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November, 1998
Misterio
en el campo
de golf
Luisa Villar Liébana
Ilustraciones de Mikel Valverde
Primera edición: abril 2003
Segunda edición: enero 2004

Colección dirigida por Marinella Terzi

O del texto: Luisa Villar Liébana, 2003


O de las ilustraciones: Mikel Valverde, 2003
O Ediciones SM, 2003
Impresores, 15 — Urbanización Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)

ISBN: 84-348-9424-6
Depósito legal: M-1394-2004
Preimpresión: Grafilia, SL
Impreso en España/ Printed in Spain
Imprenta: Orymu, SA - Ruiz de Alda, 1 - Pinto (Madrid)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni


su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o
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de los titulares del copyright.
ES
A Maite y Raúl
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1 Misterio en el campo
de golf

bso hacía sus ejercicios de


taichi en el jardín cuando recibió
una llamada.
oran. mutad del
ejercicio “góndola”, que consistía
en mantener un pie en el suelo,
otro en el aire y, con los ojos ce-
rrados, acariciar con lentos movi-
7
mientos una góndola imaginaria.
Cuando lo practicaba quedaba re-
lajado para todo el día. Solo que,
en esta ocasión, el móvil sonó y
casi pierde el equilibrio.
Con los ojos abiertos, y los dos
pies en el suelo, sacó el aparato de
un bolsillo del chaleco, y presionó
el botón.
—Sabueso al habla -dijo a tra-
vés del pequeño artilugio.
Era Viky, la campeona de golf
de Ciudad Amable. Alguien había
robado sus palos de golf.
Sabueso prometió encargarse del
asunto. Se citaron a las once.
Sabueso era un perro grande, de
orejotas marrones. Blanco, de pelo
corto, y una mancha marrón como
un lunar en el lomo.
En Ciudad Amable era un in-
vestigador famoso.
Acabó el ejercicio, compró el pe-
riódico, y se preparó su desayuno
favorito: tres filetes con patatas.
Se puso gorra y zapatillas, como
los jugadores de golf, y se dirigió
a su cita en el club deportivo.
Viky entrenaba en el hoyo quin-
ce. Era una joven canguro alta y
elegante, segura de sí misma. La se-
guridad era uno de los rasgos más
10
característicos de su personalidad,
eso decían los reportajes de prensa
que con frecuencia aparecían sobre
ella.
Según cierto: reportaje de hacía
unas semanas, ese rasgo la había
llevado a ser la gran campeona.
—Señorita Viky... —la saludó.
Ella se alegró al verlo. Detuvo el
entrenamiento y le contó lo ocu-
rrido.
Como ya le había informado, al-
guien había robado sus palos de
golf.
Desde que obtuvo el título de
campeona hacía tres años, nadie lo-
11
graba arrebatárselo. Ella seguía
siendo la campeona y la primera
jugadora de Ciudad Amable. Se
sentía satisfecha, y entrenaba duro
para preparar cada competición.
Ahora, con lo sucedido, dudaba
si lograría ganar el cuarto torneo.
Sin sus viejos palos, estaría en des-
ventaja.
Sabueso quiso saber por qué.
—¡Oh! Lo estaré, no lo dude -se
lamentó la campeona.
Para que el detéctive compren-
diera, le hizo una demostración.
—Vea.
Colocó la pelota en el verde,
sacó un palo de la bolsa que por-
taba su ayudante, y le dio tal golpe
descontrolado, que la pelota saltó
por encima de los árboles y fue a
parar al pequeño lago artificial.
—¿Comprende? -se dirigió al
detective-. Acostumbrarse a unos
palos nuevos lleva su tiempo. El
torneo empieza el domingo, no dis-
pongo del tiempo necesario para
adaptarme. Cada jugador competi-
14
rá con sus palos favoritos. Sin los
míos, estaré en desventaja.
—¿Cuándo desaparecieron?
—Ayer. Aquí, en el campo de
golf. En el vestuario —respondió la
campeona—. Me preparaba para re-
gresar a casa, los dejé a la entrada
de la ducha y, al salir, no estaban.
Quedó pensativa, absorta en el
momento del suceso. Le daba mie-
do pensar que alguien, con tan po-
cas buenas intenciones, se hubiera
acercado tanto, de manera sigilosa.
La voz de Sabueso la hizo salir
de sus pensamientos.
— ¿Sospecha de alguien?
15
—De nadie en absoluto.
—Debo pedirle discreción —vol-
vió a hablar Sabueso-. Que nadie
sepa que estoy investigando por
aquí —y añadió: Señorita Viky,
atraparemos al ladrón.
Los ojos de la campeona se ilu-
minaron.
—¿Antes del domingo?
El detective no respondió y se
trasladó al vestuario dispuesto a
hacer su trabajo. Viky y su ayu-
dante continuaron con el entrena-
miento. |
Sabueso recorrió. el vestuario
desde la entrada hasta las duchas,
16
rastreándolo todo, husmeando has-
ta el último rincón. Encontró hue-
llas de unas zapatillas deportivas
masculinas... en un vestuario fe-
menino... Humm... Las huellas
eran enormes. Por el tamaño del
pie, el ladrón debía de ser bastan-
te grande. ¿Conducirían a alguna
parte?
Decidió averiguarlo.
Rastreó el exterior y, en efecto,
conducían hasta un llano de arena,
a unos metros detrás de una ar-
boleda. Allí las huellas desapare-
cían y aparecían las de un pequeño
coche eléctrico; el típico vehículo
17
que todos utilizaban para recorrer
el campo de golf.
El supuesto ladrón, al salir del
vestuario, había caminado hasta la
arboleda y se había subido en uno
de esos pequeños coches eléctricos;
de ahí el cambio de huellas.
Subido en otro, Sabueso siguió
el rastro que las ruedas habían de-
jado en la arena, y después a lo lar-
go de un estrecho camino.
Corrió.
No era como conducir la pesada
furgoneta en la que él y su ayu-
dante solían desplazarse. El coche
18
iba ligero. Al tomar un camino no
calculó la pendiente y...
—¡Aaaah!
Corrió a toda velocidad. Al fon-
do estaba el lago. El coche se es-
trelló contra unas matas, y Sabueso
voló por el aire y fue a parar al
agua.
¡Menudo remojón!
Regresó a casa a cambiarse. ¡Es-
taba hecho una sopa!

