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Maureen Child

UN DETALLE MUY IMPORTANTE

DESEO N° 892 - 13.10.99

Colonel Daddy

RESUMEN
La Mayor Kate Jennings estaba embarazada, y el padre era el devastadoramente
atractivo Coronel Tom Candello. Pero las cosas se complicaron todavía más: el Coronel
Candello iba a ser su nuevo jefe.
Kate estaba segura ele que aquel solterón empedernido le iba a ofrecer un matrimonio de
conveniencia porque era la salida más honorable. Pero el problema estaba en cómo
podría ella acceder a una unión sólo de nombre cuando su corazón era de Tom desde
siempre.

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Capítulo Uno

-La mayor Jennings desea verlo, señor -le dijo el cabo por el intercomunicador.
El coronel Tom Candello apretó un botón Y dijo:
-Hágala pasar.
Se acomodó mejor en su sillón y miró a la puerta. La mayor Katherine Jennings. Kate.
Instantáneamente, su mente se llenó de imágenes eróticas. Recuerdos de la última vez
que habían estado juntos.
Una semana en Japón en la que apenas habían abandonado el hotel. Pero siempre
había sido así entre ellos desde que se conocieron en Hawaii hacía tres años. Una
semana increíble los había hecho decidir encontrarse de nuevo al año siguiente. Y luego
el año posterior. Siempre era lo mismo. Organizaban sus vacaciones para coincidir,
quedaban en algún sitio, y se dedicaban a dar rienda suelta a la pasión que había entre
ellos.
Y, salvo por esa semana al año, llevaban vidas separadas. Cada uno de ellos era
marine de profesión, pero destinado en bases distintas, separados por miles de
kilómetros.
Hasta recientemente.
Hacía tres meses, Kate había sido destinada al campamento Pendleton, California. Su
base. La que estaba a su mando. Ahora ella no era sólo su amante de año en año, sino
también uno de sus oficiales. Apenas la había visto desde su llegada. Pero durante esas
dos breves ocasiones, habían estado rodeados de gente, así que realmente no habían
hablado nada desde su última mañana en Japón.
Se levantó repentinamente y se pasó la mano por el corto cabello oscuro. Luego se
acercó a la ventana. Se dijo a sí mismo que tenía que librarse de las imágenes mentales
de Kate desnuda en la cama, con los brazos extendidos para darle la bienvenida. Aquello
no era Japón. Ni siquiera estaban de vacaciones. Aquello era trabajo y sus dos mundos
estaban a punto de colisionar.
Se sentía como si estuviera en un tren que iba a toda velocidad hacia un acantilado. No
tenía frenos y no había manera de detener el desastre que se aproximaba. Lo único que
podía hacer era esperar.
Una llamada a la puerta lo devolvió a la realidad. Se volvió, respiró profundamente y
dijo:
-Adelante.
La puerta se abrió, ella entró y cerró la puerta. Y allí estaba ella. En su despacho.
Firme.
-Buenas tardes, coronel -dijo levantando la mano en un perfecto saludo.
-Mayor -respondió él devolviéndole el saludo a pesar de sentirse un poco incómodo por
saludar así a una mujer cuyo cuerpo había explorado íntimamente-. Descanse.
Ella se relajó instantáneamente y él la recorrió con la mirada. La gorra verde oscura
firmemente colocada en la cabeza, su corto cabello rubio que le llegaba justo hasta la
barbilla. La blusa caqui limpia y planchada a la perfección, con sus tiras de
condecoraciones y galones justo por encima del seno izquierdo. Su falda oscura se
detenía justo por encima de las rodillas y llevaba los tacones de reglamento que hacían
cosas sorprendentes a sus piernas.
Levantó la mirada hasta la cara para no seguir torturándose con los recuerdos de esas
piernas rodeándolo, manteniendo su cuerpo en el interior del de ella. Maldita sea, aquello
no iba a ser fácil.
Se aclaró la voz y le dijo:
-Kate, me alegro de verte.
Aquella era la tontería del año, pensó y trató de contener su cuerpo, que ya se estaba

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endureciendo.
-Thomas...
Tom no tuvo más remedio que sonreír. Ella era la única persona en el mundo que lo
llamaba Thomas.
Dio un paso hacia ella, pero Kate retrocedió y levantó una mano para detenerlo.
-Thomas, tenemos que hablar.
-Sí. Tenemos que hacerlo, Kate. No podemos seguir con esta situación. Los dos somos
profesionales. Nuestro tiempo libre juntos no tiene que afectar a nuestras carreras.
Ella se quitó el gorrito, lo dejó en un sillón y se pasó una mano por el cabello.
-Me temo que ese barco ya haya zarpado, Thomas.
-¿De qué me estás hablando?
-¿Recuerdas la última noche en Japón?
Claro que la recordaba. Esos recuerdos todavía lo mantenían despierto por la noche.
Habían brindado con champán y se habían pasado horas decidiendo dónde se
encontrarían al año siguiente, hasta que, finalmente se decidieron por Copenhague.
Luego habían salido a la balconada de la enormemente cara suite del hotel, y allí habían
hecho el amor bajo las estrellas durante horas.
-Sí, la recuerdo...
La miró a la cara y vio que ella también lo estaba haciendo. Incluso se podría decir que
la mayor Kate Jennings se estaba ruborizando. Pero Kate no tenía nada de inhibida en
ese cuerpo maravilloso, así que no podía ser.
-¿Qué pasa, Kate? -le preguntó.
-Que estoy embarazada, Thomas.
¿Fue eso un terremoto?
Tom habría jurado que la habitación se había movido. Miró la foto del Presidente que
colgaba de la pared de enfrente, pero no se había movido. Y tampoco se oía nada.
Así que no era un terremoto, sino él.
Katherine lo miró y se percató de las distintas expresiones que puso. Sorpresa,
incredulidad, ansiedad. Y, finalmente, aceptación. Las reconoció todas ellas. ¿No había
visto ella esas mismas expresiones en el espejo hacía sólo un mes?
No había querido creerse el resultado de la prueba del embarazo. En ese momento
había estado tan estresada por la perspectiva de verse destinada a la base de Thomas,
que había achacado a eso el que se le retrasara el período... Después de todo, no iba a
ser fácil ponerse delante de su nuevo jefe cuando ese jefe la había visto desnuda. Así
que, naturalmente, se había hecho más pruebas, esperando que dieran un resultado
diferente. Pero nada de eso, la cosa estaba muy clara y no tuvo más remedio que aceptar
la verdad.
Era soltera, tenía treinta y dos años, era mayor de los marines y estaba embarazada
por primera vez en su vida.
Y ahora, después de vivir con ese secreto durante un mes, estaba esperando oír la
reacción de su amante.
-¿Cómo ha sucedido? -dijo él casi para sí mismo.
Ella levantó las cejas y lo miró.
-Has dicho que recordabas lo de la balconada.
-Y lo recuerdo.
-Entonces también recordarás que ninguno de los dos quisimos parar para ir adentro a
por los preservativos.
Él se pasó una mano por la frente.
-Ah, sí.
-Sí.
Kate empezó a pasear por el despacho. Era extraño, había pensado que el peso de
ese secreto disminuiría cuando lo contara, pero nada había cambiado. Seguía

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enfrentándose a una situación que no tenía ni idea de cómo manejar.
Y, además, no podía dejar de preocuparse por lo que diría Thomas después de la
sorpresa inicial.
Su trabajo, su vida, estaba en precario. Se había pasado casi catorce años en el
cuerpo, creándose una reputación de la que estaba orgullosa. Eso era todo lo que ella
sabía. Todo lo que había querido.
Todo lo que tenía.
Y ahora todo eso estaba amenazado. Una marine embarazada y casada era aceptable.
Una marine embarazada y no casada, sobre todo una oficial, podría verse fuera del
cuerpo. O, al menos, podía ver una carrera ejemplar en ruinas. Si la echaban del cuerpo,
no sabría qué hacer.
Demonios. Ni siquiera sabría quién era.
-Kate -le dijo Tom-. No te preocupes. Ya pensaremos algo.
Ella se detuvo en seco y lo miró:
-Thomas, ya deberías saber que poner fin a este embarazo no es una opción.
Él asintió y sonrió levemente.
-Entiendo.
-Yo no estoy tan segura de hacerlo -dijo ella y empezó a caminar de nuevo.
Nunca había pensado mucho en las cosas sociales. Sobre todo en las que no la
afectaban directamente a ella. Siempre había estado demasiado centrada en su carrera
como para eso. Pero incluso ella misma se había visto sorprendida por el fuerte instinto
de protección que la había asaltado cuando descubrió su embarazo.
-Yo soy una mujer trabajadora, Thomas. Y una firme creyente en la igualdad de
oportunidades. Francamente, no les puedo decir a las demás mujeres qué decisiones
tiene que tomar con sus vidas. Pero yo he descubierto que, para mí, no hay ninguna
decisión posible. Este niño es un hecho. Un hecho que voy a tener que afrontar. Uno del
que no me voy a librar.
-Bien.
Ella se detuvo de nuevo y lo miró.
-¿Bien?
Él asintió y se acercó a ella.
-Me alegro de que pienses eso, Kate. Podemos solucionar esto. Ya pensaremos algo.
-¿Sí, eh? -dijo ella y volvió a caminar-. ¿Has dicho pensar? Pues espero que tú tengas
más suerte de la que he tenido yo. Llevo sabiendo esto desde hace un mes y no he
podido pensar en nada.
-¿Un mes? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
-Ya sabes que no es la cosa más fácil del mundo para decírsela a un hombre.
Necesitaba tiempo. Para pensar. Para...
-¿Quieres dejar el cuerpo? -le preguntó él tranquilamente.
-¡No! -exclamó ella parándose en seco y mirándolo-. ¿Dejar el cuerpo? No puedo
dimitir. El cuerpo es mi vida. Tanto como lo es para ti. No puedo. No voy a dimitir.
-Bueno, entonces. Eso hace más sencillas las cosas.
-No veo cómo.
Él la miró a los ojos.
-Tú conoces las reglas sobre embarazo tan bien como yo.
-Lo sé.
Por supuesto que las sabía. ¿No era eso lo que la había estado volviendo loca desde
hacía un mes? ¿No era por eso por lo que estaba abriendo un sendero en su despacho?
¿No era por eso por lo que sentía ganas de llorar?
Pasó otro largo minuto en silencio. Finalmente, Thomas dijo:
-Entonces tú sabes la respuesta a todo esto.
Ella contuvo de nuevo la respiración y se preguntó ausentemente si contener la

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respiración no le haría mal al niño.
-Me sentiría honrado si accedieras a casarte conmigo, Kate.
Ella soltó el aire de golpe. Incluso aunque casi había sospechado que él haría
exactamente eso, aún la sorprendía oírselo decir.
Matrimonio.
Debería estar contenta, maldita sea.
Durante los pasados tres años se había agarrado en secreto a la esperanza de que,
algún día, él le propondría matrimonio. Por supuesto, también había esperado que esa
tontería llamada amor surgiera antes que la proposición. En vez de eso, era la
responsabilidad y el deber lo que guiaba a ese hombre honorable que tenía delante.
Nada de flores, candelabros y música suave para ellos, pensó. Verde marine y deber.
Cielos, qué romántico.
Levantó una mano y se frotó la frente, esperando calmar el dolor de cabeza que estaba
empezando a sentir.
No sirvió de nada.
Kate sabía que él tenía razón. El que se casaran era la única solución posible. Pero el
corazón se le encogía al pensar en un matrimonio por obligación.
Era curioso. Ella se las había arreglado para evitar el matrimonio y la maternidad
durante toda su vida de adulta. Y ahora, de repente, se estaba metiendo de lleno en las
dos cosas.
-¿Kate? -dijo él al ver su expresión-. Ésta es la mejor manera. La única.
Ella asintió, pero Tom se dio cuenta de que no estaba nada convencida.
-Kate, esto puede funcionar -le dijo al tiempo que se acercaba y le ponía las manos en
los hombros, ignorando el repentino golpe de deseo que sintió-. Nos gustamos. Nos
llevamos bien.
-Nos gustamos -dijo ella cruzándose de brazos y apartando la mirada.
Él le abarcó el rostro con una mano e hizo que lo volviera a mirar.
-Esto funcionará -repitió más cálidamente. No había pretendido volverse a casar en la
vida. Un fallo había sido más que suficiente para Tom Candello. Y ahí estaba, delante de
otra oportunidad para demostrarle al mundo lo malos padres que podían ser los hombres
de la familia Candello. Como su propio padre antes que él, Tom había fallado siendo
padre. Y el pensamiento de otro fallo no le gustaba nada. Pero ésa era una circunstancia
especial. Kate estaba embarazada. Con su hijo. El de ellos. No podía darle la espalda.
Ella lo necesitaba.
Y, de momento, eso era suficiente.
-Tómatelo como si fuera una misión que te encomendaran, Kate.
-¿Qué?
-Somos compañeros oficiales. Nos gustamos. Comprendemos el trabajo del otro.
Ella sonrió tristemente.
-No es mucho para basar en ello un matrimonio, Thomas.
-Es más de lo que tiene alguna gente.
-Y menos que otros.
Él sabía de lo que le estaba hablando. De amor. Bueno, el amor no era algo que a él le
interesara. Por lo menos, el deseo era algo sincero. Y él la deseaba. Más que eso, le
gustaba de verdad. ¿No era eso mejor que una emoción indefinible que rompe tantos
corazones como los que sana?
-El amor no lo es todo, Kate. Yo creo que podemos tener un matrimonio mejor que la
media sólo con mantener fuera al amor. Nos las arreglaremos para criar a nuestro hijo en
un entorno feliz.
Kate lo miró pensativamente. Tenía un enorme nudo en la garganta. Aquello no era lo
que había ansiado en secreto desde hacía tres años, desde el primer momento en que le
puso la mirada encima al coronel Thomas Candello. Pero las fantasías y los sueños

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tenían que dejar paso a la realidad de la vida, ¿no?
Y la fría y dura realidad era que estaba embarazada. Era una marine. Y, sin el cuerpo
de marines, no tendría nada que ofrecerle a su hijo, salvo ella misma.
Porque realmente no tenía otra opción, dijo por fin:
-De acuerdo, Thomas. Me casaré contigo.
Él suspiró aliviado y la abrazó. Ella se dejó, disfrutando de la fortaleza que él le ofrecía.
Esperando que estuvieran haciendo lo correcto.
Para el niño y para ellos.
Lo único que sabía con seguridad era que el hombre al que amaba se iba a casar con
ella. No porque no pudiera vivir sin ella, sino por un hijo con el que ninguno de los dos
había contado.

Capítulo Dos

-Ahora que todo está arreglado -susurró él-, ¿qué te parece si cenamos juntos esta
noche? Podríamos hablar de los detalles.
-¿Los detalles?
-Sí -afirmó él encogiéndose de hombros-. La fecha de la boda. El lugar. La hora. Los
invitados...
-Oh, vaya. De repente esto se está poniendo muy complicado.
-¿Prefieres un viaje relámpago a Las Vegas?
-¿Detecto un leve tono de ironía en tu voz?
Tom frunció el ceño, se acercó a su mesa y apoyó una cadera en el borde.
-No de ironía, sino de confusión.
-Bienvenido al club.
Él se cruzó de brazos y la miró como a un bicho raro.
-No lo entiendo.
-¿Qué?
-Todo esto. Hace un momento hemos estado de acuerdo con que el matrimonio es la
única respuesta al problema. Tú me has dicho que sí, ¿no?
-Por supuesto que he dicho que si...
-Entonces, ¿cuál es el problema?
-¿Cuánto tiempo tienes?
Tom sonrió. Que Dios la ayudara, ese hoyuelo en su mejilla derecha hizo su primera
aparición. Maldición. ¿Por qué le afectaría tanto ese hoyuelo?
-Todo el que necesites, Kate. Habla.
Hablar. Eso era fácil de decir para él. Con las manos en la espalda, ella empezó a
caminar de nuevo. ¿Por dónde empezar? ¿Con sus ridículos sueños o con la dolorosa
realidad?
Llevaba tres años amando a Thomas Candello. Y, durante todos esos años, lo había
mantenido en secreto. Sabía muy bien lo que pensaba él del matrimonio, el amor y los
finales felices. Thomas no había mantenido en secreto el hecho de que su primer
matrimonio había sido un desastre desde el principio y que no tenía la menor intención de
repetir ese error nunca más.
Así que, temiendo espantarlo, ella se había tragado la confesión de su amor cuando
casi se le escapaba. Había hecho como si se sintiera tan satisfecha como él con esas
reuniones anuales. Y había esperado que, algún día, él la miraría a los ojos y vería el
amor brillando allí.
Pero eso era esperar demasiado.
-¿Kate? -dijo él apartándose de su mesa-. ¿Qué te pasa?
-Demasiado. Thomas... no nos podemos casar así como así.
-¿Por qué no? -dijo él acercándose.

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Ella levantó una mano para detenerlo.
-Los dos somos adultos solteros. Sin ataduras.
-Exactamente.
Thomas se rió y agitó la cabeza.
-Lo siento, me he perdido -dijo.
-En el mes que llevo aquí apenas hemos hablado más de un par de veces.
-¿Y?
-¿No crees que la gente sentirá un poco de curiosidad si anunciamos nuestra boda
inminente?
-Y, si no nos casamos dentro de un par de meses, sentirán curiosidad por mucho más
que eso -dijo él mirándole el todavía liso vientre.
-Ya lo sé. Pero aún así, no podemos pasar de casi desconocidos a recién casados de
la noche a la mañana.
Él se lo pensó un momento y luego se volvió a encoger de hombros.
-¿De verdad que eso importa? ¿Es asunto de alguien más aparte de nosotros?
-Sí. Y no.
-¿Eh?
-Que sí, que importa y que no, que no es asunto de nadie más. Pero eso no evitará los
cotilleos y lo sabes muy bien.
-Las bases militares siempre son un nido de cotilleos. No hay manera de evitarlos.
-Puede que no, pero podemos aminorar un poco la marcha.
El sonrió.
-¿Qué has pensado?
-¿Te parece bien que salgamos? -sugirió ella.
Thomas se rió con ganas.
-Kate, estamos un poco más allá de eso, ¿no crees?
-Sí, claro. Supongo que podríamos decirle a la gente que llevamos viéndonos tres
años.
-Viéndonos mucho.
-Sí, bueno, no es necesario que sepan eso ahora, ¿verdad?
-Kate -dijo él acercándose antes de que ella se lo pudiera impedir-. Estás haciendo esto
más difícil, más complicado de lo que tiene que ser.
-No veo cómo.
-Saldremos -dijo él sonriendo-. Y, después de un breve período de noviazgo,
tendremos una bonita y tranquila boda dentro de unas semanas.
-La gente seguirá hablando.
-Y no importará. Estaremos casados. Los rumores terminarán por desaparecer.
-Hasta que a mí se me empiece a notar.
-No puedes evitar que la gente haga cuentas.
-Supongo -dijo ella deseando que él la volviera a abrazar.
Tom lo hizo. Nunca antes había visto así a Kate. Preocupada... No, asustada.
Disfrutó del olor de su champú aunque su mente le decía que ella tenía derecho a estar
preocupada. Y si él tuviera un poco de cerebro, también lo estaría.
Ya había hecho eso anteriormente. Había estado casado y lo había estropeado todo.
También había tenido un hijo, y lo había estropeado también.
Oh, sí, él era justo el tipo que Kate necesitaba, un fallo probado como marido y padre.
Se le hizo un nudo en la boca del estómago.
Se dijo a sí mismo que aquello podía salir de dos maneras. Una, todo le podía estallar
en la cara, hiriéndole a él, a Kate y al pobre niño. O dos, esa podía ser su oportunidad de
compensar todo lo que había hecho tan mal la vez anterior.
El cielo o el infierno.
Tom cerró los ojos y la abrazó más fuertemente.

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Kate se sentó tras su mesa con un fuerte dolor de cabeza mientras se decía a sí misma
que lo peor había pasado ya. Le había dicho lo del niño y nadie se había desmayado ni él
la había rechazado. Y, lo más importante, ella había logrado no vomitar, cosa que estaba
haciendo con bastante facilidad en esos días.
Entonces, ¿por qué no se sentía mejor?
Porque no había terminado. Eso era sólo el principio.
Iba a ser madre. Que Dios ayudara a la pobre cosa que tenía en su interior sin saber
nada de nada. Y esposa. De un hombre que no quería una esposa para nada.
Se pasó las dos manos por el corto cabello y decidió prestar atención a su trabajo.
Entonces llamaron a la puerta.
-¿Sí?
La puerta se abrió y apareció la cabeza de su asistente, la sargento Eileen Dennis.
-Perdone, señora, pero han llegado las otras fichas.
-Perfecto -gimió Kate y se echó atrás en su sillón.
-¿Puedo ayudarla, señora? -se ofreció Eileen mientras le dejaba sobre la mesa otro
montón de carpetas.
Kate suspiró. Era tentador, pero no. Podría estar embarazada y a punto de casarse con
un hombre no muy animado a hacerlo, pero seguía siendo una marine. Y podía hacer su
trabajo, por lo menos mientras no tuviera suficiente barriga como para que no pudiera
llegar a la mesa.
Acercó todo lo que pudo el sillón a la mesa, sólo porque aún podía hacerlo.
Miró a la joven que tenía delante. Debía tener unos veintiocho años. Sus ojos azules
eran inteligentes. Llevaba el cabello oscuro cortado según la ordenanza, pero aún así se
las arreglaba para parecer femenina. La sargento era joven, ambiciosa y dedicada.
Todo lo que Kate había sido siempre. Entonces, ¿por qué de repente se sentía como
una abuelita en comparación con ella?
-Gracias, Eileen -dijo agitando la cabeza-. Me las arreglaré sola.
-Si está segura...
-Lo estoy. Pero si me puede encontrar una taza de café, recomendaré que la
asciendan.
Eileen sonrió ante la broma.
-¿Soló, con un terrón?
-Sí.
Pero cuando la puerta empezó a cerrarse, Kate añadió:
-No, espere. Mejor que sea un té.
-¿Un té, señora? -preguntó la sargento, sorprendida.
-De hierbas.
Sólo con decirlo se le revolvió el estómago. ¿Cómo iba a poder soportar los próximos
seis meses sin su dosis diaria de cafeína?
Cuando estuvo sola, sonó el teléfono.
-¿Sí?
-El coronel Candello al teléfono, señora.
Se le retorció el estómago. ¿Es que él ya había cambiado de opinión? ¿Es que la idea
de tener un hijo y casarse lo había hecho desear dimitir y tomar el próximo vuelo a las
antípodas?
-¿Kate?
-Soy yo.
Se produjo una larga pausa.
-No me has dicho si quieres que cenemos esta noche. Es para empezar con esto del
noviazgo.

