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Historia, cultura y fantasía utópicas


Dosier: La utopía y su papel en la historia (Parte 3)
Por Filosofía&Co - 20 enero, 2020

Literatura, cine, videojuegos... La utopía —y su prima hermana, la distopía— está por


todas partes. ©Ana Yael.

La humanidad ha tratado de crear en innumerables


ocasiones sus propios mundos utópicos y distópicos.
Desde nuestro mismo comienzo como civilización nos
hemos replanteado la realidad buscando tanto su
versión más perfecta como la más imperfecta. Y los
ejemplos están hoy por todas partes y en todas las
ramas de la cultura.

El espectro es tan amplio que un dosier que tratara de reflejar la


totalidad del tema quedaría cojo por preciso y largo que fuera. La
cantidad de obras utópicas y distópicas que la humanidad ha creado es
tal, que hacer una lista completa sería un ejercicio inabarcable. Aquí
hemos optado por hacer un repaso lo más sintético posible a esas obras
que tanto en la literatura como en otras artes han tratado de mostrarnos
qué «podríamos llegar a ser», y también, a indagar en algunas de las
ideas filosóficas que las han motivado.

Como ya explicamos en las dos primeras partes del dosier, una


de las virtudes de las utopías es que pueden generar ciertas
esperanzas que nos hagan desligarnos de los problemas que

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afectan a nuestra existencia. Las utopías nos permiten así tomar


distancia de la realidad cotidiana y refugiarnos, por unos instantes al
menos, en otros mundos que se acomoden en mayor medida a nuestros
deseos. En ese sentido, el pensamiento utópico puede tener cierta
semejanza con las creencias espirituales, pues supone un refugio frente
a todo lo que ocurre en nuestro exterior.

Las utopías nos permiten así tomar distancia de


la realidad cotidiana y refugiarnos, por unos
instantes al menos, en otros mundos que se
acomoden en mayor medida a nuestros deseos

Es probable que también ahí esté la razón de su éxito. Utopías y


distopías se enmarcan en esas historias tipo What if… (Y si…) de
Marvel Comics que algunos leíamos en nuestra juventud, que nos
permitían viajar y vivir en futuros diametralmente opuestos a los que
nos eran conocidos y por los que sentíamos una enorme atracción. Y es
que todos disfrutamos en mayor o menor medida de esas narraciones
que nos muestran realidades alternativas en la que poder experimentar,
en cierta manera, lo que podríamos llegar a ser.

Las primeras utopías �losó�cas

La república, de Platón
(Akal).

El primer gran modelo de sociedad utópica suele atribuírsele a


Platón, quien apuesta por dividir a la población en tres clases sociales:
los gobernantes (filósofos), los vigilantes (los soldados) y los productores
(el pueblo).

Los primeros, según el sabio griego, serían los encargados de


llevar las riendas del gobierno por ser los más sabios y
excelentes intelectualmente. Los segundos, los guardianes y

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vigilantes, se encargarían de la protección de sus conciudadanos gracias


a sus principales virtudes: su valentía y sus habilidades para el combate.
En último lugar se encontrarían los productores, que englobarían todas
las demás profesiones: agricultores, ganaderos, artesanos,
comerciantes, etc. Estos últimos, como es lógico, se encargarían de
producir y crear los distintos bienes que necesita cualquier sociedad para
poder sobrevivir.

Platón no considera la idea de que cada uno ocupe su lugar en la


sociedad por derecho de nacimiento, sino por sus habilidades. Es
decir, aquellos que mostraran habilidades para el combate se formarían
como guerreros para proteger la nación; si destacasen por su capacidad
administrativa y de gestión, se le formaría para gobernar; y a aquellos
que fueran capaces de inventar, construir, etc. se les derivaría a la clase
productiva. Todo ello incluso si ese no fuera su deseo.

