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EL BARCO DE \APOR

Mónica Beltrán Brozon


¡Casi medio año!

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Kahie/Austin Foundation

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¡Casi medio año!
M. B. Brozon
Premio EL BARCO DE VAPOR 1996 - AAexico

ediciones m Joaquín Turina 39 28044 Madrid


Colección dirigida por Marinella Terzi

Versión adaptada del original


para su publicación en España
Ilustraciones: Rapi Diego

© M. B. Brozon, 1977
© Ediciones SM, 1997
Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

Comercializa: CESMA, SA - Aguacate, 43 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-5685-9
Depósito legal: M-31 328-1 997
Fotocomposición: Grafilia, SL
Impreso en España/Printed in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

No está permitida la reproducción


total o parcial de este libro, ni su trata-
miento informático, transmisión de ninguna forma o por cualquier medio,
ni la

ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,


sin
el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
1

A/Ie acabo de encontrar este cuaderno tirado en un si-

llón de la sala. Está vacío, parece nuevo. Ha de ser de la

boba de Mariana, que siempre está haciendo que mamá


le cosas y luego ni las usa. Como ayer: fuimos al
compre
SLiper porque faltaban unas latas de atún para hacer la ce-

na y, como de costumbre, esa tonta empezó a berrear:


— ¡Quiero ver las muñecas, quiero ver las muñecas!
\ mamá, que yo no sé por qué siempre le hace caso,
va y me dice:
— Lleva a tu hermana a ver las muñecas mientras yo
cojo unas patatas.
— Bueno — y me fui detrás de ella. Se estuvo me-
dije,

dia hora babeando con cada muñeca. Yo no sé qué gracia


les encuentra: todas hacen cosas de lo más tontas. Algunas
echan babas, otras lloran y otras hasta se hacen caca en los
pañales, (^lé asco, ni que fuera tan divertido. Es más, no
hace mucho, cuando mamá tenía que cambiarle los paña-
les a Mariana, ponía siempre cara de asco y yo corría
ella

lejos. Es que también los niños de verdad hacen muchas


cochinadas. Me acuerdo de una vez que fuimos a Acapul-
co, que por cierto fue la última vez
que viajamos con pa-
pá. En cuanto llegamos, nos metimos a la piscina con Ma-
riana y todo. Una señora gorda y pelirroja, que quién sabe
quién era, se mamá y le dijo que si le dejaba ju-
acercó a
gar con Mariana. Mamá se la prestó, y ella la levantó se
y
puso a zarandearla. Yo me la quedé mirando un rato,

pensando en las cosas horribles que podían pasar, y justo

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cuando iba a avisarla de que mejor no la zarandeara por-
que veníamos de la carretera, Mariana hizo unos ruidos
con la boca y devolvió en la cara de la señora todo lo que
se había comido durante el camino. Eso sí que fue asque-
roso. La señora gorda tenía vomitada toda la cabeza y tiró
a mi hermana al agua, y casi se ahoga, porque era muy pe-
queña y no sabía nadar. No es porque fuera pequeña, aho-
ra es mayor y todavía no sabe. Claro que una buena razón

es que no tenemos agua cerca para enseñarle.


Me acuerdo de que mamá se enojó con la señora
gorda porque por su culpa mi hermana estuvo a punto de
ahogarse; pero en ese momento pensé que yo también ha-
bría tirado a Mariana, porque es muy feo vomitar enci-
ma de personas y de las piscinas. No pude volver a
las

nadar en todo el viaje, porque me acordaba de los peda-


citos de comida que Mariana había echado encima y
le

me daban náuseas. A pesar de que veía que mis padres sí


se metían y a cada rato me decían: «Ven, ven, no seas pa-
yaso», yo prefería irme a nadar al mar porque, aunque allí
también se hacen pis, el agua se limpia sola.

Además yo sé nadar muy bien en el mar porque na-


cí en Zihuatanejo. Nací allí porque es el lugar en donde
vivían mis padres cuando se conocieron
y todo lo demás.
Era genial. Yo me pasaba toda la mañana en el agua o en
elrestaurante que tenía papá en la playa,
y por las tardes
me iba con mamá al hotel donde trabajaba como geren-
te o algo así. Allí todos me querían mucho. Dice mamá
que yo era muy simpático y que hablaba con acento cos-
teño; estaba todo tostado
y además tenía el pelo rubio por
el sol. Ahora veo fotos mías y creo que no me parezco na-
da a como era antes.

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En ese entonces yo no iba a la escuela. Empecé a ir

cuando nos vinimos a México, cuando tenía unos cinco


años. Ya me debía de haber acostumbrado porque ya lle-

vo otros cinco años viviendo aquí, pero todavía extraño


mucho a mis amigos de allá. No eran amigos normales co-
mo los que tengo ahora, todos ellos eran mayores y traba-
jaban en la playa. Había uno al que llamaban El Elaco
porque así era: se le traspasaban todas las costillas. Tenía
una lancha que les prestaba a los gringos para esquiar a
cambio de dólares, que es el dinero que usan los gringos y
cuesta más dinero que el dinero que usamos aquí. Le iba
muy bien, porque a los gringos les gusta esquiar pero casi
nunca saben cómo. El Elaco cobraba la lancha por horas

y los gringos gastabanmuchas horas en aprender a es-


quiar. Así que terminaban pagándole muchos dólares. Yo

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lo acompañaba y me iba en la parte de atrás de la lancha,

para vigilar al gringo y avisar al Flaco cada vez que se caía:

para que lo rescatara. Como recompensa, El Flaco me


enseñó a esquiar, y como no soy gringo, aprendí muy rá-

pido y muy No sé si ahora, después de tantos años de


bien.

no practicar, todavía me saldría. Pero de todos modos


aquí, en la ciudad, no me sirve para nada saber esquiar. A
no ser que me ponga a esquiar en la bañera.
Pero ya me he perdido, estaba contando lo de ayer
en el súper. Bueno, me aburrí de ver muñecas y me fui a
donde están las cosas de deportes, porque estoy ahorran-
do para comprarme unas pesas para ponerme fuerte. Ya
llevo veintiún pesos, pero t(')davía me falta porque son un
poco caras. Había de muchas clases y las fui probando,
viendo los precios y haciendo cuentas a ver cuánto me
faltaba. Mientras, las personas que pasaban se admiraban
de ver cómo levantaba yo las pesas, hasta que llegó ma-
má con cara de espanto
y me gritó:
— ¿Dónde has dejado a tu hermana?
Al principio me enfadé, porque con la pinta tan bue-
na que tenía levantando pesas llega mi madre me ha-
y y
ce quedar como un niñero despistado frente a mis admi-
radores.

— Está viendo muñecas aquí mismo — le dije.


Pero ella, casi llorando, me dijo que ya había ido don-
de estaban muñecas y Mariana no estaba allí. Enton-
las

ces sí me preocupé, porque pensé que un


roba-niños se la
había llevado la iba a vender a un matrimonio
y rico,por-
que, no es por nada, pero está guapa. Tiene
el pelo un po-
co amarillo
y largo, y la nariz, respingada . Cuando hace
calor se le ponen rojas las mejillas
y eso hace que esté

cS
muy mona. Aunque a mí me caiga gorda a veces, debo re-
conocer que de cara está bien.
En eso estaba pensando yo cuando mamá me agarró
del brazo y me dijo que yo era un pedazo de irresponsa-
ble, y casi no me lo podía decir porque estaba a punto de
llorar. Regresamos de muñecas y era cierto:
a la sección
mi hermana había desaparecido. Entonces iba yo a em-
pezar a llorar también, porque si habían robado a mi her-
mana para vendérsela a un matrimonio rico, ella iba a te-
ner mucha suerte, pero a mamá no le iba a gustar. \ la
verdad, creo que a mí tampoco. No me dio tiempo de em-
pezar a llorar en condiciones porque casi cuando me
iban a salir las lágrimas, oímos una voz que venía del
techo del súper. Era la voz de una señorita que estaba
anunciando las ofertas
y que ahora decía el nombre de mi
madre y le pedía que fuera a la caja quince. Yo me ima-
giné que el roba-niños había encontrado a Mariana, que
ella le había hecho
pobre alguno de sus numeritos y
al

que éste no quería quedársela; pero mamá quién sabe qué


pensó, porque salió disparada hacia quince y yo
la caja

detrás. Todos los que me habían estado viendo hacer pe-


sas nos miraban a los dos como si estuviéramos chiflados.
Elegamos a la caja quince y allí estaba Mariana, jun-
to a una señorita que iba vestida con el uniforme del sú-
per y le acariciaba la cabeza mientras ella lloraba. Ma-
riana tenía los ojos hinchados y rojos y babeaba un poco.
La señorita la miraba con lástima. Cuando me
la vi se

quitaron ganas de llorar y era lo lógico; pero a


las mamá
y a Mariana no, y empezaron a llorar más, como si no les

gustara haberse encontrado. Yo me las quedé mirando


junto con todas las personas que iban a pagar a las dis-

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y empecé a sentirme incómodo de darles la
tintas cajas

función gratis a los del supermercado, así que les dije:


— Mejor vámonos ya.

Pero antes de irnos, claro está, regresamos a la plan-


ta de las muñecas y Mariana escogió una cursi a tope, que
no hacía ninguna porquería; es más, ni siquiera era un be-
bé, sino una señorita de muy buen cuerpo. Mi madre se
la compró y Mariana dejó de llorar. Con el susto a mamá
olvidaron de atún y y tuvimos
se le las latas las patatas,

que cenar pan con mantequilla.


De regreso, en el coche, mamá me regañó mucho; me
dijoque yo no era responsable y que nunca más me iba a
volver a encargar de mi hermana. Eso último estuvo bien,
porque encargarse de Mariana es una lata, aunque sí me
molestó un poco que mamá piense que no soy responsa-
ble, porque yo creo que sí lo soy. Mi abuelo también lo
cree. Es más, cuando viene mi abuelo hasta me deja con-

ducir la camioneta porque sabe que estoy creciendo ya


y
casi estoy en edad de poder conducir. Me faltan unos
seis
años todavía para conducir con carné
y todo, pero hace
cosa de tres meses que alcanzo los pedales. Y es
mucho
más complicado conducir la camioneta que cuidar a la
tonta de Mariana.
Claro que si choco la camioneta se puede arreglar, v
si perdemos a Mariana a lo mejor mamá
pone a tener se
otra hija, pero creo que ya no sería
lo mismo. A lo mejor
en vez de niña sale niño. IVIe parece
que sería más diver-
tido tener un hermano hombre,
aunque para poder jugar
con el tendría que esperarme por
lo menos cinco años,
porque los bebes son muy Y cuando ese bebé
aburridos.
tenga cinco años, yo voy a tener
quince. Y a lo mejor, a los

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quince ya no estoy en edad de jugar con la pelota ni con
loscoches y ya no tendría tiempo de jugar con mi her-
mano y él se iba a aburrir mucho sin mí. Mejor nos que-
damos con Mariana. Es caprichosa y llorona, pero eso es
normal porque es niña y a todas las niñas les gusta llorar,
patalear y dar la lata; pero también es graciosa y me pres-

ta sus cosas de la escuela cuando yo pierdo las mías, por-


que es muy cuidadosa con sus cosas, y en cambio yo nun-
ca he podido conservar un lápiz más de dos semanas.
Este año Mariana empezó primero de primaria en
mi misma escuela y allí sí me cae un poco más gorda de
lo normal, porque llega en el recreo con todas sus amigas

y presume de que yo soy su hermano y la puedo defender


si le hacen algo. Yo le digo que mejor se defienda ella so-

la o se lo diga a alguna maestra, porque aunque uno de


primero la maltrate yo no puedo ir a pegarle, porque soy
de cuarto y no sería justo. Y, menos aún, porque casi siem-
pre se trata de una niña, que son las que más molestan.
Por ejemplo Edgar, mi mejor amigo, tiene muchos pro-
blemas con María Esther, una niña de la clase, que siem-
pre lo está persiguiendo haciendo morritos para darle un
beso. Pero es muy fea, y Edgar nunca se ha dejado, sólo se
pone rojo de vergüenza. Cuando se cansa de perseguirlo,
María Esther se va con sus amigas y todas se le quedan
mirando y se ríen de él. Eso es lo que a las niñas les gus-
ta hacer; en cambio a ninguno de nosotros se nos ocurri-
ría andar persiguiendo niñas para besarlas.
Aunque confieso que antes de salir de vacaciones de
Semana Santa yo me declaré a Ingrid, que es la que me
gusta de la clase. Claro que Ingrid va conmigo desde se-

gundo de primaria y ya hemos hablado algunas veces. Es


más, el año pasado hasta nos tocó sentarnos juntos en el

autocar que nos llevó al museo de Antropología.


Antes no me gustaba Ingrid, porque era redondita.
Pero algo pasó que se estiró y me empezó a gustar desde
que pasamos a cuarto. Y pensé c]ue después de dos años
de compartir escuela, ya había llegado el momento de
declararme. Así que, con la letra más bonita que me sa-

lió, hice una notita que decía:

Ingrid:
¿c\u\eree eer mi novia?
tacha e\ o no.

6Í no

con amor, Santiago.

Tachó que no y luego me hizo caras hasta la hora de


la salida. Yo me sentí muy mal porque, aunque no era de-

masiado cierto eso de «con amor», es muy humillante


que una niña te diga que no cuando te declaras. Pero al

día siguiente ya se me había pasado el enfado y creo que


me habría sentido muy ridículo corriendo detrás de ella
para besarla a la fuerza.Además, ganas de besar a una ni-
ña todavía no me dan, aunque me guste tanto como me
gusta Ingrid.
Es que Ingrid es la niña más guapa de todo cuarto.
En sexto hay una que le gana, que es la más bonita de to-
da la escuela, pero ya está mayor y tiene un no\'io de se-
cundaria que va por ella a la salida y le lleva la mochila.
Ingrid también es muy bonita y es más adecuada para mi

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edad. Tiene la cara muy blanca y los ojos muy verdes y el
pelo color café. Y es de las pocas niñas que a veces es sim-
pática. No sé por qué me dijo que no cuando me declaré,
tal vez porque tendría que haber puesto algo más en el

papelito. Algo cursi, como por ejemplo, «Me gustas mu-


cho» o «Te amo con locura», o alguna de las cosas que di-

cen en las películas románticas. Pero nunca antes me ha-


bía declarado auna niña y mis amigos tampoco. Por eso
nadie supo decirme un método efectivo.
Pensé en preguntarle a mamá, pero no creo que ella
tome muy en serio mis problemas. Una vez le conté lo
que hace María Esther con Edgar; ella me dijo que cuan-
do crezcamos nosotros vamos a ser los que persigamos a

las niñas. Yo le dije que a lo mejor a otras, pero a María


Esther no, porque ella no tiene trazas de ponerse guapa
aunque crezca. Tiene la boca llena de alambres que bri-

llan durante la primera clase, pero después del recreo,


cuando ya se ha comido su almuerzo, se quedan llenos de
pedazos de comida y no es nada agradable. Mamá se rió
muchísimo cuando se lo conté, y por eso lo de Ingrid no
se lo dije ni le pregunté nada, porque aunque no era tan
grave como lo de Edgar, no me iba a gustar nada que se

riera.

No hay manera. Tendré que buscar a alguien que ten-


ga novia para que me diga cómo y ya me declara-
lo hizo,

ré de nuevo a Ingrid el mes que viene o después, a ver si me


dice que sí. Quizá le pregunte a mi abuelo. No tiene novia,
pero ha vivido muchos años y me imagino que alguna vez
debe de haberla tenido. Por lo menos, mi abuela.
Ya me he perdido de nuevo, estaba en que es verdad
que nosotros no molestamos a las niñas. A menos que se

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pasen de la raya, como la vez que se pusieron todas de
acuerdo para espiar a José Manuel en el baño. José Ma-
nuel es niño más serio y estudioso de los dos cuartos
el

y todos los años consigue el primer puesto; no le gusta


hacer barbaridades y todo le da vergüenza. Esa vez que
lo espiaron él no podía defenderse porque estaba muy
ocupado haciendo y llorando, pero todos los demás
pis
nos enojamos y fuimos a acusarlas. Ya sé que es muy feo
ser acusica, pero yo no puedo pegar a una niña, aunque

me den muchas ganas.


Ya me llaman para cenar. Mariana no sabe que le he
quitado su cuaderno y, si se entera, va a coger un berrin-
che. Pero siva a llenar de garabatos y de su
se lo dejo lo

nombre, porque es lo único que sabe escribir que le sale


bien, y no es justo desperdiciar así un cuaderno.
Espero que este diario me dure; ya antes había hecho
otros,pero sólo escribía uno o dos días y luego se me ol-
vidaba o me aburría. Y es muy conveniente tener diario,
porque así me acuerdo después de las cosas que me pasan
y si, por ejemplo, mamá me dice alguna vez: «¡Tal día no
arreglaste tu cuarto!» o «¡Tal otro día hiciste un despro-
pósito!» (porque dice eso cuando hago una tontería), yo
llego con mi diario y le digo: <'A ver, ¿cuándo?»
Y si no es cierto, ya no me puede decir nada.
Por cierto que hoy no he arreglado mi cuarto. Aun-
que a diario viene Tomasa a hacer la limpieza v la comi-
da y todo lo demás. Es que a mamá no le da tiempo de
hacer lo que hace una mamá normal, porque trabaja. Yo
pienso que es mejor así, porque si no, no tendríamos di-
nero. Además, cuando a mamá le da por cocinar un sá-
bado o un domingo, no le quedan las cosas muv buenas

14
que digamos. En cambio Tomasa sí que cocina bien. To-
masa es como nuestra tata. Está con nosotros desde antes
de que naciéramos Mariana y yo, desde antes de que ma-
má V papá se casaran y, es más, creo que desde que papá
era pequeño. O sea, que Tomasa ha de tener como mil
años.
Y todos los días, mamá le dice a Tomasa que si tengo
todo tirado en mi cuarto no entre a arreglarlo. A veces

ella no hace caso y entra a hacer mi cuarto aunque es-


le

té patas arriba. Pero no puedo abusar, porque la pobre To-


masa tiene un montón de trabajo. Mejor voy a recoger un
poco.

15
2

Hoy estaba hablando por teléfono con Edgar y de pron-


to se nos ha ocurrido que podríamos hacer novillos el lu-

nes próximo. Para poder hacer el plan, me he encerrado


en mi cuarto con el teléfono inalámbrico, pero no hemos
podido entendernos bien; a ese teléfono le entra mucho
ruido de fuera, hay que gritar mucho, y como ésa era
una conversación supersecreta, yo no podía gritar.
Lo que sí he entendido es que nos vamos a encontrar
en la esquina de la escuela junto a la tienda, que es don-
de mamá me deja siempre para ahorrarse el tráfico de la

entrada, y allí vamos a decidir.También hemos avisado a


José Manuel, Rodrigo y a
a Javier. Creo que ha sido me-

jor que no hayamos dicho nada por teléfono, porque lue-


go te llevas sustos terribles.

El teléfono es bueno porque puedes hablar desde ca-


sacon quien quieras de cualquier parte del mundo, aun-
que esté tan lejos como Japón. Yo lo hice hace como un
marqué muchos números, los que decía la guía
año: cogí y
que comunicaban con el Japón. Qiiería saber cómo con-
testaban en Japón y los marqué. Cuando me contestaron,
no entendí ni jota, porque no sé hablar en japonés; ade-
más la señorita japonesa que me contestó estaba medio
dormida. Eso lo supe porque la voz de dormido se puede
reconocer en cualquier idioma. Yo gritaba <¡Sayonara, sa-
yonara!», que es lo único que sé decir en japonés
y quie-
re decir «adiós», pero la señorita dijo algo que no pude en-

tender y me colgó. Esa llamada me sirvió para saber que

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cuando aquí es de día en Japón de noche y también pa-
es

ra saber que las llamadas a Japón cuestan un dineral. No


quiero ni acordarme de la cara de mamá cuando vio la

cuenta del teléfono. Yo no quería decirle que había sido


yo, pero me interrogó mucho — es buena mi madre para
interrogar — y acabé por confesar la verdad. No sé cuán-
to costó, pero ella me suspendió la paga de un mes. Nun-
ca volví a llamar lejos. Lo más lejos que llamo es a Chil-

pancingo, y eso sólo porque allí viven mis abuelos, los pa-
pás de papá. Como no nos vemos muy a menudo porque
Chilpancingo no está tan cerca como para ir a cada mo-
mento, pues mejor hablamos por teléfono.
I lace rato ha entrado mamáen mi cuarto y me ha
preguntado que si no había visto un cuaderno nuevo que
ella había comprado para apuntar unas recetas. Y yo pen-
sando que a la que se lo había robado era a Mariana, ¡qué

17
tonto! No podía decirle a mamá que no lo había visto,

porque estaba justo encima de mi cama. Se ha acercado


para cogerlo y ha dicho muy contenta:
—¡Ah, qué bien que lo has encontrado!
Le he dicho que 'no era su cuaderno, que era uno
igual pero mío y no me ha creído. Entonces le he dicho
que por favor me lo regalara, que lo necesitaba para lle-

varlo a la escuela urgentemente porque, si no, no iba a po-


der apuntar nada el lunes en geografía. Me ha dicho que
estaba bien, que me lo quedara y que luego ella compra-
ba otro.
Por un lado, qué bien que no ha anotado esas recetas,
porque mientras menos haga de comer, mejor. Y qué suer-
te que se me ha ocurrido un pretexto tan bueno para que-
dármelo. Mi madre ni siquiera se imagina que el lunes no
voy a tener geografía ni ninguna otra materia porque voy
a hacer pellas; a ver cómo hago para convencer a mis
amigos.

18
3

Yo no sé por qué todo mundo dice tantas maravillas


el

de lo de hacer novillos. A mi no me pareció tan maravi-

lloso.

Por lamañana llegamos todos un poco más tempra-


no de la hora de entrada, como habíamos quedado. Deci-
dimos rápidamente que nos íbamos y corrimos a es-

condernos en la entrada de una cafetería que está a dos


manzanas de la escuela.

19
Fue un error habernos citado tan temprano, porque
a esa hora no hay nada que hacer. Además teníamos ner-
vios y frío, y nos estaba costando mucho trabajo poner-
nos de acuerdo. A José Manuel, que es el más serio de la
pandilla, le empezó a entrar miedo y quería regresar. Co-
mo ninguno de nosotros quería, se calló, pero le tembla-
ba el labio de abajo, como siempre que estamos a punto
de hacer una travesura.
Justo a las ocho, que es cuando se cieña la puerta de
empezó a caer un aguacero espantoso. No po-
la escuela,

díamos movernos de la entrada de la cafetería, porque


era bajo el único techo que podíamos refugiarnos y esta-
ba cayendo la peor tormenta que yo he visto en mi vida.
Y eso que viví en la costa, que tiene fama de ser muy tor-
mentosa. A pesar del refugio nosmojamos un poco, por-
que el viento desviaba el agua hacia donde estábamos no-
sotros, y cada persona que quería entrar en la cafetería

nos obligaba a quitarnos para dejarla pasar. Estuvimos


una hora ahí, pegados como sardinas para calentarnos,
porque hacía mucho frío y ni José Manuel ni yo llevába-
mos chaqueta.
En ese rato hicimos el plan, pero no nos salió muy
interesante porque teníamos poco dinero. Entre todos
juntamos trece pesos, que no nos iban a alcanzar para ha-
cer muchas cosas. Nos pusimos de mal humor y nos cas-
tañeteaban los dientes del frío. De repente, Javier dijo:
— adónde podemos
¡Ya sé ir!

