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Jueves, 18 de abril de 2013 | Hoy

PSICOLOGIA › MILENARIA FORMULA CHINA PUESTA EN VALOR DESDE


FREUD

Estar disponible
La “atención flotante” que Freud prescribe a los psicoanalistas es –para el autor de
este texto– manifestación de un valor que se llama disponibilidad y que “no se ha
desarrollado porque alteraría demasiado el edificio occidental del dominio de sí”.
En China, en cambio, “la disponibilidad está en el principio del comportamiento del
Sabio”, ya que “la capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento
de la mente: conocer no es hacerse una idea de algo, sino volverse disponible a
algo”.

Por François Jullien *

“Disponibilidad” es una noción que permanece subdesarrollada en el pensamiento


europeo: se la refiere a los bienes, posesiones y funciones, pero casi no tiene
consistencia del lado de la persona o del sujeto. A lo sumo, es un término del
escritor André Gide: “Toda novedad debe encontrarnos siempre enteramente
disponibles”. Dado que no pertenece al orden de la moral ni tampoco al de la
psicología, no es prescriptiva (o, si lo es, no podríamos precisar de qué) ni
tampoco explicativa, por lo tanto no puede pensarse ni como virtud ni como
facultad, que son los dos grandes pilares sobre los cuales hemos erigido nuestra
concepción de la persona en Europa. La noción de disponibilidad queda en el
estadio de la vaga exhortación, o se vierte en el subjetivismo y su emoción fácil, el
mismo que mancha también la frase gideana. En suma, no ha ingresado en una
construcción efectiva de nuestra interioridad. La posibilidad de que, a partir de ella,
se elabore una categoría completa, ética y cognitiva a la vez, nunca se desarrolló.

¿Por qué ese subdesarrollo? ¿No será que, para promover la disponibilidad como
categoría a la vez ética y cognitiva, haría falta que saliéramos del viejo tándem de
la moral y la psicología, de las virtudes y facultades, y modificáramos
profundamente la concepción misma de nuestro ethos? (N. de la R.: Este término
suele referirse al conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman
el carácter o la identidad de una persona o una comunidad.) Porque,
discretamente, sin estridencias, deslizada incidentalmente entre nuestras frases,
esa noción no deja de entablar una revolución. Socava el andamiaje en función del
cual nos representamos: el sujeto pasa a concebirse ya no como pleno, sino como
hueco. Para el sujeto se trata, nada menos, que de renunciar a su iniciativa de
“sujeto”: un sujeto que presume y proyecta, elige, decide, se fija fines y se procura
los medios. Si renuncia momentáneamente a ese poder de dominio, a lo cual lo
invita la disponibilidad, entonces teme que la iniciativa de la que se vale no tenga
límites y se vuelva intempestiva; que le cierre el paso a la “oportunidad”, lo
bloquee en una conversación estéril consigo mismo y ya no lo deje acceder a
nada. Pero, ¿acceder a qué? Justamente, no sabe “a qué”. Si el sujeto renuncia a
su propia herencia, si desconfía de su propiedad, es porque presiente que el
privilegio que se confiere a sí mismo, atándolo a sí mismo, lo encierra dentro de
límites que ni siquiera puede sospechar.

Que es preciso abstenerse de privilegiar nada, presumir o proyectar nada; que por
lo tanto es preciso mantener en pie de igualdad todo lo que se escucha para no
dejar pasar el menor indicio que pondría sobre la pista, por más incongruente
(inesperado) que parezca; que por consiguiente es preciso mantener la atención
difusa y no focalizada, es decir, no regida por alguna intencionalidad, éste
constituye el primer consejo que Freud le dirige al psicoanalistas (“Consejos al
médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, 1912). En el fondo, es el único que
hay que observar. Porque todos los demás, de cerca o de lejos, conducen a él. La
noción de “disponibilidad” no aparece allí, pero me parece que la reflexión de
Freud gira alrededor de ella, e incluso diría que es aquello que aporta como su
verdad.

Freud llega a ese punto por un interés estratégico, puesto que se trata de abrir una
primera brecha en el sistema de defensa del paciente. No obstante, esa
concepción de una captación que se realiza por desprendimiento alteraría
demasiado todo el edificio occidental del dominio de sí como para ser abordada
por él más explícitamente. Y Freud se interna en ese camino con extrema
prudencia, en puntas de pie. Expone una fórmula que retomará varias veces:
“atención flotante” o, traduzcamos del alemán con más precisión, “sobrevolando
en igual suspenso”. La fórmula es paradójica: “atención” pero “flotante”: la mente
se dirige hacia, se tiende hacia, pero sin nada en particular a lo cual estaría atenta.
Se concentra (atención), pero sobre todo a la vez (dispersión). Que Freud no
pueda expresar sino en una fórmula que roza la contradicción la primera regla
práctica del psicoanalista ya deja ver bastante bien hasta qué punto ésta socava
nuestro credo teórico, que realza las facultades (del conocimiento) y su capacidad
de “control”.

