Está en la página 1de 11

NOVATERRA TEATRO

Recorridos Literarios

PEDRO PÁRAMO de Juan Rulfo

I
Juan: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi
madre me lo dijo. Yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. “No
dejes de ir a visitarlo – Me recomendó- Estoy segura de que le dará gusto conocerte.
No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y
nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
Era el tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla cliente. El camino subía
y bajaba y fue ahí cuando me encontré con un arriero.
¿Cómo dice que se llama el pueblo que se ve allá abajo? (A Abundio)
Abundio: Comala, señor.
Juan: ¿Está seguro de que ya es Comala?
Abundio: Seguro, señor.
Juan: ¿Y por qué se ve tan triste?
Abundio: Son los tiempos, señor.
Juan: Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre: “Hay allí, pasando
el puerto, una vista muy hermosa de una llanura verde”. Y esto no era lo que me
esperaba.
Abundio: ¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber?
Juan: Voy a ver a mi padre.
Abundio: ¡Ah! Bonita fiesta se le va a armar, se pondrá muy contento de ver a alguien
después de tantos años que nadie viene por aquí.
Juan: Eso espero.
Abundio: ¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?
Juan: No lo conozco. Solo sé que se llama Pedro Páramo.
Abundio: ¡Ah! Vaya.
Juan: Si, así me dijeron que se llamaba.
Abundio: ¡Ah!
Juan: ¿A dónde va usted?
Abundio: Para allá mismo voy… Yo también soy hijo de Pedro Páramo.
Juan: Ah… pues… Hace calor aquí ¿no?
Abundio: uy Y esto no es nada. Cálmese, ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a
Comala. Muchos de los que viven allí se mueren de la calor.
Juan: ¿Conoce usted a Pedro Páramo?
Abundio: Uh
Juan: ¿Quién es?
Abundio: Un rencor vivo… mire usted… ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues
detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquél
cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve
de lo lejos que esta? Bueno, pues todo esto es la Media Luna de punta a cabo.
Juan: Es un rancho?
Abundio: Es de él todo este terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un
petate, aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó
a bautizar. Con usted debió de haber sido lo mismo ¿no?
Juan: No me acuerdo.
Abundio: ¡Váyase mucho al carajo!
Juan: ¿Qué dice usted?
Abundio: Que ya estamos llegando, señor.
Juan: ¿Qué pasó aquí?
Abundio: Un correcaminos señor, así le nombran a esos pájaros.
Juan: No, yo preguntaba del pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado.
Parece que no lo habitara nadie.
Abundio: No es que lo parezca, así es. Aquí no vive nadie.
Juan: ¿Y Pedro Páramo?
Abundio: Pedro Páramo murió hace muchos años.
Juan: Ah caray, bueno, y pues, y usted sabe ¿dónde puedo encontrar alojamiento?
Abundio: Llegando allá busque a doña Eduviges, si es que todavía vive, dígale que va de mi
parte.
Juan: Está bien. ¿Y cómo se llama usted?
Abundio: Abundio, señor.
Juan: Y así fue como empezó toda mi aventura, si ustedes quieres saber que es lo que me
pasó después, los invito a que me acompañen hacia allá, vamos a ver que
encontramos en el famoso Comala.
II
Juan: Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas
despotrilladas, invadidas de yerba. Al cruzar la bocacalle vi una señora envuelta en
su rebozo. La seguí con la mirada y le grité. ¿Dónde vive doña Eduviges? Y ella
solo me señaló con el dedo en esta dirección. Llegué a la casa del puente y toqué a
la puerta, pero ésta se abrió tan solo con mi presencia.
Eduviges: Pese usted.
Juan: Pero...
Eduviges: Yo soy Eduviges Dyada. Pasa.
Juan: ¿Qué es lo que hay aquí?
Eduviges: Tiliches, tengo la casa toda entilichada, pero el cuarto que le he reservado está al
fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. ¿De modo que usted es
hijo de ella?
Juan: ¿De quién?
Eduviges: De Doloritas.
Juan: Si pero ¿cómo lo sabe?
Eduviges: Ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy.
Juan: ¿Quién? ¿Mi madre?
Eduviges: Si. Ella… Usted ha de venir cansado y el sueño es muy buen colchón para el
cansancio. Ya mañana arreglaré su cama. Para eso hay que estar prevenido y la
madre de usted no me avisó hasta ahora.
Juan: ¿Mi madre?… pero mi madre ya murió.
Eduviges: Entonces esa fue la causa de que su voz se escuchara tan débil. ¿y cuánto hace que
murió?
Juan: Hace ya siete días.
