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Este documento discute la naturaleza de la filosofía. Argumenta que la pregunta sobre qué es la filosofía es un problema interno de la filosofía misma, al igual que la naturaleza de otras disciplinas es un problema filosófico. Además, señala que cualquier definición de la filosofía debe tener en cuenta que la reflexión sobre su propia naturaleza es parte constitutiva de la disciplina, lo que la diferencia de otras como las ciencias.
Este documento discute la naturaleza de la filosofía. Argumenta que la pregunta sobre qué es la filosofía es un problema interno de la filosofía misma, al igual que la naturaleza de otras disciplinas es un problema filosófico. Además, señala que cualquier definición de la filosofía debe tener en cuenta que la reflexión sobre su propia naturaleza es parte constitutiva de la disciplina, lo que la diferencia de otras como las ciencias.
Este documento discute la naturaleza de la filosofía. Argumenta que la pregunta sobre qué es la filosofía es un problema interno de la filosofía misma, al igual que la naturaleza de otras disciplinas es un problema filosófico. Además, señala que cualquier definición de la filosofía debe tener en cuenta que la reflexión sobre su propia naturaleza es parte constitutiva de la disciplina, lo que la diferencia de otras como las ciencias.
Dado el ambiente actual de su disciplina, los filósofos preferirían no tener que
hablar de un modo general acerca de la filosofía misma. Es difícil no parecer pretencioso o moralizante al hacerlo, y ninguna de estas dos cosas coincide con los gustos actuales. Pero tal repugnancia quizá tenga un origen más profundo. A quienes se ocupan de otras disciplinas no se les exige, como requisito indispensable, que sean capaces de especificar lo esencial, los rasgos generales de su campo ni tampoco que estén en disposición de decir de una forma general cuáles son los problemas de que se ocupan. Es probable que la naturaleza de la física, por ejemplo, no sea en absoluto un problema de la física: es una cuestión externa, para la que uno puede no tener respuesta o simplemente tener una mala respuesta, sin dejar de ser un buen físico e incluso un gran físico. El que alguien no sepa responder cuestiones externas sobre la disciplina misma no se considera que sea un fallo de la disciplina ni de sus practicantes. Es suficiente con que los practicantes de una disciplina sean capaces de responder cuestiones internas, es decir, que sean eficaces a la hora de practicar su disciplina. Los poetas y los músicos, al igual que los científicos y los historiadores, deben distinguir entre realizar sus diversas actividades y hablar sobre esas actividades, entre escribir un poema y escribir un artículo sobre la poesía en general. Los filósofos han envidiado a otros su derecho a abordar los problemas de una manera despreocupada, irreflexiva. Especialmente en los últimos tiempos, han tratado de desarrollar una distinción análoga entre la filosofía como actividad y la “metafilosofía”, como abusivamente se la ha llamado en ocasiones. Y gustan de describirse a sí mismos haciendo filosofía; conciben a la filosofía como algo que uno hace, no como algo que uno tiene, cree o estudia. Esto, sin embargo, no es una estrategia tan asequible como pudiera parecer a primera vista. Para empezar, la cuestión de la naturaleza de la filosofía, comparada con la cuestión de la naturaleza de la física, por ejemplo, es, desgraciadamente, una cuestión interna. Podría argumentarse que, puesto que, ciertas cuestiones externas acerca de la naturaleza de todas las demás disciplinas son, de hecho, cuestiones internas de la filosofía- la definición de la naturaleza de la ciencia o el arte no es un problema científico o artístico, sino un problema filosófico- por qué la cuestión externa de la naturaleza de la filosofía misma no va a ser también una cuestión interna de la propia filosofía? Y si la filosofía no se ocupara de esto, qué disciplina habría de hacerlo? Por lo tanto, no es en absoluto fácil distinguir entre hacer filosofía y hablar sobre filosofía. Hay formas de hablar sobre filosofía que realmente son filosofía, aunque hay otras que no lo son. Pero entonces dista mucho de estar claro que la naturaleza de la filosofía no sea un problema filosófico, si la naturaleza de las disciplinas en general sí que constituyen un problema filosófico. Desgraciadamente, este argumento, en la medida en que es absolutamente incuestionable, se vuelve contra sí mismo con notable ferocidad. Supongamos que la naturaleza de la filosofía sea una cuestión interna de la misma, de tal modo que el darle algún tipo de respuesta forme parte de la actividad filosófica. Sin embargo, no es sino uno de los muchos problemas internos de la filosofía y no existe razón para que se le asigne ninguna prioridad. Así, los que conciben a la filosofía como una actividad pueden practicarla con buena consciencia sin necesidad de aplicarla a la cuestión filosófica de la naturaleza de la actividad