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182.

Libertad ambulatoria

La libertad de tránsito y de domicilio se explicita en el derecho reconocido a todas las

personas de trasladarse a los lugares que estimen más convenientes o necesarios para

satisfacer sus necesidades y de residir en el ámbito físico que ellas decidan.

Las libertades de tránsito y de domicilio están reconocidas en el art. 14 de la

Constitución. Establece que entre los derechos reconocidos a todos los habitantes del

país que pueden ser ejercidos conforme a las leyes reglamentarias, están el de entrar,

permanecer, transitar y salir del territorio del país. Además de la cláusula del art. 14, la

Constitución también hace referencia a estas libertades en otras de sus disposiciones,

como son las contenidas en los arts. 11, 12 y 18.

183. Libertad de tránsito

La libertad de tránsito consiste en el derecho que tiene toda persona para ingresar,

permanecer, circular y salir del territorio argentino. Presupone la libertad de no transitar.

No se trata de una libertad absoluta, de modo que es posible regular legislativamente su

ejercicio en resguardo del orden público y de los derechos reconocidos a las personas.

El ingreso al país puede estar condicionado al cumplimiento de ciertas medidas

sanitarias o de seguridad, como también al traslado a determinados lugares o regiones.

Por razones de interés público puede ser prohibido el ingreso al país de los extranjeros,

en forma total, parcial o sujeto a ciertos requisitos. De igual manera, es posible disponer

la expulsión del territorio nacional de los extranjeros cuando sus comportamientos

resultan lesivos para el orden público o cuando su ingreso se concretó de manera ilegal.

En cambio, las restricciones para ingresar al país o la hipótesis de expulsión del

territorio nacional no serían aplicables a los argentinos.

Con respecto a los extranjeros que han ingresado ilícitamente al país, no pueden ser

privados de su libertad ambulatoria hasta que no se dicte una decisión firme de

expulsión del territorio nacional. La retención autorizada por la ley 25.871, además de

estar precedida por la orden de expulsión firme, no puede exceder del tiempo

estrictamente indispensable para hacer efectiva esa medida. Por otra parte, la retención
no puede ser asimilada a la detención porque, mientras que la primera está relacionada

con una infracción administrativa, la segunda resulta de una causa criminal.

Con motivo de la declaración del estado de sitio, una persona puede ser detenida, y por

añadidura, ser suspendido su derecho a transitar libremente. Pero, si judicialmente se

declara su invalidez respecto de una persona determinada, ella no puede ser privada de

su libertad de tránsito por invocación de una medida de internación. Así se decidió en el

caso "Timerman" (11) .

La Corte Suprema, al hacer lugar a la acción de hábeas corpus promovida en beneficio

de Jacobo Timerman, dispuso la invalidez del decreto 1093/77 que había ordenado su

detención por entender que la medida carecía de razonabilidad. Para eludir el

cumplimiento de la sentencia judicial, el Poder Ejecutivo dictó el decreto 1152/78 para

mantener su detención con el carácter de internación. Planteada una nueva acción de

hábeas corpus, la Corte descalificó la detención de Timerman por entender que la

internación importaba una sanción que excedía el marco de una medida de seguridad o

defensa transitoria, al tiempo que adquiría el carácter de una pena corporal establecida

sin sustento constitucional, sin límite de tiempo y sin expresión de causa.

Nadie puede ejercer la libertad de tránsito con vulneración de derechos de terceros, ni

concretar su ejercicio a través de medios de los cuales no se dispone legalmente.

Asimismo, para preservar el orden público o el derecho de propiedad privada, el

legislador puede autorizar la circulación en determinados espacios físicos pero no la

permanencia en ellos.

Entre tales limitaciones resulta inviable incluir aquellos actos de protesta social con los

cuales, deliberadamente, se restringe la libertad de tránsito de terceros para focalizar la

atención pública en la protesta, por más legítima que ella sea. Los derechos que se

ejercen de manera ilegal dejan de ser derechos para asumir el carácter de actos ilícitos.

Sin embargo es sugestiva la pasividad de las autoridades gubernamentales frente a

ciertos actos de "protesta social" que, respondiendo a ciertas concepciones políticas

disolventes de la concordia y armonía que deben imperar en la convivencia

democrática, se traducen en una grave lesión a la seguridad jurídica. Por otra parte, la
impunidad que conllevan genera un peligroso efecto multiplicador.

La libertad de tránsito puede ser restringida judicialmente con motivo de la aplicación

de leyes civiles o penales que, por motivos razonables, autoricen tales limitaciones.

También el órgano ejecutivo puede regular esa libertad en el ámbito de sus potestades

de administración, o disponer la detención o el traslado de las personas durante la

vigencia del estado de sitio. La razonabilidad de tales limitaciones se debe ponderar en

función de las modalidades de cada caso concreto.

Las limitaciones a la libertad de tránsito no pueden consistir en la aplicación de tributos

que graven la actividad física del tránsito (art. 11 CN), aunque no existen impedimentos

para que se apliquen ciertas contribuciones debido al medio que se utiliza para transitar

o con motivo del uso de una obra pública. Tal es el caso del peaje o de las tasas que

gravan el uso de aeropuertos, siempre que sean razonables y que no configuren un

impuesto encubierto.

