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UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA

EN CONVENIO CON LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA IBAGUÉ 2015


MAESTRÍA EN LITERATURA SEMESTRE III

SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN II
PROFESOR ELMER HERNÁNDEZ
AUTORA ALEXANDRA AVELLANEDA

EL CORAZÓN HUMANO ES UN ABISMO INSONDABLE: el quinismo en la novela


Hacia el abismo (2009) de César Pérez Pinzón

Desde tiempos que son difíciles de precisar, el corazón del hombre se ha relacionado de una
manera muy directa con el desarrollo y tratamiento de sus emociones y sentimientos.
Hablamos siempre de corazones felices, rotos, destrozados, emocionados, ilusionados o
decepcionados. Le hemos otorgado una significación más allá de lo que prácticamente
representa, pues en sentido general, se trata de un órgano más de la anatomía humana. Sin
embargo, la figura que hemos supuesto de él, lo convierte en la gran metáfora del carácter
humano. Difícilmente, nos refiramos a una emoción o sensación sin que lo involucre, ya
sea porque lo incluyamos en nuestra retórica, o porque él mismo reaccione ante cualquier
estímulo: el ritmo cardiaco marcha en coherencia con nuestras emociones; puede acelerarse
o disminuir de acuerdo a nuestros estados de ánimo. Es quizá esta condición del corazón, la
que le ha otorgado esa cualidad de epicentro de la vida emocional y sensorial del hombre,
la que le ha permitido reconocérsele como el lugar donde nacen los sentimientos y valores
humanos.

De acuerdo al filósofo francés Alfred Stern, esa representación figurativa del corazón
humano está asociada al globo sentimental. En su obra Filosofía de la risa y el llanto
(1950), propone que el globo sentimental es un lugar abstracto en la vida del hombre donde
éste construye su universo filosofal, es decir, la parte sensible de su mundo. En este lugar,
nacen las motivaciones, deseos, intereses, necesidades, emociones, que predeterminan cada
acto humano, y que repercuten en un opuesto: el universo de la ciencia. De acuerdo con
Stern, los dos mundos, el sensible y el científico, están claramente definidos, son
igualmente importantes en la vida del hombre, y escasamente pudiera uno ser posible sin el
otro. Mientras uno nos enseña por qué sigue siendo importante la filosofía, el otro se
esfuerza por explicarnos cómo funciona el universo. Asimismo, los dos están
manifiestamente separados por dos condiciones, que hasta ahora se consideran
exclusivamente humanas: la risa y el llanto.

Para Stern, lo que hace a un hombre bueno o malo (de buen o mal corazón) depende de lo
que una sociedad tenga visto por bueno o malo, es decir, de su escala de valores. Reconocer
esta escala de valores en un grupo es fácil, solo basta determinar aquello que los hace reír y
llorar. Podemos aprender, tanto de las risas como de las lágrimas, a conocernos mejor, a
conocer a otros y a relacionarnos e interactuar en una sociedad.

Pero, no solamente en la vida cotidiana se dan estas relaciones entre los mundos filosófico
y científico, ni entre los valores y la risa y el llanto; también en la literatura, pues es ésta
capaz de mostrar el auténtico sentido de una vida. En su ensayo El mundo alucinante,
construcción de la disidencia (2011), María Guadalupe Silva plantea unas ideas retomadas
de la obra del escritor cubano Reynaldo Arenas, que precisan el valor de la literatura en la
reconstrucción de la realidad: “Ni las enciclopedias, “siempre demasiado exactas”, ni los
ensayos, “siempre demasiado inexactos”, ni el discurso histórico ni el biográfico serían así
capaces de expresar el verdadero significado de una vida, como la literatura”. Según Silva,
“todos los recursos de la literatura” son puestos al servicio de este fin (p. 66). Así, la obra
literaria se muestra como la vida misma, como la reproducción ficcional de la realidad, una
versión concebida e ideada desde las circunstancias y situaciones del tejido humano con
toda su complejidad.

