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No en vano la película empieza en tono investigativo. Sus personajes escudriñan los más
remotos archivos personales para el público intentar desvendar qué fue el pasaje de ese
artista por el s. XX, dueño una obra intensa y original, a frente de su tiempo (aun) que
desafió las estructuras de la industria fonográfica y del propio lenguaje de la música
popular brasileña.
Suzana Salles, Alice Ruiz, Luiz Waak y Alizira Espíndola aparecen al inicio del
documental buscando archivos sonoros, manuscritos, materiales de periódicos. La
investigación será la principal herramienta de Velloso para conducir la película, del
comienzo al fin, él mostrará archivos de audio, video, fotos, shows, entrevistas,
reproduciendo de alguna manera la investigación de los personajes iniciales. Suzana Salles
muestra su fichero y avisa: están más o menos organizados. Parece ser el orden de cómo
Velloso irá exponer sus archivos. Para Itamar, “totalmente organizado” sería una prisión. El
“más o menos organizado” abre el abanico para la sorpresa, lo inesperado y es lo que
ocurre.
Pese la película tenga una narrativa lineal, no se rinde a lo convencional. El director opta
por una narrativa polifónica, así como los arreglos y composiciones de Itamar. Voces
sobrepuestas, sonidos de escenas futuras o anteriores invadiendo el comienzo y el fin de las
escenas y un increíble diálogo de las canciones de Itamar con los temas sugeridos por los
testimonios. Queda evidente en ese caso la observación de Luiz Tatit, que dice haber
venido Itamar de una hornada de artistas que no distinguen su vida obra de la vida real. Ello
hace que las canciones entren en el film como una línea que costura entre las escenas.
Otra característica fuerte del film es la exposición biográfica del artista hecha desde
fragmentos que no necesariamente se prenden a un hecho o una fecha. Aquí los datos
biográficos aparecen de forma paralela. Por ejemplo, cuando se narra la represión policiaca
que Itamar sufrió en vida. El compositor cuenta sobre el episodio de la grabadora que él
portaba y que la policía sospechó ser robada (lo que llevó a que pasara cinco días en la
cárcel). Arrigo Barnabé complementa la historia, pero avisa que ese no fue el único
episodio de discriminación sufrida por Itamar. Enseguida, Paulo Lepetit cita otro caso
pasado durante la gira de shows del proyecto Pixinguinha. Zena, viuda de Itamar, resalta
que el nombre de la banda Carnada de Policía no surgió de la nada, sino que su marido era
víctima constante de batidas policiacas. Alice Ruiz reflexiona sobre la disparidad del
talento de Itamar y las situaciones discriminatorias frente a las cuales se deparaba. Itamar
reaparece diciéndose contra la postura agresiva de los policiales. Todos los hechos aparecen
paralelos, costurados, sin exactitudes, casi abstractos, pero refieren de forma eficaz el tema
central de la escena, el racismo.
Durante la película, notamos que el montaje ágil usa más de un elemento de fragmentación,
el collage de una misma narración. En varios momentos, el habla de un único personaje es
fragmentado, recortado y reelaborado por Velloso, pegado uno al otro, formando una sola
idea. El periodismo televisivo ya usó y abusó de esa técnica a servicio de la distorsión y de
la mala fe. Pero aquí el director trabaja como un compositor, un arreglador, pega momentos
diferentes de un mismo habla a servicio de su investigación, lo que otorga un movimiento
victorioso al ritmo del documental.
En el segundo bloque, nos deparamos con la dificultad de Itamar para con el mercado
musical de la época y vice-versa. Salimos de la reflexión artística de su obra hacia un tema
que tanto atormentó su protagonista: el mercado. Es asustador asistir a la guerra entre
Itamar y su tiempo. Desde ese momento, el espectador sale del estado de deleite del primer
movimiento del film y se encuentra en un territorio árido.
Pero nos deparamos, también a partir de ese drama, con un Itamar humanizado, que cuida
de su quintal en el barrio de la Penha (zona Leste de Sao Paulo), que cultiva sus orquídeas.
Esa humanización se expande hacia los entrevistados, que preparan cafés, hablan al
teléfono, recuerdan, sonríen, como si la cámara ya no estuviera allí. La escena cotidiana
acaba por relajar los testimonios y Velloso se transforma en un director mosca, cosechando
lo que de más importante esos personajes pueden revelar, el viaje, la aventura con Itamar.
Suzana Salles dice al final: cuando recordamos un viaje, no ns acordamos de las maletas,
del aeropuerto, pero sí de las cosas buenas. Los testimonios de Alice Ruiz, Marta Amoroso
y Tonho Penhasco también sobresalen, suenan como epílogos a cada escena.
Pese a que Itamar bramara siempre que necesario, contra el mercado, contra el mundo,
mostrando “con cuantos no se hace un sí”, respondió con una obra enamorado y creativa.
Eso queda evidente durante los últimos minutos del documental, sobre todo en el episodio
en que habla de su enfermedad. Itamar dice “mi enfermedad no tiene que entrar a cuento,
no interesa”. Itamar pasó por encima de cualquier obstáculo haciendo arte. En otra escena,
él canta, a capela, su composición con Paulo Leminski, “Dor elegante”, en el auge de su
enfermedad, en pleno dolor, la letra dice “opio, edenes, analgésicos / no me Toquen ese
dolor/ él es todo que me sobra/ sufrir será, mí última obra”.
La soledad de Itamar queda explícita en el video, casi insoportable para quién asiste. El
público ya no mira a Itamar como una visón externa, sufrimos en la carne sus dramas,
pensamos principalmente en la condición de la cultura en Brasil. El problema es más
hondo, unos lloran, otros se rebelan, e Itamar, para la sorpresa de todos, sigue a derramar
bellezas, tal cual una gran carcajada de desespero, ofende e hiere con tanta belleza.
Itamar Assumpção trabó solo una guerra contra todo lo que consideró injusto para un artista
brasileño. Con las consecutivas puertas cerradas, Itamar respondió con mucha producción,
realizó casi todos los proyectos que quiso e hizo en vida nueve álbumes y otros tres
póstumos. Esa respuesta fue una ofrenda, un sacrificio, una misión que solo será
comprendida dentro de por lo menos 50 años, sí, porque el Brasil aún no se muestra
preparado para digerir su obra. En su último show, debilitado, Itamar canta una canción de
Djavan al lado de la banda Orquídeas do Brasil y repite el último refrán: “mi vida por
entero te doy”. No acaso, la última frase de Itamar sobre un palco.