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i
J
¡Casi medio año!
M. B. Brozon
Premio EL BARCO DE VAPOR 1996 - AAexico
© M. B. Brozon, 1977
© Ediciones SM, 1997
Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid
ISBN: 84-348-5685-9
Depósito legal: M-31 328-1 997
Fotocomposición: Grafilia, SL
Impreso en España/Printed in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid
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cuando iba a avisarla de que mejor no la zarandeara por-
que veníamos de la carretera, Mariana hizo unos ruidos
con la boca y devolvió en la cara de la señora todo lo que
se había comido durante el camino. Eso sí que fue asque-
roso. La señora gorda tenía vomitada toda la cabeza y tiró
a mi hermana al agua, y casi se ahoga, porque era muy pe-
queña y no sabía nadar. No es porque fuera pequeña, aho-
ra es mayor y todavía no sabe. Claro que una buena razón
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En ese entonces yo no iba a la escuela. Empecé a ir
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lo acompañaba y me iba en la parte de atrás de la lancha,
cS
muy mona. Aunque a mí me caiga gorda a veces, debo re-
conocer que de cara está bien.
En eso estaba pensando yo cuando mamá me agarró
del brazo y me dijo que yo era un pedazo de irresponsa-
ble, y casi no me lo podía decir porque estaba a punto de
llorar. Regresamos de muñecas y era cierto:
a la sección
mi hermana había desaparecido. Entonces iba yo a em-
pezar a llorar también, porque si habían robado a mi her-
mana para vendérsela a un matrimonio rico, ella iba a te-
ner mucha suerte, pero a mamá no le iba a gustar. \ la
verdad, creo que a mí tampoco. No me dio tiempo de em-
pezar a llorar en condiciones porque casi cuando me
iban a salir las lágrimas, oímos una voz que venía del
techo del súper. Era la voz de una señorita que estaba
anunciando las ofertas
y que ahora decía el nombre de mi
madre y le pedía que fuera a la caja quince. Yo me ima-
giné que el roba-niños había encontrado a Mariana, que
ella le había hecho
pobre alguno de sus numeritos y
al
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y empecé a sentirme incómodo de darles la
tintas cajas
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quince ya no estoy en edad de jugar con la pelota ni con
loscoches y ya no tendría tiempo de jugar con mi her-
mano y él se iba a aburrir mucho sin mí. Mejor nos que-
damos con Mariana. Es caprichosa y llorona, pero eso es
normal porque es niña y a todas las niñas les gusta llorar,
patalear y dar la lata; pero también es graciosa y me pres-
Ingrid:
¿c\u\eree eer mi novia?
tacha e\ o no.
6Í no
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edad. Tiene la cara muy blanca y los ojos muy verdes y el
pelo color café. Y es de las pocas niñas que a veces es sim-
pática. No sé por qué me dijo que no cuando me declaré,
tal vez porque tendría que haber puesto algo más en el
riera.
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pasen de la raya, como la vez que se pusieron todas de
acuerdo para espiar a José Manuel en el baño. José Ma-
nuel es niño más serio y estudioso de los dos cuartos
el
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que digamos. En cambio Tomasa sí que cocina bien. To-
masa es como nuestra tata. Está con nosotros desde antes
de que naciéramos Mariana y yo, desde antes de que ma-
má V papá se casaran y, es más, creo que desde que papá
era pequeño. O sea, que Tomasa ha de tener como mil
años.
Y todos los días, mamá le dice a Tomasa que si tengo
todo tirado en mi cuarto no entre a arreglarlo. A veces
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cuando aquí es de día en Japón de noche y también pa-
es
pancingo, y eso sólo porque allí viven mis abuelos, los pa-
pás de papá. Como no nos vemos muy a menudo porque
Chilpancingo no está tan cerca como para ir a cada mo-
mento, pues mejor hablamos por teléfono.
I lace rato ha entrado mamáen mi cuarto y me ha
preguntado que si no había visto un cuaderno nuevo que
ella había comprado para apuntar unas recetas. Y yo pen-
sando que a la que se lo había robado era a Mariana, ¡qué
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tonto! No podía decirle a mamá que no lo había visto,
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lloso.
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Fue un error habernos citado tan temprano, porque
a esa hora no hay nada que hacer. Además teníamos ner-
vios y frío, y nos estaba costando mucho trabajo poner-
nos de acuerdo. A José Manuel, que es el más serio de la
pandilla, le empezó a entrar miedo y quería regresar. Co-
mo ninguno de nosotros quería, se calló, pero le tembla-
ba el labio de abajo, como siempre que estamos a punto
de hacer una travesura.