¿Qué sería una atención que, sin embargo, se abstiene a su vez de concentrarse?
O bien, ¿qué es una atención, pero que no se deja conducir por su
intencionalidad? Al mismo tiempo que está atenta, desconfía del objeto de su
atención. Porque desconfía sobre todo de aquello que, en lo que dice el
analizante, le interesaría de entrada y la acapararía y, por ello, la haría pasar de
largo; desconfía de aquello que le hablaría al oído al psicoanalista (en el sentido
familiar, interesado, de “eso me suena”) y le impediría conservar el oído abierto,
vigilante, y escuchar efectivamente.

Ya que resulta evidente que, al promover la figura autónoma del sujeto y su


estructuración interior pensada a partir de sus facultades, el pensamiento
occidental ha obstaculizado una capacidad de apertura semejante –salvo por un
tratamiento reactivo y compensatorio en un plano místico–, ¿no es ya tiempo de
buscar otras perspectivas? Pero la noción de disponibilidad sólo puede ser
pensada como una manera de operar. Ars operandi: ya no separar lo ético y lo
teórico de lo estratégico o, como sucede en el pensamiento chino, no separar la
sabiduría de la eficacia. Es que, en China, la disponibilidad resulta ser el fondo
mismo del pensamiento.

Sabio sin yo

La disponibilidad está en el principio mismo del comportamiento del Sabio: es


anterior a todas las virtudes. Aunque es un principio que no es principio: erigir la
disponibilidad como principio la contradeciría, por la misma razón que la
disponibilidad es una disposición sin disposición fija. En esto concuerdan, ya sea
que la aborden desde una u otra perspectiva, todas las escuelas chinas desde la
Antigüedad (lo que denomino un fondo de acuerdo del pensamiento). E incluso
resumiría la enseñanza del pensamiento chino de la siguiente manera: es sabio
quien sabe acceder a la disponibilidad; con eso basta. Por tal motivo, el
pensamiento chino nos sorprende con su antidogmatismo (aunque lo compense el
ritualismo).
Podemos empezar por aproximarnos negativamente a la disponibilidad, tal como
en esta fórmula de las Analectas de Confucio (IX, 4): “Cuatro cosas que el maestro
no tenía: ni idea, ni necesidad, ni posición, ni yo”. La evidencia china (digo
“evidencia” porque no es algo cuestionado) es que tener una idea o, mejor dicho,
exponer una idea, ya implica dejar a las otras en sombras; es privilegiar un
aspecto de las cosas en detrimento de otros y caer por ello en la parcialidad.
Porque toda idea expuesta es al mismo tiempo un prejuicio sobre las cosas, que
impide considerarlas en su conjunto, en un mismo plano y con equidad. Se ha
entrado en la preferencia y la prevención. En efecto, hay que leer la fórmula en su
continuidad. Si exponemos una “idea”, se nos impone entonces una “necesidad”
(un “hay que” proyectado sobre la conducta); a consecuencia de este “hay que” al
cual obedecemos, resulta una posición fijada en la que la mente se estanca y ya
no evoluciona; por último, de ese bloqueo en una “posición” adviene un “yo”: un yo
fijo en su surco y que presenta un carácter. Ese “yo”, preso de su “posición”, ha
perdido su disponibilidad. Pero la fórmula también hace un círculo: debido a que el
comportamiento se fijó en un “yo”, ese yo expone una “idea”, etcétera.

