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Curso de interconsulta 2008

LA NIÑEZ DE NUESTRA ÉPOCA: CONCEPTUALIZACIONES ACTUALES SOBRE LA INFANCIA

El niño/a en la antropología ¿Niño/a o niños/as?


Lic. Mónica García Barthe*

El tema de la charla es revisar o pensar el concepto de infancia para la antropología. Para ello
primero tenemos que preguntarnos por la especificidad de abordaje antropológico y qué preguntas
podemos hacernos desde la antropología respecto de la infancia.
La antropología social surge como disciplina a finales del siglo XIX y principios del XX,
fuertemente ligada a los movimientos expansionistas y colonialistas de los países europeos. A
partir de la expansión en el siglo XVII hacia otros territorios, los europeos descubrieron que había
seres humanos que vivían en forma diferente y surgió la necesidad de preguntarse sobre esa
diferencia. Esta pregunta no era ingenua. Tanto los regímenes coloniales como los estudiosos e
intelectuales de esa época comenzaron a interesarse en comprender mejor las costumbres y los
pueblos que gobernaban para mejorar su dominio. Alrededor de la década de los años veinte
proliferaron los estudios etnográficos sobre Oceanía y África en los que se trataba de ordenar y
codificar los conocimientos sobre culturas extrañas. Estos estudios se basaban en la descripción
detallada de los rasgos físicos y organizacionales de los modos de vida de los pueblos llamados
«primitivos» en ese momento o como hoy se denominan: sociedades tradicionales (cuyo principio
normativo era la tradición y la costumbre). La etnografía implica el estudio de un grupo a través
del trabajo de campo. Es una metodología de investigación que consiste en la recolección de
datos en el terreno y teniendo como informantes a los integrantes de una comunidad dada. Los
datos recopilados consisten en la descripción densa y detallada de sus costumbres, creencias,
mitos, genealogías, historia, etcétera. Dicha información se obtiene por medio de entrevistas con
los miembros de la comunidad o informantes claves integrantes de la misma.
Fue así como los primeros antropólogos se encontraron con la tarea de conocer al «otro»,
otro diferente que se hallaba cultural y geográficamente muy lejos de los centros urbanos de la
modernidad. El antropólogo se trasladaba a islas exóticas y países lejanos, se instalaba allí un
tiempo y regresaba refiriendo sus conclusiones sobre el modo de vivir y de pensar de aquellos
seres tan diferentes. Aquí entonces encontramos la identidad disciplinar, la especificidad de la
mirada antropológica. El abordaje de aquel que es diferente incluyendo la perspectiva de ese que
estamos abordando (esto es, la perspectiva del actor o el llamado «punto de vista del nativo»),
obtenida metodológicamente a través de la observación participante.
Luego de un proceso histórico y crítico respecto de su propia posición, la antropología se
fue interesando cada vez mas en los distintos grupos humanos mas allá de que estuviesen