20
2 Un amuleto de la suerte

S tj preparaba en la cocina
su comida favorita —tres filetes con
patatas—- cuando el móvil sonó de
nuevo.
Era el ayudante de Viky. Le pe-
día que pasara a verla al club; se
lo pedía por favor. La campeona
estaba nerviosa, muy preocupada;
su amuleto de la suerte había des-
aparecido.
21
—Su presencia la animará —dijo
el ayudante.
—¿Dónde se encuentra ella?
—preguntó el detective.
—En el restaurante; aunque no
ha probado bocado. Le diré que
viene para acá.
En el oído de Sabueso retumbó
el clic del móvil al cerrar la co-
municación. Dejó los filetes intac-
tos en la cocina, corrió hacia la
furgoneta y puso rumbo al club de
golf.
La campeona lo esperaba en el
restaurante, sentada en una mesa
junto a su joven ayudante. Un oso
2%
de pelo rojo, menudo, que llevaba
siempre puesta una gorra amarilla;
por lo visto, para comer tampoco
se la quitaba. Se llamaba López y
era el ayudante de confianza de
Viky.
Al ver a Sabueso, la campeona
hizo ademán de levantarse para re-
cibirlo, pero el detective se lo im-
pidió con un gesto caballeresco.
—Ahora que ha venido me sien-
to mejor —dijo ella mientras él se
sentaba—. Creo que hasta me ani-
maré a comer algo. ¿Nos acompa-
ña? Hay un menú estupendo.
—Me pregunto si he hecho bien
23
en venir -comentó: Sabueso miran-
do a su alrededor—, esto está muy
concurrido. Y pensó que, desde
luego, no había hecho bien en ir.
Ahora todos allí sabrían que estaba
investigando.
En efecto, el restaurante estaba
bastante concurrido, y todos pare-
cían gozar de un apetito excelente.