Según el sabio griego, de esa manera se lograría el mejor


rendimiento de la población, pues cada uno se dedicaría a aquellas
cosas para las que están mejor preparados (condición, en principio,
fundamental para el éxito). Y ello es importante puesto que el correcto
funcionamiento del país depende de que las tres partes que lo conforman
funcionen al unísono y realicen sus funciones lo mejor posible. Como
toda buena utopía, Platón estaba convencido de que ofrecería una vida
mejor para los habitantes, aunque no deja de ser curioso que fuera su
propio gremio, el de los filósofos, el encargado de regir la vida de los
demás…

Por otro lado, el modelo en mente de Platón cuando crea el suyo


es el de las polis griegas, es decir, sociedades de pequeñas
dimensiones y escasa población, lo cual nada tiene que ver con
nuestras modernas estructuras, con ciudades llenas a rebosar con
millones de personas y continentes divididos en países de diversa índole
cultural.

La primera sociedad utópica suele atribuírsele a


Platón, quien, conforme a sus ideas filosóficas,
estructura a la población en tres clases
sociales: los gobernantes, los vigilantes y los
productores

En la utopía platónica, las personas no tienen valor por sí


mismas. Los individuos no son importantes, como tampoco lo son sus
gustos, sus deseos, sus motivaciones, su voluntad o su dignidad. Todo
está supeditado al conjunto de la sociedad que, supuestamente, se dirige
con excelencia por aquellos designados para esa función. Si bien, como
novedad, llama la atención que en este sistema las mayores exigencias

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las tienen precisamente esos que ostentan el poder, pues tienen el deber
de sacrificarse en cuerpo y alma por el país, renunciando a tener
propiedades, familia o intereses particulares de cualquier tipo.

Pero ¿quién se encarga de filtrar a los ciudadanos? ¿Quién tiene


el poder de decidir en qué grupo social acaba cada uno? La
encargada de esa ingrata tarea no es otra que la educación, que
funcionaría, a priori, de una manera muy orgánica: todos los individuos,
hombres y mujeres, recibirían una educación elemental en la que se
podría determinar cuáles son sus principales virtudes. En el caso de que
la persona demuestre inteligencia y sabiduría, seguirá formándose para
ser dirigente; en el caso de que demuestre fuerza y audacia, comenzará
su instrucción militar; y si no demuestra ninguna de estas virtudes —o
demuestra otras—, será enviado a aprender labores productivas en
función de las necesidades de la polis. Es decir, toda la vida de los
ciudadanos estaría, desde el principio, guiada por el Estado, que
controlaría desde la reproducción hasta la crianza de las nuevas
generaciones. Todo ello bajo la confianza —quizá excesiva— de que, si se
siguen a pies juntillas los principios platónicos, la urbe sería guiada de
una manera justa y ordenada.

Una sociedad «divinizada»

La ciudad de Dios, de San


Agustín (BAC).

Otro ejemplo que podemos citar de utopía, de corte religioso, es


la famosísima La ciudad de Dios, de san Agustín de Hipona —la
otra gran obra maestra del autor de Confesiones—, que fue escrita ya en
su madurez, cuando observaba con tremenda preocupación la caída del
Imperio Romano ante los ataques de las hordas bárbaras.

La ciudad de Dios es básicamente una apología cristiana en la


que se ofrece una comparación entre la pecadora y decadente
realidad pagana frente a esa supuesta ciudad divina, una utópica

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sociedad de corte celestial que se configura según los valores y


enseñanzas de la religión cristiana.

La obra trata un sinnúmero de temas, que van de la naturaleza


humana y espiritual, el bien y el mal, el pecado y la santidad, el
perdón y, cómo no, el amor, verdadera piedra de toque de dicha
sociedad. La ciudad de Dios es, en suma, la antesala del paraíso
cristiano, pero con la particularidad de que podemos disfrutarla aquí, en
la vida terrenal, por estar erigida sobre los mismos principios de
Jesucristo: la piedad, la misericordia, el servicio a los demás, la
humildad y el respeto por la dignidad que todo ser humano tiene por el
hecho mismo de serlo. Es decir, todos los que se desprenden del gran
mandamiento cristiano: amar al prójimo como a uno mismo.

