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Derecho e instituciones

de la cultura mexica,
azteca o tenochca
La cultura más destacada del México
prehispánico es la mexica, también llamada
azteca o tenochca. Tal vez eso se deba a que a la
llegada de los conquistadores era el pueblo que
tenía la hegemonía y, por lo mismo, fue el más
conocido y estudiado por los cronistas
europeos. De ahí que en muchas ocasiones
cuando se estudia el Derecho prehispánico sólo
se hace referencia al caso de los aztecas, sin
tomar en cuenta a otros pueblos no menos ricos
en aspectos jurídicos.
Origen y peregrinación
Mucho se ha dicho, con base en los mismos
textos de ellos, que su origen se remonta a un
lugar lejano ubicado en el norte del país y al
que denominaban Aztlán o Chicomostoc ("lugar
de garzas, de la blancura o de los lagos"), de ahí
el nombre de aztecas. De ese lugar
peregrinaron durante muchos años hasta
establecerse en el Valle de México y fundar su
ciudad, Tenochtitlán.
La ubicación de Aztlán ha generado
conclusiones:
-No existió tal lugar; es mítico o simbólico.
-Se encontraba en Texas o en Colorado, o en
algún otro lugar de Estados Unidos de América.
-Se ubicó en la isla de Mexcaltitán, al norte del
actual estado de Nayarit. Por ello ese lugar se
considera como la "cuna de la mexicanidad” y
en tiempos recientes se estableció allí un
museo para divulgar este origen.
Los aztecas eran de origen
chichimeca, es decir, bárbaros del
norte; en su peregrinación hacia el
sur se integraron en un total de siete
tribus, a las que se les ha
denominado nahuatlacas, por su
lengua común, el náhuatl
Tribu Lugares que fundaron

Tecpanecas Azcapotzalco

Xochimilcas Xochimilco y Mixquic

Chalcas Chalco y Amecameca

Tlaxcaltecas Tlaxcala

Acolhuas Texcoco y Culhuacán

Tlahuicas Tláhuac y Cuauhnáhuac (Cuernavaca)

Mexicas México-Tenochtitlan
Al parecer, hacia el año 1111 o 1160 d.C. los
aztecas emprendieron su peregrinación hacia
el sur. La ruta que siguieron no ha sido
precisada por los historiadores. Los aztecas
decían que venían dirigidos por sus sacerdotes,
los que a su vez seguían las indicaciones de su
deidad principal Huitzilopochtli ("colibrí
zurdo"), personaje entre real y legendario, tal
vez un destacado guerrero, quien los guiaba
por medio de unos pájaros que trinaban con
un tigui, que significaba para ellos "¡seguid!" o
"¡adelante!”
En 1325 pudieron establecerse, con la
autorización de los tecpanecas de Azcapotzalco,
en un islote al sur-poniente del lago de Texcoco,
en donde encontraron una señal, para ellos de
alta significación, según lo narra Fernando
Alvarado Tezozómoc en su Crónica Mexicayotl:
"Llegaron entonces allá donde se yergue el nopal.
Cerca de las praderas vieron con alegría cómo se
erguía un águila sobre aquel nopal. Allí estaba
comiendo algo, lo desgarraba al comer. Cuando
el águila vio a los aztecas inclinó su cabeza.
Con ello llegaba a su fin la gran caminata o
peregrinación, desde Aztlán hasta
Tenochtitlan (lugar de tenochcas o
sacerdotes), que duró entre 165 y 214 años,
según la fecha que se acepte para su inicio.
Es claro que a lo largo de ella fueron
dejando asentamientos y rastros de su
cultura.
Etapas históricas
Si tomamos en cuenta el tiempo trascurrido entre 1325
(fundación de Tenochtitlan) y 1521 (caída de la ciudad
en manos de Cortés), estamos hablando de sólo 196
años, a lo largo de los cuales lograron los aztecas realizar
todo su ciclo histórico (origen, esplendor y decadencia).
Este ciclo suelen tenerlo las civilizaciones al cabo de
muchos siglos, como es el caso de los egipcios, los
griegos y los romanos, pero recorrerlo en tan sólo dos
siglos, con un promedio de ocho generaciones (una por
cada 25 años), es algo insólito en la historia universal, lo
que hace que el pueblo mexica se convierta en una
cultura particularmente atractiva para los expertos en la
materia.
Fuentes
En el caso de los aztecas, sus fuentes de
información son muy ricas y variadas:
1. Códices. Manuscritos elaborados dentro de la
tradición indígena, si bien códice es un manuscrito
cosido en un lado, lo que no coincide en el
formato o presentación de las pinturas indígenas,
plasmadas en diversos materiales y que les servían
a manera de escritos.
Los hay anteriores o posteriores a la conquista
española, hechos de piel curtida, amate o de
lienzo o tela.
Los pintores de códices o tlacuilos estudiaban en
el Calmécac, colegio de nobles. De estos
"códices" hablan en algunos momentos, entre
otros, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, fray
Diego de Landa, fray Francisco de Burgoa
(cronista de Oaxaca) y fray Bernardino de
Sahagún.
Incluso se ha dicho que existían grandes
depósitos de estos documentos, a manera de
bibliotecas, llamadas amozcalli, o "casa de libros".
Al llegar la conquista se destruyeron muchas de
estas "barbaridades", como las llama
injustamente el padre Burgoa.
Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, y fray
Diego de Landa, segundo obispo de Yucatán, se
caracterizaron por la enorme destrucción y quema de
códices que ordenaron debido a su celo religioso
desmedido. Hoy apenas se conocen unos 18 códices
auténticamente prehispánicos, que según su presentación
y tamaño pueden ser llamados códice, tira, rollo, lienzo y
anales o crónicas.
Por su temática pueden ser míticos y religiosos, históricos,
genealógicos, cartográficos, económicos y etnográficos.
Los dos últimos son los más importantes para el estudio
del Derecho azteca porque describen los sistemas de
producción, comercialización, costumbres y sistema
sociojurídico de este pueblo.
Algunos de los códices para el estudio de los
aztecas son:
a) El Códice Mendocino, mandado elaborar en
tiempos del primer virrey de la Nueva España,
Antonio de Mendoza. Consta de tres partes.
En la primera se relata la historia de los reyes
de México-Tenochtitlan y las dos partes
restantes contienen amplia información
respecto a la vida de los indígenas en la
primera mitad del siglo XVI.
Es importante destacar que el códice contiene una
biografía muy detallada del emperador Moctezuma
Xocoyotzin y algunos datos sobre el Derecho procesal
y penal de los aztecas.
Forma hoy parte de este documento una copia de la
Matrícula de Tributos, en la segunda parte del Códice
Mendocino. Esta matrícula la realizó algún tlacuilo,
quizá por órdenes de Hernán Cortés, para conservar
información precisa respecto a la economía y
tributación prehispánicas.
La Matrícula de Tributos, conjuntamente con el códice
prehispánico Azoyu II constituyen los documentos
básicos para el conocimiento del Derecho fiscal azteca.
Se puede clasificar como un códice económico-
estadístico porque trata de los tributos que
pagaban los pueblos vencidos a los aztecas, pero
también puede ser considerado como geográfico-
toponímico, ya que contiene en cada caso el
jeroglífico representativo de los diversos pueblos
tributarios.
b) El Códice Caspianus.
c) Los Códices Borgia.
d) El Códice Ramírez.
e) Los códices Tlotzin y Quinantzin, que se
encuentran en París.
f) El Lienzo de Tlaxcala, que se refiere a
diversos episodios de la conquista de
México por los españoles.
g) El Códice del Museo de América. Éste
se ubica en Madrid y contiene importantes
testimonios respecto a la conquista en el
Nuevo Continente.
i) La Tira de la Peregrinación o Códice Boturini.
Es una tira larga y estrecha (mide 549 por 19
centímetros), que se dobla como biombo,
formando unas 22 hojas. Se dibujó de un solo
lado, con pinturas en negro y rojo. Se creyó que
era prehispánico, pero ahora se sabe que se
elaboró en la época colonial.
Para un conocimiento más cabal de los códices
y anales es interesante el estudio de Gonzalo
Vilchis Prieto, Los códices prehispánicos como
fuente histórica del Derecho mexicano.
2. Las obras de los historiadores indígenas,
quienes fueron cristianizados y educados por
los misioneros españoles, de manera que en
sus obras ya hay influencia europea muy
marcada, pero que relataron con bastante
fidelidad la vida y las costumbres del mundo
prehispánico. Algunos vivieron en su infancia
esa época anterior a la conquista, o bien
estuvieron próximos a parientes que habían
sido testigos y actores de ese tiempo.
- Fernando de Alva Ixtlilxochitl (1578 o 1580-
1648). Entre sus obras destacan Historia
Chichimeca y Relaciones históricas de la nación
tolteca. La Universidad Nacional Autónoma de
México las ha editado como Obras históricas y
gracias a este autor conocemos unas 20 de las 80
u 83 leyes que se atribuyen a Nezahualcóyotl.
- Juan Bautista Pomar (1520- 1610). Nacido un
año antes de la conquista de México, escribió
Relación de las antigüedades políticas y religiosas
de las Indias, también conocida como Relaciones
de Texcoco.
- Fernando (o Hernando) Alvarado Tezozómoc (1535-
1590). Emparentado con la nobleza azteca, escribió
Crónica Mexicayotl y fue traductor en la Real Audiencia
de la Ciudad de México.
