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“Escritos pedagógicos”
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Retomando lo anterior, propuesto desde las ciencias humanas…
En los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia desarrollaron el concepto bíblico de
Dios como supremo salvador-educador de la humanidad.
Ireneo de Lyon (130-202) concibe las relaciones entre Dios y el ser humano como
relaciones esencialmente educativas. Afirma que la persona humana es un ser perfectible y
que Dios con su pedagogía lo ayuda en ese camino de perfeccionamiento.
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Clemente de Alejandría (150-215) llama a Cristo "pedagogo" y "educador supremo del
género humano"
Orígenes (185-254), por su parte, se refiere a Jesús como maestro supremo del hombre, y
habla también de la pedagogía de Dios en la historia humana.
¿Qué queremos decir con la expresión "pedagogía divina"?
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos hablan de la progresiva manifestación
histórica de Dios, de sus acciones liberadoras, de sus actitudes hacia el pueblo y hacia las
personas. Todo ello es un lenguaje que nos ayuda a descubrir que Dios quiso revelarse
al ser humano para comunicarse a Sí mismo, para admitirlo a la comunión y
hacerlo partícipe de su naturaleza divina.
La revelación de Dios está unida a la forma como Él mismo se revela. Dios descubre su
misterio y su proyecto salvador con un modo particular, con un estilo y unos
comportamientos únicos. La pedagogía divina es, precisamente, la forma concreta en que
Dios se ha revelado a la humanidad.
Esta pedagogía de Dios, el estilo de educar que Dios tiene, habrá de ser siempre
punto de referencia y objeto de un mayor conocimiento para cualquier tipo de educación,
no sólo la educación en la fe. Es un modo de enseñar y de «formar al hombre desde dentro»,
centrado en la grandeza de ser imagen y semejanza de Dios. La aportación de la pedagogía de
Dios a la educación y a las Ciencias de la Educación resulta siempre muy importante, pero más
ahora que se está en «una sociedad en la que más que productos necesitamos fuerzas desde
lo interior, libertad creadora, impulsos esperanzados hacia el futuro, confianza para obrar y,
sobre todo, para ser».
La pedagogía de Dios se hace presente en la historia de la salvación, allí donde se
entremezclan la acción de Dios y la reacción del hombre, la llamada de Dios y la respuesta del
hombre, una fundante relación entre Dios y el hombre. Esa relación educativa se manifiesta con un
estilo, y conviene no olvidar la fuerza expresiva del término «estilo».
El estilo no se refiere al contenido, fondo o esencia de un arte, sino a la manera,
modo o forma de obrar y expresarse.
Ese tono vital, ese estilo, es sin lugar a duda «un acto creativo, que requiere el uso efectivo de
la propia personalidad como instrumento... Ello exige cualidades (fe, apertura, de hacer visible su
mismidad. La persona debe desear revelarse a sí misma y permitir a los demás que le vean tal
como es, que sepan lo que piensa, lo que cree y por lo que se mueve». La pedagogía de Dios es un
«estilo pedagógico», un «tono educativo vital», como el que acabamos de describir, especialmente
original. Cabe preguntarse: ¿en qué consiste ese estilo?, ¿qué supone esta pedagogía divina?
Es especialmente significativa a este respecto la afirmación de la Conferencia Episcopal
Española en dos de sus más importantes documentos catequéticos: «esta pedagogía divina está
configurada por su admirable condescendencia (synkatabasis)». Por tanto, la «condescendencia»
será lo que vertebra toda la pedagogía de Dios, como rasgo característico o, mejor, como estilo
pedagógico
La catequesis es fundamentalmente una pedagogía, pero no una pedagogía genérica, sin apellidos,
sino una pedagogía para la educación de la fe. Esta pedagogía se fundamenta, por una parte, en la
doctrina de la Iglesia y sus fuentes, tales como la Escritura, la tradición viva, el magisterio, la
liturgia y el testimonio del obrar cristiano. Y, por otra parte, deberá ser una auténtica pedagogía,
fundamentándose sobre la base de las ciencias humanas del comportamiento y sobre la
antropología, y haciendo uso de teorías pedagógicas válidas y puestas al día. Sin olvidar nunca que
sus metas educativas deberán proyectarse en función de la finalidad superior, que es la perfección
o santidad cristiana, a la cual se llega sólo a través de una auténtica maduración humana.