— ¿Adónde? — preguntamos todos con mucha


emoción.
— ¡Al metro! — contestó.
áo ya había ido en metro alguna vez no me parecía
y

20
muy divertido, pero Javier nos dijo que era lo más prác-
tico que se le ocurría hacer, porque había una estación
cerca de la escuela y costaba un peso pasar. Nos dijo tam-
bién que el metro a esa hora estaba calentito y eso últi-
mo nos pareció muy provechoso, sobre todo a José Ma-
nuel y a mi.
Corrimos dos manzanas y llegamos a la estación
las

del metro escurriendo agua, pero era cierto que allí bacía
calor y se nos quitó el frío. Compramos billetes para to-

dos y planeamos jugar a que éramos unos fugitivos que


tenían que escapar a los Estados Unidos en tren. Los fu-
gitivos éramos Edgar, Javier y yo, y los policías eran José
Manuel y Rodrigo. José Manuel es muy serio, y como no
le gusta hacer de malo siempre lo dejamos hacer de bue-

no. Sólo una vez le tocó hacer de malo, pero de malo


atontado. Estábamos en su casa y jugamos a que José Ma-
nuel era un científico loco que estaba fabricando un ar-
ma atómica para acabar con la humanidad. Pero no le
gustó mucho hacer de científico loco. Y menos le gustó
la regañina que le echó su madre cuando vio el arma

atómica, que en realidad era un mejunje que hicimos con


su champú y otros potingues que tenía en el baño.
El metro estaba lleno de gente, por eso hacía tanto
calor. Para mí y para José Manuel fue muy bueno, pero
los otros que sí llevaban chaqueta se la tuvieron que qui-
tary cargar con ella todo el tiempo. Como se suponía que
éramos fugitivos, corríamos por el andén y a la gente que
estaba alrededor no le caíamos muy en gracia. Cuando
llegó el tren nos metimos —
malos en un vagón y los
los

buenos en otro —
y nos burlábamos unos de otros desde
nuestros vagones. Eso sí que estuvo divertido; lo malo fue

21
1

que no teníamos pistolas ni nada, pero las hacíamos con


la mano. Cada vez que el tren paraba, corríamos a cam-
biarnos de vagón. En una de ésas, a José Manuel no le dio
tiempo de meterse y sé le cerraron las puertas en la nariz.
Se quedó todo espantado parado en el andén y alcanza-
mos a oír como gritaba:

— ¡No me dejéis!

En la estación siguiente pudimos regresar a rescatar-


lo. Suerte que venía Javier, que es el único que conoce
muy bien elmetro y sabe cómo hay que ir y venir, por-
que, si no, José Manuel habría tenido que quedarse a vi-
vir en la estación. Cuando lo encontramos, estaba toda-
vía más blanco de lo que siempre está. Lloraba, agarrado
de la pierna de una anciana que le hacía preguntas. Cuan-
do nos vio separó de ella y me parece que le pidió dis-
se

culpas. Nosotros nos burlamos un poco de él por haber-


se agarrado de la pierna de una señora, y él nos dijo una
palabrota que prefiero no escribir aquí. Es la primera vez
en la vida que oigo a José Manuel decir una palabrota, y

1
eso que nosotros no habíamos tenido la culpa de que se
le cerraran las puertas.
Desde ese momento se nos quitaron las ganas de ju-

gar. En cada estación se bajaba mucha gente y se subía


poca, así que en las últimas el vagón estaba casi vacío. En-
tonces nos empezamos a colgar de la barra y a hacer gim-
nasia y pruebas de resistencia, a ver quién aguantaba más
tiempo colgado. En el camino hacia la última estación
íbamos todos muy bien, y cuando llegamos nadie se que-

ría descolgar porque perdía. En eso entró un y nos policía


dijo que ya habíamos llegado a la terminal, que dejáramos
de hacernos murciélagos y saliéramos de allí. A bue-
los

nas horas nos dio la idea. Podríamos haber jugado a que


éramos vampiros durmiendo como los murciélagos, col-
gados del revés. Me parece que ese policía nunca en su vi-
da había visto un vampiro ni un murciélago.
De regreso, quisimos jugar a los vampiros, pero no se
pudo porque se llenó el vagón y no era buena la idea que
tuvo Javier de morderles el cuello a los demás pasajeros.
Nos aburrimos mucho en el viaje de regreso. Cuando por
fin nos bajamos en la estación de la escuela, parecía que
había pasado muchísimo tiempo y, sin embargo, todavía
faltaban tres horas y media para la salida. Ya empezába-
mos a tener hambre, porque era la hora del recreo. Ha-
bríamos comprado cosas en la tienda, pero seguía ha-
ciendo mucho frío y Manuel y yo convencimos a los
José
demás de que era mejor ir a la cafetería a comer algo. To-
dos estuvieron de acuerdo. Al entrar, un joven con corba-
ta nos llevó a la mesa donde debíamos sentarnos. Allí

juntamos el dinero que nos quedaba. Eran once pesos,


más otros dos que traía José Manuel y se estaba haciendo

23
el remolón para ponerlos. La camarera nos trajo las car-

tasy vimos que todo era muy caro para el dinero que lle-
vábamos. Nos alcanzaba para tomar tres cafés, pero a nin-
guno de nosotros nos gusta el café. Entonces pedimos dos
tazas de chocolate y nos turnamos para darles sorbitos.
En cada vuelta nos enfadábamos con Javier, porque como
es el más gordo de nosotros le cabe más. Nos terminamos

los chocolates en una patada. Pero en la mesa de al lado

habia dos señores que habían desayunado huevo y todo;


todavía tenían unos panes con mantequilla, y cuando se
levantaron, vimos que ni siquiera los habían tocado. Allí
estaban, solos, enteros, y con una pinta deliciosa. Tuvimos
que hacer un sorteo para ver quién iba por ellos, porque
nadie se los iba a comer. Y como tengo tan mala suerte,
me tocó a mí. Me daba mucha vergüenza, pero también
tenía mucha hambre. Le pedí prestadas sus gafas a José
Manuel para que nadie me reconociera y me fui por los
panes. Lo que yo no sabía es que José Manuel era tan ce-
gato; veía todo borroso con sus gafas. Me mareé y no po-

día caminar. Mis amigos vieron que venía la camarera a


Ilec'arse los panes
y empezaron a gritarme que me diera
prisa, pero yo estaba apoyado a una silla para no caerme.

Como estaba medio tonto, no se me ocurrió nada, hasta


que José Manuel me gritó que me quitara las gafas. No
me las quité, pero me las bajé a la nariz y ya pude ver to-

do normal. Cuando llegué a la mesa la camarera estaba


allí, Me la quedé mirando muv son-
justo enfrente de mí.
riente. Le dije: «Con su permiso»,
y sin esperar que me lo
diera, agarré los panes
y me fui corriendo a mi mesa. Los
panes acabaron enseguida, y aunque miramos en las
se

otras mesas, todos los demás que habían ido a desavunar

24
sí se habían comido los suyos o por lo menos los habían
mordisqueado. Todavía teníamos hambre, pero no tanta
como para comer panes mordisqueados. Para tratar de ol-
vidarnos del hambre, jugamos con las monedas durante
un rato, pero tuvimos que dejarlo porque Javier las tira-

ba muy fuerte y nos perdió una que iba a ser la propina

de la camarera. Entonces, además de malhumorados por


el hambre, nos quedamos aburridísimos.
Estábamos tan alelados que no nos dimos cuenta de
que entraba el profesor de gimnasia con una muchacha.
Cuando lo vimos, estaba parado enfrente de nuestra me-
sa con las manos en la cintura; ya no nos daba tiempo de
escondernos ni de salir corriendo. Estaba enfadadísimo,
pero la muchacha no, porque ella no tiene nada que ver
con nosotros ni le importa que hagamos pellas.

— ¡Qiié bonito, qué mañana más productiva! — dijo

el profesor casi gritando, como cuando grita «¡Prepara-

cuando echamos carreras en clase de gim-


dos, listos, ya! »

nasia. Todos abrimos la boca y nos quedamos mudos. El

profesor nos llevó a la escuela a que habláramos con el


director, a pesar de que la muchacha que iba con él le di-

jo que no fuera así, que comprendiera que éramos niños;


pero él no hizo caso.

El director no nos pegó gritos como el profesor de

gimnasia, pero nos habló sin parar del dinero que pagan
nuestros padres por la escuela, de los peligros de la calle

y de no sé cuántas cosas más. Todos lo escuchábamos con


mucho aburrimiento, menos José Manuel, que tenía el la-
bio de abajo temblando como si tuviera un taladro en la
boca. Después del discurso, el director se quedó callado
por un momento y luego dijo:

25
*
^

— Merecéis un castigo. Voy a hablar con vuestros


padres.
losé Manuel se puso frente ay con sus dos manos
él

agarró una de las del director mientras gritaba:


— ¡Piedad, piedad!
Por suerte el direaor
hizo caso y dijo que no iba a
le

contárselo a nuestros padres, pero que de castigo ten-


dríamos que escribir QUINIENTAS veces cada uno:
«Lamento profundamente haber hecho novillos y
hago la solemne promesa de no reincidir jamás en seme-
jante falta de disciplina.»
Afuera todos comentamos que no sabíamos qué sig-
nifica «reincidir», menos
Manuel, que nos miró con
José
desprecio y nos dijo que en resumen la frase quería decir
«Nunca vuelvo a hacer pellas». Esto era mucho más fácil
para nosotros que escribir una frase de tres renglones que
quiere decir lo mismo, pero el director tiene la manía de
decir las cosas de la forma más complicada que encuen-
tra. Sobre todo cuando nos pone de castigo escribir fra-
ses.Quizá yo habría preferido que avisaran a mamá. Ella
no tiene muy mal carácter y no suele castigarme mucho.
Pero José Manuel nos dijo que si se enteran en su casa lo
cuelgan, cosa que debe ser más molesta para él que escri-
bir quinientas veces esa frase. Y como somos amigos, a mí

tampoco me gustaría que lo colgaran. Por cierto, que si no


me pongo a escribir mis frases, no voy a acabar. Apenas
llevo doscientas veinte,
y ya, con todo lo que he escrito
aquí, se me ha cansado mucho la mano.
Lo que sí he estado pensando muy seriamente es que
no vuelvo a hacer pellas hasta que sea muy rico.

26
4

H OY he invitado a José Manuel a comer


mi mejor amigo, es Edgar, pero no es tan estu-
a casa. José Ma-
nuel no es
dioso, y como vamos a tener examen de matemáticas la
semana que viene, he invitado a comer a José Manuel pa-
ra que me explicara algunas cosas que no entendía. Es ge-
nial invitar amigos a estudiar, porque nada más estudia-
mos un ratito y luego hacemos alguna cosa divertida. A
José Manuel le da miedo hacer la mayoría de las cosas di-
me-
vertidas, y yo siempre trato de convencerlo de que es

jor portarse mal que bien, pero nunca puedo. Así es que
cuando ha acabado de explicarme matemáticas, nos he-
mos puesto a ver cómics.
José Manuel siempre me pide que le cambie o le re-

gale algunos de mis cómics, pero ni siquiera se los pres-

to. Al único que le presto cómics es a Edgar, porque es mi


mejor amigo, pero a nadie más, porque nunca me los de-
vuelven. José Manuel se ha aburrido de ver mis cómics
porque le he dicho que nunca serían suyos y se ha aso-
mado por la muy interesado y me ha en-
ventana. Parecía
trado curiosidad de saber qué miraba. Me he asomado
con él y hemos estado un buen rato. De pronto me dice;
— ¿Ves ese convento?
Ha sido una pregunta tonta, era imposible que yo no
viera el convento porque es del tamaño de una manzana
de casas y está justo enfrente de la ventana de mi cuarto.
Entonces le he dicho:
— Claro que lo veo.

27
%

—Allí hice mi primera comunión ha seguido Jo- —


sé Manuel —
Es el convento de las madres reparadoras.
.

Yo me he reído un poco y le he dicho:


— Qué bien que me lo dices, les voy a llevar uno de
mis patines que está estropeado.
Ha puesto unos ojos que parecía que se le querían sa-
lir de las gafas y, antes de decir nada, me ha pegado en la
nariz. Estaba realmente enfadado.
Yo le iba a pegar también porque me ha dolido, has-
ta me
ha salido sangre y sólo había sido una broma. No
era para que me golpeara
y me dijera esa grosería extra-
ña. Cuando iba a contestarle con otro golpe, me he dado
cuenta de que estaba ensuciando la alfombra con mi san-
gre y mejor me iba al baño a enjuagarme. Cuando he re-
gresado José Manuel no me hablaba y a mí ya se me ha-
bían quitado las ganas de pegarle, porque estaba callado
mirando la pared, como triste. Me ha dejado de hablar
por completo y ha seguido viendo mis cómics aunque
nunca vayan a ser suyos. Eso me ha enojado, así que he
dejado de hablarle yo también.
Al poco rato han llegado mamá y Mariana. xMariana
ha empezado a hablar con José Manuel, porque siempre
que vienen mis amigos trata de lucirse con ellos se de-
y
dica a hacerse la graciosa. Pero José Manuel ha seguido
igual de serio,
y hasta le ha dicho: '<Déjame en paz». En
ese momento yo me he enfadado todavía más, porque se
supone que José Manuel estaba de mal humor conmigo,
pero Mariana no tenía nada que \^er. Entonces Mariana
y
yo lo hemos dejado solo nos hemos ido al cuarto de mi
y
madre. Ee he dicho a mamá que por favor hablara con la
madre de José Alanuel para que viniera a recogerlo. Ella,

28
como siempre, ha empezado a hacerme preguntas, y yo le

he explicado que nos habíamos peleado por un cómic.


Como ella no entiende nada de cómics, no me ha pre-
guntado nada más. Pero me ha dicho que era de lo más
grosero llamar a madre de José Manuel para decirle
la

que fuera a recogerlo, y no lo ha hecho, así que me he te-


nido que aguantar una hora más con José Manuel y su
mal genio metidos en mi cuarto.
Ahora que lo pienso, quizá habría sido mejor recon-
ciliarme, porque no era para tanto y, después de todo, Jo-

sé Manuel ha venido a explicarme matemáticas para que


no me suspendan. Pero no he hecho nada ni he intenta-
do hablarle v hemos estado aburridísimos toda esa hora.
La próxima vez que me enoje con alguno de mis amigos
voy a reconciliarme rápido, porque es muy incómodo es-
tar sin hablarse con un amigo que ha venido de visita y
esperar que venga su madre a buscarlo porque no puede
irse solo. Yo sí que voy solo a su casa porque vive más o
menos madre no lo deja andar por la calle
cerca, pero su

cuando ya es de noche. Qiiizá mañana ya se le habrá pa-


sado. Por si acaso, he estado revisando mis cómics y ma-

29
ñaña le voy a regalar dos que tengo repetidos. También le

voy a decir que ya sabía quemadres reparadoras no


las

arreglan cosas, que sólo estaba bromeando. Claro que si-


go pensando que es un nombre extraño como para que se
lo pongan a unas monjas.
Pero eso mejor no se lo digo.

30
5

]NJo lie tenido mucho tiempo de escribir porque, ade-


más de que seguí estudiando yo solo para el examen de
matemáticas, últimamente nos ponen mucha tarea.

La maestra se empeñó en que hiciéramos la maque-


ta de una línea de producción, que es donde se fabrican
todas las cosas. Bueno, casi todas las que no se fabrican a
mano. Es como la cinta transportadora por donde salen
los equipajes en el aeropuerto, nada más que éstas trans-
portan los productos de una máquina a otra. Dijo la
maestra que podían ayudarnos nuestros padres, pero yo
no tengo a ninguno de los dos disponibles. Mamá ha es-

tado muy ocupada estos días porque hay una exposición


de la compañía donde trabaja de relaciones públicas. Lle-
ga a las nueve todos los días y muy cansada. Así que voy
a tener que ingeniármelas para hacerla yo solo. Mi padre

seguramente sabría cómo se hace una maqueta así.

mucho a papá, pero más en


Casi siempre extraño
momentos como éste. Aunque parezca que no, a veces me
hace falta. Siempre recuerdo lo último que me dijo antes
de morirse y sé que tengo un deber muy importante.

Tú tienes que cuidar a tu madre y a tu hermana,
porque yo ya me vov y tú te quedas como el hombre de
la casa — me y luego se despidió.
dijo,

Yo era mucho más pequeño cuando papá se murió.


Todo empezó una Navidad, que fuimos a cenar a casa de
la tía Cristina con todos mis primos, tíos y la familia en-
tera. De repente, a media cena, papá empezó a toser muy

31
fuerte. Se sentía muy mal, y mamá nos dijo que teníamos
que irnos Mariana y yo no queríamos y nos pusimos
ya.

muy tozudos. Después nos arrepentimos, pero entonces


no sabíamos nada. '

Desde esa vez mi padre no volvió a salir de casa más


que para ir al hospital. El médico lo metió en la cama y di-
jo que tenía cáncer en los pulmones, que estaba muy deli-
cado y que debía haber ido al médico mucho antes. Mi pa-
dre no iba al médico porque decía que era muy fuerte y
que no le dolía nada. Es que antes de que le obligaran a
guardar cama nunca se había enfermado de nada. Era
grandote, y hasta un poco gordo. Pero a partir de eso em-
pezó a adelgazar mucho, hasta que se quedó en los huesos.
Eueron unos meses muy tristes. Mariana no se daba cuen-
ta porque era muy pequeña, pero yo ya tenía años y siete

me di cuenta de todo lo que pasó. Siempre supe que papá


se iba a mamá decía que no, que iba
morir porque, aunque
a ponerse bien, siempre lo decía llorando. Lo pasamos muy

mal; fueron los peores meses de mi vida. Desde Na\ádad,


que fue cuando se metió en la cama, hasta que se murió,
una semana antes de mi cumpleaños, que es en abril.

Yo me sentía muy mal, porque unos días antes de que


él se enfermara habíamos tenido una pelea. Fue porque
una tarde llegó a casa con dos camisetas iguales que ha-
bía comprado para y para mí, para que al día siguien-
él

te nos las pusiéramos y fuéramos a Chapultepec o a al-


gún lado a pasear. Pero a mí me pareció horrible la idea
de salir vestido igual que él, pensaba que eso era cosa de
crios y, aunque yo era un crío, me puse muy pesado y no
quise ponérmela. Mi padre se enfadó un poco y casi no
me hablaba.

32
Luego enfermó, antes de que yo fuera a pedirle per-
dón por haberme portado tan mal, y creí que papá iba a
pensar que le me daba lástima por
pedía disculpas porque
su enfermedad. No era así, yo me sentía muy triste por to-
do. lablamos mucho tiempo. Creo que en el tiempo que
1

él estuvo en cama conversamos más que en toda nuestra


vida juntos.
Era muy simpático mi padre, todo el tiempo estaba
haciendo bromas y contaba muy buenos chistes. Todos
los que iban al restaurante en Zibuatanejo lo querían
mucho. Tenía montones de amigos y de repente se le
ocurrían unos disparates muy divertidos. Una vez fui-
mos a buscar a mamá al hotel donde trabajaba, que era
más bien elegante. Afuera nos encontramos a un vende-
dor de merengues con su bandeja. Papá sacó un billete y
se los compró todos, con la bandeja incluida;
y nos meti-
mos en el hotel a vender los merengues. Claro está que

33
era broma, al final acabó regalándoselos a todo el mun-
do. Al principio a mi madre le daba vergüenza, pero aca-
bó muerta de risa con nosotros.
He pensado mu-cho en lamuerte de mi padre y a ve-
ces me pregunto si no sería que la ciudad le hizo daño, la
contaminación o algo así. Pero dice mamá que no fue
eso, que lo que pasó fue que no dijo nada de que se sentía

mal hasta que ya era demasiado tarde. Por eso mamá


siempre nos dice a abuelo y a todos los
Mariana, a mí, al

que se cruzan en su camino que cualquier cosa que note-


mos rara, enseguida hay que ir al médico.
Papá siempre está en mis recuerdos. Cada noche, an-
tes de acostarme, pienso en los ratos maravillosos que pa-
samos juntos. Ahora que me he acordado de todo esto pa-
ra escribirlo parece que se hubiera ido hace muchísimo
tiempo.
Y me doy cuenta de cuánto lo extraño.

34
6

Esto\’ feliz porque me han puesto un nueve en mate-


máticas. Este José Manuel sí que es bueno explicando,
aunque tenga tan mal genio.
El otro día vino mi abuelo a comer. Mi abuelo sabe
muchas cosas. A lo mejor nos lleva a Mariana y a mí a pa-
sar el fin de semana en la casa que tiene en El Chico. Es
genial la casa, está en medio de un gran bosque donde hay
muchos caminos secretos para ir de un lado a otro. Tam-
bién hay una mesa de billar. Mi abuelo no me dejaba ju-
gar porque tenía miedo de que rasgara la tela verde que
cubre la mesa. Me dijo que ahora sí me va a dejar jugar,
no sé si porque ya confía más en mí o porque ya no le im-
porta la tela verde. Dice que es un juego muy interesan-

te, que no es sólo pegarle a las bolas a lo tonto, como pen-


saba yo. A mí me encanta ir a la casa de El Chico, pero
esta vez me gustaría más que mi abuelo nos llevara a al-

gún lugar del extranjero, porque ni Mariana ni yo lo co-

nocemos. Además creo que a mamá no le gustó mucho la


idea de que viajemos con mi abuelo, porque oí que le di-
jo a Tomasa que él ya está muy mayor para conducir por
carretera. Por eso estaría mejor que nos invitase al ex-

tranjero, porque para ir allí se va en avión, no en coche.


Ahora que me acuerdo: nunca se me ha ocurrido pre-
guntarle a mi abuelo que cuántos años tiene, pero me
imagino que como mucho noventa. Porque tiene muy
buen aspecto, no tiene el pelo demasiado blanco ni está
muy gordo — sólo un poco barrigón — ni le Etlta ningún

35
diente. Aunque eso último es trampa, porque usa denta-
dura postiza. Es horrible su dentadura, y él está muy gra-
cioso cuando se la quita, porque se le pone la barbilla más
puntiaguda y los labios se le van para adentro, bmtonces
sí parece un viejo y habla como los viejos de los dibujos
animados.
El viernes es el cumpleaños de Mariana. Estoy pen-
sando en hacerle algún regalo, pero no sé qué. Ella siem-

pre me hace regalos, aunque no son regalos muy buenos.


En mi último cumpleaños me regaló un muñeco de plas-

tilina que tenia un solo ojo. Yo pensé que era así a propó-
que era un cíclope o algún otro monstruo, pero lue-
sito,

go me encontré el ojo que le faltaba junto a la mesa del


comedor. Se lo puse y de todos modos quedó horrible; pe-
ro igual lo tengo sobre mi escritorio, porque si lo quito

Mariana se sentiría ofendida v me montaría un número.