misma. Sin lugar a dudas, debe ser mediante un acto bastante especial, un acto cruel de voluntad, por lo que esta cuestión es marginada o ignorada a favor de otras cuestiones. No deja de ser sorprendente que exista una disciplina cuya naturaleza sea un problema interno de la misma. Casi es un rasgo definitorio de la filosofía el que su propia existencia sea un problema interno de sí misma. No quiero decir que no podamos encontrar otra disciplina en la que no suceda algo parecido, sino que, cuando la cuestión de la naturaleza de uno es parte de la naturaleza de uno, no le es fiel a la propia naturaleza al ignorar dicha cuestión. Quizá pueda ayudarnos aquí una analogía. Cuando tratamos de pensar seriamente sobre qué es ser esencialmente humano, o cuál es la naturaleza del hombre como tal – cuestión que difícilmente puede escapar el hombre reflexivo-, debemos reconocer que es casi el hecho mismo de plantearse esta cuestión, tanto como cualquier respuesta concreta a ella, lo que, considerando todo lo que tiene que ser cierto para que tal cuestión haya llegado a plantearse, es peculiar, e incluso definitorio del hombre. Desde luego, se nos han dado algunas respuestas tan famosas como estúpidas: el hombre es un bípedo implume (Platón) o (demostrándole más simpatía) un animal racional (Aristóteles). Si bien estas respuestas no pueden satisfacer a nadie durante mucho tiempo – son demasiado externas- sigue en pie el hecho de que la cuestión misma, a la cual han creído aportar sinceras respuestas, es casi su propia respuesta, especialmente cuando consideramos cuál debe ser el caso para que tal cuestión pueda ser planteada: porque la pregunta es reflexiva. La pregunta es planteada por un determinado tipo de entidad sobre sí misma, siendo especial esa entidad por el hecho de haberse convertido en objeto de sí misma, y habiéndose convertido en objeto de sí misma ha alcanzado una cierta distancia internalizada. Así, pues, lo característico de los hombres es que tienen conciencia de sí mismos en cuanto hombres. Hay ciertos conceptos que se distinguen por el hecho de que la conciencia de su aplicación es parte de la naturaleza de aquello a lo que el concepto se aplica. Y creo que el concepto de ser humano, de persona, es de esta clase. Una persona es una entidad compleja hasta el grado de que su conciencia de sí misma como una cierta clase de entidad es un componente de la clase de cosa que es consciente de ser: ha despertado a su propia naturaleza. Y aunque el hecho de su interrogación no puede ser la totalidad de una respuesta satisfactoria para sí misma, es un elemento esencial de cualquier respuesta satisfactoria. Nadie, a la postre, quedará satisfecho si la pregunta de qué es realmente, se le responde que es una criatura que requiere una respuesta a la pregunta que acaba de plantearse. Pero cualquier respuesta que fuese completamente incompatible con (o no tuviese en cuenta) las consideraciones de la distancia internalizada presupuesta por el mismo planteamiento de esta cuestión, sería inmediatamente desechada por insatisfactoria. De aquí la ineptitud de la respuesta <<bípedo implume>> y el cuestionable status de <<animal racional>>, cuya aceptación dependería de un posterior refinamiento del concepto de racionalidad, a saber, si la racionalidad implica esta clase de posibilidad autointerrogante o simplemente es compatible con ella. De forma similar, el que la propia naturaleza de la filosofía sea uno de sus problemas internos no es tanto una solución al problema de qué es la filosofía, como un dato al que debe ajustarse cualquier solución. Pero no obstante, esto sirve de forma útil como criterio negativo, en la medida en que rechaza cualquier caracterización de la filosofía que sea de hecho una caracterización de una disciplina cuya naturaleza no es un problema interno para sí misma. Y en particular, puesto que comúnmente se admite que las ciencias son de esta última clase, una definición de filosofía que no la diferenciara de éstas como clase, debería considerarse inadecuada por eso mismo. He aquí una consideración importante, dado el bien conocido hecho de que desde su misma aparición en la antigüedad la filosofía no estuvo claramente diferenciada de las ciencias especiales, pues los primeros filósofos fueron astrónomos, doctores o matemáticos, quienes quizá nunca supieron que existiese una diferencia esencial entre estas actividades y aquellas otras que les han proporcionado un lugar en la historia de la filosofía. E indudablemente esto ha sido obstáculo a la hora de conseguir una respuesta satisfactoria a la cuestión autoindagatoria que estoy considerando como fundamental en filosofía o quizá hasta haya impedido entenderla como una cuestión que necesita siquiera ser planteada. Como sucede en cada uno de nosotros individualmente, la autoconciencia llega tarde a la filosofía: históricamente, pienso yo, sólo en tiempos muy recientes ha sido realmente posible considerar la filosofía como una actividad de una naturaleza especial, diferente de las ciencias.