En la novela Hacia el abismo (2009), del escritor tolimense César Pérez Pinzón, el lector
puede explorar el fondo del corazón de un hombre para descubrir lo insondable que éste
puede llegar a ser. A través del análisis de su escala de valores, se puede determinar su
condición humana, se pueden emitir juicios y opiniones acerca de lo bueno o malo, de lo
justo o ingrato en su proceder. La narración literaria nos acerca al ser, al sentir, a la
intimidad del corazón y del alma del personaje, algo que penosamente haría cualquier otro
tipo de narración, tal como lo ha citado Silva. Teniendo en cuenta los postulados de Stern
sobre la risa y el llanto, al igual que otros también relacionados con la conducta humana,
propuestos por Peter Sloterdijk en su obra Crítica de la razón cínica (2006) acerca del
papel y la postura del intelectual moderno en la sociedad, se tratará de desarrollar en las
siguientes páginas un análisis profundo, una búsqueda incesante en el corazón de un
hombre para escudriñar y revelar los secretos de su alma.

La novela del escritor tolimense, plantea la enmarañada visión de mundo de un personaje


siniestro, que al modo de grandes intelectuales y amantes del arte en la historia, ha sacado a
relucir lo peor de sí para saciar sus deseos. Pérez Pinzón plantea la ciudad como un lugar
inhumano, donde se tejen encuentros entre mundos distintos. Cada quien va y viene, con su
propio afán, entre el egoísmo y la supervivencia. En una ciudad cruel y fría como ésta, el
personaje encaja, y a la vez se camufla, para enredar y desestabilizar corazones menos
perturbados que el suyo, pues es innegable desde el comienzo de la trama, su ofuscación, su
frustración, su trastorno, manifestados en cada uno de sus pensamientos y de sus pasos, que
a su vez ponen en evidencia la lobreguez de su corazón.

¡Cuán escabroso y adverso puede ser el corazón humano, cuánta inquina y mezquindad
puede alojar un alma, y cuánta sordidez puede contener un individuo! Un hombre, que tras
la máscara de la dignidad y el conocimiento ha sabido ocultar muy bien su naturaleza
oscura. Tras este encubrimiento, este hombre razona, piensa, analiza y luego actúa. Cada
paso suyo es deliberado, no deja nada al azar; sus emociones, sus sentimientos, sus
reacciones, siempre conjeturadas, resultan perfectas, surten el efecto esperado. En él nada
es espontáneo, nada es producto del hado o la fatalidad, pues él mismo es su destino; su
corazón, imperturbable y rígido, siempre está en busca de su comodidad. En otras palabras,
un ser manipulador. ¿Inteligente? Si, por su puesto. Mucho. También intelectual y culto. En
Marcelo Cabral, se reconoce un corazón frío y duro, quizá como la ciudad. Su ethos está
enmarcado por su entorno, de algún modo es consecuente con la sociedad bastarda y sucia
que se agolpa en las calles que tanto ha frecuentado.“La vieja simbiosis hombre-calle a la
que estaba acostumbrado” (Pérez, 1993, p. 11)1. Pero, también lo determina su formación
intelectual como profesor de literatura, su paso por la universidad, a la cual se resiste y
termina abominando y abandonando, y sobre todo, su capacidad analítica y crítica.

Marcelo Cabral vive en el ello. Su máxima es el placer, satisfacer su cuerpo, su mente y su


ego. Todo lo que le genere placer sin costo, sin sacrificio, sin padecimiento, está bien. Él es
todo pathos. Como el esquizoide, crea su mundo, con sus propias reglas para evitar
confrontar y asumir las consecuencias de la realidad. Las mujeres son meros objetos de
placer, no parece interesado en los padecimientos propios del amor, ante todo, quiere el
goce, el deleite, el regodeo. Para él, el amor es un descenso por una pendiente espinosa,
cubierto de sinsabores, es el adormecimiento del conocimiento, “una mierda enemiga de la
inteligencia” (P.28).

Su relación con las mujeres es fría y egoísta, pero a la vez lujuriosa y lasciva. Con él, ellas
encuentran al amante ardoroso y febril, pero, en un momento de dificultad, de necesidad, de
apoyo moral, él simplemente se desentiende, se libera, no empatiza, no comprende, y se
escuda en su discurso persuasivo y categórico para justificarse.

