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EN TU ÁRBOL O EN EL MÍO
edicions bellaterra
Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús
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Impreso en España
Printed in Spain
ISBN: 978-84-7290-705-8
Depósito Legal: B. 4.117-2015
Prólogo, 9
A gradecimientos, 1 3
Introducción, 1 5
1. El sexo de l a antropología, 27
Apuntes para una antropología de la (homo)sexualidad, 38 • El antropó
logo sexuado, 45 • Sexo anónimo: escándal o públ i co e i nvesti ga
ción, 49
Co nclusiones , 225
Re ferencias, 23 3
Prólogo
Hay placeres que pasan por crímenes: en general los que no se han
probado.
LoUIS ARAGON , El libertinaje
logía sex ual , se le añaden otros que van más al lá y que merecen ser
resaltados .
Por supuesto que tenemos aquí una contri bución m i l i tante a una
causa j usta, cual es la que nos manti ene en guerra, tam bién desde las
ciencias sociales, contra los encorsetami entos y las represi ones de una
soci edad que l l eva si glos negándole derechos al cuerpo. Más al lá to
davía, la i nvesti gación que se expondrá es una excelente i ndagación a
propósito de una variable concreta de apropiación social de exteriores
urbanos: la de índol e erótica, que por supuesto no se restri nge al co
l ecti vo gay . Los bancos, l os quicios, los ri ncones , l os parques, los
serv icios públ i cos, las porterías , las playas . . . , todo tipo de espacios
públ i cos y sem i pú b l i cos hace m ucho q ue v i enen demostrando que
cualquier sitio puede devenir en cualquier momento marco para con
tactos sexuales de di sti nta i ntensidad y disi mulo, buscados o encontra
dos , como único recurso o como fuente de placer añadido, y siempre
como desacato al modelo de sexual i dad hegemónico, determ i nado
tanto por la moral j udeocri stiana como por el postulado del orden bur
gués para el cual l as pasi ones debían ser acuarteladas en la nueva sede
de la fam i l i a patriarcal nucl ear y cerrada: el hogar.
Por supuesto que amarse a la i ntem perie , más o menos a escon
didas en l ugares de l i bre concurrencia, no es ni nguna novedad . Evo
cando un famoso poema de Gloria Fuertes , bien sabemos que la gente
siem pre se ha besado por los cami nos. Pero no es menos cierto que es
en la modernidad en l a que la noción de «escándal o públ ico» parece
pensada para tipifi car i ncl uso penal mente lo que se tiene por una de
expresi ones de la concepci ón desol ada e i nhóspi ta de l as ci udades
propia del todo el pensami ento anti urbano, av i v ado con los grandes
procesos de m etropol i zación que se general i zan a lo l argo del s i
g l o XIX. L a i nmoral idad general i zada que i m pera e n e l i nfierno urbano
es lo que denunci a, por ej emplo, José Martí en su «A mor de ci udad
grande» , a partir de su experiencia neoyorkina: «Se ama de pie, en l as
cal les, entre el pol vo / De l os salones y las plazas ; muere / La fl or el
día en que nace» . Esa misma i magen es la que inspira a Jacques Pré
vert en uno de l os poemas de Espectáculo ( 1 95 1 ), donde m uestra su
cercanía con quienes no tienen donde refugiar voluptuosi dades que no
les son permitidas : «Los ni ños q ue se aman se abrazan de pie / Contra
las puertas de la noche / Y los paseantes q ue pasan los señalan con el
dedo» . La exhibición de la l asci v i a de pie y ahi afuera que contem-
Prólogo ____
__ ll
MANUEL DELGADO
Uni versitat de Barcelona
Agradecimientos
Son muchas las personas que han colaborado de manera di recta o in
di recta en este trabajo. Debo el pri mer agradecimi ento a los parti ci
pantes de las zonas de i ntercambio sexual anóni mo, Dani y Joel entre
otros, porque han sido ellos el punto de partida de este trabaj o y quie
nes me han ayudado a entender l a diversidad de l a diversidad sexual .
A l Observatorio contra la homofobia, Stop Sida y Gai l espol por acer
carme un poco más a l as zonas de crui s i n g . También debo dar l as
graci as al profesor Joan B estard por sus comentarios, por sus sabios
anál i s i s y por su fuerza en l os momentos en los que todo parece que se
va abajo. Cómo no, debo agradecer al profesor Osear Guasch su pre
sencia, sus aportaciones críticas y su empeño en organi zar mi trabaj o ;
espero haberlo conseguido. A l profesor Manuel Del gado, m i pri mer
mentor; fue él quien me dio la oportunidad de aproxi marme desde la
perspecti v a antropol ógica a la práctica del crui s i n g y ha sido un va
liente col aborador al aceptar escri bi r el prologo de este l i bro. A Pi l ar
A l berti n , Jordi Roca, Assumpta Sabuco y José María Valcuende, por
su s comentarios a este trabajo. A Laura V i l aplana, Joana Soto, Marta
López, B e rnat B ossacoma, Mari na O l l e , Ped ro J i ménez, Muna
M akhlouf, Nuria Morello, Marti n Lundsteen y otras antropólogas y
an t ropól ogos de m i generación que han sabido poner el acei te que le
fal ta ba a esta ensalada. A m i s com pañeros de l a Línea de i n vesti
gaci ón en torno a l os cuerpos , géneros y sexual i dades ( LIRACGS ) .
A Jordi Mas , Caty Canyel l es , Noemí El v i ra, A l ba Barbé, Ana Pérez
Decl ercq , Merce Fal guera y Li via Motterle porque cada discusión con
el l as es una autentica delicia. A m i s compañeros de la Uni versitat de
Gi ro na por sus áni mos y apoyo en este proceso. Al profesor Gui l l ermo
14 ____
__ En tu árbol o en el mío
ún i cam ente a los geni tales que dispone cada cuerpo para determi nar
s u pos i ción en la sociedad, no se acota al aparato biológico que engen
d ra e l he cho reproducti vo. S i aceptamos que l a noción de sexual idad
16 ____
__ En tu árbol o en el mío
es una herram ienta conceptual para determi nar un ámbi to del compor
tam i ento social , si Ja sexual i dad es un producto de la i nterpretación
que se debe pensar en térmi nos de si gnificación, sería un error creer que
la categoría sexo está fuera de esta i nterpretación. El sexo no se puede
presentar como un elemento al margen de la i ntersubj eti vidad : el sexo
es Ja i nterpretación de l as ciencias naturales de un aconteci m i ento que
tam bién es social . Podríamos deci r que Jos científicos sociales descu
bren J a sexual idad de l a m i sma manera que l a biomedicina descubre el
sexo ( Salazar, 2005 , p. 1 45 ) . Sexo y sexual idad son l as categorías que
cada una de l as ciencias consti tuye como operativa en función de sus
l ógi cas de interpretación. Se trata, en real idad , de dos nociones dife
renciadas q ue tienen por objeto mantener l a coherencia de las propias
subj eti v idades científicas .
En segundo l ugar, con el uso del pl ural para referi rme a los espa
cios públ i cos procuro acercarme a l u gares concretos de concurrencia
públ i ca en los que l os partici pantes real i zan l a acti v i dad del cruising
como parques , playas o bosques y no tanto al espacio público (en s i n
gular) que al ude a la manera de pensar la organi zación social del gru
po y no solo i ncumbe a l ugares físi cos sino también al escenario social
compartido por el conj unto de l a población.
Exi sten otras i deas que a lo l argo del trabaj o van tomando rel e
vancia, como es la cuestión del ritual , del silencio, del anonimato o de
las relaciones de clase. Todas ellas se anal izan para profundizar y defen
der que l a práctica del crui sing es el resultado de un proceso de excl u
sión social que parte de l a lógica de la heterosexual idad y que se re
produce en l os modelos gai s i m perantes. El estudio de la sexual idad
obl i ga, por lo tanto, a poner atención en otras relaciones sociales, por
que no se puede separar la sexual idad de la hi storia, la clase social o la
etnia como si de elementos i ndependientes se tratase (Weston , 20 1 1 ) .
Debo advertir de que me he tomado la l i cencia de uti l i zar un len
guaj e emic en l a descri pción etnográfi ca, es decir, los térm i nos que
emplean los propios protagoni stas para referi rse a lo que hacen y a
cómo lo hacen . Esto puede resul tar en al gún caso demasiado grosero,
pero creo que existen buenos moti vos para tomar la opción de renun
ciar a lo que podría considerarse una termi nología más aséptica y por
supuesto más «elegante». Lo he hecho pri nci pal mente por razones me
todológicas asociadas al valor que tienen las palabras en el contexto
estudiado. Así, por ejemplo, el término polla o rabo para hacer referen-
I ntroducción ------- 1 7
negociación y acto sexual de qui enes partici pan en l a acti v i dad del
cruising. Para ello, trataré de abordar las relaciones entre los hom bres
desde la perspecti va de l os rituales de i nteracción y la teoría de l a co
municación de la escuela de Palo Alto ( B i rdwhi stel l , 1 982 [ 1 970J, Ba
teson, 1 982 [ 1 970] , Hal l , 1 982 [ 1 970] y Goffman , 1 970 [ 1 967] , 1 974,
1 982 [ 1 970] ) . Me he agenci ado de l as bondades metodol ógicas de la
entrev i sta y la observación partici pante como técnicas fundamental es
para el acceso a la i nformación, l o que me ha l l evado a i nvol ucrarme
en relaciones sexual es con al gunos de m i s i nformantes. Es por ello por
lo que a lo l argo del trabaj o he considerado i m portante abordar l a
cuestión d e l sexo d e l antropól ogo, j ustamente para preguntarnos tam
bién acerca del l u gar del sexo en la antropología, en el antropólogo, en
la escri tura etnográfica y en la experiencia del trabaj o de campo.
La observaci ón participante ha sido l a técnica básica en el trabaj o
d e investigación. Gracias a e l l a , he podido entender l as normas d e fun
cionam iento, los recorridos de los partici pantes, di stri bui r l a zona de
crui sing en función de sus usos y establecer los elementos que contri
buyen a la negociación sexual . Para ello, ha sido necesario convertirme
en un suj eto que desea y es deseado, suj eto legíti mo para la i nteracción
sexual y actor de los rituales de acercamiento y gozo. La observación
partici pante me ha l levado a relaciones con mis i nformantes, en pri mer
lugar, y a anal i zar estas observaciones, en un segundo momento. Al gu
nos de m i s compañeros me interrogaban si tenía sexo con mis i nfor
mantes y mi respuesta afi rmati va solía suscitar risas y debates. Pero, en
real idad, m uchos de los antropólogos no dudan en expl icar las relacio
nes de amistad que surgen de su trabaj o de campo en los relatos etno
gráficos . ¿Por qué deberja hacerlo yo con respecto al sexo? ¿Qué hace
que la i nteracción sexual sea más pel i grosa que la ami stad profunda en
el trabajo de campo? En una i nteracción social que se basa en las rela
ciones sexuales, el antropólogo no puede mantenerse ausente con res
pecto a l o q ue al l í sucede. Para conocer el funcionamiento de las zonas
de cruising no basta con real i zar entrev i stas : el investi gador necesita
partici par del sexo anónimo para entender su organi zación social y no
por ello atenta necesari amente contra la i nti m idad de los participantes,
la obj eti v i dad ci entífica, ni contra la ética profesi onal .
En la misma l ínea que propone Phi l i ppe B ourgoi s en su estudio
sobre los vendedores de crack en Nueva York (Bourgoi s, 20 1 0 [2003 )) ,
por ello por lo que los baruya dan de beber esperma a las muj eres de
bi l i tadas por el parto, y consideran que el esperma es el fl uido necesa
rio para generar la leche materna con la que amamantan a sus hij os. Al
i gual que los sambia, los j óvenes baruya son al i mentados con el esper
ma de los mayores. Esta i ngestión se repi te durante varios años con el
fi n de hacerl os crecer más grandes y fuertes que l as mujeres (/bid. ,
p. 70) .1 Segun Godel ier (/bid. , pp. 7 1 -72), l os i niciados estaban obl i
gados a aceptar e l pene q u e s e l e s ofrecía y a s í s e establecía u n circui
to de esperma que determ i na que los donadores de esperma no son
tomadores . Una especie de pri ncipio de intercambio de semen genera
l i zado a partir de felaciones es lo se percibe como aquel lo que da la
v i da a las siguientes generaciones de la com unidad.
El estudio sobre los sambia y los baruya nos dev uel ve de nuevo
a la pregunta de ¿qué es sexo?, pero también a otras : ¿estas prácticas
ri tuales tam bién son prácti cas sexuales?, y si son prácti cas sexuales,
¿porqué entre personas del m i smo sexo? Entre los sambi anos y baru
yas , la felación no es percibida como una acti v idad sexual de la mi sma
manera que l o sería en nuestra cultura. A l l í, l as fel aciones entre jóve
nes y adultos son un i nstrumento s i m ból ico para el desarrol l o de la
persona hasta converti rse en varón, m i entras que en nuestra cul tura
cuando dos hombres manti enen rel aciones de sexo oral , su v i ri l i dad
no es ensal zada si no debi l i tada. Las fel aciones entre los sambianos no
deben ser i nterpretadas de manera l i neal como si se tratase de una
«mamada», si se me permi te la i ronía, ya que la fel ación en l as cultu
ras sambia y baruya no si gnifica de l a misma manera que lo hace la
mamada en Occidente . De manera que no siempre una mi sma práctica
sexual tiene los m i s mos si gnifi cados en todas l as culturas ( Herdt,
1 997 ; Herdt y Boxer, 2003 ; Cameron y Kuli ck, 2003 ) . De hecho, en
nuestra sociedad el acto de fel ación que se real i za ritual mente entre
l os sambi anos y baruyas , se trataría de una acti v idad que probable
mente susci taría el interés de los serv icios de protección de menores,
quienes podrían considerar que este ti po de acti vi dad entre los j óve
nes, más q ue una característica cultural , se trata de un abuso sexual o
de una práctica inadecuada para la edad de los m uchachos .
Deberíamos, por l o tanto, en pri mer l ugar di scuti r el uso de l a
1 . Cabe puntual izar q u e esta práctica n o s e sigue real izando desde 1 960, según Go
delier, a causa de la llegada de los europeos (Godelier, 1 986 [ 1 9821, p. 70).
El sexo de la antropologfa ____
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__ 29
sexual idad en general y especial mente el de las sexual idades m i nori ta
rias para contri bui r a la i ntegración de todas l as d i v ersi dade s . Pero
para ello, los grupos sexuales domi nantes deberían perder los pri v i le
gios adquiridos asumiendo responsabil idades que vayan más al lá de la
tolerancia de las diferencias, ya que la tolerancia es una posición que
parte desde la si tuación de poder. ¿ C uándo las m i norías han podido
tolerar a las mayorías? La j usticia social no pasa por l a tolerancia de
las mayorías sino por la redi stri bución del poder en la esfera social .
El segundo problema q ue se genera es el de la cuestión de clase.
Este i magi nario de fiesta y di versión ha deri vado en una nueva hege
monía (esta vez homosexual ) en la que «ser gay» pasa en casi todos
los casos por el consumo en bares, restaurantes, di scotecas , centros de
estéti ca, desti nos vacaci onal es, etc. Lo que provoca que una buena
parte de hom bres que tienen sexo con hombres úni camente puedan
establecer rel aciones sociales (y sexuales) en este tipo de escenarios.
S i n embargo, no todos pueden pagar una copa o acceder a un crucero
desti nado al públ ico gay . Esta real idad provoca que al gunos homo
sexuales no encuentren un l ugar de social ización que conc i l i e tanto a
su orientaci ón sexual como a su si tuación económica y de clase. B i en
es cierto que las nuevas vías de rel ación a través de chats y programas
de geolocal i zación3 en los teléfonos móvi les han faci l i tado el acceso a
algunas de estas personas , pero todav ía exi sten m uchos hombres que
no pueden acceder a ellos por lo que se ha l l amado la brecha digital
( Servan, 2002).
El tercero de los problemas esta rel acionado con l as cuestiones
estéticas y de edad . La homosexual idad se ha representado a partir de
la bel l eza mascul i na y la j uventud, l o cual no solo ha dej ado fuera a
las muj eres lesbianas del panorama sexual de «las m i norías» , si no que
además ha construido un suj eto para el que no pasan los años, eterna
mente j oven, blanco, guapo, sal udable, seronegati vo, etc. Es decir, un
sujeto que buena parte de los gai s no pueden ser.
En cualquier caso, la sexual idad (y la homosexual idad) no pue
den ser entendidas úni camente como un hecho natural o patológico. El
estudio de los sambianos y los baruya, así como l as representaciones
No cabe duda de que cuando S i mone de Beauv oi r afi rmaba que «no se
nace muj er, se l l ega a serlo» ( B eauvoir, 1 999 [ 1 949] , p. 207), estaba
i nfl uida por el psi coanál i s i s , que era la corriente de pensamiento en
boga del momento. El psi coanál i s i s desestabi l i zó las jerarquías bi na
rias de hom bre/mujer, homosexual/heterosexual y tam bién ampl ió el
ámbito de la sexual idad a todos los espacios de la v ida humana ( V i
darte, 2005 ) . Freud creyó q u e el grado d e ci v i l i zaci ón se organi zaba
El sexo de la antropología -----35
4. Gayatri Reddy (2009 [2006]) ha publ icado también un brillante análisis sobre las
relaciones sexuales y emocionales de los hijra que dan cuenta de las transformaciones
que se están produciendo entre los hijra y sus maneras de concebir el sexo, el amor y
el deseo.
El sexo de la antropología ____
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and rógi nas y hermafrodi tas entre su mitología que dan sentido positi
vo a la variedad de género, con diciones físicas y preferenci as eróticas.
A s í , por ejemplo, el Rig V eda, un relato mítico hidú, considera que,
a ntes de l a creación, en el mundo había diferencias muy v ari adas in
cl uso de sexo y género. Esta percepción y práctica de la diversi dad se
v i o mermada, en parte, por la coloni zación bri táni ca que persiguió los
comportami entos de los hij ra e i ntentó acabar con ellos por su ruptura
co n l as normas corporales occidentales. Los hij ra son suj etos que ve
neran a Bahucha Mata, que representa una forma de l a Diosa Madre y
c u mplen una funci ón ritual en bodas y naci m i entos , donde bai l an ,
cantan y bendicen a l a fam i l i a y al niño para que tenga una vida prós
pera y férti l , y tras esta act i v i dad ri tual l a fam i l i a paga al hij ra por
haber hecho la bendición.
Los hij ras se diferencian a sí m i smos entre verdaderos y fal sos ,
siendo los v erdaderos aquel los que se han someti do a una operación
ri tual de exti rpación de los genitales ; momento que se representa con
un renacer y a parti r del cual se convierten en vehículos del poder de
la Diosa Madre. Y, por el contrario, los fal sos son aquellos que no han
pasado por la operación y, en buena medida, son considerados como
i m postores por aquellos que sí que l o han hecho.
Se considera que son varones i ncom pl etos, ya que son hombres
que no pueden procrear y , normal mente, sus parej as sexuales son
otros hombres. V i sten con ropa de m uj er, se ponen nom bres femen i
nos, i m i tan a l as m uj eres en gestos, comportamientos y expresi ones
del l enguaj e. S i n embargo, tampoco son considerados m ujeres porque
no pueden quedarse embarazados ni tienen órganos reproductores fe
meni nos . Su representación social es muy vari ada ya que pueden ser
obj eto de burla, temor, respeto o desprecio. Pero, aunque l os hij ra tie
ne poder para bendeci r, también l o tienen para maldecir, y l o hacen
cuando no se les paga lo debido por sus serv i cios: pueden i nsultar a la
fa m i l i a , maldeci rla con la pérdida de su v i ri l i dad y pueden i ncluso
l l e gar a mostrar su entrepierna como acto de hum i l lación y vergüenza
h ac i a la fam i l i a q ue ha cometido l a ofensa. No se trata de un grupo
pl enamente aceptado en la soci edad, ya que una buena parte de el los
v i v e de la l i mosna y la prostitución, moti vo por el cual se les ha acu
sado de ser los transmi sores del VIH en la India. Pero sería problemá
ti c o co nsi derar a l os hij ras como un tipo de transexual idad u homose
x ual i dad, ya que los parámetros con los que operan no son los m i s mos
38 __
En tu árbol o en el mío
__
que los que se uti l i zan en Occidente para estos conceptos. Tampoco se
puede ideal i zar la real idad de l os hij ras s i m pl emente para construir
una cierta coherenci a y universal idad de l as necesi dades políticas y
sociales de l os grupos sexuales m i nori tari os occi dental es. Pero, en
cualquier caso, el ejemplo de los hij ras i l ustra otras posi bi l i dades de
interpretaci ón cultural diferentes al binom i o hombre/muj er en el que
se ha refugiado el si stema sexo/género occidental , lo que da cuenta de
que nuestras concepciones de masculino y femeni no no son otra cosa
que presupuestos cul turales propios de nuestro entorno. El caso de los
hij ras demuestra que otros sexos diferentes al mascul i nizado o femini
zado pueden exi sti r en otras culturas y además ser interpretados de
una manera diferente que no tendría nada que ver con las i deas de pa
tol ogi zación , cri m i nal i dad o pecado a l as que se ha recurrido para
construi r la al teridad sexual en Occi dente. Por lo tanto, el hecho de
que exi stan únicamente dos cuerpos sexuados es una necesidad de nues
tro orden social ( Fausto-Sterl i ng , 2006 [2000] ) , que tiene por obj eto
mantener la hegemonía de determi nados cuerpos y conductas y para
ello requi ere i ne v itablemente de un «Otro» con cuya desaprobación
tratar de mantener el i m posible status quo sexual .
es t udi ada con e l método etnog ráfico (Sonensch e i n , 1 966) . Poco des
p u é s , ya en l os setenta comen zaron a aparecer al gunos trabajos so
bre d i versi dad sexual como Mother Camp de Esther Newton ( 1 979
¡ t 972 ] ) , el trabajo de Gil bert Herdt que i nvesti gó lo que l l amó Homo
se x ual i dad ritual en Melanesi a ( 1 992 [ 1 984] ) o el popular texto de
Ga yle Rubi n donde presentó l a construcción social del sexo ( 1 986
¡ 1 975 ] ) . Sin embargo, no fue hasta los años noventa cuando creció el
i nt erés en l a antropología por el estudio sobre la d i versidad sexual y,
a p arti r de este momento, l as i n vesti gaciones sobre esta temática co
menzaron a florecer en nuestra d i scipl i na ( Weston, 1 993 ) . Otros auto
res avalan este anál i s i s hi stóri co de Weston , como Fran Markowi tz
( 2003) o Carole S. Vanee, que asegura que a menudo l a antropología
«parece compartir la v i sión cultural prevaleciente de que la sexual i
dad n o e s un área total mente legitimada para el estudio» ( Vanee,
2005 , p. 1 5 ) .
E l Estado español , n o fue una excepción: Al berto Cardín fue el
p rimer antropólogo en i nteresarse por la cuestión homosexual , y desde
l os años setenta, publ i có diferentes artículos y l i bros rel ati vos a la
c uestión gay como Detrás por delante en 1 978 o Guerreros, chama
nes y travestis ( 1 989 [ 1 984] ), un breve repaso por l os usos de l as
sexual idades en diferentes culturas y que todavía hoy debe ser uti l i za
do como publ icación de referencia. También editó j unto con Armand
Fl u v i a de el l i bro SIDA : ¿ Maldición bíblica o enfermedad letal?
