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pulso. La necesidad de narratividad en la experiencia de nuestra identidad, como
apuntó el filósofo francés Paul Ricoeur, sitúa al individuo en un espacio no sólo de
incertidumbre, sino también de batalla. La ipseité como señalaba el autor viene
acompañada indefectiblemente de cuerpo y texto. Quisiera añadir en este punto
que también el dolor los reclama.
Finalmente, el lenguaje es una mediación de uno consigo mismo. A
través del universo de los signos, de los textos o de las obras
culturales podemos comprendernos a nosotros mismos [...].
Hablar es el acto mediante el que el lenguaje se desborda como
signo para acceder al mundo, a otro y a uno mismo. (Ricoeur,
2009: 47)
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público; por el otro, la que hace el propio director.
Desde que su mujer sufriera quemaduras en todo el cuerpo en un
accidente de coche, el Doctor Robert Ledgard, eminente cirujano
plástico, se interesa por la creación de una nueva piel con la que
hubiera podido salvarla. Doce años después consigue cultivarla en
su propio laboratorio, una piel sensible a las caricias, pero una
auténtica coraza contra todas las agresiones, tanto externas como
internas, de las que es víctima nuestro mayor órgano. Para
lograrlo ha utilizado las posibilidades que proporciona la terapia
celular […] Y sobre la cobaya humana… (http)
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ser, una condición social o cultural, unas relaciones percibidas
como “culpables”. (1999: 244)
Por otro lado y tomando en cuenta la idea de culpabilidad que sugiere la cita
de Le Bretón —pero sin entrar en la disquisición como espectadorx de si la víctima
de la película lo es porque primero fue verdugo— Vera Cruz, la «cobaya»,
representa lo que podría decirse un dolor fruto de la tortura aunque para el tema
que me ocupa prefiero llamarlo dolor infligido (frente al dolor padecido).1 En lo que
atañe a mi análisis la forma de tratar los conceptos tiene que ver con el proceso, no
con los métodos y mucho menos con los métodos tipificados. ¿O acaso es menos
tortura la imposición indefinida de una dieta estricta? Evidentemente, la
conciencia (y la ética) me lleva la sensatez de no poner a un mismo nivel prácticas
dietéticas con métodos de tortura, pero el tratamiento que quiero hacer en este
estudio va de la mano del lenguaje como remedio, como aquel pharmakon al que lo
vinculaban los griegos (en su doble acepción: como remedio que cura o como
veneno) y no sólo como una tekné.
Ante el dolor existen (o se dan, o aparecen, o provoca, o suscita…)
principalmente dos reacciones que se entienden como opuestas: gritar o
enmudecer. Para volver con Le Breton:
[El dolor] suscita el grito, la queja, el gemido, los lloros o el
silencio, es decir, fallos en la palabra y el pensamiento; quiebra la
voz y la vuelve desconocida. (1999: 43)
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entero (atravesando al espectadorx) es que ante la estupefacción que en algunas
situaciones todos los personajes padecen el silencio rotundo sirve como
explicación.
Afasia es el término con el que se designa el
trastorno del lenguaje, la no-habla. «El dolor asesina la
palabra» señalaría Le Breton (1999: 44); como destacan
los profesores Fernando Bárcena y Joan-Carles Mèlich «el
dolor contiene una dimensión de incomunicabilidad»
destacarían (2000: 78); por lo tanto, podría decirse que
ante el dolor el primer síntoma o la primera consecuencia
de la experiencia de ese acontecimiento es la afasia. El
personaje de Vera en su proceso protésico pasa por la
experiencia de un dolor físico intenso, sobre todo con el
uso de las prótesis para dar (nueva) forma a su genitalidad.
Sin embargo, su dolor va unido y pasa también por una
experiencia mucho menos corporal ya que como señaló la filósofa y poeta Chantal
Maillard en su artículo «Sobre el dolor»
[C]uando el dolor golpea, no lo hace contra una avanzadilla, sino
contra el núcleo esencial, contra el propio yo. (2003: 357).
Y es este el punto donde Vera siente que su identidad se rompe, más que en
el miedo, más que en el dolor impuesto e irracional (si es que existe alguno
racional) por el doctor Ledgard, en la transición hacia algo que no desea, que no es
y no siente como propio. La verdadera cruz de Vera Cruz es, justamente, la
imposición de un nombre que no nombra lo que no es, sino lo que no siente ser. Ahí
reside el dolor de este personaje, su afasia ante un nombre que no la designa ni
como pseudónimo, que no le pertenece, que se le impone por segunda vez en su
vida, que se le pega a una piel puesta a prueba. Los vestidos troceados y aspirados,
las auto-mutilaciones o incluso el uso de maquillaje y lencería fina no son sino el
intento desesperado por romper con los métodos lingüísticos de aquél que no
obedece a razones sino a deseos. Pero se trata de los deseos de alguien por
convertir a quien era en quien es, sea como sea, con el fin de aliviar su propio dolor
mediante un cuerpo ajeno. Ser el encargado de llevar a cabo la expresión «dejarse
la piel» es para el Dr. Robert Ledgard el único objetivo posible. La piel en este
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sentido es tratada como la frontera que a la vez nos protege y nos vincula a los
otros y será la parte del cuerpo que al doctor Ledgard le obsesionará y la que
amará por encima y pese a todo. Para entender esta idea retomo a Le Breton quien
ofrece en su estudio una imagen que me parece muy gráfica:
Cuando el dolor se adhiere a la piel hasta ese punto es necesario
sacrificar la piel para pagar de una vez todo el precio del dolor;
para continuar viviendo pese a todo […]. (1999: 42-43)
2 De ahora en adelante los títulos de los subapartados serán citas de la obra
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dolor padecido donde el grito o el balbuceo funcionan como afasia y
representación de esta experiencia. Para ello tomaré como texto la novela de Sayak
Valencia y lo primero que quisiera citar, a modo de carta de presentación de esta
obra, es lo que cierra y lo que abre (en este orden inverso). Comenzaré, por tanto,
citando lo que reza en la última página de esta obra.