184. Libertad de domicilio

La libertad de domicilio es una libertad corporal que se traduce en el derecho que tiene

toda persona para habitar, permanecer y desarrollar sus actividades en un lugar físico

determinado conforme a las leyes reglamentarias.

El concepto constitucional de domicilio tiene un significado considerablemente más

amplio que el que emana de la legislación civil. Comprende tanto el hogar como la

residencia, el domicilio comercial y cualquier otro espacio físico, móvil o inmóvil,

sujeto al uso de una persona y destinado al desarrollo de una actividad privada, pública

o sem ipública.

La libertad de domicilio no se agota con la permanencia de la persona en un lugar

determinado, sino que abarca también la facultad de elegir y cambiar ese espacio físico

sujeto al uso exclusivo, proyectando la libertad personal del individuo sobre el lugar y

las cosas que están en él.

La determinación de ese espacio físico no es una potestad absoluta, pues su ejercicio

debe ser acorde con la legislación reglamentaria y no puede lesionar el orden público ni
los derechos de terceros.

Sin perjuicio del reconocimiento genérico de la libertad del domicilio, establecido en el

art. 14, la Constitución prevé una garantía especial en su art. 18. Esa norma dispone que

el domicilio es inviolable y que una ley determinará en qué casos y con qué

justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. En reglamentación de

esta garantía constitucional, los arts. 150, 151 y 152 del Código Penal tutelan la

inviolabilidad del domicilio, tipificando los delitos penales que configuran su violación.

El principio de la inviolabilidad del domicilio significa que nadie puede ingresar o

permanecer en el domicilio de una persona sin su consentimiento.

La garantía constitucional alude al allanamiento, ocupación y clausura del domicilio.

Ninguno de estos actos puede ser válidamente dispuesto sin la existencia de una ley que

los faculte para el caso concreto. Sin embargo, y aunque exista la ley, la orden

específica en cumplimiento de ella solamente puede emanar de un órgano judicial.

A nuestro entender, todas aquellas disposiciones legales que facultan a la autoridad

administrativa o legislativa a practicar actos de allanamiento, clausura u ocupación del

domicilio de una persona sin su consentimiento y con prescindencia de la orden

específica emanada de un juez carecen de validez constitucional, salvo que el ingreso

responda a una emergencia o estado de necesidad para prevenir la comisión de un delito

o un daño inminente.

El concepto de domicilio se encuentra estrechamente relacionado con el de privacidad.

Así, en los lugares públicos o semipúblicos como un comercio, museo, establecimiento

escolar o planta industrial, la garantía del art. 18 de la Constitución solamente se

proyecta sobre los espacios que están excluidos del acceso público. Una comisión

policial puede ingresar en aquellos lugares desprovista de una orden judicial, pero no

está facultada para extender su acción sobre esos espacios reservados.

La orden judicial de allanamiento conlleva la facultad de efectuar inspecciones y

requisas en el domicilio por parte de la autoridad pública. Pero si el ingreso al domicilio

se concreta con el consentimiento del titular, tales inspecciones y requisas no son

viables sin la previa autorización judicial, a menos que el consentimiento se extienda a


tales actos.

La Corte Suprema de Justicia adoptó un criterio restrictivo sobre la validez del

consentimiento, en salvaguarda de la intangibilidad del domicilio. En el caso

"Fiorentino" (12) estableció que el consentimiento debe ser expreso y descartó la

validez del consentimiento tácito. La falta de oposición del titular del domicilio para que

se practique un registro en modo alguno puede ser equiparada al consentimiento

expreso. Por otra parte, en cada caso corresponde verificar las circunstancias bajo las

cuales fue otorgado el consentimiento. De ese análisis debe resultar que el

consentimiento expreso fue prestado con libertad y sin que el sujeto estuviera sometido

a algún tipo de presión (13) . El consentimiento debe ser prestado por el titular del

domicilio, pero si esa titularidad es compartida, resulta suficiente la conformidad

expresa de uno de ellos, aunque la investigación involucre al otro titular en la presunta

comisión de un delito (14) . El consentimiento expreso debe provenir de quien es titular

del derecho de exclusión sobre el ámbito domiciliario. Así, el registro del camarote de

un buque que ocupa el imputado por la comisión de un delito requiere del

consentimiento expreso del capitán del barco (15) .

El Alto Tribunal se apartó de estos presupuestos en el caso "Fiscal c. Fernández" (16) .

En el caso "Ventura" (17) la Corte declaró la nulidad del allanamiento realizado en una

oficina porque, si bien medió el consentimiento de los titulares del domicilio, el acta

confeccionada por personal de la Administración Nacional de Aduanas nada decía

acerca de cuáles eron los motivos del allanamiento ni que éstos se hubieran hecho

conocer al morador. Tal circunstancia permitiría sostener que el consentimiento había

estado viciado. Por otra parte, al momento de efectuarse el allanamiento sin orden

judicial, "no había ninguna indagación en curso relativa a la exportación con la que se

vinculó el documento" secuestrado.

De ello se deduce que el consentimiento prestado voluntariamente elimina la tipicidad

del delito de violación de domicilio, pero carecerá de validez el allanamiento practicado

sin orden judicial, con la consecuente invalidez de las pruebas obtenidas en el curso del

procedimiento.
En el caso "Minaglia" (18) , resuelto el 4/9/2007, la Corte resolvió que la insuficiencia

de fundamentación obrante en la resolución judicial que ordena un allanamiento no

determina su invalidez si, conforme a las constancias que surgen del expediente, el

allanamiento se justificaba por las tareas de prevención e investigación desarrolladas

por el personal policial, de las cuales surgieron indicios o sospechas que determinaron el

pedido de la orden.

