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BLOQUE 3.

La formación de la Monarquía Hispánica y su expansión mundial 1474-


1700.

3.1.- Los Reyes Católicos: unión dinástica e instituciones de gobierno.

La unión política

Algunos historiadores consideran a los Reyes Católicos como los “forjadores de


la unidad nacional”, mientras que otra corriente historiográfica rechaza esta afirmación
al entender que no se trató de la unión de las dos coronas, sino de una yuxtaposición de
Estados.
Evidentemente Fernando e Isabel tuvieron un proyecto político tendente a la
unificación política de Aragón y Castilla, desaparecería la España de los cinco reinos e
incluso durante un tiempo ambas coronas tuvieron un único gobernante, Fernando
(1506-1516)
La situación política en Castilla era muy complicada, un rey débil como Enrique
IV y una heredera como Juana la Beltraneja en manos de una nobleza cada vez más
poderosa. En esas circunstancias Isabel, hermana de Enrique, negoció en secreto su
matrimonio con Fernando de Aragón, en ese momento rey de Sicilia y futuro heredero
de Juan II, además de ser su primo. Finalmente se casaban en 1469.
A la muerte de Enrique en 1474 comenzaba una guerra civil entre Isabel
apoyada por parte de la nobleza, villas del Duero y el Tajo y su esposo, es decir,
Aragón. Se enfrentaban a Juana, prometida del rey de Portugal Alfonso V, y las tropas
francesas y portuguesas. La guerra terminaba en 1479 con la victoria de Isabel y el
Tratado de Alcaçovas. Ese mismo año moría Juan II y Fernando se convertía en rey de
Aragón.
Los dos Estados presentaban grandes diferencias. La Corona de Castilla tenía
una estructura política unitaria, sin embargo, la Corona de Aragón era una federación de
Estados. Los reyes aceptaron esa pluralidad de territorios, aunque evidentemente se
impuso Castilla por su mayor peso demográfico, 6 millones de habitantes por apenas
unos 800.000, y geográfico 385.000 m2 por 110.000.
Algunos historiadores hablan de una unión personal, “Tanta monta, monta
tanto”. Desde su matrimonio Isabel otorgaba a Fernando una amplia participación en el
Gobierno de Castilla, posteriormente confirmada en la Concordia de Segovia de 1475,
en la cual se le reconocía como rey de Castilla con las mismas prerrogativas (Fernando
V), situación que se mantuvo hasta 1504. Sólo se reservaba la Reina los derechos
sucesorios. Fernando haría lo mismo en 1481 en sus Estados con Isabel.
Aragón y Castilla mantuvieron sus fronteras, leyes, instituciones y
particularidades. Nunca hubo un intento de fusionas las dos Coronas. Los reyes
residirían en Castilla, aunque sin fijar una Corte estable sintieron predilección por
Granada. Por su parte Fernando nombró un lugarteniente (virrey) que le representase en
sus Estados patrimoniales. El ejército de los reyes actuó en asuntos que afectaban a
ambas coronas y la política internacional se orientó a unir fuerzas. La única institución
común fue el Tribunal del Santo Oficio creado en 1478.
Los historiadores consideran que el Estado europeo moderno empezó a
perfilarse en el siglo XV, para designarlo se ha acuñado la expresión monarquía
autoritaria.
Cuando comenzaron a reinar en Castilla, Fernando e Isabel se encontraron con
dos realidades contrapuestas. En primer lugar, existía una situación de múltiples
enfrentamientos entre distintas facciones. Esta era una consecuencia de la falta de
autoridad de los dos últimos reyes: Juan II y Enrique IV, además de la guerra civil de
1475 a 1479. Por otra parte, existía una corriente política desde el siglo XIII que tendía
a reforzar la autoridad del rey y que ya en 1348 había otorgado a la Corona el derecho a
legislar.
Fernando e Isabel, dotados de un gran sentido de la autoridad supieron jugar con
las dos realidades. En Castilla se asistía a un evidente cansancio ante las situaciones de
anarquía y de guerra de todos contra todos. Los reyes supieron presentarse como una
garantía para el mantenimiento del orden y el triunfo de la justicia. Por ese motivo no
les fue difícil a Fernando e Isabel imponer su autoridad en la Corona de Castilla.
Dado el desinterés de Isabel por la Corona de Aragón el protagonista político en
estos territorios fue Fernando. También aquí el monarca se encontró con dos realidades.
Por un lado quedaba la guerra civil que había enfrentado a Juan II con miembros de la
nobleza y de la oligarquía urbana. Fernando terminaría con ello mediante la Sentencia
Arbitral de Guadalupe de 1486, reforzando así el papel de la corona. Por otro lado la
tradición pactista imperante en la Corona de Aragón ponía serias trabas al poder real. El
rey dio pasos destinados a controlar lo mejor posible los nombramientos de los
miembros de los Consejos municipales y de las Generalidades reservándose el derecho
de proponer a los candidatos.
El poder de la nobleza suponía un problema a la autoridad de los reyes. Estos
habían aceptado que no podían enfrentarse a los grandes nobles castellanos, pero
también que tenían que evitar que las grandes familias de la nobleza volvieran a decidir
sobre las opciones políticas de la Corona de Castilla.
Los reyes no sólo no desposeyeron a los nobles de sus patrimonios, sino que les
