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ANTOLOGÍA DE

CIENCIA FICCIÓN

Prácticas del Lenguaje


7° ____ 2023
Estudiante: _________________________

Docente: Sofía Knudsen


Crónicas marcianas de Ray Bradbury (selección)

ENERO DE 1999
El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la
escarcha empañaba los vidrios, los carámbanos bordeaban los techos, los niños
esquiaban en las pendientes; las mujeres envueltas en abrigos de piel caminaban
pesadamente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como
si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió entre las casas y
los arbustos y los niños. Los carámbanos cayeron, se quebraron y se fundieron. Las
puertas se abrieron de par en par; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las
ropas de lana; las mujeres guardaron en los armarios los disfraces de oso; la nieve se
derritió, descubriendo los prados verdes y antiguos del último verano.

El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y
ventiladas. El verano del cohete.

El caluroso aire desértico cambió los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la
obra de arte. Los esquíes y los trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que caía
sobre el pueblo desde los cielos helados, llegaba al suelo transformada en una lluvia
tórrida.

El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches goteantes y observaba el


cielo, cada vez más rojo.

El cohete, instalado en la plataforma de lanzamiento, soplaba rosadas nubes de fuego


y calor de horno. El cohete se alzaba en la fría mañana de invierno, creaba verano con
cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba los climas, y durante
unos instantes fue verano en la Tierra…

MARZO 2002
El contribuyente

Quería ir a Marte en el cohete. Bajó a la pista en las primeras horas de la mañana y a


través de los alambres les dijo a gritos a los hombres uniformados que quería ir a
Marte. Les dijo que pagaba impuestos, que se llamaba Pritchard y que tenía el derecho
de ir a Marte. ¿No había nacido allí mismo en Ohio? ¿No era un buen ciudadano?
Entonces ¿por qué no podía ir a Marte? Los amenazó con los puños y les dijo que
quería irse de la Tierra; todas las personas con sentido común querían irse de la Tierra.
Antes de que pasaran dos años iba a estallar una gran guerra atómica, y él no quería
estar en la Tierra en ese entonces. Él y otros miles como él, todos los que tuvieran un
poco de sentido común, se irían a Marte. Ya lo iban a ver. Escaparían de las guerras, la
censura, el estatismo, el servicio militar, el control gubernamental de esto o aquello, del
arte y de la ciencia. Que se quedaran otros! Les ofrecía la mano derecha, el corazón, la
cabeza, por la oportunidad de ir a Marte. ¿Qué había que hacer, qué había que firmar,
a quién había que conocer para embarcar en un cohete?

Los hombres de uniforme se rieron de él a través de los alambres. No quería ir a Marte,


le dijeron. ¿No sabía que las dos primeras expediciones habían fracasado y que
probablemente todos sus hombres habían muerto?
No podían demostrarlo, no podían estar seguros, dijo Pritchard, agarrándose a los
alambres. Era posible que allá arriba hubiera un país de leche y miel, y que el capitán
York y el capitán Williams no hubieran querido regresar. ¿Le abrirían el portón para
dejarlo subir al Tercer Cohete Expedicionario, o lo rompería él mismo a puntapiés?

Le dijeron que se callara. Vio a los hombres que iban hacia el cohete.

- ¡Espérenme! - les gritó. ¡No me dejen en este mundo terrible! ¡Quiero irme! ¡Va a
haber una guerra atómica! ¡No me dejen en la Tierra!

Lo sacaron de allí a rastras. Cerraron de un golpe la portezuela del coche policial y se


lo llevaron al alba con la cara pegada a la ventanilla trasera. Poco antes de que la
sirena del automóvil comenzara a sonar, al acercarse una curva, vio el fuego rojo, y
oyó el ruido terrible y sintió la trepidación con que el cohete plateado se elevó
abandonándolo en una ordinaria mañana de lunes en el ordinario planeta Tierra.

FEBRERO DE 2002
Las langostas

Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra en lava, la


pradera en carbón, el agua en vapor, la arena y la sílice en un vidrio verde que
reflejaba y multiplicaba la invasión, como espejos hechos trizas. Los cohetes vinieron
redoblando como tambores en la noche. Los cohetes vinieron como langostas y se
posaron como enjambres envueltos en rojizas flores de humo. Y de los cohetes
salieron deprisa los hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos
como animales feroces de dientes de acero; y dispuestos a dar a aquel mundo extraño
una forma familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en las
manos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaron rápidamente los
techos que suprimirían el imponente cielo estrellado e instalaron unas persianas verdes
que ocultarían la noche. Y cuando los carpinteros terminaron su trabajo, llegaron las
mujeres con tiestos de flores y telas de algodón y cacerolas, y el ruido de las vajillas
cubrió el silencio de Marte, que esperaba detrás de puertas y ventanas.