( 1 9 85 ) . José A nton i o Nieto tam bién centró su trabajo a fi nales de l os
ochenta en la cuestión de la diversidad sexual y publ icó Cultura y so
ciedad en las prácticas sexuales ( 1 989) . A pri ncipios de los noventa
se publ icó l a pri mera monografía sobre esti l o de v i da gay en España
de la mano de Osear Guasch ( 1 99 1 ) y un poco más tarde Begonya
En guix ( 1 996) presentaba Poder y deseo : la homosexualidad mascu
lin a en Valencia. Pero, real mente, el creci mi ento del i nterés por l a
d i v ersidad sexual en el panorama antropológico d e l Estado español s e
pro duce en el siglo XXI con l a publ icación de d i versos trabaj os que
to m an como punto de referencia las diferentes d i versi dades sexuales
co m o Transformación de la identidad gay en España de Fernando V i
l l aa m i l (2004) , Identidades lesbianas: discursos y prácticas d e Oi ga
V i ñu ales (2006), Transgenerismos: una experiencia transexual desde
la perspectiva antropológica de Norma Mej ía ( 2006) , Entender la di
versidad familiar. Relaciones homosexuales y nuevos modelos de fa-
40 __
En tu árbol o en el mío
__
Los i ndígenas tienen razones precisas para demostrar que las aberracio
nes sexual es son malas: la sodomía por naturaleza repugnante de los
excrementos; el exhibicioni smo porque demuestra una fal ta reprobable
de vergüenza y dignidad ; las perversiones bucales a causa del sabor y
del olor desagradables. Todas estas expresiones i mplican el segundo
sentido de la palabra gaga: «Contra natura, repugnante, i ndigno del ser
humano sano» . Empleada en este últi mo sentido i mpl ica una acti tud
tanto estética como moral , y la censura está dictada, más que por el
sentimiento que suscita la transgresión de un mandato tradicional , por
que burla una ley natural (Malinowski , 1 97 1 [ 1 932], p. 333).
La obra de Margaret Mead publ icada en l os años vei nte del si glo xx
no prestó tanta atención a las rel aciones homosexual es, aunque l a
sexual idad estuvo m u y presente en su trabajo. Descri bió l as formas de
negociación, acceso al sexo, matri monio y adulterio entre los samoa
nos y consideró que entre l os samoa «además del matri monio formal
solo hay dos ti pos de rel aciones sexuales que reci ben un cabal reco
noc i miento: l as rel aci ones entre j óvenes sol teros - se incluye a l os
v i udos - que sean aproxi m adamente de la m i s m a edad , precedan al
ma tri monio o consti tuyan meramente una di versión pasaj era, y el
ad u l terio» (Mead, 1 993 [ 1 939 1 , pp. 97-98 ) . Presenta a los samoa como
una soci edad con gran acti v i dad sexual s i n apenas restricciones, des
cr i be las rel aciones de adulterio como una acti vidad recurrente que no
reci be sanción social a diferencia de lo que sucede en Occidente. No
obstante, l a obra de Margaret Mead ha sido somet ida a m uchas con
trov e rsias, especialmente des pués de la publ icación del l i bro de Derek
F ree man ( 1 98 3 ) , quien cues tionó tanto l a metodo logía como los ha-
42 ____ En tu árbol o en el mío
l l azgos de Margaret Mead y negó el l i berti naj e sex ual con el que
Mead descri bía a los samoanos.
En cualqui er caso, Kath Weston ( 1 993 , pp. 340-34 1 ) asegura que
tras décadas de ausencia de la sexual idad en la antropología (desde los
años vei nte hasta el ultimo cuarto del s i glo xx), una buena parte de los
estudios sobre l esbianas y gai s que se i niciaron en antropol ogía se
embarcaron en un proyecto que pretendía buscar pruebas de la exi s
tencia de gai s y lesbianas en otras sociedades para promover otras
políticas del sexo en Occidente. Pero cabe destacar que el i nicio de los
estudios gai s , lésbicos y trans se produjeron solo en un momento de
avances intelectuales que permi tieron la obertura de este objeto de es
tudio. A ntes de que l os etnógrafos pudieran di buj ar un nuevo mapa
mundial de las sexual idades no-heterosexuales, fue necesario que la
homosexual idad se con v i rtiese en un obj eto legitimo de i nvesti gación
antropológica a partir de su conceptual i zaci ón como construcción so
cial (/bid. , p. 34 1 ) .
Du rante mucho tiempo , la antropol ogía ha aceptado que l a
sexual i dad pertenece a l ámbito de l o pri vado y l o i nd i v i d ual , pero
¿ por qué es más pri v ada la sexual i dad que otras acti v idades sociales?
(Ni eto, 1 993 ) , ¿Cómo se determi na qué es «lo pri vado»? S i el acto
sexual fuese una acti v idad pri vada, no estaría sometido a tantos con
troles y ej ercicios de superv i sión . El sexo no es un aconteci m i ento
pri v ado, si no una actividad profundamente social que cada indi v i d uo
se ve obl i gado a hacer públ i ca de una manera u otra, ya que se trata de
una acti vidad a parti r de la cual se determ i na la aceptabi l i dad o el re
chazo social . Si el sexo es pri vado, ¿ por qué exi ste esa insi stenci a en
que l a homosexual idad se haga pública? En sacar a trancas y barran
cas del armario a cualquier suj eto sobre el que se tenga sospecha de su
opción sexual . ¿ Por qué se i nsi ste en que cada homosexual d i ga cuál
es su verdadera sexual i dad? A pesar de que el acto sexual podría ser
en sí mi smo un acto pri vado o, mejor dicho, s i n espectadores aparen
tes, son i ndi scuti bles sus implicaciones sociales. Es deci r, tal y como
defi enden B erland y Warner ( 1 998 , p. 5 5 3 ) , aunq ue l as rel aciones
sexuales se consi deran ínti m as y pri vadas están mediadas públ i ca
mente. Pero, a pesar de que la sexual idad es emi nentemente social , la
antropología ha renunciado durante m uchos años a entrometerse en
las acti vi dades sexuales de las com unidades que estudiaba (Guasch ,
1 996, p. 1 45 ) . Una especie de con senso colecti vo ha hecho que se
El sex o de la antropología -- 43
-
--
d esde Occidente, que pasa i ndi scuti blemente por l a matri z hetero
se x ual .
La etnografía de las m i norías sexuales no es el estudio del «otro»
para m uchos de nosotros : la experiencia homosexual no es un aconte
c i m i ento «exótico» para una buena parte de l os antropól ogos que se
ded ican al estudio de las m i norías sexuales, s i no una práctica cotidia
na y es por ello por lo que nuestras experi encias v i tales se ven i nevita
bl emente inmi scuidas en el trabaj o de cam po.
Este pl anteami ento de sexual i zación del i nvesti gador puede l le
var a dos equi vocaciones que se deben aclarar. La pri mera es pensar
q ue se propone un acto de censura hacia cualquier antropólogo hetero
sexual para i nvesti gar sobre las otras i dentidades o prácticas sexuales,
pero ningún i nvesti gador puede tener la «patente» de un hecho social ,
tampoco l os antropólogos gai s , lesbianas o trans . Y la segunda equi
v ocación es hacer una l ectura i nversa del tipo «los antropól ogos ho
mosexuales no pueden hacer trabajo de campo sobre terreno hetero
sexual » . Pero este segundo error queda i n habi l i tado cuando pensamos
que en nuestra cultura el paradigma de la heterosexual i dad es un ele
mento clave para l a organi zación y aceptación social , de manera que
para poder integrarse en el grupo, a l o l argo de nuestra experiencia
v i v ida, las personas no-heterosexuales hemos sido social i zadas como
tales y hemos aprendido, como di ría Goffman, a corregir aquel lo que
se consi dera obj eto de diferencia (Goffman, E. 2003 [ 1 963 ] ) . Por lo
tanto, podemos comprender y m i rar como si de un heterosexual se
tratara. Si hablásemos de idiomas, podríamos deci r, que los no-hetero
sex ual es, somos personas bi l i ngües . Que podemos hablar tanto el
i d ioma perverso, como el normal ( Vi darte, 2007 ) . Todo m ari cón o
bol l era sabe cómo esconder su pluma y «pasar» como heterosexual
c uando el contexto así lo exige.
gía se ha conformado como una ciencia que estudia a las otras perso
nas y, por lo tanto, la experi encia del antropólogo debería quedar fue
ra del rel ato etnográfi co. Este hecho se ha di scutido ampl i amente a
partir del trabaj o de Clifford Geertz ( 1 989) , en el que aborda la auto
ri dad etnográfi ca del antropól ogo como autor. Tras los debates que
susci tó el texto de Geertz, en antropología se acepta que el antropólo
go siem pre está presente en el resul tado de su trabaj o de i nvesti ga
ción. Aunque parece ser que, en materia de sexual idad , esta presencia
queda en entredicho y conti nua escasamente representada en l os rela
tos etnográficos.
En segundo l u gar, Kulick considera que, desde la antropología,
se han despreciado las narrati vas personal es y, especialmente, aque
l las que ti enen que ver con tabúes cultural es como el sexo. Es nece
sari o recalcar que la manera de percibir nuestro sexo tam bién deter
m i n a la manera de perc i b i r el sexo de los otro s . Y, fi nal mente, el
sexo de los antropólogos se ha m antenido al margen del anál i s i s et
nográfi co por el m i to de la obj eti v i dad científi ca ( K u l i c k , 2005 ) ,
como s i e l sexo contam i nase todo aque l l o con l o que s e v e env uelto
(ver Douglas, 1 973 [ 1 966] ) , como si donde hubiera sexo no pudiera
haber razón.
S i el sexo es un hecho cultural , debe ser también un recurso et
nográfico que permi ta al antropól ogo conocer una real idad social con
creta. El sexo puede ser una manera de entender al otro. De hecho, la
absti nencia sexual en determi nados contextos podría ser un problema,
ya que l as personas que pretendemos i n vesti gar podrían quedar des
concertadas y no entender la deci s i ón vol untari a de ren unci ar a l as
experi encias sexuales ( Dubisch, 2005 ) . La negación del sexo en el
trabajo de campo es un elemento que no se di scute , sino que se asume
como obv io (/bid. ) . Fran Markowitz (2003 , p. 80) defiende que «una
vez establecido que el com portamiento sexual es parte del repertori o
cultural de todo grupo humano, tiene mucho sentido teórico para los
antropólogos experi mentar prácticas sexuales nati vas como parte de
su pl anteamiento hol ístico para adquiri r conocimi ento a través de l a
observación participante». D e hecho, Marcel Mauss ( 2006) se refiere
a la etnografía intensiva como un ti po de observación en profundi dad ,
completa y tan detal lada como sea pos i bl e en la que no se debe omitir
nada. Estoy convencido de que dentro de este «nada» podríamos i n
cluir l a s relaci ones sexuales. A s í , por ej emplo, en el estudio d e l sexo
El sexo de la antropología __ 47
_
__
El soci ól ogo Laud Humphreys fue el pri mer i n vesti gador en aproxi
marse a l a práctica del sexo anónimo a través de un enfoque etnográ
fi co. En 1 970 publ i có la pri mera monografía sobre encuentros sexua
l es anón i mos entre hom bres en Estados Un i dos titulada Tearoom
Trade. Impersonal Sex in Public Places. El autor presentó un trabaj o
q u e tuvo un gran i m pacto por dos moti vos fundamental mente. Por u n
l ado, por la innovación y rel evancia d e un tema que no había sido tra
t ado todav ía en ciencias sociales; pero, sobre todo, fue un trabaj o que
s u scitó el debate en torno a la ética de los investi gadores sociales y su
acercami ento al obj eto de estudio. Warwick ( 1 982, p. 43 ) , fue uno de
l o s pri meros autores en cuesti onar el trabajo de Humphreys y al pre
gu ntarse sobre las consecuencias de su trabaj o para el resto de l os i n-
50 __
En tu árbol o en el mío
__
vesti gadores soci ales. También el trabajo del pol émico autor l levó a la
rev i sta Internacional Journal of Sociology and Social Policy a publ i
car un monográfico en 2004 e n e l q u e s e anal i zaba la investi gación de
Hum phreys y donde algunos de los autores se mostraron especi al
mente críticos con la metodología desarrol lada por el sociólogo (ver
S chacht, 2004) . Así mi smo, Jamie S. Franki s y Paul Flowers ( 2009)
manifestaron con dureza sus críticas a Hum phreys :
la pobl ación gay (Frankis y Flowers, 2009, p. 870). Entre las i nvesti
gaciones posteriores a la epidemia, se pueden destacar los trabaj os de
Huber y Kleinplatz (2002), quienes i nvesti gan la cuestión de la identi
dad sexual de las personas que participan en la acti v i dad del crui sing
para estudiar por qué los hombres que tienen sexo con otros hom bres
y se identifican como heterosexuales tienden a tener menos i nterés en
las prácticas de sexo seguro. Douglas y Tewksbury (2008) anal i zan los
patrones de com unicación verbal y no-verbal en l as zonas de i nter
cam bio sexual anónimo. Mi chael Reece y B rian B odge (2004) ponen
su atención en el estudio el i m pacto para la sal ud del i ntercambio se
xual anónimo en el entorno estudianti l . Paul Flowers, Graham Hart y
Clai re Marriott ( 1 999) anal i zan la cuestión de la salud sexual y la per
cepción de los riesgos entre los hom bres que participan en l as zonas
de i ntercambio sexual anóni mo. En 1 999, el antropól ogo Wi l l iam
Leap edi tó un l i bro titulado Public Sex, Gay Space: en él se compi lan
un buen número de artículos donde se anal i za en profundidad l a cues
tión del i ntercambio sexual anónimo desde diferentes contextos socia
l es y cul turales y desde una perspecti va más ampl i a que la relacionada
únicamente con la prevención de l as enfermedades de transmisión se
xual . Otros ejemplos de aproxi maciones al sexo anónimo son Cam i l o
A l buquerque de B raz ( 2008) q u e investigó las rel aciones homosexua
les entre hombres en l os clubs de hombres, y Laurent Gai ssad ( 2006)
que presentó su tesi s doctoral en relación a los encuentros entre hom
bres en el sur de Francia o Hubbard (200 1 ) que se acerca a las zonas
de crui sing desde la crítica a la l ógica heterosexual .
En el Estado español , l as i nvesti gaci ones sobre el i ntercam bio
sexual anónimo l legaron m ucho más tarde. España había v i v ido una
dictadura que i m pedía cualquier i nvesti gación rigurosa sobre cuestio
nes sexual es q ue escapasen de la lógica que i m ponía el régi men dicta
tori al , una lógica que venía determi nada por di scursos cargados de
moral cri stiana, cul pa y casti go. Al gunos antropólogos se han i ntere
sado por esta temática a parti r de l os años noventa, como Osear
Guasch ( 1 99 1 ) que anal i zó fundamental mente por l os encuentros y
formas de social i zación gai s ( 1 99 1 ) , o Fernando V i l l aami l y María
I sabel Joci les (2008 y 20 1 1 ) quienes han centrado sus trabaj os en
cuestiones relacionadas con el i ntercambio sexual y el estudio de las
enfermedades de transmi sión sexual . Fi nal mente, Fernando Lores
(20 1 2) , tam bién antropólogo, ha presentado su tes i s doctoral donde
El sexo de la antropología ____
_ 53
1 . En el anál isis de Foucault es necesario tener en cuenta su visión del poder como
algo siempre presente e ineludible, de lo que ninguna persona en sociedad puede esca
par, como algo intrínseco a la vida « . . . no es posible escapar del poder, que siempre
está ahí y constituye precisamente aquello que se intenta oponer» (2005 [ 1 976] , p. 86).
Cuando Foucault se refiere al poder asegura: «Por poder no quiero decir "el Poder",
como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos
en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a
la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema
general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efec
tos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis
en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado,
la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas
terminales. Me parece que por poder no hay que comprender, pri mero, la multiplicidad
H omosexo en la sociedad industrial ____
_
__ 59
de re laciones de fuerza inmanentes y propias del campo en el que se ejercen, y que son
con sti tutivas de su organización; el juego que por medio de l uchas y enfrentamientos
in ces a ntes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones
d e fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que conformen cadena o sistema,
º · al co ntrario, los desniveles, las contradicciones que aíslan a unas de otras» (Foucault,
l ugar para el sexo y el coi to vagi nal como la práctica legíti ma. Así, se
genera un nuevo pensamiento que permite clasificar a los homosexua
les como suj etos obj etivables, pero también confi gura un modelo de
fam i l i a nuclear que redefi ne el patri arcado. Este giro afectó a diferen
tes esferas de la v i da social como la organización del trabajo, del es
pacio públ ico, la v i da pri vada y la gestión económica. Pero, en el te
rreno de la sexual idad , permitió además l l evar a cabo el paso hacia un
régi men bi nario entre lo permitido y lo prohi bido, una ordenación le
gal que haría públ i co aquel lo que hasta el momento pertenecía al ám
bito de l o ínti mo. Nace un modo de anál i s i s que no solo afecta a las
conductas perm i ti das y las prohi bidas, s i no que tam bién determ i na
l as normales y l as patológicas, de manera que cada persona admini stra
sus propi as expresiones de deseo baj o la amenaza del casti go, no solo
j udicial , sino también de suj eción médica.
Este control sobre el cuerpo del i m i ta la experiencia homosexual
para nomi narla y dotarla de si gnificado, asi gnarle unas causas y pro
porcionar un sentido s i m ból ico que la desacredite. Gracias al crecien
te poder psiquiátrico, el homosexual pasa a ser construido no solo
como suj eto legible, si no sobre todo como obj eto de cura, como una
perversión particular categori zada de manera diferente al resto de fi
lias sexuales que hasta el momento se recogían bajo la noción de sodo
mía. El homosexual se construye como un ente clave para la organi za
ción social del sexo, ya que permite determi nar la al teri dad sexual , y
por lo tanto señalarlo como un sujeto i ndeseable. En palabras de Fran
ci sco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar, «el perverso será a
l a v ez un parási to ( i nfecci ón de la que debe protegerse la sociedad
mediante medidas profi l ácticas ) , un cri m i nal (obj eto de castigo penal
y de i n s pección forense) y un demente (obj eto de tratami ento psi
quiátrico) , si n que estos térmi nos se contradi gan m utuamente» ( 1 997,
p. 242).
Esta transformación en la concepción y tratamiento de l a sexua
l i dad necesitó de al gunos precedentes que pudieran dar l u gar a estos
aconteci m i entos . Desde fi nal es del siglo xvm, la medicina l egal ya
procuraba engendrar una nueva gobernabi lidad li beral que sati sficiera
l as necesidades del momento. En este sentido, el l i bro de A mbroi se
Tardieu Estudio médico-legal sobre los delitos contra la honestidad,
publi cado por pri mera vez en 1 857 (traducido al castellano en 1 863)
supone un punto de referencia para l a confi guración del nuevo pensa-
Homosexo en la sociedad i ndustrial ____
__ 61
década del siglo XIX y pri ncipios del xx, nuevos agentes toman parte
en el di scurso sexual en España: j uri stas, pedagogos y otros ensayi stas
de tilde regeneracioni sta toman la palabra sobre la cuestión sexual .
Entran en escena personajes como Bernaldo de Quirós y Ll anas Agi
laniedo, que en 1 90 l publ ican La mala vida en Madrid ( l 90 l ) , donde,
con pretensiones científicas, presentan diecinueve casos de «inverti
dos sexual es» descri biendo sus características físicas , genitales y ana
les, así como las prácti cas que prueban su perversión. El l i bro ofrece
tam bién al gunas fotografías de al gunos urani stas2 para que el l ector
pueda identificar al gunas de sus características . Los autores, además ,
alertan de la exi stencia de l ugares de encuentro entre «invertidos» en
Madrid y de las posi bles consecuencias para los hombres que los fre
cuentan :
protesta que elevaron al Gobierno, años ha, las damas madrileñas, ro
gándole suprimiera los urinarios públicos o los reemplazaran por retre
tes con lavabos, alegando que eran un estímulo a la relajación de cos
tumbres. Tenían razón, aunque los diarios se burlasen de la petición. No
sólo en Madrid: aquí en Barcelona también debe hacerse. Hay homo
sexuales que emplean el día siguiendo urinarios, como el borracho si
gue tabernas y la beata iglesias (/bid. , pp. 48-49).
Exi sten otros títulos de este ti nte, como la compilación del Doctor
Suárez Casañ , que desde 1 893 publ i có una serie de vol úmenes en tor
no a una colección l l amada Conocimientos para la vida privada. En el
sexto vol umen, dedi cado a la pederastia, Suárez Casañ no escati ma en
rel acionar cri men y homosexualidad en un texto cargado de connota
ciones ideológi cas :
Aún hoy en día exi sten en dicha capital [Barcelona] paseos oscuros y
sol itarios durante la noche, en los cuales, a merced de las sombras se
comenten l as mayores torpezas. [ . . . ] En estos sitios, no ignorados de
nadie, sitios que son un pel igro para la seguridad personal y para la de
cencia, debieran colocarse faroles de gas o focos eléctricos que ahuyen
taran con sus rayos a esos nocturnos pajarracos, enemigos de la morali
dad. No insi stimos sobre este punto delicado, que está en la conciencia
de todos, y que, únicamente hemos señalado, para probar que este vicio
vergonzoso no es tan il usorio como algunos pueden pensar, juzgando
por su natural repugnancia, y que las autoridades debi eran velar con
energía para extirparlo de raíz, con lo cual se evitarían, indudablemen
te, grandes males (Suárez Casañ, 1 893 , p. 55).
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 65
La oscuridad que bri nda una ciudad en la que los habitantes se desco
nocen se asocia a los grandes pel i gros y las peores ofensas a la mora-
1 i d a d . Así lo manifestaba también Rodríguez-Sol i s en su vol umen
His toria de la prostitución en España y América en 1 89 1 :
Otro de los autores de fi nales del siglo XIX fue Lucas Mal l ada. En
1890 publ i có Los Males de la Patria y la futura revolución española
donde, tras hacer hal ago de todas l as conqui stas que ha l ogrado l a
« raza i bérica» , adv ierte d e l a decadencia en la q u e ha caído «nuestra
raza» . Considera que la pérdida de v i ri l i dad de los hom bres españoles
es uno de los grandes males de la soci edad ( Mal l ada, 1 969 [ 1 980] ,
p . 37).
La i deología recuperacioni sta fue uno de l os pri nci pios sobre los
que se construía el credo de la dictadura de Pri m o de Rivera quien, ya
en un manifi esto de toma de posesión, al udía a la v i ri l i dad español a
como un elemento necesario para el buen gobierno del país y para ello
refería a la homosexual idad s i n mentarla:
Pero César Juarros tam bién publ icó otro l i bro de autoría propia al que
tituló Psiquiatría del médico general. En este l i bro, muestra su preo
cupación por la cuestión de la homosexual i dad , donde reconoce que
exi ste una cierta probabi l idad de ser homosexual , pero «si la sem i l l a
n o cae sobre este terreno, no germ i nará l a planta cruel d e la al iena
ción» (Juarros , 1 9 1 9, p. 1 0) . Propone que con un buen régimen higié
ni co, l a cuestión heredi taria puede esqui var la al ienaci ón.
S i guiendo esta l ínea de conformación anatómica para determi nar
la ori entación del deseo sexual de las personas , se pueden encontrar
trabajos como el Manual de patología general de Ricardo Nóvoa San
tos ( 1 930) o Generación y crianza o higiene de la familia de Lui s
Comenge ( s .f. ) . Comenge plantea que en la especie humana no se co
nocen casos de hermafroditi smo absol uto, haciendo referencia cl ara a
un planteamiento excl usivamente anatómico de la sexual idad. El autor
no escatima en arremeter contra otras formas sexuales a las que cal ifi
c a d e desgraciados y monstruosos .
