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Ficha de cátedra Antropología Cultural- Gestión cultural Mariana Fernández

Introducción
Lo que leerán en esta ficha no es más que un intento constante de evitar que los estudiantes de gestión
cultural piensen en la antropología mientras cursan dicha materia. Los estudiantes se torturan
incansablemente con las definiciones como anclas de identidad: ¿Qué es la antropología?¿Por qué la
estudiamos en nuestra carrera? ¿Qué es nuestra carrera? ¿Qué se supone que tenemos que hacer si
somos gestores culturales?
Por lo tanto, me he forzado, año tras año, a dar respuestas fijas, contundentes, acomodaticias, para que
nuestras mentes y espíritus descansen en la definición y se encarguen de lo importante: el hacer gestión
cultural; lo cual, desde mi perspectiva, es hacer antropología aplicada (otra forma de decir “otra de las
cosas que hacemos con lo que la antropología nos dió”, con suerte, más adelante van a entender a lo
que me refiero).
Comencé haciendo una conexión fácil y directa entre gestión cultural y antropología cultural. Pero eso
implicaría transitar el doloroso camino de comprender a qué nos referimos con “lo cultural”. Está bien,
está bien, empecemos entonces por entender qué es la antropología. No, más doloroso aún. En el
proceso, me di cuenta que a todos (antropólogos, gestores, alumnos, padres, público en general) les
importaba más saber qué se consideraba como antropología o gestión o cultura que, de hecho,
comprenderla.
Y así el trabajo se aliviana cuando vemos que a los humanos siempre nos preocupó darle sentido a las
cosas, pues es posible que la cosa no tenga un sentido inherente y si lo tiene tal vez nunca lo
conozcamos.
Por lo tanto, en esta materia lo que haremos en comprender el sentido que se le va dando, quitando y
volviendo a dar a nuestros conceptos centrales a lo largo de la historia: la antropología, la gestión y la
cultura.
Cuando les pregunten qué hace un gestor cultural, pueden responder tres cosas:
1) La definición con mayor aceptación dentro de su círculo social y profesional.
2) Comenzar diciendo “En el estado actual de la carrera, los principales referentes consideran que la
gestión cultural se dedica a lo siguiente, pero antes fue diferente y en el futuro puede cambiar”.
3) Depende a quien le preguntes. Yo, por mi parte, trabajo haciendo esto.
Por supuesto, para responder con la opción 3, tenemos que estar pensando, haciendo y sintiendo
consistente e inevitablemente desde la perspectiva del mundo que decidimos tener, de la forma más
honesta y simple posible.

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Las funciones del gestor cultural desde una perspectiva antropológica


Si pensamos en la actividad fundamental del gestor cultural tenemos que comenzar por definir qué es
un gestor cultural en primer lugar ¿Acaso es aquel profesional que gestiona la cultura? ¿Qué significa
ésto?

Un gestor cultural puede ser definido a grandes rasgos como “un profesional con responsabilidades
sobre alguno de los aspectos de la administración (bien sea de marketing, la producción-operación, los
RRHH, las finanzas o la dirección)de una organización, infraestructura o acontecimiento cultural
público o privado.” (Bernardez López, 8:2003) 1. Esta definición amplia, si bien puede dar cierta idea
del campo profesional del gestor, no habla concretamente de su labor cotidiana. ¿Cuál es su campo de
acción?¿En qué ámbitos se mueven?¿A quiénes destinan su trabajo?

Podemos asociar la palabra gestor con la administración de recursos materiales (financieros, de


marketing, productivos...), pero un gestor CULTURAL interviene en “lo cultural” entendido como una
forma de aprehender el mundo, un espacio donde se disputan significados y se reconfiguran sentidos
comunes que transforman las relaciones sociales. Los gestores culturales administran principalmente
1
Bernárdez Lopez, J, “La profesión de la gestión cultural: definiciones y retos”. Ponencia en el Foro Atlántico de Gestión
Cultural, abril 2003. Portal Iberoamericano de Gestión Cultural.