Justo a las ocho, que es cuando se cieña la puerta de
empezó a caer un aguacero espantoso. No po-
la escuela,
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muy divertido, pero Javier nos dijo que era lo más prác-
tico que se le ocurría hacer, porque había una estación
cerca de la escuela y costaba un peso pasar. Nos dijo tam-
bién que el metro a esa hora estaba calentito y eso últi-
mo nos pareció muy provechoso, sobre todo a José Ma-
nuel y a mi.
Corrimos dos manzanas y llegamos a la estación
las
del metro escurriendo agua, pero era cierto que allí bacía
calor y se nos quitó el frío. Compramos billetes para to-
buenos en otro —
y nos burlábamos unos de otros desde
nuestros vagones. Eso sí que estuvo divertido; lo malo fue
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1
— ¡No me dejéis!
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eso que nosotros no habíamos tenido la culpa de que se
le cerraran las puertas.
Desde ese momento se nos quitaron las ganas de ju-
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el remolón para ponerlos. La camarera nos trajo las car-
tasy vimos que todo era muy caro para el dinero que lle-
vábamos. Nos alcanzaba para tomar tres cafés, pero a nin-
guno de nosotros nos gusta el café. Entonces pedimos dos
tazas de chocolate y nos turnamos para darles sorbitos.
En cada vuelta nos enfadábamos con Javier, porque como
es el más gordo de nosotros le cabe más. Nos terminamos
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sí se habían comido los suyos o por lo menos los habían
mordisqueado. Todavía teníamos hambre, pero no tanta
como para comer panes mordisqueados. Para tratar de ol-
vidarnos del hambre, jugamos con las monedas durante
un rato, pero tuvimos que dejarlo porque Javier las tira-
gimnasia, pero nos habló sin parar del dinero que pagan
nuestros padres por la escuela, de los peligros de la calle
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*
^
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jor portarse mal que bien, pero nunca puedo. Así es que
cuando ha acabado de explicarme matemáticas, nos he-
mos puesto a ver cómics.
José Manuel siempre me pide que le cambie o le re-
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%
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como siempre, ha empezado a hacerme preguntas, y yo le
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ñaña le voy a regalar dos que tengo repetidos. También le
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fuerte. Se sentía muy mal, y mamá nos dijo que teníamos
que irnos Mariana y yo no queríamos y nos pusimos
ya.
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Luego enfermó, antes de que yo fuera a pedirle per-
dón por haberme portado tan mal, y creí que papá iba a
pensar que le me daba lástima por
pedía disculpas porque
su enfermedad. No era así, yo me sentía muy triste por to-
do. lablamos mucho tiempo. Creo que en el tiempo que
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era broma, al final acabó regalándoselos a todo el mun-
do. Al principio a mi madre le daba vergüenza, pero aca-
bó muerta de risa con nosotros.
He pensado mu-cho en lamuerte de mi padre y a ve-
ces me pregunto si no sería que la ciudad le hizo daño, la
contaminación o algo así. Pero dice mamá que no fue
eso, que lo que pasó fue que no dijo nada de que se sentía
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diente. Aunque eso último es trampa, porque usa denta-
dura postiza. Es horrible su dentadura, y él está muy gra-
cioso cuando se la quita, porque se le pone la barbilla más
puntiaguda y los labios se le van para adentro, bmtonces
sí parece un viejo y habla como los viejos de los dibujos
animados.
El viernes es el cumpleaños de Mariana. Estoy pen-
sando en hacerle algún regalo, pero no sé qué. Ella siem-
tilina que tenia un solo ojo. Yo pensé que era así a propó-
que era un cíclope o algún otro monstruo, pero lue-
sito,
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en un edificio viejo y deshabitado y que se encontraba en
el ascensor con un tipo diabólico, con cuernos rojos, que
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— ¿Es la primera vez que vuelas? —le ha vuelto a
preguntar José Manuel, como si le estuviera haciendo un
examen de su sueño.
— — ha contestado
Sí Javier.
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he soñado que me hago rico trabajando, y qué bien, por-
que ese debeun sueño muy aburrido.
ser
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le decía a Rodrigo que la maestra era muy vieja
para él, pero él es muy tozudo. Todo el año estuvo ena-
morado de y tuvo muchos problemas con todos los
ella
maestra Sofía es mucho más vieja, tanto que hasta podría ser
novia de mi abuelo. No sé si le gustaría, porque no sé qué
gustos tiene la maestra. Y pensándolo bien tampoco sé
qué gustos tiene mi abuelo. A mi abuela la conozco sólo
de las fotos. Se ve que era guapa, pero quién sabe, porque
antes no tomaban las fotos así al natural; la gente se arre-
glaba mucho, las señoras se ponían unos peinados muy
raros y se pintaban diferente a como se pintan ahora.
Además las fotos viejas son todas en blanco y negro o de
color café, así que no me imagino cómo sería mi abuela
en persona y a colores. Pero dicen que era muy buena y
muy simpática, así que si era guapa o no, es lo de menos.