- Domingo de San Antón Muñoz Chimalpaín (1579-1660),
nacido en Amecameca, escribió Memorial de Culhuacán
y Relaciones de Choleo y Amecameca.
- Cristóbal del Castillo (1526-1606), nacido en San Juan
Teotihuacan, escribió Historia de los mexicanos, obra que
fue rescatada del olvido en el siglo XIX por el historiador
Francico del Paso y Troncóse.
Los cronistas europeos. Es de gran importancia el
género de la crónica en el estudio de las costumbres
prehispánicas. Para el caso de los aztecas destacan los
cronistas siguientes:
a) Hernán Cortés (1485-1547), nacido en Medellín, en la
actual provincia de Badajoz. Murió en Castilleja de la
Cuesta, cerca de Sevilla. Durante dos años estudió leyes
en Salamanca, pero abandonó la carrera y participó con
Diego Velázquez en la conquista de Cuba. Después fue
notario en Trinidad y alcalde en Santiago en ese mismo
país. Se casó con Catalina Xuárez y emprendió la tercera
expedición española a tierras mexicanas para realizar la
conquista de los aztecas. Más tarde fue nombrado
marqués del Valle de Oaxaca.
Con el propósito de informar a la Corona respecto
de sus hazañas en estas tierras, escribió cinco
cartas, que han sido llamadas de Relación, cuyos
originales, en manuscrito, se encuentran en la
Biblioteca Imperial de Viena y tienen un total de
325 hojas, de las que quedaron 15 sin escribir. La
primera se redactó en 1519 en plena campaña de
conquista para la reina regente Juana; está
firmada en la Villa Rica de la Vera Cruz. Las cuatro
restantes fueron para Carlos V; la segunda en
Segura de la Frontera, la tercera en Coyoacán, la
cuarta y la quinta en México-Tenochtitlan. Todas
ellas se escribieron entre 1520 y 1526.
b) Andrés de Tapia (1485, falleció aproximadamente a
mediados del siglo XVI). Fue soldado de Cortés y al
parecer tomó parte en las luchas más relevantes de la
conquista. Más tarde fue Justicia Mayor (juez) en la
Ciudad de México. Escribió Relación sobre la Conquista
de México.
c) Bernal Díaz del Castillo (1492-1588). Es el cronista por
antonomasia. Nació en Medina del Campo y murió en la
Antigua Guatemala, donde todavía se conserva la casona
en la que vivió sus últimos años y donde escribió su obra
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
que a la fecha se estudia entre las obras de la literatura
española, aun cuando él no fue un hombre ilustrado.
d) Fray Bernardino de Sahagún (1499 o 1500-
1590). Ilustre franciscano, escritor y gran
investigador; para algunos es un precursor muy
precoz de la investigación sociológica en
América. Así, se adelantó a su época haciendo
indagaciones directas y confrontadas. Estudió
en Salamanca y se ordenó sacerdote en 1524.
En 1529 pasó con otros 19 religiosos a la Nueva
España; radicó un tiempo en Tlalmanalco y
luego en Tlatelolco. Igualmente estuvo en
Xochimilco y fue visitador de su orden religiosa
en Michoacán.
Los indígenas le tenían especial gratitud y
respeto por su paternal desempeño en la
evangelización y educación. Su obra
monumental: Historia general de las cosas
de la Nueva España abarca todos los
aspectos de la vida social, jurídica,
económica, familiar, política y religiosa del
pueblo azteca. También se considera una
obra básica para la historia de México.
e) Fray Juan de Torquemada (1580-1674).
Franciscano, escribió Monarquía indiana.
f) Fray Toribio de Benavente, "Motolinía" (1482-
1568). Historia de los indios de la Nueva España,
obra que contiene numerosos aspectos de las
costumbres de los indígenas.
g) Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566). Junto
con fray Antón de Montesinos se hizo célebre por
sus sermones en Santo Domingo defendiendo los
derechos de los indígenas;
En su afán de cuidar los intereses de los indígenas
escribió, entre otras obras, la Apologética historia
de las Indias.
Organización política
Mientras duró su peregrinación los aztecas
se configuraron como un pueblo organizado
en clanes (grupos de familias), los que a su
vez integraban una tribu, todas ellas formas
elementales de organización sociopolítica. En
cuanto a su gobierno, estaban regidos por
una teocracia apoyada en un grupo militar.
El lugar donde finalmente pudieron asentarse en el Valle
de México fue el islote en medio del lago de Texcoco, que
denominaron México-Tenochtitlan, si bien previamente
habían pretendido establecerse en Atizapán y en
Chapultepec, lugares no muy apropiados para quedarse
por estar infestados de serpientes, el primero, y de
langostas o chapulines, el segundo. Pero el islote quedaba
comprendido dentro del territorio dominado por los
tecpanecas de Azcapotzalco, que les impusieron fuertes
tributos. Esto se hizo más rígido para los aztecas cuando
ascendió al trono de Azcapotzalco el terrible rey
Tezozómoc, de quien se dice que gobernó 80 años, desde
1347, unos 20 años después de fundada Tenochtitlan.
Durante el tiempo que transcurrió entre 1325 (fundación
de la ciudad) y 1376 (ascenso al trono de México del
primer rey o tlatoani Acamapichtli), Tenochtitlan fue
gobernada por sacerdotes y caudillos. Éstos fueron,
entre otros, Ocelopan, Quiapan, Ahueyotl, Xomimitl,
Acacitli, Mentzineauh, Xocoyotl, Atototl, Xihupati y
Tenochtli.
La ciudad primitiva se dividía en cuatro barrios o calpullis
y se unía a tierra firme por tres calzadas construidas
artificialmente: al norte la de Tepeyaca, que la vinculaba
de paso con Tlatelolco; al poniente la de Tacuba y al sur
la de Tlalpan, que a una altura determinada se dividía
hacia dos rutas, Iztapalapa al oriente y Coyoacán al
poniente.
Hacia 1376 lograron que Azcapotzalco les permitiera
tener un rey o cacique de origen militar; éste fue
Acamapichtli, con lo que iniciaron su etapa de
caudillaje. Al rey lo denominaron tlatoani y con el
tiempo, cuando este funcionario ya era el poderoso
señor de un enorme territorio, se hizo llamar tlatoani
huaytlatoani tecpalcantecutli ("el que habla").
Aún seguían siendo tributarios de Azcapotzalco y los
primeros tres reyes de México padecieron esa tiranía.
Pero en 1427 murió el temido Tezozómoc y fue
sustituido por su hijo Tayatzín o Teayauhtzín, quien a su
vez murió asesinado por Maxtla, su hermano.
Este fratricidio desencadenó la muerte del tercer
tlatoani de México, Chimalpopoca (por condenar la
usurpación) y el ascenso al trono azteca de Izcóatl,
quien aprovechó la oportunidad para formar una
Triple Alianza entre Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba,
la que dio por resultado la caída de Azcapotzalco y la
muerte de Maxtla.
La Triple Alianza continuó en funciones y logró
dominar territorios muy alejados. En cada ciudad de
la Alianza regía el tlatoani respectivo de manera
autónoma, si bien uniéndose en confederación para
los casos de declaración de guerra, el desarrollo de
las campañas militares, la tributación y los acuerdos
de paz y alianza con otros pueblos.
Gracias a ello lograron conquistar un territorio
inmenso, que comprendía desde el sur de Sinaloa y
Tamaulipas hasta incluso Costa Rica, con excepción
de Michoacán, al que nunca lograron vencer, si bien
lo intentaron varias veces, y Tlaxcala, cuya posesión
fue siempre precaria por lo levantisca.
En suma, lo que los europeos llamaron Imperio
azteca en realidad era una confederación de tres
tribus, cada una encabezada por su caudillo o
tlatoani, quien simbolizaba su poder con un carcaj de
flechas y arco dorados, y cuyo nombre significaba "el
que habla bien".
Por eso se colocaba un glifo en la boca del
personaje representado en los códices como
tlatoani.
Cuando murió Izcóatl, creador de la Triple Alianza,
se trató de elegir al nuevo tlatoani de México y la
pugna política se planteó entre dos sobrinos del
rey fallecido: Moctezuma Ilhuicamina y Tlacaélel,
ambos con merecimientos suficientes para aspirar
al trono. La situación bien pudo convertirse en un
verdadero cisma, por lo que se acordó nombrar a
Moctezuma Ilhuicamina como tlatoani y crear una
nueva investidura, un tanto paralela, la del
cihuacóatl, para Tlacaélel.
El cihuacóatl sería una especie de cogobernador, con
varias funciones específicas, como la de ser
responsable de la tributación y del tesoro, auxiliado en
esto por los calpixquis (recaudadores) y el
tepalcancete o petlancete (tesorero); igualmente
precedía en ocasiones el Tribunal Supremo y
organizaba y vigilaba a los tlatoques (magistrados) y a
los tecuhtlis o teuctlis (jueces menores). Asimismo,
fungía como superior de los militares, es decir, de los
tlacatecutlis (señores de los hombres), que eran dos
(uno de la orden de los guerreros águila, y el otro de
los guerreros jaguar o "tigres"); el tlacochcálcatl (jefe
de la casa de los dardos o del arsenal), así como los
telpochtlataques (comandantes de batallones de 400
hombres).
