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JOSE ANTONIO LANGARITA ADIEGO

EN TU ÁRBOL O EN EL MÍO

Una aproximación etnográfica a la práctica


del sexo anónimo entre hombres

Prólogo de Manuel Delgado

edicions bellaterra
Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús

e-. <D ®@
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© Jose Antonio Langarita Adiego, 2015

© Edicions Bellaterra, S.L., 2015


Navas de Tolosa, 289 bis. 08026 Barcelona
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Printed in Spain

ISBN: 978-84-7290-705-8
Depósito Legal: B. 4.117-2015

Impreso por RomanyA Valls. Capellades (Barcelona)


Índice

Prólogo, 9
A gradecimientos, 1 3
Introducción, 1 5

1. El sexo de l a antropología, 27
Apuntes para una antropología de la (homo)sexualidad, 38 • El antropó­
logo sexuado, 45 • Sexo anónimo: escándal o públ i co e i nvesti ga­
ción, 49

2. Homosexo en l a sociedad i ndustrial , 57


España y sus circunstancias, 61 • Historias de lo imposible, 80 • Nue­
vos escenarios sexuales, 90

3. La ciudad como escenario de producciones sexuales, 95


Construcción de la lógica heterosexual , 98 • Espacio público I Espacio
sexuado, 1 0 1 • El sexo anónimo en la ciudad, 1 09 • Mapas del placer:
las zonas de cruising, 1 1 3

4. Rituales de i nteracción sexual para el gozo en anoni mato, 1 25


De los rituales y l os símbolos, 1 25 • Actuaciones de sexo anóni ­
mo, 1 30 • Vfa crucis del sexo anóni m o, 1 44 • Sexo s i n pal a­
bras, 1 46 • El silencio habla, 152 • Prácticas de placer, 1 62

5. Maricas, moros y sidosos , 1 75


Cuestión de clase, 1 80 • Identidad, origen y anonimato, 1 8 3 • Amor,
deseo y ami stad, 1 98 • Sexo sin i dentidad, 202 • Sexo y enferme­
dad, 203

Co nclusiones , 225
Re ferencias, 23 3
Prólogo

Hay placeres que pasan por crímenes: en general los que no se han
probado.
LoUIS ARAGON , El libertinaje

C l oe es una de l as ci udades i n v i s i bl es i magi nadas por ltal o Cal v i no.


En ella, como en todas las grandes ci udades , «las personas que pasan
por l as cal les no se conocen» . Pero no son del todo i ndiferentes entre
sí. «Al verse i magi nan m i l cosas las unas de l as otras , los encuentros
q ue podrán ocurri r entre ellas , l as conversaciones , las sorpresas, l as
caricias, l os mordiscos. Pero nadie sal uda a nadie, l as m i radas se cru­
zan un segundo y después huyen, buscan otras m i radas , no se detie­
nen». No obstante, a veces «entre quienes por casual idad se j untan
baj o un soportal para guarecerse de la l l uvia, o se api ñan debaj o del
toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se con­
suman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una
pal abra, sin rozarse con un dedo, casi sin al zar l os ojos» .
Lo que Cal v i no s e fi gura es una capital e n la que una portentosa
m ecánica, desencadenada tan sol o en al gunas oportunidades, con v i r­
ti era cualquier rincón de su trama en espacio de encuentros l uj u ri osos ,
un es cenario en q ue l as m i radas de deseo se convi rtiesen en concupis­
ce n cias reales, como si en el entrecruzami ento masi v o de contactos
v i su ales tuviera la v i rtud de hacerse, de pronto y textual mente, carne
entre nosotros. Evocar aquí este producto del talento l i terario de Italo
Cal v ino es pertinente porque nos pone sobre av i so de la entidad y del
al ca nce del trabajo que a conti n uación nos presenta Jose Antonio Lan­
g ari t a, un reg i stro etnográfi co y el correspondi ente anál i s i s de unas
P rácti cas propias de la cultura homoerótica, consi stentes en mantener
es cu etas relaciones sexuales entre desconoci dos en l ugares públ icos.
Pero a ese valor de partida de aportarnos conocimiento serio y profun­
do s ob re unas determi nadas conductas contem pladas desde la antropo-
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__ En tu árbol o en el mío

logía sex ual , se le añaden otros que van más al lá y que merecen ser
resaltados .
Por supuesto que tenemos aquí una contri bución m i l i tante a una
causa j usta, cual es la que nos manti ene en guerra, tam bién desde las
ciencias sociales, contra los encorsetami entos y las represi ones de una
soci edad que l l eva si glos negándole derechos al cuerpo. Más al lá to­
davía, la i nvesti gación que se expondrá es una excelente i ndagación a
propósito de una variable concreta de apropiación social de exteriores
urbanos: la de índol e erótica, que por supuesto no se restri nge al co­
l ecti vo gay . Los bancos, l os quicios, los ri ncones , l os parques, los
serv icios públ i cos, las porterías , las playas . . . , todo tipo de espacios
públ i cos y sem i pú b l i cos hace m ucho q ue v i enen demostrando que
cualquier sitio puede devenir en cualquier momento marco para con­
tactos sexuales de di sti nta i ntensidad y disi mulo, buscados o encontra­
dos , como único recurso o como fuente de placer añadido, y siempre
como desacato al modelo de sexual i dad hegemónico, determ i nado
tanto por la moral j udeocri stiana como por el postulado del orden bur­
gués para el cual l as pasi ones debían ser acuarteladas en la nueva sede
de la fam i l i a patriarcal nucl ear y cerrada: el hogar.
Por supuesto que amarse a la i ntem perie , más o menos a escon­
didas en l ugares de l i bre concurrencia, no es ni nguna novedad . Evo­
cando un famoso poema de Gloria Fuertes , bien sabemos que la gente
siem pre se ha besado por los cami nos. Pero no es menos cierto que es
en la modernidad en l a que la noción de «escándal o públ ico» parece
pensada para tipifi car i ncl uso penal mente lo que se tiene por una de
expresi ones de la concepci ón desol ada e i nhóspi ta de l as ci udades
propia del todo el pensami ento anti urbano, av i v ado con los grandes
procesos de m etropol i zación que se general i zan a lo l argo del s i ­
g l o XIX. L a i nmoral idad general i zada que i m pera e n e l i nfierno urbano
es lo que denunci a, por ej emplo, José Martí en su «A mor de ci udad
grande» , a partir de su experiencia neoyorkina: «Se ama de pie, en l as
cal les, entre el pol vo / De l os salones y las plazas ; muere / La fl or el
día en que nace» . Esa misma i magen es la que inspira a Jacques Pré­
vert en uno de l os poemas de Espectáculo ( 1 95 1 ), donde m uestra su
cercanía con quienes no tienen donde refugiar voluptuosi dades que no
les son permitidas : «Los ni ños q ue se aman se abrazan de pie / Contra
las puertas de la noche / Y los paseantes q ue pasan los señalan con el
dedo» . La exhibición de la l asci v i a de pie y ahi afuera que contem-
Prólogo ____
__ ll

plan tanto Martí como Prévert desmiente, desobedece y resi gnifica


una concepción domi nante del contraste entre públ ico y pri v ado, de
acuerdo con la cual la sexual i dad debe ser adm i ni strada en el ámbito
doméstico, una domesti cación l i teral cuyo escenario i nsti tucional
debe ser el l echo mari tal .
Pero todavía hay un n i vel de mayor trascendencia sociológica en
el trabaj o de Jose Antonio Langari ta, una i mpl i cación que hace en es­
pecial perti nente la referencia a la Cloe de ltalo Cal v i no, esa ci udad en
la que, a veces , el deseo entre v i andantes se real i za. S i ese aspecto
merece ser subrayado es porque nos i nforma de lo que podríamos l l a­
mar la qui ntaesencia de esa forma específi ca de vida social en lugares
públ icos de cual quier ci udad, como escenari o de una urd i mbre i nmen­
sa de entrecruzamientos pasajeros que está en todo momento en con­
dici ones de conocer l os más i nsól i tos e i nesperados aconteci m ientos ,
mic roscópi cos o tumultuosos , ínti mos o hi stóricos, portentosos o de­
vastadores. En ese extraordi nario bal let de fi guras cuya trayectoria se
seca se desarrol la una dialéctica ini nterrumpida de exposiciones, en el
dobl e sentido de exhi bici ones y puestas en riesgo, dado que ahí no
q ueda más remedio que q uedar a merced no solo del examen de los
demás , si no también de sus iniciati vas. En ese marco de coi ncidencia
masi va, el esfuerzo constante de los transeúntes por evi tar todo con­
tacto físi co, hasta el míni mo roce, se trunca cuando surge la oportuni ­
dad para que estal l e un cuerpo a cuerpo siempre latente y a la espera y
qui enes hasta hacia un momento eran tan aj enos los unos a los otros se
enzarcen en l uchas o abrazos .
Lo que l a práctica del cru i s i n g dramati za es en real i dad la con­
cl u sión radi cal de una lógica que ya ri ge de ordi nario l as rel aci ones
entre desconocidos o conocidos «de v i sta» en espaci os públ i cos. En
el l os, los usuarios coti di anos se abandonan a un tipo de soci abi l i dad
basada en oj eadas rápidas que organi zan lo perci bi do en un si stema
c l asificatorio elemental , pero operati vo, a partir del cual se puede dis­
ti ng uir el estado de acces i bi l i dad de cada i nd i v i duo con quien se coi n­
ci de de manera momentánea y que, a su vez, ha bri ndado i nformaci ón
que l e hace i ntel ig i bl e en funci ón de objetivos relacionales concretos,
q u e pueden i r de la m utua desatención a la i nteracción focal i zada. En
t al ter reno, las pal abras j uegan un papel mínimo o i nexi stente, puesto
que las negociaciones entre quienes comparten cada si tuación se ba­
sa n e n i nferencias que procuran glosas corporal es codificadas y lo que
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J:.n tu árbol o en el mío
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los etólogos l l aman displays de intención. De ahí esa i mportancia de los


protocolos y reglas de cortesía, que no son sino microrritual es, formas
de paralenguaj e , ese tipo de lenguaje q ue se emplea preci samente para
no tener que hablar.
En apariencia, ese orden de relaciones que ordena endógenamen­
te un l ugar públ ico -y que, repi tamos, se exacerba al máximo en el
cruising gay - se desarrolla entre i ndi v i duos que no se conocen y que
recl aman su derecho al anoni mato, es deci r su derecho a defi n i rse e
identificarse aparte, en pri vado. Se supone que esa arena social están
siendo usada por masas corpóreas anónimas, que están ahí como seres
desafi l i ados que esperan ser aceptados a partir de su competencia para
comportarse adecuadamente, esto es para guardar l as formas, actuar
de acuerdo a l as normas sobreentendidas que organi zan el espacio en
que coi nciden . Otra cosa es que ese pacto de neutral i dad se vea refuta­
do en cuanto determi nados rasgos en un presunto desconocido le de­
notan como poseedor de una identidad desacreditada - ori gen étnico,
cl ase social , edad , etc. - , l o que automáticamente l o i nhabi l ita para
partici par plenamente de una vi da públ ica que no es nunca, aunque se
proclame, vida entre i guales.
La ci udad es en cierto modo una sociedad ópti ca, es deci r una
sociedad de mi radas y seres m i rados que se m i ran y te m i ran , aunque
sea de soslayo. Qui enes transitan por sus aceras se v i s i bi l i zan en su­
perfi cies en l as que lo que cuenta es, ante todo, l o observabl e de i n me­
diato y , a partir de ahí, l o i ntuido o l o i n s i n uado mucho más que lo
sabido. En ese espacio de percepciones i nstantáneas , de apariciones y
aparecidos de i m prov i so, hay veces en que cada cual es poco más que
el momento preci so en q ue se cruza con alguien a quien hubiera podi­
do amar. Lo que se nos descri be y anal i za a conti nuación es un univer­
so de encuentros fugaces entre homosexuales que tienen la val entía de
l l evar hasta el fi nal l o que m i l l ones de m iradas furtivas entre descono­
cidos reclaman y no obtienen por pri sa o por cobardía. Su sexo a pri ­
mera v i sta no hace sino cumpl i r lo que esas m i radas anhelan sin con­
seguir, que no es otra cosa que m ezcl arse por fi n con el cuerpo de
aquel o aquella que pasa.

MANUEL DELGADO
Uni versitat de Barcelona
Agradecimientos

Son muchas las personas que han colaborado de manera di recta o in­
di recta en este trabajo. Debo el pri mer agradecimi ento a los parti ci­
pantes de las zonas de i ntercambio sexual anóni mo, Dani y Joel entre
otros, porque han sido ellos el punto de partida de este trabaj o y quie­
nes me han ayudado a entender l a diversidad de l a diversidad sexual .
A l Observatorio contra la homofobia, Stop Sida y Gai l espol por acer­
carme un poco más a l as zonas de crui s i n g . También debo dar l as
graci as al profesor Joan B estard por sus comentarios, por sus sabios
anál i s i s y por su fuerza en l os momentos en los que todo parece que se
va abajo. Cómo no, debo agradecer al profesor Osear Guasch su pre­
sencia, sus aportaciones críticas y su empeño en organi zar mi trabaj o ;
espero haberlo conseguido. A l profesor Manuel Del gado, m i pri mer
mentor; fue él quien me dio la oportunidad de aproxi marme desde la
perspecti v a antropol ógica a la práctica del crui s i n g y ha sido un va­
liente col aborador al aceptar escri bi r el prologo de este l i bro. A Pi l ar
A l berti n , Jordi Roca, Assumpta Sabuco y José María Valcuende, por
su s comentarios a este trabajo. A Laura V i l aplana, Joana Soto, Marta
López, B e rnat B ossacoma, Mari na O l l e , Ped ro J i ménez, Muna
M akhlouf, Nuria Morello, Marti n Lundsteen y otras antropólogas y
an t ropól ogos de m i generación que han sabido poner el acei te que le
fal ta ba a esta ensalada. A m i s com pañeros de l a Línea de i n vesti ­
gaci ón en torno a l os cuerpos , géneros y sexual i dades ( LIRACGS ) .
A Jordi Mas , Caty Canyel l es , Noemí El v i ra, A l ba Barbé, Ana Pérez
Decl ercq , Merce Fal guera y Li via Motterle porque cada discusión con
el l as es una autentica delicia. A m i s compañeros de la Uni versitat de
Gi ro na por sus áni mos y apoyo en este proceso. Al profesor Gui l l ermo
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__ En tu árbol o en el mío

De Los Reyes de la University of Houston, por su cal urosa acogida en


el programa de estud ios gai s , lésbicos, bi sexual es y transexual es, y
porque su manera de m i rar el m undo es i mpresci ndi ble para una nueva
perspecti va de la sex ual idad , al resto de l as compañeras de Houston,
porq ue sus comentari os y al iento han sido fundamental es, y también
porque l as enchi l adas a su lado siempre son m ucho más sabrosas. A la
Doctora Alejandra Sal guero de la Uni versidad Nacional Autónoma de
México, por permiti rme di scuti r con ella este proyecto.
A Manuel Martínez le debo horas y horas de dedicación , por
todo ese tiempo que este l i bro le ha robado, por las vacaciones que no
l legaron, los fi nes de semana frente al ordenador, por su paci encia,
por aguantar mi mal humor y por saber permanecer a mi l ado aun
cuando sol o pensaba en l as zonas de cruising. A m i s ami gos : Jorda,
Bernat, Orit, M i ren, Sara, Anna, Nico, Neus, Ingri d , Pere, Leo, Mi sty ,
Raque l , Rosa, Montse, Esther, y m uchos otros , con los que tengo pen­
di ente una noche de cervezas para compensar m i s l argas ausencias. Sé
que no se puede abandonar a los am i gos, así que espero que me lo
sepan perdonar. A A l icia Lafuente, gran ami ga, por su paciencia y su
i nfi nidad de comentarios al trabajo.
Fi nal mente tam bién debo agradecer a m i s hermanos y m i s pa­
dres por su apoyo constante, sus s i l encios y sus l lamadas oportunas ,
porque el los siempre han confiado en mí, porque nunca han puesto en
duda mi trabajo y porque he tenido la suerte de tener unos padres or­
gullosos de su hij o mari cón, que no es poco en los tiempos que corren.
Introducción

C ualquier trabajo de investi gación exi ge ipso facto una i ntroducci ón


l l ena de buenas i ntenciones , en la que se presentan los objetivos aca­
démicos y l as aportaciones del trabaj o a la comunidad científica. Y , en
efecto, estas pági nas pretenden ser una contri bución que pueda condu­
c i r a nuevas perspectivas respecto a l a gestión social del sexo. S i n
em bargo, l as i ntenci ones n o son tan buenas como pudi era parecer,
pues este l i bro también pretende cuestionar la hegemonía sexual de­
marcada por el paradigma de la heterosexual i dad . Ti ene por obj eto
señal ar los puntos de opresión que provoca esta hegemonía y abri r el
debate sobre l os modelos de sexual idad gay que no han sido capaces
de superar l as formas de excl usión social que se reproducen en la cul­
tura occidental . Para ello, he tomado el caso del i ntercambio sexual
anón i m o entre hombres, conocido con el angl icismo «cruising». Este
concepto refiere preci samente a l as formas de i nteracción social que
se l l evan a cabo entre hombres en espacios públ icos con l a fi nal i dad
de acceder al intercambio sexual de forma gratuita y anónima. El aná-
1 i s i s de la práctica del crui sing puede ser una buena herrami enta para
com prender, al menos en parte, la estructura sexual de nuestra socie­
dad y atender al silencio y ol v i do en el que han quedado al gunos gru­
po s co nsiderados sexual mente m i noritarios.
Esta i nvesti gación parte de dos nociones bási cas recurrentes : la
de se xo y la de espacios públ icos, en si ngular y en pl ural . En pri mer
l u g ar cabe destacar que con l a noción de sexo no pretendo referi rme
,

ún i cam ente a los geni tales que dispone cada cuerpo para determi nar
s u pos i ción en la sociedad, no se acota al aparato biológico que engen­
d ra e l he cho reproducti vo. S i aceptamos que l a noción de sexual idad
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es una herram ienta conceptual para determi nar un ámbi to del compor­
tam i ento social , si Ja sexual i dad es un producto de la i nterpretación
que se debe pensar en térmi nos de si gnificación, sería un error creer que
la categoría sexo está fuera de esta i nterpretación. El sexo no se puede
presentar como un elemento al margen de la i ntersubj eti vidad : el sexo
es Ja i nterpretación de l as ciencias naturales de un aconteci m i ento que
tam bién es social . Podríamos deci r que Jos científicos sociales descu­
bren J a sexual idad de l a m i sma manera que l a biomedicina descubre el
sexo ( Salazar, 2005 , p. 1 45 ) . Sexo y sexual idad son l as categorías que
cada una de l as ciencias consti tuye como operativa en función de sus
l ógi cas de interpretación. Se trata, en real idad , de dos nociones dife­
renciadas q ue tienen por objeto mantener l a coherencia de las propias
subj eti v idades científicas .
En segundo l ugar, con el uso del pl ural para referi rme a los espa­
cios públ i cos procuro acercarme a l u gares concretos de concurrencia
públ i ca en los que l os partici pantes real i zan l a acti v i dad del cruising
como parques , playas o bosques y no tanto al espacio público (en s i n­
gular) que al ude a la manera de pensar la organi zación social del gru­
po y no solo i ncumbe a l ugares físi cos sino también al escenario social
compartido por el conj unto de l a población.
Exi sten otras i deas que a lo l argo del trabaj o van tomando rel e­
vancia, como es la cuestión del ritual , del silencio, del anonimato o de
las relaciones de clase. Todas ellas se anal izan para profundizar y defen­
der que l a práctica del crui sing es el resultado de un proceso de excl u­
sión social que parte de l a lógica de la heterosexual idad y que se re­
produce en l os modelos gai s i m perantes. El estudio de la sexual idad
obl i ga, por lo tanto, a poner atención en otras relaciones sociales, por­
que no se puede separar la sexual idad de la hi storia, la clase social o la
etnia como si de elementos i ndependientes se tratase (Weston , 20 1 1 ) .
Debo advertir de que me he tomado la l i cencia de uti l i zar un len­
guaj e emic en l a descri pción etnográfi ca, es decir, los térm i nos que
emplean los propios protagoni stas para referi rse a lo que hacen y a
cómo lo hacen . Esto puede resul tar en al gún caso demasiado grosero,
pero creo que existen buenos moti vos para tomar la opción de renun­
ciar a lo que podría considerarse una termi nología más aséptica y por
supuesto más «elegante». Lo he hecho pri nci pal mente por razones me­
todológicas asociadas al valor que tienen las palabras en el contexto
estudiado. Así, por ejemplo, el término polla o rabo para hacer referen-
I ntroducción ------- 1 7

ci a al atri buto sexual masculino, tiene, en el ambiente cultural en el que


voy a sumergi rme un sentido completamente disti nto al que asumi ría el
val or pene. Hacer esto sería suav i zar las palabras potencial mente es­
candalosas que emplean l os seres humanos reales en si tuaciones reales,
pero, ¿con qué fi n debería hacerlo? Optar, por ejemplo, por hablar de
prepucio y no digamos del bálano para referi rme a lo que todo el mun­
do no dudaría en l l amar capullo nos aproximaría a l a aceptabi lidad por
parte de los amantes de las conversaciones, pero nos alejaría de la v ida
que se aspi ra a documentar mediante el testi monio etnográfico.
Los usos del l enguaj e son i m portantes a la hora de referi rnos a
los diferentes actores en un estudio de estas características . Nuestra
cul tura determina que los hombres que tienen sexo con hombres son
i ndi scuti blemente homosexuales, gai s , maricones o cualquier otro ad­
jeti vo cal i fi cati v o que defi ne al sujeto a parti r de su práctica sexual
con otros hombres. Sin embargo, no todos los hombres que desean a
otros hombres se sienten cómodos con estos apelati vos, e i ncl uso al ­
g unos de ellos resultan profundamente h i ri entes. Esto nos l leva a pre­
guntarnos: ¿cómo se atri buye la identidad sexual a los cuerpos?, ¿quién
l o determi na?, ¿a partir de qué momento se pasa a ser maricón o gay?
Qui ero señalar que en este trabajo uti l i zo l os adj etivos de homosexual ,
gay y maricón en función del contexto del rel ato etnográfico para en­
marcar el uso del concepto en cada una de l as s ituaciones cul tural ­
mente determi nadas. S i n em bargo, estas asi gnaciones resultan di scuti ­
bles a la hora de referi rnos a qui enes partici pan en l a práctica del
cruising y por ello he deci dido sustitui rlas por conceptos como parti ­
ci pante s , usuari os o practicante s . Estas denomi naciones perm i ten
acercarnos a las personas no tanto por lo que son , s i no por la acti v idad
en la que partici pan . Soy consciente de que no se puede tratar de neu­
t ral izar con una palabra una práctica profundamente si gnifi cada, ya
q ue ningún papá l l evaría a su hij o a verle «participar» en las zonas de
cr u i sing como lo haría si «parti ci pase» en un parti do de fútbol , por
ej e m plo. S i n embargo, no he sido capaz de encontrar otros usos l i n ­
güí stic os q u e pudiesen recoger l as particularidades en l a s q u e s e desa­
r rol la la práctica del sexo anónimo en una sola pal abra y un solo sig­
n if ic ado y que superase a la vez el encierro que suponen conceptos
c o mo los de homosexual , gay o maricón.
Por otro lado, con esta aproximación al fenómeno del sexo anó­
n i mo e ntre hombres propongo conocer los procesos de acercam iento,
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negociación y acto sexual de qui enes partici pan en l a acti v i dad del
cruising. Para ello, trataré de abordar las relaciones entre los hom bres
desde la perspecti va de l os rituales de i nteracción y la teoría de l a co­
municación de la escuela de Palo Alto ( B i rdwhi stel l , 1 982 [ 1 970J, Ba­
teson, 1 982 [ 1 970] , Hal l , 1 982 [ 1 970] y Goffman , 1 970 [ 1 967] , 1 974,
1 982 [ 1 970] ) . Me he agenci ado de l as bondades metodol ógicas de la
entrev i sta y la observación partici pante como técnicas fundamental es
para el acceso a la i nformación, l o que me ha l l evado a i nvol ucrarme
en relaciones sexual es con al gunos de m i s i nformantes. Es por ello por
lo que a lo l argo del trabaj o he considerado i m portante abordar l a
cuestión d e l sexo d e l antropól ogo, j ustamente para preguntarnos tam­
bién acerca del l u gar del sexo en la antropología, en el antropólogo, en
la escri tura etnográfica y en la experiencia del trabaj o de campo.
La observaci ón participante ha sido l a técnica básica en el trabaj o
d e investigación. Gracias a e l l a , he podido entender l as normas d e fun­
cionam iento, los recorridos de los partici pantes, di stri bui r l a zona de
crui sing en función de sus usos y establecer los elementos que contri ­
buyen a la negociación sexual . Para ello, ha sido necesario convertirme
en un suj eto que desea y es deseado, suj eto legíti mo para la i nteracción
sexual y actor de los rituales de acercamiento y gozo. La observación
partici pante me ha l levado a relaciones con mis i nformantes, en pri mer
lugar, y a anal i zar estas observaciones, en un segundo momento. Al gu­
nos de m i s compañeros me interrogaban si tenía sexo con mis i nfor­
mantes y mi respuesta afi rmati va solía suscitar risas y debates. Pero, en
real idad, m uchos de los antropólogos no dudan en expl icar las relacio­
nes de amistad que surgen de su trabaj o de campo en los relatos etno­
gráficos . ¿Por qué deberja hacerlo yo con respecto al sexo? ¿Qué hace
que la i nteracción sexual sea más pel i grosa que la ami stad profunda en
el trabajo de campo? En una i nteracción social que se basa en las rela­
ciones sexuales, el antropólogo no puede mantenerse ausente con res­
pecto a l o q ue al l í sucede. Para conocer el funcionamiento de las zonas
de cruising no basta con real i zar entrev i stas : el investi gador necesita
partici par del sexo anónimo para entender su organi zación social y no
por ello atenta necesari amente contra la i nti m idad de los participantes,
la obj eti v i dad ci entífica, ni contra la ética profesi onal .
En la misma l ínea que propone Phi l i ppe B ourgoi s en su estudio
sobre los vendedores de crack en Nueva York (Bourgoi s, 20 1 0 [2003 )) ,

el acercami ento mediante la observación partici pante a las zonas de


Introducción ----
-
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crui sing i ncita a que el antropólogo omita i nformación de quienes in­


vesti ga por temor a ofrecer una imagen desfav orabl e de un grupo so­
cial ya esti gmatizado. Exi sten al gunas i nformaci ones que pueden ser
perci bidas como pol íticamente i ncorrectas o i ncómodas . S i n em bargo,
l a práctica de la auto-censura por el miedo a que el otro se perciba de
manera i nj u sta no es más que un ejercicio de compl icidad con la opre­
sión establecida. No por omitir los ejercicios de raci smo, homofobia o
m i sogi nia que se pueden dar en las zonas de cruising dejan de existir,
s i no que la omisión de estas real i dades, en l ugar de ser una contri bu­
ción a la l i beración de los grupos sociales desfavorecidos, es un ejer­
c i cio que hace al antropól ogo cómplice de la opresión, al ai slar l as
pos ibi l i dades de anál i s i s y transformaci ón de esta real i dad . Por otro
l ado, no hay que esperar que el trabaj o de campo sea la herrami enta
i n strumental que dote de sentido las pre-concepciones del i nvesti ga­
dor. A veces , lo que se piensa y lo que sucede es diferente: el estudi o
etnográfico n o puede s e r u n a estrategia para mantener la ideología del
i n vesti gador sin contrastarla con la real idad empírica que observa. El
conocimiento del otro i mpl i ca i nev i tablemente un cambio de paradig­
ma de nuestras pre-concepciones. Es por ello por lo que he tratado de
superar las convenciones sobre l a m i rada y di scursos l egíti mos de la
d i v ersi dad sexual y me he aproxi m ado al fenómeno del cruising desde
diferentes pri smas para dar cuenta de l a complej i dad de las relaciones
se x uales en este contexto.
El antropólogo, en tanto que científico encargado del estudio de
l a cul tura, tiene al gunas responsabi l idades i ntelectuales y morales que
no se pueden asumir como neutras a la hora de real i zar una etnografía
(Van Maanen, 1 988). El i n vesti gador es un suj eto con i nscripciones
c u l tural es propias que contri buyen a determ i nar s u m i rada sobre el
ot ro. Por l o tanto, la perspectiva etnográfica debe ser producto de un
ej erci cio reflexivo que implica no solo la redacción del i nforme etno­
gráfico, sino también al trabaj o de campo y al proyecto del i nvesti ga­
d o r. El antropól ogo, a lo l argo de todo su trabaj o, se i nterpela a sí
mismo sobre cómo estudiar al otro. Es tan i mportante el resul tado et­
n ográfi co como conocer como se ha construido el conocimiento (Jen­
ki s, 1994, p. 444). El trabaj o de campo está en el rel ato del antropólo­
g o Y fo rma parte de la etnografía i ncluso cuando se trata de ocul tar:
las perc epciones , i deas y concepciones elaboradas se reflej an inev ita­
blemente en la redacci ón etnográfica.
20 ____
__ En tu árbol o en el mío

La práctica del sexo anóni mo ha sido obj eto de burla y parodia


de programas de tel evisión y reportajes periodísticos , se ha presentado
como una acti v idad pel i grosa en sí m i sma. S i n embargo, en estas pá­
gi nas propongo abordar esta cuestión desde un punto de v i sta etnográ­
fico que supere las v agas interpretaciones que se han desarrol lado des­
de estos ámbitos y cuyas representaciones únicamente se han centrado
en reproducir tópicos y provocar la mofa del espectador. Así, este tra­
bajo debería contri bui r a poner los pilares necesarios que nos perm itan
ahondar en una i nvesti gación seria y rigurosa respecto al i ntercambio
sexual anónimo y la homofobia.
Es por ello por lo que en este trabaj o se propone una mi rada de la
sexual idad como una construcción social , un producto de nuestra his­
toria y que, por lo tanto, sol o puede ser i nterpretada en nuestro contex­
to cul tural . En este sentido, me sumo al cuesti onamiento del uso de
nuestras preconfi guraciones culturales sobre la sexual idad para defi nir
las acti v i dades de otros contextos. Para hacer esta crítica, tomaré
como ej emplos etnográficos la organización social de los sambianos y
l os hij ra con el fi n de que s i rvan de apoyo a esta i dea y, a su vez, para
cuestionar la universal idad de la matri z heterosexual . En esta mi sma
l ínea, tam bién tengo el propósito de reafi rmar l a idea de que las cate­
gorías sexuales no son el resultado de una sexual i dad biológicamente
sabi a, sino que, por el contrari o, se trata de arquitecturas cul tural es
que nos permi ten legiti mar las diferencias sociales y mantener l as re­
l aciones de opresión entre diferentes cuerpos y prácticas. En este sen­
tido, la etnografía como técn i ca y la antropología como m i rada son
elementos clave q ue pueden contri buir a un pensami ento crítico y
abi erto respecto a la sexual i dad . No obstante, la antropología como
discipl i na y el trabaj o de campo como escenario pri nci pal de acceso a
la i nformación etnográfica han entendido durante décadas las relacio­
nes sexuales como aconteci m i entos que pertenecen al ámbito de lo
pri vado y por lo tanto aj eno al i nterés social . Sin em bargo, es hora de
tomar cartas en el asunto y construir una nueva mi rada respecto a las
prácti cas sexuales que escape de l a l ógica heterosexual . Propongo
sexual i zar l a antropol ogía para que sea capaz de superar los bi nari s­
mos y determ i ni smos culturales construidos por la ideología occiden­
tal y que permi ta dar cuenta de otras real i dades sexuales posi bles, ya
que en la medida en la que el sexo es un ej ercicio cultural mente deter­
mi nado se debería converti r en objeto de anál isis de nuestra discipl i na.
Introducción -------21

En un anál i s i s social de Ja homosexual idad es necesario anal i zar


l a hi stori a y reconstru i rl a para dotar de sentido la investi gaci ón . Un
re c orri do por Jos di scursos sobre la sexual idad y por los ciclos de
opresión v i v i dos por l os homosexuales contri buye a entender la confi ­
gu ración actual de nuestra m undología sexual y permi te abri r el debate
s obre las hegemonías sexuales y su confi guración cul tural . S i n embar­
g o, no solo deberíamos centrarnos en los aconteci m ientos hi stóricos y
l os ej ercicios represivos, sino también en las narrati v as y di scursos de
parti ci pantes , detractores y defensores del sexo entre hom bres para
entender el val or soci al de esta práctica sexual , y especial mente el
valor que toma la práctica del crui sing según sus diferentes enunci a­
dos . En este sentido, más al lá de los discursos j urídi cos, médicos y los
procedentes de l a sociología y la antropología, también son i m portan­
tes los relatos l i terarios que en al gunas ocasiones toman la práctica del
sexo anónimo para nomi narla, darle sentido en la narrativa y aproxi­
mar sensaci ones , senti m ientos y experiencias. Es por ello, por l o que
en este trabaj o trato de presentar un breve recorrido hi stóri co de l a
homosexual idad y de Ja práctica d e l sexo anónimo, preci samente para
contextual i zar Ja i nv esti gación.
La homosexual i dad moderna es el producto no solo de l os di s­
cursos médi cos y j urídicos, s i no también de l a renovación urbana. La
ci udad se convierte en el J ugar de l legada de d i versos grupos sociales
que buscan un escenario de fuga a l as diferentes regulaciones y con­
trol es que v i ven en sus l ugares de ori gen . La m etrópol i se conv i erte
según el pensami ento conservador de cada época en el refugio de las
mayores perversiones. Mientras que para Jos homosexuales, la ci udad
tam b i én acoge nuevas redes sociales de apoyo, de sol idaridad , de re­
conoc i m iento y de encuentro con otros hom bres deseosos de sumarse
a l o s placeres carnal es sin comprometer otros aspectos de su v i da. La
ci u dad derrocha heterosexual i dad por doquier, reproduce l as lógicas
bi na ri as de los cuerpos mascul i nos y femeni nos que ocupan tanto el
es paci o públ i co como el pri vado e ínti mo. S i n em bargo, los homo­
s e x u al es han encontrado pequeños l ugares de fuga en los que fav ore­
cer el enc uentro con otros hom bres y garanti zar el gozo sexual . Evi ­
de n te me nte, l a real i dad d e las ci udades d e n uestros días n o e s l a de
P ri nc i pi os del si glo xx, ya que l as ci udades occi dentales también han
sufri do g randes transformaci ones en sus patrones sex ual es. De he­
ch o, en a l g unas ci udades occi dentales , entre las que podemos i ncluir
22 __
____ En tu árbol o en el mío

Barcelona, l a pobl ación gay se ha consti tuido como un nuevo actor


con cierta presencia urbana y reconoci m i ento soci al . S i n em bargo, a
lo l argo del trabaj o trato de anal i zar cuál es el papel que se le ha asi g ­
nado a este nuevo grupo emergente y los confl ictos q u e surgen entor­
no a él .
El nuevo orden urbano q ue se constituye a parti r del siglo xvm
dota a los habitantes de diferentes escenarios para ocio en la ci udad y
el manteni miento de la higiene públ ica ( El i as, 1 989 [ 1 977] y Sennet,
2002 [ 1 994] ) . Pero los homosexual es resi gnifi can al gunos de estos
lugares para converti rlos en emplazami entos para el encuentro sexual
anón i mo . A lo l argo del l i bro presento este tipo de zonas para anal i zar
su composición, características y usos. Preguntarnos a cerca de qué es
lo que hace que determi nados l ugares se convi ertan en zonas de en­
cuentro sexual anónimo y otros no y anal i zar cómo se di stri buye el
espacio de cruising son algunas de las cuestiones que se tratan de re­
sol ver este capítulo. Para el lo tomaré como ejemplo l os tres escenarios
pri nci pal es en l os que he real izado el trabaj o de campo: Montj u'ic ,
Gava i S i tges para desgranar sus características particulares y l os usos
que los partici pantes hacen de cada uno de ellos.
La práctica del crui sing como ritual es uno de los elementos fun­
damentales de este trabaj o . A parti r de una pri mera aproxi mación al
ritual , se anal i zan l as rel aciones de sexo anónimo como un modo de
i nteracción ritual cargado de significados y normas que conducen a la
rel ación sexual . Es por ello por lo que la palabra crui s i n g no solo se
refiere al acto sexual , sino también a este conj u nto de normas de com­
portami ento y de usos del espacio que pretenden conduci r a la sati s­
facción de l os deseos sexuales de quienes partici pan en esta acti v i dad .
En tanto que ri tual , los partici pantes se ven obl i gados a segui r algu­
nos pasos que regulan la i nteracci ón si quieren ser eficaces en la bús­
queda del acceso al gozo. Tal y como apunta Laud Humphreys ( 1 975
l l 970] ) , en l as zonas de crui sing las normas son más i mportantes que
las estrategias y por eso aquel los usuarios que deciden no atender a l as
normas establ ecidas en l a i nteracción acostumbran a no obtener l os
resultados esperados de su visita al parque. Los rituales son actos co­
municati vos (Douglas, 1 978 [ 1 970] ) , y, por ello, en las zonas de crui ­
sing se ha establecido un modo de comunicación particular que se or­
gani za a partir de la com unicación no verbal con el obj eti vo de tratar
de m i n i m i zar en lo posible el intercambio de i nformación rel ati va a la
Introducción ----
-
-- 23

i de ntidad de l os i nteractuantes y así proteger el anon imato (Delph,


1978).
Por otro l ado, el silencio es una de las características de l a prác­
ti ca del sexo anónim o en estos contextos. Las interacci ones ri tuales
ac ost umbran a desarrol larse en s i l enci o, s i n habl ar y dej ando el lugar
en la mayor parte de los casos únicamente a la comunicación corporal
y la acci ón ritual i zada. Es por e l l o por lo que en el l i bro trataré de
prestar atención a este fenómeno para anal i zar como el s i l encio ha
sido una herramienta constante para i n v i s i bi l i zar l a homosexual idad y
una estrategia de los homosexuales para sobrellevar la v i da en un en­
torno de rechazo social . El s i l encio se ha si gnifi cado con el armario,
como el l ugar de enci erro del secreto homosexual . Pero en l as zonas
de crui sing el si lencio también toma un papel relevante en la comuni­
cación a pesar de la ausencia de palabras. El silenci o contri buye a ha­
cer el ritual más senci l l o y ági l , a no dar expl icaci ones y a favorecer el
anonimato, se ha convertido en una norma bási ca en las zonas de cru i ­
s i n g (Tewksbury, 1 996) .
Una d e l as pri ncipales preguntas del lector será probablemente a
cerca de quienes son las personas que partici pan en este ti po de acti v i ­
dad. S i n embargo, e n este l i bro n o s e trata d e del i m i tar diferentes ca­
tegorías de usuari os, ya que un ej erci cio de estas características l o
úni co q u e haría sería reconstru i r nuevos tópicos q u e necesari amente
se deberían ordenar y encas i l lar para mantener su coherencia. Ade­
m ás, este ordenamiento podría provocar una cierta ceguera en el aná­
l i s i s y l i m i tar n uestras pos i bi l i dades de i nterpretación . Por esta razón
centro más mi atención en l as circunstancias de l as personas que en
s u s características. Trato de anal i zar la manera en la que la cuestión de
cl ase, ori gen y edad i nfl uye en los practicantes de crui sing y a su vez,
có mo la cuestión sexual repercute en estos valores sociales, es deci r,
có mo diferentes v al ores se interrelacionan para provocar que determi ­
na das personas partici pen e n la práctica del sexo anónimo en espaci os
Pú bl i cos . Por otro lado, también se aborda la cuestión de la identidad
se xual de los partici pantes para entender las formas de reconoci mien­
to d e l a identidad y l as estrategias para mantener l a congruencia entre
P rácti ca e identidad sexual . Así, anal izaré cómo los suj etos construyen
u n d i s curso que les permi te segu i r i dentificándose a al gunos de ellos
como heterosexuales aunque mantengan relaci ones sexuales con otros
h om bres .
24 ____
__ En tu árbol o en el mío

Otro de l os elementos que toma relevancia en este trabajo es la


relación entre amor, sexo y afecto. ¿Cuáles son l os ideales afecti vos
de los parti ci pantes de l as zonas de crui sing? ¿ Qué ti po de relaci ones
desearían tener y cuáles son l as que tienen en real idad? ¿Cómo perci­
ben sus rel aciones con el resto de los usuari os ? ¿Se articulan más al lá
del sexo? Se trata de preguntar acerca del l ugar que ocupa el amor en
las zonas de cruising y cuáles son los escenarios legíti mos para encon­
trarlo. Las zonas de crui sing son l u gares donde partici pan hombres,
pero ¿qué l u gar tienen las m ujeres allí?, ¿cómo se representan? É stas
tam bién son al gunas de las preguntas que se pretenden di scuti r para
presentar el l ugar del cuerpo femenino en un espacio en el que, a pesar
de que se están l l ev ando a cabo acti v i dades al tamente fem i n i zantes,
según los patrones sexuales normati vos , permanece una supuesta mas­
cul i nidad armónica.
La prácti ca del sexo anónimo se ha relaci onado frecuentemente
con la expansión del VIH, es por el l o por lo que se dedica un espacio
a la relación entre sexo y enfermedad . Es necesario dar cuenta de que
aquel l o que se piensa como el resul tado de una i nfección v írica tam­
bién esta cargado de diversos si gnifi cados sociales que condici onan
notablemente el sentido que se da a la enferm edad. Pretendo anal i zar
cómo el si da contri buyó a la v i s i bi l i zación de la homosexual idad y a
la expansión del esti gma de l os homosexuales y, cómo nutrió el dis­
curso social de nuevos argumentos contra uno de l os grupos sociales
m i noritarios más esti gmatizados. El sida trasl adó al ám bito sexual la
noción de riesgo, lo cual merece nuestra atención para repensar cómo
se ha confi gurado esta i dea en las relaciones sexuales y l os confl ictos
que genera esta signifi cación. Asumo la propuesta de Percy Fernán­
dez-Dáv i l a (2009) de que la enfermedad del s i da no solo es producto
de las acciones i ndi v iduales, s i no que las circunstancias sociales tam­
bién obl i gan a algunas personas a relegar l os cuidados de atención a la
sal ud para poder sati sfacer otro tipo de necesidades en un marco fuer­
temente restricti vo y sancionador. Las zonas de crui sing han sido acu­
sadas de ser uno de los pri nci pales escenarios para l a transmi sión del
VIH, y de hecho la mayor parte de las i nvesti gaciones en este ámbito
se han centrado en cuestiones de sal ud públ ica y prevenci ón de l a
transmisión d e l VIH. E n este caso, trataré d e anal i zar tam bién cuál es
esta rel ación desde un punto de vi sta antropológico para di scuti r esta
supuesta unión entre prácticas de sexo anónimo y enfermedad.
Introducción ----
-
-- 25

Fi nal mente solo me queda reconocer que el ritual de i nteracción


de l as zonas de cruising ha sido un elemento clave para poder mante­
ner también mi propio anonimato. Dudo de que aquel los hom bres con
los que no he hablado, pero sí que he interactuado recuerden quién
soy; para ellos probabl emente seguiré siendo un cuerpo anónimo que
merodeaba por el parque pero al que ya no pueden poner rostro. El
ri tual de interacción y la norma del silencio me ha permitido a mí m i s­
mo volver al anoni mato, recuperar mi red social y relaciones laborales
q ue, de no ser por estas pági nas, jamás hubieran sabido de mis paseos
por los parques.
l.
El sexo de la antropología

Las culturas perecen cuando se las despoja de las formas de vida


que les da identidad. Y en eso la cultura «gay» no puede ser muy
diferente a las culturas originarias, étnicas y religiosas, que hoy
perviven en el l i mbo de la historia.

ALBERTO CARDI N , 1 987

¿Qué es el sexo? Esta es una de l as preguntas que i nquieta a la gran


parte de los investi gadores sociales i nteresados en el ámbito de las
sex ual i dades. Mi caso no es una excepci ón , podría responder a esta
c uestión asumiendo que el sexo es una construcción soci al producto de
nuestra hi storia, tal y como proponía Michel Foucault ( 2005 f 1 976] ) , y
de esta manera me ahorraría di scuti r sobre este tema, dejando en ma­
nos del fi l osofo francés la del icada respuesta. Pero dado que este tra­
baj o se presenta como un estudio etnográfi co, creo que es necesari o
enfrentarse a esta tarea para defender que la sexual i dad es un hecho
social que se ha construido en cada contexto cultural de manera dife­
rente en función de los parámetros que cada cultura ha determ i nado.
El antropólogo Gi l bert Herd ( 1 992 [ 1 984] ) estudió las prácticas
de lo que l l amó homosexual i dad ritual entre los sambianos de Papua
N ueva Gui nea, donde las relaciones entre personas del mi smo sexo
son general i zadas en las etapas de creci miento del ciclo v i tal y donde
se considera que el esperma constituye un pri nci pio necesario para el
desarrol lo, la cura y la fortaleza de los jóvenes . Para admini strar el se­
men, los m uchachos más j óvenes real i zan felaciones a los v arones de
más edad no casados y así extraen la sustancia que consi deran necesa­
ri a para converti rse en varones de su com uni dad y posteri ormente ,
cu ando han crecido, estos sumini strarán su semen a las nuevas gene­
rac i ones. Godelier ( 1 986 [ 1 982]) tam bién i nvesti gó este tipo de rela­
ci on es entre los baruya de Nueva Gui nea, donde sostiene que se trata­
ba de uno de l os grandes secretos de los baruya. Para ellos, el ni ño es
el producto del hombre, de su esperma, y al i g ual que en el caso de l os
s a m bia, el esperma se percibe como la vida, la fuerza y el al i mento. Es
28 ____
__ En tu árbol o en el mío

por ello por lo que los baruya dan de beber esperma a las muj eres de­
bi l i tadas por el parto, y consideran que el esperma es el fl uido necesa­
rio para generar la leche materna con la que amamantan a sus hij os. Al
i gual que los sambia, los j óvenes baruya son al i mentados con el esper­
ma de los mayores. Esta i ngestión se repi te durante varios años con el
fi n de hacerl os crecer más grandes y fuertes que l as mujeres (/bid. ,
p. 70) .1 Segun Godel ier (/bid. , pp. 7 1 -72), l os i niciados estaban obl i ­
gados a aceptar e l pene q u e s e l e s ofrecía y a s í s e establecía u n circui­
to de esperma que determ i na que los donadores de esperma no son
tomadores . Una especie de pri ncipio de intercambio de semen genera­
l i zado a partir de felaciones es lo se percibe como aquel lo que da la
v i da a las siguientes generaciones de la com unidad.
El estudio sobre los sambia y los baruya nos dev uel ve de nuevo
a la pregunta de ¿qué es sexo?, pero también a otras : ¿estas prácticas
ri tuales tam bién son prácti cas sexuales?, y si son prácti cas sexuales,
¿porqué entre personas del m i smo sexo? Entre los sambi anos y baru­
yas , la felación no es percibida como una acti v idad sexual de la mi sma
manera que l o sería en nuestra cultura. A l l í, l as fel aciones entre jóve­
nes y adultos son un i nstrumento s i m ból ico para el desarrol l o de la
persona hasta converti rse en varón, m i entras que en nuestra cul tura
cuando dos hombres manti enen rel aciones de sexo oral , su v i ri l i dad
no es ensal zada si no debi l i tada. Las fel aciones entre los sambianos no
deben ser i nterpretadas de manera l i neal como si se tratase de una
«mamada», si se me permi te la i ronía, ya que la fel ación en l as cultu­
ras sambia y baruya no si gnifica de l a misma manera que lo hace la
mamada en Occidente . De manera que no siempre una mi sma práctica
sexual tiene los m i s mos si gnifi cados en todas l as culturas ( Herdt,
1 997 ; Herdt y Boxer, 2003 ; Cameron y Kuli ck, 2003 ) . De hecho, en
nuestra sociedad el acto de fel ación que se real i za ritual mente entre
l os sambi anos y baruyas , se trataría de una acti v idad que probable­
mente susci taría el interés de los serv icios de protección de menores,
quienes podrían considerar que este ti po de acti vi dad entre los j óve­
nes, más q ue una característica cultural , se trata de un abuso sexual o
de una práctica inadecuada para la edad de los m uchachos .
Deberíamos, por l o tanto, en pri mer l ugar di scuti r el uso de l a

1 . Cabe puntual izar q u e esta práctica n o s e sigue real izando desde 1 960, según Go­
delier, a causa de la llegada de los europeos (Godelier, 1 986 [ 1 9821, p. 70).
El sexo de la antropologfa ____
_
__ 29

no ción de homosexual idad como si de un universal cultural se tratase.


El propio G i l bert Herdt duda sobre la idoneidad de l a uti l i zación de
es te concepto para referirse a la activi dad ritual de l os sambianos, ya
que su i nteracci ón ritual difiere «no solo en su forma si mból ica. S i no
ta m bién en su naturaleza profunda» de lo que en occidente se conoce
como homosexual i dad (Herdt y B oxer, 2003, p. 22 1 ) . En este sentido,
Herdt se pregunta en otro de sus trabajos:

¿Cómo los antropólogos pueden describir los modos de vida de l a gente


que participa en relaciones homoeróticas sin el ideal de homosexuali ­
dad? Este es e l constante problema para quien estudia una cultura con
contextos y circunstancias que no tienen un equivalente en la concep­
ción occidental. El observador occidental da por supuesto que alguien
que tiene relaciones sexuales con otras personas de su mi smo sexo es
«homosexual» . Sin embargo existen culturas que a los ojos occidenta­
les pueden ser consideradas como homosexuales, pero ellos no lo perci­
ben así2 (Herdt, 1 997, p. 4) .

A s i m i smo, la antropóloga Deborah El l i ston consi dera que el término


homosexuali dad no puede ser uti l i zado para descri bir el i ntercambio
de semen entre sambi anos y baruyas , ya que « i m puta un modelo se­
x ual que se basa en las ideas occidentales sobre el género, el eroti smo
y la persona, q ue en últi ma i nstancia oscurece el si gnificado de estas
prácticas en Melanesia» ( El l i ston, 1 995 , p. 849). En esta misma l ínea,
la fem ini sta Judith Hal berstam ( 2008 [ 1 998 ) ) ha l l amado presenti smo
perverso a l os i ntentos de adopción de enfoques contemporáneos para
dar sentido a l as complej idades de otras épocas, aunque deberíamos
añadir tam bién l as complej i dades de otras cul turas . Es deci r, a pesar
de que en l os sambianos y l os baruya hacen fel aci ones entre personas
del m i smo sexo no son homosexuale s . Por lo tanto ser gay debería
anal izarse menos como una personal idad universal que como una es­
cena social de l a que se participa (Col l i ns , 2009 [2005 ) , p. 3 3 5 ) . La
h o m osexual i dad moderna que conocemos en Occi dente no es tanto
una relación de deseo, como una postura ontológica ( Hocquenghem ,
2009 [ 1 972) ) .

2 . Las traducciones d e textos referidos en la bibliografía en otros idiomas son real i­


zadas por el autor.
JO __
__ En tu árbol o en el mío

Esta afi rmación no resuel ve la pregunta de ¿qué es la homose­


xual idad? , ni tam poco l a de ¿qué es el sexo? Pero a estas alturas del
texto sí q ue es necesario acercarme a la propuesta de Foucaul t ( 2005
[ 1 976 ) ) para defender que la homosexual idad, tal y como la conoce­
mos hoy en día, se construye en Occidente como categoría propi a a lo
l argo del siglo XIX. Foucaul t exam i na cómo la homosexual idad es el
producto de un cam bio rel ativamente reciente del discurso en torno a
la sexual idad . El autor asegura que a lo largo del s i glo XIX se produj o
u n a transformación en la forma de entender el sexo no reproducti v o
en tanto q u e dej ó de se r u n pecado enmarcado hasta el momento en la
categoría de sodomía (como la prostitución o la masturbación), y pasó
a constitui rse como categoría propia gracias a l os nuevos di scursos
psiquiátricos y de la medicina legal que pretendían racional izar aque­
llo que hasta el momento sólo se explicaba al amparo de lo divi no. La
homosexual idad como forma propia de sexual i dad, y como la conoce­
mos hoy en día, nace, por lo tanto, en el siglo XIX para ser entendida
como una acti v idad patológica y cri m i nal . Se construye un nuevo su­
j eto de i nspecci ón y se articula una nueva v ía de control sobre la
sexual idad , que ya no se basa tanto en el terror al i nfierno promovido
por el cri stian i smo como por la descal ificación de enfermo y cri mi nal .
Con este descubri m iento de Foucault, no podemos caer en el error de
pensar que antes del siglo XIX no se producían i nteracciones sexuales
entre personas del m i smo sexo, sino que l o que Foucault trata de des­
velar es que esas interacciones o esas formas de gozo sexual no esta­
ban regul adas como hoy está lo que l l amamos homosexual i dad, ni tan
siqui era la propia noción de sexo significaba de mi sma la manera que
lo hace hoy. Es por ello por lo que aquel l o que en nuestros días perci­
bi mos como sexual i dad es un producto de nuestra hi storia, del tri unfo
del discurso médico que consiguió, j unto con los j uri stas, trasladar a la
sociedad una nueva forma hegemónica de entender el sexo basada en
la dualidad de «normal »/enfermo y legal/cri m i nal . De manera que la
diferencia entre l o normal y lo anormal no puede ser pensada como
una diferencia neutral , s i no q ue se trata de una diferencia valorati va,
en tanto que una de el las se presenta como modél ica y la otra está car­
gada de descal ificaci ones y afrentas (Nieto, 1 989, pp. 52-5 3 ) . Pensar
que nuestro modo de gozo sexual es un universal cultural y, por l o
tanto, considerar que lo que l l amamos sexo n o tiene una histori a pro­
pi a en cada soci edad, sólo puede ser v i sto como un ejercicio etnocen-
El sexo de la antropología ____
_
__ 31

tr i s mo que em paña las posi bi l idades de anál i s i s de otras formas de


v i da sexual y que contri buye al mantenimiento de la hegemonía hete­
ro s exual .
Pero la homosexual idad no desi gna únicamente a una cl ase de
i n d i v iduos en funci ón de sus preferencias o prácti cas sexual es, s i no
q ue se trata de una noción que s i rve como suj eción tanto del individuo
como de la colecti vidad. Un gay o una l esbiana están siempre inscritos
en un colecti vo que l es abarca antes i ncl uso de pertenecer a él o en el
q ue no saben tan siquiera si desean permanecer ( Eri bon , 200 1 [ 1 999],
p. 88). La noción moderna de homosexual es una categoría que se
apl i ca a partir de la prácti ca sexual , pero s i n embargo no a todas las
prácti cas sexual es se les apl i ca una categoría tan determi nante como
se hace con l a de homosexual u otras expresiones sexuales mi norita­
rias. Nadie habla de la comuni dad heterosexual como un grupo homo­
géneo que merece ser clasifi cado y tener i dentifi cado en todo momen­
to. Sin embargo, cualquier hombre que tiene rel aciones sexuales con
otros hombres, o cualquier m ujer que tiene rel aciones sexuales con
otras muj eres, pasa formar parte forzosamente de esta categoría. Tiene
un carácter monolítico, como si la persona homosexual fuese homo­
sex ual y nada más que homosexual . Se trata de una categoría total i za­
dora que agl uti na la exi stencia del suj eto en su práctica sexual . En las
últi mas décadas , además , l a representación de l a homosexual i dad, es­
pecialmente la gay, se ha construido entorno al i magi nario de la fiesta,
l a promi scuidad y la di versión, lo cual ha dado un respi ro a un buen
número de homosexuales. Pero este nuevo i magi nario genera al me­
nos tres equívocos que merecen ser mati zados .
En pri mer l u gar, porque la experiencia v i tal de l os homosexuales
no se puede reduc ir únicamente a l a fiesta, l a promi scuidad y l a di ver­
sión, s ino que la mayoría de sus hi storias también cuentan con epi so­
d i os de m i edo, i ntentos de suicidio, s i l encio, ejercicios de excl usión,
b u l l i ng, agresiones, etc. Muchos de nosotros sabemos lo que si gnifica
ser un niño maricón en un colegio o i nstituto. Por ello, reducir la ex­
peri encia homosexual a la fiesta i n v i s i bi l i za los capítulos de angustia,
zozobra y desesperación. Aceptar esta representación conlleva no ha­
cer j usticia de lo que la matri z heterosexual ha hecho de nosotros. El
nuevo i magi nario de la homosexual idad , y especial mente de los gai s ,
d eja s i n saldar l as cuentas c o n la sociedad heteros exista. Es por ello
po r l o q ue es i m presci ndi ble recomponer la organización social de la
32 ____
__ En tu árbol o en el mío

sexual idad en general y especial mente el de las sexual idades m i nori ta­
rias para contri bui r a la i ntegración de todas l as d i v ersi dade s . Pero
para ello, los grupos sexuales domi nantes deberían perder los pri v i le­
gios adquiridos asumiendo responsabil idades que vayan más al lá de la
tolerancia de las diferencias, ya que la tolerancia es una posición que
parte desde la si tuación de poder. ¿ C uándo las m i norías han podido
tolerar a las mayorías? La j usticia social no pasa por l a tolerancia de
las mayorías sino por la redi stri bución del poder en la esfera social .
El segundo problema q ue se genera es el de la cuestión de clase.
Este i magi nario de fiesta y di versión ha deri vado en una nueva hege­
monía (esta vez homosexual ) en la que «ser gay» pasa en casi todos
los casos por el consumo en bares, restaurantes, di scotecas , centros de
estéti ca, desti nos vacaci onal es, etc. Lo que provoca que una buena
parte de hom bres que tienen sexo con hombres úni camente puedan
establecer rel aciones sociales (y sexuales) en este tipo de escenarios.
S i n embargo, no todos pueden pagar una copa o acceder a un crucero
desti nado al públ ico gay . Esta real idad provoca que al gunos homo­
sexuales no encuentren un l ugar de social ización que conc i l i e tanto a
su orientaci ón sexual como a su si tuación económica y de clase. B i en
es cierto que las nuevas vías de rel ación a través de chats y programas
de geolocal i zación3 en los teléfonos móvi les han faci l i tado el acceso a
algunas de estas personas , pero todav ía exi sten m uchos hombres que
no pueden acceder a ellos por lo que se ha l l amado la brecha digital
( Servan, 2002).
El tercero de los problemas esta rel acionado con l as cuestiones
estéticas y de edad . La homosexual idad se ha representado a partir de
la bel l eza mascul i na y la j uventud, l o cual no solo ha dej ado fuera a
las muj eres lesbianas del panorama sexual de «las m i norías» , si no que
además ha construido un suj eto para el que no pasan los años, eterna­
mente j oven, blanco, guapo, sal udable, seronegati vo, etc. Es decir, un
sujeto que buena parte de los gai s no pueden ser.
En cualquier caso, la sexual idad (y la homosexual idad) no pue­
den ser entendidas úni camente como un hecho natural o patológico. El
estudio de los sambianos y los baruya, así como l as representaciones

3. Los programas de geolocalización para teléfonos móv iles permiten detectar a


otros usuarios conectados al mismo programa según la distancia entre los dos disposi­
tivos móviles.
El sexo de la antropología ----- 3 3

d e la homosexual idad moderna demuestran q u e la sexual idad es sobre


tod o un hecho social . Adem ás, «Si la felación tuv i ese un base hormo­
n al , ¿puede ocurri r que en la cultura sambia estas hormonas sean acti­
v adas en todos los varones de edades comprendidas entre los 7 y los
1 8 años?» ( Pl um mer, 1 99 1 , p. 1 58 ) . Sugi ero, tal y como defi ende
A nne Fausto-Sterl ing, que el catalogar a alguien como hombre o mu­
jer, o i ncl uso como heterosexual u homosexual , es una deci sión social
en la que el conoci m iento científico puede asi stirnos , pero en real idad
es solo nuestra concepción de la sexual idad ( l a autora uti l i za el con­
cepto género), y no de l a ci encia, la que puede defi n i r nuestro sexo
( Fausto-Sterl ing, 2006 [2000]). También Donna Haraway asegura que
«es la ciencia natural l a que defi ne el l ugar del ser humano en la natu­
raleza y en la hi storia y que provee los i nstrumentos de domi nación
del cuerpo y de la comunidad. Al constru i r la categoría naturaleza, las
ci encias naturales i m ponen límites a la historia y a la formación perso­
nal » ( Haraway , 1 995 [ 1 99 1 ] , p. 72). La propia Margaret Mead propu­
so en 1 935 que las formas de vesti r, el peinado, o la personal i dad de lo
que en nuestra sociedad l l amamos mascu l i no y fem en i no están débi l ­
mente unidos a l sexo (entendiendo por sexo l os rasgos biológicos), en
real idad se trata de una asi gnaci ón que corresponde de manera dife­
rente en cada sociedad y época ( Mead, 2006 [ 1 935 ) , p. 260). Es decir,
«lo que comúnmente se l l ama sexual idad debería entenderse como un
conj unto de experiencias construidas cultural mente, v i v idas y pensa­
das según una gran riqueza de códi gos cul turales» ( Vendrel l , 1 999,
p. 20) . En real i dad poco tiene que ver la naturaleza con respecto a
cu ándo, dónde, con quién , con qué o por qué se practica el sexo (Tie­
fer, 1 996 [ 1 995 ) , p. 42) .
La polémica sobre la di stinción entre naturaleza y cultura en ma­
t eri a de sexual idad fue obj eto de anál i s i s de los estudios fem i ni stas a
parti r de la propuesta de Si mone de B eauvoi r, quien sugi rió que lo que
se e ntiende como muj er en nuestra soci edad es una construcción so­
ci al graci as a su conocida frase: «No se nace m ujer, se l l ega a serlo»
( Beauvoir, 1 999 [ 1 949) , p. 207). Beauvoir sentó l as bases en torno a
l o s debates sobre la construcción soci al de la m ujer en l os años ulte­
ri o res que se centró en l a relación entre sexo y género. La di scusión
fe m i nista se embarcó así en el debate entre naturaleza y cultura j unto
c on otros ámbitos de las cien cias sociales y supuso un nuevo campo
d e es tudio para tas académicas femini stas ( Soley-Belt ran , 2009, p. 28) .
34 __
En tu árbol o en el mío
__

S i n em bargo, estos debates no sometían a di scusión la naturaleza de la


sexual i dad , que se presentaba como un hecho dado sobre el que se
adscri bía una categoría cultural : l a de género. Gayle Rubi n fue quien
cuestionó la naturaleza de la categoría sexo a partir de su trabaj o de
anál i s i s de la teoría del i ntercambio de m uj eres de Lev i -S trauss para
asegurar que es la sociedad quien transforma la sexual i dad bi ol ógica
en un producto humano ( Rubí n, 1 986 l 1 975 J). Estas transformaciones
se articulan según lo que Rubí n l l amó un si stema de sexo/género. Para
el l a «Un si stema de sexo/género es el conj unto de di sposiciones por el
que una sociedad transforma la sexual idad biológica en productos de
acti v idad humana, y en el cual se sati sfacen estas necesi dades huma­
nas transformadas» (/bid. , p. 97) . Es deci r, a pesar de que el sexo es
pensado como un órgano biológico, sólo adquiere relevanci a mediante
su signifi caci ón cultural ( Córdoba, 2005 , p. 3 5 ) , de manera que el
confl icto ya no está únicamente en la construcción social del género a
partir de un hecho biológico tal y como se planteaba hasta el momen­
to, s ino que eso que se consideraba dado, inal terable y natural pasa a
ser cuestionado como producto social . Así pues , el género, el sexo y l a
sexual idad están construi dos social mente. Para defender su propuesta,
la Gayle Rubi n saca a colación la d i vi sión sexual del trabaj o como un
tabú que sirv e para mantener la opresión de l as m uj eres . Y defiende
que la di v i sión de sexos ,

lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad de gé­


nero exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere repre­
sión: en los hombres de cualquiera que sea la versión local de rasgos
«femeninos», en las mujeres de la versión local de rasgos «mascul i­
nos». La divi sión de sexos tiene el efecto de reprimir algunas de las
características de personalidad de prácticamente todos: hombres y mu­
jeres (Rubin, 1 986 l 1 975 J).

No cabe duda de que cuando S i mone de Beauv oi r afi rmaba que «no se
nace muj er, se l l ega a serlo» ( B eauvoir, 1 999 [ 1 949] , p. 207), estaba
i nfl uida por el psi coanál i s i s , que era la corriente de pensamiento en
boga del momento. El psi coanál i s i s desestabi l i zó las jerarquías bi na­
rias de hom bre/mujer, homosexual/heterosexual y tam bién ampl ió el
ámbito de la sexual idad a todos los espacios de la v ida humana ( V i ­
darte, 2005 ) . Freud creyó q u e el grado d e ci v i l i zaci ón se organi zaba
El sexo de la antropología -----35

en fu nción de la capacidad de cada sociedad para repri mi r sus deseos,


y por lo tanto consideró que ci v i l i zación y deseo eran el ementos anta­
g ónicos. La represión sexual , según Freud , es la forma más elemental
para la organi zaci ón de la vida en soci edad ( Freud, 1 999 [ 1 905 ] ) .
A p esar d e l a fuerte i nfl uencia d e l a teoría psi coanal ítica a l o l argo de
bue na parte del siglo xx, a part i r de los años setenta comenzaron a
su rg i r al gunas voces críticas , como la del mi smo Michel Foucault, que
rompió con esta tradición de pensamiento de la sexual idad y cuestionó
ta teoría psicoanal i sta al considerar que es el modo de pensam iento el
q ue construye al suj eto y no al revés . Didier Eri bon , quien ha escri to
ta biografía más popular de Michel Foucaul t ( Eri bon , 2004 [ 1 989]),
tam bién se ha sumado a l a crítica del psicoanáli s i s al defender que «en
cuanto discipl i na y en cuanto doctri na se l i m i ta a refrendar y ratificar
l a norma social , puesto que acepta como evi dente que hay que expl i ­
car la homosexual i dad , dar cuenta d e e l l a a parti r del punto d e v i sta
heterosexual (que por otra parte no se considera otro punto de v i sta,
s i no m i rada neutra, no marcada, universal y racional ) » ( Eri bon, 2004
1 200 1 ] , p. 23 8): S i n embargo la crítica más dura al psicoanál i s i s vino
de l a mano de Deleuze y Guattari ( 1 973 [ 1 972] ), en su obra El Antie­
dipo, los autores cuestionan la i dea de deseo como la carencia de al go
y la represión como prueba de c i v i l i zación . Defienden que el deseo en
real i dad es una forma de producción, una vol untad del poder. El deseo
no es algo q ue se repri me, s i no algo q ue se construye, que se crea para
sostener la teoría psicoanal íti ca. Deleuze y Guattari critican también
otros aspectos fundamentales de l a propuesta de Freud, como l a i nter­
pretaci ón del i nconsciente, y aseguran que eso que se l lama i ncons­
ci ente forma parte de una puesta en escena, un teatro al servicio del
proyecto edipizante. «En el frontón del gabi nete está escrito: dej a tus
máqui nas deseantes en la puerta, abandona tus máqui nas hué1fanas y
c él i bes, tu magnetofón y tu bicicleta, entra y déj ate edi pi zar» (/bid. ,
p. 6 1 ) .
La manera en que v i v i mos Ja sexual idad y las relaciones sexua­
l es es, por lo tanto, un producto social que se construye tanto por
nu e stra interpretaci ón de Ja natural eza sexual , como por el conj unto de
no rm as morales, rel i giosas , médicas o económ icas que domi nan nues­
tra c ultura. Entender la sexualidad como u n aconte ci miento natural y
bi ol ógico es una estrategi a para i n v i s i bi l i zar l as rel ac iones de desi ­
g u al dad q ue s e articulan entorno a l sexo ( Stol ke, 2000 ) . Cuando se
36 ____ En tu árbol o en el mío

apela al sexo natural se hace en el sentido normativo, como si solo


exi stiese una única forma de sexual i dad sana, como si se tratase de un
acontecimiento biológico presoci al que se escapa de las manos de los
humanos y donde estos no pueden tomar partido. La natural i zación de
las construcciones sociales perm i te mantener la autoridad científi ca en
materia de sexual idad en la biomedici na. Pero, además , la natural i za­
ción de los hechos sociales no soló ha servido para perpetrar todos l os
genocidios de la humanidad y buena parte de los crímenes más san­
grientos , si no que también es un i nstrumento i nfal i bl e para mantener
la opresión sobre l as m ujeres y sobre grupos sexuales mi nori tarios.
S i el sexo es una construcción social que se natural i za para man­
tener l as relaci ones de opresión, el cuerpo toma un papel fundamental
como i nstrumento natural i zado necesario no solo para la v ida s i no
también como espacio de i nterpretación social . El cuerpo es un esce­
nari o de di scri m i naci ón, pero también de resi stencia y contestación
(Esteban , 2004, p. 46) . Es deci r, a pesar de que las producciones so­
ciales i nsi sten en el bi nomi o hombre/mujer y la heterosexual idad obl i ­
gatoria, al gunos suj etos representan su género a través d e un cuerpo
no normati vo o practi can sexual i dades no natural i zadas lo cual pone
en cuestión el pri ncipio de naturalidad del sexo y también de la hete­
rosexual idad. El cuerpo es un espaci o que produce y es producido por
si gnificados sociales ( B utler, 2002 ( 1 993 ] ) .
Veamos brevemente e l caso d e los hij ras d e la India para consi ­
derar otras al ternativ as corporales a las presentadas e n Occi dente
como únicas , invariables y verdaderas . Tomaré para el l o el trabaj o de
Serena Nanda sobre los hij ras ( Nanda, 1 990 y 2003 ) . Aunque soy
consci ente de que el debate sobre l os hij ra es ampl io y complejo, he
creído conveniente hacer esta pequeña referencia que puede serv i r de
ayuda para entender otras mi radas posi bles.4 En la India, el si stema
sexual y de género está definido a partir del binomio hombre y mujer;
cada uno de los cuerpos tiene unas tareas y comportami entos asi gna­
dos dentro de la soci edad en función de su clasifi cación mascul i na o
femenina. S i n em bargo, la rel i gión hindú cuenta con al gunas fi guras

4. Gayatri Reddy (2009 [2006]) ha publ icado también un brillante análisis sobre las
relaciones sexuales y emocionales de los hijra que dan cuenta de las transformaciones
que se están produciendo entre los hijra y sus maneras de concebir el sexo, el amor y
el deseo.
El sexo de la antropología ____
_ 37

and rógi nas y hermafrodi tas entre su mitología que dan sentido positi­
vo a la variedad de género, con diciones físicas y preferenci as eróticas.
A s í , por ejemplo, el Rig V eda, un relato mítico hidú, considera que,
a ntes de l a creación, en el mundo había diferencias muy v ari adas in­
cl uso de sexo y género. Esta percepción y práctica de la diversi dad se
v i o mermada, en parte, por la coloni zación bri táni ca que persiguió los
comportami entos de los hij ra e i ntentó acabar con ellos por su ruptura
co n l as normas corporales occidentales. Los hij ra son suj etos que ve­
neran a Bahucha Mata, que representa una forma de l a Diosa Madre y
c u mplen una funci ón ritual en bodas y naci m i entos , donde bai l an ,
cantan y bendicen a l a fam i l i a y al niño para que tenga una vida prós­
pera y férti l , y tras esta act i v i dad ri tual l a fam i l i a paga al hij ra por
haber hecho la bendición.
Los hij ras se diferencian a sí m i smos entre verdaderos y fal sos ,
siendo los v erdaderos aquel los que se han someti do a una operación
ri tual de exti rpación de los genitales ; momento que se representa con
un renacer y a parti r del cual se convierten en vehículos del poder de
la Diosa Madre. Y, por el contrario, los fal sos son aquellos que no han
pasado por la operación y, en buena medida, son considerados como
i m postores por aquellos que sí que l o han hecho.
Se considera que son varones i ncom pl etos, ya que son hombres
que no pueden procrear y , normal mente, sus parej as sexuales son
otros hombres. V i sten con ropa de m uj er, se ponen nom bres femen i ­
nos, i m i tan a l as m uj eres en gestos, comportamientos y expresi ones
del l enguaj e. S i n embargo, tampoco son considerados m ujeres porque
no pueden quedarse embarazados ni tienen órganos reproductores fe­
meni nos . Su representación social es muy vari ada ya que pueden ser
obj eto de burla, temor, respeto o desprecio. Pero, aunque l os hij ra tie­
ne poder para bendeci r, también l o tienen para maldecir, y l o hacen
cuando no se les paga lo debido por sus serv i cios: pueden i nsultar a la
fa m i l i a , maldeci rla con la pérdida de su v i ri l i dad y pueden i ncluso
l l e gar a mostrar su entrepierna como acto de hum i l lación y vergüenza
h ac i a la fam i l i a q ue ha cometido l a ofensa. No se trata de un grupo
pl enamente aceptado en la soci edad, ya que una buena parte de el los
v i v e de la l i mosna y la prostitución, moti vo por el cual se les ha acu­
sado de ser los transmi sores del VIH en la India. Pero sería problemá­
ti c o co nsi derar a l os hij ras como un tipo de transexual idad u homose­
x ual i dad, ya que los parámetros con los que operan no son los m i s mos
38 __
En tu árbol o en el mío
__

que los que se uti l i zan en Occidente para estos conceptos. Tampoco se
puede ideal i zar la real idad de l os hij ras s i m pl emente para construir
una cierta coherenci a y universal idad de l as necesi dades políticas y
sociales de l os grupos sexuales m i nori tari os occi dental es. Pero, en
cualquier caso, el ejemplo de los hij ras i l ustra otras posi bi l i dades de
interpretaci ón cultural diferentes al binom i o hombre/muj er en el que
se ha refugiado el si stema sexo/género occidental , lo que da cuenta de
que nuestras concepciones de masculino y femeni no no son otra cosa
que presupuestos cul turales propios de nuestro entorno. El caso de los
hij ras demuestra que otros sexos diferentes al mascul i nizado o femini­
zado pueden exi sti r en otras culturas y además ser interpretados de
una manera diferente que no tendría nada que ver con las i deas de pa­
tol ogi zación , cri m i nal i dad o pecado a l as que se ha recurrido para
construi r la al teridad sexual en Occi dente. Por lo tanto, el hecho de
que exi stan únicamente dos cuerpos sexuados es una necesidad de nues­
tro orden social ( Fausto-Sterl i ng , 2006 [2000] ) , que tiene por obj eto
mantener la hegemonía de determi nados cuerpos y conductas y para
ello requi ere i ne v itablemente de un «Otro» con cuya desaprobación
tratar de mantener el i m posible status quo sexual .

