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Aunque el planteamiento sobre la capacidad que tiene el ser humano para conocer
ya había aparecido en la filosofía antigua (los sofistas, por ejemplo, mantienen posiciones
escépticas y el escepticismo, como escuela, aparece en el Helenismo), cobra mayor
centralidad en la filosofía cuando, con la Revolución Científica del siglo XVI, las
cuestiones sobre la posibilidad y límites del conocimiento humano se convierten en el
tema principal de la filosofía de la época.
. El siglo XVII es una época de crisis y recordemos que el vocablo griego “crisis”
significa cambio. La filosofía, la ciencia, la teología y la cosmovisión medieval cede en
favor de una nueva ciencia que comienza con el Renacimiento y la recuperación de los
textos e ideas clásicas. El antiguo orden feudal se quiebra a través del desarrollo de la
burguesía comercial de las ciudades, la crisis religiosa que sigue a la Reforma y la
contrarreforma del siglo XVI con sus consecuentes guerras de religión que se prolongan
hasta el siglo XVII, curiosamente contribuyen a la separación de Iglesia y Estado y a la
secularización de la vida, pues para defenderse de las persecuciones, defendía la libertad
de conciencia y el deber de resistencia. Este momento de intenso cambio y conflicto
potencia el control sobre las revueltas sociales y religiosas, consolidan estados
Absolutistas. En esencia, la Europa del XVII está transitando desde un modelo teocéntrico
a uno antropocéntrico donde la Naturaleza y el propio ser humano son objeto de
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conocimiento, donde la razón humana va a desbancar definitivamente a la revelación
como fuente de certezas, donde la investigación de la naturaleza está encaminada a
convertir al hombre en dueño y dominador técnico de ella. De la misma manera que el
gobierno quiere organizar el caos a través del Absolutismo, el conocimiento también
busca ser absoluto, sin sobresaltos, ordenado, metódico, mecánico, matemático, y así
como los legisladores disponen las leyes que permiten vivir en armonía y los
gobernadores las aplican con justicia, los pensadores deben descubrir las leyes de
naturaleza que subyacen al caos.
Las principales corrientes de pensamiento que a lo largo del siglo XVII y XVIII se
planteen la cuestión sobre el conocimiento serán el Racionalismo, el empirismo y el
apriorismo, ordenadas por orden cronológico. Pero, primero, detengámonos en las
posiciones clásicas sobre el conocimiento.
1. EL ESCEPTICISMO CLÁSICO
La verdad segura sobre los dioses y sobre todas las cosas de las que hablo
no la conoce ningún humano y ninguno la conocerá.
Incluso aunque alguien anunciara alguna vez la verdad más acabada,
él mismo no podría saberlo: todo está entreverado de conjetura.
Desde el principio los dioses no revelaron todo a los mortales,
pero éstos, buscando, en el curso del tiempo encuentran lo mejor.
Si Dios no hubiera decidido hacer la amarillenta miel,
Más de uno pensaría que los higos son mucho más dulces.
Durante el siglo VIa.C. las cosmologías filosóficas de los filósofos jónios, habían
ejercido una influencia disolvente sobre las creencias religiosas de los helenos. No
obstante, al escepticismo religioso se le habían venido a sumar el escepticismo filosófico,
fruto de la multiplicidad de teorías filosóficas. La democracia, además, había
acostumbrado a los atenienses a considerar que cada uno tienen sus opiniones y que tanto
vale una como otra y durante el siglo Va.C., gracias al comercio de ultramar, los
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atenienses habían tenido ocasión de conocer diversas opiniones, religiones, cultural,
políticas y morales. En ese sustrato escéptico y relativista fue explicitado y articulado
por los planteamientos sofistas. Rechazaban las religiones, cuyo origen y desarrollo
explicaban racionalmente, así diferentes sofistas ofrecían diferentes posturas ateas que
iban desde el ateísmo manifestado por Pródico de Keos o Críticas, para quien los dioses
no eran más que la invención de un legislador que quería que se cumplieran las leyes aun
en la más estricta soledad incluso en el pensamiento; hasta el agnosticismo manifestado
por Protágoras, quien se abstiene de opinar sobre su existencia consideran que los dioses
existen para los que creen en ellos y no existen para los que no creen. Así mismo también
se oponían al dogmatismo filosófico especialmente al eleático y no aceptaban la
distinción entre apariencia y realidad, conocimiento y opinión, concluyendo que las cosas
son lo que parecen ser y que todas nuestras opiniones son del mismo tipo y cambian por
efecto de la persuasión. Así, Gorgias, maestro indiscutible de la retórica, defendía las tres
tesis escépticas con la que caricaturizaba las demostraciones de Parménides:
Nada existe;
Si algo existiera, no podríamos conocerlo;
Si pudiéramos conocer algo, no podríamos comunicarlo a los demás.