En seis meses surgieron doce pueblos en el planeta desierto, con una luminosa
algarabía de tubos de neón y amarillos bulbos eléctricos. En total, unas noventa mil
personas llegaron a Marte, y otras más en la Tierra preparaban las maletas.
“EL MEJOR ROBOT” DE PEDRO PABLO SACRISTÁN

XT-27 no era un robot cualquiera. Como bien decía su placa, "XT-27, el mejor y más
moderno robot, era el modelo de robot más moderno de su generación, un producto
realmente difícil de mejorar, y se sentía realmente orgulloso de ello. Tanto, que cuando
se cruzaba con otros robots por la calle, los miraba con cierto aire de superioridad, y
sólo reaccionaba con alegría y entusiasmo cuando se encontraba con otro XT-27.
"Todos los robots tendrían que ser como los XT-27", pensaba para sus adentros.
Realmente, estaba convencido de que ningún nuevo robot podría superar los XT-27, y
que el mundo sería mucho mejor si todos los robots fueran como ese modelo perfecto.

Un día, caminaba por la ciudad biónica cuando de pronto apareció, justo a unos
milímetros de sus sensores ópticos piezoeléctricos, (que eran unos ojos normales, pero
a XT-27 le gustaba usar palabras muy raras para todo), una gran puerta amarilla. No
sabía de dónde había salido, pero por suerte, era un XT-27, y su rapidez le permitió
evitar el golpazo. Intrigado, decidió atravesar la puerta, y fue a parar a una ciudad
espectacular. ¡Todos sus habitantes eran XT-27, y todo lo que se veía era alucinante!
Entusiasmado por haber encontrado la ciudad perfecta para él, anduvo recorriendo
aquel lugar, presumiendo de ser un XT-27 y parándose a hablar con todos de lo genial
que era ser un robot tan avanzado, y finalmente se instaló en su burbuja hiperplástica
recauchutada (una casa), a las afueras de la ciudad.

Los días fueron pasando, pero enseguida se dio cuenta de que en aquella ciudad había
algo que no le gustaba. Como todos eran XT-27, realmente nadie tenía motivos para
sentirse mejor ni más moderno que nadie, y de hecho nadie lo hacía. Ninguno miraba
con aires de superioridad, y en el fondo, comprobó que con el paso del tiempo ni
siquiera él mismo se sentía especial. Además, todo resultaba tremendamente aburrido:
todos hacían todas las cosas igual de bien, era imposible destacar en nada; cuando se
le ocurría algo que pensaba era brillante, a todos se les había ocurrido lo mismo al
mismo tiempo.

Así que XT-27 empezó a echar de menos a todos aquellos robotitos variados de su
mundo, cada uno con sus cosas buenas y malas, pero distintos y divertidos, y se dió
cuenta de que hubiera preferido mil veces encontrarse con un torpe pero divertido
TP-4, y charlar un rato con él, que volver a cruzarse con otro XT-27.

Así que comenzó a buscar la gran puerta amarilla. Tardó varios días, hasta que
finalmente la encontró como la primera vez, justo en medio de una calle cualquiera.
Apoyó la mano en la puerta, miró hacia atrás, como despidiéndose de aquel mundo
que le había parecido perfecto, y con gran alegría empujó la puerta…

Cuando despertó, XT-27 estaba en el suelo, y algunos le ayudaban a levantarse. No


había ninguna puerta, sólo un enorme y brillante robot amarillo con el que XT-27 había
chocado tan fuerte, que se le habían nublado los circuitos. XT-27, extrañado de no
haber podido esquivar el golpe, miró detenidamente a aquel formidable robot. Nunca
había visto uno igual, parecía perfecto en todo, más alto y más fuerte que ninguno, y en
su placa se podía leer: XT-28, el mejor y más moderno robot.

Así que lo habían conseguido. Aunque parecía imposible, los XT-27 ya no eran los
mejores robots. Sin embargo, nuestro amigo no se entristeció lo más mínimo, porque
segundos antes, mientras soñaba con aquella ciudad perfecta, había aprendido que
estaba encantado de ser diferente, y de que hubiera cientos de robots diferentes, cada
uno con sus cosas mejores y peores.
- AUDIOCUENTO:

Cuánto se divertían (Isaac Asimov)

https://www.youtube.com/watch?v=stXFdJHIiek

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