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El clamor de los pobres

La sangre de los pobres se detiene ante nuestra puerta. Hoy cuando levantamos nuestras manos en
oración y alzamos nuestra voz el profeta Isaías nos dice: "Vuestras manos están llenas de sangre".
¿Con la sangre de quién?

- la sangre de hombres, mujeres y niños martirizados en América Central;


- la sangre de los negros sudafricanos que tienen ansia de libertad;
- la sangre de los "sin techo" que duermen en las calles de St. Louis;
- la sangre de las víctimas del SIDA que mueren solos a causa de nuestro
miedo;
- la sangre de los trabajadores inmigrantes que trabajan por sueldos bajos y
ponen en riesgo su vida a causa de los plaguicidas que envenenan su
organismo;
- la sangre de los niños que buscan refugio en nuestros corazones y en nuestros
hogares;
- la sangre de la joven madre que mece a su niño mientras va arrastrando los
pies al comedor gratuito para pobres;
- la sangre de los trabajadores echados de la fábrica;
- la sangre del agricultor exiliado de su tierra, de su vida.

La sangre de todos ellos está en nuestras manos. Una sangre que tiñe nuestra apatía y colorea
nuestra indiferencia. Isaías dice que limpiemos nuestras manos de su sangre, pero no para
sustraernos a la responsabilidad como el cobarde Pilatos, sino para lavarnos de nuestra inactividad
con el valor de Cristo: "Dejad de obrar el mal, aprended a hacer el bien..., buscad la justicia, no
oprimáis, escuchad al huérfano, defended a la viuda".

Estos son los indefensos y marginados; los oprimidos y heridos; los desatendidos y abandonados;
los olvidados y no perdonados. Estos son aquéllos a los que somos enviados. La sangre de los
pobres deja huellas que conducen hasta nuestra puerta. Su sangre llega hasta aquí.

Isaías nos llama a la conversión..., al compromiso..., a recuperar la alianza que hemos conquistado
en la sangre de la cruz. Como mujeres y hombres reunidos bajo el estandarte de la Preciosa Sangre,
nuestra fe en la Pascua no eclipsa nuestra memoria del Calvario. Las cicatrices de las manos y de
los pies de Nuestro Señor nos desafían a reavivar la memoria. "Hagan esto en memoria de mí". Los
que hemos sido redimidos con la Sangre de Cristo tenemos la responsabilidad de recordar 1...;
reconciliar a los miembros del Cuerpo de Cristo que han sido olvidados. Pablo dice: "vosotros, los
que en otro tiempo estábais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo" (Ef. 2, 13).
Aceptando esta responsabilidad forjamos una nueva génesis, una nueva creación; una nueva
esperanza para nuestro tiempo.

Ser seguidores de Cristo hoy significa ser pobre. Jesús se identificó con los marginados. La
declaración sobre su misión se convierte en nuestra misión: "para anunciar a los pobres la buena
noticia..., la liberación a los cautivos...., y la vista a los ciegos..., para dar la libertad a los oprimidos
(Lc 4, 18). Y a todos los que temen haber perdido el favor del Gobierno, de la Iglesia, de la
sociedad "proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4, 19).

Hace unos años un misionero de Nicaragua hablando a un grupo de nosotros nos contó que algunos
de sus feligreses habían sido asesinados por los "Contra" con armas y municiones "made in the
1    ?
El autor juega con la palabra inglesa "remember", desdoblada en re-member, que podría
traducirse como volver a hacer miembro, reintegrar a alguien en la comunidad..., reconciliar. (NdT)
U.S.A." (fabricados en los Estados Unidos). Y dijo algo que para nosotros reviste una importancia
particular: "Escuchar el evangelio tiene mucho que ver con los pies, porque depende de dónde uno
está parado. Si en el barro con los pobres, o sobre alfombras con los ricos".

Los oprimidos, los marginados, los excluidos, nos han sacado, a veces a puntapiés y gritando, de las
alfombras de felpa y de los lujosos salones para estar con ellos en el barro y la sangre que manchan
sus pies. Es muy distinto cuando llevamos la luz del Evangelio y el fermento del Reino de Dios a
nuestro mundo estando con los pobres. Viviendo en solidaridad con los oprimidos. Mezclándonos
con las masas que sufren injusticia.

