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Ser o no ser - El profesor de teatro

Mensaje por _ascendenteescorpio » Lun, 28 Nov 2022, 12:09

Nota del autor: Todo lo que subo lleva una continuidad cronológica vital, no obstante, cada
testimonio funciona en sí mismo de forma autoconclusiva, de manera que solo es necesario
leerlo por capítulos si se quiere una experiencia más completa. Este es el testimonio
número 2.

SER O NO SER - EL DIRECTOR DE TEATRO

—Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Qué es más noble? ¿Permanecer impasible ante los
avatares de una fortuna adversa o afrontar los peligros de un turbulento mar y,
desafiándolos….?

—Me aburroooo…

Bajé las manos, irritado, clavando fijamente la vista en Nacho, que me devolvía la mirada
desde el patio de butacas, impasible. Sonia, la chica destinada a convertirse en mi Ofelia,
suspiró mientras se sentaba en un baúl que formaba parte del decorado. Era la quinta vez
que ni siquiera me dejaba pasar de la tercera línea del monólogo y empezábamos a estar
todos bastante cansados. Sería mayo del 2011 y yo tenía 18 años.

—¿Te estás planteando el suicidio o quieres que seamos nosotros los que nos suicidemos?

—No me hagas contestarte a esa pregunta.

Nacho sonrió. Notaba que mi actitud le interesaba y le irritaba a partes iguales. Llevaba ya
años con él en aquel taller de teatro de instituto y sabía que no le caía bien, o que por lo
menos conseguía sacarle de quicio bastante a menudo. Por eso siempre me daba papeles
secundarios y me metía más caña que al resto. Había sido una sorpresa que este año me
diera el papel protagonista, pero estaba empezando a entender por qué lo había hecho.

Se levantó del patio de butacas. Era un hombre corpulento, podría decirse que de gimnasio,
aunque en realidad parecía más la combinación de unas cuantas pesas semanales con el
llevar siempre camisetas de una talla menor a la que le correspondería. Yo, con inquina, lo
asociaba a cierta necesidad de compensar sus aptitudes dramáticas, que a sus cuarenta y
tantos años no le habían conducido más que a varios bolos al año en teatros de provincias y
a preparar todos los años una obra en un instituto público con chavales de ESO y
Bachillerato. Como no daba la talla como actor, se aseguraba de superarla a la hora de
marcar pectorales.
―Mediocre‖, pensé mientras se acercaba con el texto en las manos y gesticulando mucho
con voz potente.

—Se supone que aquí estás devastado, triturado. Superado por las circunstancias. Aterrado.

—¿Y no doy esa impresión? —respondí con cierto tono guasón.

—No me vaciles, no me vaciles… —dijo señalándome con su enorme dedo índice. Sus
manos eran gigantes y sus brazos estaban plagados de vello —No hagas que me arrepienta
de haber confiado en ti para este papel.

Aquello me dolió, pero traté de sobreponerme. Esa era su estrategia. Tratar a los chavales
como si fuera Hitchcock en sus rodajes. Pero conmigo eso no daba resultado. Y él lo sabía
y le ponía nervioso.

—Ya era hora de que me dieras un papel así—contesté—. Que pensé ya que me iba a ir del
instituto habiendo hecho solo de cura y de criado.

—No te he dado este papel porque termines este año el instituto —se notaba que trataba de
calmarse a sí mismo. Como todos los actores frustrados, tenía un punto muy susceptible.

—Lo que tú digas.

Podía oler sus resoplidos delante de mí. Sudaba mogollón y empezaba a marcársele en su
ridícula camiseta de playmobil.

—Bueno, Nacho, yo lo siento pero me tengo que ir—Ofelia se levantó del baúl, harta—.
Mañana tengo un examen tipo PAU de lengua y te juro que no sé ni qué cojones es el
modernismo.

—Muy bien, sí, es tarde. Siento que no hayamos podido terminar la escena, Sonia.

Con las chicas siempre era más amable el puto pervertido. Sonia asintió y se dirigió al patio
de butacas donde teníamos las mochilas. Iba a acompañarla cuando el director me
interrumpió poniendo la mano en mi pecho.

—Tú no. Estrenamos a menos de dos semanas y el monólogo va a quedar listo hoy como
que me llamo Nacho.

Me le quedé mirando, anonadado. Tenía la nariz enorme, igual que los ojos y la boca. Su
aspecto era imponente, y si no llevara ya tantos años conociéndole probablemente me
hubiera intimidado.

—Yo también tengo que estudiar lengua.

—¿Pero a que sí que sabes lo que es el modernismo?

