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CURSO DE GÉNERO UBA

MÓDULO 1: Patriarcado, sexismo y construcción social de los géneros


Patriarcado, sexismo y género – Diana Maffia

La violencia de género se funda en un orden de diferencias y de jerarquías entre los géneros.


El gran cambio en la sociedad occidental fue pasar de un orden que se presuponía natural a pensar que el modo en que
se organiza la sociedad no depende de la naturaleza, sino que depende del contrato social; depende de una idea
establecida como consenso en donde unos sujetos reconocen a otros como iguales y como sujetos de derecho. Ese es
el origen de la ciudadanía moderna.

Se pensaba que el orden social estaba fundado en un orden natural y, además, este orden natural tiene que ver con los
cuerpos. El orden natural de la sociedad, según Aristóteles (400 a.C.), se funda, sobre todo, en tres relaciones, tres
vínculos jerárquicos, vínculos que, a partir de las diferencias, establecen jerarquías de poder.

Para salir del orden natural, lo que hacemos los seres humanos es acordar un contrato, acordar el reconocimiento de
unos sujetos a otros como sujetos que también tienen derechos, y ese sujeto con derechos pasa a ser el ciudadano.

¿Cuál es la trampa para las mujeres y las relaciones de género? En la modernidad se funda una división entre dos
ámbitos separados y con lógicas e institucionalidades diferentes. Un ámbito es el público, en el cual la
institucionalidad va a ser el Estado, justamente ese es el origen del Estado moderno: organizar esa sociedad que en un
contrato social se han reconocido como pares que tienen derechos como ciudadanos, organizarlos con sus autoridades,
con sus relaciones de poder, que garantizarán que el contrato se cumpla.

El otro ámbito es el privado, que permanece en un orden de naturaleza. Es decir, ese reconocimiento de derechos solo
alcanza el ámbito público, pero en el ámbito privado la institucionalidad no es el Estado, sino la familia, la cual es
pensada como una relación afectiva, amorosa, de cuidado, pero que permanece en un orden natural. Al permanecer en
ese orden, quienes quedan en esa relación familiar son los hombres, mujeres y niños con la permanencia de esa
relación de poder, de patrimonio, de propiedad: mujeres y niños van a ser propiedad de los hombres.

En el orden público no hay esclavitud, pero en el orden privado de las tres relaciones de poder: amo-esclavo, adulto-
niño, hombre-mujer; las últimas dos permanecerán naturalizadas en la relación familiar.
En el SXVIII lo comienzan a notar las primeras feministas, y entre el SXVIII y SXIX surge la primera ola del
feminismo. Esta ola dirá que se ha hecho una revolución en donde el primer artículo de la Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano dice que todos los hombres nacen libres e iguales y tienen los mismos derechos, y contra esa
convicción que nos quieren generar de que hombre alude al género humano, en realidad, hombres son varones, por lo
tanto, los únicos libres e iguales serán ellos, y ni siquiera todos ellos, porque la propia teoría del contrato social dirá
que los afrodescendientes, los indígenas, tienen un razonamiento que no es el abstracto, universal y capaz de conocer
derechos; mientras que las mujeres éramos su propiedad. Es decir que esa ciudadanía presuntamente universal era para
ninguna mujer, pero tampoco era para todo varón, era solo para aquellos que tenían una cierta relación de poder.
Si retrocedemos a la Grecia antigua, quien tenía ciudadanía era el varón que a la vez era varón, adulto y amo, es decir,
un hombre blanco, poderoso económicamente, libre. Ese era el único ciudadano, los demás: esclavos, mujeres, niños,
quedaban fuera del orden político. Y en esta modernidad donde está el contrato, donde están los Derechos
Universales, y donde está la ciudadanía, los niños son inmaduros, las mujeres no son capaces de garantizar su acceso a
la ciudadanía porque no tienen esa capacidad de razonamiento abstracto por lo que no pueden comprender los
derechos y necesitan que se les diga lo que tienen que hacer. No pueden votar, ni ser votadas, ni tampoco tener acceso
a ningún contrato social porque eso implicaría comprender los términos del contrato, y los términos del contrato son
derechos universales. Si no comprendo ese universal, no puede establecer un contrato. Esto mismo pasa ahora: ¿quién
puede firmar un contrato? Un niño no puede, un incapaz tampoco. Las mujeres muy tardíamente, a mediados del SXX,
accedimos a los Derechos Civiles. Antes no podíamos votar, no podíamos tener patria potestad sobre nuestros hijos,
no podíamos administrar nuestra fortuna. Esa ciudadanía del SXVIII para nosotras tardó dos siglos más. La idea de
que esa ciudadanía era universal era para un universal completamente restringido para unos pocos sujetos poderosos.
Solo discutían los derechos los propietarios, y ninguna mujer podía ser propietaria. Aún hoy, en el SXXI, las mujeres
solo somos dueñas del 1% de los medios de producción, incluyendo la tierra, el 99% está en manos de varones.
Cuando se ingresa al mercado de trabajo y se ve la cuestión de clase: quién es dueño de los medios de producción y
quién vende su fuerza de trabajo, las
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mujeres estamos muy lejos de entrar en alguna de estas categorías, estamos fuera de las relaciones de
producción tradicionales. Esto se debe a que generalmente su clase social es vicaria: las mujeres dependemos de los
varones, pero no tenemos un ingreso directo al sistema de clases; según quién sea nuestro padre, nuestro marido, es
que nuestra clase va a subir o bajar. La clase social de una mujer está atada a una subordinación y no depende de
manera directa de la inscripción en los medios de producción. Además, al reservarse para las mujeres el ámbito
privado en la modernidad, se les reservó la función reproductiva. Esto influye en el origen del capitalismo: la
mujer tenía que reproducir biológicamente y de manera legítima a quien iba a heredar. Entonces, encerrar a las
mujeres en el ámbito doméstico era asegurarse de que los hijos que ellas estaban destinadas a reproducir iban a ser
hijos legítimos.
Esta reproducción no solo tenía un sentido biológico, sino también un sentido económico y un sentido político. El
sentido político era el de la reproducción social: las mujeres educando a sus hijos reproducían el orden social; les
enseñaban cómo ser niñas y cómo ser varones, y cómo en el futuro iban a ocupar esos roles de género que el Estado
tenía preparados para ellos. Y, además, reproducen la fuerza de trabajo, es decir, ese varón que gasta su fuerza en el
ámbito de trabajo y vuelve cansado, sucio, con hambre, humillado, en su casa va a encontrar el modo en que su ropa
va a ser lavada, va a ser alimentado, va a descansar, y se va a restaurar su autoridad. Esto implica que las mujeres van
a estar destinadas a un orden reproductivo que incluye que nosotras nos haremos cargo sistemáticamente de las tareas
domésticas.
El orden doméstico de las mujeres, su encierro en este y la obligación de hacer las tareas domésticas como algo
vinculado al sexo femenino provienen de este origen del capitalismo y de la necesidad de que quien tiene los medios
de producción se ahorre la reproducción de la fuerza de trabajo: lo hacemos gratuitamente las mujeres por amor.
Cuando somos las mujeres las que salimos a trabajar, reproducimos nuestro propio orden del trabajo. Nadie hace por
nosotras eso que nosotras hacemos por nuestros maridos e hijos, porque se supone que es tarea de mujeres.