Apuntes para una antropología de la (homo) sexual idad

La homosexual idad es una real idad que ha sido problemática para l a


antropología, y a q u e presenta el debate d e si se trata d e u n a condición
l ocal o universal de l a cul tura y la naturaleza ( Herdt, 1 992 [ 1 984) ) .
Pero a pesar d e que el hecho homosex ual pl antea una gran pregunta
antropológi ca, las i nv esti gaciones sobre diversidad sex ual en nuestro
campo han sido las grandes ausentes durante décadas . No fue hasta
los años sesenta del siglo xx cuando comenzaron a surgi r tím idamen­
te textos en antropología sobre estudios lésbicos, gai s y trans . Fue
gracias a un grupo de académ icos de la época que se enfrentaron a la
censura, y arri esgaron sus carreras para dar luz a una nueva manera de
entender la di versidad sexual desde el punto de v i sta de la antropolo­
gía (Weston , 1 993 , p. 3 39) . Sonenschein abrió el debate sobre la ne­
cesi dad de i ncorporar la homosexual idad en l os estudios antropológi ­
cos , ya que consideraba que se trataba de una real idad que podía ser
El sexo de la antropología __ 39
__

es t udi ada con e l método etnog ráfico (Sonensch e i n , 1 966) . Poco des­
p u é s , ya en l os setenta comen zaron a aparecer al gunos trabajos so­
bre d i versi dad sexual como Mother Camp de Esther Newton ( 1 979
¡ t 972 ] ) , el trabajo de Gil bert Herdt que i nvesti gó lo que l l amó Homo­
se x ual i dad ritual en Melanesi a ( 1 992 [ 1 984] ) o el popular texto de
Ga yle Rubi n donde presentó l a construcción social del sexo ( 1 986
¡ 1 975 ] ) . Sin embargo, no fue hasta los años noventa cuando creció el
i nt erés en l a antropología por el estudio sobre la d i versidad sexual y,
a p arti r de este momento, l as i n vesti gaciones sobre esta temática co­
menzaron a florecer en nuestra d i scipl i na ( Weston, 1 993 ) . Otros auto­
res avalan este anál i s i s hi stóri co de Weston , como Fran Markowi tz
( 2003) o Carole S. Vanee, que asegura que a menudo l a antropología
«parece compartir la v i sión cultural prevaleciente de que la sexual i ­
dad n o e s un área total mente legitimada para el estudio» ( Vanee,
2005 , p. 1 5 ) .
E l Estado español , n o fue una excepción: Al berto Cardín fue el
p rimer antropólogo en i nteresarse por la cuestión homosexual , y desde
l os años setenta, publ i có diferentes artículos y l i bros rel ati vos a la
c uestión gay como Detrás por delante en 1 978 o Guerreros, chama­
nes y travestis ( 1 989 [ 1 984] ), un breve repaso por l os usos de l as
sexual idades en diferentes culturas y que todavía hoy debe ser uti l i za­
do como publ icación de referencia. También editó j unto con Armand
Fl u v i a de el l i bro SIDA : ¿ Maldición bíblica o enfermedad letal?
( 1 9 85 ) . José A nton i o Nieto tam bién centró su trabajo a fi nales de l os
ochenta en la cuestión de la diversidad sexual y publ icó Cultura y so­
ciedad en las prácticas sexuales ( 1 989) . A pri ncipios de los noventa
se publ icó l a pri mera monografía sobre esti l o de v i da gay en España
de la mano de Osear Guasch ( 1 99 1 ) y un poco más tarde Begonya
En guix ( 1 996) presentaba Poder y deseo : la homosexualidad mascu­
lin a en Valencia. Pero, real mente, el creci mi ento del i nterés por l a
d i v ersidad sexual en el panorama antropológico d e l Estado español s e
pro duce en el siglo XXI con l a publ icación de d i versos trabaj os que
to m an como punto de referencia las diferentes d i versi dades sexuales
co m o Transformación de la identidad gay en España de Fernando V i ­
l l aa m i l (2004) , Identidades lesbianas: discursos y prácticas d e Oi ga
V i ñu ales (2006), Transgenerismos: una experiencia transexual desde
la perspectiva antropológica de Norma Mej ía ( 2006) , Entender la di­
versidad familiar. Relaciones homosexuales y nuevos modelos de fa-
40 __
En tu árbol o en el mío
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milia de José I gnacio Pi chardo ( 2009a) , l a tes i s doctoral de J ul i eta


Vartabedia (20 1 2) Geografía travesti: cuerpos, sexualidades y migra­
ciones de travestis brasileñas (Río de Janeiro, Barcelona), la de Fer­
nando Lores ( 20 1 2) Deseo y peligro : anotaciones antropológicas a
una teoría de la contaminación y de los cuidados sexuales, o la tesi s
de S i l v i a Donoso (20 1 3 ) titulada La familia lesboparental: ¿ Reinven­
ción de la familia ?
Ante este panorama, José Antonio N i eto considera que se pue­
den establecer tres fases en la antropología de l a sexual idad. Una pri ­
mera, en la que la sexual idad está i n v i s i bi l i zada, soterrada y no forma
parte de la v i da, a la que l l ama erotofóbica. Una segunda etapa donde
aparecen tímidamente al gunas apreci aciones de di sti ntos aspectos de
la sexual idad y sus conductas pero, sin embargo, l a reproducción s i ­
g u e considerándose como el centro sexual , a l a q u e l l ama erotol i m i ­
nal . Y , fi nal mente, u n a fase q u e l lama crotofi l i a, q ue es aquel l a en l a
q u e y a exi sten registros etnográficos rel ati vos a la diversidad sexual
(Nieto, 2003 , pp. 1 6-23 ) .
A pesar d e que la antropol ogía d e l a sexual i dad s e expande en
los años ochenta, el trabaj o de Mal i nowski de 1 93 2 ya fue un estudio
pionero en el que el autor prestó atención a la sexual idad en l as i sl as
Trobiand con l a fi nal idad de «mostrar como un tema semej ante al
sexo solo puede tratarse dentro del marco i nstituci onal y a través de
sus manifestaciones en otros aspectos de l a cultura» ( Mali nowski ,
1 97 1 [ 1 93 2 ] , p. 26) . A pesar de que el autor no cuestiona la «natural i ­
dad» del sexo d e manera taj ante y radical como posteriormente l o hizo
Gayle Rubin ( 1 986 [ 1 975 ] y 1 989 [ 1 984] ) , apunta, ya en el pri mer
tercio del siglo xx q ue el sexo «es más bien una fuerza sociológica o
cultural que una rel ación carnal entre dos i ndi v i duos» (Mal i nowski ,
1 97 1 [ 1 93 2 ] , p. 45 ) .
S i n em bargo, Mal i nowski usa un concepto profundamente si gni ­
fi cado en nuestro contexto social para referi rse a los actos sexual es
que los trobi andeses desaprueban y uti l i za l a noción de aberración
para referi rse a los actos de homosexuali dad , la besti alidad , el exhi bi ­
cionismo, el eroti smo oral y anal que se dan en l as i sl as Trobiand.
Mal i nowski acoge diferentes conductas sexuales bajo el mi smo para­
guas de la aberración y considera que entre los trobiandeses «las abe­
rraciones sexuales son ridicul i zadas y proporci onan materi al para nu­
merosas anécdotas sarcásticas y cómi cas» (/bid. , p. 325) tal y como
El sexo de la antropología ----
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s uc ede en Occidente con las sexu al idades no heterosexuales, es deci r,


p r ese nta la homofobia como un universal cultural . Parece que a pesar
d e q ue el autor plantea el debate de la relación entre cultura y natura­
l eza y v i s l umbra los pri meros problemas sobre la «natural i zación» del
se xo , a la hora de pensar l as formas de expresión sexual en otras cul­
t uras , no es capaz de superar sus propias convicciones sobre las sexua-
1 i dades no heterosexuales, a l as que sí que consi dera natural mente
aberrantes, y clasifica según sus propios patrones y valoraciones , que
s i n em bargo atribuye como si fuesen clasificaciones de los trobiande­
ses , para presentar así el rechazo a l as «aberraciones sexuales» como
al go i nev i table en cualquier cultura:

Los i ndígenas tienen razones precisas para demostrar que las aberracio­
nes sexual es son malas: la sodomía por naturaleza repugnante de los
excrementos; el exhibicioni smo porque demuestra una fal ta reprobable
de vergüenza y dignidad ; las perversiones bucales a causa del sabor y
del olor desagradables. Todas estas expresiones i mplican el segundo
sentido de la palabra gaga: «Contra natura, repugnante, i ndigno del ser
humano sano» . Empleada en este últi mo sentido i mpl ica una acti tud
tanto estética como moral , y la censura está dictada, más que por el
sentimiento que suscita la transgresión de un mandato tradicional , por­
que burla una ley natural (Malinowski , 1 97 1 [ 1 932], p. 333).

La obra de Margaret Mead publ icada en l os años vei nte del si glo xx
no prestó tanta atención a las rel aciones homosexual es, aunque l a
sexual idad estuvo m u y presente en su trabajo. Descri bió l as formas de
negociación, acceso al sexo, matri monio y adulterio entre los samoa­
nos y consideró que entre l os samoa «además del matri monio formal
solo hay dos ti pos de rel aciones sexuales que reci ben un cabal reco­
noc i miento: l as rel aci ones entre j óvenes sol teros - se incluye a l os
v i udos - que sean aproxi m adamente de la m i s m a edad , precedan al
ma tri monio o consti tuyan meramente una di versión pasaj era, y el
ad u l terio» (Mead, 1 993 [ 1 939 1 , pp. 97-98 ) . Presenta a los samoa como
una soci edad con gran acti v i dad sexual s i n apenas restricciones, des­
cr i be las rel aciones de adulterio como una acti vidad recurrente que no
reci be sanción social a diferencia de lo que sucede en Occidente. No
obstante, l a obra de Margaret Mead ha sido somet ida a m uchas con­
trov e rsias, especialmente des pués de la publ icación del l i bro de Derek
F ree man ( 1 98 3 ) , quien cues tionó tanto l a metodo logía como los ha-
42 ____ En tu árbol o en el mío

l l azgos de Margaret Mead y negó el l i berti naj e sex ual con el que
Mead descri bía a los samoanos.
En cualqui er caso, Kath Weston ( 1 993 , pp. 340-34 1 ) asegura que
tras décadas de ausencia de la sexual idad en la antropología (desde los
años vei nte hasta el ultimo cuarto del s i glo xx), una buena parte de los
estudios sobre l esbianas y gai s que se i niciaron en antropol ogía se
embarcaron en un proyecto que pretendía buscar pruebas de la exi s­
tencia de gai s y lesbianas en otras sociedades para promover otras
políticas del sexo en Occidente. Pero cabe destacar que el i nicio de los
estudios gai s , lésbicos y trans se produjeron solo en un momento de
avances intelectuales que permi tieron la obertura de este objeto de es­
tudio. A ntes de que l os etnógrafos pudieran di buj ar un nuevo mapa
mundial de las sexual idades no-heterosexuales, fue necesario que la
homosexual idad se con v i rtiese en un obj eto legitimo de i nvesti gación
antropológica a partir de su conceptual i zaci ón como construcción so­
cial (/bid. , p. 34 1 ) .
Du rante mucho tiempo , la antropol ogía ha aceptado que l a
sexual i dad pertenece a l ámbito de l o pri vado y l o i nd i v i d ual , pero
¿ por qué es más pri v ada la sexual i dad que otras acti v idades sociales?
(Ni eto, 1 993 ) , ¿Cómo se determi na qué es «lo pri vado»? S i el acto
sexual fuese una acti v idad pri vada, no estaría sometido a tantos con­
troles y ej ercicios de superv i sión . El sexo no es un aconteci m i ento
pri v ado, si no una actividad profundamente social que cada indi v i d uo
se ve obl i gado a hacer públ i ca de una manera u otra, ya que se trata de
una acti vidad a parti r de la cual se determ i na la aceptabi l i dad o el re­
chazo social . Si el sexo es pri vado, ¿ por qué exi ste esa insi stenci a en
que l a homosexual idad se haga pública? En sacar a trancas y barran­
cas del armario a cualquier suj eto sobre el que se tenga sospecha de su
opción sexual . ¿ Por qué se i nsi ste en que cada homosexual d i ga cuál
es su verdadera sexual i dad? A pesar de que el acto sexual podría ser
en sí mi smo un acto pri vado o, mejor dicho, s i n espectadores aparen­
tes, son i ndi scuti bles sus implicaciones sociales. Es deci r, tal y como
defi enden B erland y Warner ( 1 998 , p. 5 5 3 ) , aunq ue l as rel aciones
sexuales se consi deran ínti m as y pri vadas están mediadas públ i ca­
mente. Pero, a pesar de que la sexual idad es emi nentemente social , la
antropología ha renunciado durante m uchos años a entrometerse en
las acti vi dades sexuales de las com unidades que estudiaba (Guasch ,
1 996, p. 1 45 ) . Una especie de con senso colecti vo ha hecho que se
El sex o de la antropología -- 43
-
--

tratas e la v i da sexual de las culturas que estudiamos como al go con lo


q ue no debemos comprometernos . S i n em bargo, la mi rada etnográfica
p uede ser una buena herrami enta para contri buir a ampl i ar el conoci­
m i e nto sobre l a sexual i dad, pero tam bién sobre la sociedad en general
porq ue «pudiera deci rse que los conceptos de sexual idad y sociedad,
si no son intercam biables, corren en paralelo y se expresan en parale­
l o» (Ni eto, 2003 , p. 1 9) . Es necesario que la di scipl i na aborde l a natu­
ral eza social del sexo a pesar de l as i ncógnitas a l as que nos pudiera
conducir esta tarea. Se trata de un ejercicio con el que la antropología
se debe responsabi l i zar, aun siendo conscientes de l as i ncoherencias
q ue se pudieran desencadenar, porque, al fi n y al cabo, a pesar de que
l as hegemonías se m uestran ordenadas y lógicas , entrañan u n con­
j u nto de estrategias contradictori as y dispersas para e l automanteni ­
rn i ento y la reproducción ( Berland y Warner, 1 998 , p. 5 5 3 ) . La sexua­
l i dad es una forma de sociali zación sobre la que constantemente se
construyen di scursos, renunciar a su i nvesti gación y anál i s i s si gnifica
abandonar un campo que es emi nentemente cultural . Abdicar de la
i n v esti gación social en materia de sexual idad no e v i ta que se s i gan
produciendo si gnificados di scursi vos, s i no que permite que sean otras
ciencias, como la biomedici na, l as que se apropien de l as expl icacio­
nes del sexo.
Pero el problema que presenta la sexual idad no solo es relati vo al
objeto de estudio, sino también a la m i rada etnográfica. Dado que no
exi ste una sola sexualidad universal y ahi stórica, l a antropología debe
dar cuenta de esta real i dad y anal i zar la sexual idad desde la diversidad
de prácticas que i m pl i ca. Hay que dar a todas las sexual idades la m i s­
ma comprensión i ntelectual , el m i smo tratamiento teórico y la misma
se ns i bi l idad epi stemológica que damos a l a heterosexual idad (Nieto,
1 993 , p. 37). Las aportaciones que la antropol ogía puede hacer al es­
tu d i o de la sexual i dad no pasan necesari amente por la búsqueda de
u n i v ersal es cul tural e s , s i no por mostrar las diferentes expresiones
s exuales, superando l a mi rada que parte de l a matri z heterosexual y
que se ha i nstaurado en el propi o di scurso de la di scipl i na. El estudio
de l a sexuali dad es también, al fi n y al cabo, el estudio de la cultura, y
por l o tanto es necesario poner al gunos l ímites que nos permi tan hacer
el co ncepto de cultura epi stem ológicamente operativo. Pero el proble­
ma es que estos límites no son i namov i bles y cada obj eto etnográfico
d i s p one de unos diferentes ( Salazar, 2005 , p. 23 ) . Por lo tanto, para
En tu árbol o en el mío
44 ____

comprender la sexual idad como hecho social es i m prescindible que el


antropólogo sea capaz de i nterpretarla en el contexto cul tural en el que
se desarrol l a y que pueda superar el imperialismo cognitivos que en­
vuelve la sex ual i dad . La sex ual i dad solo se conv i erte en obj eto de
anál i s i s operati v o cuando tomamos conciencia del conj u nto de i nter­
secciones en las que opera.
No pretendo reabri r el debate sobre la autoridad etnográfi ca,
pero el hecho de que exi stan i nvesti gadores que también pertenecen a
mi norías sexuales esti gmati zadas es un elemento que mediati za las
i n v esti gacione s . De l a m i sma manera que, como señala Kenyatta
( 1 93 8 ) , no es lo mi smo un africano que hace etnografía sobre Á frica,
que un europeo haciendo trabaj o en este m i smo contexto. Tampoco es
lo mi smo que sea un mari cón quien investiga a otros maricones , que
un heterosexual en este escenari o. No se trata de reclamar una autori ­
dad de ori gen, que en este caso no sería tanto terri tori al como expe­
riencia! , sino de adverti r de la diferenci a de m i radas sobre un trabaj o
etnográfico de estas características . N o es l o mi smo cuando la i nves­
ti gaci ón se l l ev a a cabo con unos oj os, l l amémosles perversos , que
con una m i rada « normal i zada» . De al guna manera, la antropol ogía
«hecha en casa» no se reduce al contexto territorial , sino que también
recoge, por ej emplo, aspectos rel acionados con las experi encias so­
cio-sex ual es del antropól ogo. El i nvesti gador puede converti rse en
«nativo» cuando el tema de investi gación está relacionado con cues­
tiones de sexual i dades excl uidas, lo que l e perm ite acercarse mejor a
la m i rada del obj eto de estudio. Aunque, como cual quier otro ci entífi ­
co, debe alej arse de los prej uicios y ser capaz de organizar y gestionar
sus «subjeti v i dades» . De n i n gún modo un trabaj o etnográfico puede
si tuar al antropólogo al margen de los aconteci mi entos que suceden a
su al rededor, de manera que independientemente de la orientación se­
xual del investi gador, otros val ores como el ori gen, cl ase social o gé­
nero tam bién determ i nan la percepción del obj eto de estudio. Cuando
los antropólogos , durante décadas , no se han pronunciado sobre cues­
tiones sexuales no han adoptado un rol neutro, ya que el s i l encio tam­
bién es una posi ción. No manifestarse acerca de los acontecimi entos
sex ual es i m p l i ca asum i r la natural i zación del sexo que se propone

5. Concepto tomado de Caries Salazar (2005 , p. 1 4).


El sexo de la antropología ____
_
45

d esde Occidente, que pasa i ndi scuti blemente por l a matri z hetero­
se x ual .
La etnografía de las m i norías sexuales no es el estudio del «otro»
para m uchos de nosotros : la experiencia homosexual no es un aconte­
c i m i ento «exótico» para una buena parte de l os antropól ogos que se
ded ican al estudio de las m i norías sexuales, s i no una práctica cotidia­
na y es por ello por lo que nuestras experi encias v i tales se ven i nevita­
bl emente inmi scuidas en el trabaj o de cam po.
Este pl anteami ento de sexual i zación del i nvesti gador puede l le­
var a dos equi vocaciones que se deben aclarar. La pri mera es pensar
q ue se propone un acto de censura hacia cualquier antropólogo hetero­
sexual para i nvesti gar sobre las otras i dentidades o prácticas sexuales,
pero ningún i nvesti gador puede tener la «patente» de un hecho social ,
tampoco l os antropólogos gai s , lesbianas o trans . Y la segunda equi ­
v ocación es hacer una l ectura i nversa del tipo «los antropól ogos ho­
mosexuales no pueden hacer trabajo de campo sobre terreno hetero­
sexual » . Pero este segundo error queda i n habi l i tado cuando pensamos
que en nuestra cultura el paradigma de la heterosexual i dad es un ele­
mento clave para l a organi zación y aceptación social , de manera que
para poder integrarse en el grupo, a l o l argo de nuestra experiencia
v i v ida, las personas no-heterosexuales hemos sido social i zadas como
tales y hemos aprendido, como di ría Goffman, a corregir aquel lo que
se consi dera obj eto de diferencia (Goffman, E. 2003 [ 1 963 ] ) . Por lo
tanto, podemos comprender y m i rar como si de un heterosexual se
tratara. Si hablásemos de idiomas, podríamos deci r, que los no-hetero­
sex ual es, somos personas bi l i ngües . Que podemos hablar tanto el
i d ioma perverso, como el normal ( Vi darte, 2007 ) . Todo m ari cón o
bol l era sabe cómo esconder su pluma y «pasar» como heterosexual
c uando el contexto así lo exige.

El antro pólogo sexuado

El a ntropól ogo norteamericano Don Kulick abrió el debate sobre l a


se xu al idad de l o s investi gad ores a l someter a di scus ión su i n v i s i bi l i za­
c i ó n (2005 , pp. 3-4). Según Kulick (/bid. ) , exi sten diferentes moti vos
P ara esta ausencia. El pri nci pal está rel acionado con que l a antropol o-
46 __
En tu árbol o en el mío
__

gía se ha conformado como una ciencia que estudia a las otras perso­
nas y, por lo tanto, la experi encia del antropólogo debería quedar fue­
ra del rel ato etnográfi co. Este hecho se ha di scutido ampl i amente a
partir del trabaj o de Clifford Geertz ( 1 989) , en el que aborda la auto­
ri dad etnográfi ca del antropól ogo como autor. Tras los debates que
susci tó el texto de Geertz, en antropología se acepta que el antropólo­
go siem pre está presente en el resul tado de su trabaj o de i nvesti ga­
ción. Aunque parece ser que, en materia de sexual idad , esta presencia
queda en entredicho y conti nua escasamente representada en l os rela­
tos etnográficos.
En segundo l u gar, Kulick considera que, desde la antropología,
se han despreciado las narrati vas personal es y, especialmente, aque­
l las que ti enen que ver con tabúes cultural es como el sexo. Es nece­
sari o recalcar que la manera de percibir nuestro sexo tam bién deter­
m i n a la manera de perc i b i r el sexo de los otro s . Y, fi nal mente, el
sexo de los antropólogos se ha m antenido al margen del anál i s i s et­
nográfi co por el m i to de la obj eti v i dad científi ca ( K u l i c k , 2005 ) ,
como s i e l sexo contam i nase todo aque l l o con l o que s e v e env uelto
(ver Douglas, 1 973 [ 1 966] ) , como si donde hubiera sexo no pudiera
haber razón.
S i el sexo es un hecho cultural , debe ser también un recurso et­
nográfico que permi ta al antropól ogo conocer una real idad social con­
creta. El sexo puede ser una manera de entender al otro. De hecho, la
absti nencia sexual en determi nados contextos podría ser un problema,
ya que l as personas que pretendemos i n vesti gar podrían quedar des­
concertadas y no entender la deci s i ón vol untari a de ren unci ar a l as
experi encias sexuales ( Dubisch, 2005 ) . La negación del sexo en el
trabajo de campo es un elemento que no se di scute , sino que se asume
como obv io (/bid. ) . Fran Markowitz (2003 , p. 80) defiende que «una
vez establecido que el com portamiento sexual es parte del repertori o
cultural de todo grupo humano, tiene mucho sentido teórico para los
antropólogos experi mentar prácticas sexuales nati vas como parte de
su pl anteamiento hol ístico para adquiri r conocimi ento a través de l a
observación participante». D e hecho, Marcel Mauss ( 2006) se refiere
a la etnografía intensiva como un ti po de observación en profundi dad ,
completa y tan detal lada como sea pos i bl e en la que no se debe omitir
nada. Estoy convencido de que dentro de este «nada» podríamos i n ­
cluir l a s relaci ones sexuales. A s í , por ej emplo, en el estudio d e l sexo
El sexo de la antropología __ 47
_
__

a nóni mo, el hecho de que el antropólogo mantenga relaciones sexua­


l es con sus i nformantes no tiene porq ue ser v i sto como un problema
éti co, más bien es una necesidad del obj eto de estudio. J i l l Dubisch
( 2005 ) asegura que el hecho de no tener relaciones sexuales con los
otros también tiene que ver con una jerarquía en la que el antropólogo
ve a la gente que i nvesti ga como parejas sexuales i nadecuadas. Esta
afi rm ación tiene sentido si pensamos que, entre nuestros espacios ha­
bi tuales de i nvesti gación, acostum bran a encontrarse campos relacio­
nados en m uchas ocasiones con la margi nal i dad social , pobreza, dife­
rencia étnica, etc. Pero además, según nuestro propio patrón cul tural ,
otorgamos al sexo un vínculo especi al que debería tender hacia estre­
char lazos sociales para el futuro. Es decir, pensamos en el sexo como
el punto de partida, un modo de relación soci al que conduce funda­
mental mente a la rel ación de pareja. De acuerdo con este ordenamien­
to cultural que los antropólogos occi dentales comparten con la cultura
en l a que se han social i zado, el sexo con el otro podría unir si mbólica­
mente al antropólogo con su obj eto de estudio hasta rom per la barrera
de i n v esti gador e i nvesti gado. S i n embargo, este no es un problema
del acto sexual en sí m i smo, s i no de la incapacidad del i nvesti gador
para si tuarse como observador y entender el carácter cul tural de las
relaci ones sexuales. Es deci r, la ausencia de sexo en el trabaj o de cam­
po más que una estrategia para garanti zar la ética y la obj eti v i dad
científica es una herrami enta para que el antropólogo no vea compro­
metida su propia noción de sexual idad ni la jerarquía que se asocia
al rededor del sexo.
Son d i versas l as críticas al hecho de que el antropólogo tenga
e x periencias sexuales en su trabaj o de campo por moti vos éticos (ver
A bram son , 1 993 ; Probyn, 1 993 ; Wade, 1 993 ; Whi tehead, 1 986) . In­
cl u so hay autores que, además del deber ético, defienden que la absti ­
nencia sexual es la v ía para mantener l a i denti dad del antropólogo
durante el trabaj o de campo: «Un antropólogo que se i m pone a sí m i s­
mo l a absti nencia contri buye a preservar su propia identidad [ . . . ] . El
ce l i bato no es otra cosa que una garantía del sentido de i dentidad»
( We ngle, 1 988 , p. 25 ) . Pero si mantenemos el sexo alej ado del trabaj o
de campo, perdemos un conocim iento que podría ser revelador para
e n te nder una forma esencial de relación soci al . La ética del trabajo de
c a mpo no pasa necesariamente por la absti nencia sexual como norma,
po rq ue el antropólogo no cono ce enteramente cómo se significa el
48 __
En tu árbol o en el mío
__

sexo en el grupo que estudia ni su función en el contexto social si no


se i ntegra en este tipo de relaciones. La ética del trabaj o de cam po es
un abordaje en sobre el obj eto de estudio que parte del respeto por el
otro s in i nvasiones ni jerarquías.
El propio Mal i nowski relata sus pasi ones durante su trabaj o de
cam po en l a publ i cación de sus d i arios post mortem, donde , a pesar
de su postura en los trabaj os publ icados en v i da con respecto a las abe­
rraciones sexual es, en sus di ari os hace referencia a sus sueños ho­
moeróticos: «Hoy l unes, 20 de septiem bre de 1 9 1 4 tuve un extraño
sueño homosexual con mi propio doble como pareja. Extrañas sensa­
ciones homoeróticas ; la i mpresión de ir a besar una boca como la mía,
un cuel l o torneado como el mío, una frente idéntica a la mía» ( Mal i ­
nowski , 1 989, p . 4 1 ). Esta publ icación fue obj eto d e u n gran debate y
moti vo de vergüenza para quienes habían model ado su trabajo sobre la
ej emplaridad de Mal i nowski . A l gunos , tras l a publ icación de l os dia­
ri os , desautori zaron toda la obra del maestro y otros separaron las bajas
pasiones de Mal i nowski durante su trabajo de campo de su obra etno­
gráfica y las consideraron i rrelevantes ( Cardin, 1 989) . Pero, en cual ­
quier caso, Mal i nowski pone sobre la mesa una real idad de que el an­
tropólogo es un sujeto con su propio bagaj e sexual y que su presencia
en el campo también puede estar plagada de i nteracciones sexuales.
Las críticas al sexo en el trabaj o de campo se centran en las con­
secuencias de un trabajo de campo sexual mente activo, pero ¿cuáles
son las consecuencias de un trabaj o de campo sin sexo? La absti nen­
cia sexual en el trabaj o de campo del antropólogo no debería ser un
axi oma metodológico sino un hecho que el antropólogo debe resolver
en función de las característi cas de su i n v esti gación. En cualquier
caso, aunque el antropólogo elija la absti nenci a, éste no deja de ser un
suj eto sexuado a los oj os de sus i nformantes y por ello no evita la ge­
neración de deseos . El antropól ogo puede deci d i r no tener sexo con
las personas que i nvesti ga, pero no puede «des-sexual i zarse» cuando
entra en el campo de i nvesti gación. En el caso de esta investi gación,
l as rel aciones sexuales que he mantenido con mis i nformantes han
sido cruci ales para entender el funci onamiento de las zonas de i nter­
cam bio sexual anónimo y profundi zar en la negociación y el acceso al
sexo en espacios públ i cos. S i n una i nteracción sexual con los i nfor­
mantes, no hubi era accedido a buena parte del material etnográfi co
que presento.
El sexo de la antropología ____
_
49

Pero, además , el sexo del antropólogo no sólo está en el campo,


si no tambi én en la escritura etnográfica. Manda Cesara ( 1 982) fue la
pri mera antropóloga que habló de sus relaciones en el trabaj o de cam­
po en Á frica y problemati zó la abstinencia sexual en antropología. La
autora reflexi ona sobre sus experi encias y l as repercusiones para la
i n vesti gación del hecho de mantener o no rel aci ones sexual es en el
trabaj o de campo. El speth Probyn ( 1 993 ) , por su parte, postul a por
una antropología asexuada, y cri tica especial mente como los anál i s i s
de u n o m i smo s e han despl egado e n los textos etnográfi cos . S i n e m ­
bargo, Mari Luz Esteban (2004, p. 69) subraya q u e l os rel atos autoet­
nográfi cos cuentan con la mi sma dos i s de parcial idad que el resto de
rel atos etnográficos y que, además, son pri v i l egiados e i mpresci ndi­
bles. Cuando l a sexual i dad del antropólogo no se aborda, no significa
que no esté presente o q ue no exi sta, sino que se asume la subjeti v i dad
mascu l i n a y heterosexual de la etnografía, i ndependi entemente del
sexo del narrador. Para Esther Newton ( 1 99 3 , p. 4) mantener el sexo
fuera del relato etnográfico s i gnifica ocultar las condiciones que ha­
cen pos i bl e un di scurso unidireccional y asegura que, al no problema­
t i zar su propi a sexual idad en los textos , el antropól ogo con v ierte el
sexo masculino y heterosexual en al go dado cultural m ente y en una
categoría si n marcas.

Sexo anóni mo: escándalo públ ico e i nvesti gación

El soci ól ogo Laud Humphreys fue el pri mer i n vesti gador en aproxi­
marse a l a práctica del sexo anónimo a través de un enfoque etnográ­
fi co. En 1 970 publ i có la pri mera monografía sobre encuentros sexua­
l es anón i mos entre hom bres en Estados Un i dos titulada Tearoom
Trade. Impersonal Sex in Public Places. El autor presentó un trabaj o
q u e tuvo un gran i m pacto por dos moti vos fundamental mente. Por u n
l ado, por la innovación y rel evancia d e un tema que no había sido tra­
t ado todav ía en ciencias sociales; pero, sobre todo, fue un trabaj o que
s u scitó el debate en torno a la ética de los investi gadores sociales y su
acercami ento al obj eto de estudio. Warwick ( 1 982, p. 43 ) , fue uno de
l o s pri meros autores en cuesti onar el trabajo de Humphreys y al pre­
gu ntarse sobre las consecuencias de su trabaj o para el resto de l os i n-
50 __
En tu árbol o en el mío
__

vesti gadores soci ales. También el trabajo del pol émico autor l levó a la
rev i sta Internacional Journal of Sociology and Social Policy a publ i ­
car un monográfico en 2004 e n e l q u e s e anal i zaba la investi gación de
Hum phreys y donde algunos de los autores se mostraron especi al ­
mente críticos con la metodología desarrol lada por el sociólogo (ver
S chacht, 2004) . Así mi smo, Jamie S. Franki s y Paul Flowers ( 2009)
manifestaron con dureza sus críticas a Hum phreys :

E s importante reconocer que e l trabajo i nfame d e Humphreys causó


i ndi gnación metodológica en general , ya que uti l i zó los datos de crui ­
sing para ir a los domici lios de los hombres y entrevistarles con el pre­
texto de real i zar un estudio social de la salud, hizo caso omiso a las
convenciones del consentimiento i nformado y, posteriormente, sin res­
petar el anoni mato, varios partici pantes pudieron ser identificados en
sus puestos de trabajo (Franki s y Aowers, 2009, p. 868).

A pesar de las diferentes críticas a Tearoom Trade, cabe destacar que


Humphreys trató de mostrarse obj eti vo en su escritura y anál i s i s de los
encuentros sexuales en los baños de l os parques . Pero, si n embargo, su
trabaj o se i mpregna por la i deología sexual de l a época y se apropia de
un lenguaj e que todav ía estaba marcado por el di scurso de l a desvia­
ción. Humphreys presentó una investi gación basada en la observación
y entrevi stas a participantes, donde se reconocía a sí mismo como es­
pectador de una «conducta des vi ada encubierta» y testi go de un acto
del icti vo (Humphreys, 1 975 ( 1 970] , p. 1 6) . S i n embargo, a pesar de
que esta postura hoy pueda parecer profundamente sesgada, es i ndis­
cuti ble que su trabajo comi enza a v i sl u m brar al gunos de los proble­
mas que genera la constitución de las categorías e i dentidades a parti r
de las prácticas sexuales y es por ello por lo que aseguraba que su in­
vesti gación «no es un estudio sobre homosexuales, sino de l os partici ­
pantes de actos homosexual es» (/bid. , p. 1 8) , haci endo por lo tanto
una di stinción entre identi dad y prácti ca sexual . En cualquier caso, y a
pesar de la controversia, el trabaj o de Humphreys se ha convertido en
un clásico en el estudio de los encuentros anóni mos entre hom bres y
es pionero en el anál i si s del funcionamiento y organización de las zo­
nas de i ntercambio sexual . S ienta las bases del estudio de las normas
que regulan la práctica del crui sing e identifica las pri meras demandas
de los partici pante s : rapidez, secreto, max i m i zación del beneficio y
silencio.
El sexo de la antropología -------51

Por otro lado, Humphreys es consci ente de l as consecuencias


qu e puede tener para los partic i pantes de l as zonas de cruising el he­
ch o de ser descubiertos real i zando este tipo de prácticas y también da
cue nta del acoso pol icial que sufren los usuarios de l as zonas de crui­
si n g:

E n Ohio, el departamento d e policía llegó a uti l izar la tecnología i ncor­


porando cámaras detrás del espejo del baño y grabando lo que sucedía
dentro. En dos semanas, grabaron sesenta y cinco encuentros. [ . . ] Des­
.

de que se publicó lo sucedido en el periódico pol icial Law and Order en


1 963, estas prácticas comenzaron a extenderse. El FB I rei mprimió el
artículo para distribuirlo a todos los departamentos de la policía del país
(!bid. , pp. 84-85).

Más adelante, se i nteresó por esta cuestión Meredith Ponte ( 1 974)


quien centró su atención en un aparcamiento de coches del sur de Ca-
1 i forni a. En esta ocasión, el autor asegura que se sintió «i ncómodo de
ver por pri mera vez los encuentros anóni mos , que esta sensación de
i ncomodi dad la podría comparti r como heterosexual con otros " nor­
males", pero que como sociól ogo encontraba una oportunidad para
observar de pri mera mano un hecho i legal » ( Ponte, 1 974, p. 8 ) .
También Richard R. Troiden ( 1 974) s e si ntió atraído por el estu­
d i o de los encuentros sexuales anóni mos entre hombres en l as zonas
de descanso de l as autopi stas en los años setenta. Al i gual q ue sus
com pañeros predecesores, su di scurso está determi nado por una ma­
nera sancionadora de m i rar l a acti v i dad. «Las zonas de descanso pro­
porci onan el espacio para dos ti pos de acti v idades: respetables y des­
v i adas» , asegura (Troiden, 1 974, p. 2 1 1 ) . Y más delante conti nua «Yo
era muy consci ente del hecho de que había elegido vol untariamente
converti rme en testi go de una acti vidad cri m i nal y, como observador,
t al v ez i ncl uso en cómpl i ce» (/bid. , p. 2 1 6) .
La i rrupción del V I H marcó u n a nueva di rección en los estudios
de la práctica del sexo anóni mo. A partir del descubri m iento de la en­
fer me dad , l as i nvesti gaciones tenían como obj eti vo pri ori tario poder
o ri e ntar mej or los programas de prevención, ya que los partici pantes
de l as zonas de cruising tenían unas particulari dades propias diferen­
t e s a l as de la población gay que frecuenta los espacios comerciales.
N o se podían establ ecer estrate gias de i nterv enci ón en sal ud para
us uar ios de l as zonas de cruisi ng de la m i s ma mane ra que se hacía con
j2 ____ En tu árbol o en el mío

la pobl ación gay (Frankis y Flowers, 2009, p. 870). Entre las i nvesti ­
gaciones posteriores a la epidemia, se pueden destacar los trabaj os de
Huber y Kleinplatz (2002), quienes i nvesti gan la cuestión de la identi ­
dad sexual de las personas que participan en la acti v i dad del crui sing
para estudiar por qué los hombres que tienen sexo con otros hom bres
y se identifican como heterosexuales tienden a tener menos i nterés en
las prácticas de sexo seguro. Douglas y Tewksbury (2008) anal i zan los
patrones de com unicación verbal y no-verbal en l as zonas de i nter­
cam bio sexual anónimo. Mi chael Reece y B rian B odge (2004) ponen
su atención en el estudio el i m pacto para la sal ud del i ntercambio se­
xual anónimo en el entorno estudianti l . Paul Flowers, Graham Hart y
Clai re Marriott ( 1 999) anal i zan la cuestión de la salud sexual y la per­
cepción de los riesgos entre los hom bres que participan en l as zonas
de i ntercambio sexual anóni mo. En 1 999, el antropól ogo Wi l l iam
Leap edi tó un l i bro titulado Public Sex, Gay Space: en él se compi lan
un buen número de artículos donde se anal i za en profundidad l a cues­
tión del i ntercambio sexual anónimo desde diferentes contextos socia­
l es y cul turales y desde una perspecti va más ampl i a que la relacionada
únicamente con la prevención de l as enfermedades de transmisión se­
xual . Otros ejemplos de aproxi maciones al sexo anónimo son Cam i l o
A l buquerque de B raz ( 2008) q u e investigó las rel aciones homosexua­
les entre hombres en l os clubs de hombres, y Laurent Gai ssad ( 2006)
que presentó su tesi s doctoral en relación a los encuentros entre hom­
bres en el sur de Francia o Hubbard (200 1 ) que se acerca a las zonas
de crui sing desde la crítica a la l ógica heterosexual .
En el Estado español , l as i nvesti gaci ones sobre el i ntercam bio
sexual anónimo l legaron m ucho más tarde. España había v i v ido una
dictadura que i m pedía cualquier i nvesti gación rigurosa sobre cuestio­
nes sexual es q ue escapasen de la lógica que i m ponía el régi men dicta­
tori al , una lógica que venía determi nada por di scursos cargados de
moral cri stiana, cul pa y casti go. Al gunos antropólogos se han i ntere­
sado por esta temática a parti r de l os años noventa, como Osear
Guasch ( 1 99 1 ) que anal i zó fundamental mente por l os encuentros y
formas de social i zación gai s ( 1 99 1 ) , o Fernando V i l l aami l y María
I sabel Joci les (2008 y 20 1 1 ) quienes han centrado sus trabaj os en
cuestiones relacionadas con el i ntercambio sexual y el estudio de las
enfermedades de transmi sión sexual . Fi nal mente, Fernando Lores
(20 1 2) , tam bién antropólogo, ha presentado su tes i s doctoral donde
El sexo de la antropología ____
_ 53

ut i l i za cuesti ón del i ntercambio sexual anónimo como uno de los ele­


mentos de anál i s i s v i nculado al ámbito de la salud sexual .
La mayor parte de estos trabajos sobre intercambio sexual anón i ­
mo en España, al igual q u e sucedió en Estados Unidos, han partido de
l a necesidad y urgencia de real izar otros acercamientos a un colectivo
especialmente afectado por la expansión y esti gmatización del V I H a
partir de los años ochenta. El desconcierto social que supuso la pande­
m i a obl i gó a los científicos sociales a preguntarse acerca de los aspec­
tos sociales y cul turales de la enfermedad y sus implicaciones para la
atención a la sal ud sexual . S i n em bargo, el i ntercambio sexual anón i ­
mo entre hombres también puede s e r abordado para conocer otros ele­
mentos que no tienen únicamente que ver con cuestiones de preven­
c i ón de enfermedades de transm i sión sexual . El anál i s i s de esta
práctica nos puede ayudar responder, al menos en parte, a las rel acio­
nes entre cultura, sexual i dad y excl usión .
L a práctica del cruising n o s e puede expl i car únicamente a parti r
del esti gma que la soci edad occi dental ha cargado sobre los homo­
sexuales ( v er Kirk y Madsen, 1 989). Aunque es evi dente que la cons­
trucción social de l as personas homosexuales como al teridad sexual
ha s i do un factor determi nante para el desarrol l o de la práctica del
sexo anónimo entre hombres, este no es el único moti vo de su exi sten­
cia, ya que l os control es sobre la sexual idad no están solo ceñidos al
o bj eto de deseo, s i no también a l as formas legíti mas de sexual i dad. Es
deci r, la práctica del cru i s i ng no solo se pone en cuestión por tratarse
de relaciones sexuales entre hombres, sino también por la promi scui ­
dad y por la ruptura del consenso de exclusi v i dad sexual que dom i na
nuestro orden social . ¿Qué nos hace pensar que la aceptación social de
l a homosexuali dad haría desaparecer la práctica de cruising? Creo que
no nos hal lamos en condiciones de hacer pronósticos sociales sobre lo
que sucedería en el supuesto de l a aceptación de la homosexual i dad ,
y a q ue por el momento se trata únicamente de una ficción sobre la que
s ol o podemos especular posi bles consecuenci as pero de las que desco­
n o ce mos su alcance y i m pacto. Los datos estadísticos revelan una ma­
y or aceptación de la población homosexual entre l os j óvenes españo­
l es .6 S i n embargo, a pesar de la aprobación de la diversidad sexual de

6. V er informe sobre actitudes de la juventud ante la diversid ad sexual elaborado por


el C entro de investigaciones Socioló gicas en noviembre de 20 1 0.
54 __
En tu árbol o en el mío
__

casi el 80 por 1 00 de los j óvenes españoles ( según datos del C I S ) , la


estructura social se articula i gual mente a parti r del paradi gma de la he­
terosexual idad . Es decir, la homosexual idad únicamente podría ser l i ­
berada a part i r d e la reconfi guración d e l a s categorías sexuales que
ordenan nuestra sociedad y no de una netosexual ización que traslada
la aceptación social de l a diversidad a un aconteci miento estético.
La aceptación sin más de la diferencia sexual i m pl ica un mante­
nimiento de la alteridad , es dec i r, reconocer que exi ste un «otro» dife­
rente con condici ones particul ares pero i nferiores. Entiendo que la
tol erancia, por lo tanto, es una concesión de la sociedad heterosexi sta
y no una conqui sta homosexual , ya que no implica necesariamente un
cambio de paradigma sexual y los grupos soci ales en confl icto man­
tienen su si tuación de desigualdad . Pero, además , no todas las homo­
sexual idades son aceptadas en el nuevo marco tolerante, si no que la
aceptación sin cambio de paradigma sexual implica que sol o a aque­
l l as sexual idades más próxi mas a l as posturas hegemóni cas encuen­
tran un n uevo l ugar social en las parej as estables, monógamas, con
capi tal económi co y cultural , etc . Es por el l o por l o que creo que es
necesario problematizar el paradigma sexual en su conj unto, ser cons­
cientes de una v ez por todas de que no es posi ble pensar l a l i beración
gay sin l a de las prostitutas , lesbianas, transexuales, u otras categorías
sexuales subal ternas .
Sería un error creer que la desigualdad está únicamente determ i ­
nada por el obj eto d e deseo. B ien e s cierto q u e l a s rel aciones sexuales
entre hom bres son esti gmati zadas por la ruptura del mandato hetero­
sexual y q ue cualquier hombre que desea a otro hombre puede sufri r
la homofobi a, i ndependientemente de la capa social en la que se en­
cuentre. Sin embargo, difíc i l m ente podemos di scuti r que a pesar de
tratarse de hom bres que desean a otros hombres, sea lo mi smo ser
blanco, occidental , j oven, profesional y con recursos económicos que
i nmi grante, s i n papeles, sin di nero y con el V I H . El anál i s i s sobre la
diversidad sexual , no solo debe centrar nuestra atención en las prácti ­
cas sexuales de las personas y las identidades que se generan de estas ,
s i no también en el capi tal económico y cul tural de los sujetos implica­
dos en las m i smas . Un acercam iento a la d i versi dad sexual que no
tenga en cuenta las diferentes real idades sociales en las que operan los
actores es i ncapaz de expl icar la sexual idad como hecho cultural . No
podemos anal i zar las cuesti ones sociales de l a sexual idad al margen
El sexo de la antropologfa __
55
_
__

de l c ontexto económico en el que se desarrol l a. Es por ello por lo que


en este trabaj o trato hacer un acercamiento al obj eto de estudio a partir
u na m i rada intersecci onal ( ver Andersen y Hill Col l i n s , 2004; Cren­
s haw , 20 1 2 [ 1 99 1 ] y Platero, 20 1 2), es decir, teniendo en consi dera­
ción l as diferentes desigualdades que se cruzan en la composi ción del
s uj eto sexual mente m i noritario, ya que «la comparación de los dife­
rentes ej es de opresión es una tarea cruci al , no con el objeti vo de ha­
cer una clasificación de opresi ones, sino porque es probable que cada
opresión guarde una relación excepcional mente i ndicati v a con ciertos
n u dos característi cos de la organi zación cultural » ( Sedwick, 1 998
1 1 990 ] , p. 48 ) . Para estudiar la sexual idad debemos de tener en cuenta,
por lo tanto, que somos cuerpos situados ( Haraway, 1 995 ) , que ocupa­
rnos diferentes l u gares en la esfera social , y que «no todas l as expre­
siones de la sexual idad y de la i dentidad sexual o de género comparten
necesariamente el m i smo l ugar de transgresión» (Pl atero, 20 1 2, p. 1 9) .
A l fi n y a l cabo, cada persona o grupo e s m ucho más que una catego­
ría sexual , ya que forma parte de un conj unto de rel aciones que l e
asi gnan un l ugar social variable e n función d e s u s atri butos . A sí, en e l
anál i s i s d e l a práctica d e l crui s i n g n o solo debemos centrar nuestra
atención en la acti v i dad sexual , en el espacio o en la negociación, sino
que en el estudio de esta acti v i dad es i nev i table también tener en con­
s i deración las cuestiones de ori gen , etnia y clase para expl i car las di­
ferencias, transformaciones y matices de l as zonas de i ntercambio se­
x ual anóni mo.
2.
Homosexo en la sociedad industrial

Si los cristianos se reunían entre esqueletos y cadáveres, ¿por qué


habríamos de avergonzarnos nosotros por reunirnos entre meadas
y mierda?
RODOLFO RIVAS, 1 974
(cit. Llamas y Vidarte , 1 999, p. 47)

La margi nal idad en el estudi o hi stórico de al gunas sexual idades se ha


generado graci as al empeño de una hegemonía científica que se ha ar­
ti culado a partir de una ópti ca patri arcal que ha considerado insi gnifi ­
cantes otras real i dades i gual mente constituti vas d e hi storias. S i n em­
bargo, conocer estas hi stori as (en pl ural ) es un mecanismo para preve­
n i r l a repetición de la opresión ; son necesari as l as historias del exi l i o
homosexual q u e recuerden a l o s vi vos l o s m uertos ( Eri bon , 20 1 2) , a
los ci udadanos con derechos, el pasado de opresión, y a l os j óvenes
i niciados, l as experi encias v i v i das por maricas, lesbianas y trans pre­
decesoras .
Este capítulo transcurre por la hi stori a del sexo entre hombres
para relacionar l os hechos del pasado con la real idad actual de la ho­
mosexuali dad en Occidente. Los estudios exi stentes sobre homosexua-
1 i dad se han centrado fundamental mente en dos momentos hi stóricos:
u n pri mer período basado en una homosexual idad griega i nstituciona­
l i z ada y m i tológica, que en al gunas ocasi ones ha si do moral mente
i de al i zada para j ustificar la homosexual idad actual en Europa, si n te­
ner en cuenta el abi smo cultural entre la época griega clásica y el s i ­
gl o xxi. Y un segundo q u e anal i za la homosexual i dad a partir d e fi na­
l es del siglo x1x, momento en que Foucault ( 2005 [ 1 976] ) emplaza el
s u rgi mi ento de la nueva sexual i dad moderna.
Cada vez exi sten más trabajos que se sitúan entre estos dos mo­
me n tos tan distantes en térmi nos diacróni cos y cul turales como el ex­
c el e n te l i bro Sexo y Razón de Franci sco V ázquez García y Andrés
Mo re no Mengíbar ( 1 997) , el trabaj o de Rafael Carrasco que presentó
e n 1 985 con el título de Inqui sición y represi ón sexual en Valencia.
58 ____
_ En tu árbol o en el mío

Historias de los sodomitas ( 1 565- 1 7 8 5 ) , o Quemando Mariposas.


Sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos xv1-xv11 de Federico
Garza ( 2002) . Además, uno de Jos pen sadores más i nfl uyentes que
ha estudiado este i ntervalo hi stórico en materi a de homosexual idad ha
sido John Boswel l , que baj o el título de Cristianismo, Tolerancia So­
cial y Homosexualidad (Boswel l , 1 993 [ 1 98 1 J ) , presenta un excepcio­
nal anál i s i s de Ja real idad sexual entre hombres desde el comi enzo de
l a Era Cristiana hasta el s i g l o XIV . La hi stori a de opresión de las
sexual idades no procreadoras en el com ienzo de Ja era cristi ana es
muy simi lar a Ja de los j udíos según B oswel l . Los países que i mponían
una homogenei dad rel i giosa, también restri ngieron y regul aron Ja con­
ducta sexual . I ncl uso se uti l i zó la m i sma propaganda contra j udíos y
contra sodom i tas. S i n embargo, como apunta Boswel l (/bid. , pp. 36-
39), el j udaísmo pasa de generación en generación transmitiendo una
sabi duría producida durante s i glos de opresión con consej os sobre
cómo evitar las vej aci ones y Ja hosti l idad social y encontrar el recono­
cimiento dentro del grupo. Pero la mayor parte de los homosexual es
no han gozado de esta transm i si ón de conoc i m ientos y se han v i sto
abocados a sufrir y a responder a J a opresión en sol itario. Es por ello
por Jo que resulta complicado reconstruir una hi stori a de l as rel aci o­
nes entre hombres ya que se trata de un prej uicio anti guo que ha sido
constantemente fal seado en los regi stros históricos y del que no exi ste
memori a colecti va.
La genealogía que presenta Michel Foucault ( 2005 f 1 976] ) si túa
el cambio de paradi gma en J a gestión social de l a sexual idad en el s i ­
glo X I X , momento a parti r d e l cual se construye u n a nueva forma d e
admi n i stración d e l cuerpo articulado a partir d e l poder1 q u e obl i ga a

1 . En el anál isis de Foucault es necesario tener en cuenta su visión del poder como
algo siempre presente e ineludible, de lo que ninguna persona en sociedad puede esca­
par, como algo intrínseco a la vida « . . . no es posible escapar del poder, que siempre
está ahí y constituye precisamente aquello que se intenta oponer» (2005 [ 1 976] , p. 86).
Cuando Foucault se refiere al poder asegura: «Por poder no quiero decir "el Poder",
como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos
en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a
la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema
general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efec­
tos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis
en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado,
la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas
terminales. Me parece que por poder no hay que comprender, pri mero, la multiplicidad
H omosexo en la sociedad industrial ____
_
__ 59

cada persona a reconocerse como horno («perverso») o hetero ( «nor­


m a l » ) . Foucault materiali za esta idea a parti r de la noción de biopoder,
d o nde l o i mportante no es el nivel ni la cantidad de represión , sino la
n ue v a forma de poder que se ejerce sobre l os cuerpos , l a emergencia
de n u evos di scursos y l a confi guraci ón de n uevas subj eti v i dades
( Fou cault, 2005 [ 1 996] ) . A partir de estas ideas deci monónicas la ho­
mo se xual idad no solamente pasa a ser repri m i da, sino que sobre todo
se con struye para ser interpretada, j uzgada y sancionada.

La explosión discursiva de los siglos XVIII y XIX provocó dos modifica­


ciones en ese si stema centrado en la al ianza legítima. En primer lugar,
un movimiento centrífugo respecto a la monogami a heterosexual . Por
supuesto, continúa siendo la regla i nterna del campo de las prácticas y
de los placeres. Pero se habla de ella cada vez menos, en todo caso con
creciente sobriedad. Se renuncia a perseguirla en sus secretos; sólo se le
pide que se formule día tras día. La pareja legítima, con su sexualidad
regular, tiene derecho a mayor discreción. Tiende a funcionar como una
norma, quizá más rigurosa, pero también más silenciosa. En cambio, se
interroga a la sexual idad de los niños, a la de los locos y a la de los cri­
minales; al placer de quienes no aman al otro sexo; a las ensoñaciones,
las obsesiones, las pequeñas manías o las grandes furias. A todas esas
figuras, antaño apenas advertidas, les toca ahora avanzar y tomar la pa­
labra y reali zar la difícil confesión de lo que son (Foucault, 2005 [ 1 976) ,
pp. 39-40).

En Europa, a fi nales del siglo XIX, la nueva l ógica social generada a


part i r del creci m iento del pensami ento burgués se fue abriendo paso
frent e al j uicio ari stocrático y de l as rel i giones de raíz j udeocri stiana,
l os cuales ya habían quedado trasnochados ante las tendencias i ndus­
tri al es y psiquiátricas de nuevo cuño. La ciencia se pone en manos de
l a burguesía para serv i r a sus i ntereses particulares , de manera que el
n uevo pensamiento trata de regular cualquier tipo de deseo que escapa
de la ortodoxia burguesa, proclama el matri monio monógamo como el

de re laciones de fuerza inmanentes y propias del campo en el que se ejercen, y que son
con sti tutivas de su organización; el juego que por medio de l uchas y enfrentamientos
in ces a ntes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones
d e fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que conformen cadena o sistema,
º · al co ntrario, los desniveles, las contradicciones que aíslan a unas de otras» (Foucault,

200 5 [ 1 976] , p. 97).


60 ____ En tu árbol o en el mío

l ugar para el sexo y el coi to vagi nal como la práctica legíti ma. Así, se
genera un nuevo pensamiento que permite clasificar a los homosexua­
les como suj etos obj etivables, pero también confi gura un modelo de
fam i l i a nuclear que redefi ne el patri arcado. Este giro afectó a diferen­
tes esferas de la v i da social como la organización del trabajo, del es­
pacio públ ico, la v i da pri vada y la gestión económica. Pero, en el te­
rreno de la sexual idad , permitió además l l evar a cabo el paso hacia un
régi men bi nario entre lo permitido y lo prohi bido, una ordenación le­
gal que haría públ i co aquel lo que hasta el momento pertenecía al ám­
bito de l o ínti mo. Nace un modo de anál i s i s que no solo afecta a las
conductas perm i ti das y las prohi bidas, s i no que tam bién determ i na
l as normales y l as patológicas, de manera que cada persona admini stra
sus propi as expresiones de deseo baj o la amenaza del casti go, no solo
j udicial , sino también de suj eción médica.
Este control sobre el cuerpo del i m i ta la experiencia homosexual
para nomi narla y dotarla de si gnificado, asi gnarle unas causas y pro­
porcionar un sentido s i m ból ico que la desacredite. Gracias al crecien­
te poder psiquiátrico, el homosexual pasa a ser construido no solo
como suj eto legible, si no sobre todo como obj eto de cura, como una
perversión particular categori zada de manera diferente al resto de fi ­
lias sexuales que hasta el momento se recogían bajo la noción de sodo­
mía. El homosexual se construye como un ente clave para la organi za­
ción social del sexo, ya que permite determi nar la al teri dad sexual , y
por lo tanto señalarlo como un sujeto i ndeseable. En palabras de Fran­
ci sco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar, «el perverso será a
l a v ez un parási to ( i nfecci ón de la que debe protegerse la sociedad
mediante medidas profi l ácticas ) , un cri m i nal (obj eto de castigo penal
y de i n s pección forense) y un demente (obj eto de tratami ento psi ­
quiátrico) , si n que estos térmi nos se contradi gan m utuamente» ( 1 997,
p. 242).
Esta transformación en la concepción y tratamiento de l a sexua­
l i dad necesitó de al gunos precedentes que pudieran dar l u gar a estos
aconteci m i entos . Desde fi nal es del siglo xvm, la medicina l egal ya
procuraba engendrar una nueva gobernabi lidad li beral que sati sficiera
l as necesidades del momento. En este sentido, el l i bro de A mbroi se
Tardieu Estudio médico-legal sobre los delitos contra la honestidad,
publi cado por pri mera vez en 1 857 (traducido al castellano en 1 863)
supone un punto de referencia para l a confi guración del nuevo pensa-
Homosexo en la sociedad i ndustrial ____
__ 61

m i e nto sexual . Tardieu dedica un capítulo a la pederastia, en el que


i ncl uye l as relaciones entre perso nas del m i smo sexo . A l l í presenta un
estudio descri pti v o que pone su atención tanto en aspectos anatómi ­
cos , para del i m i tar l a formaci ón corporal d e l os pederastas, como e n
aspectos sociológicos, para determi nar su esti lo d e v i da. Y subraya l a
frecuente implicación d e los pederastas en crímenes gravísi mos (Váz­
quez García y Clemi nson, 20 1 O, p. 3 8 ) . En España, el doctor Pedro
Ma ta también había l levado a cabo algunas descri pciones sobre el es­
ti l o de v i da de l os pederastas donde señalaba l os l ugares en los que
acostum braban a produci rse este tipo de prácticas , como los cuarteles
y l as cárceles.

Hay criaturas bastante depravadas para buscar el placer, no ya en los


individuos del otro sexo, sino en los del suyo propio. Esta abomi nable
aberración de la voluptuosidad del hombre se ha observado en todas las
edades y varios pueblos de costumbres muelles y livianas [ . . . ]. Los ro­
manos llegaron a tal depravación que l lamaron a Cesar el marido de
todas las mujeres y la m ujer de todos los maridos [ . . . ] . En los cuarteles,
en las cárceles, en los presidios y en los buques es muy frecuente la
pederastia: fal tos de mujeres, no contentos con masturbarse, son mu­
chos los miserables que se entregan a tan i nmunda crápula (Mata, 1 846,
pp. 1 3 3- 1 34).

Es paña y sus circunstancias

A pesar del i m pacto de A mbroi se Tardieu en la medi cina l egal espa­


ñola, la cuestión de l as perversiones sexuales no pasó a i ncorporarse al
Cód i go Penal hasta 1 928 , en el marco de la di ctadura de Pri mo de Ri ­
ver a. La condena de l as perversi ones sexuales tenía la fi nal idad de
sofo car el malestar general provocado por la pérdida de i denti dad
mascul i na que al gunos sectores consideraban que estaba v i v i endo el
paí s. Para los más conservadores, ésta era la causa que había provoca­
do l a derrota de las guerras de Cuba y de Marruecos .
E n este contexto sociosexual , Europa arranca e l s i glo x x con un
n uev o paradi gma ya consol idado y un basto sentido legal que hace de
la medici na la encargada de determ i nar si una conducta sexual se trata
u n de l i to o si contiene algún si gno de locura. También en la última
62 ____
_ En tu árbol o en el mío

década del siglo XIX y pri ncipios del xx, nuevos agentes toman parte
en el di scurso sexual en España: j uri stas, pedagogos y otros ensayi stas
de tilde regeneracioni sta toman la palabra sobre la cuestión sexual .
Entran en escena personajes como Bernaldo de Quirós y Ll anas Agi­
laniedo, que en 1 90 l publ ican La mala vida en Madrid ( l 90 l ) , donde,
con pretensiones científicas, presentan diecinueve casos de «inverti ­
dos sexual es» descri biendo sus características físicas , genitales y ana­
les, así como las prácti cas que prueban su perversión. El l i bro ofrece
tam bién al gunas fotografías de al gunos urani stas2 para que el l ector
pueda identificar al gunas de sus características . Los autores, además ,
alertan de la exi stencia de l ugares de encuentro entre «invertidos» en
Madrid y de las posi bles consecuencias para los hombres que los fre­
cuentan :

En los l ugares más céntricos y animados de Madrid, los urani stas de


todas categorías hacen la carrera, una carrera doble en que el íncubo
busca al súcubo y éste a aquél . . . a veces, con equivocaciones involun­
tarias de funestas o grotescas consecuencias. Algunos, no obstante,
chulitos afeminados que se exhiben ante señori tos, se transforman re­
pentinamente de íncubos en súcubos si se les paga el sacrificio [ . . . ] .
Cerca de los lugares sombríos y apartados, donde vaga la pajillera, ron­
dan también los urani stas de peor condición, más repugnantes y pel i­
grosos. Al gunos de los cuales, a la perversión del i nstinto sexual , se
asocia la perversión del sentido olfativo, perfumándose con olores re­
pugnantes. Otros se valen de la inversión para el hurto y el robo, a ve­
ces acompañado del asesinato. Vióse una de estas tragedias del vicio en
la muerte de un cura de Meliá ( 1 898). El desdichado no encontró la
muerte violenta por contarse - como alguien pretendía - en la clase de
los que viven solos; murió antes bien, por ser de los que viven mal
acompañados, víctima pues, de la disciplina de las consecuencias (lbid. ,
p. 285).

Respecto al caso de Barcelona, Max-Bembo publ ica en 1 9 1 2 La mala


vida en Barcelona donde anal i za los actos de i nmoral i dad social como
la mendicidad , prostitución o del i ncuencia en el espacio urbano. La
mala vida en Barcelona es un l i bro que pretende buscar reconoci-

2. Término utilizado en el siglo X I X para referirse a las personas consideradas con un


cuerpo de hombre pero con una psique de mujer.
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-
-- 63

m i ento con el u s o d e un l enguaj e q u e s e presenta como neutral , fruto


de una i nvesti gación ri gurosa, pero que, sin duda, transm ite una fuerte
ca rga moral e ideológica del escri tor. Max-Bembo no sabe cómo defi ­
n i r y clasifi car las diferentes prácti cas sexuales y, s i mplemente, l as
si túa en el ámbito de la inversión, en la medida en que no cumplen en
fi n ú l ti mo de la reproducci ón.

Sabemos que la normali dad es la herencia del instinto de reproducción,


lo masculi no uniéndose a lo femeni no para continuar la perfección del
tipo de la especie. Este i nsti nto puede desviarse, es decir, es anómalo
desde el momento que no cumple la herencia; se pervierte en tanto que
disminuye la atracción de seres contrarios; hay aberración en tanto que
se anula el fin primero de la vida (Max-Bembo, 1 9 1 2, pp. 2 1 -22).

Max-Bembo también hace hi ncapié en los encuentros sexuales en es­


pacios públ icos. Enumera cines, teatros , cal lej ones, urinarios, aglome­
raciones, tranv ías, paseos, i glesias y baños como l ugares suscepti bles
para el encuentro sexual entre hombres (/bid. , pp. 46-5 1 ). S e m uestra
sorprendido por la forma en la que se establece el contacto entre hom­
bres en espacios públ i cos:

El homosexual acecha fuera la entrada de un sujeto; entra súbito, procu­


ra ponerse en la casilla vecina, y al tiempo que saca el pene para satis­
facer l a necesidad, l e coge sin decir palabra las más de l as veces, lo
masturba y cada cual por su camino, sin rechi star. [ . . ] Yo recuerdo la
.

protesta que elevaron al Gobierno, años ha, las damas madrileñas, ro­
gándole suprimiera los urinarios públicos o los reemplazaran por retre­
tes con lavabos, alegando que eran un estímulo a la relajación de cos­
tumbres. Tenían razón, aunque los diarios se burlasen de la petición. No
sólo en Madrid: aquí en Barcelona también debe hacerse. Hay homo­
sexuales que emplean el día siguiendo urinarios, como el borracho si­
gue tabernas y la beata iglesias (/bid. , pp. 48-49).

F i nal mente, reconoce que el l u gar idóneo de conqui sta homosexual es


e l parque. Para avalar esta afi rmación , descri be un l ugar con el que
prete nde dar fe de este tipo de actos:

Debajo de los tilos, en esa avenida frondosísima que no deja pasar el


sol , en esos bancos que ofrecen al paseante descanso, es ahí donde se
64 ____
_
En tu árbol o en el mío

inicia la conqui sta, sobre todo en días de trabajo. Preguntas inocentes


primero; picaresca después, y por último, la declaración formal . Si no
pasa gente, debajo mi smo de los tilos la anormal idad se cobija; si pasa,
es en las montañas que simulan las de Montserrat, donde se da rienda
suel ta a la pasión. A veces los guardias están a punto de sorprender a
los homosexuales; pero escapan valiéndose de los numerosos caminos
secretos de aquéllas. [ . . ] Ya no es el parque el sitio de los enamorados:
.

lo es el de los homosexuales (/bid. , pp. 49-50).

Exi sten otros títulos de este ti nte, como la compilación del Doctor
Suárez Casañ , que desde 1 893 publ i có una serie de vol úmenes en tor­
no a una colección l l amada Conocimientos para la vida privada. En el
sexto vol umen, dedi cado a la pederastia, Suárez Casañ no escati ma en
rel acionar cri men y homosexualidad en un texto cargado de connota­
ciones ideológi cas :

El hombre encallado en las repugnantes prácticas de la pederastia, es


capaz de todos los crímenes y de todas las infamias. Comienza por fal ­
tar a Dios, a l a s leyes, a sus semejantes y a sí mismo. Y u n hombre que
no tiene temores, ni dudas de conciencia, que se acostumbra a despre­
ciar las leyes humanas, que atenta contra la sociedad y arrastra con in­
diferencia el desprecio general de sus semejantes, ese hombre no es
hombre, es un monstruo capaz de todo lo malo, de todo lo exacrable y
vil y detestable (Suárez Casañ, 1 893 , pp. 3 1 -32).

Suárez Casañ se escandal i zó antes que Max-Bembo por la expansión


homosexual , y pidió la colaboración i nsti tucional para acabar con l as
prácticas sexuales entre hom bres en espacios públ i cos:

Aún hoy en día exi sten en dicha capital [Barcelona] paseos oscuros y
sol itarios durante la noche, en los cuales, a merced de las sombras se
comenten l as mayores torpezas. [ . . . ] En estos sitios, no ignorados de
nadie, sitios que son un pel igro para la seguridad personal y para la de­
cencia, debieran colocarse faroles de gas o focos eléctricos que ahuyen­
taran con sus rayos a esos nocturnos pajarracos, enemigos de la morali­
dad. No insi stimos sobre este punto delicado, que está en la conciencia
de todos, y que, únicamente hemos señalado, para probar que este vicio
vergonzoso no es tan il usorio como algunos pueden pensar, juzgando
por su natural repugnancia, y que las autoridades debi eran velar con
energía para extirparlo de raíz, con lo cual se evitarían, indudablemen­
te, grandes males (Suárez Casañ, 1 893 , p. 55).
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 65

La oscuridad que bri nda una ciudad en la que los habitantes se desco­
nocen se asocia a los grandes pel i gros y las peores ofensas a la mora-
1 i d a d . Así lo manifestaba también Rodríguez-Sol i s en su vol umen
His toria de la prostitución en España y América en 1 89 1 :

Todos cuanto temen la l uz del sol , todos cuantos recelan de la claridad,


salen de sus antros, dejan sus guaridas, se desperezan y ejercitan su ac­
tividad, protegidos por las sombras. Estas son las queridas [las prostitu­
tas] de los grandes criminales y de los grandes viciosos. [ . . . ] Oficios o
industrias que prosperan de día, mueren al llegar la noche. Por el con­
trario otras no viven sino con ella ( Rodríguez-Solis, 1 89 1 , p. 250).

Otro de los autores de fi nales del siglo XIX fue Lucas Mal l ada. En
1890 publ i có Los Males de la Patria y la futura revolución española
donde, tras hacer hal ago de todas l as conqui stas que ha l ogrado l a
« raza i bérica» , adv ierte d e l a decadencia en la q u e ha caído «nuestra
raza» . Considera que la pérdida de v i ri l i dad de los hom bres españoles
es uno de los grandes males de la soci edad ( Mal l ada, 1 969 [ 1 980] ,
p . 37).
La i deología recuperacioni sta fue uno de l os pri nci pios sobre los
que se construía el credo de la dictadura de Pri m o de Rivera quien, ya
en un manifi esto de toma de posesión, al udía a la v i ri l i dad español a
como un elemento necesario para el buen gobierno del país y para ello
refería a la homosexual idad s i n mentarla:

. . . Basta ya de rebeldías mansas, que sin poner remedio a nada, dañan


tanto y más a la disciplina que esta recia y viril a que nos lanzamos por
España y por el Rey. Este movimiento es de hombres: el que no sienta
la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón,
sin perturbar, los días buenos que para la Patria preparamos. ESPA Ñ O­
LES. ¡ VIVA ESPA ÑA Y V IVA EL REY ! (Diario de Barcelona, 13 de
septiembre de 1 923, p. 5.84 1 ).