Bueno, ahora voy a dejar de escribir porque he de ver
cuánto dinero tengo y ponerme a pensar. A ver si se me
ocurre qué regalarle.
7

Sospecho que el profesor de gimnasia se ha vengado de


nosotros en la clase de hoy. Creo que quería que el direc-

tor les dijera a nuestros padres lo de las pellas para que


nos regañaran, y como no lo hizo, le ha sentado mal nos
y
ha puesto a los cinco a hacer flexiones
y flexiones. Nin-
guno de los cinco hemos podido con todas las series, por-
que quería que las hiciéramos bien, sin trampa.
José Manuel, que es el más flaco de nosotros, se
ha tumbado con la lengua fuera cuando apenas llevaba
veinte flexiones. A Javier también le ha costado mucho
trabajo porque él tiene muchos más kilos que cargar. A
Rodrigo, a Edgar y a mí nos estaban saliendo más o me-
nos bien. Mientras, los demás estaban contentísimos ju-
gando albéisbol y el profesor ni los miraba. Parado en-
frente de nosotros, comprobaba que hiciéramos bien todos

No hemos logrado terminar del cansancio


los ejercicios.

que teníamos. A mí me duele todo el cuerpo y hace un


momento le he pedido a mamá que me haga un masaje,
pero estaba ocupada hablando por teléfono. Anda muy
rara últimamente, habla mucho por teléfono
y no se da
cuenta de lo que le decimos.
Después de hacer tanto ejercicio, a la hora del recreo
estábamos como muertos: tirados en una esquina del pa-
tio. Casi todos los recreos jugamos, pero hoy no podíamos

nimovernos, por eso nos hemos puesto a conversar. Javier


nos ha contado que anoche soñó que volaba. C^iién sabe
qué cenaría, pero su sueño fue rarísimo. Dice que estaba

37
en un edificio viejo y deshabitado y que se encontraba en
el ascensor con un tipo diabólico, con cuernos rojos, que

lo invitaba a subir. Él no quería hacerle caso, pero de to-

dos modos ha laecho y el tipo se lo ha llevado hasta


se lo

la azotea del edificio. Allí ha empezado a flotar y le ha di-

cho: «Flota tú también», javier no podía y el extraño le


ha dicho que se quitara la ropa, javier ha hecho eso y ha
flotado por toda la azotea desnudo y muy contento.

A todos nos ha parecido un sueño muy tonto, pero

casi siempre los sueños son tontos.


— ¿Mas volado fuera de la azotea? — le ha pregun-
tado losé Manuel.
— No — le ha dicho Javier — ,
pero de todos modos
ha sido divertido.

38
— ¿Es la primera vez que vuelas? —le ha vuelto a
preguntar José Manuel, como si le estuviera haciendo un
examen de su sueño.
— — ha contestado
Sí Javier.

— Así siempre — ha dicho José Manuel muy


es alta-
nero — primer sueño de volar
,
el apenas por encima es
del suelo. Conforme vayas cogiendo práctica, podrás vo-
lar más y más arriba. Yo ya he ido volando en sueños has-
ta Egipto.

Todos miraban a José Manuel con asombro, menos


Edgar, que le ha dicho:
— No es cierto, yo soñé una vez que volaba por en-
cima de toda la ciudad y no tuve que practicar en otros
sueños.
— Entonces debe haber sido un vuelo muy vulgar el

de tu sueño — ha contestado le Manuel. José


Ninguno de nosotros ha entendido lo que quería de-
cir con eso y ya no hemos discutido más de sueños.
Yo me he quedado pensando que lo que ha dicho Jo-
sé Manuel era mentira, porque ya le he pillado en dos o
tres, como cuando me dijo que la patología era el estudio
de los patos; después diccionario y no me
lo busqué en el

acuerdo qué quería decir, pero no era nada que tuviera


que ver con También he pensado que nunca he so-
patos.
ñado que vuelo y que debe ser muy emocionante. Lo que
sueño muy a menudo es que me caigo de algún lugar muy
muy alto y justo cuando me voy a estrellar contra el sue-
lo, me despierto dando un brinco. A veces también sue-

ño que soy muy rico y me da mucha rabia despertarme.


Aunque cuando sueño que soy rico es porque me toca la
lotería o me encuentro dinero tirado en la calle. Nunca

39
he soñado que me hago rico trabajando, y qué bien, por-
que ese debeun sueño muy aburrido.
ser

Últimamente me ha dado por soñar muy seguido


con Ingrid, pero esos'sueños no me gusta contárselos a los
demás porque se burlan mucho. El único que más o me-
nos me comprende es Rodrigo, porque él estuvo muy
enamorado de la maestra del año pasado. Todos los días
llegaba a la escuela muy arreglado, con el pelo repeinado

y un jersey más elegante que el del


uniforme. Durante to-
da la clase de lengua se quedaba mirando a la maestra con
los ojos medio cerrados y le sonreía. Cada vez que tenía

oportunidad, contestaba las preguntas que hacía su ama-


da,y ninguno de nosotros entendíamos cómo era que
Rodrigo se había vuelto estudioso, porque nunca antes lo
había sido. Hasta que un día me
un refresco en el
invitó a
recreo y me confesó en privado que amaba a la maestra.
Me pidió que lo guardara en secreto y lo hice. Al único
que se lo dije fue a Edgar porque, como es mi mejor ami-
go, tengo que contarle todo. Claro que como él también
es mi mejor amigo, no puede decir nada de lo que yo le
cuento cuando le digo que es supersecreto. Y esta confe-
sión era supersecreta. Pero no sirvió de nada nuestro es-
fuerzo de no contarlo porque al ratito Rodrigo en per-
sona acabó confesando su amor a todo el mundo. Por
supuesto que la maestra nunca le hizo caso; es más, Rodri-
go ni siquiera se le declaró, aunque casi a diario le dejaba

en su bolso papelitos con corazones dibujados. A veces le


llevaba chocolates o guardaba la mitad de su sándwich y
se la daba después del recreo. Ella nunca se la aceptaba.

Yo creo que porque, como siempre estaba todo mordido,


le daba asco.

40
le decía a Rodrigo que la maestra era muy vieja
para él, pero él es muy tozudo. Todo el año estuvo ena-
morado de y tuvo muchos problemas con todos los
ella

de la pandilla porque la maestra no nos caía bien. Lo bue-


no es que esa maestra ya se ba ido de la escuela y Rodri-
go, basta abora, no parece haberse enamorado de la nue-
va. Está tan loco que no sería nada raro que el día menos
pensado le mandar cartitas. Claro que la
empezara a

maestra Sofía es mucho más vieja, tanto que hasta podría ser
novia de mi abuelo. No sé si le gustaría, porque no sé qué
gustos tiene la maestra. Y pensándolo bien tampoco sé
qué gustos tiene mi abuelo. A mi abuela la conozco sólo
de las fotos. Se ve que era guapa, pero quién sabe, porque
antes no tomaban las fotos así al natural; la gente se arre-
glaba mucho, las señoras se ponían unos peinados muy
raros y se pintaban diferente a como se pintan ahora.
Además las fotos viejas son todas en blanco y negro o de
color café, así que no me imagino cómo sería mi abuela
en persona y a colores. Pero dicen que era muy buena y
muy simpática, así que si era guapa o no, es lo de menos.

41
8

Por fin nos hemos enterado de toda la verdad. Es ho-


rrible. Algo me sospechaba yo, pero nunca pensé que fue-
ra tan... así. Lo único divertido ha sido ver a la maestra
Sofía, que es tan seria, diciéndonos a todos cómo se hacen
los bebés. Se ponía toda roja y se le trababa la lengua. ¡Po-
bre! En cambio todos nosotros estábamos tiesos en nues-
tros pupitres, con la boca abierta.
El único que no parecía ni muy interesado ni muy
sorprendido era Javier, que no ponía atención para nada
y se estaba durmiendo. Luego le he preguntado por qué
y me ha dicho que él ya sabía todo eso, que su padre se lo
había contado. Entonces he pensado que con razón yo no
lo sabía, a papá no le dio tiempo a contármelo. Pero todos
los demás de la pandilla sí tienen padre y tampoco les ha-
bía dicho nada de nada. Ha de ser entonces que el padre
de Javier es incapaz de guardar un secreto, o que los pa-

dres de los demás son tímidos. De todos modos me pare-


ce que nuestros padres nos lo deberían haber dicho en la
primera oportunidad, en lugar de esperarse que la pobre
maestra Sofía, que no tiene mucha confianza con noso-
tros, nos lo dijera. Además me parece que no se puede an-
dar por el mundo sin saber para qué sirve lo que se lleva
puesto. Bueno, aunque ahora que lo sabemos no creo que
nos vaya a servir de mucho, porque somos todos muy pe-
queños como para ponernos a hacer bebés.
Yo nunca me creí lo de
cigüeña y esos cuentos,
la

pero me imaginaba que algo tenía que ver el médico, y

42
ahora veo que no. Sólo cuando son sus propios hijos, cla-

ro está. El asunto no parece muy


divertido ni práctico y

así se lo he dicho a la maestra Sofía. Ella me ha contesta-

do que faltaban muchos detalles del tema que con el

tiempo iríamos aprendiendo.


Y yo que pensaba declararme otra vez a Ingrid, y con
esto ya se me han quitado las ganas. Porque si Ingrid me
dice que sí, a lo mejor hasta nos casamos cuando termi-
nemos laprimaria, y si luego tenemos que ponernos a te-
ner bebés, nos va a dar una vergüenza tremenda a los dos.
Mejor me espero hasta regresar de El Chico para ver si

me vuelvo a declarar o qué. Voy a aprovechar el viaje pa-

ra hablar con mi abuelo de todo este asunto.

43
9

Ya tengo el regalo de Mariana. Mamá quería que le

compráramos un perrito y al principio me parecía bue-


na idea, pero después pensé que a un perrito hay que
cuidarlo, darle de comer y bañarlo, y como mi madre
siempre tiene mucho qué hacer, no va a tener tiempo
de encargarse de todo eso. Y a Mariana ya la conozco: se
va a entusiasmar mucho al principio, pero luego se le va
a olvidary yo voy a ser el que tenga que hacerlo todo. El
baño y la comida no me importan mucho, pero ya me
imagino al perro haciéndose pis en cada esquina de la ca-
sa y yo detrás limpia que te limpia. Ni loco, no tengo
tiempo. Bueno, sí tengo tiempo pero ganas no.
Como le expliqué todo esto a mi madre, ella prefirió
comprarle un horno de mentiras que hace pasteles de
verdad. Yo compré dos tortugas y me gasté más de la
le

mitad de mis ahorros. También había ranas, que son más


baratas que las tortugas, pero se mueren más fácilmente.
Además, como brincan mucho luego se pierden. Me fal-

tacomprar comida especial para tortugas porque segura-


mente Mariana va a querer darles de comer los pasteles
que van a salir de su horno nue\’o, que en la caja tienen
muy buena pinta, pero la realidad siempre es diferente.
En las fotos de las cajas los juguetes parecen mucho más
bonitos de It) que son realmente. Una vez mi madre me
compró un muñeco al que se le estiraban los brazos y las
piernas para agarrar a los criminales. En la caja venía

una foto del muñeco muy estirado, con los brazos alre-

44
dedor de un Cuando lo saqué casi me pongo a
edificio.

llorar, porque el famoso hombre estirable era pequeñito

y estaba descolorido. Y cuando traté de estirarlo para que


rodeara el edificio se rompié). Me sentí engañado por la

caja y la tiré por el balcón con el monigote dentro, y nun-


ca mas volví a confiar en las fotos de las cajas de los ju-
guetes. La caja del horno de Mariana tiene unas fotos de
pasteles que parecen deliciosos, y seguramente van a que-

darle insípidos y aplastados. Pero aunque del horno de mi


hermana salieran unos pasteles buenísimos, no es posible
dárselos de comer a unas tortugas. Su casita va a ser un
frasco grande de mermelada, pero antes tengo que comer-
me la mermelada que queda. No es mucha, como un oc-
tavo de bote (por algo saqué un nueve en el examen de
fracciones). Voy a ponerles unas piedras y unas hojitas
que he cogido en el parque, para que las pobres no se sien-
tan mal por vivir en un frasco de mermelada.
En venganza por muñeco de un solo ojo, pensa-
lo del

ba regalarle a Mariana un póster de Batman que he visto en


la papelería, que no gustar nada y yo podría enton-
le iba a

ces colgarlo en mi cuarto. Así podría quedar bien con ella y

tener un póster nuevo. Pero Mariana no es tan tonta y se da-


ría cuenta de que le había hecho un regalo para mí mismo.
Bueno, las tortugas también me gustan y son más discretas.
Para la fiesta van a venir sus amigas de la escuela y
Tomasa va a hacer una tarta, que le quedan buenísimas.
Yo seré el encargado de inflar los globos y colgarlos en to-

dos lados. También confeti, serpentinas y esas cosas tan


bonitas pero que ensucian tanto. Voy a procurar que que-
de todo muy bien y así vamos a tener a Mariana de buen
humor por un rato.

45
Ahora tengo las mi cama. Man de
tortugas debajo de
estar aburridísimas y no han tomado el sol ni un mo-
mentito, espero que eso no les haga daño. Pero como es

una sorpresa, no puedo sacarlas hasta mañana. Por lo

pronto voy a ir a la tienda a ver si encuentro comida apro-


piada para ellas y así las libro de comer pasteles de men-
tiras.

46
10

>/\yer por fin fue de Mariana y resultó muy


la fiesta

aburrida para mí, porque las niñas se pusieron a jugar a


las muñecas y, como yo era el único niño, todas me que-
rían para que fuera el padre. Si esto hubiera pasado antes
de la explicación que nos dio la maestra Sofía acerca de
la fabricación de los bebés, quizá habría jugado con ellas,
pero después de saber la verdad ya no me dieron tantas
ganas.
Además estaba rabioso, porqueme pasé la noche an-
terior a la fiesta arreglando todo muy bonito, colgué mu-

chos globos y serpentinas; parecía el trabajo de un deco-


rador francés, y no duró nada la decoración porque tantas
niñas juntas parecen un terremoto y acabaron con todo.
Me senté en una esquina de la sala a verlas deshacer mi
obra y a ver cómo Mariana ensuciaba todo haciendo pas-
teles en su horno nuevo
y obligaba a sus invitadas a co-
mérselos por muy horribles que salieran.
Después,mi madre les puso unos juegos y las divir-
tió mucho. Es que mi madre tiene mucha experiencia en
esas cosas porque, cuando trabajaba en el hotel de Zihua-
tanejo, a veces le tocaba entretener a un montón de niños

gringos mientras sus padres se tumbaban al sol. También


yo participaba en esos juegos y por eso ahora hablo un
poco de inglés.
Nos quedamos hasta tarde recogiendo todo el desas-
tre
y hoy nos hemos despertado temprano para venirnos
a la casa de El Chico. Ahora son apenas las ocho y media

47
48
y yo estoy frente a la chimenea tomando chocolate. Ma-
riana ya se ha dormido, mi abuelo se ha cansado de ju-
y
gar al billar conmigo y se ha puesto un libro. Jugar
a leer
al billar con permiso es menos divertido, no sé por qué.
Será porque mi abuelo sí sabe jugar como se debe y a mí
no me deja pegarle a las pelotas como me gusta, así que
nunca le atino al agujerito y me aburro.
Aquí no hay no tenemos tiempo de
televisión, pero
aburrirnos. De noche un poco, porque a mi abuelo, como
es mayor, no le gusta quedarse despierto demasiado tiem-

po y Mariana se duerme también muy temprano. Yo soy


el único joven desvelado aquí.
De día hay mucho que hacer; por ejemplo, coger
manzanas o jugar con los conejos. Lo de los conejos no
me acaba de gustar, porque nos pasamos el día jugando
con uno, nos encariñamos con él,
y por la noche lo liqui-
dan para que nos lo comamos. Yo no me lo comería si no
estuviera tan bueno. Pero Nicolás, que es el portero, el co-
cinero, el cuidador de conejos y varias cosas más, los sabe
cocinar muy bien. Por eso es preferible jugar con los co-
nejos más pequeños, son más simpáticos que los grandes
y a ésos no los cocinan, porque no alcanzaría la cena pa-
ra todos.

Mañana mi abuelo nos va a llevar a un pueblo que


está por aquí, que se llama Huachinango o algo parecido.
No sé muy bien a qué vamos, si aquí lo pasamos tan bien;
pero, bueno, son cosas del abuelo. A la venida, cuando
Mariana se ha dormido, como acostumbra, le he contado
a mi abuelo lo de la clase de educación sexual que nos dio
lamaestra Sofía y le he preguntado qué opinaba él. Yo
pensaba que no iba a saber mucho al respecto, porque no

49
tuvo más que una hija — mamá — ;
entonces, según yo, no

tenía mucha experiencia. Pero él dice que sí la tiene. iMe ha

dicho que no es necesario tener bebés cada vez que uno


hace eso, que también se hace porque es divertido y por-
que una demostración de amor, como los besos y los
es

abrazos. Confieso que no me ha quedado muy claro todo


lo que ha dicho, porque hemos estado como cincuen-
me
ta kilómetros hablando de eso. Como al kilómetro vein-
te he empezado a distraerme con el paisaje; al treinta ya
le había perdido el hilo. Por suerte, en el kilómetro
cuarenta y siete mi abuelo ha tomado una curva que ha
hecho que Mariana se cayera del asiento y empezara a llo-
rar. Cuando por fin se ha callado, mi abuelo no ha podi-
do seguir hablando de la vida y del amor, porque ésas son
cosas que Mariana no está en edad de oír.
mi abuelo que, si quiero, me vuel-
Pero, bueno, dice

va a declarar a Ingrid. Que no piense ahora en los bebés


ni en nada de eso porque me faltan por lo menos unos

diez o quince años para empezar a preocuparme por esas

cosas. Me ha dado algunos consejos para la declaración

que no pienso seguir porque mi abuelo tiene un estilo un


poco anticuado. Pero he decidido que la semana que vie-
ne voy a hacer otro intento, y espero que Ingrid me diga
que sí.

50
11

j
Lo logré! Decidí seguir algunos de los consejos que me
dio mi abuelo acerca de Ingrid y ayer, con los ahorros que
me sobraron de compré una caja de choco-
las tortugas,

latinas. La envolví
y le puse encima un dibujo de Batman
con el corazón salido que yo mismo hice. Me costó un
trabajo espantoso hacer el corazón, porque no es posible
que se salga del cuerpo el corazón solito; lo tuve que com-
pletarcon algunas tripas y sangre, pero al final me que-
dó estupendo. Escribí una nota que tenía más gracia que
la de la vez pasada; mi abuelo me dijo que a las niñas ha-
bía que decirles cosas para que se creyeran que son ma-
ravillosas. Entonces le puse:

Ingrid:

Eres la niña más bonita de la ciudad y yo


estoy enamorado de ti. Como prueba de
mi amor te mando estas chocolatinas.
¿Quieres ser mi novia?
Tacha sí o no.

5í No

Por favor tacha que sí.

Con amor, Santiago.

Cuando salimos al mandé el


chocolate y la
recreo, le
carta con Roxana, que es su mejor amiga tiene muy bue-
y
na voluntad para hacer recados. Mientras, me fui con mis
amigos, pero no jugamos a nada. Todos esperábamos la

51
respuesta con muchos nervios. Como veinte minutos

después vimos venir a Roxana con papelito y sin las el

chocolatinas. Yo les dije a mis amigos que era una buena


señal que no trajera las chocolatinas porque, si no quisie-

ra ser mi novia, me las habría devuelto. Pero javier, que


no es muy optimista, me dijo:
— No te creas, las mujeres son así: se va a quedar con

el chocolate y te va a decir que no.


Roxana se puso enfrente de mí, me dio el papelito y
salió corriendo. Mientras lo abría me temblaban las ma-
nos, pero cuando lo leí volví a respirar: ¡Ingrid había

tachado que sí! Javier me dijo entonces que Ingrid me ha-


bía dicho que sí chocolate y que cuando se le
por el

acabara me iba a decir que no. Me estuve fijando y vi que

en el recreo se lo comió casi todo.

En la clase siguiente, no podía po-


que era la de inglés,

ner atención. Estaba esperando que Ingrid me mandara el


papelito de «No». La maestra de inglés creía que yo estaba
escribiendo lo que ella dictaba, pero lo que escribía era un
poema triste para dárselo a Ingrid si ella cortaba conmi-
go antes de que acabara la clase. Pero no lo hizo. Lo único
que pasó fue que la maestra descubrió que yo andaba me-
dio ido, me hizo una pregunta que no supe contestar, y se
puso a darme gritos en inglés. Es muy gracioso oírla gri-

tar en inglés, sobre todo cuando no te está gritando a ti. In-

iirid se comió sus últimas chocolatinas, tiró la cajita


a la
O
basura y no me mandó ningún papelito de «No». Pienso
que Javier me dijo todas esas cosas porque no seguí su con-
sejo de regalarle las chocolatinas a él en vez de a Ingrid.
A la hora de la salida Ingrid se acercó y me dijo son-
riendo:

52
— Nos vemos mañana.
No es muy romántico, pero nunca se ha despedido de
mí así, ni de ninguna otra manera. En ese momento yo
aproveché para pedirle su dirección su teléfono me los
y y
dio. Un día voy a llamarla para invitarla al cine. Es que,

si no, ¿de qué sirve tener novia? Estoy seguro de que, en


los recreos, ella va a pasar todo el tiempo con sus amigas
y yo con mis amigos. Las únicas veces que hemos tenido
algo que ver en los recreos es cuando hemos jugado a po-
licías
y ladrones. Entonces yo aprovechaba y casi siempre
la atrapaba a ella. Ahora que es mi novia tengo que avi-
sar a los demás que está prohibido que nadie más la atra-

pe. En el cine Ingrid y yo podremos conversar y tomar


helados. Ahora está en cartelera la nueva película de Bat-
man; ya le he pedido dinero a mamá y me ha dado trein-
ta pesos. No es mucho dinero, pero es más de lo que
acostumbra a darme. Es que mi madre anda muy rara úl-
timamente; en cuanto llega se encierra en su cuarto a ha-
blar por teléfono. Hace un rato he descolgado para hablar
con Edgar y he oído la voz de un señor. Mamá me ha di-
cho muy seria:
— Estoy hablando, Santiago.
Cuando ha colgado se la notaba contenta, pero con-
tenta-encantada, como si hubiera tomado una poción
mágica. Yo creo que por eso me ha dado treinta pesos en
vez de diez como siempre me da. Le he preguntado a
Mariana que con quién hablaba mamá, pero ella tampo-
co sabe nada. Entonces he ido yo en persona
y le he
preguntado que con quién estaba hablando. Ella me ha
contestado:
— Esto..., con un amigo.

53
Pues qué raro. Pero ahora lo importante es que ten-
go treinta pesos para gastármelos con Ingrid en el cine,
y
qué bien, porque salir con una novia no es lo mismo que
salir con una amiga, que cada quien paga lo suyo y se

acabo. Con novia hay que llevar más dinero para que ella
no gaste. ¿Por qué? Qiiién sabe, pero es así. Y, la verdad,

tratándose de Ingrid, no me importa gastar el doble.

