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Yo era una niña

engullendo
el dolor de
una mujer
Una revisión femenina del
sujeto moderno y de
sus posibilidades de experiencia

“Fue una lección temprana. El océano hace desaparecer


las cosas. Es una cosa hambrienta, que agarra. En sus
profundidades, no hay nada que alcanzar. Junto a él, yo
era una niña engullendo el dolor de una mujer.”

Melissa Febos. Extracto de Abandon Me, novela de 2017


(refiriéndose al duelo de su madre viuda).
Una experiencia propia

Ha habido infinidad de escritos y teorías desde el Siglo XVI sobre lo que conocemos como el
sujeto moderno y su desenvolvimiento en un mundo incierto, que se expande incluso hasta
nuestros días. La Modernidad puede ser descrita en caracteres económicos, desde
perspectivas sociológicas o incluso como sistema político-social. Es una mentalidad, una
experiencia, una sensibilidad extraña, nueva e indiscutiblemente voluble. Aún cuando tantos
vértices se han investigado y desmontado, vuelto a enhebrar y determinado como
verdaderos, existe una cuestión inexplorada, no por omisión directa, sino por ignorancia de
sus cualidades particulares: aquella de la mujer. La masa, el hombre blasé, el burocrático o el
bohemio…Toda forma en la que nuestros cuerpos, mentes y almas incorporan en su
gramática fundamental la vida moderna, parte del supuesto de que todos somos hombres,
todos somos trabajadores laborales o poetas borrachos o sombras terriblemente aburridas que
vagan por los mercados. Pero entonces ¿qué pasa con las trabajadoras, las putas, las madres
solitarias y las jóvenes? ¿Qué ocurre en los márgenes de una modernidad que no se ha
olvidado del patriarcado? Y esta no es cuestión del feminismo, no es este un escrito
feminista, pese a quién se cite o se evalue. Esto es una herida abierta, un bolsillo lleno de
piedras, es un grito, una lágrima, terapia de electroshock. Es la historia, la paciencia eterna.
La angustia femenina. Una pregunta: ¿Todo lo que recuerdan mis vértebras, las vértebras de
mi madre y de mi abuela, dónde lo dejo?

Propongo una respuesta articulada en tres ejes: el marxismo, el racionalismo y la


fragmentación de la experiencia, correspondiendo a su vez con tres autores, Karl Marx, Max
Weber y Georg Simmel. Y para concretar allí donde ellos se olvidaron, las ideas de Simone
de Beauvoir, Betty Friedan.
En el cuerpo, donde todo tiene precio, yo era un mendigo

Las teorías de Karl Marx sin duda cambiaron el curso de la comprensión del orden social y
abrieron un discurso de crítica hacia las problemáticas que acarreó la Revolución Industrial.
De manera simplificada, y centrándonos más en el aspecto político y económico, Marx
propone entender la historia a través de la lucha de clases entre aquellos que controlan los
medios de producción y los subordinados a los anteriores. La historicidad del problema
procede de su constante desmembramiento y restitución, que mantiene jerarquías de
diferencia. No obstante, Marx se centra en la sociedad de proletarios y burgueses por su
carácter hiperbólico. El obrero existe por y para el burgués, trabaja en la fábrica bajo las
peores condiciones, y su salario solo cubre los mínimos vitales, es decir, su función social se
limita a contribuir al beneficio de la burguesía. De esta manera, la máxima de Marx y por
tanto de los comunistas supone la supresión de la propiedad privada, en el sentido de la
propiedad acumulada por la burguesía y la comunización del capital, volviéndolo un bien
social, cuyo crecimiento proporcione beneficio a toda la sociedad y no solo a una élite
poderosa. La idea de desmantelación del sistema no sólo se refiere a las condiciones
materiales sino también a todos los valores e instituciones simbólicos que las sustentan, como
la educación, la familia o la posición de la mujer. Y ahora es cuando por fin, Marx se da
cuenta que en el mundo también existen las mujeres. Dice así en el Manifiesto Comunista:
“El burgués ve en su mujer un mero instrumento de producción. Oye que los instrumentos de
producción han de ser explotados en común y, naturalmente, no puede imaginarse sino que el
destino de la socialización afectará también a las mujeres” (Marx & Engels, 2018, 74). No
obstante, su visión contempla a la mujer como mujer obrera o como mujer del obrero, lo cual
remite al sistema económico y no al patriarcado; el problema femenino sigue siendo de clase.
Pero, desgraciadamente, no es tan sencillo, pues la opresión de la mujer obrera no puede ser
comprendida como un problema de clase o un problema de género, sino como una
intersección inevitable y llena de aristas punzantes entre ambas. Esta intersección nace de la
cosificación de la sexualidad femenina, que se desarrolla desde los inicios de la propiedad
privada. Podríamos tal vez, hablar de una lucha de clases secundaria. La autora Amanda
Klein señala que cuando el hombre pudo poseer aquello que no tenían otros, deseó poseerlo
todo y en ese todo, en forma de espectro, se hallaba la mujer. Frente a la sexualidad comunal
anterior, el “hombre intentó inculcar a la mujer la idea de la fidelidad” (Klein, 2022), la idea
de solo relacionarse con un solo hombre. Para apoyar estos valores, se arrancó el derecho al
placer de las relaciones femeninas, imponiéndose el régimen de la reproducción (la
sexualidad más útil y productiva). Y no solo es material el origen del yugo sexual, también lo
es su desarrollo. Dice federico Zappino “La «reproducción», por otro lado, no es otra cosa
que un trabajo, una forma de producción; y de esta producción depende la apropiación por
parte de los hombres de todo el trabajo desarrollado por las mujeres” (Zappino, 2022)
Ciertamente sólo las mujeres (o las personas con órganos sexuales femeninos) pueden tener
hijos, es un legado natural bajo el no existe opresión en su esencia. Pero, la relegación
forzada que sufren a esta función no tiene nada de natural y constituye un sistema de
explotación tal y como la teoría marxista lo concibe.