El cihuacóatl también tenía autoridad sobre los
calpulleques o jefes de barrio o calpullis. De la misma
manera, vigilaba el desempeño de los pochtecas o
comerciantes, que a veces hacían la labor de
auténticos embajadores. Así, se advierte que el
cihuacóatl era una especie de primer ministro y que en
la monarquía azteca podía aplicarse el principio
europeo de que "El rey reina pero no gobierna".
El nombre de cihuacóatl significa "el de la falda de
serpientes", porque en su mentalidad religioso-política
debían quedar representados en el poder los dos
géneros, esto es, el masculino con el tlatoani y el
femenino con el cihuacóatl.
El tlatoani por ello era la más alta autoridad. Su
poder provenía directamente de Huitzilopochtli,
el dios principal, con el que incluso estaba
emparentado, si bien era elegido por un cuerpo
especial. Él era el responsable del buen
gobierno y de dictar la ley al pueblo. El tlatoani
era el gobernador vitalicio y concentraba en sus
manos gran poder político, judicial, religioso y
militar. Era el más alto funcionario del llamado
tlatocayotl (palabra equivalente a Estado).
El cihuacóatl Tlacaélel resultó ser un
verdadero estadista; su capacidad, audacia y
responsabilidad contribuyeron a hacer de
Tenochtitlan una hermosa capital, en donde
destacaba el cultivo de las artes y de la ciencia,
y con todo ello respaldó de manera
significativa el gobierno de su hermano
Moctezuma Ilhuicamina. De esta suerte en lo
sucesivo, a la muerte del cihuacóatl, el tlatoani
en turno nombraba a su sustituto. De hecho,
ya siempre hubo un tlatoani (jefe de Estado) y
un cihuacóatl (jefe de gobierno).
Con el tlatoani, en calidad de Senado o
Consejo estaba el tlatocan, integrado por los
20 calpulleques o jefes de barrio. De este
consejo emergía otro cuerpo colegiado
supremo: el tlatocaltzin. Este último era un
consejo supremo permanente y sus miembros
tenían carácter vitalicio. Se integraba con el
cihuacóatl, los tlacatecutlis (águila y jaguar) o
el tlacochcálcatl (jefe de arsenal) y el tenochca
o sumo sacerdote. En total eran cinco
individuos los que aconsejaban al tlatoani en
las grandes decisiones.
A la muerte del tlatoani, el cihuacóatl
continuaba dirigiendo al gobierno y convocaba
al tlatocaltzin para que junto con los tlatoanis
sobrevivientes de la Alianza (Tacuba y Texcoco),
a manera de grandes electores decidieran,
entre los siete, la designación del nuevo
tlatoani.
Con todo ello, la decisión de los dos tlatoanis
aliados, el cihuacóatl, los representantes del
ejército y de los sacerdotes, el poder del
tlatoani quedaba bastante limitado. En los
pueblos sometidos por los aztecas gobernaban
los tlatoanis menores.
Los tlatoanis
Fueron 11 los reyes o tlatoanis de Tenochtitlan,
agrupados en una monarquía mítica, viril y unidinástica.
1. Acamapichtli ("el que empuña la caña o el cetro")
1376-1396.
2. Huitzilihuitl ("colibrí celestial o pluma de colibrí")
1396-1417.
3. Chimalpopoca ("escudo que humea“) 1417-1427
4. Izcóatl ("víbora de pedernal") 1427-1440
5. Moctezuma llhuicamina ("flechador del cielo")
1440-1469
6. Axayácatl ("cara de agua") 1469-1481
7. Tízoc Chalchihuitlatonacatzín ("agujerado con
esmeraldas, o pierna enferma") 1481-1486
8. Ahuízotl ("perro de agua") 1486-1502
9. Moctezuma Xocoyotzin ("señor señudo y
respetable") 1502-1520
10. Cuitláhuac ("excremento divino o seco") junio a
noviembre de 1520
11. Cuauhtémoc ("águila que desciende")
1520-1521.
Con toda esta gama de fuentes, variadas y amplias es
posible estudiar con gran profundidad el Derecho mexica
o azteca, al que entre los derechos prehispánicos
podemos considerar un sistema jurídico evolucionado,
porque:
•Los aztecas pudieron aprender las experiencias de
numerosos pueblos anteriores y contemporáneos suyos.
•Contaron con una estructura político-administrativa más
amplia y compleja, a pesar de haber conservado su
organización tribal.
•Desarrollaron una amplia base filosófica y moral,
sustentada en su concepción religiosa.
Los principios éticos se enseñaban a hombres y
mujeres desde la casa y la escuela. La educación
solía ser severa. Se les inculcaba el respeto al
anciano, a los sacerdotes y a los gobernantes, al
padre, a la madre y a los antepasados, y estaban
en constante servicio a los dioses. Se tenía en
alto el concepto de yécotl (rectitud), de yectli
(recto), y era una virtud que procuraban
implantar entre sus hijos y alumnos. Se criticaba
la perversión y la avidez o ambición que tiene el
camino de los hombres y los gobernantes.
Es curioso que Sahagún afirme: "es gran
vergüenza nuestra que los indios naturales,
cuerdos y sabios antiguos supiesen dar
remedio a los daños que esta tierra imprime
a los que en ella viven, ablando a las cosas
naturales con continuos ejercicios, y nosotros
nos vamos al agua abajo con nuestras malas
inclinaciones”.
El calpulli
Calpulli equivale a calpolli, aumentativo de calli
o "casa grande". Significa "barrio o suburbio,
aldea o poblado“. Esta organización es de
origen teotihuacano y luego fue adoptada en
todo el Valle de México por las distintas tribus
prehispánicas.
Cuando se fundó Tenochtitlan en 1325, se
dividió la ciudad en cuatro calpullis, si bien a la
llegada de Cortés en 1521 eran 20 calpullis.
En cada calpulli había a su vez una subdivisión
en tlaxicaüis o clanes, grupos de familias que
reconocían un ascendiente común: el llamado
abuelo o tata.
De esta manera, el calpulli era un "barrio de
gente conocida y de linaje antiguo", como lo
define el oidor y cronista Alonso de Zorita en su
Breve y sumaria relación de los señores de la
Nueva España. Esto es así porque había
finalmente un parentesco entre las familias
avecindadas en cada calpulli. Por eso éste
equivale a una organización de clan.
Con base en Víctor M. Castillo Farreras y otras fuentes, se
puede decir que el calpulli era una unidad:
1. Política. Porque tenía su propio gobierno integrado por
un consejo de ancianos o tatas, jefes de los clanes o
patriarcas, encabezados por el de mayor prestigio, llamado
teachcauh, quien era elegido por los propios ancianos.
Además, también elegían al calpulleque o jefe de barrio,
entre las cabezas de familia más destacados por su
capacidad y por su honestidad. Igualmente era electo el
tecuhtli, guerrero famoso por sus hazañas y al que se
encargaba la vigilancia del calpulli y el adiestramiento
militar de los varones que debían prestar servicios en el
ejército azteca.
Otros funcionarios menores, y ya designados por el
calpulleque, eran los tlacuilos o escribanos. El cargo
de era de elección y vitalicio, pues sólo se dejaba por
mala salud física o mental, o por deshonestidad, en
cuyo caso se arriesgaban a sufrir la pena capital.
Cada calpulli tenía una insignia específica que se
colocaba en su estandarte de ricas plumas. Al
conjunto de calpullis le llamaban calpultín. Al mismo
calpulli en el nivel de los pueblos tributarios de la
Triple Alianza se le llamaba altepetlalli.
2. Administrativa. Porque el renglón de lo que ahora se
denomina servicios públicos era proporcionado a la
comunidad por el calpulleque, que contaba con un
grupo de esclavos para mantener limpias las calles y
plazas de su calpulli, y disponía de hombres armados
para garantizar la paz pública.
Los calpulleques llevaban la cuenta de su población,
sabían cuántos nacimientos, defunciones y
matrimonios se efectuaban y diariamente se reunían
con el cihuacoátl para dar cuenta a éste del estado que
guardaban sus barrios. Recuérdese que integraban
entre ellos el consejo del tlatocan frente al tlatoani, a
manera de gran Senado.
3. Fiscal. Porque el calpulleque se encargaba de reunir
entre todas las familias de su barrio el importe del
tributo, a fin de que en la fecha convenida el
calpixque o recaudador lo recogiera. Por lo mismo, el
pago tributario o fiscal se pagaba por barrios y por
pueblos, es decir, era grupal.
4. Militar. Porque cada calpulli debía aportar un
número determinado de hombres para contribuir a la
formación del ejército azteca. Estos hombres eran
designados por el calpulleque, el barrio se obligaba a
proporcionarles armas y adiestramiento militar, éste a
cargo del tecuhtli del calpulli.
5. Religiosa. Porque todo calpulli contaba con su deidad
propia, su antepasado mítico, su templo o teocalli (casa
de Dios) y su cuerpo de tenochcas o sacerdotes incluso
con su día de fiesta local. Esto fue muy importante para
facilitar la evangelización por parte de los misioneros
cristianos, porque al formarse los barrios y pueblos de la
Colonia los dedicaron a una imagen religiosa. Así, los
cuatro primeros barrios del centro de la vieja
Tenochtitlan fueron, en la ciudad colonial de México, los
barrios de San Juan, San Pablo, San Sebastián y Santa
María o de la Merced. Hoy aún observamos la
importancia que tienen las festividades patronales de
cada lugar.