Desde un punto de vista amplio, la pedagogía es la disciplina que se ocupa de la educación.
Una disciplina que reorganiza y sistematiza todos los saberes que proceden de las ciencias
humanas sobre la educación, con el fin de ponerlos en marcha y orientarlos en función de la
intervención educativa.
Muy significativa es la definición de pedagogía a partir de su estudio etimológico. Su origen está
en dos palabras griegas, paidós y agogía, que significan respectivamente niño y conducción, y
equivale por tanto a conducción del niño. El pedagogo (paidagogos), en sus orígenes, era el
esclavo o liberto que cuidaba a los niños y los acompañaba a la escuela, a la presencia del
maestro, y más tarde el encargado de la educación de los jóvenes aristocráticos. Poco a poco el
término pasó a indicar, en sentido figurado, la actividad misma de la educación. Actualmente este
significado a partir de su etimología está completamente abandonado. Se ha superado la referencia
exclusiva al niño, ya que todas las etapas de la vida son susceptibles de educación.
No obstante, la catequesis puede incorporar esta acepción más antigua del término
pedagogía, hasta el punto de que resulta muy sugerente establecer una analogía,
tomando las distancias oportunas, entre la función del pedagogo primitivo y la función
actual del catequista y de la comunidad. Aquel tenía el encargo de acompañar al niño desde su
casa hasta el encuentro con el maestro, para luego desaparecer. El catequista, que es agente
directo del acto catequético y actuante en nombre de la comunidad cristiana, tiene la función de
acompañar por un camino de fe que lleve al catequizando hasta su verdadero Maestro, para
desaparecer en el momento oportuno y dejar que el encuentro se realice en el terreno de la fe.
Porque catequizar es conducir a uno a escrutar el misterio de Cristo hasta que establezca con él
una auténtica comunión, capaz de conducirlo al amor del Padre en el Espíritu (cf CT 5). «En la
escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con
la acción misteriosa de la gracia de Dios»
La pedagogía catequética
Hablar de pedagogía catequética no es hablar de uno de tantos elementos que forman parte de
esta acción fundamental de la Iglesia que es la catequesis, sino de la esencia misma de la
catequesis. Porque catequesis es pedagogía. La catequesis no es sólo método, pero tampoco es
solamente contenido; no se identifica exclusivamente con la Biblia ni con la tradición ni con el
magisterio. La catequesis tampoco mira unilateralmente al hombre, al creyente, al catecúmeno. La
catequesis es la pedagogía necesaria para que el mensaje de la Revelación, conocido y
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transmitido por la tradición de la Iglesia llegue al hombre y sea para él fuente de
salvación.
De alguna manera la expresión «educación de la fe» resume el paso del catecismo a la catequesis,
de la tradicional instrucción religiosa a una acción catequética más atenta al contenido existencial
del mensaje cristiano y de la correspondiente respuesta del creyente. Dicha expresión debe
entenderse correctamente desde el momento en que no es posible influir desde el exterior en una
realidad tan indisponible como es la fe, que teológicamente remite a la gratuidad del don divino y a
lo imprevisible de la respuesta humana libre.
Esta distinción, lejos de querer limitar el significado del término catequesis, debe ayudar a
considerarla desde el punto de vista de la intencionalidad y la sistematicidad, para así poder
construir a su alrededor una estructura pedagógica y dotarla de una adecuada tecnología didáctica,
que sería un tanto dispersa si debiera tener presentes todos los momentos de catequesis ocasional,
su carácter permanente, o la dimensión catequética de múltiples acciones de la pastoral de la
Iglesia. La intencionalidad quiere subrayar el hecho de que el proceso catequético debe tender a
las finalidades educativas y de maduración de la fe clara y conscientemente buscadas, organizando
un itinerario sobre la base de determinados objetivos a alcanzar. La sistematicidad supone la
pretensión de hacerlo de manera ordenada y guiada. Indica que no se confía el aprendizaje
solamente a los ritmos y a los tiempos de la vida familiar, eclesial y social, sino a unos planes y
secuencias organizadas con vistas a adquirir conocimientos, habilidades y actitudes precisas.