54
12

El otro día invité a Ingrid al cine y me dijo que sí que-


ría ir, pero no a ver Batman. En un principio pensé que
yo no podía tener una novia a la que no le guste mi hé-
roe, pero mi abuelo me dijo que nunca voy a encontrar
una mujer a la que le gusten las mismas cosas que a mí,

y que a veces tienes que aguantarte si piensas que vale la


pena. Así que al día siguiente fui y le dije que bueno, que
iríamos a ver lo que ella quisiera. Escogió una película de
dibujos animados y discutimos un poco porque yo pien-
so que para ver dibujos animados mejor me quedo en ca-
sa y me pongo a verlos en la tele, pero ella se puso muy
tercay acabé diciéndole que estaban bien los dibujos
animados. Quedamos en ir el sábado, pero justo cuando
estaba a punto de ir a decirle a mamá que Ingrid me ha-
bia cambiado el cine para elmi cuarto a
sábado, ella vino a
decirme que este sábado tenemos un compromiso para
cenar fuera. Nada menos que con el famoso amigo ese con
el que habla por teléfono. A mí no me gustó la idea, por-

que me parece a mí que ese tipo tiene las mismas inten-


ciones con mi madre que yo con Ingrid, y no creo que
eso me guste. Yo le sugeri a mamá que mejor lo invite a

casa y cocine ella, porque así, cuando él pruebe la cena,


va a huir de nuestras vidas para siempre. Pero creo que
mi madre también lo sabe, por eso decidió que fuéramos
a un restaurante. Nos Mariana y a mí que ese tipo
dijo a

se llama Miguel, que es muy buena persona y que tiene


muchas ganas de conocernos. Al principio yo le dije a

55
mamá que no podía ir a cenar con ellos porque tenía un
compromiso con Ingrid, pero ella no me tomó muy en se-
rio y me dijo que en todo caso cambiara mi compromiso
para el fin de semana siguiente. A lo mejor, cuando le

diga a Ingrid que este sábado no voy a poder llevarla al

cine, se enfurecey me manda al cuerno. Eso me daría


mucha rabia, pero quedé con mi madre muy formalmen-
te en ir a conocer al tal amigo. Le hice muchas preguntas
a mamá y no me contestó ninguna; pero, eso sí, me dijo

que ese tipo sólo es un amigo, nada más.


Por un lado pienso que está bien que mi madre ten-
ga amigos, pero no me gustaría que tuviera un novio o al-
go así. Me acordé de lo que me dijo papá antes de morir-
se, que a mí me tocaba cuidar de mi madre
y de Mariana,
y pensé: ¿Qiié tal si este amigo es un estafador o un ma-
leante? No se sabe nunca. Por eso hablé con Edgar y le di-
je que me prestara su tabla huija (no sé cómo se escribe),
que un sistema para comunicarse con los espíritus, pa-
es

ra llamar al de mi padre y preguntarle qué le parece que

mi madre tenga un amigo. Aunque yo no creo mucho en


eso y siempre me ha parecido una vacilada, esto es muy
importante para mí y debo hacer un intento.
Dice Edgar que la tabla sólo sirve cuando uno se po-
ne muy serio y se concentra muy bien; y como se necesi-
ta la energía de varias mentes, me prometió organizar en

su casa una sesión espiritista el viernes por la noche, por-


que de día los espíritus no están disponibles. Además los

pad res de Edgar se van a iruna boda y vamos a apro-


a
vechar para invitar a la pandilla. La pandilla somos: Ro-
Manuel, Edgar y yo. Si van todos ten-
drigo, lavier, José
dremos muchas mentes, lo que no sé es cómo vamos a

56
poder concentrarnos y ponernos serios si siempre que es-
tamos juntos nos da por reír. Pero tengo que lograr co-
municarme con papá.
Lo de la sesión voy a guardarlo en secreto, porque no
creo que a mamá le guste que yo le cotillee al espíritu de
mi padre que ella va a ir a cenar con otro tipo. Lástima
que mi abuelo esté en El Chico, porque él sabe muchas
cosas y podría aconsejarme. Esta vez no tengo a nadie más
a quien pedirle consejo. Pero ahora sí que la culpa es de
mi padre. ¡Qriién le manda dejarme encargado de estas

mujeres!

57
13

No sé si la tabla es buena o no, pero, eso sí, ¡cómo nos


divertimos con ella! En realidad nos divertimos más gra-
cias a José Manuel y a las hermanas de Edgar, pero la ta-

blita contribuyó.

Primero decidimos que era mejor que todos nos que-


dáramos a dormir en casa de Edgar porque no sabíamos
el tiempo que tardan los espíritus en aparecer. A mí me
dieron permiso enseguida porque Edgar es mi mejor
amigo y casi nunca tiene uno problemas cuando quiere
irse a dormir a casa de su mejor amigo. Mamá aprovechó

para volverme a poner la condición de que el sábado me


portara bien con su amigo. Le prometí que me portaría
como todo un caballero del zodiaco y se quedó muy con-
tenta. Es que no sabe las barbaridades que hacen a veces
los caballeros del zodiaco.

Me fui desde la escuela a casa de Edgar y preparamos


todo. Decidimos esperar a que los padres de Edgar se fue-
ran a la boda y así tuvimos campo libre para coger todo
lo necesario. También asaltamos la despensa y el botín
fueron algunas velas, porque la sesión iba a ser en el jar-
dín y no hay mucha luz. Además, nos íbamos a quedar a
dormir afuera, porque en el cuarto de Edgar hay sólo
una literay éramos cinco los que necesitábamos cama.
May muchos cuartos en casa de Edgar, pero todos están
ocupados. Uno de Edgar, pero somos muchos y no ca-
es

bemos ahí. Otro es de sus padres, y ahí sí cabemos, pero


cuando les hicimos la propuesta de que se quedaran a

58
dormir en la boda, nos dijeron que eso no era posible.
Otro cuarto es del hermano de Edgar, que
mayor; y el es

otro es de sus dos hermanas, que tienen quince años y


son gemelas, pero en realidad no se parecen para nada. Ade-
más, no podríamos dormir en ese cuarto. Todo lo tienen

decorado con colores pastel y lleno de florecitas y de mo-


nigotes de peluche y cosas todavía más cursis. En las pa-
redes tienen pegados recortes de revistas con las fotos de
los actores que les gustan de la tele y del cine. Una vez in-
tenté robarles un póster, que es lo único bonito que han
colgado en ese cuarto. Era de Carolina, que estaba ena-
morada del que hizo de Indiana Jones y consiguió el pós-
ter de la película. Era genial, pero no pude robárselo

porque sospechaba de mí y siempre me estaba vigilando.


Pasó el tiempo, Carolina dejó de querer al que hacía de
Indiana Jones y me regaló el póster en uno de mis cum-
pleaños, pero para entonces se había convertido en un hé-
roe pasado de moda y el póster siempre ha estado debajo
de mi cama con todas las cosas que ya han pasado de mo-
da, como mis cromos de Supermán y un muñequito bió-
nico. Total, como no podíamos alojarnos en ése ni en nin-

guno de los cuartos, escogimos el jardín. También porque


es más divertido dormir fuera y Edgar tiene una tienda

de campaña donde cabemos todos como en una lata de


sardinas.
Por la tarde llegaron Javier y Rodrigo. Como José
Manuel no llegaba, entre todos planeamos tomarle el pe-

lo primero a él y ya después llamar a mi padre. Cuando

empezó a oscurecer encendimos las velas. Las hermanas

de Edgar querían quitárnoslas, pero no nos dejamos y les


tiramos bolitas de tierra hasta que dejaron de molestar.

59
Es muy triste darse cuenta de que las niñas, aunque lle-

guen a cumplir quince años, siguen portándose como


crías. Más tarde, casi a las ocho, llegó José Manuel. Los
padres de Edgar ya se habían ido a la boda y Bernardo,
el hermano mayor, se fue a una fiesta. A las gemelas las

mandamos a dormir porque estaban dando mucha lata.

Todo estaba muy bien planeado. Nos sentamos en círcu-


lo alrededor de y dijimos unos conjuros que in-
la tabla
ventamos para asustar más a José Manuel. Edgar y yo nos
sentamos uno frente al otro y nos pusimos nuestros an-
tifaces de Batman (les habíamos tapado los huecos de los
ojos con papel). Rodrigo nos iba a dirigir para mover la

manita que señala las respuestas en la tabla: puso su ma-


no en el hombro de Edgar
moviendo el dedo, le indi-
y,

caba hacia dónde había que mover la manita para que di-
jera respuestas correctas. Primero pensábamos engañar
solamente a José xVlanuel, que era el único que no sabía
nada, pero de repente bajaron las hermanas de Edgar a
decirnos que estaban aburridas y pidieron permiso para
quedarse con nosotros a invocar espíritus. Les dijimos
que bueno, y como ellas tampoco sabían nada, aprove-
chamos para tomarles el pelo también. José Manuel fue
el primero en hacer una pregunta:


¿Eres un espíritu del bien o del mal?
Hubo una pequeña discusión porque las hermanas
de Edgar dijeron que tenía que ser un espíritu del bien,
que ningún espíritu del mal podía habitar en su casa, que
erauna casa decente. De todos modos, Rodrigo dirigió a
Edgar para que la tabla dijera que era un espíritu del mal.
Las chicas se abrazaron asustadas
y José Manuel quería
abrazarse también a ellas, pero no le dejaron. Luego yo

60
pregunté algo que sabía que Rodrigo sabía, porque le ha-
bía invitado a la fiesta que celebré cuando cumplí los

ocho años:
— ¿De quién era el póster que me regaló Carolina
cuando cumplí ocho años?
Pero como a Rodrigo a veces le cuesta trabajo regis-
trar bien las preguntas, dirigió a Edgar para que la tabli-

ta dijera:

— D-e C-a-r-()-l-i-n-a.
Todos se rieron y Carmen dijo que ese espíritu no de-
bía ser muy listo, sin darse cuenta de que la ofensa se la
estaba dirigiendo a Rodrigo. Después de muchos trabajos
logramos que la tabla dijera:

— D-E I-N-D-l-A-N-A J-O-U-N-S.


Estaba mal escrito, pero ni siquiera losé Manuel se
dio cuenta de lo espantado que estaba, igual que las ge-
melas. Seguimos haciendo diferentes preguntas, de las
cuales sabíamos la respuesta para soplársela a Rodrigo

y que la tablita pudiera respc:)nder. Al principio las res-

puestas tardaban, pero Rodrigo, Edgar y yo nos acostum-


bramos rápido al sistema y después parecía que de ver-
dad la Manuel ni las
tabla estaba contestando. Ni jóse
gemelas sospecharon nada y cayeron redondos. Todo iba
muy bien hasta que en un momento Carmen, la herma-
na de Edgar que no me regaló el póster, preguntó que có-
mo se llamaba el chico que más le gustaba en esta vida.
Rodrigo y Javier le pidieron que se lo dijera en secreto,
pero ella no quiso, no sé si por vergonzosa o por descon-
fiada. Rodrigo no sabía respuesta y no podía hacer que
la

la tabla respondiera, así que dirigió a Edgar para que for-


mara la frase:

61
— C^U-H L-A-S C-H-l-C-A-S S-E V-A-Y-A-N, M-1,
A-T-U-R-D-E-N.
Las dos pusieron blancas, gritaron y se fueron co-
se

rriendo hacia su cuarto. Suerte que no estaban sus padres,


porque con lo chismosas que son las niñas, seguro que
nos habrían acusado y los padres de Edgar se habrían en-
fadado porque habíamos utilizado su jardín para convo-
car a los espíritus. Cuando oí cómo gritaban, me quité mi
antifaz y Edgar el suyo, y todos nos moríamos de la risa.
Estábamos tan divertidos riéndonos que no nos dimos
cuenta de que José Manuel se había acurrucado en un
rincón del jardín, bajo un árbol. Eloraba mucho y se ha-
bía puesto de un color muy raro, como verde, y cuando
tratamos de acercarnos para explicarle la broma, empezó
a dar gritos y nos señaló con la crucecita que siempre lle-
va colgada al cuello. Javier se fue corriendo a la cocina por
una tila; pero pasó mucho tiempo y no regresaba. Enton-
ces fui a ver qué pasaba cony cuando llegué a la coci-
él

na lo vi comiéndose unas sobras que estaban en el frigo-


rífico. Tuve que hacer yo la tila
y entre todos intentamos
calmar a José Manuel. Logramos tranquilizarlo un poco,
pero ya no quiso quedarse a invocar a mi padre se fue
y
a dormir con las hermanas de Edgar, lo cual nos pareció

que era mucho más terrorífico que quedarse a invocar es-


píritus.

Todos le no fuera malo, que pensara en


dijeron que
mí y en lo importante que era comunicarme con mi pa-
dre; que su mente era muy fuerte
y que la necesitábamos.
Yo pensé que eso último sería un piropo infalible, pero
no. José Manuel nos dijo que hubiéramos pensado eso an-
tes de burlarnos de él y de todos modos se fue a dormir

62
con las gemelas. Los que nos quedamos teníamos tantas
ganas de reír que me costó mucho trabajo apaciguarlos a
todos y a mí mismo para empezar en serio la sesión. Pe-
ro como todos son muy buenos amigos, dejaron de reírse
por Edgar y yo nos colocamos igual, sentados uno en-
fin.

frente de otro con las rodillas pegadas, con la tabla sobre


laspiernas y los ojos cerrados, ya sin antifaces. Cuando
estábamos a punto de empezar, Rodrigo sugirió que me-
jor invocáramos a la maestra de la que estaba enamora-
do.Nos costó mucho trabajo hacerle entender que no
podíamos hablarle a esa maestra porque estaba viva y
ese sistema servía sólo para hablar con los muertos. Por
fin se calló, nos pusimos serios de nuevo y yo empecé a
decir en voz bajita:
— ¡Oye, papá, oye, papá, respóndeme!
Debió de sonar muy ridículo, porque todos, inclu-
yendo Edgar, soltaron grandes carcajadas. Entonces yo
me levanté y les dije que eran unos traidores. Como me
enfadé de verdad, me pidieron disculpas y prometieron
portarse bien. Edgar y yo volvimos a acomodarnos y les
pedí a todos que me ayudaran a invocar a mi padre. Pero
no podíamos hacerlo todos al mismo tiempo porque yo
teníaque decir «Oye, papá» y ellos «Oiga, señor Vera» y
sonaba feo que dijéramos las dos cosas juntas. Mejor dejé
que porque eran más, y
ellos dijeran «Oiga, señor Vera»

cuantas más voces oyera papá, más fácil sería que apare-
ciera. Bueno, eso creíamos, pero a pesar de que gritaron
fuerte y yo me concentré todo lo que pude, la manita de
la tabla nunca se movió. Ni pizca. Les dije que no iba a

funcionar y cuando acabé de decirlo, oímos una voz muy


tétrica que decía:

63
— ¡Niños malvados, vais a ver como os va por
HABERME INVOCADO...!
Todos nos espantamos mucho y corrimos a la esqui-

na del jardín donde antes se había puesto a llorar José


Manuel. Yo no creía ¿juemi padre nos llamara de ese mo-
do a mis amigos y a mí, y aunque estaba un poco asusta-
do, me levanté y grité:
— ¿Y quién es usted?
— Yo SOY EL ESPÍRnU DEL CAPITÁN GONZÁLEZ,
MARINERO QUE MURIÓ EN EL CUMPLIMIENTO DE SU DEBER...
Mis amigos y yo nos miramos un poco asustados y
un poco confundidos. Sigilosamente nos levantamos y
caminamos hasta la entrada a la casa, que era de donde
salían las voces. Apenas habíamos puesto un pie dentro
cuando nos cayeron unas encima y nos empezaron
telas

a hacer cosquillas. Yo al principio pensé que en realidad


el tal Capitán González se estaba vengando de nosotros
por haber invocado a mi padre; pero lo pensé un poco
más y me pareció que ningún marinero que había muer-
to en elcumplimiento de su deber tenía nada que hacer
en la Colonia del Valle. Además, las telas olían al mismo
suavizante que usan en mi casa para la ropa, que no creo
que se consiga en el más allá. Entonces me desasusté, tra-
téde librarme de tantas cosas que tenía encima y cuando
logré asomarme vi a Bernardo, el hermano de Edgar,
y
a dosamigos suyos que estaban encima de nosotros ha-
ciéndonos cosquillas. José Manuel y las gemelas estaban
a un lado, doblados de la risa, porque los bobos de mis
amigos seguían gritando despavoridos.
Resultó que el hermano de Edgar no se había que-
dado en la fiesta porque le querían cobrar la entrada y no

64
tenía dinero, entonces regresó con sus amigos. Las cliicas

y José Manuel les contaron lo que les habíamos hecho y


se les ocurrió vengarse de nuestra broma contestándonos

con una broma parecida. Claro que fue mucho mejor la

nuestra. Ya después todos nos reímos juntos de tantas bro-


mas que nos habíamos hecho unos a otros. José Manuel
nos perdonó y las gemelas también. Nos divertimos mu-
cho, pero yo después empecé a preocuparme porque no
había podido hablar con papá y me iba a ir a cenar con
el amigo de mamá sin consultárselo. Mis amigos me ani-

maron mucho, me dijeron que no tenía nada de malo te-


ner un padre de repuesto y que seguramente mi padre es-
taría de acuerdo en que tuviéramos en la casa a alguien
que nos cuidara, nos diera dinero y todo lo demás que ha-
ce un padre. Antes de irnos a dormir nos quedamos re-
dactando un interrogatorio que yo debía hacerle al indi-

viduo ese para descubrir qué clase de persona es. Todos


me ayudaron y pasamos un buen rato haciendo el cues-
tionario. Me guardé las preguntas en el bolsillo del pan-
talón y después nos fuimos a dormir.
Esa noche soñé con papá: estábamos en Zihuatanejo,
en el hotel donde trabajaba mi madre. El restaurante del
hotel se parecía a la escuela, pero no era la escuela, era el

comedor de casa. La playa no se veía, pero yo sabía que es-

tábamos en la playa porque se oían las olas a través de las

ventanas, que estaban abiertas. Entonces llegó un cama-


rero que era Miguel, el amigo de mamá. Nos pregunté):
«¿C^ié quieren tomar?». Yo «Nada, gracias», y me
le dije:

levanté dispuesto a golpearlo en la mandíbula, pero mi


padre me detuvo, me acarició la cabeza y me dijo:
— No hay problema, hijo, no hay problema.

()5
Entonces yo le pedí iin helado y mi padre una cer-
veza. Un momento después, Miguel regresó con la cerve-
za y un plato de almejas. Como yo odio las almejas, me
volví a levantar y empecé a darle golpes, pero el camare-
ro se hizo grande, grande y yo sólo alcancé a pegarle en
el zapato, mientras mi padre, tan tranquilo tomando su

cerveza, me seguía diciendo:


— No hay problema, hijo, no hay problema.
— ¡Sí hay problema, sí hay problema! — gritaba yo.

En eso sentí que me


agarraban del brazo y creí que
era Miguel, que se había hecho pequeño de nuevo y se ha-
magia detrás de mí, pero no. Los
bía colocado por arte de
que me agarraban eran José Manuel y Rodrigo, que me
detenían para impedir que yo le siguiera pegando a Ed-
gar. Como había gritado muy fuerte que sí había pro-
blema, Le pedí disculpas a Edgar por
los desperté a todos.

haberlo confundido con el amigo de mi madre y todos


volvieron a dormirse. Yo no, yo me quedé pensando en ese
sueño tan raro y saqué la conclusión de que a lo mejor la
tabla no había servido para invocar a mi padre en la vida
real, pero quizá había logrado que me diera su respuesta

en mi sueño.
Cuando empezaba a amanecer, decidí que me iba a

portar bien con Miguel.

66
14

JVIamA fue pronto a casa de Edgar a recogerme. Yo es-


taba de muy mal humor porque mis amigos habían or-
ganizado una ida cine y yo no iba a poder por tener que
al

ir con el amigo de mi madre a cenar. Pero me había com-


prometido, y era probable que mi madre no me volviera
a hablar jamás si no cumplía. Al salir de casa de Edgar,
pasamos por el súper para que mamá comprara unas me-
dias y luego nos fuimos a casa a arreglarnos. Mi madre
me obligó a bañarme y a ponerme unos pantalones que
me compró las Naxadades pasadas y que ahora me que-
dan cortos y apretados, porque de un tiempo a esta parte
me ha dado por crecer muchísimo. Pero no renegué mu-
cho; al fin y al cabo la cita era de mi madre, y si su ami-
go pensaba que yo no sabía vestirme, no me importaba en
absoluto.
A las ocho en punto sonó eltimbre y todos supimos
quién era. Yo fui a abrir la puerta porque mamá seguía
enfrente del espejo maquillándose sin parar. Además te-

nía que aprovechar ese momento para hacerle el interro-

gatorio y enterarme de qué clase de persona era antes de


que saliéramos con él. Abrí y lo vi ahí parado, todo co-
rrecto y elegante, hasta llevaba traje. Por cierto que no se
parecía nada al camarero de mi sueño. Me lo quedé mi-
rando como si estuviera viendo algo espantoso y le dije

muy serio:

— ¿Qiié se le ofrece?

Claro que Miguel no era algo espantoso y yo ya sa-

67
bía qué se le ofrecía, pero hice eso por molestar. No me
contestó y me dijo:
— Tú debes Santiago. ser

— Ajá — respondí y volví


le a preguntarle — :
¿Qué
se le ofrece?

Me dijo que era Miguel no sé qué, que le daba mu-


cho gusto conocerme y que lo que se le ofrecía era lle-

varnos a cenar a mi madre, a Mariana y a mí.



¿Está seguro de que no es un impostor? — le pre-

gunté también por molestar, porque ya sabía que no lo

era.

Me dijo que estaba segurísimo de que él era él mis-


mo y entonces le dije que pasara y se sentara en la sala.
Fui corriendo a mi cuarto por el papelito del interroga-
torio y cuando regresé ya se había sentado en el sillón pe-

queño, que es el que tiene una lámpara grande al lado.

Arrastré una silla justo enfrente de él, apagué la luz de


arriba v encendí la lámpara.
La luz le daba en cara y parecía el interrogatorio
la

de un detective de verdad. Para empezar le pregunté si no


le molestaba que hiciera unas preguntas y dijo que no.
le

Y entonces se las hice en el orden como estaban, o sea,


así:

L ¿Nombre completo?
2. ¿Edad?
3. ¿Sexo?
4. ¿Estado civil?
5. ¿Trabaja actualmente?... ¿En qué?
6. ¿Ingresos mensuales?

7. ¿Tiene tarjetas de crédito?

Ó8
8. ¿Cuántas veces acostumbra a irse de vacaciones
cada año: una, dos o tres?
9. ¿Cuántos televisores hav en su casa?

Estas nueve preguntas no las inventamos, sino que


lascopiamos de un cuestionario que le dieron al padre de
Edgar para que lo llenara y ganara un viaje a la playa. Lo
de las teles me parecía un poco tonto, pero José Manuel
dijo que era para saber lo desocupada que está una per-
sona como para irse de viaje, ya que mientras más tiempo
tiene, más las ve
y eso significa que tiene mucho tiem-
po disponible para viajar. Estas nueve preguntas, como
eran las más simples, Miguel las contestó más o menos
rápido, y sus respuestas me indicaron que es un tipo bas-
tante común y corriente: se llama Miguel y tiene dos ape-
llidos como todo el mundo, pero no me acuerdo cuáles
son. Tiene cuarenta
y dos años (creo que es muy viejo pa-
ra mi madre, porque ella tiene sólo treinta
y cinco). Es de
sexo masculino, lo cual era un poco obvio. En la del esta-

69
do civil pensé que me iba a contestar algo de su trabajo,

pero no. Me contestó que es divorciado, o sea que tenía


una esposa pero cortaron. Sí trabaja actualmente, en una
«agencia de publicidad»: ésas son las empresas que hacen
los anuncios. Sus ingresos mensuales, que quiere decir el

dinero que gana cada mes, no supo decirme cuáles eran


porque dijo que eran variables, pero en realidad pensé
que eso a mi no me importa para nada. Tiene dos tarjetas
de crédito, pero no sé exactamente para qué las usa. Acos-
tumbra a ir veces que pueda y eso depende de
de viaje las

la pregunta de los ingresos mensuales: si son grandes, se


va de viaje; si no, se queda en su casa. Tiene sólo una tele

y dice que no la usa mucho, así que debe de ser un tipo

muy ocupado.
Creo que fue un error copiar el cuestionario del pa-
dre de Edgar, porque las preguntas eran muy tontas.