Historia de los feminismos con foco en la Argentina – Dora Barrancos


El feminismo es un movimiento social que hunde sus raíces a mediados del SXIX, lo cual no significa que antes no
hubieran anticipos en torno a los derechos de las mujeres.
La fusión entre una perspectiva de derecho igualitario para las mujeres está muy cercano a los derechos que deben
adquirir todas las personas aboliéndose la esclavitud.
Desde su origen, este movimiento social tuvo varias dimensiones y modos de expresarse. Su
objetivo central es igualar los derechos de las mujeres con los de los varones.
Las mujeres se ven esclavas, por lo que comienzan a promover sus propios derechos.
A partir de ahí, fue creciendo la contestación al orden vigente, un orden que había clausurado los derechos de las
mujeres en gran medida. Comparando el SXII con el SXIX se puede ver un alto contraste, ya que en este último surge
una nueva clase social: la burguesía, para la cual es fundamental sostener el mandato inescindible de los acuerdos de
subsistencia por parte de las mujeres. Pacto que establece el patriarcado en el SXIX y que se va a cumplir de modo
inexorable, sobre todo para las mujeres burguesas. Esa división tajante de papeles femeninos y masculinos es lo que
empuja a la búsqueda de igualar los derechos, porque es evidente que los varones son regentes en la vida pública, en el
poder político, en la gobernanza, en la ciencia, y las mujeres quedan excluidas de estas posibilidades.
Los primeros congresos feministas importantes se realizaron, sobre todo, en Francia.
Los aspectos fundamentales de este primer feminismo fueron: 1) conseguir derechos civiles iguales a los de los
varones. En todos los países, hubiera o no codificación, había una declarada subalternancia de las mujeres, que
dependían de los maridos. Las mujeres no podían educarse, no podían comerciar, no podían trabajar sin autorización
del marido; 2) conseguir una educación igual, igualdad de oportunidades en materia de educación. Durante el SXIX
las mujeres fueron segregadas de la educación y muy lentamente pudieron inscribirse en cursos universitarios. El que
más acogida tuvo fue el de la medicina por una razón elemental: el orden de los cuidados era compatible con el
mandato de cuidados que tenían las mujeres; 3) procura de derechos políticos. Mientras los varones fueron ganando el
estatuto de ciudadanos, soberanía y reconocimiento de sus derechos de ciudadanía, las mujeres quedaron excluidas.
En Argentina, el movimiento feminista está muy ligado al Partido Socialista. En 1910 tuvimos el primer congreso de
mujeres que reclamaron por sus derechos. En la década de 1920 hubo un incremento notable de militancia por los
derechos de las mujeres. Entre las feministas de aquél entonces, se destacan: Alicia Moreau de Justo, Elvira Rawson
de Dellepiane, Julieta Lanteri, María Abella Ramírez, Carolina Muzzilli.
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La lucha de nuestras feministas llevó a que, en 1926, por primera vez, hubiera una modificación del Código
Civil liberando el sometimiento de las mujeres al no necesitar ya permiso para educarse a sus maridos.
En 1932, se debate por primera vez en la Cámara de Diputados el voto femenino. Lamentablemente, el voto femenino
ganó en diputados, pero no en el senado. Las mujeres obtuvimos nuestro voto recién en 1947.
Las tres grandes dimensiones de derechos; los derechos sociales, los derechos cívicos, y los derechos civiles, no
vienen juntos para las mujeres.
Siempre hubo feminismo en la Argentina. Durante la dictadura militar era casi imposible sostener un activismo
feminista. Luego, hubo una retomada extraordinaria del feminismo en la Argentina que es responsable de la enorme
saga de derechos conquistados desde 1984 hasta la fecha.

