en el reverso.
—¿Qué es esto?
Josiah no contestó, así que lo abrí. Había una tarjeta blanca, sin
nada escrito por fuera. La saqué y la abrí. En tinta azul ponía:
«Bienvenida a casa».
—¿Bienvenida a casa? —Levanté la vista y me encontré con sus
ojos—. ¿Qué significa eso?
Entonces sonrió. La sonrisa más grande y genuina que jamás
había visto en Josiah Haven.
—Significa que esta casa es para nosotros.
Me quedé boquiabierta y abrí mucho los ojos. Balbuceé,
intentando decir demasiadas cosas a la vez y fracasando en todas.
—Esto es… ¿Qué? ¿Nuestra? Quieres decir… No sé qué…
¿Hablas en serio?
—Sí, hablo en serio. No me di cuenta al principio, pero creo que la
he estado preparando para nosotros todo el tiempo.
Dejé caer la tarjeta sobre la encimera y estaba a punto de lanzarme
a sus brazos de pura alegría, pero levantó una mano.
—Espera.
—¿Qué?
—Hay una cosa más.
—Ya lo dijiste y era una «casa».
Rebuscó en su bolsillo y sacó una cajita. Antes de que la abriera,
supe lo que era. Si antes había balbuceado tonterías, ahora me había
quedado completamente muda.
Mientras mis ojos se llenaban de lágrimas, él se acercó. Observé
con asombro cómo se arrodillaba lentamente. Me miró, con sus ojos 406
azul grisáceos clavados en los míos y, al más puro estilo de Josiah
Haven, lo hizo con sencillez.
—¿Te casas conmigo?
—Oh, sí. Oh sí, sí, sí.
Mi cuerpo vibraba de emoción como mi perro cuando estaba a
punto de recibir una golosina. Lágrimas de felicidad brotaban de las
comisuras de mis ojos mientras Josiah sacaba el anillo de la cajita y
me lo colocaba suavemente en el dedo.
Se levantó y estuve a punto de saltar a sus brazos, pero no quería
que se le doblara la pierna herida. Así que lo abracé.
—Dios mío, te amo tanto. Me salvaste la vida y te vas a casar
conmigo y me conseguiste una casa y siento no poder parar porque
estoy tan feliz que no sé qué hacer.
Sus brazos me rodeaban con fuerza. No me impidió balbucear.
Solo se reía suavemente mientras yo seguía y seguía, esperando a
que me agotara.
Cuando por fin dejé de hablar, se apartó lo suficiente para
besarme. Sus labios eran cálidos, su barba tan áspera y familiar.
—¿Ya estás tranquila? —preguntó, con voz baja y suave.
—Sí. Pero hay una cosa que no sé.
—¿Qué es?
—Realmente me salvaste la vida, y ahora me estás dando todo lo
que siempre he querido. Mejor que todo lo que he querido. ¿Cómo
podré pagártelo?
Frunció el ceño, como si le hubiera hecho una pregunta tonta.
—Eso es fácil.
—¿Qué quieres decir?
—Soy un hombre sencillo, Audrey. Solo necesito una cosa de ti.
—¿Qué es eso?
—Solo ámame. 407
Puse mis manos junto a su cara y lo miré a los ojos.
—Siempre te amaré.
Me acercó y volvió a besarme, lenta y profundamente. Siempre lo
amaría. No había duda. Me había preguntado si alguna vez
conocería al amor de mi vida. Si cosas como el matrimonio, un
hogar y algún día una familia estaban en mi futuro o si había
perdido el tren.
Desde luego, no había imaginado que encontraría todo lo que
buscaba en un pueblecito de las montañas. Pero aquí estaba,
besándome, amándome. Listo para empezar una vida conmigo.
Mi vida no había seguido el camino que esperaba, pero había
aterrizado exactamente donde debía estar.
Con él. Para siempre.
Epílogo
Josiah
Esto es lo raro. No odiaba la planificación de la boda.
Había partes que no requerían mi participación ni mi opinión. Las
flores, por ejemplo. Audrey podía tener las flores que quisiera. No
es que no me importaran, es que no tenía preferencias. Todas me
parecían iguales, así que lo que hiciera feliz a Audrey estaba bien.