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ahora veo que no. Sólo cuando son sus propios hijos, cla-
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una foto del muñeco muy estirado, con los brazos alre-
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dedor de un Cuando lo saqué casi me pongo a
edificio.
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Ahora tengo las mi cama. Man de
tortugas debajo de
estar aburridísimas y no han tomado el sol ni un mo-
mentito, espero que eso no les haga daño. Pero como es
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y yo estoy frente a la chimenea tomando chocolate. Ma-
riana ya se ha dormido, mi abuelo se ha cansado de ju-
y
gar al billar conmigo y se ha puesto un libro. Jugar
a leer
al billar con permiso es menos divertido, no sé por qué.
Será porque mi abuelo sí sabe jugar como se debe y a mí
no me deja pegarle a las pelotas como me gusta, así que
nunca le atino al agujerito y me aburro.
Aquí no hay no tenemos tiempo de
televisión, pero
aburrirnos. De noche un poco, porque a mi abuelo, como
es mayor, no le gusta quedarse despierto demasiado tiem-
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tuvo más que una hija — mamá — ;
entonces, según yo, no
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j
Lo logré! Decidí seguir algunos de los consejos que me
dio mi abuelo acerca de Ingrid y ayer, con los ahorros que
me sobraron de compré una caja de choco-
las tortugas,
latinas. La envolví
y le puse encima un dibujo de Batman
con el corazón salido que yo mismo hice. Me costó un
trabajo espantoso hacer el corazón, porque no es posible
que se salga del cuerpo el corazón solito; lo tuve que com-
pletarcon algunas tripas y sangre, pero al final me que-
dó estupendo. Escribí una nota que tenía más gracia que
la de la vez pasada; mi abuelo me dijo que a las niñas ha-
bía que decirles cosas para que se creyeran que son ma-
ravillosas. Entonces le puse:
Ingrid:
5í No
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respuesta con muchos nervios. Como veinte minutos
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— Nos vemos mañana.
No es muy romántico, pero nunca se ha despedido de
mí así, ni de ninguna otra manera. En ese momento yo
aproveché para pedirle su dirección su teléfono me los
y y
dio. Un día voy a llamarla para invitarla al cine. Es que,
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Pues qué raro. Pero ahora lo importante es que ten-
go treinta pesos para gastármelos con Ingrid en el cine,
y
qué bien, porque salir con una novia no es lo mismo que
salir con una amiga, que cada quien paga lo suyo y se
acabo. Con novia hay que llevar más dinero para que ella
no gaste. ¿Por qué? Qiiién sabe, pero es así. Y, la verdad,
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mamá que no podía ir a cenar con ellos porque tenía un
compromiso con Ingrid, pero ella no me tomó muy en se-
rio y me dijo que en todo caso cambiara mi compromiso
para el fin de semana siguiente. A lo mejor, cuando le
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poder concentrarnos y ponernos serios si siempre que es-
tamos juntos nos da por reír. Pero tengo que lograr co-
municarme con papá.
Lo de la sesión voy a guardarlo en secreto, porque no
creo que a mamá le guste que yo le cotillee al espíritu de
mi padre que ella va a ir a cenar con otro tipo. Lástima
que mi abuelo esté en El Chico, porque él sabe muchas
cosas y podría aconsejarme. Esta vez no tengo a nadie más
a quien pedirle consejo. Pero ahora sí que la culpa es de
mi padre. ¡Qriién le manda dejarme encargado de estas
mujeres!
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blita contribuyó.
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dormir en la boda, nos dijeron que eso no era posible.
Otro cuarto es del hermano de Edgar, que
mayor; y el es
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Es muy triste darse cuenta de que las niñas, aunque lle-
caba hacia dónde había que mover la manita para que di-
jera respuestas correctas. Primero pensábamos engañar
solamente a José xVlanuel, que era el único que no sabía
nada, pero de repente bajaron las hermanas de Edgar a
decirnos que estaban aburridas y pidieron permiso para
quedarse con nosotros a invocar espíritus. Les dijimos
que bueno, y como ellas tampoco sabían nada, aprove-
chamos para tomarles el pelo también. José Manuel fue
el primero en hacer una pregunta:
—
¿Eres un espíritu del bien o del mal?
Hubo una pequeña discusión porque las hermanas
de Edgar dijeron que tenía que ser un espíritu del bien,
que ningún espíritu del mal podía habitar en su casa, que
erauna casa decente. De todos modos, Rodrigo dirigió a
Edgar para que la tabla dijera que era un espíritu del mal.
Las chicas se abrazaron asustadas
y José Manuel quería
abrazarse también a ellas, pero no le dejaron. Luego yo
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pregunté algo que sabía que Rodrigo sabía, porque le ha-
bía invitado a la fiesta que celebré cuando cumplí los
ocho años:
— ¿De quién era el póster que me regaló Carolina
cuando cumplí ocho años?