Du rante la dictadura de Pri mo de Rivera, se recuperaron l i bros como


el del psiquiatra José Martínez Val verde ( 1 899) titulado Guía del
di ag nóstico de las enfermedades mentales, que presenta la i nversión
se xu al como una predi sposición heredi taria.
La homosexual idad se había convertido en una categoría capaz
d e al ienar cualquier otra con la que se le asociara, ya fuera al moder-
66 ____ En tu árbol o en el mío

nismo, al arte o al pensamiento pol ítico. Al fi n y al cabo, la homose­


xual idad ha sido a lo largo de la hi storia una i nj uria faci lona que siem­
pre ha l egiti mado los i ntereses del emi sor del oprobi o.
Más adel ante , el ps iquiatra César J uarros se encargó de l a tra­
ducción de El contagio mental de V i gorou x y Juquelier donde l os
autores sostienen que:

Un muchacho atacado de inversión sexual internado en un colegio, pue­


de propagar esta afección alrededor de él ; para él , el muchacho realiza­
rá el acto evocando primero la imagen de una mujer; pero cuando haya
practicado bastante tiempo la pederastia, teniendo siempre delante de
los ojos la imagen de la mujer, toda su vida sexual tomará poco a poco
una fal sa dirección y terminará, por la fuerza de la costumbre por con­
vertirse en urani sta, hall ando su sati sfacción exclusiva en la pederastia
(Vigouroux y Juquelier, 1 906, p. 259) .

Pero César Juarros tam bién publ icó otro l i bro de autoría propia al que
tituló Psiquiatría del médico general. En este l i bro, muestra su preo­
cupación por la cuestión de la homosexual i dad , donde reconoce que
exi ste una cierta probabi l idad de ser homosexual , pero «si la sem i l l a
n o cae sobre este terreno, no germ i nará l a planta cruel d e la al iena­
ción» (Juarros , 1 9 1 9, p. 1 0) . Propone que con un buen régimen higié­
ni co, l a cuestión heredi taria puede esqui var la al ienaci ón.
S i guiendo esta l ínea de conformación anatómica para determi nar
la ori entación del deseo sexual de las personas , se pueden encontrar
trabajos como el Manual de patología general de Ricardo Nóvoa San­
tos ( 1 930) o Generación y crianza o higiene de la familia de Lui s
Comenge ( s .f. ) . Comenge plantea que en la especie humana no se co­
nocen casos de hermafroditi smo absol uto, haciendo referencia cl ara a
un planteamiento excl usivamente anatómico de la sexual idad. El autor
no escatima en arremeter contra otras formas sexuales a las que cal ifi ­
c a d e desgraciados y monstruosos .
La propuesta del doctor Gregorio Marañón supone un giro en el
pensamiento médico español . Marañón traslada a l a endocri nología la
expl icaci ón del i nsti nto sexual y si enta las bases para una compren­
s ión cromosómi ca de la sexual i dad . Plantea que todos l os cuerpos
pueden desarrol l arse como hombres o m uj eres a lo l argo de la v ida,
aunque apunta que exi ste un período críti co en al adolescencia al que
hay que prestar especial atención. Cada varón debe pasar por un perío-
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 67

d o de femini dad y cada m ujer debe pasar por un período de mascul i n i ­


da d , e n l a medida en q u e cada persona supera esta «cri si s» s e determ i ­
na su éxito como persona predom i nantemente hom bre o m uj er y
h et erosexual . En los casos en los que este proceso evol uti vo no se
de sarrol l a correctamente, el resul tado puede ser o un estado i nter­
se x ual o la homosexual i dad (Vázquez García y C l e m i nson, 20 1 0,
p p. 98-99) . Por lo tanto, para Marañón, «los caracteres anatóm icos de
l o femenino y de lo masculi no, no son si gnos opuestos , sino meras
fases de una misma evol ución» ( Marañón, 1 930 [ 1 929) , p. 245 ) .
Marañón reconoce q u e el arqueti po d e hombre y m ujer son casi
una fantasía, ya que los estados de confusión sexual en sus diferentes
verti entes acostumbran a ser una constante en la mayor parte de las
personas. Considera que no se deben esti gmati zar a los i ntersexuales
(en termi nología marañoni ana) , ya que los propios hombres de l a ac­
tual i dad tampoco han alcanzado la mascul inidad que requiere una di­
ferencia sexual clara y definida, aunque esta debe ser la meta de toda
sociedad, aclara (Marañón, 1 930 [ 1 929] , p. 3 ) . Por lo tanto, la homo­
sexual i dad , según Marañón , no debería estar casti gada l egal mente, ya
que de un modo u otro podría i ncum bi r a gran parte de la pobl ación.
La i nfl uenci a del psicoanál i s i s para la acl aración del fenómeno
de la homosexual idad fue más tardía en el caso español que en el res­
to de Europa, ya que las expl i caci ones de la sexual idad prov inieron ,
fundamental mente, de la psiqui atría y la endocri nol ogía y, a su vez,
estuvi eron marcadas por un di scurso d i v ul gati vo que todavía mante­
nía la l ógica del regeneracionismo.
La eval uación de la pel i grosidad social de los homosexuales de
l a época planteaba, según Campos Marín ( 2007, pp. 46-47), dos pro­
bl e mas fundamental es. Por un lado, se trataba de la adopción de un
co n cepto ajeno al lenguaj e médico, que l i m i taba el carácter científico.
Pe ro, por otro lado, los psiquiatras tuv ieron grandes dificul tades para
es ta blecer l os l ímites de lo que era pel igrosidad social .

A pesar del consenso que exi stía entre los psiquiatras en tomo a la peli ­
grosidad del enfermo mental s e encontraron con u n problema difícil de
salvar: la determinación práctica de dicha pel igrosidad. [ . . . ] Por lo tan­
to, el concepto de peligrosidad no se fundamentaba en pri ncipios exclu­
sivamente científicos. Semejante reconocimiento llevaba a los psiquia­
tras a un callejón sin salida ante los juri stas y la sociedad. Sin embargo,
a pesar de no poseer un aparato científico que les permitiera la consta-
68 ---- En tu árbol o en el mío

tación y definición científica y objetiva de la peligrosidad, apel arán a su


experiencia y formación para arrogarse esa mi sión, argumentando, ante
las críticas que tachaban sus métodos de ambiguos y contradictorios, las
dificul tades de diagnosticar la locura de un individuo (Campos Marín,
2007, p. 5 1 ).

Más al lá de los di scursos médi cos , legales y de divul gación regenera­


cioni sta, la cuestión de la homosexual idad ya estaba presente en l os
años vei nte y trei nta en toda la sociedad. Eran constantes las caricatu­
ras respecto al afemi nami ento de al gunos hom bres y l as sospechas
sexuales de aquel los no casaderos acostumbraban a ser obj eto de hi la­
ri dad y chismes. Podían verse diferentes representaci ones en la prensa
en las que en un tono burlón i nj uri aban a aquel los hom bres que no
cumpl ían con la norma sexual establecida. En este sentido, se publ ica­
ron diferentes artículos donde se promovía la hum i l l ación de los ho­
mosexuales. En uno de sus números, se parodia la huida a Franci a de
Gregario Marañón y, entre las descal ificaciones, se incl uye la de defen­
sa de los homosex ual es. «El plagiador de Freud, el cantor de l os ho­
mosexuales, el fal so apóstol de la pura sexual idad»3 (L' Esquel la de la
Torratxa, 19 de febrero de 1 937, p. 7 1 ) . En otro número del mi smo se­
manario aparece una caricatura de diferentes grupos sociales bajando
del tren de l legada a B arcelona, entre los que se encuentra prosti tutas ,
negros , nudi stas y «ricarditos» , haciendo una cl ara al usión al escánda­
lo j udicial de gran i mpacto mediático que se había producido durante
la dictadura de Pri mo de Rivera en el que estaban env uel tos dos perso­
najes de dudosa orientaci ón sexual4 ( L ' Esquel la de la Torratxa, 28 de
j ulio de 1 93 3 , p. 47 1 ) .
A pesar de estas burlas y sanciones social es, en determi nados
espaci os de l as grandes ci udades la presencia de hombres en busca de
otros hom bres era cada vez mayor y más v i si bl e . Esta v i s i bi l i dad se
consol idó no sol o gracias a la expansión u rbana s i no también a la
emergente presencia de l i teratura de v i so homosex ual , que durante
los años 20 y 30 difundió otras expresi ones del deseo sexual . Algu­
nos autores, como Antonio Hoyos, Á lvaro Retana, el chileno A ugusto

3. Texto original : «El plagiador de Freud, el cantor deis homosexuals, elfals apos­
to/ de la pura sexualitat . . . » .
4 . Para profundizar en este acontecimiento ver el libro Masculinidades en tela de
juicio de Nerea Aresti (20 1 0).
H omosexo en la sociedad industrial ----
-- 69

D ' Hal mar, o el francés André Gide, col aboraron en la generación de


ot ros modos de percepción del deseo entre hombres desde una pers­
pec ti va diferente a la psiquiátrica, j urídica o de d i v u l gación regenera­
ci o nista.
El l i bro Corydon de André Gide ( 1 97 1 [ 1 924] ) i rrumpió en el
pan orama español en el año 1 929. Gide presentaba la homosexual idad
desde un punto de v i sta positivo y hacía una defensa de el l a, lo que
generó diversas reacciones entre pensadores y médicos, entre el l as la
del propio Gregorio Marañón que, en el prólogo a l a segunda edición,
aseguraba que en l a homosexual idad no hay nada di gno de apología,
aunque, eso sí, insi stía nuevamente en que hay que mantenerl a fuera
de la ley. El éxito de Corydon levantó ampol las entre l os sectores más
reacci onari os que consideraban que una cosa era aceptar al homo­
sexual como una v ícti ma y otra como al guien normal (Mira, 2007
1 2004]). Esta obra abrió el cam i no para la i ntroducción de la cuestión
de l a homosexual i dad en l os estudios académicos, permi tiendo que la
sexual idad también fuese pensada desde otra posición ajena a la m i ra­
da médica.
Por otro l ado, Antoni o Hoyos fue un ari stócrata que no vacil ó en
hacer públ ica su homosexual idad y sus preferencias por los j óvenes
prol etari os. Hoyos se encuentra entre los más destacados escri tores
del pri mer cuarto del siglo xx y representó la fi gura del dandi i bérico,
siendo obj eto de críticas y chismes por todo Madrid (/bid. ) .
También e l uruguayo Al berto N i n Frías publ icó e n 1 932 Homose­
xualismo creador, donde critica el discurso psi quiátrico de la homose­
x ual idad y defi ende el deseo homosexual frente a una sociedad hosti l .

No bien estudiada aún por l os biólogos, e l temperamento uránico se


revela al sabio tan divino y definible como el hombre o la mujer, consi­
derados tipos normales. La anormalidad del uránico no está en él, sino
en quienes no participan en su modalidad sui generis La hi storia nos
. . .

enseña cómo se comporta la sociedad con las minorías. La intolerancia,


el fanati smo, la incomprensión de sus derechos se ceban en ellas, pero
no logran destruirlas porque a ello se opone el plan cósmico (Nin Frías,
1 932, p. 1 7).

Ot ro de los autores del mom ento fue Á l varo Retana quien, como An­
toni o Hoyos, hacía públ i ca s u homosexual idad por doquier. Las nove­
l a s de Retana descri ben la subc ultura homosexual madri l eña e i nvitan
70 __
En tu árbol o en el mío
__

a mi grar a Madrid a otros hom bres de Es paña para partici par de l a


vida d e l tercer sexo. A través de sus obras , intenta guiar a l lector hacia
la subcultura homosexual madri leña, i nfl uyendo en los deseos sexua­
les de sus l ectores (Zamostny, 2009, p. 5 5 ) . Retana era un autor pro­
vocador, letri sta de cuplé y republ icano orgulloso de su «desviación».
Una anécdota «lo si túa ante un tri bunal de j usticia franqui sta, acusado
de perversión de menores y sacri legio: según el fi scal , seducía a j óve­
nes cuyo semen escanciaba en cál ices sagrados, de los que l uego be­
bía. Cuando durante el j uicio sal ió a col aci ón este aspecto, Retana
respondió - No señor j uez, no necesitaba de cál ices, me lo bebía di­
rectamente - » (Mira, 200 1 , p. 7 1 ) .
Esta ol eada homófi la l l ega a España en los al bores de la Segunda
Repúbl i ca en un contexto que da pie a la construcci ón de esta i denti ­
dad mi nori tari a. Por un lado, en el di scurso médico, los planteam ien­
tos científicos sobre l a homosexual idad de Gregorio Marañón habían
tomado fuerza. La homosexual idad había quedado fuera del Código
Penal en 1 932 tras l a derogación del de Pri mo de Rivera gracias, en
parte , a la i nfl uenci a de Lui s Ji ménez de Asúa ( 1 929) .5 En al gunas
grandes ci udades como Madrid y B arcel ona, ya amanecía una i nci ­
piente escena homosexual que, poco a poco, se hacía más v i s i ble, aun­
que frecuentemente fuese obj eto de risas, chi stes , i nsultos y oprobios.
Por otro lado, se estaba construyendo una nueva concepción de la ur­
banidad que favorecía l as l i bertades i nd i v idual es de sus habi tantes.
Y , por último, un ai re general de cam bio social daba pie al inicio de
una i dentidad homosexual que pronto se vio cercenada con l a l legada
de la dictadura franqui sta.
Esta subcul tura i nci piente era más bien dispar, en función de una
multiplicidad de factores como la clase social y los intereses sexuales.
Pero, a medida que se hacía más v i sible, también se generaban redes
de apoyo entre los diferentes grupos , que a su vez hacían más difíci l la
identificación de la homosexualidad con una cl asificación clara y de­
term i nada.

5. Jiménez Asúa presentaba en Libertad de amar y derecho a morir ( 1 929) un aná­


lisis sobre diversos asuntos como la e utanasia, el aborto, la prostitución o los métodos
anticonceptivos. También abordaba la cuestión de la homosexual idad para denunciar
la intromisión legislativa en la vida privada de los ciudadanos (Jiménez Asúa, 1 929 ,
pp. 20 1 -204).
Homosexo en la sociedad industrial ____
__ 7¡

Desde fi nales del s i g l o XIX, ya se celebraban al gunas fi estas y


ba i l e s de homosexuales en B arcelona y Madrid, aunque estos parecen
ha b er estado más relacionados en un pri mer momento con la clase alta
( V á zquez García y Clemi nson, 20 1 0 [ 2007 ] , p. 263 ). S i n embargo, la
c on strucción de una subcul tura homosexual más extendida comenzó a
as en tarse a parti r de l os años vei nte medi ante diferentes formas de
re si stencia al orden sexual domi nante.
En l os años vei nte y treinta, prol iferaron al gunos cafés que agl u­
ti n aban a diferentes personas deseosas de cumpl i r al gunos caprichos
sexual es, como es el caso de El Polinario de Granada y el el C afé de
Levante en Madrid, frecuentado por el escri tor A ntoni o Hoyos ; en
B arcel ona podían encontrarse bares y cafés de estas características por
e l barrio chino de la ci udad y al rededor de la cal le Escudellers (Váz­
quez García y Clemi nson, 2007, pp. 265 -266).
Todos estos cambios de representación y v i si b i l i zación homo­
sexual quedaron truncados por la l legada de l a guerra ci v i l y el fran­
q u i smo que no sólo persi guió a los anarqui stas , comuni stas y republ i ­
canos, como a veces s e h a simplificado, sino que también atajó cualquier
muestra de desviación al orden moral i mpuesto por la Iglesia Catól i ca.
El régi men franqui sta promocionó una i deol ogía machi sta, basada en
la verdadera «mascul i ni dad I béri ca» que sirv i ó para repri m i r aquellas
conductas que atentaban contra la « identidad patri ótica» . Recuperó
u n a concepción de la fam i l i a y el hogar desde m i radas cercanas al re­
g eneracionismo inmi scuyéndose en la v i da pri vada de l os ci udadanos
y control ando la moral idad de sus conductas medi ante la delegación
de esta tarea a la Iglesia Católica. El hom bre solo podía ser hom bre si
era l o suficientemente v i ri l y heterosexual , por l o tanto, l a homose­
xual idad era una clara traición a la patria.
La represión i mpuesta por el franquismo a los homosexual es, así
co mo las diferentes estrategias legales para cri m i nal i zar y encerrar a
l os h om bres q ue deseaban a otros hombres no había tenido precedente
e n España. La v iolencia a la que eran sometidos en com i sarías , cuarte­
l es y pri siones era solamente una de las partes de una gran opresión
q ue también se producía en la cotidianeidad , con la colaboración y
pro moción de la Iglesia Catól i ca, que contri buía a fortalecer los este­
reo ti pos y a j ustificar el odi o hacia aquellos diferentes a la norma.
El cuestionamiento de la v i ri l i dad se con v i rtió en una de las ma­
Y o re s ofensas contra un hom bre . Y ser mari cón hacía tomar concien-
72 ____
__ En tu árbol o en el mío

cia a l os ci udadanos de cuál es la peor de las transgresi ones que un


hombre podía hacer: desear a otros hom bres. La persecución a l os ho­
mosexuales se real i zaba en cal les, zonas de l i gue y los i ncipi entes ba­
res de ambi ente de l as grandes ci udades . La detención suponía una
gran hum i l l ación para la v ícti ma y , en muchas ocasiones, la comuni ­
cación a fami l iares y l ugar de trabajo, con el obj eti vo de esti gmatizar
al detenido en su esfera social una vez sal iese en l i bertad ( Ferrarons ,
20 1 0) . Esta v i ol encia era arbi traria y selecti va, y a que l o s homosexua­
les que d i sponían de i nfl uencias en el régi men, títulos nobi l i arios o
di nero, eran puestos en l i bertad después de las redadas (/bid. , p. 8 5 ) .
Frente a la opresión, l o s homosexuales buscaron algunas al ternativas
de v i da, como el s i l encio y enci erro i nteri or, el exi l i o a países más
abiertos, la construcción de pequeños grupos de afi nidad , o la orienta­
ción profesi onal hacia el mundo del escenari o y el espectáculo, que
dada su mov i l i dad territorial hacía más difícil el control por parte de la
autoridad. Otra opción era el i ngreso en el Semi nario , donde también,
probablemente, fueron m uy frecuentes las rel aciones amorosas entre
sem i nari stas , aunque este fenómeno apenas se ha podido investi gar
debido, fundamental mente, al hermeti smo de la Iglesia Catól ica al co­
noci miento de su i nstitución (/bid. ) .
E n 1 954, durante el franquismo s e modificó l a Ley de vagos y
maleantes de la Segunda República, para i ncluir la persecución a los
homosexuales. En 1 970, la Ley sobre la peligrosidad y rehabilitación
social susti tuyó a la de Vagos y Maleantes , pero mantuvo l as m i smas
medidas sancionadoras para l os hombres que deseaban a otros hom­
bres. En el artículo segundo de la ley determina que la homosex ual i ­
dad e s u n d e l os supuestos d e pel i grosidad , y e n e l sexo condena a
qui enes real icen actos de homosexual i dad o ej erzan la prostitución
a i nternam iento en un estableci miento de reeducación, prohi bición de
residir en el l ugar o terri torio que se desi gne o de v i s i tar ciertos l uga­
res o establecimi entos públ icos, y sumisión a la v i gi lancia de los dele­
gados.
En el franquismo, ·el di scurso médico también sufrió una nueva
ori entación . Al gunos psiquiatras , presumiendo de cientifi smo, carga ­
ban de moral i dad la i nterpretación de la v i da sexual y aproxi maban
sus di scursos a la ideología catól ica y del régi men. El psiquiatra A nto­
nio Val l ejo Nágera en 1 937 publ icó Eugenesia de la hispanidad y re­
generación de la raza, donde defendía la idea de i nferioridad biológi-
H omosexo en la sociedad industrial ____
__ 73

ca he redi tari a y de psi copatía cri m i nal de un conj unto variopi nto de
pe rso nas entre los que, sin nombrarl o, también se refi ere a los homo­
se x u ales: «al amoral , el perseguido-perseguidor, el pasional , el v aga­
bu ndo, el di psónamo, la prosti tuta congéni ta, todos los anormales
sexual es, el egocéntrico, el pedante, el i rri table, el estafador, el flemá­
t i c o, el tímido, el fóbico, el tri ste y tantos otros ti pos» (Val l ej o Náge­
ra. 1 937, pp. 1 28 - 1 29).
Cuando el bando naci onal había ganado l a guerra, el psiquiatra
pub l i có un segundo l i bro titulado Tratamiento de las enfermedades
mentales, donde mantiene un di scurso de purificación de la raza y
donde al ienta a la defensa social para hacer frente a los i n sti ntos per­
versos (Val l ej o Nágera, 1 940, p. 1 9) .
Otro de l os escritores sobre sexual idad durante la dictadura fran­
qui sta fue Juan José López lbor, quien se l i cenci ó en medici na en la
Uni versidad de Valencia en 1 929, y amplió sus estudios en diferentes
países europeos. López I bor ocupó diferentes cátedras de medicina
legal y toxi col ogía durante el franquismo (Adam Donat y Martínez
V i dal , 2008 , p. 1 25 ) . Su El libro de la vida sexual, editado por pri me­
ra vez en 1 968 y reedi tado dieci nueve v eces hasta 1 98 3 , l legó a una
gran parte de hogares españoles, nutriendo l as bibliotecas de un buen
n ú mero de fam i l ias. En el l i bro se presenta un aspecto de la sexual i ­
dad henchido d e prej ui cios, donde arremete contra l a i deología del
amor l i bre y se sorprende del l i beral i smo sexual europeo ( López l bor,
1 968 , pp. 1 43 - 1 48). Revi sa la cuestión fam i l i ar desde una perspectiva
s esgada y con referencias antropológicas sin contrastar, para l legar a
l a concl usión de la necesidad de un modelo de fam i l i a nuclear donde
l o s roles de género están acotados para el buen gobierno fami l i ar.
En el capítulo dedicado a las anomal ías sexuales, el autor repro­
d u ce tópicos comunes l l enos de contradicciones, q ue ya habían sido
re p ro badas en el ámbito científico.

Un homosexual masculino no quiere ser hombre y por lo tanto se iden­


tifica completamente con el modo de ser de las mujeres y su sexualidad
corresponde a los estímulos que provienen del mismo sexo, que, según
su nueva forma de existir sexual , aparecen como del sexo contrari o
1 ] . En la elección de pareja escogen los homosexuales a un i ndividuo
. . •

del mi smo sexo, más joven, al que tratan con un papel activo, tal como
ellos deberían haber sido tratados por sus padres (!bid. , pp. 567-568).
74 ____
En tu árbol o en el mío

En los años setenta l os psiquiatras comenzaron a apl icar terapias aver­


sivas con la final idad de «curar» a los homosexuales. Se apl icaban dos
terapi as : la pri mera, l l amada emética, consistía en obl i gar a i ngeri r
sustancias que provocaban vómitos al paci ente m ientras este era ex­
puesto a estím ulos homosexual es. Y una segunda, l lamada eléctrica,
que consi stía en descargas el éctricas ( general mente en l as plantas de
los pies para ev itar quemaduras v i s i bles), mientras el paciente era ex­
puesto a estímulos homoeróticos (Arnalte, 200 3 , p . 1 00).
En 1 970 se publ i caron los Resultados obtenidos con técnicas
proyectivas en una muestra de 200 delincuentes homosexuales espa­
ñoles. Este estudi o que fue coordi nado por el psicólogo Fernando
Chamorro Gundín en colaboración con el psiquiatra Jesús Chamorro
Pi ñero y el endocri no Fernando Med i na Gómez del Departamento Es­
pecial de Homosexuales de Insti tuciones Penitenci ari as. Las conclu­
siones del estudio revelaban que los homosexuales puros consti tuían
una excepción, que la fal ta de educación era un factor determi nante
para caer en la del i ncuenci a y la homosexual i dad y q ue los suj etos
estudiados tenían un coeficiente i n telectual i nferior al medio español ,
más acentuado aún en el caso de l os homosexuales pasivos (Terrasa,
2008 , pp. 84-86) .
Más al lá de l os discursos provenientes de la medici na, exi stieron
otros autores que se pronunci aban en torno a las cuestiones sexuales.
Este fue el caso del oficial de pol icía Mauricio Carlav i l la, quien escri ­
bía baj o el seudónimo de Mauricio Karl . Carlav i l l a publ i có en 1 956
un i nfl uyente l i bro al que tituló Sodomitas: homosexuales, políticos,
científicos, criminales, espías, etc. El l i bro de Carlav i l l a es un texto
exabrupto, cargado de sensacional i smo y pedagogía franqui sta, que
i ntenta escandal i zar al lector con el v i si bl e crec i miento en l as ci uda­
des de l as <1ieras sodomitas» y responsabi l i zar a las fam i l i as de l a
desatención a sus hijos cuando cae en este pozo. E l autor tiene un gran
i nterés en categori zar la homosexual idad como una perversión supre­
ma y la relaciona con el comunismo a través de un sesgado recorrido
hi stóri co «por ser am bas aberraciones, aun siendo de di sti nto ti po,
contrarias a la fam i l ia. El comuni sta es contrario a la fam i l i a por se r
ella moti vo natural de la propiedad i nd i v idual . Y el sodomita tam bién
su adversario por ser su sexual idad anti genésica, estéri l ; suicidio de la
especie, como el comunismo es el suicidio de la sociedad» ( Carlav i l l a,
1 956, p. 1 3 ) . Un recurso i nfal i ble para arremeter contra el adversario
Homosexo en la sociedad industrial ----
-- 75

p o l ít ico es i nequívocamente su rel aci ón con la «desv i ación sexual » .


Esta herramienta h a sido uti l i zada por todos los bandos pol íticos como
es t rategia que desacredi ta al otro ( Mosse, 2002 [ 1 996) ) . Constru i r el
total desde de l a parte s i mpl ifi ca el anál i s i s pero, en el caso de la
se x ual idad , contri buye a l a v i tuperación del ajeno, dej ándolo si n dere­
cho a répl i ca. De este modo, la homosexual idad se conv i erte en un
recurso recurrente sin contestación posible para quien es sometido a la
i njuria.
Antonio Sabater es otro de los autores de referencia en l a cons­
tru cción del di scurso homófobo durante la dictadura. Sabater era un
j u ri sta que formó parte de l a comisión de el aboración del marco l egal
para la Ley de Pel i grosidad y Rehabi l i taci ón Social ( LPRS). En 1 962
había publicado Gamberros, homosexuales, vagos y maleantes , un
t rabajo con pretensiones j u rídi cas y sociol ógicas que tuvo un gran im­
pacto social y que, de al guna manera, contri buyó a sentar las bases de
l a nueva Ley de Pel i g rosidad y Rehabi l i tación Social .
El texto de Sabater es un trabajo categórico de diferentes grupos
sociales como gitanos , toxi cómanos , gamberros, rufianes, y donde ,
por supuesto, también i ncl uye a los homosexuales. El l i bro mantiene
v i v a l a idea del contagi o de l a homosexual idad . Advierte de l a exis­
tencia de m uchos i ndi v iduos predi s puestos a sufri r homosexual i smo
pero q ue no l o desarrollan y mantienen una vi da acorde con l os valo­
res y la moral necesaria de manera que «pueden desenvolver normal ­
mente s u v i da, merecer respeto d e s u s conci udadanos, crear una fam i ­
l i a , etc» ( Sabater, 1 96 1 , p. 1 83 ) . Por otro l ado, el j uri sta no duda e n
que son necesari as al gunas medidas para evitar l a expansión de aque­
l l os q ue no si guen el buen camino recto hasta adqu i ri r un «derecho de
co nqui sta». Considera que este derecho debe ser negado a los homo­
se x uales de forma «expresa» y, en este sentido, es admi sible «cual ­
q u ier medida represiva, no respecto a la homosexual idad en sí, sino de
s us con secuencias» (/bid. , p. 1 83 ) .
L a presencia d e l sexo era constante en la v i da soci al durante e l
fra nq uismo, aunque su presenci a estaba m u y sesgada: escuelas, i gl e­
si a , cursil los prematri moniales, manuales de conducta y otros materia­
l es d i dácticos hacían del sexo una obsesión cotidiana que ayudaba, sin
q u erer lo, a construir una mitología a su al rededor ( M i ra, 2007 ( 20041 ) .
La pe d agogía sexual d e l franq uismo promovía u n discurso
cronol ógi ­
c o m arcado por un pri mer cortej o, u n nov iazgo su perv i sado , matri mo-
76 ____
__ En tu árbol o en el mío

nio y, definitivamente, la construcción de una fam i l i a mediante Ja re­


producción. Aquel las personas q ue no se aj ustaban a este model o
rápi damente eran perci bidas como anormales y patológicas, y l a sos­
pecha sobre su condición de v i ri l i dad o feminidad eran una constante
en sus v i das . A hora bien, ante esta prev i s i ón de fracaso, Ja vocación
rel igiosa era una al ternati va recurrente para m uchas personas que no
querían soportar el rechazo y tam bién para aquel l as para l as que el
deseo sexual no estaba dentro de Ja lógica heterosexual (/bid. ).
Al berto Mira ( 2007 l2004]) asegura que u n a persecución l egal ,
médica y social contri buyó al ocultamiento de varias generaciones de
homosex ual es que pasaron una v i da de encierro i nterior sin haber te­
nido ni tan siqui era Ja oportuni dad de experi mentar con sus deseos
sexual es. La prohi bición de di scursos positivos sobre Ja homosexua­
l i dad i m pedía el acercam iento a referentes anteri ores para l as nuevas
generaci ones de homosexuales , que en sol edad se enfrentaron a una
gran angusti a e i ncomprensión. Los escri tores que durante Jos años
vei nte y l a república española habían contri buido a gestar una m i rada
renovada sobre la homosexual i dad habían desaparecido del panora­
ma español . Antoni o Hoyos m u rió en Ja cárcel , Á l v aro Retana tuvo
vari as sentencias condenatori as a pri s i ón desde el fi nal de l a guerra
ci v i l , García Larca fue asesi nado en el 1 936, Mi guel de Mal i na, Emi ­
l i o Prados, y L u i s Cernuda, entre otros, s e exi l i aron para poder sal var
sus v idas (/bid. , p. 295 ) . De manera que Jos homosexual es venideros
se presentaban ante un entorno hosti l s i n capaci dad de reacci ón , or­
gani zaci ón, y sumidos en una gran sol i tud s i n referentes a los q ue
acudir.
Pero, a pesar de l a persecución social , pol ítica y legal , a partir de
los años 50 algunos homosexual es hal l aron diferentes J u gares donde
encontrarse al rededor del barrio de Ci utat Vella de B arcelona, pri nci ­
pal mente entre Ja cal le Escude l l ers y A l sem Clavé. A rmand Fl uvia
enumera al gunos bares como el Ki ke ' s bar, en J a cal le Rauric , El An­
cla, en Codols, 5 o El Arl equín, en la cal le Serrano, número 1 0, entre
otros. A fi nales de los ci ncuenta aparecieron otros l ocal es en el
Eixample, enci ma de Ja Di agonal , como El Sot, en la cal le Di putación,
El Joanot, o l a Cafetería Luna. Además de los bares, al gunos ci nes y
teatros también eran uti l izados para el encuentro sexual , como el Ar­
nau, el Pri nci pal Palacio, el Capi tol o el Goya. Además , tam bién exis­
tían al gunos l ugares de l i goteo al ai re l i bre en el parque de Montj üic,
H omosexo en la sociedad industrial ----
-- 77

t a R am bla, el Drugstore, la Plaza de la Sagrada Fami l ia o los uri narios


de plaza Catal uña y Urqui naona ( Fl uvia, 2003 , p. 49) .
N o obstante, este ti po d e l ugares estaban sometidos a redadas
por parte de la pol i cía que frecuentemente se l levaba detenidos a l os
c l i entes del bar o a aquel los que merodeaban sospechosamente por
una zona de encuentro. Las grandes ci udades eran v i stas por el fran­
q u i smo como la cuna de la corrupción sexual . Pero, a la vez, también
e ran un lugar de escape para jóv enes homosexuales ansiosos de expe­
ri mentación y del anon i mato de la gran ci udad.
Durante los pri meros años de l os 70, comenzó a hacerse más v i ­
s i ble la real idad homosexual , especialmente en l as grandes ci udades
como B arcelona y Madri d , lo que nuevamente atraj o la atención de l a
prensa para regocijarse de l a desviación homosexual . Haciéndose eco
de noti cias i nternacionales, el semanario Porqué, en su número 667,
d e l 4 j ul i o de 1 973 , dedica su portada a l a manifestación de l i beración
gay de Nueva York, mofándose claramente de ellos con l a expresión
« O l i mpiada de Mari posas en Nueva York. Los homosexuales se cre­
cen al grito de ¡ El amor no tiene sexo ! » .6 En 1 970 se estrena al pe­
l ícula No desearás a tu vecino del quinto, una comedia protagonizada
por Alfredo Landa que recurriendo a la mofa y la i nj uria constante,
i ntentaba al i mentar la homofobia propia del franquismo (Mira, 2007
1 2004]) . Una n ueva forma de representación de l a homosexual i dad
comi enza a hacerse cada vez más v i si bl e, aunque no por ello más tole­
rante, si no que con unos patrones de confi guración basados no tanto
en la censura, s i no más bien en la humi l l ación y la desacredi tación.
A pri ncipios de l os 70 comenzó a organi zarse un pri mer mov i ­
m i ento d e l i beración sexual en España, con la pretensión d e derogar l a

6. Otras noticias relacionadas c o n la homosexual idad inundaron l o s medios d e co­


mun icación de la época i ntentando combatir el i ncremento de la visibil idad homo­
s exual que se estaba produciendo en España a causa de la i nfluencia internacional . El
s ema nario Porqué, en su número 652 vuelve a hacer al usiones a la homosexualidad
con una imagen de tres personas vestidas con ropa de mujer, pero apuntando que se
trata de hombres. El diario ABC del 8 de noviembre de 1 969 publ icaba un articulo ti ­
t u l ad o Eros, asesinado, donde Lorenzo López y Sancho comentaba que «la destruc­
c i ón de los tabúes sexuales en tierras escandinavas se ha traducido en una escalada del
h o mos exualismo, la droga, el suicidio y la delincuencia» (cit. Fl uvia, 2003 , p. 1 8) .
Ot ras noticias hacían referencia a detenciones de homo sexuales, como la publicada en
La V an guardia Española el 18 de agosto de 1 970, donde informaba de la detención de
lllá s de cincuenta jóvenes extranje ros en una redada acusados de homo sexualismo (cit.
F l uv i a, 2003 , p. 1 8) .
78 ____ En tu árbol o en el mío

Ley de Pel i grosidad y Rehabi l i taci ón Social . Con este obj etivo, se
creó la pri mera formación cl andesti na de homosexuales en España. El
Mov i m iento Español de Li beración Homosexual (MELH) publicaba,
gracias a la colaboración de socios europeos, la revi sta AGHOI S , que
se di stri buía por correo por todo el Estado. En el año 1 975 , el MELH
pasaría a converti rse en el FAGC (Front d 'A l l i berament Gai de Cata­
l unya) , que no fue legal izado hasta 1 980.7
Tras l a m uerte de Franco comenzaron a aparecer l as pri meras
novelas con contenido homosexual , como la de Antonio Roi g Todos
los parques no son un paraíso ( 1 977) , donde el autor reflexiona acer­
ca de su propi a homosexual i dad , del sexo anónimo, de l os confl ictos
i nteriores y de la búsqueda de la fel i ci dad. Á l v aro Pombo publ icó en
el m i smo año Relatos sobre la falta de sustancia ( 1 977) , un trabaj o en
el que varios de los protagonistas eran homosexuales. Otros ejemplos
son El anarquista desnudo de Ll uís Fernández ( 1 979) , o Una mala
noche la tiene cualquiera de Eduardo Mendi cutti ( 1 98 2 ) . También
aparecieron nuevas formas de expresión artística, pol ítica y social . El
cómic se presentó como l a ruptura con l a cultura l i teraria del franquis­
mo y como la posi bi l idad de genarar nuevas i nquietudes l i beradoras y
de protesta. En este sentido, tuvo un gran i m pacto La piña divina , ál ­
bum autoedi tado por Nazario Luque, donde mostró sus deli beraciones
homosexuale s , que provocarían la i ra de l as autori dades ( Dopico,
200 1 ) . En su trabajo, el di buj ante mostraba cl aras i ntenciones pol íti ­
cas de cambio a parti r de la central i dad del sexo8 (Mérida, 20 1 2) .
Pero e n l os años setenta tam bién comenzó a aparecer otra pro­
ducción científica con un talante diferente a la que se había publi cado
durante el régi men. En 1 978 , Manuel Soriano Gil publ i có Homose­
xualidad y represión, donde el autor defiende que: «la represión social
y humana de que son objeto los homosexuales, por parte de todas las
sociedades establecidas , capital i stas o social i stas , es tremenda, punto
en el que todos estamos de acuerdo, porque siempre hay que estar en
contra de toda represión» ( Soriano Gi l , 1 978 , pp. 9- 1 0) . Otro de los

7. Es particularmente interesante el análisis de Jordi M. Monferrer respecto al im­


pacto de la LPRS en la construcción del movi miento gay en España: defiende q ue
surge de la necesidad de generar una identidad colectiva para dar sentido a las accione s
pol íticas que se llevan a cabo (J . Monferrer, 2003 ) .
8 . Pasada esta primera ola represiva, el autor pudo publicar otros cómics como «A lí
Babá y los 40 maricones» .
H omosexo en la sociedad industrial ____
__ 79

p ri meros l i bros académi cos que hablaron sobre homosexual i dad en


Es paña tras la muerte de Franco fue El homosexual ante la sociedad
enferma editado por José Ramón Enríquez ( 1 978 ) , en el que partici­
pan diferentes i ntelectual es para defender un di scurso a favor de la
homosexual idad en el que dej a de ser presentada como obj eto de des­
v i ación , para recl amar un cambio de mi rada social respecto al deseo
e ntre personas del m i smo sexo.
En el ci ne también se produj o un cierto aperturi smo que permitió
el estreno de pel ículas como Cambio de sexo en 1 976 di ri gida por
V icente Aranda y protagoni zada por Vi ctora A bri l y B i bí Andersen,
Placeres ocultos ( 1 977) y El Diputado ( 1 978) , am bas de El oy de la
I gl esia y con un claro contenido homosexual . Ventura Pons presentó
Ocaña, un retrato intermitente en 1 978 , que hace un homenaj e al per­
sonaj e de Ocaña, quien a lo l argo de l os setenta se paseaba por las
ram blas de barcelona provocando a la población barcel oni na.
Las artes escénicas también se abren para dar cobij o a la temáti­
ca homosexual y en 1 975 se estrena en Madrid l a obra Los chicos de
la banda baj o l a di recci ón de Jai me Azpi l i cueta. También l os shows
de transformi stas se rev ital i zaron en diversas ciudades de todo país.
La rev i sta Party fue una de las pri meras publ icaciones periódicas
destinada al mundo homosexual . En su i nicio, se trataba de una publ i ­
cación dedicada a l «destape» femenino con e l fi n d e l i berar a la socie­
dad de la censura y el control que había v i v i do el país durante casi
cuarenta años . Pero desde los pri meros n úmeros la revi sta tenía conte­
ni dos de desnudos mascul i nos que poco a poco fueron aumentando y
reorientándose hacia un públ ico gay , con secci ones dedi cadas al tra­
vesti smo, entrevi stas sobre cuestiones de homosexual i dad y una sec­
c i ó n de cartas de los l ectores donde estos ·pl anteaban sus problemas
particulares. La rev i sta Party «crea un l ector que hasta entonces no
podía exi sti r» (Mira, 2007 [2004] , p. 45 1 ) .
En 1 977 se real i zó en B arcelona la pri mera manifestación de l i ­
be ración homosexual q u e recorri ó Las Ram blas d e Barcelona a favor
de l a derogación de la LPRS y que termi nó con cargas pol iciales. Los
h omos exuales m i l i tantes acostumbraban a partici par también en otros
g ru pos de i zquierdas . S i n embargo, sus rei v i nd icaciones, al i gual que
l as de l fem i ni smo, quedaron fuera de la agenda política y siempre fue­
ron tratadas de forma secund ari a i ncl uso por la pos iciones más pro­
g re si stas .
80 ____ En tu árbol o en el mío

S i n lugar a dudas , l os años setenta fueron un momento de ebul l i ­


ción pol ítica y d e l i beración para una gran parte d e la sociedad . Pero
la democracia no traj o para los homosexuales los cam bios que espera­
ban . La derogación del artículo relativo a la homosexual idad de l a
LPRS sucedió cuatro años después d e la muerte de Franco. Los encar­
cel ados a causa de la LPRS no fueron l i berados en la amni stía del 76,
y las agendas de los nuevos mandos pol íticos no i ncl uyeron las de­
mandas del colectivo una vez tomaron plaza en el parl amento. Pero,
además, el cambio social que merecía el país para poder m i rar la ho­
mosexual i dad desde un prisma de respeto y sol i dari dad no se había
producido y el l ugar social de los homosexuales conti nuaba siendo, en
buena medida, el de la descal ifi cación. Más aún con la entrada en es­
cena del VIH que dio la oportunidad a sociedad de recrudecer los dis­
cursos homófobos a causa de la pandemia. Los ai res de l i beración que
la transición permitió a otras corrientes de pensamiento contrarias a la
dictadura no dieron l a m i sma oportunidad a las rei v i ndicaciones de los
derechos de los colecti vos que l uchaban por la l i beración sexual , aun­
que vie ron atendi das algunas de sus demandas , no contaron con el
apoyo del conj u nto social .

Historias de lo i mposible

La práctica del sexo anóni mo, como cualquier otro hecho social , pue­
de contar con diferentes narraciones en función del emi sor del mensa­
j e . Los di scursos médi cos y l as i nstituci ones de salud públ i ca, por
ej emplo, parten normal mente de una posición de otredad en la aten­
ción a la sal ud sexual de l os partici pantes y en la prevención de enfer­
medades de transmi sión sexual . Centran su atención en un aspecto
concreto de la i nteracción sexual , que promueve un di scurso basado
en cuestiones sani tarias ( Flowers et al. , 1 999 ; Keogh et al. , 2000) .
Para las narrativas pol iciales, la práctica del cruising es una cuestión
de garantías de derechos y de seguridad ci udadana. Desde el punto de
vi sta de al gunos políti cos , se presenta como un problema de escándalo
públ ico. Este es el el caso, por ej emplo, del alcalde de Badalona, Xa­
vier Al biol , quien no tuvo reparos en hacer públ ico en 20 1 2 su deseo
de acabar con la p ráctica del cruising en la pl aya de la Mora adv i rtien-
H o mosexo en la sociedad industrial ------ 8 1

do que «se acabará porque actuarán de forma contu ndente» mediante


u na fuerte «presión contra los viciosos» ( e n prensa El punt avui,
08/08/20 1 2) .
Así, son i nnumerables los pos i bles oradores capaces d e construir
d i s curso entorno a la práctica del sexo anónimo: veci nos, representan­
tes de las rel i gi ones, asociaciones de derechos LGTB , etc. Sin embar­
go , en raras ocasiones son los propios protagoni stas de esta acti v idad
q u i enes construyen sus narrati vas, cuentan sus hi storias y el aboran un
pasado. Las narrativas del cruising se han confi gurado general mente
desde el pensamiento hegemóni co, desde la otredad, el desprecio y la
humillación (Carlavilla, 1 956; López lbor, 1 968 ; Mal lada, 1 969 [ 1 890] ;
Max-Bembo, 1 9 1 2, entre otros) . Este hecho hace difícil que los pro­
pios partici pantes escapen de esta vi sión abyecta y articulen narrati vas
positi vas de su experiencia.
Resulta compl i cado reconocerse en aquel l o que constituye un
hecho vergonzante. ¿Cómo narrar lo que no se puede expl icar? ¿Quié­
nes son los historiadores de la práctica del sexo anóni mo? ¿Cuáles son
los regi stros , l as fuentes a consul tar para reconstrui r la hi stori a del
cruisi ng? ¿Archivos pol iciales? ¿Cómo se regi stra el deseo y l as fan­
tasías en una fi cha pol icial ? ¿Cómo se transmite el conocimiento ad­
q u i rido de generación en generación? Es francamente compl icado ha­
cer una hi storia de una práctica secreta, subalterna, no generadora de
i dentidad , sin referentes ni portavoces, una práctica que l os suj etos
borran de su hi stori a social y solo se reserva para el recuerdo i ndi v i ­
dual , a veces entrañable, pero nada más que recuerdo.
En este apartado reconstru i ré al gunas de estas hi storias fragmen­
tadas , aun si endo consciente de la fal ta de fuentes de i nformación y de
l a tentación de caer nuevamente en la diatri ba de la alteridad . Uti l i zaré
f uente s bi bl iográficas de otros i nvesti gadores soci ales, aportaciones
l i tera ri as que hacen referencia a la práctica del crui sing, foros de dis­
c usi ón en i nternet y rel atos de los partici pantes de las zonas de inter­
c a mbio sexual anóni mo, con la i ntención de que nos ayuden a conocer
Y a trazar estas narrativas del pasado y del presente.
En el caso de la acti vidad del sexo anónimo, no contamos con un
ac o nteci miento que determi ne el i nicio de una nueva era. Al gunos his­
to ri adores afi rman que ya en el siglo xvn exi stían l ugares de i ntercam­
bi o se xual entre hombres ( Hahn, 1 979, p. 1 3 ; S i bal i s , 1 999 ; A ldrich,
2004, p. 1 .724) . También Fran ci sco Vázquez García y Richard Cle-
82 ____ En tu árbol o en el mío

mi nson consideran que la «existencia de enclaves para los encuentros


sexuales entre varones era algo intrínseco a la vida homosexual en
los núcleos urbanos europeos a partir de la baja edad media y espe­
cialmente en el período moderno» (Vázquez García y Clemi nson,
20 1 0 [ 1 9971 , p. 268) . Pero la práctica del sexo anónimo no se desarro­
l l ó en una si tuación ai s l ada del contexto social ampl io: requ i rió de
unas condiciones urbanas que perm iti esen construi r un espacio pro­
pio. En el siglo xvm, una nueva forma de v i da públ ica había cobrado
una gran relevancia a partir de una moderni zación de la ci udad que se
centraba en una burguesía en ascenso y en una ci udad donde el en­
cuentro entre extraños era probable (Sennet, 20 1 1 [ 1 9771 , p. 68) . Ca­
m i nar por l as cal les, ver y ser v i sto, se había convertido en una acti v i ­
dad social a mediados d e l s i g l o xvm y , a su v e z , el cuerpo había
tomado una nueva lectura que tomaba conciencia de la i ntimidad cor­
poral . La h i giene y l i m pi eza de los excrementos del cuerpo se conv i r­
tió en un práctica que demostraba urbanidad y que se reproducía entre
los pequeños burgueses, comerci antes y profesional es. Esta nueva
concepción de l os elementos corporales transformó las ci udades y las
prácticas que se daban en ellas ( Sennet, 2002 [ 1 994] , pp. 28 1 -282) . La
pos i b i l i dad de expul sar l os desechos corporales de la v i da públ i ca,
sacar los excrementos de l a vida en sociedad y una nueva concepción
de la pulcritud, pudieron tener l ugar únicamente porque se crearon los
utensi l i os técnicos que l o permi tían (Elías, 1 989 [ 1 977) , p. 1 8 1 ) . Los
uri narios públ i cos, poco a poco, se i nstalaron como recursos urbanos
que permi tían a los suj etos real i zar este tipo de acti v idades en l ugares
propios y desti nados para ello.
En este marco, también se construyeron los parques urbanos
como espaci os en los que los ci udadanos podían sal i r a relaj arse del
tormento de las cal les y tomar ai re fresco ( S ennet, 2002 [ 1 994] ) . El
parque se conv i rtió en un nuevo l ugar social , donde l os sujetos podían
m i rar y ser m i rados, un l ugar asociado al descanso, al sosiego y a la
tranquil i dad . El parque se confi gura como un espacio donde los cuer­
pos pasean sin sospecha y sin rumbo.
Este nuevo contexto social , marcado por un creci m iento de la
población en las grandes ci udades, provocaba el encuentro constante
entre desconocidos y una redistri buci ón arqui tectónica de la ci udad
con espacios de recreo como los parques y de l i m pieza como los ba­
ños públ icos , fac i l i tó que el encuentro sexual entre hom bres descono-
H o mosexo en la sociedad industrial ____
__ g3

cidos se pudiese articular s i n grandes dificultades manifiestas en estos


es c enarios que la propia ci udad ofrecía a sus ci udadanos . S i n embar­
go , los cambios producidos en la percepción y gestión de la sexual i ­
da d en e l s i g l o X I X provocaron el interés y l a sospecha d e l o s homo­
sexuales y los encuentros sexual es entre hom bres no dej aron de ser
obj eto de crítica y sanción.
En el plano i nternaci onal , tam bién exi sten al gunas referenci as
que revelan la exi stencia de la práctica del sexo entre hombres en es­
paci os públ i cos a fi nales del siglo XIX. Tal es el caso de Nueva Y ork,
donde «la pol icía arrestó a hombres teni endo sexo en los huecos del
Central Park, Riverside, Mount Horri s, City Hal l , Tompkins Square y
B attery Park» (Chauncey, 1 994, p. 1 96).
A pesar de que podemos verificar su exi stencia, es difícil averi ­
guar cómo se articulaban las rel aciones, cuál es eran l as estrategias de
comunicación, los senti mientos , deseos y perspecti vas de los partici­
pantes. No obstante, C hauncey ( 1 994) hace una excelente aproxi ma­
c i ón a la di stri bución territorial de la práctica cal l ejera de fi nales del
si glo x1x en Nueva Y ork, así como a sus regulaciones y com porta­
m i entos. Pero es compl icado trasl adar su anál i s i s a l as ci udades del
Estado español donde, aunque se estaba v i v iendo un proceso de ex­
pansión urbana, l a organi zación social de la ci udad , l os di scursos so­
bre la moral i dad ci v i l y el contexto económi co, pol ítico y soci al del
país eran muy diferentes a Nueva York.
La persecución contra l os homosexuales fue la tónica domi nante
en Occidente que marcó el siglo xx. Este hosti gamiento provocó que
l a pobl ación homosexual generase un conj u nto de tácticas de comuni­
cación, de apropiación de espaci os y de afi rmación de sí mi smos que
l es perm i tiese mantener una v i da sexual más o menos oculta ante l as
pol í ticas anti -gay (Chauncey, 1 994, p. 5 ) . En los años vei nte y trei nta,
en Nueva York, la homosexual idad pasó a ser considerada una amena­
z a p ara la seguridad nacional y las adm i ni straciones crearon nuevas
fo rmas de control sobre los homosexuales. Cientos de hombres fueron
a rre stados por hacer crui s i n g o v i si tar l ocales gai s pero, además , l os
a rre stos se multi plicaron en la década posteri or a la Segunda Guerra
M u ndial (/bid. , pp. 8-9) . Hay que tener en cuenta que las cal les y par­
q ue s fueron l os l ugares donde m uchos hombres neoyo rqui nos encon­
t ra ron sus parej as sexual es y se i niciaron en l a esce na gay . Los par­
q u es eran l ugares más seguros y popul ares que las cal les, ya que estas
84 ____ En tu árbol o en el mío

que podían entrañar más pel i gro de arresto pol icial o acoso de v i gilan­
tes anti -gai s.9
Muchos hombres se apoderaron de Jos lavabos a los que l l ama­
ban « Tearoom». Haciendo así un j uego de palabras donde T-room era
el nombre corto de toi l et-room . Pero el j uego venía de Ja idea de Tea­
room, que era el nombre que reci bían Jos locales a los que acudían las
m uj eres respetables a reuni rse s i n pel i gro de encontrarse con hom bres
ebrios ( Chauncey, 1 994, p. 1 97). En 1 92 1 , el 38 por 1 00 de los arres­
tos a hom bres por homosexual idad en Nueva York se l l evaron a cabo
en l os baños del metro (/bid. , p. 1 98 ) . Hasta los años setenta la perse­
cución conti nua hacia los homosexuales por parte de la pol icía se ha­
cía medi ante tres técnicas fundamentale s : espionaj e , uso de cebos y
asal tos (Humphreys, 1 975 [ 1 970] , p. 8 5 ) .
George C hauncey si túa en e l inicio d e l siglo xx el momento e n
q u e se desarrol l an l as nuevas tácti cas comunicati vas y de reconoci­
miento de otros hombres interesados en el encuentro sexual anóni mo.
Estas estrategias fomentaban el anoni m ato para hacer el encuentro
más seguro ( C hauncey , 1 994, pp. 1 88- 1 89). La persecución constitu­
yó una transformación en los hábitos , l as prácticas y tam bién la com u­
nicación.
En Europa, los encuentros sexuales entre hombres también eran
una práctica habitual en las grandes ci udades. En El retrato de Dorian
Gray, de Osear Wi lde ( 2007 [ 1 890] ) , el protagoni sta recorría por l a
noche l o s barrios en los que se cometían diversas acti v idades i l ícitas,
dando a entender al lector la posi bi l i dad de que se tratase de i ntercam­
bio sexual con otros hombres. Por su parte, Marce! Jouhandeau hace
cortesía a los parques franceses :

¿Quién podría escrutar el motivo de esas partidas súbitas, de esos retor­


nos i ncesantes? No sabemos si nos burlamos de nosotros mismos cuan­
do subimos a la carroza y , sin embargo, ¿es imposi ble hacer seriamente
tantos peregrinajes? Nos vemos pasar con curiosidad en la procesión y
cuando creemos habernos marchado con éste nos sentamos al lado de
aquel otro y regresamos con un tercero. Afortunadamente, en todos los

9. Otras ci udades estadounidenses también contaron con sus respectivos espacios


de li gue para hombres como Lafayette Square en Washi ngton , el Publ ic Garden y la
Esplanada Common en Boston, la Bughouse Square y Union Station en Chicago, o el
Ferry B uilding y Union Square en San Francisco (Bérubé, 1 996, pp. 1 89- 1 90).
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 85

barrios del mundo hay un jardín parecido al que dejamos en Francia, en


donde descubrimos, como un astro, una cara que no vol veremos a ver
nunca y que nos consuela el hecho de habernos marchado (Jouhandeau,
cit. por Eribon, 2004 [200 1 ] , p. 1 28).

En París , l os uri narios, eran conocidas como las capi l las de l a abyec­
ción y m uchos de hombres los uti l i zaban para el i ntercambio de place­
res , aunque no s i n estar exentos de la persecución pol icial : hubo 463
condenas en 1 950, 379 en 1 960, 406 en 1 970 y 379 en 1 974 (Huard ,
20 1 2 , p. 96) . Incl uso en mayo del 68 , los i ntercambios sexuales anóni­
mos entre hombres eran obj eto de sospecha para los revol ucionarios:

En tiempos de revolución cuando en París se derrumbaban (casi) todos


los muros del convencionalismo burgués, en pleno mayo del 68, la Uni­
versidad de la Sorbona era ocupada por los estudiantes. La «liberación»
del espacio universitario se producía trufada de ciertos tics que por en­
tonces aún no eran considerados anacrónicos, ni contrarrevol uciona­
rios, ni siquiera remotamente reaccionarios. El comité de ocupación de
la Universidad decidió poner un servicio de vigilancia en las dependen­
cias aduciendo grosso modo, que aquello era una revolución y no una
cochinada. [ . . . ] Cuando años más tarde (ya en la última década del si­
glo) se cerraron esos mismos baños de la Sorbona (porque nuevas ins­
talaciones i ban a sustituirlos) , una pintada anónima protestaba a l as
puertas de las dependencias clausuradas: «Foucault et Barthes ont bai sé
ici» o sea, aquí han follado Foucault y Barthes (Llamas y Vidarte, 1 999,
p. 46) .

E l caso d e l Estado español , más al l á d e los testi monios d e ensayi stas


de ti l de regeneracioni sta o de autores próxi mos al régi men, exi sten
pocas referenci as de la pri mera mi tad del siglo xx que puedan dar
c ue n ta de estos encuentros furti vos entre hombres. En la novela de
J e an Genet, Diario del ladrón, el autor hace una referencia a la exi s­
te n ci a de lugares de sexo entre hombres en Barcelona: «Los subleva­
d os , durante l os al borotos de 1 93 3 , ti raron uno de los urinarios más
s uci os pero de Jos más queridos . Estaba j u nto al puerto y el cuartel , y
l a ori na cal iente de miles de soldados le había corroído la chapa» ( Ge­
n et , 20 1 0 [ 1 949] , pp. 64-65 ) .
El franquismo trató d e i mpedir cualquier expresión sexual ajena
a l m an dato moral dictado por la iglesia. Ante esta situac i ón los horno-
86 __
__ En tu árbol o en el mío

sexuales tam bién tomaron un l enguaj e propio que les permi tía partici­
par del l i gue cal l ejero como se hacía en otras ci udades occidentales.
Esta forma de l i gar era conocida como «hacer l a carrera», que es el
mi smo nombre que uti l i zaban las prostitutas para referi rse a su espa­
cio de trabaj o (Guasch, 1 99 1 ). También los uri narios consti tuían un
l ugar de encuentro entre obreros y patronos (Vázquez García y Cle­
mi nson , 20 1 0 ( 2007 ] , p. 266). Como apuntan Ricardo Llamas y Paco
V idarte, en los uri narios «lo más pri vado convive con lo más públ ico.
[ . . . J Lo más secreto se com parte azarosamente con cualqui era, y el
máximo pudor se v uelve i m púdico en una especie de hi peri nti m idad
com partida con generosidad» (Llamas y Vidarte, 1 999, p. 40).
En Madri d , se l i gaba en la cal l e Preciados y en la Gran V ía, así
como en el pri mer vagón de la l ínea dos de metro ; en Valencia, en el
Barrio del Carmen ; en Sev i l la, en el parque de María Luisa; en Zara­
goza, en la Plaza de José Antonio y en los uri narios de la Plaza España
( Ferrarons , 20 1 0, p. 92) . En B arcel ona, los espacios de l i gue eran el
parque de Montj u'ic, la rambla, el salón V íctor Pradera, la plaza Cata­
l unya y sus urinarios, así como los de la plaza Urqui naona y los de l a
estación de Sarri a ( Fl uvia, 2003 , p. 46) . Mientras los heterosexuales
buscaban sus parej as en las i n stituciones que el régi men autori zaba
para ello, los homosexuales buscaban sus rel aciones en las cal les y l os
espacios públ icos (Guasch , 1 99 1 , p. 63 ) .
Tras la m uerte d e Franco, comienzan a hacerse u n poco más v i ­
s i bles l o s encuentros sexuales anóni mos . E n el l i bro d e Antonio Roi g,
Todos los parques no son un paraíso, d el año 1 977, ya se hacen varias
referencias explíci tas a las zonas de l i gue que el autor conoció durante
su estancia en Londres:

A George lo conocí en los retretes de Piccadilly, ¿cómo pudo surgir


algo tan maravilloso en aquella letrina de corrupción? Pudo ocurrir que
me tropezase con un policía disfrazado (provocadores, creo que les lla­
man) ; de esos que van a la caza de delincuentes, pero que en realidad
sólo atrapan víctimas. Pudo muy bien ocurrir que alguno de esa gen te
que toma la Policía como contrapunto me hiciese vícti ma de uno de sus
chantajes. En lugar de eso encontré a George, un hombre con una sole­
dad como la mía (Roig, 1 977, p. 48).

En el texto de Antonio Roi g también se puede descubri r l os pel i gros


que en los años setenta presentaba le l i gue en los parques l ondi nenses .
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-
-- 87

Repentinamente apareció el hombre más joven. Su aparición fue algo


terrible. - Identificación. Soy pol icía - . ( . . . ] Se desató en una l luvia de
puñetazos y patadas. Y o me protegía como podía. - Voy a regi strar­
te - . Me miró todos los bolsillos. Sól o encontró unos 50 peniques y el
billete de regreso. - Vamos a comi saría - volvió a insi stir, mientras
me empujaba de nuevo a la oscuridad. [ . . . ] De otro golpe me tiró al
suelo. El labio inferior comenzó a sangrarme. Esta vez no pude levan­
tarme. Todo giraba alrededor. Se inclinó sobre mí y se apropió el mone­
dero. Cuando al fin me incorporé me amenazó: - Que no vuelva a ver­
te por aquí, porque de lo contrario te mataré - (Roig, 1 977, pp. 64-65 ).

En los relatos del escritor val enciano Luis Fernández también se dan a
conocer l as prácticas del sexo anón i m o entre desconocidos. El autor
uti l i za una escritura i ntenci onadamente provocadora con unas des­
cri pciones altamente sexual i zadas.

Apoyado sobre un tronco de eucaliptus, abierto de piernas, recibe las


primeras cálidas caricias de una lengua desconocida que, sin lugar a
dudas, ejecutará un trabajo de marquetería digno de premio. Chupar es
una vieja función que devuelve a la infancia. Micky tiene el pene tan
sensibil izado que en el momento de recibir la tibieza bucal , al sentir la
lengua lamiendo los recovecos del glande, comienza a gruñir y moverse
como un demonio y le i nvade tanta furia, que me parece imposible que
pueda detenerle persona alguna. El mago sube y se hunde cada vez con
más fuerza dentro de la garganta, intentando l legar más allá de la cam­
panilla y perforar el velo del paladar. Por la manera en que le tiene co­
gido, la víctima i nocente recibe las primeras sacudidas que acabarán en
un enloquecedor «dentro, dentro» y una descarga de semen tan sofoca­
dora como una bocanada de agua sal ada y de estrel las ( Fernández,
1 979, p. 74) .

O t ros ensayos l i terarios de escritores europeos cuentan con escenas de


cr u i s i n g como La biblioteca de la piscina de Atan Hol l i nghurst ( 2006
l 1 98 8 1 ) , donde los protagoni stas de la hi stori a se encuentran en un
mi n g i torio. O Los Diarios de Joe Orton, donde relata con todo ti po de
d etal les un encuentro sexual que v i v i ó en el año 1 967 en un pequeño
u ri n ari o de Londres:

. . . me asomé a un urinario pequeño ( solo cuatro meade ros). Estaba os­


cu ro porque alguien había quitado la bombi lla. Había tres tipos meando.
88 ____ En tu árbol o en el mío

Eché una meada y cuando me acostumbré a la oscuridad vi que sólo


uno merecía la pena: corpulento, con pinta de obrero, pelo corto, y, por
lo que podía distinguir, con vaqueros y cazadora oscura. [ . . ] y me .

planté junto al obrero. B ajé la mano y le palpé la pol la. Él empezó a


jugar con la mía de inmediato. El tipo de pelo claro y aire juvenil que se
apoyaba en la pared ocupó el sitio vacío. Me desabotoné la parte de
arriba de los pantalones y me aflojé el cinturón para dejar al obrero vía
libre a los huevos. [ . . . ] Aquel pequeño urinario bajo el puente se había
convertido en escenario de una frenética saturnalia homosexual . Allí
mi smo, a un paso, los ciudadanos de Holloway se dedicaban a sus pro­
pios asuntos. Me corrí; el chorro cayó en la boca del barbudo; me subí
rápidamente los pantalones. Cuando estaba a punto de marcharme, oí al
barbudo que susurraba tan tranquilo: « ¡ Hago mamadas ! ¿Quién quiere
que se la chupe?». Cuando yo sal ía, el obrero se la metió en la boca
para calmarle (Orton, 20 1 0 [ 1 986) , pp. 1 6 1 - 1 62).

El escritor americano Edm und White, que vivió dieci séi s años en Pa­
rís , afi rma, refi riéndose a las zonas de l i gue de la capital francesa, que
«m ucha gente, heterosexual o gay piensa que hacer cruising es patéti ­
c o o sórdido, pero para m í , a l menos , han sido momentos d e l o s más
fel i ces haciendo el amor con desconocidos en la oscuridad al lado del
agua que se movía rápidamente por debaj o de una ci udad que bri l l a
i ntensamente» (White, 200 1 , p. 1 47) . Por su parte, e l chi leno Pedro
Lemebel (20 1 3 [ 1 995 ) ) escri bió una cróni ca titulada Anacondas en el
parque, en l a que rel ata l a experiencia del sexo anóni mo con las del i ­
cias y vergüenzas q ue entraña. También en el l i bro Un asunto de vida
y sexo de Osear Moore, el autor ri nde homenaj e a las zonas de encuen­
tro anónimo de la siguiente manera:

El tango de los retretes no era un baile cualquiera. Carecía de música


escrita y los pasos no se ensayaban de antemano. Era un ritual de silen ­
cio, interrumpido por algún que otro murmul lo e inevi tables gruñidos
esporádicos, pero no se hablaba y se sonreía muy poco. Era una rutina
tensa, intensa, con frecuencia aburrida pero siempre tentadora, para dos
personas . . . o para más» (Moore, 1 992, p. 53).

En otros regi stros tam bién se ha hecho referencia a las prácti cas de
sexo anóni mo, especi al mente en la pornografía, pero tam bién en los
cómics como Tom of Finland del di buj ante Touko Laaksonen , que en
diversas series ti enen por escenario parques y l avabos para reproduci r
H o mosexo en la sociedad industrial ----
-- 89

sus i mágenes sexuales ( ver compilación de Hanson, 20 1 1 ) . En el ci ne


tam bi én se hace presente la prácti ca del crui sing en los años ochenta
c u ando apareció la pel ícula Cruising, traducida al caste l l ano con el
t ít u l o «A la caza» , con A l Pacino como pol icía protagoni sta que trata
de resol ver unos crímenes que se producen en una zona de encuentro
sexual anón i mo entre hombres. De hecho, es posi ble que la populari ­
dad que alcanzó l a pel ícula en España, j unto con el crec i m iento del
tu ri smo gay i nternacional y el i nterés por renovar un país que estaba
sal i endo de una dictadura, diera l ugar al cambio de nom bre de la acti­
v i dad, pasando de «hacer l a carrera» a «hacer crui sing». Otros docu­
mentos audiovi suales también se refieren a la práctica del sexo anóni ­
m o , como l a película alemana Taxi Zum Klo d e Frank Ri pplon o l a
chi na East Palace, West Palace d e Zhang Y uan. Desde otros ámbi tos
artísti cos , se ha puesto la atención en la cuestión del i ntercambio se­
x ual anónimo, como es el caso del arti sta v i sual Pepe Mi ral les que ha
desarrol l ado un proyecto abi erto en i nternet al que ha l l amado Geo­
grafías del morbo <www . geografi asdemorbo.net>, donde pretende
regi strar los diferentes espacios l i gue fuera de l as grandes ci udades
con el objeti v o de recoger i m ágenes y constru i r sus hi stori as.
En cualquier caso, las narrati vas del crui sing son narrati vas pol i ­
morfas donde cada suj eto encuentra u n sentido a lo q u e al l í sucede. Es
por ello por lo que son al m i smo tiempo historias de control , de super­
v i vencia, de deseo y de perv ersión com partida porque, tal y como
avanza Ken Pl ummer, «no es m uy divertido ser perverso por tu cuen­
ta» ( Pl um mer, 1 99 1 , p. 1 79). Se trata de narrati vas eróti cas , del re­
c uerdo y de las fantasías donde se confunde lo sucedido con lo i magi ­
nado. «Aquí todos lo hemos pasado muy bien, mamando y fol l ando
con todo qui squi » , afi rmaba un partici pante del parque de Gava.
C uando las circunstancias lo requieren, también son narrativas de la
mentira que permi ten inventar nombres, profesi ones y procedencias.
Na rrativas del desprecio de l os demás pero tam bién de uno m i smo.
«Y a es bastante vergonzoso venir aquí, como para enci ma i r contán­
do l o » , aseguraba un señor en el parque. Narrativas que relatan una
t rayectoria y una hi storia de cambios:

Llevo años en esto, ya vengo del Toro Bravo. Antes el rollo estaba en
las cañas del Prat, después nos vinimos al Toro Bravo que no tenía ba­
rrera y aquello era una pasada. Allí te hi nchabas de todo. Luego empe-
90 ____ En tu árbol o en el mío

zaron a joder el Toro Bravo y nos fuimos al otro lado de la autopista


- ¡ Anda que no hemos trotado all í ! - . Y desde que lo cerraron nos vi­
ni mos aquí. Parece que sea el presidente de la comunidad (risas).

Los rel atos del crui s i n g son relatos v i nculados al secreto que los
acom paña. Porque, al fi n y al cabo, son las narrativas que no se pue­
den narrar.

N uevos escenarios sexuales

Otro de los cambios que i ndi scuti blemente ha condicionado las prác­
ti cas del sexo anónimo ha sido la expansión en el uso de l as nuevas
tecnologías como herramienta para el encuentro sexual (Ross, Ti kka­
nen y Mansson, 2000; Bolding, Dav i s , Hart et al. , 2005 ; B rown, May­
cock y B urns , 2005 ; Fernández-Dáv i l a y Zaragoza, 2009 ; Fernández­
Dáv i l a, Lupi áñez-V i l l anuev a y Zaragoza, 20 1 2) . Los chats y pági nas
de contactos en internet, así como los programas de geolocal i zación
en el teléfono móv i l , han perm itido una nueva forma de conoci m i ento
y articulación de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo.
Al i gual que la práctica del crui sing, los portales de i nternet y chats
diri gidos al publico gay se han centrado básicamente en la búsqueda
de parejas sexuales ocasionales ( Fernández-Dáv i l a, Lupi áñez-V i l la­
nueva y Zaragoza, 20 1 2) . Internet es una pl ataforma que permi te rea­
l i zar diferentes contactos y diversificar las conductas sexuales posi bi ­
l i tando el encuentro real y faci l i tando el intercam bio de fantasías . Los
hom bres que uti l i zan internet para este ti po de i ntercam bios experi ­
mentan una fuerte sensación de anoni mato, seguri dad y comodidad
s in miedo a represal ias ( Fernández-Dáv i l a y Zaragoza, 2009) . Internet
se presenta como un refugio para aquel l as personas o comuni dades
con pocas posi b i l i dades de desarrol l arse en otras esferas sociales ,
como es el caso de m uchos homosexuales ( B rown, Maycock y B urns,
2005 ) . Se ha convertido en un l ugar muy i mportante para la búsqueda
e i ntercambio de i nformación, que ha perm i tido grandes descubri ­
m i entos sexuales para algunos hom bres , pero especialmente para
aquel l os que no frecuentan el ambiente homosexual de bares y di sco­
tecas y tampoco acuden a las zonas de crui sing.
Homosexo en la sociedad industrial ____
__ 9¡

Según B rown , Maycock y B urns ( 2005 ) , internet ofrece una gran


va ri edad de propuestas al ternat i vas a las vías tradici onales y se ha eri ­
gido como una herrami enta para i ntercam biar i nformación, para gene­
ra r i nteracciones seguras y como fuente de experiencia para los recién
i ni ciados . Internet es un l ugar de entreten i m i ento pero también de
fug a sexual , que permi te organi zar los deseos y seleccionar a l os can­
did atos .
Tal y como sucede en la prácti ca d el cruising, esta herramienta
perm ite a l os suj etos gestionar la i nformaci ón rel ati va a su persona y
presentar úni camente determi nados aspectos v i nculados con la i nte­
racción sexual . Posi bi l i ta mostrar los atri butos corporales sin compro­
meter la i dentidad de los suj etos . Los aspectos v i suales también son
de gran i m portancia para garanti zar el éxito del encuentro. Los perfi ­
les más v isitados son aquel los que cuentan con foto. La i magen tiene
por obj eto provocar el deseo entre los participantes , y para ello no es
necesario poner en j uego l a i denti dad del suj eto, ya que se pueden
presentar fotos del cuerpo o de los genitales para generar la atracción.
Cada ti po de fotografía determi na los i ntereses del partici pante. No
c abe duda de que no transmite el m i smo mensaj e una imagen de l os
g enitales en plena exci tación y erección que una flor o un pai saje pla­
yero. La fotografía que muestra el usuario i nforma sobre en qué pone
l a atención el partici pante. La imagen es el elemento que atrae a l as
posibles parej as sexuales, es la pri nci pal v ía para favorecer el acceso
al perfi l . Es por ello por lo que una buena parte de usuarios adv ierten:
«no contesto sin foto» . Es deci r, s i n foto, no hay pol vo.
Las redes de i ntercambio sexual en i nternet se han convertido en
u n i nstrumento auxi l i ar para al gunos hombres q ue frecuentan el am­
biente gay. Tiene un l ugar pri v i legiado entre aquel los que están fuera
del armario pero que no acostumbran a relacionarse en su vida social
con otros homosexuales. Y fi nal mente es un recurso para un buen nú­
mero de homosexuales que buscan el anonimato en l as i nteracciones
se x u ales.
Internet es una alternati va a las zonas de l i gue en espacios públ i ­
c o s para muchos hombres, y a q u e resulta más cómodo y además no
re q u ie re de esperas . También es una al ternativa a las insti tuciones gai s
t al es como bares, saunas y di scotecas , ya que el encuentro no exi ge
Pa gar entradas a los l ocales . Permite acl arar los deseos y expectati vas
s ex u al es de cada participante a gol pe de teclado.
92 ____ En tu árbol o en el mío

Es necesario señal ar q ue el creci miento del uso de internet como


recurso para el l i gue entre homosexuales ha contri buido notablemente
a una transformación en los usuarios que partici pan en la práctica del
sexo anón i mo en espaci os públ icos. Pero además , el hecho de que la­
vabos , pl ayas , parques, etc . , hayan dej ado de ser un recurso sexual
para un buen número de partici pantes con acceso a internet, ha provo­
cado que la práctica del sexo anónimo se convierta en un hecho más
margi nal y marginal i zador i ncl uso entre la propi a población homo­
sexual . La pobl ación más j oven o con mayores recursos cul tural es
acostum bra a recurri r a internet como el l ugar de encuentro para los
escarceos sexuales, dej ando a un lado las zonas de cruising, a las que
en algunas ocasiones critican y cuestionan:

¿Que la sociedad identifique a los gai s con tíos que van a lugares apar­
tados a darse por el culo con unos y con otros sin preguntarse ni siquie­
ra el nombre crees que no perjudica nuestra imagen de cara a la socie­
dad? ¿Crees precisamente que eso no le da argumentos a la extrema
derecha? Mi juicio de valor no es nada subjetivo. De hecho, es muy
objetivo. Cada uno es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, pero
aquí nadie está exento de crítica. No os pongái s hipersensibles, porque
no soi s intocables, eh. Lo creo personalmente, y siento mucho al que le
ofenda, que esta práctica, que yo no comparto, no va asociada inheren­
temente a la homosexualidad, y yo no tengo por qué defenderla. Esto no
tiene nada que ver con la homofobia. Llamadle cruisingfobia (recupe­
rado de dos manzanas <http://www.dosmanzanas.com/20 1 2/08/el -al­
calde-de-badalona-xavier-garcia-al biol-llama-viciosos-a-los-practican­
tes-de-crui sing-y-anuncia-medidas-policiales.html>) .