Si existe una orden judicial para detener a una persona, no se requerirá la orden de

allanamiento a fin de cumplir aquélla mediante el acceso al domicilio donde

efectivamente se encuentra o al domicilio del cual es titular. De todas maneras, si la

detención se hace efectiva en un domicilio del cual no es titular, no se podrán practicar

requisas o inspecciones sin orden judicial o conformidad de ese titular.

En ciertos casos particulares la orden de allanamiento, inspección y requisa no requiere

la individualización precisa del domicilio. Tal situación se presenta con los automóviles,

buques y aeronaves. Resulta suficiente la autorización judicial genérica respecto de tales

espacios para que la autoridad pública proceda a su inspección e, inclusive, a su

secuestro a los fines del esclarecimiento de los hechos investigados. Cuando se trata de

constatar si un automotor, buque o aeronave reúnen los requisitos que habilitan su

circulación, la autoridad pública no requiere de autorización judicial previa para cumplir

su cometido, ni tampoco si, constatado el incumplimiento de aquéllos, se dispone el

secuestro correspondiente.

185. La libertad de religión

La religión es un conjunto fundamental de creencias o dogmas sobre la divinidad, que

se traduce en una serie de principios de carácter metafísico que impulsan al hombre a

adoptar determinados comportamientos y a cumplir con ciertos ritos acordes con

aquellas creencias.

La libertad de religión comprende dos potestades. La libertad de creencia o de

conciencia y la libertad de cultos. La primera es una manifestación de la libertad de

pensamiento sobre una materia religiosa. La segunda es la libre exteriorización de ese


pensamiento a través de prácticas y ritos que conforman el culto.

La libertad de religión es creencia y práctica. Abarca la libertad de creer, o no, en

aquellos principios metafísicos, y de exteriorizar esas creencias mediante la práctica

libre del culto de una religión, sin que se le pueda imponer al individuo la obligación de

practicar un culto determinado.

La libertad de creencia en materia religiosa es una especie del género libertad de

pensamiento que tiene toda persona para desarrollar en su fuero interno las ideas

políticas, filosóficas y sociales que nutren su personalidad. Es la libertad de creer en la

divinidad en un sentido determinado, así como también la libertad de no creer; de

formar un juicio según su propio criterio y decidir libremente, sin que esa acción

intelectual pueda quedar sujeta a reglamentación legal alguna. Así, la libertad de

creencia es absoluta, porque antes de su exteriorización se desenvuelve al margen de

toda relación social y del ámbito de la ley positiva.

La libertad de cultos, como manifestación de la libertad de conciencia, se traduce en el

derecho que tienen las personas para ejecutar actos y participar en ceremonias

representativas de la creencia religiosa.

Este segundo aspecto de la libertad de religión, en la medida que genera relaciones

sociales que gravitan sobre la configuración de la vida social, puede ser objeto de

reglamentación legal pero solamente en sentido negativo. La ley no puede indicar cuál

debe ser el contenido del culto, sino limitarse a describir los comportamientos vedados

con motivo de la práctica religiosa y que, básicamente, son aquellos lesivos para el

orden público, la moral pública y los derechos subjetivos de los habitantes.

La libertad de religión está expresamente reconocida por el art. 14 de la Constitución, al

disponer que todos los habitantes del país tienen el derecho de profesar libremente su

culto que, necesariamente, presupone una creencia. Todo ello sin perjuicio de la

situación especial que la Constitución le asigna a la religión Católica Apostólica

Romana en función de una razonable consideración de tipo histórico, tradicional y

sociológico (art. 2º C.N.).

Al margen del principio general establecido por el art. 14 de la Ley Fundamental, son
varias las disposiciones de la Constitución relacionadas con el tema de la religión.

Es manifiesta la existencia de una creencia religiosa en los constituyentes, quienes, en el

Preámbulo, invocaron la protección de Dios como fuente de toda razón y justicia. En el

art. 2º, se impone al gobierno federal la obligación de sostener el culto católico

apostólico romano; en el art. 19 se declaran reservadas exclusivamente a Dios todas las

acciones privadas que no ofendan el orden o la moral pública ni perjudiquen a un

tercero.

La pertenencia a determinada creencia o la práctica de un culto específico no pueden

condicionar el reconocimiento y ejercicio de los derechos políticos.

Tampoco, aunque como principio general, cuando se trata de derechos civiles (19) . Sin

embargo, cuando la confesión religiosa es el factor determinante de una relación social

razonable, es viable condicionar a ella el ejercicio de ciertos derechos. El derecho de

enseñar o de aprender en una escuela confesional, de pertenecer a asociaciones

confesionales, son algunas de las hipótesis en que, razonablemente, la religión o el culto

pueden condicionar el ejercicio de ciertos derechos.

La libertad de conciencia, como ámbito de la libertad de religión, es reservada e integra

el derecho a la intimidad de las personas. De manera que nadie puede ser obligado a

revelar sus creencias religiosas para ejercer un derecho, con la salvedad de las hipótesis

citadas en el párrafo anterior.