Pero como a Rodrigo a veces le cuesta trabajo regis-
trar bien las preguntas, dirigió a Edgar para que la tabli-
ta dijera:
— D-e C-a-r-()-l-i-n-a.
Todos se rieron y Carmen dijo que ese espíritu no de-
bía ser muy listo, sin darse cuenta de que la ofensa se la
estaba dirigiendo a Rodrigo. Después de muchos trabajos
logramos que la tabla dijera:
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— C^U-H L-A-S C-H-l-C-A-S S-E V-A-Y-A-N, M-1,
A-T-U-R-D-E-N.
Las dos pusieron blancas, gritaron y se fueron co-
se
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con las gemelas. Los que nos quedamos teníamos tantas
ganas de reír que me costó mucho trabajo apaciguarlos a
todos y a mí mismo para empezar en serio la sesión. Pe-
ro como todos son muy buenos amigos, dejaron de reírse
por Edgar y yo nos colocamos igual, sentados uno en-
fin.
cuantas más voces oyera papá, más fácil sería que apare-
ciera. Bueno, eso creíamos, pero a pesar de que gritaron
fuerte y yo me concentré todo lo que pude, la manita de
la tabla nunca se movió. Ni pizca. Les dije que no iba a
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— ¡Niños malvados, vais a ver como os va por
HABERME INVOCADO...!
Todos nos espantamos mucho y corrimos a la esqui-
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tenía dinero, entonces regresó con sus amigos. Las cliicas
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Entonces yo le pedí iin helado y mi padre una cer-
veza. Un momento después, Miguel regresó con la cerve-
za y un plato de almejas. Como yo odio las almejas, me
volví a levantar y empecé a darle golpes, pero el camare-
ro se hizo grande, grande y yo sólo alcancé a pegarle en
el zapato, mientras mi padre, tan tranquilo tomando su
en mi sueño.
Cuando empezaba a amanecer, decidí que me iba a
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muy serio:
— ¿Qiié se le ofrece?
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bía qué se le ofrecía, pero hice eso por molestar. No me
contestó y me dijo:
— Tú debes Santiago. ser
era.
L ¿Nombre completo?
2. ¿Edad?
3. ¿Sexo?
4. ¿Estado civil?
5. ¿Trabaja actualmente?... ¿En qué?
6. ¿Ingresos mensuales?
Ó8
8. ¿Cuántas veces acostumbra a irse de vacaciones
cada año: una, dos o tres?
9. ¿Cuántos televisores hav en su casa?
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do civil pensé que me iba a contestar algo de su trabajo,
muy ocupado.
Creo que fue un error copiar el cuestionario del pa-
dre de Edgar, porque las preguntas eran muy tontas.
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y él, a los cuarenta y dos, no. Y no es por nada, pero me pa-
rece queque tiene muchas ganas de tener de novia es
a la
caen bien los niños de diez años, iba a darse cuenta de que
lo estaba preguntando por mí; por eso decidimos poner
de doce años en vez de diez. Y contestó que le caen bien
todos los niños de cualquier edad. A ver si sigue pensan-
do lo mismo cuando conozca mejor a Mariana. De las pe-
lículas de Batman opinó que eran maravillosas, pero no
ha visto última y hasta me dijo que podíamos ir a ver-
la
compren las cosas, no para que los que ven la tele tengan
tiempo de ir al baño o a hacerse un sándwich.
Estuvo hablando él casi todo el tiempo, porque como
era el más viejo de todos, le han pasado más cosas que
puede contar. Bueno, mamá no es mucho más joven, pe-
ro algo le pasa cuando está con Miguel que ni hace caso
ni habla, todo el tiempo está sonriente y se pone roja mu-
chas veces. Yo creo que le gusta. Me di cuenta cuando nos
Mi madre en vez de mirarla seguía ob-
trajeron la carta.
servándolo a él con la misma cara de felicidad con la
que nosotros mirábamos los platos. No estuvimos mucho
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tiempo en el restaurante, sólo mientras comimos; luego
Miguel pidió la cuenta. El solo pagó lo que nos habia-
mos comido todos, lo cual fue un buen ahorro para mi
madre, porque la comida allí era muy cara, mucho más
cara que en la cafetería del día que hicimos pellas, y ni
qué decir que en la tienda de la escuela.
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cribir en la goma
pregunta que no sabes y pasarla a un
la
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igual de estudioso que yo (o sea, no mucho), pero Luis Ar-
turo es el más burro de la clase, y creo que de la escuela
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respuestas, pero dichas de una forma elegante. Tal vez ha-
ya atinado en alguna. Ojalá. Aunque este examen no
cuenta mucho. Cuando hemos terminado, la maestra So-
fía nos ha explicado que era sólo una especie de ensayo,
porque ya falta poco para que acabe el año y tengamos
que hacer los exámenes finales, y ésos sí son obligatorios.