— ¿Sospecha de alguien del club?


-preguntó Viky más preocupada
que antes.
—No estoy seguro todavía —dijo
Sabueso—. Es una posibilidad.
La campeona hizo un gesto y el
camarero les sirvió la comida.
Mousse de berenjena con crema a
la muselina. Era una lástima que
sus tres filetes con patatas se hu-
bieran quedado en la cocina, pensó
el detective.
—Bien, ¿qué ha sucedido esta
vez? —preguntó.
—Mi amuleto de la suerte ha
desaparecido —respondió ella-. Sé
que es una tontería, pero siempre
26
lo llevo. Es una manía. No me gus-
taría empezar el torneo sin él.
—¿Dónde ha ocurrido? —volvió
a preguntar Sabueso.
—En el vestuario, en la ante-
ducha. Lo había dejado sobre una
toalla en una banqueta. Es un pe-
queño amuleto en forma de cora-
zón, sin valor material. Al salir de
la ducha, la toalla permanecía en
su sitio y el amuleto no estaba.
¿A quién le puede interesar un
amuleto de tela? —exclamó con
perplejidad.
—Una buena pregunta —dijo Sa-
bueso—-. Y muy lógica.
3Y
¿Y unos viejos palos de golf?
¿A quién podían interesarle?
Sabueso respondió para sí: al
mismo ladrón; de eso no cabía
duda. Tanto un robo como otro los
había cometido el mismo ladrón.
El detective recordó cierta in-
formación aparecida en un repor-
taje de prensa de hacía unas se-
manas:

Cuando Viky, la campeona de golf,


compite en un torneo, lo hace con
tres cosas: sus viejos palos, su amuleto

de la suerte y sus zapatillas azules.

(El Noticiero)
28
Así que, después de todo, Viky
no era tan segura de sí misma
como todos creían. Más bien al
contrario. Al parecer era bastante
insegura. Por eso necesitaba aque-
llos tres objetos para competir. Por
absurdo que pareciera, los viejos
palos, el amuleto y las zapatillas
azules le infundían seguridad.
Alguien conocía esa información
y deseaba fastidiarla. ¿Quién? Eso
tendría que averiguarlo. ¿Con qué
objeto? Eso también tendría que
averiguarlo.
Quizá para que perdiera seguri-
29
dad y no ganara el cuarto torneo.
Humm...
Se levantó de improviso.
—¿Adónde va? -—exclamó la
campeona, sorprendida.
—+Este es un momento excelente
para continuar las investigaciones
-dijo el detective.
Y se marchó sin más.
—¡Aún no ha acabado su mousse
de berenjena! —exclamó ella su-
biendo el tono de voz.
Sabueso no la oyó. Había salido
del restaurante y se dirigía al ves-
tuario. Buscó huellas y encontró
las de unas zapatillas deportivas
30
masculinas. Eran grandes, enormes
como las anteriores. Y en el llano
de arena de la arboleda se trans-
formaban en las de un pequeño co-
che eléctrico. Lo cual venía a con-
firmar lo que ya sabía; que el la-
drón era el mismo.
Esta vez no las siguió. Tenía
una idea mejor: vigilaría el vestua-
rio. Si estaba en lo cierto, el la-
drón intentaría robar las zapatillas
azules.

31
3 Una figura misteriosa

ds pidió a Viky que conti-


nuara con su vida normal. Aquella
tarde, al acabar el entrenamiento,
pasaría por el vestuario como de
costumbre. El ladrón no debía per-
cibir ningún cambio, ningún sig-
no, por pequeño que fuera, de que
estaban tras su pista.
Dejaría las zapatillas azules en la
yz
anteducha, bien a la vista. Y no se
preocuparía por nada. Sabueso vi-
gilaría la entrada y atraparía al la-
drón.
Y así ocurrió:
Al acabar su larga jornada de
entrenamiento, Viky entró en el

33
vestuario como de costumbre. Era
tarde y oscurecía ya.
Sabueso vigilaba la entrada. Más
allá, el edificio del restaurante
mantenía cierto movimiento y,
algo lejos también, unos empleados
arreglaban el verde. Todo parecía
tranquilo.