6. Familiar. Porque el calpulli era un conjunto de linajes
o grupos de familias patrilineales (ambilaterales en el
caso de los pillisopipiltzines o nobles), así como de
amigos y aliados.
7. Residencial. Porque implicaba tenencia de la tierra en
forma comunal, en chinampas y parcelas explotadas por
cada familia, además de la casa habitación, que debía
construirse de acuerdo con la posición social de los
habitantes del calpulli.
8. Social. Porque los habitantes del calpulli pertenecían
a un mismo estrato social, pillis (nobles) o macehuallis
(plebeyos) y, en consecuencia, no podían mezclarse
entre sí.
9. Cultural. Porque, dado el mismo nivel social, los
habitantes del calpulli presentaban similares
formas culturales, vestidos, adornos, costumbres,
etc. En sentido estricto, formaban una subárea
cultural o una subcultura.
10. Económica. Porque la actividad productiva era
compartida por todos. Así, había calpullis de
alfareros, de fabricantes de telas, etc., además de
que la propiedad de la tierra era colectiva o
familiar.
11. Laboral. Porque las labores y sus
responsabilidades se compartían entre los
habitantes del calpulli en edad productiva.
Por ello, el sujeto dentro del calpulli podía hacerlo
todo; fuera del mismo, estaba condenado a la
miseria y al desamparo.
El calpulleque asignaba las tierras de cada familia,
que debían ser cultivadas. Si en un ciclo agrícola no
había cosechas por descuido o negligencia, el
calpulleque amonestaba a la familia respectiva, pero
si se daba la reincidencia se le quitaba su parcela y se
le expulsaba del calpulli.
A la llegada de los conquistadores la organización
colectiva del calpulli fue desapareciendo
paulatinamente, pero en lugares apartados de la
influencia europea aún subsiste.
Organización social
La sociedad mexica era estamentaria, es decir, se
basaba en estamentos o estratos sociales, definidos
por un estilo común de vida y una función social
determinada. Las personas se distinguían desde su
nacimiento en una sociedad cerrada. En términos
generales esta clasificación, en orden decreciente, se
puede fijar de la manera siguiente:
1. Los nobles, llamados pillis o pipiltzines. Esa nobleza
era hereditaria, si bien algunos privilegios de que
disfrutaban eran propios de las funciones que
desempeñaban. Entre ellos se distinguían tres
niveles:
Los tlatoanis, jefes de caciques.
Los tecuhtlis, señores o principales.
Los pillis o parientes subordinados a los
anteriores

Todos ellos tenían acceso a una educación


privilegiada, pero debían mantener su dignidad
y conservar sus tierras.
Los nobles se dedicaban al sacerdocio o eran
grandes guerreros y comandantes militares.
•Los pochtecas, comerciantes, quienes a veces
hacían labores de espionaje y aun de
embajadores, aprovechando los largos
recorridos que tenían que efectuar para
comprar y vender sus mercancías.
•Los macehuales o macehualtin. Gente común,
equivalente a plebeyos, se decían así porque su
nombre significa "el que hace penitencia“.
Muchos de ellos eran artesanos de diversos
oficios o campesinos y se agrupaban por
especialidades en los diferentes barrios de la
ciudad.
•Los tamemes. Cargadores de oficio. Recuérdese que
los aztecas no conocieron las bestias de carga, por lo
que debían trasladar sus bultos sobre la espalda
apoyándose con una faja de manta colocada sobre la
frente. Cargaban así hasta unos 23 kilogramos y
recorrían a pie un promedio de 25 kilómetros por día.
•Los mayeques. Eran tributarios de los pueblos
vencidos por los aztecas. Se les consideraba hombres
libres, pero debían pagar tributo y trabajar las tierras
que habían sido de ellos y que ahora pertenecían, a
manera de botín, a los guerreros mexicas vencedores.
Si eran campesinos quedaban adscritos al terreno, sin
poder desplazarse, con lo que se originó una especie
de feudalismo.
•Los esclavos o tlacollis. Podían serlo por varias causas:
-Cautivos de guerra, porque no había canje de
prisioneros; un individuo en estas condiciones era esclavo
de quien lo había apresado.
-Venta. El padre podía vender a un hijo por extrema
pobreza y a condición de tener por lo menos cuatro hijos.
De este modo, a uno lo hacían esclavo y tres quedaban
libres.
-Auto venta. En ocasiones extremas se vendía así mismo
un sujeto o se llegaban a vender familias completas, a
veces de manera permanente o temporal, e incluso
rotativa.
-Por delito. Ciertos delitos hacían caer en esclavitud al
delincuente a favor de la víctima.
Los esclavos se dedicaban a los trabajos del
hogar, a la limpieza de las calles y plazas y a la
construcción de obras públicas.
A partir del famoso rey de Texcoco
Nezahualcóyotl, legislador, filósofo, poeta,
guerrero, juez y constructor, los hijos de
esclavos eran considerados libres, algo más
humano que lo que al respecto disponía el
Derecho romano. Las causas de liberación
eran:
-El matrimonio con el dueño o la dueña,
según el caso.
-Por autorrescate, pagándole al dueño su valor
comercial. Esto implica que el esclavo
conservaba su propio patrimonio, lo cual no era
posible en el Derecho romano.
-Por disposición del dueño, sin que para esa
manumitió fueran necesarias las solemnidades
del Derecho romano.
-Por escaparse del mercado de esclavos y poner
un pie en excremento humano.
-Por alcanzar "asilo“ en el templo o en el
palacio real.
Estamento Composición
Tlatoani, huaytlatoani, Gobernante supremo de
tecpalcantecutli origen divino
Tlatoanis Gobernantes menores o
caciques
Tecuhtlis Señores principales
Pillis Nobles subordinados
Pochtecas Comerciantes
Macehuales Artesanos y campesinos
Tamemes Cargadores
Mayeques Tributarios de los pueblos
vencidos
Tlacollis Esclavos
Organización económica
En materia económica los aztecas evolucionaron mucho,
tanto en el ámbi­to local como en el intercambio a
grandes distancias. Era tan significativo el comercio que
los pochtecas tenían su propia organización, sus jueces,
administradores y deidades como Yacatecuhtli ("señor
nariz", dios de los que viajan).
Las expediciones mercantiles se planeaban y controlaban
con detenimiento. En ellas se invertía mucho y se corría
gran peligro, pero las ganancias lo compensaban todo. De
las diferentes partes del Imperio se traía todo tipo de
mercaderías, algunas de las cuales, por su rareza, eran
especialmente deseadas por la población.
Los pochtecas mantenían estrecha relación con los
artesanos para com­prar sus mercancías, a fin de luego
revenderlas en el tianguis o mercado. Para ingresar en el
grupo de los pochtecas un individuo debía hacer méritos
sufi­cientes, por lo que generalmente acudía a una
expedición y luego se presenta­ba ante las autoridades de
comercio para que lo aceptaran. Con el tiempo podía
llegar a ser conductor de caravanas. Lo más importante
era llegar a ser un pochteca que no tuviera que viajar,
sino que dirigiera sus negocios desde Tenochtitlan. La
actividad comercial se lla­maba pochtecayotl y se
celebraba en el tianguis, que siempre era un local
cerrado; no había vendedores ambulantes.
En el mercado las mercancías se establecían por
orden de géneros (pieles, aves, frutas, joyas,
etc.); todo estaba en orden y no se escuchaban
gritos ni pregones. Había personas armadas que
cuidaban que nadie perturbara la paz pública y
jueces para dirimir conflictos entre comercian­tes
y entre éstos y sus clientes.
El tianguis era un lugar concurrido. Se dice que
sólo en el de Tlatelolco se reunían diariamente
hasta 60 000 personas. En el tianguis no sólo se
compraba y vendía, sino que también se podían
contratar los servicios de cargadores,
peluqueros, etcétera.
Además, en los tianguis y en los calpullis o barrios había
médicos, parteras, odontólogos, especialistas en
ceremonias fúnebres, astrólogos y baños públicos, tanto
para asearse como para exonerarse, para lo cual usaban
canoas como letrinas. Igualmente había lugares donde se
expendía comida y otros donde se podía albergar
cualquier visitante en Tenochtitlan.
La mayor parte de los ingresos públicos provenían del
tributo de los pueblos vencidos, de ahí la importancia de
las guerras de conquista, pero también del odio y
resentimiento que tenían estos pueblos hacia los azte­
cas, lo cual fue luego aprovechado por Cortés.
El comercio se ejercía mediante el trueque o utilizando
semillas de ca­cao, manojos de plumas de aves preciosas,
como el quetzal, etc., a manera de monedas.
Se calcula la población de Tenochtitlan en 300 000
habitantes aproxi­madamente, lo que para su época y
circunstancia era ya una cifra exagera­da, sobre todo si
se toma en cuenta lo reducido del terreno disponible.
De cualquier manera, éste era muy bien aprovechado,
pues en el centro de la isla se encontraban unos 78
edificios entre los que destacaban el gran teocalli
(templo) con sus dos salas, la de Huitzilopochtli y la de
Tláloc; el templo de Quetzalcóatl; el juego de pelota;
el tzompantli o altar donde se ponían los cráneos de
los sacrificados.
