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Ladridos de Auxilio

Muchos estarán familiarizados con lo sucedido en la fría noche del 14 de abril


de 1912; un viaje de fiesta, la inauguración de uno de los más grandes y lujosos barcos
de la historia que termina en una de las más tristes tragedias: el hundimiento del famoso
Titanic. Penosas historias se despegan de este acontecimiento, familias separadas,
amigos que jamás se volverán a ver, romances que no pudieron llegar a más…Sin
embargo aquí no vengo a contarles de ningún Jack, ni de ninguna Rose, sino de aquellas
historias olvidadas o ignoradas que no muchos le dan importancia pero que para estas
personas lo fue todo.

Me miran como si fuera una cincuentona loca, simplemente no lo comprenden,


significa demasiado para mí. Creen que sólo se trata de un perro pero es mucho más, es
mi compañero, el único que se mantuvo para mí en los días más difíciles, el que me
apoyó tras la muerte de mi hermano.
El hombre uniformado, supongo que se trata de un oficial, se me acerca. Ya siento como
me va a mandar el discurso de que mi vida va primero y bla bla. Dice que me entiende,
já, hace segundos ví como este desalmado tiraba a su perro por la borda, no le creo
nada. Intenta convencerme, amaga a arrastrarme, es así que fuertemente lo pateo y corro
junto a mi compañero.

Las paredes se derrumban, el techo se cae, grandes choros de agua se disparan,


alguna que otra chispa salta, se ve como se viene el fin. Aún así mi chico se encuentra
feliz, percibe todo como un gran juego; veo su lengua afuera rodeada por sus blancos
colmillos, su pelaje oscuro pero brilloso, su cola larga moviéndose sin control, y ya no
dudo, tomé la decisión correcta debía mantenerme fiel a él como él se mantuvo conmigo
tantos años.

A lo lejos veo a alguien, me pregunto si me tendré que esconder; parece una


muchacha de unos veinte años con un Airedale Terrier, está como en estado de shock
mirando a lo que sería un pozo profundo de agua. Me le aproximo, parece una chica
agradable. Está embarazada, ¿qué hace aquí? Le indico cómo ir a las balsas
rápidamente, aún así, ella camina lento con la mirada perdida acariciando a su mascota.
No puede decirme qué hace aquí parada. Debe tener miedo por su hijo o tal vez busca al
padre de su criatura o quizás es una de las mías y vino a rescatar a su Terrier, ella
seguramente entiende lo que es amar…No como aquel cruel oficial… que se está
acercando ahora mismo, no tengo a donde ir, o salto al pozo de agua que cada vez se
hace más grande o me entrego a este hombre.

Ann Isham no tuvo que decidirse. Apenas el oficial atravesó el marco de la


puerta, esta se derrumbó sobre él no sólo arrebatándole la vida, también sacándole a
Ann y a su Doggo Alemán cualquier posibilidad de salir. No le quedo otra que sacarle el
chaleco salvavidas al uniformado, abrazar a su ser querido y rezar por lo mejor.

Como primer oficial del barco, mi deber es subir a la máxima cantidad de


ciudadanos posibles, calmar el pánico, controlar la situación. Es así que cuando veo
aquella señora gritar debido que no dejan subir a su enorme perro, me acerco pero -
como la mayoría de cincuentonas que me he cruzado en todos mis años de servicio-, sé
que no será tarea fácil. Por esta misma razón es que antes que nada me arrimo a mi
teniente más fiel y peludo, Riegel, un Terranova que hace muchos años me encontré
perdido en la calle, a quien le he enseñado todo lo que sé, volviéndose uno más del
escuadrón. Lo tomo en mis brazos, y le susurro que es el momento para lo cual lo
entrené; lo arrojo al agua sabiendo que sabrá cuidar de las personas de la balsa. No es la
primera vez que nos dividimos sin embargo presiento que será la última, aunque él
todavía no lo sienta pues determinado como siempre, empieza a nadar. Coloco mi rígida
mano sobre mi frente y orgullosa mente lo saludo como todo marinero merece.

Finalmente llego a la señora, averiguo que se llama Ann, no me dice más que
eso, intento apaciguarla pero es en vano. La mujer se altera, empieza a gritarme que no
entiendo nada, que soy un insensible y con sus tacones puntiagudos me patea la
pantorrilla. Duele más de lo que parece, pero rápidamente me exijo a recuperarme pues
es mi obligación ir tras ella, tomo un chaleco por las dudas y empiezo la persecución.
Lo peor de todo es que realmente la entiendo, es difícil abandonar a un compañero tan
noble y si fuera un poco más pequeño lo dejaría subir con ella, pero admitirlo en la balsa
significa un civil menos que se puede salvar y no puedo permitirme eso.

Allí estaba el honorable coronel John Jacob Astor implorando por su salvación,
el muy valiente no sabía nadar. Esperaba que me tirara a rescatarlo, yo una joven
embarazada de su hijo. ¿Acaso no tiene vergüenza alguna? Teniendo en cuenta que
mismo la noche anterior me engaño con otras mujerzuelas, a mí una joven de
diecinueve años. No lo puedo creer, hasta prefiero tirarme a rescatar a esa pulga, Kitty,
chillona pero menos irritante que este viejo canalla. Es más lo voy a hacer, me agacho
estiro mi brazo y… John me agarra, me esta cinchando, me va a hundir, viejo
asqueroso, le doy un puñetazo con mi mano libre. Se esta hundiendo, perdió la
conciencia, ¿qué acabo de hacer? Tomo rápidamente a Kitty, me paro pero soy incapaz
de moverme, miro al pozo esperando que vuelva, recordando su última expresión de
pánico y agonía.

Una señora me toca, todo mi cuerpo tiembla, qué habrá visto. Me hace toda clase
de preguntas a las que soy completamente incapaz de contestar o siquiera escuchar, lo
único que me despierta fue algo sobre mi bebé, mi bebé, debo salvar a mi bebé, me
dirijo a las balsas, aún no consigo centrarme pero debo llegar de alguna forma.

Lo crean o no, el trauma a la joven Magdalena se le fue rápidamente a los días


de su salvación, al enterarse de la fortuna que su difunto marido -coronel y magnate de
bienes raíces- le había dejado a ella y a su hijo. Es así que la viuda más contenta que ha
existido, se fue a vivir junto a su hijo y a Kitty, a la casa más grande y más lejana del
océano que pudieron encontrar.

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