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DOCENTE: PARTICIPANTE:
C.I.: V-22.662.119
OCTUBRE 2022
Mujeres, Graneros y Capital.
La mujer, considerada una presa y objeto que sirve para satisfacer la concupiscencia
colectiva, expresa la degradación infinita del hombre que no existe más que para sí,
puesto que el misterio de las relaciones del hombre con su parecido encuentra su
expresión no equívoca, decisiva, pública, abierta, en la relación del hombre y la mujer y
en la forma de concebir la relación genérica inmediata y natural. La relación inmediata,
natural, necesaria, de los seres humanos es la relación del hombre y la mujer. En esta
relación genérica natural, la relación del hombre con la naturaleza representa
directamente la relación del hombre con su parecido, al igual que la relación del hombre
con su parecido representa directamente su relación con la naturaleza, su propio destino
natural. En consecuencia, esta relación hace aparecer de manera sensible, reduce a un
hecho visible, hasta qué punto la naturaleza se ha convertido en la esencia humana del
hombre. Es por lo que, basándose en esta relación, se puede juzgar el grado general de
desarrollo del hombre. La característica de esta relación muestra en qué medida el
hombre, en tanto que ser genérico, se ha convertido en hombre y se concibe como tal; la
relación del hombre y la mujer es la relación más natural de los seres humanos. Por tanto,
vemos hasta qué punto el comportamiento natural del hombre se ha convertido en
humano, y hasta qué punto su esencia humana se ha convertido para él en esencia
natural, hasta qué punto su naturaleza humana se ha convertido en naturaleza para él. En
esta relación, vemos también hasta qué punto la necesidad del hombre se ha convertido
una necesidad humana, es decir, hasta qué punto otro ser humano se ha convertido para
él en una necesidad, en tanto que ser humano, hasta qué punto es, en su existencia
individual, un ser social al mismo tiempo.
Por cierto, nuestros juristas estiman que el progreso de la legislación va quitando a las
mujeres cada vez más todo motivo de queja. Los sistemas legislativos de los países
civilizados modernos van reconociendo más y más, en primer lugar que el matrimonio,
para tener validez, debe ser un contrato libremente consentido por ambas partes y, en
segundo lugar, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben
tener los mismos derechos y deberes. Si estas dos condiciones se aplicaran con un
espíritu consecuente, las mujeres gozarían de todo lo que les apeteciese.
Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, tiene
que alimentar a la familia, por lo menos entre las clases poseedoras, lo que le da una
posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley.
En la familia, el hombre es el burgués y la mujer representa al proletario. Pero en el
mundo industrial, el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el
proletariado sólo se manifiesta con total nitidez una vez suprimidos todos los privilegios
legales de la clase capitalista y establecida la plena igualdad jurídica de ambas clases. La
república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; al contrario, no
hace más que suministrar el terreno en que llega a su máxima expresión la lucha por
resolver dicho antagonismo. De igual modo, el carácter particular del predominio del
hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de
establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con toda nitidez
cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales.
Entonces se verá que la liberación de la mujer exige, como primera condición, la
reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo que a su vez requiere
que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.
Por eso, el trabajo de las mujeres y los niños fue la primera palabra de la aplicación
capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó
inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos
los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio
inmediato del capital.