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EL CADEJO

Leyenda de El Cadejo
Según las leyendas guatemaltecas, El Cadejo es el espíritu que cuida el paso tambaleante
de los hombres ebriosque deambulan por la noches. Este les ayuda a encontrar el camino a
sus casas. Se dice que es un ser en forma de perro, negro, lanudo, con casquitos de cabra
y ojos de fuego.

En la tradición oral se afirma que existen dos tipos de Cadejo, uno malo y diabólico que es
de color negro y cuida de quienes ingieren bebidas alcohólicas, y uno bueno cuyo color es
blanco y su trabajo es proteger a niños y mujeres.

Hay quienes manifiestan haber visto a los dos cadejos juntos. De hecho, afirman que El
Cadejo negro suele ser más inquieto y distante. Mientras que El Cadejo blanco se mantiene
siempre al lado de la persona a quien cuidan.

Pese a que se le considera como un espíritu protector, se debe tener mucho cuidado. Ya
que si encuentra a un hombre ebrio y le lame la boca, este jamás tendrá la voluntad de volver
a la sobriedad. Y El Cadejo lo seguirá por nueve días seguidos hasta que el hombre muera.
EL ZIPPE

Así sentenciaban las madres o las cocineras mas viejas a los


niños y a las jovencitas para que no se acercaran al fogón a jugar
o a pellizcar la comida que ahí se preparaba, y es que las
antiguas cocinas no eran de gas ni lucían como si de un
laboratorio antiséptico se tratara; mas bien, siempre estaban
llenas de restos de hollín negro por el carbón o la leña que se
utilizaba para la combustión, cercano al fogón siempre se
disponía un lugar donde se almacenaba el combustible, ahí
entre el hollín y el carbón vivía el Zipe o Ztipe.

El Zipe era un pequeño demonio con cara y cuerpo de niño,


andrajoso y siempre tiznado de negro o de piel negra, sus ojos
eran como pequeñas brazas encendidas, su boca tenía grandes
dientes brillantes y afilados, vientre abultado y sus pies
parecían estar girados al revés, la criatura se aparecía y aventaba trozos de carbón, era procaz y
profería maldiciones o bien bromeaba y trataba de seducir a las jovencitas; si se le perseguía
era imposible atraparlo ya que al cercarlo desaparecía, y reaparecía en otro rincón para
burlarse de su perseguidor.

Las mujeres decían que había que quemar basura, chile o desperdicios para ahuyentarlo, otras
maneras era rezar y desaparecía.

En las localidades y los ranchos mas apartados se culpaba al Zipe de la desaparición de niños
pequeños que no habían sido bautizados, la gente decía que se los llevaba al monte para
convertirlos en sirvientes; en otros relatos este ser sobrenatural suele asustar a viajeros
solitarios que se aventuran a transitar caminos apartados por la noche, a esos incautos el Zipe
se les trepa a las monturas, mientras ríe y profiere bromas o insultos por algunos minutos para
después desaparecer en la oscuridad, también era común que se le apareciera a las mujeres que
se bañaban en los ríos con la intención de seducirlas.

La leyenda del Zipe es conocida en distintos rincones de Chiapas en particular la Costa y el


Soconusco, pero también en distintos lugares de Centroamerica: El Salvador y Nicaragua
donde se le conoce como Cipitío.

Su origen se remonta a tiempos prehispánicos y a los primeros años de la influencia española.


El Zipe nació de la relación que tuvo su madre Ziguet o Sihuet ( también conocida como la
Siguanaba) con el dios Tlahuizcalpantecuhtli (lucero de la mañana) traicionando al dios Sol. Es
por eso que Teotl la deidad mas importante condena tanto a la madre como al hijo.
Degradando a la madre a mujer errante: la Luna y al niño lo condenó a nunca crecer y a
conservarse por siempre en la edad de diez años, un Cipit, que significa “niño” en nahualt,
deidad asociada a las relaciones prohibidas y adúltera, Cipit en el mundo prehíspanico era
representado siempre como un niño eterno, alegre y errante.
Su nombre se castellaniza con el tiempo pasando a ser “Cipote” (término muy utilizado hasta la
fecha en El Salvador para referirse a los niños) Y deformarse en términos como: Cipitío,
Cipitiyo, Ciptín, Cipe, Sipe o Zipe.

El escritor salvadoreño Salvador Salazar Arrué Salarrué, en su obra “Trasmallo” incluye un


cuento llamado El Cipe, en donde el personaje es descrito en una conversación entre dos
campesinos salvadoreños:
– Usté ¿nuá visto nunca al Cipitiyo, Culapio?-
¡ En jamás, don Agrelio!…
– Yo lei visto una tan sola, en Jalponga, comiéndose a hora diánimas los
elotes diuna milpa. Veya usté : lleva un sombrerón deste calibre; un
calzón blanquiyo, shuco, shuco, y amarrado poraquí con un mecateplátano. Su estatura es
menor quel diun chumpe y va jumándose un purote. El caidizo del sombrero le tapa toda la
carita, menos la jetía puntuda y con sus tres pelos como el nance. La camisona
le varrastrando por el suelo, toda rompida y los caites liacen : plash, plash…
Yo lice envite porque estaba bolo, y cuando quise echarle pesca, se iscabuyó el hijuepuerca
entre las milpas, dejando un tufito, ansina como el del zorriyo.1
Otro autor Miguel Angel Espino en sus Memorias de Cuscatlán se refiere al mismo personaje:

Han pasado los tiempos. El mundo ha cambiado, se han secado ríos y han nacido montañas,
y el hijo de la Siguanaba aún tiene diez años. No es raro que esté, montado sobre un lirio o
escondido entre el ramaje, espiando a las muchachas que se ríen a la vuelta del río2
Texto e imagen. Hans Kabsch Vela.

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