Este ti po de comentarios da cuenta de que la práctica del crui si ng no


solo es obj eto de desprecio entre los grupos más conservadores, algu­
nas admi ni straciones públ icas o programas televi s i vos de medio pel o ,
sino que tam bién reci be críti cas de al gunos hom bres q ue desean a
otros hom bres preci samente por cómo les «sal pica» esta práctica que
consideran deni grante y l levada a cabo únicamente por perversos.
La expansi ón del uso de las tecnologías e i nternet para favorece r
los encuentros sexuales entre hom bres da cuenta de un paso más en
las rel aciones homosex uales que, ya no solo ocupan cal les e i nstitu­
ciones, sino que en l os últimos años han i nundado tam bién l a red. No
se trata de una rel ación l i neal y evol uti va que va de las cal les a las
Homosexo en la sociedad industrial ____
__ 93

i n sti tuciones y de las i nstitu ciones a la red , sin em bargo no se puede


d i s cuti r que esta tendencia ha hecho de los espacios públ icos l ugares
m enos atracti vos para el sexo con otros hombres, y de l as saunas y
di scotecas una al ternativa más que com pi te fuertemente con la red
como escenario de encuentro entre hombres .
3.
La ciudad como escenario de producciones sexuales*

La calle ha sido de manera poderosa el eje de la vida homosexual :


en ella, en sus resquicios, en su laberinto, los gais hemos podido
escapar así sea brevemente a la asfixia de la opresión, encontrar­
nos con nuestros pares, ligar y entrever las posibilidades pecami­
nosas de la ciudad.

JUAN CARLOS BAUTISTA, 20 1 0

La sexual idad h a sido objeto d e constante regulación en todas las so­


ci edades. Cada cultura dispone aquellos aspectos de la sexual idad que
deben ser sancionados y controlados por diferentes procesos formales
e i nformales en una sociedad ( Pl u mmer, 1 99 1 y Guasch , 1 99 3 ) . Así,
por ej emplo, Mal i nowski relata en La vida sexual de los salvajes en el
Noroeste de Melanesia cómo los ni ños no son ai slados de las relacio­
nes sexuales de sus padres, e i ncluso en m uchas ocasiones son testi gos
ocul ares de estas rel aciones ( Mal i nowski , 1 97 1 [ 1 929] , pp. 88-93 ) .
S i n embargo, en Occidente a l o s niños se l e s mantiene alej ados de las
relaci ones sexuales y se les perci be como seres para el futuro que en el
p r esente no tienen sexual i dad en tanto que no forman parte del ciclo
de reproducción ( Roca, 2003 ) . Es decir, l a sexual i dad se uti l i za para
c ontrolar y mediati zar l as relaciones a parti r del fuerte uso social que
se ha encomendado al hecho reproducti vo ( v er Schnei der, 1 984 y
G uasch, 2007 [2000) , p. 3 5 ) . 1 Por el l o no podemos hablar de una se-

*
U na primera versión de este capítulo ha sido publicada en la revista Quaderns-e de
I '!ns titut Cata/a d 'Antropo/ogia , 1 8 ( 1 ) , pp. 98- 1 1 3 con el título de Apropiaciones fur­
t i v as de espacios públicos.
1 . Cabe señalar que las restricciones en materia de sexualidad no solamente se han
a p li cado a la ligazón entre humanos. Sino que también en las relaciones con otros seres
v i v os , determinando qué tipo de vínculo pueden crear los humanos con los animales o
l as pl antas. Así por ejemplo se permite una relación afectiv a entre los perros y sus
d u e ños . que puede llegar a un cierto grado de «humanización» de los pri meros, mien­
tras q ue de ningún modo se aprueba que esta relación pase del afecto al sexo (Cáceres,
20 1 3). Del mismo modo, los humanos pueden utilizar las hortalizas con fines alimen­
t ar i os , pero queda prohibido su uso para el placer sexual . Zanahorias, pepinos, calaba­
c i n es y demás vegetales no deben convertirse en elementos penetrantes del cuerpo
h u m a no por otros orificios altern ativos a la boca y con fines ali mentic ios.
96 ____ En tu árbol o en el mío

xual idad «natural » , en la medida en la que ésta ha sido objeto de cons­


tantes cortapi sas para eri gir unas pautas sexuales legíti mas . El sexo no
puede pensarse como una obra i nal terable, estática, asocial y sin his­
tórica. Margaret Mead afi rma que ni nguna soci edad ha dej ado de apo­
derarse de los hechos v i s i bles del sexo y la edad (Mead, 2006 [ 1 935 ) ,
p. 1 6) . El sexo, más al l á de un atri buto corporal , es sobre todo un arte­
facto simból ico usado para arti cular el entramado cultural . Es por ello
por lo que «la l i bertad sexual compl eta exi ste solamente en el sueño
l i bertario y l a pesad i l l a de los reformadores moral es» ( Pl u m mer,
1 99 1 , p. 1 64) , ya que el devenir sexual debe ser interpretado, entre
otros elementos , a parti r de l as restri cciones que lo envuelven (Fou­
cault, 2005 [ 1 976) y Vendrel , 1 999) .
A hora bien, vedar, restri ngi r o proh i bi r n o puede confundi rse
con elimi nar. De hecho, la negación, el silencio o la represión, en real i ­
dad, n o hacen más q u e admitir l a presencia de otros usos d e la sexua­
l i dad . Las personas que practi can la d i versi dad sexual ,2 no lo hacen
como una simple respuesta a determinadas necesidades biológicas o
psicológicas , sino que, por el contrari o, construyen su sexuali dad en el
marco de los preceptos cul turales con los que convi ven ( Pl u m mer,
1 99 1 , p. 1 73 ) .
L a i nterpretación d e l a sexual idad en Occidente pasa i nequívoca­
mente por la fuerte restri cción y s uperv i s i ón de aque l l as prácti cas
sexuales no reproductivas. En la sociedad occi dental , el sexo se ha
presentado como un aconteci m iento pel i groso en sí m i smo, adul tera­
do, depravado y env i l ecido, como si se tratase de un acto que requiere
respuestas constantes. La sexual i dad occidental ha si do estructurada
dentro de un escenario social marcadamente puniti v o (Rubi n , 1 989
[ 1 984 ] ) . Cualquier conducta erótica es mala a pri mera v i sta, excepto
que exi sta una razón que j u stifi que su presencia, como es el caso del
matri monio, la reproducción o el amor entre hombres y m uj eres. En
este sentido, Gay le Rubi n ( 1 989 f 1 984) ) establ ece que los actos sexua­
les son eval uados según un si stema jerárquico que permite j usti preciar
y diferenciar los actos l egíti mos de los bastardos.

2. Se presenta la diversidad sexual como una práctica o como una experiencia en la


medida en la que no reproducen los patrones sexuales hegemónicos que pasan por la
relación heterosexual , monógama y reproductiva, entre otros valores. Pero con esta
noción también se propone recoger los significados sociales que se atribuyen a las
prácticas sexuales más allá del acto sexual .
La ciudad como escenario de producc iones sexuales ____
_
97

Las sociedades occidentales modernas eval úan Jos actos sexuales se­
gún un si stema jerárquico de valor sexual . En la cima de la pirámide
erótica están solamente l os heterosexuales reproductores casados. Jus­
to debajo están los heterosexuales monógamos no casados y agrupados
en parejas, seguidos de la mayor parte de los demás heterosexuales. El
sexo en solitario flota ambiguamente. [ . . . J Las parejas estables de les­
bianas y gai s están al borde de la respetabi lidad, pero los homosexua­
les y lesbianas promi scuos revolotean justo por encima de los grupos
situados en el fondo mi smo de la pi rámide. Las castas sexuales más
despreciadas incl uyen normalmente a los transexuales, travesti s, feti­
chi stas, sadomasoqui stas, trabajadores del sexo, tales como los prosti­
tutos, las prostitutas y quienes trabajan como modelos en la pornogra­
fía y la más baja de todas, aquellos cuyo eroti smo transgrede las
fronteras generacionales. [ . ] A medida que descendemos en la escala
. .

de conductas sexuales, los individuos que las practican se ven sujetos a


la presunción de enfermedad mental , a la ausencia de respetabil idad,
crimi nal idad, restricciones a su movilidad física y social , pérdida de
apoyo institucional y sanciones económicas ( Rubi n, 1 989 [ 1 984] ,
pp. 1 36- 1 37).

Al tiempo que se produce el descenso en l a escal a de las conductas


sexuales, también se genera el esti gma sobre l os grupos poseedores de
l os atri butos desacreditadores, por hablar en los mi smos térmi nos que
Goffman ( 2003 ( 1 963 ] ) . Es decir, cuando el i nd i v iduo avanza en l a
escal a sexual degradante, s u estigma también crece . A pesar de los
di sti ntos ejercicios de ocultamiento, el suj eto si gue siendo conocedor
de que aquel l o que es no está bien, e i nscri be sobre sí mismo los pre­
ceptos cul tural es que niegan, sanci onan y cri m i nal i zan la conducta
q ue él mismo real i za.
Sin embargo, l as conductas perversas no siempre están reñidas
c on el modelo social i m perante. Más bien encarnan una condición i m ­
po rtante para su manteni m iento, siempre y cuando se pueda ejercer un
c i erto control sobre ellas. La otredad es un elemento fundamental en
l a c onstrucción de la hegemonía, ya que permite señalar la diferencia
Y p or lo tanto refuerza la ideología rei nante. Para poder garantizar este
c o ntrol social , la estrategia de la v i ol encia suele ser poco efectiva,
ti e ne un gran coste econó m i co y humano, y además se trata de una
d o m i naci ón de difíc i l perpetuación en el tiempo. Es por ello por lo
q ue l a construcción del esti gma es una maniobra mucho más eficaz
98 ---- En tu árbol o en el mío

que perm ite una domi nación desde una perspecti va ampl ia y con ga­
rantías de mayor estabi l idad .
El esti gma se construye a parti r de la asi g nación social de la
anomal ía. De este modo, quien posee atri butos esti gmati zantes pasa a
ser identificado como perteneciente a un grupo social i nferior y pel i ­
groso, lo q ue le hace perder d e i nmediato l o s benefi cios d e la acepta­
bi l i dad social . Una vez i ntegrado en este grupo, el suj eto puede ser
desti natario de hum i l l ación, i nj uri as , agresiones, etc. Pero, sobre todo,
se trata de un cuerpo l egíti mamente dom i nado ( Goffman, 2003
[ 1 963 J ) . Lo que garantiza l a dom i nación es preci samente el consenti ­
miento de los domi nados a su dom i nación, consenti mi ento que hasta
cierto punto les hace cooperar en la reproducción de su propi a dom i ­
nación. E l consenti mi ento es la parte d e l poder q u e l os dom i nados
otorgan a los dom i nadores para que la ej erzan di rectamente sobre
ellos ( Godel i er, 1 989, p. 3 1 ) . Así, l os grupos m i nori tari os aceptan el
dictamen del pensami ento hegemónico, lo integran en su percepción
del mundo, y se adscri ben al di scurso segregador, admi tiendo l a legi ­
ti midad del repudio que padecen ( B ourdieu, 2005 [ 1 998] ) .

Construcción d e l a lógica heterosexual

En materia de sexual idad, la doctri na i m perante está marcada i nequí­


vocamente por el paradi gma de la heterosexual idad. La heterosexual i ­
dad n o produce rechazo, es e l pri mer certifi cado d e garantía para l a
aceptación social . No necesita expl icación, ni acepta críticas. L a hete­
rosexual i dad se presenta como la única i nterpretación razonable del
mundo (Guasch , 2000 [2007 ] ) . Como si se tratase de un hecho que se
da s in más , sin contexto social , pol ítico ni cul tural . Se convierte en un
deber que i ndica cuando, cómo, cuánto, con quién y porqué hay que
tener relaciones sexuales ( Laumann, Gagnon et al. , 1 994, p. 6). Pero,
además , es el l ugar desde el que se defi ne lo que es y no es sexo, com o
si pudiese restri ngirse a una única práctica y a una única fi nal idad
(Valcuende, 2006). En las concepci ones más ortodoxas de la socie­
dad, el sexo heterosexual es un sexo entre hom bres y m uj eres , de pla­
cer ci rcunstanci al que tiene por objeto alcanzar la reproducción. Pero
la heterosexual idad es ante todo un estatus, una cual idad de clase, un
La ciudad como escenario de producci ones sexuales ----
-
99

mo do de relación que asi gna mayor poder a aquel los que se adscri ben
a e l l a.
La heterosexual i dad , más al lá de una práctica sexual , se trata de
un model o de organi zación social basado en la pareja, jerárquicamen­
te ordenado y con una supuesta com plementariedad de l os cuerpos.
A sí, la i nd i vidual idad del ser humano es negada y l a soltería pasa a ser
una condición d i gna de inspección (Valcuende, 2006, p. 1 3 3 ) . La he­
terosexual i dad hace del conj unto de la población un ejército de con­
trol , convi rtiendo al ciudadano en guardián de la costumbre sexual de
l a que desconoce su ori gen, pero sabe que debe custodiar sin pregun­
tas ni d isputas , sin lev antar sospechas ni generar dudas . La hetero­
sexual idad es una meta, en un estado defi nitivo que alcanza su máxi ­
mum con la reproducción en matri monio. A partir de este momento, el
hom bre y l a m ujer adq ui eren otra categoría, l a de padre y madre .
Y esta nueva posición les atri buye unas responsabi l idades añadi das
hacia el nuevo ser, entre ellas, la garantía de la consecución de la nor­
ma heterosexual entre su prol e.
Se trata de u na hegemonía cultural q u e podemos pensar desde l a
perspecti va gramsciana, y a q u e la heterosexual idad marca un esti lo d e
v i da y u n a mi rada,3 u n a m i rada d e l m undo q u e se sabe vencedora.
Establece l a rel ación con l os otros cuerpos más al lá del sexo para ca­
nal izar y gestionar la vida social . Pero l as hegemonías no permanecen
i nal terables en el tiempo, espació y rel aciones, s i no que más bien son
di námicas y se rei nventan para poder mantener su nicho de poder en
l a concepción del mundo. A sí por ej emplo, en ocasi ones pueden pro­
d ucirse confusi ones sexuales, especialmente cuando la adscri pción al
modelo no ha quedado enteramente aclarada. Pero, ante la confusión ,
e l sujeto debe ser capaz d e rectificar y esclarecer su adhesión a l grupo,
su acuerdo con el mandato hegemónico. En este senti do, Fernando
S áez rel ata un acontecimiento de la v i da cotidiana, pero que no dej a
de resultar si gnifi cati vo si l o anal i zamos desde esta perspectiva:

3 . Osear Guasch afirma que «la heterosexual idad es un mito, un relato, una historia
s agra da. Y que se ajusta bien a las funciones sociales del mito: Cumple con la tarea de
e xpli car el mundo. En este caso, el mundo del deseo y de los afectos. En tanto que
rni to, también sirve para garan tizar la estabilidad de las cosas; la heterosexual idad
j u stifi ca un orden social intocab le. Intocable porque no se cuesti ona ni tampoco se
eva lú a; se acepta sin más como se aceptan los mitos . . . . Es un mythos: una narración
trans mitida oralmente y mediante li bros sagrados» (Guasch, 2007 [2000], pp. 1 7- 1 8).
1 00 ____ En tu árbol o en el mío

Sal í del ascensor hacia la cal le y me encontré a unos veci nos que espe­
raban para subir. Les saludé y uno de ellos, de cierta edad y con el que
me l levo muy bien, me atrajo hacia sí para decirme algo al oído, no re­
cuerdo qué. Sin embargo, yo interpreté que lo que pretendía era darme
un beso en la mejil la, al que, aunque ciertamente desconcertado, corres­
pondí. Al día siguiente me lo encontré de nuevo en la escalera y me
comentó que el otro vecino, mientras subían , le había reprochado que
diese un beso a un hombre. Él respondió: «yo no beso a hombres, beso
a ami gos» (Sáez, 20 1 2, p. 1 0 1 ) .

Aunque desconocemos a los actores d e este epi sodio, más al l á del re­
proche se produj o en esta escena, podemos detectar cómo el v eci no,
ante la sorpresa que pos i bl emente l e suscitó el beso, supo rectificar.
Negó la cual idad de hom bre del autor y le atri buyo una diferente, la de
am i go, en la cual sí que esta autori zado el i ntercambio afecti vo. A los
ami gos se les quiere y se l es esti ma, pero no se les desea. De este
modo, sal ió ai reado del confl icto y pudo mantener su estatus de hete­
rosex ual . Y es que la heterosexual i dad , a pesar de q ue se presenta
como raci onal e i nevitabl e, no dej a de verse acechada por las condi­
ci ones soci ales en las que opera. Se muestra como «natural » , pero
debemos alcanzarl a ; es i nevi table , pero esta someti da a un pel i gro
constante ; es espontánea, pero debemos aprenderla ( Weeks, 1 993
[ 1 985 ) , pp. 1 45 - 1 46). Así, la heterosexual idad es un hecho social más
que a partir de la asi gnación de esti gma y el apoyo de diversas i nstitu­
ciones soci ales como el matri monio o la fam i l i a, se reafi rma minuto a
mi nuto en la sociedad para garanti zar su estabi l idad s i n perder pri v i le­
gios.
Normal mente, el esti gma es una herrami enta suficientemente
eficaz para mantener la hegemonía sexual en el espacio públ ico. S i n
em bargo, ante cualquier señal de acecho, rápidamente se ponen e n
marcha l o s dispositi vos d e control q u e reorientan la conducta para no
poner en pel i g ro la estabi li dad socio-sexual . Estos di spositi vos pasan
por agresi ones en transportes públ icos, mul tas a las prostitutas, i nsultos
a los amanerados , expul sión de l ocales, etc.4 Y es que, a pesar de que
i nnegablemente se ha producido un aumento de la vi s i bi l idad de otras

4. Ver el Diagni>stic de les realitats de la poblaci6 LGTB de Barcelona, elaborad o


por Coll-Planes, Gerard y Miquel Missé (2009). IGOP.
La ciudad como escenario de produccio nes se x ua l es ------1 01

sexual idades diferentes a la heterosexual , no deja de ser un hecho que,


au nque significati vo, solo puede pensarse en térm i nos anecdóticos . El
espacio urbano es v i vido por gai s y lesbi anas como un l ugar profunda­
mente heterosexual ( Hubbard , 200 1 ). El espacio públ ico se confi gura
preci samente desde l a lógica del cuerpo heterosexual , y cual quier
m uestra de v i si bi l idad de otras sexual i dades pronto se ven corregidas
c uando salen de los l ocal es o cal les que condensan públ i co «desv i a­
d o » . Así lo relataba el padre de un m uchacho gay en un debate sobre
la v i da homosexual en la ci udad de Barcel ona en el año 20 1 1 :

Nosotros s.omos de Badalona, y mi hijo cuando sale con su novio solo


puede ir de la mano en determinados espacios de B arcelona, y cuando
vuelve a casa las muestras de cariño entre ellos solo pueden durar hasta
la parada de metro de Universitat, o como mucho hasta Sagrada Familia,
pero después cualquier muestra de cariño entre dos chicos puede ser pe­
ligrosa. Salir de la mano en determinadas paradas de metro es jugársela.

Espacio públ ico / Espacio sexuado

El espacio públ ico podemos pensarlo, por lo tanto, como un proyecto


heterosexualizante. Como apunta Del gado ( 20 1 1 ) más al lá de un lugar
fís ico es un lugar ideológico: desde el di seño arqui tectónico hasta l a
organización de l a s relaciones públ icas , pri vadas e ínti mas. E l espacio
p úblico clasifi ca a los cuerpos respondiendo a unos parámetros con­
forme el credo sexual domi nante. Así, por ejemplo, l os baños públ i ­
cos, i nstituciones burguesas general izadas e n las ci udades europeas a
partir del siglo XIX (Elias , 1 989 [ 1 977] ), se convierten en lugares para
l a v igilancia del género. Los uri narios se transforman en un puesto de
i nspección para eval uar los códi gos de masculinidad y feminidad de sus
us uarios. « En la puerta de cada retrete, como único signo, una i nterpe­
l ac ión de género: mascu l i no o femenino, damas o cabal leros , sombre­
ro o pal mera, bi gote o floreci l l a, como si hubiera que entrar al baño a
reh acerse el género más que a deshacerse de la ori na o de la mierda»
( Preciado, s.f. ) . Es fáci l comprobar cómo los diferen tes espacios se
o rg ani zan para la celebración de l a heterosexual idad . Parques y plazas
s o n I ugares pensados para el gozo fam i l i ar o de las parej as ( hetero-
1 02 ____
_ En tu árbol o en el mío

sexuales) deseosas de hacer públ ica su com unión con el si stema dom i ­
nante . E n n i ng ú n proyecto d el departamento d e parq ues y j ardi nes de
ningún ayuntami ento, se plantea la necesi dad de di sponer de un em­
plazam iento para que los maricones podamos fol lar a gusto, si no que
se establecen mecani smos que i ntentan regular, acotar y difi cultar este
ti po de prácti cas . Se podan l os arbustos para i m pedi r que las personas
puedan ocul tarse a tener sexo, se i nstalan focos que iluminan las zonas
más oscuras donde l os homosexuales acuden a hacer crui sing, tal y
como sucedió en la playa de Si tges en l os años noventa y que todav ía
hoy permanecen encendidos. Se val lan las zonas donde al gunos homo­
sexuales parti ci pan del i ntercambio sexual anónimo para i mpedir el
acceso, como es el caso de la playa de la Marbella en B arcelona en el año
20 1 2, o el anti guo camping El Toro Bravo del Garraf, donde se i nten­
sificó la v i gilancia cuando se con v i rtió en una conocida zona de crui­
sing. O i ncl uso se anuncia el acoso pol icial , tal y como hizo el alcalde
de Badalona Xavier García A l biol en el año 20 1 2 .
El espacio públ i co de ni ngún modo tiene que proyectarse como
patri monio excl usivo de la gran urbe, sino que se trata de un l ugar en
constante redefi nición que tiene más que ver con modos de relación que
con espacios físicos. El espacio públ i co i n v i s i b i l i za l a domi nación
mediante una convi ncente «neutral idad» y confraternidad interclasis­
ta. Conv ierte al opri mido en ci udadano, l o que no solamente le i nstitu­
cional i za, si no que tam bién le hace cumpl i r una funci ón de eficacia
s imból ica (Del gado, 20 1 1 ) . No todas l as personas pueden apropiarse
del espacio públ ico de la mi sma manera: al gunos grupos sociales solo
pueden hacerlo a hurtad i l l as o en aquellos l ugares más deval uados en
los que el tránsito es i napreciable.
El espacio públ ico al que nos referi mos aquí es un conj unto de
espacios de v i sibil idad y accesibi l i dad general i zada, en los que la ma­
yoría de encuentros l o son entre extraños totales o relati vos y en l os
que se producen lo que Goffman ( 1 974) denomi na relaciones públ i ­
cas, e s decir, relaciones cara a cara entre i nd i v i duos que entran y salen
de las si tuaciones en l as que se van viendo i nvol ucrados. El anál isis de
este tipo de espacio social ha sido el obj eto central de los aportes teó­
ricos de Erv i n g Goffman ( 1 974) . Ha sido desarrol l ado en forma de
metodología por los Lofland ( Lofl and, 1 986 y Lofl and y Lofl and ,
1 984) , y ha conoci do desarrol los teóricos cercanos como los de Del ­
gado ( 1 999 y 2008 ) .
La ci udad como escenario de producc iones sexuales ____ 1 Q3

En cualquier caso, la gran urbe como uno de los escenarios posi ­


bl es del espacio públ ico, n o h a dej ado d e ser obj eto d e recelo, preci sa­
mente por ese grado de i ncontrolabi l idad que presenta. De hecho, a l o
l argo de la hi stori a se han generado diferentes discursos q u e cargan
contra la ci udad como la causante de las mayores depravaciones de la
soci edad . A pesar de l os diferentes ejercicios de rechazo puestos en
marcha para evitar la expansión homosexual en las grandes ci udades,
es innegable que l a gran urbe ha sido el punto de llegada de un si nfín
de disidentes y rebeldes en busca de los placeres que la ci udad ofrecía
a sus habitantes. Así l l egaron i nm i grantes , arti stas , prosti tutas , cri m i ­
nales, etc. Y también un gran número d e homosexuales que m i graban
del contexto rural , de ci udades más pequeñas, o i ncl uso de países más
restricti vos, con l a i ntención de encontrar en la gran metrópoli un res­
pi ro al control al que se veían sometidos en sus contextos l ocales de
ori gen.
Han s i do m uchas l as personas que han m i grado por causas de
índole sexual . La l iteratura sobre migración acostumbra a no i ntegrar
la cuestión de la diversidad sexual como uno de los factores a tener en
c uenta a l a hora de expl icar el fenómeno. Y dej a así de l ado un anál i ­
s i s necesario sobre un amplio grupo d e personas que, baj o un argu­
mento l aboral y económico, han escondi do una estrategia de huida
para v i v i r otras experiencias sexual es. Para i ncl u i r esta m i rada en el
an á l i s i s de l as m i graciones, se debe tener en cuenta que l a cuestión
s exual , más que una vari abl e de l a m i gración, es una di mensión del
poder que forma y organi za l os procesos m i gratori os, así como los
modos de incorporación en el l ugar de desti no. Es por el l o por lo que
s e debe integrar en el anál isis del fenómeno mi gratorio, preci samente
porque el género y la sexual idad son di mensiones de gran i m pacto en
el s i stema de relaciones soci ales ( Cantú, 2009 [2002] , pp. 3 1 -32).
La gran ci udad ha sido un elemento clave para la confi guración
de l a identidad gay moderna, su espacio v i tal ( B ech, 1 997 [ 1 987] ) . El
t rabaj o de George Chauncey ( 1 994) anal iza cómo se i ntensificó la ac­
ti v i dad social entre hombres que deseaban a otros hombres en algunas
cal l es y salones de Nueva York hasta la segunda guerra mundial . Ase­
gu ra que esta mayor presencia urbana de homosexuales confi gura un
n u ev o esti l o de v i da propio que se adapta a los conte xtos sociales más
restr icti vos o aperturi stas , segú n el momento. No obstante, esta cons­
t ru cc ión identitari a también está marcada por un componente de clase
1 04 ____
_ En tu árbol o en el mío

que, aunque en ocasi ones parece d i l u i rse, permanece presente para el


ej ercicio de l os pri v i legios tam bién entre l os hom bres que desean a
otros hombres (Chauncey , 1 994) . Además de Nueva York, otras ciu­
dades también fueron obj eto de atracción de población homosexual
como Fl orencia, Venecia o Roma, donde desde el año 1 600 acudían
al gunos homosexuales atraídos por el arte renacenti sta y barroco (Al ­
drich, 1 993 ) . Sydney se conv i rtió, a pri ncipios del siglo XIX, en «la
sodoma de l os mares del sur» (Al drich, 2004, p. 1 .720) . El caso de
París ha sido anal i zado por Michael S i bal i s (2004) , el autor descri be
la construcción de la v i da gay en París en el barrio de Marais y presen­
ta el proceso de integración de la población gay en el entorno urbano
como un producto de la transformaci ón que ha v i v i do la ci udad . Por
otra parte, el l i bro The Margins of the City. Gay Men 's Urban Lives,
edi tado por Setephen Whittle ( 1 994) , anal iza los procesos de señal iza­
ción de las zonas homosexuales en las ci udades de Manchester, New­
castle y Toronto. Exi sten otros trabaj os de i nvesti gación que abordan
esta relación entre v ida urbana y homosexual idad, como es el caso de
Garry Wotherspoon ( 1 99 1 ), que estudia en Austral ia la consti tuci ón
de una v i da gay en el contexto col onial . La com pi l ación de Dav i d
Hi ggs ( 1 999) elabora una hi stori a d e la vida gay urbana en las ci uda­
des de Londres, Amsterdam , Río de Janei ro, San Franci sco, París , Lis­
boa y Moscú.5 También en Asia, exi sten algunos ej emplos sobre Ja
construcción del u n i verso gay en el entorno urbano de Tai landia
(Jackson y Sulli van, 1 999) o Si ngapur (Hiang Khng, 1 998) . En el caso
de Barcelona, no di sponemos de trabajos que aborden la relación entre
la ci udad y la vida homosexual . S i n embargo, Barcelona se ha consti ­
tuido en los últi mos años como un destino del turi smo gay que se deja
notar especial mente en el re-nom brado gayexample, pero también en
otros barri os de la ci udad , especial mente a partir de una mayor v i s i bi ­
l i dad de la homosexual idad en al gunas zonas de Ja ci udad ( Pei xoto
Cal das , 20 1 0 ; Moner Korfl ür et al. , 2006) .
La cul tura gay ha j u gado un papel m uy i m portante en la acogida

5. San Francisco ha sido considerada una de las capitales del universo gay en todo el
mundo. Han sido diversos los trabajos sobre el barrio de Castro y la configuración ur­
bana de la vida gay en la ci udad no solo como espacio de residencia, sino tamb ién
como lugar para la interacción social, el placer y la generación de grupos de activis tas.
(ver Boyd, 2003 ; Stryker; Buskirk, 1 996; Castells & Murphy, 1 982).
La ci udad como escenario de produc ciones sexuales ____
_ 1 05

d e los reci én l legados a lo l argo de todo el si glo x1x y xx. La ci udad


permitió la construcción de un ci rcuito de apoyo mutuo que m uchos
ho m osexuales han uti l i zado para encontrar trabaj o , v i v i enda y tam ­
bi én v i v i r sus romances y escarceos sexuales.6 La cultura gay urbana
ha sido un soporte emocional muy si gnificati vo para un buen número
de personas que se hal l aban en la gran urbe deseosas de v i v i r otras
formas de sexual i dad. Un sofi sticado si stema de códi gos subcuturales
permitió i dentificar a «los i g uales» entre las masas de gente que circu­
l an por l a ci udad : ropa, forma de cam i nar, de m i rar, de hablar, etc . ,
han posi bi l i tado la reorgani zaci ón d e l os homosexuales e n un escena­
rio profundamente heterosexual i zado. En las ci udades los homosexua­
l es podían encontrar un mayor número de parej as sexuales, y tam bién
el esperado anonimato, que en un contexto de hosti l idad social se in­
terpreta como una ventaj osa herram i enta de seguri dad personal ( A l ­
drich, 2004, p. 1 .72 1 ) .
Para gai s , lesbianas , transexuales y otras sexual idades no-hetero­
sexual es, el espacio públ i co y pri vado no son l ugares material mente
di sti ntos , ya que la estructura bi nari a del deseo se produce de forma
homóloga en todas las situaciones de su v i da ( Eri bon , 200 1 f 1 999] ) .
E s decir, l os grupos sexuales m i noritarios n o siempre s e v e n l i berados
de las presiones sociales del exterior con su l legada al espacio pri va­
do, ya que en él se produce el pri mer ejercicio de opresión, a parti r de
l a fam i l i a como encargada de regular l a ordenación del sexo dentro
del hogar. Por lo tanto, la homosexual idad es un elemento que tam ­
bién debe ocul tarse en la escena pri vada. Este es el moti v o por el
que los gai s , a lo largo de su v i da, han sabido elaborar mecani smos que
per mitan el ocultamiento de sus deseos i ncluso en los escenarios más
ce rcanos .7

6. Existen diferentes relatos que dan fe de la importancia de estas redes de solidari­


dad para los homosexuales llegados a la ciudad. En el caso del Estado español, pode­
ino s destacar el trabajo de A sodoma en tren botijo de Á lvaro Renata (2004 [ 1 933 ]),
do nde el autor describe una subcultura homosexual en Madrid a partir del proceso
ini gratorio de un joven almeriense llamado Nemesio Fuentepino. Nemesio llega a la
ci udad aconsejado por su amigo Pepín Alcayde y, una vez en la ciudad, se arma de una
re d social que lo inician en la vida del «tercer sexo».
Por otro l ado, el docum ental de Ventura Pons Ocaña, retrato intermitente
( 1 978) , también relata la cuestión de la sexualidad en el proceso migratorio del artista
d o nde se pueden apreciar estas redes existentes en la ciudad.
7 . La experiencia de la exclusi ón por cuestiones sexuales no es patri monio única-
1 06 ____ En tu árbol o en el mío

Otra de las relaciones de la homosexual idad con lo públ ico tiene


que ver a menudo con la salida del armari o. Sal i r del armari o es una
exi gencia soci al a todos los homosexual es. El gay honesto es aquel
que hace públ ica su condición de desviado, que previene a l os ci uda­
danos de su presencia poniendo todas las cartas sobre la mesa y mos­
trando su «verdad» a una soci edad que merece conocer la i denti dad
sexual de cada suj eto. La sal ida del armario se presenta como un acon­
tecimi ento único, un ejercicio de l i beraci ón defi nitivo. S i n em bargo,
como apunta Didier Eri bon ( 200 1 [ 1 999] , p. 1 60) sal i r del armario no
es un evento que se celebra una vez en la v i da, como se supone con el
matri monio. Las entradas y salidas son constantes para todos los ho­
mosexuales. Nunca se está dentro del todo porque la condición de ho­
mosexual puede convertirse fáci l m ente en un secreto a v oces del que
todo el m undo hable. Al m i smo tiempo, tam poco se está fuera de ma­
nera absol uta, ya que cualquier homosexual vuelve al armario cuando
la si tuación lo requi ere ; para presentarse a una entrevi sta de trabajo,
para ofrecer un cierto ai re de seriedad , o para buscar cierta respetabi­
l i dad en una si tuación confl ictiva. Sal i r del armari o es un proyecto
constante de toda la v i da y que difíc i l mente se l l ega a completar
(/bid. ) . A hora bien, el armario tampoco debe considerarse únicamente
como una experiencia pri vada, ya que ha contri buido si gnifi cati va­
mente a confi gurar l a v i da social de los homosexual es.8 El s i l encio
compartido ha sido un elemento clave en la confi guración de l a iden­
ti dad gay moderna. A partir de él se han articulado un sin fi n de rela­
ciones entre homosexuales que permi ten, por un lado, experi mentar el
gozo homosexual y a la vez mantener en secreto aquello que es obj eto
de estigma.
El creci miento de la población homosexual en el entorno urbano
tam bién ha tenido un gran i m pacto en l as pol íticas locales y en el
aumento de su poder pol ítico en las ci udades (Bai ley , 1 999) . En al gu-

mente de gais. Existen muchos otros grupos e identidades que son objeto de desprecio
de un modo similar, aunque con matices particulares, al que viven los maricas. Este es
el caso de lesbianas y transexuales, por ejemplo.
8. Para profundizar en el análisis de las significaciones sociales de la salida del arma­
rio es imprescindible revisar el trabajo de Eve K. Sedgwick ( 1 998 [ 1 990]), Epistemo­
logfa del armario, donde la autora examina de manera exhaustiva el fenómeno, así
como las relaciones de opresión y dolor que se establecen en torno al silencio obli­
gado.
La ciudad como escenario de produccio nes sexuales ____ 1 07

no s contextos , los homosex ual es se han construido en un grupo de


p re sión un grupo de presión a partir, fundamental mente, de sus i m pl i ­
caciones económicas e n la v ida urbana. E l consumo s e h a converti do
en la pieza clave para comprender la construcción del modelo de ciu­
dad global , y a su vez es el elemento central a partir de la cual se ad­
q u i ere la cual i dad de ci udadano (lsin y Wood, 1 999) . Este nuevo pa­
radigma es el que ha perm i tido la legiti mación de «Otras sexual i dades»
en tanto que agentes consum idores. Pero a su vez, l os gai s tam bién
son construi dos corno obj etos exóticos mediante l as nuevas tenden­
cias de turi smo homosexual (Bel l ; B i nnie, 2004, pp. l .809- 1 .8 1 0) . La
tendencia capi tal i sta generada en torno a la i dentidad sexual permi te
que los gai s sean a la vez consumidores y consumidos. Es decir, obje­
to de consumo y a su vez de atracción para otros gai s , de representa­
ción de m odernidad, de rernodelación urbanística o de ocio . Este es el
caso, por ejemplo, de l os grandes festivales y encuentros di ri gi dos al
público homosexual corno el Circuir de B arcelona, l os Gay games o la
Mardi Gras en Sydney. La relación consumidor-consumido que se es­
tabl ece al rededor de «lo gay» genera una nueva forma de mercado que
transforma el v ínculo clási co de com prador-vendedor en un si stema
de rel aciones complejo. El sujeto homosexual no solo paga con di nero
los bienes y servi ci os de los que di spone en tanto que públ ico especia­
l i zado, sino que además se i ncorpora a un modelo de signifi caci ón que
permite reconstruir y partici par de nuevas ideologías y representacio­
nes del suj eto homosexual corno atracción para nuevos capi tales.
Corno cualquier otro proceso de i ntegración, l a i nclusión de cier­
tos grupos homosexual es ha comportado un ej erci cio de excl usión
para aquel los que tienen una forma de expresión sexual que escapa del
régi men de aceptación social . La nueva cul tura homonormativa (Dug­
gan, 2002) , ha dejado fuera otras formas de expresión sexual públ i ca
Y ha construido espaci os de consumo y gentrificación urbana. La mo­
de r nidad y el crecimiento en el consumo ha hecho que cualquier ciu­
dad di sponga de un barri o gay, lo que ha fac i l i tado y normal i zado la
generación de determ i nados ti pos de homosexual es, hasta tal punto
q ue las ci udades se di scuten por atraer a turi stas de todo el m undo.
Ev identemente , la confi guración de la identi dad gay moderna en el
e nto rno urbano ha sido posi ble , no solo graci as a turi stas gai s , si no
q u e también a las transformaciones que ha vi vido la ci udad occidental
a l o l argo de todo el siglo xx así corno a la m i l i tanc ia de colecti vos de
1 08 __ En tu árbol o en el mío
__
_

defensa de los derechos LGTB . Es decir, un contexto de gran transfor­


mación urbana, tanto a nivel social como arquitectónico, ha permi tido
l a emergenci a gay moderna que conocemos hoy .
La población gay a menudo es presentada como un modelo del
renaci miento urbano que pone en l a él ite al gunas de l as zonas degra­
dadas de la ci udad para converti rlas en zonas resi denciales y comer­
ciales. Los gai s son atraídos hacia l os barrios más deteriorados como
pioneros y, al i gual que los heterosexuales, han contri buido a los ej er­
cicios de gentrifi cación que reval ori zan m uchos barri os de l as grandes
ci udades (Bell y B i nnie, 2004, p. 1 .8 1 4) . Así, el barrio de Chueca en
Madrid es un ejemplo de estos procesos en donde las zonas central es
de l a ci udad que anteriormente estaban degradadas ahora han sido re­
habi l i tadas por la comunidad LGTB (Engui x, 2009, p. 3 ) . Por su parte,
Anne-Marie B outhi l lette ( 1 994) estudia en caso del barrio de Cabba­
getown, un pueblo cercano a Toronto que en el siglo XIX fue absorbido
por la ci udad y se conv i rtió en barrio de la clase trabaj adora. S i n em­
bargo, en los últi mos años , Cabbagetow n se ha transformado en el
l ugar de l l egada de un buen número de homosexuales, que han revalo­
rizado el barrio mediante la i nstalación de tiendas , bares y restauran­
tes ( B outh i l l ette, 1 994) . Lawrence Knopp ( 1 998 ) también ha centrado
su trabaj o en los procesos de construcción del espacio urbano y l a
sexual idad , poniendo especial i nterés en l os modos de i ntervención de
la población homosexual en la confi guración de la ci udad .
Los barri os gai s se convi erten en l u gares con un cierto carácter
aburguesado y se ponen de moda entre la pobl ación heterosexual que
busca aires diferentes al margen de los tradicional es barrios fami l i a­
ri stas. Richard Florida (2002, pp. 255 -258) considera que la población
gay ha contri buido en la construcción de las nuevas ci udades, en tanto
que son agentes de consumo. El autor toma la noción de «índice gay »
para demostrar la gran relación entre condensación de alta tecnología
y públ ico gay en las grandes ci udades norteameri canas .
Al gunos aspectos de la cultura gay son aceptados y coloni zados
por el capi tal i smo, mientras que otros que no tiene implicaciones eco­
nómi cas sufren mayormente el rechazo social y quedan excl ui dos del
proyecto heterosexualizante. No obstante, el proyecto heterosexual i ­
zante también es compartido por al gunos homosexual es. Este es el
caso, por ejemplo, de fos grupos más as i m i l acioni stas, que sien te n
vergüenza de las zonas de sexo entre hombres. Las zonas de crui sin g
La ciudad como escenario de produccio nes sexuales ____ ¡ 09

so n v i stas por m uchos gai s como los l u gares menos deseabl es de la


cu ltura homosexual (Bell y B i n nie, 2004, p. l .8 1 5 ) . Se vierten al gunas
c rít icas contra estos espacios que buscan legiti m idad con di scursos
rel aci onados con cuestiones de sal ud. Este es el caso de Gabriel Rote­
l l o ( 1 997) , que arremete contra las prácticas de promi scuidad homo­
se xual como causantes de la expansión de la pandemia SIDA . Tam­
b i é n Michel angelo S i gnori l e , en su l i bro Lije Outside ( 1 997) , se
pronuncia en contra de l os ci rcui tos sexuales que env uel ven a la co­
m unidad homosexual de Estados Unidos con l a intención de rev i tal i ­
zar la v ida e n parej a entre gai s . Todas estas críticas , e n real i dad, es­
conden una búsqueda de l a l e g i ti m i dad del grupo soci o-sexual
domi nante medi ante un esfuerzo por i nc l u i r determ inadas prácticas
homosexuales en la i deología del buen sexo que presenta Gayle Rubin
( 1 989 [ 1 984] ) , es deci r, aquel l as prácticas sexuales que se enmarcan
en la jerarquía más alta de la pi rámide sexual .

El sexo anónimo en la ci udad

A pesar de l as críti cas, l as sanciones sociales y el rechazo por parte de


al gunos m i em bros de la l l amada comunidad LGTB , al gunos homo­
sexuales se han agenciado el derecho a di sfrutar de los espacios públ i ­
cos d e la ci udad . Parques, lavabos, playas, j ardi nes y aparcami entos se
han convertido en l ugares de encuentro sexual para muchos hombres
q u e desean a otros hombres. S i n embargo, no debemos confund i r l a
prácti ca del crui sing con la i dea de sexo en públ ico, y a que la noción
d e sexo en públ i co úni camente hace alude al carácter de públ i co o
pri v ado del acto sexual . Cuando habl amos de cruising, nos referi mos
n o solo al acto sexual , que podría produci rse tanto en espacios públ i ­
cos como pri vados , si no que también pretendemos recoger l os rituales
de funcionamiento, comportamientos y normas asociadas que ocurren
a nt es y después del acto sexual entre hom bres (Reece y Dodge, 2004,
P p . 1 1 3 - 1 1 4) .
A pesar de que la práctica del sexo anónimo a menudo se l leve a
c abo en espacios públ icos, no necesariamente se conv ierte en un acto
Pú bl i co. Es decir, aunque se trata de ej ercicios al tamente sexua l i zados
q u e se presentan en l u gares de concurrencia públ ica, no corresponden
1 10 ____
_ En tu árbol o en el mío

al ámbi to de «lo públ ico». La prácti ca del cruising no es una i n v i ta­


ción al ci udadanismo, ni esta previ sta en la ordenación urbana, s i no
que constituye un acto pri vado que parte de una resi gnificación de los
espacios públ i cos . Ahora bien, el hecho de que se trate de un aconte­
ci miento pri v ado, no evita que en un momento determi nado, ante de­
termi nadas ci rcunstancias, pueda hacerse públ i co y ponerse en boca
de todos. Los partici pantes expl ican que a veces se han producido ex­
torsi ones a los usuarios con la amenaza de comunicar (es decir, hacer
públ i co) a fam i l i ares y empresa su condición de homosexual . Más
aún: las zonas de crui sing se hacen públ i cas mediante el consumo te­
levisivo en al gunos programas de corte sensacional i sta. Estos hechos
constatan la fragi l idad de Jo que l l amamos pri vado, ya que lo pri vado
es algo que puede hacerse públ ico pero que en realidad se mantiene en
el ám bito pri v ado por diferentes razones: estéticas, ideológicas , estra­
tégicas, económi cas, etc. El ámbito pri vado solo necesita de un cam­
bio en el contexto social para pasar a ser públ i co ( Pardo, j unio, 20 1 1 ) .
La práctica del crui sing es uno de los resultados de un si stema
cultural basado en la producción de desi gualdades . Responde a la ne­
cesi dad de construir espacios de mi norías, donde poder sati sfacer los
deseos i ndividuales sin tener que dar expl icaciones, sin gastar di nero
y sin j ustificar el obj eto de las perversiones . A diferencia de otros Ju­
gares de encuentro gay, la práctica del sexo anóni mo no genera iden­
tidad colecti va. Difícil mente los partici pantes de esta acti v i dad hacen
de su práctica un punto de partida para otras rei v i ndicaciones, ya que
tiene dos características básicas que l o i m pi den: por un l ado, el princi ­
pio del anoni mato que regula el encuentro entre los hombres que acu­
den a las zonas de crui sing, y por otro, la «degradación suprema» que
impl i ca para al gunos partici pantes reconocerse homosexual , promis­
cuo, depravado, etc. La identidad de excl uido es una identidad difíci l ­
mente rei v i ndi cable .
Los lugares para el i ntercam bio sexual anóni mo so n muchos y
diversos . Hoy en día solo es necesario hacer una breve búsqueda en
internet para conocer l as zonas de cruising de cualquier gran ci udad.
La pági na web <www .crui singforsex.com> ofrece una l i sta de más de
sei s m i l l u gares donde l as personas i nteresadas pueden i r a real i zar
esta acti v i dad casi en cualquier ci udad de EE. UU. Existen otras pági ­
nas, como <www .ladoturbio.com>, que también i nforman d e zonas de
crui sing y dogging en España. En i nternet se puede encontrar mapas e
La ciudad como escenario de produccio nes sexuales ____
__ l11

i nd i caciones sobre l os l ugares donde poder hacer cruising en ci udades


d e casi todo el mundo. S i n embargo, es necesario conocer bien el te­
rren o para encontrar con faci l i dad las zonas desti nadas al sexo anóni ­
mo. No todas las personas que hacen uso de este ti po de espacios tiene
acceso a i nternet; de hecho, al gunos de los partici pantes afi rman que
han descubierto l a zona por un gol pe de suerte, han si do deri v ados
desde otras zonas de la ci udad o bien han sido i nformados medi ante
a m i gos o conoci dos de su exi stencia. Incl uso, en algunas ocasi ones,
l os partici pantes han conocido l a zona de crui sing gracias a conversa­
ci ones con ami gos en l as que se mofaban de este tipo de l ugares. Uno
de mis i nformantes expl ica que:

Viví en Poblenou mucho tiempo y nunca me había dado cuenta. Y des­


pués, estuve allí una noche paseando con mi amiga y vimos un hombre,
y luego otro, y otro. Nos preguntamos ¿Qué pasa? Y al final deduci mos
que se trataba de una zona de crui sing. Unas noches después fui a l igar
y no nos habíamos equivocado.

La práctica del cruising es una apropiación furtiva de los espacios pú­


bl i cos en la medida en que l os partici pantes dan un uso no previ sto a
determi nados espacios que se presentan para otras fi nali dades. Así,
por ej emplo, los lavabos públ icos de centros comerciales, bares, esta­
ci ones de tren, etc . , pasan de ser simplemente l ugares de evacuación
de fl uidos a l ugares de i ncorporación de perversiones sexuales para el
g ozo anóni mo. Los l avabos que como hemos v i sto tienen , entre otras
cosas , una gran función de reafi rmación del género, ven cómo este
pri nci pio se resquebraj a a cada mamada que se l l eva a cabo en sus
pe queños cubículos. Los hombres que uti l i zan l os baños para sati sfa­
cer sus deseos sexual es con otros hom bres atentan contra la norma
h ete rosexual que i nunda el espacio públ ico, en l a medida en que rom­
pe n c on un pacto social fi rmemente arrai gado.
Si gui endo la propuesta de Rubi n ( 1 989 f 1 984) ) , el sexo anón i ­
mo entre hombres en espaci os públ icos consti tuye u n a «mala práctica
se xu al » , en tanto que se trata de una sexual i dad homosexual en la que
el de seo se produce entre dos cuerpos con una mi sma adscri pción de
se xu al y de género, lo que contradice la estructura bi nari a del deseo.
Es u n sexo sin matri monio, o al menos sin matri monio entre los par­
ti ci pantes de la acti v i dad del cruisi ng, ya q ue al gunos de l os usuarios
1 12 _
__
____ En tu árbol o en el mío

sí que están casados . El sexo anóni mo en espacios públ icos es v i sto


como una acti v idad con una fuerte carga de prom i scuidad , puesto que
las i n teracci ones son puntual es y con diferentes partici pantes. Solo
en al gunas ocasi ones se repi te la i nteracci ón con una m i sma persona.
La vari edad en l as parej as sexuales es un valor posi t i v o y buscado
por una gran parte de las personas que concurren en las zonas de crui­
s ing. El sexo anónimo no es una práctica procreadora, no trae nuevas
v i das al mundo. Ocasi onal mente, se l l eva a cabo en grupo, es esporá­
dica y se desarrol l a en espacios públ icos, donde constantemente se
i nspecc i ona l a adscri pción a l a norma sexual de todos l os cuerpos .
Por su parte , el « sexo bueno» está constituido por una sex ual i dad
heterosexual , en matri monio, procreadora, no comerci al , en pareja,
en pri vado, en una rel ación y entre m i e m bros de l a m i sma genera­
ción.
En correspondencia con su adscri pción a una «sexual idad mala» ,
la práctica del cru i sing se opone a otro ti po de prácticas legiti madas
soci al mente, lo que, de alguna manera, la convi erte en una actividad
cargada de vicio. Se j ustifica en al gunas ocasiones como la atención a
una sexual idad « sal v aje» que descuida l os preceptos sociales a los que
todo buen ci udadano debería subscri bi rse. Pero sobre todo, prescri be
un al to grado de corrupción, ya que se trata de un ejercicio de desobe­
diencia a la l ógica del sexo bueno ( pero no del buen sexo) . Una deso­
bediencia que en al gunas ocasiones no es vol untari a, ya que al gunas
de las personas que frecuentan l as zonas de crui sing lo hacen como
única al ternativa de acceso al sexo con otras personas . La práctica del
sexo anóni mo atenta, no solo contra la i deología reproducti va, si no
que también se trata de un ataque al consenso del sexo con amor. El
sexo anóni mo representa por ello la ruptura con un modo de relación
social , el de la parej a que se presenta como una fi nal idad en sí misma
(ver Esteban , 20 1 1 ) .
Las zonas de crui si ng no son l u gares para i r con ami gos, ni de
los que l os partici pantes hablan una vez han sal i do de al lí. No son es­
pacios para comparti r con l a fam i l i a ni con l os más al l egados, si no
para experi mentar medi ante una sol itud compartida. Se trata de áreas
en l as que poder converti rse en di sol uto s i n ser j uzgado. Espacios para
di sfrutar del sexo con desconocidos donde no estaba previ sto. Donde
la hegemonía heterosexual parecía apl astante e i nvenci ble, pero dev i e­
ne endebl e. En las zonas de cruising, l os parti cipantes se apropian d e
L a ciudad como escenario de produc cion es sexuales ----- 1 1 3

pe queños l ugares de un entorno urbano altamente heterosexual izado


q ue , s in pagar alquileres ni peajes, han tomado para converti rl os en
escenarios de gozo sexual .

Mapas del placer: las zonas de crui sing

Los l ugares para el i ntercambio sexual anónimo son muchos y di v er­


sos. El blog Cruising Barcelona tiene publ i cados 22 l ugares para ha­
cer cruising en la ci udad y sus i nmediaciones, pero con faci l i dad esta
l i sta se puede ampl i ar s i m plemente pormenori zando un poco más l a
búsqueda en i nternet o preguntando a l os usuarios de otras zonas, ya
q u e éstos conocen l os l u gares más cercanos a sus barrios o puebl os .
Uno de los entrev i stados aseguraba que:

Las zonas de cruising te las puedes encontrar donde quieras, a cualquier


lugar que vayas. El tema de sexo en las estaciones, centros públicos o
comerciales, etc., es universal . Esto te lo encuentras en cualquier l ugar
del mundo. Es algo totalmente i nternacional [risas ] , a cualquier país
que vayas si quieres encontrar una marica te vas a la estación de tren, al
servicio, y allí te la encontrarás seguro.

El hecho de que se trate de una acti vidad tan extendida como secreta
en la mayor parte de los países occi dentales nos l leva a preguntarnos
acerca de este tipo de espacios, de sus características , requisitos, tem­
poral idades, modos de uso y apropiación, ya que ni todos l os parques,
n i todas las playas, ni todos los lavabos son uti l i zados para la práctica
del sexo anóni mo. ¿Cómo se confi guran? ¿ Por qué unos l u gares sí y
o tros no?
La pri mera diferenci a que podemos encontrar está v i nculada a
l os usos de espacios abiertos y espacios cerrados para el sexo anón i ­
mo. Richard Tewksbury ( 2008) apunta q u e l a selección de la persona
co n la que se va a tener sexo dentro de un lavabo responde a unos pa­
rámetros di sti ntos a l os de los parques . Según Tewsbury (/bid. ) , en
l o s l avabos , la rapidez toma un valor mucho más i m portante que en los
P arques o playas y la pos i bi l i dad de ser sorprendido por otros hombres
q ue no uti l i zan el lavabo para encuentros sexual es es muc ho más ele-
1 14 __
En tu árbol o en el mío
__
_

vada. Los parti ci pantes cuentan con menor tiempo y menos opciones
entre las que elegir. La negociación en el baño se debe agi l i zar para no
crear sospechas entre el resto de los hombres con los que se comparte
el espacio.9 Estas eran m i s palabras sobre este tipo de encuentros en el
diario de campo:

El baño era pequeño, solo había dos urinarios, dos cubículos con la taza
de baño y dos lavabos. Vi cómo un señor entraba y salía por los diver­
sos baños de la estación y transitaba del uno al otro. Cuando vino a uno
cercano, le seguí. Dentro había cuatro hombres, dos de ellos lavándose
las manos y los otros dos en los cubículos donde están las tazas (cada
uno en un cubículo). Me puse en el uri nario al lado suyo, él me miró
varias veces, y yo le acompañé la mirada. Simulé haber terminado y me
fui a lavar las manos, el también lo hizo. Se colocó en el lavabo de al
lado, mi raba al espejo intentando buscar mi complicidad. Mientras yo
me secaba las manos, él se dirigió al único cubículo que quedaba libre,
ya que el otro todavía estaba ocupado, dejó la puerta abierta y entré a
los pocos segundos. Cuando l legué, él ya tenía la pol la fuera. Cerró la
puerta y , en silencio, hizo gestos sugiriendo que le hiciera una mamada
pero no qui se. Me sobó el paquete un instante y me abrió la puerta para
que saliera. Salí tranquilamente, me lavé las manos y me fui de all í.
A los pocos segundos de estar fuera, el hombre también salió y se mar­
chó del lugar (Extraído de mi diario de campo).

Los parques ofrecen al gunas ventajas respecto a los lavabos y otros


l ugares cerrados de i ntercambio sexual . B ri ndan un mayor tiempo
para la del i beración y la negociación del acto sexual , permiten que los
partici pantes se puedan tomar mayor tiempo para l a observaci ón de
las oportuni dades sexuales a lo largo de una j ornada, que en algunas
ocasiones puede durar varias horas en función del tiempo di sponi ble
para el i ntercam bio y l os deseos de cada partici pante (Tewksbury,
2008) . No obstante, cabe puntual i zar que en los baños al gunos partici -

9. Una modalidad de sexo anónimo en los baños popular en Estados Unidos duran­
te principios del siglo xx fue la de los Glary Hales [agujeros gloriosos]. Se trataba de
un agujero entre los cubículos de los baños donde un hombre podía introducir su polla
y otro hombre desconocido le hacía una mamada desde el otro cubículo. Estos ag uje­
ros eran continuamente cerrados por el personal de mantenimiento y vueltos a abrir por
los demandantes de sexo anónimo. Hoy en día, los Glary Hales han dejado de usarse
en los espacios públicos y han quedado relegados a representaciones pornográficas Y a
espacios comerciales de intercambio sexual como saunas (Bapst, 200 1 ).
La ciudad como escenario de producci ones sexual es ---- 1 1 5

pantes también uti l i zan puntual mente los aledaños de los lavabos para
detectar a las posi bles parej as sexuales e i niciar una negociación que
se acaba cerrando en el cubícul o. Esto ofrece un mayor tiempo para la
observación , aunque también supone un mayor riesgo de poder ser
descubierto por el personal de seguridad o por otras personas que de­
tectan una actitud sospechosa entre hom bres que no dej an de m i rar a
otros hombres.
Además de l a diferencia entre espacio cerrado y espacio abierto,
otro de l os el ementos a tener en consideración a la hora de anal i zar
una zona de cru i sing es su ubicación. No son igual es los l ugares de
crui sing en las zonas rurales que los de l as grandes ci udades, e i ncl uso
tampoco tienen las m i s mas características todas zonas de crui sing de
una m i sma ci udad. Esta diferencia no se debe tanto a la confi guración
arqui tectónica del espacio, aunque es i ndi scuti ble que l a confi gura­
ci ón arquitectónica contri buye a la gestión y determi nación de los es­
pacios de crui sing, como al ti po de pobl ación que l as frecuenta y l os
v ínculos preexi stentes entre los partici pantes.
La elección de los l u gares para hacer crui s i n g no es fruto de l a
casual i dad, deben ser l ugares q u e dispongan d e puntos de ocultamien­
to donde difíc il mente se pueda ser sorprendido por otras personas . Es
decir, se trata de espacios públ icos que paradój i camente deben alojar
un ci erto grado de pri vacidad ínti ma. Es por ello por lo que los par­
ques boscosos son un buen l ugar para la i nteracción sexual anónima,
preci samente porque sus arbustos perm iten el ocultam i ento y ofrecen
esa pri vaci dad que hemos concedido soci al mente a la sexual i dad. Los
lavabos también cuentan con cubículos donde l os hombres pueden en­
cerrarse para tener sexo sin ser v i stos, aunque hay que destacar que la
mayoría de los cubículos en los espacios públi cos cuentan con abertu­
ras en la zona de l as piernas que permi te detectar cuántas personas hay
d entro de cada cubículo y dificulta la pri vaci dad ante el resto de los
ho m bres. Por lo tanto, no todos los cubículos de todos los baños son
adecuados para esta prácti ca. Así m i smo, l as playas donde se puede
h acer cru i s i n g acostum bran a contar con una zona boscosa posteri or
do nde los hombres pueden dirigi rse para mantener relaciones sexuales
fu era de la v i sta del resto de los bañ i stas. Un usuari o aseguraba que:

La cosa es que tienes un l ugar para foll ar. T i enes que tener un l u g ar
privado en el espacio público para fol lar con otro tío . S i n que nad i e lo
116 ____ En tu árbol o en el mío

note. Aunque eso es lo que se supone, porque después todo el mundo


sabe que quien esta aquí está para follar así qué no se para que nos an­
damos con tanta tontería.

Otro de los elementos i mportantes que debe contener una zona de


cruis ing es un fácil acceso, es deci r, deben ser l u gares a los que las
personas puedan acceder medi ante trans porte públ ico en el caso de
las ci udades, o que cuenten con aparcamiento para los coches . La fa­
ci l idad de acceso cumple con dos funciones bási cas: por un lado per­
mite agi l i zar los encuentros y por el otro faci l i ta una mayor afl uencia
de parti ci pantes.
Las zonas de cruising se ubi can en l ugares poco superv i sados o
controlados por pol i cía, personal de seguridad o v i g i l ancia ci udadana.
Nadie quiere fol l ar en un sitio por el que pasa constantemente una
patrulla pol i ci al , especi almente si siente que está haciendo algo que
no debería hacer. Entre los comentarios de l os foros de i nternet de los
usuarios de crui sing, se advierte de una mayor v i gi lancia del personal
de seguridad en los baños públicos para evi tar este tipo de acti v i dad .
«Sants mola m azo pero mucho segurata . . . y me da miedo pero hay
buenas pol las guiri s, la verdad. Puedes mamar un ratito pero el proble­
ma es que suele haber tanta gente q ue no l l egas , a menos que tengas
suerte » . 1 0 Así m i smo, los comentarios también invitan a la di screción
para ev i tar la persecución y la censura de l as zonas de crui sing en los
espacios cerrados .

Sed di scretos al hacer crui sing que los trabajadores de estos l ugares no
son tontos y con el tiempo puede que clausuren o modifiquen los lava­
bos como ocurrió en la estación de Sants que pusieron pantallitas de
metal entre meadero y meadero para evitar el mariconeo. ¡ Que cabro­
nes ! ¡ Con lo que mola ver un cipote ! l 1

También podemos ver advertenci as de este tipo en las zonas de crui­


sing abiertas , este es el caso del parque de Montj ui'c, donde un mensa­
je escri to con rotul ador en un árbol advi erte: « ¡ Atención ! No hacerlo

1 O . <http://cruisi ng barcelona. blogspot.com/2007 /09/al -fi nal -de-la-1 i sta-hay-unos­


videi tos.html> [revisado el 29 de junio de 20 1 3 ) .
1 1 . <http://www.amicsgais.org/forums/showthread.php?30 14-Que-Lavabos-lugares­
de-cruisi ng-son-para-vosotros-los-TOP> [revisado el 29 de junio de 20 1 3 ] .
La ci udad como escenario de producciones sexuales ---- 1 1 7

' de día debaj o del puente, porque se ve todo desde fuera y nos talarán
otra vez el bosq ue».
Otro de los elementos i m portantes , aunque no i m presci ndible, es
el de la oscuridad . El anochecer bri nda más oportuni dades al sexo
anónimo por tres moti vos. Por un lado, hay menor presencia de perso­
nas en el parque, la playa o lavabo, con lo cual es menos probable ser
descubierto por los viandantes. Pero, además , por la noche es más di ­
fíc i l detectar mov i m i entos en la oscuri dad o al menos identifi car a
q u i én está al lí, ya que la oscuridad dificulta saber qué es lo que ocurre
a u nos metros de distancia si no exi ste i l u m i nación artificial , lo que
perm ite fi nal mente una m ayor i n v i s i b i l i dad para los partici pantes en
l a zona de crui sing. Hay un tercer moti vo: por l a noche, tam bién es
más difícil reconocer las particularidades de las parejas sexuales, lo
cual fav orece el anonimato así como que en l a i nteracción se preste
más atención al cortej o que a l os pormenores característicos de las
personas . Es decir, en la oscuridad se puede i ntuir la edad , un tipo de
físico y altura, pero no se pueden ver los aspectos corporales detal la­
damente de la otra persona, que ante la luz serían fáci l mente percepti ­
bles, como es el caso de l as posi bles marcas en la cara, ci catrices ,
manchas en la pi el o cualquier otro atri buto que con la l uz podría ser
descubierto y objeto de rechazo.
En general , l as zonas de cru i s i n g cuentan mayor afl uencia en l a
noche o poco después d e l atardecer. S i n em bargo, dependi endo del
momento del día, unos espaci os tienen más afl uencia que otros. Así,
por ej emplo, el bosque de S itges es una zona donde el mayor v ol u­
men de personas pasa por el día, mientras hay gente en l a pl aya cer­
cana o al atardecer, tanto en verano como en i n v i erno. Aunque, evi ­
dentemente, e n pri mav era y verano hay m ucha más gente , gracias al
turi smo y al buen tiempo. Por contra, la zona de cru i s i n g nocturna de
S i tges se encuentra en la pl aya del puebl o y no suel e haber tanta
gente hasta que no l l ega la época turística. En Montj u'ic , por el con­
t rari o, a pesar de que a lo l argo del día se pueden encontrar al gunos
parti cipantes buscando sexo, no es hasta el momento de l a caída del
s ol cuando el número de v i s i tantes aumenta consi derablemente, l le­
gando a concentrarse hasta trei nta y cuarenta personas en fi nes de
semana.
Sin embargo, la afl uen cia de partici pantes no solo responde a la
no cturnidad y al espacio. Tam bién al cl i ma, los eventos sociales y los
1 18 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

días de la semana o festi vos i nfl uyen notabl emente en el número de


parti ci pantes. Normal mente , a lo largo de la pri mavera y el verano
suele haber más hombres buscando sexo que en el invierno, pero, aun­
que l as i nclemencias c l i máticas afectan notabl emente al tráfi co de
partici pantes, no lo anula total mente . Tanto en invierno como en vera­
no hay hom bres que van a l as zonas de crui sing en búsqueda de sexo.
De hecho, la l l uvia tampoco i m pide que se pueda l l evar a cabo la i nte­
racción sexual . En el parque de Montj ui·c, algunos hombres, mientras
l l ueve, se refugian baj o un puente y al l í se producen diferentes i nte­
racciones sexuales ante los ojos del resto de asi stentes s i n mayores
problemas . Los fi nes de semana tam bién suele haber más personas
que entre semana, y el tráfico de participantes se puede alargar duran­
te toda la noche. Pero, además, l as fechas señaladas con eventos so­
ciales como celebraci ones de v ictori as del Fútbol Cl ub B arcelona o
conciertos masivos también afectan al i ncremento de participantes en
el parque de Montju"ic.
Las zonas de crusi ng pueden ser d i v i didas en tres tipos de espa­
cios, en función de la acti v idad que se l leva a cabo en é l : zonas de
espera, de encuentro y de sexo ( Huber y Klei ntplatz, 2002 ; Hum­
phreys, 1 970) . Atendiendo a esta clasificación, la zona de espera es el
l ugar donde los usuarios eval úan la si tuación y verifican quiénes es­
tán presentes , para buscar pos i bl es socios sexuales. Se trata de un es­
pacio fundamental mente dedi cado a l a observación de los hom bres
presentes y la superv i s i ón de los nuevos parti ci pantes . La zona de
encuentro es el espacio en el que los hombres real i zan l os ritual es de
negociación con los otros partici pantes. Se trata del espacio donde se
puede real i zar un pri mer contacto y también donde se pueden aceptar
o rechazar las propuestas sexual es . Y , fi nal mente, se encuentra l a
zona de sexo, consti tuida por aquellas zonas desti nadas a la prácti ca
sexual expl íci ta. Se trata de los l ugares más oscuros de la zona de
cruising y más di stanciados de las zonas abiertas . No obstante, a pesar
de esta clasificación, es conveniente adverti r que en las zonas de crui ­
sing no exi sten fronteras claras ni l ím i tes defi nidos para cada una de
las zonas , ya que en al gunas ocasiones se pueden dar negociaciones
en espacios dedicados a l a espera, o actos sexuales en espaci os dedi ­
cados a la negociación. Uno de los usuarios expl icaba su v i sita al par­
que así:
L a ciu dad como escenario de producciones sexuales ____
_
__ l 19

A mí me gusta pararme a observar, yo no voy cami nando en la zona de


cruising. Ya sé que el resto de la gente camina, por eso yo me quedo en
un sitio y veo cómo desfilan por delante de mí. Y a sé cuáles son las
rutas marcadas. Hay caminos que la gente hace. Entonces, yo me quedo
all í observando y si quiero tener sexo directamente o mi rar a otros, pues
me voy a zonas donde sé que la gente tiene sexo en grupo, como debajo
del puente. Allí miro cómo la gente tiene sexo. Porque a mí también me
gusta mirar. La jornada es muy variable dependiendo de las ganas que
tenga y del ambiente de la zona de crui sing. [ . . . ] Pero en principio eso
es lo que hago. Pri mero hago un recorrido general , y después me quedo
en un sitio. Si me gusta uno pues entonces voy sobre eso. Hago el con­
tacto y si me responde pues vamos a otro sitio a tener sexo. Y sino, pues
si go buscando, me quedo esperando o sigo el camino.