¡De pronto! ¡Alguien se acercaba


en un pequeño coche eléctrico! El
coche quedó aparcado en la puerta
del vestuario, y un individuo se
bajó de él. ¡Una figura misteriosa!
¡Y tenía una cabeza enorme!
El detective observó que calzaba
34
zapatillas masculinas, y vestía el
uniforme del club.
¡Así que se trataba de un em-
pleado! Por eso nadie sospechaba
cuando se dirigía al vestuario.
¿Y por qué no dejó el coche en el
llano de arena de la arboleda? Eso
no encajaba. Humm...
Tenía una cabeza voluminosa,
en efecto, y un gran bigote. Sin
embargo, las zapatillas no parecían
demasiado grandes.
Eso tampoco encajaba.
La misteriosa figura entró en el
vestuario con precaución, compro-
bando antes que nadie lo seguía, y
35
salió con una bolsa entre las ma-
nos.
El sospechoso se subió en el
vehículo que había dejado aparca-
do en la entrada, y cruzó el campo
de golf.
Sabueso lo siguió montado en
otro pequeño coche eléctrico.
El sospechoso tomó una pen-
diente, abajo estaba el lago, se de-
tuvo en la orilla y lanzó la bolsa
al agua.
—¡El lago! —exclamó Sabueso.
—¡Aaaaaaaaaag!
El coche de Sabueso se deslizó
pendiente abajo y... ¡Crac! Chocó
36
contra unas matas, saltó por el aire
y fue a caer al agua llevándose por
delante al ladrón.
La luz de los faros iluminaba el
rostro del supuesto empleado. Sa-
bueso lanzó un par de ladridos.
¡No se trataba de un empleado del
club! El bigote era falso, se había
desprendido y flotaba en el agua.
Y aquella cara le resultaba fa-
miliar.
¿Ececeh? ¡El ayudante de Viky!
—i¡López! —exclamó.
El oso llevaba una peluca volu-
minosa, que también se acababa de
caer al agua.
37
—¡Así que usted es el ladrón!
Confieso que no me lo esperaba
=le tendió una mano y salieron del
agua. Lo más urgente era secarse,
los dos estaban hechos una sopa.
López el ladrón. Humm...
El ayudante de Viky tendría que
darle muchas explicaciones.