Colectivos LGTTBIQ – María Alicia Gutiérrez y Dora Barrancos


En el caso argentino, las luchas feministas se articularon alrededor de dos cuestiones básicas: la demanda de derechos
por la igualdad de género y la cuestión de la violencia. Conjuntamente con esta última, la cuestión de la reproducción
de la vida (aborto). Y, por otro lado, la lucha de las diversidades sexuales (LGTTBIQ) giran en torno a la inclusión
como sujetos políticos sexuales, o sea, para ser significados como ciudadanos.
En los últimos 40 años, en la transición democrática de los ’80 para hoy, hubo una aparición pública muy consistente
del feminismo tras las consignas de demandas muy específicas, así como un inicio de un diálogo en relación al Estado.
Por otro lado, en las diversidades sexuales, fue muy potente la lucha de las lesbianas por su visibilización, dentro del
movimiento feministas, como también dentro del movimiento de la diversidad, donde se puede percibir una diferencia
de género en sus luchas por sus reivindicaciones específicas.
El movimiento feminista va a articularse en Argentina de formas muy diversas y se expresará en los encuentros
nacionales de mujeres. Por otro lado, el movimiento LGTTBIQ se va a organizar a través de la demanda de su
visibilización, la aparición de las marchas del orgullo gay desde los ’90. Todas estas luchas estrechamente ligadas a
las luchas por los DDHH, pero a partir de la década del 2000, la lucha por el matrimonio igualitario y la Ley de
Identidad de Género tomarán importancia.
La lucha del feminismo por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito lleva largo tiempo y desde hace ya 12 años se
constituyó la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito demanda la legalización del aborto, la
despenalización del aborto, la posibilidad de acceso a todas las mujeres a condiciones de aborto seguro. Esta lucha va
arraigada a la demanda de derecho humano básico de las mujeres, respeto a la autonomía y libertad de decidir sobre su
propio cuerpo a mujeres y toda persona con capacidad de gestar, la noción de justicia reproductiva.
El patriarcado fue muy radical en la idea de un heterosexismo obligatorio. Funde sus sentidos en la subalternancia
femenina y en el no reconocimiento de las alteridades de la sexualidad.
La procura de derechos del colectivo LGTTBIQ asomó tardíamente. Desde las décadas del ’60 y ’70 en Argentina ya
había un movimiento, el Frente de Liberación Homosexual Argentino, destacándose en él Néstor Perlongher, quien
tuvo que exiliarse en Brasil por la persecución sufrida. Sin embargo, tuvo que esperarse hasta que retornara la
democracia para que este colectivo viniera con más fuerza.
Más recientemente, la última agencia en aparecer es la de las personas a las que llamamos “trans”. La Ley de
Identidad de Género reconoce que ya la mera situación subjetiva de un individuo que siente que tiene otra orientación
sexo-genérica de la impuesta al nacer puede ser enunciada y registrada. Junto a la Ley del Matrimonio Igualitario, se
marcan los significados profundos de las transformaciones sobre todo habidos dentro de los colectivos de acción por
derechos de esas personas. No se hubieran podido conseguir esas leyes sin la agencia de las personas afectadas. Aún
hoy en día estos derechos deben plasmarse en mayores oportunidades, como en el empleo.
El movimiento representado por las mujeres y el feminismo, la agencia en torno de las personas homosexuales, y la
agencia para el reconocimiento de las otredades sexo-genéricas, constituyen un mapa formidable de movilización
social que repercuten en el movimiento contra todas las formas de violencia. El movimiento Ni Una Menos es una
gran asociación entre todos estos movimientos.