permitieron consolidarlos creando los mayorazgos (Cortes de Toro de 1506) Pero la
nobleza tuvo que aceptar la indiscutible soberanía de los reyes y otorgarle el poder
decisorio en todas las cuestiones políticas. Por ejemplo, en 1476 la reina Isabel
ordenaba desmochar las torres de Cáceres, para prevenir nuevas intrigas nobiliarias.
Además, para quitarle poder político a la nobleza se reestructuraron
las instituciones de gobierno heredadas del periodo anterior. Especialmente en época
feudal los reyes no podían prescindir de los nobles en dos aspectos básicos: la toma de
decisiones, a través del Consejo Real y la guerra, dependiendo de las mesnadas
feudales.
Con los Reyes Católicos surgiría un ejército moderno. En la guerra de Granada
se tuvo que recurrir por última vez a las milicias urbanas y las tradicionales huestes
señoriales, laicas, eclesiásticas y de órdenes militares. Pero la pérdida de importancia de
la caballería y las guerras de Italia cambiaron el modelo de los ejércitos a partir del siglo
XVI. Los soldados luchaban ahora por una soldada, es decir, eran mercenarios y sólo
obedecían a las órdenes del rey, su mantenimiento era muy caro y los mandos
pertenecían a la nobleza. Su principal sería Gonzalo Fernández de Córdoba, creador de
las coronelías, una unidad de unos 6000 hombres, principalmente infantes.
Para asegurar el orden interno, proteger el comercio, los caminos y perseguir el
bandolerismo se creó la Santa Hermandad, un grupo de gente armada pagada por los
concejos. Fue instituida en las Cortes de Madrigal de 1476, unificando las distintas
hermandades que habían existido desde el siglo XI.
Otra tradicional fuente de problemas era la Iglesia, formada por miembros de la
alta nobleza y preocupada de las intrigas políticas, además de contar con unos recursos
económicos considerables. Por ello los reyes obtuvieron en 1486 el derecho de
patronato o Patronato Regio. Con ello se aseguraba el control de la jerarquía
eclesiástica, luego fue ampliado para América donde además la Corona administraba el
diezmo correspondiente a la Iglesia (Patronato Indiano 1508).
Otro problema que resolvieron los reyes fue el de las órdenes militares. En
1495 Fernando fue proclamado gran maestre de todas ellas (Santiago, Montesa,
Alcántara y Calatrava) De esa forma pasaban a estar controladas directamente por el
rey. Además sus tierras y rentas pasaban también a manos de la Corona, quedando ahora
su pertenencia a cualquiera de ellas como un mero signo de distinción social.
También se reformó la Audiencia. Debido a la gran extensión de la Corona se
decidió crear una nueva sala, Isabel la Católica en 1494, divide dicha Audiencia en dos:
la Audiencia de Valladolid, con competencia al norte del río Tajo; y la de Ciudad Real,
con competencia al sur del mismo río. En 1500 se decidió trasladar esta última a
Granada, lo que se verificó en 1505. Además, la audiencia de Valladolid tendría dos
salas en Galicia y Vizcaya. En la Corona de Aragón Fernando también se introdujo esta
institución creándose una audiencia en cada una de las capitales de los reinos.
Finalmente, para administrar todo este complejo de gobierno se decidió la
creación de consejos. En 1480 en las Cortes de Toledo se reformo el Consejo Real de
Castilla (creado en 1385) A partir de la reforma los miembros del consejo serían en su
mayoría letrados nombrados y pagados por la corona. Los pocos nobles que formaban
parte de él, lo hacían llamados por el monarca, nunca por derecho propio. El poder del
consejo fue aumentando hasta que acabó por ocuparse de todos los asuntos
concernientes a la corona de Castilla. En 1494 Fernando creó el Consejo de Aragón.
Además, aparecieron varios consejos asesores o ministeriales. El Consejo de la
Inquisición, que será conocido como la Suprema, fue creado en 1483 y siempre se
movió en un espacio ambiguo entre la condición de tribunal eclesiástico para la
persecución de delitos contra la fe que era propia del Santo Oficio y la pretensión real
por controlarlo desde los mismos tiempos fundacionales de los Reyes Católicos.
Instancia última de las causas de los tribunales inquisitoriales locales, la Suprema, con
el Inquisidor General a la cabeza, se ocupaba del nombramiento de los inquisidores y
agentes del Santo Oficio. También en abierta ambigüedad entre lo eclesiástico y lo real,
el Consejo de las Ordenes Militares, creado en 1495, extendía su campo de actuación
al régimen privativo de los caballeros de hábito, ocupándose de velar por la pureza de su
sangre a la hora de ingresar en alguna orden, sin olvidar las atribuciones de gobierno y
justicia en las tierras de las órdenes militares cuyos maestrazgos fueron incorporados a
la Corona de forma perpetua a partir de 1523. Y el Consejo de la Cruzada, creado por
Juana I en 1509, que nació para la recaudación y administración de las llamadas tres
gracias (bula de la cruzada, subsidio y excusado) que Roma concedía al Rey Católico
para la organización de cruzados como Defensor de la Fe. Era presidido por un
Comisario General y su campo de acción abarcaba los territorios de las coronas de
Castilla, con las Indias, y Aragón, con Sicilia y Cerdeña.