Con ello eliminaba la diferencia entre saber y opinar, realidad y apariencia. Solo
hay apariencias, opiniones y sobre las opiniones reina la retórica. Así lo manifestaba
Protágoras para quien “el hombre es la medida de todas las cosas” así pues, nada es de un
modo o de otro, sino en la medida en que así se lo parece a alguien. La distinción entre
heleno y bárbaro, o entre hombre libre y esclavo, lo bueno y lo malo, son meras
convenciones. Por ello todas las creencias son verdaderas que para los que las sustentan,
pero hay algunas más ventajosas que otras y la tarea del sofista consiste en cambiar las
creencias de los hombres, sustituyendo las menos por las más ventajosas utilizando la
retórica como instrumento para producir ese cambio.
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El escepticismo ha sido una postura filosófica que ha resurgido y ha sido
reinterpretada en diferentes momentos de la Historia. Como veremos, una revisión del
pirronismo por Montaigne en el siglo XVI, condicionará la aparición de las grandes
corrientes de pensamiento sobre
epistemología. No obstante, y como
referencia, para el resto de la unidad,
debemos destacar que el escepticismo
puede ir desde una postura extrema o
radical (el ser humano no tiene capacidad
para alcanzar ningún tipo de conocimiento.
Si por conocer se entiende que un sujeto
capta un objeto externo a él, y esto es
imposible, como mucho penetra en él la
imagen de ese objeto pero, ¿cómo podemos
saber si esta imagen mental es igual a la
realidad? para saberlo deberíamos poder
salir de nosotros mismos y compararlos y
eso es imposible. Es el escepticismo de
Gorgias y del método de Descartes.) hasta
posiciones más moderadas (Cree también
que no es posible alcanzar ningún conocimiento, pero no porque no tengamos capacidad
de conocer o porque nuestras afirmaciones no sean ciertas, sino porque no contamos con
un criterio definitivo para poder decir cuándo nuestras afirmaciones son o no son
verdaderas. Lo único que podemos pensar es que son más o menos probables. Será el
escepticismo defendido por Montaigne y Hume, por ejemplo y que tendrá más peso en la
época Moderna.)
Se cuenta de Pirrón, fundador del escepticismo antiguo (…) que una vez, durante su
juventud, mientras daba su paseo después de comer, vio a su maestro de filosofía (de
quien había adoptado sus principios) con la cabeza metida en un agujero del que no
podía salir. Después de contemplarlo un rato, decidió continuar su camino, puesto que
había llegado a la conclusión de que no poseía una base suficiente para poder establecer
con seguridad que le haría un bien a aquel viejo sacándole del agujero. Otras personas
menos escépticas fueron a rescatarlo son sin reprobar a Pirrón por su proceder
inhumano; pero el maestro, fiel a sus principio, elogió la acción tan consecuente de su
discípulo. Pues bien, yo no propugno un escepticismo tan heroico como este, Estoy
dispuesto a admitir los principio ordinarios del sentido común, si no en la teoría, por lo
menos en la práctica. Estoy, asimismo, dispuesto a admitir cualquier conclusión
científica fidedignamente establecida, no como verdad absoluta, pero sí como
suficientemente probable para poder establecer una base para una ulterior acción
racional (…)
Así, el escepticismo que yo propugno se podría reducir a lo siguiente a)cuando los
expertos están de acuerdo con la opinión contraria no puede ser tenida como cierta b)
cuando entre ellos no se ponen de acuerdo, ninguna opinión puede ser considerada como
cierta por un profano c)cuando todos ellos consideren que no existen fundamentos
suficientes para una opinión positiva, el hombre corriente hará muy bien en suspender
todo tipo de juicio por su parte.