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-¿Esta noche? -dijo ella agarrando con fuerza el auricular.
-¿Alguna razón en contra?
-No, supongo que no.
-Muy bien. ¿A las siete? ¿Te recojo en tu casa?
-Ni siquiera sabes dónde vivo.
Cielo santo, se iba a casar con un hombre que ni siquiera sabía dónde vivía. Eso no
podía estar bien, ¿no?
-Esperaba que me lo dijeras.
Kate se sentó en su sillón y apoyó los codos en la mesa.
-Thomas... Todo esto es tan raro. Me hace sentir... incómoda.
-Ya lo sé, querida -dijo él con su voz profunda-. Pero ya nos las arreglaremos.
Eso esperaba ella porque, en esos momentos, su mundo era tan inestable como la
peIota que sostienen en la nariz las focas amaestradas.
-¿Te siguen gustando los italianos? -le preguntó él.
Kate sonrió, sintiéndose ridículamente agradada por que él repitiera la broma con la
que solían empezar su semana anual juntos. Y lo que era más ridículo, el que lo hubiera
dicho ahora la hizo sentirse realmente mejor. Así que le dio la respuesta que él estaba
esperando.
-Si, sigue gustándome un italiano.
-Es un alivio. Me habías preocupado por un minuto, Kate -respondió él riéndose-.
Bueno, mayor, dame tu dirección para que pueda empezar con el noviazgo.

Un momento más tarde, Tom colgó. Con la mano todavía sobre el auricular, se quedó
mirando atontado hacia la ventana. Un débil sol invernal se colaba por ella.
Se dijo a sí mismo que, teniéndolo todo en cuenta, eso había ido muy bien. Miró al
teléfono y frunció el ceño. Había logrado parecer animoso, sin permitir que su voz
traicionara el pánico que le corroía las entrañas desde que había sabido la noticia.
Tomó de nuevo el teléfono y llamó a su hija.
-Hola, chica -dijo.
-Hola, papá. ¿Qué pasa?
Demasiado como para contarlo por teléfono, pensó él.
-Un cambio de planes. No puedo ir a cenar contigo esta noche.
-Tú te lo pierdes -le dijo su hija-. Estoy haciendo la lasaña de la abuela. ¿Te pasa algo?
Pareces un poco raro.
-No, no me pasa nada.
Luego pensó que era mejor que su hija se fuera haciendo a la idea de lo que estaba
pasando, así que le dijo tan tranquilamente como fue capaz:
-La verdad es que tengo una cita.
-Intrigante -dijo su demasiado inteligente hija-. El Coronel Solterón con una cita. No te
he visto mirar a una mujer desde esa barbacoa que hiciste hace unos meses.
Justo antes del viaje a Japón. Lo cierto era que había jugado con la idea de salir con
una chica a la que conocía desde hacía más de un año. Pero después de cenar y de una
película, había descubierto que, aunque era muy agradable, no era Kate.
-¿Quién es? -le preguntó Donna-. ¿La conozco?
-La mayor Katherine Jennings.
«Kate. La mujer con la que tengo una relación desde hace tres años. La madre de tu
nuevo hermano o hermana», pensó él. Oh, cielos...
-No -le dijo Donna-. No la conozco.
Él pensó que ya la conocería, pero le dijo solamente:
-Tengo que colgar, chica.
-De acuerdo, pero me debes una. ¿Cenas aquí la semana que viene?

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-Trato hecho. Saluda a Jaca.
-De acuerdo. Adiós, papá.
Tom colgó con la última palabra de Donna resonándole en los oídos. Papá. Cielo santo,
había sido un padre asqueroso la primera vez. Se tragó el nudo de amargura que siempre
sentía en la garganta cuando recordaba los años perdidos con Donna.
Se había casado con la madre de Donna cuando ambos eran adolescentes y con las
mejores intenciones, pero sólo para ver cómo moría su relación al cabo de un par de
años. Después del divorcio, él se había concentrado exclusivamente en su trabajo,
ascendiendo, y se había perdido mucha de la infancia de Donna. Apenas la conocía
cuando se fue a vivir con él con trece años.
Como siempre, se sentía culpable. Se puso en pie y empezó a pasear por el despacho
como había hecho Kate hacía poco. Había tardado años en reconstruir su relación con
Donna. Unos años llenos de ansiedad, frustración y el temor de que nunca podría ser
capaz de mejorar Ias lecciones de «paternidad» que había recibido de sus propio padre.
Y ahora todo iba a empezar de nuevo. ¿Era justo que un pobre niño lo fuera a tener a
él como padre?
Como la primera vez que se casó, la novia ya estaba embarazada. ¿Es que no había
aprendido nada en sus cuarenta y cinco años?
Se frotó la cara. Era un hombre maduro y había sido tan irresponsable como cuando
tenía diecisiete años...
Pero entonces, recordó inmediatamente esa noche en Japón.
Los dos entrelazados en ese balcón. La piel de Kate bajo las manos, sus piernas
rodeándolo por la cintura. Ella susurrando su nombre mientras alcanzaba el clímax de
nuevo. Debería haberse detenido entonces, haberse apartado lo suficiente como para
asegurarse de que ella estaba a salvo. Pero no lo hizo. Le fue completamente imposible.
Así que, en vez de retirarse, esa noche habían creado una nueva vida.
Una vida que tenía todo el derecho a esperar unas pocas cosas de sus padres, tales
como seguridad y amor.

Capítulo Tres
Tom aparcó delante del pequeño dúplex y salió de su nueva furgoneta.
De repente unos niños aparecieron a toda velocidad riendo sobre sus monopatines y
sus risas permanecieron en el aire después de desaparecer en la oscuridad. Una
oscuridad que podía hacer que no los vieran los conductores.
Se estremeció. Esos niños no podían tener más de diez años. Cuando su hijo tuviera
esa edad, él tendría cincuenta y cinco. Casi sesenta. ¿Cómo se las iba a poder arreglar
con él?
Agitó la cabeza y miró a los adosados que tenía delante. Kate le había dicho que el
suyo era el de la derecha. Pensó que debería haber hablado antes con ella, debería haber
ido a verla. Pero ella tenía razón. Todo aquello le resultaba incómodo a él también. Se
conocían desde hacía tres años, pero sólo habían pasado juntos tres semanas de ese
tiempo.
En el mes que ella llevaba en la base, Tom apenas la había visto. Había mantenido la
distancia deliberadamente, ya que deseaba darle tiempo para que se acostumbrara a la
idea de que estuvieran tan juntos por primera vez.
Pero para eso había necesitado de toda su fuerza de voluntad. Sinceramente, había
querido darle tiempo para decidir si quería continuar con una relación que había
significado tanto para él durante los últimos tres años.
Ahora parecía que la decisión era inevitable.
Respiró profundamente y se acercó a la puerta. Por el camino vio que el ordenado
jardín estaba lleno de pequeñas estatuas de conejitos, enanos y setas. Sonrió y se

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preguntó si serían de Kate o de su vecino. Entonces pensó en lo poco que sabía de ella
en realidad. Oh, sabía que si le acariciaba levemente la parte trasera de la rodilla la hacía
ronronear de placer. Pero no conocía las cosas más sencillas tales como su color favorito
y demás.
¿Qué clase de relación era ésa?
Se encontró con dos puertas, la de la izquierda, pintada de un color azul brillante.
Entonces la puerta se abrió y apareció una mujer mayor pequeña, con un chándal amarillo
brillante y pantalones color rosa. Lo miró e, inmediatamente sonrió y se arregló el
plateado cabello con una mano.
-Bueno -dijo la mujer-. Hola. Lo he oído entrar y pensé que sería una de las chicas.
Pero definitivamente, no lo es, así que, ¿quién es usted?
-Tom Candello, señora.
Le ofreció la mano y la mujer la aceptó encantada
-Yo soy Evie Bozeman -dijo ella sonriendo ampliamente-. ¿Ha venido a ver a Kate,
entonces?
-Eso es -dijo él mirando la puerta aún cerrada de su derecha.
-¿Y es usted marine también?
-Sí, señora. Soy coronel.
-Oh, fascinante -murmuró la mujer mirándolo de arriba abajo-. Es una lástima que no
vaya de uniforme. Me encantan los hombres de uniforme.
-Normalmente no lo llevo fuera de la base -dijo él dando gracias a su buena estrella por
no llevarlo esa noche en especial.
-Como le he dicho, una lástima. Ah, bueno, los vaqueros tampoco están mal -dijo la
mujer sin soltarle la mano-. Me encanta que Kate tenga una cita. Le he dicho una y otra
vez que es demasiado joven como para quedarse en casa todo el tiempo.
Demasiado joven, pensó Tom. Con treinta y dos años ella era demasiado joven para
muchas cosas. Incluyéndolo a él. Y se lo había dicho a menudo durante los últimos tres
años.
-Míreme a mí, por ejemplo -dijo Evie mientras lo llevaba hasta la puerta de Kate-. Yo no
estoy en casa casi nunca. Lo de esta noche es diferente, por supuesto. Las chicas van a
venir a jugar a las cartas. Hemos invitado a Kate, pero nos dijo que tenía otros planes.
Lo miró con admiración y añadió:
-Y, ciertamente, no estaba mintiendo.
Esa mirada hizo que Tom deseara llamar a sus tropas para que le cubrieran la retirada.
Entonces sonó un claxon y Evie le dijo:
-Las chicas ya están aquí.
Tom miró la puerta sin adornos de Kate y se preguntó dónde estaría. Luego se le
ocurrió que podía estar observando todo aquello y que se lo estaría pasando bien en vez
de ir a rescatarlo. Tan pronto como pensó eso recordó que él era un coronel del cuerpo de
marines y que no debería ser rescatado de una mujer de unos sesenta y cinco años.
-No, no te escapes, Tom -le dijo ella tomándolo del brazo y haciéndole una seña a sus
amigas para que se apresuraran-. Quiero que conozcas a las chicas.
Tom se rindió a lo inevitable. Las cuatro mujeres que se acercaban andaban por los
sesenta años. Todas llevaban vaqueros, sudaderas y zapatillas de correr. No parecían en
nada un club de bridge.
-Chicas -dijo Evie orgullosamente-. Éste es Tom. Es un marine. Coronel.
Tom se agitó incómodo cuando cuatro pares de ojos se posaron en él.
-¿Dónde lo has encontrado, Evie?
-¡Vaya un macizo!
-¿Nos lo podemos quedar?
Eso último lo dijo una mujer pequeña, pelirroja y cara de ansia.
Tom se encontró con esa mirada y retrocedió un paso instintivamente. ¿Dónde estaban

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las agradables abuelitas que había conocido cuando niño?
Entonces se abrió una puerta detrás de él y casi gimió aliviado cuando oyó decir a
Kate:
-¿Tom?
Aprovechándose de la sorpresa de Evie, Tom se soltó y se acercó a Kate.
Ella le sonrió y eso hizo que se sintiera como un adolescente enloquecido. Peor
todavía.
Las chicas suspiraron decepcionadas.
-Hola, Kate -dijo Evie alegremente-. Estaba presentando a Tom a mis amigas.
-Ya veo.
-¿Vais a algún sitio bonito? -dijo la anciana mirando con atención el vestido azul marino
de Kate.
-No lo sé. ¿Vamos?
Tom se pasó una mano por la nuca.
-Estaba pensando en el Pasta Pot.
-Buena elección -dijo Evie y empezó a conducir a sus amigas hacia la puerta-. Que os
lo paséis bien. ¿Kate? ¿Quieres venir a jugar a las cartas con nosotras la semana que
viene?
-Me gustaría -respondió Kate sonriendo.
-No sabía que jugaras al bridge -murmuró Tom.
Antes de que ella lo pudiera corregir, lo hizo Evie.
-¿Bridge? Eso es para viejas, querido. Nosotras jugamos al poker.
Cuando se alejaron, Tom le dijo a Kate:
-Una mujer sorprendente...
Ella se rió.
-Es maravillosa, ¿no te parece?
-Interesante. Por un momento me he sentido como un pavo en Nochebuena.
-Cuando me mudé aquí, Evie me estuvo dando de cenar todas las noches durante una
semana. Decía que yo no debía de preocuparme de nada más que desembalar las cosas
porque las mudanzas son una pesadez.
Él se rió y dijo:
-La verdad es que no puedo imaginarme a mi madre vestida como ella.
-¿Y eso?
-¿Angelina Candello? ¿Vestida de amarillo fosforescente? De eso nada.
-Angelina es un nombre hermoso -dijo ella cuando él le abrió la puerta de su furgoneta.
-Sí. Te habría caído bien.
-¿Me habría caído bien?
-Murió hace unos seis años.
-Lo siento.
Él se encogió de hombros, pero ella se dio cuenta de que ése era un recuerdo
doloroso.
Una vez en marcha, Kate pensó que se conocían desde hacía tres años, pero que aún
así, sabían muy poco el uno del otro.
-¿Y tu padre?
-Murió cuando yo era niño -dijo él sin dejar de mirar a la carretera-. Angie me crió. ¿Y
tú?
Kate se miró la falda.
-No conocí a mi padre. Mi madre murió cuando yo tenía quince años.
-Así que los dos somos huérfanos.
-Sí, supongo que lo somos.
Se produjo un largo momento de silencio hasta que Tom volvió a hablar cuando se
detuvieron en un semáforo.

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-¿Te das cuenta de lo poco que sabemos el uno del otro?
-Extraño, ¿no? ¿Cuál es tu segundo nombre?
Él la miró confuso.
-¿Mi segundo nombre?
-Es una forma de empezar, ¿no crees?
Kate se cruzó de piernas y metió las manos nerviosas bajo ellas.
El coche de detrás tocó el claxon y Tom arrancó.
-Sí, es cierto.
Otro momento de silencio y añadió:
-Bonita noche.
Ella lo miró mientras llegaban a un aparcamiento muy iluminado.
-Te estás yendo por las ramas.
-¿Por qué lo iba a hacer?
-Porque no me quieres decir tu segundo nombre.
-Eso es ridículo -dijo él apagando el motor.
-Eso creo.
-Todavía no lo has oído.
Ella sonrió levemente. ¿Estaría él avergonzado? Aquélla era otra información nueva
sobre el hombre al que amaba.
-De acuerdo -dijo ella-. Ahora lo quiero oír.
Él sonrió también, haciendo que se le formara el famoso hoyuelo en la mejilla.
-Eso es alto secreto, mayor.
-¡Señor! -exclamó ella saludando militarmente.
-Lo digo en serio. Muy pocas personas saben lo que estoy a punto de decirte.
-Me siento honrada.
-Y yo avergonzado.
-Ya me he dado cuenta.
-Muy bien -dijo él inclinando la cabeza hacia ella-. Salvatore.
Ella se apartó un poco y lo miró.
-Estás de broma.
-¿Me inventaría yo algo así?
No, Kate suponía que no. Así que dijo su nombre en voz alta a ver cómo sonaba.
-Thomas Salvatore Candello. Hum...
-Es peor todavía.
Ella abrió mucho los ojos.
-¿Hay más?
-Thomas Salvatore Giovanni Candello.
-¡Vaya!
-¿Entiendes ahora a qué viene todo ese secreto?
-Su secreto está a salvo, coronel.
-Será mejor que así sea, mayor. Ahora el suyo -dijo él apuntándole con un dedo.
-No es tan... interesante como el tuyo.
-Si duda. Pero aún así...
-Es Marie. Katherine Marie.
Él la miró y sonrió.
-Es precioso.
Algo se agitó en el interior de ella.
-Tú eres preciosa -añadió él acercándose de nuevo a ella-. Te he echado mucho de
menos, Kate.
-Thomas... -dijo ella suspirando.
No estuvo segura de si lo había hecho como invitación o como advertencia. Vio su
ansia reflejarse en la mirada de él. Su deseo. Lo reconoció sin problemas porque a ella le

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estaba pasando lo mismo. Le sucedía siempre que estaban cerca.
Pero se suponía que aquello no iba a suceder esa noche. Su primera oportunidad real
de hablar desde su llegada a California y tenían mucho de que hablar. Se había estado
recordando toda la tarde que ésa iba a ser una velada de conversación, no de seguir por
donde habían terminado en Japón.
Se agarró a ese pensamiento, soltó su cinturón de seguridad, abrió la puerta de la
furgoneta y salió.
-¿Kate? -ella se volvió y le dijo:
-Si empezamos a besarnos ahora, Thomas, no hablaremos de nada.
Él respiró profundamente y dijo:
-Tienes razón. Lo primero es lo primero.
Mientras caminaban hacia el restaurante, él añadió:
-Pero tienes que saber lo mucho que te deseo, Kate.
Ella se estremeció con ese contacto y las chispas que le salían por los ojos.
-Créeme, Thomas. Lo sé.
El restaurante era pequeño y la gente amigable. Todo estaba lleno de flores y en cada
mesa había unas velas.
Como era día laborable, no había hecho falta hacer reserva y se instalaron en una
mesa apartada. Cuando les tomaron nota, Tom le dedicó toda su atención a Kate.
-Es bonito -dijo ella mirando a su alrededor.
Por los altavoces se oía a Beethoven.
-La comida también está bien -dijo él.
-Esto es muy molesto.
-Sí -admitió él tomándole la mano-. Pero saldrá bien.
-No me puedo creer que esto esté sucediendo. ¿Cómo podemos hacer esto? ¿Cómo
podemos casarnos? Apenas nos conocemos.
-Nos conocemos lo suficiente como para haber hecho un hijo.
-Un hijo -dijo ella apoyando los codos en la mesa y la cabeza en las manos-. Oh, cielos.
¿Cómo puedo ser madre? No sé cocinar. No sé coser. ¡Ni siquiera sé hacer galletas, por
Dios! ¿Una madre no debe saber hacer galletas? ¿No es eso imprescindible?
-No creo -respondió él tratando de sonreír-. Por lo que yo sé, tampoco tienes que ser
capaz de hacer leña, encender el fuego o matar las gallinas que te vas a comer.
Ella gimió y agitó la cabeza.
-No lo entiendes, Thomas. Ni siquiera tengo macetas en casa. Las plantas siempre se
me mueren, haga lo que haga. Las riego demasiado poco, demasiado, no les echo
fertilizante, les echo demasiado. Las ponga a la luz, a la sombra... no importa. Siempre se
me mueren.
-Kate... No es lo mismo.
-Soy una asesina de plantas, Thomas. Estoy en las listas negras de todos los viveros
de aquí a Guam. Así que te pregunto, ¿es ésta la clase de persona capaz de ser madre?
Él acercó su silla y la abrazó.
-Lo harás muy bien -le dijo.
-¿Cómo lo puedes saber?
-Porque te preocupas mucho -susurró él-. Y eso es todo lo que el niño necesitará.
Demonios, es lo que necesitaremos los tres para hacer que esto funcione, Kate. Si nos
preocupamos lo suficiente, todo lo demás saldrá por sí solo.
Tom repitió esa última frase para sí mismo y rogó por que fuera verdad antes de añadir:
-Confía en mí, Kate.

