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Boris Cyrulnik 2. Resiliencia y Relato.

“Todas las penas son soportables si las convertimos en un relato.”

Así como la poesía es una herramienta de resiliencia también lo es el relato oral o


escrito porque “La identidad de la autobiografía da de repente un sentimiento de
coherencia y aceptación”. Este buscar la palabra para contarnos es según Boris Cyrulnik
una “extraña necesidad” que genera “un extraño placer”. Ambos se explican con la
elección de una de las dos opciones que nos impone el dolor: contar o callar. Contar crea
la ilusión de ser comprendido y aceptado al convertir la pena en una confidencia que nos
relaciona con otro y esa es la relación que definitivamente nos transforma. Pero ese otro
cuanto más distante está, más confiable es porque lo cotidiano nos descubre demasiado
parecidos en nuestra vulnerabilidad. Por ello el lector ideal es un tercero perfecto capaz
de guardar nuestro secreto. Como es un otro idealizado nos comprende a la perfección y
o nos toma o nos deja. Entonces después de escribir un relato no solo desde nuestra luz
sino desde nuestra sombra, desde lo casi inconfesable, viene la paz.

De aquí que la escritura autobiográfica es un proceso integrador porque poetiza lo


banal desde las victorias privadas que nos permitieron construirnos como adultos. Por
ello, según el autor que nos convoca Zola, Hitchcock y Freud son los que dan las reglas:
se prepara un drama y lo vemos desarrollarse ante nuestros ojos pero de antemano
sabemos que hay un héroe que saldrá adelante y entonces el relato autobiográfico se
transforma en un “cuento de hadas social”. Ese cuento pone en juego el oxímoron de la
resiliencia: “la maravilla del dolor”. Nos implicamos en él como autores porque sabemos
que esa es una historia en verdad humana y nos involucramos como lectores porque nos
podría suceder la tragedia pero también la victoria. Al escribir y leer un relato
autobiográfico experimentamos el miedo que domestica nuestras emociones y nos enseña
un nuevo código más saludable para actuar.

Cuando relatamos no revivimos sino que reconstruimos nombrando solo los


recuerdos de nuestra vida, “los encuentros dos veces socializados” es decir esos
acontecimientos que recordamos porque dejaron una primera huella de impacto ecológico
y porque se cargaron de emoción. Con esos recuerdos construimos “una representación
teatral” es decir una representación destinada a nosotros mismos en un lenguaje interior.
Es una metamorfosis del dolor a la que acompaña la imagen de nuestro triunfo. “La vida
no es una historia. Es una resolución incesante de problemas de adaptación. Pero la vida
humana nos obliga a elaborar una historia para evitar reducirla a una serie de reacciones
defensivas de sobrevivencia”. Toda autobiografía contiene un aspecto relacional de la
memoria, construimos una identidad incluso con las banalidades que recordamos porque
son estos recuerdos los que nos aproximan al otro y nos crecen la ternura.

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Todas las citas del presente artículo fueron tomadas del Cap. 2 “Soles negros sin melancolía” del libro
de Boris Cyrulnik “La maravilla del dolor: el sentido de la resiliencia”. 1ª ed. Buenos Aires: Granica,
2006.

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