Y sí, todo tu suelo pélvico se desmorona y tienes calor y a nadie le importa. Pero entonces
eres libre, ya no eres una esclava, ya no eres una máquina con piezas, sólo eres una
persona, en el negocio

(sobre la menopausia) Fleabag. Temporada 2, Episodio 3

No es sólo, pues, que el modo de producción capitalista y la alienación del obrero moderno
tienen una correspondencia cultural con las relaciones afectivas heterosexuales, sino que
además estas mismas relaciones son de propiedad-propietario tal y como lo son la del burgués
y el obrero. Más angustioso aún, esta dinámica mujer-propiedad no es patrimonio burgués;
está presente en toda relación entre hombre y mujer. Es el sistema nervioso de la sociedad de
clases, el monstruo en el armario.

Dicen que soy una bestia.


Y se dan un festín. Cuando todo el tiempo
Pensé que eso era ser mujer

Extracto del poema “Loose Woman”, de Sandra Cisneros

Más allá del modo de producción, Zappino explica dos maneras más de concebir las
relaciones entre hombre y mujer. Primero como relación social, basada "en la transfiguración
de esta producción desigual y jerárquica de los géneros en la «diferencia sexual»" (Zappino,
2022). Las relaciones de subordinación no solo se evidencian en la concepción social de la
reproducción, sino que además esta permea en todos los ámbitos del vivir femenino, creando
una jerarquía final y tan potente como la del burgués - obrero. Asimismo, Zappino considera
la reproducción heterosexual un medio de juicio, al que esta sujeta la construcción del
individuo o individua como válido en la sociedad, siendo excluido si no conforma.

Así, este es el primer castigo de la mujer moderna. Siendo incluida en la educación y en la


vida laboral ha contemplado sus posibilidades como agente social y sin embargo, bajo la
construcción materialista de su capacidad reproductiva, se encuentra atrapada, tal y como lo
estaba antes de las grandes revoluciones, bajo el dogma del cuerpo productor. Un cuerpo que
mendiga a los hombres, obreros y burgueses.
Casa, Calceta, Cocina

Max Weber, por otro lado, se aleja de la concepción estructuralista de Marx, ofreciendo una
visión subjetivista y anti positivista que considera la acción individual como anterior al
fenómeno social. Así, la base fundamental de su pensamiento sociológico se encuentra en la
acción social, un comportamiento reactivo que surge de un proceso reflexivo entre un
estímulo y una respuesta y al que se atribuyen valores subjetivos. Aunque hay varios tipos de
acción social – acción orientada a valores, acción tradicional, acción afectiva… – el más
importante es la acción racional con arreglo a fines, que como bien indica su nombre, se trata
del seguimiento de criterios centrado en la búsqueda de la eficiencia pragmática. Y este tipo
de acción ha marcado las relaciones sociales desde el comienzo de la Modernidad. No existe
problema a primera instancia con esta cambio, sin embargo para Weber su extensión por toda
la sociedad, y sobretodo su institucionalización amenaza contra la creatividad y la libertad.
La sujeción de todos los aspectos de la realidad social a unas mismas pautas de eficiencia,
eficacia, austeridad y ética laboral libera al hombre de las tradiciones y de las reglas
arbitrarias pero al mismo tiempo le encierra en un conjunto de reglas impersonales, difíciles
de evadir. En lo que él denomina como jaula de hierro. Esta mentalidad alienada se
caracteriza por el desencantamiento con el mundo, pérdida de sentido en el mundo y en
general desamparo. El hombre moderno sufre por un mundo que tiene demasiado sentido.