Capítulo Cuatro

Durante las tres noches siguientes Tom la invitó a salir, decidido a seguir con ese

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noviazgo. La primera noche cenaron, fueron al cine la segunda y la tercera a una obra de
teatro. Después se despedía de ella con un beso en su puerta y se marchaba.
Al principio ella había pensado que eso era muy dulce. Era como si realmente
estuvieran empezando a salir. Pero últimamente había empezado a preguntarse si él ya
no la desearía.
Tal vez no le apeteciera acostarse con una embarazada. Tal vez incluso estuviera
cambiando de idea y estuviera tratando de encontrar una forma discreta de quitarse de en
medio.
Esa noche él la iba a llevar a bailar.
Miró el vestido negro que llevaba y los zapatos de tacón y pensó que, tan vestida como
estaba y no le apetecía ir a ninguna parte. Lo que quería era tener una oportunidad de
descubrir si Thomas seguía sintiendo algo por ella o si para él era sólo una molestia que
aceptaba sólo porque era su responsabilidad.
Entonces oyó el ruido del motor de su coche y el corazón le dio un salto y se puso en
pie nerviosamente.
Abrió la puerta y vio como él se acercaba. Con la chaqueta marrón oscura, pantalones
claros, camisa blanca y corbata verde, estaba tan bien como con vaqueros o uniforme.
Sólo con mirarlo, se estremeció.
Ya era hora de descubrir si él sentía lo mismo.
Mientras se acercaba, él miró con aprensión a la puerta de Evie. Desde esa primera
noche, Evie lo había acorralado un par de veces más y cada vez lo había soltado más de
mala gana.
El último trecho lo hizo corriendo y se metió en la casa. Cuando la puerta estuvo
cerrada tras él, la miró por fin, sonrió y silbó.
-Mayor, estás fantástica.
-Gracias -dijo ella y se dirigieron al salón.
-¿Estás lista? La reserva para la cena es para las siete y media.
-¿Te importaría si no saliéramos? -dijo ella sentándose en el sofá.
Esperó hasta que él se hubo sentado a su lado. No demasiado cerca ni demasiado
lejos.
-¿Te encuentras bien?
-Estoy bien. Es sólo que no me apetece bailar.
-De acuerdo.
Tom se acomodó mejor y cruzó los brazos para no abrazarla. Pensó que ese vestido
negro debería estar prohibido.
Ella se inclinó levemente hacia él y Tom entornó los párpados. Los pezones se
marcaron en la tela de una manera que le produjo escalofríos. Había estado tratando de
darle lo que ella quería, tiempo para conocerse. Tiempo para acostumbrarse a esa nueva
relación. Pero si no pasaba algo pronto, él iba a reventar.
-Thomas -susurró ella con voz sexy-. Preferiría quedarme en casa esta noche, si no te
importa...
¿Importarle? A él no le gustaría nada más que tenerla para él solo durante las próximas
horas. Preferiblemente desnuda, por supuesto.
Pero no lo dijo.
-Claro, lo que tú quieras.
Mientras ella seguía inclinándose hacia él, Tom notaba como iba perdiendo el control y
una parte de su cuerpo se ponía dura como el granito.
La deseaba más que el aire que respiraba y no lo podía negar por más tiempo. Estaba
embarazada de su hijo, pronto estarían casados y nada de eso importaba. Lo único que
contaba ahora era el brillo de los ojos de ella y lo vacíos que tenía él los brazos.
Se inclinó hacia ella.
Kate contuvo la respiración y se acercó más. El corazón le latía violentamente en el

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pecho y la boca se le secó.
Seguía allí ese nexo de pasión que había entre ellos.
El aire se llenó de electricidad como sucedía desde el primer día en que se conocieron.
Él extendió los brazos y, cuando le puso la mano detrás de la cabeza, ella sintió la presión
de cada uno de sus dedos. Cerca. Muy cerca. Notó su aliento, suave y cálido. Olió el
aroma de su colonia y su mirada se hundió en lo más profundo de la de él.
Entonces sus bocas se unieron. Una vez. Dos. Suavemente al principio, como si
estuviera siguiendo una ruta que le resultara a la vez conocida y nueva. La mente de ella
se quedó deliciosamente en blanco y su cuerpo cobró vida.
En lo único que podía pensar era en Thomas. En su proximidad. Y en los largos y
solitarios meses que habían estado separados.
Como si él notara sus sentimientos y los compartiera, gimió profundamente, le rodeó la
cintura con el brazo libre y la hizo acercarse más a él.
Apartó la boca de la de ella y enterró el rostro en el hueco de su cuello y, entre besos,
murmuró:
-Sabes tan bien. Hueles tan bien... Te he echado de menos, Kate. Más de lo que te
puedas imaginar. Te he echado de menos.
-Oh, Thomas -susurró ella-. Ha pasado tanto tiempo...
-Tres meses, Kate. Pero me parece como si hubieran sido años.
Ella se estremeció y se acomodó mejor entre sus brazos, apretando los senos contra
él, esperando que él apartara la tela y le acariciara la piel desnuda con las manos. Le
quitó la corbata con dedos trémulos y luego empezó a desabrocharle la camisa. Luego
deslizó la mano por dentro, deleitándose con su fuerza y su calor.
Él se tensó y Kate sintió agitarse sus músculos.
-Quieres jugar, ¿eh? -dijo Tom sonriendo picaramente al tiempo que le metía la mano
por debajo de la falda.
Ella tragó saliva y contuvo la respiración cuando los dedos de él le acariciaron la parte
inferior de los muslos, reposando luego en la parte superior de las medias con liguero.
Sintió un destello de puro y femenino placer. Sabía muy bien lo que le producía a él el
liguero. Había descubierto esa debilidad suya en su primera semana juntos, en Hawaii. Y
luego la había explotado sin piedad desde entonces en cada oportunidad que se le
presentaba.
Recordó entonces esa primera vez. Se estaba vistiendo para cenar mientras él se
duchaba. Acababa de ponerse el liguero negro cuando él salió del cuarto de baño.
La miró entonces, dejó caer la toalla y le dijo que llamarían al servicio de habitaciones.
Luego se pasó la siguiente media hora quitándole el liguero con los dientes.
Ese recuerdo la hizo temblar.
-Me estás matando con esto, Kate -murmuró él y la besó en el cuello.
Al mismo tiempo, sus dedos siguieron acariciándola hasta llegar a la piel desnuda
hasta encontrar su mismo centro, escondido bajo los encajes.
Cuando él la abarcó con la mano le demostró tener también buena memoria y le
susurró:
-¿Servicio de habitaciones?
Ella gimió y le tomó el rostro entre las manos.
-Ya pediremos una pizza más tarde.

¿Quién necesitaba una pizza? Pensó Tom.


Tenía entre sus manos todo lo que quería.
Ella se agitó levemente, se volvió hacia él, rozándole el pecho con los senos. De
repente Tom deseó arrancarle el vestido para poder perderse en la suave y cremosa
textura de su piel.

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Deseaba. No, necesitaba, sentirla de nuevo. Tocarla, explorar su cuerpo como si fuera
la primera vez.
Su mano derecha se deslizó desde el centro de su calor hasta el liguero. Sabía que se
lo ponía para volverlo loco. Y lo lograba cada vez.
En los meses que había estado separado de ella no había dejado de soñar con ella. El
recuerdo de sus largas piernas con las medias negras lo torturaba. El de sus ojos azules
también. Su risa... Y ahora ella estaba allí. Y casi era más de lo que podía soportar.
Tenía que tenerla. Tenía que ver la pasión y el placer oscurecer sus ojos. Tenía que
hundirse en ella. Como había hecho anteriormente. Sentir la satisfacción que sólo
encontraba en ella.
Deseaba oír su nombre susurrado por ella mientras su cuerpo se convulsionaba
alrededor del suyo.
El pulso le latía fuertemente en los oídos, inclinó la cabeza para besarla
apasionadamente.
Levantó de nuevo la cabeza y le subió la falda hasta la cintura, exponiendo sus
esbeltos y blancos muslos y las medias de seda negra que le cubrían el resto de las
piernas.
Duro como una roca, le acarició de nuevo el muslo y más arriba, hasta el calor que lo
esperaba.
-¡Thomas! -exclamó ella apretándose contra esa mano.
-Te necesito, Kate -murmuró él-. Ahora. Te necesito ahora mismo.
-Ahora -le animó ella.
Los dedos de él se deslizaron bajo el elástico de las bragas y le acariciaron lo más
íntimo de su ser, haciéndola gemir. Entonces él siguió el ritmo de esos gemidos que se le
escapaban de la garganta.
Kate se apretó contra esa mano, deseando que él la tocara más profundamente.
Necesitaba más que nada sentirse conectada con él. Se había sentido muy sola en esos
meses. Y se había sentido más desde que sabía lo del niño. Su corazón y su mente
habían estado confusos. Su mundo se derrumbaba a su alrededor y, hasta ahora, no
había tenido a nada ni nadie a lo que agarrarse.
O eso había pensado.
Pero estaba Thomas. Cuando ella había necesitado más de su apoyo, él se lo había
dado sin dudar. Había salido con ella y la había cortejado. Y ahora le estaba dando la
proximidad que ella había ansiado. Y el conocimiento de que él seguía deseándola la
animaba.
Sus dedos se deslizaron en su calor y ella se estremeció. Se sentía tan bien.
Él la volvió a tocar una y otra vez, rozándole su punto más sensible. Entonces la besó y
la hizo abrir los labios con la lengua, imitando con ella el movimiento de sus dedos,
entrando y saliendo de su boca hasta que se quedó tan sin respiración como ella.
Entonces fue como si en el interior de Kate estallaran fuegos artificiales. Sintió el calor,
vio los colores con los ojos cerrados. Ansiosa por él, como siempre lo había estado, se
agarró fuertemente a su camisa.
Se dijo a sí misma que siempre había sido así. No importaba qué más hubiera ocurrido
entre ellos, esa magia sexual existía. Real y poderosa.
Cuando la primera sensación de liberación empezó a formarse en ella, se tensó y
apretó los pies contra los almohadones del sofá. Levantó las caderas y se preparó para
capturar ese fugaz momento de completa y total satisfacción.
-Toma, Kate -susurró él-. Deja que te invada la sensación. Ríndete.
Sintió la mirada de él en su rostro y abrió los párpados para encontrarse con ella. El
cuerpo le tembló y echó atrás la cabeza. Dijo su nombre cuando llegó a lo más alto y,
lentamente, se dejó llevar, sintiéndose segura entre sus brazos.
-Ah, Kate -murmuró Tom con el corazón acelerado y el cuerpo doliéndole.

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Le apoyó el rostro en el cuello. Necesitaba tocarla, ser parte de ella.
Ella se agitó y, empezó a moverse de nuevo contra sus dedos.
-Thomas -dijo en voz baja-. Te necesito dentro de mí. Ahora.
Esas palabras avivaron el fuego interior de él. También necesitaba eso. Deseaba más
que nunca deslizarse en las profundidades de su cuerpo y sentir como su cuerpo lo
rodeaba.
Con los dientes apretados, se echó a un lado, la hizo tumbarse en el sofá y se levantó
para quitarse la ropa.
Ella se sentó y se quitó rápidamente el vestido por encima de la cabeza. Pero cuando
fue a quitarse el sujetador, él se lo impidió.
-No lo hagas. Déjame a mí.
Ella sonrió mientras se tumbaba y se abría de piernas para él.
Tom se quedó sin respiración. Estaba magnífica en esa posición. Todo luces y
sombras, piel pálida y encajes negros. Era la fantasía de cualquier hombre hecha
realidad.
Tiró su ropa al suelo y se arrodilló sobre ella, le soltó el cierre delantero del sujetador y,
apartándolo, le abarcó los dos senos con las manos. Sus pezones ya estaban duros como
piedras.
Ella se mordió el labio inferior mientras él la acariciaba. El pulso le corría enloquecido.
Tom se inclinó y se metió primero un pezón en la boca y luego el otro. Se los lamió,
chupó y mordisqueó decididamente. Ella tragó saliva y gimió abandonándose.
La pasión de ella alimentó la de él. Esos suspiros le llegaban a lo más profundo,
haciéndole sentir como si fueran uno sólo. Haciéndolo sentirse completo. Llenando el
vacío que sólo ella podía llenar.
No se había parado a pensar en lo que podía significar eso. Pero de momento, por esa
noche, eso era lo único que importaba.
Y cuando no pudo soportar un momento más de espera, se elevó un poco, le abarcó el
trasero con las manos y se deslizó en el interior del calor que lo había estado esperando.
Gimió, rodeado por ella, y se movió lentamente al principio, como para saborear la
sensación de estar de nuevo en el cielo. Luego, cuando creció la necesidad en su interior,
se movió más rápidamente. Empujón tras empujón, fueron llegando al final.
Los segundos se transformaron en momentos. Y los momentos en eternidades.
Tom dejó de pensar, sólo podía sentir. Sólo con Kate había encontrado ese lugar
donde la pasión y la necesidad florecían juntas.
Ella le acompañó los movimientos fieramente, ansiosamente. Clavándole las uñas en
los hombros. Gimió su nombre y le dio la bienvenida a todo lo que él le ofreció,
agarrándose tan fuertemente a su cuerpo como él se agarraba a ella.
Tom sintió sus músculos contraerse a su alrededor y gimió su nombre como una
oración mientras su cuerpo explotaba en las profundidades de ella.

Capítulo Cinco

A Kate se le escapó una lágrima sin saber por qué. Ni siquiera estaba segura de por qué
estaba llorando. Lo que acababan de compartir había sido tan perfecto. Tan hermoso...
Thomas aún la deseaba. Y eso a pesar de la situación en que se encontraban.
¿Podría esperar que, algún día, él se enamorara?
Lo admitiera él o no, ya había una poderosa conexión entre ellos. Ella sabía muy lo que
él pensaba del amor, no lo había ocultado nunca. No le interesaba y prefería lo que tenían
entre ellos. Nada de ataduras. Nada de complicaciones.
El corazón se le retorció dolorosamente.
Él murmuró algo y se agitó un poco.
-¿Kate? Si no me muevo te voy a aplastar.

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-Estoy bien -dijo ella.
Y lo estaba, pero si él se movía, podría ver que estaba llorando.
¿Por qué tenía que estar tan llorona en esos días?
Tom se apoyó en un codo y la miró justo cuando ella se fue a enjugar las lágrimas.
-¿Estás llorando? -le preguntó claramente preocupado-. ¿Te he hecho llorar?
-Thomas...
Él rodó a un lado y la miró.
-¿Te he hecho daño? ¿Al niño?
-No. Por supuesto que no.
-¿Entonces por qué?
Más lágrimas le inundaron los ojos, dificultándole la visión y ella se las enjugó airada.
-No sé por qué -murmuró-. El otro día me puse a llorar con el anuncio de una empresa
de telefonía.
Él sonrió, pero ella pudo ver que no estaba convencido.
-Thomas. No me has hecho daño -le dijo deseando que la creyera-. Es que no sé lo
que me pasa.
-¿Que estás embarazada?
-Sí, supongo que es eso. ¿Qué vamos a hacer con esto? -dijo ella poniéndose una
mano sobre los ojos.
-Creía que ya lo habíamos hablado -dijo él apartándole la mano-. Nos vamos a casar.
El labio inferior le tembló a Kate. Durante esos tres años se lo había imaginado
diciendo esas mismas palabras, pero en sus sueños siempre había sido distinto, más
romántico. Ahora pensó que se iban a pasar el resto de sus días juntos sólo por el niño y
por ese sexo fantástico que compartían. Iba a ser si fuera un ligue de fin de semana
eterno.
Y, mientras alguna gente podía ver eso como algo bueno, Kate quería más. Llevaba
tres años amándolo y había esperado convencerlo de que él la amaba a ella también.
Oh, eso iba a funcionar bien, de eso estaba segura.
De repente se dio cuenta de que él estaba hablando y dejó a un lado esos
pensamientos deprimentes.
-He pensado que una boda sencilla, en mi casa, estaría bien.
-En tu casa.
-Bueno, sí -dijo él-. Es grande e, incluso podríamos celebrar la ceremonia en el patio
trasero, si quieres.
-Thomas, ¿qué clase de matrimonio va a ser?
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que si estaremos haciendo realmente lo mejor.
Tom la miró fijamente a los ojos y se preguntó lo mismo.
Como lo había hecho docenas de veces en los últimos días.
-¿Quién sabe qué es realmente lo mejor, Kate?
-¿No deberíamos tratar de averiguarlo?
-¿No lo estamos haciendo? Tal vez no haya una respuesta -dijo él sentándose y
mirándola-. Mira, yo no soy una buena apuesta en esto del matrimonio, lo admito.
Demonios, ya te he hablado de la madre de Donna y de cómo me las arreglé para
estropearlo todo.
-No es de eso de lo que te estaba hablando -dijo ella sentándose a su lado.
-Pero es en lo que yo estoy pensando. Desde que me hablaste del niño, en lo único
que he podido pensar es en qué va a ir mal esta vez. ¿No lo ves? Mi familia tiene una
larga lista de malos padres. De generación en generación, los hombres de mi familia no
han valido nada para eso. Demonios, ¡ni siquiera conocí realmente a Donna hasta que no
era ya casi mayor! Ésta podría ser una segunda oportunidad para mí. Tener algo que ver
con la infancia de mi hijo. Una oportunidad de arreglar lo que hice mal con Donna. Con un

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poco de suerte. Pero por otra parte, no te quiero engañar.
-¿Engañarme?
-Sí. Ya te dije cuando empezamos este...
-¿Este ligue?
-Eso, ligue. Ya te dije entonces que no estaba interesado en el amor. Ni en el
compromiso. Ni en cualquier otra cosa en la que ya hubiera fallado tan miserablemente.
-Ya lo sé.
-El caso es ¿deberías tú tener que seguir con tu vida sin ser amada como debes ser
amada? Me parece como si tú te estuvieras quedando con la peor parte en esto, mayor.
Si te lo quieres pensar mejor, lo entenderé.
Ella se volvió y se levantó del sofá.
-¿Me estás diciendo que te vas a casar conmigo, pero que no lo quieres hacer? ¿Es
eso?
Tom la miró y agitó la cabeza. Vivir con una mujer que lo afectaba de esa manera no
sería precisamente insoportable. Sólo le quería dejar claro que, aunque la deseara
mucho, no la podía amar.
Y no. No quería casarse. Llevaba años evitándolo. Pero la situación había cambiado y
ahora era cosa del deber. Su deber en eso estaba claro.
-Te he pedido que te cases conmigo, Kate. Lo haré lo mejor que pueda contigo y el
niño. Pero no te puedo prometer más que eso.
Ella asintió.
-Y tienes que recordar algo más -añadió él-. Mi estancia en el campamento Pendleton
casi ha terminado. Dentro de unos seis meses o así me destinarán a otra unidad.
-Ya lo sé -respondió ella.
-Y tú te quedarás aquí. Sabes tan bien como yo que los oficiales casados no siempre
son destinados al mismo sitio.
-Conozco las reglas tan bien como tú -murmuró ella tristemente-. Los oficiales casados
tienen garantizados tres años separados por cada nueve juntos.
-No es mucho.
-No, no lo es -dijo ella cruzándose de brazos.
Tom no la podía culpar. A pesar de que se casaran, durante mucho tiempo ella seguiría
siendo una madre sola. A no ser que se turnaran con el niño. Aquello estaba poniéndose
cada vez más difícil.
-Quiero que sepas que, cuando decidimos casarnos, pedí bases por aquí cerca para mi
nuevo destino -dijo él-. Aunque no hay ninguna garantía de que me destinen a una base
de California, quería que supieras que lo estoy intentando.
Ella tomó aire y volvió a asentir.
-Nada de esto va a ser fácil, Thomas. Lo sé. Y te agradezco lo que estás haciendo. De
verdad que sí.
-¿Pero?
Kate agitó la cabeza.
-Por lo menos tenemos esto que nos va bien.
-¿Esto? -susurró ella.
-El sexo. Compartimos la pasión, y eso es más de lo que tiene mucha gente.
-La pasión tiende a arder y consumirse. Y luego, ¿qué?
-Llevamos ardiendo tres años y no parece que se vaya a consumir todavía -le recordó
él.
-Una semana una vez al año. Eso no es ni siquiera un ligue continuado. Es unas
vacaciones anuales con cama incluida.
-¿Yeso es malo? -le preguntó él sonriendo.
-No -respondió ella en voz baja.
Mientras recogía sus ropas, continuó:

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-Pero el matrimonio tiene que ser más que la pasión, Thomas. Tiene que estar basado
en más cosas que en el sexo o sólo tendremos eso.
Él no pudo evitar observarla mientras se inclinaba a recoger sus ropas, admirando la
curva de su trasero. Y ese liguero y medias estaban reavivando el fuego de su interior.
¿Por qué tenía ella que complicarlo todo más de lo que ya estaba? Habían hecho un
niño juntos y, juntos lo criarían. Y, de paso, se lo podían pasar bien.
-Sé lo que te preocupa, Kate -dijo suavemente-. Hay más que sexo entre nosotros. Nos
llevamos bien. Nos gustamos.
Ella se incorporó y se apartó el cabello de los ojos, tapándose el cuerpo por delante
con la ropa.
-Eso sí que es una buena recomendación.
Él la miró a los ojos y, tragándose un leve indicio de irritación, empezó a recoger
también su ropa.
-Kate, tú me importas. Más de lo que me haya importado cualquier otra mujer que haya
conocido. Pero tengo cuarenta y cinco años, Kate.
-Eso no tiene nada que ver con...
-Soy trece años mayor que tú -la cortó él-. Soy lo suficientemente mayor como para
saber que el amor no es una cura para todo y que, muy a menudo, sólo oculta los
problemas hasta que te estallan en la cara.
-No te estoy pidiendo ninguna promesa de amor, Thomas -le dijo ella muy digna.
-¿Entonces qué?
-Si nos vamos a casar, creo que nos debemos a nosotros mismos y a nuestro hijo el
mejor matrimonio que podamos.
Aquello era razonable.
-De acuerdo.
-Con respeto mutuo.
-Me parece bien.
-Y no más sexo.
-¿Qué?
Thomas la miró esperando ver que estaba de broma. Pero no era así, estaba muy
seria. Lo decía en serio.
-No puedes decirlo en serio. ¿Un matrimonio sin sexo?
Ella se puso el vestido y lo miró.
-Al principio sí.
-¿Al principio?
-Creo que será mejor si dejamos de acostarnos juntos. Si no nos acostamos juntos
nada más casarnos. Si nos diéramos un tiempo.
Él la miró preocupado.
-¿Cuánto tiempo?
-No lo sé. Lo que tardemos en conocernos bien. En hacernos amigos.
Él se rió secamente.
-Amigos.
-¿Qué hay de malo en ello? -le preguntó ella mirándolo.
-Kate. Tengo montones de amigos y ninguno de ellos me hace desear desnudarlo y
llevármelo al huerto.
Ella se ruborizó y él se dio cuenta de que era el deseo, no la vergüenza lo que la hacía
ponerse así de colorada. Podría ser que ella pensara que podía vivir como una monja,
pero él sabía que no era así.
Estaba a punto de casarse con cuarenta y cinco años, de ser padre por segunda vez. Y
estaba completamente seguro de que no tenía la menor intención de pasarse un par de
años viviendo como un monje tibetano.