Pues claro que lo sabía. Si no fuera por la literatura y el teatro hacía tiempo que me hubiera
suicidado en esa ciudad de mierda. Quizá Hamlet se sintiera igual y de ahí el monólogo,
que aunque precioso, no terminaba de entender.

—Lo de los Hipster, ¿no?

—En posición.

Suspirando, volví sobre mis pasos y traté de concentrarme. Había visto tantas veces
parodiado ese momento que me sentía absurdo al decir lo de ―ser o no ser‖. Al menos no
era con la calavera en la mano. Eso ocurre mucho después, cuando Ofelia muere y Hamlet
va al cementerio y encuentra la cabeza de su antiguo bufón. Es curioso cómo la cultura pop
tergiversa todo y nos crea clichés absurdos en la cabeza.

—¡Hasta luego!

Sonia se piró y yo pensé en lo harta que estaría. Seguro que cuando le dijeron que iba a ser
Ofelia, se imaginó que iba a compartir escena con un maromo como Miguel y le acabé
tocando yo, delgado, nervioso, cínico y, a sus ojos y los de todo el mundo, probablemente
marica. Aunque eso era dar demasiadas cosas por supuesto y ponerse en plan machista,
porque aunque Sonia era pija de pelotas, se tomaba en serio sus ambiciones dramáticas.

La puerta se cerró y Nacho y yo nos quedamos solos. A esas horas ya no quedaba nadie en
el instituto y era él el encargado de cerrar y poner la alarma en la zona del teatro. Pero de
momento seguía ahí plantado, sudando como un cerdo y esperando que empezara mi
monólogo. Era mejor acabar cuanto antes.

—Ser o no ser. Esa es la…

—¡NO! —gritó.

—¡Pero si ni he empezado!

—¡Es tu puta actitud, joder! Mírate. Brazos caídos, aire perdido… Hablas desde el hastío.
—Porque estoy cansado. Y Hamlet también.

—¡NO! —Aquella era su palabra favorita—. Lo que está Hamlet es aterrado. Y yo no veo
miedo ahí. Necesito a alguien vulnerable, perdido, indefenso… y tú estás con un actitud de
superioridad insoportable.

Estaba a punto de reventar. Rojo, sudoroso y enfadado. Y se estaba dando cuenta de ello.

—¿Te importa si me la quito? —dijo señalándose la camiseta. —Llevo queriendo hacerlo


toda la tarde, pero con Sonia me daba vergüenza y voy a reventar.

Sonreí. Por primera vez era yo el que tenía el poder y él estaba incómodo.

—Claro, tío, ni te rayes.

Nacho se quitó la camiseta. Y reconozco que algo se activó dentro de mí. Algo en lo que
llevaba tiempo sin reparar, después del disgusto de que mi profesor de Historia se pirara
hacía un año del instituto por su jubilación. No había vuelto a verle y ahora, ese nosequé
entre las piernas, regresaba por sorpresa al ver a Nacho con su enorme pecho al
descubierto.

Sin darme cuenta, me lo quedé mirando. No es que tuviera abdominales, pero estaba fuerte.
Sudaba a mares y ese sudor empapaba el vello. Para tener cuarenta y tantos no estaba mal,
pero resaltaba de manera notoria los dos pirsins que llevaba en sus pezones. Cuando me
quise dar cuenta, él acusó hacia donde se dirigían mis ojos.

—¿Ves? No hay ningún problema por mostrarse vulnerable —dijo suavemente, mientras se
señalaba los pezones—. Ni por admitir el dolor.

—¿Te jodió mucho?

Nacho asintió.

—Pero quería enfrentarme a ello. Te agradecería que no lo fueras comentando.

—Tranquilo, estamos en confianza —respondí, ligeramente incómodo por su intensidad.

—Lo sé.

De repente se creó una situación nueva entre nosotros. De complicidad. De unión. Nunca
antes le había visto comportarse de manera tan sincera.

—Como ya te he dicho no eres Hamlet porque estés en el último año… —dijo,


acercándose—. Eres Hamlet porque solo a ti te veo capaz de sacar ese dolor, ese miedo, esa
vulnerabilidad… Ese instinto suicida y reflexivo que implica el vivir en un entorno hostil.

Por primera vez, no sabía qué responder. Sentía que había subestimado a Nacho y que de
verdad era capaz de ver en mí una verdad que al resto de personas de mi alrededor se le
escapaba. Incluso a mí mismo.

—De verdad quiero hacerlo bien, Nacho. Pero lo he intentado mil veces en casa y no sale…

—Entonces, vamos a probar algo nuevo. ¿Te atreves?

Su mirada se posó en mí con la suavidad y la letalidad de un ave rapaz. Era un búho


cazando en la noche, y yo no lo sabía, pero acababa de abandonar mi madriguera.