Tampoco tiene problemas de remordimientos ni de conciencia. Es capaz de los actos más


fríos e indiferentes, como desembarazarse de un hombre que apenas conocía y al que ya
despreciaba y consideraba mucho menos que él, solo porque se interponía entre él y una
mujer con la cual empezaba a obsesionarse. Un desgraciado que acude a su protección en
un momento de peligro, pues ante un mínimo gesto suyo, podría haberlo salvado:

El hombre del vestido de paño aprovechó la amenazante tregua y, haciendo una finta
instintiva, logró evadirlos y corrió hacia él gritando que lo ayudara, que por Dios no lo
dejara matar (…) –Ahí les dejo ese maricón- dijo serenamente a los hombres (…) se hizo a
un lado del caído, y mirándolo con fingida pena, le empujó con el pie uno de sus brazos, y
se escurrió calle abajo por la acera opuesta para alejarse lo máximo posible de los hombres,
sin volver la mirada (…) Imaginó las navajas cortando el aire para caer en golpes secos
sobre el cuerpo del desgraciado. (P.41)

1
Las citas que se emplearán de aquí en adelante corresponden a apartes tomados de la novela Hacia el
abismo del autor tolimense César Pérez Pinzón.
Mucho menos le afectó ensañarse con una débil e inofensiva criatura, que para él era un
monstruo:

Exasperado con Viejo, incapaz de soportar más sus ineludibles miradas asesinas y sus
muestras de agresividad inalterable, lo cogió indefenso mientras dormía y le dio en la
cabeza con un martillo (…) Marcelo estaba orgulloso de su acto pues conceptuaba que lo
que estorba debe ser eliminado sin piedad y sin importar los medios a emplear” (P.97).

Y ríe, Marcelo ríe mientras todos los demás lloran y padecen. ¨Se acostumbró a restarle
importancia a las cosas hasta minimizarlas de tal manera, que perdían su propio
significado¨ (P.14). Pero, su risa no es la espontánea, el resultado de una alegría o de una
empatía, por el contrario, es algo siniestro y funesto porque ha sido el efecto del daño y el
padecimiento de alguien más. Del hombre moribundo que clama por su vida, de su mejor
amigo traicionado por su esposa, de la mujer desahuciada que lo ama con dolor, hasta del
perro, tan insignificante para alguien come él, que le estorbó absurdamente. Todos se
relacionan entre sí: sin saberlo, acceden al voto del sufrimiento, lo encarnan, solo para que
un individuo pueda continuar haciendo el gesto, la mueca, de lo que no debería llamarse
risa.

Y mientras ríe socarronamente, esconde su desprecio, subestima al otro, lanza el insulto en


la cara. Su risa es irrespetuosa, desafiante, casi maligna. Cada una de sus acciones le genera
una risita. En su globo sentimental no hay cabida para el llanto, ni siquiera cuando supone
una pérdida potencial: la próxima muerte de su amada. A lo largo del relato, nunca llora, ni
se muestra afligido o compungido, pues para él nada es tan importante, nada es digno de
compasión, ni siquiera la muerte que siempre ablanda hasta al más fuerte, sobre todo
cuando se trata de la perdida de lo seres amados. Cuando la mujer que le ha brindado
delicadamente su vida, sufre terribles dolores y amarguras al saber que tiene sus días
contados, él solo piensa que ¨ello no implicaba su propio sacrificio (aunque ella había sido
un gran motivo en su existencia) ¨ (p, 17). Él solo ríe, y esta risa solo puede ser la del
cínico, en la que se dibuja la mueca, la que denota repudio, menosprecio.

Como lo determina Stern, la risa y el llanto son algo más que un asunto mecánico, algo más
que una reacción fisiológica, su carácter es, sobre todo, psico-social. Tienen importante
protagonismo en la vida, y también en el arte y la literatura. A través de ellos se identifican
el sujeto y su ethos. Tienen un importante significado social y comportan en sí mismas un
lenguaje. Cuando reímos o lloramos planteamos una posición ética y política.

En Marcelo Cabral, esta posición es casi tan irracional como un niño, pero crítica y audaz a
la vez. Ama el arte pero desprecia al hombre, lo odia. Hay sensibilidad en su corazón para
apreciar la belleza del arte y del mundo, pero no para sentir empatía por la humanidad. Su
logos es poderoso, maneja el saber a su antojo, le da los matices que le convienen o que le
apetecen. Lo usa para manipular, para explicar su proceder. El saber es un juego en sus
manos y a la vez un arma poderosa. Ante un acto indigno de ser llamado humano, él
reacciona con profundas y sentidas meditaciones. Es el pirómano que pinta un cielo repleto
de constelaciones sobre la ciudad en llamas, todos sufren, pero él solo se deleita de la
belleza de su obra.