21
Esa noche, Tom se despertó con un sudor frío, el corazón acelerado y la boca seca.
Encendió la luz de la mesilla de noche y se dijo que sólo era una pesadilla.
Pero una muy real. Cerró los ojos y lo volvió a ver con toda claridad. Él, con el cabello
plateado, sentado tembloroso en una silla de ruedas y siendo empujado por un campo de
césped por un niño con uniforme de béisbol.
Su hijo. El suyo y de Kate.
-Jesús -murmuró y se volvió a tumbar en la cama. Permaneció mirando al techo con los
ojos muy abiertos y trató de liberarse del pánico que lo embargaba.
¿Qué estaba haciendo?

¿Qué estaba haciendo?


Kate se quedó mirando la carpeta abierta que tenía delante y trató desesperadamente
de concentrarse. La lista de nombres y cifras le bailaba delante de los ojos. Respiró
profundamente para tratar de contener el ya familiar estómago revuelto.
Pero sabía que aquello era una batalla perdida.
Se apartó de la mesa y puso la cabeza entre las rodillas para tratar de contener el
mareo. Respiró profundamente y esperó que se le pasara a tiempo de correr al cuarto de
baño que había al fondo del pasillo.
Ya no podía ni controlar su cuerpo. Demasiadas cosas en su vida estaban dando
vueltas sin control por su parte. Y eso no le gustaba nada.
Thomas, su trabajo, su estómago...
Sonó un golpe seco en la puerta y una voz desconocida dijo:
-¿Mayor?
Kate gimió, se sentía demasiado mal como para importarle que alguien la encontrara
en una posición tan humillante.
Unos pasos ligeros. Una mujer, pensó Kate. La desconocida se acercó y se arrodilló en
el suelo con una rodilla.
Bonitos zapatos, pensó Kate ausentemente, pero no se atrevió a levantar la cabeza
para ver al resto de la mujer.
-¿Está bien? -le preguntó la visitante poniéndole una mano en la cabeza.
-Mejor -murmuró.
Luego se fue levantando con mucho cuidado hasta ponerse de nuevo en posición de
sentada. Había ganado, ya que el despacho había dejado de dar vueltas.
Pero su estómago seguía atacando.
Para no pensar en ello, miró a la mujer que tenía delante y que la miraba preocupada.
Llevaba el negro cabello cortado a la altura del hombro, unos ojos castaños que le
resultaban familiares e iba vestida de civil.
-¿Quién es usted? -le preguntó.
La mujer sonrió.
-Donna Harris -dijo extendiendo la mano-. Donna Candello Harris.
Aquello explicaba esos ojos conocidos, se dijo Kate mientras aceptaba la mano de la
mujer que pronto sería su hija por matrimonio. Bonita, pero más que eso, Donna parecía
una mujer muy abierta. No parecía mucho más joven que ella misma y se preguntó cómo
se tomaría eso de tener una madrastra casi de su misma edad.
¿Por qué tenía que sentirse mal ahora? No era precisamente una buena primera
impresión.
-Lamento haber aparecido así -le dijo Donna-. Pero quería que nos conociéramos y ver
si papá y tú podéis venir a cenar a casa esta noche.
-¿Tu padre y yo?
El mundo iba muy aprisa.

22
-Ya se lo he dicho a él y ha accedido, además de sugerirme que viniera a pedírtelo a ti
en persona. No pongas esa cara de sorpresa -dijo Donna riéndose-. Ya deberías saber
que en un cuartel no hay secretos.
-Es cierto.
Y sabía perfectamente también en lo pronto que la gente empezaría a hablar de lo muy
a menudo que la comida le sentaba mal a la mayor Jennings. Se preguntó si Donna se
mostraría tan amigable si supiera que llevaba en sus entrañas un hermanito suyo.
Esperaba que sí. Estaba empezando a pensar que iba a necesitar a todos los amigos
que pudiera.
-¿Qué dices? -le preguntó Donna sonriendo-. Voy a hacer ravioli de queso.
Ante esas palabras, el estómago se le agitó más todavía a Kate. Maldición.
-Perdona que te lo diga -le dijo Donna-. Pero tienes muy mala cara.
-Bueno -le respondió Kate tratando de sonreír-. Me fastidiaría sentirme tan mal y no
parecerlo.
-¿Quieres que llame a un médico? ¿Al capellán?
Kate se habría reído si no tuviera miedo de abrir tanto la boca. En vez de eso, agitó la
cabeza.
-No, gracias. Estaré bien.
-¿Estás segura?
-Sí. Probablemente sea algo que haya comido.
-Si tú lo dices... Mira, tal vez no sea una buena idea lo de cenar esta noche. Podemos
hacerlo en cualquier otro momento.
-No -dijo Kate levantándose y obligándose a sonreír.
Aquello era importante, quería caerle bien a Donna.
-Allí estaremos. Ha sido muy amable por tu parte.
-Si estás segura...
-¿A qué hora?
-¿Te parece bien a las siete?
Ella asintió e, inmediatamente, se arrepintió de haber movido la cabeza.
-Muy bien. Nos veremos entonces.
Luego rodeó su mesa y se dirigió a la puerta.
-Ahora, si me disculpas...
Donna se quedó mirándola mientras ella corría por el pasillo. Entonces se le acercó
una sargento y le preguntó:
-¿Está bien la mayor?
-No lo sé -respondió Donna pensativamente.
Apenas podía esperar a contarle aquello a su marido. Tenía toda la impresión de que lo
que le había sentado mal a la mayor Kate Jennings no había sido precisamente el
almuerzo.

Capítulo Seis

Tom se sentó en uno de los dos bancos que tenía la mesa de picnic y le dio un largo trago
a su cerveza antes de mirar a su yerno. Conocía a Jack Harris desde hacía tiempo. Lo
había respetado y admirado como a un marine de primera mucho antes de que su hija se
casara con él.
Y ahora, desde su matrimonio, Jack se había transformado en uno de sus mejores
amigos.
-¿Problemas, Tom? -le preguntó Jack apoyando los codos en la mesa.
Fuera de servicio hacía tiempo que no se llamaban por su rango. Ahí eran sólo amigos.
Familia. Y cualquier cosa que se dijera allí, allí permanecería. Esa noche Tom lo
necesitaba más que nunca.

23
-Supongo que se podría decir que sí -admitió.
En la cocina, Kate estaba sola con su hija. Por las risas que se oían de vez en cuando,
las dos se estaban llevando muy bien.
¿Y por qué no se iban a llevar bien? Las dos estaban más próximas en edad que él con
Kate. Miró a Jack y le dijo:
-Kate y yo nos vamos a casar.
Jack sonrió y luego miró más preocupado a su amigo.
-¡Enhorabuena!
-Gracias.
Tom tomó su cerveza, se levantó y se acercó a la cerca. Allí apoyó los codos y se
quedó mirando al vacío.
-¿Qué te parece? -dijo Jack colocándose a su lado-. Recién casado y abuelo en el
mismo año.
¿Abuelo?
-Oh, vaya -murmuró Tom y un escalofrío le recorrió la espalda. ¡Cielo santo! ¿Cómo se
podía haber olvidado de que Donna estaba embarazada?
-¿Tom? -le dijo Jack dándole una fuerte palmada en la espalda-. ¿Estás bien?
Él asintió, todavía demasiado anonadado como para decir nada.
-¿Por qué parece como si estuvieras atontado? Donna te contó lo del embarazo antes
que a mí, ¿recuerdas?
Sí que lo recordaba. Se pasó una mano por el rostro al recordar cómo su hija había ido
a él llorando porque creía que su matrimonio se había terminado. Antes de abandonar su
despacho le había contado lo de su embarazo y Tom fue luego directamente a Jack y, sin
contarle la noticia, le puso las cosas claras.
¿Cómo podía haberse olvidado de que iba a ser abuelo? Así que su nieto y su hijo iban
a ir a la misma clase del jardín de infancia. Agitó la cabeza y se preguntó si aquello sería
una especie de récord.
-Si no te importa que te lo diga, no me parece que seas precisamente un novio feliz -le
dijo Jack.
Tom lo miró fijamente.
-Para decirte la verdad, ni siquiera sé lo que siento.
Jack se rió brevemente.
-¿Por qué ibas a ser tú distinto de los demás hombres? Si recuerdas, yo no estaba
precisamente encantado por la perspectiva de casarme.
Eso era cierto. Sonrió levemente cuando recordó que Jack se había casado con Donna
para salvar la reputación de ella y la de Tom. Pero eso había salido bien, se dijo a sí
mismo animándose al pensarlo. Si esos dos habían podido empezar tan mal y terminar
tan bien, tal vez Kate y él pudieran hacerlo también.
La pregunta era, ¿daría él la talla?
Ya se había casado una vez y ya sabía que no era bueno como marido. Pero la gente
podía cambiar, ¿no? Ahora era mayor. Tenía más experiencia. Más paciencia. Todo eso
era cierto, pero todavía le quedaba una pequeña duda.
-Entonces, Si no te quieres casar, ¿por qué lo vas a hacer? -le preguntó Jack.
-Hay razones... Digamos que son incluso más que lo que fueron las tuyas.
Jack elevó las cejas y silbó.
-El caso es que he estado tan ocupado siendo un buen apoyo que me siento como si
fuera a explotar.
-Pues explota -le dijo Jack-. Te sentirás mejor.
Tom se rió.
-Lo dudo.
Pero lo cierto era que, extrañamente, le estaba empezando a parecer que aquello
hasta podía ir bien.

24
Y, con respecto a lo que Kate le había dicho que nada de sexo, podría soportarlo. Por
un tiempo. Tenía que darle un poco de tiempo. Kate era demasiado apasionada como
para vivir en el celibato para siempre. Cuando llevaran un tiempo casados, hasta eso
podría funcionar.
-Va a ir bien -murmuró en voz alta, interrumpiendo lo que le estaba diciendo Jack en
ese momento.
Jack le dio una palmada en la espalda y le dijo:
-Me alegro de haber podido ayudarte, Tom.
Él lo miró extrañado.
-¿Qué?

La casa de Donna y Jack Harris era pequeña, típica de una base de marines y, para los
dos, estaba bien. Kate estaba sentada en la cocina admirando los pequeños toques que
le había dado Donna.
-Así que os vais a casar -le dijo Donna-. Eso es magnífico.
Kate asintió y sonrió, aunque un poco forzada.
-Supe que había algo entre vosotros en cuanto entrasteis. Y me alegro de que te
sientas mejor. Esta tarde tenías un aspecto horrible.
-Lo recuerdo.
-De hecho -siguió Donna como si Kate no hubiera dicho nada-. Yo tenía un aspecto
casi tan malo esta misma mañana.
-¿De verdad?
-Sí. Lo cierto es que me lleva pasando todas las mañanas desde hace un par de
meses. Y me sentía fatal.
-Lo siento -le dijo Kate mirando su vaso de té helado.
¿Le estaba diciendo Donna lo que creía que le estaba diciendo?
-Seguro que tan mal como te sentías tú.
Kate la miró a los ojos y Donna continuó:
-¿De cuánto estás?
Kate apretó el vaso. No había querido hablarle a nadie del niño todavía. Había querido
esperar por lo menos unas semanas después de la boda, cuando lo pudieran anunciar
juntos ella y Tom.
-Donna...
-No te preocupes. No se lo diré a nadie.
-Es que no sé lo que pensará Thomas de que se lo vaya ya contando a la gente.
-Yo no soy gente. Soy su hija.
-Ya lo sé, pero...
-Como te he dicho, no te preocupes por ello. Sé guardar un secreto. Demonios, nadie
sabe lo de mi embarazo salvo Jack y mi padre.
Así que ella también estaba embarazada. Nadie lo diría por su figura. Entonces otro
pensamiento le pasó por la cabeza a Kate. ¿Por qué Thomas no le había dicho nada de
que iba a ser abuelo? ¿Le daba vergüenza el que su hijo fuera a ser sólo unos meses
más joven que el de su hija? Oh, cielos, aquello se estaba complicando cada vez más.
-¿Por qué no se lo has contado a nadie? -le preguntó Kate.
Donna se encogió de hombros.
-La gente suele actuar de forma rara con las embarazadas. Tipos que son
completamente desconocidos te ponen la mano en la barriga, te hacen preguntas
personales. Yo prefiero esperar a que sea evidente. Además, es divertido tener un
secreto. Hasta que se me empiece a notar, nos perteneces sólo a nosotros -dijo sonriendo
y llevándose una mano al todavía plano vientre.
A Kate le dio un poco de envidia. Evidentemente a Jack le había encantado la noticia

25
de que iba a ser padre.
Se llevó una mano al vientre y pensó que su hijo debería ser recibido con alegría, no
con ansiedad. De ese momento en adelante se iba a concentrar en ello. Le prometió
mentalmente que sería bienvenido y con amor.
Lo único que tenía que hacer era convencer a Thomas.
-Supongo que la reacción de Jack fue más de agrado que la de Thomas -dijo antes de
poder evitarlo.
Después de todo, Donna era su hija y pudiera ser que no le gustara que criticara a su
padre. Y, además, Kate no estaba en posición de quejarse. Thomas había reaccionado
como se había esperado. Había aceptado su deber como buen soldado.
-¿Se ha portado mal?
Sorprendida, Kate la miró.
-¿Mal?
Donna se encogió de hombros y agitó la cabeza.
-Es un buen tipo, pero tiene tendencia a pasarse con eso del deber, el honor y todas
esas cosas de los militares.
-Es un hombre honorable -dijo Kate defendiendo al mismo hombre del que se había
quejado hacía sólo un momento.
-Oh, ya lo sé -dijo Donna sonriendo-. Pero a veces, ¿no te apetecería decirle que se
tome las cosas más a la ligera?
Kate se rió, agitó la cabeza y se levantó. No se imaginaba a Thomas siendo otra cosa
más que lo que era. Además, tenía muchos recuerdos de Thomas comportándose de una
manera no precisamente seria. Aunque sabía que no debía contarle esos recuerdos a su
hija. Se acercó a la ventana, apartó las cortinas y miró hacia la cerca donde Jack y
Thomas estaban charlando.
Sabía que a Thomas le gustaba pasar tiempo con Donna y Jack. Allí no había rangos,
sólo familia. Amistad. Se preguntó si él se daba cuenta de lo mucho que ansiaba ser parte
de una familia.
Donna interrumpió sus pensamientos entonces, se acercó y le dijo riendo:
-Así que, dentro de pocos meses, papá va a ser padre y abuelo de golpe. ¿No es
sorprendente?
Sí que lo era. No le extrañaba que Thomas estuviera actuando como si fuera un viejo
caduco. Sólo la palabra abuelo afectaba a la mayoría de los hombres. Y un hombre de
cuarenta y cinco años... Por muy viril que fuera, no le cabía duda de que se pondría por lo
menos el doble de susceptible.
Evidentemente, iba a ser cosa suya convencerlo de que un hijo podría mantenerlo
joven, no enviarlo a un asilo. No iba a ser fácil, pero el cielo sabía que los marines habían
estado en campañas duras anteriormente. Iwo Jima, Guadalcanal, Anzio...
El truco estaba en que tenía que pensar como si fuera la batalla del amor. O todo o
nada. El ganador se quedaba con todo. Todo lo que siempre había deseado dependía de
que su plan de batalla saliera bien. Lo malo era que todavía no tenía ninguno.
-Tiene sentimientos por ti más profundos de los que admite -le dijo Donna.
Ella se volvió lentamente y miró a la mujer que tenía al lado. Por mucho que quisiera
creer lo que le decía Donna, no tuvo más remedio que replicar:
-No, no los tiene. O mejor, no se los permite.
-No lo puede evitar. He visto cómo te miraba durante la cena.
Y Kate también lo había visto, volvió a ver el fuego en su mirada cuando lo pillaba
mirándola.
-Oh, me desea -admitió, pero se interrumpió inmediatamente pensando que, tal vez,
aquella no fuera una conversación apropiada.
Pero Donna se limitó a reír.
-¿Por qué no lo iba a hacer?

26
-Desear y amar son dos cosas distintas -dijo ella mirando de nuevo hacia afuera.
-Ya lo sé. Pero hay un brillo en sus ojos que no tiene nada que ver con la lujuria y todo
que ver con el amor.
Kate agitó la cabeza tristemente. No se iba a engañar a sí misma por mucho que la
tentara. Oh, le importaba a Thomas. Pero eso no era amor. Todavía no.
-Mira -le dijo Donna-. Yo sé que se culpa a sí mismo de que fallara su matrimonio con
mi madre. Pero la verdad es que los dos eran demasiado jóvenes. Sólo tenían diecisiete
años. No había manera de que pudieran hacer funcionar ese matrimonio. Ninguno de los
dos. Ni siquiera se conocían a sí mismos a esa edad... mucho menos al otro.
Eso era perfectamente razonable, pensó Kate. Las dos lo veían. Pero Thomas veía
sólo su fallo. Y le iba a resultar muy difícil hacerle ver otra cosa.
-Él te ama, Kate. Lo sé. Sólo que todavía no se ha dado cuenta de ello.
Kate deseó que eso fuera cierto. Pero tenía miedo de que la hija de Thomas, por muy
bienintencionada que fuera, estuviera demasiado atrapada en su propia felicidad que
viera amor allá donde no existía.
Lo que brillaba en los ojos de Thomas no era amor. Sólo honor.
Se iba a casar con ella por el niño. Era un hombre fuerte y honorable que iba a cumplir
con su deber. Amándolo tanto como lo amaba, le rompía el corazón ver que se había
transformado ahora en un deber para él.
Thomas deseaba su cuerpo. Y ella deseaba su amor.
¿Podría ella algún día hacerle ver que lo que sentía por ella era más que deseo? ¿O
los estaba sentenciando a los dos a un matrimonio solitario donde lo único que
compartieran de verdad fuera el amor por su hijo?
-Tú lo amas, ¿no? -le preguntó Donna.
-Que el cielo me ayude, lo amo -respondió Kate suavemente.

Capítulo Siete
Volvieron en silencio a la casa de Kate.
Ella trató de pensar algo que decir, pero no se le ocurría nada. Sobre todo porque no
se le ocurría una buena forma de preguntarle por qué no le había hablado del embarazo
de su hija. ¿Estaría tratando de excluirla de su familia? Si era así, ese matrimonio de
conveniencia estaba condenado desde el principio.
Se había prometido que de alguna manera se ganaría el amor de Thomas, ¿pero sería
ella capaz de hacerlo si él estaba decidido a mantener una distancia entre ellos, de tal
manera que ni siquiera le había hablado de su futuro nieto?
Cuando se fueron acercando a su casa, Kate pensó que la mejor manera de empezar
una campaña era un buen ataque. Ganar la batalla del amor no tenía por qué ser
diferente.
-¿Por qué no me habías contado que Donna también estaba embarazada? -le preguntó
de repente.
Él la miró como avergonzado.
-¿Thomas?
-¿Quieres la verdad?
Ella casi sonrió.
-Si no te importa...
-Esto no me va a resultar fácil de admitir. Yo... me olvidé...
Kate parpadeó. Aquello no era lo que se había esperado.
-Estás de broma...
-Ya me gustaría -dijo él.
Luego añadió rápidamente:
-Por favor, no se lo digas a Donna. Primero, le harías daño y luego me mataría. No la

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veo mucho ahora que está casada. Y cuando la veo... bueno, todavía no se le nota... No
sé, Kate. Sólo... se me olvidó. Entonces también... con lo que nos ha pasado a nosotros,
he estado un poco preocupado.
Ella sonrió levemente. Era cierto. Ambos habían tenido muchas cosas en que pensar
últimamente. Pero tenía la impresión de que había más en ese olvido de lo que le estaba
contando.
-¿Te resulta más fácil no pensar en ello? -le preguntó.
-¿Qué significa eso?
El semáforo en que se habían detenido se puso en verde y los coches a su alrededor
empezaron a moverse.
-Un abuelo de cuarenta y cinco años no es tan terrible.
Por su expresión, ella supo que había dado en el clavo.
-Pero me hace vigilar más de cerca por si me salen más canas.
-Yo siempre he pensado que un toque de gris en el cabello es algo muy distinguido -
dijo ella mirándole las canas que tenía en las sienes.
-¿Sí? -le preguntó él mirándola y sonriendo.
-Sí.
El conductor del coche de atrás hizo sonar el claxon y Tom arrancó.
-¿Sabes, Kate? Casándote conmigo, vas a ser abuela a la respetable edad de treinta y
dos años.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Kate. No había pensado en eso. Abuela y madre
en el espacio de unos pocos meses. Para una mujer que había vivido la mayor parte de
su vida sola, pensando en que no quería ni necesitaba a nadie, aquél era un pensamiento
difícil.
Llegaron delante de su casa y él detuvo la furgoneta, se soltó el cinturón de seguridad y
se volvió hacia ella con el brazo derecho sobre el respaldo del asiento.
-Así que, abuelita, ¿os habéis llevado bien Donna y tú? -le preguntó.
-Me ha caído muy bien.
-Muy bien.
Entonces Kate vio como se movían las cortinas de la casa de Evie. Evidentemente
había estado vigilando su vuelta.
-Debe pensar que necesito protección -dijo riendo.
-¿De mí?
Ella se estremeció cuando sintió el peso del brazo de Thomas sobre los hombros. No
había protección posible contra sus encantos. Ya había perdido esa pequeña guerra
hacía tres años.
-Kate -susurró él haciéndola acercarse-. Déjame pasar a tu casa. Sólo para tomar un
café...
-Thomas...
-Una taza rápida y me marcho.
Ella gimió cuando el deseo la recorrió. Abrió y cerró los puños y se le aceleraron la
respiración y el pulso.
-Ah, Kate -murmuró él-. Te deseo tanto que casi no puedo respirar.
-Thomas. No podemos hacer esto.
-¿Hmmm? -dijo él besándole en el cuello.
Ella se soltó y se volvió hacia la puerta.
-¿Kate?
Thomas fue a alcanzarla, pero ella evitó su mano.
-Ya te he dicho que no podemos hacer esto, Thomas.
Él se pasó una mano por la cabeza y se apoyó en el respaldo. La miró y suspiró.
-Vas en serio entonces con esto del celibato, ¿no?
-Esto tampoco me resulta fácil a mí. Pero hemos estado de acuerdo.

