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La ciudad y los perros y la masculinidad del Poeta

Oscar Segura Heros

Una de las películas que más ha marcado el cine peruano es La ciudad y los perros (1985), que
adapta a la pantalla grande la novela de Mario Vargas Llosa y que narra la vida de un grupo de
cadetes en un colegio militar y cuyo tema principal es la construcción de la masculinidad en un
grupo de adolescentes.

La cinta de Francisco Lombardi describe cómo es el tránsito de ser adolescentes en un régimen


militar y con una atmósfera casi carcelaria, en donde el encierro no sólo es físico sino
psicológico.

Sin embargo, lo interesante no solo es cómo una institución castrense forja la personalidad de
los jóvenes, sino las relaciones entre los propios cadetes, en las que las jerarquías se definen
desde el principio y en donde ser un hombre pasa por una serie de rituales a través del alcohol,
la violencia y la sexualidad.

Uno de los personajes que mejor expresa el camino a la masculinidad es el de Alberto


Fernandez (Poeta), cuyas experiencias muestran cómo para encajar en el universo de los
hombres hay que cumplir con los requerimientos de un microcosmos como el colegio militar.

Alberto es llamado el “Poeta” por escribir novelitas pornográficas muy bien solicitadas por los
cadetes de su cuadra, ganando cierta respetabilidad que le permite evitar ser maltratado por
los demás. Una suerte diferente tiene su amigo Ricardo Arana (El Esclavo), quien al ser tímido y
sensible, es la víctima perfecta de sus demás compañeros.

El Poeta sobrevive siendo cínico y aparentando valentía, no expresa nunca tristeza, ni culpa;
pues los hombres, para el universo de Lombardi, deben comportarse siempre sin quebraduras.

Este personaje cumple con todos los rituales propios del colegio militar incluyendo el de la
relación con las mujeres, con las cuales queda delineada cómo es la mirada de los hombres
hacia ellas.

Alberto enfrenta una situación distinta al conocer a Teresa, quien además es el amor platónico
del “Esclavo”, y con quien llega a tener una relación. Con ella, vemos a un Poeta ya no tan
cínico sino resuelto, seguro, atento y enamorado.

Con Teresa, Alberto se muestra seguro de sí mismo e incluso se anima a ir a un plano más
personal al contarle la vida dentro del colegio militar y para lo cual afirma que los “vivos” son
los que ganan mientras los buenos son en verdad unos sonsos. La afirmación hace recordar
precisamente que el Poeta ha traicionado al Esclavo al ganar el amor de Teresa, con lo que se
describe la ética masculina de velar por sus propios deseos sin importar los de un compañero.

Por otro lado, si Teresa es la castidad personificada lo opuesto es la Pies Dorados, la prostituta
que personifica el sexo y la lujuria para los jóvenes del colegio militar.
El intimar con Pies Dorados es cumplir el ritual masculino de afirmación de la virilidad y rebela
que el goce sexual es permitido con una mujer dedicada al oficio de la prostitución, como si
debiera quedar muy claro que el amor es para las novias, pero el sexo es con las putas.

Así, el Poeta cumple el ritual de ir al burdel donde trabaja la Pies Dorados, pero su
comportamiento es más bien tímido e inseguro. El estar en un contexto donde una mujer
controla su sexualidad es un choque con su propia mentalidad castrense que siempre debe ser
activa y valiente.

Las dos mujeres con las que se relaciona el poeta son una buena descripción de una mirada
masculina que clasifica lo femenino, por un lado la chica decente como Teresa a la que nunca
se le asocia con sexualidad a diferencia de la Pies Dorados, con quien la lujuria sí es permitida.
Estableciéndose de esta manera una jerarquía para la propia relación con las mujeres.

Incluso, visualmente, la película nos muestran dos situaciones distintas mientras que con
Teresa las escenas de besos son al pie de un árbol en una calle poco iluminada en una escena
idílica, en cambio en la visita de Alberto al burdel de la Pies Dorados está plagada de luces
chillonas y gritos de hombres haciendo cola para acostarse con las prostitutas, plantea un
escenario sórdido.

La película de Francisco Lombardi no solo interpreta muy bien la novela de Vargas Llosa sino
que hace uno de los retratos sobre la masculinidad peruana en donde el conservadurismo y la
violencia se expresan en cada uno de sus rituales.

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