Unos valores que se reflejarían en la actitud de los


gobernantes. Por ejemplo, en La ciudad de Dios los dirigentes no reinan
con la idea de dominar o imponer la propia voluntad, sino como un
ejercicio de servicio hacia los otros. Se gobierna para ayudar a los
demás, para darles una vida mejor, para garantizarles más y mejores
derechos y libertades. Y la sociedad, por su parte, acepta ese gobierno y
respeta sus leyes y normas, pues comprende que todo es en su propio
beneficio. Como en el caso platónico, que luego eso funcionara sería
harina de otro costal.

Utopía y política

La nueva Atlántida, de
Francis Bacon (Mablaz).

Ya vimos en anteriores partes del dosier que durante el


humanismo renacentista se produjo un auge del utopismo,
especialmente de la mano del primero en calificarlo como tal: Tomás
Moro, junto a Platón, el pensador utópico más famoso de todos los
tiempos. Pero conforme se fue acercando la Ilustración se produjo un
giro aún más interesante, cuando las tesis utópicas traspasaron la
barrera de la ficción para convertirse en ideas filosóficas y políticas que

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aspiraban a convertirse en realidad.

Desde finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, las ansias de
libertad empezaron a crecer, dando lugar al liberalismo político y su
equivalente económico, el capitalismo, que buscaban la máxima
independencia del individuo frente a los excesos del poder. Esto se
tradujo en cambios sociales espectaculares, con una velocidad
desconocida hasta entonces. El mundo parecía moverse tan veloz como
los nuevos medios de locomoción, la industria y el comercio que iban
apareciendo, y eso suponía que, al mismo tiempo, se aceleraran las
fases de desarrollo, auge y caída de las distintas sociedades.

Toda utopía es por naturaleza imposible y tiene en su seno el


potencial de que sus principios ideales degeneren en realidades
imperfectas. En este caso, los cambios sociales auspiciados por el
capitalismo no fueron iguales para todo el mundo, de manera que pronto
salieron a relucir quejas. Ciertos sectores quisieron apostar por la
igualdad como principio rector de la sociedad en lugar de la libertad y
esos pensamientos no tardarían en filtrarse al ideario de diferentes
movimientos políticos y filosóficos también de corte, al menos en una
primera fase, utópico.

Conforme nos acercamos a la Ilustración se


produce un giro interesante, y es que las ideas
utópicas traspasaron la barrera de la ficción
para convertirse en ideas filosóficas y políticas
que convertir en realidad

Por un lado, los anarquistas y los —futuros— anarcocapitalistas


consideraron necesario acabar con las instituciones estatales,
culpables del sometimiento de la población a decisiones políticas que no
les beneficiaban; si bien para ello unos defendían la destrucción de la
propiedad privada (anarquistas como Bakunin), mientras que otros
defendían la misma por ser un derecho fundamental: el de poseer
aquello que cada uno se ha ganado (con los anarquistas estadounidenses
del grupo de Liberty a la cabeza).

En el otro espectro, comenzaron a desarrollarse los modelos


socialistas que consideraban que la libertad había fracasado, por
lo que proponían un nuevo sistema donde las competencias del estado
debían expandirse a todos los niveles de la sociedad, encargándose de
regular cada aspecto susceptible de alejarse de ese principio de
igualdad, recortando las libertades de sus ciudadanos si fuera necesario.

Estos primeros modelos —inspirados por Fournier, Saint-Simon y


Owen, entre otros— fueron agrupados bajo la etiqueta de

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«socialismo utópico» por sus competidores Marx, Engels, para así


diferenciarlos de su propio «socialismo científico». La razón argüida por
Marx era que su modelo era teóricamente más plausible y menos
idealista, si bien parecía más una excusa para atraer seguidores, pues
los socialistas utópicos no eran más idealistas o menos científicos que los
otros.