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-Ya lo sé.
Kate abrió la puerta y el frío nocturno entró en el coche, pero no logró enfriar su deseo.
-Thomas -dijo suavemente-. Me gustaría...
-Sí -la interrumpió él tomándola de la mano y apretándosela brevemente-, yo también.
Buenas noches, Kate.
Ella asintió, salió del coche y cerró la puerta. Mientras se acercaba a su puerta, sentía
la mirada de Thomas en la espalda. La intensidad de esa mirada hizo que le temblaran las
rodillas.
Tan pronto como estuvo segura en el interior, él arrancó y se marchó.

Dos semanas más tarde, Tom estaba firme delante del altar que habían montado en el
patio de su casa mientras el capellán de la base repetía los votos del matrimonio. Sentía
las miradas de sus subordinados clavadas en la espalda y trató de no agitarse. De
repente le parecía como si el cuello del uniforme le hubiera encogido varias tallas.
Tal vez el conocimiento de que él ya había hecho esas promesas anteriormente y
había fallado en mantenerlas era lo que lo tenía tan tenso. Pero también podía ser
simplemente por mirar a la mujer que tenía a su lado.
Era sorprendente lo tranquila que parecía Kate. Y lo hermosa que estaba.
Llevaba un vestido azul pálido hasta la rodilla. Su rubio cabello recogido a los lados y
adornado con flores a juego con las del ramo.
-¿Coronel? -dijo el capellán.
-¿Eh?
Se oyeron unas risas tras él.
-La respuesta adecuada -dijo el capellán-, es sí, quiero.
Magnífico. Empezaba bien.
Kate lo miró y él leyó la pregunta en sus ojos. Cielo santo. ¿De verdad que ella
pensaba que se iba a echar para atrás? ¿Allí?
Para borrar esa pregunta de la mente de cualquiera de los presentes, se disculpó en
voz suficientemente alta.
-Lo siento, capellán. Estaba momentáneamente distraído por la belleza de la novia.
Varias de las mujeres presentes suspiraron.
Kate bajó la mirada, pero él detectó el principio de una sonrisa.
-Una reacción completamente comprensible, coronel.
-¿Le importaría repetir la pregunta?
Mientras el capellán lo hacía, Tom se juró a sí mismo mantener cada uno de esos votos
y hacer todo lo que estuviera en su mano para que ese matrimonio funcionara. Ser un
amigo para Kate y un padre para su hijo.
En voz alta dijo solamente:
-Sí, quiero.
La veintena de asistentes aplaudieron.
-Yo os declaro marido y mujer -dijo el cura-. Puede besar a la novia, coronel.
La novia.
Ya era marido de nuevo. Y pronto volvería a ser padre.
Y esta vez, por Dios que lo iba a hacer bien.
Tom se volvió y miró a los ojos a Kate, la sonrió y se vio recompensado con otra
sonrisa por parte de ella.
-¿Y bien, coronel? -dijo el capellán-. ¿La va a besar o también en esto hay que pedir
apoyo aéreo?
La gente se rió, Tom sonrió y dijo:
-Gracias, padre, creo que esto lo puedo hacer solo.
Inclinó la cabeza hacia ella y le agradó que Kate se pusiera de puntillas. Había echado

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mucho de menos abrazarla y besarla. Le parecía como si hubieran pasado años desde la
última vez que hicieron el amor.
Tom pretendió darle un beso casto y breve, pero algo sucedió cuando sus labios se
unieron. La sangre le corrió por las venas a toda velocidad, se le nubló la cabeza y un
ansia profunda se apoderó de él.
Los invitados, el cura, todo desapareció de repente. Su mundo se limitó a ellos dos.
Ella gimió y entreabrió los labios para él, con lo que Tom invadió su boca y, en silencio,
le exigió más. ¿Cómo había podido pasar esas dos semanas sin saborear sus labios?
¿Cómo había podido sobrevivir al vacío de no poder abrazarla, sentirla apretada contra su
cuerpo?
Eso del celibato impuesto por ella lo iba a matar.
Al pensar eso, la besó más profundamente aún. Ella le pasó los brazos por el cuello y
se colgó de él con la misma desesperación que lo consumía a él. Sintió su necesidad. El
deseo. Tom tuvo la esperanza de que esa noche ella se dejara de tonterías y acabaran
con esa especie de voto de castidad.
No se dieron cuenta de los gritos, de los aplausos y demás, perdidos como estaban el
uno en el otro.

-Ha sido una boda preciosa, querida -le dijo Evie a Kate y la besó en la mejilla.
-Gracias por venir, Evie -le dijo ella en serio.
No tenía familia y su mejor amiga estaba ahora destinada en Okinawa. Todos los
invitados a la boda eran por parte de Thomas, menos Evie Bozeman.
Genio y figura, la mujer iba vestida con una falda verde lima hasta la rodilla y un jersey
amarillo limón. Y zapatillas.
-Ese novio tuyo estaba como para comérselo -dijo Evie mirando a Thomas entre los
invitados-. Los uniformes me afectan mucho. Siempre lo han hecho...
Se interrumpió y se ruborizó furiosamente antes de añadir:
-Bueno, menos los casados, naturalmente.
-Naturalmente -respondió Kate sin poder evitar sonreír.
-¿Te vas a mudar del apartamento ahora?
-Sí, esta semana.
-Te echaré de menos, niña.
-Puedes venir a visitarme -le dijo Kate esperando que lo hiciera.
-¿Al cuartel? Buena idea...
Su sonrisa y el brillo de sus ojos hubiera preocupado a Thomas.
La música empezó a sonar en el equipo que alguien había sacado fuera.
Kate miró a su marido... Su marido.
Él se estaba dirigiendo hacia ella, abriéndose camino decididamente entre la gente. Se
le hizo un nudo en el estómago y se le aceleró el pulso. ¿Siempre causaría él ese efecto
en ella? ¿Al cabo de veinte años seguiría mirándolo a los ojos y sintiendo cómo sus
entrañas se encendían?
-Bueno -dijo Evie-. Parece como que has conseguido una pareja de baile. Creo que yo
me voy a buscar otra.
Y se marchó. A Kate le pareció ver un destello de alivio en la mirada de Thomas
cuando se detuvo junto a ella.
-Creo que el primer baile es nuestro -le dijo él.
-No bailo muy bien, ¿recuerdas?
Mientras lo decía, no pudo dejar de repetirse que era una estúpida. Era ella la que
había impuesto esa regla del celibato. Era ella la que estaba tratando de que encontraran
algo más que sexo en su relación. ¿Y qué era lo que hacía? Recordarle la última vez que
habían bailado juntos.

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De repente recordó esa noche. Velas. Docenas de ellas en la habitación del hotel de
Tokio. La música y ellos dos bailando lentamente bajo la ducha.
Hasta que ella se resbaló, se agarró a él y acabaron en el suelo de la bañera, con lo
que resultaron algunos momentos muy interesantes.
-Oh, lo recuerdo -dijo él suavemente-, pero el suelo no está mojado ahora- ¿Nos
arriesgamos?
Kate pensó que no tenía esperanza. Una sola mirada a esos ojos y estaba perdida.
Una mirada a ese hoyuelo y lo estaba más todavía. Un toque de su mano y se
transformaba en una bola de fuego lista para explotar.
El recuerdo de su beso en el altar se formó en su mente.
De repente, eso del celibato le pareció una muy mala idea.
La música seguía sonando y Thomas la esperaba.
No le prestó atención a la gente que los observaba. La verdad era que no debían estar
allí. Lo miró a los ojos y fue como si estuvieran completamente solos. Puso su mano en la
de él y empezaron a bailar lentamente.
Tropezó una vez, pero él la sujetó firmemente. Kate supo que así sería siempre. Él
siempre estaría allí para apoyarla. Firme como una roca.
Él se tenía por un mal marido. Pero cuando se casó por primera vez era un niño. No
era de sorprender que no hubieran podido seguir juntos la madre de Donna y él.
Estaba segura de que esta vez sería diferente, aunque él no lo estuviera. Nada
impediría que él cumpliera su deber como esposo y padre. Lo miró a los ojos y se dio
cuenta de que, de ese momento en adelante, él le daría todo lo que pudiera. Todo menos
su amor.
Eso le produjo un evidente dolor de corazón.
¿Y si se pasaba el resto de su vida siendo un objeto del deber? ¿Y si no era capaz de
convencerlo nunca de que el amor no era de temer? ¿Y si nunca dejaban de ser más que
desconocidos íntimos?
Mientras seguía pensando en eso, la música terminó.

Capítulo Ocho
-Relájate y disfruta, papá -le dijo Donna a Tom mientras bailaban.
-Estoy relajado -respondió él buscando a su novia con la mirada por entre la gente.
Parecía como si todos los invitados masculinos se hubieran puesto a la cola para bailar
con Kate.
-Sí, claro -se rió Donna-. Se supone que no tienes que estar atento cuando bailas,
¿sabes?
Tom suspiró, dejó de buscar a Kate y sonrió a su hija.
-De acuerdo, no estoy relajado. ¿Qué novio lo está?
-La mayoría, por lo que tengo entendido, están nerviosos antes de la boda, no
después.
-Yo soy un hombre del Renacimiento, hago las dos cosas.
Donna lo miró por un momento y a Tom le dio la impresión de que estaba viendo
demasiado. Cosa que quedó demostrada cuando ella le dijo:
-Ella es realmente encantadora, papá. Si te lo permitieras, podrías ser incluso... feliz.
-Donna...
-Papá, ya sé lo que me vas a decir.
-¿De verdad?
-Me vas a decir que no se te da bien el matrimonio y que tienes miedo de estropear
éste.
La miró con el ceño fruncido, tratando de hacer como si no hubiera estado tan
acertada.

31
-Los marines no tienen miedo, chica. Deberías saberlo.
-¿Ah, sí? -dijo su hija riendo y miró a su esposo, que no le había quitado la vista de
encima en todo el día-. Te olvidas de que estoy casada con un chico duro. Y deja que te
diga que tiene mucho miedo de ser padre.
-Dile que se relaje. Sólo le resultará duro si tiene una hija y le sale una sabelotodo.
-Una sabelotodo que tiene razón, si no te importa.
Tom agitó la cabeza, no iba a admitir lo acertada que estaba su hija. ¿Qué les pasaba
a las mujeres? ¿Cómo se las arreglaban para llegar así al corazón de las cosas?
Terminó la música y Tom la soltó, pero antes de apartarse, ella se inclinó hacia él, lo
miró a los ojos y le susurró:
-¿No eras tú el hombre que me decía que no importaba cómo empezaba el
matrimonio? ¿Que sólo se podía transformar en lo que yo quisiera si me lo trabajaba?
Maldición. No había nada más duro que la hija de uno usara sus propias palabras en su
contra.
-Eso era diferente, querida.
-¿Por qué? ¿Porque era yo y no tú?
-Donna...
Empezó a sonar otra pieza y él se apartó un poco. Lo que no necesitaba ahora para
nada era una regañina de su hija.
Pero ella le impidió la retirada poniéndole una mano en el brazo.
-Papá, lo único que te digo es que ahora tienes una gran oportunidad. Una posibilidad
de ser feliz. No la estropees porque tienes miedo de fallar.
Antes de que él pudiera responder nada, Jack se acercó y le pidió el próximo baile.
Tom nunca se había alegrado tanto de ver al sargento primero. Por mucho que amara a
su hija, no estaba dispuesto a oír más consejos matrimoniales por su parte.
Sonriendo y saludando a los invitados, se acercó al barreño de la sangría, se frotó el
cuello con una mano y trató de no pensar en todo lo que Donna le había dicho.
Ella lo hacía por su bien, pero no tenía la menor idea de lo que estaba sintiendo él. De
lo que estaba pensando. No sabía nada de esa regla de celibato impuesta por Kate... una
receta muy cuestionable para un matrimonio feliz. Todavía no sabía nada del niño... ¿O
sí?
Lo cierto era que Donna y Kate pasaban mucho tiempo juntas últimamente.
Se hizo sitio entre un sargento y un capitán, los saludó a los dos y luego se concentró
en la sangría. Se sirvió una taza y se volvió buscando de nuevo a Kate entre la gente. La
vio por fin en los brazos de un teniente novato.
Se sintió instantáneamente aliviado y feliz por verla.
Se dijo a sí mismo que, tal vez, Donna tenía razón. Tal vez con un poco de esfuerzo, su
brillante nuevo mundo no se caería en pedazos a su alrededor.
La casa estaba demasiado tranquila.
Kate se acercó a la ventana del salón, luego se volvió y recorrió el gran salón con la
mirada. Ya estaba todo limpio después de la pequeña recepción.
De ella sólo recordaba los colores y el ruido. Su recuerdo más importante era de
Thomas.
Miró su mano izquierda y se quedó un momento con la vista fija en el anillo.
Ya era oficial, estaba casada con el hombre al que amaba. Ya no podía echarse atrás.
Ni tampoco quería hacerlo. Pero daría cualquier cosa por estar yéndose de luna de miel.
En vez de eso, iba a deshacer las maletas en una de las habitaciones de huéspedes de
esa gran casa.
Donde iba a pasar sola su noche de bodas.
Sola.
-¿Kate?
Thomas entró en el salón con la chaqueta de uniforme desabrochada y las manos en

32
los bolsillos. Parecía relajado y tranquilo.
-¿Tienes hambre? -le preguntó él-. Hay montones de comida de sobras en la nevera.
El estómago se le agitó al pensar en la comida.
-No, gracias. ¿Y tú?
Él agitó la cabeza y se acercó a ella.
-Ha sido una bonita boda, ¿no crees?
Casi le dijo que perfecta.
-Preciosa.
-Ha sido una suerte que Donna y Jack nos ayudaran.
-Sí. Lo ha sido.
Kate y Donna ya se habían hecho buenas amigas. Y saber que la hija de su marido
estaba de su lado la ayudaba mucho.
-Estabas preciosa -susurró él.
Eso era por el vestido y lo mucho que había costado. Se podía haber casado de
uniforme. Después de todo, no había sido una boda muy formal. Pero había preferido algo
puramente femenino. Algo bonito.
Algo que le diera confianza en ese enorme paso que estaba dando.
Él levantó una mano y le apartó un mechón de cabello, colocándoselo detrás de la
oreja. Kate se estremeció y se dijo a sí misma que no lo podía evitar. Era solamente una
reacción. Como acercar una cerilla a una llama. El fuego a la pólvora. Thomas la tocaba y
ella temblaba.
Él dejó caer la mano, luego miró hacia el patio y le dijo:
-Será mejor que apaguemos algunas de esas velas, ¿no?
Kate lo siguió al exterior.
Apenas habían dado unos pasos cuando su marido se detuvo en seco y se volvió de
nuevo hacia la casa.
-Espera un momento -le dijo Thomas-. Hay algo que debemos hacer. Ahora vuelvo.
Confusa, Kate se acercó a la mesa más cercana y apagó la vela. Entonces empezó a
sonar en alguna parte una música suave. Apretó el ramo de flores que aún llevaba en la
mano y se volvió. Vio que Thomas se dirigía de nuevo hacia ella con una botella de
champán en una mano y dos copas largas de cristal en la otra.
Cielos. Evie tenía razón. Estaba como para comérselo. Y, a causa de sus propias
reglas, ni siquiera lo iba a probar. Eso fue suficiente como para que se arrepintiera. Lo
que ella quería ahora, más que nada, era estar entre sus brazos. Sentir la magia que
creaban cada vez que estaban juntos. Tratar de hacer como si la lujuria que él sentía por
ella era realmente amor.
Maldita sea, ése era el día de su boda. Y no iba a tener una noche de bodas. El hecho
de que eso fuera a ser enteramente por su culpa carecía de importancia en ese momento.
-Creo que nos merecemos un brindis, Kate -dijo él dejando las dos copas sobre una de
las mesas aún iluminadas.
-Tal vez no -respondió ella a pesar de que no había nada que deseara más que brindar
con su esposo en su boda-. El niño...
-Media copa no le hará daño -afirmó él sirviendo dos.
Ella asintió y aceptó la que él le ofrecía. Luego levantaron las copas y él dijo:
-Por nosotros. Y por el niño. Tal vez todos seamos felices.
Ella apenas lo probó y lo dejó sobre la mesa. En los ojos le brillaba una profunda
tristeza que le llegó al corazón a Tom.
Maldita sea, él había querido que todo fuera bien para ella. Ése era su primer... y con
suerte, su único matrimonio. Su primer día como recién casada y se merecía ser feliz. Era
cierto que no le podía prometer mucho, pero por lo menos le podía dar ese día. Y tal vez,
con un poco de suerte, esa noche.
-Kate...

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-Thomas... -lo interrumpió ella rápidamente-. Es tarde. Los dos estamos cansados.
¿Por qué no nos vamos a la cama?
Esas pocas palabras desataron un auténtico infierno en el interior de él. La miró larga y
fijamente, esperando que ella viera en sus ojos lo que estaba sintiendo.
Los segundos pasaron. Ella se humedeció los secos labios con la lengua y algo se le
tensó a él en la boca del estómago.
-Quiero decir... Bueno, ya sabes lo que quiero decir -añadió ella.
Sí que lo sabía. Pero en ese momento no quería pensar en meterse en su cama
solitaria y quedarse despierto en la oscuridad, con ella tan cerca.
No, quería abrazarla, sentir su piel bajo las manos, mirar a sus ojos llenos de pasión y
sentir el poder de la magia que existía entre ellos. Quería enterrarse en su calor y sentir la
sedosa fuerza de sus brazos rodeándolo.
Pero si no podía tener eso, entonces no se apresuraría a que esa noche terminara tan
pronto.
-Baila conmigo, Kate.
Ella tomó aire y retrocedió medio paso, pero chocó con otra mesa. Agitó la cabeza y le
dijo:
-No, Thomas.
-Un baile, Kate -insistió él extendiendo los brazos y rodeándola con ellos antes de que
pudiera volverse a negar-. Es sólo un baile.
Era mucho más que eso, pensó ella. Eran dos cuerpos rozándose. Era necesidad y
deseo. Lo era todo menos amor, maldita sea.
Y aún así no pudo apartarse.
Mientras bailaban, Kate lo miró a los ojos y se permitió creer que sólo por ese momento
especial, el brillo de sus ojos era de amor.
El pulso se le volvió a acelerar, como siempre, y la sangre le hirvió con ese fuego que
sólo él podía encender. Atrapada por el deseo que veía en sus ojos, su voluntad empezó
a debilitarse.
Y, lo cierto era que tampoco tenía muchas ganas de resistirse.
Sorprendentemente, fue darse cuenta de eso lo que le dio el valor necesario como para
apartarse de él. Aquello era un error. No se podía arriesgar a estar tan cerca de él y
esperar no caer entre sus brazos. Lo miró y susurró:
-No hagas esto, Thomas.
-Kate. Quiero hacer el amor contigo. Y tú quieres lo mismo. Lo puedo ver en tus ojos.
-Por supuesto que sí -dijo ella extendiendo una mano para mantenerlo a distancia-.
Pero también quiero que tengamos un buen matrimonio.
-Y yo -respondió él metiéndose las manos en los bolsillos para no volverla a tocar.
-Hemos decidido que un matrimonio tiene que estar basado en algo más que en el
sexo, Thomas.
-Pero el sexo no hace daño.
-Pero no es suficiente. Yo quiero más... Para los dos. Para los tres. ¿Tú no?
Él se sacó una mano del bolsillo y se la pasó por la cabeza.
-Naturalmente, pero...
-Entonces intentémoslo a mi manera, ¿de acuerdo? Por lo menos durante un tiempo.
-¿Cuánto tiempo?
Todo en las entrañas de Kate la estaba obligando a mirar su reloj y decirle que ya
había pasado el tiempo suficiente y que era hora de irse a la cama, pero en vez de eso, le
dijo:
-No lo sé, Thomas. Pero tenemos que intentarlo.
Él tomó aire y lo soltó con fuerza. Se quedó mirando el cielo nocturno por un momento
y luego la volvió a mirar a ella.
-De acuerdo entonces. Lo haremos a tu manera.

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Ella se adelantó instintivamente y le puso una mano en el brazo. Él volvió a tomar aire
como si se ahogara. Entonces ella apartó la mano y le dijo:
-Gracias, Thomas.
Luego, antes de que se fuera a arrepentir, Kate se volvió y empezó a andar hacia la
casa.
-¿Kate?
Se detuvo en seco, esperando que él no la volviera a tentar. Lo miró por encima del
hombro y dijo:
-¿Sí?
-La tuya es la habitación al otro lado del pasillo del dormitorio principal. Tus maletas ya
están allí.
Al otro lado del pasillo. A sólo unos pasos del hombre con quien más ansiaba estar. Y
en ese momento no estuvo segura de para cuál de los dos iba a ser más duro eso del
celibato.
¿Para Thomas o para ella?