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relaciones sociales, grupos humanos con sus especificidades y contradicciones; un conjunto


heterogéneo de agentes culturales (creadores, intérpretes, técnicos, colaboradores, etc) provenientes
de diferentes ámbitos sociales con necesidades y problemas concretos frente a los cuales el gestor
debe contar con herramientas para su resolución.

Los gestores culturales son agentes culturales que, por su formación y profesionalización, cuentan con
las herramientas necesarias para transformar eficazmente a la sociedad y beneficiar a su comunidad.
Analizan e interpretan la realidad de su propia sociedad para dar respuesta a sus demandas,
problemas y necesidades; posibilitan y canalizan la participación de los grupos sociales a la vida social
y cultural de su comunidad; fomentan la auto organización de servicios y la asunción de
responsabilidades públicas y ayudan a descubrir y evidenciar nuevas necesidades o problemáticas de
la sociedad y despertar la preocupación de los estamentos oficiales en estos temas. (Martinell,
3:1999).

Un gestor cultural tiene la enorme responsabilidad de tratar con sumo cuidado la construcción y
refuerzo de representaciones sociales e identidades grupales a través de la producción de actividades
de difusión, muestras y eventos. Los gestores culturales tienen objetivos amplios y complejos ya que
funcionan como “mediadores” para consolidar una actividad social, pudiendo representar un
potencial democrático importante. Por otro lado, su papel no es menor a la hora de visibilizar las
necesidades y problemas sociales, y de ahí su importancia al desarrollar políticas culturales (Martinell,
2:1999)2.

¿Qué ocurre si un gestor cultural no comprende correctamente las formas en las que se construye
cultura? Lo que suele ocurrir es que este profesional, supuestamente el más capacitado para llevar a
cabo producciones culturales eficaces, termina por reproducir estereotipos y fomentar
representaciones ideales sobre aquellos grupos en vez de contribuir en el enriquesimiento y difusión
de sus manifestaciones culturales. Y cuando digo eficaces estoy diciendo que cumplan con el
propósito de crear cultura. Y crear cultura es generar nuevas relaciones simbólicas entre los miembros
de una comunidad y su propia identidad e historia, pero más importante aún, producir nuevas
relaciones simbólicas con producciones de otros grupos identitarios, para generar un diálogo, para
comunicarnos, compartir y crecer como sociedad. En el mejor de los casos, cuando un gestor cultural
no comprende su responsabilidad, lo único que hace es dejar que la gente siga pensando lo que está
política y moralmente correcto en su radar social; en el peor, lo que hace es generar más confusión y
ruido, dejando ideas poco claras sobre lo que quisieron transmitir y, finalmente, produciendo en los
receptores la irreprimible necesidad de volver a lo conocido, a lo fácil de digerir.

Vemos así que la gestión cultural tiene obligaciones y responsabilidades complejas que a menudo no

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Martinell, A, “Los agentes culturales ante los nuevos retos de la gestión cultural”, OEI. Número 20, Mayo-agosto 1999.

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se explicitan y, por lo mismo, los gestores culturales podrían no estar del todo preparados para
afrontarlas. Es por todo lo mensionado que debemos reflexionar con seriedad y compromiso sobre
nuestra tarea, sus efectos y alcances.

La etnografía como herramienta para el gestor cultural

Para que este agente cultural especializado cumpla mejor sus objetivos profesionales las ciencias
antropológicas tienen una excelente herramienta metodológica que le permite un acercamiento
complejo y profundo dentro de las estructuras culturales: la etnografía.

Se conoce normalmente con el término de etnografía a un documento escrito, producto de las


interpretaciones del investigador sobre ciertas manifestaciones culturales, que son, a su vez,
interpretaciones, construcciones simbólicas, de un grupo de personas vinculadas socialmente por
diferentes motivos.

La etnografía es el método por excelencia de la antropología y su autoridad científica proviene de la


experiencia directa en los procesos culturales, del conocimiento de primera mano, del establecimiento
de relaciones sociales sólidas con aquellos agentes que construyen su propia cultura, es decir que
participaban activamente en los procesos de identificación social grupal. La etnografía requiere una
ida y vuelta constante entre la teoría y la práctica, de los conceptos abstractos a la realidad concreta y
viceversa, puesto que lo que otras ciencia consideran dos caras del método científico, la etnografía lo
piensa como la misma cara abordada desde diferentes ángulos. El objetivo principal de la etnografía
es interpretar los procesos socio-culturales para poder comprenderlos en profundidad, porque, demás
ya está decir, comprender la forma, las motivaciones, las creencias y aspiraciones de los sujetos
sociales involucrados en la creación cultural debería ser el primer y más importante paso para un
mediador cultural que pretende dar respuestas a las necesidades y demandas de los grupos sociales.