3.2.- El significado de 1492. La guerra de Granada y el Descubrimiento de América.

1492 es la fecha que abre el periodo de la Edad Moderna y su importancia viene


dada por la enorme trascendencia del Descubrimiento de América. A partir de ese
momento España y Portugal y luego el resto de Europa ocupan, para su explotación, un
nuevo, vasto y riquísimo continente que empieza así a integrarse en las dinámicas
históricas de Europa. La magnitud de este hecho será tal que modificará las estructuras
económicas y sociales del viejo continente, y éste acabará imponiéndose al resto del
mundo. En la península ibérica en 1492 coinciden además otros dos hechos de enorme
importancia y trascendencia: la expulsión de los judíos y la conquista del reino nazarí
de Granada.

Unidas las dos Coronas, los RRCC coincidían en la necesidad de completar, por
una parte, la unificación religiosa (expulsión de los judíos (1492) y conversión forzosa
de moriscos en 1502); y por otra, la unificación territorial de los reinos hispánicos
para consolidar un Estado fuerte que pudiera expandirse fuera de la península. Por esta
razón actuaron en el reino de Granada (1492), incorporaron el reino de Navarra (1512) e
iniciaron mediante una hábil política matrimonial la anexión de Portugal.

Con la conquista del Reino Nazarí se pone fin al poder del islam en la
península tras ocho siglos de presencia continuada. La guerra fue larga (1482-1492),
destacando en ella la conquista de Málaga (1487) y la de Baza
(1489). La ocupación de la capital del reino supuso la construcción de la fortaleza de
Santa Fe, como base para las operaciones militares, a la vez que se establecieron
conversaciones con Boabdil el Chico, aprovechando la crisis dinástica de su familia.
Tras varios años de asedio, Granada fue definitivamente ocupada el 2 de enero de 1492,
tras las capitulaciones que Boabdil, el último rey de Granada, había firmado a finales
del año anterior. Para la monarquía hispánica esta guerra supuso un enorme esfuerzo
tanto económico, sufragado en parte mediante la “bula de cruzada”, como bélico, ya
que se llevó a cabo un despliegue militar sin precedentes, con la puesta en práctica
ingentes recursos humanos y, por primera vez nuevas estrategias y tácticas que
culminaron con la victoria y fin del proceso de Reconquista.

A lo largo del siglo XV, Castilla y Portugal se habían postulado como los dos
reinos pioneros en las exploraciones atlánticas, pero sin duda, eran los portugueses,
pioneros en viajes y descubrimientos, los que dominaban las rutas marítimas. En este
contexto surge la figura de Cristóbal Colón -navegante de origen genovés- que
presenta, primero a la corte portuguesa y luego a la castellana, un proyecto basado en
la esfericidad de la Tierra, que consistía en abrir una nueva ruta al oeste para alcanzar
los mercados asiáticos y así conseguir sin intermediarios los productos que demanda
Europa (especias, sedas y oro). Al principio, el proyecto fue rechazado por ambas
coronas, pero finalmente Isabel de Castilla aceptó y puso a disposición del navegante
los medios para el viaje. El contrato entre Colón y los Reyes (“Capitulaciones de
Santa Fe”, 1492) establecía los cargos y beneficios que le reportaría el éxito de su
empresa.

El 3 de agosto de 1492 salieron de Palos (Huelva) tres naves que después de


una escala en Canarias alcanzaron tierra el 12 de octubre del mismo año en una de las
islas del Caribe (Guanahani o San Salvador, Cuba y La Española). Las expectativas
de riqueza generadas por el descubrimiento hicieron que el viaje siguiente, en
septiembre de 1493), incluyera 17 barcos y 1200 hombres. Colón realizó una tercera
y una cuarta expedición (los llamados “viajes menores”) que alcanzaron las costas
del continente americano. Murió en 1506, convencido todavía de haber llegado a
tierras asiáticas. En 1511 había concluido, prácticamente, la conquista de las grandes
islas y el conjunto de las Antillas estaba bajo el control de la monarquía. Las miras
estaban puestas ahora en un nuevo continente con grandes extensiones de tierra.

3.3.- El Imperio de los Austrias: España Bajo Carlos I. Política interior y conflictos
europeos

Carlos I, nacido y educado en Flandes, era hijo de Felipe de Habsburgo, “el


Hermoso”, y de Juana la Loca. Como resultado de un cúmulo de casualidades, en 1516,
tras la muerte de su abuelo Fernando, fue reconocido como rey de la Corona de Aragón
y de Castilla. También recibiría una inmensa herencia territorial en Europa y el título
imperial por parte de sus abuelos paternos.