Masculinidades – Ernesto Meccia


La masculinidad tiene que ver con la visibilidad. Un varón blanco y de clase media, al verse al espejo, se verá a sí
mismo, sin ninguna caracterización. Lo que el varón no ve en el espejo es su propio privilegio. Al no verse este, es
muy difícil operar sobre esta subjetividad.
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Todos los varones tienen la posibilidad de ser discriminados ya que existe un estereotipo que es muy
exigente con respecto a lo que debe ser un varón. Según el consenso general en EEUU, el único hombre que no tiene
que avergonzarse de nada es un joven casado; padre de familia; blanco; urbano; norteño; heterosexual; protestante;
que recibió educación superior; tiene un buen empleo; aspecto, peso y altura adecuados; y un reciente triunfo en los
deportes (Erving Goffman). Sin embargo, prácticamente nadie cumple con todas las condiciones.
Existen las definiciones esencialistas de la masculinidad. Estas seleccionan un atributo que sería prototípicamente
masculino o femenino. Si existiera algo esencial en lo masculino o en lo femenino, deberíamos preguntarnos por qué
los especialistas que apuestan a estas definiciones, ya sean médicos, psicoanalistas, psicólogos, católicos, etc., nunca
se ponen de acuerdo. Es imposible hablar de una esencia masculina o femenina.
Luego tenemos las definiciones positivistas. Estas entienden que hay que observar los comportamientos y
pensamientos de hombres y mujeres. Esto nos permitiría reconstruir hechos que estadísticamente podemos asignar a lo
masculino o femenino, y en el medio una escala de lo que es más masculino o más femenino. Esto es complicado ya
que la mirada de uno no es objetiva. Hay un guion cultural, un conjunto de preconceptos, que ponemos en acción
cuando nos ponemos a observar y a construir esa escala entre masculinidad y feminidad.
También están las definiciones normativas acerca de la masculinidad. Hace referencia a lo que debe ser, debe tener o
debe hacer un varón. Entonces, lo prototípico de la masculinidad es demostrar solvencia para convertirse en varón
proveedor; demostrar contención para ser el jefe de familia; tener una apariencia canónicamente masculina, ruda; ser
aventurero, conquistador; etc. Estas definiciones también presentan problemas ya que, por ejemplo, a muchos varones
no les interesa tener una apariencia ruda o ser héroes deportivos a toda costa, no les interesa cargar con el conjunto de
apariencias que se le endilgan sistemáticamente a los varones. Casi nadie adhiere a la norma.
Definición de masculinidad según Raewyn Connell: es un lugar dentro del sistema de relaciones de género, sistema
históricamente construido. Ese lugar consiste, por un lado, en las prácticas a través de las cuales los varones y las
mujeres lo ocupan, y por otro, por los efectos que dichas prácticas generan en la experiencia corporal, en la
personalidad, y en la cultura.
Las masculinidades hegemónicas son aquellas masculinidades más legítimas, aquellas que representan por
antonomasia el modelo de varón que construye una sociedad en un determinado momento histórico. Paradójicamente,
la masculinidad hegemónica numéricamente es la más floja. Los valores centrales de una sociedad pican poco, pero
todos nos rascamos.
Por otro lado, están las masculinidades subordinadas, como las masculinidades gays y trans. Esta muchas veces tiene
que abrirse paso a los codazos a través de los obstáculos que le pone la masculinidad hegemónica y su gran conjunto
de instituciones. Estas no son solo un estigma a nivel de interacción cara a cara; la experiencia de la masculinidad
subordinada se vive a nivel jurídico, político, médico.
Masculinidades cómplices son aquellas que no se ajustan al estereotipo presentado por Goffman en sus prácticas y
declaraciones, sin embargo, son cómplices porque sacan provecho de la existencia de esta masculinidad hegemónica.
No serán varones violentos en el ámbito familiar, pero por la existencia de la masculinidad hegemónica se sentirán
legitimados para que, llegado el momento, quien postergue la carrera profesional sea la esposa y no ellos, por ejemplo.
Por último, las masculinidades marginadas. En estas intervienen las variables de la clase, raza o etnia, que dejan a
ciertas masculinidades no ya marginadas, sino directamente afuera del mapa social. Por ejemplo, la demonización
sistemática de los varones negros en EEUU. Pueden reconocerse ciertos valores hegemónicos en un atleta negro, por
ejemplo, pero, sin embargo, eso que se le reconoce a esa persona en particular no encuentra eco en el resto de la
organización social: sigue siendo una masculinidad marginal.