A pesar de que l as zonas de cruising son muy variadas, este trabaj o se


ha centrado fundamental mente en zonas abiertas como parques y pla­
yas. Es por ello por l o que ha l legado el momento de prestar atención
a los pri nci pales espaci os en los que se ha reali zado esta i nv esti ga­
ción.
El parque de Montj ui'c es el parque de i ntercambio sexual anóni­
mo más popul ar de Barcelona. En sú extensión de más de 250 hectá­
reas, el parque recoge di stintos l ugares en los que poder tener sexo
anóni mo. La más concurrida de todas ellas es una área boscosa que se
caracteri za por su fuerte desni vel entre la zona alta y baja, que puede
al canzar los 8- 1 O metros de altura y que se va i ntensificando en di rec­
ción sureste. Se trata de un terreno muy abrupto con más de un cente­
nar de pinos, que ayudan a los practicantes a pasar por al gunas de las
zonas con más desni vel , pero también s i rven de apoyo en los momen­
to s de espera, así como soporte para l l evar a cabo al gunas de l as prác­
ti cas sexuales.
Además de los pi nares, exi sten otros arbustos que, j unto con las
ra íces exteri ores de los pinos , faci l i tan el acceso a l as zonas con ma­
yor desni vel , y también s i rven como suj eción para m uchos partici pan­
tes . En época esti val acostumbran a crecer di sti ntos arbustos al rededor
de los senderos que hacen más i ncómodo el tránsito por la zona. S i n
e m bargo, a l conformar u n a densa vegetación , tam bién faci l i tan e l
ocu ltamiento d e l as personas y d e al gunas d e l a s p ráct icas sexuales.
Debaj o del puente, se encuentra una de las zonas más concurri ­
da s . Se trata de un l ugar oscuro, de 1 5 m2 aproxi madam ente , con un
1 20 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

olor muy fuerte a ori na, d i versas pintadas y di bujos en sus paredes,
propios de los l ugares donde no se presta mucha atención al cuidado e
higi ene por parte de los equi pos de l i m pi eza de las ci udades . Este
puente es un l ugar clave, ya que baj o él acostum bran a reunirse diver­
sas personas para buscar sexo, o para tener sexo di rectamente al l í.
Un espacio singular en la zona de crusing de Montj u"ic es el co­
rredero de agua. En la parte más occidental , hay un corredero de agua
que acostum bra a estar seco, pero que cuando l l ueve tiene la función
de canal i zar el agua hacia el exteri or. Es la zona que mej or permite el
ocul tamiento de todo el bosque, ya que desde el l ugar por el que acos­
tumbran a pasar l os v i andantes del parque no se puede ver este corre­
dero, e i ncluso desde la mayor parte de la zona de crui sing no es posi­
ble verificar la acti v i dad que se genera en él , solamente desde algunas
zonas del sendero pri nci pal se puede ver, m i rando hacia abajo, si hay
personas en el corredero de agua y qué acti vidad desarrol l an. Se trata
de un espaci o sucio, donde los restos de preservativos y pañuelos dan
cuenta de que se trata de un l ugar con gran acti v idad sexual .
Exi ste otro espaci o de gran relevancia en esta zona de cruising
de Montj u"ic: el sendero pri nci pal . Es el sendero más transitado por el
que las personas que se m ueven dentro de l a zona de crui si ng. Los
usuarios suelen recorrerlo varias veces cuando van al parque en busca
de sexo hasta q ue fi nal mente consi guen una parej a sexual . Este sende­
ro cruza toda la zona desde la entrada hasta el puente, donde hace un
giro y conti nua por l a zona alta del bosque hasta el lado opuesto, don­
de poco después se bifurca en otros dos senderos más pequeños. El
sendero poco a poco va ganando en altitud y, a medida que se acerca
al puente, se conv ierte en un trayecto pel i groso por la i n v i sibil idad y
el desni vel , ya que l i nda con el corredero de agua provocando un des­
nivel que puede l legar a alcanzar los ci nco metros de al tura sin vayas
ni señal izaciones. El tránsito por el sendero se hace todav ía más pel i ­
groso cuando se l leva a cabo en momentos d e oscuridad, l o cual difi ­
culta la v i si b i l i dad de las personas que trans i tan por él . Además, se
vuelve especial mente comprometedor cuando se cruzan dos personas ,
por su estrechez y proxi m i dad al corredero de agua. Hemos de ten er
en cuenta que, a lo largo de su recorrido, los usuarios acostum bran a
cruzarse unos con otros y la búsqueda del contacto físi co es una cons ­
tante, de manera que cualquier choque desafortunado podría poner en
riesgo de caída al corredero de agua a las personas que cami nan por el
La ci udad como escenario de produccio nes sexuales ------ 1 2 1

sendero pri ncipal . Por otro l ado, este sendero tam bién es el único es­
pacio desde el que se puede ver el corredero de agua y a las personas
q ue están fol lando al lí. De manera que algunos usuarios acostumbran
a acostarse para poder observar a las personas que están debaj o y así
sa ti sfacer al gunas fantasías sexuales m i rando a otros hombres tenien­
do sexo.
S i apl i camos el esquema de clasifi cación que diferencia entre
zonas de espera, encuentro y sexo propuesto por Huber y Klei ntpl atz
( 2002) en el parque de Montj u"ic, la zona de espera corresponde al
principio del sendero. La pequeña explanada que hay a la entrada es
un l ugar donde suele haber hombres esperando l a l l egada de nuevos
usuarios. Se trata de un l u gar más abierto que otras zonas del bosque,
con más l uz, l o que permite eval uar mej or las pos i bles parejas sexua­
les. En este espacio, los partici pantes permanecen normal mente quie­
tos , sin grandes mov i m i entos , apoyados en árboles, o simpl emente en
postura de espera con los brazos cruzados, manos en l os bol s i l los o
fumando un ci garri l l o . Es un l ugar donde los hom bres acostumbran a
adoptar una postura corporal marcadamente m ascu l i na y la m i rada
perdida al hori zonte hasta la l legada de n uevos partici pantes, s i m ulan
no prestar atención a todo aquel l o que ocurre al rededor, aunque acom­
pañan a cada nuevo partici pante con una m i rada eval uadora. En caso
de que un nuevo usuario entre a la zona de cruising y la persona que
está en la zona de espera se sienta atraída por este nuevo partici pante,
l e seguirá hasta introduci rse hacia el i nterior del bosque para i ntentar
i ni ci ar la negociación sexual .
El espaci o de debaj o del puente tam bién se podría clasifi car
como zona de espera. A unque, en real idad, se trata de un l ugar inter­
medio entre lo que l l amamos zona de espera, de encuentro y a veces
también de sexo. Debajo del puente, los usuarios se reúnen en sil encio
conformando un círculo en función del número de personas presentes,
pero siem pre con el obj etivo de que todos los asi stentes puedan m i rar
al resto de personas presentes . Al gunos de el los i ncluso prefieren s i ­
tu arse e n un recoveco i nterior q u e está todavía en mayor oscuridad . A l
i gu al q u e en la zona de espera de la entrada, los usuari os acostum bran
a p ermanecer en una postura corporal muy mascul i n izada. Debaj o del
p u ente, Ja tensi ón sexual es mayor que en otros l ugares del parque
porq ue exi ste más proximidad entre unos y otros hombres. Es por ello
por l o que l os practicantes no suelen fumar m i entras esperan el mo-
122 ____
_ En tu árbol o en el mío

mento en el que se i ntensifica la negociación sexual . Este espacio se


uti l i za para poder hacer una valoración exhaustiva de los otros hom ­
bres del círculo, aunque la v i sibilidad suele ser baja. El puente perm i ­
t e poder tomarse e l tiempo para elegir con qué persona i niciar e l pro­
ceso de acercami ento ri tual . Al gunos usuari os están en este espacio
con su pol la a l a v i sta del resto de presentes, erecta y masturbándose
ante los oj os de los demás , con el obj eti vo de provocar el deseo sexual
y así ser más eficientes en la obtención de su sati sfacción sexual .
El espaci o de debaj o del puente es tam bién un espacio de en­
cuentro, en la medida en que l a masturbación como provocación ya
forma parte del encuentro y, a la vez, porque en este mi smo espacio
m uchos usuarios real i zan el ri tual de acercamiento y j uegos corpora­
les que conduce a la práctica sexual defi nitiva. En la zona del puente
también se producen encuentros sexuales expl ícitos en los que suelen
partici par más de dos personas .
La zona de encuentro es i nequívocamente el sendero princi pal y
los dos q ue se bifurcan de él . En el sendero pri ncipal , los partici pantes
se encuentran y se cruzan los unos con los otros, es el l ugar donde se
acostum bra a sel lar el acuerdo para el i ntercambio sexual .
Una vez el acuerdo sexual está consensuado, los partici pantes
cambian a otros espacios del bosque más ocultos para tener sexo. S i n
embargo, e n ocasiones algunas parej as sexuales se quedan cerca del
sendero pri nci pal para l levar a cabo su j uego, con el objetivo de que
puedan ser v i stos por otras personas y así poder aumentar el número
de partici pantes en el acto sex ual , o s i m plemente por el pl acer y el
morbo que les puede provocar ser observados .
Fi nal mente, las zonas de sexo son aquellas que permiten un ma­
yor ocultamiento y, de al guna manera, i ntentan recrear un espaci o de
inti m i dad . Se trata de los huecos que ofrecen los arbustos más aleja­
dos del sendero pri nci pal y el corredero de agua. Pero no siem pre l a
práctica sexual puede mantenerse a l margen d e l o s otros partici pantes ,
ya que es habitual que estos se acerquen para m i rar ( aunque con cierta
prudencia) y así recrearse con el sexo ajeno. Al gunos partici pantes no
desean ser v i stos m i entras mantienen rel aciones sexuales pero, s i n
embargo, estos espacios son conocidos por la mayor parte d e l o s par ­
tici pantes y fáci les de descubri r por parte de cual quier otro usuari o;
por lo tanto, el número de personas que se acercan a ellos para pod er
ver a l as otras personas en acti v idad sexual es si gnifi cati v o y puede
La ciudad como escenario de producc iones sexua l es ---- 1 23

atraer a otros v oyeurs si la activ idad que se l leva a cabo resulta espe­
ci al mente v alorada, como podría ser el caso de una penetraci ón anal .
La playa de Gava es otro de l os l ugares popul ares de i ntercambio
sex ual anónimo del área metropol i tana de B arcelona. Es un l u gar con
menor afl uencia de partici pantes que el parque de Montj u·ic o l a zona
de crui sing de S i tges pero, no obstante , suele haber gente buscando
sexo al anochecer y, en ocasiones, tam bién de día, aunque la v i s i bi l i ­
dad e s mucho mayor. E l acceso a la zona d e crui sing e s fáci l y siem­
pre hay aparcam i ento por la noche, ya que por el día, sobre todo en
verano, hay m uchos coches de l as personas que van a l a pl aya. En
Gava resulta especial mente difíci l identifi car a otros hombres si no se
está cerca de ellos, ya que hay se trata de una zona m uy oscura.
Como he advertido anteri ormente , Si tges cuenta con dos espa­
cios para el sexo anóni mo: la pl aya y el bosque. El bosque de S i tges
está en una zona si tuada fuera del casco urbano del pueblo, de fácil
acceso y especial mente concurrida en verano gracias a l a atracción
q ue generan las calas cercanas , especial mente pobl adas por bañistas
gai s . La zona ofrece diferentes recovecos formados por arbustos que
permi ten esconderse a aquel los que quieran l l evar a cabo una práctica
sexual más ai slada. Se trata de un espacio especialmente sucio, con
residuos que dan cuenta de la acti v idad sexual , como preservati vos y
pañuelos por el suelo. Como en el Parque de Montj u·ic, la zona bosco­
sa cuenta con diversos senderos que se cruzan los unos con los otros y
que fac il i tan el encuentro entre las personas que merodean por al l í. La
zona de espera en el bosque de Si tges no está claramente defi nida, ya
que se trata de un espacio con m uchos senderos , pero s i n em bargo
exi ste un sendero pri nci pal que conduce a una explanada sin vegeta­
c i ón donde algunos partici pantes esperan la l legada de nuevos usua­
ri os y desde donde se ve el camino que da acceso a la vía. La zona de
negociación está del i m i tada por esos senderos que se cruzan y que
conducen a l as zonas más alej adas y aisladas que se conv ierten en las
zo nas de sexo.
Por lo que se refiere a l a zona de pl aya de Sitges, se trata de un
es pacio donde l a acti v i dad del crui sing solo se produce a altas horas
de la la madrugada. Esta zona de crui sing se encuentra dentro del pue­
bl o , en el paseo marítimo, por lo tanto el acceso es fáci l y rápido. En
esta ocasión, la zona de cruisi n g se di stri buye a lo l argo del muro en­
tre l a pl aya y el paseo, dond e los hom bres pueden esperar la l legada
1 24 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

de nuevos partici pantes . Las zonas de sexo y negociaci ón tienen una


del i m i tación poco clara, ya que l a negociación se acostumbra a hacer
a lo largo del m uro. Los l ugares para el sexo suel en ser aquellos que
permi ten un poco más de ocultamiento, como son las tumbonas en el
muro y otros materi ales de uso di urno que se al macenan durante la
noche.
Vemos, por l o tanto, que la mayor parte de las zonas de cruising
cuentan con algunas características comunes que hacen posi ble la ex­
tensión de l a práctica del sexo anónimo y contri buyen a l a del i m i ta­
ción de los espacios aptos para este ti po de acti vi dad . S i n em bargo,
estas características com unes tam bién deben tener en consideración
las particularidades de cada uno de los espacios, no solo en función de
la arquitectura con la que di sponen , la temporada del año y el horario,
s ino tam bién en función de los contextos sociales en l os que se desa­
rrol l a.
4.
Ri tuales de interacción sexual para el gozo en
anonimato*

Lo importante no es ser guapo, sino desprender follabilidad.

Mensaje en Gri ndr

Así pene a mano, mano a mano y pene ajeno, forman una rueda
que colectiviza el gesto negado en un carrusel de manoseos, en un
«corre que te pil lo» de toqueteo y agarrón.

LEMEBEL, 20 1 3 ( 1 995], p. 26

De los rituales y los símbolos

La conducta humana es m uy variada en función del orden social en el


que se encuentre cada suj eto. El comportami ento aceptado y l egíti mo
para cada si tuación está regulado por un conj unto de normas que no
s uelen estar recogidas en los textos legislativos pero , sin embargo,
todos l os partici pantes que i ntegran una sociedad conocen y saben que
deben cumpl i r. La práctica del crui sing no es una excepción : cuenta
un conj unto de normas de actuación y rituales de i nteracción que l os
participantes adoptan para i ntegrarse en el grupo y alcanzar sus obje­
ti v os.
La noción de ritual se uti l i za en lenguaj e común para referi rse en
l a mayor parte de l as ocasiones a acti v idades rel i giosas. El diccionario
de la Real Academia Española defi ne el ritual a partir de su carácter
rel i gioso o de su función sagrada. S i n em bargo, en antropología la idea

*
Algunos de los elementos que se discuten en este capítulo han sido publicados
pre viamente en el año 20 1 3 en un artículo en la Revista de Antropo logía Social titula­
do Sexo sin palabras. La función del silencio en el intercambio sexual anónimo entre
hom bres, y otros en otro artículo de la Gazeta de Antropología del año 20 1 4 bajo el
t it ulo Rituales de interacción sexual entre hombres. Una propuesta de análisis del
dis curso y de la práctica del sexo anónimo .
1 26 ____
_ En tu árbol o en el mío

de ritual al ude a otros elementos que no siem pre tienen que ver con la
rel i gión. Durkhei m apunta que «los ri tos son maneras de actuar que
nacen solamente en el seno de grupos reducidos, y que están desti na­
dos a susci tar, mantener o rehacer ciertas si tuaci ones mentales de ese
grupo» (Durkhei m , 1 982 [ 1 9 1 2 ] , p. 8 ) . Siguiendo esta propuesta, po­
dríamos pensar que los ritos forman parte tanto de la v i da rel igiosa
como de otros escenarios sociales de representación colectiva. Lo que
caracteriza los rituales, según Durkheim, es que son momentos de efer­
vescencia colecti va (Durkhei m , 1 982 l 1 9 1 2J ) , es decir, momentos en
l os que un conj unto de i ndividuos comparten una acción en la que to­
dos partici pan y experi mentan la exci tación o sensaciones que se deri ­
van de la acci ón ritual . Por su parte, Roy A . Rappaport, defi ne el ritual
como «la ejecución de secuencias más o menos invariables de actos
formales y de expresiones no completamente codificados por quienes
l os ej ecutan» (Rappaport, 200 1 [ 1 999] , p. 56) . Rappaport asegura que
la noci ón de ritual se uti l i za por diferentes d i scipli nas para desi gnar
fenómenos diversos , sin embargo «prestar atención previa a las simi l i ­
tudes n o i mpide prestar atención a las diferencias y puede ayudar a si­
tuar debidamente estas diferenci as. Al notar en pri mer l ugar los modos
en que los ritual es rel i gi osos y de otro ti po se parecen entre sí, es posi ­
b l e di scernir unos d e otros más claramente después» (!bid. , p. 57).
En al gunas ocasiones, l os rituales tienden a pensarse únicamente
como acontecimientos propios del pasado que perduran en el presente,
a partir de una especie de acción continui sta que los convierte en actos
fol clóricos u objeto de una tradicional idad contemporánea. S i n embar­
go, los ri tuales deben de ser capaces de adaptarse a los cam bios socia­
les para poder sobrev i v i r, requi eren poder ser i nterpretados y tener
sentido en el presente de las personas que partici pan en ellos. Un ri ­
tual que no se pudi ese i nterpretar por los s uj etos que partici pan en
él dej aría de tener senti do y acabaría muriendo por sí mismo o, en el
mej or de los casos, convertido en un acto teatral . Es por ello por lo
que deben adaptarse a las circunstancias, ser flexibles y permitir dife­
rentes i nterpretaciones para conservar su fuerza. Pero la flexi bi l idad y
adaptación al medio que requi ere el ritual para su superv i vencia no
excusa la exi stencia de reglas que determi nen el rango o posición de
cada partici pante en la interacción.
La acci ón ri tual de ni ngún modo es azarosa: responde a una ac­
tuación preprogramada, estereoti pada y codificada ( Gómez García ,
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 1 2�

2002, p. 2). Ahora bien, no hay que confundi r ritual con ruti na. El ri
tu al necesita de una acci ón repeti da, pero esta no es sufi ci ente pan
converti rse en rito, ya q ue el ri tual requi ere de «un conj unto de con
du ctas i ndividuales o colectivas relati vamente codificadas , con un so
p orte corporal , de carácter repeti tivo y con una fuerte carga s i m ból i
ca para los actores y l os testi gos» ( Segalen, 2005 [ 1 998 ] , p. 3 1 ) . E
rito, por lo tanto, necesi ta sobre todo de un si gnifi cado com partid<
que provoque una modifi cación de la experiencia de aquel los que par
tici pan en él .
Los ritos contri buyen a la generación de senti mi ento de perte
nencia, son una herramienta para formar parte de una colecti v i dad )
v i ncularse con la comunidad. Es por ello por lo constituyen un arder
moral superior que se presenta como el rescate a l os indi v i duos de
caos y del desorden en el que estarían sometidos si no respetasen lai
normas comparti das por l a comunidad ritual ( Segalen, 2005 [ 1 9981
p. 20) .
Por su parte, Marcel Mauss se i nteresa más por la eficacia de lrn
ri tos que en su confi guración, considera que «Un rito es pues una ac·
ción tradicional eficaz» (Mauss, 1 970, p. 1 39). Es deci r, el rito se val í ·
d a a s í mismo en la medida e n q u e los i ndi v iduos creen en s u s efectos
en tanto que las acciones y representaciones q ue prescri be correspon·
den con el resul tado esperado por el grupo.
Pero el ritual , más al lá de su eficacia y su confi guración, pan
Mary Douglas con sti tuye sobre todo una forma de com uni caci ór
( 1 978 [ 1 970] , p. 40) . Es decir, los rituales son ejercicios de comunica·
c i ón que permi ten la transmi sión cultural y organi zan las rel aci one!
sociales. Para poder comunicarse en el medi o ritual , los suj etos deber
m anej ar correctamente l os símbolos y así ev itar que l l even a equívo ·
cos. Es por ello por lo que, para Mary Douglas, el símbolo es un ele·
mento fundamental del ritual . «Donde el ritual es fuerte se concedt
i m portanci a pri mordial al símbolo, la idea de pecado se apl ica a actrn
co ncretos, mientras que donde el ritual i smo es débi l la noción de pe·
cado se apl i ca a estados mentales internos» (Douglas , 1 978 [ 1 970]
p . 28) . La com unicación medi ante símbolos rituales permite a los su·
j eto s hacer explícitas sus i nten ciones medi ante un conj unto de códi grn
co mparti dos que generan estructura social y trans mi ten i nformaciór
e ntre los miembros de la com uni dad.
1 28 ____
__ En tu árbol o en el mío

Cualquier grupo estructurado [ . . ] genera una forma especial de codifi­


.

cación que abrevia el sistema de comunicación condensando unidades de


lenguaje en claves previamente establecidas. Este código permite impo­
ner un sistema de valores determinados y resulta en la interiorización por
parte del individuo de la estructura y las normas del grupo a que pertene­
ce del proceso mismo de interacción (Douglas, 1 978 [ 1 970) , p. 73) .

Es decir, l o s símbolos se convierten tanto en u n a forma necesaria para


la com unicación como en una estrategia de control . Los símbolos son
una estrategia sati sfactori a para reforzar el orden social . Pero los sím­
bolos no son úni camente elementos i nani mados, obj etos observables o
pautas y acciones defi nidas conscientemente por el conj unto de la co­
munidad . El cuerpo, la carne, tam bién puede adquirir una di mensión
s imból i ca propia y converti rse en un elemento clave en la acción co­
municati va, de manera que «el cuerpo social condiciona el modo en
que perc i bi m os el cuerpo físi co» ( Douglas , 1 978 [ 1 970 ] , p. 89) . El
cuerpo no es al go aj eno a su di mensión social , s i no que debe ser en­
tendido también como un modo de expresión e interpretación cultural
que queda suj eto a diversas signifi caciones en las acciones rituales. El
cuerpo se conv i e rte él m i s m o en el contenido de los mensaj es. Un
entramado de símbolos dota a cada persona de un si gnificado propio
en función de cada situación com unicati va particular. El cuerpo es un
agente de i ntersecci ón de orden i nd i v idual , psicológico y social , lo
que nos hace verl o no solo como un ser biológico s i no tam bién como
una entidad consciente, experi mental , actuante e i nterpretativa ( Este­
ban, 2004, p. 2 1 ) . En este sentido, Marce! Mauss asegura que el cuer­
po está compuesto por un conj u nto de preceptos culturales que apren­
demos en nuestro proceso de crec i m i ento v i tal para poder v i v i r en
soci edad (Mauss, 1 99 1 [ 1 950) ) . A hora bi en, este entramado cultural
no debe buscar la coherencia como la pri nci pal prueba de su val i dez,
ya que no siempre las representaciones s i m ból i cas desprenden una co­
herenci a absoluta, total y que expl ique toda su complej i dad . Ev idente­
mente debe existir un grado de coherencia para que l as si tuaci ones
puedan anal i zarse como un si stema. Pero «nada hay más cohere nte
que la aluci nación de una paranoi a o que el cuento de un estafador»
asegura Clifford Geertz (2005 [ 1 973 ) , p. 30).
Si guiendo con el anál i s i s de l os símbolos, V i ctor Turner propo n e
que si aceptamos el ri tual como una conducta formal , el símbolo es la
Rituales de interacción sexual para el gozo en anon i mato ----- 1 29

u n idad última de la estructura en un contexto ri tual ( 2005 [ 1 980] ,


p. 2 1 ) . Es por ello por lo que los símbolos son una pi eza clav e para el
d esarrollo ritual . Los símbolos no son elementos ai slados , no se pue­
den estudiar por separado como si de unidades autónomas se tratase,
s i no que debe hacerse teniendo en cuenta la secuencia y l a estructura
ri tual en la que se desarrol lan. Para faci l i tar el anál i s i s de estas unida­
des s i m bólicas, Turner propone diferentes propi edades de los símbo­
l os rituales que el abora a partir de tres cl ases de datos : la forma exter­
na del sím bolo y sus características observables, las interpretaciones
que se ofrecen por los i nd i v i d uos i nvol ucrados en el ri tual y , fi nal ­
mente, las resultantes de l os contextos sign ifi cati vos el aborados por
antropólogos. A parti r del anál i s i s de estos ti pos de datos, sugi ere que
la pri mera propiedad de los símbolos es la de condensación, es decir,
que el símbolo perm ite representar muchas cosas y acci ones en una
sola formación. La segunda propiedad es la de unificación de si gnifi ­
cados dispares e i nterconexos que poseen cual idades anál ogas , e s de­
c i r, el símbol o es capaz de unir si gnifi cados que en otras circunstan­
c i as no podrían unirse. Y , fi nal mente, la tercera de las propi edades de
los símbolos es la polari zación del sentido: por un lado se pueden en­
contrar si gnifi cados relati v os al orden moral y, por el otro, al orden
natural (Turner, 2005 ( 1 980) , pp. 22-3 1 ) .
Otra de las aportaciones rev eladoras de Turner es la di sti nci ón
entre símbolos dominantes y s ím bolos i nstrumental es. Los pri meros
son puntos relati v amente fij os tanto en l a estructura cultural como en
l a sociedad y, de hecho, constituyen un punto de unión entre esos dos
ti pos de estructura, se repiten en diferentes ritual es y son un fi n en sí
mi smos . Mientras que los segundos deben ser contemplados en térm i ­
n o s del si stema total de símbolos q u e consti tuye un ritual dado, e s
decir, tienen unos fi nes específicos dentro de un ritual concreto (Tur­
ner, 2005 [ 1 980) , p. 3 5 ) .
Por su parte, Dan Sperber n o se m uestra tan i nteresado en averi ­
guar por qué si gnifican l os símbolos como en conocer cómo si gnifi ­
can ( S perber, 1 978, p. 77) . E s decir, pl antea que lo i mportante en el
es tudio de los sím bol os ya no es si mplemente saber qué pretenden
rep resentar, si no sobre todo averi guar de qué manera se construyen ,
q u é contextos requieren y qué dinámicas se desarrollan al rededor de
l os sím bolos. Según S perber, la noción de s i gni ficació n es una metá­
fora engañosa (/bid. , p. 57) , ya que «la ex égesi s no es una interpreta-
130 ____
_ En tu árbol o en el mío

ción sino un desarrollo del símbolo y debe el la mi sma ser i nterpreta­


da» (/bid. , p. 5 8 ). Presenta el símbolo como un si stema cogn itivo, de
manera que «la v i da s i m ból ica del i nd i v i duo no se div i de netamente
entre un período de aprendi zaje y un período de uti l i zación de un dis­
positivo establecido. El s i m bolismo, por ser cognitivo, es durante toda
la v i da un di spositivo de aprendizaje» (/bid. , pp. 1 1 7- 1 1 8 ) .
Por lo tanto que, para estudiar u n fenómeno social como u n ri ­
tual , no necesariamente debemos focal i zar nuestro i nterés en los as­
pectos rel i gi osos de los ri tuales ni centrar el debate entre l o sagrado y
lo profano ( Segalen, 2005 [ 1 998 ] , p. 1 02). Una buena parte de las ac­
ciones ri tuales no conl levan pensamientos rel igiosos pero, sin em bar­
go su estructura, representación, capacidad de si gnifi car y de consti ­
tui r efectos para los i n d i v iduos y grupos nos perm i te ampl i ar el
anál i s i s ri tual a diferentes real idades sociales.

Actuaciones d e sexo anóni mo

En este apartado defiendo la idea de que la práctica del crui sing es una
acti v idad ri tual productora de si gnificados , interacci ones y experien­
cias, en l a medida en que se trata de un ej ercicio formali zado, expresi­
vo y que arrastra una dimensión simbólica entre l os partici pantes.
Como otros ritual e s , l a práctica del sexo anón i m o tiene sus
propias normas y procesos que, por fugaces que puedan ser los en­
cuentros , generan en un marco ritual entre q u i enes i nteractúan en
e l l o s . Estos ri tuales hacen que se produzca una atención y emoción
entre l os partici pantes que proporci ona una real i dad tem poral mente
com partida (Col l i ns , 2009 [ 2005 ) , p. 2 1 ) . Los ri tual es de i n teracción
req uieren que l os actores real icen los pasos para acti varl os, sin l os
cual es no se i n i c i a el ritual . Las i nsti tuciones sociales en las que la
gente cree partici par, su ubi cación en estas i n sti tuci ones , l os papel es
que representan , funci ones y posi c i ón social no exi sten en sí m i s ­
mas dentro del ri tual , solo en la medida en que son actuadas por l os
partici pantes del ritual dev i enen reales (!bid. , p. 34) . En tanto q ue
los sím bolos y s i gnifi cados generan estados emoci onales comparti ­
dos y provocan los efectos esperados , la i nteracción se con v i erte en
ri tual .
R itu ales de interacción sexual para el gozo en anon i mato ------- 131

La práctica del sexo anónimo cuenta con un conj unto de reglas


p ro pias que determi nan cuándo se i nicia y acaba el ritual de i ntención.
Es por el l o por l o que, en l as zonas de cruising, l as normas son más
i m portantes que l as estrategias para l i gar (Humphreys , 1 975 l 1 970] ,
p . 47) , ya que son un códi go de protección de uno mismo y del grupo
con el que se comparte la i nteracción ritual . Humphreys (/bid. , p. 47)
en u mera sei s normas pri nci pales para el buen funcionam iento del es­
pacio de i ntercambio sexual anónimo que nos pueden serv i r de refe­
re ncia general para i ntroduci rnos en el anál i si s del ritual de i nterac­
ción en l as zonas de crui sing:

1. Ev i tar el intercambio de datos personales.


2 . ¡ Cuidado con los chaperos ! A veces quien no l o parece lo es.
3. Nunca forzar la i nteracción.
4. No criticar a las otras parejas sexuales.
5. No rom per l os acuerdos entre el grupo.
6. Permanecer en silencio durante l a acti v i dad d el cruising.

Randal l Col l i ns (2009 [2005 ] , p. 72) considera que los rituales de in­
teracción cuentan con cuatro condiciones i niciales previas para que la
i n teracción devenga ritual . La pri mera de esas condiciones es l a pre­
sencia de dos o más personas que se encuentran en un mismo l u gar, de
manera que su presencia corporal les afecta recíprocamente. La se­
g unda condición pasa por l a exi stencia de barreras , que transmite a l os
partici pantes la di stinción de quien toma parte del ritual de interacción
y quien no. La tercera de las características es que l os partici pantes
e nfocan su atención sobre un m i smo obj eto y, al comunicárselo entre
sí, adquieren una conciencia conj unta de su foco com ún. Y la cuarta
co ndición es que los i nteractuantes com parten un m i smo estado de
á ni mo o v i ven la m i sma experienci a emocional .
Los encuentros sexuales anóni mos entre hombres exi gen rapidez
y secreto, lo que obl i ga a un conj unto estandari zado de las funciones
que cada uno de los partici pantes debe tomar, ya que los rituales que
cu entan con estructuras formal es de actuación son más eficaces que
aq uel l as i nteracciones en l as que l os suj etos no saben cuáles son l os
pas os a seguir. En las zonas de crui sing, l as personas operan baj o pre­
si o nes y deben ser capaces de moverse rápidamente entre las diferen­
t es funciones para poder activ ar las estrategias más adecu adas ( Hum-
1 32 ____ En tu árbol o en el mío

phreys , 1 975 1 1 970 ) ) . Conocer las normas de funci onam i e nto es


básico para poder partici par sati sfactori amente en el ri tual . De hecho,
aquel los hombres que no las respetan, rápidamente quedan excl uidos
de la interacción y tienen pocas garantías de éxito y acceso al sexo. En
alguna ocasión, he podido observar cómo los parti ci pantes se si enten
mol estos cuando otras personas i ntentan l i gar sal tándose la norma del
s i l encio y de negoc iaci ón o acechan demas i ado rápido a los otros
hom bres sin respetar el proceso del acuerdo. De hecho, l as personas
que uti l i zan estas tácti cas , l l amémosl as de «urgenci a sexual » por l a
rapidez e n la demanda de sexo que denotan, n o suelen ser bien acogi­
das por l os parti ci pantes y, en m uchas ocasiones, quienes recurren a
ellas acaban sal iendo de las zonas de crui s i n g s i n haber podido real i ­
zar ningún contacto sexual . 1 L a ruptura d e l a i nteracción también pue­
de produci rse por agentes externos que no forman parte de la negocia­
ción, pero, en este caso, rápidamente son ai s l ados o m anteni dos al
margen de las relaciones sexuales. Este es el caso, por ejemplo, de tu­
ri stas que se meten entre los arbustos del parque de Montj u"ic para l i ­
berar l o s apretones d e s u s vej i gas .
La di mensión s i m bólica adquiere si gnificado en la medida en la
que es compartida por un grupo que la i nterpreta y la respeta. El suje­
to que se i nicia en la i nteracci ón ritual del crui sing espera que el resto
de los hombres q ue merodean por el parque sepan i nterpretar sus in­
tenciones para así poder consegu i r el fi n último del acceso al gozo
sexual . Resulta reveladora la afi rmación de Goffman cuando asegura
que:

Cuando un individuo desempeña un papel , solicita implíci tamente a sus


observadores que tomen en serio la impresión promovida ante ellos. Se
les pide que crean que el sujeto que ven posee en realidad los atributos
que aparenta poseer, que la tarea que real iza tendrá las consecuencias
que en forma i mplícita pretende y que, en general , las cosas son com o
aparentan ser (Goffman, 1 987 [ 1 959) , p. 29) .

Las normas que ordenan la práctica del sexo anónimo cuentan con una
eficacia i ndi scuti ble, ya que son capaces de conduci r a los i ndi v iduos

1 . Osear Guasch asegura que «Cuando un varón suprime el cortejo e inicia el con·
tacto (verbal o corporal) directamente es posible que sea rechazado porque no se
ajusta al ritual» (Guasch, 1 99 1 , p. 1 26)
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 33

a l a sati sfacción de sus deseos sexuales s i n la necesi dad de arri esgar


ot ros elementos personales o soci ales . Para poder partici par en l a
práctica d e l sexo anóni mo es necesari o en pri mer l ugar real i zar un
ej erci cio de aprendi zaj e como el que se real i za en cual quier otra acti ­
v i dad ritual ( Durkhei m , 1 982 [ 1 9 1 2 ] , Goffman , 1 970 [ 1 967 ] , Segalen,
2005 [ 1 998 ] ) . Yo m i smo he sido objeto de esta i nstrucci ón a l o largo
de mi trabaj o de campo. A pesar de que antes de inici ar la i nvesti ga­
ción ya había partici pado en otros espacios de sexo anónimo (funda­
mental mente a partir de redes de i nternet) , nunca lo había hecho en
zonas de cru i s i n g . De hecho, en el momento de i n i ci ar el trabaj o de
campo descri bía las zonas de cru i s i ng como l u gares que no acababa
de comprender del todo su funcionamiento i nterno:

Los hombres caminan cabizbajos, en silencio, nos cruzamos los unos


con los otros. Nos volvemos para miramos si nos ha gustado el otro tío.
Algunos se apoyan en el muro y otros siguen caminando por la arena
playa. Sé que debe existir algunos códigos de comunicación y motivos
para apoyarse, para girarse o continuar. Pero desconozco cuáles son»
(extraído de mi diario de campo).

Este aprendizaj e consi ste no solo en averi guar cuáles son los símbolos
y sus si gnifi cados vál idos para cada ritual , s i no que también es nece­
sario reconocer el orden y usos de estos símbolos . La adquisición del
n uevo saber puede hacerse a través de l a comunicación verbal y explí­
c i ta, mediante el adiestrami ento corporal o mediante la observación.
En el caso del crui sing, el aprendi zaj e ritual se l l eva a cabo fundamen­
tal mente a través de l a observación de l os iniciados: no exi sten clases
de preparación para el sexo anónimo tal y como sucede con la cate­
q uesi s, no hay maestros que acompañen y guíen a sus apl icados al um­
n os. Los nuevos usuarios observ an el comportami ento de los hom bres
que circulan por la zona de l i gue y rápidamente se pueden inici ar en la
n ueva acti v i dad gracias a una especie de « pedagogía desv i ada» que
e nseña s i n palabras el proceso ritual a l os recién l legados, los cuales
d es cubren l as pautas de comportamiento, las normas a segui r, las v ías
para garantizar el éxito del ritual . Los símbolos que articulan la prác­
ti ca del cruising son simple s pero eficaces, perm iten el acceso a la in­
t eracción, garantizan el anoni mato de los i nteract uantes y conducen al
act o sexual sin grandes dificultades. Por lo tanto, el acceso al sexo re-
1 34 ____
_ En tu árbol o en el mío

quiere tanto de un espaci o de social i zaci ón como de una estructura


social y s i m ból i ca que se encargue de organi zar el deseo ( Green,
2008 , p. 28). De manera que l a práctica del cruising no se puede redu­
cir úni camente a un acto com unicati vo, s i no que, a pesar de que el
lenguaj e toma un papel fundamental en su desarrollo, el ritual tam bién
se produce a sí mismo en tanto que práctica social con diferentes acti ­
vidades i m plícitas que requieren de la experiencia y la relación social
( B l och, 20 1 2) .
Llegados a este punto deberíamos preguntarnos a cerca de cuáles
son estos símbolos que contri buyen a l a ordenación de la práctica del
sexo anón i m o entre hom bres. V i ctor T urner ( 1 980, p. 3 5 ) hace una
di stinción entre símbolos dom i nantes y símbolos i nstrumentales, en la
que los pri meros son relati vamente fijos tanto en la estructura cul tural
como en la sociedad, mientras q ue los segundos tienen unos fi nes es­
pecífi cos dentro de un ritual concreto. S i guiendo esta propuesta po­
dríamos pensar que l os símbolos domi nantes en l as zonas de crui sing
están caracterizados por una organi zación social de la sexual idad ba­
sada en el paradi gma de la heterosexuali dad . Otro de l os símbolos
domi nantes está encarnado en el hecho social de l a homofobia, a parti r
del cual se desprenden diferentes estrategias de cri m i nal i zación y san­
ción para aquel los suj etos que no se adscri ben al mandato sexual , y
fi nal mente el de la monogam i a y l a excl usividad social . Es decir, la
práctica del crui sing es una activ idad en la que los participantes entran
en negociación con el modelo social homófobo, heterosexi sta, y de
excl usividad sexual en el marco de unas referencias s i m ból i cas am­
pl ias y com partidas por el conj unto de la sociedad .
S i n embargo, en este capítulo, más que profundizar en la idiosin­
crasi a de los sím bolos domi nantes ya tratada en otros momentos del
trabajo, intentaré anal izar las característi cas y ordenación de los sím ­
bolos in strumentales, es decir, de aquel los sím bolos que tienen un fi n
específico dentro del ri tual de i nteracción sexual anón i mo entre hom ­
bres. Mary Douglas ( 1 978 [ 1 970]) considera que el ritual necesita de
un lenguaj e eficaz que permi ta actuar en la real i dad social . En l as zo­
nas de cruising, este lenguaj e se caracteri za por la ausencia de pal a­
bras, lo que provoca que los símbolos comunicati vos se articulen fun­
damental mente a parti r de diferentes ej erci ci os corporal es que se
conv ierten en bási cos para la comprensión y partici pación en esta ac ­
tiv idad. Gracias a esa normati v i zación, las acci ones com uni cati vas
R i tuales de interacción sexual para el gozo en an onimato _____ 1 35

per miten generar un entramado si mból i co que conduce al acto sexual


e nt re l os partici pantes. Es decir, el conj unto de símbo los fundamental ­
me nte corporales que ordenan la acti vi dad del crui sing son una pieza
cl ave para la eficacia del ritual que se representa mediante el acceso al
se xo. El cuerpo se conv ierte así en un artefacto s i m bólico pleno en l as
zo nas de crui s i ng.
Estos símbolos corporales los podríamos clasificar en dos gran­
des bloques . En pri mer l ugar, estarían los que he l l amado símbolos del
c uerpo sustancial es, que refi eren a aquel los sím bolos que el partici­
pante transmite i ndependientemente de su acti tud y su comportamien­
to, símbolos i nherentes a su corporal idad y que el sujeto difíci l mente
pu ede man i pular, pero que comportan un elemento fundamental para
la i nteracción. Entre ellos se encuentran la edad, la etnia, la capaci dad
muscular o flacidez, la obesidad o del gadez, el olor o el vello corpo­
ral . Los símbolos del cuerpo sustancial es se s i gnifican normal mente
en las zonas de cruising a parti r de l as m i smas atri buciones y valores
reguladores del deseo de la sociedad madre donde se desarrol la.2 De
esta manera, el éxito de la i nteracción se v i ncula al s i gnificado de los
atri butos de los q ue se di spone.
En segundo l ugar, estarían los símbolos del cuerpo mani pula­
bles, que refiere a aquel los símbol os que l os partici pantes deben ma­
nej ar para favorecer la i nteracción. Los símbolos del cuerpo mani pu­
l ables son aquel los que l os partici pantes uti l i zan conscientemente para
conduci r el acto ritual hacia la interacci ón sexual . En el caso de l a
práctica d e l cruising, la fi nal idad d e l os encuentros no requiere de un
si stema complej o de com uni cación corporal , con pocos elementos se
resuel v en las estrategias comuni cati vas. He di sti nguido tres pautas
pautas de comportamiento bási cas que en pri nci pio cuentan con mo­
mentos propios para cada una de ellos, pero que, s i n em bargo, en una
gran v ariedad de si tuaciones se uti l i zan de manera si m ul tánea para
i ntensificar la comunicación :3

2 . Cabe señalar que no en toda la escena gay se comparten los mismos va lores de
ero tización. De hecho, algunos elementos que en principio no resultaría n erotiza ntes
en la sociedad madre, como el vello corporal, sí que lo es para a lgunas subculturas
ho mosexuales que encuentran en el vello corporal un valor apreciado Y deseado.
3. Por su parte, Tewksbury ( 1 996) sugiere que existen cuatro mo � os de co � u nica­
ci ón no verbal en las zonas de cruising: Contacto ocular, persecución, expos1c16.
ny
co ntacto corporal.
136 ____ En tu árbol o en el mío

• El mantenimiento de la mi rada.
• La demostración de los genitales y su uso públ ico: la pol la como
valor supremo.
• La forma de cam i nar, desplazam ientos por l a zona de cru i s i n g y
posturas corporales .

Este conj unto de elementos com uni cati vos dem uestra que no solo es
el lenguaje lo que regula y estructura el comportamiento humano, sino
que se trata de un conocimiento que se articula también a través de l a
experiencia ( B l och, 1 99 1 y 20 1 2) .
L a mi rada ha s i d o desde hace tiempo u n a herram ienta habitual
en el l i gue cal l ej ero, en parq ues y otras zonas de i ntercambio sexual
anónimo. En época franqui sta, por ej emplo, ya era una elemento útil
de acceso al sexo en las grandes ci udades para algunos homosexuales.
Así lo relataba uno de m i s i nformantes:

¿Que cómo se ligaba? Pues en la calle, veías una mi rada y te volvías, te


ponías a mirar un escaparate, y el otro tío se ponía a mirar otro, y te
mi rabas, y poco a poco te i bas acercando y poniéndote a su lado, nos
seguíamos de un sito a otro y si tenías sitio pues te i bas a tu casa, o a su
casa, algunos alqui laban habitaciones. Yo no alquilé nunca, pero sí que
había gente que lo hacía. Y si no había nada, pues te ibas a un sitio os­
curo y escondido y allí lo hacías.

En las zonas de crui sing, l a mi rada se uti l i za para determi nar el i nterés
sex ual en otros hombres. Se trata de una m i rada descarada, que no se
reti ra cuando el suj eto es descubierto, sino que se mantiene y se i nten­
sifica para buscar complicidad , no debería desprender temor si no se­
guri dad y deseo. La m i rada en las zonas de cruising no es un acto de
observación, se trata de un acto de com unicación que si rve para reco­
nocer el i nterés en los otros partici pantes. La i m portancia de la m i rada
como i nstrumento de reconocimiento del interés sexual era expl icado
de esta manera por un participante: «El otro día un tío cruzó del otro
lado del bosque y se me quedó m i rando. Yo i ba a la playa no venía a
l i gar, pero se metió por aquí. Y dije, pues voy a probar, me gustó y él
se quedó m i rando. Y l uego lo pi l l é aquí dentro y pa' lante». Otro par­
tici pante aseguraba q ue «Si un tío me gusta yo lo m i ro y si él me mi ra
quiere deci r que está i nteresado en mí, si vol tea la mi rada quiere decir
que no» .
R it uales de interacción sexual para el gozo en anoni mato ----- 1 37

La m i rada es, por lo tanto, una estrategia que requiere de la com­


pl i ci dad de las partes y que s i rve tanto para demostrar i nterés como
para descartar l a disposición al sexo (Tewksbury , 1 996) . C uando un
i nd i v i duo desea rechazar una interacción que se i nicia con una m i rada
mantenida de otro hom bre, simplemente debe desatenderla para acla­
rar su abulia respecto a la interacción. Aunque, en al gunas ocasiones,
el despreci o al inicio de l a negociación sexual también se acompaña
con otros si gnos como marcharse del espacio hacia otra zona de la
m i sma área de crui sing o cami nar unos pasos hacia atrás de la persona
q ue había iniciado la i nteracción .
El manteni m iento de la m i rada es el pri mer elemento comunica­
t i v o para i niciar la interacci ón sexual . No obstante, esta m i rada no es
una mi rada estática y fij a a lo l argo de la negociaci ón: va cam biado y
adaptándose al proceso de acercami ento con los otros parti cipantes.
Una vez l os i nteractuantes mantienen su m i rada el uno en el otro, ésta
cam bia de forma y toma un matiz más l asci vo que se acompaña con
otros gestos faciales y corporal es, como pequeños j uegos de demos­
tración de deseo con los labios simulando besos en los que los labios
no se separan y en los que no se hace ruido, s i m plemente se arquean
l os labios. También se pasa a l os j uegos con la lengua ante los ojos de
l a pareja sexual o el inicio de la manipulación de l os propios geni tales.
Esta última estrategia de mani pul ación genital se puede usar en
diferentes momentos de la i nteracción ritual . De hecho, al gunos de l os
usuarios muestran sus geni tales di rectamente al conj unto de hom bres
que pasan por la zona de crui sing, sin i niciar necesariamente el ritual
de i nteracción con ellos, sim plemente los ponen a disposición de cual ­
qui era de los parti ci pantes que quisiera acceder a ellos. En este caso,
l os hombres se sal tarían l a fase previa de mantenimi ento de m i rada,
aunque no por el l o cuentan con mayores garantías de éxito. De alguna
manera, l a pol la se presenta como un atri buto al servicio del gozo de
otros hom bres y de uno m i smo, faci l i tando así el acceso a la negocia­
ci ón y aclarando la di sposición al sexo de manera determi nante.
Otros hombres recurren a la esti mulación geni tal una vez han
i n iciado la negociación a través de la mi rada. Cuando la parej a con la
se ha i n i ciado l a i nteracci ón vi sual mantiene su i nterés, l os hom bres
comienzan a focali zar la atención de la parej a sexual en sus genitales
mediante tocam ientos con la mano y un acompañamiento de la mi rada
que se d i ri ge di rectamente a la pol la. Estos peq ueños masajes tam bién
138 ____
_ En tu árbol o en el mío

pueden i r acom pañados de tocam i entos del propio pecho. En cual ­


quier caso, el mensaje siempre está muy sexual izado. En al gunas oca­
siones, los masajes o tocami entos se real i zan con la pol la dentro de los
pantalones , pero siempre i ntentando denotar erección a la futura pare­
ja sexual . En otras , los indiv iduos sacan su pol la erecta para que la
parej a sexual la pueda ver di rectamente. La erección es una señal fun­
damental en l as pri meras fases del j uego sexual . Todos los hombres
deben tener la pol la erecta en este momento de la interacción.
La pol la es un símbolo supremo en l as zonas de crui sing, repre­
senta el fi n último de la i nteracción ri tual y por e l l o tiene una gran
carga s i m bólica. La pol la es un elemento i m presci ndi ble y necesario
para el cruising, sin pol las no hay crui sing. En l as zonas de sexo anó­
nimo, los hombres no desean a otros hombres, lo que quieren en real i ­
dad son sus rabos. L a pol la s e convierte e n u n elemento d e comunica­
ción que perm i te mostrar y reconocer fáci l m ente l os i ntereses del
partici pante que recurre a ella en el proceso com unicati vo. El valor
pol l a podría entenderse de un modo simi lar al planteamiento sobre el
fal o que se hace desde el psi coanál i si s , en l a medida en que se con­
vierte en un i nstrumento productor de signifi cados . La pol l a es el va­
lor que identifi ca la mascu l i n idad de los presentes y que, a su vez,
evita cualquier pos i ble duda entorno a l a i dentidad de género de los
partici pantes . Como apunta Gayle Rubin ( 1 986 [ 1 975 ] , p. 1 25 ) , «El
falo es algo más que un rasgo que di sti ngue l os sexos : es la encarna­
ción del status mascu l i no».
La pol l a, en l as zonas de crui sing, contri buye a una masculinidad
max i m i zada que se representa a partir de l os j uegos corporales de los
participante s . En algunas ocasiones, las rel aciones sexuales entre
hom bres son v i v idas con m iedo de ser asoci adas con «lo femenino»
(Coll -Planas , 20 1 0) , lo que fáci l mente se puede entender como una
rebaj a en la escala del poder estructurado desde la sociedad patri arcal .
Ser homosexual es no ser hombre del todo, ya que «el certificado de
masculi nidad» pasa por la rei vi ndicación de l a heterosexual idad . Es
por el lo por lo que entendemos que estos excesos de mascu l i nidad que
podemos observar en l as zonas de crui sing son ej ercicios s i m ból icos
que tienen por obj eto no perder su estatus de superioridad, a pesar de
que se esté l levando a cabo una práctica «deni grante» para al gunos
partici pantes. Es dec ir, podemos pensar que se trata de demostrar a los
demás , pero también a uno m i smo que, a pesar de que se esté desarro-
Rituales de interacción sexual para el gozo en anoni mato ----- 1 39

' l i ando una práctica que no está legiti mada ni i ncl uida en el manual del
«buen macho», conti nua siendo un hom bre «de verdad » y es por ello
p or l o que debe mantener los pri v i l egios asignados como hombre a
pesar de su «desviación». En este sentido, el valor pol la adquiere ese
si gnificado domi nante que se otorga al órgano genital . La pol la, así, se
presenta como un órgano i ncontrolado, i nconsciente e i rrepri m i bl e
que, de manera autónoma, responde a un deseo sexual s i n domesticar.
Assumpta Sabuco y José María Valcuende ( 2003 , pp. 1 45 - 1 46) apun­
tan acertadamente que l a representación del hombre es l a de un ser
pol lada, donde el pene es el requisito prev i o para tener poder. Así, los
hombres pueden controlar su cuerpo, pero no los mandatos de su pol la
( Weeks , 1 993 [ 1 985 ] , p . 1 39) . Son d i versas l as demostraciones de
presencia de este v alor tanto en los mensajes de los baños de las gran­
des estaci ones o centros comerciales con conv ocatorias del ti po:
« Mamo buenas pol las», « B usco pal lón» o «Tengo buen rabo para tío
joven » , como también en las zonas de cruising donde se representan
con una gran v i s i b i l i dad y presencia en la negociación sexual .
Por el contrario, el culo no es un el emento venerado en l as zonas
de crui sing. Los partici pantes no van mostrando su culo por l os sende­
ros de l os bosques para que el resto de los hombres puedan senti rse
atraídos por él , ni nadie suele gesti cular deseo entorno a su culo en l os
procesos de negociación que conducen al sexo. S i n embargo, el culo
acostumbra a ser obj eto de uso y di sfrute para el placer sexual de un
buen numero de homosexual es, aunque debo señalar que en el caso
particular de l as zonas de cruising la penetración anal no es una prác­
tica tan habi tual como otras . Pero, en cualquier caso, cabe la pregunta
acerca de cómo significa el culo. Con frecuencia, el culo es perci bido
como un elemento i nstrumental para el placer, pero se presenta como
si se tratase de un orificio que puede des vi ncularse del cuerpo, que no
corresponde al suj eto que l o porta, como si el culo fuese el gran des­
conocido que cada ci udadano l leva i nevitablemente al lá donde va. El
oj ete es un agujero que puede ser penetrado y la penetración desvela
esa fem i n i zación de los hom bres quieren rehuir. Es decir, m i entras
q ue la pol l a se conv ierte en un elemento social de más o menos l i bre
di sposición y que l os hombres muestran a los otros partici pantes para
despertar i nterés sexual , el culo es esencial mente pri vado, pertenece a
u no mi smo y no debe trascender de la esfera ínti ma que lo aloja ( Hoc­
q uenghem , 2009 [ 1 9721 ) . Como si la pri vaci dad del culo fuese l a
140 ____ En tu árbol o en el mío

prueba defi nitiva de la hom bría. Pero el debate va más al lá ya que, tal
y como presentan Javier Sáez y Sej o Carrascosa, «el problema que
plantea el culo es que todo el mundo tiene uno. Eso coloca a los hom­
bres y m uj eres en una cercanía demasiado pel igrosa en el sentido en
que convierte a ambos cuerpos en penetrables» ( 20 1 0, p. 1 1 9) . Frente
a la pol la, que se presenta como el órgano i ncontrolabl e que solo los
hom bres pueden poseer y se ven obl i gados a sati sfacer, el culo, en
tanto que órgano penetrable, pone en cuestión la d i v i sión sexual del
género, ya que es la prueba de que todas l as personas puedan ser pene­
tradas . Y, como afi rma Mary Douglas, «solo exagerando la diferencia
entre el adentro y afuera, enci ma y debajo, macho y hembra, a favor y
en contra se crea l a apariencia de orden» ( Douglas, 1 973 [ 1 966 J ,
p . 22) . Reti rando al culo s u potenci al idad como obj eto de pl acer se­
xual se otorga el protagonismo a l os órganos frontales, los cuales que­
dan claramente diferenciados ante los ojos del espectador.
Conti nuando con el proceso ritual , una vez los suj etos han l l ega­
do al punto de m i rada m utua acompañada de esti mulación geni tal i n ­
div idual , acostumbran a i r acercándose poco a poco con el manteni­
miento de la mi rada hasta estar el uno frente al otro. En este momento,
los partici pantes comi enzan a esti mular, sin mediar palabra, los geni­
tales de su pareja sexual , l o que les conduce normal mente al acto se­
xual .

Poco a poco, uno de ellos se me fue acercando. Este guardó la distancia


durante mucho tiempo, me rodeaba y se puso a mi l ado, pri mero a cua­
tro o cinco metros, me miraba, l uego me fui acercando yo y me quedé a
tres metros, nos fuimos arri mando el uno al otro hasta que nos queda­
mos a dos metros más o menos y nos pusi mos uno frente al otro con esa
di stancia. É l me miraba, se tocaba el pecho y los pezones. Me estaba
haciendo constantes señales de deseo sexual , yo permanecía quieto ob­
servándolo. Finalmente, se acercó y me tocó el pecho metiendo los de­
dos entre los huecos de mi cami sa, me continuó tocando y enseguida
puso su mano sobre mi pol la, me la sacó y comenzó a pajearme (Extraí­
do de mi diario de campo).

Exis ten otras formas de iniciación a la negoci ación, como es el caso


de l a persecución o forma de cami nar. Esta técnica se l leva a cabo
mientras los partici pantes cam i nan por la zona de cruising. Como he
podido observar, se i ni c i a habitual mente después de que un partid-
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 141

pante pase a l lado d e otro, s e cruce o haya mantenido una breve m i ra­
da mutua; uno de ellos (sujeto A) comi enza a seguir al otro ( s ujeto B )
m i entras pasea por la zona d e encuentro. E s decir, mi entras e l suj eto B
va cami nando, el suj eto A comienza a caminar detrás de él , a una dis­
ta ncia de 3 a 5 metros aproximadamente lo que provoca normal mente
que el sujeto B reduzca el ri tmo de su paso en caso de que esté dis­
puesto a i niciar l a negociación . S i el suj eto B no quiere l l evar a cabo
el proceso de negociación , suele acelerar el paso para trasmiti r al suje­
to A su desi nterés. Cuando el sujeto A enti ende este mensaj e, abando­
na la persecución y conti nua en búsqueda de otra pareja sexual . Sola­
mente en una ocasión pude comprobar cómo la persona que perseguía
a la otra hizo caso omiso a estas i ndicaciones y persi stió en su i nterés
de acci ón sexual . S ucedió en la playa de Gava, donde pude ver como
uno de l os hombres entró a la zona de crui sing con un paso acelerado,
pronto inició el ritual de i nteracci ón con uno de l os parti ci pantes que
continuó cami nando haciendo caso omiso a la persecución, pero éste
no cesaba en su insi stencia cada vez más próxi ma, de manera que l a
persona perseguida aceleró el paso bruscamente y fi nal mente sal i ó d e
l a zona de crui sing, momento en el q u e el perseguidor cambió de rum­
bo y se di ri gió hacia una nueva persona, en este caso a mí. Y o hice la
m isma operación que el partici pante anterior, ya que tampoco estaba
i nteresado en el acercami ento e i ntenté evi tar el contacto, conti nué
cami nando por l a zona de crui sing, aceleré el paso para evitar que me
tocara, y fi nal mente me v i obl i gado a sal i r para rehu ir de esta persona.
Por supuesto, tanto el pri mer partici pante como yo m i smo no i n i ci a­
m os el proceso de negociación con él , m ucho menos después de la
vul neración de las normas de negación de la zona de i ntercambi o se­
xual . A m bos respetamos la norma del silencio sal iendo de la zona de
cruising para evitar la confrontación di recta con la persona que i nició
l a persecución.
Pero en los casos en l os que el suj eto B acepta la entrada al pro­
ceso de negoc i ación, acostum bra a d i s m i n u i r su ritmo al cam i nar.
Normal mente, conti nua cami nando unos segundos hasta que se asegu­
ra que l e están si guiendo a él ; es en ese momento cuando suele buscar
u n sitio donde detenerse para permitir q ue el suj eto A, que le está per­
si guiendo, le adelante. Este adelantami ento se suele produci r a di stan­
c ias muy cortas entre los dos parti ci pantes , en ocasi ones i ncl uso se
produce un roce entre ambo s cuerpos y al gunos tocamie ntos , de ma-
142 ____
__ En tu árbol o en el mío

nera que los dos se puedan ver de cerca. Entonces el suj eto A , después
de adelantar, si desea conti nuar con la negociación, tam bién se deti e­
ne, esta vez a tres o cuatro metros del sujeto B y comi enza a i niciar la
negociación a partir de la técnica de la m i rada mantenida, acompañada
de j uegos de provocaci ón, hasta que fi nal mente acceden al acuerdo y
buscan un l ugar donde l levar a cabo el acto sexual . No obstante, este
proceso de adelantam iento puede repeti rse de nuevo mientras se l l eva
a cabo la negociación a partir de la mi rada hasta sel l ar el pacto tocán­
dose las pol l as .
Exi sten espacios donde s e produce una negociación singular. En
el caso de la zona de crui sing de Montju'ic, podría ser debajo del puen­
te. En este punto, los partici pantes se reúnen en silencio formando un
círculo en el que todos pueden verse, excepto a l os que están en la
parte más oscura. En el caso de desear i niciar la negociación con uno
de ellos, suele acercarse a partir de l a técnica de l a mi rada mantenida
y con l as sucesi vas provocaciones asociadas . El paso si guiente sería el
sel l o del acuerdo sexual , pero este acto no suele darse debaj o del
puente si se quiere una rel ación sexual de solo dos personas . De mane­
ra que los usuarios, una vez han iniciado el proceso de negociación y
han obtenido una respuesta sati sfactoria con la m i rada, acostumbran a
sal i r y d i ri gi rse hacia una zona más aislada donde tener sexo entre
ellos dos . No obstante, en al gunas ocasiones las prácticas sexuales se
pueden real i zar di rectamente debaj o del puente, pero con la i ntención
de que se forme una interacción múltiple en la que diversas personas
puedan parti cipar y se exti enda el j uego sexual a cuatro, ci nco o más
personas.
Conviene aclarar que el rechazo a la interacción sexual no es una
ruptura del ri tual de i nteracción sex ual sino que, por el contrario, está
contemplado como un elemento más del ri tual . La negación para l a
i nteracci ón sexual no supone u n a hum i l l ación para los parti ci pantes
(Franki s y Flowers , 2009, p. 874) , simplemente conduce a nuevos i n­
tentos .

En una ocasión, pasa un chico magrebí, de unos treinta años aproxima­


damente. Pasa muy cerca, me mira y le miro. Mantiene la mirada pero
después mira a otro chico que había en el árbol de al lado, se va por el
sendero y a los pocos pasos regresa, vuelve a pasar por delante de noso­
tros hasta tres veces. Cada vez más cerca, se dirige nuevamente por un
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato _____ ¡ 43

sendero y antes de entrar en él se gira. Mientras tanto el chico que tenía


a mi lado como yo le mirábamos. El chico que tenía a mi lado le sigue,
se mete al sendero con él, veo como se encuentran entre unos arbustos
pero enseguida el muchacho magrebi vuelve hacia el sendero principal
y pasa de nuevo a mi lado. El otro chico vuelve al árbol en el que estaba
apoyado antes de marchar de persecución y la situación vuelve a la nor­
malidad en favor de otros encuentros (extraído de mi diario de campo).

Es i m portante dar cuenta de que el ri tual de interacción sexual no se


i nicia en l a fase de negociación y term i na con el orgasmo. El ri tual de
i nteracción sexual se i nicia en en el momento en que l os partici pantes
se i ntroducen en la zona de cruising y com i enzan la selecci ón y bús­
q ueda de parejas sexuales, y fi nal i za en el momento en que se abando­
na el espacio. Es más , podría sugeri r que, en el caso de Montj u'ic, el
ri tual de i nteracci ón sexual se extiende l as cal les adyacentes al par­
que, donde ya es posible ver a hombres que se diri gen hacia la zona de
crui sing. En el caso de S i tges , se inician en al gunas ocasiones los pri ­
meros contactos v i suales entre los bañistas de la pl aya adyacente al
bosque.
Como he i ndi cado anteriormente, el modo de cami nar de los par­
tici pantes es un el emento altamente signifi cado en estos rituales de
i nteracción. Las personas que frecuentan l as zonas de crui sing acos­
tum bran a cami nar de forma sosegada, tranquila, sin rumbo y con pa­
radas constantes. Trasm i ten una actitud merodeadora, curiosa y atenta
por todo aquel l o que sucede a su al rededor, donde, por otro lado, pue­
den m i rar sin permi sos o, mejor dicho, donde el permi so para m i rar a
l os otros está otorgado s i n cuestionamiento. Mi rar y ser mi rado es l a
clave d e l a i nteracción sexual . Las personas que cami nan por la zona
de crui sing no lo hacen para ir de un l ugar a otro, su objetivo no es el
desplazamiento. El ritmo del paseo marca la urgencia de la i nteracción
sexual . Es deci r, los usuarios que van más lentos cami nando y que
real i zan más paradas son aquel los que tienen más tiempo para dedi car
al encuentro y a la selección de sus parej as sexuales. S i n embargo, hay
ot ros que di sponen de menos tiempo y por ello acostumbran a cam i nar
m ás rápido, así como a iniciar un mayor número «negociaciones ata­
j adas » , es deci r sal tándose la negociación mediante la m i rada o acele­
rándola demasiado para conse g u i r el objeti vo de sat i s facci ón sexual
en el menor tiempo pos i bl e.
144 ____
__ En tu árbol o en el mío

excepciones al orden que él encuentra


Vía crucis del sexo anóni mo

Aunque la práctica del sexo anóni mo no es ni nguna penitencia, vemos


que cuenta con algunos pasos a segui r que contri buyen a tomar con­
ciencia a los participantes de aquello que hacen. Es un acto ritual que
va más allá del formal ismo y que i mpri me ciertas obl i gaci ones para
quienes quieran acceder al grupo o, mej or dicho, para qui enes quieran
obtener los beneficios sexuales, ya que la práctica del cruising no ge­
nera senti m i ento de pertenencia, aunque sí v ínculo. Se trata de un
vínculo tem poral con todos aquel los hombres con los que se comparte
el parque, ya que el mero hecho de merodear por al l í contri buye al
i ntercambio de m i radas y a la sugestión de expectativas . Este v ínculo
se rom pe cuando los practicantes salen de l a zona de cruising ya que,
en su v i da social , trabajo o fam i l ia, las experienci as de sexo anónimo
no suelen estar muy presentes o, al menos , no son muy comentadas y
compartidas. Por lo tanto, cada vez que los partici pantes se i nvol ucran
en esta i nteracción ritual no adquieren i dentidad social , pero sí que re­
evocan l os símbolos que organi zan la estructura social de l as zonas de
crui sing, contri buyen a su mantenimiento y dej an constancia de su
i m portancia.
Resulta complicado hacer una descripción i ntegra del ritual de
interacción que se produce en las zonas de cruising que recoja todas las
posi bles significaciones ya que, a pesar de la exi stencia de unos símbo­
los compartidos , las excepcional idades de cada negociación la hacen
particular. Estoy convencido de que para mej orar la comprensión del
proceso ritual es im prescindible aventurarme con esta tarea y tratar de
descri bir una j ornada a parti r de mi partici pación en una sesión de tra­
baj o de campo en el parque de Montj u'ic en el 1 1 de abri l de 20 1 0:

Se notaba que había comenzado el buen tiempo porque anochecía


más tarde y la gente iba al parque a parti r de las 20.30. Cuando llegué,
ya era prácticamente de noche, pero todavía se podía ver con luz natu­
ral . Los arbustos habían crecido bastante con respecto al i nvierno y, por
lo tanto, había más sitios para esconderse . También había más gente
que la que hay normalmente. Alrededor de veinticinco hombres mero­
deaban por los senderos mi rándose los unos a los otros e i ntentando
buscar compl icidades. En general , todos eran mayores de trei nta y cin­
co años, incluso podían verse algunos de sesenta o probablemente más.
La mayor parte de ellos parecían magrebíes y los más mayores, paqui s-
Rituales de interacción sexual para el gozo en anoni mato ____ ¡ 45

taníes o bengal ís. También había al gunos catalanes y españoles de me­


diana edad.
Hice el paseo por el sendero principal , desde donde no pude ob­
servar a nadie manteniendo rel aciones sexual es, aunque sí al gunos
hombres haciendo juegos de miradas. A mi l legada al final del sendero
solo vi a una persona debajo del puente , hecho que me sorprendió, ya
que durante mis visitas anteriores era habitual que debajo del puente se
refugiasen bastantes hombres. Era un hombre mayor, que parecía que
estaba solo esperando que al gui en entrase allí. Continué entre los dife­
rentes senderos de la parte superior, donde también había otros hom­
bres con los que me crucé mientras caminaba, pero no había escenas
vi sibles de sexo. No obstante, un par de ellos estaban en un proceso
avanzado de la negociación. Volví nuevamente al sendero pri nci pal
para a subir a la parte alta del parque. Cerca del puente había más hom­
bres que cuando pasé por primera vez. Uno de ellos intentó iniciar el
juego de negociación conmigo, me miró fijamente cuando pasé cerca de
él , pero yo no respondí a su mirada y volví a la zona de la entrada donde
me quedé un buen rato apoyado en un árbol viendo como nuevos parti ­
cipantes entraban a la zona de cruising. Después de un tiempo, un señor
paqui staní se acercó para hablar conmi go. Me preguntó cómo me lla­
maba, le conteste y le devolví la pregunta - Daniel - , respondió. Sin
embargo no lo creí, ya que su castellano denotaba un fuerte acento ex­
tranjero y estaba seguro de que Daniel no era un nombre habi tual entre
hombres paqui staníes de esa edad. Me preguntó a qué me dedicaba y
dónde vivía. Todas estas preguntas me sorprendieron muchísimo, tuve
la sensación de que estaban fuera de l ugar. No era información impor­
tante que necesitara saber de mí para i niciar la negociación, así que no
le he contesté. Algo de lo que posteriormente me arrepentí, ya que me
hubiese abierto el cami no para seguir con la conversación y obtener
más i nformación. Seguidamente me tocó el paquete, pero le dije que no
buscaba nada. Me volvió a tocar el paquete un instante y se marchó.
Paseando por un sendero me lo volví a encontrar. Trató de i niciar
otra vez el acercamiento conmigo impidiéndome el paso e intentando
darme un beso, al go extraño en la zona de cruising pero, a pesar de que
Jo hizo de una forma divertida, no lo consiguió y yo continué por mi
camino.
De nuevo pasé al lado del puente. El señor que había antes conti­
nuaba sentado solo. Me quedé mirando un rato para poder observar to­
dos los movi mientos desde la zona alta, aunque sin poder ver a nadie
teniendo sexo. Un señor mayor, probablemente español , se me acercó,
me tocó la polla por encima de los pantalones y se marchó. Yo seguí
1 46 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

caminando, bajé al sendero principal , y desde all í me di rigí hacia otro


sendero secundario que va por la parte baja y donde sol ía haber gente
teniendo sexo. En esta ocasión, vi a dos personas masturbándose mu­
tuamente. Se trataba de dos chicos jóvenes dos chicos jóvenes que no
he podido indentificar bien debido a la oscuridad. También había una
tercera persona con aspecto de ser de Europa del Este que estaba ha­
ciendo de voyeur. Cuando pase a su lado, éste último trató de buscar el
contacto con la mirada y luego con el cuerpo, pero yo pasé de largo y
volví al sendero princi pal .
Nuevamente inicié un paseo por este sendero, donde vi a otras
dos personas que se estaban pajeando mutuamente. Pero uno de ellos se
marchó rápidamente cuando llegué, no sé por qué. En el puente, esta
vez, había más gente. Había cuatro hombres y yo me quedé all í. Uno de
ellos me hizo gestos con la cabeza para que le siguiese, lo hice, y se
dirigió hacia fuera del parque. Como yo no quería sali r, decidí cambiar
de di rección, entonces me siguió él a mí. Nos colocamos enfrente y, sin
mediar palabra, nos pusimos a masturbarnos mutuamente. Después me
propuso que le mamase la polla, a lo que le contesté que no. Le propuse
que lo hiciese él, pero tampoco quiso. Me ha insi nuó que quería follar­
me y me n e gué. - Entonces te haré correr de gusto- , me advi rtió. Me
masturbó un rato hasta que me corrí. Se sacudió el semen de la mano y
se l i mpió restregando su mano en la pared, yo me subí los pantalones
y me marché de la zona de crui sing (Extraído de mi diario de campo).