Con él asistimos al fin de la dinastía Trastámara y la entronización de una nueva:


la de los Habsburgo (“los Austrias”). Con ella, la monarquía autoritaria evolucionará
hacia un absolutismo combinado con el respeto a los derechos, leyes y privilegios
jurídicos de los distintos territorios que conformaban el Imperio1. El gobierno de Carlos
V se asentará sobre dos pilares que marcarán toda su labor política: 1) la defensa de la
idea de Imperio Universal Cristiano bajo la figura del Emperador y, 2) la defensa del
cristianismo, como factor de unidad europea2. A la defensa de estos dos objetivos –
imperio y cristianismo- subordinó todos los ingresos y hombres que llegaron a su
alcance. En política exterior mantuvo tres frentes:

- Guerras contra Francia por la hegemonía europea. Carlos I y Francisco I se


enfrentaron por el dominio de los reinos y ducados de Italia y por el control de Flandes
y Borgoña. Carlos vence en Pavía (1525) y saquea Roma (1529) por la actitud
profrancesa del papa. Acaba incorporando el Milanesado.
- Guerra contra los turcos, en defensa de la cristiandad y de la estabilidad del
comercio mediterráneo. Para dominarlos, Carlos lanzó con éxito un ataque contra
Túnez (1535), pero fracasó en la conquista de Argel (1541).
- Guerra contra los protestantes en defensa de la unidad católica. La ruptura de la
unidad católica, como consecuencia de la Reforma protestante, fue el principal
problema de la monarquía de Carlos I. Martín Lutero obtuvo el respaldo de los
príncipes alemanes y de este modo, intereses políticos y económicos se unieron a los
puramente religiosos. El conflicto terminará con la Paz de Augsburgo en 1555 por la
que cada príncipe alemán podrá elegir la religión de sus Estados.

En política interior cabe señalar los conflictos de las Comunidades y las Germanías:

Sublevación de las Comunidades en Castilla: El rey llegó a España en 1517 por


primera vez, a la edad de 17 años, rodeado de una camarilla de consejeros flamencos
para convocar Cortes que votaran nuevos impuestos con el fin de sufragar su
nombramiento como emperador en Alemania. Esta situación provoca el descontento
entre sus súbditos, que temían que los intereses peninsulares fueran sacrificados en

1 En Castilla, el peso y el poder del monarca siempre fue mayor; en cambio en Aragón hubo más resistencia y oposición por
mantener los fueros y privilegios. En ello tuvo que ver el hecho de que a partir de Carlos, los reyes residieron siempre en Castilla.
2
Por otra parte, el cristianismo se encontraba amenazado por la reforma protestante y el avance del imperio turco (tanto en la
Europa oriental como en el Mediterráneo).
favor de los intereses imperiales3. El descontento cristaliza en la sublevación de las
Comunidades castellanas (1520-1521), con el levantamiento de varias ciudades
demandando la retirada del subsidio aprobado, una mayor implicación del rey en los
asuntos de Castilla y, un mayor protagonismo de las cortes. Finalmente se produce la
derrota de los comuneros en la batalla de Villalar4 en 1521 en la que el monarca contó
con la ayuda de la nobleza.

La rebelión de las Germanías: en este caso debemos hablar de un conflicto


social –más que de uno político- entre burgueses y artesanos, por un lado, y la nobleza
por otro. Reivindicaban la abolición de la jurisdicción señorial y el control gremial de
los municipios. El escenario inicial fue Valencia, pero acabó extendiéndose a Murcia y
Mallorca. Como en el caso anterior, la corona contó con el apoyo de la aristocracia
acabando con las revueltas en 1521.

3.4.- La Monarquía Hispánica de Felipe II. Gobierno y administración. Los problemas


internos. Guerras y sublevación en Europa.

Felipe II a diferencia de su padre fue sólo rey y no emperador, aunque sus


dominios fueran incluso más amplios y heterogéneos. Además, había heredado de su
padre dos de sus objetivos políticos fundamentales: la lucha por la hegemonía en
Europa y la defensa a ultranza de los territorios que formaban su patrimonio. De ahí que
también heredera todos los enemigos que había tenido en Europa. Sin embargo, a
diferencia de él viajó poco, apenas salió de la Península, y estableció la capital en
Madrid (1561). En 1580 hizo valer sus derechos en Portugal e incorporó este reino (y
todas sus colonias) a la corona. En materia religiosa se convirtió en un gran impulsor de
la Contrarreforma y en la defensa de la Religión católica justificó gran parte de su
política interior y exterior.

El aparato de gobierno de los Austrias era muy complejo. Su base se asentó en


las reformas introducidas en el siglo XV por los RRCC, pero evolucionó a medida que
las necesidades crecían en número y complejidad. Su fundamentaba en el rey como la
cabeza de gobierno y de la administración del que dependían directamente los
secretarios. Por debajo, los consejos se ocupaban de asuntos más concretos y se
dividían en territoriales (los distintos reinos) y técnicos (Indias, Guerra o Hacienda). Las
Cortes se siguieron celebrando en los distintos reinos, aunque cada vez tenían menos
poder. Fuera de Castilla se conservaban las antiguas instituciones y en el Señorío de
Vizcaya, Aragón y Navarra los fueros (leyes y privilegios). Se aumentó el número de
virreyes para gobernar en los nuevos territorios, se amplió el número de Audiencias y
se consolidaron los Tercios como fuerza de defensa de los intereses de la Monarquía.

3
Denominada así porque estuvo protagonizada por varias ciudades castellanas que se autoproclamaron comunidad y rechazaron
a las autoridades que acompañaban a Carlos I.
4 Resultaron ejecutados sus cabecillas: Juan Bravo, Juan Padilla y Pedro Maldonado.
Su política interior se caracterizó por un aumento de las rebeliones
principalmente debido a su autoritarismo político y a su intolerancia religiosa5: Rebelión
de los moriscos en Granada (“Rebelión de las Alpujarras”,1568-70), rebelión en
Aragón (problema de Antonio Pérez, 1590-92).

