Está en la página 1de 2

Las tres miradas de Cristo.

En la meditación de la noche anterior sobre el hijo pródigo, comenzamos, a través del uso de la
parábola de Jesús a encontrar ¿quién es Dios? Y ¿cómo nos contempla? Pero ¿cómo es Jesús? Esta
mañana, con el fin de responder a dicha respuesta, examinaremos tres ocasiones en que otros
encontraron a Jesús y veremos como Él les respondió a ellos. También desearemos ver como
reaccionaron ellos ante El.

El joven rico. Leer Mc 10,17-22


Este hombre joven había llevado buena vida. Buscaba sinceramente hacer la voluntad de Dios - -su
excesivo apego a las cosas materiales. Podría parecernos que Jesús pidió demasiado. Sin embargo,
Él nunca nos desafía más allá de la fuerza que nos da para cumplir con estos desafíos.

Si bien el hombre joven era bastante generoso, no estaba dispuesto a renunciar a las comunidades
y prerrogativas que su riqueza le proporcionaba. Su situación fue particularmente triste porque
prometía tanto. La decisión de aferrarse en sus bienes en lugar de confiar su vida a las manos de
Jesús, lo hizo un hombre muy infeliz fracasó por cobardía - -fracasó al no confiar en Jesús.

Advirtamos que cuando el hombre joven dio la espalda a Jesús y se marchó, el Señor lo dejó ir. Ello
no ocurrió porque el hombre hubiera omitido cumplir con las demandas de Jesús; más bien a
causa del gran amor que Jesús sentía por él. Este amor siempre respeta la libertad del otro. Jesús
también se entristeció (v. 23); porque si el joven hombre hubiera usado la libertad que Dios nos da
de otra forma, habría podido elevarse a un nuevo nivel de la existencia humana.

¿Es esta nuestra historia? Somos infelices – personas atrapadas en nuestro deseo de vivir para el
Señor, y nuestro apego a las comodidades humanas, a las preocupaciones de este mundo, a la
influencia, el poder y la condición social? ¿Por qué nos falta el valor para confiar a Dios los detalles
de nuestra vida?

Judas. Leer Jn 12,4-6


Nadie abandona a Dios súbitamente. Esto sucede gradualmente. Permitimos que diversos tipos de
males erijan barreras entre Dios y nosotros. Las barreras de Judas fueron la deshonestidad, la
avaricia y el orgullo. Las nuestras pueden ser distintas, pero salvo que las mantengamos a raya,
éstas eventualmente llegarán a separarnos por completo de Dios.

Podemos engañarnos y engañar a los que nos rodean para que crean que estamos dedicados a
Dios y al propio tiempo rehusar rechazar estos males. Judas pudo haber engañado a los otros
once. Pero Jesús no pudo haber sido engañado; sabía la verdad acerca de Judas. Continuó siendo
su amigo y dejó la puerta abierta para que volviera a Dios – la misma puerta que se encontraba
abierta los otros. Jesús lo hizo incluso así la noche antes de morir, traicionado por Judas. Allá en
aquel cuarto superior Jesús lavó los pies de Judas y lo invitó a purificarse del pecado y reunirse
nuevamente con la familia. Trató de advertir a Judas, pero Judas endureció su corazón. “Luego
salió; a la oscuridad…” del mal y la desesperación {Jn 13,30}.

Cuando Judas respondió por vez primera al llamado de Jesús, lo hizo con tanto entusiasmo como
los demás. Tenía grandes esperanzas de compartir el ministerio de Jesús. Nunca intentó separarse
de Jesús. Pero eventualmente permitió que la ambición, la falta de honradez, y el orgullo
intervinieran y lo cegaran respecto de la verdad. Cuando finalmente se percató del resultado de su
falta de honradez, y lamentó sus acciones, desesperó de jamás encontrarse el perdón – y
conocemos el desenlace.

Observemos que Jesús jamás abandonó a Judas. Indiscutiblemente puso en Judas tantas
esperanzas como Judas mismo – acaso más altas. Fue Judas quien se separó de la vida que Jesús
pudo haberle aportado. Y, habiendo vuelto a ser sordo a la promesa e invitación de Jesús para oír
su propia voz, nunca pudo imaginar que existía Aquél que estaba dispuesto a oír sus gritos
pidiendo aceptación, solicitando perdón. ¿Ha sido esta nuestra historia? ¿Hemos también estado
ciegos a la verdad acerca de Jesús por haber permitido la intervención de varios males? ¿Nos
hemos vuelto sordos a su promesa y llamado por oír demasiado nuestro propio consejo?
¿Desesperamos porque tememos acudir a Jesús en busca de perdón y curación?

Pedro. Leer Mc 14,27-31


Pedro, un ser humano muy auténtico, estuvo realmente dedicado a Jesús. Sin embargo, tenía un
grave defecto: confiaba demasiado en sus propios esfuerzos para vivir una vida semejante a la de
Cristo. Tenía demasiada confianza en sí mismo. Con frecuencia hacía declaraciones bruscas,
incluso hirientes. Una de ellas fue; “incluso si todos pierden la fe, yo no la perderé” [v. 29}.

Por haber confiado en su propia fuerza, fracasó en el momento en que se presentó el desafío
verdadero. Repudió por completo a Jesús, y se conviertió en fuente de escándolo para sus
hermanos.

Leer Lc 22,54.62
Pero Pedro tuvo un importante factor de redención en su favor. Era lo suficientemente humilde
para arrepentirse, para admitir su fracaso y su necesidad. Todo lo que necesitó fue una mirada de
Jesús para romper a llorar a causa de su pecado; y a pesar de la temeraria confianza que tenía en
sí mismo, continuó amando a Jesús y creyendo en que Jesús lo amaba.

Había aprendido, naturalmente, que Jesús comprende las fallas humanas y que perdona.
Descubrió que, mientras continuara entregándose sin reservas al amor de Jesús, tendría la
fortaleza para superar todos los obstáculos.

Leer Jn 21,15-17
Para que Pedro sirviera a Jesús, resultaba crucial amar a Jesús.

Conclusión. Jesús nos tiende las manos a todos en este fin de semana. Nos ve como vio a aquellas
personas hace tantos años, con la misma intensidad y con el mismo amor eternamente
perdurable. ¿Cuál es nuestra respuesta cuando habla dentro de nuestros corazones y percibimos
su mirada?

¿Tememos este encuentro? ¿Nos alejamos?


¿Estamos completa o parcialmente ciegos y sordos en virtud del pecado?
¿Somos imperfectos, aunque tenemos voluntad porque lo amamos?
¿Estamos dispuestos a confiar en que Él nos ama?

También podría gustarte