Ensayos escépticos de B. Russell
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La postura contraria al escepticismo sería el dogmatismo. En realidad, es la postura
frente al conocimiento más antigua. El dogmatismo sostiene la idea ingenua según la cual
la razón humana puede conocer la naturaleza
sin ningún obstáculo. No sienten el
conocimiento como un problema. Dogma
significa “doctrina fijada” y se utiliza
especialmente en ámbito religioso para
referirse a la verdad que ha sido revelada por
dios y que constituyen objeto obligado de fe
para los creyentes. No obstante, con
anterioridad al cristianismo, significó opinión
filosófica, opinión fundada en principios, no en
demostraciones.
Para el dogmatismo, las verdades absolutas e incuestionables (o dogmas) existen.
En tanto que estas se creen sin necesidad de prueba, sus afirmaciones verdaderas tienen
escaso rigor y no son falsables o criticables. En ese sentido es una postura opuesta al
conocimiento científico.
Desde el criticismo, que será la postura defendida por Kant (1724-1804) respecto
al conocimiento, el dogmatismo es la posición que cultiva la metafísica sin haber
examinado antes la capacidad de la razón humana para tal cultivo. En oposición a la
misma surgirá el criticismo que considera que antes de afirmar que algo es verdadero o
falso, analiza la razón humana para ver si tiene capacidad para acceder a tal conocimiento
y bajo qué condiciones puede hacerlo. Para Kant, la primera tarea de la razón es analizar
su propia forma de conocer, sus posibilidades y sus límites. Sin esta crítica, la razón cae
fácilmente en engaños e ilusiones, tomando por conocimiento objetivo aquello que no
son más que ideas producidas por ella misma. La razón humana puede, efectivamente,
tener un conocimiento objetivo, pero este no es el de la realidad en sí misma,
independientemente de nuestra forma de conocer, sino de la realidad como objeto de
conocimiento, es decir, la realidad tal como es para el ser humano.
2. RACIONALISMO DE DESCARTES
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planteamientos. No obstante, su afán es construir un edificio filosófico completo de
nuevo, siguiendo la metáfora del Discurso de Método, sobre la construcción de los
edificios, sin edificar sobre los cimientos puestos por sus predecesores no sin antes haber
examinado si son verdaderos o no. De ahí la importancia que otorga Descartes al diseño
de un método que le conduzca de manera recta y certera en su camino hacia el
conocimiento.
Descartes fue filósofo, matemático y hombre de ciencia. De hecho 1640 Descartes
se dedicó solo a la investigación, un abanico amplio de objetos de la ciencia natural
empezando la física teórica y los fenómenos particulares como la luz, los meteoros, la
anatomía o la mecánica de los organismos vivos. También le interesaban las nuevas
técnicas de medida y observación. Se posicionó en el conflicto entre los astrónomos
heliocentristas y geocentristas del lado de los primeros tal y como exponía en su libro El
mundo. No obstante, conocedor de la condena a Galileo en 1616, decidió no publicarlo.
La mayor parte de su ciencia fue prontamente superada, a excepción de su noción
mecanicista de la naturaleza según la cual el mundo material era concebido como un
engranaje rígidamente determinista. Todos los organismos vivos estaban gobernados por
las leyes físicas, con la pequeña excepción del alma humana, vía de escape para dar cuenta
de la capacidad volitiva y la libertad humanas continua. Esta concepción del mundo
sensible, expuesta en sus Principios de la Filosofía, continua siendo el paradigma
científico dominante.
Al contrario que su obra científica, sus contribuciones en matemáticas,
especialmente en geometría, son de una calidad suprema A ello contribuye sin duda sus
estudios en el colegio jesuita de La Flèche, donde adquirió una base de matemática
moderna mejor de la que pudiera haber adquirido en cualquier otra universidad del
momento. En muchos aspectos su formación matemática converge con su filosofía en
tanto que Descartes utiliza como referencia esta disciplina para la construcción del
método. El Método expuesto en las Meditaciones Metafísicas y el Discurso, le aportaba
una metodología racionalista que había de abrir las puertas de la naturaleza a los
científicos que lo siguieran.
