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F.

Archer varón, soltero, 34 años de edad que acude a un programa de investigación de


trastornos del ánimo y la personalidad porque una ex-amiga le comentó en una ocasión que
era «límite» y él quería tener más datos sobre sus conflictos de personalidad. Durante las
entrevistas diagnósticas, refirió situaciones habituales, casi diarias, en las que estaba
convencido de que le mentían o le engaña-ban. Desconfiaba especialmente de las personas
en puestos de autoridad y de las que habían estudiado psicología y, por tanto, «tenían
formación sobre la mente humana» que empleaban para manipular a los demás. A
diferencia de quienes tenía alrededor, creía que él podía detectar la manipulación y el
engaño: «No soy de los que se lo tragan todo”. Era extremadamente detallista en el trabajo y
tenía problemas para delegar y completar las tareas.
Numerosos jefes le habían dicho que se fijaba demasiado en las normas, las listas y los
detalles nimios, y que tenía que ser más amigable.
Había tenido muchos trabajos a lo largo de los años, pero añadió: «Me fui yo las mismas
veces que me despidieron”. Durante la entrevista, defendió su comporta-miento afirmando
que, a diferencia de mucha gente, él comprendía el valor de la calidad sobre la
productividad. El recelo de el había contribuido a su «mal carácter” y sus “altibajos”
emocionales. Sus relaciones sociales eran meramente “superficiales” con un puñado de
conocidos, y recordaba los momentos exactos en que «quiénes se decían amigos y
amantes» le habían traicionado. Pasaba mayor parte del tiempo a solas. Dijo que no había
sufrido traumas importantes, que ni tenia ni había tenido problemas por consumir sustancias,
y que jamás había padecido traumatismos cerebrales ni había perdido el conocimiento.
Tampoco había recibido diagnósticos ni tratamientos psiquiátricos, aunque dijo que creía
que podía tener algún problema mental aún no diagnosticado. Durante el examen del estado
mental se constató que iba bien vestido y se mostraba colaborador y bien orientado.
El habla era variable; a veces hacía pausas y se quedaba pensativo antes de responder a
alguna pregunta, lo que ralentizaba de algún modo la velocidad del discurso.
El tono también cambiaba significativamente al hablar de situaciones que lo habían enojado,
y muchas de las respuestas eran largas, divagantes y vagas. Sin embargo, parecía en
general coherente y no mostraba alteraciones perceptivas. El afecto era a veces
incongruente (p. ej., sonreía mientras lloraba), aunque normalmente constreñido. Refirió
apatía ante la idea de estar vivo o muerto, pero no tenía ideación suicida ni homicida. Se
irritó y se puso a discutir con el equipo investigador cuando le dijeron que, aunque podían
comentarle verbal-mente el resultado de las entrevistas, no podían darle copias de los
cuestionarios e instrumentos diagnósticos que había cumplimentado. Comentó que anotaría
en su documentación personal que el equipo investigador se había negado a entregarle los
formularios.

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