Capítulo Nueve

Tom se despertó lentamente, sintiéndose tan cansado como se había acostado. No había
parado de soñar con Kate, como cada noche. Imágenes tentadoras de ella en la cama,
entre sus brazos. Imágenes tan reales que alimentaban un ansia que no podía ser
calmada, pero se levantaba cada mañana con los brazos vacíos y el corazón pesado.
Salió de la cama y se dirigió al cuarto de baño, se metió bajo la ducha y abrió el grifo
del agua fría, como cada mañana. Eso le ayudaba a controlar su cuerpo y a despertarse.
No estaría bien que el coronel del regimiento se quedara dormido sobre la mesa del
despacho.
Una vez vestido, salió del dormitorio y gimió cuando le llegó el olor inconfundible a
huevos quemados. Se dirigió a la cocina. En tres semanas de matrimonio había
consumido carbón suficiente como para llenar una docena de barbacoas.
Entre la falta de sueño y la cocina de su esposa, estaba en una forma lamentable.
No estaba seguro de lo que Kate estaba tratando de demostrar, pero cada vez que él
se había ofrecido a hacer la comida, ella lo había echado de la cocina. Se abotonó la
camisa de camuflaje y se preparó para el sacrificio mañanero de desayunar.
Tres semanas casado ya tenía que admitir que Kate había tenido razón. No se
conocían bien en absoluto. Por ejemplo, nunca se habría imaginado que bajo esa
superficie ambiciosa y orientada a su trabajo, latía el corazón de un ama de casa
frustrada. No era que eso le importara. Deseaba que Kate fuera feliz. Aunque eso
significara aguantar esos pequeños sacrificios. Sólo le sorprendía, eso era todo.
Eso sí, estaba un poco preocupado por la buena salud de su estómago. Se frotó el
vientre y se dio cuenta de que la única vez que había comido decentemente en las últimas
tres semanas fue cuando estuvo de guardia. Y eso era algo.
En sus años de vida de soltero, Tom se había hecho un muy buen cocinero. Si Kate se
pudiera relajar un poco, él aceptaría gustoso hacerse cargo de la cocina. Pero ella se lo
había tomado como si la cocina fuera suya, a pesar del hecho de que cocinaba fatal.
Si no fuera por los congelados, las comidas preparadas y las hamburguesas de comida
rápida, seguramente ella habría muerto de inanición hacía años.
Cuando se acercó a la puerta de la cocina, se paró para escuchar y sonrió. Como
siempre, su esposa estaba maldiciendo en todos los idiomas por su propia ineptitud.
Ésa era la Kate que él conocía.
Cabezota, decidida. Una mujer que no sabía cuándo rendirse. Ésa era su Kate.
Desafortunadamente para su estómago, parecía decidida a comprender los intríngulis de
los libros de cocina.

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Abrió la puerta y entró en lo que parecía una zona de guerra. Incluyendo el humo
negro.
Kate, con un delantal blanco sobre el uniforme, estaba de pie al lado del cubo de
basura, tirando en él unas cosas redondas, muy negras y quemadas.
Dio gracias en silencio por haberse librado de aquello.
-¿Qué es eso? -preguntó casi temiendo oír la respuesta.
Ella lo miró como retándolo a que hiciera algún comentario, si se atrevía.
-Panqueques de moras.
Tom levantó las cejas y apoyó un hombro contra el quicio de la puerta. La miró y se dijo
a sí mismo que era sólo su imaginación, pero parecía estar más hermosa cada día.
Incluso de uniforme.
Pero entonces se tensó y la miró pensativamente.
-¿Kate? ¿Estás llorando?
Ella se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano, agitó la cabeza y le dio la espalda.
-Por supuesto que no estoy llorando. Sería estúpido llorar por unos panqueques
arruinados.
-¿Entonces qué pasa? -le preguntó él sin hacer caso del humo que salía de los huevos
quemados.
Ella se rió secamente.
-¿Que qué pasa? ¿Estás ciego? ¡Mira este lugar!
Ya lo había hecho, pero no le pareció diferente a cualquier otra mañana de esas tres
semanas.
-Ya se limpiará, Kate. ¿Qué es lo que realmente te está afectando?
Ella se quitó el delantal y lo tiró sobre la mesa. Aterrizó a medias sobre un tarro de
mantequilla.
-Esto. El trabajo. El niño. Tú...
-¿Yo? ¿Y qué he hecho yo?
Además de tragarse las comidas que ella trataba de hacerle.
-Te has comido todo lo que he hecho sin una palabra de queja. Por muy increíble que
fuera la cosa. Por muy quemada que estuviera. Por muy negra. Te lo has tragado todo y
me has dado las gracias educadamente.
¿Y ella se creía que había sido fácil?
Completamente confuso ahora, contuvo la irritación y le dijo:
-Muy bien, mayor, prepare el pelotón de ejecución.
Ella lo miró.
-¿Es que no lo ves?
-No, Kate, no lo veo. Explícamelo.
Eso le iba a resultar difícil, por que no lo tenía muy claro ella misma. Llevaba tres
semanas intentando hacer lo imposible para impresionarlo con sus habilidades como
esposa.
Y lo único que había conseguido había sido una serie de desastres culinarios que él se
había comido sin rechistar.
También se ponía las camisas que ella le planchaba... mal. Había arreglado la
aspiradora que ella había estropeado... Y todo sin decir ni una palabra.
¿Es que Tom no se daba cuenta de lo que estaba haciendo ella? ¿No veía que estaba
tratando de demostrarle lo bueno que era estar casados? Parecía no darse cuenta de los
desastres que la perseguían.
¿Es que no le importaban?
-Thomas. Durante tres semanas me he estado matando aquí y, por ti, podría haberme
quedado sentada comiendo bombones.
-¿Qué?
-Es como si no estuvieras. ¿Es que no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor?

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¿Estás tan aparte de este matrimonio que nada te interesa?
-¿Qué significa eso? ¿Es que no he estado aquí cada día? ¿Es que no he tratado de
ayudar, pero tú no me has dejado?
-No quería tu ayuda. Quería hacerlo por mí misma.
-Kate...
-No. Debes ser capaz de ver que esto no se me da bien, pero aún así, no has dicho
nada. ¿Es que no te importa nada?
-Por supuesto que no me importa -exclamó él.
Bueno, pensó ella, ya tenía su respuesta. ¿Es que su madre no le había dicho siempre
que no preguntara si no le iba a gustar la respuesta?
-Muy bien, si me disculpas...
Trató de pasar a su lado, pero Thomas le agarró el brazo.
-¿Por qué me iba a importar si sabes cocinar o no?
-Soy tu esposa. ¿No debería eso, por lo menos, interesarte?
-No me casé contigo para conseguir una cocinera.
-Por suerte para ti.
-Kate, me estás entendiendo mal.
-Al contrario. Creo que te entiendo perfectamente. No te importa nada. ¿Ves? Lo he
entendido.
-Kate... -le dijo él pacientemente-. He tratado de ayudarte con la cocina desde el
principio. Has sido tú la que no me lo ha permitido.
Era cierto. Pero había tratado tan desesperadamente de probarle lo buena que podía
ser la vida de casado que lo había querido hacer todo sola. Demasiado para su primer
plan de batalla.
-Quería hacer esto bien -dijo ella casi gimiendo, para su vergüenza-. Maldita sea,
siempre fui la más decidida de mi unidad. Pensé que podía freír un huevo sin hacer saltar
la alarma de humos.
-Eso me recuerda... ¿por qué no han saltado ésta vez? -le preguntó él mirando a los
carbonizados huevos.
Ésta vez, pensó ella.
-Porque la he desconectado, por eso. Sólo hay una cosa peor que un fallo y es que lo
anuncien con trompetas y timbales.
Él no pudo evitar reírse.
A Kate se le escapó una lágrima y, antes de que pudiera enjugársela, Thomas lo hizo
por ella.
-Pensé que estabas haciendo todo esto porque te gustaba -le dijo él abarcando la
cocina con un gesto.
Kate se rió. ¿Gustarle? ¿A ella, la mujer que se había pasado toda su vida de adulta
llevando comida hecha a casa y yendo a las lavanderías? ¿A la mujer que lo primero que
hacía cuando le asignaban un nuevo destino era encontrar a una asistenta por horas? No,
Kate odiaba el trabajo de la casa. Siempre lo había odiado. Sobre todo porque se le daba
muy mal. Pero había querido impresionarlo con sus habilidades.
¿Cómo lo hacían las demás mujeres? ¿Cómo se las arreglaban para trabajar, criar a
sus hijos y mantener en buen estado su casa? ¿Y por qué no lo podía hacer ella también?
-Lo odio -admitió-. Oh, Thomas, soy patética.
Él se volvió a reír y la abrazó.
-No, no lo eres. Eres buena en otras cosas, eso es todo. No hay que avergonzarse de
ello.
Tal vez no, pero le resultaba difícil ver como le fallaba el plan.
Pero se sentía bien entre sus brazos. Oír su corazón. Sentir su calor y su fuerza. Lo
había echado mucho de menos.
Dormir tan cerca y tan lejos de él era una tortura. Todas las noches se quedaba

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despierta en la oscuridad, oyéndolo moverse por su habitación. Podía oír cuando se
acostaba y deseaba estar con él. Unirse a él en esa gran cama y hacerla crujir durante
toda la noche.
Pero no. Tenía que insistir en eso del celibato.
Otra brillante maniobra.
-¿Kate? -dijo él acariciándole la espalda -. Te deseo, querida. Te deseo tanto que no
puedo pensar en otra cosa.
Aquello fue música para sus oídos. Pero sería mucho más dulce si hubiera usado la
palabra amor.
-Thomas, yo también te deseo a ti -dijo-. Realmente echo de menos estar contigo.
Él sonrió y se le volvió a formar el famoso hoyuelo en la mejilla.
-Entonces, ¿a qué estamos esperando?
¿Cómo podría decirle que ella estaba esperando a oírle decir que la amaba? En el
momento en que esas palabras le salieran de la boca, él empezaría de nuevo con eso de
que el matrimonio se le daba muy mal y demás.
-Sólo un poco más -dijo-. Ya sé que es duro, pero creo que es importante para nosotros
pasar el principio dé nuestro matrimonio conociéndonos como gente, no como amantes.
-Me estás matando con esto, querida.
-Por favor, Thomas, es importante.
Él asintió.
-De acuerdo, Kate. Si es importante para ti, entonces lo es también para mí.
A Kate le resultaba difícil saber si lo que estaba haciendo estaba bien o no, ya que el
instinto le decía que no. Pero un momento más tarde sucedió algo que la hizo pensar que
iba por el buen camino.
Tragó saliva y se llevó las dos manos al vientre.
Thomas casi gritó.
-¿Qué es eso? ¿Qué pasa? ¿Es el niño?
La agarró de la mano y la hizo sentarse en la silla más cercana, se arrodilló a su lado y
la miró a los ojos.
-¿Te duele? ¿Está bien el niño? ¿Estás bien tú?
-Sí -susurró ella-. Estamos bien, Thomas. No he querido asustarte. Es sólo que me he
sentido tan... rara.
-¿De qué manera? ¿Te duele? ¿Qué...? ¿Llamo al médico? Por cierto, ¿quién es tu
médico?
-Thomas -dijo ella agarrándole la mano-. Estoy bien. El niño está bien.
-¿Entonces qué pasa?
Ella esperó conteniendo la respiración a que volviera a suceder, pero no fue así.
-Se ha movido, Thomas.
-¿Cómo que se ha movido?
-¡El niño! -susurró ella casi reverentemente-. Nuestro hijo se ha movido.
Él le puso la mano en el vientre.
-Demonios, Kate, me has dado un susto de muerte.
Ella se rió.
-Lo siento, pero me ha pillado desprevenida. No tenía ni idea de lo que esperarme. Ni
de cuando esperarlo.
-Llevas ya unos cuatro meses y medio, ¿no?
-Sí.
-Entonces, por lo que recuerdo, el niño es puntual -dijo Tom sonriendo.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Se está moviendo dentro de mí, Thomas. Es una persona real y viva que se mueve en
mi interior.
-Ya lo sé, querida -susurró él apoyándole la barbilla sobre la cabeza mientras le seguía

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acariciando el vientre.
-Es un milagro, Thomas. Nuestro propio y pequeño milagro.
De repente, su hijo fue tremendamente real para ella. Una persona viva que
dependería de ella y de Thomas para todo.
Y, en ese momento, se juró a sí misma hacer lo que fuera necesario para ganar esa
batalla del amor en la que estaba metida. Sería dura, pero ganar merecería la pena.

Capítulo Diez

Esa tarde, Thomas miró a Kate, sentada delante de él en un sillón, y se alegró, no por
primera vez, de tenerla allí. Luego recorrió el salón con la mirada, notando los sutiles
cambios que ella había hecho en su casa en tres semanas.
Había flores y cojines de colores, alegrando la habitación.
Pocas y pequeñas cosas, pero juntas le daban más calor de hogar a la casa.
Hasta su matrimonio no se había dado cuenta de lo silenciosa que había sido su casa.
Ponía la televisión en cuanto entraba, más por el ruido que hacía que por otra cosa.
Siempre que sonaba el teléfono en vez de tomárselo como una invasión de su tiempo
libre, lo agradecía.
Pero ahora raramente ponían la televisión en vez de eso, Kate y él charlaban, de su
pasado, de trabajo, de sus esperanzas para el futuro... Y por mucho que odiara admitirlo,
Tom tenía que darle la razón. Si se hubieran estado acostando juntos, haciendo el amor
cada noche, como seguía ansiando hacerlo, probablemente no habrían tenido tanto
tiempo para hablar.
Aún así, pensó mientras la volvía a mirar, daría cualquier cosa por poder acercarse a
ella y abrazarla. Esos días, la única vez que estaba solo era por la noche, cuando se
despertaba e, instintivamente, extendía un brazo para tocarla.
Y no paraba de soñar con ella. Tocándola, besándola, amándola. Se pasaba los días y
noches atormentado por las imágenes de Kate y él abrazados y desnudos en la cama.
Ella suspiró pesadamente y Tom apartó de su mente esas imágenes.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-¿Hmmm? Sí, Thomas. Estoy bien. Sólo estaba pensando.
Al parecer eso se hacía muy a menudo en esa casa. Si seguían así hasta lo harían por
costumbre. Tom se preguntó si ella también tendría fantasías sobre él. Eso esperaba.
-Al parecer no son pensamientos felices.
Ella cerró el libro que tenía en el regazo y lo dejó sobre la mesa.
-Más bien confusos. Thomas, ¿te he hablado alguna vez de mi madre?
-No -dijo él al tiempo que se levantaba, se acercaba a ella y luego se sentaba a su
lado.
Kate agitó la cabeza y se rió.
-Fue madre soltera. Creo que ya te lo había dicho.
Él asintió.
-Bueno. No se le daba muy bien hacerse cargo de sus responsabilidades. Le dedicaba
casi toda su energía al trabajo y yo quedaba casi al margen. Aunque no estoy diciendo
que fuera una mala madre, ya me entiendes.
Él volvió a sentir, no muy seguro de lo que le estaba diciendo ella.
-Es sólo que, tal vez algunas mujeres no sean muy maternales -continuó ella-. Tal vez
no sea nuestra culpa. A lo mejor nos falta algún gen o algo parecido.
-¿Nuestra culpa? -le preguntó él rápidamente.
-Me parezco a ella de muchas maneras no precisamente buenas. ¿Y si tampoco soy
buena como madre? ¿Y si no sé cómo hacerlo? Ésta es una persona nueva, Thomas, una
hoja en blanco. Éste niño puede ser alguien o hacer algo en el mundo. Es cosa mía
asegurarme de que tiene el mejor comienzo posible en la vida. Ver que se sienta amado,

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seguro. Es cosa mía darle la clase de vida que se merece. ¿Y si fallo? Mi madre lo
intentó. Lo intentó de verdad. Pero no se le daba nada bien ser madre.
Él sabía que estaba en serio. Sus dudas y miedos se le notaban en la voz. Y él los
conocía como nadie.
Cálida, generosa y tolerante, ella era la clase de mujer que cualquier niño debería tener
por madre. Durante las pasadas tres semanas había hecho un hogar de esa casa, había
hecho su trabajo en el cuartel con facilidad e, incluso, había tratado de transformarse en
un chef porque pensaba que eso le gustaría a él.
Kate Jennings era incluso demasiado generosa.
Pero él sabía más que nadie como los viejos recuerdos podían afectar al futuro. ¿No
era él quien se negaba a amar de nuevo porque había arruinado su primer matrimonio?
Se rindió a la necesidad de tocarla y la abrazó. Ella le apoyó la cabeza en el pecho,
rodeándole la cintura con los brazos. Sentirla así alimentó el deseo que nunca parecía
abandonarlo. Y, sin embargo, lo contuvo para ceder a la necesidad más imperiosa de
animarla.
-Lo primero es que no estás sola para cuidar de este niño -le dijo él-. Es cosa de los
dos. Y lo segundo es que creo que tu madre hizo un gran trabajo criándote.
-Oh, sí, magnífico. Mírame. Soy un desastre.
Él sonrió y le apoyó la barbilla en la cabeza.
-Eres una mujer inteligente, Kate. Sabes que no te puedes juzgar a ti misma basándote
en los fallos o éxitos de otra persona.
-Aprendemos de nuestros padres, Thomas. Aprendemos a ser padres. Si no tenemos
buenos profesores, ¿cómo podemos ser buenos alumnos?
-En el cuartel tú haces bien tu trabajo, o mejor que cualquier otro marine masculino lo
haría.
-¿Y?
-No he terminado.
-Lo siento.
-En tres semanas has transformado esta casa en un hogar. Y, gracias a tu forma de
cocinar, yo he perdido cuatro kilos.
Ella se rió.
-Perfecto. Nuestro hijo pesará quince kilos cuando se gradúe en el instituto porque su
madre no sabe cocinar.
-Pero su padre sí que sabe.
-Gracias al cielo por estos pequeños favores -dijo ella agitando la cabeza-. Eso está
muy bien, Thomas, pero estamos hablando de ser madre, no de alimentación.
-También tienes el corazón más grande que he visto en mi vida.
-Thomas...
-Tu madre lo tuvo difícil, querida. Estaba sola y lo hizo lo mejor que pudo. Nosotros nos
tenemos el uno al otro, lo mismo que el niño.
-¿Será suficiente?
-Por supuesto.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
Él se alegró de que ella pensara así. Eso significaba que estaba logrando ocultar sus
propios miedos e inseguridades. ¿Es que no seguía despertándose por las noches
teniendo pesadillas sobre fallarle a ella y al niño? Saber que también ella estaba llena de
dudas, le ayudaba a poner las suyas en perspectiva. No podía permitirse ser inseguro
cuando Kate lo necesitaba.
-Porque, Kate, si lo hacemos la mitad de bien con nuestro hijo de lo que tu madre hizo
contigo, vamos a tener un gran hijo entre las manos.
-¿Y desde cuándo te has llenado tanto de confianza? -le preguntó ella.
-No es confianza, querida. Es decisión.

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-¿Y eso?
-Decisión de hacerlo bien esta vez -dijo él apretándola más-. Apenas vi a Donna
cuando estaba creciendo. Se vino a vivir conmigo cuando tenía trece años y ya era una
persona hecha y derecha.
-Y es una chica magnífica.
-Sí, lo es. Aunque eso es más por su madre que por mí.
-Thomas... -dijo ella apartándose un poco.
Tom agitó la cabeza y le dijo a su vez:
-Lo que te estoy diciendo es que, esta vez, estamos en esto juntos, Kate. Y juntos lo
haremos bien con el niño. Ya nos las arreglaremos por el camino. Confía en mí.
-Y lo hago, Thomas. De verdad que lo hago, pero...
-Nada de peros.
Tom le acarició el lóbulo de la oreja y ella se estremeció. A él le agradó ver que ella lo
deseaba tanto como él la deseaba a ella, así que añadió:
-Te he echado de menos, Kate.
-Y yo a ti -dijo ella retrocediendo un paso de mala gana-. Esto tampoco me está
resultando fácil a mí, Thomas.
Ése era un pequeño consuelo, se dijo a sí mismo mientras trataba de controlar el ansia
de echarse encima de ella. La miró como miraría un hambriento a un buen filete.
-Creo que me voy a la cama. Mañana hay que despertarse pronto, ya que tenemos la
visita del general Thornton al cuartel.
-Oh, no -gimió ella-. Lo había olvidado.
Él tuvo que reírse, Kate parecía tan deprimida por la idea...
-Sólo va a venir a echar un vistazo, Kate.
-Sí. Para ver si encuentra algo malo.
-Bueno, si te conozco, no lo va a encontrar.
Recordó esas palabras a la mañana siguiente cuando supo por Eileen las preguntas
que haría el general. Si no encontraba nada malo no sería porque no lo fuera a intentar.
-Lo quiere saber todo -le dijo la sargento-. Y, cuando yo no le pude responder, le
preguntaba a algún otro.
-Maravilloso -murmuró Kate y miró la pila de archivos que tenía sobre la mesa.
El trabajo se le estaba amontonando gracias a sus cada vez más frecuentes viajes al
cuarto de baño. Y además no se podía concentrar en él con las hormonas tan fuera de
control.
Para más inri, esa mañana no había podido abrocharse ya la falda de uniforme. Donna
podría haber sido capaz de ocultar su embarazo durante casi cinco meses, pero ella no
iba a ser tan afortunada.
-¿Dónde está él ahora? -preguntó Kate.
-Al final del pasillo -respondió Eileen y luego se encogió de hombros-. Pero ha dicho
que volverá.
Kate sabía que su departamento estaba en perfecto orden y, con un poco de suerte,
podría convencer al general de que lo tenía todo perfectamente controlado.
-¿Se encuentra bien, mayor?
¿Bien? No. Decidida. Sí.
-Lo estaré, Eileen. Si puedo terminar con todos estos papeles en menos de una hora.
Su ayudante sonrió conspirativamente.
-¿Ayudará en algo una taza de té?
Kate le devolvió la sonrisa. Casi se estaba acostumbrando ya al té.
-Gracias, Eileen.
Su ayudante se marchó y ella le dedicó de nuevo toda su atención al trabajo.