No obstante, la presunta universalidad sobre la que trabaja Weber, no ofrece un esquema


completo en términos de género (en términos de la humanidad realmente). La libertad del
sujeto, la racionalidad, la acción social…todo remite a la esfera pública. No se crean imperios
en una cocina. Pero la jaula de hierro, para la mitad de la población no era un problema, pues
era inaccesible. "La humanidad está dividida en dos clases de individuos cuyas ropas, rostros,
cuerpos, sonrisas, andares, intereses y ocupaciones son manifiestamente diferentes. Quizás
estas diferencias sean superficiales, quizás estén destinadas a desaparecer. Pero es evidente
que existen." (De Beauvoir, 2011). La dominación racional actúa en la esfera pública; en sus
hogares se esconden de ella las señoritas, cosiendo sin parar.

Como mujer no tengo país. Como mujer no quiero ningún país. Como mujer mi país es el
mundo entero
Virginia Woolf, Tres Guineas, 1938

El hombre moderno se queja: su vida es demasiado racional. No sabe quién es, ni que puede
llegar a ser si no rellena un formulario en la ventanilla A-37. La mujer no tiene una jaula de
hierro, tiene un techo de cristal. A través de él, ve los avances tecnológicos, la revolución
científica, y todos los que claman por la llegada de un mejor, más eficiente. Simone de
Beauvoir ya lo explicó hace mucho: la subjetividad de la mujer está circunscrita a su sexo,
ella es el negativo, el Otro, la emoción frente a la razón.
La tendencia a la racionalidad no afecta de manera distinta a la mujer; ella no es apta para que
le afecte. Para ello tienes que poseer tu identidad como estandarte. Ella es definida en
referencia al Uno, al universal y genérico hombre. Ella es el Otro. "Así, la humanidad es
masculina y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino como relativa a él; ella no es
considerada como un ser autónomo". (De Beauvoir, 2011)

Apenas me atrevía a decirlo, pero hubiera sido bonito, ser alto y suave y fácil, como un
chico. Sin embargo, era una fantasía mayor cuando era niña. A los dieciséis años, me había
resignado a ser una niña. Era otra cosa que no podía cambiar.

Yikei Chai, The Jacaranda Years

Incluso con el impulso racionalizador de la modernización, los prejuicios sobre la mujer


persistieron -esto ya lo admite Weber- y "aparece por doquier el tradicionalismo, la santidad
de la tradición, la dedicación de todos a las actividades y los negocios heredados" CITA. La
revolución, una vez más, nos falló.
Hablo con Dios, pero el cielo está vacío

Necesito un padre. Necesito una madre. Necesito un ser mayor y más sabio al que llorar.
Hablo con Dios, pero el cielo está vacío.

Sylvia Plath, Diarios Completos de Sylvia Plath, 2000

La Modernidad puede haber sido la gran crisis humana. El homo sapiens ha alcanzado el fin
de su evolución, se cree perfecto, finalizado. Y no le quedan continentes por conquistar. Y si
los hay, el ideal de acercarse a ellos se autosabotea por el miedo a alcanzar la nada, el todo.
Georg Simmel escribe sobre esta experiencia, la del tener todo y tener nada a la vez, la
experiencia fragmentada de la Modernidad. La vida cotidiana ha sido inundada por estímulos
continuos y extenuantes. No hay suficientes ojos para mirar los escaparates, ni suficiente
tiempo para calcular cuánto bajan los productos con las ofertas. El hombre moderno camina
por las ciudades, saturado de incentivos a comprar, a reír, a bailar, a compartir, a escuchar…
Lleva una vida nerviosa. Para Simmel, su escapatoria se encuentra en la racionalidad. Con la
nueva mirada objetiva, separada de la conciencia y de las emociones, el hombre moderno,
ahora metamorfoseado en el hombre blasé, puede pasear tranquilo. No obstante, con esta
actitud su capacidad subjetiva se ve mermada y sus experiencias empobrecidas. “Las
relaciones racionales hacen de los hombres elementos de cálculo, indiferentes en sí mismos y
sin más interés que el de su rendimiento, grandeza objetiva”. La ciudad es para esta
humanidad trastocada el hábitat natural, “es el anverso y el precio de la libertad de que puede
beneficiarse el individuo” (Simmel, 1986, 5). En sus calles se hallan impresas las relaciones
objetivas: la división del trabajo, la individualidad, la producción destinada al mercado, etc.
Y su alcance espacial y simbólico sólo aumenta y aumenta.