Las sexualidades en la educación – Graciela Morgade


Según el sentido común, las escuelas son espacios de igualdad simplemente porque no hay restricciones en la
inscripción, porque el acceso está garantizado. Pero cuando se mira con detenimiento, cuando se mira con el lente de
la perspectiva de género, los procesos educativos, los procesos de la vida cotidiana, se ve que en todos los niveles de
la educación la transmisión de estereotipos de lo femenino y lo masculino es aún habitual. Las prácticas educativas
cotidianas no son neutrales en términos de género debido a que los planes de estudio no son ajenos a las relaciones
de saber/poder que tienen que ver con el patriarcado.
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Entonces, lo que se aprende y enseña es construido en un marco de, por ejemplo, fuerte invisibilización de
la participación femenina en las sociedades.
Otra dimensión es lo llamado “currículum oculto”, que tiene que ver con lo que se enseña y aprende en las escuelas que
no está totalmente escrito, pero sí transmitido en lo que son las expectativas de comportamiento y rendimiento. Esta
dimensión es mucho más sutil: lo que se habilita y lo que se censura. También está lo que se silencia en lo que es el
“currículum nulo”, es decir, aquello de lo que no se habla en las escuelas: intereses de las diversas identidades sexo-
genéricas y, en particular, los intereses de las mujeres.
Uno de los temas históricos de los que no se ha hablado, o se ha hablado a partir del silencio o del estereotipo, es la
cuestión de la sexualidad y los cuerpos sexuados. Los mensajes vinculados a la corporeidad tienden a reforzar un
modelo de mujer, a silenciar otras identidades sexo-genéricas, a pasar por alto episodios de violencia.
Aún hoy hay una presencia fuerte del canon tradicional de lo que debe ser leído y una escasa crítica del sexismo en el
lenguaje. Por ejemplo, en el área de formación ética y ciudadana o educación cívica, hay una fuerte omisión de toda la
producción normativa y jurídica nacional e internacional que visibilizó la problemática de los derechos de las mujeres
debido a que no se ha logrado perforar ese límite del currículum. Ningún área está ajena al estereotipo sobre las
capacidades de las mujeres.
La Ley de Educación Sexual Integral votada en el 2006 intenta, por un lado, sacar a la sexualidad de la mirada más
corriente, una mirada restringida porque se reduce a la dimensión biológica, estableciendo que la sexualidad debe ser
abordada desde la complejidad de la construcción social. Los cuerpos no son meramente una materialidad, sino que
son producto de la relación entre una materialidad y un contexto sociocultural. Además, la dimensión sexo-genérica se
articula con determinaciones culturales, históricas, económicas, étnicas, religiosas. También la Ley establece una
dimensión psicológica que tiene que ver con la construcción subjetiva de las identidades sexo-genéricas; una
dimensión afectiva relativa a cómo se relacionan los chicos y chicas con sus cuerpos y cómo viven, disfrutan y/o
padecen; y una dimensión ética en cuanto a cómo nos vinculamos con ese otro u otra en tanto sujeto de derecho y
sujeto de deseo.
No habrá educación democratizadora si no incluye una mirada crítica y transformadora de las relaciones cotidianas.

MÓDULO 2: Las violencias: tipos, modalidades, contenidos


Invisibilización de las violencias – María Luisa Femenías
La violencia es un continuo y el lugar en el cual ponemos la marca para decir “a partir de acá hay violencia” tiene que
ver con factores que son culturales, sociales, históricos, y de sensibilidad. Los umbrales que nos permiten detectar la
violencia varían de época en época, de cultura en cultura, y a partir de la sensibilidad de los sujetos, de los ciudadanos.
Es muy importante sensibilizar en aquello que denominamos violencia, porque tendemos a dejarnos llevar por
mecanismos de invisibilización de la violencia, mecanismos que la hacen natural, y al naturalizarla pierde el peso y el
valor de constructo social reversible y modificable. En la medida en que creamos que los vínculos violentos son
naturales y normales, poco vamos a hacer para modificarlos y para verlos desde otro lado.
En el primer vínculo en el cual nos manejamos todos es el lenguaje. Tenemos muy poca percepción de la violencia en
el lenguaje con el cual nos estamos manejando en las últimas décadas, por lo que se habilita, invisibiliza, legitima y,
de alguna manera, fundamenta niveles de violencia respecto de las mujeres, minorías, disidencias.
Hay una larga relación entre la violencia racista y la violencia sexista. Entre ambas se potencian para excluir; para
manifestar agresivamente el lugar del otro/a; para generar estrategias de forclusión, es decir, de invisibilizarse a sí
misma, de considerarse natural; para actuar metalépticamente: la víctima es culpable de la violencia que padece, por
ejemplo, la vestimenta, los horarios, las zonas de circulación de las jóvenes, que son modos indirectos de encubrir y
legitimar la violencia ejercida. Lejos de generar o asegurar espacios libres de violencia o peligrosidad, lo que se
asegura es el espacio libre de circulación de mujeres, lo que indirectamente pone a las mujeres dentro de un cerco, que
puede ser el espacio doméstico o familiar.
Llamaremos violencia simbólica a todos los discursos que legitiman e invisibilizan la violencia real. Por ejemplo: los
discursos de inferiorización, desacreditación y crítica, que ponen a las mujeres en un lugar de vulnerabilidad. Estos
discursos legitiman que se sancione a las mujeres como modo indirecto de cercar la libertad de movimiento, creación,
pensamiento. Este tipo de discursos suele pasar desapercibido; vemos el
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resultado, como un golpe o insulto, pero no vemos todos los relatos previos que generan un espacio lícito
para que el insulto o golpe se lleve a cabo.
¿Cómo se presenta la violencia en el espacio público, en los medios? Últimamente hay una espectacularización de la
violencia, es decir, generar un espectáculo público con los protagonistas, que son los agresores, y víctimas que suelen
quedar cristalizadas. Este constructo es grave ya que da pocas herramientas para salirse de ese lugar de víctima. Es
decir, una vez que se construye un victimario y una víctima como oposiciones inamovibles, se invisibilizan todas las
condiciones de posibilidad de su emergencia, todas las condiciones que han hecho posible que esto fuera de esta
manera y no de otra, las posibilidades de prever y revertir situaciones de violencia y, de alguna manera, ratifica un
constructo asimétrico entre víctima (inferior) y victimario (superior).
El lenguaje violento habilita otras formas de violencia. La repetición de ciertos parámetros como si no hubiera
posibilidad de generar otros reafirma como una conducta aprendida que la única salida es la violencia y no el diálogo.