Nuestro ministerio tiene que ser un ministerio de compasión. Pero, parafraseando a Henri Nouwen,
no podemos llevar noticias alegres a los pobres si no estamos dispuestos a hacer frente a los que
causan la pobreza; no podemos dar libertad a los cautivos si no estamos dispuestos a enfrentar a los
que poseen las llaves; no podemos mostrarnos solidarios con los oprimidos si no estamos dispuestos
a confrontar al opresor. La verdadera compasión entraña confrontación.

La fuerza de nuestra fe genera este tipo de compasión porque creemos en un Dios que sufre con
nosotros. El fundamento de nuestra esperanza se encuentra en las palabras de Pablo a los Efesios:
"Cristo es nuestra Paz; Cristo ha derrumbado las barreras de hostilidad que nos dividían."

Hoy nos sentimos desafiados a ser "la morada de Dios". Lo aprendemos escuchando a los pobres. El
rostro de Dios aparece tan claro en los ojos de ese niño asustado que busca refugio; en el rostro de
esa mujer que llega cansada al comedor de los pobres; en las manos callosas del agricultor y el
obrero; en la mirada del que muere en soledad. Ellos tienen que saber que Dios no los ha
abandonado; que Dios sigue amándolos, que respira en ellos, y que vive en ellos. Y nosotros
tenemos que saber que Dios está con nosotros para darnos el valor de la compasión. Para tocar sus
temores y lágrimas con la realidad del Calvario y la promesa de la Pascua. Después de todo,
creemos que sólo Dios puede salvarnos y hacernos volar con libertad en alas de la resurrección.
Pero como dice Isaías, tenemos que obrar según nuestra fe. Como religiosas y religiosos,
rescatamos la visión de Isaías y la misión de esperanza de Jesús siendo torrentes de misericordia y
compasión para las víctimas de la injusticia.

El espíritu del Señor está sobre nosotros; Dios nos ha ungido para llevar la buena noticia a los
pobres solidarizándonos con ellos; no manteniéndolos a distancia sino abrazándolos con una
compasión que nace de la cruz.

- somos enviados a llevar la libertad a los cautivos abriendo las puertas cerradas por
la codicia con las llaves de la generosidad, de la caridad y, sobre todo, de la justicia;
- somos enviados a devolver la vista a los que están enceguecidos por el
materialismo; a los que están enceguecidos por la idea de que todo deseo es una necesidad; a los que
sólo ven posesiones y pierden de vista la dignidad de la persona humana;
- somos enviados a liberar a los prisioneros del lucro, considerado como criterio
último; a los que sólo tienen en cuenta las estadísticas y pasan por alto el carácter sagrado de cada
persona; a aquéllos cuyas vidas son prisioneras del militarismo tenemos que enseñarles el camino de la
paz: a los que sólo ven el signo dólar tenemos que mostrarles los signos que construyen el reino de
Dios: mansedumbre, humildad, misericordia, justicia; para aquéllos cuyas energías se alimentan de
venganza, debemos construir reconciliación.

Las personas prisioneras de políticas que no tienen lugar en el evangelio de Jesucristo tienen que ser
liberadas. El criterio último no se encuentra en un estado de cuentas sino en la Escritura. Allí donde
nacen sueños que terminan marchitándose; donde echa raíces el sufrimiento y florece el dolor;
donde la sangre cae sobre el suelo de vidas agotadas, allí está Dios. Y allí tambien tenemos que
estar nosotros, si somos dignos de nuestro nombre.

Cuando nos reunimos en torno a la mesa de la Eucaristía, damos testimonio de la sangre que
tenemos en nuestras manos. Elevamos nuestras voces al Dios de la vida. Y mientras lo hacemos,
traemos con nosotros la sangre de todos los que suspiran por liberarse de la opresión, la injusticia y
la violencia económica. Los traemos a todos a la mesa de Jesús. La súplica del huérfano, el clamor
de la viuda, la queja de los extraviados llegan con nosotros a la mesa de Jesús.

Hermanas y hermanos, cuando los depositamos aquí junto con nuestras vidas vemos que la sangre
queda aquí. La sangre preciosa de los pobres se queda aquí y se mezcla con la Preciosa Sangre de
Cristo para derribar las barreras que nos mantienen apartados. Al hacer memoria, descubrimos la
paz, que es Cristo; la esperanza, que es Dios; y el valor, que es el Espíritu. Aunque la sangre queda
aquí, también fluye desde aquí a nuestras vidas derramadas en un servicio amoroso a los pobres.

(P. Joseph Nassal, C.PP.S., "The Blood of the Poor" (La sangre de los pobres), Homilía en el
Congreso de la Preciosa Sangre, St. Louis, Missouri, 2 de agosto de 1988)

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