En la compraventa el comprador tenía derecho de
arrepentirse y en este caso se le devolvía lo que ya
hubiera pagado. Ade­más, para evitar la sospecha
sobre el origen de las mercancías se acostumbraba
comprar exclusivamente en los mercados. Había
mercados o tianguis genera­les y otros especiales; en
estos últimos se vendían ciertos géneros exclusiva­
mente. De los mercados se tenían planos donde se
detallaba la localización de puestos y mercancías
que se ofrecían. Algunos mercados famosos eran,
además de Tenochtitlan, los de Tlaxcala, Texcoco,
Tlatelolco y Azcapotzalco. Se sabe, además, que se
hacían préstamos que no producían interés
Instituciones militares
Desde la época de la peregrinación los aztecas se
caracterizaron por ser un pueblo guerrero, al grado de
que Huitzilopochtli, dios de la guerra, enca­bezaba su
panteón. Gracias a ello los guerreros mexicas fueron
aliados muy valiosos para los tecpanecas hasta la
formación de la Triple Alianza, cuando se
independizaron de Azcapotzalco.
Su primer comandante era el telpochtlatoque, jefe de
400 hombres; muy importante era además el
tlacochcalcatl o jefe del arsenal, decían ellos "jefe de la
casa de los dardos", puesto que a él corres­pondía la
distribución de las armas para el combate. La instrucción
militar se proporcionaba en los calpullis y estaba a cargo
del tecuhtli.
En principio, todo varón era un soldado del ejército
mexica, pero sólo los nobles o pillis tendrían jerarquía
militar. A la guerra se enviaba a los hombres a partir de
los 20 años, pero si era preciso iban desde los 12 e
igualmente algunos ancianos acudían a pelear. Todos lo
hacían con gusto, ya que su filosofía implicaba prestar con
ello un alto servicio a los dioses.
A partir de Moctezuma Ilhuicamina se estableció el
xochiyayotl (guerra florida, en virtud de que solía hacerse
en tiempos de verano), que era una guerra convencional
entre la Triple Alianza (Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba) y
otra alianza tripartita (Tlaxcala, Cholula y Huejotzingo),
para hacerse mutuamente prisioneros y luego sacrificar­los
a sus dioses respectivos.
El ejército azteca contaba además con un importante
cuerpo de es­pías, exploradores, zapadores y
mensajeros.
Al enemigo se le hacían tres notificaciones con 20 días
de intervalo cada una para que se entregaran
voluntariamente a las armas aztecas, con lo cual podían
conservar sus autoridades y cierta autonomía, a cambio
de pagar tributos, aceptar una deidad azteca en sus
templos y prestar servicios personales y militares a los
vencedores. De no acatar esas invitaciones debían
atenerse a las conse­cuencias, por lo cual casi siempre los
territorios así emplazados quedaban "voluntariamente"
unidos a los dominios mexicas.
La tenencia de la tierra
El propio Hernán Cortés señala que los aztecas no
conocían la propiedad privada en virtud de la
importancia que entre ellos tenían la propiedad y la
explotación agrícola colectivas.
Hoy esta afirmación es cuestionable, y podemos
señalar los tipos de propiedad agrícola entre los
mexicas
1. Propiedad pública o del Estado Destinada a sostener a:
Tlatocalli El tlatoani
Tlatocamilli La familia del tlatoani
Tecpantlalli Los funcionarios de palacio
Teopantlalli Los sacerdotes
Milchimalli Los guerreros
Cacalomilli El avituallamiento de las tropas
Yaotlalli Los embajadores
2. Propiedad comunal o de los Destinada a sostener a:
barrios
Calpullalli Cada familia de los barrios o calpullis
Altepetlalli Cada familia en los pueblos tributarios
3. Propiedad "privada" Propiedad de:

Pillalli Los nobles de menor jerarquía


Tecpillalli Altos nobles o de alcurnia
Tlatocatlalli Los tlatoanis
En cuanto a la disponibilidad de la tierra, podía ser
arrendada o usufructuada o estar vacante.
Las tierras llamadas de propiedad privada eran obtenidas
por el tlatoani o por los nobles a través de su transmisión
por familia, o bien como re­compensa por sus servicios en
el desempeño de la guerra. En todo caso, no debía
enajenarse sino entre los mismos nobles, en la
inteligencia que de llegar a manos de plebeyos, las
tierras serían "confiscadas" por el tlatoani para ser luego
asignadas a otro pilli o noble más cuidadoso. En conse­
cuencia, las tierras de orden privado estaban sujetas a la
modalidad de permanecer exclusivamente entre el grupo
elitista. Así, existió, aunque muy limitada, la propiedad
privada entre los mexicas
Estructura judicial
Había una jerarquización judicial que permitía un sistema
de apelación, lo que lleva a deducir que el proceso azteca
era biinstancial y tal vez con más de dos instancias.
Además, se juzgaba por separado a los plebeyos y a los
nobles. A la justicia la llamaban tlamelahuacachinaliztli
("ordenado o recto"). El juez de primera instancia era
denominado teuctli y hacía justicia en el tecalli. El cargo
era de elec­ción popular, por parte de los jefes de familia
de cada barrio o calpulli, si bien la designación oficial la
hacía el tlatoani y era de desempeño anual. La
competencia jurisdiccional era sólo para casos civiles o
penales de poca monta que se suscitaran entre los vecinos
del calpulli. Había tecuhtlis para nobles y para plebeyos.
También se elegía en cada barrio o de manera anual a
sujetos encar­gados de regular la conducta de las
familias y denunciar todo tipo de irregularidades que
observaran. Éstos eran los centectlapixques, e
igualmente se contaba con algunos hombres armados
para aprehender a los delin­cuentes.
Se tenía preferencia porque el teuctli fuera elegido
entre los hombres cultos o los militares, que hubieran
egresado del Calmécac, de buenas cos­tumbres,
prudente y sabio, no dado a la embriaguez ni a recibir
regalos o halagos. Se les asignaba también algunas
tierras y esclavos para que no tuvieran necesidad
económica y se dedicaran de lleno a sus funciones.
Ese beneficio sólo duraba mientras ejercían su cargo.
Los vecinos debían ofrecerles agua y leña de forma
gratuita.
A cambio, eran severamente reprimidos si llegaban a
incurrir en fal­tas, por ejemplo, si recibían obsequios o
pedían algo por sus servicios; los demás jueces los
reprendían. Si no se corregían eran trasquilados y
priva­dos de sus cargos, lo que era tenido por
verdadera infamia. En casos gra­ves eran condenados
a muerte y se les derrumbaban sus casas. En caso de
mala interpretación del derecho, también podían ser
condenados a muer­te y otro tanto sucedía si conocían
de causas propias o si falseaban los datos del proceso.
A veces el tlatoani o el cihuacóatl enviaban a personas
ante el teuctli para tratar de sobornarlo, a fin de
comprobar si era susceptible de aceptar regalos o
dádivas, para obrar entonces en consecuencia.
Arriba de los teuctlis estaba el tribunal llamado
tlacxitlan o tecalli, inte­grado por tres o cuatro
magistrados o tlatoques tecutécatl nombrados por el
tlatoani y presididos por el tlacatécatl. Eran de
carácter vitalicio y sólo podían ser removidos por mala
salud física o mental, debido a su avanza­da edad, o
claro, por faltar a sus deberes, con las penas que esto
merecie­ra. Este supremo tribunal se dividía en dos
salas, una para juzgar a los nobles {tlacxitlan) y otra
para juzgar a los plebeyos (tecalli).
Ese tribunal intermedio podía condenar a muerte, pero
debía obtener para ello la au­torización del tribunal del
tlatoani. Para los asuntos más graves se recurría al
tribunal del tlatoani, a veces presidido por el cihuacóatl,
cada 24 días.
Este tribunal constaba de unos 12 o 14 magistrados,
que tenían su sede en una sala especial del palacio.
En Texcoco se alcanzó mayor complejidad en la justicia,
gracias al cuidado y criterio de Nezahualcóyotl; así,
hubo una Corte Suprema inte­grada por tres salas de
cuatro jueces cada una y un pleno de 12 magistra­dos
designados por el tlatoani de Texcoco, quien los
presidía.
Las salas de esa corte eran la civil, la penal y la militar;
incluso se ha dicho que los asuntos militares de
Tenochtitlan y de Tacuba solían ser resueltos en última
instancia en esa sala militar de la corte de Texcoco.
Además, había tribunales especiales como el de Tecpan,
que era de orden militar y se denominaba tequihuacalli
tecpilcalli ("casa de los guerre­ros"), con tres jueces: el
tlacotecatl (presidente), el cuauhnochtli (represen­tante
del ejército) y el tlailotlac (experto en asuntos militares y
de grandes nobles). Aparte había un tribunal de guerra
con cinco capitanes que fun­cionaba en pleno campo de
batalla; tribunales religiosos para juzgar a los tenochcas o
sacerdotes; un tribunal para asuntos del mercado o
tianguis y otro para juzgar a los comerciantes o
pochtecas, y aun juzgados entre los estudiantes.
En todo proceso el acusado debía contar con un
abogado o tepantlatoani ("el que habla por otro"),
profesión noble que se estudiaba en el Calmécac.
Mientras eran estudiantes solían acudir a las
audiencias con los teuctlis o con los tlatoques (jueces
o magistrados) y estar de pie atrás de los quipales o
asientos de los funcionarios judiciales, para aprender
obser­vando las actuaciones de justicia. Así lo vemos
en los códices respectivos.
Todo juzgado contaba con un tecpoiotl, o
"mandoncillo", según Sahagún, un joven que
notificaba, a manera de un actuario moderno; y con
un cuauhnoch o ejecutor para llevar a cabo las
sentencias.