La pedagogía divina tiene unas características propias que están consignadas en la Biblia. En las
siguientes páginas veremos esas características o rasgos, explicando la pedagogía de Dios Padre
en el Antiguo Testamento, la cual es continuada por Jesucristo, el catequista del Reino.
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• El grito de los pobres es escuchado por el Señor: "Cuando el humilde invoca al Señor, Él lo
escucha y lo salva de todas sus angustias" (Sal 34,7).
• Dios defiende la causa de los pobres: "No despojes al pobre, por ser pobre, ni oprimas al
desprotegido en el tribunal, porque el Señor defiende su causa y quitará la vida a los que lo
hayan despojado" (Prov 22,22-23).
• Por eso, el que oprime al pobre, ofende a Dios y se atrae los castigos divinos. En cambio, el
que tiene compasión con los humildes honra a Dios.
• Dios salva a los pobres que se dirigen a Él, los levanta de su miseria y los pone a su derecha.
La pedagogía de Dios es una pedagogía de ternura y debilidad por los pobres y marginados.
La mayoría de las personas elegidas son mediadores entre Dios y el pueblo. Tal es el caso
de Moisés, quien se convierte en mensajero de la palabra de Dios y portador de la respuesta
del pueblo: "Moisés subió al encuentro de Dios, y el Señor lo llamó desde la montaña y le
dijo: ... Así dirás a los hijos de Israel: ...Si me obedecen fielmente y guardan mi alianza,
ustedes serán el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos... Cuando Moisés regresó de la
montaña, llamó a los ancianos del pueblo y les comunicó todo lo que el Señor le había
ordenado. Y todo el pueblo a una respondió: Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho.
Moisés transmitió al Señor las palabras del pueblo” (Ex 19, 3-8).
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UNA PEDAGOGÍA CON HORIZONTE: EL REINO DE DIOS
El proyecto de Jesús
Los verdaderos educadores tienen un proyecto pedagógico que inspira sus actividades educativas
y, por consiguiente, saben bien qué es lo que quieren alcanzar y hada dónde van. Jesucristo,
educador por excelencia, tenía muy claramente definido su proyecto evangelizador: anunciar y
hacer presente, mediante signos históricos, el Reino de Dios.
Todos los especialistas del Nuevo Testamento afirman que el Reino de Dios fue el centro de la
predicación y de la misión de Jesús de Nazaret. Por el Reino, Jesucristo vive y se desvive. La causa
que da sentido y unidad a su vida es, precisamente, anunciar el mensaje del Reino y hacerlo
presente en la vida de las personas y en el corazón de la sociedad.
El Reino de Dios es, por lo tanto, la misión principal de Jesús, el centro y motor de su existencia,
su objetivo último, su proyecto vital, su ideal máximo. A la causa del Reino le dedica toda su vida,
todo su tiempo, todas sus actividades y todas sus energías. Jesucristo hace presente el Reino de
Dios con sus palabras y con sus obras
La palabra "Reino" no tiene un sentido territorial. Cuando Jesús habla del Reino, no se refiere a un
lugar o a un reino político. Este término, en labios de Jesucristo, tiene un sentido dinámico: es la
soberanía de Dios ejerciéndose en acto, o sea, es la transformación de la realidad histórica según
la voluntad de Dios.
El Reino de Dios es la actuación decidida de Dios para hacer presente en la sociedad la justicia a
los pobres y para que reine en ella la fraternidad, la igualdad, la solidaridad y la paz. El Reino de
Dios, por lo tanto, es el reinado de Dios en acto. De ahí que la traducción más adecuada no sea la
palabra "Reino", sino "reinado de Dios".