La propuesta del doctor Gregorio Marañón supone un giro en el
pensamiento médico español . Marañón traslada a l a endocri nología la
expl icaci ón del i nsti nto sexual y si enta las bases para una compren
s ión cromosómi ca de la sexual i dad . Plantea que todos l os cuerpos
pueden desarrol l arse como hombres o m uj eres a lo l argo de la v ida,
aunque apunta que exi ste un período críti co en al adolescencia al que
hay que prestar especial atención. Cada varón debe pasar por un perío-
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 67
A pesar del consenso que exi stía entre los psiquiatras en tomo a la peli
grosidad del enfermo mental s e encontraron con u n problema difícil de
salvar: la determinación práctica de dicha pel igrosidad. [ . . . ] Por lo tan
to, el concepto de peligrosidad no se fundamentaba en pri ncipios exclu
sivamente científicos. Semejante reconocimiento llevaba a los psiquia
tras a un callejón sin salida ante los juri stas y la sociedad. Sin embargo,
a pesar de no poseer un aparato científico que les permitiera la consta-
68 ---- En tu árbol o en el mío
3. Texto original : «El plagiador de Freud, el cantor deis homosexuals, elfals apos
to/ de la pura sexualitat . . . » .
4 . Para profundizar en este acontecimiento ver el libro Masculinidades en tela de
juicio de Nerea Aresti (20 1 0).
H omosexo en la sociedad industrial ----
-- 69
Ot ro de los autores del mom ento fue Á l varo Retana quien, como An
toni o Hoyos, hacía públ i ca s u homosexual idad por doquier. Las nove
l a s de Retana descri ben la subc ultura homosexual madri l eña e i nvitan
70 __
En tu árbol o en el mío
__
ca he redi tari a y de psi copatía cri m i nal de un conj unto variopi nto de
pe rso nas entre los que, sin nombrarl o, también se refi ere a los homo
se x u ales: «al amoral , el perseguido-perseguidor, el pasional , el v aga
bu ndo, el di psónamo, la prosti tuta congéni ta, todos los anormales
sexual es, el egocéntrico, el pedante, el i rri table, el estafador, el flemá
t i c o, el tímido, el fóbico, el tri ste y tantos otros ti pos» (Val l ej o Náge
ra. 1 937, pp. 1 28 - 1 29).
Cuando el bando naci onal había ganado l a guerra, el psiquiatra
pub l i có un segundo l i bro titulado Tratamiento de las enfermedades
mentales, donde mantiene un di scurso de purificación de la raza y
donde al ienta a la defensa social para hacer frente a los i n sti ntos per
versos (Val l ej o Nágera, 1 940, p. 1 9) .
Otro de l os escritores sobre sexual idad durante la dictadura fran
qui sta fue Juan José López lbor, quien se l i cenci ó en medici na en la
Uni versidad de Valencia en 1 929, y amplió sus estudios en diferentes
países europeos. López I bor ocupó diferentes cátedras de medicina
legal y toxi col ogía durante el franquismo (Adam Donat y Martínez
V i dal , 2008 , p. 1 25 ) . Su El libro de la vida sexual, editado por pri me
ra vez en 1 968 y reedi tado dieci nueve v eces hasta 1 98 3 , l legó a una
gran parte de hogares españoles, nutriendo l as bibliotecas de un buen
n ú mero de fam i l ias. En el l i bro se presenta un aspecto de la sexual i
dad henchido d e prej ui cios, donde arremete contra l a i deología del
amor l i bre y se sorprende del l i beral i smo sexual europeo ( López l bor,
1 968 , pp. 1 43 - 1 48). Revi sa la cuestión fam i l i ar desde una perspectiva
s esgada y con referencias antropológicas sin contrastar, para l legar a
l a concl usión de la necesidad de un modelo de fam i l i a nuclear donde
l o s roles de género están acotados para el buen gobierno fami l i ar.
En el capítulo dedicado a las anomal ías sexuales, el autor repro
d u ce tópicos comunes l l enos de contradicciones, q ue ya habían sido
re p ro badas en el ámbito científico.
del mi smo sexo, más joven, al que tratan con un papel activo, tal como
ellos deberían haber sido tratados por sus padres (!bid. , pp. 567-568).
74 ____
En tu árbol o en el mío
Ley de Pel i grosidad y Rehabi l i taci ón Social . Con este obj etivo, se
creó la pri mera formación cl andesti na de homosexuales en España. El
Mov i m iento Español de Li beración Homosexual (MELH) publicaba,
gracias a la colaboración de socios europeos, la revi sta AGHOI S , que
se di stri buía por correo por todo el Estado. En el año 1 975 , el MELH
pasaría a converti rse en el FAGC (Front d 'A l l i berament Gai de Cata
l unya) , que no fue legal izado hasta 1 980.7
Tras l a m uerte de Franco comenzaron a aparecer l as pri meras
novelas con contenido homosexual , como la de Antonio Roi g Todos
los parques no son un paraíso ( 1 977) , donde el autor reflexiona acer
ca de su propi a homosexual i dad , del sexo anónimo, de l os confl ictos
i nteriores y de la búsqueda de la fel i ci dad. Á l v aro Pombo publ icó en
el m i smo año Relatos sobre la falta de sustancia ( 1 977) , un trabaj o en
el que varios de los protagonistas eran homosexuales. Otros ejemplos
son El anarquista desnudo de Ll uís Fernández ( 1 979) , o Una mala
noche la tiene cualquiera de Eduardo Mendi cutti ( 1 98 2 ) . También
aparecieron nuevas formas de expresión artística, pol ítica y social . El
cómic se presentó como l a ruptura con l a cultura l i teraria del franquis
mo y como la posi bi l idad de genarar nuevas i nquietudes l i beradoras y
de protesta. En este sentido, tuvo un gran i m pacto La piña divina , ál
bum autoedi tado por Nazario Luque, donde mostró sus deli beraciones
homosexuale s , que provocarían la i ra de l as autori dades ( Dopico,
200 1 ) . En su trabajo, el di buj ante mostraba cl aras i ntenciones pol íti
cas de cambio a parti r de la central i dad del sexo8 (Mérida, 20 1 2) .
Pero e n l os años setenta tam bién comenzó a aparecer otra pro
ducción científica con un talante diferente a la que se había publi cado
durante el régi men. En 1 978 , Manuel Soriano Gil publ i có Homose
xualidad y represión, donde el autor defiende que: «la represión social
y humana de que son objeto los homosexuales, por parte de todas las
sociedades establecidas , capital i stas o social i stas , es tremenda, punto
en el que todos estamos de acuerdo, porque siempre hay que estar en
contra de toda represión» ( Soriano Gi l , 1 978 , pp. 9- 1 0) . Otro de los
Historias de lo i mposible
La práctica del sexo anóni mo, como cualquier otro hecho social , pue
de contar con diferentes narraciones en función del emi sor del mensa
j e . Los di scursos médi cos y l as i nstituci ones de salud públ i ca, por
ej emplo, parten normal mente de una posición de otredad en la aten
ción a la sal ud sexual de l os partici pantes y en la prevención de enfer
medades de transmi sión sexual . Centran su atención en un aspecto
concreto de la i nteracción sexual , que promueve un di scurso basado
en cuestiones sani tarias ( Flowers et al. , 1 999 ; Keogh et al. , 2000) .
Para las narrativas pol iciales, la práctica del cruising es una cuestión
de garantías de derechos y de seguridad ci udadana. Desde el punto de
vi sta de al gunos políti cos , se presenta como un problema de escándalo
públ ico. Este es el el caso, por ej emplo, del alcalde de Badalona, Xa
vier Al biol , quien no tuvo reparos en hacer públ ico en 20 1 2 su deseo
de acabar con la p ráctica del cruising en la pl aya de la Mora adv i rtien-
H o mosexo en la sociedad industrial ------ 8 1
que podían entrañar más pel i gro de arresto pol icial o acoso de v i gilan
tes anti -gai s.9
Muchos hombres se apoderaron de Jos lavabos a los que l l ama
ban « Tearoom». Haciendo así un j uego de palabras donde T-room era
el nombre corto de toi l et-room . Pero el j uego venía de Ja idea de Tea
room, que era el nombre que reci bían Jos locales a los que acudían las
m uj eres respetables a reuni rse s i n pel i gro de encontrarse con hom bres
ebrios ( Chauncey, 1 994, p. 1 97). En 1 92 1 , el 38 por 1 00 de los arres
tos a hom bres por homosexual idad en Nueva York se l l evaron a cabo
en l os baños del metro (/bid. , p. 1 98 ) . Hasta los años setenta la perse
cución conti nua hacia los homosexuales por parte de la pol icía se ha
cía medi ante tres técnicas fundamentale s : espionaj e , uso de cebos y
asal tos (Humphreys, 1 975 [ 1 970] , p. 8 5 ) .
George C hauncey si túa en e l inicio d e l siglo xx el momento e n
q u e se desarrol l an l as nuevas tácti cas comunicati vas y de reconoci
miento de otros hombres interesados en el encuentro sexual anóni mo.
Estas estrategias fomentaban el anoni m ato para hacer el encuentro
más seguro ( C hauncey , 1 994, pp. 1 88- 1 89). La persecución constitu
yó una transformación en los hábitos , l as prácticas y tam bién la com u
nicación.
En Europa, los encuentros sexuales entre hombres también eran
una práctica habitual en las grandes ci udades. En El retrato de Dorian
Gray, de Osear Wi lde ( 2007 [ 1 890] ) , el protagoni sta recorría por l a
noche l o s barrios en los que se cometían diversas acti v idades i l ícitas,
dando a entender al lector la posi bi l i dad de que se tratase de i ntercam
bio sexual con otros hombres. Por su parte, Marce! Jouhandeau hace
cortesía a los parques franceses :
En París , l os uri narios, eran conocidas como las capi l las de l a abyec
ción y m uchos de hombres los uti l i zaban para el i ntercambio de place
res , aunque no s i n estar exentos de la persecución pol icial : hubo 463
condenas en 1 950, 379 en 1 960, 406 en 1 970 y 379 en 1 974 (Huard ,
20 1 2 , p. 96) . Incl uso en mayo del 68 , los i ntercambios sexuales anóni
mos entre hombres eran obj eto de sospecha para los revol ucionarios:
sexuales tam bién tomaron un l enguaj e propio que les permi tía partici
par del l i gue cal l ejero como se hacía en otras ci udades occidentales.
Esta forma de l i gar era conocida como «hacer l a carrera», que es el
mi smo nombre que uti l i zaban las prostitutas para referi rse a su espa
cio de trabaj o (Guasch, 1 99 1 ). También los uri narios consti tuían un
l ugar de encuentro entre obreros y patronos (Vázquez García y Cle
mi nson , 20 1 0 ( 2007 ] , p. 266). Como apuntan Ricardo Llamas y Paco
V idarte, en los uri narios «lo más pri vado convive con lo más públ ico.
[ . . . J Lo más secreto se com parte azarosamente con cualqui era, y el
máximo pudor se v uelve i m púdico en una especie de hi peri nti m idad
com partida con generosidad» (Llamas y Vidarte, 1 999, p. 40).
En Madri d , se l i gaba en la cal l e Preciados y en la Gran V ía, así
como en el pri mer vagón de la l ínea dos de metro ; en Valencia, en el
Barrio del Carmen ; en Sev i l la, en el parque de María Luisa; en Zara
goza, en la Plaza de José Antonio y en los uri narios de la Plaza España
( Ferrarons , 20 1 0, p. 92) . En B arcel ona, los espacios de l i gue eran el
parque de Montj u'ic, la rambla, el salón V íctor Pradera, la plaza Cata
l unya y sus urinarios, así como los de la plaza Urqui naona y los de l a
estación de Sarri a ( Fl uvia, 2003 , p. 46) . Mientras los heterosexuales
buscaban sus parej as en las i n stituciones que el régi men autori zaba
para ello, los homosexuales buscaban sus rel aciones en las cal les y l os
espacios públ icos (Guasch , 1 99 1 , p. 63 ) .
Tras la m uerte d e Franco, comienzan a hacerse u n poco más v i
s i bles l o s encuentros sexuales anóni mos . E n el l i bro d e Antonio Roi g,
Todos los parques no son un paraíso, d el año 1 977, ya se hacen varias
referencias explíci tas a las zonas de l i gue que el autor conoció durante
su estancia en Londres:
En los relatos del escritor val enciano Luis Fernández también se dan a
conocer l as prácticas del sexo anón i m o entre desconocidos. El autor
uti l i za una escritura i ntenci onadamente provocadora con unas des
cri pciones altamente sexual i zadas.
El escritor americano Edm und White, que vivió dieci séi s años en Pa
rís , afi rma, refi riéndose a las zonas de l i gue de la capital francesa, que
«m ucha gente, heterosexual o gay piensa que hacer cruising es patéti
c o o sórdido, pero para m í , a l menos , han sido momentos d e l o s más
fel i ces haciendo el amor con desconocidos en la oscuridad al lado del
agua que se movía rápidamente por debaj o de una ci udad que bri l l a
i ntensamente» (White, 200 1 , p. 1 47) . Por su parte, e l chi leno Pedro
Lemebel (20 1 3 [ 1 995 ) ) escri bió una cróni ca titulada Anacondas en el
parque, en l a que rel ata l a experiencia del sexo anóni mo con las del i
cias y vergüenzas q ue entraña. También en el l i bro Un asunto de vida
y sexo de Osear Moore, el autor ri nde homenaj e a las zonas de encuen
tro anónimo de la siguiente manera:
En otros regi stros tam bién se ha hecho referencia a las prácti cas de
sexo anóni mo, especi al mente en la pornografía, pero tam bién en los
cómics como Tom of Finland del di buj ante Touko Laaksonen , que en
diversas series ti enen por escenario parques y l avabos para reproduci r
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 89
Llevo años en esto, ya vengo del Toro Bravo. Antes el rollo estaba en
las cañas del Prat, después nos vinimos al Toro Bravo que no tenía ba
rrera y aquello era una pasada. Allí te hi nchabas de todo. Luego empe-
90 ____ En tu árbol o en el mío
Los rel atos del crui s i n g son relatos v i nculados al secreto que los
acom paña. Porque, al fi n y al cabo, son las narrativas que no se pue
den narrar.
Otro de los cambios que i ndi scuti blemente ha condicionado las prác
ti cas del sexo anónimo ha sido la expansión en el uso de l as nuevas
tecnologías como herramienta para el encuentro sexual (Ross, Ti kka
nen y Mansson, 2000; Bolding, Dav i s , Hart et al. , 2005 ; B rown, May
cock y B urns , 2005 ; Fernández-Dáv i l a y Zaragoza, 2009 ; Fernández
Dáv i l a, Lupi áñez-V i l l anuev a y Zaragoza, 20 1 2) . Los chats y pági nas
de contactos en internet, así como los programas de geolocal i zación
en el teléfono móv i l , han perm itido una nueva forma de conoci m i ento
y articulación de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo.
Al i gual que la práctica del crui sing, los portales de i nternet y chats
diri gidos al publico gay se han centrado básicamente en la búsqueda
de parejas sexuales ocasionales ( Fernández-Dáv i l a, Lupi áñez-V i l la
nueva y Zaragoza, 20 1 2) . Internet es una pl ataforma que permi te rea
l i zar diferentes contactos y diversificar las conductas sexuales posi bi
l i tando el encuentro real y faci l i tando el intercam bio de fantasías . Los
hom bres que uti l i zan internet para este ti po de i ntercam bios experi
mentan una fuerte sensación de anoni mato, seguri dad y comodidad
s in miedo a represal ias ( Fernández-Dáv i l a y Zaragoza, 2009) . Internet
se presenta como un refugio para aquel l as personas o comuni dades
con pocas posi b i l i dades de desarrol l arse en otras esferas sociales ,
como es el caso de m uchos homosexuales ( B rown, Maycock y B urns,
2005 ) . Se ha convertido en un l ugar muy i mportante para la búsqueda
e i ntercambio de i nformación, que ha perm i tido grandes descubri
m i entos sexuales para algunos hom bres , pero especialmente para
aquel l os que no frecuentan el ambiente homosexual de bares y di sco
tecas y tampoco acuden a las zonas de crui sing.
Homosexo en la sociedad industrial ____
__ 9¡
¿Que la sociedad identifique a los gai s con tíos que van a lugares apar
tados a darse por el culo con unos y con otros sin preguntarse ni siquie
ra el nombre crees que no perjudica nuestra imagen de cara a la socie
dad? ¿Crees precisamente que eso no le da argumentos a la extrema
derecha? Mi juicio de valor no es nada subjetivo. De hecho, es muy
objetivo. Cada uno es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, pero
aquí nadie está exento de crítica. No os pongái s hipersensibles, porque
no soi s intocables, eh. Lo creo personalmente, y siento mucho al que le
ofenda, que esta práctica, que yo no comparto, no va asociada inheren
temente a la homosexualidad, y yo no tengo por qué defenderla. Esto no
tiene nada que ver con la homofobia. Llamadle cruisingfobia (recupe
rado de dos manzanas <http://www.dosmanzanas.com/20 1 2/08/el -al
calde-de-badalona-xavier-garcia-al biol-llama-viciosos-a-los-practican
tes-de-crui sing-y-anuncia-medidas-policiales.html>) .
*
U na primera versión de este capítulo ha sido publicada en la revista Quaderns-e de
I '!ns titut Cata/a d 'Antropo/ogia , 1 8 ( 1 ) , pp. 98- 1 1 3 con el título de Apropiaciones fur
t i v as de espacios públicos.
1 . Cabe señalar que las restricciones en materia de sexualidad no solamente se han
a p li cado a la ligazón entre humanos. Sino que también en las relaciones con otros seres
v i v os , determinando qué tipo de vínculo pueden crear los humanos con los animales o
l as pl antas. Así por ejemplo se permite una relación afectiv a entre los perros y sus
d u e ños . que puede llegar a un cierto grado de «humanización» de los pri meros, mien
tras q ue de ningún modo se aprueba que esta relación pase del afecto al sexo (Cáceres,
20 1 3). Del mismo modo, los humanos pueden utilizar las hortalizas con fines alimen
t ar i os , pero queda prohibido su uso para el placer sexual . Zanahorias, pepinos, calaba
c i n es y demás vegetales no deben convertirse en elementos penetrantes del cuerpo
h u m a no por otros orificios altern ativos a la boca y con fines ali mentic ios.
96 ____ En tu árbol o en el mío
Las sociedades occidentales modernas eval úan Jos actos sexuales se
gún un si stema jerárquico de valor sexual . En la cima de la pirámide
erótica están solamente l os heterosexuales reproductores casados. Jus
to debajo están los heterosexuales monógamos no casados y agrupados
en parejas, seguidos de la mayor parte de los demás heterosexuales. El
sexo en solitario flota ambiguamente. [ . . . J Las parejas estables de les
bianas y gai s están al borde de la respetabi lidad, pero los homosexua
les y lesbianas promi scuos revolotean justo por encima de los grupos
situados en el fondo mi smo de la pi rámide. Las castas sexuales más
despreciadas incl uyen normalmente a los transexuales, travesti s, feti
chi stas, sadomasoqui stas, trabajadores del sexo, tales como los prosti
tutos, las prostitutas y quienes trabajan como modelos en la pornogra
fía y la más baja de todas, aquellos cuyo eroti smo transgrede las
fronteras generacionales. [ . ] A medida que descendemos en la escala
. .
que perm ite una domi nación desde una perspecti va ampl ia y con ga
rantías de mayor estabi l idad .
El esti gma se construye a parti r de la asi g nación social de la
anomal ía. De este modo, quien posee atri butos esti gmati zantes pasa a
ser identificado como perteneciente a un grupo social i nferior y pel i
groso, lo q ue le hace perder d e i nmediato l o s benefi cios d e la acepta
bi l i dad social . Una vez i ntegrado en este grupo, el suj eto puede ser
desti natario de hum i l l ación, i nj uri as , agresiones, etc. Pero, sobre todo,
se trata de un cuerpo l egíti mamente dom i nado ( Goffman, 2003
[ 1 963 J ) . Lo que garantiza l a dom i nación es preci samente el consenti
miento de los domi nados a su dom i nación, consenti mi ento que hasta
cierto punto les hace cooperar en la reproducción de su propi a dom i
nación. E l consenti mi ento es la parte d e l poder q u e l os dom i nados
otorgan a los dom i nadores para que la ej erzan di rectamente sobre
ellos ( Godel i er, 1 989, p. 3 1 ) . Así, l os grupos m i nori tari os aceptan el
dictamen del pensami ento hegemónico, lo integran en su percepción
del mundo, y se adscri ben al di scurso segregador, admi tiendo l a legi
ti midad del repudio que padecen ( B ourdieu, 2005 [ 1 998] ) .
mo do de relación que asi gna mayor poder a aquel los que se adscri ben
a e l l a.
La heterosexual i dad , más al lá de una práctica sexual , se trata de
un model o de organi zación social basado en la pareja, jerárquicamen
te ordenado y con una supuesta com plementariedad de l os cuerpos.
A sí, la i nd i vidual idad del ser humano es negada y l a soltería pasa a ser
una condición d i gna de inspección (Valcuende, 2006, p. 1 3 3 ) . La he
terosexual i dad hace del conj unto de la población un ejército de con
trol , convi rtiendo al ciudadano en guardián de la costumbre sexual de
l a que desconoce su ori gen, pero sabe que debe custodiar sin pregun
tas ni d isputas , sin lev antar sospechas ni generar dudas . La hetero
sexual idad es una meta, en un estado defi nitivo que alcanza su máxi
mum con la reproducción en matri monio. A partir de este momento, el
hom bre y l a m ujer adq ui eren otra categoría, l a de padre y madre .
Y esta nueva posición les atri buye unas responsabi l idades añadi das
hacia el nuevo ser, entre ellas, la garantía de la consecución de la nor
ma heterosexual entre su prol e.
Se trata de u na hegemonía cultural q u e podemos pensar desde l a
perspecti va gramsciana, y a q u e la heterosexual idad marca un esti lo d e
v i da y u n a mi rada,3 u n a m i rada d e l m undo q u e se sabe vencedora.
Establece l a rel ación con l os otros cuerpos más al lá del sexo para ca
nal izar y gestionar la vida social . Pero l as hegemonías no permanecen
i nal terables en el tiempo, espació y rel aciones, s i no que más bien son
di námicas y se rei nventan para poder mantener su nicho de poder en
l a concepción del mundo. A sí por ej emplo, en ocasi ones pueden pro
d ucirse confusi ones sexuales, especialmente cuando la adscri pción al
modelo no ha quedado enteramente aclarada. Pero, ante la confusión ,
e l sujeto debe ser capaz d e rectificar y esclarecer su adhesión a l grupo,
su acuerdo con el mandato hegemónico. En este senti do, Fernando
S áez rel ata un acontecimiento de la v i da cotidiana, pero que no dej a
de resultar si gnifi cati vo si l o anal i zamos desde esta perspectiva:
3 . Osear Guasch afirma que «la heterosexual idad es un mito, un relato, una historia
s agra da. Y que se ajusta bien a las funciones sociales del mito: Cumple con la tarea de
e xpli car el mundo. En este caso, el mundo del deseo y de los afectos. En tanto que
rni to, también sirve para garan tizar la estabilidad de las cosas; la heterosexual idad
j u stifi ca un orden social intocab le. Intocable porque no se cuesti ona ni tampoco se
eva lú a; se acepta sin más como se aceptan los mitos . . . . Es un mythos: una narración
trans mitida oralmente y mediante li bros sagrados» (Guasch, 2007 [2000], pp. 1 7- 1 8).
1 00 ____ En tu árbol o en el mío
Sal í del ascensor hacia la cal le y me encontré a unos veci nos que espe
raban para subir. Les saludé y uno de ellos, de cierta edad y con el que
me l levo muy bien, me atrajo hacia sí para decirme algo al oído, no re
cuerdo qué. Sin embargo, yo interpreté que lo que pretendía era darme
un beso en la mejil la, al que, aunque ciertamente desconcertado, corres
pondí. Al día siguiente me lo encontré de nuevo en la escalera y me
comentó que el otro vecino, mientras subían , le había reprochado que
diese un beso a un hombre. Él respondió: «yo no beso a hombres, beso
a ami gos» (Sáez, 20 1 2, p. 1 0 1 ) .
