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Facultad de Ciencias Sociales

Esteban Arbeláez Ramírez

Autoformación 1

El hombre en busca de sentido, la pérdida de la libertad

Esteban Arbeláez Ramírez

Psicología

Autoformación 1

John Henry Castaño Valencia

Rionegro

Universidad Católica de Oriente

Facultad de Ciencias Sociales

Octubre de 2021

El hombre en busca de sentido 1


Facultad de Ciencias Sociales

Esteban Arbeláez Ramírez

Autoformación 1

La entrada al abismo

Lo primero que relata Viktor Frankl en su libro, hablando acerca la experiencia que supuso

verse preso en un campo de concentración, es sobre las primera impresiones que él y el resto

de judíos prisioneros tenían antes de su llegada a los campos de concentración, incluido entre

ellos el más famoso de todos gracias a las indescriptibles aberraciones que allí ocurrieron,

Auschwitz, y con eso mismo me gustaría iniciar, con ese momento dónde los aún

esperanzados judíos a bordo de un tren repleto hasta el techo atesoraban en el fondo de su

corazón la ilusión de dirigirse a alguna fábrica para servir como esclavos, un destino

ciertamente mejor que el que les aguardaba.

Cada instante de tiempo que dediqué al libro me pasaba una imagen continuamente por la

cabeza, la de avistar desde la lejanía la inminente llegada a uno de aquellos campos al ritmo

chirriante de los frenos del tren que se detenían lenta pero consistentemente en la entrada del

infierno en la tierra, ¿Cómo me sentiría?, y aunque mucho tiempo dediqué a buscar en mi

interior dicho sentimiento soy consciente de que ni por asomo lograré percibir una porción del

terror que debió haber sentido un padre al verse acompañado de su hijo divisando el grisáceo

cielo bañado en ceniza a la espera de aquella devastadora pregunta: Papi, ¿A dónde vamos?

La ilusión y esperanza del ser humano pareciera no tener final en aquellas ocasiones

donde todo se divisa perdido en el horizonte, y eso es lo que quiere decir Viktor Frankl al

momento de hablar de la “ilusión del indulto” que puede experimentar un condenado a

muerte, pues es este mismo sentimiento el que indudablemente debieron de experimentar

muchos de los pasajeros de aquellos atiborrados vagones, la fugaz esperanza de que por un

momento sería relevados por alguien más y serían enviados a alguna fábrica de munición al

interior de Alemania, o bien a algún familiar suyo ya que como bien lo deja ver Viktor Frankl,

el recuerdo de un ser querido vivo puede ser el mejor combustible para enfrentar el gélido

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invierno Bávaro. Lastimosamente ese indulto no llegaría jamás al descender de los vagones la

realidad golpearía definitivamente en su rostro, no era una ilusión, verdaderamente se

encontraban a las puertas de un campo de concentración, indefensos ante el desafío

sobrehumano de afrontar la peor pesadilla de sus vidas lejos de la seguridad de una cama.

Más allá del shock inicial de los prisioneros podemos empezar a analizar el alcance del

cinismo al que el ser humano es capaz. Los prisioneros primerizos eran recibidos por un

comité especial de bienvenida conformado por actores de primera categoría, prisioneros

veteranos provenientes de toda Europa que portaban máscaras con caras amigables y

gordinflonas para pretender estar en condiciones dignas y óptimas en cuanto a alimentación

para desempeñar las arduas e interminables albores físicas del campo, así pues se abría el

telón ante los leños que descendían temerosos de los vagones para alimentar los hornos de la

industria militar alemana, aunque ahora tenían algo de lo que aferrarse al ver que los

prisioneros no se encontraban tan mal como pensaban ya que esa visión de prisionero no era

el común denominador dentro del campo.

Tras el espectáculo de bienvenida interpretado por los “prisioneros falsos”, los del comité

de bienvenida, los recién llegados serían seleccionados para ver quienes pasarían directamente

a las cámaras de gas y los crematorios, y quienes serían los afortunados de vivir e ingresar al

campo, aunque de fortuna parezca no tener mucho a menos que el destino te tenga deparada

mucha suerte, como comentaría Viktor Frankl.