Pero el día que pasamos en la bodega Salishan Cellars,

408
recorriendo las instalaciones y escuchando las ideas de la
organizadora de bodas. En realidad fue bastante divertido. Sobre
todo porque Audrey estaba tan emocionada como un cachorro. No
me cansaba de ver sus ojos grandes y brillantes y su sonrisa. Era
como si estuviera feliz por los dos y cualquier cosa que la hiciera
feliz valía la pena.
Así que la acompañé cuando me lo pidió y me quedé en casa
cuando no. Por suerte, mi presencia no era necesaria para elegir los
vestidos de las damas de honor y ella había ido con Sandra,
Marigold y su madre a probarse vestidos de novia. Al parecer, no se
me permitía ver ese hasta el gran día, así que daba igual. Trabajé en
mi antigua casa. Necesitaba tenerla lista para ponerla en el mercado
como otro alquiler.
Además, tenía a Marigold, que era, en palabras de Audrey, una
experta en bodas. Lo cual no tenía sentido para mí, teniendo en
cuenta que Marigold nunca se había casado, pero ¿qué sabía yo?
Quizá solo significaba que a Mari le gustaban las bodas. Y si lo
pensaba bien, había ayudado a organizar la boda de mi hermana, así
que por lo visto era lo suyo.
Lástima que nunca se hubiera casado. Era una buena chica.
Parecía que debería haber un buen tipo para ella.
Sin embargo, cuando se trataba de degustar pasteles, era un
hecho. Iba a ir. No es que tuviera fuertes opiniones sobre sabores de
pasteles. Podía escoger lo que quisiera. Pero era pastel, ¿y nos
dejarían probarlos? Cuenta conmigo.
Había quedado con ella en la panadería a las cinco y media. Miré
la hora. Eran poco más de las cinco. Zachary y Luke habían venido a
casa, en la que había vivido antes, para ayudarme a instalar los
nuevos gabinetes de la cocina. Zachary solía aceptar un sueldo extra,
sobre todo si estaba libre, y Luke había estado en casa de mis padres
cuando se lo pedí a Zachary. De vez en cuando me ayudaba en mis
reformas y se había ofrecido a echarme una mano. Se lo agradecía.
Las cosas irían más rápido con tres, sobre todo porque papá estaba
ocupado.
Nos habíamos decidido por gabinetes blancos, ya que la cocina
era pequeña y cualquier otra cosa quedaría demasiado oscura. La 409
casa ya tenía bastante mejor aspecto que cuando yo vivía en ella, lo
cual era un poco vergonzoso. Para ser justos, no me había
importado demasiado. Pero ahora que vivía en una casa realmente
terminada, el contraste era evidente.
Luke y yo trajimos uno de los gabinetes inferiores del garaje y lo
dejamos en el suelo.
Se limpió las manos.
—Ya casi terminamos.
—Tengo que dejarlo por hoy —dije—. Tengo que ir a un sitio.
—Me parece bien. Puedo volver mañana si necesitas más ayuda.
Al menos por unas horas.
—Gracias. ¿Y tú Z?
Zachary masticó un chicle.
—Lo siento, no puedo. Tengo trabajo.
—Pensé que estabas quejándote de que tu cliente te canceló —dijo
Luke.
—No, esto es nuevo. Algún forastero rico construyendo una
mansión en el río al norte del pueblo.
—Bien. ¿Cómo conseguiste eso?
Zachary se encogió de hombros.
—Me buscó. Me llamó y me preguntó si acetaba efectivo.
Obviamente sí.
—¿Por qué un tipo rico te está pagando en efectivo? —preguntó
Luke.
—No lo sé —dijo Zachary—. Realmente no me importa.
—Suena arriesgado.
—Está bien —dijo Zachary.
Probablemente tenía razón. ¿Pero un tipo rico construyendo una
mansión fuera del pueblo? Me sorprendió no haber oído hablar de
410
ello. Ese era el tipo de cosas que conseguía que la línea de chismes
de Tilikum estuviera zumbando.
Entonces recordé que no hablaba con la gente. Eso lo explicaba.
Luke sacó su teléfono del bolsillo y frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó Zachary.
—Tía Louise. No me dejará en paz sobre esta chica.
—¿Qué tiene de malo?
—No lo sé y no quiero averiguarlo —dijo Luke—. Después del
incidente con Jill, no confío en ella.
Zachary soltó una risita.
Luke lo fulminó con la mirada y se guardó el teléfono en el
bolsillo.