Aunque desconocemos a los actores d e este epi sodio, más al l á del re
proche se produj o en esta escena, podemos detectar cómo el v eci no,
ante la sorpresa que pos i bl emente l e suscitó el beso, supo rectificar.
Negó la cual idad de hom bre del autor y le atri buyo una diferente, la de
am i go, en la cual sí que esta autori zado el i ntercambio afecti vo. A los
ami gos se les quiere y se l es esti ma, pero no se les desea. De este
modo, sal ió ai reado del confl icto y pudo mantener su estatus de hete
rosex ual . Y es que la heterosexual i dad , a pesar de q ue se presenta
como raci onal e i nevitabl e, no dej a de verse acechada por las condi
ci ones soci ales en las que opera. Se muestra como «natural » , pero
debemos alcanzarl a ; es i nevi table , pero esta someti da a un pel i gro
constante ; es espontánea, pero debemos aprenderla ( Weeks, 1 993
[ 1 985 ) , pp. 1 45 - 1 46). Así, la heterosexual idad es un hecho social más
que a partir de la asi gnación de esti gma y el apoyo de diversas i nstitu
ciones soci ales como el matri monio o la fam i l i a, se reafi rma minuto a
mi nuto en la sociedad para garanti zar su estabi l idad s i n perder pri v i le
gios.
Normal mente, el esti gma es una herrami enta suficientemente
eficaz para mantener la hegemonía sexual en el espacio públ ico. S i n
em bargo, ante cualquier señal de acecho, rápidamente se ponen e n
marcha l o s dispositi vos d e control q u e reorientan la conducta para no
poner en pel i g ro la estabi li dad socio-sexual . Estos di spositi vos pasan
por agresi ones en transportes públ icos, mul tas a las prostitutas, i nsultos
a los amanerados , expul sión de l ocales, etc.4 Y es que, a pesar de que
i nnegablemente se ha producido un aumento de la vi s i bi l idad de otras
sexuales) deseosas de hacer públ ica su com unión con el si stema dom i
nante . E n n i ng ú n proyecto d el departamento d e parq ues y j ardi nes de
ningún ayuntami ento, se plantea la necesi dad de di sponer de un em
plazam iento para que los maricones podamos fol lar a gusto, si no que
se establecen mecani smos que i ntentan regular, acotar y difi cultar este
ti po de prácti cas . Se podan l os arbustos para i m pedi r que las personas
puedan ocul tarse a tener sexo, se i nstalan focos que iluminan las zonas
más oscuras donde l os homosexuales acuden a hacer crui sing, tal y
como sucedió en la playa de Si tges en l os años noventa y que todav ía
hoy permanecen encendidos. Se val lan las zonas donde al gunos homo
sexuales parti ci pan del i ntercambio sexual anónimo para i mpedir el
acceso, como es el caso de la playa de la Marbella en B arcelona en el año
20 1 2, o el anti guo camping El Toro Bravo del Garraf, donde se i nten
sificó la v i gilancia cuando se con v i rtió en una conocida zona de crui
sing. O i ncl uso se anuncia el acoso pol icial , tal y como hizo el alcalde
de Badalona Xavier García A l biol en el año 20 1 2 .
El espacio públ i co de ni ngún modo tiene que proyectarse como
patri monio excl usivo de la gran urbe, sino que se trata de un l ugar en
constante redefi nición que tiene más que ver con modos de relación que
con espacios físicos. El espacio públ i co i n v i s i b i l i za l a domi nación
mediante una convi ncente «neutral idad» y confraternidad interclasis
ta. Conv ierte al opri mido en ci udadano, l o que no solamente le i nstitu
cional i za, si no que tam bién le hace cumpl i r una funci ón de eficacia
s imból ica (Del gado, 20 1 1 ) . No todas l as personas pueden apropiarse
del espacio públ ico de la mi sma manera: al gunos grupos sociales solo
pueden hacerlo a hurtad i l l as o en aquellos l ugares más deval uados en
los que el tránsito es i napreciable.
El espacio públ ico al que nos referi mos aquí es un conj unto de
espacios de v i sibil idad y accesibi l i dad general i zada, en los que la ma
yoría de encuentros l o son entre extraños totales o relati vos y en l os
que se producen lo que Goffman ( 1 974) denomi na relaciones públ i
cas, e s decir, relaciones cara a cara entre i nd i v i duos que entran y salen
de las si tuaciones en l as que se van viendo i nvol ucrados. El anál isis de
este tipo de espacio social ha sido el obj eto central de los aportes teó
ricos de Erv i n g Goffman ( 1 974) . Ha sido desarrol l ado en forma de
metodología por los Lofland ( Lofl and, 1 986 y Lofl and y Lofl and ,
1 984) , y ha conoci do desarrol los teóricos cercanos como los de Del
gado ( 1 999 y 2008 ) .
La ci udad como escenario de producc iones sexuales ____ 1 Q3
5. San Francisco ha sido considerada una de las capitales del universo gay en todo el
mundo. Han sido diversos los trabajos sobre el barrio de Castro y la configuración ur
bana de la vida gay en la ci udad no solo como espacio de residencia, sino tamb ién
como lugar para la interacción social, el placer y la generación de grupos de activis tas.
(ver Boyd, 2003 ; Stryker; Buskirk, 1 996; Castells & Murphy, 1 982).
La ci udad como escenario de produc ciones sexuales ____
_ 1 05
mente de gais. Existen muchos otros grupos e identidades que son objeto de desprecio
de un modo similar, aunque con matices particulares, al que viven los maricas. Este es
el caso de lesbianas y transexuales, por ejemplo.
8. Para profundizar en el análisis de las significaciones sociales de la salida del arma
rio es imprescindible revisar el trabajo de Eve K. Sedgwick ( 1 998 [ 1 990]), Epistemo
logfa del armario, donde la autora examina de manera exhaustiva el fenómeno, así
como las relaciones de opresión y dolor que se establecen en torno al silencio obli
gado.
La ciudad como escenario de produccio nes sexuales ____ 1 07
El hecho de que se trate de una acti vidad tan extendida como secreta
en la mayor parte de los países occi dentales nos l leva a preguntarnos
acerca de este tipo de espacios, de sus características , requisitos, tem
poral idades, modos de uso y apropiación, ya que ni todos l os parques,
n i todas las playas, ni todos los lavabos son uti l i zados para la práctica
del sexo anóni mo. ¿Cómo se confi guran? ¿ Por qué unos l u gares sí y
o tros no?
La pri mera diferenci a que podemos encontrar está v i nculada a
l os usos de espacios abiertos y espacios cerrados para el sexo anón i
mo. Richard Tewksbury ( 2008) apunta q u e l a selección de la persona
co n la que se va a tener sexo dentro de un lavabo responde a unos pa
rámetros di sti ntos a l os de los parques . Según Tewsbury (/bid. ) , en
l o s l avabos , la rapidez toma un valor mucho más i m portante que en los
P arques o playas y la pos i bi l i dad de ser sorprendido por otros hombres
q ue no uti l i zan el lavabo para encuentros sexual es es muc ho más ele-
1 14 __
En tu árbol o en el mío
__
_
vada. Los parti ci pantes cuentan con menor tiempo y menos opciones
entre las que elegir. La negociación en el baño se debe agi l i zar para no
crear sospechas entre el resto de los hombres con los que se comparte
el espacio.9 Estas eran m i s palabras sobre este tipo de encuentros en el
diario de campo:
El baño era pequeño, solo había dos urinarios, dos cubículos con la taza
de baño y dos lavabos. Vi cómo un señor entraba y salía por los diver
sos baños de la estación y transitaba del uno al otro. Cuando vino a uno
cercano, le seguí. Dentro había cuatro hombres, dos de ellos lavándose
las manos y los otros dos en los cubículos donde están las tazas (cada
uno en un cubículo). Me puse en el uri nario al lado suyo, él me miró
varias veces, y yo le acompañé la mirada. Simulé haber terminado y me
fui a lavar las manos, el también lo hizo. Se colocó en el lavabo de al
lado, mi raba al espejo intentando buscar mi complicidad. Mientras yo
me secaba las manos, él se dirigió al único cubículo que quedaba libre,
ya que el otro todavía estaba ocupado, dejó la puerta abierta y entré a
los pocos segundos. Cuando l legué, él ya tenía la pol la fuera. Cerró la
puerta y , en silencio, hizo gestos sugiriendo que le hiciera una mamada
pero no qui se. Me sobó el paquete un instante y me abrió la puerta para
que saliera. Salí tranquilamente, me lavé las manos y me fui de all í.
A los pocos segundos de estar fuera, el hombre también salió y se mar
chó del lugar (Extraído de mi diario de campo).
9. Una modalidad de sexo anónimo en los baños popular en Estados Unidos duran
te principios del siglo xx fue la de los Glary Hales [agujeros gloriosos]. Se trataba de
un agujero entre los cubículos de los baños donde un hombre podía introducir su polla
y otro hombre desconocido le hacía una mamada desde el otro cubículo. Estos ag uje
ros eran continuamente cerrados por el personal de mantenimiento y vueltos a abrir por
los demandantes de sexo anónimo. Hoy en día, los Glary Hales han dejado de usarse
en los espacios públicos y han quedado relegados a representaciones pornográficas Y a
espacios comerciales de intercambio sexual como saunas (Bapst, 200 1 ).
La ciudad como escenario de producci ones sexual es ---- 1 1 5
pantes también uti l i zan puntual mente los aledaños de los lavabos para
detectar a las posi bles parej as sexuales e i niciar una negociación que
se acaba cerrando en el cubícul o. Esto ofrece un mayor tiempo para la
observación , aunque también supone un mayor riesgo de poder ser
descubierto por el personal de seguridad o por otras personas que de
tectan una actitud sospechosa entre hom bres que no dej an de m i rar a
otros hombres.
Además de l a diferencia entre espacio cerrado y espacio abierto,
otro de l os el ementos a tener en consideración a la hora de anal i zar
una zona de cru i sing es su ubicación. No son igual es los l ugares de
crui sing en las zonas rurales que los de l as grandes ci udades, e i ncl uso
tampoco tienen las m i s mas características todas zonas de crui sing de
una m i sma ci udad. Esta diferencia no se debe tanto a la confi guración
arqui tectónica del espacio, aunque es i ndi scuti ble que l a confi gura
ci ón arquitectónica contri buye a la gestión y determi nación de los es
pacios de crui sing, como al ti po de pobl ación que l as frecuenta y l os
v ínculos preexi stentes entre los partici pantes.
La elección de los l u gares para hacer crui s i n g no es fruto de l a
casual i dad, deben ser l ugares q u e dispongan d e puntos de ocultamien
to donde difíc il mente se pueda ser sorprendido por otras personas . Es
decir, se trata de espacios públ icos que paradój i camente deben alojar
un ci erto grado de pri vacidad ínti ma. Es por ello por lo que los par
ques boscosos son un buen l ugar para la i nteracción sexual anónima,
preci samente porque sus arbustos perm iten el ocultam i ento y ofrecen
esa pri vaci dad que hemos concedido soci al mente a la sexual i dad. Los
lavabos también cuentan con cubículos donde l os hombres pueden en
cerrarse para tener sexo sin ser v i stos, aunque hay que destacar que la
mayoría de los cubículos en los espacios públi cos cuentan con abertu
ras en la zona de l as piernas que permi te detectar cuántas personas hay
d entro de cada cubículo y dificulta la pri vaci dad ante el resto de los
ho m bres. Por lo tanto, no todos los cubículos de todos los baños son
adecuados para esta prácti ca. Así m i smo, l as playas donde se puede
h acer cru i s i n g acostum bran a contar con una zona boscosa posteri or
do nde los hombres pueden dirigi rse para mantener relaciones sexuales
fu era de la v i sta del resto de los bañ i stas. Un usuari o aseguraba que:
La cosa es que tienes un l ugar para foll ar. T i enes que tener un l u g ar
privado en el espacio público para fol lar con otro tío . S i n que nad i e lo
116 ____ En tu árbol o en el mío
Sed di scretos al hacer crui sing que los trabajadores de estos l ugares no
son tontos y con el tiempo puede que clausuren o modifiquen los lava
bos como ocurrió en la estación de Sants que pusieron pantallitas de
metal entre meadero y meadero para evitar el mariconeo. ¡ Que cabro
nes ! ¡ Con lo que mola ver un cipote ! l 1
' de día debaj o del puente, porque se ve todo desde fuera y nos talarán
otra vez el bosq ue».
Otro de los elementos i m portantes , aunque no i m presci ndible, es
el de la oscuridad . El anochecer bri nda más oportuni dades al sexo
anónimo por tres moti vos. Por un lado, hay menor presencia de perso
nas en el parque, la playa o lavabo, con lo cual es menos probable ser
descubierto por los viandantes. Pero, además , por la noche es más di
fíc i l detectar mov i m i entos en la oscuri dad o al menos identifi car a
q u i én está al lí, ya que la oscuridad dificulta saber qué es lo que ocurre
a u nos metros de distancia si no exi ste i l u m i nación artificial , lo que
perm ite fi nal mente una m ayor i n v i s i b i l i dad para los partici pantes en
l a zona de crui sing. Hay un tercer moti vo: por l a noche, tam bién es
más difícil reconocer las particularidades de las parejas sexuales, lo
cual fav orece el anonimato así como que en l a i nteracción se preste
más atención al cortej o que a l os pormenores característicos de las
personas . Es decir, en la oscuridad se puede i ntuir la edad , un tipo de
físico y altura, pero no se pueden ver los aspectos corporales detal la
damente de la otra persona, que ante la luz serían fáci l mente percepti
bles, como es el caso de l as posi bles marcas en la cara, ci catrices ,
manchas en la pi el o cualquier otro atri buto que con la l uz podría ser
descubierto y objeto de rechazo.
En general , l as zonas de cru i s i n g cuentan mayor afl uencia en l a
noche o poco después d e l atardecer. S i n em bargo, dependi endo del
momento del día, unos espaci os tienen más afl uencia que otros. Así,
por ej emplo, el bosque de S itges es una zona donde el mayor v ol u
men de personas pasa por el día, mientras hay gente en l a pl aya cer
cana o al atardecer, tanto en verano como en i n v i erno. Aunque, evi
dentemente, e n pri mav era y verano hay m ucha más gente , gracias al
turi smo y al buen tiempo. Por contra, la zona de cru i s i n g nocturna de
S i tges se encuentra en la pl aya del puebl o y no suel e haber tanta
gente hasta que no l l ega la época turística. En Montj u'ic , por el con
t rari o, a pesar de que a lo l argo del día se pueden encontrar al gunos
parti cipantes buscando sexo, no es hasta el momento de l a caída del
s ol cuando el número de v i s i tantes aumenta consi derablemente, l le
gando a concentrarse hasta trei nta y cuarenta personas en fi nes de
semana.
Sin embargo, la afl uen cia de partici pantes no solo responde a la
no cturnidad y al espacio. Tam bién al cl i ma, los eventos sociales y los
1 18 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
olor muy fuerte a ori na, d i versas pintadas y di bujos en sus paredes,
propios de los l ugares donde no se presta mucha atención al cuidado e
higi ene por parte de los equi pos de l i m pi eza de las ci udades . Este
puente es un l ugar clave, ya que baj o él acostum bran a reunirse diver
sas personas para buscar sexo, o para tener sexo di rectamente al l í.
Un espacio singular en la zona de crusing de Montj u"ic es el co
rredero de agua. En la parte más occidental , hay un corredero de agua
que acostum bra a estar seco, pero que cuando l l ueve tiene la función
de canal i zar el agua hacia el exteri or. Es la zona que mej or permite el
ocul tamiento de todo el bosque, ya que desde el l ugar por el que acos
tumbran a pasar l os v i andantes del parque no se puede ver este corre
dero, e i ncluso desde la mayor parte de la zona de crui sing no es posi
ble verificar la acti v i dad que se genera en él , solamente desde algunas
zonas del sendero pri nci pal se puede ver, m i rando hacia abajo, si hay
personas en el corredero de agua y qué acti vidad desarrol l an. Se trata
de un espaci o sucio, donde los restos de preservativos y pañuelos dan
cuenta de que se trata de un l ugar con gran acti v idad sexual .
Exi ste otro espaci o de gran relevancia en esta zona de cruising
de Montj u"ic: el sendero pri nci pal . Es el sendero más transitado por el
que las personas que se m ueven dentro de l a zona de crui si ng. Los
usuarios suelen recorrerlo varias veces cuando van al parque en busca
de sexo hasta q ue fi nal mente consi guen una parej a sexual . Este sende
ro cruza toda la zona desde la entrada hasta el puente, donde hace un
giro y conti nua por l a zona alta del bosque hasta el lado opuesto, don
de poco después se bifurca en otros dos senderos más pequeños. El
sendero poco a poco va ganando en altitud y, a medida que se acerca
al puente, se conv ierte en un trayecto pel i groso por la i n v i sibil idad y
el desni vel , ya que l i nda con el corredero de agua provocando un des
nivel que puede l legar a alcanzar los ci nco metros de al tura sin vayas
ni señal izaciones. El tránsito por el sendero se hace todav ía más pel i
groso cuando se l leva a cabo en momentos d e oscuridad, l o cual difi
culta la v i si b i l i dad de las personas que trans i tan por él . Además, se
vuelve especial mente comprometedor cuando se cruzan dos personas ,
por su estrechez y proxi m i dad al corredero de agua. Hemos de ten er
en cuenta que, a lo largo de su recorrido, los usuarios acostum bran a
cruzarse unos con otros y la búsqueda del contacto físi co es una cons
tante, de manera que cualquier choque desafortunado podría poner en
riesgo de caída al corredero de agua a las personas que cami nan por el
La ci udad como escenario de produccio nes sexuales ------ 1 2 1
sendero pri ncipal . Por otro l ado, este sendero tam bién es el único es
pacio desde el que se puede ver el corredero de agua y a las personas
q ue están fol lando al lí. De manera que algunos usuarios acostumbran
a acostarse para poder observar a las personas que están debaj o y así
sa ti sfacer al gunas fantasías sexuales m i rando a otros hombres tenien
do sexo.
S i apl i camos el esquema de clasifi cación que diferencia entre
zonas de espera, encuentro y sexo propuesto por Huber y Klei ntpl atz
( 2002) en el parque de Montj u"ic, la zona de espera corresponde al
principio del sendero. La pequeña explanada que hay a la entrada es
un l ugar donde suele haber hombres esperando l a l l egada de nuevos
usuarios. Se trata de un l u gar más abierto que otras zonas del bosque,
con más l uz, l o que permite eval uar mej or las pos i bles parejas sexua
les. En este espacio, los partici pantes permanecen normal mente quie
tos , sin grandes mov i m i entos , apoyados en árboles, o simpl emente en
postura de espera con los brazos cruzados, manos en l os bol s i l los o
fumando un ci garri l l o . Es un l ugar donde los hom bres acostumbran a
adoptar una postura corporal marcadamente m ascu l i na y la m i rada
perdida al hori zonte hasta la l legada de n uevos partici pantes, s i m ulan
no prestar atención a todo aquel l o que ocurre al rededor, aunque acom
pañan a cada nuevo partici pante con una m i rada eval uadora. En caso
de que un nuevo usuario entre a la zona de cruising y la persona que
está en la zona de espera se sienta atraída por este nuevo partici pante,
l e seguirá hasta introduci rse hacia el i nterior del bosque para i ntentar
i ni ci ar la negociación sexual .
El espaci o de debaj o del puente tam bién se podría clasifi car
como zona de espera. A unque, en real idad, se trata de un l ugar inter
medio entre lo que l l amamos zona de espera, de encuentro y a veces
también de sexo. Debajo del puente, los usuarios se reúnen en sil encio
conformando un círculo en función del número de personas presentes,
pero siem pre con el obj etivo de que todos los asi stentes puedan m i rar
al resto de personas presentes . Al gunos de el los i ncluso prefieren s i
tu arse e n un recoveco i nterior q u e está todavía en mayor oscuridad . A l
i gu al q u e en la zona de espera de la entrada, los usuari os acostum bran
a p ermanecer en una postura corporal muy mascul i n izada. Debaj o del
p u ente, Ja tensi ón sexual es mayor que en otros l ugares del parque
porq ue exi ste más proximidad entre unos y otros hombres. Es por ello
por l o que l os practicantes no suelen fumar m i entras esperan el mo-
122 ____
_ En tu árbol o en el mío
atraer a otros v oyeurs si la activ idad que se l leva a cabo resulta espe
ci al mente v alorada, como podría ser el caso de una penetraci ón anal .
La playa de Gava es otro de l os l ugares popul ares de i ntercambio
sex ual anónimo del área metropol i tana de B arcelona. Es un l u gar con
menor afl uencia de partici pantes que el parque de Montj u·ic o l a zona
de crui sing de S i tges pero, no obstante , suele haber gente buscando
sexo al anochecer y, en ocasiones, tam bién de día, aunque la v i s i bi l i
dad e s mucho mayor. E l acceso a la zona d e crui sing e s fáci l y siem
pre hay aparcam i ento por la noche, ya que por el día, sobre todo en
verano, hay m uchos coches de l as personas que van a l a pl aya. En
Gava resulta especial mente difíci l identifi car a otros hombres si no se
está cerca de ellos, ya que hay se trata de una zona m uy oscura.
Como he advertido anteri ormente , Si tges cuenta con dos espa
cios para el sexo anóni mo: la pl aya y el bosque. El bosque de S i tges
está en una zona si tuada fuera del casco urbano del pueblo, de fácil
acceso y especial mente concurrida en verano gracias a l a atracción
q ue generan las calas cercanas , especial mente pobl adas por bañistas
gai s . La zona ofrece diferentes recovecos formados por arbustos que
permi ten esconderse a aquel los que quieran l l evar a cabo una práctica
sexual más ai slada. Se trata de un espacio especialmente sucio, con
residuos que dan cuenta de la acti v idad sexual , como preservati vos y
pañuelos por el suelo. Como en el Parque de Montj u·ic, la zona bosco
sa cuenta con diversos senderos que se cruzan los unos con los otros y
que fac il i tan el encuentro entre las personas que merodean por al l í. La
zona de espera en el bosque de Si tges no está claramente defi nida, ya
que se trata de un espacio con m uchos senderos , pero s i n em bargo
exi ste un sendero pri nci pal que conduce a una explanada sin vegeta
c i ón donde algunos partici pantes esperan la l legada de nuevos usua
ri os y desde donde se ve el camino que da acceso a la vía. La zona de
negociación está del i m i tada por esos senderos que se cruzan y que
conducen a l as zonas más alej adas y aisladas que se conv ierten en las
zo nas de sexo.
Por lo que se refiere a l a zona de pl aya de Sitges, se trata de un
es pacio donde l a acti v i dad del crui sing solo se produce a altas horas
de la la madrugada. Esta zona de crui sing se encuentra dentro del pue
bl o , en el paseo marítimo, por lo tanto el acceso es fáci l y rápido. En
esta ocasión, la zona de cruisi n g se di stri buye a lo l argo del muro en
tre l a pl aya y el paseo, dond e los hom bres pueden esperar la l legada
1 24 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
Así pene a mano, mano a mano y pene ajeno, forman una rueda
que colectiviza el gesto negado en un carrusel de manoseos, en un
«corre que te pil lo» de toqueteo y agarrón.
LEMEBEL, 20 1 3 ( 1 995], p. 26
*
Algunos de los elementos que se discuten en este capítulo han sido publicados
pre viamente en el año 20 1 3 en un artículo en la Revista de Antropo logía Social titula
do Sexo sin palabras. La función del silencio en el intercambio sexual anónimo entre
hom bres, y otros en otro artículo de la Gazeta de Antropología del año 20 1 4 bajo el
t it ulo Rituales de interacción sexual entre hombres. Una propuesta de análisis del
dis curso y de la práctica del sexo anónimo .