1
localizados lejos o cerca. Pero la especificidad persiste: la antropología aborda la diversidad y la
variedad con un enfoque que incluye a los protagonistas de esa diversidad. El trabajo del
antropólogo lo obliga a un esfuerzo de reflexión sobre sí mismo y el otro a partir de un movimiento
de acercamiento y alejamiento permanente.
En relación a la infancia, nos preguntamos entonces por el lugar del niño en la antropología.
A excepción de Margaret Mead, que ha trabajado mucho sobre familia, niñez y adolescencia (su
famoso texto Adolescencia, sexo y cultura en Samoa aparece en 1928) y algunos antropólogos que
investigaron aspectos culturales y psicológicos, casi no encontramos en los trabajos clásicos de la
antropología investigaciones que tengan como eje central al niño o a la niñez. Sí aparecen, por
supuesto, los niños y niñas en las dinámicas familiares, sociales, políticas y económicas estudiadas
de una cultura determinada, y sobre todo en el estudio de los ritos de iniciación, pero no como el
objeto central de las preguntas. El niño aparece como un dato más, pero no como protagonista.
Refiere Nancy Scheper-Hughes1, antropóloga norteamericana, que en la mayoría de los
trabajos etnográficos la infancia aparece como una etapa de transición hacia la adultez, o como
una vía indirecta para acceder al mundo adulto, pero no como el centro de las investigaciones.
Aún para quienes voz del nativo es, metodológica y epistemológicamente, la especificidad de su
disciplina, la palabra de los niños (y mujeres) queda excluida. El mundo infantil, sus motivaciones,
percepciones e incluso el cuerpo de los niños aparecen en las investigaciones etnográficas sólo
tangencialmente y para acceder a algún aspecto del mundo adulto, lo cual es sorprendente, pues
los niños son figuras centrales y actores en las discusiones sobre las definiciones de cultura e
identidad, sus límites y significados. La infancia involucra nociones culturales de personalidad,
moral, orden social y desorden, nociones que aparecen como entrecruzamientos de discursos y
prácticas que rodean sexualidad y reproducción, amor y protección, poder y autoridad y sus
abusos potenciales. En trabajos antropológicos más contemporáneos sí se ha incluido el abordaje
de la niñez como preocupación específica, e incluso en algunas investigaciones aparecen como
activos participantes, siendo los interlocutores del equipo investigador2, pues es claro que las
realidades políticas y económicas que viven los niños tienen efectos sobre ellos. Así como a fines
del siglo XIX Freud postuló que los niños tenían vida sexual provocando una revolución entre sus
contemporáneos, la afirmación en 1986 de Robert Coles de que los niños tienen vida política
sorprendió a muchos adultos.3
Entonces, volviendo al eje de esta charla «el concepto de infancia para la antropología», la
manera de empezar a pensarlo es cuestionando la idea misma. Para la antropología, si pensamos en
su especificidad, no podría existir «el concepto de infancia», como idea universal, no habría una
«infancia» para la antropología porque «niño» o «infancia» no es un concepto homogéneo. El
procedimiento para pensar el tema antropológicamente sería preguntarnos si podemos pensar en un
universal «niño» y en qué medida las niñas y los niños son colectivos que requieren ser considerados

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en un tiempo y un espacio determinados. La mirada antropológica centrada en la diversidad es crucial
a la hora de definir el campo de la niñez en el contexto de las investigaciones sociales.
No es novedad para nosotros que la niñez no es una etapa biológica natural sino un constructo
conceptual. Desde las investigaciones de Phillipe Ariés y Lloyd de Mause, sabemos que la infancia
que conocemos es una construcción histórica de la modernidad que tiene que ver con el desarrollo
del capitalismo. Lo que llamamos «moderno» es un producto del pensamiento de la ilustración,
en lo político, económico y educativo y este concepto de infancia es una institución social ligada
a prácticas familiares, modos de educación y clases sociales solidaria con el concepto de
modernidad. Sabemos también que si el concepto de infancia es una construcción histórico-
social, es claro que el concepto de infancia ha cambiado y que tenemos que preguntarnos por la
infancia de hoy. Si la infancia de la modernidad tiene que ver con la reproducción de trabajadores
y ciudadanos, la construcción actual podría tener que ver con la reproducción de consumidores.
Pero esta manera de pensar el concepto enmascara la variabilidad. Si desde lo biológico,
niño es un invariable natural definido en términos de maduración biológica, al pensar el «concepto»
de infancia corremos el riesgo de considerarlo linealmente, como si hubiese un niño de la
modernidad y otro de la posmodernidad, un concepto de infancia moderna y uno de infancia
posmoderna. Antropológicamente, pensamos en infancias plurales simultaneas, como categoría
socialmente construida en un momento histórico que determina políticas sociales y practicas
concretas. No son las fases de maduración biológica las que ubican los ciclos de vida, sino las
relaciones que establece un individuo con el grupo social y que delimitan sus funciones, obligaciones
y derechos. Cada grupo social establece los límites etarios y recorta y define etapas para cada
una de las cuales consideramos algunas cosas adecuadas y otras no. La niñez como un grupo
diferenciado es producto de la construcción de saberes y prácticas de un grupo en particular y por
lo tanto comienza a existir en tanto tal para sus integrantes y para los demás cuando es distinguido
y recortado a través del conocimiento y reconocimiento de ciertas características que lo transforma
en una categoría social.
Por ejemplo, el sistema educativo obligatorio propio de la modernidad, organiza la imagen
de infancia y adolescencia que la sociedad sustenta, entonces para ubicarnos en relación a un
niño, lo primero que hacemos es establecer el lugar que tiene en el sistema escolar al preguntarle
a qué grado va. Su respuesta nos ubica al niño o niña en un parámetro social. El sistema educativo
moderno es la primera gran división social en lo institucional, ya que estar o no en el sistema
hace la diferencia al separar a la población y definir la exclusión.
María Adelaida Colángelo propone pensar la infancia4 como categoría socialmente construida
en la que se conjugan, por lo menos, tres dimensiones de lo social: variabilidad cultural, desigualdad
social y género. Estas dimensiones que atraviesan el abordaje antropológico de la infancia se
vinculan con la pertenencia del niño a distintos grupos culturales, su inserción en la estructura

