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Antropología y positivismo
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LECCIÓN 1 de 3
Antropología y positivismo
En el contexto de la segunda mitad del siglo XIX, más específicamente sobre finales de siglo, emerge la
antropología como una disciplina científica que buscaba una forma de explicar al otro cultural. Junto con la
construcción de su objeto de estudio, se establece su método de abordaje particular, que respondía no solo
al objeto en cuestión, sino a las corrientes teóricas dominantes. Como en las ciencias naturales y en las
recién surgidas ciencias sociales, en la antropología decimonónica prevalecían las teorías positivistas y,
entre ellas, la teoría de la evolución basada en una única línea de desarrollo. En este sentido, la teoría
evolucionista coincidía con los ideales sociales y políticos de la época y, de la mano con la noción de
progreso, esta teoría aplicada a la vida de los seres humanos permitía explicar las semejanzas y diferencias
encontradas entre las sociedades a partir de diferentes estadios de evolución.
Los principales referentes de la antropología de este período fueron Lewis Morgan y Edward Tylor, quienes
tomaron como fundamento de sus explicaciones sobre el origen del hombre la cuestión de las semejanzas y
diferencias presentes entre las sociedades humanas. Tal como Darwin —a partir de la observación y
clasificación de hechos empíricos— había arribado a las conclusiones sobre la evolución de las especies,
Morgan y Tylor consideraban que el progreso humano podía evidenciarse también a través de la observación
y de la clasificación. Para ello se aplicaría el método comparativo, al igual que era empleado en las ciencias
naturales. Basándose en este método, los antropólogos evolucionistas comenzaron a ordenar
metódicamente las semejanzas y diferencias que presentaban las culturas en un esquema evolutivo que
distinguía distintos grados en el progreso y evolución cultural: salvajismo, barbarie, civilización. Cada uno de
estos se encontraba, a su vez, dividido en subestadios.
A fines del siglo XIX, muchos antropólogos promovieron sus propios modelos de evolución social y biológica.
Entre ellos, Lewis Henry Morgan retrataba a las personas de ascendencia europea como biológica y
culturalmente superiores a los demás pueblos. Morgan argumentó que la civilización europea era la cima del
progreso evolutivo humano y que representaba el mayor logro biológico, moral y tecnológico de la
humanidad. Según Morga, las sociedades humanas habían evolucionado hacia la civilización a través de
condiciones o etapas anteriores, a las que denominó salvajismo y barbarie. Morgan atribuyó la evolución
cultural a las mejoras morales y mentales, que propuso, a su vez, que estaban relacionadas con las mejoras
en la forma en que las personas producen alimentos y con el aumento del tamaño del cerebro.
Al igual que Morgan, Edward Tylor también promovió las teorías de la evolución cultural a fines del siglo XIX.
Tylor intentó describir el desarrollo de tipos particulares de costumbres y creencias que se encuentran en
muchas culturas. Por ejemplo, propuso una secuencia de etapas para la evolución de la religión, desde el
animismo (la creencia en los espíritus), pasando por el politeísmo (la creencia en muchos dioses), hasta el
monoteísmo (la creencia en un único dios). En 1871 realizó una definición de cultura describiéndola como
“un todo complejo que comprende conocimientos, creencias, artes, moral, derecho, costumbres y cualquier
otra capacidad y hábito adquiridos por el hombre [como] miembro de una sociedad” (Tylor, 1871, en Boivin,
Rosato y Arribas, 1999, p. 28). Esta definición formó la base del concepto antropológico moderno de cultura.
Las naciones coloniales de Europa utilizaron teorías etnocéntricas de la evolución cultural para justificar la
expansión de sus imperios. Los escritos basados en tales teorías describen a los pueblos conquistados
como atrasados y, por lo tanto, no aptos para la supervivencia, a menos que sean civilizados para vivir y
actuar como lo hicieron los europeos. Esta aplicación de la teoría evolutiva para controlar la política social y
política se conoció como darwinismo social.
Las teorías de la evolución cultural en el siglo XIX no tuvieron en cuenta los éxitos de las sociedades de
pequeña escala que habían desarrollado adaptaciones a largo plazo a entornos particulares. Además, si bien
muchos defensores de la evolución cultural sugirieron que las personas en sociedades de pequeña escala
eran biológicamente inferiores a las personas de ascendencia europea, no hay evidencia que respalde esta
posición. Cabe destacar que estas posiciones son posturas etnocéntricas, pues, dado que el desarrollo
teórico estaba de parte de los europeos, estos no se cuestionaron el hecho, pensando que en efecto la
cultura europea era superior a las demás. El etnocentrismo, entonces, consiste en otorgar un valor superior a
la propia cultura frente al que se otorga a las demás, así como en emplear los propios criterios culturales
para juzgar las demás (Montagud Rubio, s. f.).