39
4 Las zapatillas | azules

S. encontraban en la cocina de
Sabueso, ya se habían secado.
Mientras el detective preparaba la
cena, López intentaba explicar lo
sucedido.
Aquella tarde, después de comer,
había recibido una llamada telefó-
nica. Una voz le aseguró que era
Sabueso y le dio instrucciones.
40
—¿Qué instrucciones? Yo no le
he llamado —lo interrumpió mal-
humorado el detective. Empezaba
a impacientarse. Él no había lla-
mado, no le había dado ninguna
instrucción. El ayudante de Viky
debió darse cuenta de que no
era él.
—Las instrucciones —repitió Ló-
pez-. Debía presentarme en el ves-
tuario, disfrazado...
—Y te has presentado con bi-
gote y peluca, y el uniforme de
empleado.
—Pensaba que así nadie me re-
conocería. Lo siento, las instruccio-
41
nes eran claras: coger las zapatillas
y tirarlas al lago. No hablaría con
nadie, ni siquiera se lo comentaría
a Viky. Y nadie debía recono-
cerme.
—Y has obedecido, claro -iro-
nizó Sabueso. Preparaba una salsa
especial para los filetes. No todos
los días cenaba en casa un invita-
do. Aunque, después de lo ocurri-
do, el invitado no se merecía tantas
atenciones.
—Estaba convencido de que ha-
blaba con usted —continuó el oso-.
Pensaba que se trataba de un nue-
vo plan para atrapar al ladrón. Al
42
encontrar en el vestuario unas za-
patillas blancas en lugar de las
azules, he creído que formaba par-
te del plan.
Unas zapatillas blancas en lugar
de las azules; eso tendría que ex-
plicarlo Viky, ronroneó Sabueso.
El móvil sonó. Era ella; estaba
accidentada. Había recibido un
golpe en la cabeza y le acababan
de robar las zapatillas azules.
Sabueso y López corrieron al
club y los filetes quedaron prepa-
rados, a punto para ser engullidos,
de nuevo en la cocina.
La campeona se encontraba en
43
la enfermería, tumbada en una ca-
milla con una bolsa de hielo en la
cabeza.
— ¿Se encuentra bien? ¿Qué ha
sucedido? —preguntó Sabueso nada
más verla.
—¿Qué te ha pasado, Viky? -le
preguntó López casi al mismo
tiempo.
—¡Ha sido horrible! ¡Horrible!
-exclamó ella-. Me han golpeado
y he perdido el conocimiento.
Cuando lo he recobrado, las zapa-
tillas no estaban en el coche.
¿En el coche? Sabueso bufó ver-
daderamente enfadado. El acuerdo
era dejar las zapatillas azules en el
vestuario.
Ella se disculpó:
—Lo siento, ya es demasiado
tarde.
Y contó que después de comer
había cambiado de idea.
Entrenó con zapatillas blancas y
luego las dejó en el vestuario.
Y guardó las azules en el maletero
del coche en el aparcamiento. Pen-
só que el ladrón robaría las blancas
46
y que las azules estarían seguras. Se
equivocó. El ladrón robó las zapa-
tillas azules.
A las ocho y media solía coger
el coche para regresar a casa todos
los días. A esa hora entró en el
aparcamiento y, al abrir la puerta
del vehículo, recibió un golpe en
la cabeza. No vio a nadie. Cuando
recobró el conocimiento, las zapa-
tillas no estaban en el maletero.
Sabueso estaba de pésimo hu-