Eduviges: Pobre de ella, se ha de haber sentido abandonada. Nos hicimos la promesa de morir
juntas. De irnos las dos para darnos ánimos. Éramos muy amigas. ¿nunca te habló
de mí?
Juan: No, nunca.
Eduviges: Me parece raro. Claro que entonces éramos unas chiquillas y ella estaba apenas
recién casada. Tu madre era tan bonita, digamos, tan tierna, que daba gusto
quererla. ¿De modo que me lleva ventaja, no? Pues ten la seguridad de que la
alcanzaré.
Juan: ¿Cómo dice?
Eduviges: Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera, no cuando él lo
disponga. Perdóname que te hable de tú, lo hago porque te considero como mi hijo.
Muchas veces dije: “El hijo de Dolores debió haber sido mío”. Déjame que diga por
qué.
Juan: Diciéndome eso creo si se tiene que explicar, no vaya a ser.
Eduviges: Vamos a ver, Tu madre visitó a un brujo, que le dijo que esa noche no podía
acercársele a ningún hombre o iba a quedar embarazada, ella no quería a Pedro
porque aparte le debía dinero a su familia, lo malo era que ese día era el día de su
boda con el famoso Pedro Páramo, así que tu madre me convenció para que fuera
yo quien pasara la noche con él.
Juan: ¿Cómo dice?
Eduviges: Así como lo oyes, pero a tu padre no se le escapaba una y se dio cuenta, y llamó
otra vez a tu mamá es por eso que después de un año naciste tú, pero no de mí.
Juan: ¿Qué está diciendo?
Eduviges: Ella dijo que odiaba a ese hombre porque siempre le daba órdenes, hasta que un día
le dijo que echaba mucho de menos a su hermana para irse de su lado, y el enfadado
la envió con ella y la abandonó, y así ya nunca se supo de Dolores.
Juan: En ese momento yo creía que esa mujer estaba loca… aunque puede que tenga
razón, por eso crecí yo en Colima con mi tía Gertrudis… Estoy cansado, me voy a
acostar.
Eduviges: Si, que descanses, ya mañana platicaremos.
Juan: Entonces me dispuse a irme a la habitación cuando escuche un ruido fuera de la
casa… ¡Doña Eduviges! ¿Qué es ese ruido?
Eduviges: Son los caballos de Miguel.
Juan: ¿Miguel?
Eduviges: Si, otro hijo de tu padre.
Juan: ¿Otro hijo de Pedro Páramo?
Eduviges: Si, me vino a visitar, el pobre se cayó de su caballo. y ahora ese caballo galopa sin
jinete.
Juan: ¿Y por qué no va por su caballo?
Eduviges: No creo eso ya sea posible.
Juan: ¿Quedó muy lastimado?
Eduviges: No, murió cuando se cayó de su caballo. Al día siguiente tu padre me pidió que lo
acompañara para velar a Miguel y se armó todo un alboroto.
Juan: ¿Por qué?
Eduviges: Porque el padre Rentería, el cura de este pueblo se negó a bendecir el cuerpo de
Miguel, ya que él era el responsable de la muerte de su hermano.
Juan: ¿otro?
Eduviges: Si, dijo que no merecía el perdón de Dios. Yo creo que por esto el alma de Miguel
no descansa, porque ya van muchos los que dicen que ven deambulando por las
calles.
Juan: No entiendo mucho de esto, mejor me voy a dormir. Todo esto me parece muy raro
porque mi madre nunca me habló de usted, la primera vez que escuché su nombre
fue por Abundio, un arriero que me encontré de camino hacia acá.
Eduviges: Si muchacho, mejor descansa. Porque aquí solo conocemos a un Abundio, y se me
hace más raro porque ese Abundio del que te hablo, hace años quedó sordo y dejó
de hablar. Debiste haber conocido a otro hombre, porque además Abundio ya
murió. (Juan se va a dormir)
Juan: Pero… si, mejor me voy a dormir. Buenas noches.
Damiana: ¡Ay! ¿Pero qué está haciendo usted aquí? ¿Quién es usted?
Juan: ¿Quién soy yo? Mejor dicho ¿quién es usted y porque se metió al cuarto?
Damiana: Yo soy Damiana Cisneros, soy del rancho de la Media Luna.
Juan: Yo soy Juan, y doña Eduviges me dijo que podía descansar aquí.
Damiana: Eso es imposible. Doña Eduviges murió hace mucho tiempo,
Juan: Pero cómo dice eso si ayer por la noche estuvimos hablando aquí afuera.
Damiana: No sé lo que dice, y además aquí nadie se mete porque fue el lugar donde murió
Toribio Aldrete.
Juan: ¿y quién es ese?
Damiana: No se muy bien, pero dicen que fue un trabajador que intentó robarle tierras a Pedro
Páramo, o al menos eso fue lo que nos contó Fulgor.
Juan: ¿Fulgor?
Damiana: Si, un administrador del señor Páramo. ¿Qué no eres de aquí?
Juan: No, pero siento que el pasado me está persiguiendo. ¿Dónde se encuentra Fulgor?
Damiana: Creo que lo vi por la plaza, si te vas rápido a lo mejor lo alcanzas.
Juan: Yo no podía quedarme con la duda, si ese Fulgor trabajaba para mi padre, seguro lo
conoció mejor. Así vámonos antes de que se nos vaya.
III