—Sí.

—Pues venga, desnúdate.

Me quedé a cuadros. Imaginaba cualquier tipo de ejercicio… menos ese.

—¿Cómo?

—¿Quieres ser actor o no?

¿Quería? Desde luego Arte dramático estaba entre mis carreras predilectas pero no me veía
muy capaz de tener éxito en semejante empresa.

—Puede…

—¿Quieres o no?

—Sí.

—Pues los actores a veces tenemos que exponernos al máximo. Si te sientes vulnerable
ante mí, recitando el monólogo, sabrás qué sensación se asocia a cada palabra. Sentirás
cómo Hamlet se siente en su palacio en Dinamarca… completamente expuesto.

—No sé…
—Yo me he mostrado vulnerable ante ti. No me decepciones.

¿Me estaba manipulando? Yo seguía ahí de pie, lleno de dudas.

—¿Y si viene alguien?

Como respuesta, Nacho bajó y cerró la puerta con llave. La impulsividad con la que lo hizo
me excitó ligeramente. Subió de nuevo al escenario y, sin previo aviso, se quitó las
zapatillas y los pantalones. Luego los calzoncillos y se quedó mirándome. Tenía los pies
enormes y las piernas robustas. En su ingle, rodeada por un mar de vello negro y sudado,
dormitaba su polla, larga y de mucho grosor.

—Así. Vulnerables.

Plantado delante de mí parecía cualquier cosa menos vulnerable. Era un pedazo de


mostrenco desnudo delante de un adolescente delgado y debilucho -aunque con ese
atractivo romántico a lo Tim Burton que tienen los chavales medianamente creativos, todo
hay que decirlo.

Al ver que yo no respondía, empezó a recoger su ropa, decepcionado.

—Veo que me he equivocado contig-

No terminó la frase porque yo ya me estaba desnudando. De perdidos al río. Primero los


zapatos -castellanos, odiaba y odio las deportivas-, los vaqueros y la camisa. Me quedé solo
en calzoncillos, ante su atenta mirada.

—Termina— dijo, sonriendo. ¿Era malicia, triunfo… deseo?

Terminé. Me quité los calzoncillos quedándome completamente indefenso, como él quería.

—¿Cómo te sientes?

—Avergonzado.

No dejaba de sonreír. Entre su vello divisé cómo su polla empezaba a despertar, morcillona,
de su letargo. No podía creerlo. ¿Ese tío era gay? No tuve tiempo de reflexionar demasiado
sobre ello. Mi polla empezaba a imitar a la de Nacho y no quería que me pillara.

—¿Empiezo?
Nacho asintió, pero en lugar de sentarse en el patio de butacas como hacía normalmente, se
empezó a acercar a mí, con su polla hinchándose de sangre a cada paso que daba.

—Ser o no ser… Esa es la cuestión.

Se acercó a mí. Podía respirar su aliento y su sudor. Olía a sobaco y a hombre, y también
ligeramente a colonia barata mezclada con tabaco de liar. Los pircings de sus pezones
brillaban al caer sobre ellos la luz de los focos.

— ¿Qué es más… más noble? —La voz me temblaba.

¿Permanecer impasible ante los avatares de una fortuna adversa…?


Noté cómo me agarraba el culo con sus manos. Me sacaba casi una cabeza y me miraba
desde arriba, con su boca muy cerca de mi frente. Al ver que me detenía, susurró
suavemente:

—Sigue.

—¿…o afrontar los peligros de un turbulento mar y, desafiándolos, terminar con todo de
una vez?

Sin soltarme el culo, empezó a bajar con su boca por mi cuello y mi pecho. Yo no me
detenía. Temblaba y el corazón me latía a mil. Pero no me detenía.

—Morir es… dormir… Nada más.

De pronto, separó las manos de mi culo y me agarró el cuello con fuerza. Apenas podía
hablar y traté de apartarme pero él no me dejó. No me llegaba el aire y algo en sus ojos me
hacía entender que no pararía de estrangularme hasta que yo no terminara.

—Y durmiendo se acaban la ansiedad y la angustia y los miles de padecimientos de que son


herederos nuestros míseros cuerpos. —traté de coger aire, pero apenas me quedaba ya, me
revolví en sus brazos, que no paraban de apretar—. Es una deseable consumación:
Morir…dormir… dormir… tal vez… tal vez… soñar….

Dejó entonces de agarrarme y yo respiré aliviado. Él entonces me abrazó con suavidad.


Noté su polla, ahora completamente erecta, unida a la mía que también lo estaba.

—Ah, ahí está la dificultad.


