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LECTURAS DE EPISTEMOLOGÍA

DE LA EDUCACIÓN FAMILIAR

LICENCIATURA EN PEDAGOGÍA

LICENCIATURA EN PEDAGOGÍA
EPISTEMOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN
LECTURA 11
L11: El Idealismo y el principio de inmanencia, Gnoseología, Alejandro
Llano. Libros de Iniciación filosófica; Eunsa, España 1991. Págs. 93-97.

EL IDEALISMO

EL PRINCIPIO DE INMANENCIA

En este apartado se considerará el sesgo que la


gnoseología adquiere en amplios sectores de la filosofía
moderna y contemporánea, y que -en un sentido muy
amplio- encuadramos bajo la rúbrica «idealismo». El
signo capital de esta andadura es la consideración del
pensar como fundamento del ser, con lo que se invierte el
planteamiento realista, para el que el conocimiento se funda en el ser.

Se trata de un enfoque esencialmente criticista, en el que se


problematiza de raíz la capacidad humana para alcanzar la realidad tal
como es en sí misma. Ya sabemos que no se puede establecer una
equiparación entre filosofía antigua y realismo, porque el escepticismo
clásico realizó también una aguda crítica del conocimiento. Tampoco cabe
pensar que toda la filosofía moderna es idealista, entre otras cosas porque
ni su contenido constituye un bloque homogéneo, ni su secuencia histórica
un despliegue necesario. Con todo, la actitud gnoseológica a la que nos
referimos ahora es característica de los tiempos nuevos. No se trata de una
postura simplemente relativista o escéptica. Porque se pretende elaborar
una filosofía -y, en general, un saber humano- que quede completamente al
amparo de toda ambigüedad o duda, gracias al estricto control que sobre él
debe ejercer el sujeto humano. Consideran estos pensadores que la actitud
del que espera que su mente sea medida por la realidad es ingenua y
«dogmática»; es preciso comenzar una nueva y definitiva singladura del
pensar, en la que el sujeto se dé a sí mismo sus propias reglas. Sólo este
ideal de autonomía es digno de una humanidad madura. En este proceso,
la razón va rechazando todo condicionamiento externo y pretende bastarse
con lo que en sí misma encuentra.

Trascendencia e inmanencia

La postura que se acaba de esbozar equivale a rechazar la


trascendencia y atenerse exclusivamente al ámbito de la inmanencia.
Aclaremos, primeramente, qué significan estos términos.
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El sentido más inmediato y elemental de la voz «trascendencia» se
refiere a una metáfora espacial. Trascender (de trans, más allá, y scando,
escalar) significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los
separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia
incluye además la idea de superación o superioridad. Trascender equivale a
«sobresalir» de un ámbito determinado, superando su limitación o clausura.

El concepto simétrico al de «trascendencia» es el de «inmanencia»,


que significa «permanecer en» sí mismo. Pero admitir la trascendencia no
elimina la inmanencia, sino que la supera abriéndola. La psicología filosófica
nos enseña, justamente, que los únicos seres capaces de trascender -los
cognoscentes- son aquéllos que tienen operaciones inmanentes. Por el
contrario, el «inmanentismo» o «idealismo» es aquella doctrina filosófica en
la que no se entiende cómo las operaciones inmanentes pueden alcanzar un
objeto trascendente.

Es preciso diferenciar las dos principales vertientes en que se plantea


el problema de la trascendencia: la ontológica y la gnoseológica. La cuestión
de la trascendencia gnoseológica se refiere al problema de si es posible
conocer realidades distintas a las de nuestra propia conciencia y sus
representaciones; lo trascendente es aquí lo extrasubjetivo. La
trascendencia ontológica, por su parte, apunta al tema de la existencia de
realidades que superen los datos fácticos de la experiencia empírica y, sobre
todo, a la existencia de Dios como Ser absolutamente trascendente; lo
trascendente es aquí lo supramundano. La historia de la filosofía indica que
ambas cuestiones están internamente ligadas, aunque esta conexión admita
modalidades muy diversas. En último término -aunque no siempre de modo
directo e inmediato-, el rechazo de la trascendencia gnoseológica cierra el
camino hacia la admisión de una auténtica trascendencia ontológica.

Los argumentos del idealismo

En un primer acercamiento, entendemos por idealismo la negación de


la trascendencia gnoseológica: es, por lo tanto, un inmanentismo
cognoscitivo.

Tal como lo establecen los idealistas, el problema de la trascendencia


gnoseológica podría quedar planteado en los siguientes términos:

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¿Qué fundamento tenemos para afirmar que nuestra conciencia sale
«fuera» de sus límites y conoce una realidad exterior a ella? Porque no se
puede negar que lo conocido es, en cuanto tal, algo inmanente al
conocimiento; conocer, en efecto, supone una captación y asimilación de lo
conocido por parte del cognoscente. ¿Tenemos, entonces, derecho de
sostener que el objeto conocido posee otro modo de ser distinto y «además»
del que tiene en cuanto que es conocido? Las gnoseologías idealistas dan
una respuesta negativa a estos interrogantes. Sostienen que la mente
humana no alcanza otro objeto inmediato que sus propias representaciones,
únicas «realidades» que puede conocer; porque nuestra inteligencia no
puede habérselas más que con ideas, y nuestra sensibilidad con fenómenos
o apariencias empíricas. Y basan esta tesis en argumentaciones de un tenor
semejante a éste: en cualquier esfuerzo que se haga por conocer algo
distinto de la conciencia, esa supuesta realidad trascendente permanecería -
al ser conocida- «dentro» de la misma conciencia.