Sexo sin palabras

El s i l encio es un hecho que ha acompañado a la homosexual idad en


un i ntento constante de afi rmar su i nexi stencia o como una estrategia
para la negación de esta real idad . Desde al gunas perspecti vas, se po­
dría consi derar que esta afi rmación corresponde a un di scurso del pa­
sado o i ncl uso que se trata de un di scurso trasnochado que ya debe
quedar en desuso. S i n em bargo, exi sten múlti ples si tuaciones y expe­
ri encias que trasl adan al presente l o i napropi ada que resulta toda vía
hoy la homosexual idad para el pensamiento sexual hegemónico.
En este apartado, no se pretende hacer nuevamente una hi stori a
soci al de l a homosexual i dad . S i n embargo, sí que es oportuno recor­
dar que la v i s i bi l i dad afecti va entre hom bres conti nua siendo moti vo
de escándal o públ ico, tal y como refl ej an el di agnóstico de las real i da-
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ____ ¡ 47

des de la población LGTB4 ( Coll -Pl anas y Mi s se, 2009), los i nformes
de organi smos i nternacionales por la garantía de derechos humanos o
del Observatorio contra la homofobi a de Catal uña.
Es i m portante tener en cuenta que la educación fami l iar se ejerce
m ayoritariamente desde una perspectiva en la que se obv ia, o se i nten­
ta contener, la pos i bl e homosexual idad de a los pequeños con l a fi na­
l i dad de ev i tar la desv iación i ncorregi ble o la v i s i b i l i dad de una sexua­
l i dad no l egiti mada ( ver Herdt y Koff, 2002 [2000] ; Weston, 2003
1 1 997) , Pi chardo, 2009a, 2009b) . En el prólogo a la edición española
del l i bro Gestión familiar de la homosexualidad de Hedt y Koff,
G uasch (2002) asegura que la homosexual idad es algo que los hijos
confiesan a sus padres, no que se expl ica, ya que constituye algo i nde­
seable y resulta la prueba de un fracaso en el proyecto fam i l iar, de un
sueño i nalcanzado. Evidentemente, no cabe duda de que al gunas fami ­
l i as han introducido e n s u repertorio educati vo di scursos relativos a l a
d i v ersi dad sexual . Pero, s i n embargo, e n ocasiones , acostumbran a
mantenerse los di scursos de ocul tam iento e i n v i s i b i l i dad tanto en el
entorno escolar como fam i l iar ( Pl atero Méndez, 2008) . La fam i l i a es
i nequív ocamente el pri mer espacio donde el si l encio se arti cula, se
mantiene y se reafi rma para contri bui r a la causa heterosexual me­
di ante la i n v i s i bi l i zación de los deseos entre personas del m i smo sexo.
La homosexual idad en la fam i l i a es vi vida como un hecho vergonzan­
te no solo en la esfera públ ica s i no que también en el ámbito domésti ­
co, donde suele causar un gran i m pacto en el momento en que se des­
cubre. 5 De m anera que cual quier niño o adolescente que se si ente
atraído por personas de su m i smo sexo i nstaura en sí m i smo una cen-

4. Este trabajo de diagnóstico fue llevado a cabo por Gerard Col l-Planes y Miquel
Missé para la Concejalía de Derechos civiles del Ayuntamiento de Barcelona en el año
2009.
5 . Un ejemplo de ello es el conocido show televisivo llamado «El programa de tu
vida», emitido por un canal de televisión español a lo largo de 20 1 1 , donde los concur­
santes respondían frente a su familia (y a una cámara) a preguntas personales que cada
vez son más comprometidas, en función de la fase del concurso en que se encuentran.
Entre estas preguntas, la cuestión de la homosexual idad sol ía estar presente como un
hecho vergonzante que el concursante debía reconocer ante su familia y los espectado­
res para poder continuar en el concurso. Preguntas del tipo ¿ Reconoces que te has
sentido atrafdo por otros hombres ? , o ¿Es verdad que alguna vez en tu vida has man­
tenido relaciones sexuales con otros hombres? eran habituales en este programa. Esta
es una de las pruebas demuestra que la homosexual idad o el deseo homosexual son
considerados como prácticas que merecen el ocultamiento.
1 48 ____
_ En tu árbol o en el mío

sura y una vergüenza, ya que sabe que todos l os que le rodean , en su


barri o o escuela son obj etos prohi bidos a su deseo y es por ello por lo
que a menudo no vale la pena ni expresarl o ( Eri bon, 200 1 [ 1 999 ) ) .
Por otro lado, aunque s i n i ntención d e entrar e n pormenores, el
entorno laboral , los vecinos o el pueblo en general , cuando se trata de
zonas rurales, son otros espacios donde la norma del si lencio queda
manifiesta y consensuada por el conj unto social . Es por ello por lo que
podemos afi rmar que exi sten múlti ples si tuaci ones que nos l l evan a
constatar este pacto de s i l encio en nuestro día a día, especialmente
presente para m uchos homosexuales que constantemente deben reali ­
zar ejerci cios para ocul tar aquel lo que son con la fi nal idad d e garanti ­
zar su permanencia en l a esfera social en un marco de respeto y de
consideración.
Sin em bargo, de ni ngún modo podemos pensar que la obl i gato­
ri edad del s i l encio se genera de manera autónoma, s i n pretexto ni con­
diciones , como si de un hecho dado se tratase. En real idad , tal y como
anuncia Foucault ( 2005 [ 1 976] ) , podemos entender que es el di scurso
el que produce y obl i ga al s i l encio. Se trata de la paradoj a de decir
aquel l o de l o que a su vez se prohíbe hablar. Este di scurso puede ser
lej ano o desconocido para m uchos actores que se someten a la norma,
que aceptan aq uel l o que se dij o una vez y ya no puede volverse a
nom brar, ni tan siquiera pensar, como si se tratase de algo absol uto
que no deja l ugar para el debate ni la sospecha. El di scurso expl íci to
ha sido una herram ienta que ha perm i tido mantener el si lencio en la
esfera social respecto a las sex ual i dades no-heterosexuales. Y aunque
son d i versos los actores que han contri buido en esta em presa, cabe
destacar el papel del cri stianismo y posteriormente el de la biomedici­
na que, am paradas en un valor d i v i no o científico, han hecho una gen­
ti l contri buci ón al di scurso del sil encio y al manteni mi ento legíti mo
de l as estructuras heterosexuales. S i n em bargo, la i nstauración de la
ley del si lencio no es el resultado de un hecho único y ai slado del pa­
sado que permanece en el presente . La norma requiere de constan te s
ej ercicios q ue reafirmen su vi gencia, estructuras sociales que cons tan­
temente recuerden l a exi stencia e i mportancia de esta norma ad qui ri ­
da. Es por ello por lo que la doctri na sexual6 ha requerido de diferen -

6. Con la noción de doctrina sexual se i ntenta hacer referencia a la constru cci ón


social hegemónica de la heterosexualidad, pero no tanto que práctica sexual en tre
Ritua les de interacción sexual para el gozo en anonimato _____ ¡ 49

te s estrategias para aval ar su pers i stenci a. La i nj u ri a, l a mofa, la


to rt ura, l a cárcel , o i ncluso la pena de muerte han sido herramientas
au xili ares que recuerdan y contri buyen a que cada persona admini stre
en su cuerpo la dosi s correspondiente de sumi sión al mandato sexual .
Todos l os cuerpos han aprendido que la homosexual idad no es un he­
cho deseable , los chi stes de maricones , el desprecio a lo afemi nado,
l o s i nsultos al diferente sexual , o el maltrato a los desv i ados han i ns­
taurado el silencio en cada uno de los cuerpos que com parten el espa­
ci o social .
El deber del silencio obl i ga a las personas a tomar cami nos v i ta­
les que s i rv an de coartada para ev itar el descubri m iento fatídico. A bo­
narse al binom i o hombre/muj er, sumarse al patrón de reproducción o
favorecer la i nj uria del diferente, suelen ser buenas estrategias para
evitar la duda o el examen de cumpl imi ento del contrato social .
El s i l encio es un fenómeno que ha acompañado la v i da de gai s y
lesbianas de manera constante y repetida. Cualquier homosexual se ha
v i sto obl i gado a ocultarse, pasar por heterosexual en diferentes con­
textos o fases de su v i da. Conocedores de que aquel l o que son no está
bien, los homosexuales han ocul tado todo aquel l o que merece ser
g uardado en secreto. Incl uso, en l a misma l ínea señala Didier Eri bon
( 200 1 [ 1 9991 ) , sal i r del armari o no es una acción única y defi nitiva,
cualquier homosexual vol verá a él cuando necesite presentarse ante
una entrevi sta de trabajo, cuando se sitúe ante un auditorio en el que
debe dar un aspecto de seriedad y responsabi l i dad, o en cualquier otra
si tuación que lo requi era. El armari o es un peso que cualquier gay
l l eva consi go para poder vol ver a meterse de i nmediato si el contexto
l o exi ge. Es por ello por lo que el secreto y el s i l encio son los cóm pl i ­
ces constantes de cualquier homosexual . Permanecer en s i l encio es
una estrategia práctica y v i tal para muchas personas que les permi te
mantener una v i da social s i n i ncidentes ni altercados . El armario, pen­
sado de este modo, forma parte integral del di scurso del silencio, en­
volviendo al suj eto en un arqueti po diferencial que no ha sido elegido
pero que debe ocultarse para favorecer un desarrollo correcto de la
v ida en sociedad.

hombres y mujeres sino como estilo de vida que hace del sujeto un ser socialmente
aceptable, reconocible y legítimo.
1 50 ____
_
__ En tu árbol o en el m ío

El hecho de permanecer en el armari o es en sí mi smo un comporta­


miento que se ha iniciado como tal por el acto di scursivo del silencio,
no un silencio concreto, sino un silencio que va adquiriendo su particu­
laridad, a trancas y barrancas, en relación con el di scurso que lo envuel ­
ve y lo constituye de forma diferencial (Sedgwick, 1 998 [ 1 990] , p. 1 4).

Georg Si mmel afi rma que «toda relación entre personas depende del
hecho previo de que saben al go unas de otras» ( S i m mel , 20 1 0 [ 1 908 ] ,
p. 27) . Pero, a su vez, toda relación entre personas depende tam bién
de aquel l o que se ocul tan. Siempre hay algo que los demás no saben
de nosotros . En cualquier tipo de relación, ya sea de pareja, ami stad ,
fi l ial o sexual , todos los miembros ocultan algo a los otros. La menti ra
se convierte en una herramienta para l i mitar el conocimiento que los
demás tienen de nosotros (/bid. , p. 40) . La i nformaeión sobre nosotros
mi smos la organi zamos en función del ti po de rel ación que establece­
mos con los demás . Lo que sabemos del otro no es únicamente aquello
que nos ha revelado consci entemente, s i no también l o que nosotros
interpretamos de él . B uscamos signifi caciones en sus actos que nos
ayuden a determi nar el tipo de relación que tenemos y el ti po de per­
sona de la que se trata. Generamos un conoci m iento propio sobre los
demás para situarlos en nuestro m undo social . ¿Cómo se sostienen l as
relaciones en una sociedad basada en el ocul tamiento? Según S i m mel
( 20 1 0 ( 1 908 ] ) , la confianza de l os unos en los otros es el elemento
clave de esta rel ación. S i n confi anza no puede haber rel ación soci al ,
de la mi sma manera que sin secreto no podrían l ograrse ciertos fi nes.
El secreto es una necesidad para la soci al i zación y , por lo tanto, es un
hecho determi nado social y cultural mente.
Vemos que en las zonas de crui sing, una vez más , el anonimato
es rel ati v o entre l os parti ci pantes. Las rel aciones sexual es son posi ­
bles únicamente gracias a la confianza d e l o s unos e n l os otros. A pe­
sar de que todo secreto desea ser descubierto, en el parque, en general ,
no exi ste la i ntención de descubri r aq uel l o que los otros partici pantes
ocul tan . Nadie necesita saber más de los otros que lo i m presci ndible
para consegui r el fi n último de acceso al sexo. Este desi nterés es una
estrategia colecti va de garanti zar la seguridad del grupo a partir de un
desconocimiento interesado. Y, para ello, la confi anza de l os unos en
los otros es un pi lar básico que perm ite el desarrol lo de la acti v i dad .
La confi anza es fundamental en las zonas de crui sing, es la herramien-
R i tu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 15 1

ta básica para garanti zar el secreto de cada uno de los parti ci pantes. S i
n o e xi stiese esta confi anza, rápidamente se perdería el secreto. Los
pa rti ci pantes de las zonas de cru i sing confían en que los demás guar­
de n su secreto de la m i sma manera que el los guardan el de l os demás .
Si m mel considera que «el rasgo exterior que más di sti ngue a la socie­
d ad secreta de la públ i ca es el valor que aquel la concede a los usos ,
fórmulas y ritos, así como la preponderancia y la posición respecto a
l o s fi nes de la asociación que tiene sus rituales» (/bid. , p. 96) . Es por
ello por lo que los ritos de com portamiento toman una rel evancia es­
pecial en las zonas de cruising. Preci samente porque son la estrategia
de garanti zar el secreto compartido, lo que permite generar una unidad
total s im bólicamente desarrollada capaz de gestionar l as rel aciones de
cada i ndividuo con el grupo y determi nar la i nteracci ón.
Hacer públ ica l a condición de homosexual idad , de algún modo,
i m pl i ca asumi r todas las características que se han asoci ado al otro
homosexual , y es por ello por lo que m uchos gai s se encuentran suje­
tos a una identidad prefabricada que, a parti r de este di scurso del si­
l encio, genera categorías estancas que poco tienen que ver con las ex­
periencias y la diversidad que les rodea.
No obstante, ni nguna norma social está dotada de una ri gidez tan
completa que i m pida quebrantarl a, destru i rl a o suplantarla. Siempre
quedan fi suras sin resol ver, nudos s i n atar o acuerdos si n cerrar que
dej an un espacio para la fuga. La norma de ni ngún modo puede ser
absol uta y es por ello por lo que l a ley del s i l encio no evita l a expe­
riencia homosexual , aunque evidentemente contri buye a su esti gmati ­
zación, sanción y excl usión. A pesar del hecho vergonzante , de los
di scursos apocal ípticos y de las sanciones sociales, la homosexual idad
conti nua siendo una práctica cotidi ana de m uchas personas para el
gozo, el placer y la sati sfacción sexual . Ahora bien, debemos puntua­
l i zar que la i nstauración del silencio ha sido un elemento clave para la
confi guración de la escena homosexual y, a la vez, ha permitido la
convi vencia simultánea del gozo y el anonimato entre los asi stentes a
diferentes locales, saunas o zonas de i ntercambio sexual anónimo. En
este últi mo caso, el silencio toma una di mensión más práctica que san­
cionadora, e i ntenta cumpl i r como objeti vo fundamental el anon i mato
de los asi stentes. El anonimato reclama como pri ncipio fundamental
el no ser eval uado por nada, únicamente se trata de la habi l i dad para
reconocer cual es el lenguaj e de cada si tuación y adaptarse a él ( Del -
1 52 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

gado, 20 1 1 , p. 42) . Según Manuel Del gado (/bid. , pp. 65 -70) , el ano­
nimato no dej a de ser una i l usión , ya que fi nal mente en los contextos
soci ales que comparti mos con otros son contextos en los que aprende­
mos a pensar con y como el grupo, lo que de al guna manera nos fami ­
l i ari za con ellos, nos hace formar parte, aunque sol o sea de manera
temporal o i ncl uso negada. Cuando los hom bres están en la zona de
crui sing no se mantienen ajenos a lo que al l í sucede, se m i ran, i nterac­
túan y fol lan, por lo tanto se convierten en seres sociales que son in­
terpretados por el resto de asi stentes y por ello, de alguna manera,
tam bién conocidos .

El s i l encio habl a

Una de l as características de las zonas de crusing es el modo en que se


organi za la comunicación entre los partici pantes, se trata de un l ugar
donde no se usa el lenguaj e verbal para el acuerdo y la práctica sexual .
Los usuari os pueden ll evar a cabo el ri tual de intercambio sexual anó­
nimo en silencio, si n establecer una conversación verbal con el resto
de sus parej as sexuales, ni siquiera cuando el acto sexual se ha consu­
mado.
En las zonas de crui sing se ha establecido un modo de comunica­
ción particular que permite desarrol lar la acción colecti va en silencio,
con la fi nal idad , en este caso, de obtener l os beneficios del placer se­
xual . El anoni mato suele ser una constante entre l os i ntereses de l os
usuari os y puede generar una preocupaci ón extrema para al gunos de
ellos que, en ocasi ones, se tapan el rostro a lo l argo del ritual de i nte­
racci ón sexual con pañuelos, gorra o i ncl uso cascos de moto para no
poder ser reconocidos.
El s i l encio, en l as zonas de cruising, es una herrami enta que las
personas uti l i zan para presentar solamente aquellos aspectos que con­
ducen al encuentro sexual . A sí, el i ndi v i duo trata de hacer v i s i bles
úni camente aq uel los elementos que le favorecen para el intercam bi o
sexual (Delph, 1 978 ) . De al guna manera, como apuntan El wood y
otros autores ( 2003) , el silencio ayuda a los partici pantes a poder se­
parar lo que pertenece a su v i da social de la práctica del sexo anó ni ­
mo. La ausencia de pal abras es una buena estrategia para m i n i m i zar
R i tu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 53

l os efectos negativos de los si gnificados esti gmati zantes de la homo­


sexual idad . Es por ello por l o que el cruising requi ere de una i nterac­
ción que emita l as menores i nformaciones posi bles respecto a los su­
jetos que están partici pando en ella, de manera que, en s i l encio, las
ex pli caciones o decisiones no merecen matizaciones. En este contexto
co m u ni cati vo, los usuari os hacen públ i cos al resto de parti ci pantes
aq uel los aspectos más corporales y cargados de si gnificación sexual ,
pero i ntentan restri ngir las cuestiones personales rel ati v as al nombre ,
origen, edad , l ugar de residencia, y otros datos q ue suelen i ntercam­
biarse en el coqueteo que se da en otros escenarios sociales.
El silencio cumple la función de ocultami ento en un sentido am­
pl io. Por un lado, de manera ínti ma y personal , evitando ofrecer i nfor­
maciones adicionales ajenas a la i nteracción sexual . Y por otro, tam ­
bién puede ev itar el descubri m iento o sospecha de la acti v i dad que se
está l l evando a cabo por parte aquel los v iandantes con los que se com­
parte espacio con fi nal i dades diferentes. Una interacción en la que tan
apenas se producen ruidos , es m ucho más difícil de ser advertida por
aquel l as personas que están presentes en el l u gar donde se producen.
A sí, muchas de l as personas que pasean por l os parq ues, pl ayas , o
entran a los lavabos públ icos con otra fi nal idad no sexual , no suelen
reconocer el ritual de i nteracción que se está llevando a cabo por quie­
nes le rodean.
Debemos entender el silencio como un si gno que está dotado de
sentido y, por lo tanto, es portador de una estructura si gnificante. El
s i gnifi cado del si lencio se ha estudiado desde diversas corrientes de la
etnol ingüística y la sociol i ngüística, pero en este trabaj o nos i nteresa­
mos por los planteamientos que se hacen respecto a la com unicación y
a la función del silencio desde la escuela de Pal o Alto a partir de me­
di ados del siglo xx. El pensamiento de Palo A l to, l iderado por i nves­
tigadores como R. B i rdwhi stel l , G . B ateson , E. Hal l y E. Goffman,
entre otros, i ntenta dar una respuesta a las premi sas ofrecidas por par­
te del psicoanál i s i s y la psicología de la forma que centran su i nterés
en el i nconsci ente y en las percepciones.7 Por su parte, estos autores

7. Para profundizar en la crítica que se vierte al psicoanál isis y la psicología de l a


forma por parte d e los pensadores d e Palo Alto, s e recomiendan l o s artículos d e Gre­
gory Bateson ( 1 982 [ 1 97 1 ] ), Comunicación y de Albert E. Scheflen ( 1 982 [ 1 965 )),
Sistemas de la comunicación humana, ambos incluidos en la compilación de artículos
1 54 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

norteameri canos prestan gran parte de su atención al contexto y los


patrones cul turales donde se produce el hecho comuni cati vo. Desde
esta perspecti va, la comuni cación es entendida como un si stema que
funci ona más al l á de la vol untad del i nteractuante, con v i rti endo la
ausenci a de com uni caci ón en una tarea i mpos i ble, ya que el suj eto
constantemente está emitiendo mensajes a quienes le rodean. El actor
social , como miembro de un si stema cul tural , está i nmerso en el pro­
ceso com unicati v o del que forma parte acti va. Y es por e l l o por l o
q u e , a pesar d e q ue el s i l encio se manifi este mediante la ausencia d e
pal abra, n o está vacío d e significado ni s e puede separar del di scurso.
No es i m perati v o ni i m pul sor, sino que son los gestos corporales los
que i ncitan a la interacción en el caso del i ntercam bio sexual anón i ­
m o . Pero, sin embargo, sí q u e es un elemento clave q u e permi te la in­
terpretación de la acción l l evada a cabo y faci l i ta l a com unicación
corporal al permitir prestar una mayor atención al cuerpo. El cuerpo
permi te a los partici pantes establecer lo que Hal l ( 1 982, p. 224) l l amó
una dial éctica si tuaci onal , es deci r, un lenguaj e compartido que hace
que el i ndividuo esté permanentemente i ntegrado.
Á ngeles Marco ( 200 1 ) adv ierte que el silencio no es un fenóme­
no que quede fuera de la comunicación , s i no que, por el contrario,
forma parte del proceso comunicati vo de forma absol uta y necesaria.
Es por ello por lo que está cul tural mente pautado para cada contexto y
cada sociedad, de la mi sma manera que lo están el resto de l os actos
com unicati vos. Cualquier ej erci cio de com unicación tiene necesaria­
mente asociado un contexto cul tural que lo enmarca para hacerlo legi­
ble e interpretabl e , de manera que tanto el lenguaje verbal como el no
verbal responden a unas pautas establecidas socialmente. Por lo tanto,
para anal izar el s i l encio en tanto que fenómeno i n scrito a un acto co­
municati vo debe tenerse en cuenta todos los elementos que i ntervie­
nen en él : emi sor, receptor, canal y códi go. Ev identemente , el si lencio
puede l l evar a malentendidos, tergiversaciones o equi vocaci ones a
causa de la ruptura en la relación emi sor-receptor-canal -código, de la
misma manera que sucede en la palabra, el l enguaje escri to o v i s u al .
Por lo tanto, podemos afi rmar que si entendemos la comuni caci ón
como una acción cultural , el silencio también forma parte de este pro-

de Bateson, B i rdwhistel l , Goffman, Hal l , Jackson, Schefen i Watlawick titulada /A


nueva comunicación de la editorial Kai rós.
Rituales de interacción sexual para el gozo en anoni mato _____ ¡ 55

ceso de comunicación social , a pesar de su particularidad marcada por


la ausencia de sonido.
Partimos pues de que el s i l encio tiene diferentes interpretaci o­
nes, reglas y si gnificados en función del espacio en el que se produce.
En las zonas de cruisi ng, adquiere un valor com unicati vo propi o con
un si gnifi cado compartido, que queda suj eto a la i nterpretación de los
participantes en l a i nteracción sexual . En las zonas de intercam bio se­
xual anóni mo, tanto el emi sor como el receptor i nteractúan desde la
d i stancia m ediante el uso del lenguaj e no verbal y con unos códi gos
comunicati vos que son marcadamente diferentes a l os que uti l i zarían
en otros escenarios de su vida social . A pesar de la ausencia de pala­
bras , la comunicación entre los i nteractuantes fl uye con relati va nor­
mal i dad, gracias a ese códi go compartido que perm i te i nterpretar l as
acciones y l os mensajes emitidos por el resto de partici pantes con una
fi nal i dad claramente sexual . La comunicación en las zonas de crui sing
opera de manera si m i l ar a la que descri be Goffman ( 1 979) en las rela­
ciones en públ ico. Los i mpl icados en el j uego, ayudados por el len­
guaj e corporal , i nforman a los otros desconocidos de sus i ntenciones,
de manera que los receptores se ven obl i gados a responder a esta ac­
ción comunicati va y devol ver al emi sor una respuesta, tanto en el caso
de ser afi rmativa como negati va.
En m uchos otros espacios sociales, el silencio podría ser causan­
te de i ncomodi dad para los presentes. S i n em bargo en las zonas de
crui sing es posible una reunión de diez o más hom bres si tuados los
unos frente a otros sin establecer ni ngún ti po de comunicación verbal
durante más de qui nce m i nutos . Es i m portante evitar conversaciones ;
de hecho, aquel los que hablan demasiado se consi dera que son unos
fi sgones ( Wei nberg y Wi l l iams, 1 975 , p. 1 28) . Los partici pantes uti l i ­
zan algunos mov i m ientos corporales para generar i nformación que les
co nduzca a l a negociación sexual al resto de los asi stentes.
El s i l encio resul ta más cómodo para el i ntercambio sexual anó­
n imo. Se trata de una regla de conducta que no obl i ga a i nventar his­
tori as ni a hacer esfuerzos para caer bien a l as parej as sexual es. S i túa
a l as personas en el tipo de l ugar en el que están y ayuda a centrar la
atención en el obj eto del encuentro. De hecho uno de los partici pan­
tes expli caba, refi riéndose a e l l o : «Yo lo entiendo, porque la gente
hace sexo y quiere s i l encio. S i n hablar ni gri tar. Ese no es ambiente
para el sexo . . . A mí me gusta el s i l encio. He tenido pensami entos
1 56 ____
_ En tu árbol o en el mío

muy profundos en estos l ugares, donde puedo hacer algo sin di scu­
siones» .
Las personas acostumbran a sal i r d e la zona d e crui sing s i n des­
pedi rse. I ncl uso un partici pante puede i nterrumpir el ritual de acerca­
miento, o el acto sexual en sí m i smo, s i n tener que dar ni nguna j ustifi ­
cación ni excusa a l a parej a sexual . Permi te marcharse s i n medi ar
pal abra y retomar de nuevo la búsqueda en favor de otras parej as
sexuales si n la necesidad de atender a la sati sfacci ón de su pareja se­
x ual previa. De hecho, este tipo de i nterrupciones son muy comunes
en la fase final i sta de la i nteracción ritual : algunas personas acostum ­
bran a abandonar el acto sexual después de haber pasado un tiempo
con una m i sma parej a sexual y deciden rei niciar la búsqueda para po­
der tener un mayor número de contactos. Otras veces , al gunos usua­
rios, cuando han l legado a la eyaculación, abandonan al otro partici ­
pante , i ndependi entemente de la fase de exci tación en que éste se
encuentre. Es habitual que la persona que ya ha sati sfecho los deseos
sexual es, sin mediar pal abra, se suba los pantalones y abandone a l a
parej a sexual . Para resol ver esta situación, la persona abandonada sue­
le tratar de encontrar a al gún voyeur que observaba su relación prev ia
para intentar que éste pueda ayudarle a acabar la faena real i zando una
masturbación m utua, o enlazando con cualquier otra nueva relaci ón
sexual . En al gunas ocasiones , el partici pante que queda excitado tras
un contacto sexual pero no ha l legado al orgasmo decide masturbarse
hasta eyacular, o fi nal mente puede volver a la zona de encuentro con
el obj eti vo de buscar otras posi bles parej as sexuales con quienes ter­
m i nar la acción sexual i niciada.
La noción de s i l encio ti ene también un carácter prospecti v o en
las zonas de crui sing, es decir, l os usuarios deben guardar el secreto
de aque l l a acti v idad una vez han sal i do de la zona de i ntercam bio
sex ual , no hablar de ello, no v i ncul arse a l o que al l í sucede y, de al ­
guna manera, deben i n v i s i bi l i zarl o, contri bui r a la v i si ón de i nexis­
tencia y, por supuesto, tampoco desvelar cualquier i nformación que
se ha podido obtener respecto a l as personas que l a frecuentan ; aun­
que cabe puntual i zar que en al gunas ocasiones algunos usuarios ha n
reci bido amenazas e i ntentos de extors i ó n . Podemos dec i r que l a
prácti ca d e l crusing es tam bi én u n a prácti ca s i l enciosa, en l a medida
en que no se puede hablar de ella, para ocul tar su existencia y a sus
parti ci pantes.
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato _____ ¡ 57

A pesar de su eficacia para la consecución del doble obj eti vo de


i nte racción sexual y anon i m ato, el si lencio tam bién puede generar
pro bl emas a la hora de pactar las negociaciones sexual es. A l gunos
partici pantes pueden continuar una di nám i ca sexual en l a que no se
sienten cómodos, pero prefieren atenerse a la norma social compartida
con los otros j ugadores que a plantear l os probl emas que se generan
en la i nteracción ( El wood, Greene, Carter, 2003 ) . Este es el caso de l a
negociación en el u s o d e l preservati vo, por ejemplo. E n s i l encio, este
ti po de negociaciones resulta más complicada si l a i nteracción se i n i ­
cia s in la i ntención d e mantener una rel aci ón con e l uso del condón , de
manera que los participantes, para no cortar el ambiente sexual creado
acceden a real i zar prácticas sexuales s i n protección (/bid. ) . La obl i ga­
ción de silencio también genera otros problemas relati vos a las enfer­
medades de transmi sión sexual : en la medida en que no se habla de
el las, se convierten en un hecho secundario, como si se tratase de al go
i nexi stente, i mposi ble , o inviable, lo que provoca que las personas de­
jen de atender y cuidar sus relaciones sexuales, ya que l as preocupa­
ci ones por la salud tienen una i m portanci a secundari a con respeto a l a
norma d e l silencio.
La comunicaci ón verbal , como hemos v i sto, no es un requi s ito
i ndi spensable para el encuentro de pareja sexual en las zonas de crui­
s i n g . De hecho, el uso del lenguaj e oral , fácil mente puede ser entendi ­
do como una i ntrom i sión en el espacio de l o personal y v i sto como
al go fuera de l ugar. Sin embargo, esto no si gnifica q ue el l enguaje oral
esté alej ado de manera determi nante y definitiva del i ntercambio se­
xual anóni mo. C uando se recurre a su uso, normal mente es de forma
secundaria y como complemento a l os aspectos ya transmitidos a par­
ti r de la glosa corporal . En cualquier caso, no es habitual que se esta­
blezcan l argas conversaciones entre los diferentes partici pantes y ,
puntual mente, al gunos j ugadores q u e s e han encontrado anteriormente
pueden i ni ciar una conversación que fac i l i te la repetición de la rela­
c i ón sexual . No obstante, l as señal es verbal es suelen trasm itir poca
i nformación respecto a los i nd i vi duos , pero pueden fac i l i tar el desa­
rrol lo del j uego sexual . Normal mente, este ti po de com unicaci ón se
e stablece a partir de frases cortas que se uti l i zan para tranqui l i zar o
para exci tar a la parej a sex ual del tipo: « ¡ V amos ! » , «¿Está bien?»,
«¿Cómo va?» , «¿Te gusta mi rabo?» , pero no se suelen uti l i zar para el
i nicio del coqueteo.
158 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

En al gunas ocasiones, el lenguaj e verbal tam bi én se uti l i za para


acl arar cuestiones que no han quedado resueltas a partir del lenguaj e
corporal ; por ejemplo, el rechazo d e una pareja sexual . Normal mente ,
mediante el lenguaj e corporal , l as personas pueden rechazar la i nte­
racción sexual con otros partici pantes pero, en ocasiones, al gunos de
ellos se v uelven i nsi stentes y continúan con sus i ntentos para provocar
el encuentro sex ual . En este ti po de si tuaciones , los parti ci pantes pue­
den recurri r al lenguaj e verbal dici endo frases como: « ¡ No quiero
nada ! » , « ¡ Déjame en paz ! » o « ¡ No me apetece ! » , q uedando general ­
mente así resuelto el confl i cto. Otra de las reacciones para el udi r un
encuentro sexual puede ser marcharse del espacio donde se está sien­
do acosado, especial mente cuando la contraparte es excesi vamente
i nsi stente. No obstante, exi sten al gunos partici pantes que acostum­
bran a establ ecer una com unicación v erbal v i nculada a la zona de
crui si ng, pero fuera del área desti nada al encuentro. Normal mente se
da en las zonas menos concurridas, donde los partici pantes suelen ser
los mi smos repetidamente e i ncluso se conocen de otros espacios de la
v ida social , como puede ser en el caso de l as zonas rurales. De esta
manera, el s i l encio en este ti po de l u gares no cumple una función de
anonimato, ya que, a pesar del silencio, los usuarios conocen gran par­
te de las v idas personales del resto de partici pantes. En estos casos , las
conversaciones acostum bran a ser de poca i ntensidad emocional y de
ti po transitorio m ientras se espera la l legada de nuevos partici pantes.
A pesar de este conocimi ento prev io, el silencio se mantiene a lo largo
del proceso de negociación sexual , tal y como ocurre en otros espaci os
de i ntercambio sexual anónimo, pero también se mantiene con respec­
to al resto de la esfera social , es deci r, a pesar de que unos partici pan­
tes conozcan a los otros, mantienen ese secreto compartido para evi tar
el descubri miento de cada uno de ellos y así asegurar el anonimato.
La norma del s i l encio es una norma úti l para aquellos que espe­
ran obtener resultados en la interacción. S i n embargo, como defiendo
a lo largo del trabajo, no todos l os partici pantes reúnen l os atri buto s
suficientes como para obtener beneficio sexual de la i nteracción. Hay
personas que, a pesar de que respeten el ritual y si gan las normas de
i nteracción, no obti enen un resul tado efi caz y no encuentran parej a
sexual en su j ornada de cruising. Aquel l os que están «fuera del merca­
do» , porque son viejos o feos, o que consideran que cualquier i nterac­
ción fracasará, pueden sal tarse la norma del silencio, o al menos no les
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 59

i mporta sal társela, porque respetarla no cam bia el resul tado de la j or­
nada de cruising. En una ocasión, vi entrar un hombre de aproximada­
m ente 60 años , con pocos atri butos con l os que generar la atracción de
l os otros hombres, hizo un comentari o del que no tuvo respuesta, y
rompió el s i l encio del grupo generando malestar entre l os presentes.
Su comentari o fue: « ¡ Qué aburrido ! Hay que hacer el amor, diverti rse,
pasarlo bien; además todos soi s muy guapos » . Se dirigió a uno de los
chicos y le dijo, «Tú el que más » . Sin duda, este comentario arrui nó
cualquier posi bi l i dad de acceder a la negociación sexual con l os pre­
sentes. Pero, s i n embargo, aunque no lo hubiera hecho, aunque hubie­
ra respetado l a norma y se hubiese unido al grupo en si lencio incorpo­
rándose al círc u l o que conformábamo s , probablemente tampoco
hu biese podi do l legar a un acuerdo sexual . Por lo tanto, en algunos
casos, respetar la norma resulta absurdo para al gunas personas que, de
cualqui er manera, están fuera del acceso a las i nteracciones sexuales.
Aunque el lenguaj e verbal es escaso, exi sten otros recursos para
comunicarse con el resto de los partici pantes. Al gunos usuari os acos­
tumbran a hacer ruidos tales como chasquidos o s i l bi dos con la boca
para provocar que le presten atención otros usuarios. Se trata de soni ­
dos breves y diferenciados en el tiempo, en función del fl uj o de perso­
nas que merodean por el parque. Este ti po de soni dos tam bién son
uti l i zados en d i versas ocasi ones por aquel l os que están un poco más
reti rados de la zona de intercam bio, y no se l es puede ver a pri mera
v i sta. I gual mente, un ci garri l l o encendido también i ndica en la oscuri ­
dad los lugares donde se encuentran otros partici pantes. Por otro lado,
y a pesar de q ue el acto sexual normal mente se l leva a cabo en silen­
cio, existen usuarios que emiten al gunos gem i dos . Estos gemi dos tie­
nen un carácter m uy tímido y solamente alcanza a escucharlos la per­
sona o las personas que están l levando a cabo el acto sexual próxi mo
y tienen por obj eto mantener la excitación p ropia y de la parej a se­
xual .
S i n l ugar a dudas , la capacidad de los i ndiv iduos para saber co­
municar con su cuerpo los intereses sexuales es i mpresci ndible para
maxi m i zar el beneficio en los encuentros anónimos. Así, mediante las
diferentes acci ones que los practicantes em prenden, se com unica l a
d i s poni bi l idad para el j uego sexual , con v i rtiendo cada mov i m iento e n
un elemento i m portante para la obtención d e l beneficio fi nal . A parti r
del cuerpo, los partici pantes i nforman de sus i ntenci ones y también
1 60 ____
_ En tu árbol o en el mío

i nterpretan las de cada uno de los presentes . Por l o tanto, el ámbito de


lo vi sual es fundamental para la i nteracción. Los diferentes movi mien­
tos corporales se resi gnifican para dotarles de un contenido com unica­
ti vo que los partici pantes uti l i zan con esta doble fi nal idad que por un
lado es sexual pero tam bién anóni ma. Tal y como señal a Goffman
( 1 982 1 1 97 1 J ) respecto al dialecto corporal , podemos verificar que los
partici pantes de las zonas de crui sing i nteractúan en torno a un di scur­
so convencional izado y normati vo, en el que los usuarios están obl i ga­
dos a transmitir determi nadas i nformaciones a partir de la gl osa cor­
poral para poder ser i ntegrados en la acti v i dad . En este sentido, l os
actores del i ntercambio sexual anóni mo deben transmitir l os datos
más relevantes a través de su cuerpo que l es puedan conducir al en­
cuentro sexual .
Este acto com uni cati vo se establece a partir de al gunas normas
de si ncronización que permi ten obtener la atención del receptor del
mensaj e . B i rdwhi ste ll ( 1 982 [ 1 970] ) defiende l a exi stencia de una sin­
cronía i nteracci onal mediante l a cual l os cuerpos que interactúan en
una acción com unicati va osci lan a un mismo ritmo, de manera que las
partes partici pan de un si stema de i nteracción que está por enci ma de
su comportami ento i nd i v idual . Es por ello por lo que los comporta­
m ientos comunicati vos percepti bles mediante la v i sta presentan unas
propiedades analógicas diferentes a las que se podrían observar en una
com unicación centrada en las percepci ones del oído. En las zonas de
cruising, la ausencia de palabra permite esta si ncronía entre l os cuer­
pos y una comunicación cargada de si gnificado que conduce al acuer­
do sexual . La si ncronía se establece gracias al soporte de la mi rada
mantenida entre los usuarios, la m uestra de los geni tales al receptor
del mensaje y el acercamiento pausado que permiten pautar los acuer­
dos de la rel ación para fi nal mente l l egar a la acción sexual . Así, los
partici pantes que se m ueven por el parque no tienen por objeto despla­
zarse de un l ugar a otro s i no que, por el contrario, real i zan ciertos ac ­
tos corporales para que puedan ser perci bidos por los otros como men­
sajes para la seducción sexual . Los usuarios quieren ver y ser v i stos
para poder i niciar a la interacción sexual y mediante la acción ri tual y
la si ncronización corporal atraen la atención de otros partici pantes y
pueden obtener la oportunidad para el gozo sexual .
Una gran parte de l os mov i mientos se i n i cian conscientemente ,
con objeti vo de provocar una respuesta por parte del resto de i nterac-
el
Ri tuales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 161

ruantes, pero otros no siempre pueden l levarse a cabo de manera cons­


c i e nte y decidida. Cada uno de los usuarios, poco a poco, adiestra su
cuerpo en este modo de interacción, con la fi nal idad de adaptarse al
m edio y a los patrones comunicati vos i nternos.8 Los partici pantes
aprenden l as técnicas corporales (Mauss, 1 99 1 f 1 950] ) , que les permi ­
ten converti rse e n individuos sociales gracias a este aprendi zaje. Cuan­
do el indiv iduo ha comprendido y asumido la preconfi guración corpo­
ral necesaria para este tipo de i nteracci ones, también puede predeci r e
i nterpretar los mov i m ientos de los demás y rentabi l i zar la interacci ón.
El i ndiv iduo debe transmitir un claro mensaj e con su cuerpo para
que pueda ser i nterpretado por l os otros. Este mensaj e debe ser favo­
rabl e y no l l evar a confusión. Los si gnos corporales que provocan la
i nteracción suelen ser más extremos que en otros escenarios sociales,
y los partici pantes suelen uti l i zar l os geni tales como elemento emi sor
del mensaje que muestra el i nterés en la i nteracción.
Los canales de acercamiento a los otros cuerpos desconocidos
son mucho más perm i s i vos que en otros lugares de i nteracción social .
Es habitual , por ej emplo, que cuando una persona se acerca a otra, sin
ni n gún ti po de m i ramiento ni vergüenza le toque la pol l a, o i ncluso le
haga un breve masaj e en l os genitales y conti núe con su trayecto sin
más detención. Sin embargo, en el supuesto de que este ti po de con­
tactos físi cos se pudiese produci r en otros escenarios públ i cos entre
desconocidos, posi blemente generaría la i ra del otro ci udadano, mien­
tras que en l as zonas de crui s i n g son una costum bre. Casi con toda
seguri dad, al gunas de las acciones l levadas a cabo para comunicar el
i nterés sexual al resto de personas que se encuentran en la zona de
crui sing podría ser denunciable por acoso ante las autori dades j udicia­
les en otro contexto social . En la interacción , el cuerpo toma una for­
ma di sti nta a la de otros espacios públ icos. Se entiende como una es­
pecie de i nstrumento de i ntercambi o de placeres, donde la i nti m i dad
no está reservada a ciertas partes corporal es, como ocurre en otros Ju-

8. Cabe puntualizar que en algunos lugares de cruising de las grandes ciudades, los
usu arios pueden llegar a ser de muy diferentes contextos culturales, lo que provoca que
en algunas ocasiones la adaptación y adiestramiento del cuerpo resulte más compl ica­
da en el caso de aquellos que tampoco forman parte de la «cultura madre» de la zona
de intercambio. Es decir, los participantes con un recorrido cultural más afín al territo­
rio donde se lleva a cabo la interacción, también tienen más facilidad para incorporar
las técnicas de adiestramiento de las zonas de cruising en ese lugar determinado.
1 62 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

gares, s i no que se reduce a la identi dad de las personas , es decir, cuan- ..


to menos revel adora de datos personales sea la i nteracción sexual , más
ínti ma se considera. El cuerpo es pues un obj eto de i ntercambio, de
más o menos l i bre di sposición al resto de partici pantes. Posi blemente,
un viandante q ue se presenta fortui tamente en una zona de i ntercam­
bio sexual anónimo sin ser conocedor de este lenguaj e corporal extre­
mo, pronto será descubi erto por el resto de partici pantes que, con toda
seguridad, se mantendrán al margen de su presencia e intentarán evitar
el contacto con el i ntruso. Pero también, del m i smo modo, la persona
que no conoce el lenguaj e corporal de la zona de cruising, fácil mente
puede quedar sobresal tado al hal larse en este espacio donde es posi ble
que no entienda l o que sucede , pero s i n duda, el modo de comporta­
miento de l as personas que se encuentran a su al rededor pueda resul ­
tarle francamente sospechoso.

Prácticas de pl acer

¿Los partici pantes consi guen sus obj eti vos después de partici par en el
ritual ? ¿Qué ti po de prácticas se l l evan a cabo? ¿Cómo funcionan los
encuentros entre varios hombres? ¿Cómo se decide qué ti po de prácti ­
ca sexual se hace? Estas son al gunas de las preguntas que el lector
podría plantearse, l legados a este punto. Pero el sexo es una acti vidad
pol i m orfa que no puede ser defi nido s i m pl emente en térmi nos de lo
que se hace, sino que también debemos pensarlo por lo que si gnifica
(Ri chardson, 1 992). El acto sexual tiene diferentes s i gnifi cados en
función de l os i ntereses sobre l os que opera, de manera que el sexo
puede ser pecado, desahogo, i nstrumento para la reproducción, parte
del negocio, gozo o cualquier otro si gnificado que se le atri buya. Aho­
ra bien, la central i dad que le damos al sexo en las culturas occidenta­
les pasa por la genital idad que tiene asociado. La genital idad se pre­
senta como un elemento clave para la constitución de nuestro sentido
personal del yo y tam bién contri buye a cimentar n uestra i denti dad
social . Los genital es son la clave para la consti tución de la person a Y
su i dentidad social , son el pri nci pal elemento de i nterés en cualqui er
nuevo ser venido al m undo ¿ Es n i ño o ni ña?, es la pregunta habitu al a
cualquier m ujer embarazada. De hecho, cuando los genitales no con -
Ritual es de interacción sexual para el gozo en anoni mato _____ 1 63

c ue rdan con el estándar mascul i no o femeni no, se arti culan d i versos


eje rcicios médi cos y sociales que tienen por objeto defi n i r a los suje­
to s dentro de l os parámetros bi narios de la sexual idad ( Fausto-Ster­
l i ng, 2006 (2000) ) . Defi niti vamente, nuestros órganos sexuales, a pe­
sar de q ue se mantienen ocul tos a los ojos de los demás , se convierten
en una pieza clave de v i si bi l i zación.
Humphreys adv ierte que, excepto la masturbación , el resto de las
acti v i dades sexuales requi eren de l a i nteracción social (Humphreys ,
197 5 f 1 970) ) . Pero i ncl uso la masturbación podría entenderse como
un hecho que, a pesar de que se puede real i zar en sol i tario, no deja de
est ar cargado de si gnifi cados sociales que afectan di rectamente a la
forma en que se desarrol l a en cada contexto cultural (ver Laqueur,
2007 (200 3 ) ) . Es por ello por lo que el sexo necesita negoci ación, i n­
teracción, expectación, experiencia de com prom i so , com peti ción y
cooperación ( Lauman et al. , 1 994, p. 5 ) . Necesita de s i gnificados que
l e permitan converti rse en sexo. Así, el placer sexual no tiene única­
mente que ver con l as termi naci ones nerv iosas , sino que también está
rel acionado con el si gnifi cado social que adquiere en cada contexto
cul tural ( Greenberg , 1 984) .
Llegados a este punto, y a pesar de l os cambios sociales produci ­
dos en l as últimas décadas , el sexo entre hombres ha sido v i sto en
Occi dente como una perversión y desv iación sexual , ya que «las prác­
ti cas entre personas del m i smo sexo no adquieren la condición de ver­
dadera sexual idad» ( Sabuco i Cantó y Val cuende del Río, 2003 ,
p. 1 40) . Pero el debate sobre el sexo verdadero o fal so que proponen
al gunos de los sectores más reacci onari os es un debate i nfructuoso
q ue úni camente constata la normati v i dad que se arti cula entorno al
sexo. Es evidente que el sexo homosexual es una práctica que propor­
ci ona acceso al gozo sexual y a la sati sfacción de l os deseos , como
podría suceder en una relación de deseo entre m ujeres y hombres.
Partiendo de esta certeza, el fi n último de los usuarios q ue parti­
ci p an en l a acti vidad del crui sing es el acceso a ese pl acer corporal al
q ue se l l ega mediante l as relaciones sexuales. S i n embargo, esta afi r­
mación no puede conduci rnos al error de pensar que el placer físico se
al canza únicamente a parti r del placer sexual ( Foucault, l 984a). Bien
es ci erto que el pl acer sexual es una forma de gozo muy extendida,
pero no es l a úni ca. Exi sten otros placeres físi cos como l os que se
deri van del gusto, del olfato o del consumo de drogas , por ejemplo.
1 64 ____
_ En tu árbol o en el mío

El sexo requiere de un espacio de social i zación y una estructura


encargada de organi zar el deseo (Green , 2008 , p. 28) . En este sentido,
las zonas de crui sing son precisamente un espacio físico y social que
conforma un modo de sociali zación y una estructura organi zati va para
la sati sfacción de los deseos sexuales, lo que permite hacer de las zo­
nas de crui sing espaci os de placer gratuito, ági l y anónimo.
El sexo al que se accede en las zonas de crui sing es un sexo ba­
sado en el i ntercambio de placeres, donde los usuarios tienen al go que
ofrecer y algo que buscar. Una especie de «trueque de orgasmo por
orgasmo» ( Pol lak, 1 987 [ 1 982) , p. 77 ) . No obstante, se trata de un i n­
tercam bio basado normal mente en un modelo uti l i tari sta, ya que en las
zonas de crui sing no exi ste ningún moti vo para ser l eal a la parej a se­
xual si aparece un nuevo parti ci pante con característi cas más valo­
radas . Respecto a ese uso uti l i tari sta, uno de los partici pantes tomaba
conciencia de ello y afi rmaba que:

Muchas personas se van cuando se corren. Pero yo nonnalmente no me


voy. Me suelo esperar a que la otra persona se corra. No me voy y le
digo - ¡ Venga acábatelo tú solo! Pero tampoco voy a hacer ningún es­
fuerzo. ¿Sabes? Y si no me gusta o lo estoy pasando mal , lo dejo. Puedo
acabar dejándolo sin problemas.

La reci proci dad en la rel ación sexual anóni ma, como en el resto de
rel aciones sexual es, es un el emento fundamental para el acceso al
gozo. S i n embargo, en las zonas de cruising, se trata de una reci proci­
dad que concierne úni camente al ámbito sexual y que se del i m i ta al
tiempo de esa rel ación concreta, s i n extenderse a otros ámbitos de la
vida social . Las relaciones sexuales que se inician en el marco de la ac­
t i v i dad del cru i s i n g solo encuentran la reci proci dad a parti r de un
acuerdo sexual de beneficio m utuo que se pone en marcha en el mis­
mo momento del encuentro. No son rel aci ones que podrían buscar re­
compensas en otros ámbi tos social es como se da en las relaci ones de
pareja, en las que el sexo es una vía de acceso a otros recursos econó­
micos y sociales, por ejemplo. En tanto q ue los partici pantes no espe­
ran ningún beneficio futuro, no adquieren ni nguna deuda tras la i nte­
racción sexual . Y, por lo tanto, se puede abandonar la i nteracción si n
provocar ni nguna ruptura en el acuerdo.
A lo largo de l a investi gación, han sido diversos los compañeros
Ritual es de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 65

y ami gos que fantaseaban con las zonas de crui si ng como espacios
i m agi nables en los que los placeres sexuales se sati sfacen a gusto de
l os presentes. Muchos de ellos lamentaban que no exi stiese un espacio
si m ilar para que los heterosexuales pudiesen tener sexo gratuito, anó­
ni mo y sin compromi sos añadidos, a lo que yo respondía que el los no
necesitaban una zona de crui sing porque ya tenían un planeta - ¿Qué
m ás queréi s? - , bromeaba. Para ellos, las zonas de crui sing eran una
especi e de sueño, que yo hacía realidad con m i s comentarios y siem­
pre acostumbraban a exigirme más detal les. Se convertían en l o que
Foucault l l amó heterotopías ( l 984b), es decir, se trataba de un esce­
nario que yuxtaponía en un único l ugar real y verificable di sti ntos es­
pacios y ubi caciones que se excl uyen entre sí. Las zonas de crui sing
se presentaban para com pañeros y am i gos como un l ugar donde el
gozo sexual no i ba acompañado de obl i gaciones, donde la elección se
podía hacer s i n repri mendas , y donde los cambios de parej a eran un
hecho constatable y no exi stían sanciones por ello. Para ellos, l as zo­
nas de crui sing conci l i aban dos elementos que en pri ncipio se descar­
tan el uno al otro: l i bertad y gozo sexual . A m uchos los i ntenté con­
vencer, a veces sin éxito, de que l as zonas de crui sing no eran siempre
ese l ugar esperado. Pero es difíci l hacerlo, cuando en real i dad el acto
sexual es un acontecimiento que requiere de m uchas expectati v as para
mantenerse entre l as acti vidades con mayor relevancia social en nues­
tra sociedad . Y es preci samente de estas expectativas de l o que la
práctica del cruising no escapa y de l as que nutre nuevos i magi narios.
De manera que, aunque l as moti vaci ones para l a prácti ca del sexo
anón i mo son m últi ples y variabl es, y vienen determ i nadas de manera
diferente por cada partici pante, no deja de ser una acti v i dad que tam­
bién es producto de l as expectati vas construidas en torno al sexo. Y en
este sentido, las prácticas que se desarrol l an adquieren gran significa­
do y se convierten en otro referente sexual para al gunos partici pantes
que encuentran en las zonas de cruising la v ía de acceso al gozo se­
x ual , de l a m i s ma manera que otros lo encuentran en las di scotecas ,
sa unas o chats en i nternet. Es deci r, generan una experienci a sexual
p ropi a y contrastada que, a pesar de que no corresponde con las ex­
pectativas legíti mamente planteadas en nuestro modelo social de sexo
c on amor, resuelve acertadamente algunos de l os aspectos que la i nte­
rac ción sexual puede proporcionar, especial m ente el acceso al gozo y
al orgasmo.
1 66 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

A pesar de que las prácticas sexuales están m uy geni tal izadas en


las zonas de crui sing, pocas veces se accede al sexo excl usivamente
genital sin haber sel lado previamente un acuerdo sexual con un ritual
de interacción, aunque sea de forma m uy precipi tada. Probablemente,
solo en el sexo en grupo los partici pantes pueden i ncorporarse a una
i nteracción en curso sin real i zar el ritual de acercamiento pero, i nclu­
so en estos casos , cada nuevo partici pante debe ser i ntroducido por
al gún miembro que ya forma parte del grupo sexual para poder parti ­
ci par en la orgía. De lo contrario, podría q uedar tam bién excl uido del
sexo en grupo.
Normal mente, en l os pri meros momentos del encuentro sexual
entre dos personas , conti núan los masajes en las pol las, y en ocasiones
tam bién en los pezones y las nal gas . Pocas veces se acompaña de be­
sos , ya que el beso no es tanto un acto sexual como un acto de acerca­
miento emocional . El beso traspasa la barrera de la excl usi v i dad se­
xual y l l eva al suj eto a l a relación personal que transmi te la generación
de l azos duraderos . En l as zonas de crui sing, las relaciones sexuales
no tienen ni nguna pretensión de durabi l idad y, por lo tanto, los besos
o cualquier otra m uestra de afecto no son bienvenidos. S i n em bargo,
el hecho de que se trate de una i nteracción sexual s i n afecto no i m pide
que los partici pantes puedan v i v i r experienci as agradables e i nol v i da­
bles con personas a las que probablemente no volverán a ver.
Los rol es en la acti v idad sexual se resuel ven cuando los usuarios
han sel l ado el pacto sexual , aunque en ocasi ones las actitudes durante
la negoci ación y el obj eto en el que pone la atención cada uno de los
partici pantes ya puede dar pi stas de sus deseos antes del pacto defi ni ­
ti vo. En cualquier caso, cuando los hombres se están haciendo el ma­
saj e sexual el uno al otro, es necesario determi nar qué es lo que hará
cada uno de ellos para seguir con la interacción. En muchas ocasiones,
el encuentro sexual consi ste en una masturbación m utua hasta que al ­
guno de l os participantes se corre o decide retomar el ri tual de i nterac ­
ci ón sexual en búsqueda de otros parti ci pantes . La masturbación es
una de l as prácti cas más habituales en las zonas de crui sing. A vece s
se uti l i za como un acto sexual previo a la fel ación o la penetraci ón
anal , pero en otras es una práctica en sí m i s ma s i n pasos posteriores .
Los hom bres se masturban de pie, el uno frente al otro m i rándose a l os
oj os o a la pol la, sin i ntercam biar palabras , en si lencio y puntual men te
con al gún gemido. La masturbación tam bién se acompaña de ot ro s
Rit uales de interacción sexual para el gozo en anonimato _______ l 67

ejercicios de exci tación, como pel l i zcos en los pezones de la parej a


sexual o los propios, masajes en el pecho, azotes en el culo, j uegos
con los huevos del compañero o tomar ti empos de descanso frotando
l os genital es de ambos partici pantes.
Las mamadas son otra de las prácticas sexuales habi tuales en las
zonas de cruising. Normal mente, los partici pantes comienzan a real i ­
zar l as mamadas después d e masturbarse. Poco a poco i rán buscando
una postura más cómoda, normal mente de cucl i l las para el mamador y
de pie para el mamado. Pocas veces el mamador se pone de rodil las,
ya que el suelo puede estar húmedo y sucio. A veces , un árbol o una
pared puede serv ir de apoyo para facilitar la i nteracción. Las mamadas
no tienen una duración determi nada, depende de l as habi l i dades de
cada uno para mantener la exci tación. No suele haber un cambio de
roles entre los partici pantes y se convierte en la «practi ca sexual defi ­
nitiva», en tanto que es a m enudo la práctica uti l i zada para l l egar al
orgasmo. Al i g ual que la masturbación, cuando l os partici pantes ha­
cen mamadas , también se acompañan de otros j uegos sexuales en l os
testículos, el culo o el pecho. Y cuando está a punto de l legar al orgas­
mo, la persona mamada acostumbra a adverti r mediante lenguaj e ver­
bal «me voy a correr» o medi ante lenguaj e no verbal a través de mo­
v i m i entos corporales o gemi dos que adv i erten el creci m i ento de la
exci tación, la proxi m i dad del orgasmo y eyaculación. Por lo general ,
quien está haci endo la mamada cuando reci be este mensaj e reti ra su
cabeza y se pone de la lado para conti nuar con una masturbación hasta
que su compañero se corre, aunque también existen otros partici pantes
q ue i ntensifi can la mamada con el obj eto de que la eyaculación se
produzca dentro de la boca. Puede darse el caso de que el compañero
sexual no haya advertido el grado de excitación ni que está a punto de
correrse, con lo cual la pri mera descarga de esperma la hace en la boca
del mamador, entonces este se retira de i nm ediato para i m pedi r que
conti núe la eyaculación dentro de la boca. En cualquier caso, tanto
cuando se l leva a cabo una fetación en la que los participantes se han
corri do en la boca, como en las que no lo han hecho, quien ha hecho l a
mamada suele escupi r repetidas veces y evitar tragarse los restos d e
esperma q u e pudi era quedar en la boca. U n a v e z se han corri do, am­
bos partici pantes se l i mpian los restos de semen y marchan cada uno
por su lado.
La penetración anal no es una práctica tan habitual en las zonas
168 ____ En tu árbol o en el mío

de cruising como el sexo oral o la masturbación. Son pocas l as opor­


tunidades que se presentan para tener una i nteracción con penetración
y en pocas ocasi ones se hace ante los ojos de los otros partici pantes tal
y como si que sucede con l as mamadas o las pajas. Así lo afi rmaba un
usuari o:

Lo que menos se hace son prácticas de penetración, y lo que más sexo


oral y masturbación. A parte de que es más i ncómodo y creo que es
menos higiénico. Hay gente que es un poco cerda y luego no te puedes
li mpiar bien. Creo que alguna vez me ha pasado y no quiero verme en
esta situación. Además la si tuación es más fuerte . La gente piensa que
el sexo pleno es con penetración, si no no, y no es para tanto. A mi me
parece un poco absurdo, la verdad. [ . . . ] A mí me da más vergüenza
que vean que me están penetrando. Es más comprometida la situa­
ción.

El sexo anal tiene una carga añadida. Resulta sorprendente que, a pe­
sar de que en el i magi nario gay la penetración anal se presenta como
una de las prácti cas más placenteras , en l as zonas de crui si ng no l e
corresponde u n a gran dedicación. S i n duda, tal y como adv ierte uno
de los chicos , el hecho de que los suj etos no se puedan lav ar ni l i m piar
dificulta una interacción con penetración. Por otro l ado, también se
trata de una práctica con mayor riesgo de transm i s i ón de enfermeda­
des de transmi sión sexual , lo cual posi blemente afecta a la pérdida de
i nterés por ella. Pero, fi nal mente, lo que revela el hecho de que se
trate de una práctica «más fuerte» tiene que ver con el significado que
se le atri buye. No debemos ol vidar que la penetración tiene m uchos
si gnificados feminizantes , lo que l a hace menos deseable en los espa­
cios públ icos. La penetraci ón anal feminiza a quien pone el culo y es
por ello por lo que una buena parte de partici pantes no quieren verse
env uel tos en este ti po de prácticas ante l a m i rada de otros hom bres .
Son pocas las veces en las que he podido ver prácticas de sexo anal en
las zonas de crui sing y, cuando se dan , suele hacerse en l u gares más
cerrados y con menor accesi bi l i dad que los senderos. Incluso en una
ocasión pude observar cómo una parej a que practicaba sexo anal ha­
bía puesto la chaqueta sobre su cabeza de quien estaba siendo penetra­
do para que el resto de los parti ci pantes no pudiésemos observar su
rostro. El sexo anal en las zonas de cruising es un sexo de segunda ,
que solo se l l eva a cabo en situaci ones excepcionales y que la mayor
Rit uales de interacción sexual para el gozo en anonimato ----- 1 69

parte de partici pantes no están di spuestos a real i zar, o no encuentran


c on quien poder hacerl o al lí.
Aquel las veces en l as que sucede una relación sexual con pene­
traci ón, se real i za de pie, ya que difíci l mente se puede encontrar un
l ugar en el que tumbarse. No se suele uti l i zar gel l ubricante, por lo que
la lubricación se proporciona a partir de la excitación y con l a sal i va.
Una vez han i niciado una penetración, las parej as sexuales no suelen
real i zar de nuevo sexo oral , sino que conti n úan con l a penetración
hasta l legar al orgasmo. Así relata uno de l os hom bres del parque de
Montjui'c cómo l l eva a cabo el sexo anal :

A mí me encanta que me chupen Ja polla, pero no me gusta chupársela


a otro tío. Lo he hecho pero me parece muy aburrido. [ . . ] Me gusta
.

follar a Jos tíos, eso sí. Además, yo siempre Je doy m ucho placer a un
tío cuando me Jo follo. Hay que saber follar a un tío. No se puede hacer
de cualquier manera, porque correrse en un culo es Jo mejor que hay .
Primero hay que l ubricar el ano - explica - , y después yo Ja dejo apo­
yada para que el tío Ja sienta y se Ja presento, y así poco a poco voy
abriendo. Sin presionar mucho. Hay tíos que te piden que vayas depri ­
sa, pero follar por el culo se hace despacio, y una vez el culo está prepa­
rado y bien abierto, ¡ pa' dentro ! , entonces el tío mete un gemido de
gusto que alucinas. El culo no es el sitio natural para follar, entonces
hay que prepararlo. Yo a todos Jos tíos que me follo Jos hago gritar de
placer. ¡ Es una pasada !

Por otro l ado, el acto sexual en las zonas de crui sing normal mente in­
cumbe tam bién a otros parti ci pantes que toman otros rol es. Entre
ellos, se encuentran los voyeurs o aquel l os q ue parti ci pan de las rela­
ci ones sexuales ya iniciadas con el propósi to de formar un trío. El
v oyeri smo es muy habitual , ya que no todas l as personas acceden al
i n tercam bio sexual , l o que hace que un grupo ampl i o de pobl aci ón
solo tenga la expectativa de poder observar al resto de l as personas
mientras estas mantienen relaciones sexuales. Los voyeurs se acercan
a las zonas de sexo y se l i m i tan a observar m ientras se masturban a sí
mi smos. No acostumbran a entrometerse entre las personas que fol lan,
pero se si túan muy cerca para poder ver con detal le l a práctica sexual
aj ena, normal mente detrás de un árbol o, en el caso de que se l leve a
c abo en el corredor de agua de Montj ui'c, por ejemplo, se sitúan en la
parte alta, desde la que se puede ver lo que pasa debajo. En ocasiones,
1 70 ____
__ En tu árbol o en el mío

cuando una parej a sexual atrae a di versos voyeurs, éstos se masturban


entre ellos m ientras observan el acto sex ual de otros, pero esto suel e
darse en pocas ocasi ones y de forma muy breve. Existe, por lo tanto,
una especie de perm i s i v i dad respecto a que otras personas puedan m i ­
rar a qui enes tienen sexo: n o es habi tual q u e quienes están fol l ando s e
molesten porque otros les estén m i rando (aunque a veces sucede) .
Para algunas personas , i ncluso, el hecho d e ser mi rado mientras tiene
sexo es objeto de excitación sexual . Es por ello por l o que de al guna
manera se trata de un sexo compartido, en el que, a pesar de que se
esté llevando a cabo entre dos personas , hay otras que también puede
gozar de esta i nteracción .

Un chico de unos veinti siete años me miró y le miré. Vino detrás de mí


pero yo continué por el sendero principal . Me siguió hasta que me paré
en el medio del sendero y me apoyé en un árbol . Él se quedó mirando
frente a mí. Se acercó y me tocó la polla por encima del pantalón. Estu­
vo tocándome durante un tiempo y yo comencé a tocarle a él también.
Él estaba ya semi-trempado. Empecé a tocarle el calzoncillo, haciéndo­
le una paja con él puesto. Después intenté desabrocharle el pantalón. El
accedió y desabrochó el mío también. Comenzamos a masturbarnos a
un lado del sendero principal . Muchos hombres pasaban y se quedaban
observándonos mientras se tocaban a sí mi smos. Él se fue hacia la zona
alta, le seguí, y nos escondimos entre los arbustos. Estábamos al lado
del paseo, pero nadie desde fuera nos podía ver, aunque nosotros oía­
mos sus conversaciones. Continuamos masturbándonos y un señor, po­
siblemente paqui staní, se quedó mirando desde una prudente distancia
oculto por los arbustos. Se masturbaba mientras nosotros lo hacíamos y
se quedó mirando hasta que nos corrimos» (extraído de mi diario de
campo) .

También exi sten al gunos partici pantes que prefieren i nvol ucrarse en
acti vidades sexuales i niciadas por otros o participar en acti v idades de
sexo en grupo. Este tipo de prácticas son especial mente habitual es en
la zona de crui si ng de S itges, donde se puede observar grupos de 1 0 y
1 2 personas . En la zona de crusi ng de Montj u'ic, este ti po de acti v i da­
des suele real i zarse debajo del puente, pero el número de partici pantes
es menor que en S i tges . Estos grupos suelen contar con un mamador
que va haciendo mamadas a l os hom bres que se ponen a su al rededor .
En ocasiones, los grupos se di vi den cuando el número de partici pantes
Ritu ales de interacción sexual para el gozo en anonimato _______ l7 1

es muy elevado y aparece un nuevo mamador. Para entrar a formar


parte del grupo sexual es necesario ser aceptado por el grupo. Normal ­
m ente s e entra gracias a l a i n v i taci ón d e uno d e l o s partici pantes que
ya forma parte y que acepta l a partici pación de un nuevo j ugador i n i ­
ci ando un tocamiento d e geni tales de este y haciéndole hueco para que
pueda sumarse.
A pesar de que el sexo en grupo se puede i magi nar como un es­
pacio armónico de intercambio de pl aceres donde todos los cuerpos se
complementan para organi zar el gozo com partido, no todos los hom­
bres tienen el m i smo éxito en el grupo sexual . Aquel los con atri butos
más valorados gozan de ser objeto de deseo más a menudo que otros,
l o que provoca en al gunas ocasiones ej erci cios de sexo com peti tivo,
en los que todos los partici pantes desean al mismo hombre ( V i l l aami l
y Joci les, 2008 ) . E n una ocasión pude observar, mientras estaba deba­
jo del puente, cómo al gunos hombres partici paban de una i nteracción
sexual de grupo. Me acerqué y me quedé m i rando. Tuve varias pro­
puestas para sumarme al grupo pero no lo hice. Poco a poco, fueron
l l egando nuevos partici pantes a l os que i n v i taban a sumarse. En un
momento, l l egó un m uchacho j oven lati noamericano que se apuntó al
grupo. Era un chico con l os músculos muy defi nidos y rápidamente se
convi rtió en el obj eto de deseo de gran parte del grupo. Comenzó a
hacer mamadas a los diferentes hombres que había al l í mientras las
manos de todos los demás circulaban a la altura de l os genitales tocán­
dose los unos a los otros. El grupo de voyeurs también fue ampl iándo­
se, al gunos de ellos se i ban sumando mientras que otros nos quedába­
mos al marge n . El m uchacho l ati noamericano con s i g u i ó que se
formase una especie de fi la de hombres a su al rededor que esperaban
que les hiciera una mamada. Mientras, él seguía haciendo felaciones y
emitiendo gemidos de sati sfacción e i n saci abi l i dad cada vez que cam­
biaba de pol la. Cuando se corri ó, se levantó y se marchó, el grupo se­
xual se deshizo y la mayor parte de los hombres se fueron de la zona
de debaj o del puente para otros l ugares por los senderos del parque.
En el acto sexual exi sten diferentes roles que asume cada uno de
l os partici pantes. S i n embargo, estos roles demandan de una gran fle­
xibil idad (Humphreys, 1 975 [ 1 970] , p. 48) . Los encuentros deben ser
rápidos y, por lo tanto, los partici pantes deben adaptarse a las deman­
d as del m omento. De acuerdo con la apreciación de Humphreys
( !b id. ) , en las zonas de crui s i n g l os roles de l os parti ci pantes varían
1 72 ____
_ En tu árbol o en el mío

notablemente en función de sus atri butos y capaci dad negociadora. Es


decir, aquel las personas en mej ores condiciones para negociar su par­
tici pación cuentan con mayores posi bi l idades de decidi r qué rol o qué
tipo de acti v i dad desean real i zar, y disponen de un poder de deci sión
y de adm ini stración de la práctica sexual al que qui enes no disponen
de estos atri butos difícilmente pueden acceder. Es por ello por lo que
una buena parte de hom bres mayores, por ejemplo, que desearían ser
mamados , deben conformarse con converti rse en voyeurs o mamado­
res y solamente en situaciones excepcional es o en la i nteracción con
otras personas con atri butos todavía menos valorados que los propios
podrán ser ellos quienes orquesten qué ti po de relación se l levará a
cabo.
Por otro l ado, l os roles de los partici pantes tam bién v arían en
función de l a experienci a de cada parti ci pante. Aquel los hombres que
se i nician en l a i nteracción sexual anónima suelen tener unos roles
menos flexi bles que aquellos que cuentan con más experiencia. Según
advierte Humphreys ( 1 975 [ 1 970) ) , los hombres acostum bran a i ntro­
duci rse en el mundo del sexo anónimo considerando que únicamente
partici pan de la acti v i dad para q ue les hagan felaciones en sus rel acio­
nes sexuales pero, a medida en que va creciendo su experiencia en los
i ntercambios sexual es anónimos, también se va flexi bi l i zando este rol
y se muestran más abiertos a otro ti po de i nteracción. «Al gunos en un
pri mer momento se presentan únicamente como acti vos en la felación
pero conforme pasa el tiempo en l as zonas de cruising su rol se va in­
v i rtiendo» (Humphreys, 1 999, p. 37).
Fi nal mente , cualquier rol en la zona de crui s ing está marcado
claramente por una representación de la mascu l i ni dad de forma extre­
ma. Muchos de los hombres no solamente presentan una hi permascu­
l i ni dad a lo largo de la negociación hacia la i nteracción sex ual , sino
que tam bién se mascul i n i za el acto sexual . Se presenta como una ac­
ción en la que l os sujetos no forman parte, como si se tratase de una
si tuación ci rcunstancial en la que se recrea una sexual idad en la que
los hombres deben demostrar la hombría ( Le v i ne, 1 998) . Como si el
sexo que se está llevando a cabo m ientras fol l an con otros hombres no
tuv iese nada que ver con ellos, como si en real i dad se tratase de un a
acci ón aj ena a su v erdadera vol untad . A usencia de afecto, desi n terés
por el placer ajeno, gemi dos en tonos graves, postura sexual con las
piernas semi -abiertas , suj eción firme de la cabeza del mamador o i nte-
Rituales de interacción sexual para el gozo en anonimato ------- 1 73

racci ón sexual mecáni ca, son al gunos ej emplos de esta acci ón hi per­
mascu l i n i zada. Así, al i gual que sucede en otras formas de representa­
ción sexual entre hombres , como en la pornografía gay manistream, el
sexo en las zonas de crui s i n g no al tera la mascul i nidad ni pretende
renegar de los pri v i l egios del hombre s i no que se adapta a una situa­
ción diferente. Reproduce a grandes rasgos los patrones de domi na­
ción sexual que se dan en l as relaciones heterosexual es en l as que la
mujer se considera únicamente obj eto de uso y di sfrute.
5.
Maricas, moros y sidosos*

Seguir siendo hombre no solo tiene algo de absurdo, sino, también


algo de caduco.
JORDI ROCA, 20 1 2

A unque la práctica del crui sing sea una acti v i dad fundamental mente
anóni ma, no podemos dej ar de preguntarnos acerca de quiénes son las
personas que frecuentan este ti po de espacios. S i n embargo, más i nte­
resante que tratar de i dentificar a unos suj etos que no quieren ser iden­
tificados , es abordar l a cuestión de identidad, clase y raza a parti r de la
m i rada que nos proporci ona l a práctica del cru i s i n g . Resu l ta más
atractivo poder acercarse a los parti ci pantes del sexo anónimo para
anal izar los confl ictos que se generan entorno a la identi dad y el ano­
ni mato, que clasificar y determ i nar unas características general es de
los usuarios que, en cualquier caso, siempre serían reduccioni stas y no
responderían a la cuestión de quiénes son las personas que hacen crui­
s i n g . Es por e l l o por l o que a lo largo de este capítul o no trataré de
constru i r biografías ni ti pologías de usuari os, si no que más bien real i ­
zaré un anál i s i s d e circunstancias. E l i nterés d e estudiar a los hom bres
q ue partici pan en la acti v i dad del cru i s i n g no es presentar un suj eto
completo y coherente, s i no anal i zar al gunos de sus aspectos que pue­
dan serv i r de punto de partida para i nterpretar la real idad social .
En una pri mera i nstancia, la respuesta a la i m perti nente pregunta
sobre quiénes son los parti ci pantes de las zonas de crui sing podría ser
simple: - hay todo ti po de personas - , y de hecho esta es la respuesta
de la mayor parte de usuari os cuando se les pregunta por este asunto.