Como en el caso anterior, no mucho después estas utopías


colectivistas se traducirían en sus propias distopías, en forma de
movimientos totalitarios que, con la promesa de instaurar sociedades
perfectas, terminarían generando una larga cadena de estados donde la
vida privada era básicamente inexistente.

Ficciones utópicas/distópicas en papel

Conforme avanza el siglo XX, los movimientos utópicos-


distópicos vuelven a transformarse. Sin abandonar del todo la
política y la sociedad, recuperan terreno a nivel de ficción, especialmente
a partir de los años 70 y 80, cuando se produce un auténtico boom. Es
entonces cuando se forja lo que actualmente tenemos en la cabeza
cuando pensamos en utopías y distopías: sociedades perfectas y
fantásticas en las que la humanidad logra superar sus grandes barreras.
Y sus contrarias: sociedades posapocalípticas en las que la humanidad
parece haber tocado fondo.

En la ficción, la utopía y la distopía vivieron un


auténtico boom a finales de los 70 y 80 del
siglo XX

Lo más curioso es que hoy hemos conseguido rizar el rizo del


todo y encontramos ejemplos en los que coexisten ambos
conceptos: utopías que degeneran en distopías, distopías que se
convierten en utopías, utopías dentro de distopías y distopías que nacen
de utopías.

Esos contrastes, lógicamente, ofrecen unas perspectivas


dramáticas excepcionales, lo que ha llamado poderosamente la
atención del gran público en una enorme cantidad de formatos. El
cine, la literatura, los videojuegos, etc. han dedicado ingentes esfuerzos
y grandes sumas de dinero para crear para todos nosotros nuevos
mundos, tanto utópicos como distópicos, con los que conquistar nuestra
imaginación. Esa lista, como se puede imaginar el lector, es
tremendamente extensa, por lo que haremos una pequeña recopilación
de los casos más recientes y destacados que se han dado cita en los
diferentes medios.

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Men like gods, de H. G.


Wells (Wildside).

A comienzos de la década de 1920, el escritor H. G. Wells estaba


cansado de escribir sobre desastres y sociedades inhumanas y
por ello se fue forjando en su cabeza la idea de dar un cambio de rumbo
a su producción: el autor de clásicos como La guerra de los mundos, El
hombre invisible o La máquina del tiempo se acercó al género utópico.
Dentro de ese registro, destaca como una de sus mejores obras Men like
Gods (Hombres como dioses).

Publicada en 1923, la novela cuenta la historia de un grupo de


científicos que, por accidente, termina en un universo paralelo
infinitamente más desarrollado que el nuestro. En ese universo los
ciudadanos viven en una aparente anarquía idílica que se soporta en la
idea de que cada hombre y cada mujer tiene derecho a vivir como le dé
la gana siempre y cuando no se inmiscuya en la privacidad de los demás.
No hay gobiernos, ni instituciones reguladoras, ni religiones, ni grupos
de presión. En este mundo que nos presenta Wells la vida fluye a la
perfección en plena libertad y las grandes disfunciones sociales de «la
época de la confusión» son estudiadas con gran asombro por sus gentes,
como reflejos caducos de una sociedad estúpida que pasó,
afortunadamente, a mejor vida.

Ecotopía, de Ernst
Callenbach (Bantam).

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Diferente propuesta fue la que presentó el norteamericano Ernst


Callenbach en 1975: Ecotopía. Una utopía ecológica que, pese al
rechazo editorial inicial, terminaría vendiendo cerca de un millón de
ejemplares y siendo traducida a decenas de idiomas.

Ecotopía refleja la experiencia y las notas de un periodista que


visita el país del mismo nombre, ubicado en la costa oeste
norteamericana, cuando los estados de California, Oregón y Washington
se independizan de los Estados Unidos. Allí la vida se hace conforme a
los principios de la naturaleza y todos los pasos se dan en su beneficio:
los medios de transporte son eléctricos o no contaminantes, las
emisiones de CO2 prácticamente inexistentes y todos los materiales
usados son reciclables. La novela fluye con el proceso de pensamiento
del protagonista desde un comienzo en que se muestra poco convencido
del éxito del proyecto hasta su paulatino convencimiento.