Además yo no pensaba rifarle a Miguel un viaje a la pla-

ya. Las preguntas que seguían sí las inventamos nosotros.


Cada uno colaboró inventando una:

10. ¿Cuál es su pasatiempo favorito?


1 1. ¿Tiene novia?
12. ¿Tiene perro?
13. ¿Le caen bien los niños de doce años?
14. ¿Qrié opina de las tres películas de Batman?

Las nuestras eran más divertidas porque conversá-


bamos más con cada una. Su pasatiempo favorito es leer.

De lo de la novia me contestó que «todavía no, pero que


tiene muchas ganas de tener una». Me sentí fenomenal
cuando oí eso, porque yo a los diez años YA tengo novia

70
y él, a los cuarenta y dos, no. Y no es por nada, pero me pa-
rece queque tiene muchas ganas de tener de novia es
a la

a mamá, aunque esto no tuve la confianza de preguntár-


selo. No tiene perro porque no tiene tiempo de hacerle ca-
so a un perro, pero sí le gustan. La siguiente pregunta la

hicimos con trampa, porque si le preguntaba que si le

caen bien los niños de diez años, iba a darse cuenta de que
lo estaba preguntando por mí; por eso decidimos poner
de doce años en vez de diez. Y contestó que le caen bien
todos los niños de cualquier edad. A ver si sigue pensan-
do lo mismo cuando conozca mejor a Mariana. De las pe-
lículas de Batman opinó que eran maravillosas, pero no
ha visto última y hasta me dijo que podíamos ir a ver-
la

la juntos. Y como mis amigos la estaban viendo en ese


mismo momento y nunca lograré que Ingrid la vaya a ver
conmigo, ir al cine con él es una buena opción.
Yo pensé que Miguel me iba a caer gordo, pero no, al
contrario. Nos llevó a cenar a un lugar elegante y nos con-
tó cómo hacen anuncios, y me dijo que los anuncios
los

se fabrican especialmente para hacer que las personas

compren las cosas, no para que los que ven la tele tengan
tiempo de ir al baño o a hacerse un sándwich.
Estuvo hablando él casi todo el tiempo, porque como
era el más viejo de todos, le han pasado más cosas que
puede contar. Bueno, mamá no es mucho más joven, pe-
ro algo le pasa cuando está con Miguel que ni hace caso
ni habla, todo el tiempo está sonriente y se pone roja mu-
chas veces. Yo creo que le gusta. Me di cuenta cuando nos
Mi madre en vez de mirarla seguía ob-
trajeron la carta.
servándolo a él con la misma cara de felicidad con la
que nosotros mirábamos los platos. No estuvimos mucho

71
tiempo en el restaurante, sólo mientras comimos; luego
Miguel pidió la cuenta. El solo pagó lo que nos habia-
mos comido todos, lo cual fue un buen ahorro para mi
madre, porque la comida allí era muy cara, mucho más
cara que en la cafetería del día que hicimos pellas, y ni
qué decir que en la tienda de la escuela.

Cuando llegamos a casa, mi madre le dijo a Miguel


que pasara. Mariana se despidió y se fue a dormir, y no-
sotros tres nos quedamos sentados en la sala. Mamá pre-
guntó:
— ¿Qtié quieres?
A lo que yo respondí de inmediato:
— Un refresco, por favor.

Pero la pregunta no era para mí ni ellos parecían


me quedara a verlos conversar, ya que ma-
querer que yo
má me mandó a dormir. Y creo que en ese rato Miguel
debió aprovechar para declararse, porque un rato des-
pués, como a doce y media, me asomé a la sala y vi que
las

estaban cogidos de la mano. Así es que parece que mi ma-


dre está estrenando novio, igual que yo. Bueno, por lo me-
nos se ve que a él también le gusta mucho ella. Y le gus-
ta Batman, que también es importantísimo. Además, me
cayó muy bien. A decir verdad, eso no es nada extraño,
porque a mi todo el mundo me cae bien o me da igual,

pero a Mariana, que es una chica muy difícil, también le

resultó simpático, así que mamá no va a tener ningún


problema por ese lado. Espero que nosotros también le

caigamos bien, porque creo que mis amigos tienen razón


y no está mal la idea de tener un padre de nuevo.

72
15

Todo iba bien. Todos éramos muy felices hasta esta


mañana, que ha llegado maestra Sofía y
la lo primero que
ha dicho, sin saludar ni nada, ha sido:
— Sacad una hoja, vamos a hacer un examen sor-
presa.

Nos loha dicho tan sonriente y amable que parecía


que no se daba cuenta de lo trágico que era para nosotros.
Para todos menos para losé Manuel, que en lugar de le-

vantar la mano y — como hemos hecho todos


reclamar
los demás, que somos personas normales — ha sacado su ,

hoja y su lápiz y nos ha dicho que nos calláramos, que los


exámenes sorpresa eran un buen método para comprobar
lo mal que íbamos en todas las asignaturas.
Yo odio los exámenes. Sobre todo cuando no sé qué
contestar. Además pienso que si la maestra quiere com-
probar lo estudiosos que somos, sería mejor que avisara
con anticipación, así nosotros podríamos estudiar y ella
seríamás feliz si no suspendiésemos tanto.
Y yo que ya había inventado un nuevo método para
hacer trampas en los exámenes y no lo he podido usar
porque éste ha sido de improviso. El truco consiste en es-

cribir en la goma
pregunta que no sabes y pasarla a un
la

compañero inteligente que no sea José Manuel, porque


él nunca sopla. El compañero inteligente escribe la res-
puesta al otro lado de la goma y la manda de regreso. No
lo he podido hacer porque me siento entre Javier y Luis
Arturo, y no me ha dado tiempo de cambiarme. Javier es

73
igual de estudioso que yo (o sea, no mucho), pero Luis Ar-
turo es el más burro de la clase, y creo que de la escuela

y quizá hasta de todo México.


Nos dimos cuenta un día cuando la maestra Sofía le

preguntó qué era un ave canora y el muy bruto dijo que


era un cruce de perro y ave. Todos nos reimos mucho de
él
y la maestra le dijo que no era eso, que pensara bien.
Luis Arturo dijo entonces que un ave canora era un pá-
jaro que viajaba en barco, y lo que pasa es que la palabra
le sonaba a eso y se le había olvidado que la maestra So-
fía nos había enseñado que los pájaros que cantan se lla-

man aves canoras.


Habría sido yo muy idiota de pedirle a Luis Artu-
ro las respuestas sabiendo las barbaridades que siempre
contesta. Y me moría de envidia cuando be mirado a Ed-
gar, que tenía la suerte de tener sentada a su lado a María
Estber. Y es que, aunque María Esther es horrorosa, siem-
pre le va bien en la escuela, y como está enamorada de
Edgar, le ha pasado el examen completito. Claro que Ed-
gar se ha tenido que pasar el recreo sentado con ella, pe-

ro dice que ha valido la pena.


No creo que Ingrid me hubiera podido soplar. Es es-

tudiosa, pero no tanto como María Esther. Además, a mí


me habría dado mucha pena pedirle las respuestas y que
se diera cuenta de que se ha hecho novia de un ignoran-
te. Me he quedado un rato mirando el examen sin escri-

bir nada. Era una ensalada de examen, con preguntas de


todas las materias, hasta de matemáticas. Me ha parecido
que era una mala idea dejarlo todo en blanco, porque es

mejor que la maestra Sofia crea que lo intentas. Así que


he hecho como José Manuel y me he inventado todas las

74
respuestas, pero dichas de una forma elegante. Tal vez ha-
ya atinado en alguna. Ojalá. Aunque este examen no
cuenta mucho. Cuando hemos terminado, la maestra So-
fía nos ha explicado que era sólo una especie de ensayo,
porque ya falta poco para que acabe el año y tengamos
que hacer los exámenes finales, y ésos sí son obligatorios.
También lo ha hecho porque quiere saber si se nos han
quedado las cosas que nos han enseñado en la escuela du-
rante todo el año. Pero son un montón de cosas y es difí-
cil acordarse de todas. Sospecho que cuando se ponga a

calificar los exámenes, la maestra Sofía se va a sentir muy


triste.

Yo siempre me he preguntado de qué nos va a servir

saber las respuestas a todas esas preguntas cuando seamos


mayores. Por lomenos a mí no creo que me sirvan de mu-
cho, porque quiero ser relaciones públicas como lo era mi
madre en Zihuatanejo. Y me imagino que sería muy ex-
traño que en una reunión de sociedad alguien llegara y
me dijera;

— Buenas noches, agradable velada; por cierto, ¿co-

noce usted las funciones del aparato digestivo?

75
16

Soy fracasado, y el resto de la clase, también. La


un
maestra Sofía nos ha dado los resultados del examen y
han sido desastrosos para todos. Ni siquiera a José Ma-
nuel, que más estudioso y siempre saca diez en todo,
es el

le ha ido bien. Ha sacado un siete, pero, eso sí, ha sido la

calificación más alta de todo el grupo. Tampoco les ha ido


muy bien a María Esther y a Edgar, que han tenido los
dos un seis justito. Le tiene que haber dado mucha rabia
a Edgar haberse tenido que pasar todo un recreo con
María Esther por un seis. Pero, bueno, por lo menos ha
aprobado.
La maestra Sofía no sólo nos ha dado los resultados,

sino también los exámenes para que nuestros padres los


vean y los firmen. Y yo no he sacado ni un cinco. Me da
un poco de vergüenza escribir aquí la nota, pero si algún
día me vuelvo inteligente, conviene tener una prueba de
mi sucio pasado: 3,4 (tres coma cuatro).

Algo tengo que hacer para que mamá empiece a

apreciar otra cualidad mía. Qrie pueda decir, por ejemplo:


— Bueno, no estudia, pero ¡qué bien hace las camas!
Tendré que pedirle a Tomasa que me dé unas clasecitas.
Después de entregarnos el examen, la maestra Sofía
nos ha tenido media hora soltándonos un discurso acer-
ca del futuro. Y de que hav que estudiar mucho para ser
alguien en la vida. Yo pienso que hay que estudiar mucho
para ser alguien en el trabajo, porque en la vida vamos a
seguir siendo alguien aunque no estudiemos.

76
A veces he pensado en lo que quiero hacer cuando
crezca y me doy cuenta de que he cambiado mucho de
opinión. Cuando vivía en Zihuatanejo quería ser pescador
submarino de mariscos, para llevárselos a mi padre al res-

taurante y que ahí los cocinaran. Pero como ahora vivo


aquí ya no puedo, porque aquí cerca no hay agua para
pescar y además no conozco nadie que tenga un restau-
rante para llevarle mis mariscos. Cuando iba a primero
quería ser policía o bombero o cualquiera de esas cosas
que parecen tan emocionantes cuando se es pequeño; pe-
ro ahora me he dado cuenta de que los policías de verdad
no se divierten, ni ganan mucho dinero, ni tienen novias

hermosas, como los de las películas. Y no puedo ser poli-

cía de película, porque ellos solamente fingen que son


policías, pero en realidad no hacen nada. Luego, cuando
pasé a segundo, tuve la idea de ser ladrón de bancos y la

descarte cuando supe que eso es ilegal y que en cualquier


momento podría ir a parar a la cárcel. También hubo un
tiempo en que quise ser astronauta; luego agente secreto,

que es como ser policía pero mucho más elegante.

Ahora, a la pregunta de la maestra Sofía, casi todas


las niñas han dicho que querían ser maestras o madres de
Familia. ¡C^é aburrido! La única que ha dicho algo dife-

rente ha sido María Esther, que ha dicho que quería ser

bióloga marina. Pobre; algún día se dará cuenta, como yo,


de que por aquí cerca no hay agua y tendrá que pensar en
otras posibilidades.
Javier ha dicho que quería ser fabricante de embuti-
dos, salchichas y todo eso. Es que Javier es el más gordo
de toda la clase y lo que más le gusta en la vida es comer.

77
no le importa qué. José Manuel ha dicho que él quería ser

científico o presidente, y la maestra Sofía le ha dicho que


mejor se decidiera, porque esas dos cosas no tienen mu-
cho que ver. La peor^respuesta ha sido la de Pepe Ramí-
rez, que ha dicho que quería ser botones. Y el compañe-
ro que ha dicho la respuesta más inteligente, para sor-

presa de todos, ha sido Luis Arturo. Se ha levantado muy


decidido y ha dicho;

Voy a ser millonario.
Y yo que pensaba que Luis Arturo era medio lelo y
resulta que es el único que tiene claro qué quiere ser de
mayor. Porque todos los demás hemos dado varias opcio-
nes, pero nadie está totalmente seguro. Y ser millonario

debe de ser mucho mejor que ser policía o bombero o


cualquiera de las cosas que hemos dicho nosotros. La
maestra Sofía le ha preguntado a Luis Arturo;
— ¿Y cómo piensas volverte millonario?
— Pues juntando muchos millones — ha contestado él.

La maestra ha sonreído y todos los demás nos hemos


quedado mirando a Luis Arturo con mucha admiración.
En mis amigos y yo hemos decidido que es me-
el recreo,

jor que seamos millonarios en lugar de otras cosas que no


dejan dinero. De verdad que Luis Arturo se ha apuntado
un tanto con esa idea. Desde hoy no volveré a dudar de él
aunque no sepa qué es un ave canora.

78
P
17

j obre José Manuel! Definitivamente es el que peor


suerte tiene de todos nosotros, aunque saque diez en to-

das las materias.


Hoy en el recreo estábamos haciendo carreras y, co-

mo siempre, José Manuel iba perdiendo. De pronto se

han acercado dos tipos de quinto que no tienen nada qué


hacer en el recreo y se pasan el rato buscando a quién mo-
lestar. Deben de pensar que José Manuel es bueno para
eso porque casi todos los recreos le dicen o le hacen algo.

Hoy han acercado hasta nosotros y han empezado a


se

molestar a José Manuel. Le han dicho idiota, mariquita y


otras cosas muy ofensivas. Nadie sabe cómo se llaman
esos dos, pero todos en la escuela los conocemos como el
Negro y el Resbalón. Al Negro le dicen así porque es de
ese color. Es fuerte, y tiene el pelo tieso y negro también.
Al Resbalón le llaman así porque de un lado parece res y
del otro balón. Es decir, que es muy gordo. Igual de gor-

do que Javier pero mucho más alto. En cambio, José

Manuel y más bien chiquitín, así que no les


es flaquito

puede contestar ni con palabras ni con golpes porque se-


guro que acabaría en un hospital. Nosotros podríamos de-
fenderlo Negro y el Resbalón no fueran tan malos,
si el

porque nosotros somos cinco y ellos son solamente dos.


Pero nosotros somos buenos y ellos son muy malos. To-
dos los recreos se quedan junto a la tienda y vigilan lo que
compramos. Y si alguien pequeño e indefenso compra al-

go que a ellos les apetece, van y se lo quitan. A mí me qui-

79
tabaii mis cosas hasta que una vez me quitaron un boca-
dillo que, por suerte, me había hecho mi madre. Yo pen-
saba tirarlo a la basura de todos modos, porque a mamá
ni siquiera le salen bien los bocac^illos. El Negro y el Res-
balón lo mordieron y la mostaza se les escurrió por la

barbilla; hicieron muchos gestos y tuvieron que escupir


rápidamente. Desde entonces no me han vuelto a quitar
mi almuerzo.
Hoy se han metido con José Manuel porque había
comprado una bolsa de patatas grande y luego se ha que-
dado el último en las carreras. El Negro y el Resbalón le
han dicho que alguien tan lento no merecía comerse una
bolsa de patatas grande y se la han quitado. Lo normal es
que se coman el almuerzo de
víctima y desaparezcan,
la

pero con José Manuel arman más follón. No sabemos por


qué, pero siempre se quedan molestándolo hasta que lo

hacen llorar. Y lo normal sería también que José Manuel


corriera todo lloroso a la dirección a acusarlos, pero el día
que hizo eso, el Negro y el Resbalón, en venganza, lo me-
tieron de cabeza en el váter del servicio de las niñas y le
dijeron que se la iba a cargar por soplón.
Así que el pobre José Manuel tuvo que aguantarse
una vez más y todos nos sentimos muy mal por no poder
ayudarlo. Como siempre, él acabó llorando y nosotros
consolándolo. Es que enfrentarse con Negro y el Res-
el

balón es casi como suicidarse. Y todos nosotros tenemos


todavía mucho qué hacer en la vida, aunque el único que
sabe bien qué es I^uis Arturo.
Cuando se ha acabado el recreo, hemos entrado en
clase de inglés. Tras saludar a la maestra en inglés y a co-
ro, José Manuel me ha enviado esta nota:

80
Santiago:
Adjunto documonto rocián
encontrado en mi pupitre.
¿¿¿QUÉ HAGO???

Atte. José Manuel

A Manuel se le da muy bien escribir notitas. Y


José
el documento que adjuntaba era como una cita para la sa-

¡COMPAÑERO!
¿Eres flaco y chaparro?

¿Incapa@ de defenderte?
¿Sufres porque los ma(íí)ores te molestan?

¿Quieres acabar con tus penas

de una ve(s) por todas? Enton(s)eo,

¡ACUDE CON NOSOTROS,


NO TE ARREPENTIRÁS!
(2:30 pm, junto al baño)

Los círculos son de José Manuel, que es muy delica-


do para la ortografía. Como
no decía de parte de quién
era, José Alanuel ha pensado que se trataba de una tram-

pa del Negro y el Resbalón. Yo no, yo pensaba que ellos


no son tan decentes como para citar a alguien de esa ma-
nera aunque sea una trampa. Le he aconsejado que fuera,
que a lo mejor le convenía. Él estaba muy asustado; ha di-
cho que alguien con una letra tan fea de
y tantas faltas

(SI
ortografía no podía ser de fiar. A mí no me sonaba mu-
cho a trampa, y aunque sí me ha entrado algo de miedo,
me he ofrecido a acompañarlo. Como todo esto nos lo he-

mos dicho por medio de notas escritas, la maestra de in-

glés seha cansado de nosotros y del ir y venir de papeli-


tos y nos ha echado de la clase. De inglés, por supuesto,

fia sido mucho mejor que nos haya echado, porque he-
mos podido conversar más a gusto fuera, sin necesidad de
estar escribiendo todo.
Hemos discutido un poco y por fin nos hemos pues-
to de acuerdo para ir a la cita. La maestra de inglés ha de-
cidido que dábamos más que dentro y nos ha
lata fuera

hecho entrar. Por supuesto que no nos han quedado ga-


nas de hablar ni de hacer ninguna otra cosa. Los dos es-
tábamos quietos, José Manuel con el labio de abajo tem-
blando y yo meditando la posibilidad de arrepentirme.
Pero por mucho miedo que me diera, no podía dejar solo
a mi amigo en su desgracia.
A dos y media en punto, José Manuel y yo está-
las

bamos en la puerta del baño. Siete minutos después he-


mos visto venir hacia nosotros a un chico de sexto, dis-
frazado con gafas de sol y sombrero. A pesar de su disfraz
lo hemos reconocido. Lo habíamos visto muchas veces

antes: es un chico grandote y raro, que nunca habla con


nadie y se pasa los recreos solo, comiendo cortezas y to-
mando refrescos en una esquina del patio. Es el único ni-
ño de toda la escuela que siempre saca al recreo su carte-
ra. Ahora también venía con ella.

Su disfraz nos ha dado desconfianza, y no estábamos


seguros de que él fuera el de la cita, porque ahí decía cla-
rísimo «ACUDE CON NOSOTROS» V éste nada más era uno.

82
Pero chico se ha acercado más y más,
el
y se ha parado
frente a nosotros. Le ha dado la mano a José Manuel
y ha
dicho:
— Mi nombre es Soto, Jaime Soto, pero si me contra-
tas, me puedes llamar Jimmy.
Nosotros le hemos apretado la mano también, y eso
que es rarísimo darle la mano a los compañeros que no
conoces.
— He visto lo que ha pasado en el recreo — le ha di-
cho Soto, Jaime Soto, a José Manuel.
— ¿Y qué?, cada cual tiene sus cobardías, ¿no? — ha
contestado José Manuel, y el labio de abajo le ha empe-
zado a temblar mucho más fuerte de lo normal.
Yo, sin pensar en lo idiota de la pregunta, he dicho
mientras sacaba el documento:
— ¿Tú has mandado papel mi amigo?
le este a
— Yo mismo... — ha respondido con orgullo — . Yo
puedo solucionarle a tu amigo su problema con el Negro
V el Resbalón.
— ¿Y dónde están demás? — he preguntado conlos

razón — Porque aquí dice «nosotros».


.

— «Nosotros» — ha contestado — somos yo y todos


mis clientes satisfechos.
— Mis clientes y yo — ha corregido José Manuel.
lo
— Bueno, como sea — ha seguido diciendo Soto, Jai-

me Soto, como si todo se lo hubiera aprendido de memo-


ria — Ofrezco un sistema de seguridad confidencial
.

y
efectivo. Por una módica suma, me comprometo a de-

fenderte de esos aprovechados. Con garantía y todo.


— ¿Y cómo vas hacer? — lo a le ha preguntado José
Manuel — Eres igual de que
. alto ellos, pero ellos son dos.

83
Soto, jai me Soto,no ha dicho nada, solamente ha
abierto su cartera. Dentro había un tirachinas, dos lagar-
tijas muertas, unas bombas fétidas, varias bolsitas de pol-
vos picapica y una pistola de agua.
— Mi equipo muy sofisticado — ha dicho.
es

— ¿Y eso para qué es? — he dicho señalando yo, la

pistola — Las . de agua son


pistolas divertidas.

Soto, Jaime Soto, ha sonreído com.o sonríen los ma-


ñosos de películas y ha contestado;
las

— Es que NO está llena de agua.


No hemos querido averiguar de qué estaba llena,

aunque lo sospechábamos. José Manuel le ha dicho, des-


pués de pedir mi aprobación con la mirada, que sí le in-

teresaba contratarlo. Jimmy ha sacado de un comparti-


mento de la cartera una hoja escrita a máquina; yo se la

he pedido a José Manuel para sacarle una copia y pegar-


la aquí en mi cuaderno, porque de verdad es genial;

Este contrato ampara la


defensa del cliente de cual-
quier acto de naturaleza
violenta y/o agresi@a per-
petrado por cualquiera de los
asistentes a este colegio.
El contratante se obliga a
cubrir los ©onorarios pro-
fesionales del prestador del
servi0io, con un monto sema-
nal de cinco pesos más gas- ,

tos .

84
El prestador, por su par-
te, se compromete a@elar por
el bienestar físico y
emocional del cliente y a
e(B)itar por cualquier medio
que un bandido lo quebrante.

Jímmy Joeá Manuel


EL DEFENSOR EL CLIENTE
DEL DEFENSOR
Santiago

Por supuesto que los círculos son de José xManuel,


que, cuando ha acabado de leer el contrato, le ha pro-
puesto a Jimmy que podían hacer un trueque
y que, a
cambio de la defensa, él podía enseñarle a escribir co-
rrectamente. Pero a Jimmy le interesa más el dinero que
labuena ortografía y ha dicho que el trueque no. Antes
de firmar, José Manuel le ha preguntado a qué gastos se
refería.