1 26 ____
_ En tu árbol o en el mío
de ritual al ude a otros elementos que no siem pre tienen que ver con la
rel i gión. Durkhei m apunta que «los ri tos son maneras de actuar que
nacen solamente en el seno de grupos reducidos, y que están desti na
dos a susci tar, mantener o rehacer ciertas si tuaci ones mentales de ese
grupo» (Durkhei m , 1 982 [ 1 9 1 2 ] , p. 8 ) . Siguiendo esta propuesta, po
dríamos pensar que los ritos forman parte tanto de la v i da rel igiosa
como de otros escenarios sociales de representación colectiva. Lo que
caracteriza los rituales, según Durkheim, es que son momentos de efer
vescencia colecti va (Durkhei m , 1 982 l 1 9 1 2J ) , es decir, momentos en
l os que un conj unto de i ndividuos comparten una acción en la que to
dos partici pan y experi mentan la exci tación o sensaciones que se deri
van de la acci ón ritual . Por su parte, Roy A . Rappaport, defi ne el ritual
como «la ejecución de secuencias más o menos invariables de actos
formales y de expresiones no completamente codificados por quienes
l os ej ecutan» (Rappaport, 200 1 [ 1 999] , p. 56) . Rappaport asegura que
la noci ón de ritual se uti l i za por diferentes d i scipli nas para desi gnar
fenómenos diversos , sin embargo «prestar atención previa a las simi l i
tudes n o i mpide prestar atención a las diferencias y puede ayudar a si
tuar debidamente estas diferenci as. Al notar en pri mer l ugar los modos
en que los ritual es rel i gi osos y de otro ti po se parecen entre sí, es posi
b l e di scernir unos d e otros más claramente después» (!bid. , p. 57).
En al gunas ocasiones, l os rituales tienden a pensarse únicamente
como acontecimientos propios del pasado que perduran en el presente,
a partir de una especie de acción continui sta que los convierte en actos
fol clóricos u objeto de una tradicional idad contemporánea. S i n embar
go, los ri tuales deben de ser capaces de adaptarse a los cam bios socia
les para poder sobrev i v i r, requi eren poder ser i nterpretados y tener
sentido en el presente de las personas que partici pan en ellos. Un ri
tual que no se pudi ese i nterpretar por los s uj etos que partici pan en
él dej aría de tener senti do y acabaría muriendo por sí mismo o, en el
mej or de los casos, convertido en un acto teatral . Es por ello por lo
que deben adaptarse a las circunstancias, ser flexibles y permitir dife
rentes i nterpretaciones para conservar su fuerza. Pero la flexi bi l idad y
adaptación al medio que requi ere el ritual para su superv i vencia no
excusa la exi stencia de reglas que determi nen el rango o posición de
cada partici pante en la interacción.
La acci ón ri tual de ni ngún modo es azarosa: responde a una ac
tuación preprogramada, estereoti pada y codificada ( Gómez García ,
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 1 2�
2002, p. 2). Ahora bien, no hay que confundi r ritual con ruti na. El ri
tu al necesita de una acci ón repeti da, pero esta no es sufi ci ente pan
converti rse en rito, ya q ue el ri tual requi ere de «un conj unto de con
du ctas i ndividuales o colectivas relati vamente codificadas , con un so
p orte corporal , de carácter repeti tivo y con una fuerte carga s i m ból i
ca para los actores y l os testi gos» ( Segalen, 2005 [ 1 998 ] , p. 3 1 ) . E
rito, por lo tanto, necesi ta sobre todo de un si gnifi cado com partid<
que provoque una modifi cación de la experiencia de aquel los que par
tici pan en él .
Los ritos contri buyen a la generación de senti mi ento de perte
nencia, son una herramienta para formar parte de una colecti v i dad )
v i ncularse con la comunidad. Es por ello por lo constituyen un arder
moral superior que se presenta como el rescate a l os indi v i duos de
caos y del desorden en el que estarían sometidos si no respetasen lai
normas comparti das por l a comunidad ritual ( Segalen, 2005 [ 1 9981
p. 20) .
Por su parte, Marcel Mauss se i nteresa más por la eficacia de lrn
ri tos que en su confi guración, considera que «Un rito es pues una ac·
ción tradicional eficaz» (Mauss, 1 970, p. 1 39). Es deci r, el rito se val í ·
d a a s í mismo en la medida e n q u e los i ndi v iduos creen en s u s efectos
en tanto que las acciones y representaciones q ue prescri be correspon·
den con el resul tado esperado por el grupo.
Pero el ritual , más al lá de su eficacia y su confi guración, pan
Mary Douglas con sti tuye sobre todo una forma de com uni caci ór
( 1 978 [ 1 970] , p. 40) . Es decir, los rituales son ejercicios de comunica·
c i ón que permi ten la transmi sión cultural y organi zan las rel aci one!
sociales. Para poder comunicarse en el medi o ritual , los suj etos deber
m anej ar correctamente l os símbolos y así ev itar que l l even a equívo ·
cos. Es por ello por lo que, para Mary Douglas, el símbolo es un ele·
mento fundamental del ritual . «Donde el ritual es fuerte se concedt
i m portanci a pri mordial al símbolo, la idea de pecado se apl ica a actrn
co ncretos, mientras que donde el ritual i smo es débi l la noción de pe·
cado se apl i ca a estados mentales internos» (Douglas , 1 978 [ 1 970]
p . 28) . La com unicación medi ante símbolos rituales permite a los su·
j eto s hacer explícitas sus i nten ciones medi ante un conj unto de códi grn
co mparti dos que generan estructura social y trans mi ten i nformaciór
e ntre los miembros de la com uni dad.
1 28 ____
__ En tu árbol o en el mío
En este apartado defiendo la idea de que la práctica del crui sing es una
acti v idad ri tual productora de si gnificados , interacci ones y experien
cias, en l a medida en que se trata de un ej ercicio formali zado, expresi
vo y que arrastra una dimensión simbólica entre l os partici pantes.
Como otros ritual e s , l a práctica del sexo anón i m o tiene sus
propias normas y procesos que, por fugaces que puedan ser los en
cuentros , generan en un marco ritual entre q u i enes i nteractúan en
e l l o s . Estos ri tuales hacen que se produzca una atención y emoción
entre l os partici pantes que proporci ona una real i dad tem poral mente
com partida (Col l i ns , 2009 [ 2005 ) , p. 2 1 ) . Los ri tual es de i n teracción
req uieren que l os actores real icen los pasos para acti varl os, sin l os
cual es no se i n i c i a el ritual . Las i nsti tuciones sociales en las que la
gente cree partici par, su ubi cación en estas i n sti tuci ones , l os papel es
que representan , funci ones y posi c i ón social no exi sten en sí m i s
mas dentro del ri tual , solo en la medida en que son actuadas por l os
partici pantes del ritual dev i enen reales (!bid. , p. 34) . En tanto q ue
los sím bolos y s i gnifi cados generan estados emoci onales comparti
dos y provocan los efectos esperados , la i nteracción se con v i erte en
ri tual .
R itu ales de interacción sexual para el gozo en anon i mato ------- 131
Randal l Col l i ns (2009 [2005 ] , p. 72) considera que los rituales de in
teracción cuentan con cuatro condiciones i niciales previas para que la
i n teracción devenga ritual . La pri mera de esas condiciones es l a pre
sencia de dos o más personas que se encuentran en un mismo l u gar, de
manera que su presencia corporal les afecta recíprocamente. La se
g unda condición pasa por l a exi stencia de barreras , que transmite a l os
partici pantes la di stinción de quien toma parte del ritual de interacción
y quien no. La tercera de las características es que l os partici pantes
e nfocan su atención sobre un m i smo obj eto y, al comunicárselo entre
sí, adquieren una conciencia conj unta de su foco com ún. Y la cuarta
co ndición es que los i nteractuantes com parten un m i smo estado de
á ni mo o v i ven la m i sma experienci a emocional .
Los encuentros sexuales anóni mos entre hombres exi gen rapidez
y secreto, lo que obl i ga a un conj unto estandari zado de las funciones
que cada uno de los partici pantes debe tomar, ya que los rituales que
cu entan con estructuras formal es de actuación son más eficaces que
aq uel l as i nteracciones en l as que l os suj etos no saben cuáles son l os
pas os a seguir. En las zonas de crui sing, l as personas operan baj o pre
si o nes y deben ser capaces de moverse rápidamente entre las diferen
t es funciones para poder activ ar las estrategias más adecu adas ( Hum-
1 32 ____ En tu árbol o en el mío
Las normas que ordenan la práctica del sexo anónimo cuentan con una
eficacia i ndi scuti ble, ya que son capaces de conduci r a los i ndi v iduos
1 . Osear Guasch asegura que «Cuando un varón suprime el cortejo e inicia el con·
tacto (verbal o corporal) directamente es posible que sea rechazado porque no se
ajusta al ritual» (Guasch, 1 99 1 , p. 1 26)
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 33
Este aprendizaj e consi ste no solo en averi guar cuáles son los símbolos
y sus si gnifi cados vál idos para cada ritual , s i no que también es nece
sario reconocer el orden y usos de estos símbolos . La adquisición del
n uevo saber puede hacerse a través de l a comunicación verbal y explí
c i ta, mediante el adiestrami ento corporal o mediante la observación.
En el caso del crui sing, el aprendi zaj e ritual se l l eva a cabo fundamen
tal mente a través de l a observación de l os iniciados: no exi sten clases
de preparación para el sexo anónimo tal y como sucede con la cate
q uesi s, no hay maestros que acompañen y guíen a sus apl icados al um
n os. Los nuevos usuarios observ an el comportami ento de los hom bres
que circulan por la zona de l i gue y rápidamente se pueden inici ar en la
n ueva acti v i dad gracias a una especie de « pedagogía desv i ada» que
e nseña s i n palabras el proceso ritual a l os recién l legados, los cuales
d es cubren l as pautas de comportamiento, las normas a segui r, las v ías
para garantizar el éxito del ritual . Los símbolos que articulan la prác
ti ca del cruising son simple s pero eficaces, perm iten el acceso a la in
t eracción, garantizan el anoni mato de los i nteract uantes y conducen al
act o sexual sin grandes dificultades. Por lo tanto, el acceso al sexo re-
1 34 ____
_ En tu árbol o en el mío
2 . Cabe señalar que no en toda la escena gay se comparten los mismos va lores de
ero tización. De hecho, algunos elementos que en principio no resultaría n erotiza ntes
en la sociedad madre, como el vello corporal, sí que lo es para a lgunas subculturas
ho mosexuales que encuentran en el vello corporal un valor apreciado Y deseado.
3. Por su parte, Tewksbury ( 1 996) sugiere que existen cuatro mo � os de co � u nica
ci ón no verbal en las zonas de cruising: Contacto ocular, persecución, expos1c16.
ny
co ntacto corporal.
136 ____ En tu árbol o en el mío
• El mantenimiento de la mi rada.
• La demostración de los genitales y su uso públ ico: la pol la como
valor supremo.
• La forma de cam i nar, desplazam ientos por l a zona de cru i s i n g y
posturas corporales .
Este conj unto de elementos com uni cati vos dem uestra que no solo es
el lenguaje lo que regula y estructura el comportamiento humano, sino
que se trata de un conocimiento que se articula también a través de l a
experiencia ( B l och, 1 99 1 y 20 1 2) .
L a mi rada ha s i d o desde hace tiempo u n a herram ienta habitual
en el l i gue cal l ej ero, en parq ues y otras zonas de i ntercambio sexual
anónimo. En época franqui sta, por ej emplo, ya era una elemento útil
de acceso al sexo en las grandes ci udades para algunos homosexuales.
Así lo relataba uno de m i s i nformantes:
En las zonas de crui sing, l a mi rada se uti l i za para determi nar el i nterés
sex ual en otros hombres. Se trata de una m i rada descarada, que no se
reti ra cuando el suj eto es descubierto, sino que se mantiene y se i nten
sifica para buscar complicidad , no debería desprender temor si no se
guri dad y deseo. La m i rada en las zonas de cruising no es un acto de
observación, se trata de un acto de com unicación que si rve para reco
nocer el i nterés en los otros partici pantes. La i m portancia de la m i rada
como i nstrumento de reconocimiento del interés sexual era expl icado
de esta manera por un participante: «El otro día un tío cruzó del otro
lado del bosque y se me quedó m i rando. Yo i ba a la playa no venía a
l i gar, pero se metió por aquí. Y dije, pues voy a probar, me gustó y él
se quedó m i rando. Y l uego lo pi l l é aquí dentro y pa' lante». Otro par
tici pante aseguraba q ue «Si un tío me gusta yo lo m i ro y si él me mi ra
quiere deci r que está i nteresado en mí, si vol tea la mi rada quiere decir
que no» .
R it uales de interacción sexual para el gozo en anoni mato ----- 1 37
' l i ando una práctica que no está legiti mada ni i ncl uida en el manual del
«buen macho», conti nua siendo un hom bre «de verdad » y es por ello
p or l o que debe mantener los pri v i l egios asignados como hombre a
pesar de su «desviación». En este sentido, el valor pol la adquiere ese
si gnificado domi nante que se otorga al órgano genital . La pol la, así, se
presenta como un órgano i ncontrolado, i nconsciente e i rrepri m i bl e
que, de manera autónoma, responde a un deseo sexual s i n domesticar.
Assumpta Sabuco y José María Valcuende ( 2003 , pp. 1 45 - 1 46) apun
tan acertadamente que l a representación del hombre es l a de un ser
pol lada, donde el pene es el requisito prev i o para tener poder. Así, los
hombres pueden controlar su cuerpo, pero no los mandatos de su pol la
( Weeks , 1 993 [ 1 985 ] , p . 1 39) . Son d i versas l as demostraciones de
presencia de este v alor tanto en los mensajes de los baños de las gran
des estaci ones o centros comerciales con conv ocatorias del ti po:
« Mamo buenas pol las», « B usco pal lón» o «Tengo buen rabo para tío
joven » , como también en las zonas de cruising donde se representan
con una gran v i s i b i l i dad y presencia en la negociación sexual .
Por el contrario, el culo no es un el emento venerado en l as zonas
de crui sing. Los partici pantes no van mostrando su culo por l os sende
ros de l os bosques para que el resto de los hombres puedan senti rse
atraídos por él , ni nadie suele gesti cular deseo entorno a su culo en l os
procesos de negociación que conducen al sexo. S i n embargo, el culo
acostumbra a ser obj eto de uso y di sfrute para el placer sexual de un
buen numero de homosexual es, aunque debo señalar que en el caso
particular de l as zonas de cruising la penetración anal no es una prác
tica tan habi tual como otras . Pero, en cualquier caso, cabe la pregunta
acerca de cómo significa el culo. Con frecuencia, el culo es perci bido
como un elemento i nstrumental para el placer, pero se presenta como
si se tratase de un orificio que puede des vi ncularse del cuerpo, que no
corresponde al suj eto que l o porta, como si el culo fuese el gran des
conocido que cada ci udadano l leva i nevitablemente al lá donde va. El
oj ete es un agujero que puede ser penetrado y la penetración desvela
esa fem i n i zación de los hom bres quieren rehuir. Es decir, m i entras
q ue la pol l a se conv ierte en un elemento social de más o menos l i bre
di sposición y que l os hombres muestran a los otros partici pantes para
despertar i nterés sexual , el culo es esencial mente pri vado, pertenece a
u no mi smo y no debe trascender de la esfera ínti ma que lo aloja ( Hoc
q uenghem , 2009 [ 1 9721 ) . Como si la pri vaci dad del culo fuese l a
140 ____ En tu árbol o en el mío
prueba defi nitiva de la hom bría. Pero el debate va más al lá ya que, tal
y como presentan Javier Sáez y Sej o Carrascosa, «el problema que
plantea el culo es que todo el mundo tiene uno. Eso coloca a los hom
bres y m uj eres en una cercanía demasiado pel igrosa en el sentido en
que convierte a ambos cuerpos en penetrables» ( 20 1 0, p. 1 1 9) . Frente
a la pol la, que se presenta como el órgano i ncontrolabl e que solo los
hom bres pueden poseer y se ven obl i gados a sati sfacer, el culo, en
tanto que órgano penetrable, pone en cuestión la d i v i sión sexual del
género, ya que es la prueba de que todas l as personas puedan ser pene
tradas . Y, como afi rma Mary Douglas, «solo exagerando la diferencia
entre el adentro y afuera, enci ma y debajo, macho y hembra, a favor y
en contra se crea l a apariencia de orden» ( Douglas, 1 973 [ 1 966 J ,
p . 22) . Reti rando al culo s u potenci al idad como obj eto de pl acer se
xual se otorga el protagonismo a l os órganos frontales, los cuales que
dan claramente diferenciados ante los ojos del espectador.
Conti nuando con el proceso ritual , una vez los suj etos han l l ega
do al punto de m i rada m utua acompañada de esti mulación geni tal i n
div idual , acostumbran a i r acercándose poco a poco con el manteni
miento de la mi rada hasta estar el uno frente al otro. En este momento,
los partici pantes comi enzan a esti mular, sin mediar palabra, los geni
tales de su pareja sexual , l o que les conduce normal mente al acto se
xual .
pante pase a l lado d e otro, s e cruce o haya mantenido una breve m i ra
da mutua; uno de ellos (sujeto A) comi enza a seguir al otro ( s ujeto B )
m i entras pasea por la zona d e encuentro. E s decir, mi entras e l suj eto B
va cami nando, el suj eto A comienza a caminar detrás de él , a una dis
ta ncia de 3 a 5 metros aproximadamente lo que provoca normal mente
que el sujeto B reduzca el ri tmo de su paso en caso de que esté dis
puesto a i niciar l a negociación . S i el suj eto B no quiere l l evar a cabo
el proceso de negociación , suele acelerar el paso para trasmiti r al suje
to A su desi nterés. Cuando el sujeto A enti ende este mensaj e, abando
na la persecución y conti nua en búsqueda de otra pareja sexual . Sola
mente en una ocasión pude comprobar cómo la persona que perseguía
a la otra hizo caso omiso a estas i ndicaciones y persi stió en su i nterés
de acci ón sexual . S ucedió en la playa de Gava, donde pude ver como
uno de l os hombres entró a la zona de crui sing con un paso acelerado,
pronto inició el ritual de i nteracci ón con uno de l os parti ci pantes que
continuó cami nando haciendo caso omiso a la persecución, pero éste
no cesaba en su insi stencia cada vez más próxi ma, de manera que l a
persona perseguida aceleró el paso bruscamente y fi nal mente sal i ó d e
l a zona de crui sing, momento en el q u e el perseguidor cambió de rum
bo y se di ri gió hacia una nueva persona, en este caso a mí. Y o hice la
m isma operación que el partici pante anterior, ya que tampoco estaba
i nteresado en el acercami ento e i ntenté evi tar el contacto, conti nué
cami nando por l a zona de crui sing, aceleré el paso para evitar que me
tocara, y fi nal mente me v i obl i gado a sal i r para rehu ir de esta persona.
Por supuesto, tanto el pri mer partici pante como yo m i smo no i n i ci a
m os el proceso de negociación con él , m ucho menos después de la
vul neración de las normas de negación de la zona de i ntercambi o se
xual . A m bos respetamos la norma del silencio sal iendo de la zona de
cruising para evitar la confrontación di recta con la persona que i nició
l a persecución.
Pero en los casos en l os que el suj eto B acepta la entrada al pro
ceso de negoc i ación, acostum bra a d i s m i n u i r su ritmo al cam i nar.
Normal mente, conti nua cami nando unos segundos hasta que se asegu
ra que l e están si guiendo a él ; es en ese momento cuando suele buscar
u n sitio donde detenerse para permitir q ue el suj eto A, que le está per
si guiendo, le adelante. Este adelantami ento se suele produci r a di stan
c ias muy cortas entre los dos parti ci pantes , en ocasi ones i ncl uso se
produce un roce entre ambo s cuerpos y al gunos tocamie ntos , de ma-
142 ____
__ En tu árbol o en el mío
nera que los dos se puedan ver de cerca. Entonces el suj eto A , después
de adelantar, si desea conti nuar con la negociación, tam bién se deti e
ne, esta vez a tres o cuatro metros del sujeto B y comi enza a i niciar la
negociación a partir de la técnica de la m i rada mantenida, acompañada
de j uegos de provocaci ón, hasta que fi nal mente acceden al acuerdo y
buscan un l ugar donde l levar a cabo el acto sexual . No obstante, este
proceso de adelantam iento puede repeti rse de nuevo mientras se l l eva
a cabo la negociación a partir de la mi rada hasta sel l ar el pacto tocán
dose las pol l as .
Exi sten espacios donde s e produce una negociación singular. En
el caso de la zona de crui sing de Montju'ic, podría ser debajo del puen
te. En este punto, los partici pantes se reúnen en silencio formando un
círculo en el que todos pueden verse, excepto a l os que están en la
parte más oscura. En el caso de desear i niciar la negociación con uno
de ellos, suele acercarse a partir de l a técnica de l a mi rada mantenida
y con l as sucesi vas provocaciones asociadas . El paso si guiente sería el
sel l o del acuerdo sexual , pero este acto no suele darse debaj o del
puente si se quiere una rel ación sexual de solo dos personas . De mane
ra que los usuarios, una vez han iniciado el proceso de negociación y
han obtenido una respuesta sati sfactoria con la m i rada, acostumbran a
sal i r y d i ri gi rse hacia una zona más aislada donde tener sexo entre
ellos dos . No obstante, en al gunas ocasiones las prácticas sexuales se
pueden real i zar di rectamente debaj o del puente, pero con la i ntención
de que se forme una interacción múltiple en la que diversas personas
puedan parti cipar y se exti enda el j uego sexual a cuatro, ci nco o más
personas.
Conviene aclarar que el rechazo a la interacción sexual no es una
ruptura del ri tual de i nteracción sex ual sino que, por el contrario, está
contemplado como un elemento más del ri tual . La negación para l a
i nteracci ón sexual no supone u n a hum i l l ación para los parti ci pantes
(Franki s y Flowers , 2009, p. 874) , simplemente conduce a nuevos i n
tentos .
des de la población LGTB4 ( Coll -Pl anas y Mi s se, 2009), los i nformes
de organi smos i nternacionales por la garantía de derechos humanos o
del Observatorio contra la homofobi a de Catal uña.
Es i m portante tener en cuenta que la educación fami l iar se ejerce
m ayoritariamente desde una perspectiva en la que se obv ia, o se i nten
ta contener, la pos i bl e homosexual idad de a los pequeños con l a fi na
l i dad de ev i tar la desv iación i ncorregi ble o la v i s i b i l i dad de una sexua
l i dad no l egiti mada ( ver Herdt y Koff, 2002 [2000] ; Weston, 2003
1 1 997) , Pi chardo, 2009a, 2009b) . En el prólogo a la edición española
del l i bro Gestión familiar de la homosexualidad de Hedt y Koff,
G uasch (2002) asegura que la homosexual idad es algo que los hijos
confiesan a sus padres, no que se expl ica, ya que constituye algo i nde
seable y resulta la prueba de un fracaso en el proyecto fam i l iar, de un
sueño i nalcanzado. Evidentemente, no cabe duda de que al gunas fami
l i as han introducido e n s u repertorio educati vo di scursos relativos a l a
d i v ersi dad sexual . Pero, s i n embargo, e n ocasiones , acostumbran a
mantenerse los di scursos de ocul tam iento e i n v i s i b i l i dad tanto en el
entorno escolar como fam i l iar ( Pl atero Méndez, 2008) . La fam i l i a es
i nequív ocamente el pri mer espacio donde el si l encio se arti cula, se
mantiene y se reafi rma para contri bui r a la causa heterosexual me
di ante la i n v i s i bi l i zación de los deseos entre personas del m i smo sexo.
La homosexual idad en la fam i l i a es vi vida como un hecho vergonzan
te no solo en la esfera públ ica s i no que también en el ámbito domésti
co, donde suele causar un gran i m pacto en el momento en que se des
cubre. 5 De m anera que cual quier niño o adolescente que se si ente
atraído por personas de su m i smo sexo i nstaura en sí m i smo una cen-
4. Este trabajo de diagnóstico fue llevado a cabo por Gerard Col l-Planes y Miquel
Missé para la Concejalía de Derechos civiles del Ayuntamiento de Barcelona en el año
2009.