El primer paso del Método radica en lo que se ha venido a llamar “la duda
cartesiana”. Descartes resuelve dudar de todo lo que sea posible dudar. Advirtiendo que
tal proceso puede prolongarse en el tiempo y que su reflexión teórica no puede
inmovilizarlo en su vida práctica, traza una moral provisional con la que regular su
conducta durante ese intervalo. Esta moral propone, en esencia, comportarse de forma
moderada, según las opiniones más comúnmente aceptadas de acuerdo a la sociedad en
la que se encuentre. Liberando así su vida práctica de las consecuencias que se sigan de
su duda metódica comienza a avanzar por el camino del escepticismo no para quedarse
en él, la duda cartesiana a la par que hiperbólica, pues abarca la totalidad del
conocimiento, es metódica y orientada a ser superada.
En primer lugar duda, siguiendo en esto el razonamiento de Montaigne, de todo
aquello que provenga de los sentidos pues estos en ocasiones le han engañado. Desde
Copérnico, sabemos -por la razón, no por los sentidos que nos dan una información
equivocada- que la tierra gira en torno al Sol y no al revés. Además no tiene forma de
saber si cuanto ve no es sino fruto de un sueño o de alguna alucinación. Curiosamente al
mencionar las alucinaciones cita, a aquellos que aseguran tener “el cuerpo de vidrio”. Tal
trastorno psicológico, recogida también por Miguel de Cervantes en su Licenciado de
Vidriera, era común la baja Edad Media, siendo el mismo Carlos VI un afectado. El
trastorno apareció en época en la que se extendió el vidrio como material constructivo en
grandes vidrieras de catedrales, obras públicas, ventanas de viviendas unifamiliares e
incluso gafas. El ‘delirio de cristal’ del siglo XVII no era sino un reflejo del ‘miedo a las
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nuevas tecnologías’. Una vez suprimido todo conocimiento que provenga de la
sensibilidad, Descartes advierte que soñando o despiertas, ciertas verdades permanecen
inmutables, estas son las relacionadas con la aritmética y la geometría. Pero cabría la
posibilidad de que existiera un demonio que se gozara en engañarme. No obstante, ni el
demonio más astuto del mundo podría engañarme si yo no existiera. Puedo no tener
cuerpo, pero es indudable que estoy pensando, que estoy siendo engañado, que estoy
dudando, en definitiva, que existo en tanto que pensamiento. Llegando así a su famosa
máxima Pienso, luego existo (cogito ergo sum). Una verdad tan cierta que todas las más
extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaz de derribarla.
“No sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice allí, pues son tan
metafísicas y tan fuera de lo común, que quizá no gusten a todo el mundo. Sin embargo,
para que se pueda apreciar si los fundamentos que he tomado son bastante firmes, me
veo en cierta manera obligado a decir algo de esas reflexiones. Tiempo ha que había
advertido que, en lo tocante a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que
sabemos muy inciertas, como si fueran indudables, y esto se ha dicho ya en la parte
anterior; pero, deseando yo en esta ocasión ocuparme tan sólo de indagar la verdad,
pensé que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en
que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho esto, no
quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que los
sentidos nos engañan, a las veces, quise suponer que no hay cosa alguna que sea tal y
como ellos nos la presentan en la imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al
razonar, aun acerca de los más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos,
juzgué que yo estaba tan expuesto al error como otro cualquiera, y rechacé como falsas
todas las razones que anteriormente había tenido por demostrativas; y, en fin,
considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden
también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví
fingir que todas las cosas, que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar,
de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa;
y observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que
podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando.”
El discurso del método, René Descartes
El cogito tiene dos consecuencias notables. Por un lado, supedita el cuerpo al alma
o la mente ya que la segunda es más fácil de conocer que el primero y además esta puede
existir independientemente de aquel. En consecuencia, el problema del conocimiento se
antepone al problema de la realidad. Este giro es un hecho definitorio del pensamiento
moderno, y con él se inaugura una nueva etapa de la filosofía. Por otro, su conocimiento
aporta a Descartes el criterio de verdad que constituye el primer paso de su método. La
verdad del cogito es evidente porque es claro y distinto, así pues, tomando como norma
el no tomar por verdadero nada que no resulte claro y distinto nos moveremos con
seguridad de una verdad a otra.