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-Demonios, Kate -dijo Donna-. Relájate un poco, ¿quieres? Estás más nerviosa que Jack.
Eso era porque Jack no estaba ofreciendo esa cena al general, pensó Kate.
Habían encargado la comida, por suerte, así que ella no tenía que preocuparse por
envenenar a un oficial superior. Pero seguía teniendo que asegurarse de que la cena
fuera bien. No sólo porque era una oficial, sino porque su esposo era el coronel.
-¿Kate? ¿Me estás escuchando?
Kate la miró y dio gracias al cielo por que Donna asistiera a la cena. Normalmente un
sargento primero y su esposa no estarían invitados, pero como era la hija del coronel,
Donna y Jack lo habían sido.
-Estoy aquí -murmuró Kate-. Aunque me gustaría estar en Tahití en estos momentos.
Donna sonrió.
-Ya casi ha terminado.
-Hermosas palabras.
-El general está contento. Papá está contento, ¿cuál es el problema?
El problema era que ella no estaba acostumbrada a ser una de las «esposas». Estaba
mucho más a gusto charlando con los oficiales. Ahora, siendo mayor y esposa del
coronel, no sabía a cuál de los dos grupos pertenecía.
Supuso que a ninguno de los dos, cosa que no le aclaraba mucho las cosas.
Pero no dijo nada de eso, sino:
-Sólo quiero que todo vaya bien, eso es todo.
-Bueno, pues está yendo bien, así que tranquilízate.
Buen consejo. Trataría de seguirlo, así que volvió al salón seguida por Donna.
-Ah -dijo el general-. Mayor, le estaba diciendo a su marido lo afortunado que es.
Kate sonrió forzadamente y se sentó.
-Espero que él esté de acuerdo con usted, general.
Tom la miró sonriendo mientras el general seguía hablando.
-Lleva muy bien su departamento y ésta ha sido una magnífica cena.
Eso la llenó de alivio.
-Gracias, señor.
-Si alguna vez quiere cambiar de destino, podría venirnos bien en Washington.
Kate parpadeó y miró a Thomas. Su sonrisa había desaparecido y ahora parecía
pensativo.
Pero entonces se sirvieron los postres y empezaron a hablar de baloncesto.

-Ha sido una noche agradable -dijo Tom cuando apagó la última lámpara del salón.
-Sólo doy gracias por que haya terminado -afirmó Eate mientras se quitaba los zapatos
de tacón.
Suspiró pesadamente y sonrió satisfecha al verse libre de la tortura de los zapatos.
-Estás preciosa -murmuró él entonces mirándola.
-Gracias, pero me temo que ésta va a ser la última vez que me ponga ésta falda. Me
está tan apretada que me he pasado toda la velada temiendo que me saltara el botón y le
sacara un ojo a alguien.
-Estoy seguro de que nadie lo habría notado.
Por lo menos no él, ya que encontraba más erótico todavía el abultamiento del vientre
de ella.
-Has impresionado al general -añadió.
Kate sonrió.
-¿Te has dado cuenta de que Jack estaba tan nervioso que no ha comido nada?
No, no le había prestado ninguna atención a su yerno. Ni casi a ninguna otra persona
que no fuera Kate.
-En la única que me he fijado ha sido en ti.

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-Thomas...
-Cuando el General sugirió que te fueras a Washington, pensé que se me iba a parar el
corazón. De repente casi no pude respirar, pensando en lo lejos que estaría de ti.
Él se le acercó entonces a la luz de la luna que se colaba por las ventanas.
-No me interesa irme a ninguna otra parte por el momento -dijo ella.
-Me alegro de oírlo. Porque te echaría de menos. Tu cabello. Tus ojos. Tu boca... Tu
vientre redondeado...
-Thomas, no creo...
-No pienses, Kate. Por esta noche limítate a sentir.
-Thomas, sólo quería decir...
Él le abarcó el rostro entre las manos delicadamente.
-Sé lo que me vas a decir, Kate. Pero deja que yo hable primero, ¿de acuerdo?
Ella asintió lentamente.
-Ha pasado mucho tiempo, Kate. Y te necesito más que nunca. Quiero hundir mi
cuerpo en el tuyo. Quiero oír ese pequeño gemido de sorpresa que haces cuando nos
unimos.
Ella bajó un poco la cabeza y sonrió.
Tom le puso una mano bajo la barbilla y la hizo mirarlo.
-Kate, te necesito, querida. Necesito estar contigo. Estoy ansioso por ti. Ya no puedo
pensar en nada más que en ti.
-Pero Thomas...
Él la hizo callar poniéndole un dedo en los labios.
-No me hagas esperar más, Kate. No nos hagas esperar más. Quédate conmigo esta
noche. Vamos a ser por fin marido y mujer.
Él dejó de hablar entonces porque ya había expuesto su caso lo mejor que podía. Oh,
podía haberle dicho que, mientras hablaba el general, se había estado imaginando
haciendo el amor con ella sobre la mesa de la cena, cubriéndola de nata y fresas para
poder lamerla entera. Y también que, mientras estaba en una conferencia con varios
capitanes el día anterior, se imaginó a sí mismo dejándolos plantados allí mismo para
correr hacia el despacho de ella y tomarla allí mismo, en el suelo, rodeados por sus
montañas de carpetas.
Incluso podría haberle dicho lo mucho que le gustaría besarle el vientre, tocar el hogar
que habían hecho para su hijo.
Pero estaba seguro de que ella entendía todo eso. Que sabía sólo con mirarlo que el
deseo lo consumía y que sólo ella podía aliviar esas llamas.
-Thomas -dijo ella sonriendo-. Lo que te iba a decir es que yo también te deseo. Que no
quiero esperar ni un minuto más.
Entonces él volvió a respirar.
-Te quiero dentro de mí, Thomas. Quiero sentirme de nuevo parte de ti.
-Kate...
Ella se llevó entonces las manos a los botones de la blusa y se los fue desabrochando
uno a uno, lentamente hasta que la blusa quedó abierta, revelando un sujetador rojo de
encaje que casi hizo ponerse de rodillas a Tom.
Pero entonces ella se lo desabrochó también, desnudando sus senos. El frescor de la
habitación hizo que los pezones se le endurecieran inmediatamente y a Tom se le hizo la
boca agua.
Luego ella le tomó las manos y se las colocó sobre los senos al tiempo que levantaba
los labios para que él se los besara.
-Tócame, Thomas -susurró-. Lléname de ti y, cuando terminemos, vuélveme a llenar.
Él la besó tomando y dando todo lo que había deseado compartir con ella desde lo que
le parecía una eternidad.

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Capítulo Once

Tom le acarició los pezones con los dedos y Kate se sintió fundirse en un pozo de deseo.
Cada centímetro cuadrado de su cuerpo ansiaba más. Se estremeció y abrió los labios
dando paso a su lengua al tiempo que se agarraba con fuerza a sus hombros.
Cuando él apartó las manos de sus senos ella gimió decepcionada, pero por poco
tiempo. Tom se inclinó y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio principal.
Kate ni miró al dormitorio donde había estado durmiendo hasta entonces. Aquello ya
había pasado. No podía esperar ni un minuto más. No podía soportar pensar en pasar ni
una noche más lejos de él.
La habitación estaba iluminada por la luna cuando él la dejó al lado de la cama, la abrió
y, temblorosa, Kate se quitó la blusa y el sujetador.
Él suspiró y le puso de nuevo las manos en los senos.
-Ha pasado mucho tiempo, Kate –murmuró él antes de inclinarse y besarle un pezón
tras otro.
Ella gimió y le agarró la cabeza.
-Demasiado, Thomas. Demasiado.
Tom sonrió y la miró.
-Llevamos casados casi un mes, Kate.
Ella no supo lo que le quería decir con aquello, y tampoco le importaba. Extendió las
manos hacia los botones de la camisa de él y se los soltó a toda prisa. Pero cuando su
pecho estuvo desnudo, él le atrapó las manos.
-¿Thomas?
Él sonrió, agitó la cabeza y le dijo:
-Por mucho que quiera tirarte al suelo y tenerte allí, me voy a tomar mi tiempo con esto.
Ella casi gimió. Lo único que quería ahora era a él.
-Un mes casados o no, Kate, ésta es nuestra noche de bodas. Y va a ser una noche
muy larga...
Ella se estremeció anticipadamente. Estaba claro que él la amaba. Ahora lo sabía, lo
podía sentir. ¿Por qué más un hombre atormentado por el deseo querría tomarse su
tiempo y hacer de esa noche algo tan especial como debe ser?
-Lo que usted diga, Coronel -susurró ella.
-Algún día te recordaré esas palabras -bromeó él y la empujó para que cayera sobre la
cama-. Pero de momento ya no quiero hablar más.
-Menos mal -respondió ella extendiendo los brazos para darle la bienvenida.
Pero en vez de reunirse con ella, Thomas se desvistió lentamente. Kate observó sus
movimientos, disfrutando de la visión de su cuerpo después de tanto tiempo.
Cuando estuvo desnudo, le dedicó a ella toda su atención. Le quitó la falda y la dejó
con sólo las bragas, liguero y medias.
En lo más profundo de su interior, los músculos de Kate se tensaron y una cálida
humedad la inundó, pero Thomas siguió sin apresurarse mientras le quitaba las medias.
-Kate, si supieras la cantidad de veces que te he imaginado así...
El corazón se le aceleró al oír esas palabras, aunque sabía que eran ciertas.
-Thomas, quiero...
Se interrumpió cuando los dedos de él se deslizaron bajo el elástico de las bragas y se
las bajó. Las sensaciones se amontonaron en su interior cuando él empezó a acariciarle
las piernas lenta, inexorablemente. Hasta llegar arriba del todo. Se inclinó sobre ella y le
puso las manos sobre las caderas.
-Oh -susurró ella cuando le pasó esos dedos por la parte interior de los muslos.
Abrió las piernas ofreciéndole más, exigiéndole más. Creyó oírlo reír, pero no pudo
abrir los ojos para verlo. Ansiaba que sus dedos subieran más, que le acariciaran el
centro.

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Y, cuando lo hicieron, tragó saliva.
Él le acarició la parte más femenina de su cuerpo cariñosa y dulcemente, creando un
fuego que ahora parecía envolverla. Una y otra vez las puntas de sus dedos le rozaron el
cuerpo. Luego le deslizó un dedo dentro de su calor y Kate se sintió como si se fuera a
caer de la cama, se agarró a la sábana, a un mundo que parecía estar empezando a girar
fuera de control.
-Vamos, Kate -dijo él-. Déjame ver cómo disfrutas.
Ella empezó a respirar entrecortadamente. Una sensación espiral empezó a formarse
en el interior de su cuerpo, pero siguió luchando contra ella para hacer más placentera
esa tortura. Y cuando él dejó de tocarla, pensó que se iba a desmayar.
-Thomas...
-Está bien, Kate -susurró él-. Sólo ven hasta aquí.
La agarró por las piernas y la acercó al borde del colchón. Ella levantó la cabeza y lo
miró; cuando se dio cuenta de lo que le iba a hacer, gimió anticipadamente.
Él se arrodilló en el suelo y se pasó las piernas de ella por encima de los hombros,
sonrió y le puso las manos en el levemente abultado abdomen para deslizarías luego
hasta su trasero.
-Oh, Thomas -dijo ella-. No tienes que...
Entonces la boca de él se pegó a su cuerpo y a ella se le olvidó respirar. Los labios y la
lengua de él se deslizaron por su centro, acariciando, lamiendo, torturándola. Kate llegó a
toda velocidad a la culminación. Levantó la cabeza y lo miró, lo vio amándola.
Cuando la primera oleada la alcanzó, gritó el nombre de él y agitó las caderas. Las
manos con que él le sujetaba el trasero lo hicieron más fuertemente y ella se dejó caer al
abismo que la había estado esperando hasta entonces.
Thomas se levantó entonces y se inclinó sobre su cuerpo trémulo. Las lágrimas
llenaron los ojos de Kate cuando el nombre al que amaba le besó el vientre.
-Esto no debería ser sólo para mí, Thomas -le dijo ella.
-Créeme, Kate. Ha sido un placer -respondió él mientras se colocaba entre las piernas-.
Lo mismo que esto.
Se introdujo entonces en ella, lentamente, saboreando el momento de la vuelta a casa.
Porque era como eso. Como entrar en un puerto seguro. Como volver a un hogar que
siempre había echado de menos. Kate. Siempre Kate. En eso había magia. Supuso que
un poeta lo llamaría amor. Pero un hombre quemado por esa emoción sólo lo podía llamar
paz.
Ella gimió levemente y Tom sonrió. Eso era lo que ansiaba oír. Y cuando Kate le rodeó
la cintura con las piernas, haciendo que se acercara más, que se hundiera más en ella,
dejó de preguntarse a sí mismo lo que estaba sintiendo y sólo sintió gratitud por haberlo
vuelto a encontrar.

Saciada y segura entre los brazos de Tom, Kate supo que era ahora o nunca. Ella ya
había cambiado su plan de batalla, aunque ahora tenía que admitir que nunca había sido
muy bueno. ¿Cómo podía enseñar a amar a un hombre sin mantener con él un amor,
aunque fuera físico?
No, se dijo a sí misma, la única manera de luchar en esa guerra de amor era utilizando
la munición adecuada. ¿Por qué no podía dejarle claro que ella lo amaba?
Tal vez si él la oyera decir esas palabras las llegara a creer y decirlas él mismo.
Así que decidió cambiar de nuevo de plan de campaña y utilizar el amor como su arma
más poderosa. Día a día, noche tras noche, iría destruyendo las defensas de él. Hasta
que, por fin, Tom comprendería que el amor podría hacerlo, hacerlos, más duros.
-Thomas...
-Por favor, no me digas que quieres que volvamos a tener dormitorios separados, Kate.

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-En absoluto. Sólo quería decirte algo.
Él la miró y a Kate se le aceleró el corazón.
-Te amo, Thomas.
Instantáneamente algo como un velo se instaló en la mirada de él y notó cómo se
tensaba. Entonces volvió a hablar rápidamente, antes de que él pudiera levantar barreras
demasiado potentes.
-No te estoy pidiendo que me digas lo mismo -añadió-. Sólo quiero que lo sepas.
-Kate -respondió él cuidadosamente-. Ya te lo he dicho. El amor no es algo que se me
dé bien.
Ella pensó que se equivocaba. Se equivocaba mucho.
-Creo que te equivocas, Thomas. Pero no importa lo que yo piense. Tú eres el único
que puede decidir dejar que el amor sea parte de tu vida.
Él respiró profundamente, como preparándose para defenderse, pero Kate continuó tan
rápidamente que no pudo decir nada.
-Yo te amo -repitió-. Y este amor no te costará nada. No depende en nada de ti. No
viene con una lista de requisitos. Sólo es así.
-Kate, querida, ¿por qué me estás diciendo esto ahora?
-Estamos casados, Thomas. Vamos a tener un hijo. Y he querido que supieras que te
amo.
Se sintió bien por haberlo dicho por fin.
-El amor no era parte del trato, Kate.
-Los tratos cambian, Thomas. La gente cambia.
De hecho, ella estaba apostando su futuro a que él cambiara. A que aprendiera a
aceptar el amor como el regalo más preciado.
El suspiró pesadamente y se pasó una mano por el cabello.
-No te puedo prometer amarte, Kate. Pero te juro que lo haré lo mejor que pueda
contigo y con el niño.
-Sé que lo harás, Thomas.

-No te rindas, Kate -le dijo Donna-. Él merece la pena.


Kate agarró fuertemente el teléfono y respondió:
-Ya lo sé, Donna. Es sólo que...
-Es duro de mollera, pero no es tonto.
Kate sonrió.
-Mira -añadió Donna-. Es un buen tipo, Kate. Y, lo quiera admitir o no, te ama.
-La clave es que no lo admite.
No debería estar hablando de esas cosas con la hija del hombre en cuestión. No había
querido meterse en esa conversación, pero Donna tenía algo que invitaba a las
confidencias.
-Lo hará, ya lo verás. Nunca antes lo había visto tan feliz. Ni con mi madre ni con nadie.
Y se merece la felicidad tanto como tú.
-Gracias.
-Si quieres, yo podría decirle a Jack que hable con él...
-¡Por Dios, no! -exclamó Kate.
Lo que no quería ni de broma era que Thomas supiera que estaba hablando de él con
Donna.
-Como quieras, probablemente Jack tampoco lo haría.
-Mira, Donna... -dijo Kate y levantó la mirada cuando su ayudante abrió la puerta.
Le indicó a Eileen que esperara un momento, bajó la voz y añadió:
-Sé que estás tratando de ayudarme, pero de verdad... No hagas nada. ¿De acuerdo?
-De acuerdo, no haré nada.

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-Gracias. Tengo que colgar.
-Ya te llamaré esta semana. Tal vez podamos ir al cine.
-Perfecto. Adiós.
Colgó y miró a Eileen.
-¿Qué pasa?
-Una carta para usted. De Washington. De la oficina del general Thornton.
-Gracias -respondió ella tomando la carta. Cuando estuvo sola de nuevo abrió el sobre
y leyó:

Mayor Candello. Esta carta es para insistir en mi oferta de un puesto entre mi


personal. Si está interesada, por favor, póngase en contacto conmigo y podremos
empezar con el papeleo del traslado.

Seguían dos o tres párrafos más, pero el asunto era muy simple. Se le ofrecía un
puesto de prestigio al lado del general.
Se acomodó en su sillón. Con eso su carrera podía recibir un poderoso empujón. Eso
podría llevarla a aquello para lo que siempre había trabajado. Hacía un año habría
aceptado sin dudar.
Pero entonces su trabajo era lo único que tenía. Eso y su encuentro anual con Thomas.
Ahora...
Bajó la mirada al vientre y luego al anillo que llevaba en el dedo.
Ahora había mucho más en su vida que sólo progresar en su trabajo. Había una
familia. Y amor.
¿No?
Dobló la carta pensativamente y la metió en el cajón de arriba de su mesa. No tenía
que responder inmediatamente. El general Thornton no le había puesto una fecha límite.
Pero no podía dejar de preguntarse qué diría Thomas cuando lo supiera. Si es que se lo
contaba...
No, no se lo contaría. No de momento. No tenía sentido hablar de algo que podría no
suceder.

Una semana más tarde, Tom seguía dándole vueltas a la confesión de Kate. A pesar de
que algo en su interior se alegraba de saber que ella lo amaba, otra parte de él estaba
aterrorizada.
Y eso de estar en la consulta del obstetra no le estaba ayudando en nada.
Miró a su alrededor y vio que era el único hombre. Kate había tratado de decirle que no
era necesario que fuera, pero él había insistido. Ésta vez se iba a asegurar de que hacía
bien las cosas desde el principio. Incluyendo sus primeros ultrasonidos.
Una de las embarazadas le dedicó una sonrisa tímida.
-¿Es su primer hijo? -le preguntó.
-No, el segundo.
Ella se acarició una barriga que parecía a punto de reventar y afirmó:
-Ella es mi primera hija, me gustaría que mi marido hubiera venido conmigo. Su esposa
es una mujer afortunada.
Tom lo dudó y se puso en pie cuando se abrió la puerta de la consulta y una enfermera
anunció:
-¿Coronel Candello?
Viendo su posición de firmes, la mujer añadió:
-Descanse, coronel. Ya puede entrar. El espectáculo está a punto de empezar.
Cuando se dirigió a la puerta, la mujer de antes le sonrió y dijo:
-¡Buena suerte!

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-Gracias -respondió él pensando que la iba a necesitar mucho a partir de ahora.
Kate estaba tumbada en la camilla con la bata blanca de papel que daban en la
consulta, exponiendo el abdomen, que le habían untado con una especie de gel. Al lado
de lo que parecía una pequeña pantalla de televisión, estaba la doctora. Cuando lo vio
entrar, le dijo:
-Pase, papá. Lo estábamos esperando.
Tom miró a Kate y se acercó apresuradamente a su lado, la sonrió y la tomó de la
mano.
-Me alegro de que hayas venido, Thomas -le dijo ella.
-No me lo habría perdido por nada -respondió él sinceramente.
Entonces alguien apagó la luz y empezó el espectáculo.
La doctora manejó el aparato y les mostró como el feto se estaba girando.
-Eso es su cabeza, los brazos y...
La boca se le secó a Tom. Era su hijo. Y allí estaba para que todos lo pudieran ver. Se
sintió como bendecido de una forma que nunca antes se había sentido. Y, de alguna
manera, anonadado por el milagro que se estaba desarrollando delante de sus ojos.
-Vaya -dijo la doctora-. Es un niño.
-Un niño -repitió Kate.
-Definitivamente -dijo la doctora riendo.
-Un hijo -susurró Tom.
A pesar de que tampoco le hubiera disgustado una hija, un hijo también sería divertido.
Además, ya tenía una hija. Había experimentado los primeros bailes y novios. Las
sesiones maratonianas de teléfono y demás. Ahora iba a tener la oportunidad de
experimentar la otra parte del espectro.
Pensó inmediatamente en los partidos de béisbol, las gorras... Casi podía ver al niño,
con los brillantes ojos azules de Kate y una amplia sonrisa.
Siguió mirando a la pantalla, maravillándose con esa imagen de su hijo. Luego su
mirada se dirigió a una zona en concreto.
-¿Qué es eso de ahí que se mueve? -preguntó.
La doctora se volvió hacia él sonriendo.
-Eso, coronel Candello, es el corazón de su hijo, latiendo.
Él abrió mucho los ojos.
Si alguien le hubiera dado un puñetazo en la boca del estómago, no lo habría sentido
tanto. Una lámina de lágrimas inesperadas le llenó los ojos. Trató de respirar y apartó la
vista de esa imagen el tiempo suficiente como para dirigirla a Kate.
Ella parecía tan maravillada como él mismo. Sin sorprenderse siquiera al ver como una
lágrima le corría por la mejilla, se la enjugó con el pulgar. Luego se inclinó y le susurró al
oído:
-Gracias, Kate. Gracias por este momento.
-Te amo -respondió ella.
Y, de alguna manera, le gustó oír esas palabras.
-Ya lo sé.