En las Analectas de Confucio, abundan las fórmulas en ese sentido: el hombre de


bien es “completo” (II, 14), es decir que no pierde de vista la globalidad, no deja
que el campo de los posibles se restrinja por ningún lado. No “se empeña a favor
ni en contra”, sino que “se inclina” hacia lo que llama la situación (IV, 10). O bien,
dice Confucio acerca de sí mismo, “no hay nada que pueda o no pueda hacer”
(XVIII, 8). Dicho de otro modo, el Sabio mantiene abiertas todas las posibilidades,
sin excluir a priori ninguna, y se mantiene dentro de lo componible. Por tal razón,
no posee un carácter y no se lo podría calificar: sus discípulos no saben qué decir
de él (Analectas, VII, 18). O bien cuando se clasifica a los sabios en categorías –
por un lado, los intransigentes, que se niegan a sacar siquiera un poco la mano
por el bien del mundo, y por otro lado, los acomodaticios, dispuestos a cualquier
compromiso para salvarlo–, ¿qué dirán de Confucio? ¿Es intransigente? ¿Es
acomodaticio? ¿Dónde ubicarlo (qué “posición” atribuirle) en esa tipología? Mencio
responderá que “la sabiduría es el momento”: tan intransigente como los más
intransigentes cuando conviene; tan acomodaticio como los más acomodaticios,
también cuando conviene. Ya no está ligado a una u otra postura, sólo el
“momento” sirve de referencia. Porque la “sabiduría” no tiene un contenido que la
oriente o la predisponga; o bien no tiene otro contenido que volverse disponible en
ocasión del momento, renovándose incesantemente.
Vemos así que el “justo medio”, un tema tedioso como pocos y que creeríamos
que se deriva de la sabiduría popular, sale al fin de su chatura. Adquiere un relieve
inesperado. Ya no es banal, sino radical. Ya no consiste en quedarse en un ámbito
endeble, miedoso, a medio camino entre los opuestos y temiendo el exceso (“ni
tanto ni tan poco”, como dice el refrán); evitando prudentemente aventurarse tanto
hacia un lado como hacia el otro y afirmar fuertemente su preferencia.
“Mediocridad” que no es “dorada”, como escribió Horacio (Aurea mediocritas), sino
opaca, gris. En cambio, el justo medio, para quien sabe pensarlo con rigor (Wang
Fuzhi) es poder hacer tanto lo uno como lo otro, ser capaz tanto de un extremo
como del otro. Tres años de luto por la muerte del padre, nos dicen, no es
demasiado; aunque beber copas sin medida durante un banquete tampoco es
demasiado –de ningún modo exagero–. El riesgo consiste más bien en estancarse
en un lado y que se nos cierre la otra posibilidad. En oposición a ello, la
disponibilidad consistirá en mantener el abanico completamente abierto –sin
rigidez ni evasión– de manera de responder plenamente a cada solicitación que
surge. Plenamente quiere decir: sin dejar de lado ni desatender nada, porque
ningún carácter o sedimentación interior habrá de obstaculizar esa ductilidad.

El pensamiento chino supo percibir especialmente la diferencia que hay entre


“estar en el medio” y “estar ligado al medio”. Por un lado están aquellos que no
sacrificarían un pelo por el bien del mundo, y por el otro aquellos que están
dispuestos a hacerse masacrar por su salvación: un “tercer hombre”, que está en
el medio de esas posturas adversas, parece “más próximo” (Mencio). Pero “estar
ligado a ese medio sin sopesar la diversidad de los casos es aferrar una sola
posibilidad” y “dejar ir otras cien”; y por lo tanto es “arruinar el camino”. Desde el
momento en que nos atenemos a una posición, se fija un “yo”, el comportamiento
se estanca, algún imperativo o algún “hay que” se estabiliza y ya no estamos en
armonía: la plenitud pierde su amplitud y ya no reaccionamos a la diversidad que
se ofrece. Porque la disponibilidad, como disposición interior que se abre a la
diversidad, va acompañada de la oportunidad: está disponible aquel que sabe –
como también dijo Montaigne aunque sin convertirlo en disposición del
conocimiento– “vivir en buen momento”.

Este pensamiento, como dije, no es privativo en China de una escuela particular, y


la misma capacidad de conocimiento tiene como condición el vaciamiento de la
mente: el “conocer” chino no es tanto hacerse una idea de algo cuanto volverse
disponible a algo. Se produce una purgación interior, no por medio de la duda que
elimina los prejuicios, sino mediante un abandono generalizado, que se efectúa no
a nivel del intelecto sino del comportamiento. De allí surge el desprendimiento, que
le da su amplitud al acceso. Hay que cuidarse de dejar que la mente se vuelva una
mente “dada”, dice Zhuangzi. Una mente dada, rígida, constituida, cuya actividad
entonces se paraliza y que se encierra dentro de su perspectiva, se vuelve sin
saberlo un punto de vista. Porque la primera exigencia, ya sin proyectar una
preferencia o una reticencia, es mantener todas las cosas “en pie de igualdad”. Es
incluso porque sabe mantener todo en un pie de igualdad, como muestra
pertinentemente Zhuangzi, y está en condiciones de remontarse al fondo
indiferenciado, “del tao”, de donde brotan todas las diferencias, que el Sabio está
en condiciones de acoger la menor diferencia en su oportunidad, sin reducirla ni
dejarla pasar. El “yo”, que deja de ser un obstáculo (lo que significa “perder su yo”,
wang wo), puede escuchar entonces todas las músicas del mundo, diversas como
son, en su espontáneo ser “así”, a placer, acompañando su despliegue singular.

* Texto extractado de Cinco conceptos propuestos al psicoanálisis, que distribuye


en estos días. Ed. El Cuenco de Plata.

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