Violencia sexista y sexuada – Silvia Chejter


Cuando hablamos de violencia hacia las mujeres, hablamos de maltrato psicológico, maltrato físico, violaciones,
acosos sexuales, abusos sexuales, prostitución, femicidios, mutilaciones genitales, casamientos forzados de niñas,
abortos de fetos femeninos, infanticidios de niñas, etc. También se suele asociar con hechos concretos, tanto de tipo
históricos como recientes, como por ejemplo la casa de brujas en Europa entre 1500 y 1560 donde fueron quemadas en
la hoguera aproximadamente 500.000 mujeres acusadas de brujería; las mujeres de consuelo, que fueron las 200.000
esclavas sexuales del ejército japonés en la 2GM; las mujeres que fueron sistemáticamente violadas y abusadas en la
última dictadura militar argentina; o todos los casos actuales y cotidianos de ataques sexuales y femicidios. ¿Qué
tienen de común todos estos hechos? Todos tienen una connotación sexista y sexuada. Sexista, porque tienen como
víctimas a las mujeres. Sexuada, porque todas de estas prácticas tienen una connotación estrictamente sexual. Son
hechos de poder sexual y son hechos de violencia sexual.
La dimensión sexista tiene que ver con la discriminación, la opresión, la explotación de la mujer. Estas prácticas
pueden ocurrir tanto en el ámbito público como en el privado.
La violencia implica el uso de la fuerza, pero no siempre es necesaria. La violencia implica la amenaza, la posibilidad
de que esa fuerza pueda ser ejercida. La violencia contra las mujeres es una política de terror. Cuando hablamos de
violencia, no solamente hablamos de la violencia consumada o la violencia que se ejerce, es necesario considerar la
violencia en tanto amenaza, ya que ambas tienen la intencionalidad de hacer que la mujer cumpla con la voluntad del
varón. Esta intencionalidad tiene que ver con la limitación de la libertad y autonomía de la mujer; y el deseo, voluntad,
imposición del varón.
La violencia es un fenómeno social, se trata de relaciones sociales, concretamente de las relaciones de subordinación
de la mujer con respecto al varón. La violencia tiene la función de lograr que la subordinación se sostenga y se
reproduzca en el tiempo.
Esto sucede a nivel individual y a nivel social. No se trata solo de que X quiera lograr que su mujer haga lo que él
quiera, sino que hablamos de un orden social sexual en donde las mujeres tienen una determinada función social.
El control sucede sobre tres áreas fundamentales: el cuerpo, la sexualidad y la reproducción. Estos son los tres ejes del
poder sexista.
El rol del feminismo fue nombrar la violencia, definir sus distintas manifestaciones, deslegitimarla, desarrollar
estrategias para enfrentarla, y acuñar el concepto de violencia de género.