Juan: Buenas señorita.


Bastante tarde para hacer un paseo por aquí. Buenas.
Juan: Estoy buscando al señor Fulgor Sedano.
Ese mismo que ves allá arreglando la carreta. ¡Fulgor! Te buscan.
Fulgor: ¿Quién es usted?
Juan: Me llamo Juan, vengo desde lejos buscando información. Me han dicho que usted
conoció a mi padre.
Fulgor: Vamos viendo, pues primero dígame quien es su padre.
Juan: Soy hijo de Pedro Páramo.
Fulgor: Condenado es el destino! Cómo ve señorita, pregunta que si conocí al señor Pedro.
Ja, a ese desgraciado. Es imposible que no lo conozcamos.
Juan: Necesito que me cuente de él.
Fulgor: Así es, yo trabajé para él, y no creo que te guste saber mucho de lo ha pasado por
aquí, ¿verdad señorita?
Todos tenemos un recuerdo muy diferente de Pedro.
Juan: Pueden decirme que ha pasado, todo ha resultado muy confuso.
Fulgor: Yo trabajé primero para su padre, Lucas Páramo, cuando él murió mi patrón heredó
todo el rancho y las tierras. Tuve que ir a visitarlo para darle las malas noticias.
Juan: ¿Malas noticias heredar todo este lugar?
Fulgor: Así mismo, todo estaba endeudado y Pedro heredó una mala situación económica.
Le debían dinero a casi todas las familias de por aquí. ¿no es así señorita?
Susana: ¿Que si nos debía?, yo creo que a la familia Preciado era con la que más tenía que
rendir cuentas. Y fuiste tú quien armó todo ese infierno condenado Fulgor. Algún
día lo pagaras.
Fulgor: Tranquila, ya no hay mucho que hacer. Mire, pa que me lo entienda rápido, Pedro
me ordenó que fuera a la casa de la familia Preciado, que se quería casar con
Dolores.
Juan: Dolores es mi madre.
Susana: Maldito Pedro. Ni siquiera se presentó él mismo y mando a este condenado
achichincle. Y todavía mandándolo decir que se quiere casar en dos días, ¿Cómo va
a ser? Le respondió que aceptaría si le daba ocho días. A lo mejor le me ocurría
algo.
Fulgor: Entonces eres Juan Páramo Preciado.
Juan: Juan Preciado.
Fulgor: Tuviste un hermano, Miguel. Pero creo que muy diferente a ti, se la pasaba
bebiendo el condenado.
Juan: Ya me han contado algo de él.
Susana: Otro enredo más en el que te metiste. Mire Juan, lo que pasa es que por aquí
acusaban a Miguel de haber matado a un hombre.
Fulgor: Que dices tú, ese asunto me tenía igual de preocupado por Miguel, pero cuando
hablé de eso con mi patrón me dijo que eso fue hace mucho, cuando Miguel era un
chamaco y que no había afectado a nadie esa situación.
Susana: Será que pedro no le prestaba atención a las demás personas que no vieran por sus
intereses.
Fulgor: Cómo haya sido, pero lo que pasó fue que una madrugada tocaron a la puerta para
avisarle a Pedro que su hijo estaba muerto. Mi patrón estaba decidido a vengarse,
pero descubrió por azares del destino que Miguel se había caído del caballo.
Será que empezaba a pagar por sus pecados.
Fulgor: Pero como puede decir eso Susana, si usted también lo tuvo entre sus manos.
Susana: Por tu culpa maldito. Eso nunca te lo voy a perdonar.
Juan: ¿a todo esto quién es usted?
Susana: Mi nombre es Susana, condenada a este martirio porque siempre fui el gran amor de
tu padre. Siempre estuvo rondando mi vida. Pero el infeliz se metía con cuanta
mujer se metía en su camino.
Fulgor: Eso es harina de otro costal.
Susana: Tu calla infeliz y no le tenga mucha confianza Juan, este hombre es como su patrón,
capaz de todo. Cuando comenzó la revolución mi padre le pidió a Pedro que me
enviaran a un lugar lejos de la guerra. Pero los muy canallas ya tenían un plan para
que yo me quedara con él. Y estoy segura que fue idea tuya, hijo del diablo.
Juan: Pero ¿qué pasó si se puede saber?
Susana: Enviaron a mi papá a las minas, y ahí terminaron con su vida. Lo sé porque después
de eso mi padre ha visitado la casa varias veces. Desde que de niña una vez vi una
calavera en esas minas supe que algo malo pasaría allí.
Fulgor: Pero no te quejes, Pedro siempre estuvo al pendiente de ti, te quizo como a ninguna.
Incluso cuando enfermaste.
Susana: Ya no tenía de otra. Lo bueno fue que también tu recibiste tu merecido por andar
con ese hombre.
Juan: ¿Pero de qué hablan? ¿Acaso están aquí?
Susana : Pero que dices ingrato, aún estamos aquí. Pagando penas por la vida de otro
hombre, yo postrada en una cama y a este… a este lo mataron los revolucionarios
por ser el administrador de Pedro.
Juan: Me… me tengo que ir.
Fulgor: Como dice la señorita Susana. Aquí en Comala seguimos vagando sin rumbo.
Juan: Vámonos de aquí, no estoy entendiendo lo que pasa. Solo sé que necesitamos un
poco de aire fresco.