Tomando pues solo aquellos conocimientos que superen el criterio de verdad,
Descartes apunta que hay que analizar las cuestiones dividiéndolas en sus partes más
simples para después conducir ordenadamente los pensamientos en cadenas de
razonamientos que nos lleven desde lo más simple a lo más complejo, haciendo tantas
revisiones como sea posible para avanzar con seguridad sin omitir nada. En síntesis, el
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método se sostiene sobre la base de la claridad y distinción de las verdades y un
razonamiento que sigue la pauta análisis, síntesis, enumeración. De esta manera, a partir
de la verdad irrefutable del cogito, Descartes puede avanzar, bien dirigida su razón por su
método, por cadenas de razonamientos hasta componer la totalidad del sistema del
conocimiento como quien avanza desde las raíces de un árbol hasta la última hoja de sus
ramas. Y a modo de argumento a la exposición del Método en el Discurso, le siguen las
conclusiones en óptica, meteoros y geometría a las que ha arribado después de ponerlo en
práctica.
El método cartesiano sigue el modelo de razonamiento, no ya del silogismo
aristotélico, sino de la ecuación algebraica, que permite determinar el valor de una
incógnita (lo que aún no sabemos) por la relación que ésta mantiene con las cantidades
(verdades) ya conocidas.
Así, armado con su método y a partir del cogito, Descartes se impone la tarea de
reconstruir el edificio del conocimiento. Examinando los contenidos de su mente advierte
que tiene ideas que adventicias, que se originan en los sentidos y son el resultado de una
percepción, facticias, que resultan del juego de la imaginación que mezcla y combina las
adventicias e innatas, ideas que están en la razón por su propia naturaleza y que no
provienen de la naturaleza. De entre estas últimas se encuentra la idea de Dios. Descartes
mediante el razonamiento inductivo pasa a demostrar la existencia de Dios en base a
pruebas tradicionales. “Demostrado” la existencia de dios como causa infinita de todos
los seres finitos, como ser perfecto que por mor de su perfección ha de existir, dios se
convierte en el garante de la correspondencia entre las ideas de mi razón y los objetos del
mundo, pues en su infinita bondad, no dejará que yo viva en un continuo engaño. Esta
salida del escepticismo es no obstante muy controvertida pues como Richard Popkin,
apunta en La historia del escepticismo, una vez Descartes liberó al dragón del
escepticismo ya fue imposible matarlo. La duda cartesiana es tan radical que resulta
insalvable, a pesar de los intentos de Descartes. Esta es una de las mayores críticas a su
método. Descartes rechaza los criterios de evidencia aceptables: el sentido común, la
experiencia sensible, la autoridad de la tradición y por lo tanto elimina cualquier
posibilidad de restaurar ningún conocimiento porque ¿no podría ser la prueba de Dios un
engaño del genio maligno?
Pese a las críticas que se le pueden formular, el método cartesiano es meritorio pues
contribuye sustancialmente al método científico y al desarrollo de la Ciencia Moderna en
tanto que fue capaz de fundamentar la revolución epistemológica que está representó. Si
bien muchas de las conclusiones de Descartes son muy cuestionables, es indudable que
los cuatro principios del método, verificar si existen evidencias reales e indudables acerca
del fenómeno o cosa estudiada; analizar, o sea dividir al máximo las cosas, en sus
unidades de composición, fundamentales, y estudiar esas cosas más simples que
aparecen; sintetizar, o sea, agrupar nuevamente las unidades estudiadas en su conjunto
real; y enumerar todas las conclusiones y principios utilizados, a fin de mantener el orden
del pensamiento, se puede considerar como el método actual del método científico.
Además y aunque la frase con la que siempre asociamos a Descartes es “Pienso luego
existo”, no debemos olvidar que en la Meditaciones Metafísicas III, la formula como
“Dudo, luego existo” y es que pensar, existir, es tener dudas, es reconocer aquello que
decía Sócrates, que “Solo sé que no sé nada”. Y es sobre ese mar de dudas, pero armados
con el ansia de saber, donde se cimienta el edificio de la ciencia, y lo que perfila, si existe,
la esencia de todo ser humano.