Sabemos ya que incluso la manera de plantear el problema no es


procedente; es más, la cuestión de la trascendencia gnoseológica sólo
constituye un auténtico problema para el criticismo, mientras que para la
actitud natural la aceptación de la realidad extrasubjetiva se basa en una
evidencia inmediata. Por otra parte, el razonamiento de los Realistas se
apoya en una extrapolación. Porque cabe aceptar -ya que es cierto- que el
objeto del acto de conocimiento es, en tanto que objeto de ese acto, algo
inmanente al conocimiento y negar, sin embargo, que la realidad de lo
conocido se agote en «estar siendo objeto del conocimiento». No es, en
modo alguno, una contradicción en términos conocer algo como existente
fuera del conocimiento. Solamente sería contradictorio pensar que algo
conocido, en cuanto tal, fuera totalmente trascendente al que lo conoce.
Pero nada impide -al contrario, lo exige la naturaleza del conocimiento- que,
«además» de ser conocido, el objeto tenga una realidad propia; que sea de
suyo un ente independiente del conocimiento humano. Lo conocido «está»
en la mente sólo en tanto que es conocido, pero -si hay verdadero
conocimiento- tiene que conocerse una cosa real.

Ilustremos esta discusión con un ejemplo contemporáneo. Hace


cosa de un siglo el filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce
(1839-1914) -que era pragmatista a fuer de idealista- formuló el
principio de inmanencia en los siguientes términos: «Si se me
pregunta si existen realidades que son enteramente independientes
del pensamiento, yo preguntaría a mi vez qué significa y qué puede
significar tal expresión. ¿Qué idea se puede aplicar a aquello de lo
que no hay idea? Porque si hay una idea de tal realidad, estamos
hablando del objeto de tal idea, que no es independiente del pensamiento. Es patente que

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está por completo fuera del poder de la mente el tener una idea de algo que es enteramente
independiente del pensamiento; para conseguirlo, esta idea tendría que sacarse a sí misma
fuera de sí misma. Y, como no hay tal idea, la mencionada expresión no tiene significado».
Un sucesor de Peirce en la Universidad de Harvard, Hilary Putnam, ha replicado así a esa
argumentación: No es lo mismo estar representado en un concepto que
ser un concepto. Para que algo sea concebible ha de ser, como es obvio,
representable en un concepto, pero no tiene por qué ser un concepto. No
hay contradicción alguna en admitir que hay cosas que no son conceptos
y en hablar sobre ellas. No se está, entonces, pretendiendo concebir lo
inconcebible, sino sólo conceptualizar lo no-mental. (La postura de
Putnam es, por lo demás, representativa de la orientación realista
adoptada por buena parte de la filosofía actual).

Esencial y originariamente, el principio de inmanencia consiste en la


negación de la trascendencia del ser respecto de la conciencia (sea ésta
individual o social, espiritual o sensible, estructural o histórica). El ser se
constituirá desde la inmanencia del sujeto pensante.

En la metafísica realista, el ser es el acto radical del ente, principio de


su autoposición. El acto de ser es, en cada ente, principio interno de su
realidad y de su cognoscibilidad, fundamento -por tanto- del acto de
conocimiento. Aquí se considera el conocimiento como un modo -el más
alto, por cierto- de ser; pero no se considera el ser como un elemento o
dimensión del conocimiento.

En cambio, el idealismo considera el ente (conocido) como una cierta


actuación del conocimiento. Desde esta perspectiva, el ser es una posición
del pensar. El ser (o lo que -como tal- pueda tener significación para el
hombre) es puesto por la conciencia, es su resultado, su efecto; y, por tanto,
no la trasciende: pertenece a la conciencia. Además, por tratarse de un
planteamiento criticista, cualquier nivel de fundamentación subjetiva
alcanzado puede ser objeto de una ulterior fundamentación supuestamente
más radical: la conciencia cognoscitiva puede resolverse -a su vez- en la
praxis social, en la historia, en el lenguaje... Este regresivo movimiento en la
línea de reflexión -en el que acaban por perderse de vista las cosas mismas-
constituye una de las vías más características del desarrollo del principio de
inmanencia.

El idealismo y la metafísica

Bajo la amplia rúbrica «idealismo» o «inmanentismo» se encuadran


sistemas y planteamientos que son -al menos, aparentemente- muy diversos
entre sí. Es más, ninguno de ellos queda exclusivamente caracterizado por
el rechazo de la trascendencia gnoseológica, porque suelen presentar un
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desarrollo complejo e incluso sofisticado. Pero -sin simplificar en exceso y
sin perder de vista las diferencias- se pueden buscar principios inspiradores
comunes y descubrir conexiones de secuencia histórica.

El idealismo no es sólo una doctrina gnoseológica, sino que incluye


posiciones metafísicas contrapuestas a la metafísica del ser. Por lo tanto, el
polo opuesto al idealismo -entendido en profundidad- no es sólo el realismo,
sino la metafísica del ser. Esto explica que haya inmanentismos que
defiendan tesis gnoseológicas aparentemente realistas, aunque no pocas
veces se queden en empiristas o materialistas.

Lo que discrimina a ambas posturas es esencialmente una cuestión de


fundación. La metafísica realista sostiene que el ser funda la verdad del
pensamiento. El inmanentismo idealista, por el contrario, establece que el
fundamento del ser se enclava en la conciencia.

El inmanentismo es siempre -de una u otra forma- un humanismo


radicalizado, un antropocentrismo, que acaba desembocando en un
antihumanismo práctico e incluso teórico. Al situar al hombre como
fundamento original, la trascendencia – la gnoseológica primero y la
ontológica después- queda marginada, debilitada y, en último término,
eliminada.

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