mor. ¿Qué les pasaba a estos jóve-
nes? Uno se dejaba engañar por te-
léfono y la otra no cumplía lo
acordado.
47
—Lo siento —volvió a disculpar-
se Viky-. Usted es el experto, debí
hacerle caso.
Sabueso quedó pensativo. Ahora
estaba seguro de que el ladrón era
alguien del club. Alguien que los
vio charlando en el restaurante,
pensó que estaban tras su pista y
urdió un plan.
—¿Alguno de los dos le ha co-
municado a alguien que investigá-
bamos los robos? —preguntó a sus
dos interlocutores. |
—Yo no -respondió López.
—Por supuesto que yo tampoco
-añadió Viky.
43
—En tal caso el ladrón nos vio
en el restaurante. Sospechó que es-
tábamos tras su pista, y urdió un
plan para alejarnos de Viky.
Viky no parecía muy convenci-
da. Dijo:
—¿Lo lógico era dejar las zapa-
tillas azules en el vestuario, ¿cómo
sabía el ladrón que había cambia-
do de idea y las había guardado en
el maletero?
—Eso es fácil de responder
contestó Sabueso divertido-. El
ladrón se ha pasado la tarde vigi-
lándola. Ha visto con sus propios
ojos cómo guardaba las zapatillas
49
en el maletero. ¡A qué hora lo ha
hecho?
—Después de comer, antes de
empezar a entrenar -respondió
ella.
—Pues él lo ha visto, y ha ur-
dido su plan.
—Si sabía que las zapatillas azu-
les estaban en el maletero, ¿por
qué no las ha robado antes, mien-
tras Viky entrenaba en el campo
de golf? —objetó López-. ¿Por qué
ha esperado hasta las ocho y me-
dia?
—En el aparcamiento entra y
sale mucha gente durante el día
50
-dijo Sabueso. El ladrón no ha
querido arriesgarse, podían verlo
manipulando el coche de Viky.
Todo el mundo conoce el coche
de Viky y sabe cuál es su plaza
de aparcamiento. Era más seguro
esperar que anocheciera, y que
ella misma le facilitara las cosas
abriendo el vehículo con la llave.
—Tiene sentido —admitió Viky.
—Lo tiene —dijo López—. Y le ha
salido bien. El plan del ladrón le
ha salido redondo, mejor que el
nuestro.
—Quizá no tanto -sugirió Sa-
bueso-. ¿No es verdad que en el
51
club hay instaladas cámaras de se-
guridad?
Los ojos de Viky se iluminaron.
—Sí -dijo animada.
—Pues tal vez alguna cámara
haya tomado su imagen.
Sabueso se levantó con urgencia.
—Tengo que irme.
Pidió a López que acompañara a
la campeona a su casa y no la de-
jara hasta no encontrarse restable-
cida, y se marchó.
Se dirigió al aparcamiento. Bus-
có huellas y... ¡Allí estaba! La hue-
lla de una zapatilla deportiva mas-
AE
culina. Grande, enorme. ¡La huella
del ladrón!
Era una lástima que la oficina
del club estuviera cerrada. Al día
siguiente recogería la cinta de ví-
deo del aparcamiento y del restau-
rante. Estaba deseoso de compro-
bar si la cámara había tomado la
imagen del agresor.
Aguardar hasta el día siguiente
no estaba tan mal. No había co-
mido y en la cocina le esperaban
tres filetes con patatas, su cena fa-
vorita. Con una salsa especial.
Esta vez se relamió.
Humm...
54
Puede que al ladrón no le hu-
biera salido tan bien el plan como
López suponía.