Esas limitaciones no se pueden extender, en materia de educación, a una suerte de

prohibición impuesta a los padres para educar a sus hijos de acuerdo con los principios

que conforman su libertad de creencia en materia religiosa. Tales principios deben ser

respetados por el Estado quien no puede, obligatoriamente, disponer que las personas en

general, y los menores en particular, queden sometidos a la enseñanza de una

determinada creencia religiosa y a cumplir el culto resultante de ella.

Se ha considerado que la objeción de conciencia resultante de una creencia religiosa no

es razón suficiente para no cumplir con ciertas obligaciones cívicas como el deber de

votar, porque la conducta es lesiva para el bien común.

La pertenencia a determinada creencia no permite excluir a quienes la poseen de


establecimientos educacionales que no tienen carácter confesional, así como tampoco la

expulsión de ellos a menores de edad que, sobre la base de sus creencias, no están

dispuestos a reconocer los símbolos patrios.

La doctrina jurisprudencial de la Corte Suprema, conforme a la cual la libertad de

creencia religiosa no era impedimento para prestar el servicio militar obligatorio, fue

atemperada por el tribunal en el caso "Portillo" (20) . Sostuvo que el servicio militar se

debía prestar, por tratarse de una carga pública, pero bajo condiciones que no fueran

manifiestamente lesivas para las creencias de un individuo, como la de portar armas.

La ley 21.745 y sus normas reglamentarias, en particular el decreto 2037/79, establecen

los recaudos que deben cumplir las organizaciones religiosas, con la salvedad de la

Iglesia Católica Apostólica Romana, para ser reconocidas como tales e inscriptas en el

registro de cultos.

El Registro Nacional de Cultos es el organismo administrativo habilitado para disponer

el reconocimiento y la consecuente inscripción de las organizaciones religiosas o su

cancelación.

Para obtener el reconocimiento, las organizaciones deben informar sobre su nombre y

domicilio; identificar a sus autoridades responsables; describir los principios

fundamentales de su doctrina; la forma de nombramiento de sus autoridades religiosas;

su forma de gobierno; describir las actividades permanentes y regulares de su culto;

indicar el número aproximado de sus adherentes o fieles.

Si de la evaluación de tales elementos se comprueba el carácter específicamente

religioso de la entidad y su compatibilidad con el orden público, la seguridad nacional,

la salud pública, la moral y las buenas costumbres, corresponderá disponer su

inscripción y reconocimiento para actuar en el territorio nacional.

La inscripción puede ser denegada o, en su caso, disponer la cancelación de la ya

acordada, si se acredita que los principios o fines que originaron la constitución de la

identidad, o la actividad que ella ejerce colisionan con los valores citados en el párrafo

anterior; o cuando el ejercicio de sus actividades resulten distintos de los propósitos o

principios que determinaron su reconocimiento; o cuando su actividad resulte lesiva


para otras organizaciones religiosas.

Tanto la denegación del reconocimiento como la cancelación sólo pueden ser dispuestas

previa sustanciación de un proceso administrativo en el cual se deberán respetar las

reglas sustantivas del debido proceso. Asimismo, la decisión que se adopte es

susceptible de revisión judicial.

186. Libertad de enseñanza

La libertad de enseñar y aprender, prevista en el art. 14 de la Constitución Nacional,

consiste en la potestad reconocida a toda persona para acceder, mediante su capacitación

intelectual, al conocimiento de la labor científica en todas sus áreas y niveles, y para

transmitir esos conocimientos a los demás en un marco de pluralismo y libertad de

opinión.

Sintéticamente, enseñar significa instruir mediante la emisión de conocimientos y

aprender es el acto por el cual se adquieren esos conocimientos. Ambos conceptos

configuran una unidad indisoluble, ya que toda enseñanza presupone un aprendizaje y el

acto de aprender es consecuencia y objeto de la enseñanza.

El rol de la educación es fundamental en toda sociedad política moderna y

particularmente en un sistema democrático constitucional, cuya eficiencia y

perdurabilidad están supeditadas a la capacidad de raciocinio de las personas. La

educación es la única herramienta que permite desarrollar las facultades intelectuales y

morales del ser humano. Ella lo relaciona con los progresos científicos de la humanidad

y le brinda la capacitación necesaria para el ejercicio adecuado de sus derechos y el

cumplimiento de los deberes que le impone una convivencia social armónica.

En una sociedad democrática, cada uno de sus integrantes debe ser apto para ser libre en

la expresión de su personalidad y participar de los beneficios que le ofrece el desarrollo

de la civilización. De tal manera, el rol de una educación pluralista no reside en

adoctrinar al individuo, sino en fomentar el desarrollo y enriquecimiento de la

personalidad para ser artífice y beneficiario del progreso científico.

Esa importancia está claramente reflejada en el texto de la Constitución. El art. 5°


impone a las provincias, para disfrutar de la garantía federal, el deber de asegurar la

educación primaria. El art. 14 reconoce a todos los habitantes del país el derecho de

enseñar y aprender conforme a las leyes reglamentarias. El art. 25 dispone que el

Gobierno federal no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en

el territorio nacional de los extranjeros que traigan por objeto introducir y enseñar las

ciencias y las artes. El art. 75, inc. 18, establece que el Congreso debe proveer lo

conducente para el progreso de la ilustración mediante el dictado de planes de

instrucción general y universitaria. El art. 75, inc. 19, determina que el Congreso debe

sancionar leyes de organización y de base de la educación que, entre otros aspectos,

garanticen los principios de gratuidad y equidad de la educación, y la autonomía y

autarquía de las universidades nacionales.