Tus mañanas son como las mías,


con ese rastro de pintura negra en el contorno
y ese violeta de temprano, de ojeras,
por las secuelas de la noche
ajetreada.
Extracto del poema “A Madrid”, Ana Llorente, 2018

En esta ciudad, tan imaginaria como real, también hay escaparates de ropa femenina, de
maquillaje, de electrodomésticos. Las mujeres de los 50 y los 60 se reflejan en ellos y
ensayan la conversación que desearían tener con sus maridos para que les permitan
comprarse todo cuanto quieren. No tienen cuenta propia, no la necesitan. Luego regresan a
sus hogares, su verdadero hábitat natural, y dan de comer a los niños y cambian las sábanas y
leen revistas con consejos para perder peso.
“Si los niños están durmiendo y si tengo una hora libre, me la paso andando por la casa,
esperando a que despierten. No doy un paso hasta que no sé hacia dónde va el resto de la
gente.” Este fragmento pertenece a una declaración recogida en el libro de Betty Friedan La
Mística de la Feminidad, de una madre de 23 años. Al igual que Simmel hablaba de la
experiencia vacía del hombre blasé, Friedan recogió e investigo todo loq ue pudo sobre “el
problema que no tiene nombre”, una especie de angustia apabullante e irracional que
acuciaba a las mujeres de todo EEUU, independientemente de su posición económica, y que
parecía no tener explicación. Estas mujeres seguían las estrictas convenciones sociales
ajustándose fielmente a la bonita imagen de las revistas, y se vieron obligadas a buscar el
sentido de sus vidas sólo a través de una familia y un hogar. Y al mirar se dieron cuenta que
no había nada donde echar raíces. Le decían a Friedan: no soy nadie. Y no lo eran. Los
hombres monopolizaban el poder, el intelectualismo, la razón y la autonomía y habían
construido un complejo sistema de relaciones, valores e instituciones para bombardear a las
mujeres con un único lema: gloriarse de su propia feminidad. Y esta feminidad se limitaba,
por supuesto, al cuidado del hogar y del marido y a la crianza de los niños.

La divinidad es igual que la feminidad; una súplica para ser creída

Kristin Change, “Churching”

Esta tristeza, este lodo que inundaba a las mujeres que hablaron con Friedan, a la propia
Friedan también, provenía del verse incompleta y de las consecuencias que ello acarreaba. La
imposición de la feminidad no era el problema, el problema era que no iba acompañada de la
satisfacción prometida. Ellas querían ser mujeres como les habían dicho que había que serlo.
Querían fregar y amamantar y recibir al marido con el café ya hecho y cumplir todo lo que
había y cumplir, y ser aburrida y monótona. Pero, algo en su esencia no se lo permitía. Tal
vez, su humanidad. Mientras que el marido moderno se hacía esclavo de la racionalidad para
sobrevivir a la sobreestimulación, su mujer, igual de moderna, se lamentaba de no poder ni
saborearla.

Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre


sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos,
pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de
decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al
suelo, a mis pies

Sylvia Plath, La Campana de Cristal, 1963

Por supuesto, eso es algo que no podía admitir. “A la mujer se le enseñó a compadecer a
aquellas mujeres neuróticas, desgraciadas y carentes de feminidad que pretendían ser poetas,
médicos o políticos” (Friedan, 1963, 35). Y las que sí acabaron convirtiéndose en poetas o
médicos o políticos – Sylvia Plath, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Stormi,
Anne Carson, Violeta Parra, Nina Simone…– sufrieron las consecuencias tal y como se les
había vaticinado.
Referencias

Friedan, B. (1963a). La feliz ama de casa. La Mística de la Feminidad (pp. 61-118)

Friedan, B. (1963b). El problema que no tiene nombre. La Mística de la feminidad (pp. 34-
60)

Klein, A. (2022). Explicación materialista del origen de la represión sexual. Rojo del
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Marx, K., & Engels, F. (2018). El manifiesto comunista. Barcelona: Herder Editorial.
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Simmel, G. (1986). Las grandes ciudades y la vida del espíritu. Cuadernos Políticos, (45), 5-
10.

Weber, M. (1993). Conceptos Sociológicos Fundamentales. In J. Winckelmann (Ed.),


Economía y Sociedad (pp. 5-45). Fondo de Cultura Económica.

Zappino, F. (2022). El modo de producción heterosexual. Elementos para una crítica general.
Rojo del Arcoíris. Retrieved Nov 12, 2022, from https://rojodelarcoiris.com/2022/09/23/el-
modo-de-produccion-heterosexual-elementos-para-una-critica-general/

De Beauvoir, S. (2011). El segundo sexo. Constance Borde y Sheila Malovany Chevallier.


https://libcom.org/files/1949_simone-de-beauvoir-the-second-sex.pdf

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