— Ah, pues hazte idea de que igual que cobra


a la se
a veces gasolina — ha contestado Jimmy
la
y yo creo que
nos ha visto cara de no haber entendido ni jota, porque
ha titubeado un poco y después ha seguido Pero como — :

mi vehículo soy yo mismo, cobro una bolsa de cortezas


cada recreo, ésa es mi gasolina.
— Es carísimo —ha dicho José Manuel — ,
pero vale
la pena.

85
Jimmy ha dicho que claro que valía la pena y los
le

dos han firmado en las dos copias, y yo también, como


testigo. Ojalá que jimmy sea tanbueno como dice y que
elNegro y el Resbalón no se vuelvan a acercar a losé Ma-
nuel. Aunque, pensándolo bien, a lo mejor estaría bien
que se acercaran, porque debe de ser muy emocionante
ver cómo jimmy acaba con ellos.
Además me ha parecido que jimmy había tenido
una idea fantástica. Es un negocio muy bueno el de la pro-
tección. Debe tener muchísimos clientes, porque el Ne-
gro y el Resbalón molestan a casi todos. Ya me parecía ra-
ro que de repente dejaran de molestar a alguien. Y ahora
entiendo también por qué jimmy come tantas cortezas

en el recreo. Si crezco lo suficiente, cuando vaya a sexto


como él voy a poner un negocio igualito y me voy a anun-
ciar como «El Vengador de Sexto». O a ver si se me ocu-

rre algoque suene tan bien pero que sea más original,

porque vengadores ya ha habido muchos.

86
18

TTengo dos problemas. El primero es que debo mos-


trarle ami madre el examen en el que me pusieron un
tres coma cuatro para que lo firme. Eso va a ser muy in-

cómodo para los dos. No me he acordado de pedirle a


Tomasa que me enseñe a hacer las camas y no tengo mu-
cho tiempo, porque la maestra Sofía ha insistido mucho
para que le llevemos el examen cuanto antes.
Mi segundo problema es que mamá está furiosa con-
migo porque ayer invité a Luis Arturo a dormir de in-
cógnito en mi casa. Pienso que mamá es un poco exa-
gerada, porque sólo fue una noche y Luis Arturo casi no
comió ni ensució nada. Pero hace mucho, mucho tiempo
que no la veía tan enojada.
Resulta que otro día llegó Luís Arturo a su casa
el
y
les enseñó a sus padres su examen para que lo firmaran.
Lo malo es que había sacado un cero y no le salió la tram-
pa de poner un uno delante del cero para que sus padres
creyeran que había sacado un diez, porque la maestra So-
fía había tachado todas sus respuestas incorrectas. Ayer
me pidió que si me recreo y me
podía sentar con él en el

lo contó todo. Es que Luis Arturo no tiene un mejor

amigo para contarle sus problemas, y como yo me llevo


bien con todos los de la clase, me escogió para confiar en
mí. Me contó que cuando les llevó el examen del cero a
sus padres ellos se pusieron furiosos
y le dijeron que era
un inútil y que lo iban a sacar de la escuela para ponerlo
a trabajar de chico de los recados en el supermercado. En

87
serio que a los padres no se les ocurre algo más original.
Eso del chico de los recados es lo que nos dicen a todos
pero, que yo un compañero ha trabajado de
sepa, jamás

chico de los recados de verdad. De todos modos Luis Ar-


turo creyó que sí lo iban a hacer y no le gustó demasiado
esa idea, porque sabe que trabajando de chico de los re-

cados no se va a hacer millonario nunca. Pobre, se veía


muy desesperado. Tan desesperado, que de pronto, a me-
dio recreo, sacó su sándwich y lo tiró a la basura con mu-
cha rabia.

— Voy hacer una huelga de hambre porque soy un


a

animal — me dijo.

Yo le dije que las huelgas de hambre servían para


quejarse de algo a alguien distinto, no para quejarse a

uno mismo por ser tan bruto. Me


hizo caso y fue a res-
catar su sándwich de la basura. Yo me estaba aburrien-
do mucho viéndolo comer sin hablar de nada, pero como
estaba tan triste, decidí quedarme con él en lugar de ir-
me a jugar con mis amigos. Cuando se acabó el sándwich
tiró la servilleta de papel a la basura y dijo muy enojado:
— Ya no voy a volver a mi casa. Mis padres no me
quieren porque soy muy ignorante.
— Tienes razón — dije yo, y lo invité a quedarse en
mi casa de incógnito.
En la comida sí lo enseñé, porque es normal que mis
amigos vengan a comer a casa; pero por la noche, cuando
mamá llegó de trabajar, guardé a Luis Arturo en el ar-

mario y le advertí que no hiciera ruidos ni nada, porque


entonces nos la cargábamos los dos. A mi madre no le

iba a gustar nada descubrir a un ignorante refugiado en


mi armario.

88
Esta mañana me ha despertado mi madre para que
me fuera a la escuela. Y yo he despertado a Luis Arturo,
que estaba pobre todo torcido porque mi armario no
el

es muy grande que digamos. Le he dicho que se portara


bien, que no armario para nada y que ya nos
saliera del
veríamos a mi vuelta. Lo que se me ha oK idado decirle
es que iba a llegar Tomasa. Como mi amigo se ha des-

pertado con hambre se ha ido a la cocina a prepararse


unos huevos. En eso ha llegado Tomasa, ha visto a un ex-
traño usando su cocina
y se ha creído que era un ladrón
en miniatura. Sin dejar al pobre explicar nada, lo ha
amordazado y lo ha amarrado a una silla mientras seguía
con sus tareas.

En la escuela, el director ha entrado en la clase para


preguntarnos si sabíamos el paradero de Luis Arturo. Nos
ha dicho que sus padres estaban desesperados buscándo-
lo. Yo estaba a punto de decir la verdad, pero me ha pare-

cido que lo correcto era preguntarle primero a Luis Ar-


turo qué pensaba y me he quedado callado.
él

Por supuesto que cuando he llegado a casa al medio-


día, lo primero que he visto ha sido a mi pobre amigo en
posición de ladrón agarrado. Tomasa ha dicho que Luis
Arturo era un pillo que se había metido en casa a robar
huevos. Le he tenido que explicar todo a mi madre mien-
tras desataba al pobre Luis Arturo con mucha dificultad.
Nunca me habría imaginado que Tomasa fuera tan bue-
na haciendo nudos. Mamá me ha regañado mucho
y de
pasada a Luis Arturo. Ma dicho que no estaba bien eso de
escaparse de casa porque los padres se asustaban mucho.
C^e si nos regañaban era por nuestro bien
a veces
y no
para que nos fuéramos a dormir a casa de un amigo.

89
I lenios llevado a Luis Arturo a su casa. Mi madre les

ha contado todo y se ha disculpado de mi


a sus padres

parte. Los padres de Luis Arturo parecían muy felices de

tenerlo de vuelta y le han hecho prometer que nunca más


volvería a escaparse. Él les ha prometido que no, con la
condición de que si lo iban a poner a trabajar no fuera de
chico de han dicho que no y todos se
los recados. Ellos

han abrazado riendo, como en el final de una película de


Walt Disney.
Sin embargo, mi madre está muy enojada conmigo.
Me ha dicho que no había que hacer las cosas a escondi-

das, y menos cuando se trata de respaldar a un amigo que


está haciendo una tontería.

90
19

Si sigo cancelando la cita del cine con Ingrid, el día me-


nos pensado se va a cansar de mí
y me va a cortar. Claro
que no tendría ningún sentido que me cortara, yo no le
estorbo para nada y a veces me ventilo su almuerzo en el
recreo. Pero no me gusta mucho quedarme con ella du-

rante el recreo porque, aunque es muy bonita, es muy


aburrida. No sabe hablar de nada; si le hablo de Batman
no sabe, ni de ninjas, ni de kárate, ni de coches, ni de có-
mics, ni de nada. Ella a veces me cuenta la telenovela que
ve y yo la escucho por cortesía, pero no es nada intere-
sante. Mariana también la ve. No sé por qué lo hacen, ha-
biendo cosas mucho más culturales y entretenidas, como
los dibujos animados o las series de policías.
A propósito de series de policías, el otro día que es-
tuve pensando en mi futuro decidí que no era mala idea
ser actor
y salir en una serie de policías, aunque sólo ten-
ga que fingir que soy policía. Pero ya me dijo mamá que
aquí en México se hacen telenovelas, no series de poli-
cías. Qiie para salir en una serie de esas tendría que irme
a los Estados Unidos, que es donde se hacen las que ve-
mos aquí. Eso sería algo problemático para mí, porque lo
único que sé decir en inglés en vocabulario de policía es
¡Friiiz!, que se dice cuando uno está detrás del criminal
apuntándole con la pistola
y significa «¡Estése quieto!»,
(^lé bárbaros los gringos, son de lo más prácticos: en vez
de que el policía tenga que perder el tiempo diciendo las

cinco sílabas que hay en «Es-té-se-quie-to», dice lo mis-

91
mo en una Por eso mis amigos y yo, cuando ju-
sola, Friz.

gamos a policías y ladrones, siempre decimos Friz.


Pero yo en realidad no estaba hablando de los grin-
gos y su habilidad de abreviar, sino de que estoy preocu-
pado por si Ingrid me corta por dejarla plantada dos ve-
ces seguidas para ir al cine. El fin de semana pasado no
pude ir porque estuve castigado por esconder a Luis Ar-

turo y por sacar tres coma cuatro en el examen sorpresa;


preferí enseñárselo a mamá en ese mismo momento y así

aprovechar el enfado que ya tenía. Y este fin de semana


tampoco he podido porque han llegado mis abuelos de
Chilpancingo a visitarnos. Hacía muchísimo tiempo que
no los veía, desde el entierro de mi padre. Desde entonces
no habían vuelto a venir, pero hablamos mucho por te-

léfono y ellos siempre son muy cumplidos con el correo;


mandan postales en todas las fechas importantes como
cumpleaños, aniversarios, y hasta un día le
los santos,

mandaron una felicitación a mi madre el día de la se-


cretaria, porque se confundieron con su puesto. O a lo

mejor fue porque estaban aburridos v no tenían ninguna


secretaria a quien escribir. Yo también les escribo una vez

92
al mes. \ a veces, cuando no tengo nada que decirles, les
mando una foto o un dibujo. Esta vez no sé por qué han
venido, pero creo que nada más a vernos. Duermen en mi
cuaito; mientras tanto yo lo hago en la sala, que no tiene
nada de malo excepto el frío que se cuela me despierta
y
en las madrugadas.
Mis abuelos vivían aquí en México en su juventud,
que debe haber sido en el año de la revolución o por ahí.
Luego decidieron que la ciudad no les gustaba demasia-
do y como mi abuelo había estudiado para ser ingeniero
civil
y construir cosas, tuvo la oportunidad de irse a cons-
truir algo en Chilpancingo. Les gustó como para que-

darse y se fueron a vivir allá con mi padre y todo. Pero él


no aguantó mucho tiempo allí; decía que es un pueblo
donde no hay nada divertido qué hacer se fue a vivir
y
a Zihuatanejo, donde — por suerte para mí — conoció a
mamá, que también había dejado la ciudad para irse
a trabajar al hotel. Un tiempo después mi madre y mi pa-
dre se hicieron novios, luego se casaron
y luego nací yo.
Esa historia la había tenido muy confusa toda la vi-
da, pero hoy mi abuela se ha encargado de contármela
con detalle durante la cena. No me la ha contado así re-
sumida como yo que la he contado como si fuera gringo,
sino que ha tardado todo el postre
y media hora más. Pe-
ro ahora ya sé bien dedónde vengo y de dónde venían
mis padres y también que nunca me iré a vivir a Chil-
pancingo con mis abuelos por más que me inviten. Aun-
que me da lástima no verlos mucho, porque son muy
simpáticos los dos y nos divertimos mucho cuando vie-
nen, porque hacemos cosas que normalmente nunca ha-
cemos, como ir a los museos, al centro, comer en restau-

93
rantes y hablar hasta muy entrada la noche. Mi abuelo
cuenta cosas muy interesantes; aunque la vida en Chil-
pancingo es aburrida, a él se le ocurren cosas divertidas
que hacer, como tallar la madera para hacer figuritas. Di-
ce que yo debería ir a visitarlos para que conozxa su casa

madera. Yo fui una vez a Chil-


y el ajedrez que talló en
pancingo, pero era un bebé y ya no me acuerdo de nada.
Cuando mi abuelo nos llamó por teléfono para avi-
sarnos de que llegaban, me dijo que tenía un regalo fan-
tástico para mí. Yo me emocioné mucho y les conté a to-

dos mis amigos que mi abuelo venía de Chilpancingo y


traía un regalo fantástico para mí. A todos les dio mucha

envidia menos a José Manuel, que dijo que un regalo que


venía de Chilpancingo no podía ser fantástico.
Yo no quería que mi abuelo se diera cuenta de que es-

taba ansioso por recibir mi regalo, por eso sólo le hice

unas seis insinuaciones de que no se le fuera a olvidar

que tenía algo para mí.


Para festejar que habían venido mis abuelos de visi-
ta, mi madre invitó ayer a cenar a mi tía Dianita, que es

su prima y que yo pensaba que ya no existía, porque ha-


cía mucho tiempo que no venía. Mi tía Dianita es más jo-

ven que mi madre; cuando escuela y lle-


la conocí iba a la

vaba un uniforme horrible con delantal. Después algo


pasó y mi tía Dianita se esfumó por un tiempo más o
menos largo. Pero ayer nos dio la sorpresa de que no sólo
sigue existiendo ella, sino que ahora también existe un
primito nuevo. Se llama Andrés igual que mi abuelo y co-
mo es muy pequeño está muy feo. Es rosadito, está todo
arrugado y tiene ojos de chino o japonés. De forma de ser
no sabemos qué tal será, porque no se despertó más que

94
una vez y fue sólo para ponerse a llorar un rato, hasta que
mi tía Dianita le enchufó un biberón y se calló. El padre
de Andrés no sé quién será, pero no lo deben querer de-
masiado, porque cuando a mitad de la cena pregunté por
en voz todos se miraron sospechosamente
y ma-
él alta,

má me hizo una seña telepática que quería decir que me


callara.

Además de mi tía Dianita y el primito, mi madre in-


vitó a Miguel a la cena. Al principio no me pareció una
gran idea, pero creo que a mis abuelos les cayó muy bien
la noticia de que mamá tenga novio. Además, conversa-
ron mucho y se divirtieron. Es que este Miguel de verdad
que es simpático.

Yo iba muy bien vestido, no me puse los pantalones


horrendos de Navidades. Me senté en la mesa con los in-
vitados, no como Mariana, que cenó antes y luego se fue
a dormir. Es muy bonito eso de que te traten como un
adulto. Bueno, fue muy bonito hasta que a media cena mi
abuelo me miró y gritó:
— ¡A ver, que Santiago nos haga el cochinito!
Yo me lo quedé mirando como si no supiera de qué
me estaba hablando, aunque sí lo sabía. «El cochinito»
era una cara que yo hacía cuando tenía tres años y que a
todo el mundo le parecía muy graciosa. No tiene ningu-
na dificultad hacerla, consiste sólo en encoger la nariz,

poner morritos y arrugar los ojos. Pero en ese momento


yo no quería hacer el cochinito. Primero, porque llevaba
muchos años y segundo, porque me pare-
sin practicarlo,

ce que es gracioso que un niño de tres años haga el co-


chinito, pero uno de diez ya no resulta simpático, sino ri-

dículo. Creo que me puse muy rojo y hasta se me cayó el

95
tenedor. Todos me miraban esperando que me decidiera
de una vez por todas a hacer el cochinito. No quería de-
cepcionarlos y lo hice, y a todos les siguió pareciendo al-
go muy gracioso (o," por lo menos, fingieron). Fue muy
triste darme cuenta de que la única cosa graciosa que
puedo hacer en una reunión es el cochinito. Hay perso-
nas que bailan, cantan, tocan algún instrumento o hacen
trucos con las cartas, y yo a mis diez años sólo puedo ha-
cer el cochinito.
Cuando mi abuelo se levantó para ir al baño me fui

detrás de él y le pedí por favor que no me volviera a de-


cir que hiciera el cochinito delante de más gente; que las

veces que él quisiera se lo podía hacer en privado, pero


que ya estaba muy mayor para hacer eso en las fiestas. Mi
abuelo se rió un poco, me dio unas palmadas en la espal-
da y me dijo muy serio:
— Es verdad, no me había dado cuenta de que ha-
bías crecido tanto.
Aproveché ese momento para recordarle lo de mi re-

galo.Me volvió a decir que era un regalo muy especial y


que me lo daría mañana. Por la noche, aunque he dormi-
do poquito, se me ha pasado rápido. Es que yo tenía que
dormir en y con aquél escándalo era imposible.
la sala

Como tampoco podía mandarlos a la cocina a seguir su


reunión, he tenido que quedarme despierto hasta que se

fueran todos. Casi despierto, porque se me cerraban los

ojos y hasta me he llegado a quedar dormido en la al-

fombra.
Me dio mucha envidia Miguel; él sí que sabe animar
una reunión haciendo cosas más interesantes que el co-

chinito. Miguel canta, toca la guitarra y cuenta chistes.

96
Esta vez sólo contó chistes que no fueran verdes porque
yo estaba delante, pero me imagino que debe saberse al-
gunos buenos también. Yo le dije a mamá que deberíamos
de llevar a Miguel a la televisión para que lo pongan a ha-
cer todo eso en un programa y nosotros nos hagamos ri-
cos a su costa, pero no me hizo caso.
El ratito que he
dormido he soñado con mi regalo.
Primero he soñado que era un delfín; luego que era una
pistola de rayos láser; luego que era una bicicleta para dos
ocupantes: Ingrid y yo (qué cursi),
y finalmente que era
una canoa para bajar rápidos. Claro que de todas esas co-
sas, la única más o menos lógica era la pistola, porque

una canoa, un delfín y una bicicleta para dos ocupantes


son cosas que no caben en una maleta. Una pistola de ra-
yos láser síaunque tampoco es tan lógico, porque en
cabe,
Chilpancingo no deben de vender cosas tan sofisticadas.
Hoy, antes de que mamá se llevara a mis abuelos a la
estación de autobuses, Mariana
y yo estábamos preo-
cupados por si se iban con nuestros regalos de regreso a
Chilpancingo. Nos hemos quedado en la puerta para no
dejarlos pasar. Ellos han captado muy bien la intención
y por fin mi abuelo nos ha dicho:

¡Ah, pero qué bruto que soy, me falta darles sus re-
gal tos a estos niños!
i

Nosotros hemos dicho con la cabeza que en efecto.


Mi abuelo ha abierto su maleta, ha escarbado un rato y
ha sacado un vestido blanco de florecitas bordadas, como
los que usan las bailarinas regionales. Se lo ha dado a Ma-
riana, mi abuela se lo ha puesto por encima y le ha pre-
guntado:
— ¿Te gusta?
97
Mariana, a la que todavía no hemos logrado educar
como se debe, le ha contestado que no y se ha puesto a
llorar. Mis abuelos han puesto cara de tristeza y mi ma-
dre les ha dicho que'no le hicieran caso, que Mariana es
un poco caprichosa. Mi abuelo ha escarbado otro rato en
su maleta y ha sacado un llavero que tenía colgada una
cosa que se parecía mucho a una pata de pollo, nada más
que era negra. Me ha dicho que ése era mi regalo y me lo
ha dado. Yo lo he examinado un poco, tratando de en-
contrar qué tenia de fantástico. Mi abuelo me ha pre-
guntado que si me gustaba y como no podía decirle que
era el llavero más horrendo que había visto en mi vida,

porque eso es de mala educación, sólo le he dicho:


— Pues me gusta, pero ¿qué es?

— Es una garra de iguana. Yo mismo cacé y cor- la le

té la pata — me ha contestado mi abuelo, que parecía muy


orgulloso de haber cazado la iguana, cosa que no debe ser
difícil, porque por el tamaño de la garra, no parece que
una iguana sea un animalote gigante.

— ¿Y da buena suerte? — les he preguntado con la

esperanza de que mi regalo tuviera alguna utilidad. Mis


abuelos se han girado y han dicho al mismo tiempo:

Pues no, no que sepamos.
Luego, se han despedido y han prometido regresar
pronto. Después mi madre los ha llevado a la estación y
a Mariana y a mí nos han dejado terriblemente frustra-
dos. A mí menos que a Mariana, porque los regalos eran
igual de horribles, pero por lo menos a mí nadie me va a
obligar a ponerme la garra de iguana cuando mis abue-
los vuelvan a venir.
Tengo que pensar c]ué les voy a contar a mis amigos

98
mañana cuando me pregunten por el famoso regalo fan-
tástico. Si les enseño la garra se van a burlar muchísimo
de mí. Después de lo que presumí durante tres días se-
guidos porque iba a recibir una maravilla de regalo, no
puedo salirles con esto. A mí, a fin de cuentas, me parece
un regalo bueno, porque tiene un valor sentimental. Des-
pués de todo, mi abuelo se tomó la molestia de cazar la
iguana, cortarle la garra y hacerla llavero.
Pero no creo que mis amigos tomen mucho en cuen-
ta ese detalle.

99
20

Por fin logramos ponernos de acuerdo Ingrid y yo, y


fuimos al cine el sábado. Ese día estuve despierto desde
las siete de la mañana. A esa hora me bañé y me vestí con
mis únicos pantalones de mezclilla que no tienen ningún
agujero. Después me secador y quedé horri-
peiné con el

ble. Mi cabeza parecia una palmera. Tuve que desvestir-


me, meterme en ducha de nuevo y volverme a peinar
la

normal, con los dedos. Luego me eché una loción que


era de papá y que mamá no usa porque es de hombre.
Cuando estuve preparado traté de desayunar, pero algo
raro pasó y todo lo que había en el frigorífico me dio as-
co. Y eso que nada de lo que había allí había sido cocina-

do por mi madre. Tampoco puedo decir que hubiera na-


da delicioso fuera de lo común, pero lo normal es que yo
me despierte con mucha hambre y me coma cualquier
cosa queme pongan enfrente. Esa mañana no pude co-
mer nada y me puse dar vueltas y vueltas por la casa.
a

Eueron demasiadas horas de vueltas, porque la cita con


Ingrid era a las tres y media. Mi madre me dio lo que me
faltaba para llegar otra vez a los treinta pesos, porque de
aquellos que me había dado cuando estaba alucinada con
Miguel ya me había gastado la mitad.
A las tres
y diez salí de mi casa para pasar a por In-
grid a las tres y media en punto. Cuando llegué a su casa,

que es un apartamento parecido al mío y está bastante

cerca, le di al portero automático y me abrió Ingrid. Su-


bí al cuarto piso, que es el de su casa, y oí gritos desde tue-

100
ra. Ingrid me abrió y me dijo que sus padres estaban dis-
cutiendo un poco por nuestra culpa. Me sentó en la sala
y, como los padres son muy gritones, me enteré de todo
lo que decían. El papá de Ingrid no quería que yo la lle-
vara al cine porque no tenía edad de salir al cine con un
gandul feo. ^ eso que el padre de Ingrid no me había vis-
to ni tenía idea de que lo que yo quería era llevar a su hi-
ja al cine para cogerle la mano. Y ahora que lo pienso, no
sé qué no suena a nada bueno. La
significa «gandul», pero
madre de Ingrid y su hermana, que es mayor va a la
y
universidad, le decían al padre que no tenía nada de malo
que Ingrid fuera conmigo al cine. Yo tenía ganas de salir
corriendo para irme a mi casa, pero eso habría sido muy
descortés, así que me quedé sentado esperando que el pa-
dre de Ingrid no se pusiera delante de mí
y me dijera
no sirvió de nada: cuando los padres de In-
esas cosas. Pero

grid terminaron con su discusión privada, salieron en fi-


india hacia
la
y se plantaron enfrente de mí. Yo me
la sala

levanté, porque eso es un símbolo de que uno tiene bue-


na educación. El padre de Ingrid me dio la mano y me
preguntó que quién que de dónde venía, que quiénes
era,

eran mis parientes, que qué quería de la vida


y un mon-
tón de cosas más. Yo tartamudeaba v me acordaba del
pobre de Miguel cuando le había hecho el interrogatorio.