Violencias en el ámbito universitario – Ana Laura Martín


Durante mucho tiempo no ha habido dispositivos, y se pensaba que, en el ámbito universitario, la violencia de género
no podía darse. Esto se debe a la formulación de mitos, siendo este uno de ellos. Otro puede ser pensarlos como
fenómenos no tan graves, o que las mujeres que acceden a la educación superior están lo suficientemente capacitadas
como para lidiar con la violencia de género, lo que habilitaría a las universidades a no tomar posición y no piensen
acciones concretas frente a estas situaciones.
Estos mitos se han ido resquebrajando, y desde 2014 en adelante, las universidades han creado herramientas y
dispositivos específicos para intervenir en situaciones de violencia de género. De algún

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modo, es tomar una posición clara frente a estas situaciones y considerarse la universidad como parte de
este problema.
Actualmente, la mitad del sistema universitario de gestión pública cuenta con protocolos o procedimientos de
intervención.
Otro mito es que la violencia solamente es el golpe o el ataque sexual. En la universidad se encuentra muchas veces la
violencia simbólica (resultado de encuestas hechas en las universidades de la UBA). Esto refiere al lenguaje sexista,
comentarios peyorativos, chistes misóginos, subestimación de género, comentarios discriminatorios y ofensivos. Estas
situaciones pueden verse en relaciones verticales (docente- estudiante) como horizontales (pares, compañeros).
En el espacio universitario, la presencia femenina no es minoritaria en absoluto. Sin embargo, esa presencia no
siempre se respeta en todos los ámbitos universitarios de gestión, de administración, laborales de la facultad. La
presencia de las mujeres desciende en los cargos de poder y decisión, los más prestigiosos, los más reconocidos en
términos simbólicos o materiales. A veces se utiliza la imagen del techo de cristal para explicar algo de esta
problemática, que indica un techo que existe, aunque no se vea, para que las mujeres no puedan llegar y haya
inequidad en los lugares de decisión. Esto se puede deber a muchos motivos, por ejemplo, cómo está estructurada
culturalmente la sociedad y la carga hétero-patriarcal que pesa sobre las mujeres y las limita a las tareas de cuidado en
el ámbito de lo doméstico lo cual dificultaría el ascenso en lo laboral o académico.
Hoy existen programas que favorecen la equidad en los cargos representativos, que incluso piensan en la inclusión de
otros grupos desfavorecidos, como el cupo laboral trans, el uso del lenguaje inclusivo, las capacitaciones obligatorias
en género.
La universidad puede ser un lugar para deconstruir patrones hétero-patriarcales que, en definitiva, son legitimantes de
estas situaciones que se intentan combatir.

MÓDULO 3: Acceso a derechos y erradicación de las violencias


Derechos humanos con eje en los derechos de las mujeres – Mónica Pinto
En la segunda mitad del SXX, aparecen los DDHH para cambiar el modo de relación entre el Estado y las personas
que se encuentran bajo su jurisdicción (quienes están al alcance de la ley del Estado, de los jueces del Estado, y de los
funcionarios públicos). La idea es que el Estado tiene el deber de proteger la libertad y dignidad de todas las personas
en condiciones de igualdad y sin discriminación. Además, es internacionalmente responsable por las violaciones a
esos derechos cuando no las repara adecuadamente. La novedad de esta noción de DDHH está dada por la igualdad, la
idea de que todos somos iguales. Esta idea viene consagrada por el derecho, no por la realidad, ya que no hay nada
más distinto que dos personas, por miles de motivos, situación social, clima, herencia genética, etc. Sin embargo, el
derecho nos coloca en el mismo nivel para ser titulares de derechos.
Dos son los tratados que refieren a los DDHH de las mujeres: la Convención sobre la Eliminación de todas las formas
de Discriminación contra la Mujer (C.E.D.A.W. - ONU - 1979) y la Convención para la prevención, sanción y
erradicación de la violencia contra la mujer (Convención de Belém do Pará - regional - 1994). La primera trata de
crear una igualdad real frente a las igualdades formales que son descriptas por las normas. Define a la discriminación
contra la mujer como toda forma de exclusión, restricción que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular
los derechos de la mujer en relación a los del hombre. Esta discriminación incluye la violencia contra la mujer. La
violencia existe porque es tolerada y socialmente estaba aceptado que esto fuera así.
La C.E.D.A.W. le impone a los Estados adecuar su legislación a los DDHH de las mujeres. Deben reconocer la
existencia de estos derechos y poner a disposición mecanismos para reclamar esos derechos, como por ejemplo, la ley
que deroga la figura del adulterio, que hacía una distinción entre las condiciones que imponía a la mujer y al hombre;
la ley que derogó el avenimiento, que permitía que una mujer perdonara a quien la había atacado en su integridad
sexual; la ley que incluye al femicidio como forma agravada de homicidio.
El Estado debe adoptar medidas para que cada mujer pueda encontrar oportunidades más reales para ejercer sus
derechos: política de igualdad de oportunidades. No solo deben existir leyes, sino también una clara voluntad política
para implementar esas leyes y que puedan modificarse criterios culturales.
La C.E.D.A.W. declara conductas reprimibles la prostitución forzada y la trata de personas, entre otras cosas. Esto,
además de todo lo dicho anteriormente, requiere elevar los índices de calidad de vida de la gente, disminuir los
umbrales de la pobreza, terminar con la corrupción de los funcionarios públicos.
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La Convención de Belém do Pará permite ver que la violencia contra la mujer es transversal: no respeta
origen económico, social, cultural. La violencia instalada se da en todos los niveles. La
violencia es un comportamiento adquirido y que, como tal, puede modificarse.
Las políticas de tratamiento de la violencia tienen que ser políticas integrales en las cuales el Estado debe tomar un
papel activo, aunque sean actores privados, los miembros del entorno más íntimo, más próximo de una mujer quienes
son, normalmente, los responsables de esa violencia. Una mujer víctima de violencia es una mujer cuya violencia
trasciende su propia persona: agredir a una mujer es agredir a una familia, es agredir a una sociedad.
El Estado tiene el deber de debida diligencia, un deber que lo coloca al Estado en situación de tomar razón de cómo es
el contexto en el cual esta violencia se va a dar.
Las normas no cambian la realidad, la realidad se produce por las acciones de las personas. Lo que hacen las normas
es tratar de darle una regulación a esa realidad, de manera que cada uno de nosotros pueda desarrollar su vida de un
modo más íntegro y más pleno.
La neutralidad no es amiga de estos temas.
Las normas, en este aspecto, son sumamente invasivas, porque la mayoría de estos delitos se dan en el ámbito privado.
Antes, los hechos de violencia no eran considerados delitos, sino parte de las relaciones privadas.
Estas normas tienen una capacidad pedagógica: al practicarlas, se instalan criterios de educación y cultura más
amplios y conformes al respeto de los DDHH.