3. EL EMPIRISMO
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Aunque sofistas, estoicos y epicúreos entre otros ya adoptaron posturas empiristas,
la formulación más clara de esta doctrina parte del empirismo inglés (Siglos XVII-XVIII).
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en la costumbre de haber visto lo que siempre ocurre aunque ese siempre se refiere a un
número finito de veces. Pero que en el pasado haya sido no justifica de ninguna manera
que el futuro vaya a ser igual.
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Lee la siguiente conversación entre Locke el empirista y Descartes el racionalista.
4. APRIORISMO KANTIANO
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podemos entender, en todo caso, el
conocimiento empírico, pero no el
conocimiento a priori pues lo extraordinario
de este último es que con él podemos saber
algo de las cosas antes de experimentarlas, es
decir, antes de que puedan influir en nuestra
mente. Kant propone darle la vuelta a la
relación y aceptar que en la experiencia
cognoscitiva el Sujeto cognoscente es activo,
que en el acto de conocimiento el Sujeto
cognoscente modifica la realidad conocida.
Según Kant, podemos entender el
conocimiento sintético a priori si negamos
que nosotros nos sometemos a las cosas, si
aceptamos que son más bien las cosas las que
se deben someter a nosotros: dado que para
conocer un objeto antes ha de someterse a las
condiciones de posibilidad de toda
experiencia posible, es decir a las
condiciones formales –a priori– impuestas
por la estructura de nuestras facultades
cognoscitivas, es posible saber a priori alguno de los rasgos que ha de tener cuando esté
presente ante nosotros, precisamente los rasgos que dependen de dichas condiciones. Por
ejemplo, a priori no podemos saber nunca si la figura que vamos a ver en la pizarra es un
triángulo, ni las características contingentes de dicha figura (como su tamaño, su forma
concreta, ...) pero sí podemos saber a priori que si es un triángulo ha de poseer todas las
propiedades descritas por la geometría, ya que –según Kant– éstas son una consecuencia
de la peculiar estructura de nuestra mente, y a ellas se debe someter todo objeto del cual
podamos tener experiencia. Estas ideas las resume Kant con la siguiente frase: sólo
podemos conocer a priori de las cosas aquello que antes hemos puesto en ellas. En
resumen, el giro copernicano hace mención al hecho de que sólo podemos comprender el
conocimiento a priori si admitimos que sólo conocemos los fenómenos y no las cosas en
sí mismas o noúmenos, si admitimos el Idealismo Trascendental como la filosofía
verdadera.
Así pues, para Kant el conocimiento es el fruto de una síntesis entre la experiencia
(conocimiento a posteriori) y los conceptos (conocimiento a priori): sin los sentidos, no
tendríamos conciencia de ningún objeto, pero sin el entendimiento no podríamos
formarnos ninguna concepción del objeto. El proceso de adquisición de conocimiento es
una síntesis entre comprensión y sensibilidad.
Por lo tanto, en este caso no hay innatismo como en el racionalismo sino apriorismo:
el sujeto, formando parte de su estructura cognitiva, posee unas formas a priori que
preceden a la experiencia y la posibilitan (le permiten ordenar los datos que provienen de
los sentidos) Estas son el espacio y el tiempo en la Sensibilidad, y las categorías en el
Entendimiento. Por ello dice que “Todos nuestro conocimiento empieza en los sentidos,
pasa de estos al entendimiento y termina en la razón. “
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metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa
que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos
objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean
dados. Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que
no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de
estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados
haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se puede
hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos. Si la intuición tuviera
que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo cómo podría conocerse algo a priori
sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el que
se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo representarme
fácilmente tal posibilidad. (…) sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros
mismos ponemos en ellas.
a) ¿En qué consiste el giro copernicano kantiano?
b) Aplica la noción de la frase subrayada respecto a la diferencia en los receptores
de color de la mantis marina y el ser humano.
c) Explica la consideración kantiana de los límites del conocimiento.
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