Yo tenía desventaja, porque si el padre de Ingrid me de-


cía que no dejaba a su hija salir conmigo yo me tenía que
aguantar; en cambio era difícil que yo le dijera a Miguel
que no dejaba mi madre con me
a
y que salir él hiciera
caso. Además yo estaba impresionado porque el padre de
Ingrid es un señor muy fuerte y con barba. Parece tan vie-
jo como mi abuelo, y habla muy alto. En cambio, la ma-

101
dre es muy joven, no es tan alta como elseñor y tampo-
co lleva barba, claro. Me guiñó el ojo algunas veces para
indicarme que estaba de mi parte. Y al final ganó la dis-

cusión porque, aunque de muy mala gana, el padre de In-


grid nos dejó ir. Cuando nos encaminábamos a la puer-

ta del piso, el señor me volvió a llamar y me pidió una


identificación. Como soy muy bruto, creí que identifica-
ción era lo mismo que contraseña y le dije;

— No me sé ninguna.

El señor puso cara de haberse dado cuenta de que yo


era muy bruto y, a pesar de eso, nos dejó ir sin pedirme
ninguna otra cosa extraña. Luego mi madre me explicó
que la identificación es como el documento de identidad,
que y el nombre de la persona. ¿Por qué pen-
lleva la foto

saba ese señor que yo iba a tener un documento de ésos si


ni conduzco, ni puedo votar ni nada? Entonces el bruto
fue él, no yo.

Ingrid y yo caminamos hacia el cine. Yo había pen-


sado en pedir un taxi para parecer muy elegante con chó-
fery todo, pero mi madre me dijo que era más seguro ir-
nos a pie. Además, no habría tenido suficiente para las
entradas del cine. Creía que con los treinta pesos iba a tener
de sobra, pero resultó que las entradas me costaron exac-
tamente eso, así que no nos quedó dinero ni siquiera pa-
ra comernos unas palomitas entre los dos. Yo no sabía lo

que cuestan las entradas, porque nunca había ido al cine


pagando yo. Siempre me invita mamá, las madres de mis
amigos o alguien rico que tenga cerca. Si hubiera pedido
el taxi, nos habríamos tenido que sentar en un banco a
ver pasar los coches. Quizá eso habría estado mejor que
el cine, porque la película que escogió Ingrid fue espan-

102
rosay cursi. Era como los cuentos que mi madre le leía a
Mariana cuando se dejaba. Era de dibujos animados y se
trataba de una princesa y un príncipe. También salían
hadas y esas cosas, no tenía nada de moderno. Además, ni
siquiera pude cogerle la mano a Ingrid durante toda la
película como tenía planeado, porque ella resultó muy
mañosa y no se dejó. No me dijo que no, pero cada vez que
le cogía la mano ella daba patadas al asiento de delante,
donde estaba sentada una señora muy mayor, que se da-
ba vuelta para regañarla, y por supuesto yo tenía que
la

soltarla porque me daba vergüenza.

Hubo una escena muy triste donde el príncipe se pe-


leaba con uno de los malos. El malo lo tiraba de cabeza
por una ventana y el príncipe se quedaba hecho papilla.
Para mí era de risa porque yo ya he visto heridos de ver-
dad en y con balas de metralleta y todo. Pero yo
el cine,

no sé qué acostumbra a ver Ingrid, porque en esa escena


empezó a llorar. Yo creí que le dolía algo o que extrañaba
a su madre y le pregunté, pero no dijo nada, sólo señaló

la pantalla
y sacó un kleenex para sonarse. Yo no me pu-
de aguantar y me reí de ella. Ella me dijo «patán» y yo me
reí más porque así se llamaba el perro de mis primos...
Ella siguió quejándose mientras yo me seguía riendo,
hasta que la abuelita de enfrente se giró para que nos ca-
lláramos de una vez. Un rato después Ingrid volvió a llo-
rar porque la princesa lloraba por el príncipe,
y se sonó
de nuevo. Esta vez ya no me reí
y sólo le hice un cariñi-
to de compasión en el pelo. Ella se apoyó en mi hombro

y yo fui muy feliz. Sólo estuvo así mientras el príncipe se


recuperaba, pero algo es algo.
Salimos del cine y teníamos una hora y media que

103
en un principio iba a servirnos para tomar un helado. Pe-
ro como el cine había sido tan caro, ya no teníamos con
qué comprarlo. Y como mí casa está más cerca del cine
que la suya y mi madre no tiene tan mal genio como su
padre, decidimos ir a mi Cuando llegamos, las pre-
casa.

senté. A Ingrid la presenté como mi novia y a mamá, pues

como mamá.

Mucho gusto, señorita — le dijo mi madre, y ella

se sintió orgullosa de que alguien la llamara así.

Mamá nos dijo que tenía que ir por rvÁ abuelo al club
y que, mientras, nos iba a dejar a Mariana para que la cui-

dáramos.
— Bueno, no hay problema — dije yo, y mi madre se
fue por mi abuelo.
No teníamos mucho que hacer y Mariana estaba dan-
do mucha lata, así que Ingrid le prestó una cuerda para sal-
tar que llevaba en el bolso. Son muy extrañas las niñas: no

sólo cargan conun bolso incomodísimo, sino que en él

guardan un montón de porquerías inservibles. Mariana se

fue a saltar a la y yo le pedí permiso a In-


cuerda a la sala

grid para mirar todo lo que llevaba en el bolso. Ella me di-


jo que sí
y encontré muchas cosas insospechadas. Además
de la cuerda, había un cepillo lleno de pelos color café de
Ingrid, una calculadora sin pilas, un paquetito de kleenex,

vestidos de muñecas, un espejo de mentira fabricado con


papel de aluminio y que no reflejaba correctamente, dos
huevos de chocolate que nos comimos en el mismo ins-
tante en que los saqué, una envoltura de pastelito sin pas-

un examen de lengua con un diez y firmado por sus


telito,

padres, un globo lleno de harina y una agenda de teléfonos


donde solamente tenia apuntado el teléfono de su casa.

104
— ¿No sabes tu teléfono? — pregunté.
te le

— Claro que me — respondió para compro-


lo sé
y,
barlo, me lo dijo tres veces.

¿\ entonces para qué llevas una agenda que sólo


tiene tu teléfono? — volví preguntar.
le a
Pues no sé — me dijo y enfadó — se
.
¿No sabías
que de mala educación husmear en
es los bolsos de las
mujeres?
Le dije que ella me había dado permiso y ella me di-
jo que no importaba, que de todos modos no había que
hacerlo. Me demostró lo que siempre dice todo el mun-
do y que de todos modos yo ya sabía: que las mujeres son
muy raras.
Me estaba rompiendo la cabeza para encontrar la
forma de entretener a Ingrid. Con Edgar o cualquier
amigo siempre hay muchas cosas que hacer, como leer có-
mics, tomar coca-cola o tirar proyectiles desde el balcón.
Pero a las niñas no les gustan esas cosas, y yo tampoco es-
taba dispuesto a jugar a las muñecas ni a las comiditas.
Entonces decidí que mejor que podíamos hacer era ver
lo
la tele. No fue fácil ponernos de acuerdo en el programa,
porque nuestros gustos son muy diferentes. Y justo cuan-
do encontramos un programa que nos parecía bueno a
los dos (era un documental que trataba de elefantes),
oímos un alarido que venía de la sala. Nos fuimos corrien-
do para allá y encontramos a Mariana tirada en al suelo
con la cuerda enredada en los pies la cara llena de san-
y
gre. No lloraba ni nada, sólo estaba bizca. Cuando Ingrid
le preguntó que qué le había pasado, comenzó a llorar a
un volumen altísimo y no pudo decirnos nada, pero to-
do indicaba que se le había enredado la cuerda en los pies

105
y al caer se había roto la cabeza con el filo de la mesa de
la sala. Yo estaba muy espantado porque pensé que Ma-
riana estaba a punto de desangrarse. Así que le di unas
servilletas a Ingrid para que se las pusiera en la frente

mientras yo iba corriendo a buscar el teléfono del club.

No lo encontré, Cruz Roja y llamé.


pero encontré el de la

Le dije a la señorita que mi hermana se estaba desan-


grando y que por favor mandara una ambulancia. Le di
la dirección y colgamos. Después hii a revisar todos los
cajones de la casa para juntar dinero y pagar la ambu-
lancia, pero esta vez no tuve mucha suerte. Normalmen-
te puedo juntar hasta ocho o diez pesos en monedas,
pero ese día no pude llegar ni a cinco. Regresé a la sala y
Mariana seguía llorando. Ingrid estaba arrodillada junto
a ella, blanca del susto, rezando para que xMariana no se
muriera.
— Mejor pide que mi madre regrese antes de que lle-

gue la ambulancia, porque no he encontrado dinero pa-


ra pagarla.

Entonces pidió eso y no sirvió de nada, porque la am-


bulancia llegó rapidísimo. Uno de los señores subió, re-

visó a Mariana y nos tranquilizó mucho cuando nos di-

jo que iba a sobrevivir, pero que había que llevarla a un


hospital para que la cosieran. Le dije que mi madre no es-
taba y que yo tenía poco dinero, pero que podía dejarle
como garantía el bolso de Ingrid que estaba lleno de co-
sas. El señor no se interesó en el bolso, pero de todos mo-
dos nos llevó al hospital en la ambulancia. Mariana no
dejaba de llorar, pero ya no la oíamos porque la ambu-
lancia hacía más ruido que ella. Yo fui delante con dos de
los señores de la ambulancia y mandamos a Ingrid detrás

106
con Mariana y otro señor. En el camino saqué de mi bol-
sillo del pantalón los cuatro pesos con sesenta centavos

que había juntado y se los di al señor.


— Aquí tiene por sus servicios — le dije.

El señor se quedó mirando mi dinero y se rió.


— Es muy poquito, ¿no? — me dijo.

— ¿Qué, hospital muy


el está lejos?
— No, ya llegamos.
casi

Le expliqué entonces que cuatro sesenta por el viaje


estaba muy bien, porque el otro día el metro me había lle-
vado lejísímos por un peso y eso que el metro era un va-
gón mucho más grande que esa ambulancia. Pero no le
convenció mucho mi argumento del metro
y tampoco
me aceptó el dinero, así es que nos salió gratis.
En cuanto llegamos al hospital los de la ambulancia
se llevaron aMariana, y a Ingrid y a mí nos dejaron en
un pasillo grande donde había enfermeras y unos sillo-
nes en los que nos sentamos. Un ratito después salió un
médico y dijo mi nombre. Me levanté y fui a decirle que
ése era vo.

— ¿Y tus padres? — me preguntó el médico, que no


parecía muy amable. Yo le conté que mamá se había ido
por mi abuelo club y que mientras yo estaba viendo la
al

tele con mi novia en mi casa, Mariana se había roto la ca-


beza contra el filo de la mesita de la sala al brincar con
la cuerda que mi novia amablemente le había prestado.
— ¿Está bien mi hermana? — le pregunté después
de explicarle todo.
— Sí, está bien, sólo hay que darle unos puntos en la

frente, pero antes me gustaría hablar con tu madre — di-


jo él.

107
— Pues no va a poder ser, porque no hay manera de
encontrarla, pero si lo que necesita es permiso para coser
a mi hermana, pues yo se lo doy.
— Lo que necesitamos es una tarjeta de crédito para
poder proceder a la curación de tu hermana.
Pensé que a lo mejor Ingrid, entre tanta porquería
que llevaba en el bolso, quizá tuviera por casualidad una
tarjeta de crédito, pero dijo que no, que estaba segura de
que no tenía ninguna. Le dije al médico que el novio de
mi madre tenía dos tarjetas de crédito, que después le po-
día decir que me prestara una. El médico me explicó que
necesitaba la tarjeta en ese momento para pagar la cura-
ción de Mariana.
— ¿Cuesta más de cuatro sesenta? — le pregunté.
El me dijo que sí y yo le dije que iba a tratar de hablar

con mi madre para que le pagara después, aunque fuera


con dinero normal; pero que, mientras, empezara a coser a

Mariana para que no se fuera a desangrar. El médico fue


muy obediente y eso hizo. Yo le pedí el teléfono a una de
las señoritas del hospital; llamé a mi casa y a la casa de mi
abuelo, pero no estaban en ninguna de las dos. Mientras
marcaba, miraba a Ingrid allí sentada en el sillón del hos-
pital, toda preocupada. Sentí algo muy gracioso y diferen-
te; creo que en ese momento me di cuenta de que sí la quie-
ro aunque le gusten las películas de hadas y odie a Batman.
Regresé donde estaba ella, me senté muy cerca y, sin pedirle
permiso ni nada, le cogí la mano. Esta vez no tenía a nadie

enfrente a quien dar patadas y tampoco parecía muy dis-

gustada, porque ella también apretaba mi mano.


—Mariana está bien, la están cosiendo — le dije con
una sonrisa.

108
Ella me sonrió también y nos quedamos un rato allí
sentados, sin soltarnos la mano. Ella me contó los acci-
dentes que había tenido en la vida, que no han sido de-
masiado graves. Una vez picó una avispa en Cocoyoc
le
y
otra vez se le inflamaron las anginas y se las tuvieron que
sacar, pero ella no se acuerda porque era muy pequeña.
Estuvimos buscando la cicatriz de las anginas, pero no la

encontramos. Y durante toda la conversación seguimos


cogidos de mano. Fue por eso por lo que no volví a in-
la

tentar hablar con mamá; pensé que si me levantaba, a lo


mejor de regreso no iba a poder cogerle la mano a Ingrid
tan fácilmente. Aunque de modos nos tuvimos que
todos
soltar cuando salió el médico. Mariana venía caminando
detrás de él con un parche en la frente
y una piruleta en
lamano. Ya no lloraba y parecía que se había hecho muy
amiga del médico. Es que Mariana cuando quiere puede
ser encantadora.

— Bueno, jovencita, ya hemos terminado, dejo en te

buenas manos — dijo médico Mariana cuando


le el a es-
tuvieron enfrente de nosotros.
— ¿Ela sido horrible? — le preguntó Ingrid a Mariana.
Ella no
pudo contestar porque tenía la boca muy
le

ocupada con su piruleta, pero el médico le respondió que


no había sido nada serio, que solamente le habían dado
tres me preguntó que si ya había habla-
puntos. Después
do con mi madre. Me dio vergüenza decirle por qué no
había vuelto a intentarlo y me inventé que lo había pro-
bado, pero que mi madre no aparecía todavía. El médico
se nos quedó mirando pensativo.
— De todos modos, gracias — le dije — .
¿Cuánto le

debemos ?

109
— ¿Cuánto tienes? — preguntó él.

— Ahora mismo, cuatro sesenta — le dije yo — ;


pero
mañana me dan mi paga, que es un poco más, y puedo ve-
nir a traerle lo que falte.

— Con esa paga mejor cómprale chocolate a tu her-


mana. Ha sido muy valiente — dijo el médico.
— ¿No sabes que no me gusta el chocolate? — le dijo

Mariana, como si el médico tuviera que saberlo y además


hablándole de tú.

Le di las gracias le pregunté que si los señores de la


y
ambulancia podían llevarnos de regreso a casa.

No, los señores de la ambulancia están muy ocu-
pados recogiendo a las personas que lo necesitan. Trata de
localizar a tu madre y dile que venga por vosotros. Ya es

tarde para que estéis fuera de casa.


— ¿Qué hora es? — preguntó Ingrid.
El médico miró su reloj y dijo que las nueve y
media.
— Mi padre me va a asesinar — dijo Ingrid.
El médico le dijo que no se preocupara, que ya le ex-

plicaríamos a su padre lo que había pasado con Maria-


na; que seguramente él comprendería. Ingrid le dijo que
quién sabe, porque su padre tenía muy mal humor. El
médico decidió que en persona hablaría con mamá, y
él

claro que la encontró muy preocupada. Pero él le dijo que


todo estaba bien y que podía pasar por nosotros al hos-
pital. Luego se despidió muy correctamente y regresó al

quirófano porque tenía cosas qué hacer allí. Un rato des-

pués llegó mamá. Parecía enojada, pero no dijo nada,

sólo nos abrazó. Ya en el coche me dio las gracias por


haberme encargado de la costura de mi hermana, que

lio
además de todo salió gratis: el médico no cobró nada, su-
pongo que porque le caímos muy bien. Yo le dije que de
nada pero que, en recompensa, ahora ella tendría que ir

a hablar con el padre de Ingrid para que no la asesinara.

Así lo hizo, pero de todos modos el padre de Ingrid puso


muy mala cara.

Mientras mi madre y el señor conversaban, yo me


quedé con Ingrid en el ascensor. Estaba de mal humor
pensando que nada me había salido bien; que estaba mal
que una cita de amor acabara en el hospital, que ahora
iban a asesinar a la pobre Ingrid por culpa del chichón de
Mariana, y para colmo, que ver la película del príncipe
había sido el peor desperdicio de treinta pesos que había
hecho en mi vida. Pero antes de meterse en su casa, Ingrid
me abrazó un poco sin que nuestros padres lo vieran y
me dijo bajito en la oreja:
— Muchas gracias, Santiago. La película ha sido muy
bonita, y lo del hospital, muy emocionante.
Y me dio un beso en la mejilla. Yo me puse muy ro-
joy eso me molesta, pero no lo puedo controlar. Aunque
creo que ella no se dio cuenta porque enseguida se dio la
vuelta para despedirse de mi hermana y de mi madre y
se metió corriendo en su casa. Me alegró mucho que fue-
ra mi madre la que le diera cuentas al padre de Ingrid,
porque me caía muy gordo y no me habría gustado tener
que hablar yo con él. Aunque después hablé con Ingrid
por teléfono y me contó que su padre había dicho que yo
era un chico muy responsable.
Y entonces pensé que aquel día no había estado tan
mal. Qiie después de todo le habíamos salvado la vida a
Mariana y eso era para ponernos orgullosos. Yo creo que

111
por eso el padre de Ingrid había acabado opinando que
yo era un chico responsable. Además, nunca habíamos te-

nido la oportunidad de viajar en ambulancia. Y, bueno, la

película no fue muy buena y costó muy cara, pero hasta


gastar treinta pesos para ver aquella basura valió la pena
nada más por el beso que me dio Ingrid de despedida.
21

T± ENEMOS un gato nuevo en casa. Eso no me hace muy


feliz porque, aunque me gustan mucho los
animales, los
gatos no tanto. Además ya sé cómo les va a las mascotas
que vienen a parar aquí. No había contado lo de las tor-
tugas porque es una historia muy triste, pero creo que ya
ha llegado momento: el sábado pasado se fue el agua
el

y no pudimos bañarnos para ir limpios a visitar a mi


abuelo. Mariana quería bañar a las tortugas pero tampo-
co pudo. Entonces la muy torpe, en vez de volverlas a po-
ner en su lugar aunque no estuvieran limpias, las dejó en
el lavabo. Como no había agua, no se dio cuenta
de que el
grifo del agua caliente estaba abierto. Claro está que des-
pués volvió agua y no quiero ni imaginarme la cara de
el

las tortugas. Porque en esta casa el agua sale bien, pero


bien caliente. Mamá se dio cuenta cuando regresó de de-
jarnos en casa de mi abuelo, pero ya era demasiado tarde.
Las tortugas habían fallecido hervidas en el agua del la-
vabo. Juro que nunca más vuelvo a regalarle un ser vivo
a Mariana. Total, si echa a perder los juguetes no impor-
ta mucho, porque los juguetes no sienten, pero esas ino-
centes tortugas no tenían por qué sufrir tanto. ¡Pobres!
Debe haber sido muy molesto para ellas morirse así, co-
mo si les hubiera explotado un volcán encima. Y lo peor
de todo es que a Mariana no le importa. Yo no lloré ni hi-
ce un drama, pero por lo menos me sentí triste. En cam-
bio ella se fue a jugar tan tranquila. ¿Por qué será que a
los niños les da todo igual? Yo no me acuerdo de haber

113
sido así cuando tenía la edad de Mariana. Sufro más, y por

eso me preocupa el gato. Es pequeñito, pero no es cariño-


so; al contrario, ha arañado a todos los miembros de la fa-

milia. Se lo regaló a Mariana una amiga de la escuela. Y


aunque yo quise echarla de la casa cuando la vi llegar con
un gato, mi madre no me dejó. Parece que a ella es a la que
más le gustó la idea de tenerlo. Pero a mí no me cae bien;
los gatos no son simpáticos ni aprenden a hacer trucos.

Por ese lado, son mejores los perros. En realidad, yo no es-

taba tan descontento con la nueva mascota hasta que en


una de esas se le ocurrió meterse en mi cuarto y comerse
mi gorra de los Pumas. Me la
dejó toda mordida y deshi-
lacliada y la tuve que tirar a la basura. Me puse furioso,
salí a la calle con el gato y traté de vendérselo a un señor

que pasaba por allí. Con el dinero que me diera podría

comprarme un perro. Pero ni el señor ni ninguno de los

peatones que pasaron frente al edificio aquella tarde qui-


sieron quedarse con el gato, y menos darme dinero a cam-
bio. Después, pensé que si alguna vez lograba venderlo,
seguramente mamá y Mariana se enojarían mucho con-
migo. Entonces me puse a pensar en alguna forma de ga-
nar dinero y comprarme el perro de todos modos, para
traerlo a casa y que se comiera al gato. Se me ocurrió que
vender bocadillos en la buen negocio y
escuela podía ser
me asocié con Edgar para tener menos trabajo y más di-
versión. Cuando se lo conté a mi madre me dijo que ella
me ayudaba, pero no quise arriesgarme a fracasar invo-
lucrándola en un negocio que tiene que ver con comida.
Eso sí, le dije que, si quería, me podía ayudar prestándo-
me unos pesos.
Así que una tarde de la semana pasada me fui a casa
de Edgar a empezar las operaciones. Lo primero que hi-
cimos fue ir al súper a comprar lo necesario. Pedimos ja-

món más barato, queso del más barato y queríamos


del
también comprar el pan más barato, pero eso no fue po-
sible porque todas los panecillos cuestan igual. También
compramos bolsitas de plástico para guardar los bocadi-
La mostaza y lo demás no los compramos, sino que
llos.

usamos los que había en casa de Edgar. Hicimos los bo-


cadillos y, según nosotros, no nos quedaron espantosos.
Debo confesar que tampoco estaban muy buenos, pero
no pensábamos venderlos demasiado caros. En total, en-
tre ingredientes nos gastamos treinta y tres pe-
bolsitas,
y
sos y cincuenta centavos
y salieron dieciocho bocadillos.
Iban a salir veintidós, pero echamos a perder varios pa-
necillos hasta que aprendimos a partirlos. Teníamos que
venderlos a un precio que multiplicado por dieciocho
dieraun resultado de más de treinta y tres pesos con cin-
cuenta centavos, para tener una ganancia. Pero como nos
hicimos muchos líos con los números y las gemelas no
quisieron prestarnos su calculadora, al día siguiente, an-
tes de empezar a vender, consultamos con José Manuel,
que es en el que más confiamos cuando se trata de nú-
meros. José Manuel sacó un papelito y se puso a escribir
los datos que le dimos. Luego sumó, restó, multiplicó
y
no sé cuántas cosas más y finalmente dijo:
— Para obtener una ganancia del cien por ciento, ne-
cesitáis vender los bocadillos a tres setenta, lo cual no es
posible porque son demasiado corrientes. Podéis aspirar
a una ganancia quedando cada
del cincuenta por ciento,
bocadillo a un precio de dos ochenta, que a lo mejor con
una buena labor de convencimiento sí os los pagan. Pero

115
considerando el tiempo que habéis invertido en lacom-
pra de la materia prima para producción y el
la empa-
quetado de los bocadillos, además del valioso tiempo de
recreo que tendréis que invertir en promoción y ven-la

ta, temo deciros que vuestro negocio no sirve para nada.