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El campo

Cuando se habla de etnografía es imposible no relacionarla instantáneamente con lo que en el ámbito


científico se denomina trabajo de campo. En las ciencias biológicas o ambientales el trabajo de campo
está muy relacionado con un ámbito físico determinado, un espacio empírico que se puede ver y
tocar: una laguna, un volcán, las sierras cordobesas, la selva amazónica, son ecosistemas donde se
relacionan biológicamente diferentes tipos de seres vivos con su entorno natural.

En las ciencias sociales, el trabajo de campo no puede realizarse en un lugar físico determinado
porque nuestro objeto de estudio son los entramados de relaciones sociales, y estos no se pueden ver
y tocar pero ciertamente se pueden percibir, actuamos en ellos, somos afectados por ellos y gracias a
ellos es que se construyen espacios físicos determinados para actividades sociales específicas, o se
modifican ámbitos naturales para albergar temporal o permanentemente procesos socio culturales.
Las relaciones sociales no están ancladas a los espacios físicos y por eso requerimos de una
metodología especial para analizarlas.

El campo no es un grupo de gente ni el lugar donde este grupo se ubica (es decir, no son “los
mapuches” ni “pueblito de Chubut”) El campo es aquella construcción espacio-temporal creada por el
investigador para visibilizar, describir y analizar una red de relaciones sociales de acuerdo a
determinadas preguntas de investigación que él quiere responderse, o atendiendo a determinado
problema. El campo es un proceso de análisis. El trabajo de campo comienza en el mismo momento
en el que el investigador decide acercarse a la realidad social. Puede ser con una simple búsqueda en
Google, un intercambio de mails con un informante, un mensaje en el celular, una charla casual con el
organizador de un evento, la observación detallada del espacio donde ocurren las cosas, pero también
los tiempos en los que se dan, los recorridos, los patrones, la dinámica social. El campo empieza desde
la casa del investigador, o la universidad, hasta donde él decida cerrarlo por cuestiones prácticas.
Puede seguir hasta la cocina de la casa de un informante a las 6 am, después de regresar de un
evento, pasando por el colectivo de la vuelta, las esperas, los cambios de ritmo. El trabajo de campo
también implica lograr que la gente confíe en el investigador, que le cuente cosas, que lo deje ser
partícipe, que le de acceso a su universo social. Por otro lado, también cuentan las búsquedas
bibliográficas, las supervisiones con superiores o charlas con colegas. Nunca relacionen el campo -en
términos analíticos y menos etnográficos- solo con un espacio delimitado y lo que ocurre en esa
delimitación.

El comienzo de una etnografía


Al plantearnos una investigación etnográfica lo primero que debemos preguntarnos es ¿Qué creo yo

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saber sobre este tema? Usualmente, uno se siente atraído hacia cierto tema o problemática porque
tiene que ver con nuestra propia identidad individual o porque sentimos que ya tenemos cierta idea
de qué se trata (o las dos juntas, probablemente). Eso hace que nos llame la atención, nos de
curiosidad, nos preocupe o nos emocione. Lo importante es conocer ese lazo emocional que nos une a
dicho tema y para eso comenzamos construyendo el estado de la cuestión.
¿Por qué me interesa estudiar este tema? ¿por qué creo que es relevante? ¿Qué cosas ya sé sobre él?
¿Cómo se ha estudiado esta problemática anteriormente? ¿cómo se está tratando ahora?
Eso implica un trabajo introspectivo por un lado, y bibliográfico -al menos- por el otro.

