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En el lagar

Como pregoneros y embajadores, tenemos que recordar que "la autoridad está en el mensaje, no en
el que lo proclama". Por consiguiente, no podemos seguir apoyándonos en el hecho de que tenemos
una función jerárquicas. Como pregoneros y embajadores, tenemos que llegar a ser sacerdotes y
poetas de la Palabra. Al hablar de la predicación de sus miembros y de la fecunda atracción que
ejercían, Gaspar solía citar frecuentemente el Cantar de los Cantares: "las viñas en cierne exhalan su
fragancia" (Ct 2, 13).

Como miembros de esta comunidad misionera tenemos que amar los relatos, que llevan a la gente a
la presencia del divino amante. Tenemos que escuchar al pueblo en el que se van trasmitiendo unos
a otros esos relatos, y hacer que puedan descubrirlos en su propia vida. Historias de reconciliación,
de perdón de los pecados, en las que reconocemos la presencia de Jesús en todas las naciones y
culturas, y entre los pobres y marginados con los que trabajamos.

En el Cantar de los Cantares se invita a recorrer los campos. Es una de las formas con las que la
biblia habla de la nueva creación. Según las apariciones del Resucitado, la nueva creación realizada
ya en Jesús es encarnada y relacional. Se muestra en carne y hueso. Sabemos que es uno de
nosotros. También nosotros tenemos que estar en el mundo en carne y hueso y no como seres
espirituales y separados.

En su segunda carta, Gaspar nos invita a volver a nuestras raíces para tener una visión clara.
Escribe: "La vida apostólica se basa sobre la vida interior del espíritu". Como pregoneros y
proclamadores, así como el mensaje no es nuestro tampoco lo es su poder. Procede del espíritu. En
el evangelio de Lucas, María escucha las mismas palabras de encarnación y relación que los
apóstoles y la Iglesia escuchan al final del evangelio. Tenemos que estar "revestidos de poder desde
lo alto".

En los campos se nos invita a entrar en la bodega. Gaspar llama al corazón de Jesús la bodega
mística o la sala de banquetes. Allí estamos en intimidad con Jesús y entre nosotros en el centro
espiritual de la Preciosa Sangre.

Es justamente esta comunidad la que nos provoca ansiedad. La demasiada cercanía nos asusta.
Tenemos la idea de que debemos dar la imagen de una "familia grande". Tenemos la representación
mistificada de la familia americana como la de los Quayle que ostentan sus J.C. Penny. Esta visión
de familia encubre secretos, negaciones, temores, un montón de respuestas que no dicen nada y
expectativas no realistas.

La verdadera comunidad es todo lo contrario. En la bodega de nuestra intimidad en el corazón de


Jesús podemos hacer experiencias juntos, afrontar nuestros dolores, sufrimientos y heridas, y
reconciliarnos. Este es el primer paso antes de comenzar a trabajar con otros y proclamar el mensaje
de reconciliación. De lo contrario, nuestro mensaje no será auténtico. En esta familia real, nosotros
constituimos pequeñas comunidades y redes de miembros y compañeros. Somos lo que los rabinos
llamaban "mashedu", la "señal de algo". En nuestra comunidad real tomamos en serio a Lucas
cuando describe a los apóstoles que fueron comprendiendo juntos lo que habían visto y
experimentado en sus encuentros con el Señor resucitado. El consenso y la colaboración son las
cualidades de la nueva comunidad.

En la bodega, en el místico corazón de Jesús, también hay un lagar.


Hace poco alguien dijo que la Preciosa Sangre no puede generar una espiritualidad popular. El
salmista exclama: "Has impuesto a tu pueblo duras pruebas, nos has hecho beber vino de vértigo"
(Sal 60, 5). Pero no podemos evitar los hechos de sangre de nuestro tiempo. Tenemos que ser una
comunidad que lee los signos de los tiempos. Esas son las historias reales que nosotros contamos.

Por eso tenemos que confrontarnos con el lagar. En su libro In Water and Blood (En el agua y la
sangre), el P. Schreiter describe este símbolo como el símbolo veterotestamentario de la ira, la
cólera, el juicio y el discernimiento de Dios.