Hoy hemos llevado el género al


extremo: utopías que degeneran en distopías,
distopías que se convierten en utopías, utopías
dentro de distopías y distopías que nacen de
utopías

En el polo opuesto a esta novela podemos encontrar Todos sobre


Zanzíbar, la distopía de John Brunner, publicada en 1968, que nos
ofrece todo lo contrario a lo que veíamos en Ecotopía. En el libro de
Brunner el mundo se encuentra totalmente devastado por la
contaminación y, muy especialmente, el exceso de población, situando al
planeta al borde del colapso. Para hacernos una idea, el título hace
referencia a esa masificación de la Tierra, pues estima que si todos los
ciudadanos se colocaran uno junto a otro y en posición de firmes,
ocuparían la población completa de la isla africana de Zanzíbar.

Todos sobre Zanzíbar, de


John Brunner (Factoría de
ideas).

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Todos sobre Zanzíbar tiene en su trama todos los rasgos típicos


del género distópico: un mundo a punto de colapsar, gobiernos que
actúan al margen de la ley saltándose los derechos fundamentales de la
población, corporaciones de ambición sin límites y medios de
comunicación preocupados únicamente en transmitir a la sociedad los
mensajes que convienen al poder. El libro fue galardonado en 1969 con
el prestigioso Premio Hugo, que se da al considerarlo el mejor libro de
ciencia ficción o fantasía del año.

A través de la pantalla

En el mundo del cine y la televisión (que bebe ampliamente de la


literatura), vemos que la distopía gana terreno a la utopía en las
últimas décadas: Minority report, El corredor del laberinto, Los juegos
del hambre, Divergente, El juego de Ender, Juez Dredd y un larguísimo
etcétera de sagas que nos muestran futuros horripilantes capaces de
atraer tremendamente al público por las razones que sean. Y no solo en
las pantallas de cine. El género distópico ha encontrado gran acomodo
en la televisión y las plataformas de streaming, siendo claros ejemplos
las famosísimas Black Mirror o El cuento de la criada. La primera se ha
coronado como una de las grandes series de los últimos años, habiendo
sido capaz de conquistar a crítica y público con sus cortas pero intensas
historias distópicas acerca de los peligros potenciales para la humanidad
del mal uso de las nuevas tecnologías. La segunda, por su parte, ha
logrado también el éxito con su distopía totalitaria en un futuro
alternativo regido por un gobierno teocrático en el que las mujeres no
tienen otro valor que el de proporcionar óvulos sanos y fértiles.

El futuro era esto

Los protagonistas de la serie «Years and years», producida por la BBC y


HBO.

El futuro es hoy. Ya ha llegado, o está a punto de

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hacerlo. Y, además, no nos va a sorprender. Se veía


venir. Si has visto la serie Years and years, sabrás de
lo que hablamos. Producida por la BBC británica y la
plataforma HBO, ha sido uno de los grandes éxitos en
el último año. Poco podemos contar de ella para no
hacer spoilers. Simplemente diremos que, si hablamos
de distopías, hay que hablar de ella. Retrata con
absoluta credibilidad y cercanía el mundo que vamos a
tener —¿disfrutar?, ¿padecer? ¿En el que vamos a
vivir?, ¿sobrevivir?, ¿morir?— en 2021, 2028, 2035… y
que ha sido construido por el propio ser humano. Es el
resultado de nuestros actos pasados y actuales.

La clave de Years and years, lo que la distingue de


otros proyectos distópicos, está en lo que no hace: no
dibuja un escenario futurista. Su gran (¿e inquietante?)
aportación es la cercanía, la realidad en la que sitúa y
con la que describe el mundo que ya nos espera. A
través de los Lyons, una familia inglesa de clase media,
plantea la sociedad, la economía, la política
(maravilloso papel el de la actriz Emma Thompson), los
valores, la naturaleza, la tecnología, las relaciones
humanas y sentimentales… que hemos creado. ¿Qué
consecuencias tendrán, tienen ya? ¿Renovarán el
mundo y al propio ser humano? ¿Lo destruirán? ¿A
dónde nos ha llevado el capitalismo? ¿Y los
populismos?