IV
Juan: Paremos ya de una vez, esta historia no tiene sentido. El arriero, la mujer de la casa,
esos dos que acabamos de ver, ¿son de este mundo o ya no están aquí? Es el pasado
de mi padre lo que tiene cargando su alma? No puedo más, necesito hacer una
pausa o me estallará el corazón. Discúlpenme un momento tengo que recostarme un
poco.
Damiana: ¡Muchacho! ¡Muchacho! … ¿estás bien?
Juan: ¿Otra vez tú?
Damiana: Peró ¿qué haces ahora aquí?
Juan: No entiendo lo que pasa aquí. Parece que las cosas están y no.
Damiana: Tranquilízate, respira hondo, tienes que calmarte un poco. No te equivocas, este
pueblo está lleno de voces.
Juan: Escuché a dos mujeres decir que están felices de haber escapado de Pedro Páramo,
y otro más diciendo que va a pelear por su tierra y que Pedro Jamás se la quitará.
Damiana: Ya te has dado cuenta. Colama está lleno de espíritus del purgatorio, y las pocas
personas que aún habitan aquí no salen por las noches y sus rezos no son suficientes
para perdonarlos.
Juan: Me estoy sintiendo un poco mareado. Siento que todo esto me está ahogando.
Damiana: Ye se te pasará.
Juan: Es que no puedo creer todo lo que ha pasado por aquí.
Damina: Muchas cosas están manchadas de sangre por aquí. Tu familia fue la razón de
muchas cosas.
Juan: ¿Mi familia?
Damiana: ¿No eres un Páramo?
Juan: Ojalá que no.
Damiana: La vida de tu familia tuvo eventos muy crueles. Como aquella vez que tu padre
disparó a todos los invitados de una boda en venganza.
Juan: Pero ¿cómo puede ser eso posible?
Damiana: Todos tuvimos relación de alguna u otra forma con los Páramo.
Juan: Tu también?
Damina: El padre Rentería me dio a cuidar a uno de los hijos de Miguel.
Juan: De modo que todos se conoces.
Damiana: Es un terreno grande, pero un pueblo chico.
Juan: ¿y por qué no hicieron algo? ¿buscaron ayuda?
Damiana: Los que tienen el poder tienen las riendas.
Juan: Ha sido mucho por hoy, esta sensación de asfixio no se me quita.
Damiana: Necesitas descansar, duerme un poco.
Juan: Eso es lo que necesito.
Damiana: Pero no te quedes en el suelo, quédate en la cama. Ya mañana será otro día. Y las
cosas aquí cambian muy rápido.