En la actualidad estamos anestesiados por tanta sangre y violencia que trasmiten los medios de
comunicación, hasta el punto de que podemos cenar cómodamente viendo las noticias de la TV.
Pero ha llegado el momento en que nosotros, invitados a la comunidad de la Preciosa Sangre,
rescatemos y descubramos este símbolo poderoso, pero no ya como símbolo sino como una realidad
que nos causa "vértigo". Aquí nos confrontamos con la pasión de Dios. Esto es lo que hace de
nuestro Dios un Dios apasionado. El amor con que Dios nos ama es un amor verdadero. En la
bodega Dios nos dirige una mirada que no podemos olvidar. Nos despierta. Nos asusta. La ira y la
cólera de Dios toca una parte profunda de nuestra psique humana y de nuestra alma. Dios tiene una
forma rara de amarnos. Nos hace compartir su pasión. Ya no podemos quedar tranquilos en la
comodidad de nuestra vida espiritual. Y nos damos cuenta de que tenemos que asumir riesgos que
pueden llevarnos incluso al derramamiento de nuestra sangre. Las Hermanas de Liberia lo
entendieron así. Y también nuestros misioneros de América Latina.

Nuestra ira nos motiva. La vista de las uvas prensadas evoca místicamente el recuerdo de la sangre
y ésta nos hace recordar nuestra pasión, nuestro compromiso. Es una memoria intencional de la
pasión de Jesús, que enciende nuestra ira y nos lleva a hacer algo contra la injusticia, contra la
sangre que se derrama en nuestro mundo, contra las situaciones en las que está en juego la vida
misma.

Antes de poder compartir el místico vino del amor de Dios que nos da valor, tenemos que ver el
lagar. Tenemos que experimentar nuestra propia vulnerabilidad. Tenemos que saber que también
nosotros necesitamos reconciliación. Tenemos que experimentar nuestro regreso a la casa paterna, a
la mística bodega. Tenemos que saber que la reconciliación, nuestra proclamación y nuestra pasión,
"ofrece al pueblo la acción por la que Dios reconcilia consigo a su pueblo. Que no sólo buscamos
nosotros a Dios, sino que Dios nos busca a nosotros."

Rumi, el poeta sufí nos sorprende con esta frase: "Contemplo la uva verde y pruebo el vino." Con lo
cual quiere decirnos que no hay atajos que puedan esquivar el lagar, girar en torno a la pasión,
alejarse de la sangre mística. Antes de tomar el vino que, según escribe Gaspar en su quinta carta,
"renueva y fortifica nuestros corazones", tenemos que pasar por el sufrimiento y la prensa. Sólo con
una fantasía devocional y pietista podríamos atrevernos a traicionar este proceso.

Prestar atención a la sangre es la obra de la reconciliación, que nos da la identidad a través de la


experiencia de la pasión de Jesús. Es algo que se va descubriendo en nuestra historia a medida que
Dios realiza una nueva creación entre nosotros, víctimas y agresores. Este es el ministerio y ésta es
la misión que hemos recibido. Este es el núcleo de nuestra identidad.

Mis hermanas y hermanos, a la luz de esta invitación de Jesús tenemos que elevar nuestras
expectativas o moriremos. Tenemos que elevar nuestras expectativas, o daremos la imagen de que
nuestros dones no son tantos como decimos. Tenemos que elevar nuestras expectativas y celebrar
los momentos de reconciliación y sanación de heridas y sufrimientos. Esta es la palabra y la
proclamación que nos reúnen aquí. Tenemos que responder a la invitación de nuestros tiempos a
renovarnos a nosotros mismos y a los demás con este vino místico. Tenemos que tener ideas claras
sobre lo que somos o, de lo contrario, dejaremos de existir.

(P. Alan Hartway, C.PP.S., "The Wine Cellar: This Mystical Place on our Journey is the Spiritual
Center of the Precious Blood" (La bodega: este lugar místico de nuestro camino es el centro
espiritual de la Preciosa Sangre), The New Wine Press, 25 de mayo de 1993)

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