Protocolo de acción institucional para la prevención e intervención ante situaciones de violencia o discriminación de
género u orientación sexual de la UBA – Valeria Thus
En diciembre del 2015 surge el protocolo. A fines del 2019 se da una nueva resolución que reforma integralmente el
protocolo ya que había situaciones en donde no funcionaba del modo adecuado.
El protocolo es una herramienta más dentro de las distintas herramientas públicas que asume la UBA. Es una
herramienta que acompaña a las denunciantes de situaciones de violencia de género, de discriminación por orientación
sexual o género. Es una herramienta que intenta adoptar distintas medidas protectivas para las denunciantes, y que no
suple el régimen sancionatorio de la UBA.
El protocolo se inserta en un escenario mucho mayor al de la universidad: el derecho internacional de los DDHH. Lo
que viene a hacer el derecho internacional de los DDHH es modificar la relación de los Estados con las personas que
viven en esos Estados, asegurándoles su dignidad humana y que puedan vivir en un ambiente libre de discriminación.
La Convención de Belém do Pará trabaja sobre la idea de que se debe salir de la ficción de un Estado neutral frente a
la igualdad. No hay una igualdad formal, hay que trabajar sobre la desigualdad estructural, sobre los grupos que han
sido sometidos a lo largo de la historia. El Estado debe desmantelar ese sometimiento histórico.
Se le exige al Estado un poco más; no alcanza con nominar las violencias, es necesario adoptar diversas políticas
públicas para desmantelar esas situaciones. En este marco se inserta el protocolo de la UBA.
En el 2018 se resuelve crear una comisión asesora de la implementación del protocolo, conformada por representantes
de cada una de las facultades de la UBA y representantes de todos los claustros del Consejo Superior (estudiantes,
graduados y profesores).
El protocolo inicial preveía situaciones con connotación sexista o sexuada, es decir, la discriminación o el acoso
sexual, pero no los delitos sexuales. En la praxis, la mayoría de la demanda de protección, participación y
acompañamiento tenía que ver con víctimas de delito sexual.
La decisión no es suplantar a la Justicia, sino acompañar a las víctimas y trabajar en su empoderamiento para su
denuncia judicial.
Además, se refuerza la idea de una competencia descentralizada del protocolo: cada unidad académica aplica el
protocolo. La Universidad y el Rectorado tiene competencia originaria respecto de los hechos que ocurren en el marco
del Rectorado y el Consejo Superior, y fija lineamientos y pautas generales para el diseño de políticas públicas
descentralizadas para homogeneizar los pisos de trabajo y consenso entre todas las unidades académicas.
Los primeros procedimientos solo suponían suspensión y traslado. En la actualidad se trabaja en un procedimiento
especial de seguimiento, en una pedagogía de la igualdad, en el desmantelamiento de los patrones culturales de
subordinación.
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El procedimiento especial de seguimiento permite, con el acuerdo voluntario de la persona denunciada,
pensar en un abanico de posibilidades que excedan la mirada punitivista, que no alcanza para poder trabajar el
protocolo.
El protocolo tiene el fin de garantizar un espacio libre de violencia y garantizar el derecho a la educación.

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