Política exterior: Muy similar a la de su padre estuvo marcada en gran medida por
su liderazgo religioso no sólo entre los católicos (líder de la Contrarreforma) sino
también frente a los principales enemigos del catolicismo en ese momento: turcos y
protestantes. Aunque estos no fueron los únicos conflictos a los que tuvo que
enfrentarse:

➢ Sublevación de los Países Bajos (probablemente el principal problema del reinado


de Felipe II) que eran territorios de gran importancia económica y estratégica, en
donde los motivos nacionalistas se unieron a los religiosos pues el calvinismo había
triunfado en gran parte de los territorios del norte. La rebelión se originó por el
descontento ante los fuertes impuestos.
➢ Enfrentamientos con Francia: continuación de la rivalidad por los territorios
italianos de los reinados anteriores. Con la victoria de las tropas españolas en la
batalla de San Quintín (1557) y la paz posterior de Cateau-Cambresis (1559) se
inicia una etapa de relativa calma.
➢ Enfrentamientos con Inglaterra: las relaciones entre ambos países fueron
empeorando hasta el punto en que Felipe II encontró como única solución la
invasión de las Islas Británicas. Para ello reunió la llamada “Armada Invencible”
(1588). Toda la operación fue un fracaso y la expedición regresó diezmada y
vencida.
➢ Guerra contra los turcos: Venecia, la Santa Sede y la monarquía hispana forman una
coalición en 1571, la llamada “Liga Santa”, y, organicen una flota que se enfrentará
a los turcos en la Batalla de Lepanto, lográndose una gran victoria.
➢ La unión con Portugal: La unión con Portugal en 1580 sería el único ámbito en
que triunfó la política exterior de Felipe II, ya que, la unificación peninsular en
época de Felipe II fue fruto de la política matrimonial iniciada por los RRCC.

3.5.- Exploración y colonización de América. Consecuencia de los descubrimientos


en España, Europa y América.

Durante el reinado de los RRCC, Colón realizó cuatro viajes a América, en el


primero se produjo el descubrimiento (1492) y el asentamiento en las islas, y desde la
base de La Española, en los siguientes viajes (1493-1504) se exploraron algunos
territorios de tierra firme, aunque no se tuvo conciencia de haber descubierto un nuevo
continente hasta el siglo XVI.
Ante la magnitud del Descubrimiento y el temor de los portugueses de que los
castellanos les adelantaran en el camino a La India se llegó a un acuerdo por el tratado
de Tordesillas (1494), ratificado por el papa Alejandro VI, en el que quedaron
delimitadas las áreas de influencia y expansión de Castilla y Portugal, quedando Brasil

5
Características ambas que sus enemigos supieron manejar muy bien, junto a la utilización indiscriminada de la Inquisición, para
forjar la famosa “Leyenda Negra” en torno a su persona.
en manos de Portugal. 6Después de la muerte de Isabel, en 1504, Fernando pierde
interés en la expansión atlántica, ocupado como estaba con su política mediterránea, y
Colón muere en 1506 sin conseguir volver a América. El navegante Américo Vespucio
había regresado a España, después de explorar las costas del norte de Brasil, en 1502,
asegurando que se había descubierto un nuevo mundo. En 1507 aparece publicado el
primer mapa en el que se llama América al nuevo mundo7.
Este reconocimiento, y la falta de metales y mercancías preciosas, hace que los
conquistadores busquen un paso a la India. En 1513 Núñez de Balboa atraviesa Panamá
el punto más estrecho del continente y descubre el océano Pacífico (los enfrentamientos
entre Balboa y el Gobernador del Rey terminan con el apresamiento y ejecución de
Balboa).
Desde 1512 se mandan expediciones desde las islas hacia el continente, hacia
Yucatán, de donde llegan rumores de que en el interior existe un gran imperio. El
gobernador real de cuba, Velázquez, encarga la expedición a Hernán Cortés, que parte
en 1519. En la costa funda la ciudad de Veracruz, la primera de América, y avanza
hacia el centro del imperio azteca con ayuda de algunos indios descontentos del
gobierno azteca, sin encontrar oposición hasta entrar en la capital TENOCHTITLAN.
Son recibidos amistosamente, pero toman al rey MOCTEZUMA prisionero,
convirtiéndose en los amos del imperio, sin que, en un primer momento, los aztecas
opongan resistencia (leyenda sobre el dios blanco y barbudo Quetzalcóatl, que tras crear
el mundo desapareció prometiendo su regreso). Finalmente se produjo un
enfrentamiento en la batalla de Otumba (1521) que ganaron los españoles, volviendo a
entrar en Tenochtitlán y dominando definitivamente todo México.
En Imperio Inca se extendía por todo el norte de los Andes, con capital en
Cuzco, aunque cuando llegan los españoles atravesaba una grave crisis política por las
luchas entre los hijos del Inca (Atahualpa y Huáscar), por la sucesión. En 1531, los
españoles, dirigidos por Almagro y Pizarro, y ayudados por las tribus sometidas por los
incas, derrotan a los dos hijos del Inca y se adueñan del Imperio Inca. Almagro inició
después una expedición hacia el sur, conquistando Chile (1535), pero a su regreso se
enfrentó con Pizarro, que le derrotó y ejecutó. El hijo de Almagro y sus seguidores
mataron a Pizarro.
Desde el primer momento de la conquista se pusieron las bases para la
dominación posterior. No se pretendía establecer enclaves comerciales desde los cuales
tener acceso a los productos orientales tal, sino ejercer un control efectivo sobre el

