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Por
Claudia Peiró
31 de Agosto de 2021
cpeiro@infobae.com
La otra cara de la leyenda negra sobre la colonización de América por los españoles es la
idealización del mundo precolombino, pintado como un Edén en el que los indígenas
vivían en armonía entre sí y con la naturaleza. La grandeza de la cultura azteca, plasmada
en sus monumentales construcciones, o el “socialismo” inca eran elementos de un relato
que encubría un dominio implacable de esos imperios sobre otras etnias a las que
sojuzgaban, explotaban, saqueaban y, en ciertos casos, devoraban. Literalmente.
“Oí decir que le solían guisar (a Moctezuma) carnes de muchachos de poca edad... (...)
mas sé que ciertamente desde que nuestro capitán [Hernán Cortés] le reprendió el sacrificio
y comer de carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar”. Quien
esto escribe es Bernal Díaz del Castillo, conquistador español, que en 1519 a las órdenes
de Hernán Cortés participó de la expedición que puso fin al Imperio azteca.
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Muros aztecas de cráneos humanos
Hasta entonces, se decía que los sacrificios humanos de los aztecas eran esporádicos, que
el canibalismo lo era aún más y que aquella pared de restos humanos, si existió, estaba
compuesta sólo por cabezas de guerreros capturados en batalla y que el objetivo de su
exposición en un muro era el amedrentamiento.
El Presidente mexicano criticó esta hipótesis pero debió admitir que “varios pueblos
originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los otomíes, los de Texcoco” y otros
“ayudaron a Cortés”, aunque agregó que “este hecho no debe servir para justificar las
matanzas llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza
cultural de los vencidos”. También admitió que la idea “de que Moctezuma era un tirano
puede ser cierta”. “Tampoco debe verse a Cortés como un demonio, era simplemente
un hombre con poder”, dijo.
Estas admisiones implican que su insistencia en una visión extemporánea e incompleta, por
decir lo mínimo, de la conquista y su panegírico de la cultura azteca están más cerca de la
impostura que de la convicción.
Por otra parte, como advierte Marcelo Gullo, incurre en el error de asimilar la historia de
los aztecas con la historia de México ya que éstos eran sólo a una de las muchas etnias
que habitaban ese territorio. Y cita al filósofo mexicano José Vasconcelos que afirma que “la
historia de México empieza como episodio de la gran Odisea del descubrimiento y
ocupación del Nuevo Mundo”.
“Antes de la llegada de los españoles -dice Vasconcelos-, México no existía como nación;
una multitud de tribus separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus
trescientos dialectos, habitaba las regiones que hoy forman el territorio patrio. Los aztecas
dominaban apenas una zona de la meseta... (...) Ninguna idea nacional emparentaba las
castas; todo lo contrario, la más feroz enemistad alimentaba la guerra perpetua, que sólo
la conquista española hizo terminar.”
En cuanto a la antropofagia -sujeto tabú para la corrección política- Gullo cita al antropólogo
estadounidense Marvin Harris, que en Caníbales y Reyes (1977) escribió: “Lo más notable
es que los aztecas transformaron el sacrificio humano de un derivado ocasional de la suerte
en el campo de batalla en una rutina según la cual no pasaba un día sin que alguien no
fuera tendido en los altares de los grandes templos como los de Uitz Uopochtli y Tlaloc. Y
los sacrificios también se celebraban en docenas de templos menores que se reducían a lo
que podríamos denominar capillas vecinales”.
Harris menciona el hallazgo fortuito de una de estas capillas, “una estructura baja, circular”
de unos 6 metros de diámetro”, descubierta cuando se estaba construyendo el subteráneo de
la capital mexicana. “Ahora se encuentra, conservada detrás de un cristal, en una de las
estaciones más concurridas. Para ilustración de los viajeros, aparece una placa en que
sólo se dice que los antiguos mexicanos eran muy religiosos”, acota.
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Sobre esto Gullo comenta: “Como lo demuestra el ejemplo de esa simple placa, si hay un
pueblo al que se le ha falsificado su propia historia, ese es el pueblo de México. Se les hace
creer [que] todos descienden [de los aztecas, y olvidar] que muchos de los que leen
esa placa descienden de los pueblos que los aztecas capturaban para realizar sus
sacrificios humanos”.
Los primeros muros de cráneos fueron hallados durante la construcción del subterráneo de la ciudad de
México, pero no se le informa al público de qué se trata exactamente
Los primeros muros de cráneos fueron hallados durante la construcción del subterráneo de la
ciudad de México, pero no se le informa al público de qué se trata exactamente
Uno de los rasgos más crueles de ese dominio azteca eran los sacrificios humanos. No es
característica exclusiva de ese pueblo pero sí lo es la modalidad, extensión e intensidad de
esta práctica y el hecho de que el fruto de las ofrendas humanas a los dioses iba a parar a la
mesa del emperador mexica y de su nobleza.
Las descripciones de estos sacrificios son impactantes de leer. Tan chocantes como las
escenas de sacrificios humanos de la película Apocalypto, de Mel Gibson, que le
valieron duras críticas de los detractores de la conquista. El film trata de la cultura maya, pero
la modalidad era muy similar a la azteca: la extracción del corazón a la víctima todavía
viva para ser ofrendado al dios, luego el despeñamiento del infeliz por el borde escarpado
de la pirámide, y finalmente el faenado de las “piezas” para su distribución...