La libertad de enseñanza está integrada por tres conceptos.

En primer lugar, involucra la potestad de transmitir las opiniones y conocimientos

científicos o dogmáticos que tiene una persona, exponiendo los fundamentos de su

postura en la forma que se considere más conveniente para su comprensión. Esto se

traduce en la llamada libertad de cátedra .

No advertimos reparos constitucionales para que el ejercicio de la enseñanza, en todos

los niveles educativos, esté condicionado al requisito de la idoneidad. Requisito que, al

margen de los antecedentes éticos y profesionales del educador, puede imponer la

posesión de un título habilitante. Pero no es viable condicionar el ejercicio de tal

derecho a la pertenencia a un grupo social o por razones de nacionalidad (21) , máxime

al tener en cuenta la cláusula específica del art. 25 de la Ley Fundamental.

En algunas normas y estatutos de las universidades nacionales se establece el límite de

65 años de edad para ejercer la docencia universitaria. La Corte Suprema, compartiendo

el dictamen del procurador general, consideró que tal temperamento era constitucional

por su carácter general, sin atender a diferencias personales y estar desprovisto de todo

ánimo persecutorio (22) . Consideramos que estas disposiciones, al margen de carecer

de razonabilidad, no se compadecen con el requisito de la idoneidad.

La selección del personal docente de los establecimientos educacionales públicos y


privados está sujeta al principio de idoneidad, cuyos contenidos varían en atención al

nivel de enseñanza. Pero la facultad de designación en los establecimientos privados es

más discrecional.

Cuando se trata de cargos universitarios en establecimientos públicos, en principio, su

cobertura debe ser realizada mediante concursos de antecedentes y oposición. Pero la

conformación del jurado no puede ser arbitraria. En el caso "Mocchiutti" (23) , la Corte

Suprema de Justicia declaró la invalidez de normas emitidas por la Facultad de Filosofía

y Humanidades de la Universidad de Córdoba, en cuanto integran el jurado del concurso

para proveer el cargo de profesor titular de cátedra con un estudiante y un egresado.

En segundo lugar, abarca el derecho de aprender que tiene todo individuo para acceder

al conocimiento y enriquecimiento cultural.

El derecho de aprender y enseñar, reconocido por el art. 14 de la Constitución a todos

los habitantes del país, puede ser ejercido tanto en establecimientos públicos como

privados, aunque conforme a los lineamientos generales que, en materia de planes de

estudio y exigencias, imponga la autoridad estatal. El Estado puede y debe tener

establecimientos educacionales y también puede subvencionar, total o parcialmente, los

establecimientos de enseñanza privada. Pero en modo alguno puede monopolizar las

libertades citadas en el art. 14. Tal solución es inadmisible en un sistema político basado

en el pluralismo.

Al decidir el caso "Pierce v. Society of Sisters" (24) , en 1925, la Corte Suprema de los

Estados Unidos declaró la inconstitucionalidad de una ley del estado de Oregón que

imponía la educación obligatoria en establecimientos públicos. Consideró que semejante

sistema no se compadecía con la teoría de la libertad ni con el derecho de los padres a

elegir el régimen de educación a que aspiran para sus hijos.

Conforme al art. 75, incs. 18 y 19, corresponde al Congreso dictar planes de instrucción

general y universitaria, así como también sancionar las leyes de organización y de base

de la educación que consoliden la unidad nacional, con respeto de las particularidades

provinciales y locales.

Tanto los establecimientos educativos privados como los estatales pueden condicionar el
ingreso a aquellas personas que cumplan con ciertos requisitos intelectuales o establecer

cupos. Sin embargo, en el caso de la enseñanza estatal, tanto la Nación como las

provincias deben disponer las soluciones necesarias para que las limitaciones no se

tornen arbitrarias.

La Corte Suprema de Justicia tiene resuelto que los establecimientos educacionales no

pueden excluir a los alumnos que se abstienen de cumplir normas disciplinarias por

razones religiosas, sobre la base del reconocimiento de la objeción de conciencia (25) .

Pero no acontece lo propio cuando ello obedece a la aplicación de sanciones razonables

por conductas agraviantes para la convivencia estudiantil y el principio de autoridad

(26) . Asimismo, los requisitos físicos exigidos a los alumnos en los establecimientos

nacionales deben ser razonables (27) .

En aquellos niveles en que la enseñanza reviste carácter obligatorio, la aportada por el

Estado debe ser gratuita. Sin embargo, consideramos que la educación universitaria

nacional no está sujeta a esa imposición. El carácter autárquico y autónomo de las

universidades nacionales (art. 75, inc. 19, CN) les permite fijar aranceles en procura de

conciliar los principios de gratuidad y equidad, con respeto de las imposiciones

provenientes de la igualdad. Si se optara por esta alternativa, los aranceles deberán ser

razonables y prever exenciones, totales o parciales, para los alumnos carentes de

recursos suficientes que cumplen regularmente con las obligaciones educacionales.