—¿A qué hora mañana, Josiah?
—Ocho.
—Entendido. Nos vemos.
Saqué algo de dinero de mi cartera y se lo di a Zachary.
—Gracias.
Levantó los billetes.
—No, «gracias a ti». Y si termino antes, te llamaré para
asegurarnos de terminar esto.
—Gracias, hombre. Hasta luego.
Seguí a mis hermanos afuera y cerré con llave, luego me fui.
Probablemente debería haberme dado más tiempo para ir a casa y
cambiarme antes de encontrarme con Audrey en la panadería.
Demasiado tarde. Me olfateé la axila. No estaba precisamente
limpia, pero no apestaba. Tendría que bastar.
La pastelería Angel Cakes estaba en el centro, en un edificio
pintado para que pareciera un postre de lujo. Audrey ya estaba allí.
Me estacioné junto a su auto y entré. 411
Si el cielo tiene un olor, huele como la pastelería Angel Cakes. Me
invadió al entrar, dulce y azucarado con un toque de vainilla.
Audrey estaba esperando junto al mostrador con Max atado a una
correa. Max me vio primero y dio un respingo, olvidando que estaba
atado a su madre. Casi arrastra a Audrey por el vestíbulo.
—Guau, Max —dijo riendo—. Cuidado.
Le rasqué la cabeza y luego pasé un brazo por la cintura de
Audrey, acercándola para poder besarla. Inspiré profundamente.
Olía mejor que la panadería.
—Hola —dijo—. Te he echado de menos.
—Yo también te he echado de menos. —La besé de nuevo.
—Oh bien, estás aquí. —La dueña, Doris Tilburn, salió con una
gran bandeja de muestras de pasteles. Debía de tener al menos
setenta años, pero no mostraba signos de aminorar la marcha.
Llevaba el pelo canoso trenzado y un delantal blanco que decía
Angel Cakes en la parte delantera—. Siéntense allí y empezaremos.
Nos sentamos en una mesa pequeña. Audrey intentó que Max se
sentara, pero cada vez que tocaba el suelo, volvía a levantarse
moviendo el rabo.
—Tengo algo para ti, buen chico. —Doris sacó una golosina para
perros del bolsillo de su delantal—. Sabías que estaba ahí, ¿verdad?
Buen chico.
—Muy amable de tu parte —dijo Audrey—. Gracias, Doris.
Max se acomodó con su golosina y Doris puso la bandeja de
muestras sobre la mesa.
—Tómense su tiempo —dijo Doris—. Las tarjetitas les dirán los
sabores. Y tengan en cuenta que podemos mezclar y combinar
algunos si quieren. Avísenme si tienen alguna duda.
Volvió detrás del mostrador, dejándonos con las muestras de
pasteles.
Los probamos uno a uno. Todos sabían bien. Lo que más me
gustaba era ver cómo Audrey probaba cada bocado, cómo sus labios 412
se cerraban sobre el tenedor. Sus ojos se cerraban brevemente, como
si necesitara toda su concentración para decidir si le gustaba o no.
Cuando probó el limón, soltó un gemido que me hizo querer
llevármela a casa. Inmediatamente.
—¿Te gusta ese? —le pregunté.
Hizo una pausa con el bocado aún en la boca y los ojos en blanco.
—Es tan delicioso. —Tragó saliva—. Pensaba que iba a ser
aburrido y que querría vainilla, pero este de limón es increíble. ¿Ya
lo probaste?
—Sí. Es bueno.
—¿Te gusta? ¿Es tu favorito? ¿O te gusta más otro?
—El limón está buenísimo.
—No respondiste a mis preguntas.
Le agarré suavemente la barbilla y me incliné sobre la mesa para
plantarle un beso en los labios.
—El limón está bueno y si te va a hacer gemir así otra vez,
deberíamos llevarnos un poco a casa.
Se rio.
—¿Quieres ayudar a elegir el diseño o es una decisión de «lo que
quiera Audrey es lo que quiere Josiah»?
—El segundo.
—De acuerdo —dijo alegremente—. Así es más fácil.
Doris volvió y ella y Audrey charlaron sobre el diseño de la tarta.
Pasé el rato y froté la barriga de Max. Un perro mimado. Cuando
terminaron, nos despedimos de Doris y nos fuimos.
—Siento que después de tanta azúcar, necesito caminar —dijo
Audrey—. ¿Te importa?