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socioeconómica que implica los efectos de las políticas económicas y sociales sobre él y finalmente
su ubicación respecto de las relaciones de género. El lugar de los niños y el trato que reciben es
afectado por las estructuras político-económicas globales y por las prácticas cotidianas en las
interacciones domésticas de las culturas locales. La identidad entonces sería una construcción
relacional en la que se conjugarían simultáneamente estas tres dimensiones, puesto que nos
reconocemos como nosotros en diferencia y contraste con los otros. Según se defina y se caracterice
a la infancia se ponen limites y se asignan lugares en un orden establecido, adjudicando derechos
y obligaciones. Por lo tanto, la construcción de la infancia es un fenómeno político pues tiene que
ver con la distribución de poder. Los límites de lo esperable o no para cada grupo de edad, lo
anormal y lo normal se define en el terreno político.
Ahora bien, ¿Qué problema ligado a la niñez tendría un abordaje desde la Antropología
Social y qué temáticas especificas respecto de la niñez nos preocupan como antropólogos?
Podríamos decir que un eje principal son los «niños sin infancia». La mayoría de los trabajos
actuales en el área incluyen los efectos de la violencia social y estructural -la que deriva de la
política y economía mundiales- sobre la infancia y las relaciones entre los centros de poder y los
países empobrecidos que determinan las políticas de organismos internacionales referidas a los
efectos del hambre y desnutrición y el acceso acceso a recursos básicos como alimento, agua
potable y servicios de salud. Los programas económicos globales tendientes a la integración de
mercados y capitales conllevan recortes en programas de salud pública, educación y servicio
social cuyos principales destinatarios son los niños y las mujeres, dejándolos en situación de
desprotección y vulnerabilidad.
Los antropóliogos que actualmente se interesan por el campo de la infancia ponen el acento
en los usos políticos, ideológicos y sociales de la infancia y en el rol de la economía mundial en la
salud y supervivencia de los niños, abordando problemas como el trabajo infantil, la violencia
doméstica y el abuso sexual, los efectos directos e indirectos que los mercados de armas y drogas
tienen sobre niños y jóvenes, las consecuencias de las guerras, luchas religiosas y étnicas que
tienen por resultado cientos de miles de refugiados, la mayoría de los cuales son mujeres y niños.
Por otro lado, existen nuevas formas de representarse a la niñez y las funciones parentales como
efecto de los avances de la ingeniería genética, la biotecnología y las tecnologías reproductivas.
El abordaje antropológico nos permite entonces pensar en términos de lo que podríamos
llamar políticas culturales de la vida cotidiana. Algunas investigaciones han sacado a la luz la
existencia de lógicas culturales que promueven prácticas reproductivas y del cuidado de los niños
que prueban ser inefectivas y que se revelan como estrategias defensivas frente a las amenazas
de la mortalidad infantil. En su trabajo sobre la mortalidad infantil en el norte de Brasil, Nancy
Scheper-Hughes se preguntó por qué las mujeres tenían muchos hijos y por qué, aparentemente,
no lloraban la muerte de más de la mitad de ellos. Descubrió que los niños no son «ahijados»