55
S Culpable

O madrugó al día siguiente


y llamó a su ayudante el gato Flo-
ro; tenían trabajo en el lago.
Floro había hecho un curso y
era un experto buceador. Se metió
en el agua con su traje de buzo y
pescó las zapatillas blancas de
Viky. |
—Adivine qué sale ahora, jefe.
56
Era la pelota que la campeona
había lanzado al lago al probar los
palos nuevos.
Ni las zapatillas azules, ni el
amuleto de la suerte, ni los viejos
palos de golf se encontraban allí.
Luego pasaron por la oficina del
club para recoger las cintas de ví-

SE
deo. La que más le interesaba a Sa-
bueso era la del aparcamiento.
Quizá la cámara de seguridad ha-
bía grabado la imagen del ladrón
agrediendo a Viky. Aunque eso era
mucho esperar.
—No está completa —dijo el em-
pleado que les atendió en la ofici-
na—, la cinta del aparcamiento está
estropeada.
—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
—preguntó Sabueso.
Al parecer, la cámara funcionó
durante todo el día, pero a las ocho
y veinte dejó de emitir. Según el
empleado, se estropeó con el vien-
58
to. El día anterior se había levan-
tado viento, y el aparcamiento era
al aire libre.
¡Qué curioso!, pensó Sabueso. A
las ocho y veinte la cámara deja de
emitir imágenes, y diez minutos
más tarde golpean a Viky y roban
las zapatillas.
Sabueso sabía muy bien que no
había sido el viento.
Aunque incompleta, se quedaron
con la cinta, y pidieron también la
del restaurante. Las supervisaron
en la sala de descanso del club.
Primero, el vídeo del restaurante.
Floro pasaba las imágenes y to-
59
maba nota de todos los que apa-
recían en ellas.
Anotó a un grupo de japoneses
que aquel día visitaban las insta-
laciones del club y se quedaron a
comer. Anotó a varios grupos de
deportistas, a empleados y técnicos,
a los camareros; a todo el mundo.
Cuando acabaron, le tocó el tur-
no al vídeo del aparcamiento.
Se trataba de averiguar cuántos
de los que estuvieron en el restau-
rante a la hora de la comida pa-
saron por el aparcamiento poco an-
tes de que la cámara dejara de fun-
cionar. Nada garantizaba encontrar
60
al ladrón siguiendo ese método,
pero siempre era una posibilidad.
Avanzaron la cinta hasta el mo-
mento que les interesaba y...
—¡Ahí están, jefe, los primeros
sospechosos! —exclamó Floro.
Eran los japoneses. Según el re-
loj que aparecía en pantalla, entra-
ron en el aparcamiento a las ocho
y cinco. Como la cámara dejó de
emitir a las ocho y veinte, ellos se
convertían en los primeros sospe-
chosos.
Pero Sabueso dijo que los japo-
neses no eran sospechosos de nada.
Acababan de llegar a la ciudad, y
62
no se encontraban en Ciudad
Amable cuando ocurrieron los ro-
bos anteriores.
La cinta siguió avanzando.
Cinco minutos más tarde entra-
ron tres deportistas. El reloj de la
pantalla indicaba las ocho y diez.
—Ahí, jefe —dijo de nuevo Floro
en tono serio.
Después entró un individuo
solo; un camarero. Y la cámara
dejó de funcionar.
Muy pensativo, Sabueso dio
vueltas por la sala de descanso del
club.
Los deportistas más el camarero
63
sumaban cuatro; cuatro sospecho-
sos. Uno de ellos era el culpable.
Esperó que los otros se marcharan
y, en un momento de soledad del
aparcamiento, manipuló la cámara
dejándola fuera de servicio. Des-
pués agredió a Viky.
Debía analizarlos bien, a cada
uno de ellos.
—Vuelve la cinta atrás —pidió el
detective a su ayudante.
Floro obedeció y Sabueso exa-
minó a los tres deportistas deteni-
damente. |
Dos de ellos quedaban descarta-
dos. Las huellas del vestuario eran
64
enormes, y estos eran de estatura
más bien pequeña. Era imposible
que sus pies marcaran una huella
semejante.

En cuanto al camarero y al ter-


cer deportista, los dos presentaban
una gran corpulencia y enormes
pies. ¡Caliente! ¡Caliente! ¡Se acer-
caban al ladrón!
—Vuelve a fijar en pantalla la
imagen del camarero -—pidió Sa-
bueso.
—Ahora la imagen del otro —pi-
dió después.
Aquella cara le sonaba; la del
65
deportista. ¿Quién era? ¿A quién
le recordaba?
—¡Demonios! ¡El hipopótamo
Jon! —exclamó en voz alta.
El hipopótamo Jon era subcam-
peón de golf de Ciudad Amable. Sa-
bueso recordó su foto en un repor-
taje de prensa. El reportaje decía:

El señor Jon nunca ha logrado


ganarle un torneo a Viky.

Estaba seguro, el ladrón era el


hipopótamo Jon. Tenía un móvil:
impedir que Viky ganara el cuarto
torneo. Tenía los pies grandes. Y
66
había estado en el aparcamiento
minutos antes de que la cámara de-
jara de funcionar.
—i¡Zaspe, jefe!
—¿Tenemos los horarios de en-
trenamientos del club?
—Los tenemos, jefe —aseguró
Floro.
—¿A qué hora empieza el entre-
namiento el hipopótamo Jon?
—A las doce —dijo Floro com-
probando los horarios.
Sabueso consultó el reloj, y ex-
clamó:
—¡Vamos! ¡Aún llegamos a
tiempo!