Derecho procesal
Entre los aztecas el procedimiento era oral, pero se
levantaba un testimo­nio de todo lo actuado a manera
de expediente, con su clásica escritura jeroglífica. Este
expediente quedaba en poder del juzgado, como si se
tra­tara de archivos judiciales, y ahí la labor del tlacuüo
o escribano era muy importante. La máxima duración
de un proceso era de 80 días; curiosa­mente, los casos
más graves eran resueltos con mayor celeridad y, por
desgracia, con menos recursos de defensa.
La carga de la prueba era para el acusador. La prueba
podía ser testi­monial, confesional, presuncional o
documental (por ejemplo, presentando códices).
En ocasiones se aceptaban los careos, el juramento
liberatorio, la inspección ocular y la reconstrucción de
hechos.
Las audiencias podían ser públicas o privadas, a decisión
de los jue­ces. Tenían ya la noción de días y horas hábiles
(estas últimas eran sólo las del sol, fuera diurnas o
vespertinas). A los jueces y magistrados les daban de
comer en el juzgado para que no se interrumpiera la
audiencia.
Como ya se dijo, entre los aztecas siempre existió el
sistema de apela­ción y es dudoso si había una o dos
instancias hasta llegar a la sentencia del tlahtocan o
Supremo Tribunal del tlatoani, cuyos fallos eran
definitivos e inatacables.
Tampoco se sabe si todo asunto partía desde el teuctli,
pero lo más seguro es que algunos de mayor monta
partieran del tecutécatl o tribunal del cihuacóatl, lo que
traía, en consecuencia, un proceso biinstancial. La
sentencia se llamaba tlatzolequiliztli.
Para los juicios civiles se requería una demanda
(tetlaitlaniliztli), a la que recaía una notificación
(tenanaitiliztli) librada por el teuctli. En lo pe­nal se
procedía, por denuncia o por oficio, a la aprehensión
del o de los posibles delincuentes.
Se conocían las cárceles, hechas de madera, a manera
de "paloma­res", y se llamaban telpiloyan ("lugar de
presos"); en Michoacán, por cier­to, se denominaban
cataperagua.
A veces también la llamaban los aztecas cuauhcalli
("casa de enjaula­dos"), y allí entraban los
condenados a muerte o al sacrificio. Hay que agregar
el petlacalli, donde estaban los presos por faltas
leves, generalmen­te castigados con trabajos.
De todo lo anterior se deduce el alto sentido de
justicia y la importan­cia que su impartición tenía en
las responsabilidades del Estado. Este as­pecto
procesal del derecho azteca siempre ha merecido el
elogio de los estudiosos, desde la época colonial
hasta nuestros días.
Derecho penal
Como en casi todos los pueblos de la
Antigüedad, el Derecho penal era muy severo;
así, tenemos como principales delitos y penas:
1. Delitos contra la seguridad del Imperio:
Traición al soberano, espio­naje, rebelión y
hechicería que atrajera calamidades públicas:
desollamiento en vida, descuartizamiento en
vida, confiscación de bienes, demolición de la
casa, esclavitud para el inculpado, los hijos, el
cónyuge y otros parientes hasta el cuarto grado.
También muerte a golpes o por lapidación.
La embriaguez constitutiva de delito. Sin
embargo, el octli o pulque podía ser
administrado con autorización del juez a
ancianos, enfer­mos y parturientas. En fiestas
podían consumirlo personas de mayor edad. Si
un plebeyo se embriagaba, se le quemaba el pelo
públicamen­te, se le demolía su casa y perdía sus
bienes. Si era noble, se le conde­naba al destierro
o a la muerte (si la embriaguez había sido dentro
del palacio).
El lenocinio. Se castigaba con quema del cabello
en público o con muerte, si se daba la
reincidencia.
La mentira en la mujer o en los niños. Se castigaba
con pequeñas incisiones en los labios y en la lengua;
en hombres adultos, arrastrán­dolos hasta la muerte.
La homosexualidad era un gran delito. Si se había
dado sodomía, el sujeto activo era empalado (se le
introducía un palo por el orificio anal para atravesarlo
y sacarlo por el cuello); al sujeto pasivo le ex­traían por
el ano las entrañas.
Si un sacerdote o una sacerdotisa realizaban actos
sexuales, eran muer­tos e incinerados en el propio
templo.
El aborto era castigado con pena de muerte para la
mujer y para sus cómplices.
El adulterio era castigado con la muerte de la adúltera
y su cómplice, envolviéndolos en un petate atados y
ahogándolos en la laguna. Por lo general, el adulterio
del marido contra su cónyuge no era casti­gado. El
homicidio era penado con la muerte, salvo que la viuda
solicitara la esclavitud del homicida, a su favor. La riña
y las lesiones daban origen a indemnización. La
violación, el incesto y estupro merecían la pena de
muerte. En Michoacán, al violador le abrían con una
navaja de obsidiana las comisuras de los labios hasta
las orejas y lo empalaban después. En ocasiones,
algunos grupos prehispánicos mutilaban sexualmente
al violador.
Suplantación de un cargo público: pena de muerte.
El robo de 20 mazorcas por hambre, si era de primera
vez, se perdo­naba (robo famélico), pero si excedía esa
cantidad o era en reinciden­cia, podía ser castigado
con esclavitud o con pena de muerte, según la
gravedad del delito cometido. Los aztecas
acostumbraban dejar las primeras cinco líneas de los
zurcos, en las orillas, para que los cami­nantes
pudieran arrancar y comer las mazorcas. Era una obra
de cari­dad (aún hoy se practica en algunos lugares y la
llaman la viuda, costumbre parecida a la que consigna
la Biblia en la historia de Ruth, cuando los pobres
podían recoger el grano que fuera a dar al suelo al
efectuar la cosecha).
Los aztecas llamaban titizar a esa costumbre de dejar
líneas de siembra, pero si alguno tomaba una mazorca
más era condenado a la pena de muerte.
•El fraude y el abuso de confianza hacían caer en
esclavitud.
•El parricidio o el filicidio eran sancionados con la pena
capital. Igual sucedía al hijo que alzara la voz o
levantara la mano a sus padres.
•El exhibicionismo, por ejemplo, de quien se bañara
públicamente, era castigado con prisión y 100 azotes
propinados con tiras de fibra de maguey.
Se distinguía entre delito doloso (castigado con
pena de muerte) y delito culposo (con
indemnización), pero se castigaba igual al
delincuente que a sus cómplices y encubridores.
.
Si se trataba de un noble el castigo era más
severo que si el delincuente era plebeyo. La
prostitución femenina no era castigada, pero a
la mujer pública se le pintaba el rostro para
infamarla y marginarla socialmente. La
prostitución masculina era penada con la muer­
te. Igual pena se aplicaba a quien usara
vestidos de otro sexo o de otra clase social.
La pena de muerte se aplicaba por
ahogamiento, ahorcamiento, lapi­dación,
agotamiento, apaleamiento, degollamiento o
desgarramiento del cuerpo.
El hecho de que los aztecas no se embriagaran y
no usaran armas más que en la guerra hizo que
el orden público no se viera alterado con fre­
cuencia y que los casos de lesiones en riña
fueran menores. Hasta los 10 años de edad el
sujeto era considerado inimputable.
Derecho fiscal
Puesto que Tenochtitlan era un islote con pocas
perspectivas de creci­miento y producción, fue mediante
el tributo de los vencidos como logra­ban los aztecas
hacerse de los recursos económicos que necesitaba su
pue­blo en expansión. De ahí la importancia de las
guerras de conquista de los pueblos vecinos (próximos o
distantes).
Los tributos se pagaban en especie y con periodicidad
muy breve. Los encargados de recogerlo eran los
calpixques, quienes recorrían el Im­perio para recaudar el
tributo. Si se les atacaba o siquiera se les hacía una
descortesía, se consideraba ésta como causa de guerra
contra el pueblo en donde hubiera sucedido el hecho.
Los calpixques debían ser honestos en todo
momento; de lo contra­rio, se exponían a la
pena de muerte. Rendían cuentas y entrega
de lo recaudado al tepalcancete o tesorero
real.
La carga de tributación era excesiva, por lo
que los pueblos tributa­rios se sentían
oprimidos por los aztecas. Esto explica en
mucho el hecho de que Cortés contara con
aliados como los cempoaltecas y los
tlaxcaltecas en su lucha contra los mexicas.
A manera de ejemplo, puede verse en la matrícula
de tributos del Códice Mendocino, en la lámina XXV, lo
que tributaba el Soconusco ("lugar de las tierras
agrias") en la costa de Chiapas, integrada entonces por
los pueblos de Xoconochco, Ayotlán, Coyuacán,
Mapachtepe, Mazatán, Huixtlán, Acapetlán y
Huehuetlán, que tributaban, entre otras cosas, una
sarta de jade, 400 plumas de pájaros azules, 2 000
plumas de diversos pája­ros, 800 plumas de quetzal, 2
bezotes de oro, 40 pieles de tigre (jaguar), 100 fardos
de cacao, 2 piezas grandes de ámbar y 400 piezas de
alfarería. Todo se pagaba anualmente o dividiéndolo
en cuatro pagos al año.
La Triple Alianza se dividía el tributo de la siguiente
manera:
•Tenochtitlan: 40%
•Texcoco: 40%
•Tacuba: 20%
Los nobles no pagaban impuesto, pero se
aprovechaban por medio del tlatoani y del cihuacóatl
de sus beneficios.