“Después que las hubieron muerto y sacados los corazones, llevaban las pasito, rodando por
las gradas abajo; llegadas abajo, cortaban las cabezas y espetaban las un palo, y los
cuerpos llevaban los a las casas que llamaban calpul, donde los repartían para comer.” Esto
escribió fray Bernardino de Sahagún, en Historia general de las cosas de la Nueva España.
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Sahagún fue el primero en estudiar la cultura azteca. Describió con detalle las ceremonias y
el calendario religioso de los aztecas. Muchos prisioneros de guerra eran mantenidos
cautivos para ser sacrificados en determinadas fechas.
Sigue Sahagún: “Después de desollados (...) llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el
dueño del cautivo había hecho su voto o prometimiento; allí le dividían y enviaban a
Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o
parientes (...). Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo [en] una
escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida”.
Los sacrificios no se limitaban a los adultos: “Estos tristes niños antes que los llevasen a
matar aderezábanlos con piedras preciosas -dice Sahagún-, con plumas ricas y con mantas y
maxtles muy curiosas y labradas (...); y cuando ya llevaban los niños a los lugares a donde
los habían de matar, si iban llorando y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que
los veían llorar porque decían que era señal que llovería muy presto”.
Se trata de la mayor prueba arqueológica existente hasta ahora sobre la práctica de los
sacrificios humanos de los aztecas.
Pero ahora que deben rendirse a la evidencia, muchos especialistas adoptan una mirada
benevolente hacia estas prácticas. Un ejemplo es un artículo -”El sacrificio humano entre
los mexicas”- de los investigadores Alfredo López Austin y Leonardo López Luján que
advierten: “...el sacrificio humano nos resultará ininteligible si no tomamos en cuenta su
ubicación y su ensamble como pieza de ese gran rompecabezas que llamamos
cosmovisión. Una percepción simplista del sacrificio como fenómeno aislado
producirá condenas fáciles, incluso un repudio inmediato al pueblo practicante”.
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Advertencias éstas que también podrían aplicarse a la cosmovisión de los
españoles, pero bien sabemos que no es el caso. A los conquistadores se los juzga con
categorías del presente, sin miramientos.
Ilustración del Huey Tzompantli del Templo Mayor en otro códice español de los primeros años de la
colonización (Códice Ramírez)
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Imagen del Códice Tudela, de los primeros tiempos de la colonización
“Lo religioso fue entonces móvil esencial para practicar la antropofagia entre los antiguos
indígenas; en la inteligencia de que los muertos [N. de la R: los de los aztecas, se entiende,
los otros eran alimento] no eran objeto de olvido ni desprecio”.
“La antropofagia se presenta entonces, entre los antiguos mexicanos, como un hecho que
más que juzgarse, debe explicarse y comprenderse, adentrándose en el patrón cultural
en que se realizó y sin el prejuicio propio de una visión estrictamente occidental”.
Pero resulta que esta antropofagia, que según los indigenistas de hoy no existía o era sólo
esporádica y ritual, tuvo que ser prohibida por una Ley de Indias (XII del Título 1 del Libro
1), dictada por Carlos V en junio de 1523: “Ordenamos, y mandamos a nuestros Virreyes,
Audiencias, y Gobernadores de las Indias, que [...] prohíban expresamente con graves
penas a los Indios idólatras y comer carne humana, aunque sea de los prisioneros y
muertos en la guerra...”
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Ahora bien, el propio Sahagun dice que estos sacrificios humanos se realizaban de modo
cotidiano durante los meses de Tlacaxipehuliztili [marzo] y Tepeihuitl, [del 30 de
septiembre al 19 de octubre] dedicados respectivamente a los dioses Xipe Tótec y Tláloc, y
que las ceremonias incluían la práctica de la antropofagia. Es decir, no eran tan esporádicas.
El antropólogo e historiador francés Christian Duverger, que ha investigado los sacrificios
aztecas, escribió: “El canibalismo azteca no fue inventado íntegramente por los
españoles para justificar su sangrienta conquista. Tampoco se lo puede disimular tras
una coartada mística, pues no es reducible a la antropofagia ritual [...]. ¡No! La antropofagia
forma parte de la realidad azteca y su práctica es mucho más corriente y mucho más natural
de lo que a veces se suele presentar.”
“La principal fuente de alimento de los dioses aztecas estaba constituida por los prisioneros
de guerra -agrega Harris-, que ascendían por los escalones de las pirámides hasta los
templos, eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de
piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo de obsidiana esgrimido
por un quinto sacerdote. Después, el corazón de la víctima -generalmente descripto
como todavía palpitante- era arrancado y quemado como ofrenda, El cuerpo bajaba
rodando los escalones de la pirámide: que se construían deliberadamente escarpados para
cumplir esta función”.
Harris precisa luego cuál era el destino final de los cuerpos: “Como afirma (Michael) Harner
(de la New School), en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con
los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas
generales: Ias víctimas eran comidas”.
Todavía resta seguramente mucho por investigar y muchos osarios por desenterrar para
establecer con mayor precisión la dimensión de esta práctica. Pero llama la atención
que aquellos a los que la palabra genocidio les brota con gran facilidad cada vez que
se trata de la conquista española no la aplican a los aztecas respecto a los pueblos que
sojuzgaban.