*
Algunas de los aspectos presentados en este capítulo han sido publicadas previa­
mente en la Revista Dialectología y Tradiciones Populares en el año 20 1 4 en un ar­
tículo titulado Sexo y anonimato. Notas sobre los participantes en encuentros sexuales
entre hombres en espacios públicos.
1 76 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

S i n em bargo, de este modo, lo único que haríamos sería reproduci r el


mito de que la homosex ual idad ha superado las cuestiones de clase y
raza a causa de la experiencia com ún de la homofobia. A lo largo de
este capítulo i ntentaré problemati zar la real i dad homosexual a partir
del anál i s i s de los partici pantes de las zonas de crui s i ng, para demos­
trar que la cuestión de clase y raza, así como los diferentes capi tal es
personal es, i nfl uyen de manera deci sori a en la aceptabi l i dad social del
suj eto homosexual .
Laud Humphreys , en su trabajo sobre las zonas de i ntercam bio
sexual anóni mo, se mostraba fasci nado por la diversi dad de pobl ación
que acostumbra a frecuentar este tipo de l u gares. El autor asegura que
«en estas zonas de i ntercambio sexual exi ste una especie de democra­
cia endémica de sexo i m personal . Hombres de todas las razas , cl ases
sociales, educación y diferentes características físi cas se reúnen en
estos l u gares y son unidos por el sexo» ( Humphreys, 1 975 [ 1 970] ,
p. 1 3 ) . No obstante, y más al lá de l as críticas al trabajo de Humphreys ,
debemos contextual i zar su i nvesti gación en los años 70 del siglo xx,
cuando l a pandemia del sida todavía no había hecho estragos entre la
población gay, y cuando l os mov i m ientos de l i beración no habían pa­
sado a converti rse en una voz públ ica para la rei v i ndicación de l os
derechos de las personas homosexuales. Es indi scuti ble que entre el
contexto social norteamericano en aquel momento y el actual hay una
gran diferencia que hace que cualquier comparación deba tener en
cuenta estas cuesti ones diacrónicas, terri toriales, pol íticas y sociales.
En cualquier caso, la i dea de «democracia endémica» en las zo­
nas de crui sing no puede ser trasladada al contexto actual de l as zonas
de crui sing de Barcelona, S i tges o Gava. Y , probabl emente, tampoco
se pueda trasladar a la real idad de m uchas otras grandes ci udades
europeas que, más al lá de las transformaciones en la representación de
la homosexual idad en la escena públ ica, cuentan con una escena gay
i ntegrada en l as d i námicas del consumo urbano que hacen que una
parte de la población homosexual no necesariamente tenga que escon­
der su orientación sexual . Pero, si se i nsi ste en la pregunta de ¿quiénes
son estas personas que hacen crui sing?, en esta ocasión debería de
responder - Depende - . Depende especi almente del l ugar y de la
hora, e i ncl uso de la estación del año. B asándome en el trabaj o d e
campo, podría general i zar y decir, por ej emplo, que l as personas qu e
van a la zona de cruising de S i tges son fundamental mente turi stas en
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 1 77

verano, pero que se rel aci onan en al gunas ocasi ones con otros hom­
bres de l a comarca. En el caso de Gav a, se trataría de un grupo de
hombres de una edad superior a l os trei nta y ci nco años del área me­
tropol itana de Barcelona, y un buen número de el los casado con muje­
res y que mantienen oculto a su red social y fam i l iar su deseo de tener
p rácti cas sexuales con otros hombres . Y si me tuviera que referi r al
parque de Montj ui'c, di ría que el ti po de población que acostum bra a
frecuentar la zona de crui sing es m uy variado, pero s in embargo, no es
habi tual ver turi stas buscando sexo y tampoco muchos chicos j óvenes,
aunque l os hay. Más que nada, y otra vez general i zando, di ría que es
un grupo de población que normal mente se encuentra entre las capas
más baj as de la escala de legitimidad social : inmi grantes asiáticos , del
magreb, lati nos y personas mayores.
Pero, a pesar de este i ntento de expli car al gunas característi cas
de los partici pantes de las zonas de crui sing, nuevamente me encuen­
tro sin cumpl i r m i propósi to de defender l a idea de q ue el anál i s i s de
l as zonas de crui sing puede serv i r para entender los sesgos de clase,
raza y capitales personales que env uel ven la población homosexual .
S i n embargo, este comentario previo sí que s i rv e para confi rmar una
primera diferencia soci al en torno al terri tori o y la prácti ca del sexo
anóni mo, es deci r, l os entornos en los que se encuentran las zonas de
cruising determi nan en gran medida el tipo de población que asi ste a
ellas . De tal manera que en S i tges, por ej emplo, uno de los puebl os
con mayor turi smo homosexual del Estado Español , así como un l u gar
con considerable presti gio económi co y social de Catal uña, cuenta in­
di scuti blemente con un grupo de partici pantes en las zonas de crui s i ng
con un mayor capi tal económico, que se d i ri gen al espacio de i nter­
cambio sexual después de una j ornada l údica y vacacional . La práctica
sexual con otros hombres es preci samente una de las moti vaciones de
las v acaciones de m uchos de los v i si tantes homosexuales a la l ocal i ­
dad. Los turi stas q ue frecuentan la zona d e crui sing e n Sitges, normal ­
mente, no tienen i m pedi mento alguno en mostrarse como homosexua­
l es por l as cal l es del pueblo y, además , cuentan con una ampl i a red de
establ eci m ientos y l ocales para sati sfacer sus necesidades de oci o y
de scanso.
Por otra parte, el parque de Montj ui'c de B arcelona se encuentra
c ercano al barrio de Pobl e Sec y tambi én al del Raval . Estos dos ba­
rr ios , históri camente, han reunido a población fuertemente esti gmati -
1 78 ____
__ En tu árbol o en el mío

zada, como prosti tutas, l adronzuelos, consumi dores de drogas, homo­


sexuales y recién llegados a la ci udad . La zona de cruising de Montj u·ic
ha sido uno de Jos J ugares más conocidos para el i ntercambio sexual
entre hom bres de Ja ci udad, pero la apari ción de nuevos escenarios
para conocer a otros hom bres y conduci r al acto sexual como di scote­
cas , bares y saunas , así como la expansión del uso de l as nuevas tec­
nologías para fomentar los contactos sexuales ha hecho que esta zona
de crui s i ng haya quedado relegada, en gran medi da, a aquel las perso­
nas de Jos barrios cercanos y con difi cul tades de acceso a los otros
recursos sexuales. Es decir, de alguna manera, se ha convertido en el
J ugar de gozo sexual para aquel los hombres que no pueden col gar su
foto en un perfi l de i nternet por m i edo a ser reconocido como homo­
sexual ; de los que están casados ; para qui enes su descubri mi ento po­
dría ser catastrófico en su contexto social más próx i mo ; para Jos que
tienen dificultades para sal i r del armario y contrad i cci ones con sus
patrones culturales y morales, o i ncl uso para qui enes no disponen de
los recursos económ i cos sufici entes para pagar Ja entrada y consumi­
ción en di scotecas para gai s. Esta transformación en el tipo población
que frecuenta el parque ha sido relatada por diversos i nformantes:

Antes en Montjulc había todo tipo de personas, cuando llegué a Barce­


lona había de todo, pero ahora la gente joven liga por internet y ya no
va allí. Ahora todos son señores mayores de más de 40 años. A mi me
gusta la gente más joven que yo de veinte hasta treinta y la gente de
más de cuarenta no me atrae nada, por eso dejé de ir a Montju"ic.

Los homosexuales que tienen recursos económ i cos y un capital cultu­


ral que les permite v i v i r una v i da homosexual abierta o semi -abierta
han dej ado de considerar el parque de Montjui"c como un espacio legí­
ti mo para Ja práctica y Ja interacción sexual , no solo porque exi sten
alternativas sexuales en otros escenari os, si no tam bién porque el esta­
tus social del ti po de personas que frecuentan hoy la zona de cruising
ya no les resulta atracti vo. Esto podría l levarnos a pensar que, para un
buen número de gai s , Jo que hace «denigrante» Ja zona de crui sing de
Montj u"ic no son tanto los ej ercicios de prom i scuidad, que tam bié n s e
l levan a cabo en saunas y cuartos oscuros de di scotecas, sino el ti po de
población que merodea por allí. Muchos de los partici pantes del i n te r­
cambio sexual anónimo que frecuentan Ja zona de Montj u"ic son pe rs o-
Ma ricas, moros y sidosos ----
-
-- 1 79

nas que, i ndependi entemente de su ori entación sexual , cuentan con


otros elementos de desaprobación: i nmi grantes, pobres, v i ejos, alco­
hól i cos, seropositi vos, etc.

Yo hace muchos años que ya no voy. Porque lo que hay ahora, pues es
también mucho marroquí, y a ver, no soy racista. Pero no me fío. Por­
que ya te di go, es un intercambio de tú me haces esto, yo te hago esto,
y me tienes que dar algo a cambio. Los marroquíes siempre piden al go
a cambio.

En buena medida, las personas que hacen cru i s i n g en el parque de


Montj u'ic no son l as m i smas que frecuentan los bares, restaurantes y
di scotecas para gai s de la ci udad . A pesar de que B arcelona se presen­
ta como una de las ci udades con mayor turi smo gay del planeta, difí­
cil mente encontramos turi stas haci endo cruising en el parque de Mont­
ju'ic .

Suelen ir gente casada, gente que no esta fuera del armario. Luego tam­
bién hay un grupo de gente que es sexual mente bastante activa y gente
mayor, también suele ir bastante. Lo que veo es gente que no te encuen­
tras luego en el ambiente ni en los chats. Se trata de gente que solo va
all í, y que en su vida cotidiana no son gais abiertos.

Después de atender a l as i nformaciones que ofrecen al gunos entrevi s ­


tados, a s í como a m i s propi as observaciones , se deduce que a las zo­
nas de cruising no v an todo ti po de homosexuales, tal y como se suele
pensar. Es decir, l os turi stas homosexuales que van a l a zona de crui­
s ing de S i tges l o hacen con l a expectativa l i gar con personas de su
m i s ma condición social : l a de turi sta, occidental y con cierto poder
adq ui sitivo. De la m i s ma manera, los chicos que dejan de frecuentar la
zona de l i gue del parque de Montj u'ic lo hacen porque al l í ya no se
encuentran personas con el estatus social al que e l l os pertenecen o
creen pertenecer: chicos j óvenes, de ori gen naci onal , con un cierto
grado de formación, etc. De manera que ese anonimato que se presu­
pone en las zonas de cruising es un anonimato rel ati vo, ya que, al fi n
y al cabo, en cada l ugar exi ste un grupo de población parti ci pante con
al gunas particularidades sociales que determi nan la medida en la que
se conv ierte en un espacio de l egiti m i dad sexual para los suj etos que
deciden parti ci par en él. Así, por ej emplo, los turi stas que van a la
1 80 __
____ En tu árbol o en el mío

zona de crui sing de S i tges, lo hacen para fol l ar con los suyos, con los
que, aunque desconozcan su nom bre, l es resul tan fami l i ares , les son
conoci dos en tanto que comparten patrones económicos, cul turales y
soci ales. Los usuarios se diri gen a las zonas de crui sing para encontrar
a otros hombres que le resulten conoci dos , aunque desconozcan sus
nombres . En este sentido, Manuel Del gado afi rma:

Sólo en mera teoría nos corresponde el derecho a ser reconocidos como


no reconocibles. Puede ser que existan territorios sin identidad, pero no
cuerpos sin identificar, es decir, sin esclarecer. Ni los espacios públicos
o semipúblicos urbanos - la calle, la plaza, el vestíbulo, el parque, el
transporte público, el café, la di scoteca . . . - ni los supuestos no-lugares
- aeropuerto, hotel, centro comercial . . . - , son excepciones de ese mis­
mo principio que establece que pensar es pensar social mente y que pen­
sar socialmente es clasificar social mente, es decir, aplicar sobre la rea­
lidad circundante una trama taxonómica que no tolera la ambigüedad y
la neutralidad (Del gado, 20 1 1 , pp. 69-70) .

Cuestión de clase

Las rel aciones de cl ase tam bién determ i nan l os comportamientos


sexuales ( Lauman et al. , 1 994 y G reen, 2008) . S i n em bargo, hasta
hace rel ati vamente poco tiempo, ni los estudios sobre sexual i dad han
tenido en cuenta la cuestión de clase, ni l os que se preocupan por el
asunto de las cl ases social es han teni do en cuenta l a cuestión sexual
como un elemento i mportante para i nterpretar la real i dad social ( B i n­
nie, 20 1 1 ; Fraser, 1 999 ; Taylor, 20 1 1 ) . La sexual idad se ha considera­
do general mente como un elemento que pertenece al ámbito de lo ín­
timo, como si se tratase de un hecho que se produce al margen de las
relaci ones económicas , sociales y culturales , cuando en real idad el
sexo es, sobre todo, un hecho social .
Aunque l os nexos entre i denti dad sex ual y capital i s m o sea n
complejos, no exi ste ni ngún i ndicador que niegue este vínculo ( Hen­
nessy, 2000) . La relación entre capi tal ismo e i dentidad sexual se ve
constatada en diferentes momentos de la v i da social de cada uno d e
nosotros. Los homosexuales pobres son i nterpretados como suj e to s
que deni gran la l i bertad alcanzada en pro del bien com ún, perso na s
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 181

que no se adaptan al espacio social que nos ha concedido la soci edad


he terosexi sta, en la medida en que no se suman a los patrones de con­
sumo que domi nan la i deología gay. Es como si el esfuerzo por el re­
conoc i m i ento social de l a homosexual idad cayera en v ano cuando,
entre nuestras fi las, tam bién se pueden encontrar inmigrantes sin pa­
peles, v i ej os que no puede pagar a un chapero, alcohól icos, o paquis­
taníes casados y con fam i l i a a cargo. Si se me permite la i ronía, debo
confesar que la homosexual idad no tiene pedigrí, no se puede di sti n­
guir a homosexuales fal sos de homosexuales verdaderos. No exi sten
mecanismos que puedan i m pedi r esta del iciosa experi encia a los gru­
pos sociales desfavorecidos .
A hora bien, a partir de la constitución de la homosexual i dad
como nicho de mercado, y gracias al conj unto de bienes y serv i cios
d i rigi dos al consu m i dor homosexual , se establece una diferencia de
carácter económi co, que i ndi scuti bl emente hace v i s i ble l as grandes
desi gualdades que se generan dentro de la «comunidad homosexual » .
D e l a mi sma manera q u e l a sociedad capi tal i sta e n la era post­
i ndustria ha l l evado a la clase trabaj adora a la i ndi vidual ización a par­
tir del consumo ( B eck, 2006 [ 1 986] ; B auman , 2003 [ 1 998 ] y Castel ,
1 997) , las v idas homosexual es también se piensan en térm i nos i ndi v i ­
duales respecto a l a elección d e un consumo fragmentado. L a comuni ­
dad homosexual ha resuel to la cuestión de la desigualdad social a par­
t i r de la fi cción de la i g ual dad de oportuni dades del capi tal i smo
post-i ndustrial , como si l i bertad y consumo fuesen dos térmi nos con
i gual si gnifi cado, como si todos los homosexuales estuvi esen en
i gualdad de condiciones sociales, económicas y cul turales para poder
resol ver de m anera i nd i v i dual la homofobia general i zada. No cabe
duda de que la homofobia es una tri ste real idad que afecta en todas las
c apas soci ales, pero no todos l os homosexual es están en las mi smas
co ndiciones de hacerle frente. Por lo tanto, las respuestas i ndividuales
a la homofobia dependen en gran medida de los capitales culturales y
ec onómicos de los que dispone el suj eto. Con esta afi rmación no de­
s earía que el lector l legase a la conclusión errónea de que las personas
ho mosexuales con un relati vo poder adquisiti vo son personas para las
q ue la cuestión de su sexual idad no normati va ha sido fáci l de resol ver
co n ellos m i smos y sus respecti vos entornos sociales. Una afi rmación
de este tipo no haría j usti cia al sufri m iento general izado al que hemos
t en ido que sobre v i v i r todos los homosexual es sin excepción . Tampo-
1 82 ____
_ En tu árbol o en el mío

co querría que se pensase que los sujetos homosexuales se han con­


vertido en suj etos egoístas que solo atienden a necesidades pri vadas
producto de su i nd i vidual i zaci ón, si no que lo que intento es problema­
ti zar el l ugar al que nos ha l l evado el mercado capi tal i sta a los gai s ,
hasta converti rse en l a única v ía de acceso a l o s referentes homo­
sexual es para un buen número de hombres que no encuentran otros
relatos al ternati vos al consumo.
Evi dentemente , l a des i g ualdad no puede reduci rse a as pectos
económ i cos. Los pensadores de la economía no puede excl u i r l as
cuestiones cul turales y sociales a la hora de estudiar la homosexual i ­
dad. Pero tam bién sería u n desacierto consi derar que l a real idad ho­
mosexual se ve excl usivam ente afectada por el determ i nismo cul tural
de la homofobia, sin tener en cuenta la intromi si ón del capi tal i smo en
la consti tución de l a identidad sexual ( ver Hennessy , 2000), como si
las desigualdades materi ales fuesen elementos sin i m portancia en la
confi guración de las identidades sexuales cuando, en real idad, son una
parte v i tal de la construcci ón i denti taria ( Heaphy, 20 1 1 ) . S i el si stema
económi co y social occidental se rige fundamental mente por patrones
capital i stas , y si la pobl ación gay ya cuenta con un am pl io mercado de
consumo en expansión, ¿qué nos puede hacer pensar que entre los gai s
no se responde a los parámetros de excl usión que dispone el capi tal is­
mo? B rian Heaphy apunta que l os argumentos que hacen v i s i bles l as
sexual idades tienen un fuerte componente de mercanti l i zación y que,
por lo tanto, l a v i s i bi l i dad gay está concebida solo para un grupo so­
cio-económico pri v i legi ado ( Heaphy , 20 1 1 , pp. 44-45 ) . ¿Qué les que­
da a los otros , a los que no tienen acceso a estos recursos económicos
y cul turales? La respuesta podría ser senci lla: al resto les quedan l os
lavabos , l os parques, las playas y otros escenarios de acceso al plac er
sexual que tienen un baj o coste en el mercado, pero al preci o de la
sospecha en la sociedad .
A estas alturas , y a n os encontramos en condi ciones de entender
por qué en Montj ui·c, una buena parte de los partici pantes son marro­
quíes , paqui staníes, de Bangladés , de Europa del Este o de Á frica
Subsahariana; por qué abundan los viej os ; por q ué algunos de los par­
tici pantes «apestan a alcohol » . Podemos entender por qué, a pesar d e
que también hay españoles y catal anes , m uchos de estos excusan s u
presencia alegando estar en el paro. Es decir, al parque de Montj u'ic
van mayori tari amente a l i gar los que no pueden i r a otro sitio.
Maricas, moros y sidosos ----
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-- 1 83

Identidad, ori gen y anonimato

«No di gas eso, que suena m uy mal » , me reprendió un parti ci pante de


la zona de crui sing de Gava cuando le dije « soy un maricón que te
qui ere entrevi star». El señor, de unos sesenta años largos , se s i ntió
profundamente ofendido y me corri gió dici endo que yo no era mari ­
cón, que así nos l lamaban antes, cuando estaba mal v i sto, que l o que
debía dec i r era que yo era gay . La di scusión termi nológica pareci ó
i mportarle mucho más q u e el hecho de encontrarse con un antropólo­
go i nteresado en entrevi starle a media noche. Durante ci nco mi nutos ,
tomó la palabra para defender la necesidad de un uso apropiado del
l enguaj e que no generara más esti gma sobre nosotros, «los gai s » . No
pude hacer otra cosa que ped i r disculpas por el oprobio y segui r la
entrevi sta con el máximo cuidado de no ofender. Sin em bargo, su res­
puesta me hizo pensar en la cuestión de la i denti dad del suj eto como
de punto de partida para anal i zar los confl ictos q ue se generan en tor­
no a esta asi gnación identitaria a parti r del acto sexual .
De manera que, si segui mos con el j uego de preguntas acerca de
qui énes son estos parti ci pantes de l a zona de crui s i n g , nuevamente
respondería que depende . U no de l os partici pantes de Gava asegura
que: «Aquí estamos el ci ncuenta por ciento maricones y ci ncuenta por
ciento casados . Por l as mañanas suelen veni r más casados a pegar un
pol vo rápido. Y lo que también hay es m ucho yayo. Por la mañana
esto está l l eno de v i ejos . »
L a v erdad es q u e es difíci l saber quiénes se i dentifi can como
gai s , bi sexuales o como heterosexuales en un espacio en el que la gen­
t e tan apenas habl a y en el que, i nsi sto, el anoni mato es uno de los
pri nci pios de la organi zaci ón. De hecho, constituir identi dad a partir
de la práctica sexual es una cuestión menor para aquellos que no han
salido del armario o que se declaran heterosexuales. S i n em bargo, sí
que exi sten al gunos i ndicadores que nos pueden serv i r para anal i zar la
cu estión de la i dentidad sexual en estos espacios. Aquel los que se au­
to-denomi nan gai s acostumbran a tener menos confl ictos con la iden­
ti dad sexual y sienten que, de al guna manera, han «evol ucionado» con
respecto a sus compañeros del parque que no se reconocen como ho­
mosexual e s, pero al l í están buscando rel aciones con otros hombres.
Se presentan , en comparación con los qu e s e consideran heterosexua­
l es, como si hubiesen superado la pri mera fase del esti gma al recono-
1 84 ____
__ En tu árbol o en el mío

cerse como gai s, como si fuesen un paso por delante de los otros, a los
que ridicu l i zan por la i ncoherencia entre sus acciones y su identidad .

Aquí viene gente que dice «estoy aquí porque h e veni do» ; «hazme lo
que quieras pero yo no hago nada» - . Estos son normalmente la gente
casada que no se consideran gai s, porque ellos no meten mano. Pero
tanto es el que mete como el que se deja meter [ ] No se creen gai s
. . .

pero lo son tanto como yo, porque el que se mete en un rincón con un
tío o en una cama con otro tío es porque le va el rollo. ¿O no?

Una persona que está en la zona de crui sing y que se considera gay y
mantiene relaci ones sexuales con otros hombres, no genera ni ngún
confl i cto consi go m i smo entorno a su i denti dad sexual . Se presenta
coherente entre identi dad y práctica sexual . Al fi n y al cabo, está en el
parque para fol lar con otros hombres, que es lo mismo que hacen los
gai s en las saunas, di scotecas , chats , etc. El problema l o encontramos
cuando no exi ste esta correlación entre identi dad y práctica, es decir,
cuando podemos descubri r la i ncoherencia en el sujeto que, a pesar de
partici par del gozo sexual con otros hombres, no se considera homo­
sexual . Estos partici pantes se encuentran ante un confl i cto que en un
juicio social no l l evaría a ni ngún equívoco: son hombres que fol l an
con hombres y, por lo tanto, se trata i ndi scuti blemente de homosexua­
les. ¿Por q ué se niegan a aceptar lo que la soci edad les dice que son?
Más al lá de las críticas a la necesidad de categori zar sexual mente a los
sujetos , exi sten al menos dos razones para responder a esta pregunta.
La pri mera de ellas pasaría por el pri nci pio homofóbi co que genera
esti gma y rechazo en aquel l as personas que mantienen relaci ones
sexual es con personas de su m i smo sexo. El hecho de ser homosexual
es entendido como un elemento que pertenece al ámbito de lo pri vado
y que en él debe mantenerse para evitar las consecuencias del esti gma
( ver Goffman , 2003 f 1 963 ] ) . Pasar a formar parte del grupo de los in­
deseables tiene consecuenci as que el suj eto conoce o al menos puede
predeci r.

Si la injuria puede tener tal eficiencia sobre el que la recibe, hacer tan ta
mel la en el individuo al que apunta, es porque el mundo social ha ins­
crito ya en su cuerpo y en su cerebro las estructuras del orden social
(jerarquías de clase, de raza, de sexo, de sexualidad, etc.) y el consenti­
miento (aunque sea confuso, i ncierto, inconsciente, pero siempre sabe-
M aricas, moros y sidosos ---- 1 85

dor del estatus negativo que implica) de la población que ocupa en él.
[ . . . ] De ahí que la injuria no haga más que decir y repeti r al individuo
Jo que su hi storia le ha enseñado, Jo que ya sabe, y cuando recibe Ja
palabra hiriente, toda su infancia emerge a la superficie, todos los mo­
mentos en Jos que ya supo, vio, oyó, comprendió, que a Jo que las pala­
bras inj uriosas la reducen hoy era precisamente a lo que no debía ser, lo
que está considerado como inferior, como «abyecto» ( Eri bon , 2004
(200 1 ] , pp. 85-86).

El esti gma supone una pérdida inmedi ata de los pri v i l egi os de perte­
necer al grupo de los «normal es ». Y he aquí la segunda razón: los
hombres que se presentan como heterosexuales disponen de una serie
de pri v i legios sociales que tienen que ver fundamental mente como el
acceso al poder y a l os recursos en tanto que heterosexual es ( B our­
dieu ; 2005 [ 1 998 ] ; Wi tti g , 2006 [ 1 992] ) . «Ningún hom bre hetero­
sexual que se encuentre con un homosexual dej a de senti rse amenaza­
do» asegura Henning B ech ( 1 997, p. 4 1 ) . Pero, ¿cuál es la amenaza?
El desafío ante el suj eto homosexual no es un temor de agresión o
v i olación, como se ha pretendido argumentar a partir de los di scursos
sobre el pánico gay (ver Sedgwick, 1 998 [ 1 990] ) . La verdadera ame­
naza es la de v erse conv erti do en uno de ellos, l a de verse formar
parte del grupo de los esti gmati zados. El estigma siempre supone una
advertencia que asola a cualquier suj eto que puede verse descubierto
por un atri buto descal ifi cador ( Goffman, 2003 [ 1 963 ] ) . El verdadero
amargor es la tentación del deseo, la posi bi l i dad de senti rse atraído
por aquel l o que debería repugnar. El homosexual es un personaj e úti l
q ue permi te ser negado por ausencia de v i ri l i dad y por la trai ción a la
sexual i dad del hombre verdadero ( Guasch, 1 995 ) . La homosexual idad
mascu l i na se construye así al rededor de la i dea de la fem i n i zaci ón .
E i nequívocamente , «la peor hum i l l ación para un hombre es verse
convertido en muj er» (Bourdieu, 2005 [ 1 998] , p. 36) .
Si aceptamos estas dos respuestas , también deberíamos pregun­
ta rnos acerca de l as maniobras necesarias para permanecer en ese lu­
gar confl icti vo entre hom bres que se decl aran como heterosexuales,
pero que manti enen rel aciones sexuales con otros hombres. En este
caso, propongo anal i zar dos estrategias fundamentales que se l levan a
c abo en las zonas de crui s i n g . Una pri mera pasa por el recurso del
anonimato, a partir del cual se resol vería el pri mero de los argumentos
1 86 ____ En tu árbol o en el mío

rel ati vo al estigma y la evi taci ón públ ica de la condición de homo­


sexual . La cuestión del anon i m ato es tratada en el capítulo anteri or,
dedicado al ritual de i nteracción y al anál i s i s del si lencio en las zonas
de cruising. Por ello ahora centraré mi atenci ón en la segunda estrate­
gia, que pasaría por una mascul inización del partici pante de l as zonas
de crui sing, es deci r, la presentación de un suj eto al tamente mascul i ­
ni zado que, aunque mantenga relaci ones sexuales con otros hombres,
no está en disposición de perder los pri v i l egios de la sociedad hetero­
sexi sta y m ucho menos de aceptar estar en el l ugar alterno; el de ho­
mosexual .9 «Yo vengo a dar bi berón» decía un usuario para no poner
en cuestión su práctica y su identidad . Los hom bres que se consideran
hetereosexuales en las zonas de cruising formulan una nueva el ección
di scurs i v a a part i r de su i n v entari o cultural del com portam i ento
mascu l i no que no pone en duda su verdadera masculinidad , es deci r,
de alguna manera se reconstruye una nueva mascul i ni dad que permi ta
conci l i ar el hecho de ser un hombre que está teniendo sexo con otros
hombres (Enguix, 20 1 2) .
L a masculi nidad d e l o s partici pantes d e las zonas d e crui sing e s
u n a mascu l i n idad quebrada q u e v iene determ i nada preci samente por
la violación de esta norma pri nci pal de la organi zación sexual . De ma­
nera que, aunque se estén l l evando a cabo prácti cas sexuales con otros
hombres, algunos usuarios no ponen en duda su masculinidad a parti r
de la confi rmación de una heterosexual idad di scursiva o corporaliza­
da. Es deci r, el suj eto se presenta abiertamente como heterosexual ,
rei v i ndica su heterosexual i dad en el espacio de crui sing, para evitar
poder ser confundido con l os «Otros» homosexuales que, por el con­
trario, sí que van a l as zonas de l i gue porque se sienten atraídos por
otros hombres . La rei v i ndicación de la heterosexual i dad di scursiva
parte de la percepción de la práctica sexual con otros hom bres como
un hecho ai slado, particular y transi torio que nada tiene que ver con
los i m pul sos «naturales» del sujeto, s i no que se trata de una acti v idad
excepcional a la que ha llegado a causa de algunas ci rcunstancias pun­
tual es. El di scurso se articula a partir de la sati sfacción de las nece si-

9. En este sentido, es interesante aproxi marse a la propuesta de Connell y Messerch­


midt (2005) en la cual discuten la existencia de una única masculi nidad y afi rman que
existen diferentes masculinidades hegemónicas en las que se entrelazan diversos patro­
nes que contribuyen al mantenimiento de una hegemonía externa.
Ma ricas, moros y sidosos ----
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-- 1 87

dades i ncontrolables del hom bre, el cual se presenta como un suj eto
que debe atender a sus i mpul sos sexuales q ue se encuentran fuera de
con trol . El hom bre heterosexual que frecuenta l as zonas de crui si ng
considera q ue restablecerá su condición «natural » cuando tenga acce­
so nuevamente al sexo con muj eres.
También pueden exi sti r otras rei v i ndicaciones a partir de lo que
he l l amado heterosexual idad corporal i zada. Se trata de ej ercicios de
masculinización a partir de una determ i nada presencia social del cuer­
po. El hecho de que en l as zonas de cruising l a ausencia de l enguaje
verbal sea un pri nci pio de i nteracción no i mpide que, a través del
cuerpo, l os partici pantes puedan expresar deseos y ciertos rasgos de
i denti dad . Para e l l o , al gunos partici pantes asumen roles sexuales
siempre acti vos y domi nante s , otros reducen s u participación al vo­
yeuri smo para no tocar los geni tales de otros hom bres y permanecer
«puros» en sus contactos sexuales. Cami nan fi rmemente, con las pier­
nas l i geramente abi ertas , el pecho fuera, una m i rada penetrante y
m uestran desi nterés por los cui dados de l a pareja sexual , ya que la
cuestión del cuidado está altamente feminizada.
Los partici pantes heterosexual es, o que «parecen» heterosexua­
les, son l os más buscados como pareja sexual . Representan una mas­
cul i nidad mucho más ruda que resu l ta muy atracti va para una buena
parte de los usuarios. Pero, sin em bargo, no todos los partici pantes
son heterosexuales o lo parecen y no todos los usuarios se encuentran
en di sposición de representarlo. Para ser heterosexual o parecerlo, en
las zonas de cru i s i n g es necesari a una presencia corpulenta y unos
rasgos físicos muy determ i nantes de l o mascul i no. En defi n i ti va, es
necesario di sponer de los atri butos más si gnificati vos que la sociedad
ha desi gnado para la categoría hom bre. Pero no todos los suj etos dis­
ponen de estos atri butos. No todos los hombres son corpulentos , fuer­
tes , con vello corporal , etc. En otros escenarios sociales , podrían recu­
rri r al l enguaj e verbal , a la presentación de s u esposa e hij os , a su
trabaj o ; a conversaciones machi stas y homófobas qu e dieran cuenta de
su condición heterosexual , pero en el contexto del crui sing estos re­
cursos no pueden ser uti l i zados . Es por ello por lo que al gunos partici­
pantes casados o públ icamente heterosexuales asumen su carácter ho­
mosexual de manera temporal y transitoria mientras están en l as zonas
de cru i s i n g , pero fuera de e l l as prefieren mantener un di scurso, una
práctica y una presencia corporal acorde con la l ógica heterosexual .
1 88 ____
_ En tu árbol o en el mío

Es deci r, se d i v i den entre una presencia públ ica heterosexual y una


exi stencia que nadie dudaría en catalogar como homosexual (Hubbard,
200 1 ).
Hay al gunos hombres que no representan ese modelo de mascu­
l i nidad basado en la heterosexual idad como pri ncipio rector, pero que
tam poco los clasificaríamos como gai s si atendi éramos excl usivamen­
te a la subcultura de consumo gay domi nante. No se trata de hombres
jóvenes, ni tam poco de personas con cuerpos especial mente trabaj a­
dos en el gimnasio, no son m uchachos que se arreglan para ir a la zona
de crui sing, ni que aceptan una rel ación afecti va con otros hombres.
Están al l í para di sfrutar, s i n defi n i rse sexual mente, pero di sfrutando
de lo que hacen , al ternando sus rol es sexuales y partici pando de l a
subcultura d e l parque.
Desde l os programas y di scursos para l a prevención de enferme­
dades de transmi sión sexual se ha pretendido sal var este confl i cto de
identi dad y representaci ón con la noción de hom bres que tienen sexo
con hombres (HSH). Se trata de un i ntento de i ncl u i r a aquel l as per­
sonas que se i dentifi can como heterosexual e s , o aquel l as personas
que no se consideran gai s pero que también tiene rel aciones sexuales
con otros hombres, y así poder diri g i r las campañas preventi vas de la
enfermedad a un sector más ampl i o de l a pobl ación. S i n em bargo,
este térm i no resulta problemático si i ntentamos extrapolarl o a otros
contextos fuera del ámbito de la sal ud. La noción de H S H neutral i za
y aís la l as prácti cas sexuales de la real idad cul tural , como si el sexo
fuese un acto corporal fuera de si gnifi cados sociales. C uando dos
personas del m i s mo sexo mantienen rel aciones sexuales, no se trata
de un hecho inocente, ai s l ado y normal i zado ; por el contrario, es un
ej ercicio de confrontación a la lógica del deseo heterosexual y que
i ndi scuti blemente tiene posi bles consecuencias por l a ruptura de la
norma. En real idad, el térmi no H S H se si túa en un contexto ficticio,
en el que no exi sten relaci ones de poder entre los di sti ntos grupos
soci al e s , y donde tanto u nas prácti cas sexuales como otras están
i gual mente l egiti madas por un i magi nado consenso social basado en
el pri nci pio de i g ual dad y, por lo tanto, trasl adarl o al estudio soc i al
genera al gunos problemas de anál i s i s que difíci l m ente se pueden sal ­
vaguardar.
Un l ugar excepcional tendrían las personas bi sexuales, a las que
al gunos usuari os no saben donde ubicar en la relación entre práctica
Ma ricas, moros y sidosos ----
-- 1 89

sexual e identidad . En la cita que se presenta a conti nuación se puede


verificar esta confusión en una di scusión entre dos participantes:

P I . V i enen bi sexuales que solo quieren que se la comas y ya está.


P2. Un bi sexual no es eso. ¿Un bisexual solo qui ere que se la coman?
No.
P I . Pues entonces, ¿qué es un bisexual ?
P2. Pues que le gustan los hombres y l as m uj eres . Montárselo tanto
con un tío como con una tía. Pero no solo que se la chupen . Hay
bi sexuales que foll an tíos. Así que tú no sabes ni lo que eres . Dice
que los bi sexuales son los que solo qui eren que se la chupen y no
es así. Los bi sexuales son la carne y el pescado. Un tío que l e
gusten los tíos y l as tías . L o mismo fol l a a un tío que a u n a tía.
¿Chupársela? Pues a todo el m undo le gusta que se la chupen.
¿A quién no?

Más al lá de las prácticas del suj eto bi sexual , podemos ver una vez más
la necesidad de coherencia entre práctica sexual e i dentidad sexual . No
estar en ninguno de los polos sexuales claros, defi nidos y estáticos pro­
voca una cierta dificultad de clasificación que los parti ci pantes ponen
en entredicho. Pareciera que un hombre que fol la con otros hombres no
pudiese ser otra cosa que homosexual ; como si el desti no, una vez se
ha pasado la «l ínea roj a» de la regulación sexual , l l evase a un estado
defi nitivo. Pero, ¿qué i dentidad prevalece? Un suj eto que «ha probado
de la manzana» es pecador para siempre: aquel o aquel la que una vez
tuvo una relación con una persona de su mismo sexo nunca más podrá
v olver a l l amarse heterosexual . ¿El pecado carnal es tan grave que su
condonación es i m posi ble? Además, es un j uego estrictamente unid i ­
reccional . E l homosexual q u e u n a v e z tuvo sexo con u n a mujer n o dej a
de ser homosexual . L a homosexual idad es u n a identidad q u e se asigna
en el momento en que se descubre que el s uj eto ha cruzado esa l ínea
roj a y que permanece adscri ta a él sin derecho al i ndulto.
Por otro l ado, es necesario puntual i zar q ue la fi gura femenina es
i n v i s i b i l i zada y cosifi cada por al gunos partici pantes de l as zonas de
cruising, que ven en ella la prueba de la i ncoherenci a que v i ven, ya
q ue s i n la exi stencia de l as m uj eres podrían fol lar entre hombres s i n
s e r j uzgados. De al guna manera, parece q u e la m ujer con la q u e s e
casaron, o l a s m ujeres a l a s q u e deberían tener como objeto d e deseo,
1 90 ____
__ En tu árbol o en el mío

fuesen las responsabl es de la opresión personal que sienten por desear


a personas de su mi smo sexo. En este sentido, un partici pante de la
zona de cruising de Montj ui'c aseguraba:

No soporto a mi mujer que siempre quiere saber dónde estoy, tengo que
apagar el móvil para que no me llame y me caliente la cabeza. [ . . ] Lo
.

que hago por las mañanas es follarla bien, le doy candela para dejarla
tranquila y relajada todo el día. Porque un hombre que es hombre de
verdad sabe hacer gozar a una mujer. Vosotros los gais no sabéis di stin­
guir cuando una mujer goza de verdad. La mujer que jadea y chilla, esa
no goza, esa está fi ngiendo. La que goza es la que se queda cal lada
mientras el hombre la va fol lando [ . . ]. Yo lo que querría es divorciar­
.

me y que alguno se la monte y que le dé toda la candela que quiera para


dejarla contenta.

Este ti po de comentarios presenta a la m ujer como un suj eto pasivo


«al que dar candela», obj eto de intercambio y s i n valor. Se trata de un
discurso i nequívocamente m i sógino que no se ve reñido con una prác­
tica sexual «desviada» , s i no que, por el contrario, la refuerza. S itúa a
la mujer en un l ugar ajeno en el que, aunque no se presente como ob­
jeto de deseo, permite no poner en cuestión la masculinidad del emi ­
sor. Es decir, aunque se trata de un hombre que desea fol lar con otros
hombres, este di scurso le ayuda a construir una cierta coherencia entre
su práctica sexual y su i dentidad a parti r de la relación de someti mien­
to que establece con la m uj er.
Otras referencias a l a m ujer por al gunos usuarios que apelan a la
exi stencia de una nov ia o m uj er para aumentar su grado de legiti m i ­
dad y aclarar q u e su presencia e n l a zona d e crui sing es ci rcunstancial .
Así, por ejemplo, en una ocasi ón un j oven i nformante me decía que le
había depi l ado la pol la su nov i a m i entras hacían el amor. En este
caso, el muchacho hizo di versas referencias al sexo femenino fi guran­
do que lo que estábamos haciendo entre nosotros fuese una especie de
susti tuto de aquello que hace con su nov ia: «la pongo entre tus pier­
nas como si fuera un chochito» me decía. «Me depi lo porque así les
gusta a l as m uj eres» . Así, la m ujer toma presencia a través de la femi ­
ni zación del otro, lo q u e permite mantener el estatus mascul i no de
quien enuncia este di scurso, ya que, a pesar de que está teniendo rela­
ciones sexuales con otros hombres, su verdadera «natural eza» es he­
terosexual .
Maricas, moros y sidosos ----
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-- 191

Otro de los elementos característi cos de los partici pantes de la


zona de cru i s i n g de Montj u'ic es su d i versi dad de ori ge n . « Hay de
todo» podría responder una vez más . Sin embargo, «todo» si gue sien­
do demasiado ampl io para comprender un grupo social particular y me
v ería obl i gado a puntual i zar que hay de m uchos orígenes cul turales.
Los orígenes de l as personas que hacen cru i s i n g son muy v ariados,
pero no todos van a l os m i smos sitios. En Montj u"ic, una buena parte
de partici pantes son aquel los a los que social mente se ha i ncl uido en
l a categoría i nm i grante, con l as general i zaci ones y arqueti pos de los
que ya dispone la sociedad . Y prueba de ello son los contin uos comen­
tarios que hacen referencia a su ampl i a presencia en el parque y a la
deval uación de la acti vi dad que han generado.

Hoy en dfa casi todos son de fuera. Marroquís, o de países del Este.
Porque viven a salto de mata, tienen necesidad y, como no encuentran
trabajo, pues vienen a ver que pillan. Muchos lo hacen porque les gusta,
si lo hacen por necesidad pues mira, yo si me encontrara en las mismas
circunstancias también lo haría.

Las personas inmi grantes son perci bidas, en al gunas ocasiones, como
personas que desval ori zan de la zona y son moti v o sufi ciente para
dej ar de partici par en la act i vi dad del sexo anónimo. Comparti r un
mismo espacio social i mpl ica comparti r una m i sma condi ción social y
una misma i dentidad social degradante (Aramburu, 2002) , por lo que
m uchos usuari os se quej an del creci ente número de personas i n m i ­
grantes en las zonas d e crui sing, como si su mera presencia fuese sufi ­
ciente para converti r el parque en un l ugar detestable, sucio y de poca
fi abili dad . Aunque es cierto que no todos los gai s piensan de este
modo, podríamos preguntarnos ¿cuántas relaci ones se establ ecen su­
perando la barrera de ori gen? ¿Cuántos son los que siendo catalanes o
español es se enzarzan en un proceso de negociación y pacto sexual
con l os inmi grantes? Este trabaj o no pretende hacer un abordaj e cuan­
ti tativo de l a práctica del sexo anónimo, pero, en real i dad, el ori gen de
l os partici pantes constituye un nuevo sesgo en l a elecci ón de la pareja
sexual que l os usuarios acostumbran a tener muy presente a la hora de
i n i ciar sus relaciones . No es habi tual encontrar a personas de ori gen
m agrebí, por ej emplo, en i nteracción con personas del Estado Espa­
ñol . ¿Por qué sucede esto? Una de las expl icaciones más convi ncentes
1 92 _
__
____ En tu árbol o en el mío

es que los prej uicios preexi stentes respecto a la inmi gración en la «so­
ciedad madre» tam bién son trasladados a las zonas de crui sing donde
se reproducen s i n ser cuesti onadas. De hecho, como hemos v i sto,
exi sten partici pantes que consideran que los inmi grantes «van a l o que
van», como si el resto de los usuarios no fueran a lo que van, cuando,
en real idad , a las zonas de crui s i ng todo el m undo va a lo mismo; con
matices pero, en general , a disponer de acceso al sexo de forma l i bre,
gratuita y anóni ma.
A los i nm i grantes se les si gue atri buyendo unas i ntenciones es­
peciales en las zonas de crui sing que están determi nadas por su condi­
ción de otro. Los inmi grantes en las zonas de crui sing son extranj eros
y desconocidos. Las expl i caciones de su presencia al l í se j ustifi can
por diferentes moti vos. En pri mer l u gar, encontraríamos expl icacio­
nes de tipo cultural . Por ej emplo, que los i nm i grantes van a la zona de
crui sing porque «viven a salto de mata» y no saben organizar su vida
sexual . Pero, además , otra de las atri buciones que se asi gna a las per­
sonas in m i grantes es su condición de suj etos en evol ución (Aramburu,
2002) , como s i se trata se personas que todavía tienen que l l egar al
estadio sexual occidental donde se acepta «sin prej uicios» la diversi ­
dad sexual y donde l os derechos d e las personas homosexuales y a es­
tán regulados y normal i zados . Como si l as personas i n m i grantes fue­
sen a las zonas de crui s i n g únicamente por la contención sexual a la
que están sometidos en sus contextos de ori gen, o por las regulaciones
culturales de sus grupos de afi nidad en el país receptor, excul pando
así a la sociedad occidental de la homofobi a y xenofobia que v i ven
diversos grupos sociales.
Una de l as características que podemos destacar es l a relación
entre pobreza, i nmi gración y del i ncuencia. Son tres conceptos que a
menudo se perciben como si nóni mos, de manera que «los marroquíes
van a l as zonas de crui sing para robar», ya que su condición de pobres
e inmi grantes no les permi ti ría disponer de otros objeti v os en la i nte­
racción con los demás que vaya más al lá del robo. El robo se presenta
como la prueba defi nitiva de la fal ta de civi smo con la que cuentan los
i n m i g rantes. El respeto a l a propi edad pri vada se entiende como un
pri ncipio básico del proceso ci v i l i zatorio, y se considera que las per­
sonas pobres e inmi grantes tienen como único obj eti vo el robo, com o
si se tratase de suj etos del i ncuentes que de ningún modo pueden te ne r
atracción ni deseos sexuales. Se les asi gna una categoría única, i n a-
Maricas, moros y sidosos ----
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mov i ble, plena y absol uta. «Quien va a hacer cruising sabe perfecta­
mente quién es chapero10 y quién no. Tú ves en la zona de crui si ng a
un árabe y casi seguro que es chapero. El árabe no va por i ntercambio,
sino que v a a ganarse la v i da» . La presencia de i n m i grantes, especial ­
mente marroquíes, en l as zonas de crui s i n g es perci bida como una
presencia i nteresada económi camente, entendiendo así que las perso­
nas inm i grantes no pueden frecuentar el parque para sati sfacer sus de­
seos sexual es como lo hacen otros participantes. Su fi gura está repleta
de segundas i ntenciones que siempre son cuestionadas y son obj eto de
duda. Como si l as personas inmi grantes no pudiesen tener una sexua­
l i dad madura, y asumi endo que sus necesidades económ icas les l l evan
a las acciones más aberrantes del parque.
Otra de l as atri buciones que se acostumbra a hacer a las personas
i nmi grantes es su fal ta de hi giene, normalmente rel acionado con sus
patrones culturales y biológicos. Al gunos partici pantes aluden al mal
olor como la j ustifi cación para negar su interacción sexual con perso­
nas i nm i grantes .

Ese moro tiene u n trancazo así [hace gesto exagerado con l a s manos] .
Pero yo no se Ja he chupado, he estado dos veces con él, pero al acer­
carte pega una olor muy fuerte. Es el olor de su piel , igual que Ja de Jos
negros [ . . . ] entras a una discoteca y si hay negros tienes que ponerte Ja
mascari lla.

A l gunas de l as personas i n m i grantes forman parte de un col ecti vo


convertido en fetiche. Los negros y los moros son adm i rados por una
supuesta grandeza de sus atri butos geni tales y sus dotes sexuales. S i n
embargo, la fi gura d e l negro o d e l marroquí funciona como fetiche
i magi nari o que normal mente, en las zonas de cruising, se queda en la
i m agi naci ón, y raramente traspasa la frontera de raza para conv erti rse
en real idad . Los prej uicios sobre las personas inmi grantes tienen ma­
yor fuerza que el j uego fetichi sta que representan , a pesar de que l os
negros estén en m uchas de l as representaciones sexuales de la homo­
sexual idad por sus dotes sexuales. Así es, por ej emplo, en la porno­
grafía. La rel ación sexual con i nmi grantes solo se establece cuando

1 0 . Por chapero se entiende en la subcultura gay aquellas personas que ejercen la


prostitución masculina con otros hombres.
1 94 ____ En tu árbol o en el mío

exi ste un marco social que garantice que se trata de una relación mar­
cada por el paradigma occi dental , es decir, cuando se puede compro­
bar que, a pesar de ser negros o árabes , disponen de suficientes recur­
sos económi cos y comparten el esti lo de v i da occidental . Aunque l os
hom bres negros sean un feti che, solo se convi erte en parej a sexual
cuando su capital económico y cultural les permi ten hacerse v i s i bles
en espacios sociales normal i zados para la interacción homosexual . Lo
que permi te eroti zar determi nados cuerpos no son úni camente v alo­
res corporales, s i no que tam bién sociales, cul tural es y económi cos
( Green , 2008 ).

¿ T ú sabes cómo están d e buenos? ¿No has follado con ningún negro?
Pues no has probado el caviar (Hace gesto con la mano señalando que
tienen una polla muy grande). Pero hablo de negros americanos l i m­
pios, no de los que hay aquí guarrindongos. Los negros huelen diferen­
tes, pero el Kevin (un negro norteamericano) cuando se desnudó olía a
rosas y, como olía bien, le follé, le comí el culo y le chupé todo. Me
mintió, porque me dijo que era virgen y no era verdad. Los negros son
mentirosos. Eso sí que es verdad. Mienten. Les gusta mentir. Pero este
tenía un buen culo y una buena polla. No podía parar de metérmela en
la boca.

Podríamos interpretar, según este comentario, que l os negros «están


buenos» , pero hay que hacer una di stinción entre aquel los con los que
se puede fol lar, porque ya han adqui ri do nuestros hábitos culturales
(son l i mpios como nosotros), y los «guarri ndongos» , que son aquellos
veni dos de Á fri ca y que todav ía no se han adaptado a la normal idad .
A estos últi mos es mej or no acercarse. «La negra está muy buena,
pero echa un olor que no te puedes acercar» , aseguraba otro partici ­
pante hablando de un hom bre que suele frecuentar la zona de cruising.
La cuestión del olor es si gnificati va tam bién en otro sentido, ya
que más al lá de l os olores corporal es, al gunos partici pantes despren­
den un fuerte olor a al cohol . El hecho de asi stir a las zonas de cruising
cuando se está borracho o d rogado, puede serv i r como excusa non
compos mentis, 1 1 es deci r, que estaba al l í teniendo sexo con hombres
porque no sabía lo que hacía. Flowers y otros autores consi deran que

1 1. Desposeído de sus facultades mentales.


Maricas, moros y sidosos ----
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el «estaba borracho» puede representar una j ustificación cul turalmen­


te aceptable q ue absuelve al sujeto de la esti gmatización de la act i v i ­
dad que l l ev a a cabo ( Flowers et al., 1 999, p. 489). Por otro lado, es
i nteresante acercarnos a la propuesta de Paul Johnson ( 2008) en su
anál i s i s de l a eroti zación de l os chavs 1 2 entre la pobl ación gay de In­
gl aterra. El autor, a partir de un bri l l ante anál i s i s defiende la idea de
que, en real i dad, la uti l i zaci ón del chav como suj eto homoerótico no
dej a de ser una representación que no se desea, de la que solo se sim­
bol i zan los atri butos sexuales, pero que en real idad mantiene el sesgo
de clase. Podríamos pensar que, en el caso de l a homoeroti zación de
l os negros , pasaría al go s i m i lar. Se representan como suj etos con ex­
cesos sexuales y por ello objeto de deseo pero, sin embargo, este he­
cho no es suficiente para i ncorporarl os y establecer rel aciones de
i gualdad con ellos. Los criterios racistas superan los fetichi stas .
A los marroquíes se les asocia con el m undo de la prostitución en
l as zonas de i ntercambio sexual anónimo. Al gunas personas , normal ­
mente aj enas a la práctica del crui sing, consideran que los marroquíes
q ue van a las zonas de crui sing lo hacen para ej ercer de chaperos. S i n
embargo, ni en e l parque d e Montj ui·c , n i e n Gava ni tampoco e n Sit­
ges he podido v erificar esta afi rmación tan extendida. Bien es ci erto
que en ocasi ones puntuales y de manera suti l pueden darse situaciones
en l as que tras l a i nteracción sexual también se produce al gún inter­
cam bio monetari o, pero se trataría de un hecho puntual , q ue no se
produce úni camente con los marroquíes y ni mucho menos tan gene­
ral izado como para resultar si gnifi cati vo ni defi nitorio del ti po de ac­
ti vi dad que l levan a cabo los marroquíes al lí.
A pesar de esta percepción del inmi grante como una característi ­
ca con naturaleza propi a, es necesario apuntar que la categoría i n m i ­
g rante es u n a categoría m uy heterogénea. B ajo este rótulo se recoge a
p oblación con orígenes terri torial es y cul tural es muy diversos y que
no comparten otro elemento que el hecho de proceder de otro l ugar
del que resi den y de di sponer de pocos recursos económi cos en el

1 2 . Chavs es la palabra que se utilizar en Inglaterra para hacer referencia a un grupo


de jóvenes estereotipado de la clase trabajadora del país. En el caso del Estado español
podríamos hablar de los estereotipos «garrulo» o «pol igonero» como un sinónimo,
salv ando las diferencias culturales, de lo que en Inglaterra se llama chavs (ver Jones,
2 0 1 2).
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_
__ En tu árbol o en el mío

nuevo emplazamiento (ver Aramburu, 2002) . A l o largo del capítulo,


me he tomado la l i cencia de estructurar los criterios de clasificación a
parti r de los que se sugi rieron en las di sti ntas conversaciones manteni ­
das con l o s participantes. Soy conocedor d e que este lenguaj e clasifi ­
catori o no sería aceptado en otro tipo d e presentación etnográfi ca,
pero en este caso resul ta úti l para di buj ar un mapa de la estratificación
social dentro de la zona de cruising.
Normal mente, se tiende a general izar con l a i n m i gración, pero
en real idad no todos los inmi grantes son perci bidos de la m i sma ma­
nera. Los marroquíes son el grupo más desvalorizado en l as zonas de
cruis ing: se les atri buyen constantemente acti v idades del i ctivas y se
les niega la i ntención de sati sfacci ón de necesi dades sexuales como
cual quier otro de los asi stentes. Se consi dera que siempre están al l í
por algún m otivo extraño y di gno de i nspecci ón. Otro de l o s grupos
más esti gmati zados por su ori gen es el de los paqui staníes, los cuales
tam bién son perci bidos negati vamente por una buena parte de los par­
tici pantes. En este caso, no se les asocia con acti vi dades del icti vas ,
pero sí se les ve como molestos por su constante i nsi stencia en hacer
voyeri smo. Además, es un grupo social que tiene asoci ado también el
esti gma de la edad y son percibidos y deval uados en tanto que v i ejos
y inmigrantes. Pero no todas las personas inmi grantes están i gual men­
te esti gmati zadas : normal mente, l as personas de ori gen lati noameri ca­
no tienen un grado de aceptación mayor y sus interacciones sexuales
suelen ser mucho más efi caces e inmediatas.
Un anál i s i s de estas característi cas corre el pel i gro de parti r de
una mi rada reduccioni sta y no dar cuenta de las relaciones que se es­
tablecen entre los grupos sociales esti gmati zados dentro de la zona de
crui si ng. Es deci r, a pesar de que los i nmi grantes, en general , estén
esti gmati zados, tam bién en l as zonas de cru i s i n g exi ste un segundo
valor que regula la jerarquía de las oportunidades sexuales. Se trata de
la edad . Las personas mayores son perci bidas como mol estas . Y con­
forman un grupo poco deseoso.

A mí antes me gustaba mucho el Parque de Glorias, pero iba siempre


drogado. ¿Sabes? Cuando iba a glorias i ba drogado. Llegaba puesto en
plan, ¡ Quiero follar ! , ¡ Quiero follar ! , ¡ Quiero fol lar ! Y a las horas que
iba pues me encontraba la mejor fauna que te puedes imaginar [ . . . ] y
cuando llegaba había siempre viejos, cuatro viejos que no te dejaban en
Maricas, moros y sidosos ----
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paz, que te perseguían todo el rato, hasta el punto que tenías que decir
- ¡ fuera ! , ¡ Dejadme en paz !

La edad avanzada reduce notabl emente las oportunidades sexuales y


hace que m uchas de las personas mayores de l as zonas de crui si ng
reduzcan su acti v idad sexual a m i rar cómo los otros mantienen rel a­
ci ones o a i nteractuar con otros tam bién deval uados, es deci r, con
otros mayores, o con i nm i grantes, o con cuerpos poco deseados. Por
lo tanto en las zonas de cruising exi ste también lo que podemos l l amar
cadena de esti gmatización, en l a cual los nacionales consideran a los
i nmi grantes como el otro, mientras que inmigrantes desi gnan a los vie­
j os como el otro.
Las zonas de cruising son espacios de « l i goteo» de baj a exi gen­
cia, en la medida en que no es necesari o arregl arse, i n v i tar a nadie a
una copa, ni requieren de una inversi ón económica para la sati sfacción
de los deseos sexuales con desconocidos. El tipo de ropa de los usua­
ri os, a diferencia de otras zonas para la interacción sexual , como bares
o di scotecas , no suele ser obj eto de i nterés para el resto de partici pan­
tes . Las personas acostumbran a ir con ropa de cal l e , s i n arreglar o
i ncl uso con la ropa de trabajo. No es necesario uti l i zar perfumes , sino
que l os partici pantes suelen l l evar ropa cómoda, y poco l l amati va.
Rara vez se puede observar a personas que van a las zonas de crui sing
con prendas de fiesta, solamente en el caso de que no hayan podido
l i gar en l a di scoteca y se presenten en la zona de crui sing como último
recurso. Es probable q ue en al gunos de l os l ocales reservados para el
públ i co gay no dej arían entrar a aquellos que tienen una imagen como
la que exhi ben algunos de los que acostumbran a hacer crui sing.
En ocasi ones , se presentan al gunos partici pantes con ropa depor­
tiva: mal las, cami seta de deporte, zapati l las de atleti smo. Se trata de
corredores que aprovechan la parada antes de volver a casa para poder
l l evar a cabo el j uego sexual , aunque otros no van a hacer deporte,
s i no que uti l i zan esta estética por tres m oti vos fundamental mente:
para pasar desaperci bidos entre los v i andantes del parque ; para resul­
tar más atractivos, ya que l a estética deporti sta se asocia a l a mayor
capacidad físi ca y v i ri l i dad ; y fi nal mente , para sal i r de casa con una
excusa que no cree sospechas en su núcleo de con v i v encia. Al gunas
de estas personas que van con ropa deportiva no tienen ni ngún si gno
de haber real i zado un esfuerzo físico. Este hecho l l eva a pensar que se
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_ En tu árbol o en el mío

trata de personas que uti l i zan el deporte como un elemento de ocul ta­
miento de los i ntereses reales de visitar el parque de Montj uYc.

Amor, deseo y ami stad

Al i gual que en otros escenarios sociales, en l as zonas de crui s i n g


existen al gunas categorías consti tuti vas de deseo y otras que no l o
son . U n a persona con u n a presenci a j uvenil y mascul ina que m uestra
una pol l a de gran tamaño, tiene más faci l i dad para la obtención de
resul tados i n mediatos y para la sati sfacción del deseo sexual . Por el
contrario, una persona mayor, rol l i za o i nm i grante tiene mayores difi ­
cul tades para formar parte d e un j uego sexual y, e n al gunas ocasiones,
debe conformarse con una acti v idad voyeur. En la medida en que las
personas se hacen más mayores dej an de ser obj eto de deseo tam bién
en las zonas de crui sing e , i ncl uso, en al gunas ocasiones, pasan a ser
perci bidas como personas molestas que no tienen nada que aportar al
j uego sexual .
La act i v i dad del crui s i n g se asocia con la idea de sexo rápi do,
fáci l , sin obl i gaciones . A hora bien, para una buena parte de los usua­
rios, el sexo i mpersonal no se considera cual i tati vamente mej or que el
sexo personal , sino que se trata de un sexo más conveniente ( Weing­
berg y Wi l l i ams, 1 975 , p. 1 25 ) . A l gunos partici pantes de las zonas de
crui sing van al lí por morbo y faci l i dad de acceso al sexo; si n em bargo,
otros reconocen que prefi eren otras formas de sexo, pero dadas sus
circunstanci as no pueden acceder a ellas. En este sentido, algunos
usuari os consideran que lo que están haciendo es una acti v i dad a la
que deben acud i r por sus ci rcunstancias particul ares, pero de la que
rehui rían si se encontrasen en otra situación como l a que supondría
tener pareja, di nero para partici par del circuito comercial gay o v i v i r
fuera del armario . Casi ni ngún partici pante se s iente orgul loso de lo
que hace. Están al lí, fundamental mente, hasta que encuentren una pa­
reja o se produzca algún cam bio en sus circunstancias que les permita
encontrar otras vías de acceso al sexo. La mayor parte de los practi­
cantes del crui sing vive s u participación en esta acti v idad como un
acontecimi ento ci rcunstancial que les ha l levado a i nm i scui rse en el
parque ante la ausencia de otras al ternati vas pos i bles.
Maricas, moros y sidosos ----
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Así, al i gual que en la sociedad madre, la idea de parej a y amor


romántico invade el i magi nario de buena parte de los partici pantes,
que proyectan su futuro al l ado de una parej a con la que ser fel i ces y
buscar la aceptación social . S i n em bargo, m uchos no pueden hacerlo
porque se consideran heterosexuales, porque están dentro del armario,
porque su com uni dad no lo aceptaría o porque son objeto de rechazo
social por el conj unto de la población.
A pesar de este deseo de pareja, pocos son los partici pantes que
se aventuran a buscarla en l as zonas de cruising. Este tipo de espacios
no son v i stos como l u gares en los que encontrar un buen nov io. Los
usuarios no van a l as zonas de crui sing a conocer gente , sino que van
a fol l ar. Aunque la idea de parej a esta presente, el l ugar donde buscar­
la sería otro. 13 «A mí me gustan los chicos, pero no como los que vie­
nen aquí» , decía un partici pante. Pero, además , en este caso, también
cont inuaba manifestando abi ertamente que desearía tener un nov io
que no conociese l as zonas de cru i s i ng, ya que quería cumpl i r con el
pri ncipio de fidel idad y los hom bres que i ban a l as zonas de crui si ng
eran menospreci ables por di sol utos . Otro partici pante afi rma que:
«Esto es sexo puro y duro. Porque quien espere encontrar aquí su prín­
c ipe azu l , no lo va a encontrar. Como no sea por casual i dad. A ver,
dejemos un dos por ciento a l a casual idad . Por aquí l a mayoría v i ene
al aquí te pi l l o y aquí te mato. Y adiós » .
El reconoc i m i ento de la parej a como el mej or espacio para e l
sexo es u n a i dea compartida por u n a buena parte de l o s usuarios, aun­
que no por todos. Los di scursos sobre la fidelidad son muy vari ados .
A l gunos de los partici pantes consideran que la fidel i dad es un val or
absol uto y necesario para el funcionamiento correcto de una relación
en pareja. Así l o i ndicaba un usuario que estaba casado con una muj er
a la que le era i nfi el con otros hombres en el parque. La fidel idad a su
mujer era un elemento secundario ; a quien consideraba que debía ser
fi el era en real idad a sus posi bl es parej as mascul i nas, ya que su muj er
era s i m plemente una tapadera por la que no sentía ni ngún amor ni
aprecio, y por l o tanto no necesitaba serle fiel .
S i n em bargo, otros partici pantes son más flexibles y creen que la
relación abierta es la más idónea para las parej as homosexuales.

1 3 . Cabe señalar que a pesar de que la mayor parte de las personas no ven las zonas
de cruising como un lugar para encontrar pareja, algunos hombres si que lo han hecho.
200 ____
__ En tu árbol o en el mío

Entre dos tíos lo mejor es la pareja abierta. Ser l i berales. En la cama


haces el amor con tu pareja pero l uego haces escapadas para pegar un
polvo. Aquí se fol la y con tu pareja haces el amor. ¡ Que es bien distin­
to ! Aquí se viene a fol lar, no a hacer el amor. Se viene a desahogarse,
no a dar cariño a nadie.

La separación entre sexo y amor es habitual para una buena parte de la


población homosexual , q ue reconoce que puede i r unido pero que no
necesari amente tiene q ue ser así. Se puede tener m uy buen sexo si n
amor, y amor con poco sexo. Por lo tanto, el hecho de tener pareja no
siempre es un obstáculo para poder v i s i tar las zonas de crui sing. Para
al gunos es una necesidad ante la fal ta de sexo con la pareja.

Y o tengo mi pareja desde hace muchos años, ahora ya estamos casados


y todo, pero él tiene que tomar una medicación y la cosa ya no le fun­
ciona. Entonces yo tengo que hacer algo, ¿no? También me tengo que
desahogar, por eso vengo aquí, a echar la cañita.

En las zonas de crui sing, todos los usuarios consideran que lo que se
va a hacer al l í es una acti v idad sexual sin amor, en la cual el obj etivo
fundamental es sati sfacer los deseos sexuales propios. Y aunque algu­
nos partici pantes reconocen que exi sten otros escenarios sociales para
un sexo más sati sfactori o, son numerosos los relatos sobre sexo pla­
centero en las zonas de crui sing. «Uno no conoce a quién toca, azota o
se la mama, pero siente adoración por él » (Tattelman, 1 999, pp. 88-
89) . Es decir, a pesar de que l as zonas de cruising son perci bidas como
l u gares deni grantes, al gunos partici pantes encuentran en ellas expe­
riencias sati sfactori as que permanecen en s u recuerdo. «He tenido
abrazos preciosos en la zona de crui sing. Y o fl i po con eso, a v eces me
fascina». Las zonas de crui sing permi ten construi r narrati vas del pla­
cer que perduran en l a memoria de qui enes han di sfrutado de l a expe­
riencia. Michael Celse ( 1 995 , p. 243 ) admite q ue se trata de la única
vía de escape para m uchas personas homosexuales que son i ncapaces
de aceptar su deseo y afecto por otros hom bres . S i n embargo, plantea
que el sexo anón i m o recurre a di scursos relacionados con la pureza
sexual . Para el autor, se trata de una acti vi dad que opera baj o la di sti n­
ción entre los senti mientos y el sexo, convi rti endo así al compañero
sexual un suj eto i ndiferente , un i nstrumento que da placer sin más . En
Maricas, moros y sidosos ----
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-- 20 1

este sentido, sugiere que se trata de prácti cas q ue reproducen un cierto


grado de homofobia ya que «fol lar con un tío es algo repugnante si se
trata de amor, pero en última i nstancia, puede resultar aceptable si no
es nada más que sexo» (Celse, 1 995 , p. 243 ) .
Aunque la práctica de cruising s e caracteri za por la acti v i dad se­
xual con personas anónimas y desconocidas, exi sten al gunos usuarios
que son partici pantes habitual es, que v i sitan el espacio de forma regu­
l ar e i ncl uso diaria. Este hecho es s i gnificati vo, ya que se trata mayo­
ri tariamente de personas q ue solo manti enen v i da sexual dentro de l a
zona d e cruising. Los partici pantes habi tuales acostumbran a s e r cono­
cidos por el resto de usuarios, ya que su presencia conti nua en el par­
que no pasa desapercibida. El conocimiento sobre ellos es mucho más
ampl i o que sobre otras personas que acuden de forma menos frecuen­
te, dado que su rei terada presencia es una constante fuente de i nforma­
ción que el resto de l os usuarios i nterpreta y resignifica. S i n embargo,
se trata de un conocimiento que no i nunda el plano de lo personal ni lo
i denti tario ya que, al i gual que el resto de parti ci pantes , no suelen
ofrecer más i nformación que la que se transmite a partir de l os j uegos
corporales y la comunicación no verbal .
En los l ugares con menor afl uencia de parti c i pantes, como la
pl aya de Gava, l os usuarios habitual es pueden l legar a conformar un
grupo que mantiene una red de ami s tad clandesti na. En el caso de
Gava, se trata de ci nco a siete personas que manti enen una relación de
ami stad en l a zona de cru i s i n g desde hace tiempo. Se reúnen a las
afueras del bosque mientras esperan la l l egada de nuevos partici pan­
tes ; este momento de espera es idóneo para el i ntercambio de i nforma­
ción y de experiencias manteniendo el anonimato. Se trata de un gru­
po que guarda diversos secretos m utuos , ya que algunos de ellos están
casados, otros ti enen pareja, un trabaj o o una red social que puede
verse perj udicada si se conociese su partici pación en esta acti vidad. El
cruising es su secreto compartido. En el parque de Montjui'c también
exi sten algunos grupos de conocidos, pero es menos frecuente y mu­
cho menos si gnificati vo.
La gran mayoría de los participantes no uti l i za las zonas de crui­
s i ng como l ugares para hacer ami gos porque ya ti enen una red social
fuera. S i n em bargo, otros han podido hacer confesiones que nadie
sabe, el anonimato permi te expl icar l o i nexpl i cabl e. En este sentido,
un usuario expl icaba que en el parque había podido comparti r confe-
202 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

si ones y dudas muy ínti mas s i n verse interpel ado. Es muy probabl e
que este punto de v i sta pueda ser com partido por otros usuari os que
no dispongan de una red soci al fuerte y comprensiva respecto a sus
deseos sexuales. «V i v í un duelo muy fuerte, una ruptura de parej a que
me dol ió mucho y me i ba al parque todas las noches. Lloraba y un
chico me escuchaba. Me ayudó un montón. »

Sexo s i n identidad

No es posi ble construir un perfi l de usuario de zonas de crui sing por­


que exi sten diversos factores que se sobreponen los unos a los otros y
que combi nados pueden dar lugar a un s i n fi n de resultados , por lo que
es mucho más s ugerente tomar la idea de comunidad de práctica para
referi rnos al conj unto de personas que partici pan en la zona de crui­
sing. Esta noción fue planteada por Eti enne Wenger ( 1 998) como un
i nstrumento v i nculado al aprendi zaj e compartido, pero que ha sido
extendido a diversos anál i s i s en ciencias sociales y, en este caso, nos
puede serv i r para acotar a los practicantes del crui sing.
Wenger (/bid. ) considera que una comunidad de práctica es un
conj unto de personas que com parten unos i ntereses si m i l ares y unas
competencias compartidas, que di sti nguen a los miembros de l a co­
munidad de otras personas. A punta que para formar parte, no es nece­
sario únicamente tener i ntereses en común, si no que también se debe
i nteractuar con los otros miembros para el aprendi zaj e compartido.
Los usuarios de las zonas de crui sing son partici pantes de una comu­
nidad en la que se desarrol lan un repertori o de recursos y herrami entas
para conduci r a la interacci ón sexual con otros hom bres desconocidos .
Al fi n y al cabo, lo que les une a todos los partici pantes es una práctica
compartida basada en un i nterés compartido. En las zonas de cruising,
los partici pantes son una comunidad de práctica en la medida en que
comparten un espacio, unos i ntereses y una práctica con sus respecti ­
vas normas asociadas. «Ser un exi l i ado conduce a adoptar modos de
vida com parti dos con quienes v i ven el m i smo exi l io, a v i v i r en una
forma de soci edad , de cul tura com partida con el l os» ( Eribon, 2004
l200 1 ] , p. 1 30). A unque la práctica del sexo anónimo tiene un carácte r
tem poral y l i m i tado al transcurso en que se l leva a cabo la activi dad ,
Ma ricas, moros y sidosos ----
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no se trata de una comunidad de aprendizaje, aunque la práctica del


crui sing se enseña y se aprende, tampoco tiene ni ngún i nterés en con­
ti nuar con el v ínculo después de concl u i r con el obj etivo fi nal . Se trata
de una com unidad donde los modos de organi zación básicos son s i m i ­
l ares e n l o s diferentes espacios públ icos donde se l leva a cabo el ej er­
cicio. Los partici pantes comparten unos intereses y una misma opre­
sión: la homofobia.
Ahora bien, a pesar de la ampl ia experiencia homofóbica, no ne­
cesari amente se produce una sol i daridad pol ítica. Es perfectamente
pos i bl e l a coexi stencia de racismo, estratificación social y sesgo de
cl ase con el deseo homosexual . Es necesario preguntarnos si al hablar
de comuni dad gay como categoría y como realidad social estamos in­
v i si bi l i zando los procesos de construcción de hegemonía y subalterni­
dad que se dan entre los hom bres que desean a otros hombres ( V i l l aa­
m i l y Joci les, 2008 ) . Es hora de aceptar que se puede ser gay y racista
a la vez, que la com uni dad homosexual tam bién conforma al gunos
ej ercicios de excl usión que segregan y diferencian los cuerpos desea­
bles de los que no lo son. Cualquier asi gnación i denti taria a partir de
una única práctica sexual resultará problemáti ca en la medida en que
no tenga en cuenta otros val ores que se entremezclan con su propia
exi stencia como el valor etnia, edad, y clase social . La comunidad gay
no exi ste, al menos en si ngular, no exi ste una com uni dad gay capaz
de superar su relación con el medio económico y social . La noción de
comuni dad gay de n i nguna manera puede ser considerada como un
v alor neutro, que reúne s i n confl i cto a todos aquel los· hom bres que
desean a otros hombres. Aunque la idea de comunidad gay se presenta
como superadora de otras diferencias, una vez contrastadas , rápida­
mente salen a la l uz y si túan a cada sujeto en el l ugar que le toca estar,
en función de l os mi smos cri terios de clase, raza, género y edad que l o
hace la sociedad madre.

S exo y enfermedad

La cuestión de l as enfermedades de transmi sión sexual ha sido la pri n­


ci pal moti v ac ión para el estudi o del sexo anón i m o entre hom bres
(Clatts , 1 999; Fernández-Dáv ila, 2009; Frankis y Fl owers , 2009 ; Hu-
204 ____
_ En tu árbol o en el mío

ber y Kleinplatz, 2002 ; V i l l aam i l y Juc i l e s Rubio, 2008) . El sida


i rrumpi ó en el panorama social como una enfermedad mortífera que
cambió l os hábitos sexuales de los homosexuales de n uestros días
( Huber y Kleinpatz, 2002) . Se trata de una enfermedad que dejó, y
conti núa dej ando, un si nfín de muertos en nuestras fi las, muertos que
i nequívocamente forman parte de nuestra hi storia. En este sentido, Di­
dier Eri bon defiende que:

Es preci so añadir la «melancol ía» ligada a la epidemia y la hecatombe


que ha provocado y cuya brutalidad repercute en todos nosotros. ¡ S í en
nosotros ! Pues incl uso aquellos que podrían tener la ilusión de no ser
afectados son formados de manera inevitable por estas pérdidas, por lo
que nos han privado y también por lo que nos han dejado, lo que nos
han legado ( Eribon, 20 1 2 , pp. 1 14- 1 1 5).