El terror en su máxima expresión se tuvo que dibujar en los rostros de aquellos

seleccionados para vivir otro día más al entrar y conocer su probable tumba y ver a los

verdaderos prisioneros, los decrépitos y los enfermos, los desesperanzados y los agónicos, los

que serían sus compañeros, los responsables de devolverlos a la realidad, de bajarlos de la

nube sobre la cual los nazis pretendieron ponerlos con su calurosa bienvenida, una caída

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similar a dejar caer una bomba atómica en sus corazones. La realidad supera la ficción en

muchos aspectos, y este no es la excepción. Dudo que a algún prisionero le pasara algún

pensamiento por la cabeza que superara en crudeza y brutalidad a las imágenes que ya sus

ojos contemplaban, el sadismo humano. Las primeras impresiones rápidamente se

corresponderían con la cotidianidad en el campo, con la crudeza de las extenuantes jornadas

de trabajos físicos y la insaciable hambre que se padecía hasta dejarte en los huesos.

Perderlo todo

Si hay algo que lo alemanes entendieron rápidamente era que necesitaban la mayor

cantidad de esclavos posibles para atender a sus fines expansionistas, siguiendo el ejemplo de

todas las grandes potencias que abarcaron gran territorio, todo gracias a una sola cosa: el

sometimiento. En este caso del pueblo judío, y ¿Cómo se puede someter a alguien?, las

respuestas pueden ser variadas pero me centraré en la que creo idónea, y sería el

sometimiento, hacerle sentir a una persona que no vale absolutamente nada, o aún peor, que

solo vale lo que la persona que lo somete quiera. En los campos de concentración se despojó a

los prisioneros de todo aquello que poseían, tanto material como inmaterial, empezando por

aquello que los hacía reconocibles en este mundo de personas tan distintas empleadas para

usos tan parecidos, en una fábrica todos los empleados pueden ser distintos pero al fin y al

cabo todos son empleados a excepción de los jefes, a diferencia de algo tan nuestro que ni

siquiera elegimos, nuestro nombre. Para los prisioneros su nombre se convirtió en un número

clasificatorio que los diferenciaba del resto, una mera estadística sobre cuantos han muerto y

cuantos siguen trabajando, como productos en un supermercado, cada uno con su código de

barras, y también con fecha de caducidad. Así mismo debieron de sentirse, como un producto

más que sin ninguna dificultad ni rastro de humanidad podía ser reemplazado por uno más

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fresco y vigoroso. En el momento en el que te ves desprovisto hasta de tu propio nombre se

empieza a perder la identidad, lo que te hacía único pasó a tener un significado

completamente distinto, y eso sin contar con que ya te había sido arrebatado todo lo material:

hogares, negocios, ahorros, ropa, joyas, vecinos, familiares, amigos, etc. Un sinfín de cosas

que de la noche desaparecieron.

Aún más allá de todo esto lo más devastador debe ser que te quiten aquello que te mueve

día a día incluso en las condiciones más infrahumana, que se apoderen de tu fuerza de

voluntad para que la emplees trabajando hasta que no quede nada de ti y te conviertas en una

máquina de carne y hueso, más hueso que carne, sin ningún tipo de brillo, de ese brillo

creativo y creador que constituye la naturaleza del ser humano, en donde evidentemente se

evidencio aquí más que nunca que así como el ser humano es capaz de crear las cosas más

maravillosas, es capaz de destruirlas con una capacidad incluso más asombrosa, catastrófica, y

perturbadora.

¿Qué esperar?

Este libro es una muestra sumamente cruda de la realidad humana y en mi opinión de un

aspecto relacionado estrechamente con el porqué de la decadencia que hemos evidenciado en

nuestra especie a lo largo de la historia, y esto tiene que ver con la libertad y la capacidad de

decisión, de decidir seguir con vida a pesar de lo que pase o lo que pueda pasar, y de saber

que a pesar de lo que pase el ser humano siempre será capaz de encontrar algo que motive su

existencia y algo que le dé sentido, ya que sin esto, no seremos más que inertes sacos de carne

desprovistos de toda humanidad. Aún queda mucho camino para entender por qué hay

personas que no valoran nuestra cualidad más bella, la de ser seres libres, y más aún para que

entendamos que el que piensa distinto a mí no es un enemigo, es una oportunidad para

aprender algo nuevo, algo que puede o no, darle sentido a mi vida.

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