Desde luego, también se tributaba frijol, chile,
calabaza, haba, maíz, cacao y frutos diversos. Estos
productos se presentaban en cestos de unos 25
kilogramos aproximadamente y eran transportados
hasta Tenochtitlan por esclavos de los pueblos
vencidos.
Igualmente era recaudado el algo­dón, telas y
vestidos del mismo material; turquesas y otras piedras
finas, obsidiana; animales muertos y vivos para servir
como alimento; leña; ar­mas y trajes de guerreros;
caracoles, conchas y muchos objetos más.
La cuantía del tributo dependía de la riqueza de la
región y de la resistencia que hubiera presentado a la
conquista azteca. La periodicidad solía ser de 80 días,
medio año o un año. En tiempos de Moctezuma
Xocoyotzin había 38 regiones tributarias en todo el
Imperio. A veces en el tributo se incluían productos
que no se daban en la región, a fin de obli­garla a
desarrollar el comercio con otras zonas, fortaleciendo
así su eco­nomía.
Los calpixques se hacían acompañar de
tlacuilos para anotar todo lo recaudado. Se
entendían con los caciques o jefes, quienes
a su vez previa­mente habían recaudado el
tributo. Esto significa que la tributación era
colectiva.
Con lo recaudado los aztecas satisfacían sus
propias necesidades y además afrontaban
los gastos de la Corte, de los funcionarios,
los sacerdo­tes y nobles; se sostenían las
guerras; se celebraban las fiestas y se
efectuaban las obras públicas.
Derecho familiar y educación
Para los aztecas la familia era una institución básica y
siempre mostraron gran respeto por ella. De alguna
manera era obligatorio para los varones casarse entre
los 20 y 25 años de edad. En Tlaxcala, a quienes
llegaban a los 30 años sin casarse se les quemaba
públicamente el cabello.
La familia era patrilineal. El matrimonio solía ser
monogámico, pero los nobles podían tener varias
esposas, si bien una de ellas, no necesaria­mente la
primera, tenía la preferencia en derechos y sus hijos
eran preferi­dos en la herencia del padre.
Esta costumbre de los pillis o nobles fue motivo
de muchos disgustos con los frailes misioneros del
siglo XVI cuan­do pretendían regularizar las
uniones paganas por medio del ritual cristia­no del
matrimonio, pues los indígenas querían casarse,
sí, pero con todas sus mujeres.
Existía la costumbre de casarse la viuda con el
hermano del marido fallecido, costumbre que se
llama levirato, tomando en cuenta algo similar
ocurrido en el Derecho hebreo. El consentimiento
de los padres era nece­sario para contraer
matrimonio.
La mujer ocupaba un lugar inferior en la vida social y
familiar. Se le acostumbraba desde niña a ir al
mercado y hacer las tareas del hogar. Según el padre
Diego Duran, gustaban las mujeres tanto de ir al
mercado que si les daban a escoger entre irse al
cielo o ir al mercado, preferían lo segundo.
Cuando estaban embarazadas, si había un eclipse o
al finalizar el ciclo o siglo de 52 años del calendario
azteca, eran encerradas en grandes tina­jas o en el
temascal y se les tapaba la cara con una máscara
para evitar que el niño naciera como un monstruo.
Si morían de parto, eran deificadas y se les llamaba
mocihuaquelzis o mujeres valientes.
Según la mitología, los hijos eran concebidos en un lugar
privilegia­do del cielo, directamente criados por
Ometecutli y Omecíhuatl, la pareja divina original, y luego
enviados los niños a sus padres terrenos, por lo que eran
vistos con gran regocijo y cariño, como un don del cielo o
un regalo de los dioses.
La mujer preñada debía esperar a sus hijos con
tranquilidad y sosie­go; no debía llorar, ni sufrir, tener
penas, ni enojos, ni sustos para no abortar. No debía
bañarse con agua muy caliente para no quemar a su hijo,
ni comer tierra o tiza para que no se enfermaran ella y el
niño, ni mascar tzictli (chicle) porque a la criatura se le
endurecía el paladar. No debía hacer esfuerzos, ni mirar
algo rojo para que el niño no naciera "de lado".
Al momento del nacimiento, al extraer al niño la
partera decía un discurso manifestándole que venía a
un mundo de trabajos, fatigas, penas y aflicción y
pedía por ello la intervención bienhechora de los
dioses. Se le colocaban en las manos al niño pequeño
objetos propios de su sexo (ar­mas o implementos de
cultivo para los varones y trastos o escobas para las
niñas). Con el cordón umbilical se hacía un atado que
se depositaba en el hogar en caso de las niñas o en el
campo de labranza o de batalla para los varones. Con
ello se simbolizaba que la mujer quedaba atada a su
casa y el varón, en cambio, debía buscar la vida fuera
del hogar.
El nombre que se les daba a los niños constaba del
día de su naci­miento, por ejemplo, Ce Ácatl (uno
caña); el designado por sus padres, por ejemplo,
Citlalcohua ("el que adquiere estrellas"); el de la
familia de su padre, por ejemplo, Popoca ("humo"), y
un cuarto nombre mágico que sólo debía ser
conocido por el atonaltli (sacerdote agorero), los
padres del niño y, claro, éste mismo, porque tenía
poderes mágicos y era selecciona­do por ese
sacerdote consultando los buenos o malos augurios
del naci­miento de la criatura. Por ejemplo, Titil
(escogido) quedaría así: Ce Ácatl Citlacohua Popoca
Titil. Lo más seguro es que fuera conocido
simplemen­te como Citlacohua.
Los misioneros se asombraron del amor que los padres
aztecas pro­fesaban a sus hijos; de ellos decían que es
la gente que más ama a sus hijos en el mundo. A
diferencia de lo que sucedía en otras culturas, y sobre
todo en España, los padres preferían tener hijas
porque las sentían más vinculadas a la familia y más
amorosas.
Se cuidaba la dieta de los menores para evitarles
enfermedades. Ni­ños y niñas debían comer media
tortilla de los tres a los cinco años; una de los seis a los
12, de esta edad a los 14 una y media y de los 14 años
en adelante dos tortillas. No eran partidarios de dormir
mucho, por lo que a los niños y niñas los despertaban
de madrugada para que ayudaran en las tareas del
hogar.
Al respecto dice el Códice Mendocino: "mira que no
seas dormidora, despierta y levántate a la
medianoche... que de noche te levantes y veles... echa
de ti presto la ropa, lávate la cara, lávate las manos,
lávate la boca..."
Se hacía siempre, en el hogar, la distinción entre
hombres y mujeres. Así, las mujeres solteras no podían
sentarse a la mesa con sus hermanos o con ningún
hombre hasta que se casaran.
Los aztecas eran sumamente limpios. Toda casa, por
humilde que fuera, tenía su temascal o pequeña
cavidad de tabiques y piedras que ca­lentaban con leña,
como verdadero sauna, frotándose el cuerpo con fibra
de maguey.
Al salir de ese baño de vapor se metían a tinajas de
agua fría, que según Cortés, "...parece muy dañino",
pero que en realidad los mantenía sanos y frescos.
El baño era diario para todo tipo de edades y se
conside­raba causal de divorcio que la mujer, con
frecuencia, no tuviera prepara­do el temascal y la
comida al regresar su marido del trabajo cotidiano, así
como también la halitosís o mal aliento de cualquiera
que lo padeciera; por eso mascaban yerbas olorosas. Su
ropa, aun entre los macehuallis, siem­pre estaba
impecable, ya no se diga en el caso de los altos nobles;
se sabe que Moctezuma Xocoyotzin se bañaba tres
veces al día, sin repetir vesti­mentas. Había incluso una
deidad de los baños llamada Yoalticitl.
Los niños eran castigados con severidad por sus
faltas, a veces se les colocaba de bruces sobre un
brasero con humo de chile o se les atravesaba el
cuerpo con espinas de maguey.
En cuanto a su régimen educativo formal, a partir de
Moctezuma Ilhuicamina se ordenó que en cada
barrio hubiera una escuela para for­mar a los jóvenes
y ejercitarlos en religión, buena crianza, penitencia,
cos­tumbres, ejercicios de guerra, trabajos corporales,
ayunos, disciplinas y autosacrificios. Estos colegios
debían estar bajo el cuidado de maestros y de
ancianos respetables, que vigilaran la castidad de los
alumnos, so pena de la vida si eran negligentes.
A la palabra de los sabios y su testimonio le llamaban
huehuetlatoni (antigua palabra o palabras de ancianos)
y los tenían en alta estima. Por eso se puede decir que
su educación era esencialmente tradicional. El tra­
dicionalismo es el intento pedagógico de basar el
proceso educativo en la mera transmisión de bienes
culturales por el conocimiento de usos y cos­tumbres
del pasado, sin acoger nuevas adquisiciones. Al
maestro lo llamaban Temachtiani (el que da sabiduría a
los ros­tros ajenos), puesto que el verdadero sentido
del hombre, como ser racio­nal, está dado en su calidad
moral e intelectual, de aquí que destacaran las
palabras rostro y corazón como sinónimos de la
formación del hombre.