Cuando hablamos de un trabajo introspectivo nos referimos a reconocer el bagaje cultural que
traemos con nosotros, nuestros aprendizajes, nuestra formación académica, nuestras experiencias
personales. Siempre que comenzamos una investigación lo hacemos desde una perspectiva ya
definida de antemano, sacando a la luz representaciones sociales, estereotipos y prejuicios
interiorizados como sentido común y dados por hecho, no cuestionados ni revisados, lo tomamos
como nuestro estado default.

Las representaciones sociales son ideas aceptadas socialmente que funcionan como modelos
inconsciente a seguir. Es un ideal, un deber ser. Por ejemplo, el ideal de belleza, la madre perfecta. Por
otro lado, los estereotipos son imágenes exageradas, generalizadas y simplificadas con características
homogéneas atribuidos a todo un grupo social, sin importar sus diferencias reales. Un estereotipo está
construido por características valoradas positivamente y negativamente por la sociedad que lo
reproduce, pero normalmente es mas usual reconocer las negativas por su utilidad a la hora de
justificar conductas discriminatorias y agresivas sobre cierto grupo social, generalmente una minoría.
También se utilizan para no responsabilizarse como sujetos, por ejemplo “todos los adolescentes son
vagos e irresponsables, así que no seas tan dura con tu hijo porque todos son iguales” o “todos los
hombres son iguales, le huyen al compromiso y no les interesan tus sentimientos”.

Finalmente, un prejuicio es producto de la valoración previa de algo o alguien sin haberlo conocido,
sin comprobar si es verdad, basándose en rasgos superficiales o sosteniéndose de estereotipos. Por
ejemplo “Ese chico seguro me va a querer robar porque usa gorra” o “ese tipo seguro se la pasa de
fiesta porque es brasilero” y un sin fin de pre-adjudicaciones.

Muchas representaciones sociales y estereotipos fueron en algún momento teorías científicas en boga
o corrientes de pensamiento que “decantaron” hasta el sentido común y ya no se sabe de dónde
provienen, se dan por hecho. Un ejemplo muy esclarecedor de este proceso de “decantación” es el
concepto de cultura. Hoy sabemos que el concepto utilizado normalmente en nuestros días es la
conjunción de varios conceptos desarrollados en diferentes momentos de la historia - los conceptos
iluministas que la asocian al progreso, las corrientes particularistas románticas alemanas que la
relacionan con la identidad de una comunidad, la idea de la cultura burguesa que la asimila al arte, la

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literatura y la ciencia-, pero, como todos los conceptos solidificados en el sentido común, no se
cuestionan ni se critican.

Una acción constante que debe generar el proceso etnográfico es el cuestionamiento y la crítica: ¿Por
qué esto es así?¿Por qué se dice o se hace de determinada manera?¿A qué intenciones está
respondiendo? Este cuestionamiento permite que avancemos en la investigación ya que nos empuja a
despejar más dudas o complejizar las preguntas. Lo que equivale a pensar a la investigación- como a la
cultura- como un proceso en construcción permanente.

La cultura

La noción de cultura que se necesita manejar tiene que ser útil para pensar la interculturalidad (la
relación entre elementos culturales). Para lo cual se propondrá la siguiente definición:

La cultura implica procesos de construcción de redes colectivas de significación con el propósito de


producir una identidad grupal que se pueda transmitir de generación en generación.

La cultura no es un conjunto de cosas estáticas encerradas bajo una etiqueta (la cultura “africana”, la
cultura “guaraní”, la “alta” cultura, la cultura “popular”), sino que necesita cambios y adaptaciones
para responder a las necesidades del grupo y al contexto histórico. Las redes colectivas de
significación son los vínculos sociales entre elementos simbólicos (una visión del mundo compartida,
interpretaciones, creencias) que se van construyendo para darle sentido al grupo, el grupo habla a
través de ellas y ellas hablan sobre el grupo. Estas redes se solidifican temporalmente para poder ser
transmitidas y permitir que la identidad del grupo continúe.

La identidad es todo aquello que nos une a otros similares y nos separa de los diferentes. Pero, al
mismo tiempo, es la única forma en la que nos podemos relacionar con un otro que no soy yo, es la
forma real de interacción social. A nivel grupal, nos relacionamos con otros grupos seleccionando
EMBLEMAS DE DIFERENCIA, elementos identitarios que muestren el contraste entre uno y otro.