—En absoluto. 413
Caminamos hacia el parque Lumberjack. Esa misma mañana
había caído una tormenta de verano y, aunque la mayoría de las
nubes habían desaparecido, había refrescado el ambiente, lo que
hizo que la tarde fuera agradable.
De la nada, Audrey se detuvo en seco.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Tenía una cara muy graciosa. Sus ojos se abrieron de par en par y
apretó los labios, como si tratara de evitar que se le escapara algo.
Con un pequeño chillido, señaló.
En lo más profundo del parque había una caseta con una gran
pancarta en la fachada que decía «Adopciones de perros».
—Tenemos un perro.
—Lo sé, pero mira.
A la derecha de la caseta, un tipo con una camiseta que ponía
«Voluntario» estaba jugando con un perro que se parecía mucho a
Max. Tamaño mediano, pelaje largo en una mezcla de marrón,
negro y blanco. Cola grande y tupida.
—¿Y si es el hermano perdido de Max? ¿O hermana?
—¿Dónde lo encontraste?
—Idaho.
—Dudo que estén relacionados.
—Bien, bien, ¿pero podemos ir a saludar?
Me encogí de hombros.
—Sí.
Caminamos por la hierba y ella se detuvo a poca distancia. Max
parecía a punto de estallar, estaba muy emocionado. El voluntario la
saludó y cuando ella le preguntó si Max podía saludar,
asegurándole que era amistoso con todos, humanos y perros, él dijo
que sí.
—Esta es Maggie —dijo.
414
—Dios mío, se llama Maggie —dijo Audrey.
No sabía muy bien por qué estaba tan efusiva, pero los perros se
cayeron bien desde el primer momento. Por supuesto, a Max le
caían bien todos, y al parecer a su casi gemela también. Saltaban de
un lado a otro, rodeándose, divirtiéndose claramente.
—Es tan dulce —dijo Audrey—. ¿De dónde es?
—Acabamos de recibirla de nuestra organización asociada de
Idaho —dijo el voluntario—. Vagaba por las calles y, a pesar de los
múltiples intentos por encontrar a su dueño, nadie la reclamó.
Audrey se dio la vuelta para mirarme, con los ojos enormes.
—Idaho —gritó susurrando—. Podría ser la hermana de Max.
Realmente no creía que esta perra fuera la hermana de Max, pero
tenía que admitir que se parecían. Maggie era un poco más pequeña,
pero su coloración, forma de la cara y colas tupidas eran muy
parecidas.
Al igual que sus niveles de energía.
Me quedé mirando unos minutos mientras Audrey jugaba con los
dos perros. Y ya sabía que Maggie volvería a casa con nosotros.
Mientras Audrey se dedicaba a darles masajes en la barriga a los
dos perros, yo me acerqué al voluntario.
—¿Está disponible para adopción?
—Seguro que sí. ¿Te interesa?
Señalé con la cabeza a Audrey, que se revolcaba en la hierba con
Max y Maggie, riendo.
—Los dos sabemos que no irá a ninguna parte sin esta perrita.
El voluntario sonrió.
Y así fue como pasé de vivir solo a compartir mi espacio con una
mujer y dos perros.
Pero seamos realistas. Hay algunas habitaciones extra en nuestra
casa. También tenemos sitio para algunos niños.
415
Sí, esto está pasando.
Iba a casarme con esta chica burbujeante y amante de los perros. Y
ella iba a tener a mis hijos. Esa no era la vida que había planeado, no
la vida que me había convencido de que quería. Yo había sido todo
sobre la soledad. Hacer lo que quisiera, cuando quisiera.
Afortunadamente, un rayo de sol había irrumpido en mi vida y
nada volvería a ser lo mismo.
Audrey ya no era solo mi problema. Lo era todo para mí e iba a
ser mía para siempre.
Epílogo adicional
Josiah
Las luces de la habitación del hospital eran tenues. Me asomé por
la cortina. Audrey dormía profundamente. No es que la culpara.
Ninguno de los dos habíamos dormido mucho en el último día.
Tener un bebé tendía a hacer eso.
Cerré la puerta con cuidado y dejé la silla de bebé para auto en el
suelo, esperando no despertarla. Necesitaba descansar. Yo también

416
estaba cansado, pero ella había hecho todo el trabajo duro. Yo solo
había sido el tipo que estaba a su disposición para traerle cubitos de
hielo, cogerla de la mano y decirle lo increíble que era.