También lo ha hecho porque quiere saber si se nos han
quedado las cosas que nos han enseñado en la escuela du-
rante todo el año. Pero son un montón de cosas y es difí-
cil acordarse de todas. Sospecho que cuando se ponga a
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A veces he pensado en lo que quiero hacer cuando
crezca y me doy cuenta de que he cambiado mucho de
opinión. Cuando vivía en Zihuatanejo quería ser pescador
submarino de mariscos, para llevárselos a mi padre al res-
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no le importa qué. José Manuel ha dicho que él quería ser
78
P
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tabaii mis cosas hasta que una vez me quitaron un boca-
dillo que, por suerte, me había hecho mi madre. Yo pen-
saba tirarlo a la basura de todos modos, porque a mamá
ni siquiera le salen bien los bocac^illos. El Negro y el Res-
balón lo mordieron y la mostaza se les escurrió por la
80
Santiago:
Adjunto documonto rocián
encontrado en mi pupitre.
¿¿¿QUÉ HAGO???
¡COMPAÑERO!
¿Eres flaco y chaparro?
¿Incapa@ de defenderte?
¿Sufres porque los ma(íí)ores te molestan?
(SI
ortografía no podía ser de fiar. A mí no me sonaba mu-
cho a trampa, y aunque sí me ha entrado algo de miedo,
me he ofrecido a acompañarlo. Como todo esto nos lo he-
fia sido mucho mejor que nos haya echado, porque he-
mos podido conversar más a gusto fuera, sin necesidad de
estar escribiendo todo.
Hemos discutido un poco y por fin nos hemos pues-
to de acuerdo para ir a la cita. La maestra de inglés ha de-
cidido que dábamos más que dentro y nos ha
lata fuera
82
Pero chico se ha acercado más y más,
el
y se ha parado
frente a nosotros. Le ha dado la mano a José Manuel
y ha
dicho:
— Mi nombre es Soto, Jaime Soto, pero si me contra-
tas, me puedes llamar Jimmy.
Nosotros le hemos apretado la mano también, y eso
que es rarísimo darle la mano a los compañeros que no
conoces.
— He visto lo que ha pasado en el recreo — le ha di-
cho Soto, Jaime Soto, a José Manuel.
— ¿Y qué?, cada cual tiene sus cobardías, ¿no? — ha
contestado José Manuel, y el labio de abajo le ha empe-
zado a temblar mucho más fuerte de lo normal.
Yo, sin pensar en lo idiota de la pregunta, he dicho
mientras sacaba el documento:
— ¿Tú has mandado papel mi amigo?
le este a
— Yo mismo... — ha respondido con orgullo — . Yo
puedo solucionarle a tu amigo su problema con el Negro
V el Resbalón.
— ¿Y dónde están demás? — he preguntado conlos
y
efectivo. Por una módica suma, me comprometo a de-
83
Soto, jai me Soto,no ha dicho nada, solamente ha
abierto su cartera. Dentro había un tirachinas, dos lagar-
tijas muertas, unas bombas fétidas, varias bolsitas de pol-
vos picapica y una pistola de agua.
— Mi equipo muy sofisticado — ha dicho.
es
tos .
84
El prestador, por su par-
te, se compromete a@elar por
el bienestar físico y
emocional del cliente y a
e(B)itar por cualquier medio
que un bandido lo quebrante.
85
Jimmy ha dicho que claro que valía la pena y los
le
rre algoque suene tan bien pero que sea más original,
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serio que a los padres no se les ocurre algo más original.
Eso del chico de los recados es lo que nos dicen a todos
pero, que yo un compañero ha trabajado de
sepa, jamás
animal — me dijo.
88
Esta mañana me ha despertado mi madre para que
me fuera a la escuela. Y yo he despertado a Luis Arturo,
que estaba pobre todo torcido porque mi armario no
el
89
I lenios llevado a Luis Arturo a su casa. Mi madre les
90
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91
mo en una Por eso mis amigos y yo, cuando ju-
sola, Friz.
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al mes. \ a veces, cuando no tengo nada que decirles, les
mando una foto o un dibujo. Esta vez no sé por qué han
venido, pero creo que nada más a vernos. Duermen en mi
cuaito; mientras tanto yo lo hago en la sala, que no tiene
nada de malo excepto el frío que se cuela me despierta
y
en las madrugadas.
Mis abuelos vivían aquí en México en su juventud,
que debe haber sido en el año de la revolución o por ahí.