En tercer lugar, importa la facultad que tiene toda persona para recibir el tipo y

contenido de enseñanza que considere más conveniente para el desarrollo de su

personalidad. Esto conlleva una potestad de elección sobre el material, procedimientos y

establecimientos que efectuarán la enseñanza.

187. Libertad de petición

La libertad de petición, que se traduce en el derecho de peticionar a las autoridades, es

la facultad constitucional que tiene toda persona para solicitar o demandar, en forma

individual o colectiva, a los funcionarios que ocupan los cargos gubernamentales para

que produzcan determinados actos u omisiones.


Se trata, en cierto modo, de una especie de la libertad de expresión. La libertad de

pensamiento y la libertad de expresión no son, al igual que las restantes libertades del

hombre, elementos aislados cuya ponderación pueda efectuarse solamente en una zona

específica de la vida social. Ellas abarcan todo su conjunto y se insertan especialmente

en el sistema político de la sociedad al condicionar la efectiva vigencia de las demás

libertades, tanto las de carácter natural como los derechos que emanan de la creación

positiva.

El destinatario del derecho específico de peticionar, reconocido por el art. 14 de la

Constitución Nacional a todos los habitantes del país, es la autoridad pública.

Como toda libertad, no es absoluta, pues su ejercicio debe adecuarse a las leyes

reglamentarias dictadas en el marco de la razonabilidad establecida por el art. 28 de la

Ley Fundamental y con respeto del límite consagrado por la propia Constitución en su

art. 22 para no incurrir en un acto de sedición. Así, la petición deja de ser un derecho

que merece la tutela legal cuando, por su intermedio, se incurre en la comisión de

delitos o se lesiona el orden o la moral pública. Tal es lo que acontece cuando la

petición está acompañada deliberadamente con la ejecución, individual o colectiva, de

actos prohibidos por la ley o que lesionan arbitrariamente los derechos de las personas

(art. 19 CN). En esta categoría incluimos a los "piquetes", el corte de vías de

comunicación impidiendo el tránsito, la ocupación de establecimientos públicos o

privados donde, a la petición, se le añade un ingrediente ilícito con el objeto de

incrementar su envergadura.

No se trata necesariamente de una libertad política. La circunstancia de que su ejercicio

en algunas oportunidades tenga por objetivo controlar u orientar la actuación

gubernamental no significa que tal derecho resulte de imposible concreción en ámbitos

que son ajenos al proceso del poder. Los derechos que enuncia el art. 14 de la

Constitución no tienen una caracterización civil o política determinadas, ya que ella

resultará del marco político o civil en que se exteriorice su ejercicio.

En un sistema republicano, donde el poder emana de la comunidad y donde los

gobernantes tienen el deber de servir a los gobernados, el ejercicio del derecho de


petición genera para las autoridades una obligación mínima, cual es la de recibir,

atender y analizar el contenido de las peticiones.

Sin embargo, cuando la petición no recae sobre temas para los cuales la ley impone al

funcionario la obligación de expedirse, o sobre cuestiones que no involucran un derecho

subjetivo, el ejercicio de la facultad de peticionar no trae aparejada la obligación

correlativa de pronunciarse sobre la petición o de informar al peticionario sobre el curso

de acción que eventualmente se impondrá a su solicitud.

Distinta es la solución cuando las peticiones se realizan para hacer valer un derecho

subjetivo del peticionario y según el cauce establecido por la legislación reglamentaria.

Estas peticiones, si son efectuadas ante el organismo competente, deben ser

necesariamente resueltas con una fundamentación por la autoridad, y su contenido

puesto en conocimiento del interesado en virtud del principio de la publicidad de los

actos gubernamentales.

Otro tanto acontece en todos aquellos supuestos en que el contenido de la petición recae

sobre temas para los cuales la ley impone al funcionario la obligación de expedirse

sobre ellos o de imprimir un determinado curso de acción, aunque la petición no esté

relacionada con un derecho subjetivo del peticionario. En estos casos existe la

obligación de dar curso al contenido de la petición, aunque no necesariamente la de

informar al peticionario sobre la decisión adoptada.

Cuando la petición apunta a salvaguardar un derecho subjetivo, el derecho de peticionar

no se agota con el simple acto de la petición, sino con el cumplimiento de la obligación

de expedirse que pesa sobre la autoridad. Por ello resulta incorrecto entender que los

alcances del derecho de peticionar se limitan al acto de la petición y que éste no es un

medio a través del cual se ejercen otros derechos. Resulta difícil comprender cómo es

posible hacer valer los derechos subjetivos que reconoce la Ley Fundamental si no es al

acudir al ejercicio de la facultad de peticionar a las autoridades.

188. Libertad de reunión y de asociación

El ser humano, debido a su naturaleza social, necesita, además de vivir, comunicar su


pensamiento a otros y conocer el contenido del pensamiento de las personas con las

cuales convive en el marco de innumerables relaciones sociales. El hombre es un animal

que piensa, y sus vivencias se complementan al entrar en comunicación con quienes lo

rodean mediante la recíproca expresión externa de sus conceptos, ideas y

razonamientos.

La natural necesidad de convivencia y comunicación que impregna al ser humano,

genera actitudes y comportamientos que reflejan su anhelo intenso de participación

social. Esa expresión del comportamiento, que enriquece al individuo y al grupo social,

se concreta mediante el ejercicio de diversas libertades, entre las cuales figuran la de

reunión y la de asociación.