6
Un meridiano situado a 370 leguas de Cabo Verde separó las dos zonas de influencia: la
occidental para Castilla y la oriental para Portugal. Según los conocimientos de la época no
habría tierra en esa longitud terrestre pues no se tenía conciencia de la existencia de América
sino que pensaban haber llegado a las Indias). En este reparto de influencias ya se habían
firmado dos tratados previamente: Alcaçovas (1479) e Inter Caeteras (1494 y sólo a 100 leguas
al oeste de Cabo Verde…).
7
Fue la publicación por del primer mapa del mundo que incluía de forma razonablemente
precisa esta parte del mundo por parte del geógrafo Martin Waldseemüller la que puso en
marcha el proceso que hizo que las Indias de Cristóbal Colón se acabaran llamando América por
Americo Vespucio.
territorio y la población. Por eso se evitó la concesión de señoríos con jurisdicción a los
conquistadores, y los gobernadores eran designados por el rey y enviados desde España.
Las posesiones americanas fueron estructuradas en dos virreinatos: Nueva
España (1535) y Perú (1543), que más tarde se fragmentaron en cuatro con la creación
en 1719 del de Nueva Granada y el del Río de la Plata en 1776. Los virreyes actuaban
como gobernadores bajo la única autoridad del rey, encargándose la audiencia de la
administración de justicia.
3.6.- Los Austrias del siglo XVII: el gobierno de validos. La crisis de 1640.

REINADOS EN EL SIGLO XVII: FELIPE III (1598-1621), FELIPE IV (1621-1665) Y


CARLOS II (1665- 1700).
El siglo XVII se caracteriza por un aumento del poder real, del Absolutismo.
Carlos V y Felipe II habían tenido Secretarios que les ayudaban en tareas
administrativas. La novedad es la tendencia de los reyes a dejar la responsabilidad del
gobierno en manos de ministros todopoderosos llamados validos.
Con Felipe III gobernaron el Duque de Lerma (de ambición desmedida se
centró en acumular cargos y mercedes para los suyos) y su hijo el Duque de Uceda que
siguió sus pasos. Durante su reinado se produce la expulsión de los moriscos (antiguos
musulmanes convertidos al cristianismo), por razones que todavía se ignoran, entre
1609 y 1613 más de 300.000 moriscos tuvieron que abandonar España, lo que agravó la
crisis demográfica y económica que asolaba a Castilla desde finales del siglo XVI.
En el ámbito internacional, tras una tregua de 12 años firmada en 1609 con
Holanda, resurgió el movimiento independentista, reiniciándose las hostilidades en
1621. Este enfrentamiento solo terminará con el reconocimiento de la independencia de
Holanda durante el reinado de Felipe IV con la firma del tratado de Münster (1648).
Mientras que los Países Bajos del Sur, Bélgica, se mantienen leales.
Con Felipe IV gobierna el Conde-Duque de Olivares, trabajador incansable
que intenta hacer las reformas necesarias para superar la crisis en que había caído
Castilla, por la política imperialista anterior. Una serie de hombres, los arbitristas, dan
la voz de alarma y exigen buscar las causas y poner los remedios. Estas exigencias serán
la base de los intentos de reforma posteriores, y se dirigen a: 1) una mejor distribución
de los gastos del Estado en todos los reinos, para descargar a Castilla, agotada y
despoblada, 2) a una disminución del gasto público, 3) al estímulo de la agricultura y la
industria y 4) a la reducción del número de monasterios.
Estas reformas no se producen ni con Felipe III, ni con Felipe IV, a pesar de los
esfuerzos del Conde Duque de Olivares, debido a los intereses en contra, y a las
dificultades políticas que disparan el gasto. Los intentos por mejorar la distribución del
gasto del estado chocan con las leyes proteccionistas de la corona de Aragón (no
sufragar gastos de tropas fuera de sus reinos) y con el temor a que Olivares acabe con
las leyes de la Corona de Aragón, imponiendo las castellanas.
Esta situación genera el levantamiento de Cataluña (1640, Corpus de Sang),
dirigido por Pau Claris y con la ayuda de Francia. Tras doce años de rebelión, y tras la
muerte de Claris, muchos catalanes estaban cansados del desorden y de haber cambiado
la obediencia a Madrid por la obediencia a París. En 1652 Cataluña se rindió y Felipe
IV concede un indulto general, comprometiéndose a respetar las leyes y fueros del
Principado. El levantamiento simultáneo en Portugal (1640) no pudo sofocarse y
acabaría obteniendo la independencia en 1668.
También se produjeron conatos de rebelión en Aragón y en Andalucía: una
conspiración dirigida por nobles andaluces pretende la destitución del Conde Duque y la
independencia de Andalucía, pero fracasó.
Los intentos de reforma de Olivares habían fracasado: España mantuvo su
estructura de reinos independientes, unidos por el monarca.
La crisis se salda con la destitución de Olivares en 1643 y su sustitución por su
sobrino Luis de Haro que emprende una pacificación al reconocer la independencia de
Portugal (1668), la pérdida de Holanda (Westfalia, 1648), y firmar la Paz de los
Pirineos (1659) con Francia, lo que supone el fin de la hegemonía española. La crisis
económica se agudizó y el agotamiento de Castilla, que sufragaba esta costosa política,
aumentó.