Los bocadillos no son rentables.



¡No seas tonto, José Manuel, no los queremos ren-
tar, los queremos vender! — dijo Edgar con mucha razón.
José Manuel empezó a echarnos otro rollo igual que
el anterior, pero Edgar y yo ya estábamos un poco ma-
reados de tanta palabrería que no entendíamos y lo deja-
mos hablando solo para poder irnos al patio a vender
nuestros bocadillos. Sin embargo algo de razón tenía Jo-
sé Manuel cuando nos dijo que el negocio no servía para

nada, porque nadie nos los quiso comprar. La maestra So-


fía fue la única que nos compró uno y lo pagó al precio

que dijo José Manuel; pero cuando lo probó, espió el con-


tenido y después lo tiró discretamente a la basura. El que
sí se comió un bocadillo completo fue Javier, pero no nos

lo pagó porque ya se había gastado su dinero en comida


de la tienda. Terminó
recreo y teníamos dieciséis bo-
el

cadillos; imposible guardarlos para el día siguiente, por-

que se habrían puesto todavía más feos. Tampoco po-


díamos tirarlos a la basura porque era un desperdicio.
Entonces nos los dividimos, ocho y ocho, para comér-
noslos en casa durante la semana.
Mis ocho bocadillos siguen guardados en el frigorí-

fico, porque realmente no están tan buenos como para co-


mérselos. Me temo que soy igual de malo para cocinar
que mi madre. Así pues, parece que me he gastado quin-
ce pesos a lo tonto, y ahora soy un negociante en quiebra.

116
porque mi madre me prestó dinero y se supone que se lo
tengo que devolver. Hasta ahora se le ha olvidado, pero si

algún día acuerda voy a meterme en un buen lío, por-


se

que no tengo ninguna forma de ganar quince pesos que


no sea pidiéndoselos a ella. Y eso de pedirle dinero pres-
tado a una persona para pagárselo a esa misma persona
me suena como a fraude.
Ahora que van a empezar las vacaciones, tengo que
pensar en alguna manera de aprovechar el tiempo y que
además me deje algo de dinero, porque
no puedo seguir
siendo pobre. Y menos ahora que tengo una novia que se-
guramente algún día va a querer que la invite otra vez al
cine o a tomar un helado o a cualquier cosa que cueste di-
nero. Por lo pronto, voy a hacerle saber que no tengo ni
un centavo y que si algún día quiere que salgamos, va a
tener que ser al parque o a algo gratis. Con lo que tengo
me alcanzaría para llevarla a pasear en metro, pero no
creo que eso le guste mucho.

117
22

Acabé las clases y ahora hasta se han terminado las va-


caciones. Pero no he escrito nada porque he estado muy,
pero muy ocupado. Las dos semanas de exámenes fueron
de mucho estudio y nada de tranquilidad, y el último día
fue la despedida. La despedida no era para nosotros, era
para los de sexto, porque ellos pasan a secundaria y tu-
vieron que escoger otra escuela porque en mi escuela no
se dan clases de secundaria. Pero como nosotros nos que-
damos, lo correcto era despedir a los de sexto con una
fiesta. A los que les tocó organizaría fue a los de quinto,
pero a nosotros también nos invitaron. Yo creo que para
que hubiera más gente o para que vayamos aprendiendo
cómo se organizan esas fiestas, porque el año que entra
vamos a ser de quinto y nos tocará hacerlo.
Nos hicieron vestirnos con el uniforme de gala, que
es el mismo uniforme que usamos siempre, sólo que con

una corbatita. Nos formamos bajo el sol y esperamos que


a cada uno de los de sexto le dieran un diploma porque
había logrado terminar la primaria, lo cual fue muy
aburrido para los que no íbamos a recibir nada.

El más aplaudido de todos los de sexto fue Jimmy.


Cuando pasó a recoger su diploma hasta lágrimas hubo,
sobre todo de parte de José Manuel, que el año que viene
va a quedar desamparado frente al Negro y al Resbalón,
al igual que todos los clientes satisfechos que tuvo Jimmy

todo ese tiempo. Precisamente a José Manuel le tocó de-


cir un pequeño discurso de despedida de parte de todos

118
los de cuarto. Era muy
largo y un poco cursi, pero en re-
sumen quería decir «que os vaya muy bien y que tengáis
suerte».

Después, el director se despidió de nosotros nos de-


y
seó unas felices vacaciones. Y se cumplió su deseo, porque
yo tuve unas vacaciones estupendas, además de prove-
chosas.
Al principio me propuse trabajar para ganar dinero.
Ya no lo quería para llevar a pasear a Ingrid, porque ella
se fue todas las vacaciones al rancho de sus abuelos que
está cerca de Puebla. Tampoco lo quería para el perro,

porque un buen día mi madre se cansó de tener los mue-


bles arañados y la casa maloliente y regaló el gato, a pe-
sar del berrinche de Mariana.
De todos modos se me quedó la idea de tener dinero;
para las pesas, unos patines o sólo para tener dinero. Mi
madre me dijo que las viejitas de la tienda de la esquina
tenían su negocio muy mal organizado y que tardaban
mil horas en despachar, lo cual es cierto. Me sugirió que
yo podía trabajar ayudándolas a llevar mejor su tienda.
Las viejitas de la tienda son dos. Todo el mundo las

llama «las viejitas», pero nadie sabe cómo se llaman de


verdad. Al principio no me gustó la idea de trabajar para
ellas, porque cuando yo era más pequeño me daban mie-
do. No es que hicieran nada para darme miedo, era sólo
su aspecto. Una de ellas tiene un ojo en un lugar que no
debería, como más hacia la oreja que hacia la nariz. La
otra sólo tiene un diente en toda la boca. Las dos tienen
el pelo muy blanco y Además la tienda
la piel oscura.
siempre está a media luz, da un poco de cosa. Y de verdad
que nunca tienen nada bueno, por eso los clientes, en vez
de comprar allí, se van al súper que está a dos manzanas.
Dijo mamá que si las ayudaba a ellas, además de ser una
persona de provecho, iba a hacer una obra de caridad.
Entonces acepté y fui a preguntarles. Las dos estaban
sentadas frente a una tele pequeña a todo volumen. No
podían oírme, así que me acerqué y bajé la tele.

— Hola — —les dije . Necesito trabajo.


— No nos han surtido, así que sube la televisión y
lárgate — me contestó la viejita del ojo raro.
Subi la televisión y me largué muy enfadado. Pero al
día siguiente regresé por consejo de mi madre, que dijo
que la señora no había entendido a lo que iba. Yo no que-

ría volver, porque ni siquiera me caían bien las viejitas.


Pero mamá me convenció de regresar. Las viejitas estaban
en la misma posición en la que las había dejado la tarde
anterior. Me acerqué a y bajé el volumen. Las dos
la tele

se me quedaron mirando con cara de pocos amigos.


— Hola — empecé — . Vengo a decirles que su tienda
esuna verdadera cochinada y que necesitan urgente-
mente que yo trabaje con ustedes para que sea una tien-
da decente.
— ¿Qtié ha dicho? — le preguntó la viejita del úni-
co diente a la otra, que dijo que no había oído. Tuve que
repetirles todo al mismo volumen al que estaba la televi-

sión.

— ¿Qiié sabes hacer? — me preguntaron las dos al

mismo tiempo.
— Bueno..., pues de todo — inventé vo, porque en
realidad no sé hacer casi nada.

— ¿Cuánto quieres ganar? — me preguntó la viejita

del ojo raro.

120
— No sé. Depende de cómo nos vaya — les dije, como
si me fuera a hacer su socio.
Cuchichearon algo que yo no alcancé a oír y luego
dijeron que sí, que podía trabajar con ellas.
Fue un trabajo muy pesado, porque hubo que empe-
zar desde el principio. Como no iba a poder yo solo, lla-
mé a José Manuel. Aunque no es mi mejor amigo, vive
cerca y sabe de números y otras cosas que yo no sé. Se hi-
zo un poco de rogar, pero al final aceptó. Empezamos por
limpiar la tienda y darle una manita de pintura. Las vie-
jitas se pasaban todo el día mirando
y no nos la televisión
estorbaban nada. Pintamos la pared exterior
y pusimos
un letrero que decía: «Comestibles Las Viejitas». Para
eso no les pedimos permiso, porque a las viejitas no les
gusta que las llamen así, pero pensamos que era lo mejor
porque todos los de la manzana conocen esa tienda como
«La de las viejitas»
y así nadie se iba a confundir. Mien-
tras hacíamos todo nos pagaban veinte pesos a
eso, ellas
la semana a cada uno. Después, José Manuel yo comen-
y
zamos más cosas para vender y hubo más ga-
a llevar

nancias. La madre de José Manuel nos llevó a una tienda


grande de pasteles, que es a donde van todos los que tie-
nen tiendas pequeñas a comprar las cosas que venden,
porque salen muy baratas. Yo no estaba muy al tanto de
lo que gastábamos
y ganábamos, porque José Manuel es
el que sabe de eso. Yo lo que hacía era despachar muy rá-

pido y muy educadamente,


y al rato ya estaba la tienda
llena de gente que se iba muy contenta con sus compras.
Las viejitas empezaron a caerme bien. Nos dejaban
comer todos dulces que queríamos,
los
y al principio sí
comimos muchos, pero después nos hartamos de tanto
dulce y la tienda empezó a ganar más dinero. Y cuanto
mejor nos iba, las viejitas nos pagaban más. Ellas no tra-
bajaban, más bien veían la televisión. Se peleaban todo el

día por cualquier tontería, pero era gracioso, porque las


dos están un poco sordas y acababan hablando de cosas
que no tenían nada que ver. Teníamos un acuerdo con
ellas: por las tardes, cuando había menos gente, podíamos
poner un rato el canal de los dibujos animados, porque a
José Manuel y a mí no nos gustan las telenovelas y, des-

pués de tanto trabajo, merecíamos ver algo mejor.


Las viejitas estuvieron muy contentas con nosotros.
Nos fue tan bien, que terminamos ganando cincuenta
pesos a la semana cada uno. Y fue un trabajo divertido
atender la tienda. Pero no hay nada que hacer, la escuela
comienza otra vez y no puede uno hacer todo al mismo
tiempo. Tampoco podíamos irnos y dejarlas en la situa-
ción en la que estaban, así que a José Manuel se le ocurrió

decirle a Toño, el hijo del portero de su edificio, que se

quedara en nuestro puesto. Como él no tenía trabajo,

aceptó. José Manuel y yo le estuvimos enseñando du-


rante una semana y aprendió requetebién. Las viejitas
se quedaron muy tristes sin nosotros, pero les dijimos
que las próximas vacaciones volveríamos. De todas for-

mas, quién sabe, porque con todo lo que aprendimos, a lo


mejor podemos trabajar en un supermercado grande.
Con el dinero que ahorré me compré las pesas. No
me lo gasté todo, pero lo demás me lo guardó mi madre
en el banco para lo que se sea. Las pesas no las he utili-

zado mucho porque pesan un montón y me da un poco


de flojera levantarlas, pero ahora que vuelvo a la escuela,

voy a hacer ejercicio todas las tardes.

122
Hoy es domingo, último día de vacaciones. Miguel me
ha invitado a pasear, como premio por haber sido un chico
tan trabajador durante todas las vacaciones. Hemos ido so-
los porque mamá tenía que llevar a Mariana a una fiesta
y
yo me he negado a pasar mi último día de vacaciones me-
tido en una cafetería con un montón de niñas pequeñas.
Miguel me ha preguntado que qué quería hacer y yo
le he dicho que ir a la feria. El, muy obediente, me ha
llevado, pero cuando hemos visto la gente que había a la
entrada, hemos decidido que mejor no. Parecía una ma-
nifestación de las que salen a veces en las noticias. En-
tonces hemos dado vueltas y vueltas y no se nos ocurría
qué hacer. Hemos ido a parar a un lugar grande donde hay
teatros y esas cosas. Nos hemos acercado a la taquillera.
— Buenas tardes —
ha saludado Miguel — .
¿Hay al-

gún espectáculo que se esté representado ahora?


La mujer, sin dejar de masticar chicle, ha dicho que
en el auditorio principal empezaba un espectáculo de
danza contemporánea a la una. A mí no me sonaba muy
bien eso de la danza, pero es algo cultural y yo no podía
quedar como un ignorante frente a mi futuro padre.
— ¿Qtié parece? — me ha preguntado Miguel.
te

— muy bien! — he dicho


¡Uy, yo.

No he tardado mucho en arrepentirme. En el teatro

estábamos Miguel y yo con seis personas más, todas ma-


yores de edad. Han apagado las luces y han puesto una
música que nunca había oído en mi vida. Han salido dos
mujeres y han empezado a moverse raro. Luego han sali-
do otros dos tipos y se movían también, y yo no estaba
entendiendo ni jota del asunto. Han bailado durante me-
dia hora y luego ha caído el telón.

123
— Bueno, ha sido bonito, vámonos ya — le hírííicho

a Miguel mientras me levantaba de n^asieijía Pero en


eso han vuelto a apagar las luces, ^i ^ubfcío el telón y
han salido otras personas a bailajr; coh una música dife-

rente, pero igual de rara. Han s¿do en total seis bailes. Al


cuarto yo estaba rezando para ¿|ue acabará;!! hubiera ido
con mamá, habría comenzado a molestar^desdcel primer
baile hasta lograr que nos safliébama^ pero con Miguel
me daba vergüenza. Para colmo, aKÍemi^ de lo aburrido
que estaba, mis tripas han empéz^o a armar bulla por-
que querían comida.
Cuando hemos salido a la luz yo estaba de muy mal
humor. Miguel no, y yo me moría de la verg üenza por no.

haber entendidÓJ:iada^bbatPé,'p'eITrrrTeTane aguantado

y le he preguntado:

124
—¿Has entendido algo?
El ha empezado a reír y me ha dicho que nada. Des-
piiés nos hemos preguntado que
por qué nos habíamos
quedado dentro si a ninguno de los dos nos gustaba.
Re-
sidta que los dos creíamos que al
otro sí le estaba gustan-
do. ¡Qué brutos!

El resto del día ha estado mucho mejor. Hemos ido a


comer hamburguesas luego al cine a ver una
y película
de los caballeros de la mesa redonda, que
son como unos
superhéroes de hace algunos que en vez de luchar
siglos,
con poderes luchaban con espadas. Pero ha
sido diverti-
da, y algo nuevo para mí, porque nunca
antes había xásto
una película de superhéroes a la antigua. Ha sido
un úl-
timo día de vacaciones estupendo.
En fin, pues ya estamos en quinto. Qiié bien que el
Negro y el Resbalón hayan pasado al curso siguiente.
Me
pregunto qué va a hacer José
Manuel ahora que ya no es-
tá Jimmy para defenderlo. Supongo
que voy a tener que
ponerme a hacer pesas seriamente para estar en forma
y
poder defenderlo yo.
Espero que no hayan cambiado a nadie de clase.
Al
director le da por separar a los amigos cuando
dan mu-
cha lata y los pone en diferente grupo. Pero a mí
no me
gustaría que el director hiciera eso con nosotros, porque
laverdad es que mis amigos muy
y yo lo pasamos bien
cuando estamos juntos.
¡Qué bien que no dimos nada de lata en cuarto!

125
EL BARCO DE VAPOR
SERIE NARANJA (a partir de 9 años)

1 / Otíried Preusslei, Las aventuras de Vania el 48 / Molhe Hunter, U verano de la sirena


forzudo 49 / José A del Gañizo, Con la cabeza a pájaros

2 / Hilary Rubén, Nube de noviembre SQ/Chnstme Nóstlmger, Diario secreto de Susi.

Perico y su borrico Diario secreto de Paul


3 / Juan Muñoz Martín, Fray
51 / Carola Sixt, El rey pequeño y gordito
A /María Gripe, Los hijos del vidriero
de Maraes, Tonico y el seaeto de es- 52 / José Antonio Panero, Danko, el caballo que co-
5 / A. Días
nocía las estrellas
tado
QIFrangois Sautereau, Un agujero en la alam- 53 / Otíried Preussler, Los locos de Villasimplona
54 / Terry Wardle, La suma más difícil del mundo
brada
1/ Pilar Molina Llórente, El mensaje de maese
55/Roeío de Terán, Nuevas aventuras de un mi-
fense
Zamaor
SI Marcelle Lerme-Walter, Los alegres viajeros 51/ Alberto Avendaño. Aventuras de Sol

pantera 58 Emüi Temdor, Cada tigre en su jungla


9 IDjibí Thiam, Mi hermana la /

Hubert Monteilhet, De profesión, fantasma 59 / Ursula Moray Williams, An


\0 /

montaña 60 / Otíried Preussler, El señor Eingsor


1 / Hüary Rubén, Kimazi y la

61 / Juan Muñoz Martín, Fray Perico en la guerra


12 / Jan Terlouw, El tío Willibrord

Muñoz Martín, El pirata Garrapata 62 / Thérésa de Chénsey, El profesor Poopsnagle


13 / Juan

\S/Eric Wilson, Asesinato en el «Canadian Ex- &2 / Enríe Larreula, Brillante


64 / Elena O'Callaghan í Dueh, Pequeño Roble
press»
\QI Ene Wilson, Tenor en Wirmipeg 65 / Chnstme Nóstlmger. La auténtica Susi

17 / Ene Wüson, Pesadilla en Vancúver 66 / Carlos Puerto, Sombrerete y Fosfatina

18 / Pilar Mateos, Capitanes de plástico Gómez Cerdá, Apareció en mi ventana


67 / Alfredo

19 / José Luís Olaizola, Cucho 68 / Carmen Vázquez-Vigo. Un monstruo en el ar-

Gómez Cerdá, Las palabras mágicas mario


20 /Alfredo
21 / Pilar Mateos, Lucas y Lucas 55 /Joan Armengué, El agujero de las cosas per-
didas
22 / Wilh Fáhrmann, El velero rojo
25/ Hüda Perera, Kike 70 / Jo Pestum, El pirata en el tejado

71 / Carlos Villanes Cairo, Las ballenas cautivas


20/ Roeío de Terán, Los mifenses
72 Carlos Puerto, Un pingüino en el desierto
27 / Femando Almena, Un solo de clarinete /

12/Jerome Fleteher, La voz perdida de Alfreda


28 / Mira Lobe, La nariz de Moritz

30 / Garlo Collodi, Pipeto, el monito rosado 74 / Edith Sehreiber- Wieke, ¡Qué cosas!

31 / Ken Whitmore, ¡Saltad todos! 15 / Irmelm Sandman Lilius, El unicornio

La señora Frisby y las ratas 15 /Paloma Bordons, Érame una vez


34 / Robert C. O'Brien,
77 / Lloreng Puig, El moscardón inglés
de Nimh
25/Jean van Leeuwen, Operación rescate 78 / James Krüss, El papagayo parlanchín

21 /María Gripe, Josefina 79 / Carlos Puerto, El amigo invisible

20/ María Gripe, Hugo 50 /Antom Dalmases, El vizconde menguante

39 / Cristma Alemparte, Lumbánico, el planeta cú- 5\/Aehim Bróger, Una tarde en la isla
bico 82 / Mmo Milam, Guillermo y la moneda de oro

M/NúnaAJbó, Tanit 83 / Femando Lalana y José María Almáreegui. Sil-

menguante via y la máquina Qué


43 / Pilar Mateos, La isla

44 / Lueía Baquedano, Fantasmas de día 84 / Femando Lalana yJosé María Almáreegui, Au-
45 / Paloma Bordons, Chis y Garabís
relio tiene un problema gordísimo
Nano y Esmeralda 85 / Juan Muñoz Martín, Fray Perico, Calcetín y el
AO/ Alfredo Gómez Gerdá,
Un montón de nadas guerrillero Martín
Al /Evelme Hasler,
BQIDonatelIa Bindi Mondaini, D secreto del ci- 98 / Carlos Villanes Cairo, La batalla de los ár-
prés boles
87 / Dick Kmg-Snuth, El caballero Tembleque 99 /Roberto Santiago, El ladrón de mentiras
88IHazel Townson, Cartas peligrosas 100/ Vanos, Un barco cargado de... cuentos
89 / Ulf Stark, Una brtqa en casa 101 /Mira Lobe, El zoo se va de viaje
90 / Carlos Puerto, La orquesta subterránea 102/ M G Schmidt, Un vikingo en el jardín

QllMomka Seck-Agthe, Félix, el niño feliz 103 //fea Casalderrey, El misterio de los hijos de
92 /Enrique Páez, Un secuestro de película Lúa
93 / Femando Puhn, El país de Kalimbún 104 / Uri Orlev, El monstruo de la oscuridad
9M Braulio Uamero, El hijo del frío \05/ Santiago García Clairac, El niño que quería
95/Joke van Leeuwen, El increíble viaje de Desi ser Tintín
96 / Torcuato Lúea de Tena, El fabricante de sue- 106 / Joke Van Leeuwen, Bobel quiere ser rica
ños 107/ Joan Manuel Gisbert, Escenarios fantásti-
97 / Guido Quarzo, Quien encuentra un pirata, en- cos
cuentra un tesoro 108 / M 5. Brozon, ¡Casi medio año!
Property of

San Mateo
Public
Library
colección SAN MATEO CI LIBRARY

EL BARCO DE VAPOR
. 3 9047 0020892

«Espero que este diario me dure; ya antes había hecho otros, pero sólo
escribíauno o dos días y luego ^e me olvidaba o me aburría. Y es muy
conveniente tener diario, porque así me acuerdo después de las cosas
que me pasan y si, por ejemplo, mamá me dice alguna vez: “¡Tal día no
arreglaste tu cuarto!” o “¡Tal otro día hiciste un despropósito!”, yo llego
con mi diario y le digo: “A ver, ¿cuándo?”.»

Con esta obra la autora mexicana M. B. BROZON obtuvo en 1996 el Premio


El Barco de Vapor (México), otorgado por Ediciones SM y el Consejo
Mexicano para la Cultura y las Artes.

A partir de 9 años

X.

ISBN 8A-348-5685-9

9 788434 85685

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