Gertrude Stein le dice […] una rosa es una rosa es una rosa. El
Detective disiente y dice para sí mismo: una espina es una espina
es una espina y dura mucho más que la rosa precaria. (168)
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mientras, a lo largo de esos meses de diferencia
Una vez más el tiempo no cerrado en un reloj ni en una muñeca que se duele
de ese reloj como sí le sucederá al personaje de El Detective.
Es tan triste y tan inútil todo lo que nos hacemos con el tiempo.
(33)
Pero para empezar vale la pena hablar de los personajes ya que tienen la
particularidad de no ser presentados con un nombre impuesto como se ha visto
que sí sucedía en el caso del personaje almodovariano, sino con un término que
define su papel en la trama: El Detective, La mujer del Tiempo, La Muerta, La Mujer
de los Detalles u Othra.
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Pero «supongamos que esto es una novela» (2012: 147) como invita a
pensar la propia obra y sigamos la trama.
[XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
XXXEL XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
DETECTIVEXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXEL-LAXXXXX
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX […]. (101)
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pronombres y demostrativos que no demuestran o que lo hacen pero para señalar
lo que necesariamente no funciona. Un libro extraño.
-¿Qué es lo extraño?
-¿Podría usted decirme realmente qué es lo extraño? (2012: 32)
La respuesta que tan bien va para una obra como esta será y representará la
única vez que aparezca la palabra «extraño» pero, además, este momento será
aprovechado para aportar guiños de lectura que apelan a través de los personajes
directamente al/la lector/a:
Déjeme decirle algo sobre lo extraño, o lo que yo supongo que
usted entendería por extraño. Lo extraño es que usted, un hombre
de 40 años lleve un reloj rosa de plástico rosado y quiera
ocultarlo. (2012: 32)
Se puede deducir que el reloj —además del dolor y del propio tiempo—
también sostiene al personaje o al menos lo sostiene en su historia personal (a
parte de la historia de encontrar al/la culpable de la muerte de La Muerta) por más
que el recuerdo del dolor vivido no pueda ser el dolor presente del mismo modo
que «el dolor expresado nunca puede ser el dolor vivido» (Le Breton: 1999: 48) o
incluso, como le dice el Narrador Omnisciente: «a veces, lo que parece ser es lo que
es» (89). Así de simple, así de doloroso.
La frase casi lapidaria del Narrador sin duda funcionaría con la mayoría de
personas pero no con el Detective quien no está incluido en una de esas veces en
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que lo que parece es. Porque el Detective no puede ser en la etiqueta, no puede
como no ha podido nunca ser lo que es.
El Detective de hecho sabe que ignora. Sabe que existe lo inasible
y que él está diseñado para eso precisamente: para que todo se le
escape. (150)
¿CÓMO HABLAR DE LA CEGUERA DEL CUERPO Y DE LA HERIDA DEL ARQUERO?
(92)
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calma del cuerpo. (Le Breton, 1999: 42)
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en ella es la cotidianeidad del dolor como algo insufrible, insoportable, es decir, sin
soporte físico suficiente como para que la experiencia no deje cicatrices, huella,
impronta, memoria, recuerdo.
Por útimo y ya como cierre querría destacar que la propuesta que he
presentado trata de entender y dar cabida a ese tipo de dolor motivado y generado
por una identidad impuesta voluntaria, pero en cualquier caso desde una
experiencia del dolor que provoca la necesidad y la exigencia de negociación no
sólo en términos de experiencia, sino de devenir cuerpos otros que interrogan
dolorosamente y pese a las imposibilidades de un lenguaje que se quiebra se abre
como una herida mal curada en y por el dolor.
La mayoría de los grandes descubrimientos se han hecho por
error, es decir, por deseo. (81)
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http://www.imdb.es/title/tt1189073/releaseinfo [Última consulta: Noviembre
2011]
http://www.elseptimoarte.net/cinco-nuevos-carteles-para--la-piel-que-habito--
de-almodovar-10431.html [Última consulta: Noviembre 2011]
http://blogs.elpais.com/version-muy-original/2011/02/-primer-cartel-de-la-piel-
que-habito.html [Última consulta: Noviembre 2011]
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