5 . Un ejemplo de ello es el conocido show televisivo llamado «El programa de tu
vida», emitido por un canal de televisión español a lo largo de 20 1 1 , donde los concur
santes respondían frente a su familia (y a una cámara) a preguntas personales que cada
vez son más comprometidas, en función de la fase del concurso en que se encuentran.
Entre estas preguntas, la cuestión de la homosexual idad sol ía estar presente como un
hecho vergonzante que el concursante debía reconocer ante su familia y los espectado
res para poder continuar en el concurso. Preguntas del tipo ¿ Reconoces que te has
sentido atrafdo por otros hombres ? , o ¿Es verdad que alguna vez en tu vida has man
tenido relaciones sexuales con otros hombres? eran habituales en este programa. Esta
es una de las pruebas demuestra que la homosexual idad o el deseo homosexual son
considerados como prácticas que merecen el ocultamiento.
1 48 ____
_ En tu árbol o en el mío
hombres y mujeres sino como estilo de vida que hace del sujeto un ser socialmente
aceptable, reconocible y legítimo.
1 50 ____
_
__ En tu árbol o en el m ío
Georg Si mmel afi rma que «toda relación entre personas depende del
hecho previo de que saben al go unas de otras» ( S i m mel , 20 1 0 [ 1 908 ] ,
p. 27) . Pero, a su vez, toda relación entre personas depende tam bién
de aquel l o que se ocul tan. Siempre hay algo que los demás no saben
de nosotros . En cualquier tipo de relación, ya sea de pareja, ami stad ,
fi l ial o sexual , todos los miembros ocultan algo a los otros. La menti ra
se convierte en una herramienta para l i mitar el conocimiento que los
demás tienen de nosotros (/bid. , p. 40) . La i nformaeión sobre nosotros
mi smos la organi zamos en función del ti po de rel ación que establece
mos con los demás . Lo que sabemos del otro no es únicamente aquello
que nos ha revelado consci entemente, s i no también l o que nosotros
interpretamos de él . B uscamos signifi caciones en sus actos que nos
ayuden a determi nar el tipo de relación que tenemos y el ti po de per
sona de la que se trata. Generamos un conoci m iento propio sobre los
demás para situarlos en nuestro m undo social . ¿Cómo se sostienen l as
relaciones en una sociedad basada en el ocul tamiento? Según S i m mel
( 20 1 0 ( 1 908 ] ) , la confianza de l os unos en los otros es el elemento
clave de esta rel ación. S i n confi anza no puede haber rel ación soci al ,
de la mi sma manera que sin secreto no podrían l ograrse ciertos fi nes.
El secreto es una necesidad para la soci al i zación y , por lo tanto, es un
hecho determi nado social y cultural mente.
Vemos que en las zonas de crui sing, una vez más , el anonimato
es rel ati v o entre l os parti ci pantes. Las rel aciones sexual es son posi
bles únicamente gracias a la confianza d e l o s unos e n l os otros. A pe
sar de que todo secreto desea ser descubierto, en el parque, en general ,
no exi ste la i ntención de descubri r aq uel l o que los otros partici pantes
ocul tan . Nadie necesita saber más de los otros que lo i m presci ndible
para consegui r el fi n último de acceso al sexo. Este desi nterés es una
estrategia colecti va de garanti zar la seguridad del grupo a partir de un
desconocimiento interesado. Y, para ello, la confi anza de l os unos en
los otros es un pi lar básico que perm ite el desarrol lo de la acti v i dad .
La confi anza es fundamental en las zonas de crui sing, es la herramien-
R i tu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 15 1
ta básica para garanti zar el secreto de cada uno de los parti ci pantes. S i
n o e xi stiese esta confi anza, rápidamente se perdería el secreto. Los
pa rti ci pantes de las zonas de cru i sing confían en que los demás guar
de n su secreto de la m i sma manera que el los guardan el de l os demás .
Si m mel considera que «el rasgo exterior que más di sti ngue a la socie
d ad secreta de la públ i ca es el valor que aquel la concede a los usos ,
fórmulas y ritos, así como la preponderancia y la posición respecto a
l o s fi nes de la asociación que tiene sus rituales» (/bid. , p. 96) . Es por
ello por lo que los ritos de com portamiento toman una rel evancia es
pecial en las zonas de cruising. Preci samente porque son la estrategia
de garanti zar el secreto compartido, lo que permite generar una unidad
total s im bólicamente desarrollada capaz de gestionar l as rel aciones de
cada i ndividuo con el grupo y determi nar la i nteracci ón.
Hacer públ ica l a condición de homosexual idad , de algún modo,
i m pl i ca asumi r todas las características que se han asoci ado al otro
homosexual , y es por ello por lo que m uchos gai s se encuentran suje
tos a una identidad prefabricada que, a parti r de este di scurso del si
l encio, genera categorías estancas que poco tienen que ver con las ex
periencias y la diversidad que les rodea.
No obstante, ni nguna norma social está dotada de una ri gidez tan
completa que i m pida quebrantarl a, destru i rl a o suplantarla. Siempre
quedan fi suras sin resol ver, nudos s i n atar o acuerdos si n cerrar que
dej an un espacio para la fuga. La norma de ni ngún modo puede ser
absol uta y es por ello por lo que l a ley del s i l encio no evita l a expe
riencia homosexual , aunque evidentemente contri buye a su esti gmati
zación, sanción y excl usión. A pesar del hecho vergonzante , de los
di scursos apocal ípticos y de las sanciones sociales, la homosexual idad
conti nua siendo una práctica cotidi ana de m uchas personas para el
gozo, el placer y la sati sfacción sexual . Ahora bien, debemos puntua
l i zar que la i nstauración del silencio ha sido un elemento clave para la
confi guración de la escena homosexual y, a la vez, ha permitido la
convi vencia simultánea del gozo y el anonimato entre los asi stentes a
diferentes locales, saunas o zonas de i ntercambio sexual anónimo. En
este últi mo caso, el silencio toma una di mensión más práctica que san
cionadora, e i ntenta cumpl i r como objeti vo fundamental el anon i mato
de los asi stentes. El anonimato reclama como pri ncipio fundamental
el no ser eval uado por nada, únicamente se trata de la habi l i dad para
reconocer cual es el lenguaj e de cada si tuación y adaptarse a él ( Del -
1 52 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
gado, 20 1 1 , p. 42) . Según Manuel Del gado (/bid. , pp. 65 -70) , el ano
nimato no dej a de ser una i l usión , ya que fi nal mente en los contextos
soci ales que comparti mos con otros son contextos en los que aprende
mos a pensar con y como el grupo, lo que de al guna manera nos fami
l i ari za con ellos, nos hace formar parte, aunque sol o sea de manera
temporal o i ncl uso negada. Cuando los hom bres están en la zona de
crui sing no se mantienen ajenos a lo que al l í sucede, se m i ran, i nterac
túan y fol lan, por lo tanto se convierten en seres sociales que son in
terpretados por el resto de asi stentes y por ello, de alguna manera,
tam bién conocidos .
El s i l encio habl a
muy profundos en estos l ugares, donde puedo hacer algo sin di scu
siones» .
Las personas acostumbran a sal i r d e la zona d e crui sing s i n des
pedi rse. I ncl uso un partici pante puede i nterrumpir el ritual de acerca
miento, o el acto sexual en sí m i smo, s i n tener que dar ni nguna j ustifi
cación ni excusa a l a parej a sexual . Permi te marcharse s i n medi ar
pal abra y retomar de nuevo la búsqueda en favor de otras parej as
sexuales si n la necesidad de atender a la sati sfacci ón de su pareja se
x ual previa. De hecho, este tipo de i nterrupciones son muy comunes
en la fase final i sta de la i nteracción ritual : algunas personas acostum
bran a abandonar el acto sexual después de haber pasado un tiempo
con una m i sma parej a sexual y deciden rei niciar la búsqueda para po
der tener un mayor número de contactos. Otras veces , al gunos usua
rios, cuando han l legado a la eyaculación, abandonan al otro partici
pante , i ndependi entemente de la fase de exci tación en que éste se
encuentre. Es habitual que la persona que ya ha sati sfecho los deseos
sexual es, sin mediar pal abra, se suba los pantalones y abandone a l a
parej a sexual . Para resol ver esta situación, la persona abandonada sue
le tratar de encontrar a al gún voyeur que observaba su relación prev ia
para intentar que éste pueda ayudarle a acabar la faena real i zando una
masturbación m utua, o enlazando con cualquier otra nueva relaci ón
sexual . En al gunas ocasiones , el partici pante que queda excitado tras
un contacto sexual pero no ha l legado al orgasmo decide masturbarse
hasta eyacular, o fi nal mente puede volver a la zona de encuentro con
el obj eti vo de buscar otras posi bles parej as sexuales con quienes ter
m i nar la acción sexual i niciada.
La noción de s i l encio ti ene también un carácter prospecti v o en
las zonas de crui sing, es decir, l os usuarios deben guardar el secreto
de aque l l a acti v idad una vez han sal i do de la zona de i ntercam bio
sex ual , no hablar de ello, no v i ncul arse a l o que al l í sucede y, de al
guna manera, deben i n v i s i bi l i zarl o, contri bui r a la v i si ón de i nexis
tencia y, por supuesto, tampoco desvelar cualquier i nformación que
se ha podido obtener respecto a l as personas que l a frecuentan ; aun
que cabe puntual i zar que en al gunas ocasiones algunos usuarios ha n
reci bido amenazas e i ntentos de extors i ó n . Podemos dec i r que l a
prácti ca d e l crusing es tam bi én u n a prácti ca s i l enciosa, en l a medida
en que no se puede hablar de ella, para ocul tar su existencia y a sus
parti ci pantes.
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato _____ ¡ 57
i mporta sal társela, porque respetarla no cam bia el resul tado de la j or
nada de cruising. En una ocasión, vi entrar un hombre de aproximada
m ente 60 años , con pocos atri butos con l os que generar la atracción de
l os otros hombres, hizo un comentari o del que no tuvo respuesta, y
rompió el s i l encio del grupo generando malestar entre l os presentes.
Su comentari o fue: « ¡ Qué aburrido ! Hay que hacer el amor, diverti rse,
pasarlo bien; además todos soi s muy guapos » . Se dirigió a uno de los
chicos y le dijo, «Tú el que más » . Sin duda, este comentario arrui nó
cualquier posi bi l i dad de acceder a la negociación sexual con l os pre
sentes. Pero, s i n embargo, aunque no lo hubiera hecho, aunque hubie
ra respetado l a norma y se hubiese unido al grupo en si lencio incorpo
rándose al círc u l o que conformábamo s , probablemente tampoco
hu biese podi do l legar a un acuerdo sexual . Por lo tanto, en algunos
casos, respetar la norma resulta absurdo para al gunas personas que, de
cualqui er manera, están fuera del acceso a las i nteracciones sexuales.
Aunque el lenguaj e verbal es escaso, exi sten otros recursos para
comunicarse con el resto de los partici pantes. Al gunos usuari os acos
tumbran a hacer ruidos tales como chasquidos o s i l bi dos con la boca
para provocar que le presten atención otros usuarios. Se trata de soni
dos breves y diferenciados en el tiempo, en función del fl uj o de perso
nas que merodean por el parque. Este ti po de soni dos tam bién son
uti l i zados en d i versas ocasi ones por aquel l os que están un poco más
reti rados de la zona de intercam bio, y no se l es puede ver a pri mera
v i sta. I gual mente, un ci garri l l o encendido también i ndica en la oscuri
dad los lugares donde se encuentran otros partici pantes. Por otro lado,
y a pesar de q ue el acto sexual normal mente se l leva a cabo en silen
cio, existen usuarios que emiten al gunos gem i dos . Estos gemi dos tie
nen un carácter m uy tímido y solamente alcanza a escucharlos la per
sona o las personas que están l levando a cabo el acto sexual próxi mo
y tienen por obj eto mantener la excitación p ropia y de la parej a se
xual .
S i n l ugar a dudas , la capacidad de los i ndiv iduos para saber co
municar con su cuerpo los intereses sexuales es i mpresci ndible para
maxi m i zar el beneficio en los encuentros anónimos. Así, mediante las
diferentes acci ones que los practicantes em prenden, se com unica l a
d i s poni bi l idad para el j uego sexual , con v i rtiendo cada mov i m iento e n
un elemento i m portante para la obtención d e l beneficio fi nal . A parti r
del cuerpo, los partici pantes i nforman de sus i ntenci ones y también
1 60 ____
_ En tu árbol o en el mío
8. Cabe puntualizar que en algunos lugares de cruising de las grandes ciudades, los
usu arios pueden llegar a ser de muy diferentes contextos culturales, lo que provoca que
en algunas ocasiones la adaptación y adiestramiento del cuerpo resulte más compl ica
da en el caso de aquellos que tampoco forman parte de la «cultura madre» de la zona
de intercambio. Es decir, los participantes con un recorrido cultural más afín al territo
rio donde se lleva a cabo la interacción, también tienen más facilidad para incorporar
las técnicas de adiestramiento de las zonas de cruising en ese lugar determinado.
1 62 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
Prácticas de pl acer
¿Los partici pantes consi guen sus obj eti vos después de partici par en el
ritual ? ¿Qué ti po de prácticas se l l evan a cabo? ¿Cómo funcionan los
encuentros entre varios hombres? ¿Cómo se decide qué ti po de prácti
ca sexual se hace? Estas son al gunas de las preguntas que el lector
podría plantearse, l legados a este punto. Pero el sexo es una acti vidad
pol i m orfa que no puede ser defi nido s i m pl emente en térmi nos de lo
que se hace, sino que también debemos pensarlo por lo que si gnifica
(Ri chardson, 1 992). El acto sexual tiene diferentes s i gnifi cados en
función de l os i ntereses sobre l os que opera, de manera que el sexo
puede ser pecado, desahogo, i nstrumento para la reproducción, parte
del negocio, gozo o cualquier otro si gnificado que se le atri buya. Aho
ra bien, la central i dad que le damos al sexo en las culturas occidenta
les pasa por la genital idad que tiene asociado. La genital idad se pre
senta como un elemento clave para la constitución de nuestro sentido
personal del yo y tam bién contri buye a cimentar n uestra i denti dad
social . Los genital es son la clave para la consti tución de la person a Y
su i dentidad social , son el pri nci pal elemento de i nterés en cualqui er
nuevo ser venido al m undo ¿ Es n i ño o ni ña?, es la pregunta habitu al a
cualquier m ujer embarazada. De hecho, cuando los genitales no con -
Ritual es de interacción sexual para el gozo en anoni mato _____ 1 63
La reci proci dad en la rel ación sexual anóni ma, como en el resto de
rel aciones sexual es, es un el emento fundamental para el acceso al
gozo. S i n embargo, en las zonas de cruising, se trata de una reci proci
dad que concierne úni camente al ámbito sexual y que se del i m i ta al
tiempo de esa rel ación concreta, s i n extenderse a otros ámbitos de la
vida social . Las relaciones sexuales que se inician en el marco de la ac
t i v i dad del cru i s i n g solo encuentran la reci proci dad a parti r de un
acuerdo sexual de beneficio m utuo que se pone en marcha en el mis
mo momento del encuentro. No son rel aci ones que podrían buscar re
compensas en otros ámbi tos social es como se da en las relaci ones de
pareja, en las que el sexo es una vía de acceso a otros recursos econó
micos y sociales, por ejemplo. En tanto q ue los partici pantes no espe
ran ningún beneficio futuro, no adquieren ni nguna deuda tras la i nte
racción sexual . Y, por lo tanto, se puede abandonar la i nteracción si n
provocar ni nguna ruptura en el acuerdo.
A lo largo de l a investi gación, han sido diversos los compañeros
Ritual es de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 65
y ami gos que fantaseaban con las zonas de crui si ng como espacios
i m agi nables en los que los placeres sexuales se sati sfacen a gusto de
l os presentes. Muchos de ellos lamentaban que no exi stiese un espacio
si m ilar para que los heterosexuales pudiesen tener sexo gratuito, anó
ni mo y sin compromi sos añadidos, a lo que yo respondía que el los no
necesitaban una zona de crui sing porque ya tenían un planeta - ¿Qué
m ás queréi s? - , bromeaba. Para ellos, las zonas de crui sing eran una
especi e de sueño, que yo hacía realidad con m i s comentarios y siem
pre acostumbraban a exigirme más detal les. Se convertían en l o que
Foucault l l amó heterotopías ( l 984b), es decir, se trataba de un esce
nario que yuxtaponía en un único l ugar real y verificable di sti ntos es
pacios y ubi caciones que se excl uyen entre sí. Las zonas de crui sing
se presentaban para com pañeros y am i gos como un l ugar donde el
gozo sexual no i ba acompañado de obl i gaciones, donde la elección se
podía hacer s i n repri mendas , y donde los cambios de parej a eran un
hecho constatable y no exi stían sanciones por ello. Para ellos, l as zo
nas de crui sing conci l i aban dos elementos que en pri ncipio se descar
tan el uno al otro: l i bertad y gozo sexual . A m uchos los i ntenté con
vencer, a veces sin éxito, de que l as zonas de crui sing no eran siempre
ese l ugar esperado. Pero es difíci l hacerlo, cuando en real i dad el acto
sexual es un acontecimiento que requiere de m uchas expectati v as para
mantenerse entre l as acti vidades con mayor relevancia social en nues
tra sociedad . Y es preci samente de estas expectativas de l o que la
práctica del cruising no escapa y de l as que nutre nuevos i magi narios.
De manera que, aunque l as moti vaci ones para l a prácti ca del sexo
anón i mo son m últi ples y variabl es, y vienen determ i nadas de manera
diferente por cada partici pante, no deja de ser una acti v i dad que tam
bién es producto de l as expectati vas construidas en torno al sexo. Y en
este sentido, las prácticas que se desarrol l an adquieren gran significa
do y se convierten en otro referente sexual para al gunos partici pantes
que encuentran en las zonas de cruising la v ía de acceso al gozo se
x ual , de l a m i s ma manera que otros lo encuentran en las di scotecas ,
sa unas o chats en i nternet. Es deci r, generan una experienci a sexual
p ropi a y contrastada que, a pesar de que no corresponde con las ex
pectativas legíti mamente planteadas en nuestro modelo social de sexo
c on amor, resuelve acertadamente algunos de l os aspectos que la i nte
rac ción sexual puede proporcionar, especial m ente el acceso al gozo y
al orgasmo.
1 66 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
El sexo anal tiene una carga añadida. Resulta sorprendente que, a pe
sar de que en el i magi nario gay la penetración anal se presenta como
una de las prácti cas más placenteras , en l as zonas de crui si ng no l e
corresponde u n a gran dedicación. S i n duda, tal y como adv ierte uno
de los chicos , el hecho de que los suj etos no se puedan lav ar ni l i m piar
dificulta una interacción con penetración. Por otro l ado, también se
trata de una práctica con mayor riesgo de transm i s i ón de enfermeda
des de transmi sión sexual , lo cual posi blemente afecta a la pérdida de
i nterés por ella. Pero, fi nal mente, lo que revela el hecho de que se
trate de una práctica «más fuerte» tiene que ver con el significado que
se le atri buye. No debemos ol vidar que la penetración tiene m uchos
si gnificados feminizantes , lo que l a hace menos deseable en los espa
cios públ icos. La penetraci ón anal feminiza a quien pone el culo y es
por ello por lo que una buena parte de partici pantes no quieren verse
env uel tos en este ti po de prácticas ante l a m i rada de otros hom bres .
Son pocas las veces en las que he podido ver prácticas de sexo anal en
las zonas de crui sing y, cuando se dan , suele hacerse en l u gares más
cerrados y con menor accesi bi l i dad que los senderos. Incluso en una
ocasión pude observar cómo una parej a que practicaba sexo anal ha
bía puesto la chaqueta sobre su cabeza de quien estaba siendo penetra
do para que el resto de los parti ci pantes no pudiésemos observar su
rostro. El sexo anal en las zonas de cruising es un sexo de segunda ,
que solo se l l eva a cabo en situaci ones excepcionales y que la mayor
Rit uales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 69
follar a Jos tíos, eso sí. Además, yo siempre Je doy m ucho placer a un
tío cuando me Jo follo. Hay que saber follar a un tío. No se puede hacer
de cualquier manera, porque correrse en un culo es Jo mejor que hay .
Primero hay que l ubricar el ano - explica - , y después yo Ja dejo apo
yada para que el tío Ja sienta y se Ja presento, y así poco a poco voy
abriendo. Sin presionar mucho. Hay tíos que te piden que vayas depri
sa, pero follar por el culo se hace despacio, y una vez el culo está prepa
rado y bien abierto, ¡ pa' dentro ! , entonces el tío mete un gemido de
gusto que alucinas. El culo no es el sitio natural para follar, entonces
hay que prepararlo. Yo a todos Jos tíos que me follo Jos hago gritar de
placer. ¡ Es una pasada !
Por otro l ado, el acto sexual en las zonas de crui sing normal mente in
cumbe tam bién a otros parti ci pantes que toman otros rol es. Entre
ellos, se encuentran los voyeurs o aquel l os q ue parti ci pan de las rela
ci ones sexuales ya iniciadas con el propósi to de formar un trío. El
v oyeri smo es muy habitual , ya que no todas l as personas acceden al
i n tercam bio sexual , l o que hace que un grupo ampl i o de pobl aci ón
solo tenga la expectativa de poder observar al resto de l as personas
mientras estas mantienen relaciones sexuales. Los voyeurs se acercan
a las zonas de sexo y se l i m i tan a observar m ientras se masturban a sí
mi smos. No acostumbran a entrometerse entre las personas que fol lan,
pero se si túan muy cerca para poder ver con detal le l a práctica sexual
aj ena, normal mente detrás de un árbol o, en el caso de que se l leve a
c abo en el corredor de agua de Montj ui'c, por ejemplo, se sitúan en la
parte alta, desde la que se puede ver lo que pasa debajo. En ocasiones,
1 70 ____
__ En tu árbol o en el mío
También exi sten al gunos partici pantes que prefieren i nvol ucrarse en
acti vidades sexuales i niciadas por otros o participar en acti v idades de
sexo en grupo. Este tipo de prácticas son especial mente habitual es en
la zona de crui si ng de S itges, donde se puede observar grupos de 1 0 y
1 2 personas . En la zona de crusi ng de Montj u'ic, este ti po de acti v i da
des suele real i zarse debajo del puente, pero el número de partici pantes
es menor que en S i tges . Estos grupos suelen contar con un mamador
que va haciendo mamadas a l os hom bres que se ponen a su al rededor .
En ocasiones, los grupos se di vi den cuando el número de partici pantes
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato _______ l7 1
racci ón sexual mecáni ca, son al gunos ej emplos de esta acci ón hi per
mascu l i n i zada. Así, al i gual que sucede en otras formas de representa
ción sexual entre hombres , como en la pornografía gay manistream, el
sexo en las zonas de crui s i n g no al tera la mascul i nidad ni pretende
renegar de los pri v i l egios del hombre s i no que se adapta a una situa
ción diferente. Reproduce a grandes rasgos los patrones de domi na
ción sexual que se dan en l as relaciones heterosexual es en l as que la
mujer se considera únicamente obj eto de uso y di sfrute.
5.