Porque realmente lo era. Tan jodidamente increíble.
Estaba acurrucada de lado, con los labios entreabiertos y las
manos metidas bajo la almohada. Dudaba que se sintiera muy sexy,
pero en lo que a mí respecta, estaba tan hermosa como siempre. Me
quedé mirándola un largo rato. Su pelo revuelto, sus mejillas
sonrojadas. Me encantaba todo.
Mi mirada se desvió hacia la pequeña figura que había en el
moisés junto a ella y pensé que el corazón se me iba a salir del
pecho.
Nuestra hija, Abigail, dormía plácidamente. Estaba envuelta en
una manta rosa y llevaba el gorrito que mi madre le había tejido.
No podía creer lo increíble que era. Lo perfecta que era. Ya me
había pasado casi toda la mañana mirándola y no tenía suficiente.
La quería mucho.
Por supuesto, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. La
realidad de la paternidad me había golpeado en la cara cuando ayer
miré su carita blandita y rosada por primera vez. Quería tener hijos
con Audrey, de eso no había duda. Pero eso no significaba que
estuviera preparado para la realidad de ser responsable de la vida
de una bebé tan pequeña, inocente y hermosa.
Tal vez no había manera de estar realmente preparado, sin
embargo. Me parecía recordar a Garrett diciendo algo así.
Abby apretó la nariz y frunció los labios. ¿Se estaba despertando?
No estaba seguro, pero cualquier excusa era buena para abrazarla.
Mis manos parecían enormes cuando las deslicé por debajo del
pequeño bulto y la levanté. La cargué y volví a contemplar su rostro.
Sus suaves mejillas y sus pequeñas pestañas. Su nariz de botón.
Tenía la sensación de que se iba a parecer a su mamá. Ya podía
imaginarme su brillante sonrisa.
Se retorció, con la cara contraída por la incomodidad.
—Lo siento —susurré—. ¿No te estoy abrazando bien?
417
La recosté suavemente sobre mi pecho y la estreché contra mí.
Instintivamente, me balanceé hacia delante y hacia atrás, dándole
suaves palmadas en la espalda mientras me movía. Al cabo de unos
minutos, pareció tranquilizarse y me senté en la silla junto a la cama.
Audrey se removió y sus ojos se abrieron lentamente.
—¿Cómo luce?
—Perfecta.
Su sonrisa creció.
—Realmente lo es, ¿verdad? No puedo creer que sea nuestra.
La puerta se abrió y una enfermera asomó por la cortina. Tenía el
pelo corto y rubio y llevaba una bata azul. Su etiqueta decía Jen.
—¿Cómo va todo? —preguntó con voz suave.
—Estamos bien —dijo Audrey—. Solo cansados.
—Claro que sí —dijo—. Todo parece bien tanto para la mamá
como para la bebé, así que tengo tus papeles del alta. ¿Tienes tu
sillita para el auto?
Señalé con la cabeza hacia el lado de la habitación donde la había
dejado.
—Allí.
—Excelente. No hay prisa, pero cuando estén listos, vayan y
abróchenle el cinturón. Haremos una revisión rápida y luego
pueden irse a casa.
Miré a Audrey. Tenía los ojos muy abiertos. Yo sentía lo mismo.
¿De verdad iban a dejar que nos fuéramos con ella?
¿No se daban cuenta de que no teníamos ni idea de lo que
hacíamos?
Jen se marchó y nosotros nos tomamos nuestro tiempo para
prepararnos. Audrey se puso su ropa de ir a casa: una camiseta
holgada y los chándales con los que había vivido la primera mitad 418
del embarazo. Para Abby teníamos un conjunto de recién nacida que
casi le quedaba grande. Se retorcía y hacía los ruiditos más bonitos
mientras la cambiábamos, pero no terminaba de despertarse.
No sabía qué le había preocupado a Audrey. Ya tenía un talento
innato con nuestra hija. La colocó en la sillita como si lo hubiera
hecho cientos de veces. Cuando estuvimos listos, la enfermera
volvió y se aseguró de que lo habíamos hecho bien.
Era difícil quitarnos la sensación de que era una locura, de que no
deberían dejarnos marchar con una bebé de verdad, mientras
caminábamos hacia la nueva camioneta de Audrey.
