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Leyenda de El Cadejo
Según las leyendas guatemaltecas, El Cadejo es el espíritu que cuida el paso tambaleante
de los hombres ebriosque deambulan por la noches. Este les ayuda a encontrar el camino a
sus casas. Se dice que es un ser en forma de perro, negro, lanudo, con casquitos de cabra
y ojos de fuego.
En la tradición oral se afirma que existen dos tipos de Cadejo, uno malo y diabólico que es
de color negro y cuida de quienes ingieren bebidas alcohólicas, y uno bueno cuyo color es
blanco y su trabajo es proteger a niños y mujeres.
Hay quienes manifiestan haber visto a los dos cadejos juntos. De hecho, afirman que El
Cadejo negro suele ser más inquieto y distante. Mientras que El Cadejo blanco se mantiene
siempre al lado de la persona a quien cuidan.
Pese a que se le considera como un espíritu protector, se debe tener mucho cuidado. Ya
que si encuentra a un hombre ebrio y le lame la boca, este jamás tendrá la voluntad de volver
a la sobriedad. Y El Cadejo lo seguirá por nueve días seguidos hasta que el hombre muera.
EL ZIPPE
Las mujeres decían que había que quemar basura, chile o desperdicios para ahuyentarlo, otras
maneras era rezar y desaparecía.
En las localidades y los ranchos mas apartados se culpaba al Zipe de la desaparición de niños
pequeños que no habían sido bautizados, la gente decía que se los llevaba al monte para
convertirlos en sirvientes; en otros relatos este ser sobrenatural suele asustar a viajeros
solitarios que se aventuran a transitar caminos apartados por la noche, a esos incautos el Zipe
se les trepa a las monturas, mientras ríe y profiere bromas o insultos por algunos minutos para
después desaparecer en la oscuridad, también era común que se le apareciera a las mujeres que
se bañaban en los ríos con la intención de seducirlas.
Han pasado los tiempos. El mundo ha cambiado, se han secado ríos y han nacido montañas,
y el hijo de la Siguanaba aún tiene diez años. No es raro que esté, montado sobre un lirio o
escondido entre el ramaje, espiando a las muchachas que se ríen a la vuelta del río2
Texto e imagen. Hans Kabsch Vela.