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(apropiados como hijos) hasta que prueban tener la suficiente fuerza como para luchas y sobrevivir.
Frases como «Pienso que los primeros cinco tuvieron que morir para abrir camino a los siguientes
tres, que tenían más ganas de vivir» adquieren un nuevo sentido cuando entendemos la lógica a
la que responden.
Por ejemplo, una pregunta para responder desde una perspectiva antropológica sería ¿Cómo
hacen las mujeres de menores recursos para llevar adelante varios embarazos y tener muchos
hijos, que quedan expuestos a muchísimas privaciones, a pesar de que actualmente pueden
tener recursos anticonceptivos disponibles? No es simplemente una cuestión de que falta educación
o falta información. Existe una multiplicidad de factores que inciden y que tenemos que pensar
en el marco de las tres dimensiones antes expuestas: las relaciones de poder hombre – mujer, las
relaciones de poder existentes en el vínculo con los servicios de salud, el acceso a los servicios de
salud en todo sentido (económico, territorial, social y cultural), las prácticas culturales en relación
a la procreación y la crianza, las representaciones acerca de la concepción y la maternidad, las
relaciones de género y la valoración de la maternidad como meta de superación femenina, el
lugar social de la mujer como madre y las estrategias de supervivencia y resistencia de muchos
grupos de mujeres en el contexto socioeconómico en el que viven, por mencionar sólo algunos.
Volviendo al eje de nuestro encuentro podemos concluir que, desde una visión antropológica,
en toda consideración sobre la infancia necesariamente tenemos que tener en cuenta las tres
dimensiones mencionadas, pues las consecuencias de considerar al colectivo niño como homogéneo
son las de naturalizar y universalizar «el bien superior del niño» o «lo mejor para el niño»,
abstrayendo la categoría y sin explicar claramente de qué se trata. En el abordaje de la niñez,
tendríamos que pensar mas bien en «lo mejor para este niño o niña, en este grupo social y en
este momento histórico, en el marco de la estructura político-económica en la que se inserta y las
relaciones de género que lo involucran».

* Licenciada en Psicología. Psicología clínica en niños y adolescentes. Profesora de enseñanza media y superior en
Psicología. Integrante del equipo de urgencias del Hospital Gral. de Niños «Dr. R. Gutiérrez». Colaboradora docente
de la Facultad de Psicología, UBA. Colaboradora docente de la Residencia en Salud Mental infanto-juvenil del
Hospital de Niños «Dr. R. Gutiérrez». Investigadora Universidad de Morón. Estudiante de la carrera de ciencias
antropológicas, orientación sociocultural (UBA). Tesis de licenciatura en curso.

NOTAS
1
SCHEPER-HUGHES, NANCY– SARGENT, CAROLYN Ed.«Small Wars. The cultural politics of chilhood» Univesity
California Press, California: 1998
2
Esto ha implicado el ejercicio de la creatividad en el diseño de métodos específicos adecuados a las distintas
edades y un trabajo de reflexión ética respecto de la investigacion con niños y niñas. Dra. Dominguez Mon, Ana.
«Aplicando el método etnográfico en el trabajo con niños, niñas y adolescentes que viven con vih-sida en capital
Federal y el conurbano bonaerense.« Ponencia presentada en el 8º CAAS, Salta, setiembre 2006
3
COLES, ROBERT – «The political lives of children» Ed. Houghton Mifflin, Boston: 1986
4
María Adelaida Colángelo. «La mirada antropológica sobre la infancia. Reflexiones y perspectivas de abordaje.»
Seminario Internacional «La Formación Docente entre el siglo XIX y el siglo XXI» Teatro Nac. Cervantes, 28 y 29/
11 2003 http://www.me.gov.ar/curriform/publica/oei_20031128/ponencia_colangelo.pdf

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