Etnografiar un evento

Un gestor cultural a menudo tendrá que trabajar en la producción de eventos culturales. Dichos
eventos son momentos especiales para poder comprender de forma más condensada y sintética los
procesos de identificación cultural y es por eso que llamaremos sobre ellos la debida atención.

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Lo primero que debemos hacer es escribir que pensamos previamente sobre el tema: ¿Cómo
creemos que va a ser el evento?¿Quiénes pensamos que van a asistir?¿Por qué?¿Qué creemos que va
a ocurrir?¿Qué cosas se van a decir?¿Cómo creemos que nos vamos a sentir allí?¿ Para qué creemos
que se hace?

Una vez que establecimos nuestras ideas previas sobre el tema, recién ahí nos preguntamos: ¿Y qué
necesito saber sobre eso? Aquí es cuando comienza la construcción de la problemática, el planteo de
una pregunta específica. Por ejemplo “quiero saber las razones por las que este tipo de gente -el que
sea- viene a este evento” o “quiero saber si este evento ayuda a reforzar la identidad de grupo de los
participantes y cómo es dicha identidad” o “quiero saber cuál es el concepto de cultural que manejan
los participantes del evento ¿Todos piensan la cultura de la misma forma” o “qué características
ritualísticas tienen este evento? - si pensamos, por ejemplo, en un cumpleaños de 15, o en una fecha
patria-” Y así muchas más.

Pero, ¿Qué es un evento?


Existen varias acepciones de este término pero vamos a utilizar una que nos permita abarcar la mayor
cantidad de prácticas colectivas públicas. Lo primero que podemos decir de un evento es algo que
ocurre, que acaece. Pero ocurren cosas todo el tiempo, sin embargo no le decimos evento a todo, no
nos estamos refiriendo a las cosas que pasan diariamente. Aquí está la primera distinción, entre la
cotidianeidad y lo eventual. Existe una antropología de lo cotidiano que se encarga de analizar la
producción y reproducción diaria de conductas, significados, valores y creencias en una comunidad
dada. Lo que implica la cotidianeidad es que existe un patrón que se repite día tras día. Lo eventual,
por otro lado, no suele ocurrir todos los días. Hay dos formas de considerar lo eventual: el evento y la
eventualidad.

Primero haremos referencia a la acepción más popularizada del término evento: aquello que fue
programado y planificado para que ocurriera en ese momento y lugar. Un evento siempre es una
práctica social, sean pocos, muchos o miles los que participen. Implica una ocasión especial, fuera de
lo común pero que se realiza normalmente como forma de actualizar un sentimiento de comunidad,
para reforzar una identidad. En este sentido, un evento es una práctica social donde se vuelve a decir
algo esencial sobre los miembros del grupo, que determina la identidad cultural de ese grupo y, por lo
tanto, que dice algo sobre la identidad de cada una de los que participan.

Asimismo, un evento no sólo es una práctica de actualización, es en sí una actuación, una


performance. En los eventos nos actuamos a nosotros mismos en distintos roles sociales, nos
recreamos como miembros de la comunidad. Por eso, los eventos tienen una característica ritual que
implica seguir determinados pasos, como un guión a seguir, o una coreografía. Primero se casan en el
civil, luego en la iglesia, de ahí se suben a un auto con moños y van directo a la fiesta donde los

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invitados ya deben estar listos para “verlos” entrar. Siempre implica que hay unos que son los
protagonistas y otros los espectadores, aunque muchas veces los principales actores sean el público,
como en la cancha de fútbol cuando todos los hinchas están vestidos de formas determinadas,
bailando y saltando, cantando canciones ya practicadas mientras, allá abajo, hay otra gente dando
otro espectáculo.

Luego, nos encontramos con los festivales , que son acontecimientos o celebraciones que cuentan con
la organización de la comunidad o municipio de un lugar determinado y pueden ser de música,
étnicos, de las artes, de cine, de teatro, literario, alternativo, entre otros. Estas características
permiten definir a determinadas áreas geográficas y darle impulso asociado a la industria del turismo
y a sus actividades terciarias acompañantes, como la gastronomía, los deportes locales y los
componentes folclóricos. En este sentido, ocupa un lugar particular el carnaval; si bien el sentido
religioso pagano de esta festividad ha desaparecido por completo, su celebración constituye uno de
los eventos con mayor convocatoria en las más variadas regiones del mundo.