En ambos casos, se trata de libertades que, además de satisfacer la necesidad de

convivencia existente en la naturaleza del hombre, son medios eficaces para concretar

un sistema político democrático constitucional. No es posible concebir la vida

democrática sin el ejercicio de las libertades de reunión y asociación, y su amplitud

legal constituye un elemento eficiente para valorar, en cada caso concreto, la mayor o

menor tipificación democrática de un sistema.

En los sistemas autoritarios, el reconocimiento de estas libertades es muy limitado y se

lo condiciona a los fines transpersonalistas de la organización global. En cambio, en los

sistemas democráticos constitucionales las libertades de reunión y asociación están

relacionadas con su carácter pluralista, que hace a la esencia del sistema. Por tal razón,

su reconocimiento legal y práctico es sumamente amplio y está sujeto únicamente a las

razonables limitaciones impuestas por una convivencia social armónica.

189. Libertad de reunión

La libertad de reunión, en un concepto amplio, consiste en la potestad que tiene cada

individuo para comunicarse corporalmente con otras personas a fin de desplegar una

actitud o una idea común. Su ejercicio se traduce en la agrupación momentánea,

voluntaria e individual de varias personas en un lugar y tiempo comunes, con el

propósito de intercambiar opiniones, adoptar una decisión y, eventualmente, ejecutarla.


Una primera característica de la reunión es que se trata de una agrupación momentánea,

porque la relación social que se entabla con ella concluye en el acto de la separación

física de sus participantes. El carácter momentáneo de la reunión la distingue de la

asociación, que presupone la permanencia en el grupo social de sus integrantes para

concretar los objetivos que motivan la unión de las personas.

La reunión se caracteriza por ser voluntaria, en cuanto importa la participación

intencional de los individuos en la agrupación, ya sea desde su inicio o en el curso de su

manifestación.

Su objeto es el de intercambiar opiniones, aunque sea de manera elemental, en forma

pública o privada, para determinar un curso común de acción.

La reunión puede ser privada o pública. Es privada cuando se realiza en un lugar

cerrado donde el acceso está restringido o limitado a determinadas personas. Es una

reunión de carácter íntimo a la cual concurren personas especialmente invitadas o que

reúnen las cualidades personales exigidas por los organizadores que permiten controlar

la identidad de los asistentes.

La reunión es pública cuando se realiza en un lugar público o destinado al uso público,

como una calle o una plaza, en un lugar abierto al público, como un teatro o un salón

público, o en un lugar privado cuando el acceso es absolutamente libre para todos los

interesados.

La Constitución Nacional no enuncia de manera expresa la libertad de reunión. Ello

permite incluirla entre los derechos no enumerados que nacen del principio de la

soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno previstos en el art. 33 de la

Ley Fundamental.

Sin embargo, la libertad de reunión no solamente tiene sustento constitucional en el art.

33, sino también en el art. 14 de la Constitución, en cuanto reconoce el derecho de

petición que puede ser consecuencia de una reunión, y en el art. 19, que reconoce a los

individuos la facultad de realizar acciones que no ofendan al orden, a la moral pública,

ni perjudiquen a un tercero.

Como toda libertad constitucional, la libertad de reunión no es absoluta y su ejercicio


está condicionado a las leyes reglamentarias. Entre estas limitaciones de orden

constitucional, además de las previstas por el art. 19 de la Ley Fundamental, se

encuentran las de su art. 22, que prohíbe las reuniones del pueblo para ejecutar actos

gubernamentales o para efectuar una deliberación gubernamental.

Las limitaciones razonables que se establezcan a la libertad de reunión pueden ser

genéricas o especiales y, en ambos casos, deben adecuarse a la previsión contenida en el

art. 28 de la Constitución.

Las limitaciones genéricas deben resultar, para todo el territorio del país, de una ley del

Congreso, ya que la libertad de reunión, como todas las libertades constitucionales, debe

ser ejercida conforme a las leyes reglamentarias.

Las limitaciones especiales, que pueden ser de índole federal o provincial, son las

dictadas por la autoridad competente para preservar el orden público, la moral pública,

la seguridad pública y los derechos de los particulares. En estos casos, la

reglamentación debe limitar sus alcances al mantenimiento del orden entre los

participantes de la reunión, a evitar los disturbios generados por ellos y a evitar los

perjuicios que pueda ocasionar a terceros el comportamiento de los individuos reunidos.

Precisamente, para tutelar el ejercicio de la libertad de reunión en el marco establecido

por la legislación reglamentaria, el art. 160 del Código Penal reprime con prisión de

quince días a tres meses al que impida materialmente o turbe una reunión lícita con

insultos o amenazas al orador o a la institución organizadora del acto.

Una situación particular se plantea con los avisos y permisos previos que, en algunos

casos, condicionan el ejercicio lícito del derecho de reunión.

Cuando la reunión es privada, el principio de la inviolabilidad del domicilio (art. 18,

Constitución Nacional) torna irrazonable toda norma reglamentaria que imponga el

aviso previo a la autoridad. Con mayor razón lo será la exigencia legal de obtener una

autorización a tal efecto.

Cuando la reunión es pública y se realiza en un lugar abierto al público o en un lugar

privado, resulta razonable la exigencia del aviso previo, pero no del permiso previo. Es

razonable el aviso previo para que la autoridad pueda adoptar las medidas necesarias
destinadas a preservar el orden y la tranquilidad pública que puedan ser perturbadas por

la aglomeración de las personas.