Pobreza, masi�cación, desesperanza…

Ready player one, de


Ernst Cline (Ediciones B)

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También encontramos ejemplos en un punto medio, que nos


ofrecen en un mismo lote tanto sociedades utópicas como
distópicas. Uno relativamente reciente es la novela —y posterior
película de Steven Spielberg— Ready player one, que cosechó un
enorme éxito en todos sus formatos. Esta obra, escrita por Ernest Cline y
publicada en 2011, aúna tanto el mundo utópico como el distópico con
una especial habilidad. En el mundo real en el que se desarrolla su
trama, la sociedad se encuentra en una crisis estructural muy
pronunciada: pobreza, subdesarrollo, masificación, desesperanza,
pandemia de adicciones, etc. Un mundo horrible en el que nadie en su
sano juicio querría vivir y del que todos quieren escapar… y eso es
exactamente lo que hacen sus protagonistas.

Ready player one se desarrolla realmente en OASIS, un mundo


virtual online en el que la población pasa la mayor parte de su
tiempo. En OASIS, la gente puede ser quien quiera ser, tener el físico
que quiera, las cualidades que quiera, los poderes que quiera. Pueden
hacer todo lo que les dé la gana y vivir de la manera que siempre han
deseado. Es decir, OASIS representa la utopía absoluta, donde la libertad
es total y todo funciona perfectamente. Una utopía a disposición de los
ciudadanos que les permite escapar de la descorazonadora realidad de
sus vidas. OASIS es la utopía que permite huir de la distopía de la
realidad.

Actualmente, nos encontramos todavía inmersos en un punto de


especial influencia del género utópico y distópico, si bien parece
que este último aún se mantiene a la cabeza. Sin embargo, es
posible que la tendencia cambie dentro de pocos años, principalmente
por los signos de cansancio que muestra el género. Ya sabemos cómo
funciona esto: lo escaso gusta y lo mucho aburre. Lo que sí está por ver
es si la utopía se mantendrá de esta manera, anclada al mundo de la
ficción para goce y disfrute de la humanidad, o si bien recuperará esa
función de herramienta de cambio social que ya quiso dársele en el
pasado. Cierto es que la misma, combinada con los increíbles avances
científicos que tenemos a la vuelta de la esquina, promete convertirse en
una auténtica revolución (el binomio utopía-transhumanismo parece el
salto definitivo de nuestro mundo a la ciencia ficción más asombrosa),
pero aún es pronto para saber qué senda recorreremos. De lo que no
cabe duda es de que, antes o después, de un modo u otro,
terminaremos creando un nuevo mundo que nos dejará con la boca
abierta, para lo bueno o para lo malo.

Utopía y distopía de una filosofía


aplicada

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Hemos visto ejemplos de utopías, distopías,


utopías distópicas y distopías utópicas. Por si no
fuera suficientemente confuso, Ahora vamos a liarla
aún más para añadir otro enfoque: una utopía y una
distopía que nacen, curiosamente, de las mismas ideas
filosóficas.

Fotografía ampliada, cortesía de BagoGames, en Flickr (CC By 2.0)

Exactamente eso es lo que encontramos en la


saga de videojuegos y novelas BioShock. Los dos
primeros capítulos de la saga (BioShock, BioShock 2 y
su correspondiente novela) se desarrollan en la ciudad
submarina de Rapture, una sociedad utópico-libertaria
donde el gobierno tiene totalmente prohibido intervenir
en la propiedad privada de sus ciudadanos. En Rapture
nadie puede obligar a la población a dejar de comprar
un producto, ni a los empresarios a dejar de
desarrollarlo. La política se ocupa únicamente de
garantizar el correcto funcionamiento de los servicios,
pero ahí terminan sus competencias al respecto.