Luego decidieron que la ciudad no les gustaba demasia-
do y como mi abuelo había estudiado para ser ingeniero
civil
y construir cosas, tuvo la oportunidad de irse a cons-
truir algo en Chilpancingo. Les gustó como para que-
93
rantes y hablar hasta muy entrada la noche. Mi abuelo
cuenta cosas muy interesantes; aunque la vida en Chil-
pancingo es aburrida, a él se le ocurren cosas divertidas
que hacer, como tallar la madera para hacer figuritas. Di-
ce que yo debería ir a visitarlos para que conozxa su casa
94
una vez y fue sólo para ponerse a llorar un rato, hasta que
mi tía Dianita le enchufó un biberón y se calló. El padre
de Andrés no sé quién será, pero no lo deben querer de-
masiado, porque cuando a mitad de la cena pregunté por
en voz todos se miraron sospechosamente
y ma-
él alta,
95
tenedor. Todos me miraban esperando que me decidiera
de una vez por todas a hacer el cochinito. No quería de-
cepcionarlos y lo hice, y a todos les siguió pareciendo al-
go muy gracioso (o," por lo menos, fingieron). Fue muy
triste darme cuenta de que la única cosa graciosa que
puedo hacer en una reunión es el cochinito. Hay perso-
nas que bailan, cantan, tocan algún instrumento o hacen
trucos con las cartas, y yo a mis diez años sólo puedo ha-
cer el cochinito.
Cuando mi abuelo se levantó para ir al baño me fui
fombra.
Me dio mucha envidia Miguel; él sí que sabe animar
una reunión haciendo cosas más interesantes que el co-
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Esta vez sólo contó chistes que no fueran verdes porque
yo estaba delante, pero me imagino que debe saberse al-
gunos buenos también. Yo le dije a mamá que deberíamos
de llevar a Miguel a la televisión para que lo pongan a ha-
cer todo eso en un programa y nosotros nos hagamos ri-
cos a su costa, pero no me hizo caso.
El ratito que he
dormido he soñado con mi regalo.
Primero he soñado que era un delfín; luego que era una
pistola de rayos láser; luego que era una bicicleta para dos
ocupantes: Ingrid y yo (qué cursi),
y finalmente que era
una canoa para bajar rápidos. Claro que de todas esas co-
sas, la única más o menos lógica era la pistola, porque
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mañana cuando me pregunten por el famoso regalo fan-
tástico. Si les enseño la garra se van a burlar muchísimo
de mí. Después de lo que presumí durante tres días se-
guidos porque iba a recibir una maravilla de regalo, no
puedo salirles con esto. A mí, a fin de cuentas, me parece
un regalo bueno, porque tiene un valor sentimental. Des-
pués de todo, mi abuelo se tomó la molestia de cazar la
iguana, cortarle la garra y hacerla llavero.
Pero no creo que mis amigos tomen mucho en cuen-
ta ese detalle.
99
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100
ra. Ingrid me abrió y me dijo que sus padres estaban dis-
cutiendo un poco por nuestra culpa. Me sentó en la sala
y, como los padres son muy gritones, me enteré de todo
lo que decían. El papá de Ingrid no quería que yo la lle-
vara al cine porque no tenía edad de salir al cine con un
gandul feo. ^ eso que el padre de Ingrid no me había vis-
to ni tenía idea de que lo que yo quería era llevar a su hi-
ja al cine para cogerle la mano. Y ahora que lo pienso, no
sé qué no suena a nada bueno. La
significa «gandul», pero
madre de Ingrid y su hermana, que es mayor va a la
y
universidad, le decían al padre que no tenía nada de malo
que Ingrid fuera conmigo al cine. Yo tenía ganas de salir
corriendo para irme a mi casa, pero eso habría sido muy
descortés, así que me quedé sentado esperando que el pa-
dre de Ingrid no se pusiera delante de mí
y me dijera
no sirvió de nada: cuando los padres de In-
esas cosas. Pero
101
dre es muy joven, no es tan alta como elseñor y tampo-
co lleva barba, claro. Me guiñó el ojo algunas veces para
indicarme que estaba de mi parte. Y al final ganó la dis-
— No me sé ninguna.
102
rosay cursi. Era como los cuentos que mi madre le leía a
Mariana cuando se dejaba. Era de dibujos animados y se
trataba de una princesa y un príncipe. También salían
hadas y esas cosas, no tenía nada de moderno. Además, ni
siquiera pude cogerle la mano a Ingrid durante toda la
película como tenía planeado, porque ella resultó muy
mañosa y no se dejó. No me dijo que no, pero cada vez que
le cogía la mano ella daba patadas al asiento de delante,
donde estaba sentada una señora muy mayor, que se da-
ba vuelta para regañarla, y por supuesto yo tenía que
la
la pantalla
y sacó un kleenex para sonarse. Yo no me pu-
de aguantar y me reí de ella. Ella me dijo «patán» y yo me
reí más porque así se llamaba el perro de mis primos...