3.7.- La Guerra de los Treinta Años y la pérdida de la hegemonía española en


Europa.
En política exterior, el contraste entre el siglo XVI (Austrias Mayores) y el siglo
XVII (Austrias Menores) es enorme. El siglo XVI representó para la monarquía hispana
su momento de máximo poder y hegemonía en el mundo, por el contrario, a lo largo del
XVII, y sobre todo tras la guerra de los Treinta Años, España quedó relegada a un
segundo plano en el escenario internacional, mientras Francia emergía como la nueva e
indiscutible potencia europea.

Los objetivos de la política exterior de los Austrias menores fueron similares a


los de la centuria anterior: defensa a ultranza de su patrimonio, protección de la religión
católica, colaboración con los Habsburgo alemanes y defensa de su monopolio
comercial con América.

Al iniciarse el reinado de Felipe III, la monarquía hispánica era la mayor


potencia territorial y militar del planeta. EL rey de España, dueño de la totalidad de la
Península Ibérica, desde la anexión de Portugal en 1580, dominaba al mismo tiempo la
cuenca occidental del Mediterráneo. De la herencia borgoñona se conservaba el Franco
Condado y la parte meridional de los Países Bajos. Finalmente, fuera de Europa, un
inmenso imperio colonial. Pero también había dejado una situación económica crítica y
una serie de conflictos que se recrudecen durante el siglo XVII, acabando con la
hegemonía española.
Durante el reinado de Felipe III prácticamente se mantiene la situación anterior
pues se busca el apaciguamiento en todos los frentes (Tregua de los Doce Años con
Holanda en 1609, Paz de Vervins con Francia en 1598, poco antes de la muerte de
Felipe II, y que se reafirma en 1615 con una alianza matrimonial entre los monarcas de
ambos países: Luis XIII con Ana de Austria y Felipe III con Isabel de Borbón, lo que
dio paso a la Pax Hispánica, un momento de freno en la anterior agresiva política
exterior.

En 1618 finalizó este periodo de paz (al apoyar España al rey de Bohemia y
futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando II de Habsburgo,
contra el elector del Palatinado, Federico V), y dio comienzo la guerra de los Treinta
Años, una guerra librada principalmente en la Europa central entre los años 1618 y
1648, y que aparentemente fue un conflicto religioso pero lo que estaba en juego era la
hegemonía de los Habsburgo de España y de Austria, que eran católicos. Felipe III
muere en 1621, recién comenzada la Guerra de los Treinta Años, y sube al trono su hijo,
Felipe IV.
El Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV, lleva a cabo una política
imperialista que le enfrenta con los territorios de su imperio y con Francia. En 1635,
estalla nuevamente la guerra. Bajo la dirección del Cardenal Richelieu, ministro de Luis
XIII, España ve retroceder sus posiciones en sus posesiones europeas.
La diversidad de frentes y la crisis económica en que se encuentra el estado da al
traste con los ambiciosos proyectos de Olivares, que es obligado a dimitir en 1643. Su
sucesor, Luis de Haro, tendrá que afrontar la crisis y ocuparse de la pacificación,
reconociendo la independencia de Holanda (Westfalia, 1648) y de Portugal (1668), con
su imperio ultramarino, y firmando con Francia la Paz de los Pirineos (1659). Aunque
en el tratado España no hacía grandes concesiones territoriales la paz supuso el
reconocimiento de la decadencia española y la aparición de Francia como potencia de
primer orden. El tratado se selló con el matrimonio entre Luis XIV y María Teresa de
Austria (por el que, años más tarde, su nieto, Felipe de Anjou, aspirará al trono
español).
3.8.- Principales factores de la crisis demográfica y económica del siglo XVII y
sus consecuencias.

La crisis demográfica: A lo largo del siglo XVII la población se estancó: Castilla se


vio más afectada que la periferia, en especial el núcleo central de la meseta. El periodo
de crisis más intensa fue de 1630 a 1680. Los factores que contribuyeron a este nulo
crecimiento fueron:
- Las sucesivas crisis de subsistencia: malas cosechas, hambre. Todo ello dificultado
por las constantes guerras que impedían las importaciones.

- Las epidemias: favorecidas por la desnutrición. La peste reapareció.


- Las guerras: entre 1640 y 1668 las guerras fueron permanentes. La falta de
mercenarios llevó a reclutas forzosas: rebeliones, jóvenes en edad de producir.

- Expulsión de los moriscos: unos 300.000 entre 1609 y 1614.

A estos factores hay que añadir la emigración a América, que aunque no fue
decisiva, sí incidió de forma significativa en Andalucía y Castilla.