Abandonábamos la relativa calma y seguridad del hospital y nos
llevábamos a nuestra pequeña y frágil hija al mundo por primera
vez.
Me invadió una oleada protectora. Nadie se interpondría entre
mis chicas y yo. Nunca.
Colocamos la sillita en su sitio y Audrey se sentó atrás con ella
durante el corto trayecto hasta casa. Cuando llegamos, me estacioné
junto al auto de Ledger. Había estado cuidando a los perros
mientras estábamos en el hospital.
—Sé que Max y Maggie son buenos perros, pero tenemos que ser
súper cuidadosos hasta que se acostumbren a ella —dijo Audrey—.
No sé si alguno de ellos ha estado alguna vez cerca de un recién
nacido.
Le envié un mensaje rápido a Ledger para que los pusiera en el
patio trasero y pudiéramos entrar sin dramas caninos.
—No te preocupes. No dejaré que la babeen.
—Abby, estamos en casa. Aquí es donde vas a crecer. ¿No es
emocionante?
Eché un vistazo a la casa. Traer a mi hija aquí le daba al lugar un
significado totalmente nuevo. No era solo una casa, era nuestro
hogar. El lugar donde íbamos a criar a nuestros hijos. Nos esperaban
años de fiestas de cumpleaños y Navidades, peleas de bolas de
419
nieve y helados en los días calurosos de verano.
Mi vida era jodidamente increíble.
Me bajé y saqué la sillita de auto de la parte de atrás. Abby seguía
durmiendo y me pregunté si íbamos a pagar por esto más tarde.
¿Dormiría todo el día y estaría despierta toda la noche?
Seguramente. Pero Audrey y yo lo superaríamos juntos.
—¿Ledger puso los perros atrás? —preguntó Audrey mientras
nos acercábamos a la puerta principal.
—Sí. Estarán bien.
—Sé que lo harán. Estoy tan nerviosa por todo. Todo lo que tiene
que hacer ella es crisparse un poco y salto.
Le aparté el pelo de la cara y se lo coloqué detrás de la oreja.
—No te preocupes. Ya eres la mejor madre. Lo tenemos
controlado.
Sus ojos se empañaron de lágrimas y se mordió el labio.
—Te amo tanto.
—Yo también te amo. —Le di un beso en la coronilla y abrí la
puerta para llevar a nuestra hija a casa.
Ledger se levantó del sofá y se metió el teléfono en el bolsillo
trasero. Llevaba una vieja camiseta de los Rolling Stones con
vaqueros ajustados y sinceramente me pregunté si alguna vez había
oído hablar de los grupos cuyas camisetas llevaba siempre. Pero lo
más difícil con Ledger era luchar contra el impulso de decirle que se
afeitara su lamentable excusa de bigote y se cortara el maldito
penacho.
Pero era un buen chico. Dejó el periódico para venir a trabajar
conmigo: había decidido que la construcción era su vocación. Casi
no tenía habilidades, pero yo apreciaba su entusiasmo. Al menos
trabajaba un día entero, lo cual era sorprendente, teniendo en cuenta
su historial de pereza en el periódico.
—Hola. —Se acercó para mirar a Abby—. Mira eso.
420
—Esta es Abigail —dijo Audrey—. O Abby.
—Hola, Abby —dijo—. Guau, ella es linda.
Claro que sí, era linda.
—Gracias.
Bajé la silla de auto, la desabroché y la cogí en brazos. Audrey y
yo nos quedamos mirándola un buen rato, olvidándonos de que
Ledger estaba allí.
Abby se retorció y gruñó.
—Dios mío —dijo Audrey—. Creo que acaba de hacer popó. Es
tan linda.
—Esa es mi señal para irme —dijo Ledger—. Los perros son
geniales. Puedo cuidar perros en cualquier momento, ¿pero
pañales? No tanto.
—Gracias de nuevo —dijo Audrey—. Te lo agradecemos.
—No hay problema. Adiós, Abby. Será genial pasar tiempo
contigo cuando seas mayor.
Audrey se rio y cogió a la bebé.
—Le cambiaré el pañal y luego podemos llevar a los perros
dentro.
Eché un vistazo por la puerta trasera mientras Audrey la
cambiaba. Los pobres Max y Maggie tenían la nariz pegada al cristal
y movían la cola. No sabían por qué no les habíamos dejado entrar
todavía.