Un aspecto curioso de los eventos es el análisis mediático que generan, sucediendo en la mayoría de
casos que la ciudadanía participe mediante las redes sociales comentando sus peculiaridades.

Con esta definición se escinde de una vez por toda el carácter imprevisto de la eventualidad de lo
programado del evento. Pero ¿todo lo que ocurre en un evento está programado? No, obviamente
eso es imposible. Y aquí volvemos a la eventualidad de los eventos. Esta última se refiere a un hecho
imprevisto, sin programar, no planificado, que escapa de los patrones rutinarios. Es en ese sentido
cuando se dice “surgió una eventualidad y no voy a poder asistir a la clase”.

En un evento, los organizados pueden planificar hasta cierto punto pero jamás van a poder controlar
lo que hacen los agentes sociales. Las situaciones emergentes son, en muchos casos, las situaciones
más enriquecedoras culturalmente. Público que no considerabamos que podía asistir, acciones que no
creíamos que podían pasar, o ideas que movilizan prácticas culturales nuevas. Como gestores
culturales debemos planificar a conciencia teniendo en cuenta de qué manera vamos a posibilitar la
expresión cultural de otros grupos y, al mismo tiempo, tenemos que estar atentos a las
eventualidades que hablan de las relaciones sociales reales que se están generando gracias (o a pesar)
de esa situación particular de interacción social.

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Para reflexionar...

Cultura y entretenimiento. Acerca de semántica y políticas culturales cortoplacistas.


Publicado por David Ruiz- diciembre 26, 2012

Como hemos señalado en otras ocasiones enfatizando la importancia de las políticas culturales, éstas
afectan tanto al servicio público como al tejido empresarial del ámbito de la cultura.
A efectos impositivos, las actuales políticas culturales con las que tiene que lidiar el mercado cultural
están propiciando una catástrofe. Si tomamos, por una parte, la mercantilización del propio producto
cultural y la dejadez desde lo público en la atención debida a la cultura y, por otra, las subidas del IVA
y otros impuestos; la desmembración de la cultura como elemento productivo de la sociedad está
garantizada. Es decir, la cultura no sólo sufre un ataque económico, sino que, además, lo sufre en el
ámbito conceptual. Así, en la línea de intentar precisar las diferentes pautas y esquemas que dirigen
las políticas culturales (paradójicamente) como desmembradoras de la cultura, queremos hacer
referencia a los vínculos existentes entre cultura y entretenimiento en el marco de las actuales
políticas.
Hemos insistido bastantes veces en la importancia de la promoción cultural desde las diferentes
administraciones y “gestores de lo público” por cuanto suponen (o deben suponer) la garantía de
desarrollo de la creatividad, la identidad y el germen del pensamiento crítico entre los ciudadanos, es
decir, las políticas culturales tienen la obligación de estar dirigidas a mantener aquello que nos hace
humanos, por muy pretencioso que esto suene. Sin embargo, hay una creciente tendencia que sitúa a
la cultura en el mismo ámbito semántico y conceptual que al entretenimiento.
Entretenimiento y entretener son, según el DRAE, una forma de divertir y/o recrear el ánimo de
alguien haciéndole más llevadero algo; en cambio, la cultura, además de ser un “conjunto de
conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, es el “conjunto de modos de vida y
costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo
social, etc.” y con una raíz proveniente del cultivo, la labranza. El cultivo de la mente, el juicio, el
pensamiento… Parece obvio y tópico recurrir a esta casi perogrullada. Parece. Y en la diferencia entre
el ser y el parecer es donde situamos esta reflexión.
El profesor Jaume Colomer lo describe excelentemente (aquí) reflexionando sobre la banalización de
la programación cultural y señalando que “la cultura es una práctica de ocio autotélica que aporta,
además de diversión, otros valores. Se dice que la cultura tiene un valor intrínseco en el desarrollo

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personal y comunitario (su función simbólica y de reflexión compartida sobre la realidad) además de
valores extrínsecos como su capacidad de motorizar el desarrollo económico en sociedades
avanzadas”. Destaco especialmente tres conceptos: La cultura aporta valores, tiene una función
simbólica y es autotélica(se refiere a una actividad que se contiene en sí misma, que se realiza no por la
esperanza de algún beneficio futuro, sino simplemente porque hacerlo es en sí la recompensa).