67
6 Participar en un torneo

En el campo de golf todo estaba


preparado, el campeonato no tar-
daría en dar comienzo. La mañana
era soleada. Ni una brisa movía las
hojas de los árboles. Un tiempo
ideal para los participantes.
Viky esperaba el momento de
iniciar el juego.
—¿Sabe ya quién es el ladrón?
-le preguntó Sabueso.
68
—Sí —respondió ella apenada-.
Jon es el ladrón. ¡Y cómo lo siento!
Jon es un buen deportista.
—Que pretendía ganar el torneo
poco deportivamente —corrigió el
detective-. Un buen deportista no
admite ventajas para competir,
debe ganar con deportividad.
—Es verdad —admitió ella—. Per-
mítame, don Sabueso, que hoy sea
yo quien le pregunte a usted:
¿Cómo ocurrió todo?
—Cuando descubrimos que el
ladrón era Jon, mi ayudante y yo
nos presentamos en su domicilio.
Jon se vino abajo y confesó.
69
-¿Confesó tan fácilmente?
—No tan fácilmente -dijo Sa-
bueso-. En la entrada de su casa
había un gran arcón de cuero. Mi
ayudante se las ingenió para zam-
bullirse en él y allí estaban los ob-
jetos robados.
—Yo los descubrí, jefe —dijo el
gato Floro entregando el botín a su
dueña: los viejos palos, el amuleto
y las zapatillas azules.

—Estos objetos... —dijo Viky-, no


volveré a usarlos nunca. ¿Por qué
Jon no se deshizo de ellos? Encon-
trados en su poder prueban su cul-
pabilidad, ¿por qué los conservó?
—Es difícil conocer los meca-
nismos de la mente —respondió Sa-
bueso—. Tal vez pensó que mante-
nerlos cerca le daría suerte para ga-
nar el torneo.
—Puesto que lo han descalifi-
cado y no participará en el torneo,
¿por qué no participan los dos?
-exclamó la campeona y puso en
manos del detective un palo de
golf. Sabueso le dio a la pelota y...
— ¡Excelente jugada! —lo felicitó
Viky-. Solo ha necesitado un golpe
para meterla en el hoyo. ¿Se ani-
man a participar en el torneo?
—¡Vamos! ¡Anímense! -les pidió
López con entusiasmo.
—Yo me animo, jefe —dijo Floro.
Sabueso se rascó la cabeza.
Eje Bues* yo:
Se alegraba de que Viky decidie-
ra, al fin, competir sin aquellos ob-
jetos. Eso significaba que empezaba
a sentirse segura de verdad. ¡Y pen-
saba ganar el torneo!
74
El no participaría, no era lo
suyo. Regresaría a casa, seguro que
en el despacho le esperaba un nue-
VO Caso.

75
¿Y
7A
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PA SEVA

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Índice

1 Misterio en el campo de golf ..... de


2 Un amuleto de la suerte ............ 21
> Una figura IMISTeriOsA. maison 2
4 Las zapatillas azules oo... 40
O E ento asp S nado 56
6 Participar en un torneo mc... 68

27
e
Ak har» cuece , Socie
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dad Amable. Él y su ayudante, el gato Floro, son los únicos
capaces de descubrir quiénes son los ladrones que han entrado
en casa de la osa Aurelia.
1065823904
INVESTIGA
OREJOTAS
SABUESO
serie años
de
partir
7A

LUISA VILLAR LIÉBANA ES-


TUDIÓ FILOLOGÍA HISPÁNICA
Y A LO LARGO DE LOS
SABUESO OREJOTAS ES
AÑOS HA COMPAGINADO
EL INVESTIGADOR PRI-
LA LABOR DOCENTE CON
VADO MÁS FAMOSO DE
LA LITERATURA INFAN-
CIUDAD AMABLE. ÉL Y
TIL. EN LA COLECCIÓN
SU AYUDANTE, EL GATO
EL BARCO DE VAPOR HA
FLORO, SON LOS ÚNI-
PUBLICADO TAMBIÉN
COS CAPACES DE DES-
EL OGRO QUE SIEMPRE
CUBRIR DÓNDE HAN IDO
ESTABA MUY ENFADADO,
A PARAR LOS PALOS DE
LA FLOR DEL TAMARINDO
VICKY, LA CAMPEONA DE
Y EN LA LUNA DE VALEN-
GOLF.
CIA, ESCRITO EN COLABO-
RACIÓN CON SU HIJA MARÍA
TERESA.

AA
ISBN 84-348-9424-6

«209
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