La homosexual idad que hoy conocemos se conforma también por l os


muertos que el sida nos consi gnó como l egado, porque «todas nues­
tras acti tudes , todos nuestros gestos, todos nuestros propósitos , de los
más cotidi anos a los más pol íti cos l levan el peso de esta herencia»
(/bid. , p. 1 1 4).
La aparición del sida l l egó en un momento en el que l as enferme­
dades i nfecciosas se consideraban derrotadas en Occidente ( V i l l aam i l ,
2004, p. 43 ) . L a sociedad moderna había conseguido v encer en e l s i ­
g l o x x a la tuberculosi s . Se había superado la enfermedad más temible
en los últi mos siglos y que se encontraba a l a cabeza de la mortal i dad
a pri ncipios del siglo xx ( Maradona Hidal go, 2009, p. 1 37). Esta bata­
l l a ganada demostraba la eficacia del modelo médico occidental . Los
avances aportados por la nueva i deología del cuerpo no solo consi­
guieron controlar l a enfermedad , s i no que tam bién promov ieron un
di scurso soberano entre los científi cos que el sida rápidamente puso
en duda.
Las pri meras noticias sobre la enfermedad a la población de a pie
l legan de la mano del artículo Rare Cancer Seen in 41 Homosexuals,
publ icado en 3 de j u l i o de 1 98 1 en el New York Times. Esta noticia
pretendía i nformar de la detección de una nueva enfermedad relacio­
nada con el sarcoma de Kaposi que afectaba a la población homo­
sexual . Los casos descubiertos rem itían a la ci udad de Nueva York y a
l a bahía de San Franci sco, aunque parece ser que tam bién se hab ía
i nformado de v ícti mas con síntomas similares en Copenhague . El tex-
Maricas, moros y sidosos -
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---- 205

to regi straba una pri mera referencia a la cuestión de la prom i scui dad
sexual de l os enfermos . Afi rmaba que se trataba de hombres homo­
sexuales con una gran acti v idad sexual , que tienen encuentros múlti ­
ples y que e n al gunas ocasi ones pueden l legar a ser d e «hasta ocho
encuentros sexuales cada noche, cuatro veces por semana» .
El artículo tam bién apuntaba al uso de drogas entre al gunos de
los paci entes como otra de las característi cas del perfi l de los enfer­
mos. Pero el periodi sta tranqui l i zaba al lector i nformando de que «El
Dr. Curran dij o que no exi ste aparentemente pel i gro de contagio en las
personas no homosexuales. La mej or evi dencia contra el contagio es
que no hay casos reportados fuera de la comuni dad homosexual o en
m ujeres».
A pesar de carecer de datos empíricos, en los pri meros días de la
enfermedad ya comenzó a gestarse el di scurso contra un grupo previa­
mente estigmati zado como portador del nuevo mal . El sida se presentó
desde el pri mer momento como una enfermedad propia de aquel l os
que tenían una conducta sexual desaprobada ( Piot y Carael , 2008 ; V i ­
llaami l , 2004, p. 42) . Este di scurso hacía del suj eto e l único responsa­
ble de la enfermedad y, por supuesto, de sus consecuencias . La causa
de la i nfección no era un v i rus s i no el esti lo de v i da temerario propio
de l a homosexual idad ( Weeks , 1 993 , p. 88). S i da y homosexual idad
se conv i rtieron en uña y carne que caminaban j u ntos hacia la m uerte, 1 4
como si las v i das gai s fuesen v i das para l a m uerte, condenadas a l a
auto-destrucción ( Eri bon, 20 1 2, p p . 1 1 5 - 1 1 6) . U n a v e z m á s , l os ho­
mosexuales morían sin razón ( Woods, 200 1 [ 1 998 ] , p. 37 1 ) .
La tesi s de la «plaga gay» ( Lupton, 1 994, p. 8) rápidamente que­
dó refutada por la aparición de nuevos casos entre hemofíl icos, hai tia­
nos y heroi nómanos. A fi nales de 1 98 3 , ya se habían regi strado 3 . 064
casos de sida en Estados Unidos, de los que habían muerto 1 292 (La­
rrazabal , 20 1 1 , p. 20) . En el Estado Español a fi nales de 1 985 se cono-

1 4. En 1 983, Larry Kramer escribió un popular artículo titulado « 1 1 1 2 y sigue con­


tando» en el periódico New York Native dirigido a la publico gay de la ciudad. Kramer
llamaba a la movilización de la población homosexual para combatir el sida ante la
aterradora situación. El autor manifestaba: «Nuestra existencia como hombres gay so­
bre la faz de esta Tierra está en juego. A menos que luchemos por nuestras vidas, va­
mos a morir. En toda la historia de la homosexual idad nunca antes habíamos estado tan
cerca de la muerte y la extinción. Muchos de nosotros estamos muriendo o ya hemos
muerto».
206 ____
__ En tu árbol o en el mío

cían 8 3 casos y en Europa un total de 2006 1 5 ( cit. Loma Dan i l ova,


1 987, p. 66).
A pesar de q ue a parti r d e 1 984 y a exi stía un abundante número
de i nfectados heterosexuales, m uchos de los artículos publ icados en la
época conti nuaban haciendo referencia a los hom bres gais como el
icono de la enfermedad . El sida se con vi rtió en uno de los pri nci pal es
temas en el ranking de noticias i nternacionales, pero, sin em bargo, no
se i nformaba a las personas acerca de cuestiones de sal ud y preven­
ción de l a enfermedad para ataj arla, sino que el sida era tratado como
mero entretenimi ento y demostraci ón del drama homosexual a una
población heterosexual que se sentía i nm une a la enfermedad ( Lup­
ton , 1 994, p. 8; Usi eto, 1 987; Watney, 1 993 [ 1 988 1 ) . El v i rus se cri s ­
tal i zaba como u n a especie d e declaración a l a soci edad «normal » de
las consecuencias de la promi scui dad homosexual , lo que l l evó a la
construcción de un ecuación en la que homosexual i dad era i gual a
sida16 ( V i l l aami l , 2004, p. 44) , cuando sida, a su vez, era i g ual a m uer­
te. 17 El sida era percibido como el deveni r inevitable para aquellos que
escapan de la d i al éctica heterosexual , fam i l i ari sta y monógama
( Guasch, 1 995 [ 1 99 1 ] ; Rubi n , 1 989 [ 1 984] ; V i l l aam i l , 2004; Weeks,
1 993 ) .
L a comercial i zaci ón del pri mer test d e detección d e l o s anticuer­
pos se produj o en 1 985 . Esta prueba permitió realizar un diagnóstico
precoz de l a enfermedad con el propósito de i ntentar avanzar en el
tratamiento. S i n embargo, no dejó de suscitar al gunas controversias
relati vas a su comercial i zación. La puesta a l a venta de l a prueba del
sida v i no acom pañada de una demanda del Instituto Pasteur de Fran­
cia a Estados Unidos en la que recl amaba l os derechos del descubri ­
miento. En 1 987, se resol v i ó el confl icto mediante la aceptación del

1 5 . Según datos de ONUSIDA, la organi zación de la ONU para la prevención del


sida, en el año 20 1 1 hay trei nta y cuatro millones de personas en el mundo que viven
con el VIH, con una tasa de prevalencia del 0,8 por 1 00.
16. Es preciso apuntar que no todos los segmentos de la población han construido
esta relación de forma exclusiva, sino que han establecido las asociaciones simbólicas
a la enfermedad en función de sus experiencias. Así, por ejemplo, los americanos afro­
descendientes asociaron el vi rus fundamentalmente al consumo de drogas inyectables
(Capitanio y Herek, 1 999; Fullilove y Full ilove, 1 999; Herek, 1 999)
17. Uno de los colectivos más influyentes y extendidos a nivel mundial en la l ucha
contra el sida, ACT UP, hizo del lema «Sida = Muerte» su grito particular para reivin­
dicar los derechos y sol uciones para las personas infectadas.
Maricas, moros y sidosos --
---- 207

ca-descubri miento entre Francia y Estados Unidos y los beneficios se


reparti eron al cincuenta por ciento (ver Larrazabal , 20 1 1 , pp. 22-23 ) .
E n l os años noventa del s i g l o x x , después d e d i e z años d e
tragedia,18 e l sida pasó a concebi rse como una enfermedad crónica y ,
por pri mera vez, s e ofrecieron estrategias efectivas para su tratami en­
to. No obstante, homosexuales, consumi dores de droga por v ía paren­
teral y trabaj adoras sexuales se consol idaron como «grupos de riesgo»
en el i magi nario colecti vo y como portadores y transmi sores del v i rus.
De manera que la pertenencia a estos colecti vos constituía una margi ­
nal idad multipl i cada, lo que provocaba una sospecha constante en las
relaciones sociales con estos grupos .
A fi nales de los noventa, una gran parte de la población europea
ya sabía d i stingui r entre homosexual es a los que respetar porque a
pesar de desear a personas de su mismo sexo conformaban parej as
estables, evadían la promi scui dad y se i ncorporaban a las di námicas
del mercado de consumo, y los homosexual es a los que descal ifi car,
por su i rreverencia sexual , su prom i scui dad y su desi nterés por el
cumpl imiento de la norma social . El j uicio sobre l os comportamientos
sexuales de l os gai s era una de l as claves para i ntegración social del
colecti vo, de manera que las prácticas promi scuas y los gai s no empa­
rejados se mantuv ieron en los di scursos del riesgo.
En l a pri mera década del siglo XXI, l a cuestión del sida ha pasado
a tener un papel residual en gran parte del i m agi nario gay. Una espe­
cie de ol v ido i nteresado ha hecho del sida un acontecimiento del pasa­
do aparentemente desconectado de la real i dad de hoy. A pesar de las
al armantes cifras sobre prevalencia del V I H entre hom bres que tienen
sexo con hombres (ver Foch et al. , 2005 ; Folch et al. , 20 1 O) , la cues­
tión de la i nfección parece carecer de i nterés. Una de las expl icaciones
de este hecho es la mej ora en la cal idad y la esperanza de vida de las
personas i nfectadas , gracias a la apl icaci ón de tratamientos más efec­
ti vos contra la enfermedad . Pero también el bagaj e esti gmatizador que
acompaña al sida ha obl i gado a l os homosexual es a intentar desha­
cerse de la carga social que com porta para el colecti vo, por lo que las

1 8 . Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en España se registraron 4 ca­


sos en 1 982, 5 1 en 1 984, 497 en 1 986, 2.275 en 1 988, 3.945 en 1 990, 5.088 en 1 992,
7.47 1 en 1 994 y a partir de 1 995 comenzó a disminuir el número de personas infecta­
das por el V I H .
208 ____
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__ En tu árbol o en el mío

discusiones relati vas a la salud sexual han quedado fuera del di scurso
que encarna el esti lo de vida gay, que se ha construido entorno al ac­
ceso al consumo y a un oci o alejado de las responsabi l i dades. Ni ngún
grupo social qui ere em parentarse con el sida ni que este forme parte
de su aj uar particular.
El estigma y la excl usión son difícil mente rei vi ndicables. Es por
ello por lo que un buen número de gai s se afanaron en rom per la rela­
ción entre homosexual idad y sida pasando a hablar de «prácticas de
ri esgo», y rechazando la noci ón de «grupos de riesgo» que se venía
uti l i zando desde los años noventa del si glo xx. De esta manera, se
pretendía hacer v i si ble la real idad de que ni todos los gay son seropo­
sitivos, ni todos los seropositivos son gai s .
Difíc i l mente podemos eval uar l o s resul tados d e esta pol íti ca,
aunque es posi ble q ue haya contri buido a la i ntegración social de una
buena parte de l a población gay. Sin embargo, encierra al menos dos
problemas fundamental es q ue deben ser di scutidos.
El pri mero de el los es que traslada al i nd i v i duo la responsabi l i ­
dad única y defi ni tiva d e l a i nfección . E s decir, cada suj eto es respon­
sabl e de sus prácti cas y, por lo tanto, de l as consecuencias de lo que
hace . S i n embargo, diferentes estudios adv ierten de la necesi dad de
tener en consideración los contextos sociales y culturales para la trans­
m i s i ón del VIH (Giami y Dowsett, 1 996 ; Parker y Aggleton , 2003 ;
Ríos et al, 2009; V i l laam i l y Juci les, 2008 ) . En un contexto de hosti l i ­
dad y control d e l as sexual idades n o normati vas, l as personas pueden
preferi r prestar atención a otras necesidades sociales en detri mento de
la práctica del sexo seguro ( Franki s y Flowers, 2009; Fernández-Dáv i ­
l a , 2009) . E s decir, l a s personas asumen diferentes com portam ientos
en función del orden social en el que se encuentran . Los discursos
preventi vos han centrado su atención en las prácti cas concretas e indi­
v i dual i zado el comportam iento sexual . S i n embargo, los homosexua­
les no nos i nfectamos únicamente por lo que hacemos, sino que tam ­
bién por el esti gma social que obl i ga a m uchos hombres que tienen
sexo con hombres a buscar el ocultamiento y l a i n vi sibil idad por enci ­
ma de la atención a la sal ud. Así, la diferencia con respecto al model o
hegemónico, es un factor de riesgo ante el VIH. La homofobia es uno
de los pi lares para la i nfección de la enfermedad.
La noción de prácti cas de riesgo conlleva un segundo problem a,
que es que se trata de una afi rmación que niega la evidencia de que lo s
Maricas, moros y sidosos -
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homosexual es tienen un mayor índice de preval encia que otros grupos


sociales en rel ación al V I H . 1 9 Los estudios médicos han demostrado
q ue la prácti ca de sexo anal comporta mayores riesgos que otro ti po
de prácti cas sexuales para el contagi o de la enfermedad . Y el sexo
anal es , preci samente, una de las prácticas más habi tual es entre la po­
blación homosexual , por lo tanto el ri esgo de contagio tam bién es ma­
yor. Pensar que todos somos i guales ante el sida es i nv i s i bi l i zar una
real idad que obl i ga a toda la sociedad , pero especialmente a l os gru­
pos afectados a tomar partido en la experi encia del v i rus. Porque, a fi n
de cuentas , no todos somos iguales ante el sida ( V i l l aam i l , 2004).
El sida es una cuestión científica, pero también pol ítica. Ha mar­
cado un antes y un después en los estudios sobre sexual idad y ha sido
el pri nci pal argumento para mantener el asedio contra homosexuales,
prosti tutas y drogadi ctos en el último cuarto del siglo xx y pri ncipios
del siglo XXI. El sida hizo v i si ble la comuni dad homosexual a la socie­
dad heterosexual (Guasch, 1 995 [ 1 99 1 ] y V i l l aam i l , 2004) . Es por ello
por l o que las vícti mas no han sido únicamente los i nfectados por el
v i rus, aunque estos se han l levado la peor parte. Las vícti mas del sida
han sido también todas las personas que conforman los grupos socia­
l es con los que la enfermedad se ha cebado especial mente.
Han sido m uchos los di scursos han hecho del sida la bandera de
su prédi ca homofóbica. El pastor evangél ico Jerry Fal wel l , caracteri ­
zado por su acti v i smo anti -homosexual en Estados Uni dos , no dudó
en apresurarse a anunciar que «El sida no solo es un casti go a los ho­
mosexuales, sino que es un casti go a la sociedad que tolera a los ho­
mosexuales» (cit. Press, 2007). Es decir, el sida (y la homosexuali dad)
es una enfermedad que invade no solo al cuerpo afectado, s i no a toda
la sociedad en general ( Sontag, 1 996) , por tanto, es la sociedad entera
quien debería poner remedio al mal homosexual , del cual el sida solo
es una consecuenci a.
La creencia del casti go di v i no como causa de la enfermedad ya
se había uti l i zado a lo l argo del siglo XIX en el caso de otras enferme-

19. Según datos del Centro Nacional de Epidemiología del Ministerio de Sanidad, se
notificaron un total de 2.763 nuevos diagnósticos de VIH a 30 de junio de 20 1 2. El 83
por 1 00 de los nuevos infectados eran hombres, frente al 27 por 1 00 de mujeres. De los
hombres, el 54 por 1 00 de los hombres tenían sexo con hombres (Centro Nacional de
Epidemiología, 20 1 2).
210 ____
_ En tu árbol o en el mío

dades venéreas como la sífi l i s . Así, por ej emplo, el doctor Monlau se


preguntaba respecto a la conveniencia del estudio de tratamientos pre­
venti vos de las enfermedades venéreas : «¿Qué sería de la sociedad si
la l uj uri a y el l i berti naj e quedasen l i bres de todo casti go orgáni co, a
favor de un sal voconducto, de un preservati vo seguro?» (cit. Castejón
Borea, 1 997, p. 77) . El creci m iento de las enfermedades de transm i ­
sión sexual a lo largo d el siglo X I X era u n o de l os i ndicadores que daba
cuenta de la ruptura de la norma sexual y las transformaci ones en la
fam i l i a y el matri monio ( Castejón B ol ea, 1 99 1 ) . Y , evidentemente, es­
tas rupturas debían tener consecuencias en los cuerpos rebeldes.
La idea del casti go toma protagoni smo de nuevo a fi nales del
s i g l o xx, entre las expl i caciones de l a pandemia, de manera que la
enfermedad se concibió como el devenir l ógico de una prácti ca con­
tra-natura. La i nfección era l a prueba de l a culpa homosexual , de la
prom i scuidad y, por l o tanto, s u consecuencia natural . Los homo­
sexuales pasaron a ser percibidos como merecedores de su enferme­
dad ( Guasch, 1 995 [ 1 99 1 ] ; Herek y Capi tanio, 1 999; Parker y Aggle­
ton, 2003 ; Sontag, 1 996, p. 98 ; V i l laami l , 2004, p. 44; Weeks, 1 993 ,
pp. 90-9 1 ). El sida dejaba al descubi erto los cuerpos cri m i nales y per­
mitía cul par a los enfermos de su padecimi ento. A diferencia de lo que
ocurre con otras enfermedades, con el sida el paciente pasa a ser cul ­
pable de la enfermedad que sufre . Pero, a la vez, el sida es una adver­
tencia para el colecti vo de una desaprobación defi nitiva de sus prácti ­
cas com parti das . De al guna manera, i ndependi entem ente de ser
portadores del v i rus o no, todos los homosexual es eran atendi dos
como seropositi vos (o futuros seropositivos). A pesar de que la enfer­
medad puede afectar al conj unto de pobl ación, en el caso de los ho­
mosex ual es, la i nfección se ve como algo propio de su natural eza,
mientras que, en el caso de l os heterosexuales, fácil mente puede ser
perci bido como un hecho accidental .
En este entramado i deol ógico, los gai s son i nterpretados como
suj etos que van en búsqueda de la enfermedad , como si la m uerte fue­
se su máximo deseo. El presidente de la Asociación Español a de He ­
mofi l ia, José Antonio Gómez, en su ponencia a la 1 Conferencia de
Información Sanitari a sobre el sida afi rmaba:

Los hemofíl icos no aceptamos en modo alguno que [ . . . J nos junten en­
cima, con los responsables pri ncipalmente y ori gen preci samente de l
Maricas, moros y sidosos ----
-- 21 1

sida [ J Los colecti vos homosexuales y drogadictos adquieren el


. . .

SIDA porque activamente participan y colaboran en el desarrollo de tal


enfermedad, mientras que los hemofílicos somos las víctimas inocentes
en los cuales rehace la enfermedad ori ginada en los grupos anteriores
(cit. Anabitarte Ribas, 1 987, p. 263).

En los tiempos en los que todav ía no podía entenderse cómo se produ­


cía la i nfección, lo que parecía unir a los col ecti vos más afectados era
preci samente su conducta desv i ada. En este sentido, cuando l a ciencia
no es capaz de expl icar lo que sucede, es l a moral l a que dicta senten­
cia de l o que está bien y de l o que está mal , lo que nos puede sal var y
lo que nos condena. Es evi dente que los debates sobre i nocentes y
culpables no l l evan muy lej os en materia de sal ud, ni tampoco resuel ­
ven los problemas sociales. Además , la búsqueda de culpables puede
acabar siendo i nfi nita y fi nal mente no expl i car nada. Cuando l os afec­
tados quieren rehusar del esti gma, la posición de v ícti ma puede prote­
gerles de otras interpel aciones. Pero, s i n embargo, no es una posi ción
que permi ta a los suj etos apoderarse de su padecimiento. Como se ha
mencionado, el esti gma no solo recae sobre la persona que l o padece,
sino también sobre aquel los con los que se asocia. El esti gma es un
atri buto extens i bl e a todos aquel l os rel acionados con el suj eto desa­
creditado ( Goffman , 2003 [ 1 963 ] ) . Es por el lo por l o que los fami l ia­
res niegan o esconden el diagnóstico de sida con la i ntención de evitar
la vergüenza y la «Cul pa com partida» que genera la enfermedad .
Aquell as personas cercanas i nfectadas con el v i rus merecen ser ocul­
tadas e invisibilizadas y pasar el duelo en sol itario. La muerte a causa
del sida es una m uerte que se tiende a s i lenciar por la di gnidad del
fal l ecido, pero también por la de l a fam i l i a ( Pi ot y Carael , 2008 ,
p. 2 1 ) .2º La mayor sol idaridad y comprom i so con un ser querido que
fal l ece por el sida es l a de di gnificar su m uerte ocultando las causas.
La fatal idad del sida parece ser una desdicha esperada por ciertos
sectores de población que permanecían expectantes ante la catástrofe,
como si el sida fuese una especie de hitlerial i smo selecti vo que da la
bienvenida a la purificación racial (Villaam i l , 2004, p. 44) . El sida dela­
taba a fi nales del siglo xx a aquel los que habían permanecido en el ar-

20. En el siglo XIX, los médicos recibían presiones para que no figurase la sífilis
como causa de muerte en lo s certificados d e defunción (Castejón Bolea, 1 99 1 , p. 245).
2 1 2 _____En tu árbol o en el mío

mario y los situaba en el centro del di scurso. Se con v irtió en una herra­
mienta de consolidación de la heterosexual idad (Guasch, 1 995 [ 1 99 1 ] ;
Larrazabal , 20 1 1 ; Rubín, 1 989 [ 1 984( ; Vil laam i l , 2004 y Weeks, 1 993 ) .
N o obstante , exi stía la amenaza de que el s i d a cruzase la l ínea
roj a y asal tase a la pobl aci ón heterosexual . Así lo refería el diari o
A B C de mediados de los ochenta: « El sida puede extenderse a la po­
blación normal y provocar una catástrofe» (Nieves, 1 985). El pri nci ­
pal temor que presenta este artículo es «que el HTLV 1 1 1 encuentre
otras formas de propagación, como el aire. Si esto l legara a suceder, el
síndrome ya no sería característico de unos determi nados grupos de
personas . El sida saltaría a la gente normal , provocando unas conse­
cuencias muy difíciles de calcular» (/bid. ) . La población había sabido
hacer una pri mera di stinción entre los sujetos suscepti bles de padecer
la enfermedad y la pobl ación «normal » , como bien refiere la noti cia
del periódico ABC. Ante esta situación, reza el artículo, «lo único que
se puede hacer es no pertenecer a ni nguno de los grupos de ri esgo y no
tener ninguna relación di recta con ni nguno de el los» (/bid. ) . Este ti po
de enunciados contribuyeron activamente a consol i dar los di scursos
más conservadores a través del reconoci miento del otro al que señala,
defi ne y excl uye. Fi nal mente, y en coherencia con la i deología casti ga­
dora de la época, el autor afi rmaba que «el sida es un pequeño mons­
truo microscópi co, producto de los hábi tos y costumbres de nuestro
siglo. Se puede deci r que lo hemos creado nosotros, que es un hijo de
nuestro tiempo» (/bid. ) . Es decir, en la m i sma l ínea que planteaba el
orador norteamericano Jerry Falwel l , el sida tam bién es presentado en
el Estado Español por el diario ABC como el producto de una socie­
dad que no ha sabido guardar l as normas morales. Una sociedad que
ha perdido el rumbo y que espera del sida una sol ución al descarrío, un
darw i ni smo social que v uelva a establecer el orden y la norma ante el
despropósito de homosexuales, prostitutas y toxicómanos .
Paula Treichler ( 1 993 [ 1 98 8 ) ) l l amó «epidemia de si gnificados»
al conj unto de di scursos que se articulaban a partir de la enfermedad .
La autora cuestiona la construcción di scursi va amparada en el di scur­
so científico que permitía determ i nar lo q ue el sida representaba a ni­
vel soci al . Esta estructura de s i gnifi cados no perm i te diferenciar lo
que es científico de lo que no lo es, de manera que tanto los di scursos
científicos como l os no científicos están cargados de ambi güedad es ,
confusión y homofobia. En este sentido el sida se construyó como:
Maricas, moros y sidosos -
--
---- 213

Una enfermedad i nfecciosa, i rreversible, incurable y fatal que amenaza


con acabar con el mundo [ . ] Un problema de salud derivado del bene­
. .

ficio y el placer. La legitimación para extender el estado a la vida priva­


da. La generación de nuevas ciencias [ . [ la plaga gay [ . ] la condena
. . . .

al celibato o a la muerte, el complot fasci sta para acabar con los homo­
sexuales y el tercer mundo, el castigo divino por nuestra debilidad, una
prueba de Dios de nuestra fuerza, el precio de la penetración anal [ . ]» . .

(Treichler, 1 993 [ 1 988] , pp. 32-33).21

Pero el esti gma del sida saltó del ám bito di scurs i v o a l as prácti cas
cotidianas a través de diferentes medidas de actuación. «Los médicos
se negaban a tratar a l os pacientes de sida y los basureros se colocaban
máscaras al recoger la basura de supuestas vícti mas del mal » ( Weeks,
1 993 , p. 88). «El Departamento de Pol icía de San Franci sco equi paba
a sus oficiales con máscaras y guantes cuando debían actuar con un
paciente sospechoso de sida . . . los conductores de autobuses l l evaban
máscaras, . . . los propietarios de v i v iendas expul saban a los i nqui l i nos
que padecían sida . . . y Bobby Campbel l , un enfermo de sida, fue en­
trev i stado en telev i sión en una cabi na i nsonorizada, para que l os téc­
nicos no tuvieran que acercarse para ponerle un micrófono» (Larraza­
bal , 20 1 1 , p. 60) .
No cabe duda de que el sida toma sentidos diferentes en función
de los contextos y de l a forma en la que afecta a cada sociedad. S i n
embargo, a menudo, el esti gma ti ende a expresarse contra los grupos
desproporci onadamente afectados por la epidem i a ( Herek, 1 999,
p. 1 1 07) . La forma más extrema de manifestación del esti gma era la
del ataque físico. En una encuesta real i zada en 1 992 a m i l ochocientas
personas con VIH, habían padecido algún tipo de violencia física el 2 1
por l 00 de ellos (Herek, 1 999, p. 1 1 08). 22 Según Gregory Herek ( 1 999)
el v i rus tiene al menos cuatro características que evocan al esti gma.
En pri mer l ugar, el esti gma está más unido a la enfermedad cuya cau­
sa se perci be como responsabi l i dad del portador. Es deci r, son los cri ­
terios morales los que establecen l as malas prácticas. Y por lo tanto, la

2 1 . Recopilación de interpretaciones que Treichler hace a partir del análisis de dife­


rentes medios de comunicación.
22. Cabe recordar que el activista sudafricano G ugu Dalamini fue apaleado hasta la
muerte por sus vecinos tras revelar su seroestatus en la televisión en 1 988 (Larrazabal ,
20 1 1 , p. 69).
2 14 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

enfermedad es entendida como el resul tado de un com portam iento


voluntari o e i nmoral . En segundo l ugar, se asocia con lo degenerati vo
y la muerte i ndependientemente de l a mej ora en el tratamiento y las
terapi as . La tercera característica que señal a Herek está rel acionada
con la percepción de pel i gro y m i edo de contagio que rodea al VIH.
Y , fi nal mente, en cuarto l ugar, exi ste una condición en la que el esti g­
mati zado pasa a ser perci bido como un suj eto que al tera la interacción
social y ocupa un l ugar de repel ente y molesto en la sociedad .
Es por e l l o por lo que el sida tam bién tiene que ser estudiado
desde las ciencias soci al es, requiere de una rei nterpretación que per­
m i ta entender que l os di scursos médi cos tam bién tienen una fuerte
di mensión soci al . Es urgente hacer una nueva histori a del sida que
supere las barreras del di scurso que ofrece la biomedici na para cons­
truir nuevas narrativas que centren también su atención en los aspec­
tos sociales para poder hacer j usticia de las m uertes silenciadas por la
epidemia. Es necesari o un anál i s i s que supere l as hi storias cl ínicas,
recoj a l as experi encias v i v i das y se di sponga a conocer l os mecani s­
mos de respuesta social ante un acontecimiento tan bárbaro como fue
la i rrupción del sida. De esta manera, se podrán organi zar nuevas cul­
turas preventi vas que superen los di scursos del descrédi to, el esti gma
y el asedio a los grupos sociales afectados.
La noción de riesgo y todos sus usos deri vados en el contexto
sexual (grupos de riesgo, rel aciones de riesgo, prácticas de riesgo,
etc . ) se consol idan en l os pri meros años de l a pandemia. El homo­
sexual no solo es un suj eto en pel i gro de i nfección, si no que su propia
natural eza es perci bida como pel i grosa.
La pri mera característica que requi ere el riesgo es que sea reco­
nocido y que pueda ser i nterpretado como una si tuación l atente que
conduce a un acontecimiento negativo ( B eck, 2006 [ 1 986] ) . Es decir,
las prácticas y actitudes son etiquetadas como «de riesgo» en la medi ­
da en que podemos significarlas . En el caso del sida, hemos v i sto que
la sociedad fue capaz de representarlo como un hecho propio de ho­
mosexuales, toxicómanos y prosti tutas . S e construyó un «otro» que
al bergaba la enfermedad y esta construcción di scursiva permi tió man­
tener un senti m iento de seguridad en todos aquel los que no formaban
parte del grupo «elegi do» . La pri nci pal estrategia de prevención que
se presenta contra el sida es preci samente la de no ser mari cón, yan­
qui , ni puta. Ahora bien, esta estrategia i nterpretativa, en térmi nos rea-
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 2 15

les no resul taba efect i va a la hora de ev i tar l a i nfecci ón del v i ru s .


«Creía q u e el sida era al go q u e les ocurría a l o s gai s y l o s drogadictos,
un tío macho como yo, que ama a las m uj eres está en forma, no tiene
el sida». Dij o el boxeador Tommy Morri son cuando le diagnosticaron
VI H en 1 996 (cit. Larrazabal , 20 1 1 , p. 45 ) .
S i n embargo, l a l l egada del sida provocó otras reacci ones entre
la población homosexual con respecto a l as que se estaban producien­
do en el discurso hegemónico. Uno de mis i nformantes aseguraba que:

[el sida] Produjo muchas transformaciones. Yo en los años ochenta fui


a Nueva York y a San Franci sco donde follé muchísimo. Y resulta que
a los meses de l legar a Barcelona se hace pública la enfermedad. Pasé
unos años de mucho miedo de que se me llevase. Realmente soy un
superviviente, nunca lo cogí, sin embargo a otros se los llevó a la pri­
mera. Se murieron muchos amigos . . . En un primer momento la gente
pensaba que no era verdad. Pero a partir del año ochenta y tres y ochen­
ta y cuatro se comienza a hacerle un poco más de caso. Las primeras
muertes fueron muy duras. Antes follábamos sin condón, y a partir de
las primeras muertes eso cambió. Tengo amigos que no hacían nada,
que solo se masturbaban para no tener contactos.

El sida provocó una transformación en las conductas sexuales del con­


j unto de la población homosexual . Entre l os cam bios más comunes
fueron el decrecimiento del sexo casual y un notable i ncremento en el
uso del preservativo ( Huber y Kleinplatz, 2002 ) . Pero los cambios
también se produjeron a n i vel di scursivo dentro de la propia comuni ­
dad. El sida cambió la percepción del sexo anónimo y pronto fue san­
ci onado entre al gunos homosexuales. La promi scui dad que v i v ía una
parte de l a comunidad gay era entendida por m uchos como un acto de
i rresponsabi l i dad y la v ía de expansión del VIH, por lo que al gunos
m i l i tantes recl amaban el cierre de l as saunas gai s y sol ici taban a la
población homosexual que renunciase al sexo anóni m o y múlti pl e23
(Leap, 1 999, p. 2; Clatts, 1 999, pp. 1 4 1 - 1 42).
Al gunos i nvesti gadores defienden que exi ste una mayor frecuen­
cia de prácticas no seguras en l os espaci os de sexo anónimo ( Franki s

23. Ver G. Rotello ( 1 997), Sexual Ecology: AIDS and the destiny of gay men y M.
S ignorile ( 1 997), Lije outside : the signorile report o n gay men : sex, drugs, muse/es,
and the passages of lije.
2 16 ____
_ En tu árbol o en el mío

y Fl owers , 2009; Hal ki t i s , Parsons , Wi l l ton, 2003 ; Huber y Klein­


pl atz, 2002 ; Keogh et al. , 2000). Pero difícil mente se puede conocer si
real mente se producen más prácticas de riesgo en los l ugares de sexo
anóni mo que en el espacio sexual doméstico ( Flowers y Hart, 1 999;
Clatts , 1 999) . En cual quier caso, las zonas de crui sing han sido ti lda­
das como l ugares sexuales despersonal i zados , como si en ellos se l le­
vase a cabo un sexo no social , aun cuando, en real idad, al igual que en
el resto de l os escenarios sexual es, requiere de ejercicios de social i za­
ción para poderse l levar a cabo. El sexo en cualquiera de sus formas
es, sobre todo, social . Se ha cargado de fuertes connotaciones negati ­
vas a una prácti ca a la que final mente se le acuña el cal ificati v o de
pel igrosa y extraña. Pero deberíamos plantearnos cuáles son los ries­
gos que se deri van de l a práctica del sexo anónimo en las zonas de
cruising. Es necesario debati r sobre este riesgo que se presenta como
i nherente al sexo anónimo, y preguntarnos sobre los suj etos en pel i gro
y los sujetos pel i grosos .
En las zonas de cru i s i n g , l a noción de riesgo no rem i te única­
mente a factores rel ati vos a la sal ud sexual . El extraño no es obj eto de
temor, miedo ni desconfianza, si no de deseo. Por lo tanto, l a presencia
de desconocidos es un factor i ndi spensabl e para el objetivo com parti ­
do del i ntercam bio sexual . Ni ngún partici pante acostumbra a tener
una sensación de pel i gro cuando otro suj eto le recorre con la mi rada,
s i no que, por el contrari o, si se trata de una persona que l e genera
atracción, el recorrido con la m i rada será un si gno que le dará seguri ­
dad para iniciar la interacción. Una m i rada mantenida puede produci r
más sati sfacción que temor, ya que es un síntoma de provocación se­
xual . El miedo se genera más por aquel l os que le conocen que por la
i ncertidum bre que pueda provocar un encuentro sexual fortui to con
anónimos. Los usuarios, en sintonía con el i nterés por preservar su
identidad en el anonimato, podrían tener tanto temor a encontrarse con
al guien que pueda delatarles y ponerles en situaciones comprometi ­
das , como a otras si tuaci ones extremas que pudieran darse en el con­
texto social normal i zado.
En un contexto homofóbico, l a atención a l a sal ud sexual fácil­
mente puede quedar rel egada a un segundo plano en favor de la pro­
tección de otros riesgos sociales ( Franki s , 2009) . Es decir, si nos ale­
jarnos de un anál i s i s de l as responsabi l i dades i ndi v i duales respecto al
uso del preservati vo y reflexionamos sobre l os contextos soc i al es ,
Maricas, moros y sidosos --
---- 2 17

podemos verificar que exi sten otras razones que podrían l l evar a los
hombres que tienen sexo con hombres a desatender las cuestiones de
sal ud sexual a causa de necesidades no sexuales deri v adas de un am ­
biente de hosti l i dad social : v i olencia homofóbica, revelación de l a
cond ición de homosexual , ataq ues físi cos , expul si ón d e l entorno
próxi mo, etc. ( Fernández-Dáv i la, 2009 ; Flowers et al. , 1 999 y Franki s
y Flowers, 2009) . La atención a una sal ud sexual integral requiere de
un modo de relación social que se haya podido l i berar del esti gma que
sufren l as sexual idades m i nori tarias.
Otras moti vaciones que pueden l levar a las personas en las zonas
de intercam bio sexual anónimo a dejar de atender su sal ud sexual tam­
bién puede ser de índole emocional , como podrían ser los senti mien­
tos de soledad o l a baj a autoesti ma, así como la excitación por el ries­
go de romper la norma del sexo seguro ( Fernández-Dáv i l a , 2009 ;
Fl owers et al. , 1 999 y Dean , 2009). El sexo s i n protección como feti ­
che está presente en las zonas de crui sing, aunque no es mayori tari o,
ni domi nante y probablemente tampoco sucede en mayor medida que
en otros escenarios de encuentro sexual . Un partici pante expl i ca:
«Una vez me encontré a un tío que no uti l izaba condón nunca. Me dij o
q u e y a s e había sacado la l otería porque ya tenía el V I H y no tenía
nada q ue perder, pues le daba más placer hacerlo a pelo».
En cual quier caso, una buena parte de los usuarios de l as zonas
de cru i s i n g d i sponen de la i nformaci ón sobre las prácti cas de sexo
seguro y m uchos de el los lo ti enen presente a la hora de l l evar a cabo
sus prácticas sexual es y la sel ección de la pareja, este es el caso de
uno de los i nformantes:

Para la penetración uso condón siempre, pero para el sexo oral no me lo


pongo porque está desfasado. El sexo oral con condón está desfasado y
como no esta considerado como una práctica de alto riesgo a menos que
te tragues el semen, pues no me lo pongo.

En las observaciones de campo no siempre podía determi nar si se esta­


ba uti l i zando preservativo en las penetraciones anales a causa de la os­
curidad. En muchas ocasiones, la poca l uz del espacio hacía i m posible
verificar el uso o no uso del preservativo. Pero debo deci r, que cuando
la luz y la v i sibi l i dad lo perm itían , en todas mis observaciones he podi­
do comprobar el uso del preservati vo en la práctica del sexo anal .
2 1 8 _____ En tu árbol o en el mío

Las personas que van a las zonas de crui sing acostumbran a eva­
l uar y medir los riesgos que quieren asumi r en relación a su sal ud se­
xual ( Fernández-Dáv i l a, 2009; Franki s y Flowers, 2009 ; V i l l aami l y
Jociles, 2008 ; V i l l aam i l y Joci les, 20 1 1 ) . Los participantes deciden
qué transgresiones quieren l l evar a cabo en función de su i nformación
y percepciones respecto al V I H . El hecho de que las prácticas dom i ­
nantes en l a s zonas d e cruising sean el sexo oral y l a masturbación
evidencia una pri mera negociación de los riesgos teniendo en cuenta
que la penetración es general mente concebida como la práctica sexual
más pl acentera.
Los partici pantes no suelen uti l i zar preservati vo en la práctica
del sexo oral , ya que l os riesgos de i nfección del VIH son m ucho más
baj os que con respecto a la penetración anal . El uso del preservati vo
hace la interacción sexual menos atracti va, y, aunque no cabe duda de
que exi sten otras enfermedades de transmi sión sexual más al l á del
VIH, a éstas , los usuari os suelen prestarl es menor atenci ón. En este
sentido, uno de los hombres que frecuenta el parque de Montj ui'c afi r­
maba que cuando practica sexo anal uti l i za preservativo ( aunque no l e
gusta) , pero consideraba q u e en el sexo oral «la goma s e l l eva el gus­
to» . Además, en tono j ocoso afi rmaba que «a m uchos tíos les gusta
beberse toda mi l eche» .
Este tipo de comentarios, en al gunas ocasiones, se uti l i za como
vía de excitación del orador y, normal mente, están acompañados de
otras fantasías sexual es de las que es difícil deducir l as partes reales
de las ficticias. Pero no obstante, revelan un cierto i nterés en l a eyacu­
lación en la boca de l os participantes. Otro hombre relataba: «El tío se
baj ó los pantalones y yo me amorré a su pol la, estaban talando los ár­
boles de enfrente, pero nos lo montamos i gual mente. Los trabaj adores
cortando y yo mamando. El tío cogió y se corri ó. Me l lenó toda la
boca de leche».
Otra de las estrategias para reduci r riesgos se elabora a parti r del
aspecto físico de la parej a sexual , como si el aspecto físico pudiese
ofrecer al guna i nformaci ón respecto al V I H . Muchos de los hombres
que frecuentan las zonas de crui sing determi nan el estado de sal ud de
sus parej as a parti r de las apari encias, de manera que aquel l as perso­
nas más atracti v as son percibidas como sanas y deseables. Gracias a la
apariencia, al gunos parti ci pantes deciden si se trata de una persona d e
la que «te puedes fi ar de que no te pegue nada» , aseguraba un parti ci -
Maricas, moros y sidosos --
---- 2 19

pante m ientras me expl icaba este criterio para sel eccionar a sus pare­
j as sexuales. S i n embargo, l os hombres mayores, inmigrantes, o feos,
son percibidos como sujetos suscepti bles de ser portadores del v i rus.
Es decir, los cuerpos soci almente construidos como más deseables,
tam bién son construi dos como seronegativos. El descubri mi ento del
suj eto seropositivo podría arrui narle cualquier interacción sexual con
los otros. De hecho, l as personas seropositi v as que v an a l as zonas de
crui sing son conocidos como «ángeles negros» , es decir, personas ca­
paces de generar placer pero también m uerte.
Por otro l ado, las prácticas sexuales de l as personas dentro de las
zonas de crui sing también son eval uadas por el resto de los partici pan­
tes a la hora de i mpl i carles en una i nteracción sexual . Así, por ejem­
plo, pude observar cómo al gunos m uchachos que en pri ncipio corres­
pondían con el i deal corporal de l a mayor parte de l as personas que
frecuentan las zonas de cruising, eran rechazados por el grupo una vez
los habían v i sto i nvol ucrados en una práctica de sexo anal y no desea­
ban compartir con él una nueva penetración a pesar de la insi stencia.
Sin em bargo, cuando la práctica sexual ha estado dedi cada al sexo
oral o a la masturbación, l os sujetos pueden pasar por múlti pl es pare­
j as s in ser excl uidos por ello. Es decir, las personas que van a las zo­
nas de cruising suelen considerar que l as prácticas de sexo anal deben
hacerse con una sola pareja, mi entras que el sexo oral puede l l evarse a
cabo con di sti ntos suj etos, lo que podemos entender como una forma
de higiene sexual en un l ugar donde la l i mpieza del cuerpo después de
la penetración es francamente compl icada. Por el contrario, en las sau­
nas diri gidas al públ i co homosexual , después de una i nteracción con
penetración, l os sujetos pueden ducharse, l i mpi arse e ir en búsqueda
de nuevas i nteracciones sexuales contemplando nuevamente el sexo
anal como una posi bi l i dad en la jornada.
Según Huber y Kleinpatz ( 2002) los hom bres que ti enen sexo
con hom bres pero que se identifican como heterosexuales son menos
propensos a practicar sexo seguro. El hecho de que consideren al ho­
mosexual como el «otro», también hace que se sitúen a nivel si mból i ­
c o fuera del alcance d e la i nfección, y a q u e perci ben q u e son l o s ho­
mosexuales qui enes se i nfectan del v i rus. En tanto que se defi nen
como heterosexuales (aunque l l ev an a cabo prácticas sexuales con
otros hombres), creen que gozan de una cierta i nmunidad al v i rus. Por
lo tanto, no necesi tan establecer mecani smos de protección frente a
220 ____
_ En tu árbol o en el mío

una enfermedad que «no va con ellos». S i guiendo la propuesta de Ana


Pérez Declercq ( 20 1 2) , podríamos pensar que la atención a la sal ud
sexual es perc i bida por al gunos hombres como una característica pro­
pia de la pérdida de la mascul i n i dad . En esta l ínea, un partici pante
rel ataba cómo se había encontrado en una si tuación en la que su po­
tencial parej a sexual le afi rmaba que «Usar condón es de maricones» .
El cuerpo mascu l i no se presenta así como un cuerpo sal udable, como
si l a sal ud corporal fuese una característica i nnata de su condición de
hombre.
Por otro lado, el condón adquiere un si gnificado propio y se le
atri buyen al gunos de l os probl emas que puedan surgi r en la i nterac­
ción sexual . « Si el tío tiene el culo abierto, la pol la le entra si n proble­
mas , pero si lo tiene cerrado, con la goma lo paso fatal » , manifiesta un
partici pante. Otros hombres responsabi l i zan al preservati vo de ser i ns­
trumento controlador, que i n scri be la norma en una rel ación sexual :
«A mi el condón me corta el rol lo, me corta el rol lo. Me l o pongo
porque sé que tengo que hacerlo con condón . Pero me corta el rol lo».
Las zonas de cru i s i ng no están excluidas de otros pel i g ros con­
vencionales, ya que en ocasiones tam bién se pueden produci r robos o
ataques m i entras l os usuarios están l levando a cabo el acto sexual en
el parque. Los robos no acostum bran a denunciarse, ya que si gnifi ca­
ría delatarse como homosexual , y peor aún, homosexual que practica
la promi scuidad y el sexo anónimo en el parque. Las vícti mas no sue­
len denunciar ante la pol icía l o acontecido, como podría hacerse en
caso de que el robo se hubi ese producido en el metro o en una zona
turística. Por ello, l as personas que frecuentan las zonas de crusing
tienen una mayor vul nerabilidad a este tipo de ataques , preci samente
por el al to grado de i ndefensión en el que se encuentran. Pero además ,
dado el hecho de que la preserv ación de la i dentidad es uno de los
pri ncipios de l as zonas de i ntercambio sexual anónimo, es muy com ­
pl icado determi nar al perpetrador de los robos. S i n embargo, un buen
número de usuarios remite a la población i nm i grante como los pri nci ­
pales cul pables de este ti po de actividades: «A los marroquíes les gus­
ta que les hagas cosas , pero si pueden te roban. Hay un marroquí con
gafas que v i ene por aquí, q ue siempre i ntenta robar. Además, los ma­
rroquíes son muy sucios » . Al gunos participantes se abstienen de ten er
sexo con personas inm i g rantes «por precaución». S i n em bargo, este
di scurso raci sta en m uchas ocasiones no concuerda con la experiencia
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 221

v i v i da en las zonas de crui sing. Así, por ej emplo, el m i smo chico que
anteri ormente afi rmaba que los «marroq uíes son muy sucios » , relata
que: «una vez me fui con uno que se le veía l i mpio, y que nos lo pasa­
mos gen i al , me hizo de todo. Pero antes te podías fiar de la gente,
ahora no se sabe » . Es deci r, a pesar de que su experiencia personal es
positiva tras un contacto que percibe como sati sfactorio, mantiene l a
afi rmación d e q u e l o s marroquíes van a las zonas d e crui sing a robar.
Otro de los riesgos que puede i m pl i car las zonas de i ntercambio
sexual anónimo es el de l a agresión. Al gunos de los partici pantes rel a­
tan diferentes epi sodios de agresiones en l as zonas de crui s i ng. Expl i ­
can rel atos d e l legada d e grupos homofóbicos o d e veci nos que i nten­
tan molestarles para que cese la actividad sexual cerca de su barrio.

Vi que venían tres tíos con pinta de mata putos, porque claro, aprendes
a identificar a los que vienen a ligar y los que no. Pensé, estos no venían
a ligar, pero como venían con una estética muy macarra pues también
creí que se trataba de un fetiche, porque a mí me gustan mucho los tíos
con estética macarra. Pero se veía que no i ban a l i gar entonces dije
- uy ! - . Venían hacia donde yo estaba y me salí del parque. Salí sin
correr para no levantar sospechas. Después supe que habían pegado a
algún chico del parque.

La mayor parte de este ti po de agresiones no se denuncian por el ti po


de l ugar en el que se han l l evado a cabo, y difícil mente pueden ser
perseguidas por l a pol i cía, ya que es difíci l identifi car a los grupos
v iolentos que no acostumbran a presentarse en l as zonas de crui si ng
con frecuencia. Además , l a s respuestas frente a l a s agresi ones so n de
carácter i ndi v idual : normal mente la huida.

La única experiencia que tengo que hubo una agresión en un parque la


gente se quedaba ahí. Yo proponía - somos quince, vamos a buscar­
les - . Y el agredido, dijo - son tres - , y nosotros éramos quince. Yo
dije que si éramos qui nce podíamos i r a por ellos, pero la gente tenía
miedo, la gente decía que son más fuertes, que quizá tienen navajas,
que es peor enfrentarse, etc. Pues propuse - l lamemos a la policía - .
Para m í sería l a ultima posibil idad, llamar a l a policía, pero n o podía­
mos dejar eso impune. Pero tampoco querían porque no querían que les
identifiquen y no querían aparecer en los informes pol iciales que esta­
ban en una zona de ligue.
222 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

Con la fi nal idad de i nformar a los partici pantes de los posi bles ri esgos
y pel i gros que puede entrañar la práctica del sexo anóni mo, la asocia­
ción de pol icías gai s y lesbi anas ( Gayl espol) ha edi tado un manual
con algunas recomendaci ones para los usuarios y en el que i nsi ste en
la necesidad de denunciar cualquier agresión que pudiera suceder en
l as zonas de l i gue homosexual .
Además de los riesgos deri vados del esti gma social o de la aten­
ción a la salud sexual , al gunos partici pantes consi deran que l a di stri ­
bución del espacio de cruising entraña algunos pel i gros que tienen que
ver con la geografía del espacio, como es el caso de un precipicio de
varios metros , que en la oscuridad es difíci l de ver y por el que se pue­
de caer si se desconoce el terri torio; caídas accidentales con los árbo­
les recién tal ados pero que no están i dentificados , atropellos de trenes
en l ugares donde el acceso requiere cruzar l as vías, etc.
Las zonas de crui sing presentan por lo tanto una d icotomía basa­
da en el riesgo y en el cobijo. Son l ugares donde, como hemos señala­
do, pueden existir al gunos riesgos de diferente índole pero que, a l a
vez, cobijan a m uchas personas de u n a sociedad q u e excl uye aquel las
formas de deseo que no responden a los consensos hegemónicos de la
sociedad heterosexual . De manera que, a pesar de la oscuridad, de es­
tar repletos de extraños , de una gran suciedad aparente y de sus prác­
ticas de dudosa moral idad, resulta ser en al gunos aspectos m ucho más
seguros que los propios hogares, l os entornos fami l i ares o la red social
más cercana de m uchos partici pantes . En estos espacios, los usuarios
pueden l i berarse de las cargas sociales asociadas a sus formas de de­
seo s i n reci bi r i nj urias , presiones o agresiones de la « soci edad de
bien».
Las noci ones de riesgo y sexo seguro no tendrían solo que ver
con el uso del preservati vo, sino también con la m i n i m i zación de los
riesgos sociales ( Flowers et al. , 1 999, p. 488 ) . El riesgo en l as prácti ­
cas sexuales de los l ugares de i ntercambio sexual anónimo no puede
ser medido únicamente en materia de prevención de enfermedades de
transmi sión sexual , s i no que debe ser entendido como un eleme nto
multidi mensional que también se ve afectado por los modos de orga­
ni zación social basados en el i m perati vo homofóbico.
A l gunos autores han considerado que el riesgo de transmi sión de
enfermedades no fi gura como un elemento i m portante en las decisio­
nes sexuales ( Flowers et al. , 1 999, p. 488 ) . S i n embargo, hemos podi-
Maricas, moros y sidosos ----
-
-- 223

do verifi car que la cuestión del VIH supuso un antes y un después en


l as prácticas sexual es. De hecho, las prácti cas sexuales que tienen un
mayor riesgo de transmi sión sexual son l as menos frecuentes en las
zonas de cruising, en favor de otras consideradas menos pel i grosas .
No obstante, es i nnegabl e que persi sten al gunos com portam ientos
sexuales que podrían ser perj udiciales para l a sal ud. De hecho, l os
datos cuantitati vos sobre el crecimiento en la desatención a la sal ud en
las prácticas sexuales entre hombres y los índices de prevalencia son
muy elevados ( Foch et al. , 2005 ; Folch et al. , 20 1 0) . Pero es necesario
tomarlos con cautela preci samente por los j uicios que se pueden entre­
ver en sus afi rmaciones, j uicios que podrían hacer rev i v i r el di scurso
sobre la i nsensatez homosexual y la i nconscienci a de la promi scuidad .
Los discursos preventi vos en al gunas ocasiones roban a los suj etos la
potestad de su propia sexual i dad , s i n tener en cuenta los contextos en
los que operan. Culpan de la expansión del VIH únicamente a las i n­
div iduales, cuando en real idad el sida no solo es una cuestión de prác­
ticas sexuales pri vadas s i no que se trata, sobre todo, de una cuestión
social . Es por ello, por lo que los di scursos preventi v os deben estar
cargados de respeto y anál i s i s contextual , preci samente para poder
abordar todos los factores que i nfl uyen en la i nfección de la enferme­
dad y reconocer, por lo tanto, que los programas de prevención de
enfermedades de tran s m i s i ón sexual deben ser tam bién programas
contra la homofobia para que la i ntervención pueda ser i ntegral , glo­
bal y transfonnadora.
Conclusiones

El sexo no es un fatalidad, es la posibilidad para una vida creativa.

MICHEL fOUCAULT , 1 984a


Interview: Sex, Power and the Pol itics of ldentity

No es fácil dar por acabado un trabaj o etnográfico. De hecho, los estu­


dios etnográficos nunca se acaban del todo. Siem pre quedan aspectos
que merecen más profundidad, elementos que no se han detectado y
transformaciones sociales que obl i gan a rev i sar aquello que se daba
por vál ido. Es por ello por lo que es necesario adverti r de que l as con­
clusiones que aquí se presentan deberían ser entendi das como unas
concl usi ones temporal es, que merecerían ser expl oradas por nuevas
i nvesti gaciones y otras m i radas que perm itiesen contrastar los resul ta­
dos de este trabaj o y avanzar en el conoci m i ento de la prácti ca del
sexo anóni mo, lo que si gnifica, al fi n y al cabo, avanzar también en el
estudio de la homofobia. No obstante, para dar crédi to a lo que en es­
tas pági nas se presenta es necesario contrastar las hi pótes i s de partida
para poder hacer al gunas pequeñas aportaciones al estudio de l as
sexual idades . Es preci samente esta tarea la que me propongo hacer en
l as próxi mas pági nas con la final idad de concl uir un trabaj o de i nves­
ti gación que inv i ta a su rev i s i ón y que se reconoce como una tími da
aproximación al sexo anóni mo.
En pri mer l u gar, me gustaría destacar una vez más que con este
trabajo se dem uestra que las categorías occidental es sobre sexual idad
no pueden ser uni versal i zadas , que no todas las prácticas tienen l os
mi smos significados en todas l as cul turas y que la hi storia sexual de
Occi dente no es la hi storia sexual del resto del planeta. Es por ello por
lo que i n v i to a la búsqueda de conceptos alternati vos que puedan dar
cuenta de esta real idad y que se adapten a la si gnifi caci ón que cada
cul tura ha dado a la acci ón sexual . Como he afi rmado a lo l argo del
trabajo, el sexo es más que sexo, no puede ser una categoría total i za-
226 ____
_ En tu árbol o en el mío

dora que se defi na únicamente a partir de los di scursos biologici stas o


de las prácticas sexuales. La sexual idad no solo es un hecho biológico,
sino que sobre todo es u n hecho social que se natural i za para l egiti mar
las rel aciones de desi gualdad entre los diferentes cuerpos. Y es aquí
donde debe estar el comprom i so de la antropología con la sexual idad ,
preci samente en e s a tarea d e dar cuenta del valor cultural d e aquel lo
que se ha natural i zado. La antropol ogía, gracias al trabaj o etnográfi co,
puede contrastar la uni versal idad del sexo y expli car otras si gnifica­
ciones de las relaci ones sexual es que cuesti onen la heterosex ual idad
como ú n i co patrón sexual l egíti mo. S i n em bargo, como discipl i na
también tenemos u n quehacer pendiente con respecto a la i ncorpora­
ción de la sexual idad como un cam po de anál i s i s de la cul tura, debe­
mos superar la cerrazón en torno al sexo y problemati zar su ausencia
en el campo cultural ya que, en algunas ocasiones, cuando no se dis­
cuten l as cuestiones sexual es en Antropología, se hace de l a hetero­
sexual idad lo dado cultural mente (Newton, 1 993).
Así como l a hi stori a de l a sexual i dad en Occidente no es l a his­
toria de l a sexual i dad de todo el planeta, l a hi stori a de l a sexual idad
en Estados Unidos, Francia o Inglaterra tampoco es la hi stori a de l a
sexual i dad d e l Estado Español , donde l o s di scursos y l a gestión so­
cial del sexo ha tomado una di rectri z diferente especi al mente a l o
largo del s i g l o x x . L a di ctadura franqui sta dej ó una mella soci al que
va más al l á de l as prácti cas represivas , e i nunda todavía hoy buena
parte de la cosmología de los españoles. Pero, además, l a hi storia de
la sexual idad, o la hi stori a a secas , es una hi stori a que normalmente
prod i ga heterosexi smo e i n v i s i bi l i za otras expresiones sexual es, que
deben sal i r a l a l uz para poder hacer j usti cia de una vez por todas al
s i l encio que env uel ve las sexual idades m i nori tari as. En este sentido
exi sten ya varias i n v esti gaciones que poco a poco han comenzado
poner sobre la mesa esta real idad y han contri buido notablemente a la
construcción de nuevas n arrativas que expl iquen el pasado. Trabaj os
como los de A l berto Mira ( 2007 [2004] ) , Franci sco Vázquez García
y Richard Clemi nson ( 20 1 0 [ 1 997] ) , entre otros, son l ecturas i ndis­
pensables para com prender l a hi stori a de l a homosexual idad e n el
Estado Español .
En segundo l ugar, me gustaría destacar, siguiendo la propuesta
de Henn i n g Bech ( 1 997 L l 987] ) , que la ci udad es el l ugar propio de la
cultura homosexual . La ci udad se ha eri g i do como el l ugar para el
Conclusiones ----2 27

encuentro entre hombres. A pesar de que en el entorno rural tam bién


se puede v i v i r l a experi encia homosexual , la organi zación social y ar­
quitectóni ca de la metrópol i ha hecho que los homosexual es pudiesen
apropiarse de parques , lavabos, pl ayas y parki ngs para converti rlos en
l ugares de gozo sexual e intercam bio de placeres.
No todos los parques, l avabos , pl ayas o parki ngs son uti l i zados
para este fi n. Son necesarias al gunas características com partidas que
los conviertan en l ugares para el sexo de hom bres con otros hombres.
Al gunos ayuntami entos, admi ni straciones y comercios han puesto su
empeño en acabar con esta prácti ca mediante l a persecución y cri m i ­
nal i zación, pero la acti v idad del crui sing difícil mente s e puede erradi ­
car de manera absol uta: en el peor de los casos , cambia de forma o de
l u gar. Dudo que pueda dejar de existir a corto plazo, pero para que
esto sucediese l as pol íticas coercitivas , pun i tivas o de persecución no
consegui rían acabar con e l l a de manera determi nante . De hecho, el
tránsito de las diferentes zonas de crui s i n g en el área de Gava es la
prueba de que, por m ucho que se pongan v i gi l antes de seguridad o se
val le l a zona previamente uti l izada para hacer crui sing, los practican­
tes encuentran hábi l mente una alternativa de acceso al gozo.
La práctica del crui sing exi ste por dos moti vos fundamentales.
El primero de ellos es a causa de l a homofobia general i zada de nuestra
estructura social , que obl i ga a determi nadas personas a recurri r a l a
búsqueda d e l anonimato como estrategia de superv i vencia a u n entor­
no sexual hosti l . El segundo moti vo está rel acionado con la fuerte re­
gulación sobre el sexo, que va más al l á del obj eto de deseo, y con ello
me refiero al modelo de monogamia obl i gatori a domi nante en nuestra
sociedad . En otras palabras , no porque se apruebe el matri monio ho­
mosexual , se organicen macro-fiestas dirigi das al públ ico gay en cola­
boración con las admini straciones locales, o porque todo ci udadano de
bien tenga un am i go «gay », se podrá acabar con una práctica que es
producto de la severa regulación que ordena el sexo. La monogamia
como pri ncipio rector l i mita notablemente l as experi encias corporales
y hace que quienes decidan quebrantar esta norma se vean obli gados a
recurri r a estrategias de anonimato. Por todos es sabido que ser i nfiel
a la pareja es algo que no se debe hacer y mucho menos decir y así lo
reflej a el conocido refranero popular con frases como « Ojos que no
ven, corazón que no siente». Pero el confl icto no solo se hal l a en l a
cuestión d e fidel idad , s i no también e n l a d e l a promi scuidad . D e al gu-
228 ----
-
-- En tu árbol o en el mío

na manera, la experiencia sexual de los sujetos parece que pesa en su


contra, como si experi mentar y aprender sobre el sexo fuese un hecho
negativo en sí m i smo, cuando en real i dad, la experiencia fav orece el
conocimiento sobre el sexo y el descubri m iento de nuevas posibi l i da­
des y destrezas que l l evan al suj eto a una mayor sati sfacción y empo­
deram iento.
No estamos en condici ones de que la práctica del cru i s i n g se
pueda erradicar, pero sí que puede cambiar de forma y, de hecho, así
ha sido en los últi mos años. Podríamos deci r que estas transformacio­
nes se han producido en dos niveles diferentes . El pri mero de e l l os
v i ene determi nado por la generación de otros espaci os de social i za­
ción y acceso al sexo del públ ico homosexual : di scotecas , saunas, ba­
res y, especial mente, el uso de las nuevas tecnologías apl icadas al en­
cuentro sexual han hecho q ue el ti po de partici pantes de l as zonas de
crui s i n g cam bie y algunos potenciales partici pantes se decidan por
recurri r a otros escenarios de acceso al sexo. Pero aquel l as personas
que no se encuentran en condiciones de poder acceder a esos serv icios
dirigidos al público homosexual por sus elevados precios, porque se
encuentran dentro del armario o por otros moti vos, así como las perso­
nas que tienen difi cultades para col gar sus fotos en las pági nas de con­
tactos o de acceder l i bremente y en pri vado a una conexión a i nternet,
las zonas de crui sing se convierten en su única al ternati va, o al menos
en una de sus pocas al ternativas para acceder al sexo y al gozo con
otros hombres.
El segundo de estos niveles que ha provocado una transforma­
ción en la práctica del crui s i n g es i ndi scutiblemente la pandemia del
sida. El si da transformó las prácticas sexuales de un gran número de
hombres que buscaban sexo con otros hombres y las zonas de crui sing
se con v i rtieron en obj eto de supervi s i ón y crítica tanto de la población
heterosexual como de al gunos sectores de la población homosexual .
El i m pacto que la pandemia ha tenido sobre la poblaci ón homosexual
es i nconmensurable y merece nuestra atención en tanto que se trata de
una enfermedad que ha confi gurado nuestro sexo de hoy . El sida for­
ma parte de nuestra historia y por ello todavía es necesari o repensarlo
y eval uar sus consecuencias. Pero el sida no puede ser entendido como
una enfermedad que únicamente es producto de la i nconsciencia i ndi­
v idual , s i no que sobre todo es el resul tado de una cadena de s i gnifica­
dos que condena a los grupos sociales más desfav orecidos. Por esta
Conclusiones --------229

razón todav ía queda pendiente seguir debatiendo el sentido social de


la enfermedad para dar cuenta de que la homofobia mata.
Muchas de l as personas que van a las zonas de cruising, en bue­
na medida, lo hacen porque no pueden ir a otro sitio. Se trata de per­
sonas que cuentan en al gunas ocasiones, con otros elementos esti gma­
ti zantes que se i n terre l ac i onan: i n m i grante s , personas mayore s ,
seropositi v os o pobres s o n algunas d e l as categorías q u e i nfl uyen y
transforman la experiencia del sujeto homosexual , de la mi sma mane­
ra que la condición de homosexual también repercute en las situacio­
nes de pobreza, serostatus o proceso migratori o de un i ndiv iduo. Las
personas que hacen crui s i n g también son perci bidas en m uchas oca­
siones como suj etos que degradan al conj unto de la población homo­
sexual por la promi scuidad que se asocia a este tipo de prácticas y por
su ruptura clara y di recta con el paradi gma de la monogamia. S i n em­
bargo, las prácticas de promi scuidad también se l l evan a cabo en otros
escenarios de social ización homosexual . Por lo tanto, deberíamos pre­
guntarnos ¿qué es lo que real mente hace de la práctica del cru i s i n g
u n a actividad deni grante para al gunos homosexuales? Creo q u e el mo­
ti vo de esta percepción se deri va de su extral i m i taci ón de lo que se ha
defi nido como la nueva representación de «lo gay ». A pesar de que
«lo gay» no se encarna baj o una única categoría ni un solo modelo, sí
que se construye al rededor de valores rel acionados general mente con
el consumo y un esti l o de vi da basado en el oci o y enmarcado en la
ci udad. Aunque «lo gay» se presenta como una nueva categoría capaz
de aceptar todas l as di versidades, en al gunas ocasiones tam bién se re­
producen discursos y prácticas de segregación social que se arti culan
a partir de l os mi smos patrones de excl usión que dom i nan la soci edad
madre. Es dec i r, se puede ser gay y raci sta a la vez. De ahí que esta
nueva ideología del ser homosexual obl i ga a dejar fuera a otros grupos
que no se pueden sumar al ci rcuito de consumo o que no di sponen de
un cuerpo legíti mamente homosexual . La nueva categoría gay ha des­
bancado a un buen número de personas con las que hasta el momento
v i aj aba en el m i smo tren, pero que ahora descal i fi ca, excl uye y esti g­
matiza, construyendo una alteridad basada en criterios de sexo, etnia,
clase soci al y edad fundamental mente.
A hora bien, l os criterios de estratifi cación no v ienen determi na­
dos únicamente por agentes externos a la práctica del sexo anóni mo.
Tam bién en el propio ritual de i nteracción se producen un conj unto de
230 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

ejercicios de excl usión q ue hace que no todos los participantes cuen­


ten con las mi smas oportuni dades para la sati sfacci ón de los deseos
sexuales. Por lo tanto, podríamos decir que hay un tri ple cri baj e que
pri mero hace que a las zonas de crui sing vayan quienes no se amoldan
al model o de deseo heterosexual . En segundo l u gar, aquellos que no
se suman al esti l o de v i da gay. Y un tercer cri baje que pasa por crite­
rios de edad , etnia y representaci ón del cuerpo dentro del parque. De
manera que hay personas que, a pesar de buscar su acceso al gozo se­
xual en las zonas de cruising, tampoco consi guen acceder a él en este
entorno.
Las zonas de crui sing no son l ugares para el amor ni el romanti ­
cismo, se trata de escenarios en los que se separa s i n perj uicio la rela­
ción social mente constituida entre amor y prácti cas sexuales. Este he­
cho hace que los partici pantes se m uestren di rectos en sus obj eti vos e
i ntereses, lo que fac il i ta notablemente el acceso al gozo y al placer de
los v i s i tantes. Las rel aciones sexuales en este marco se l l evan a cabo
s in rodeos y no l l evan a confusión de l os interactuantes una vez se ha
acabado la interacción sexual , tal y como puede suceder en otros en­
tornos en l os que las relaciones sexuales conducen a otros bienes o
pri v i legios. S i n embargo, también pueden generar u n uso uti l i tarista
de la pareja sexual para l a sati sfacción de los deseos particulares si n
atender a lo s cuidados necesarios entre l os i nteractuantes. El gozo se­
xual en l as zonas de crui sing puede conduci r a una esti lo de relaciones
profundamente i ndi v id ual i stas donde preval ecen l os intereses perso­
nales sobre el bienestar de la parej a sexual .
El sexo es un acto social cargado de si gnificados que cada i ndi­
viduo aprende a i nterpretar y compartir en función de los contextos en
los que se encuentra. Y l as zonas de crui s i n g no son una excepción,
normas de com portam iento y estructuras com uni cati v as hacen del
sexo un acto de i nteracción ri tual en el que las normas toman v i tal
i m portancia para la eficacia del ri to. Aquel las personas que no atien­
den a l as normas establecidas en la interacción ritual acostumbran a
sufri r el rechazo del grupo y a no sati sfacer los obj etivos que moti van
la partici pación en la acti v i dad del sexo anónimo.
La comunicación en las zonas de cruising se articula fundamen ­
tal mente a parti r de la comunicación corporal con una notable ausen­
cia del l enguaje verba l . Gracias a l a glosa corporal (Goffman, 1 982
[ 1 970] ) q uienes participan en esta acti vidad pueden acceder al place r
Concl usiones ----23 1

sexual sin poner en j uego la i nformación personal que se consi dera


vital para mantener el anonimato. Este hecho diferencia notablemente
el cortej o en las zonas de sexo anónimo con respecto al que se produ­
ce en otros l u gares de sociali zación. El particular ri tual de i nteracción
en las zonas de crui sing es el resul tado de una estrategia defensiva que
permite a las personas proteger su i denti dad de las pos i bles conse­
cuencias de aquel l o que están haci endo. Evidentemente, no todos los
partici pantes tendrían las m i smas consecuencias al ser descubiertos
pero, para al gunos de ellos, el conoci m i ento públ i co de su partici pa­
ción podría alterar notablemente su presencia social en el resto de la
esfera públ i ca más cercana. Es por el lo por l o que es i m presci ndi bl e
respetar esta c ircunstancia y evi tar q u e l o s practicantes puedan v e r
comprometi da su i denti dad personal tras u n a i n vesti gación d e estas
características . Ahora bien , tampoco se trata de silenciar una real i dad
social que lo único que haría sería contri bui r al manteni m i ento de
unas relaciones de desi gualdad que se estructuran al rededor del sexo.
Estoy convencido de que no necesariamente corre pel i gro la identi dad
de l os participantes de l as zonas de crui s i n g por el hecho de hacer
públ ica esta real idad mediante una i nvesti gación como la que aquí se
presenta. De hecho creo que es una cuestión clave para repensar la
tendencia homogenei zadora del modelo gay y abri r el debate necesa­
rio sobre la cuestión de clase, ori gen y edad entre la población homo­
sexual .
Las personas que van a las zonas de crui sing lo hacen fundamen­
tal mente para s umarse a l as experiencias pl acenteras del cuerpo. El
placer forma parte de la cultura y debería poder i ntegrarse de manera
no v ergonzante ( Foucault, 1 984a) . La regulación sobre los placeres
sexuales l i m i ta las experiencias de los suj etos y provoca un gran ma­
lestar en aquel las personas que ven cómo sus deseos están fuertemen­
te restri ngidos. Apostar por la l i bertad sexual en un trabaj o de estas
características podría ser entendido como una propuesta desmedida y ,
e n efecto, lo es, teniendo en cuenta q u e todas l a s soci edades han regu­
lado de un manera u otra l as rel aciones sexuales. Pero, sin embargo, sí
que consi dero que es urgente repensar l a gestión soci al del pl acer,
anal i zar las formas en las que la cul tura regula los placeres corporales,
pensar cómo se si gnifi ca el placer y cómo se sanci ona el gozo. Un
anál i s i s en profundidad del gozo y el placer no l i beraría a los suj etos
de las restricciones cul turales del cuerpo, pero sí que nos ayudaría a
232 ____
_
__ En tu árbol o en el mío

entender al gunos procesos de segregación y excl usión social q ue se


deri van del obj eto de deseo y de las prácticas de algunos grupos socia­
les m i nori tari os, s i n olv idar, además, que tam bién podría serv i r para
entender mej or l as estructuras sociales en las que el cuerpo toma un
papel fundamental .
Fi nal mente, este estudio da cuenta de que la práctica de sexo
anón i mo no es el producto de la conducta «viciosa» y desviada de sus
parti ci pantes, tal y como se ha querido j uzgar desde al gunas posturas
más ortodoxas , si no que, por el contrario, es el resultado de una rel a­
ción de des i gualdad que se enmarca en una soci edad profundamente
heterosexi sta. S i n embargo, tam bién da cuenta de que eso que se ha
l l amado com unidad gay, que cumpl i ó una gran función de apoyo y
sol idaridad en la época en la que estal l ó el si da, dej a de tener sentido
en nuestros días en los que la l l amada com unidad ha construido un
conj unto de referencias hegemónicas que poco tienen que ver con l as
experiencias de al gunos hom bres q ue desean hombre s . Es por este
moti vo por el que es el momento de que la com unidad gay tam bién
sea problematizada sin que por ello sea necesario reproduci r discursos
homofóbicos , ni i nv al i dar l as propuestas políticas . No por cuestionar
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