—Denos un segundo —dije a través de la puerta. No es que
entendieran lo que decía, pero ya era costumbre.

—Bien, estoy lista. —Audrey tenía a una Abby recién cambiada


421
acunada en sus brazos—. Adelante, déjalos entrar.
Abrí la puerta y los dos intentaron entrar al mismo tiempo. Max
estuvo a punto de quedarse atascado, pero Maggie se las arregló
para pasar.
Ambos perros se dirigieron hacia Audrey. La rodearon,
olisqueando, tratando de ver lo que tenía en los brazos. Habían
estado obsesionados con Audrey cuando estaba embarazada,
querían acurrucarse constantemente con ella y apoyaban la cabeza
en su vientre. ¿Sabían que la bebé había estado allí? ¿Tenían idea de
lo que era un bebé humano?
Me quedé cerca, listo para espantarlos si se excitaban demasiado.
Eran perros dulces, no me preocupaba que hicieran daño a Abby a
propósito. Pero, como había dicho Audrey, nunca habían estado
cerca de un recién nacido. No sabía si lo entenderían.
—¿Qué les parece? —preguntó Audrey—. Esta es Abby. Es
nuestra bebé.
Ambos perros zumbaban de excitación, moviendo la cola como
locos. Max se alejó corriendo y desapareció en el piso de arriba,
dejando a Maggie olisqueando los pies de Abby.
Un momento después, volvió con su pelota naranja favorita en la
boca. Estaba a punto de decirle que no era hora de jugar, pero no la
dejó caer a nuestros pies, esperando que se la tiráramos. La mantuvo
en la boca, con los ojos fijos en Audrey y la cola sin dejar de
menearse.
—¿Qué quieres? —preguntó ella—. Tengo las manos ocupadas,
no puedo lanzar tu pelota.
Max seguía mirándola expectante, como si quisiera que hiciera
algo.
Se inclinó un poco.
—¿Quieres ver a la bebé?
Se acercó y colocó suavemente la pelota justo sobre Abby.
—Dios mío, le está dando su juguete favorito —dijo ella, con los
422
ojos llenos de lágrimas de nuevo—. Buen chico, Max. Tan buen
chico.
Maggie pareció captar la idea. Corrió a la cocina y volvió con otra
pelota.
—Buena chica, Maggie. —Audrey se inclinó para poder ponerle la
pelota a Abby—. Buena chica. Eso fue tan lindo, podría morir.
Me agaché para poder dar a ambos perros unas buenas caricias.
—Buenos perros.
—Ella está empezando a despertar. Voy a ver si tiene hambre.
Luego me gustaría una ducha.
—Estoy en ello.
Ayudé a Audrey a ponerse cómoda en el sofá con su almohada de
lactancia y le llevé agua y algo de picar por si tenía hambre. Los
perros tardaron unos minutos en calmarse, pero al final se
acomodaron en el sofá junto a ella, contentos de estar cerca de su
mamá y su nuevo bebé.
Cuando Audrey terminó de dar de comer a Abby, me la llevé para
que Audrey pudiera ducharse. Estaba profundamente dormida.
Subimos y me tumbé en la cama con Abby sobre el pecho. Los
perros se acurrucaron cerca.
Me quedé dormido hasta que Audrey salió del baño. Se acurrucó
a mi lado y mi corazón nunca había estado tan lleno.
Estaba rodeado de mis personas favoritas y de los mejores perros.
Mi pequeña dormía profundamente sobre mi pecho y el cuerpo de
mi mujer se amoldaba al mío. No pude evitar pensar en cómo había
estado a punto de perderla. Cómo había estado a punto de
perderme todo esto. Y no solo porque un psicópata había intentado
matarla. Porque había habido un tiempo en que me había cerrado
tanto que no había dejado espacio para nadie más.
El sol de Audrey se había abierto paso, su luz brillaba a través de
las grietas de mi armadura. No estaba hecho para estar solo. Estaba
423
hecho para esto: para ser marido y padre. Para ser su protector.
No podía imaginar nada mejor.
Nota de la
autora
Estimado lector.
Si eres nuevo en Tilikum, ¡espero que hayas disfrutado de tu
estancia! Y si estás haciendo un viaje de regreso después de los
Hermanos Bailey, espero que haya sido divertido estar de vuelta.
Al empezar este libro, me encontré con un pequeño dilema.