El fenómeno más característico de la época es el aumento la población


improductiva y la disminución de la productiva, lo que frenó el desarrollo económico.
Se estimaba que por cada hombre que trabajaba había 30 parásitos:
Disminuyó el número de campesinos como consecuencia de política imperialista del
siglo anterior y de la emigración a América, a lo que se sumó la expulsión de los
moriscos. La industria quedó paralizada porque la afluencia de plata americana hizo
que fuera más fácil importar los productos que fabricarlos en España, donde la inflación
elevaba los precios. La burguesía, al contrario que en otras zonas de Europa, tendió a
ennoblecerse, convirtiéndose en una clase improductiva, fenómeno denominado “la
traición de la burguesía” (salvo en el caso de Cataluña). La nobleza tendió a hacerse
cortesana, viviendo de cargos y prebendas, que disparaban el gasto de la corte. Mientras
Castilla se despoblaba Madrid crecía. La corte atraía a todo tipo de gentes, estudiantes,
pícaros, ambiciosos, que esperaban encontrar allí alguna forma de vida. Creció el
número de conventos y por tanto el del clero improductivo, que encontraba dentro de la
Iglesia un medio fácil de ganarse la vida.
A este panorama se sumaba la crisis financiera del Estado. Tras un siglo de una
política imperialista el Estado estaba endeudado. Castilla, que había sostenido el gasto
de esa política, se encontraba agotada. El resto de los reinos, debido a sus leyes
proteccionistas, aportaban muy poco al Estado. La falta de una banca nacional hacía que
la monarquía dependiera cada día más de los banqueros extranjeros, hipotecando los
cargamentos de plata antes de que llegaran a España. Al final la plata acababa en los
grandes centros financieros de Europa. Cuando los cargamentos de plata empiezan a
disminuir por el agotamiento de las minas, la monarquía financia su deuda mediante la
emisión de juros (deuda pública) que sólo acelera la crisis.
Aunque esta situación es denunciada por los arbitristas, por el Consejo de Castilla, y
aparece en Memorial del Conde Duque de Olivares, los intentos de reforma fracasan.
Solo tras ponerse fin a la desastrosa política imperialista española tras la Paz de los
Pirineos (1659), con Carlos II, ministros como Oropesa y Medinaceli emprenden una
eficaz reforma monetaria; ajustan el presupuesto del Estado reduciendo el gasto
(reducción del número de funcionarios, disminución del gasto de la Casa Real y del
clero parasitario) y mejorando los ingresos (reducción de juros y mejor percepción de
los impuestos, los millones); e intentan estimular el comercio y la industria. Aunque los
resultados fueron muy limitados serán la base para el reformismo del XVIII.
3.9.- Crisis y decadencia de la monarquía Hispánica: El reinado de Carlos II y el
problema sucesorio.

La muerte de Felipe IV deje la corona en manos de su hijo, el débil y enfermizo


Carlos II, resultado de los matrimonios endogámicos entre los miembros de las mismas
familias que intentan evitar la división de sus posesiones. A pesar de ello la monarquía
vive unos años de tranquilidad: La firma de la paz con Francia (1559) y la pérdida de
territorios que generaban graves conflictos (Holanda (1648) o Portugal (1668)) hace que
el gobierno se dedique a resolver los problemas internos, especialmente la crisis
financiera del estado, poniéndose las bases para la recuperación que se vive en el XVIII.
Durante la primera parte del reinado de Carlos II (hasta 1675) ejerció la
regencia su madre, Mariana de Austria, quien confió el gobierno a validos como el
jesuita alemán Nithard (hasta 1669) o a Fernando de Valenzuela. Durante la mayoría de
edad de Carlos II, primero gobernó Juan José de Austria, enemigo de la reina madre, y
posteriormente, hasta 1685, el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa, que antes
que validos fueron ministros que llevaron a cabo una acertada política financiera de
reducción de impuestos y contención del gasto público que acabará con la crisis del
XVII y pondrá las bases de la recuperación del XVIII, especialmente en la Corona de
Aragón.
Cuando se hace evidente que el rey no es capaz de tener un heredero, España se
ve envuelta en las disputas por la sucesión entre los Borbones (franceses) y los
Habsburgo (austríacos), mientras que otras potencias como Holanda o Inglaterra buscan
un reparto que equilibre el poder de ambas.
Luis XIV y los demás reyes europeos ya habían pactado mediante el Primer
Tratado de Partición de España, firmado en La Haya en 1698 que el heredero del trono
de España sería José Fernando de Baviera II. La muerte de José Fernando (1699) obligó
a negociar, sin contar con España, el Segundo Tratado de Partición en 1700, que
reconocía como heredero al archiduque Carlos (biznieto de Felipe III de España). En
España la opinión también estaba dividida: algunos apoyan a los Borbones porque
pensaban que traerían una política más centralista y equilibrada en el reparto de las
cargas (Castilla). Otros apoyaban a los Habsburgo porque querían que se mantuviera el
respeto a los fueros particulares de los reinos (Aragón). Finalmente, Carlos II nombra
heredero al francés Felipe de Anjou, (nieto de Luis XIV y de la española Mª Teresa de
Austria, que era hija de Felipe IV), con la esperanza de que Luis XIV defendiera la
integridad de la herencia de su nieto.

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