Maricas, moros y sidosos*
A unque la práctica del crui sing sea una acti v i dad fundamental mente
anóni ma, no podemos dej ar de preguntarnos acerca de quiénes son las
personas que frecuentan este ti po de espacios. S i n embargo, más i nte
resante que tratar de i dentificar a unos suj etos que no quieren ser iden
tificados , es abordar l a cuestión de identidad, clase y raza a parti r de la
m i rada que nos proporci ona l a práctica del cru i s i n g . Resu l ta más
atractivo poder acercarse a los parti ci pantes del sexo anónimo para
anal izar los confl ictos que se generan entorno a la identi dad y el ano
ni mato, que clasificar y determ i nar unas características general es de
los usuarios que, en cualquier caso, siempre serían reduccioni stas y no
responderían a la cuestión de quiénes son las personas que hacen crui
s i n g . Es por e l l o por l o que a lo largo de este capítul o no trataré de
constru i r biografías ni ti pologías de usuari os, si no que más bien real i
zaré un anál i s i s d e circunstancias. E l i nterés d e estudiar a los hom bres
q ue partici pan en la acti v i dad del cru i s i n g no es presentar un suj eto
completo y coherente, s i no anal i zar al gunos de sus aspectos que pue
dan serv i r de punto de partida para i nterpretar la real idad social .
En una pri mera i nstancia, la respuesta a la i m perti nente pregunta
sobre quiénes son los parti ci pantes de las zonas de crui sing podría ser
simple: - hay todo ti po de personas - , y de hecho esta es la respuesta
de la mayor parte de usuari os cuando se les pregunta por este asunto.
*
Algunas de los aspectos presentados en este capítulo han sido publicadas previa
mente en la Revista Dialectología y Tradiciones Populares en el año 20 1 4 en un ar
tículo titulado Sexo y anonimato. Notas sobre los participantes en encuentros sexuales
entre hombres en espacios públicos.
1 76 ____
_
__ En tu árbol o en el mío
verano, pero que se rel aci onan en al gunas ocasi ones con otros hom
bres de l a comarca. En el caso de Gav a, se trataría de un grupo de
hombres de una edad superior a l os trei nta y ci nco años del área me
tropol itana de Barcelona, y un buen número de el los casado con muje
res y que mantienen oculto a su red social y fam i l iar su deseo de tener
p rácti cas sexuales con otros hombres . Y si me tuviera que referi r al
parque de Montj ui'c, di ría que el ti po de población que acostum bra a
frecuentar la zona de crui sing es m uy variado, pero s in embargo, no es
habi tual ver turi stas buscando sexo y tampoco muchos chicos j óvenes,
aunque l os hay. Más que nada, y otra vez general i zando, di ría que es
un grupo de población que normal mente se encuentra entre las capas
más baj as de la escala de legitimidad social : inmi grantes asiáticos , del
magreb, lati nos y personas mayores.
Pero, a pesar de este i ntento de expli car al gunas característi cas
de los partici pantes de las zonas de crui sing, nuevamente me encuen
tro sin cumpl i r m i propósi to de defender l a idea de q ue el anál i s i s de
l as zonas de crui sing puede serv i r para entender los sesgos de clase,
raza y capitales personales que env uel ven la población homosexual .
S i n embargo, este comentario previo sí que s i rv e para confi rmar una
primera diferencia soci al en torno al terri tori o y la prácti ca del sexo
anóni mo, es deci r, l os entornos en los que se encuentran las zonas de
cruising determi nan en gran medida el tipo de población que asi ste a
ellas . De tal manera que en S i tges, por ej emplo, uno de los puebl os
con mayor turi smo homosexual del Estado Español , así como un l u gar
con considerable presti gio económi co y social de Catal uña, cuenta in
di scuti blemente con un grupo de partici pantes en las zonas de crui s i ng
con un mayor capi tal económico, que se d i ri gen al espacio de i nter
cambio sexual después de una j ornada l údica y vacacional . La práctica
sexual con otros hombres es preci samente una de las moti vaciones de
las v acaciones de m uchos de los v i si tantes homosexuales a la l ocal i
dad. Los turi stas q ue frecuentan la zona d e crui sing e n Sitges, normal
mente, no tienen i m pedi mento alguno en mostrarse como homosexua
l es por l as cal l es del pueblo y, además , cuentan con una ampl i a red de
establ eci m ientos y l ocales para sati sfacer sus necesidades de oci o y
de scanso.
Por otra parte, el parque de Montj ui'c de B arcelona se encuentra
c ercano al barrio de Pobl e Sec y tambi én al del Raval . Estos dos ba
rr ios , históri camente, han reunido a población fuertemente esti gmati -
1 78 ____
__ En tu árbol o en el mío
Yo hace muchos años que ya no voy. Porque lo que hay ahora, pues es
también mucho marroquí, y a ver, no soy racista. Pero no me fío. Por
que ya te di go, es un intercambio de tú me haces esto, yo te hago esto,
y me tienes que dar algo a cambio. Los marroquíes siempre piden al go
a cambio.
Suelen ir gente casada, gente que no esta fuera del armario. Luego tam
bién hay un grupo de gente que es sexual mente bastante activa y gente
mayor, también suele ir bastante. Lo que veo es gente que no te encuen
tras luego en el ambiente ni en los chats. Se trata de gente que solo va
all í, y que en su vida cotidiana no son gais abiertos.
zona de crui sing de S i tges, lo hacen para fol l ar con los suyos, con los
que, aunque desconozcan su nom bre, l es resul tan fami l i ares , les son
conoci dos en tanto que comparten patrones económicos, cul turales y
soci ales. Los usuarios se diri gen a las zonas de crui sing para encontrar
a otros hombres que le resulten conoci dos , aunque desconozcan sus
nombres . En este sentido, Manuel Del gado afi rma:
Cuestión de clase
cerse como gai s, como si fuesen un paso por delante de los otros, a los
que ridicu l i zan por la i ncoherencia entre sus acciones y su identidad .
Aquí viene gente que dice «estoy aquí porque h e veni do» ; «hazme lo
que quieras pero yo no hago nada» - . Estos son normalmente la gente
casada que no se consideran gai s, porque ellos no meten mano. Pero
tanto es el que mete como el que se deja meter [ ] No se creen gai s
. . .
pero lo son tanto como yo, porque el que se mete en un rincón con un
tío o en una cama con otro tío es porque le va el rollo. ¿O no?
Una persona que está en la zona de crui sing y que se considera gay y
mantiene relaci ones sexuales con otros hombres, no genera ni ngún
confl i cto consi go m i smo entorno a su i denti dad sexual . Se presenta
coherente entre identi dad y práctica sexual . Al fi n y al cabo, está en el
parque para fol lar con otros hombres, que es lo mismo que hacen los
gai s en las saunas, di scotecas , chats , etc. El problema l o encontramos
cuando no exi ste esta correlación entre identi dad y práctica, es decir,
cuando podemos descubri r la i ncoherencia en el sujeto que, a pesar de
partici par del gozo sexual con otros hombres, no se considera homo
sexual . Estos partici pantes se encuentran ante un confl i cto que en un
juicio social no l l evaría a ni ngún equívoco: son hombres que fol l an
con hombres y, por lo tanto, se trata i ndi scuti blemente de homosexua
les. ¿Por q ué se niegan a aceptar lo que la soci edad les dice que son?
Más al lá de las críticas a la necesidad de categori zar sexual mente a los
sujetos , exi sten al menos dos razones para responder a esta pregunta.
La pri mera de ellas pasaría por el pri nci pio homofóbi co que genera
esti gma y rechazo en aquel l as personas que mantienen relaci ones
sexual es con personas de su m i smo sexo. El hecho de ser homosexual
es entendido como un elemento que pertenece al ámbito de lo pri vado
y que en él debe mantenerse para evitar las consecuencias del esti gma
( ver Goffman , 2003 f 1 963 ] ) . Pasar a formar parte del grupo de los in
deseables tiene consecuenci as que el suj eto conoce o al menos puede
predeci r.
Si la injuria puede tener tal eficiencia sobre el que la recibe, hacer tan ta
mel la en el individuo al que apunta, es porque el mundo social ha ins
crito ya en su cuerpo y en su cerebro las estructuras del orden social
(jerarquías de clase, de raza, de sexo, de sexualidad, etc.) y el consenti
miento (aunque sea confuso, i ncierto, inconsciente, pero siempre sabe-
M aricas, moros y sidosos ---- 1 85
dor del estatus negativo que implica) de la población que ocupa en él.
[ . . . ] De ahí que la injuria no haga más que decir y repeti r al individuo
Jo que su hi storia le ha enseñado, Jo que ya sabe, y cuando recibe Ja
palabra hiriente, toda su infancia emerge a la superficie, todos los mo
mentos en Jos que ya supo, vio, oyó, comprendió, que a Jo que las pala
bras inj uriosas la reducen hoy era precisamente a lo que no debía ser, lo
que está considerado como inferior, como «abyecto» ( Eri bon , 2004
(200 1 ] , pp. 85-86).
El esti gma supone una pérdida inmedi ata de los pri v i l egi os de perte
necer al grupo de los «normal es ». Y he aquí la segunda razón: los
hombres que se presentan como heterosexuales disponen de una serie
de pri v i legios sociales que tienen que ver fundamental mente como el
acceso al poder y a l os recursos en tanto que heterosexual es ( B our
dieu ; 2005 [ 1 998 ] ; Wi tti g , 2006 [ 1 992] ) . «Ningún hom bre hetero
sexual que se encuentre con un homosexual dej a de senti rse amenaza
do» asegura Henning B ech ( 1 997, p. 4 1 ) . Pero, ¿cuál es la amenaza?
El desafío ante el suj eto homosexual no es un temor de agresión o
v i olación, como se ha pretendido argumentar a partir de los di scursos
sobre el pánico gay (ver Sedgwick, 1 998 [ 1 990] ) . La verdadera ame
naza es la de v erse conv erti do en uno de ellos, l a de verse formar
parte del grupo de los esti gmati zados. El estigma siempre supone una
advertencia que asola a cualquier suj eto que puede verse descubierto
por un atri buto descal ifi cador ( Goffman, 2003 [ 1 963 ] ) . El verdadero
amargor es la tentación del deseo, la posi bi l i dad de senti rse atraído
por aquel l o que debería repugnar. El homosexual es un personaj e úti l
q ue permi te ser negado por ausencia de v i ri l i dad y por la trai ción a la
sexual i dad del hombre verdadero ( Guasch, 1 995 ) . La homosexual idad
mascu l i na se construye así al rededor de la i dea de la fem i n i zaci ón .
E i nequívocamente , «la peor hum i l l ación para un hombre es verse
convertido en muj er» (Bourdieu, 2005 [ 1 998] , p. 36) .
Si aceptamos estas dos respuestas , también deberíamos pregun
ta rnos acerca de l as maniobras necesarias para permanecer en ese lu
gar confl icti vo entre hom bres que se decl aran como heterosexuales,
pero que manti enen rel aciones sexuales con otros hombres. En este
caso, propongo anal i zar dos estrategias fundamentales que se l levan a
c abo en las zonas de crui s i n g . Una pri mera pasa por el recurso del
anonimato, a partir del cual se resol vería el pri mero de los argumentos
1 86 ____ En tu árbol o en el mío
dades i ncontrolables del hom bre, el cual se presenta como un suj eto
que debe atender a sus i mpul sos sexuales q ue se encuentran fuera de
con trol . El hom bre heterosexual que frecuenta l as zonas de crui si ng
considera q ue restablecerá su condición «natural » cuando tenga acce
so nuevamente al sexo con muj eres.
También pueden exi sti r otras rei v i ndicaciones a partir de lo que
he l l amado heterosexual idad corporal i zada. Se trata de ej ercicios de
masculinización a partir de una determ i nada presencia social del cuer
po. El hecho de que en l as zonas de cruising l a ausencia de l enguaje
verbal sea un pri nci pio de i nteracción no i mpide que, a través del
cuerpo, l os partici pantes puedan expresar deseos y ciertos rasgos de
i denti dad . Para e l l o , al gunos partici pantes asumen roles sexuales
siempre acti vos y domi nante s , otros reducen s u participación al vo
yeuri smo para no tocar los geni tales de otros hom bres y permanecer
«puros» en sus contactos sexuales. Cami nan fi rmemente, con las pier
nas l i geramente abi ertas , el pecho fuera, una m i rada penetrante y
m uestran desi nterés por los cui dados de l a pareja sexual , ya que la
cuestión del cuidado está altamente feminizada.
Los partici pantes heterosexual es, o que «parecen» heterosexua
les, son l os más buscados como pareja sexual . Representan una mas
cul i nidad mucho más ruda que resu l ta muy atracti va para una buena
parte de los usuarios. Pero, sin em bargo, no todos los partici pantes
son heterosexuales o lo parecen y no todos los usuarios se encuentran
en di sposición de representarlo. Para ser heterosexual o parecerlo, en
las zonas de cru i s i n g es necesari a una presencia corpulenta y unos
rasgos físicos muy determ i nantes de l o mascul i no. En defi n i ti va, es
necesario di sponer de los atri butos más si gnificati vos que la sociedad
ha desi gnado para la categoría hom bre. Pero no todos los suj etos dis
ponen de estos atri butos. No todos los hombres son corpulentos , fuer
tes , con vello corporal , etc. En otros escenarios sociales , podrían recu
rri r al l enguaj e verbal , a la presentación de s u esposa e hij os , a su
trabaj o ; a conversaciones machi stas y homófobas qu e dieran cuenta de
su condición heterosexual , pero en el contexto del crui sing estos re
cursos no pueden ser uti l i zados . Es por ello por lo que al gunos partici
pantes casados o públ icamente heterosexuales asumen su carácter ho
mosexual de manera temporal y transitoria mientras están en l as zonas
de cru i s i n g , pero fuera de e l l as prefieren mantener un di scurso, una
práctica y una presencia corporal acorde con la l ógica heterosexual .
1 88 ____
_ En tu árbol o en el mío
Más al lá de las prácticas del suj eto bi sexual , podemos ver una vez más
la necesidad de coherencia entre práctica sexual e i dentidad sexual . No
estar en ninguno de los polos sexuales claros, defi nidos y estáticos pro
voca una cierta dificultad de clasificación que los parti ci pantes ponen
en entredicho. Pareciera que un hombre que fol la con otros hombres no
pudiese ser otra cosa que homosexual ; como si el desti no, una vez se
ha pasado la «l ínea roj a» de la regulación sexual , l l evase a un estado
defi nitivo. Pero, ¿qué i dentidad prevalece? Un suj eto que «ha probado
de la manzana» es pecador para siempre: aquel o aquel la que una vez
tuvo una relación con una persona de su mismo sexo nunca más podrá
v olver a l l amarse heterosexual . ¿El pecado carnal es tan grave que su
condonación es i m posi ble? Además, es un j uego estrictamente unid i
reccional . E l homosexual q u e u n a v e z tuvo sexo con u n a mujer n o dej a
de ser homosexual . L a homosexual idad es u n a identidad q u e se asigna
en el momento en que se descubre que el s uj eto ha cruzado esa l ínea
roj a y que permanece adscri ta a él sin derecho al i ndulto.
Por otro l ado, es necesario puntual i zar q ue la fi gura femenina es
i n v i s i b i l i zada y cosifi cada por al gunos partici pantes de l as zonas de
cruising, que ven en ella la prueba de la i ncoherenci a que v i ven, ya
q ue s i n la exi stencia de l as m uj eres podrían fol lar entre hombres s i n
s e r j uzgados. De al guna manera, parece q u e la m ujer con la q u e s e
casaron, o l a s m ujeres a l a s q u e deberían tener como objeto d e deseo,
1 90 ____
__ En tu árbol o en el mío
No soporto a mi mujer que siempre quiere saber dónde estoy, tengo que
apagar el móvil para que no me llame y me caliente la cabeza. [ . . ] Lo
.
que hago por las mañanas es follarla bien, le doy candela para dejarla
tranquila y relajada todo el día. Porque un hombre que es hombre de
verdad sabe hacer gozar a una mujer. Vosotros los gais no sabéis di stin
guir cuando una mujer goza de verdad. La mujer que jadea y chilla, esa
no goza, esa está fi ngiendo. La que goza es la que se queda cal lada
mientras el hombre la va fol lando [ . . ]. Yo lo que querría es divorciar
.
Hoy en dfa casi todos son de fuera. Marroquís, o de países del Este.
Porque viven a salto de mata, tienen necesidad y, como no encuentran
trabajo, pues vienen a ver que pillan. Muchos lo hacen porque les gusta,
si lo hacen por necesidad pues mira, yo si me encontrara en las mismas
circunstancias también lo haría.
Las personas inmi grantes son perci bidas, en al gunas ocasiones, como
personas que desval ori zan de la zona y son moti v o sufi ciente para
dej ar de partici par en la act i vi dad del sexo anónimo. Comparti r un
mismo espacio social i mpl ica comparti r una m i sma condi ción social y
una misma i dentidad social degradante (Aramburu, 2002) , por lo que
m uchos usuari os se quej an del creci ente número de personas i n m i
grantes en las zonas d e crui sing, como si su mera presencia fuese sufi
ciente para converti r el parque en un l ugar detestable, sucio y de poca
fi abili dad . Aunque es cierto que no todos los gai s piensan de este
modo, podríamos preguntarnos ¿cuántas relaci ones se establ ecen su
perando la barrera de ori gen? ¿Cuántos son los que siendo catalanes o
español es se enzarzan en un proceso de negociación y pacto sexual
con l os inmi grantes? Este trabaj o no pretende hacer un abordaj e cuan
ti tativo de l a práctica del sexo anónimo, pero, en real i dad, el ori gen de
l os partici pantes constituye un nuevo sesgo en l a elecci ón de la pareja
sexual que l os usuarios acostumbran a tener muy presente a la hora de
i n i ciar sus relaciones . No es habi tual encontrar a personas de ori gen
m agrebí, por ej emplo, en i nteracción con personas del Estado Espa
ñol . ¿Por qué sucede esto? Una de las expl icaciones más convi ncentes
1 92 _
__
____ En tu árbol o en el mío
es que los prej uicios preexi stentes respecto a la inmi gración en la «so
ciedad madre» tam bién son trasladados a las zonas de crui sing donde
se reproducen s i n ser cuesti onadas. De hecho, como hemos v i sto,
exi sten partici pantes que consideran que los inmi grantes «van a l o que
van», como si el resto de los usuarios no fueran a lo que van, cuando,
en real idad , a las zonas de crui s i ng todo el m undo va a lo mismo; con
matices pero, en general , a disponer de acceso al sexo de forma l i bre,
gratuita y anóni ma.
A los i nm i grantes se les si gue atri buyendo unas i ntenciones es
peciales en las zonas de crui sing que están determi nadas por su condi
ción de otro. Los inmi grantes en las zonas de crui sing son extranj eros
y desconocidos. Las expl i caciones de su presencia al l í se j ustifi can
por diferentes moti vos. En pri mer l u gar, encontraríamos expl icacio
nes de tipo cultural . Por ej emplo, que los i nm i grantes van a la zona de
crui sing porque «viven a salto de mata» y no saben organizar su vida
sexual . Pero, además , otra de las atri buciones que se asi gna a las per
sonas in m i grantes es su condición de suj etos en evol ución (Aramburu,
2002) , como s i se trata se personas que todavía tienen que l l egar al
estadio sexual occidental donde se acepta «sin prej uicios» la diversi
dad sexual y donde l os derechos d e las personas homosexuales y a es
tán regulados y normal i zados . Como si l as personas i n m i grantes fue
sen a las zonas de crui s i n g únicamente por la contención sexual a la
que están sometidos en sus contextos de ori gen, o por las regulaciones
culturales de sus grupos de afi nidad en el país receptor, excul pando
así a la sociedad occidental de la homofobi a y xenofobia que v i ven
diversos grupos sociales.
Una de l as características que podemos destacar es l a relación
entre pobreza, i nmi gración y del i ncuencia. Son tres conceptos que a
menudo se perciben como si nóni mos, de manera que «los marroquíes
van a l as zonas de crui sing para robar», ya que su condición de pobres
e inmi grantes no les permi ti ría disponer de otros objeti v os en la i nte
racción con los demás que vaya más al lá del robo. El robo se presenta
como la prueba defi nitiva de la fal ta de civi smo con la que cuentan los
i n m i g rantes. El respeto a l a propi edad pri vada se entiende como un
pri ncipio básico del proceso ci v i l i zatorio, y se considera que las per
sonas pobres e inmi grantes tienen como único obj eti vo el robo, com o
si se tratase de suj etos del i ncuentes que de ningún modo pueden te ne r
atracción ni deseos sexuales. Se les asi gna una categoría única, i n a-
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 1 93
mov i ble, plena y absol uta. «Quien va a hacer cruising sabe perfecta
mente quién es chapero10 y quién no. Tú ves en la zona de crui si ng a
un árabe y casi seguro que es chapero. El árabe no va por i ntercambio,
sino que v a a ganarse la v i da» . La presencia de i n m i grantes, especial
mente marroquíes, en l as zonas de crui s i n g es perci bida como una
presencia i nteresada económi camente, entendiendo así que las perso
nas inm i grantes no pueden frecuentar el parque para sati sfacer sus de
seos sexual es como lo hacen otros participantes. Su fi gura está repleta
de segundas i ntenciones que siempre son cuestionadas y son obj eto de
duda. Como si l as personas inmi grantes no pudiesen tener una sexua
l i dad madura, y asumi endo que sus necesidades económ icas les l l evan
a las acciones más aberrantes del parque.
Otra de l as atri buciones que se acostumbra a hacer a las personas
i nmi grantes es su fal ta de hi giene, normalmente rel acionado con sus
patrones culturales y biológicos. Al gunos partici pantes aluden al mal
olor como la j ustifi cación para negar su interacción sexual con perso
nas i nm i grantes .
Ese moro tiene u n trancazo así [hace gesto exagerado con l a s manos] .
Pero yo no se Ja he chupado, he estado dos veces con él, pero al acer
carte pega una olor muy fuerte. Es el olor de su piel , igual que Ja de Jos
negros [ . . . ] entras a una discoteca y si hay negros tienes que ponerte Ja
mascari lla.
exi ste un marco social que garantice que se trata de una relación mar
cada por el paradigma occi dental , es decir, cuando se puede compro
bar que, a pesar de ser negros o árabes , disponen de suficientes recur
sos económi cos y comparten el esti lo de v i da occidental . Aunque l os
hom bres negros sean un feti che, solo se convi erte en parej a sexual
cuando su capital económico y cultural les permi ten hacerse v i s i bles
en espacios sociales normal i zados para la interacción homosexual . Lo
que permi te eroti zar determi nados cuerpos no son úni camente v alo
res corporales, s i no que tam bién sociales, cul tural es y económi cos
( Green , 2008 ).
¿ T ú sabes cómo están d e buenos? ¿No has follado con ningún negro?
Pues no has probado el caviar (Hace gesto con la mano señalando que
tienen una polla muy grande). Pero hablo de negros americanos l i m
pios, no de los que hay aquí guarrindongos. Los negros huelen diferen
tes, pero el Kevin (un negro norteamericano) cuando se desnudó olía a
rosas y, como olía bien, le follé, le comí el culo y le chupé todo. Me
mintió, porque me dijo que era virgen y no era verdad. Los negros son
mentirosos. Eso sí que es verdad. Mienten. Les gusta mentir. Pero este
tenía un buen culo y una buena polla. No podía parar de metérmela en
la boca.
paz, que te perseguían todo el rato, hasta el punto que tenías que decir
- ¡ fuera ! , ¡ Dejadme en paz !
trata de personas que uti l i zan el deporte como un elemento de ocul ta
miento de los i ntereses reales de visitar el parque de Montj uYc.
1 3 . Cabe señalar que a pesar de que la mayor parte de las personas no ven las zonas
de cruising como un lugar para encontrar pareja, algunos hombres si que lo han hecho.