Siempre había planeado escribir una serie propia para los hermanos
424
Haven después de los Bailey, lo que significaba que había estado
contemplando estas historias varios años antes de que llegara el
momento de empezar a escribirlas. Tenía un esquema suelto que
incluía el orden de la serie e ideas básicas para cada libro.
Pero cuando llegó el momento de empezar este libro, nada de eso
encajaba.
Ya sé por qué. Perdí a mi marido inesperadamente en 2021 y mi
vida cambió de todas las formas imaginables. Mientras recogía lenta
y suavemente los pedazos de mi vida y de mi corazón, y empezaba
a encontrar formas de seguir adelante, había muchas cosas del
«pasado» que ya no me parecían relevantes. Eso incluía mi esquema
suelto y mis ideas para los Haven.
Sin embargo, no estaba dispuesta a rendirme. Me había propuesto
escribir esta serie y sabía que había una forma de entusiasmarme
con ella. Solo tenía que encontrarla.
Así que me dejé llevar. Abandoné mi esquema suelto, el orden de
los libros, las protagonistas femeninas, las ideas de la trama, todo.
Lo miré con otros ojos y pasé mucho tiempo pensando en lo que
quería escribir.
La solución llegó con el título. Estaba pensando en ideas y ya sentí
el impulso de inclinarme por el suspenso romántico. Empecé a jugar
con las palabras y, resumiendo, se me ocurrieron este y otros títulos.
Me encantaban y a mi equipo también. Podía imaginármelos en
las portadas de los libros y me decían algo sobre la dirección que
tenía que tomar para volver a poner en marcha mi cerebro.
Así que me puse manos a la obra. ¿Me preocupaba que los
lectores actuales se resistieran al énfasis en el suspenso romántico?
Sí, claro. ¿Me preocupaba que los nuevos lectores no se arriesgaran
conmigo? Por supuesto. ¿Tenía miedo de alejarme demasiado de las
expectativas de los lectores? Definitivamente.
¿Pero lo hice de todos modos? Sí. A veces hay que hacerlo con
miedo.
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También tengo que compartir con ustedes cómo se me ocurrió la
identidad del acosador.
Tengo tres hijos que, en el momento de escribir esto, son
adolescentes. Estaba hablando con mi hijo mayor sobre lo que estaba
haciendo y le dije que sabía que la heroína tendría un acosador, pero
que no estaba segura de quién era o por qué la acosaba. Me dijo algo
así como:
—¿Y si es el hermano que ella no sabía que tenía porque su padre
tuvo una aventura y él la odia porque su padre lo rechazó? Pensé,
oye, eso es bastante bueno.
Pero la historia no termina ahí. Más tarde, estaba hablando con mi
hijo mediano y salió el tema. Me sugirió EXACTAMENTE LA
MISMA IDEA. Su hermano no estaba allí y ninguno de los dos se
dio cuenta de que el otro había sugerido la idea del hermanastro
desconocido.
Pensé que era una buena señal de que tenía que seguir adelante
con la idea. Y así lo hice.
Muchas gracias a mis hijos por ayudarme con los giros.
Me encantó escribir este libro y asumir el reto de una trama de
suspenso. Definitivamente estoy en mi época de suspenso romántico
pueblerino y espero que estén disfrutando del viaje.
Con amor,
Claire
P.D. No sé si están preparados para el próximo libro de Haven,
amigos míos. Este fue solo un calentamiento…

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Próximo Libro

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Claire Kingsley
Claire Kingsley es una de las
autoras más vendidas de Amazon de
novelas románticas y comedias
románticas sexys y sinceras. Ella
escribe heroínas atrevidas y
extravagantes, héroes deslumbrantes
que aman grandes, románticos felices
para siempre, y todos los grandes
sentimientos.
Lectora de toda la vida, se crió en
libros como El Hobbit, Las crónicas de Narnia y El jardín secreto. Su
amor por la lectura se convirtió en amor por la escritura y pasó gran
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parte de su infancia creando historias. Todavía es una ávida lectora,
disfruta de todo, desde fantasía épica hasta suspenso y romance,
además de mucha no ficción.
Vive con su familia en Pacific Northwest. Cuando no está
escribiendo, está ocupada discutiendo con tres niños, paseando a su
perro y manteniendo a su gato fuera de problemas, todos los cuales
son trabajos de tiempo completo.
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