Con otras palabras, podemos decir que el Reino de Dios equivale a la plenitud de vida que
Jesucristo ofrece a cada persona y a la humanidad entera. Él mismo lo ha dicho: “Yo he venido
para que tengan la vida y la tengan en plenitud" (Jn 10,10).
El Reino de Dios es una plenitud de vida que abarca todas las dimensiones de la existencia
humana:
• los aspectos materiales (alimentación, salud...) y espirituales (perdón de los pecados, comunión
con Dios...);
• la dimensión individual (realización de la persona) y social (construcción de una sociedad más
justa y fraterna);
• lo presente (se realiza "hoy y aquí") y lo futuro (llegará a su plenitud al final de los tiempos).
Jesús, el hijo de Dios, asume la condición humana. La palabra Encarnación es una expresión
teológica que se deriva del Evangelio de Juan, capítulo uno, versículo 14: "y la palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros". Así, Jesús, el hijo de Dios, asume la naturaleza humana para
salvarnos.
La encarnación nos dice que el hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hace hombre concreto,
situado en el tiempo y en el espacio, enraizado en una cultura determinada. Dios, el Jesús de
Nazaret, asume un rostro humano y entra en la historia de la humanidad, dando significado a la
vida humana.
Dios ha querido ser hombre con todas sus consecuencias. La encarnación no ha sido un teatro bien
montado ni un paseo de Dios por el mundo, vestido con ropaje humano. Dios no quiso "jugar a ser
hombre". Por eso, Jesús experimenta personalmente lo que significa hacerse hombre a lo largo de
la vida.
Jesús conoce la vida de su pueblo y aprende los elementos esenciales de la fe judía en el hogar de
Nazaret y a la escuela de la sinagoga, pero, sobre todo, aprende en la escuela de la vida, de las
cosas que observa y de las personas que lo rodean.
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Jesús es un hombre cercano a su gente a su pueblo, vive en medio de ellos, comparte
profundamente la vida de su gente, se acerca a las personas y a su realidad, se muestra atento a
sus vidas, comprensivo y solidario. Comparte con su familia y con sus paisanos los momentos de
oración en la sinagoga, comparte también las costumbres y fiestas religiosas de su pueblo. Por
medio de su trabajo artesanal, convive con todos aquellos que, como él, sacaban de su oficio lo
justo para vivir. Es decir, durante todo el tiempo que vive en Nazaret, Jesús no se presenta como
un ser excepcional o como un superhombre
Jesús no evangeliza sólo. Forma una comunidad de discípulos, integrada por varones y mujeres,
les pide que vivan en comunidad los valores del Reino y los hace corresponsables en la misión de
anunciar y realizar el reinado de Dios.
Lo primero que hace Jesús es reunir una comunidad de discípulos, la que poco a poco, se va
convirtiendo en un grupo relativamente numeroso. Además, es un grupo heterogéneo, con
personas sencillas y ricas, varones y mujeres, lo cual es un aspecto original de Jesús ya que los
rabinos no admitían mujeres entre sus discípulos.
Entre los miembros de esa comunidad, Jesús escoge a 12 apóstoles a quienes les confía una misión
particular y unos poderes especiales. Ellos representan simbólicamente a las 12 tribus de Israel.
Posiblemente, Jesús reúne a ese mismo número de personas para dar a entender que, a partir de
Él, Dios va a formar un nuevo pueblo apoyado, como el antiguo, en doce pilares fundamentales.
A diferencia de los rabinos judíos, Jesús toma la iniciativa de llamar a los discípulos. Hay una
invitación expresa. Ellos son convocados por Jesucristo para formar una comunidad, para iniciar un
nuevo estilo de vida y para vivir dedicados a la causa del Reino.
Bibliografía consultada
GONZÁLEZ RAMÍREZ, Javier. “La pedagogía de Dios. Formación del catequista”. 3era
edición. Edit. San Pablo. Año 2009. México
PUJOL, Jaime et al. “Introducción a la pedagogía de la fe”. 1era edición. Edit. EUNSA. Año
2001. Navarra, España
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