Había dos instituciones educativas, el Calmécac y el
Telpochcalli, que funcionaban de la siguiente manera:
El Calmécac era un centro de educación superior, cuyo
nombre aludía a la manera como estaban situados los
aposentos y salones: calli (casa), mecatl (cor­dón o
hilera). En él predominaba la formación religiosa y allí
asistían los pillis o nobles. Su disciplina era muy
rigurosa y el plan de estudios costaba de tres grados,
cada uno con duración de cinco años, para obtener los
grados de tlamacazto (especie de monaguillo),
tlamecaztli (como diácono) y tlanamácac (sacerdote).
También se estudiaba en ese lugar la astronomía, la
astrología, la medicina, la historia, la abogacía y el
oficio de tlacuilo o escribano.
El Telpochcalli era la casa de la juventud o de los
jóvenes [de telpoctli (joven) y calli (casa), en donde
se daba preferencia a la formación militar. Por lo
general aquí acudían los macehualli, pero era posible
también el ingreso de pillis o nobles. El arte de la
guerra se enseñaba de una manera práctica y se
trataba de habilitar a los alumnos en el autocontrol
de su cuerpo y en el desarrollo de su resistencia al
dolor y a la fatiga. Los gra­dos que se obtenían eran:
instructor o tiacach, jefe de instructores o
telpuchtlato y director de instructores o tlacatécatl.
Curiosamente, en este plantel la disciplina era un
tanto más relajada.
Tanto en el Calmécac como en el Telpochcalli había
un anexo para niñas, de donde egresaban para
contraer matrimonio o bien, decidían servir al
templo de por vida; algunas también podían ser
parteras, sacer­dotisas, comerciantes o sirvientas.
Existía también el Cuicacoalco ("casa del canto"), en
donde se enseña­ban las artes, especialmente la
poesía, la oratoria, la danza y el canto. Por este
último los aztecas tenían especial interés y
procuraban que sus hijos lo aprendieran desde muy
pequeños.
Por otra parte, era una obligación básica de los
padres, cualquiera que fuese su nivel
socioeconómico, procurar la educación de sus hijos.
"Es admirable que en esta época y en este
continente, un pueblo indígena de América
haya implantado la educación obligatoria para
todos y que no hubiera un solo niño mexicano
del siglo XVI, cualquiera que fuese su origen
social, que estuviera privado de escuela“.
Sahagún afirma que siendo un recién nacido,
ya los padres ofrecen ante el templo que a la
edad convenida (aproximadamente siete
años) lo enviarán al Calmécac o al Tepolchcalli
para realizar su instrucción.
El destino final de hombres y mujeres era el
matrimonio, que celebra­ban entre los 15 y los 22 años
de edad. Se dice que en Tlaxcala si un varón pasaba de
25 años sin casarse, le quemaban el cabello
públicamente, lo que era tenido como gran afrenta.
Si el varón se encontraba todavía cursando sus
estudios al pretender contraer matrimonio, su padre
debía ofrecer una rica comida a los maestros y
directivos, al concluir la cual, y mientras fumaban las
hojas de yetl (tabaco), les manifestaba que su hijo,
siendo un "ingrato", ya quería alejarse de ellos y
formar su hogar, por lo que les rogaba lo
comprendieran en su torpeza y le otorgaran su
autorización.
Casi siempre los maestros terminaban por acce­der,
no sin llenar de reproches y de consejos al joven
pretendiente.
La familia podría basarse en el matrimonio o en el
concubinato, pero en todo caso se organizaba bajo
la potestad del varón, por lo que era patriarcal.
Se llegaba a dar el caso de que los pretendientes
seleccionaran entre sí sus parejas, pero lo común
era que las familias pactaran el matrimonio por
alianza e interés. Solían ser endógamos, o sea que
seleccionaban a la novia entre las mujeres de su
comunidad, pero no de su familia.
Por indicaciones expresas del padre del novio, la
cihuatlanque acudía a solicitar a sus padres "la mano
de la novia". Esta solicitud era acompañada de
regalos acordes con el nivel de la familia. La misma se
repetía hasta dos o tres veces, siempre hecha con
regalos, para que al final, aceptada la petición, se
fijara la fecha de la boda así como el "precio de la
novia", que podía variar desde cargas de leña hasta
cosas más valiosas, e incluso que el contrayente
trabajara gratuitamente durante algún tiempo en las
tierras de su suegro.
Para fijar la fecha de la boda se consultaban los
designios astrales y las "cartas astrológicas" de los
nuevos cónyuges.
En la víspera la novia era bañada y perfumada por la
casamentera, sin que pudiera ya pisar el suelo; por eso
la misma casamentera llevaba, en el momento
adecuado, a la novia sobre su espalda para efectuar el
matrimo­nio. Los primeros en llegar a la ceremonia eran
los maestros y condiscípu­los, a quienes se les daba
bebida de cacao. Luego llegaban los ancianos, a
quienes se les ofrecía comida, flores y octli o pulque.
Todos llevaban pre­sentes a los nuevos esposos.
Una vez reunidos, sentaban a la pareja sobre un petate
adornado y los parientes de mayor rango les daban
consejos, minimizando las cualida­des de su hijo o hija y
enalteciendo las del yerno o nuera, según el caso.
Luego el sacerdote procedía a realizar sus ritos y
finalmente anudaba sus tilmas o mantos, para
simbolizar que quedaban casados; asimismo se pro­cedía
a que ambos se dieran a puños pedazos de un tamal
especial de bodas, para significar la ayuda mutua que se
debían de allí en adelante. La mujer daba entonces siete
vueltas en torno al brasero de su nuevo hogar.
Toda la ceremonia debía transcurrir en el patio de la
casa, ya que los cuartos los utilizaban sólo para dormir, y
como carecían de ventanas de­bieron de ser estrechos,
fríos y oscuros. Terminada la fiesta, algunos auto­res
dicen que la pareja pasaba a consumar su matrimonio,
pero otros sugieren que hacían penitencia durante
cuatro días y a partir de entonces hacían vida íntima.
Durante los días de penitencia solían bañarse el uno al
otro como muestra suprema de entrega corporal. Al
siguiente día de la primera cohabitación, se llevaba la
manta ensangrentada al templo como ofrenda por la
virginidad perdida.
Eran impedimentos para contraer matrimonio:
1. que la concubina del padre casara con el hijo;
2. el parentesco consanguíneo en línea recta ascen­
dente o descendente, sin límite de grado;
3. el de consanguinidad colateral hasta el tercer grado
inclusive, y
4. que el padrastro casara con su hijastra.
Además, la viuda debía esperar el término de la
lactancia de su últi­mo hijo (cuatro años) para
contraer nuevas nupcias. Se fomentaba la prácti­ca
del levirato, para que, de ser posible, la viuda se
casara con el hermano de su marido fallecido, con
el fin de que la educación de los hijos quedara aún
en manos de la familia de éste.
Predominaba el sistema de separación de bienes.
La patria potestad, que implicaba el derecho de
vender al hijo, si bien no de matarlo, termina­ba
cuando éste contraía matrimonio.
En materia sucesoria se daba prefe­rencia a la línea
masculina. La mala conducta e ingratitud del hijo le
haría perder su calidad de heredero natural en la
sucesión del padre. En las clases nobles heredaba el
hijo mayor, a la manera de los mayorazgos euro­peos.
Era frecuente que el marido muriera en el campo de
batalla, por lo que una mujer podía contraer varios
matrimonios a lo largo de su vida.
El divorcio se concedía con una fuerte causal,
generalmente abando­no, injurias, amenazas y
lesiones o que ella fuera pendenciera, perezosa,
imprudente y respondona.
En este caso se debía acudir al sacerdote, quien
pretendía reconciliarlos; si no era posible procedía, de
manera forzada, a disolver la unión conyugal. Los hijos
según su sexo quedaban bajo la custodia del padre o
de la madre.
Su moral sexual era muy estricta. El prototipo del joven
enfatiza principalmente el control de la sexua­lidad; no
debe usarla sino con gran moderación. Parece que se
temiera el surgimiento de una sexualidad que se
desviara de las normas sociales bien definidas. El
pervertido sexual se arriesga, al no satisfacer a su
mujer, a caer en el engranaje del adulterio y de su
terrible represión.
Cada fase de la vida sexual debe someterse al
principio "del buen momento", al periodo propicio a la
madurez. Después que pase el fuego ardiente de la
juventud, el hombre busca el matrimonio y llega a la
mujer con el natural apaciguamiento sexual.
En Tenochtitlan, por otro lado, la vida estaba marcada
diariamente por el ritmo de los tambores y las flautas
que tocaban en los templos. Se cuidaba en todo
momento el orden, la observación de las normas y el
respeto a los dioses y a los ancianos, cuya deidad era
Tonantzin, nuestra abuela, o Huehuetéotl (el dios
viejo).
Los entierros solían ser solemnes, pero austeros. El
cuerpo era envuelto en un petate y sepultado bajo el
piso de sus casas, directamente depositado sobre la
tierra y cubierto por ésta, a veces acom­pañado con
algunas ofrendas. A los grandes señores en ocasiones
los incineraban y sus cenizas, colocadas en urnas de
barro, eran depositadas en los templos.
León Portilla señala que el ollin (movimiento) era un
concepto de suma importancia en el pensamiento
náhuatl, porque de él se derivan los de corazón, que da
vida y movimiento a alguien, de ahí el término yoliliztli
(vida), que es el resultado del movimiento interior. La
vida, pues, es movimiento, y éste era un concepto
básico de un pueblo como el azteca, que fue todo
dinamismo y expresión.

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