Me besó en los labios. Su boca sabía a tabaco y a saliva macerada. Su lengua se revolvió
unas veces dentro de mí, pero yo me aparté para continuar mi monólogo y eso le encantó
porque sonrió entusiasmado, mientras hacía que con mi mano le tocara la enorme polla que
palpitaba plagada de relieves venosos.

—Es el miedo a los sueños que podamos tener al abandonar este breve hospedaje lo que
nos hace titubear, pues a través de ellos podrían prolongarse indefinidamente las desdichas
de esta vida.

Se escupió entonces en la polla y me dio la vuelta. Ya sabía lo que iba a ocurrir. Lo supe
antes de pronunciar la siguiente frase. Pero no me detuve.

—Si pudiésemos estar absolutamente seguros…

Su polla empezó a abrirse paso entre mi agujero, abierto de pura excitación.

—De que un certero golpe de daga terminaría con todo…

Me la metió de golpe. Así, sin lubricar apenas. Yo grité de dolor y sentí cómo me la metía
hasta los huevos, redondos y peludos, que ahora se apretaba contra mi culo. Soltó una
exhalación de placer. Debía notar mi interior caliente, húmedo y estrecho, a su entera
disposición. Unas lágrimas se me escaparon y él las recogió con ternura con su enorme
pulgar.

Traté de sobreponerme. Daba igual lo que pasara ya. Iba a terminar mi escena.

— ¿Quién soportaría los azotes y desdenes del mundo, la injusticia de los opresores, los
desprecios del arrogante…?

Aprovechando que estábamos fundidos, empezó a moverse primero lentamente y luego


aumentando el ritmo. Yo cerraba los ojos con cada embestida.

—El… dolor, el dolor del amor no correspondido, la desidia de la justicia, la insolencia de


los ministros, y…

Sin previo aviso, me dio una hostia en el culo que me hizo gritar y me produjo un gran
escozor. Mientras, seguía empotrándome sin piedad.

—¿…y los palos inmerecidamente recibidos?

Aumentó el ritmo y noté cómo mi culo se abría ante él, dando vía libre al placer de mi
próstata que ahora se unía a este terrible dolor que no se debía solo a la polla que palpitaba
en mi interior. Empecé a gimotear mientras hablaba, consciente de la siguiente frase.

—¿Quién arrastraría, gimiendo y sudando, las cargas de esta vida, si no fuese por el temor
de que haya algo después de la muerte, ese país inexplorado del que nadie ha logrado
regresar?

Aumentó el ritmo y por sus gemidos entendí qué era lo que estaba a punto de ocurrir. Me
llevé las manos a la polla, pero él me las apartó, y fue él quien me la agarró fuertemente
con sus enormes dedos.

—Es lo que inmoviliza la voluntad y nos hace concluir que mejor es el mal que padecemos
que el mal que está por venir.

Subía y bajaba por mi tronco, golpeando mis testículos al ritmo de sus embestidas, mientras
el sudor de sus sobacos caía por mi espalda. Yo no podía más. Y él tampoco.

—La duda nos convierte en cobardes y nos desvía… nos desvía…

Notaba el semen llegar, mientras su polla se apretaba más y más contra mí.

—De nuestro racional…

Nacho soltó un grito desgarrador y se vertió dentro de mí, al tiempo que yo también
reventaba y mi semen inundaba el baúl donde solo unos minutos antes se había sentado la
pija de Sonia. Nacho no dejó de gritar hasta que se hubo vaciado por completo en mi
interior. Yo solo fui capaz de decir una frase.

— De nuestro racional curso de acción.

Y entonces los dos caímos sobre el suelo del escenario. Al sacar su polla, noté cómo la lefa
de Nacho corría por entre mis muslos y se pegaba al vello de mis piernas. Al darse cuenta
de ello, Nacho lo recogió con su dedo índice y lo llevó con suavidad a mi boca, que ahora
recuperaba el monólogo.

—Pero…interrumpamos nuestras filosofías, pues veo allí a la bella Ofelia.

Saboreé levemente el amargor del sudor y del semen de mi director de teatro.

Y solo entonces, llegó ante mí el recuerdo de mi antiguo profesor de Historia, su abandono;


la dificultad para encontrar a alguien en esa ciudad de provincias de mierda. Comprendí por
fin lo solo me sentía ante un mundo hostil donde se exigía de mí que fuera alguien que yo
no quería ser. Ser o no ser.... Esa era siempre la cuestión.

Nacho me acarició el pecho con suavidad, extendiendo su semen por mi tripa. Y yo


terminé:

—Ninfa de las aguas, perdona mis pecados y ruega por mí en tus plegarias.

Él aplaudió entonces, emocionado y me besó en los labios.

—¡Bravo! Muy bien, peque. Eso era justo lo que estaba buscando.

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