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La desinformación nos parece un concepto relativamente moderno, debido al crecimiento de la

misma durante las últimas décadas. Sin embargo, su origen se remonta al Antiguo Egipto.

A partir del siglo XX, distintos teóricos comienzan a desarrollar teorías sobre la desinformación.
Es el caso de la aguja hipodérmica, teoría que afirma que podemos compartir una información,
bien sea falsa o correcta, y todas las personas van a reaccionar del mismo modo ante esta. A
lo largo del siglo XX, se fueron desarrollando otras teorías que tienen en cuenta las distintas
formas de tratamiento de la información de la sociedad.

Es con la llegada del siglo XXI cuando la sociedad comienza a estar más concienciada de la
desinformación. El desarrollo de las redes sociales hace ver a la gente que es muy fácil
estudiar su comportamiento online y hacerles llegar información en base a sus gustos, de tal
forma que solo reciban datos que apoyen sus creencias y no les incomoden en ningún
momento. Esto se consigue con la implantación de algoritmos y a este conjunto de algoritmos
que estudia nuestro comportamiento y nos enseña lo que queremos ver se le denomina filtro
burbuja.

Plataformas como la DISARM, base de la Unión Europea y de la OTAN para analizar la


desinformación, elaboran planes estratégicos para que esta desinformación llegue a la
audiencia correcta. Estos planes se basan en el estudio de la población para encontrar a los
activos sociales. Una vez encontrada la audiencia correcta, desarrolla narrativas y contenidos
(imágenes, vídeos, webs…), establece legitimidad mediante falsos expertos y hace llegar esta
información con un perfectos microtarget (clickbait, anuncios…)

Con los grandes acontecimientos de este siglo, como son la pandemia mundial del Covid-19 o
la guerra entre Rusia y Ucrania, se ha extendido gran cantidad de desinformación, lo que ha
complicado el trabajo de los periodistas.Sin embargo, estos profesionales de la información
cuentan con una herramienta fundamental que antes no existía: las redes sociales. Estas
plataformas ayudan tanto a la difusión de información como de desinformación, por lo que es
necesario ser capaz de diferenciar los datos correctos de los falsos.

Estos días todo se puede comprar, desde seguidores y me gusta hasta publicaciones
compartidas. Esto implica que, aunque la desinformación sea tan antigua como las propias
sociedades, su panorama cambia con la aparición en el año 2000 de las redes sociales.

Los periodistas deben adaptarse a este nuevo panorama, como fue el caso de Carmela Ríos.
Era la encargada de la sección de las redes sociales y necesitó realizar un curso de verificación
de la información para cubrir los sucesos que debía. Sin embargo, esta adaptación en España
está muy atrasada. Nuestro país no se interesa por la desinformación tanto como otros países,
poniendo a Rusia de ejemplo.

En resumen, la aparición de las redes sociales propició el desarrollo de la desinformación del


mismo modo que propició el desarrollo de nuevas herramientas para luchar contra la
desinformación y las fake news que inundan nuestra vida en la actualidad.

Paula García Rivera

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