Por otra parte, podemos también acudir aquí al artículo “De las industrias culturales al
entretenimiento. La creatividad, la innovación… Viejos y nuevos señuelos para la investigación de la
cultura” del catedrático de comunicación Enrique Bustamante: “El término de ‘entretenimiento’ o sus
contenidos esenciales penetran también subrepticiamente, sin reflexión ni debate, y desde hace
tiempo, en el discurso y los estudios de organismos culturales europeos, como entidades de derecho
de autor y de la administración cultural, justamente allí en donde debería presumirse una mayor
sensibilidad por la cultura y su especificidad”; y más aún: “El entretenimiento se infiltra a través del
ocio y del copyright”.  Esto es, vivimos tiempos en los que se desactiva la potente herramienta de
pensamiento, identidad y creatividad que es la cultura asociándola al ocio y entretenimiento e
instrumentalizándola, hecho que muestra la estrechez de miras de los responsables de este ‘cambio’.
Pasa a ser otra herramienta, una herramienta peligrosa que deja a la sociedad huérfana anulando su
singularidad. Así, no es gratuita esta identificación entre cultura y entretenimiento. Se trata de una
herramienta que desactiva el pensamiento crítico. Y añadiría, a la eliminación de la cultura como
fuente de ejercicio crítico de pensamiento se le suma la instrumentalización de la cultura como
herramienta de posicionamiento ideológico. Es por ello que aún siguen hablando de cultura… de lo
que quieren que creamos que es la cultura.

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CAPÍTULO 1

LA ANTROPOLOGÍA Y EL CONCEPTO DE
CULTURA

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Historia de la Antropología
La antropología no siempre gozó de legitimidad científica -me atrevo a decir que todavía no
“gozamos” de ella, simplemente afirmamos que la tenemos- y sus objetivos y funciones fueron
expresadas oficialmente por académicos y corrientes con formas muy diversas de concebir la
disciplina, su objeto de estudio y su metodología predilecta. Consolidaciones, crisis y
reconfiguraciones identitarias marcan el proceso de construcción de las ciencias antropológicas como
disciplina. Las colonizaciones, el imperialismo, la industrialización, las descolonizaciones, las
dictaduras, los movimientos por los derechos civiles, el postmodernismo, el feminismo, Internet, las
redes sociales, etc., no solo marcan nuestra historia reciente sino que modifican las definiciones y
puntos de vista desde donde concebimos lo que llamamos cultura, que es, sin lugar a dudas, el objeto
preciado de la antropología. Desde la antropología evolucionista, pasando por la funcionalista y
estructuralista, hasta los estudios culturales del giro interpretativo y las antropologías disidentes, nada
nunca está dicho de una vez y para siempre para quienes buscamos comprender los intrincados y
subyacentes vericuetos de las construcciones simbólicas humanas.
En este capítulo veremos como la profesora Lischetti, creadora del manual universitario por
excelencia, nos introduce a lo que hace unas décadas era un intento de fijar en el tiempo -y en los
corazones de los estudiantes- una idea tranquilizadora de lo que es la antropología. Luego, la
profesora Neufeld nos mostrará las incuestionables conexiones entre la antropología y el concepto de
cultura, en sus múltiples acepciones. Para reflexionar tenemos el artículo de María Helena Chauí sobre
Cultura y Democracia, quien nos acerca a la importancia de comprender el uso de los conceptos y las
definiciones en las construcciones discursivas y impactan en nuestra forma de concebir el mundo y
actuar en él. Finalizaremos este capítulo con la introducción al seminario de Antropología del XXI, de
Carlos Reynoso, un espíritu inquieto y fastidiado que nos deja con la sensación de que hay mucho por
hacer y que la comodidad es peligrosa.

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