200 ____
__ En tu árbol o en el mío
En las zonas de crui sing, todos los usuarios consideran que lo que se
va a hacer al l í es una acti v idad sexual sin amor, en la cual el obj etivo
fundamental es sati sfacer los deseos sexuales propios. Y aunque algu
nos partici pantes reconocen que exi sten otros escenarios sociales para
un sexo más sati sfactori o, son numerosos los relatos sobre sexo pla
centero en las zonas de crui sing. «Uno no conoce a quién toca, azota o
se la mama, pero siente adoración por él » (Tattelman, 1 999, pp. 88-
89) . Es decir, a pesar de que l as zonas de cruising son perci bidas como
l u gares deni grantes, al gunos partici pantes encuentran en ellas expe
riencias sati sfactori as que permanecen en s u recuerdo. «He tenido
abrazos preciosos en la zona de crui sing. Y o fl i po con eso, a v eces me
fascina». Las zonas de crui sing permi ten construi r narrati vas del pla
cer que perduran en l a memoria de qui enes han di sfrutado de l a expe
riencia. Michael Celse ( 1 995 , p. 243 ) admite q ue se trata de la única
vía de escape para m uchas personas homosexuales que son i ncapaces
de aceptar su deseo y afecto por otros hom bres . S i n embargo, plantea
que el sexo anón i m o recurre a di scursos relacionados con la pureza
sexual . Para el autor, se trata de una acti vi dad que opera baj o la di sti n
ción entre los senti mientos y el sexo, convi rti endo así al compañero
sexual un suj eto i ndiferente , un i nstrumento que da placer sin más . En
Maricas, moros y sidosos ----
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si ones y dudas muy ínti mas s i n verse interpel ado. Es muy probabl e
que este punto de v i sta pueda ser com partido por otros usuari os que
no dispongan de una red soci al fuerte y comprensiva respecto a sus
deseos sexuales. «V i v í un duelo muy fuerte, una ruptura de parej a que
me dol ió mucho y me i ba al parque todas las noches. Lloraba y un
chico me escuchaba. Me ayudó un montón. »
Sexo s i n identidad
S exo y enfermedad
to regi straba una pri mera referencia a la cuestión de la prom i scui dad
sexual de l os enfermos . Afi rmaba que se trataba de hombres homo
sexuales con una gran acti v idad sexual , que tienen encuentros múlti
ples y que e n al gunas ocasi ones pueden l legar a ser d e «hasta ocho
encuentros sexuales cada noche, cuatro veces por semana» .
El artículo tam bién apuntaba al uso de drogas entre al gunos de
los paci entes como otra de las característi cas del perfi l de los enfer
mos. Pero el periodi sta tranqui l i zaba al lector i nformando de que «El
Dr. Curran dij o que no exi ste aparentemente pel i gro de contagio en las
personas no homosexuales. La mej or evi dencia contra el contagio es
que no hay casos reportados fuera de la comuni dad homosexual o en
m ujeres».
A pesar de carecer de datos empíricos, en los pri meros días de la
enfermedad ya comenzó a gestarse el di scurso contra un grupo previa
mente estigmati zado como portador del nuevo mal . El sida se presentó
desde el pri mer momento como una enfermedad propia de aquel l os
que tenían una conducta sexual desaprobada ( Piot y Carael , 2008 ; V i
llaami l , 2004, p. 42) . Este di scurso hacía del suj eto e l único responsa
ble de la enfermedad y, por supuesto, de sus consecuencias . La causa
de la i nfección no era un v i rus s i no el esti lo de v i da temerario propio
de l a homosexual idad ( Weeks , 1 993 , p. 88). S i da y homosexual idad
se conv i rtieron en uña y carne que caminaban j u ntos hacia la m uerte, 1 4
como si las v i das gai s fuesen v i das para l a m uerte, condenadas a l a
auto-destrucción ( Eri bon, 20 1 2, p p . 1 1 5 - 1 1 6) . U n a v e z m á s , l os ho
mosexuales morían sin razón ( Woods, 200 1 [ 1 998 ] , p. 37 1 ) .
La tesi s de la «plaga gay» ( Lupton, 1 994, p. 8) rápidamente que
dó refutada por la aparición de nuevos casos entre hemofíl icos, hai tia
nos y heroi nómanos. A fi nales de 1 98 3 , ya se habían regi strado 3 . 064
casos de sida en Estados Unidos, de los que habían muerto 1 292 (La
rrazabal , 20 1 1 , p. 20) . En el Estado Español a fi nales de 1 985 se cono-
discusiones relati vas a la salud sexual han quedado fuera del di scurso
que encarna el esti lo de vida gay, que se ha construido entorno al ac
ceso al consumo y a un oci o alejado de las responsabi l i dades. Ni ngún
grupo social qui ere em parentarse con el sida ni que este forme parte
de su aj uar particular.
El estigma y la excl usión son difícil mente rei vi ndicables. Es por
ello por lo que un buen número de gai s se afanaron en rom per la rela
ción entre homosexual idad y sida pasando a hablar de «prácticas de
ri esgo», y rechazando la noci ón de «grupos de riesgo» que se venía
uti l i zando desde los años noventa del si glo xx. De esta manera, se
pretendía hacer v i si ble la real idad de que ni todos los gay son seropo
sitivos, ni todos los seropositivos son gai s .
Difíc i l mente podemos eval uar l o s resul tados d e esta pol íti ca,
aunque es posi ble q ue haya contri buido a la i ntegración social de una
buena parte de l a población gay. Sin embargo, encierra al menos dos
problemas fundamental es q ue deben ser di scutidos.
El pri mero de el los es que traslada al i nd i v i duo la responsabi l i
dad única y defi ni tiva d e l a i nfección . E s decir, cada suj eto es respon
sabl e de sus prácti cas y, por lo tanto, de l as consecuencias de lo que
hace . S i n embargo, diferentes estudios adv ierten de la necesi dad de
tener en consideración los contextos sociales y culturales para la trans
m i s i ón del VIH (Giami y Dowsett, 1 996 ; Parker y Aggleton , 2003 ;
Ríos et al, 2009; V i l laam i l y Juci les, 2008 ) . En un contexto de hosti l i
dad y control d e l as sexual idades n o normati vas, l as personas pueden
preferi r prestar atención a otras necesidades sociales en detri mento de
la práctica del sexo seguro ( Franki s y Flowers, 2009; Fernández-Dáv i
l a , 2009) . E s decir, l a s personas asumen diferentes com portam ientos
en función del orden social en el que se encuentran . Los discursos
preventi vos han centrado su atención en las prácti cas concretas e indi
v i dual i zado el comportam iento sexual . S i n embargo, los homosexua
les no nos i nfectamos únicamente por lo que hacemos, sino que tam
bién por el esti gma social que obl i ga a m uchos hombres que tienen
sexo con hombres a buscar el ocultamiento y l a i n vi sibil idad por enci
ma de la atención a la sal ud. Así, la diferencia con respecto al model o
hegemónico, es un factor de riesgo ante el VIH. La homofobia es uno
de los pi lares para la i nfección de la enfermedad.
La noción de prácti cas de riesgo conlleva un segundo problem a,
que es que se trata de una afi rmación que niega la evidencia de que lo s
Maricas, moros y sidosos -
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19. Según datos del Centro Nacional de Epidemiología del Ministerio de Sanidad, se
notificaron un total de 2.763 nuevos diagnósticos de VIH a 30 de junio de 20 1 2. El 83
por 1 00 de los nuevos infectados eran hombres, frente al 27 por 1 00 de mujeres. De los
hombres, el 54 por 1 00 de los hombres tenían sexo con hombres (Centro Nacional de
Epidemiología, 20 1 2).
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_ En tu árbol o en el mío
Los hemofíl icos no aceptamos en modo alguno que [ . . . J nos junten en
cima, con los responsables pri ncipalmente y ori gen preci samente de l
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20. En el siglo XIX, los médicos recibían presiones para que no figurase la sífilis
como causa de muerte en lo s certificados d e defunción (Castejón Bolea, 1 99 1 , p. 245).
2 1 2 _____En tu árbol o en el mío
mario y los situaba en el centro del di scurso. Se con v irtió en una herra
mienta de consolidación de la heterosexual idad (Guasch, 1 995 [ 1 99 1 ] ;
Larrazabal , 20 1 1 ; Rubín, 1 989 [ 1 984( ; Vil laam i l , 2004 y Weeks, 1 993 ) .
N o obstante , exi stía la amenaza de que el s i d a cruzase la l ínea
roj a y asal tase a la pobl aci ón heterosexual . Así lo refería el diari o
A B C de mediados de los ochenta: « El sida puede extenderse a la po
blación normal y provocar una catástrofe» (Nieves, 1 985). El pri nci
pal temor que presenta este artículo es «que el HTLV 1 1 1 encuentre
otras formas de propagación, como el aire. Si esto l legara a suceder, el
síndrome ya no sería característico de unos determi nados grupos de
personas . El sida saltaría a la gente normal , provocando unas conse
cuencias muy difíciles de calcular» (/bid. ) . La población había sabido
hacer una pri mera di stinción entre los sujetos suscepti bles de padecer
la enfermedad y la pobl ación «normal » , como bien refiere la noti cia
del periódico ABC. Ante esta situación, reza el artículo, «lo único que
se puede hacer es no pertenecer a ni nguno de los grupos de ri esgo y no
tener ninguna relación di recta con ni nguno de el los» (/bid. ) . Este ti po
de enunciados contribuyeron activamente a consol i dar los di scursos
más conservadores a través del reconoci miento del otro al que señala,
defi ne y excl uye. Fi nal mente, y en coherencia con la i deología casti ga
dora de la época, el autor afi rmaba que «el sida es un pequeño mons
truo microscópi co, producto de los hábi tos y costumbres de nuestro
siglo. Se puede deci r que lo hemos creado nosotros, que es un hijo de
nuestro tiempo» (/bid. ) . Es decir, en la m i sma l ínea que planteaba el
orador norteamericano Jerry Falwel l , el sida tam bién es presentado en
el Estado Español por el diario ABC como el producto de una socie
dad que no ha sabido guardar l as normas morales. Una sociedad que
ha perdido el rumbo y que espera del sida una sol ución al descarrío, un
darw i ni smo social que v uelva a establecer el orden y la norma ante el
despropósito de homosexuales, prostitutas y toxicómanos .
Paula Treichler ( 1 993 [ 1 98 8 ) ) l l amó «epidemia de si gnificados»
al conj unto de di scursos que se articulaban a partir de la enfermedad .
La autora cuestiona la construcción di scursi va amparada en el di scur
so científico que permitía determ i nar lo q ue el sida representaba a ni
vel soci al . Esta estructura de s i gnifi cados no perm i te diferenciar lo
que es científico de lo que no lo es, de manera que tanto los di scursos
científicos como l os no científicos están cargados de ambi güedad es ,
confusión y homofobia. En este sentido el sida se construyó como:
Maricas, moros y sidosos -
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al celibato o a la muerte, el complot fasci sta para acabar con los homo
sexuales y el tercer mundo, el castigo divino por nuestra debilidad, una
prueba de Dios de nuestra fuerza, el precio de la penetración anal [ . ]» . .
Pero el esti gma del sida saltó del ám bito di scurs i v o a l as prácti cas
cotidianas a través de diferentes medidas de actuación. «Los médicos
se negaban a tratar a l os pacientes de sida y los basureros se colocaban
máscaras al recoger la basura de supuestas vícti mas del mal » ( Weeks,
1 993 , p. 88). «El Departamento de Pol icía de San Franci sco equi paba
a sus oficiales con máscaras y guantes cuando debían actuar con un
paciente sospechoso de sida . . . los conductores de autobuses l l evaban
máscaras, . . . los propietarios de v i v iendas expul saban a los i nqui l i nos
que padecían sida . . . y Bobby Campbel l , un enfermo de sida, fue en
trev i stado en telev i sión en una cabi na i nsonorizada, para que l os téc
nicos no tuvieran que acercarse para ponerle un micrófono» (Larraza
bal , 20 1 1 , p. 60) .
No cabe duda de que el sida toma sentidos diferentes en función
de los contextos y de l a forma en la que afecta a cada sociedad. S i n
embargo, a menudo, el esti gma ti ende a expresarse contra los grupos
desproporci onadamente afectados por la epidem i a ( Herek, 1 999,
p. 1 1 07) . La forma más extrema de manifestación del esti gma era la
del ataque físico. En una encuesta real i zada en 1 992 a m i l ochocientas
personas con VIH, habían padecido algún tipo de violencia física el 2 1
por l 00 de ellos (Herek, 1 999, p. 1 1 08). 22 Según Gregory Herek ( 1 999)
el v i rus tiene al menos cuatro características que evocan al esti gma.
En pri mer l ugar, el esti gma está más unido a la enfermedad cuya cau
sa se perci be como responsabi l i dad del portador. Es deci r, son los cri
terios morales los que establecen l as malas prácticas. Y por lo tanto, la
23. Ver G. Rotello ( 1 997), Sexual Ecology: AIDS and the destiny of gay men y M.
S ignorile ( 1 997), Lije outside : the signorile report o n gay men : sex, drugs, muse/es,
and the passages of lije.
2 16 ____
_ En tu árbol o en el mío
podemos verificar que exi sten otras razones que podrían l l evar a los
hombres que tienen sexo con hombres a desatender las cuestiones de
sal ud sexual a causa de necesidades no sexuales deri v adas de un am
biente de hosti l i dad social : v i olencia homofóbica, revelación de l a
cond ición de homosexual , ataq ues físi cos , expul si ón d e l entorno
próxi mo, etc. ( Fernández-Dáv i la, 2009 ; Flowers et al. , 1 999 y Franki s
y Flowers, 2009) . La atención a una sal ud sexual integral requiere de
un modo de relación social que se haya podido l i berar del esti gma que
sufren l as sexual idades m i nori tarias.
Otras moti vaciones que pueden l levar a las personas en las zonas
de intercam bio sexual anónimo a dejar de atender su sal ud sexual tam
bién puede ser de índole emocional , como podrían ser los senti mien
tos de soledad o l a baj a autoesti ma, así como la excitación por el ries
go de romper la norma del sexo seguro ( Fernández-Dáv i l a , 2009 ;
Fl owers et al. , 1 999 y Dean , 2009). El sexo s i n protección como feti
che está presente en las zonas de crui sing, aunque no es mayori tari o,
ni domi nante y probablemente tampoco sucede en mayor medida que
en otros escenarios de encuentro sexual . Un partici pante expl i ca:
«Una vez me encontré a un tío que no uti l izaba condón nunca. Me dij o
q u e y a s e había sacado la l otería porque ya tenía el V I H y no tenía
nada q ue perder, pues le daba más placer hacerlo a pelo».
En cual quier caso, una buena parte de los usuarios de l as zonas
de cru i s i n g d i sponen de la i nformaci ón sobre las prácti cas de sexo
seguro y m uchos de el los lo ti enen presente a la hora de l l evar a cabo
sus prácticas sexual es y la sel ección de la pareja, este es el caso de
uno de los i nformantes:
Las personas que van a las zonas de crui sing acostumbran a eva
l uar y medir los riesgos que quieren asumi r en relación a su sal ud se
xual ( Fernández-Dáv i l a, 2009; Franki s y Flowers, 2009 ; V i l l aami l y
Jociles, 2008 ; V i l l aam i l y Joci les, 20 1 1 ) . Los participantes deciden
qué transgresiones quieren l l evar a cabo en función de su i nformación
y percepciones respecto al V I H . El hecho de que las prácticas dom i
nantes en l a s zonas d e cruising sean el sexo oral y l a masturbación
evidencia una pri mera negociación de los riesgos teniendo en cuenta
que la penetración es general mente concebida como la práctica sexual
más pl acentera.
Los partici pantes no suelen uti l i zar preservati vo en la práctica
del sexo oral , ya que l os riesgos de i nfección del VIH son m ucho más
baj os que con respecto a la penetración anal . El uso del preservati vo
hace la interacción sexual menos atracti va, y, aunque no cabe duda de
que exi sten otras enfermedades de transmi sión sexual más al l á del
VIH, a éstas , los usuari os suelen prestarl es menor atenci ón. En este
sentido, uno de los hombres que frecuenta el parque de Montj ui'c afi r
maba que cuando practica sexo anal uti l i za preservativo ( aunque no l e
gusta) , pero consideraba q u e en el sexo oral «la goma s e l l eva el gus
to» . Además, en tono j ocoso afi rmaba que «a m uchos tíos les gusta
beberse toda mi l eche» .
Este tipo de comentarios, en al gunas ocasiones, se uti l i za como
vía de excitación del orador y, normal mente, están acompañados de
otras fantasías sexual es de las que es difícil deducir l as partes reales
de las ficticias. Pero no obstante, revelan un cierto i nterés en l a eyacu
lación en la boca de l os participantes. Otro hombre relataba: «El tío se
baj ó los pantalones y yo me amorré a su pol la, estaban talando los ár
boles de enfrente, pero nos lo montamos i gual mente. Los trabaj adores
cortando y yo mamando. El tío cogió y se corri ó. Me l lenó toda la
boca de leche».
Otra de las estrategias para reduci r riesgos se elabora a parti r del
aspecto físico de la parej a sexual , como si el aspecto físico pudiese
ofrecer al guna i nformaci ón respecto al V I H . Muchos de los hombres
que frecuentan las zonas de crui sing determi nan el estado de sal ud de
sus parej as a parti r de las apari encias, de manera que aquel l as perso
nas más atracti v as son percibidas como sanas y deseables. Gracias a la
apariencia, al gunos parti ci pantes deciden si se trata de una persona d e
la que «te puedes fi ar de que no te pegue nada» , aseguraba un parti ci -
Maricas, moros y sidosos --
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pante m ientras me expl icaba este criterio para sel eccionar a sus pare
j as sexuales. S i n embargo, l os hombres mayores, inmigrantes, o feos,
son percibidos como sujetos suscepti bles de ser portadores del v i rus.
Es decir, los cuerpos soci almente construidos como más deseables,
tam bién son construi dos como seronegativos. El descubri mi ento del
suj eto seropositivo podría arrui narle cualquier interacción sexual con
los otros. De hecho, l as personas seropositi v as que v an a l as zonas de
crui sing son conocidos como «ángeles negros» , es decir, personas ca
paces de generar placer pero también m uerte.
Por otro l ado, las prácticas sexuales de l as personas dentro de las
zonas de crui sing también son eval uadas por el resto de los partici pan
tes a la hora de i mpl i carles en una i nteracción sexual . Así, por ejem
plo, pude observar cómo al gunos m uchachos que en pri ncipio corres
pondían con el i deal corporal de l a mayor parte de l as personas que
frecuentan las zonas de cruising, eran rechazados por el grupo una vez
los habían v i sto i nvol ucrados en una práctica de sexo anal y no desea
ban compartir con él una nueva penetración a pesar de la insi stencia.
Sin em bargo, cuando la práctica sexual ha estado dedi cada al sexo
oral o a la masturbación, l os sujetos pueden pasar por múlti pl es pare
j as s in ser excl uidos por ello. Es decir, las personas que van a las zo
nas de cruising suelen considerar que l as prácticas de sexo anal deben
hacerse con una sola pareja, mi entras que el sexo oral puede l l evarse a
cabo con di sti ntos suj etos, lo que podemos entender como una forma
de higiene sexual en un l ugar donde la l i mpieza del cuerpo después de
la penetración es francamente compl icada. Por el contrario, en las sau
nas diri gidas al públ i co homosexual , después de una i nteracción con
penetración, l os sujetos pueden ducharse, l i mpi arse e ir en búsqueda
de nuevas i nteracciones sexuales contemplando nuevamente el sexo
anal como una posi bi l i dad en la jornada.
Según Huber y Kleinpatz ( 2002) los hom bres que ti enen sexo
con hom bres pero que se identifican como heterosexuales son menos
propensos a practicar sexo seguro. El hecho de que consideren al ho
mosexual como el «otro», también hace que se sitúen a nivel si mból i
c o fuera del alcance d e la i nfección, y a q u e perci ben q u e son l o s ho
mosexuales qui enes se i nfectan del v i rus. En tanto que se defi nen
como heterosexuales (aunque l l ev an a cabo prácticas sexuales con
otros hombres), creen que gozan de una cierta i nmunidad al v i rus. Por
lo tanto, no necesi tan establecer mecani smos de protección frente a
220 ____
_ En tu árbol o en el mío
v i v i da en las zonas de crui sing. Así, por ej emplo, el m i smo chico que
anteri ormente afi rmaba que los «marroq uíes son muy sucios » , relata
que: «una vez me fui con uno que se le veía l i mpio, y que nos lo pasa
mos gen i al , me hizo de todo. Pero antes te podías fiar de la gente,
ahora no se sabe » . Es deci r, a pesar de que su experiencia personal es
positiva tras un contacto que percibe como sati sfactorio, mantiene l a
afi rmación d e q u e l o s marroquíes van a las zonas d e crui sing a robar.
Otro de los riesgos que puede i m pl i car las zonas de i ntercambio
sexual anónimo es el de l a agresión. Al gunos de los partici pantes rel a
tan diferentes epi sodios de agresiones en l as zonas de crui s i ng. Expl i
can rel atos d e l legada d e grupos homofóbicos o d e veci nos que i nten
tan molestarles para que cese la actividad sexual cerca de su barrio.
Vi que venían tres tíos con pinta de mata putos, porque claro, aprendes
a identificar a los que vienen a ligar y los que no. Pensé, estos no venían
a ligar, pero como venían con una estética muy macarra pues también
creí que se trataba de un fetiche, porque a mí me gustan mucho los tíos
con estética macarra. Pero se veía que no i ban a l i gar entonces dije
- uy ! - . Venían hacia donde yo estaba y me salí del parque. Salí sin
correr para no levantar sospechas. Después supe que habían pegado a
algún chico del parque.
Con la fi nal idad de i nformar a los partici pantes de los posi bles ri esgos
y pel i gros que puede entrañar la práctica del sexo anóni mo, la asocia
ción de pol icías gai s y lesbi anas ( Gayl espol) ha edi tado un manual
con algunas recomendaci ones para los usuarios y en el que i nsi ste en
la necesidad de denunciar cualquier agresión que pudiera suceder en
l as zonas de l i gue homosexual .
Además de los riesgos deri vados del esti gma social o de la aten
ción a la salud sexual , al gunos partici pantes consi deran que l a di stri
bución del espacio de cruising entraña algunos pel i gros que tienen que
ver con la geografía del espacio, como es el caso de un precipicio de
varios metros , que en la oscuridad es difíci l de ver y por el que se pue
de caer si se desconoce el terri torio; caídas accidentales con los árbo
les recién tal ados pero que no están i dentificados , atropellos de trenes
en l ugares donde el acceso requiere cruzar l as vías, etc.
Las zonas de crui sing presentan por lo tanto una d icotomía basa
da en el riesgo y en el cobijo. Son l ugares donde, como hemos señala
do, pueden existir al gunos riesgos de diferente índole pero que, a l a
vez, cobijan a m uchas personas de u n a sociedad q u e excl uye aquel las
formas de deseo que no responden a los consensos hegemónicos de la
sociedad heterosexual . De manera que, a pesar de la oscuridad, de es
tar repletos de extraños , de una gran suciedad aparente y de sus prác
ticas de dudosa moral idad, resulta ser en al gunos aspectos m ucho más
seguros que los propios hogares, l os entornos fami l i ares o la red social
más cercana de m uchos partici pantes . En estos espacios, los usuarios
pueden l i berarse de las cargas sociales asociadas a sus formas de de
seo s i n reci bi r i nj urias , presiones o agresiones de la « soci edad de
bien».
Las noci ones de riesgo y sexo seguro no tendrían solo que ver
con el uso del preservati vo, sino también con la m i n i m i zación de los
riesgos sociales ( Flowers et al. , 1 999, p. 488 ) . El riesgo en l as prácti
cas sexuales de los l ugares de i ntercambio sexual anónimo no puede
ser medido únicamente en materia de prevención de enfermedades de
transmi sión sexual , s i no que debe ser entendido como un eleme nto
multidi mensional que también se ve afectado por los modos de orga
ni zación social basados en el i m perati vo homofóbico.
A l gunos autores han considerado que el riesgo de transmi sión de
enfermedades no fi gura como un elemento i m portante en las decisio
nes sexuales ( Flowers et al. , 1 999, p. 488 ) . S i n embargo, hemos podi-
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