Ella siguió quejándose mientras yo me seguía riendo,
hasta que la abuelita de enfrente se giró para que nos ca-
lláramos de una vez. Un rato después Ingrid volvió a llo-
rar porque la princesa lloraba por el príncipe,
y se sonó
de nuevo. Esta vez ya no me reí
y sólo le hice un cariñi-
to de compasión en el pelo. Ella se apoyó en mi hombro
103
en un principio iba a servirnos para tomar un helado. Pe-
ro como el cine había sido tan caro, ya no teníamos con
qué comprarlo. Y como mí casa está más cerca del cine
que la suya y mi madre no tiene tan mal genio como su
padre, decidimos ir a mi Cuando llegamos, las pre-
casa.
como mamá.
—
Mucho gusto, señorita — le dijo mi madre, y ella
Mamá nos dijo que tenía que ir por rvÁ abuelo al club
y que, mientras, nos iba a dejar a Mariana para que la cui-
dáramos.
— Bueno, no hay problema — dije yo, y mi madre se
fue por mi abuelo.
No teníamos mucho que hacer y Mariana estaba dan-
do mucha lata, así que Ingrid le prestó una cuerda para sal-
tar que llevaba en el bolso. Son muy extrañas las niñas: no
104
— ¿No sabes tu teléfono? — pregunté.
te le
105
y al caer se había roto la cabeza con el filo de la mesa de
la sala. Yo estaba muy espantado porque pensé que Ma-
riana estaba a punto de desangrarse. Así que le di unas
servilletas a Ingrid para que se las pusiera en la frente
106
con Mariana y otro señor. En el camino saqué de mi bol-
sillo del pantalón los cuatro pesos con sesenta centavos
107
— Pues no va a poder ser, porque no hay manera de
encontrarla, pero si lo que necesita es permiso para coser
a mi hermana, pues yo se lo doy.
— Lo que necesitamos es una tarjeta de crédito para
poder proceder a la curación de tu hermana.
Pensé que a lo mejor Ingrid, entre tanta porquería
que llevaba en el bolso, quizá tuviera por casualidad una
tarjeta de crédito, pero dijo que no, que estaba segura de
que no tenía ninguna. Le dije al médico que el novio de
mi madre tenía dos tarjetas de crédito, que después le po-
día decir que me prestara una. El médico me explicó que
necesitaba la tarjeta en ese momento para pagar la cura-
ción de Mariana.
— ¿Cuesta más de cuatro sesenta? — le pregunté.
El me dijo que sí y yo le dije que iba a tratar de hablar
108
Ella me sonrió también y nos quedamos un rato allí
sentados, sin soltarnos la mano. Ella me contó los acci-
dentes que había tenido en la vida, que no han sido de-
masiado graves. Una vez picó una avispa en Cocoyoc
le
y
otra vez se le inflamaron las anginas y se las tuvieron que
sacar, pero ella no se acuerda porque era muy pequeña.
Estuvimos buscando la cicatriz de las anginas, pero no la
debemos ?
109
— ¿Cuánto tienes? — preguntó él.
lio
además de todo salió gratis: el médico no cobró nada, su-
pongo que porque le caímos muy bien. Yo le dije que de
nada pero que, en recompensa, ahora ella tendría que ir
111
por eso el padre de Ingrid había acabado opinando que
yo era un chico responsable. Además, nunca habíamos te-
113
sido así cuando tenía la edad de Mariana. Sufro más, y por
115
considerando el tiempo que habéis invertido en lacom-
pra de la materia prima para producción y el
la empa-
quetado de los bocadillos, además del valioso tiempo de
recreo que tendréis que invertir en promoción y ven-la
116
porque mi madre me prestó dinero y se supone que se lo
tengo que devolver. Hasta ahora se le ha olvidado, pero si
117
22
118
los de cuarto. Era muy
largo y un poco cursi, pero en re-
sumen quería decir «que os vaya muy bien y que tengáis
suerte».
sión.
mismo tiempo.
— Bueno..., pues de todo — inventé vo, porque en
realidad no sé hacer casi nada.
•
— ¿Cuánto quieres ganar? — me preguntó la viejita
120
— No sé. Depende de cómo nos vaya — les dije, como
si me fuera a hacer su socio.
Cuchichearon algo que yo no alcancé a oír y luego
dijeron que sí, que podía trabajar con ellas.