Pese a no decirlo claramente, los principios en


los que se basa el universo de Rapture son los del
objetivismo de Ayn Rand, que postulaba, entre
muchas otras cosas, la necesaria separación de la
economía y el gobierno, de la misma manera que se
separa la religión y la política y por las mismas
razones.

En ciertos capítulos de la obra más famosa de


Rand, La rebelión de Atlas, se nos muestra un
ejemplo de sociedad utópica objetivista, donde
cada individuo se guía por sus propios principios
racionales, se hace responsable de su propia existencia
y vive únicamente por y para su propia felicidad, sin
exigir a sus semejantes más que lo que ellos,

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libremente, quieran ofrecerle. Un mundo de absoluto


respeto por la parcela privada de cada uno que
funciona con la exactitud de un reloj y donde los
avances científicos, artísticos y sociales se desarrollan
a una velocidad tremenda, por no tener frenos que
impidan el desarrollo de todo su potencial.

Bioshock: Rapture, de
John Shirley (Minotauro).

La distopía que ofrece Rapture es diferente. Los


principios son los mismos, pero aquí la libertad
deja de ser utópica cuando entran en la ecuación
quienes deciden aprovecharse de la situación.
Poco a poco, ante la insuficiente capacidad de
maniobra del estado, la delincuencia empieza a
aumentar, surgen poderes paralelos de corte mafioso
que se enfrentan entre sí y La drogadicción se extiende
como una plaga (adicción no a la drogas que
conocemos, sino a los denominados «plásmidos»,
drogas que ofrecen superpoderes a sus consumidores.
Ya podemos imaginar el desastre: un mundo plagado
de dementes capaces de lanzar llamas o descargas
eléctricas) hasta arrasar la ciudad. Finalmente, el
proyecto utópico de Rapture se convierte en una
distopía en toda regla, donde reina la ley de la selva y
la civilización brilla por su ausencia.

La tercera entrega de BioShock (BioShock


Infinite) también nos ofreció una visión parecida, si
bien en ese caso es una ciudad en los cielos que se
rige por un excepcionalismo (tesis que recoge que los
humanos, o un grupo de seres humanos concreto, es
de algún modo excepcional y no ha de estar sujeto a
las mismas reglas que los demás seres) de corte
teocrático.

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Ambos ejemplos muestran la cara y la cruz de


una misma filosofía,obviamente exagerada. Rand
defendía que toda obra artística debía mostrar a la
humanidad cuál podía ser su grado de excelencia, de
manera que ese universo utópico que refleja la
Rebelión de Atlas no trata en modo alguno de hacer
referencia a un mundo real. Por otro, Rapture lleva el
concepto de la libertad y la funcionalidad de las
instituciones públicas a los extremos, mostrando un
mundo donde las propias libertades son usadas para
destruir las de nuestros vecinos, mientras la fuerzas
coercitivas del estado —garante, en teoría, de esas
mismas libertades— se muestran inoperantes,
haciendo oídos sordos a los desmanes que se producen
hasta que ya es demasiado tarde.

A Los dos trabajos suponen un estupendo


ejemplo del resultado que puede tener la
aplicación de toda filosofía si no se hace de
manera correcta, además de demostrar la
importancia de esta a la hora de crear cualquier
universo ficticio para que este tenga una apariencia
real y creíble donde el espectador pueda, realmente,
sumergirse. Y es que, para funcionar, todos esos
mundos de ficción necesitan cumplir ciertas normas de
rigor y coherencia para poder conquistar a sus
seguidores, de manera que disfruten la experiencia lo
más plenamente posible. Y en ese aspecto, la filosofía
es fundamental para cimentar la trama.

Sigue leyendo… El poder de la utopía (Parte 1)

Sigue leyendo… Utopía y distopía: ¿la cara y la cruz? (Parte 2)

Sigue leyendo… Francisco Martorell Campos: «Al progreso hay


que ganárselo, no ocurre por sí solo» (Parte 4)

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