Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Estar disponible
La “atención flotante” que Freud prescribe a los psicoanalistas es –para el autor de
este texto– manifestación de un valor que se llama disponibilidad y que “no se ha
desarrollado porque alteraría demasiado el edificio occidental del dominio de sí”.
En China, en cambio, “la disponibilidad está en el principio del comportamiento del
Sabio”, ya que “la capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento
de la mente: conocer no es hacerse una idea de algo, sino volverse disponible a
algo”.
¿Por qué ese subdesarrollo? ¿No será que, para promover la disponibilidad como
categoría a la vez ética y cognitiva, haría falta que saliéramos del viejo tándem de
la moral y la psicología, de las virtudes y facultades, y modificáramos
profundamente la concepción misma de nuestro ethos? (N. de la R.: Este término
suele referirse al conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman
el carácter o la identidad de una persona o una comunidad.) Porque,
discretamente, sin estridencias, deslizada incidentalmente entre nuestras frases,
esa noción no deja de entablar una revolución. Socava el andamiaje en función del
cual nos representamos: el sujeto pasa a concebirse ya no como pleno, sino como
hueco. Para el sujeto se trata, nada menos, que de renunciar a su iniciativa de
“sujeto”: un sujeto que presume y proyecta, elige, decide, se fija fines y se procura
los medios. Si renuncia momentáneamente a ese poder de dominio, a lo cual lo
invita la disponibilidad, entonces teme que la iniciativa de la que se vale no tenga
límites y se vuelva intempestiva; que le cierre el paso a la “oportunidad”, lo
bloquee en una conversación estéril consigo mismo y ya no lo deje acceder a
nada. Pero, ¿acceder a qué? Justamente, no sabe “a qué”. Si el sujeto renuncia a
su propia herencia, si desconfía de su propiedad, es porque presiente que el
privilegio que se confiere a sí mismo, atándolo a sí mismo, lo encierra dentro de
límites que ni siquiera puede sospechar.
Que es preciso abstenerse de privilegiar nada, presumir o proyectar nada; que por
lo tanto es preciso mantener en pie de igualdad todo lo que se escucha para no
dejar pasar el menor indicio que pondría sobre la pista, por más incongruente
(inesperado) que parezca; que por consiguiente es preciso mantener la atención
difusa y no focalizada, es decir, no regida por alguna intencionalidad, éste
constituye el primer consejo que Freud le dirige al psicoanalistas (“Consejos al
médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, 1912). En el fondo, es el único que
hay que observar. Porque todos los demás, de cerca o de lejos, conducen a él. La
noción de “disponibilidad” no aparece allí, pero me parece que la reflexión de
Freud gira alrededor de ella, e incluso diría que es aquello que aporta como su
verdad.
Freud llega a ese punto por un interés estratégico, puesto que se trata de abrir una
primera brecha en el sistema de defensa del paciente. No obstante, esa
concepción de una captación que se realiza por desprendimiento alteraría
demasiado todo el edificio occidental del dominio de sí como para ser abordada
por él más explícitamente. Y Freud se interna en ese camino con extrema
prudencia, en puntas de pie. Expone una fórmula que retomará varias veces:
“atención flotante” o, traduzcamos del alemán con más precisión, “sobrevolando
en igual suspenso”. La fórmula es paradójica: “atención” pero “flotante”: la mente
se dirige hacia, se tiende hacia, pero sin nada en particular a lo cual estaría atenta.
Se concentra (atención), pero sobre todo a la vez (dispersión). Que Freud no
pueda expresar sino en una fórmula que roza la contradicción la primera regla
práctica del psicoanalista ya deja ver bastante bien hasta qué punto ésta socava
nuestro credo teórico, que realza las facultades (del conocimiento) y su capacidad
de “control”.
¿Qué sería una atención que, sin embargo, se abstiene a su vez de concentrarse?
O bien, ¿qué es una atención, pero que no se deja conducir por su
intencionalidad? Al mismo tiempo que está atenta, desconfía del objeto de su
atención. Porque desconfía sobre todo de aquello que, en lo que dice el
analizante, le interesaría de entrada y la acapararía y, por ello, la haría pasar de
largo; desconfía de aquello que le hablaría al oído al psicoanalista (en el sentido
familiar, interesado, de “eso me suena”) y le impediría conservar el oído abierto,
vigilante, y escuchar efectivamente.
Sabio sin yo