Fue un trabajo muy pesado, porque hubo que empe-
zar desde el principio. Como no iba a poder yo solo, lla-
mé a José Manuel. Aunque no es mi mejor amigo, vive
cerca y sabe de números y otras cosas que yo no sé. Se hi-
zo un poco de rogar, pero al final aceptó. Empezamos por
limpiar la tienda y darle una manita de pintura. Las vie-
jitas se pasaban todo el día mirando
y no nos la televisión
estorbaban nada. Pintamos la pared exterior
y pusimos
un letrero que decía: «Comestibles Las Viejitas». Para
eso no les pedimos permiso, porque a las viejitas no les
gusta que las llamen así, pero pensamos que era lo mejor
porque todos los de la manzana conocen esa tienda como
«La de las viejitas»
y así nadie se iba a confundir. Mien-
tras hacíamos todo nos pagaban veinte pesos a
eso, ellas
la semana a cada uno. Después, José Manuel yo comen-
y
zamos más cosas para vender y hubo más ga-
a llevar
122
Hoy es domingo, último día de vacaciones. Miguel me
ha invitado a pasear, como premio por haber sido un chico
tan trabajador durante todas las vacaciones. Hemos ido so-
los porque mamá tenía que llevar a Mariana a una fiesta
y
yo me he negado a pasar mi último día de vacaciones me-
tido en una cafetería con un montón de niñas pequeñas.
Miguel me ha preguntado que qué quería hacer y yo
le he dicho que ir a la feria. El, muy obediente, me ha
llevado, pero cuando hemos visto la gente que había a la
entrada, hemos decidido que mejor no. Parecía una ma-
nifestación de las que salen a veces en las noticias. En-
tonces hemos dado vueltas y vueltas y no se nos ocurría
qué hacer. Hemos ido a parar a un lugar grande donde hay
teatros y esas cosas. Nos hemos acercado a la taquillera.
— Buenas tardes —
ha saludado Miguel — .
¿Hay al-
123
— Bueno, ha sido bonito, vámonos ya — le hírííicho
y le he preguntado:
124
—¿Has entendido algo?
El ha empezado a reír y me ha dicho que nada. Des-
piiés nos hemos preguntado que
por qué nos habíamos
quedado dentro si a ninguno de los dos nos gustaba.
Re-
sidta que los dos creíamos que al
otro sí le estaba gustan-
do. ¡Qué brutos!
125
EL BARCO DE VAPOR
SERIE NARANJA (a partir de 9 años)
30 / Garlo Collodi, Pipeto, el monito rosado 74 / Edith Sehreiber- Wieke, ¡Qué cosas!
39 / Cristma Alemparte, Lumbánico, el planeta cú- 5\/Aehim Bróger, Una tarde en la isla
bico 82 / Mmo Milam, Guillermo y la moneda de oro
44 / Lueía Baquedano, Fantasmas de día 84 / Femando Lalana yJosé María Almáreegui, Au-
45 / Paloma Bordons, Chis y Garabís
relio tiene un problema gordísimo
Nano y Esmeralda 85 / Juan Muñoz Martín, Fray Perico, Calcetín y el
AO/ Alfredo Gómez Gerdá,
Un montón de nadas guerrillero Martín
Al /Evelme Hasler,
BQIDonatelIa Bindi Mondaini, D secreto del ci- 98 / Carlos Villanes Cairo, La batalla de los ár-
prés boles
87 / Dick Kmg-Snuth, El caballero Tembleque 99 /Roberto Santiago, El ladrón de mentiras
88IHazel Townson, Cartas peligrosas 100/ Vanos, Un barco cargado de... cuentos
89 / Ulf Stark, Una brtqa en casa 101 /Mira Lobe, El zoo se va de viaje
90 / Carlos Puerto, La orquesta subterránea 102/ M G Schmidt, Un vikingo en el jardín
QllMomka Seck-Agthe, Félix, el niño feliz 103 //fea Casalderrey, El misterio de los hijos de
92 /Enrique Páez, Un secuestro de película Lúa
93 / Femando Puhn, El país de Kalimbún 104 / Uri Orlev, El monstruo de la oscuridad
9M Braulio Uamero, El hijo del frío \05/ Santiago García Clairac, El niño que quería
95/Joke van Leeuwen, El increíble viaje de Desi ser Tintín
96 / Torcuato Lúea de Tena, El fabricante de sue- 106 / Joke Van Leeuwen, Bobel quiere ser rica
ños 107/ Joan Manuel Gisbert, Escenarios fantásti-
97 / Guido Quarzo, Quien encuentra un pirata, en- cos
cuentra un tesoro 108 / M 5. Brozon, ¡Casi medio año!
Property of
San Mateo
Public
Library
colección SAN MATEO CI LIBRARY
EL BARCO DE VAPOR
. 3 9047 0020892
«Espero que este diario me dure; ya antes había hecho otros, pero sólo
escribíauno o dos días y luego ^e me olvidaba o me aburría. Y es muy
conveniente tener diario, porque así me acuerdo después de las cosas
que me pasan y si, por ejemplo, mamá me dice alguna vez: “¡Tal día no
arreglaste tu cuarto!” o “¡Tal otro día hiciste un despropósito!”, yo llego
con mi diario y le digo: “A ver, ¿cuándo?”.»
A partir de 9 años
X.
ISBN 8A-348-5685-9
9 788434 85685