Dorotea: ¿Joven?
Juan: Pero ¿que pasó? ¿Qué hago aquí?
Dorotea: Calma, no te precipites.
Juan: Estaba en una cama.
Dorotea: Pues de alguna forma acabaste tirado en la plaza.
Juan: ¿Quién es usted?
Dorotea: Puedes llamarme Dorotea.
Juan: ¿Pero qué pasó? En la noche sentí que me estaba ahogando, y luego…
Dorotea: No moriste a causa del ahogo, sino del miedo.
Juan: Yo me estaba quedando con una mujer. Pero empecé a escuchar voces. Decían
“Ruega a Dios por nosotros” ¿Eso pasó?
Dorotea: Si, Eduviges se suicidó hace mucho tiempo.
Juan: ¿También ella?
Dorotea: También todos.
Juan: ¿Usted?
Dorotea: Yo siempre quise tener un hijo, pero Dios nunca me lo dio. Antes tenía un sueño
donde podía verlo, un muchachito lindo y fuerte. Pero también una pesadillo donde
yo llegaba al cielo, y un santo me decía que no era capaz de quedar embarazada.
Juan: Lo siento mucho.
Dorotea: Así que solo me dispuse a pasear por el pueblo… solamente esperando a que el día
llegará, y así acababa aquí, enterrada en el mismo ataúd que tu. Quizas yo también
estoy pagando mi culpa.
Juan: ¿A qué se refiere?
Dorotea: Todos aquí tenemos una maldición. A lo mejor por lo que pasó en el tiempo de
Pedro. Yo fui la responsable de muchas de sus andanzas de su hijo. Siempre iba
pedir desayuno a la casa de los Páramo, y un día hice un pacto con Miguel. Para
llevarle una que otra jovencita. Que pecado más grande. Decirle cuando ellas iban a
estar solas para que este se apareciera en su camino.
Juan: Eso no me lo dijo Fulgor ni Susana ¿Conociste a Susana?
Dorotea: La última esposa de Pedro, su madre tuvo tuberculosis. Aquí han pasado muchas
desgracias muchacho.
Juan: y todas en torno a mi padre.
Dorotea: ¿Eres hijo de Pedro Páramo?
Juan: Por infortunio.
Dorotea: Buenas jugadas del destino. Déjame decirte algo, tu padre nunca puso superar el
gran amor que le tuvo a ella, y cuando murió dejó de trabajar en sus tierras y
despidió a todos sus trabajadores. Todos trabajan para él, y esto ocasionó que
Comala entrara en una crisis.
Juan: Eso explica muchas cosas.
Dorotea: después de eso la pobreza y la enfermedad de encargó de todo, muchos murieron de
hambre y así Comala se convirtió en un pueblo fantasma.
Juan: Es que no lo entiendo.
Dorotea: Por alguna razón todos estamos aquí.
Juan: Pero si todos están aquí, significa que… que mi padre también ande por aquí.
Dorotea: Muchacho, ya lo hemos intentado, pero para mí que él si está ya en el infierno, o
sabrá Dios.
Juan: ¿Cómo murió mi padre?
Dorotea: A mi solo me llegó un rumor de que un día Susana se puso muy grande, todas nos
preguntábamos si eso el castigo suficiente para los crímines de Pedro Páramo,
vimos a un médico correr hasta su casa, pero no pudo hacer nada, la pobre ya había
fallecido.
Juan: ¿Y qué pasó con mi padre?
Dorotea: Un tal Abundio, un arriero de por aquí ese mismo día se puso una borrachera, se fue
tambaleando por las calles, y Pedro lo vio tratando de sostenerse en pie. Hasta
pareció que su alma empezaba a cambiar, o fue el alcohol en la sangre de Abundio
que lo hizo perder el juicio, que hizo que le clavara un puñal, y lo dejara tirado en la
calle.
Juan: Abundio.
Dorotea: Y ahora tu estás aquí conociendo todo el pasado de tu sangre. Todos ellos al igual
que tú, conocieron la vida desventurada de los habitantes de Comala, conocieron ya
un poco de la vida de Pedro Páramo. Tú te quedas con nosotros Juan, pues quedaste
atrapado en esta historia, pero ustedes, pueden irse para que divulguen la historia
que acaban de ver y puedan contar una historia que está llena de vida, dentro de la
muerte.

También podría gustarte