Capítulo Doce

Los días se transformaron en semanas y las semanas en meses. El tiempo se deslizaba y


Kate no estaba más cerca de conseguir que Tom le declarara su amor.
Sintiendo la necesidad de hablar con alguien, Kate se encontró en casa de Evie un día.
Oh, Thomas era un encanto, amable y considerado, compartían las labores de la casa y él
era incluso el que cocinaba ahora. Paseaban, hablaban del nombre del niño, de los
planes para su futuro y demás cosas que hacen los futuros padres.
Sabía que todo eso debería hacerla feliz, pero en vez de eso ella deseaba que Thomas

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sintiera por ella la mitad de lo que estaba sintiendo por su hijo. Le resultaba vergonzoso y
triste admitir para sí misma que estaba un poco celosa de su hijo.
Kate se llevó la mano al vientre como disculpándose por esos pensamientos.
-¿Da patadas? -le preguntó Evie.
-No. No es el niño, soy yo.
-¿Qué te puede estar preocupando en un día tan bonito? -le preguntó la anciana
mientras servía dos vasos de té helado.
Realmente era un día hermoso. Demasiado para sentirse tan mal como se sentía. Pero
era muy difícil poner cara de felicidad cuando se enfrentaba al conocimiento de que su
marido no la iba a amar nunca.
-Querida -dijo Evie-. ¿Qué pasa?
-Pasa de todo.
-No te lo habría preguntado si no quisiera saberlo.
-Ni siquiera sé por dónde empezar.
-Por donde quieras y luego me darás los detalles.
Necesitaba hablar con alguien y no podía irle a Donna con sus preocupaciones. No
sólo porque ella ya tenía bastante en que pensar cuando sólo le faltaban unas semanas
para el parto, sino que Thomas era su padre.
Así que había ido a ver a Evie. Siempre le había parecido que tenía mucho sentido
común y era una mujer muy práctica. Y ahora no le vendrían mal algunos consejos.
-Me estoy quedando sin tiempo, Evie -dijo Kate poniéndose en pie y dirigiéndose al
jardín.
Necesitaba moverse, hacer algo.
-El niño nacerá dentro de poco menos de dos meses. No puedo seguir esperando
pensando en que Thomas se despierte y se dé cuenta de que me ama -dijo Mirando a
Evie, que la había acompañado-. Y no soporto la idea de criar a un niño en una casa
donde el amor se considera como no importante.
-¿Y qué vas a hacer?
-No lo sé -admitió Kate-. Me metí en este matrimonio decidida a llevar una campaña
triunfadora.
-Ah. Una mente militar trabajando.
Kate la miró un poco a la defensiva y le dijo:
-Eso es lo que yo sé hacer, Evie. Así es como soy.
-Por supuesto.
Pero no parecía convencida, así que Kate asintió.
-Me dedico sistemáticamente a destruir sus defensas.
-¿Y por qué no funciona?
Eso, ¿por qué?
-Al parecer sus defensas son más fuertes de lo que pensaba.
-Tal vez estés llevando esto de una forma equivocada, querida -le sugirió Evie.
-¿Qué quieres decir?
-Piénsalo. ¿Qué has hecho en estos últimos tres meses?
-Nada extraordinario. He ido a trabajar. He vuelto a casa. He pasado el tiempo con
Thomas. He ido al médico...
-Ah. ¿Ves? Ahí es donde está el error.
Kate la miró extrañada y Evie añadió:
-Lo que quiero decir es que le has dado a Thomas todo lo que un hombre puede
querer, ¿no?
-Supongo que sí...
-¡Por supuesto que lo has hecho! Tú eres una mujer trabajadora a la que se te da bien
tu trabajo.
-Sí.

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-Eres una esposa, estás en casa todas las noches, compartes las labores domésticas...
-Sí.
-Llevas dentro a su hijo. Se diga lo que se diga, un hombre quiere un hijo. Oh, ya sé
que no es políticamente correcto admitirlo en estos días, pero es así.
-Puede...
-Y, además, le has hecho saber que lo amas, ¿no es así?
-Bueno, naturalmente... Ese es todo el objeto de mi plan de batalla. Llevarlo al punto
donde no sólo se haya acostumbrado a oírme decir esas palabras, sino que realmente le
guste que lo haga.
-¿Y crees que le gusta?
-Eso creo -dijo Kate después de pensárselo un momento.
Lo cierto era que ya no ponía esa cara de animal atrapado cuando le confesaba su
amor. Más bien la ponía de aceptación y agrado.
-Bueno, ¿por qué no le iba a gustar? ¿Es que no lo ves?
-No. ¿Qué tengo que ver?
-Que le has dado lo que necesita sin pedirle nada a cambio. ¿Por qué no va a estar
contento?
-Si tengo que pedirle su amor eso no significará nada.
-Tonterías.
-¿Eh?
Evie agitó la cabeza.
-Siempre lo he dicho antes y siempre lo diré. La juventud se desperdicia con la gente
equivocada -dijo Evie-. Si Thomas llega y te dice que le digas que lo amas, ¿Devaluaría
su petición lo que tú sientes por él?
-No.
Ésa era una pregunta ridicula.
-Entonces, ¿por qué crees que devaluaría su declaración ante ti?
Kate abrió la boca para explicarle lo diferente que era aquello, pero no lo hizo. Se dio
cuenta de que Evie tenía razón. En todo. Thomas no le había confesado su amor porque
ella le había hecho saber que estaba dispuesta a seguir como estaban para siempre.
-Soy una idiota -susurró agitando la cabeza.
-No lo eres. Eres sólo una mujer enamorada tratando de hacer lo correcto para todo el
mundo. El único problema es que has estado pensando en todo el mundo menos en ti
misma. Tienes cuidado con los sentimientos de Thomas. Te preocupas por tu hijo y todo
eso es bueno. Pero tú también eres importante, querida. Y ya es hora de que hagas algo
al respecto.
-Puede que tengas razón.
-Por supuesto que la tengo. Pregúntaselo a cualquiera. Te dirán que siempre tengo
razón.
Kate le dijo entonces:
-Supongo que necesito un nuevo plan de batalla.
-Puede que no un nuevo plan. Sólo tienes que sacar la artillería.
-¿Qué quieres decir?
Evie le dio una palmadita en la mejilla y le dijo:
-Querida, nadie aprecia lo que tiene hasta que está a punto de perderlo.
Kate lo pensó por un momento. La artillería. Perder lo que se tiene. De repente pensó
en la carta del general Thornton, que seguía en el cajón de su mesa. Le había enviado
una cortés negativa hacía un tiempo, pero el general le había dicho que se lo volviera a
pensar. Tal vez fuera hora de que lo hiciera. Tal vez era hora de hacer que Thomas
supiera de esa oferta para trabajar en Washington.
A pesar de que no dejaba de parecerle un chantaje emocional, recordó que todo vale
en el amor y en la guerra.

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-Puede que no funcione -murmuró.
-Entonces no estarás peor de lo que estás ahora.
Eso era cierto. Y si funcionaba...
Se dijo a sí misma que, a veces, una persona tiene que aceptar un riesgo. A veces hay
que arriesgarlo todo por intentar ganar todo lo que siempre había querido.

Tom pensó que era curioso, pero ya no se ponía nervioso eso de volver a ser padre, de
hecho, las últimas semanas habían sido magníficas. Ver al niño crecer dentro de Kate.
Hacer planes. Leer sobre el tema. Jack y él habían hablado incluso de construirse por sí
mismos las cunas y demás.
Dejó la gorra sobre un sillón del salón, se desabrochó la camisa de uniforme y se dirigió
al dormitorio. Cuando se casó no pensaba que aquello fuera a salir tan bien. Pero Kate y
él lo habían hecho funcionar. Cierto que habían pasado por algún momento difícil, pero en
general lo habían hecho muy bien construyendo un matrimonio basado en la amistad, en
el respeto mutuo. En la admiración y el afecto.
Sonrió ante lo pálida que le parecía esa última palabra. Afecto. Ni siquiera se acercaba
a definir lo que sentía por Kate.
Incluso había empezado a gustarle que ella le dijera que lo amaba.
Más que eso, ansiaba oírlo. Ya no se sentía culpable por no poder decirlo él. Ella
parecía comprender que lo que sentía por ella era real y profundo y que no requería una
etiqueta para medirlo. Y eso lo agradecía.
-¿Kate? ¿Estás en casa?
Entró en el dormitorio y se detuvo en la puerta. Kate estaba junto a la ventana. Estaba
preciosa con su vestido premamá.
Hasta que se volvió hacia él.
Tom vio que había estado llorando.
Desde que las hormonas se le habían tranquilizado hacía un par de meses, no se le
había vuelto a escapar ni una lágrima, por eso se preocupó.
-¿Pasa algo?
Ella se puso las manos en el vientre con los dedos entrelazados.
-Tenemos que hablar, Thomas.
Thomas sabía que nada bueno empezaba con esas palabras, así que se preparó para
el desastre que se le podía venir encima y dijo:
-De acuerdo. ¿Qué pasa, Kate?
Ella se apartó de la ventana.
-He de hacerte una pregunta y quiero que te la pienses bien antes de responder, ¿de
acuerdo?
Él asintió.
Kate se acercó más a la cama y se apoyó en ella. Respiró profundamente, lo miró a los
ojos y le dijo:
-¿Tú me amas, Thomas?
Esa tranquila pregunta lo golpeó como un puño y la miró por un largo momento.
-Es una pregunta de sí o no -añadió ella.
-Kate, ya hemos hablado de esto.
-Hace meses.
-Nada ha cambiado.
-¿No? -dijo ella poniéndose de nuevo la mano en el vientre-. Estoy embarazada de casi
ocho meses. Nuestro hijo nacerá dentro de pocas semanas.
-Ya lo sé.
-Pero no sabes si me amas.
-Kate...

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-Déjame terminar, por favor. Ya sé que te dije una vez que no creía que pudiera ser
una madre sola. Dios sabe que no es ésa la forma en que preferiría criar a mi hijo, pero
será mejor que criarlo en una casa sin amor.
¿Sin amor? La amistad era amor, ¿no? Los dos amarían a su hijo, ¿no?
-A mí me criaron así, Thomas –añadió ella-. Y no lo voy a hacer con mi hijo. Así que si
no puedes o quieres amarme, dímelo ahora. Pediré que me trasladen a Washington
inmediatamente.
Otro golpe.
-¿A Washington? ¿Te refieres con el general Thornton? Eso fue hace meses, Kate.
Probablemente se haya olvidado de que te hizo esa oferta.
Sin dejar de mirarlo, ella se metió una mano en el bolsillo del vestido, sacó un papel
doblado y se lo pasó. Tom lo tomó como si le fuera a morder. Cuando terminó de leerlo
sintió como si bajo él se hubiera abierto un gran agujero y estuviera a punto de hundirse
en él.
-¿Hace cuánto que tienes esto? -le preguntó.
-Unos meses.
-Y no me lo has dicho -dijo Tom sintiéndose traicionado.
-Antes no tuve necesidad. No tenía intención de aceptar la oferta.
-Hasta ahora.
Ella asintió.
-Hasta ahora.
Él dobló la carta y la tiró sobre la cama. ¿Qué podía decir? Siempre había sabido lo
que significaba su trabajo para ella. Ésa era la oportunidad de su vida.
-Asi que volvemos a mi pregunta -dijo ella-. ¿Tú me amas, Thomas?
Maldita sea, ¿por qué tenía que volver siempre a eso?
-Me importas, Kate -gruñó él sinceramente-. Quiero estar casado contigo. Quiero ser
padre de mi hijo. ¿No es eso suficiente?
Ella agitó la cabeza tristemente.
-Ya no.
-¿Por qué no?
-Por el niño... y por mí. Me merezco algo mejor. Oh, Thomas, tú te mereces también
algo mejor.
-¿Es que no hemos sido felices en estos meses? -le preguntó él, desesperado.
-Sí. Lo hemos sido. Pero nuestro futuro está a punto de llegar y, Thomas, yo quiero
más. Para todos nosotros.
Ella quería su corazón. Su alma, y Tom no estaba seguro de poder dárselos. Ni
siquiera estaba seguro de tenerlos.
Ese tiempo con Kate había sido el más feliz de su vida. Había querido que durara para
siempre, pero debería haber sabido que no era posible. Ella tenía razón. Se merecía más.
Tom no pudo decir nada.
Después de un momento en silencio, Kate dijo tristemente:
-Mañana me pondré en contacto con la oficina del general.
Cuando pasó a su lado camino de la puerta, lo hizo lentamente, esperando que él la
llamara, le confesara su amor y pudieran ser felices después de todo.
Pero Tom no lo hizo y cuando ella se detuvo en la puerta de la habitación de invitados
para mirarlo, el corazón se le hundió más todavía en el dolor. Tom no se había movido ni
un centímetro y parecía exactamente lo que era. Un hombre solitario que no necesitaba a
nadie.
Ella había puesto sus esperanzas en esa última apuesta a todo o nada y había perdido.
Entró en la habitación de invitados, cerró la puerta y se puso a llorar.
La cama parecía más grande y fría.
Las horas solitarias y oscuras pasaban una a una y Tom seguía sin poder dormirse.

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Cuando por fin lo hizo, no encontró consuelo en los sueños, sino que se vio asaltado
por vividas pesadillas sobre Kate y su hijo, apartados de él por murallas demasiado altas
como para que él las traspasara.
Kate estaba levantada y fuera de la casa antes de que Thomas se despertara. No
quería otro enfrentamiento. No quería tener que mirarlo sabiendo que él no podía o quería
confesarle su amor. Así que fue pronto a su despacho para llamar por teléfono al general
Thornton.
Ya era hora de que empezara a hacer planes para el futuro de ella y del niño. Un futuro
que, tristemente, no incluiría a Thomas.

Cuando Thomas se despertó, ya era casi media mañana y estaba solo.


Se duchó, vistió y se dirigió a la cocina. Se tomó un café y trató de oír la voz de Kate
proveniente de alguna parte de la casa.
Pero se dio cuenta de que estaba solo. Se dijo a sí mismo que tenía que
acostumbrarse de nuevo a esa soledad, una soledad que le iba a acompañar el resto de
sus días.
Ya no habría más momentos de relax ni de risas compartidas. No más besos
mañaneros. No más noches haciendo el amor seguidas por el encanto de quedarse
dormido con Kate acurrucada a su lado.
Pensó que era el destino. ¿Era realmente su destino vivir lejos de la única mujer que lo
había hecho sentirse entero otra vez?
De repente dejó la taza sobre la mesa. Pensó que era mejor vivir con el miedo de fallar
en el matrimonio que afrontar el resto de la vida deseando haber tenido el valor de amar a
Kate como ella se merecía ser amada.
Tomada la decisión, corrió a la puerta de la calle, esperando que no fuera demasiado
tarde.
Cuando Thomas irrumpió en el despacho de ella, Kate estaba colgando el teléfono.
Dio un portazo y le dijo:
-¿Era el general?
-No -respondió ella con el corazón acelerándosele como siempre al verlo.
-¿Has hablado con él esta mañana?
-Sí. Hará unas dos horas.
-Vuélvelo a llamar -le dijo Thomas al tiempo que tomaba el auricular y se lo pasaba-.
Maldita sea, llámalo, por favor.
-¿Por qué?
La esperanza empezó a cobrar vida en su interior, pero trató de contenerla, temiendo
equivocarse.
Él dejó el teléfono, rodeó su mesa y la agarró por los brazos, haciéndola ponerse en
pie. Luego, abarcándole el rostro entre las manos, la besó apasionadamente.
-Por esto -dijo él cuando apartó la cabeza de nuevo-. Kate, te has casado con un loco.
-Thomas...
-No me interrumpas ahora. Me ha costado mucho decir esto y quiero decirlo ya. Te
amo, Kate.
Cuando esas palabras estuvieron por fin fuera de su boca, Thomas casi se rió de sí
mismo y añadió:
-No ha sido tan duro como creía. Te amo. Te amo a ti y al niño. No te marches. No te
vayas ahora que acabo de descubrir lo mucho que significas para mí.
Ella tragó saliva y luego suspiró.
-Quiero creerte, Thomas. No sabes cuánto, pero...
-¿Qué? -le preguntó él, aterrorizado por la posibilidad de que hubiera recuperado el
sentido demasiado tarde.

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-No puedo evitar pensar que esto es por el niño.
Tom la abrazó y susurró:
-Por supuesto que amo a ese niño también. Es parte de ti, Kate. De mí. Es lo que nos
ha unido. Pero Kate, aún puedo ser parte de su vida si estoy separado de él. No sería
fácil, pero lo podría hacer. Es de tu vida de lo que quiero formar parte. La vida sin ti
estaría tan vacía como lo estaba la casa esta mañana.
Ella deseó creerlo. Tom lo vio en sus ojos, así que añadió apresuradamente:
-Quiero estar contigo. Quiero despertarme helado en mitad de la noche y ver que tú me
has quitado la manta. Quiero ver tu cara por la mañana. Quiero abrirme camino por entre
tus productos de belleza para llegar a la pila del cuarto de baño.
Ella sonrió levemente a pesar de tener los ojos llenos de lágrimas.
-Quiero comer palomitas y enjugarte las lágrimas cuando lloras con esas películas
antiguas de la televisión.
La desesperación se apoderó de él. Trató de leer las emociones que se reflejaban en
los ojos de ella, pero sus propias dudas lo cegaban.
-Maldita sea -añadió-. Tú lo eres todo para mí. No me puedo imaginar mi vida sin ti. El
vacío de este mundo me mataría. No dejes de amarme, Kate. Deja que yo te ame. No me
dejes. Quédate. Quédate conmigo para siempre. Quiero ser parte de tu vida.
Kate le apoyó la cabeza en el pecho y él le besó el cabello antes de continuar:
-Pero sobre todo, Kate, sólo quiero amarte. Dame... no, danos otra oportunidad. Llama
al general y dile que no quieres el trabajo.
Ella no dijo nada y el miedo se apoderó de él. ¿Era ya demasiado tarde? ¿La había
perdido ya? No, no se iba a rendir.
-Kate...
Ella lo rodeó con los brazos y lo miró. Sabía que había ganado y que él, no sólo le
había confesado ya su amor, sino que tenía allí, prácticamente a sus pies, suplicando
miserablemente a todo un coronel de cuerpo de marines.
-Ya se lo dije cuando lo llamé.
-¿Qué? -le preguntó él, aliviado.
-Yo también me he dado cuenta de una cosa hoy, Thomas. Por muy importante que
sea para mí mi trabajo, el niño y tú lo sois más. Mientras hablaba con el ayudante del
general decidí quedarme aquí y luchar por ti. Hacerte ver lo mucho que me necesitas. Lo
mucho que me amas.
Tom sonrió tontamente y la abrazó con todas sus fuerzas.
-¿Sabe una cosa, mayor? -le dijo-. Es usted toda una mujer.
-Y no lo olvides nunca.

Epílogo
Un año más tarde.

El jardín estaba lleno de juguetes desparramados por doquier. El olor veraniego del
carbón de la barbacoa se mezclaba con la brisa del océano. Unas risas femeninas le
llegaron por la abierta puerta de la cocina y desde cerca de la parrilla, le llegaron las
maldiciones de Jack cuando se quemó. De nuevo.
Tom sonrió y miró a los dos niños que tenía sobre las rodillas. Ángela, la hija de Jack y
Donna, le dedicó una sonrisa desdentada. Una niña preciosa que hacía que su abuelo
estuviera orgulloso de ella y volvía locos a sus padres.
Y su hijo Ewan. Al mirarlo se le ensanchaba el corazón. Ya tenía dos dientes,
demostrando con eso que no se iba a dejar amilanar por su sobrina, tres semanas mayor
que él.
Ewan trató de liberarse y Tom se tuvo que reír. Ese niño había estado en marcha

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prácticamente desde que nació. Seguirle el paso no iba a ser fácil, pero Tom estaba
dispuesto a hacerlo.
Se sentía más joven que lo que se había sentido en años Y sabía que esos dos niños
habían sido su propia fuente de la juventud.
-¡Hey, Jack! -gritó Donna desde la cocina-. ¿No están todavía esas hamburguesas?
-¿Soy el cocinero hoy o no? -le gritó Jack a su vez con el dedo quemado aún en la
boca.
Donna salió de la cocina, se puso al lado de su marido y gruñó:
-Hombres cocinando...
Le dio una palmada en el trasero y luego se puso de puntillas y lo besó.
Tom sonrió y dio gracias en silencio por lo que ahora tenía en la vida. Tenía un hijo,
una nieta, una hija y un yerno que eran amigos además de familia. Y además, sobre todo,
estaba especialmente agradecido por la mujer que lo estaba mirando sonriente desde la
puerta de la cocina.
La única mujer en el mundo que hacía tan fácil amar.
Ella se acercó y, cuando llegó a su lado, tomó a Ewan en sus brazos.
-¿Qué vamos a comer hoy? -preguntó ella mirando a Jack y las hamburguesas
quemadas.
-Carbón -respondió Tom-. Mi plato favorito.
-Deberías ser amable con las embarazadas -le dijo Kate picaramente.
-¿Embarazada? -le preguntó él, sorprendido pero encantado-. ¿Estás segura?
-El médico acaba de llamar con los resultados de los análisis.
Tom pensó en lo mucho que puede cambiar la vida de un hombre en un año. La última
vez que había oído esas palabras le había entrado el pánico. Y ahora estaba ansioso por
volver a pasar por todo el proceso
Los fantasmas de su pasado guardaban silencio ahora. Como debía ser. Y su futuro,
con Kate y su familia, le parecía más brillante cada día. Por alguna razón, el destino le
había dado otra oportunidad y él daba gracias a Dios por ello cada noche.
Extendió un brazo y atrajo hacia sí a Kate para besarla. Luego le dijo:
-¿Sabes, Kate? Creo que le he pillado el truco a esto de ser padre. ¿Qué dirías si ésta
vez tenemos gemelos?

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