En el siglo XIX, con la influencia de la teoría evolucionista, la antropología construye a su objeto de estudio, la
otredad, a partir de la diferencia. En términos de Boivin et al. (1999), podemos hablar del paradigma de la
diferencia, caracterizado por tres preguntas que guiaron las explicaciones de los antropólogos de la época:
¿qué es el hombre?, ¿cuál es su origen? y ¿por qué las sociedades humanas difieren entre sí? Este último
interrogante fue fundante de las preocupaciones científicas de los evolucionistas.
En relación con la respuesta por el origen del ser humano, la explicación puso en marcha la teoría de la
evolución. Darwin era una de las figuras más notables de ese período. Siguiendo los escritos de Boivin et al.:
Los antropólogos evolucionistas aceptaron [las] ideas relativas al origen del hombre,
reconociendo en él “una especie”, producto de las transformaciones operadas en el seno
de la naturaleza. Sostuvieron, también, que el físico del hombre había evolucionado por
variación genética y selección natural hasta alcanzar [la forma anatómica que presentaba
en ese momento]. En este sentido, tanto la cuestión del origen como los aspectos
biológicos daban cuenta de la uniformidad y la unidad de la especie humana.
Taylor, al concebir la cultura como “una capacidad o hábito adquirido”, introduce entre este
orden y el natural una segunda distinción. Mientras que en su dimensión natural el hombre
recibe humanidad por herencia biológica (características innatas), en el orden cultural este
alcanza su condición humana a través del aprendizaje (características adquiridas). (Boivin
et al., 1999, p. 28).
El modelo estadial
S A LV A J I S M O BA RBA RI E C I V I LI Z A C I Ó N
S A LV A J I S M O BA RBA RI E C I V I LI Z A C I Ó N
S A LV A J I S M O BA RBA RI E C I V I LI Z A C I Ó N
En relación con las diferencias encontradas en los pueblos no occidentales, se partía de la afirmación de
que la diferencia era un hecho empíricamente constatable, pues la información disponible evidenciaba
formas de vida distinta, tanto en el presente como en el pasado. Además, al considerar la cultura como un
producto de la naturaleza, era, al igual que la naturaleza, una sola y, como producto de esta última, también
estaba sometida a un proceso de cambio. Por lo tanto, la cultura presentaba diferentes grados de evolución.
De esta manera, la diferencia cultural era de grado. Además, se sostenía que la diferencia espacial se
ordenaba y explicaba como diferencia en el tiempo: el “otro” contemporáneo, lejano en el espacio,
representa las huellas del pasado en el presente (Boivin et al., 1999).
En esta imagen podemos observar los tres estadios principales del método comparativo, sus subestadios y
sus características.
Se observan varios hombres con sus cuerpos desnudos y ornamentados para la celebración ritual de la ejecución
del enemigo.
Vivienda que se observa detrás de las mujeres con techo verde: vivienda Topinambous realizada de cañas, paja y
barro. Eran viviendas comunales en las que cohabitaba el mismo espacio una familia extensa.
Hombre con el cuerpo pintado de color azul y blanco: miembro de la tribu de los Topinambous, con el cuerpo
desnudo y ornamentado para la celebración ritual de la ejecución de un enemigo.
Hombre con el cuerpo pintado de color marrón y, en la cintura, plumas de colores: líder de la tribu de los
Topinambous, con el cuerpo desnudo y ornamentado con plumas rituales alrededor de la cintura y sobre la cabeza.
Porta, además, un arma que emplea para apalear al prisionero.
Por último, [para Tylor y Morgan] el progreso cultural (evolución cultural) era entendido
como una ley natural, universal y necesaria. Si la evolución natural era una ley universal
que involucraba a todos los organismos vivos, en el orden cultural el progreso era una ley
universal que involucraba a toda la humanidad. Pero el progreso cultural, a diferencia de la
evolución natural, se transmite por aprendizaje, mientras aquella lo hace por herencia
biológica. Ambas afirmaciones llevaban a pensar la existencia de una a la
homogeneización de las culturas a partir de su transcurrir por las diferentes etapas de la
evolución cultural. (Boivin et al., 1999, p. 30).
C O NT I NU A R
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Referencias
Boivin, M. F., Rosato, A. y Arribas, V. (Comps.). (1999). Constructores de otredad. Buenos Aires, AR:
Eudeba.
Bry, T. de (Pintor). (1562). La ejecución de un enemigo por los indios Topinambous [Pintura]. Recuperado de
https://www.meisterdrucke.es/impresion-art%C3%ADstica/Theodore-de-Bry/72845/La-ejecuci%C3%B3n-
de-un-enemigo-por-los-indios-topinambous,-1562.html
Montagud Rubio, N. (s. f.). Etnocentrismo: qué es, causas y características. Recuperado de
https://psicologiaymente.com/social/etnocentrismo
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