Pero cuando se trata de una reunión pública que se realiza en un lugar público o

destinado al uso público, es razonable que, además de dar el aviso previo, los

organizadores de la reunión tengan el permiso otorgado por la autoridad competente. En

este último caso, a las razones genéricas de policía se añade la circunstancia del

desarrollo de la reunión en una plaza, calle, teatro o estadio que pueda perturbar

arbitrariamente el derecho que tiene la población para usar esos espacios físicos o los

lugares que están próximos a ellos, con el consiguiente perjuicio para la libertad de

tránsito y la seguridad de los inmuebles cercanos al lugar de la reunión, así como

también para la higiene y salud mental de los habitantes.

Cuando el peligro es real o potencialmente serio y, en ambos casos, razonablemente

inevitables los daños que acarrea, la autoridad puede denegar el permiso de reunión,

pero no sobre la base de simples presunciones o temores infundados.

190. Libertad de asociación

La libertad de asociación es la facultad que tienen los individuos para agruparse, de

manera permanente y voluntaria, con el objeto de alcanzar la finalidad lícita que se han

propuesto, e inclusive de fundar una entidad a tal efecto.

Al igual que la libertad de reunión, la de asociación es una consecuencia inevitable de la

condición social del hombre. Así como tiene derecho a desarrollar libremente su

actividad individual para alcanzar las metas que se ha propuesto, también tiene derecho

a unirse con otros individuos para satisfacer los intereses comunes políticos,

económicos, religiosos, culturales, gremiales, deportivos y de toda otra índole lícita que

determinan sus conductas.

La libertad de asociación está prevista en el art. 14 de la Constitución. Establece que

todos los habitantes de la Nación pueden ejercer el derecho de asociarse con fines útiles

y conforme a las leyes reglamentarias. Como el concepto de fines útiles tiene carácter

subjetivo, corresponde considerarlo como sinónimo de fines lícitos.


La libertad de asociación no es absoluta, de modo que todo aquello que legalmente los

hombres no puedan realizar en forma individual tampoco lo podrán hacer a través de

una asociación, ni ella podrá tener por objeto la concreción de una actividad vedada a

los individuos. Sin embargo, y bajo determinadas condiciones de razonabilidad, la ley

puede reconocer a las asociaciones el desarrollo de una actividad de la cual están

excluidos los individuos. Así, en las licitaciones de servicios u obras públicas, la norma

puede reservar la participación a determinadas especies de asociaciones con el propósito

de asegurar la solvencia económica y técnica del concesionario.

La Constitución se limita a reconocer la libertad de asociación con fines útiles,

entendiéndose por tales todos aquellos que coadyuvan al bienestar y progreso,

individual o social, dentro de los fines y propósitos enunciados por la Ley Fundamental.

Esto significa que la calificación del fin útil que puede realizar la autoridad debe ceñirse

estrictamente a los propósitos resultantes de la Constitución y, en particular, a la

cláusula del art. 19 en orden a la licitud.

El concepto de finalidad útil, en el marco del art. 19 de la Constitución, es

esencialmente dinámico. Lo que se considera nocivo para la sociedad y los individuos

en un momento determinado —y por ende ilegítimo— puede dejar de serlo si cambia la

idea social dominante.

Así, en 1991, la Corte Suprema de Justicia, al resolver el caso "Comunidad Homosexual

Argentina" (28) , convalidó la decisión de la Inspección General de Justicia que rechazó

el pedido de concesión de personaría jurídica a una asociación cuyo objetivo consistía

en desarrollar las acciones necesarias para evitar que la condición de homosexual fuera

objeto de discriminaciones; en difundir el conocimiento de la homosexualidad; y bregar

por la vigencia de los derechos humanos con prescindencia de la cualidad sexual de sus

titulares.

Quince años después, en el caso "Asociación Travesti-Transexual", resuelto por la Corte

el 21/11/2006 (29) , la Corte Suprema modificó su postura. Al revocar la sentencia de la

Cámara de Apelaciones que había confirmado la resolución que denegaba la petición de

los accionantes para que se reconociera personalidad jurídica a la asociación que habían
conformado, destacó que era imposible negar fines de bien común a una asociación que

procura rescatar de la marginalidad a ciertas personas y elevar su calidad de vida.

La ley puede reglamentar el ejercicio de la libertad de asociación y supeditarlo al

cumplimiento de ciertos requisitos formales y sustanciales para garantizar la seguridad

jurídica.

La libertad de asociación presupone la libertad de no asociarse. El acto de la asociación

es esencialmente voluntario, de modo que resulta contradictoria toda referencia a una

asociación compulsiva por el solo hecho de desarrollar individualmente cierto tipo de

actividad.

Sin embargo, por razones de orden público, se ha impuesto y convalidado judicialmente

la asociación obligatoria como condición para el ejercicio de ciertas profesiones

liberales, o ciertas actividades comerciales o productivas de bienes.

En cambio, es absolutamente inviable la colegiación obligatoria de los periodistas, o

exigir que, para el ejercicio del periodismo, se cursen ciertos estudios, pues se trata de

una manifestación de censura incompatible con el desenvolvimiento de la prensa libre

(30) .

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