Marcelo encarna el cínico despiadado que usa su saber para imponerse, para salirse con la
suya, para jugar a salvarse, para obtener siempre la mejor loncha, el mejor corte de aquello
que apetece, que ha determinado como su objeto de deseo, aunque su imposición sea más
ideológica y retórica. Marcelo explota almas, sentimientos, corazones. No quiere el poder
material. Se obsesiona con poseer el ethos del ser. Se oculta, es falso, sonríe sombríamente,
se sabe perverso, maneja y critica un saber desde el poder que él mismo ha formulado.

Sloterdijk (2006), plantea el cinismo moderno como la falsa conciencia ilustrada. El saber
no nos salvó, no nos está salvando y no nos salvará de la opresión, la injusticia y la
impunidad que puede ejercer el poder. El falso ilustrado, o cínico, pone a disposición del
sistema, de la maquinaria llamada civilización, de las buenas maneras de vivir, su
conocimiento. Se vende al mejor postor, cambia su alma por la propiedad privada y lo
oculta tras una sonrisa discreta, hipócrita y reprimida.

De muchas maneras, se podría situar a este personaje como un cínico moderno, sobre todo
por el manejo que hace del saber para manipular y obtener siempre aquello que desea, pues
para él, una importante premisa es ¨querer es poder¨, a través del saber. Esto queda claro
cuando, valiéndose de su poder de persuasión, convence a su amigo fiel y leal de la época
de estudiantes universitarios, de abusar sexualmente de una joven. La asalta y la amenaza, y
nunca siente un solo ápice de remordimiento o culpa. Luego, es capaz de deleitar a jóvenes
mujeres con sus ideas sobre el amor libre, la no imposición de ataduras y un falso aprecio
por ellas, mientras su noble amigo queda atormentado para siempre. De acuerdo a
Sloterdijk, aquí se presenta un cinismo sexual, pues la idea del amor libre no puede ser
reemplazada por la violencia sexual, ni mucho menos, la imagen de la mujer rebajada a
objeto de satisfacción.

Sin embargo, ciertos matices generados en su discurso revolucionario, lo vuelven un


personaje, de algún modo, encantador. Él no se muestra dogmático, ni moralista, ni encarna
al pequeño burgués; tampoco presta su inteligencia al servicio del poder, no vende su alma
por unas cuantas monedas, por el contrario, se ha revelado en contra del sistema y se ha
salido de él. Estas conductas bien podrían ser analizadas y toleradas, de acuerdo a los
razonamientos de Stern, ¨La jerarquía de las cosas, vista por el hombre, determina el
motivo de sus acciones. Y puesto que las jerarquías, vistas por distintos hombres, difieren
en partes unas de otras, sus acciones diferirán igualmente. (P.20)

Sus prioridades no eran las de todo el mundo, incluso, en su papel como escritor, el
personaje claudica. Sus escritos literarios son rechazados por el medio y terminan llenando
el fondo de las gavetas, que como féretros cumplen la tarea de servir al descanso eterno de
sus letras: “No volvió a preocuparse por publicarlos; ninguna revista se interesaba en ellos,
y esto lo llevo a ratificar la solvencia de su pluma aislada” (108). Entonces, ante la urgencia
de algún dinero para cubrir en algo su estadía y comodidades en la casa donde habitara con
la mujer que lo amaba, decide escribir “notas y ensayos de temas anodinos” para un
“público lector de carroña”, tratando siempre de no traicionar sus principios, de conservar
en algo su fina dignidad de crítico, buscando encontrar una “profundidad inexistente”
(108).

Sus pensamientos, continuamente desafían a la sensatez, al sistema social, al arte del buen
vivir y de las buenas maneras preestablecidos hace siglos, donde al individuo se le indica
cómo ser y qué pensar. No se concibe como un pequeño e insignificante burgués
sosteniendo a una descendencia, como tantos de los que ve a diario. No se acepta como un
mequetrefe, pelele, ni bufón. Esos los ve todos los días y en todas partes, y los desprecia.
Eso son los demás para él, pero él, no. Como lector insaciable, lo lee todo: el mundo bajo y
tenebroso que se agolpa en las calles sucias y oscuras, llenas de personajes siniestros y
perversos, lo mismo que las altas esferas de la sociedad, los gobiernos corruptos, la
academia y los grupos cultos, desenvolviéndose en todos los mundos con igual facilidad y
placer. Disfruta lo mismo una obra de arte que un encuentro con personajes sórdidos en las
más sombrías noches.

Compartió la opinión del papel en lo concerniente a que nadie mejor que Chejov ha
representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y más
especialmente, el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana (p, 27).

Esas actitudes fascinantes, escandalosas e irreverentes lo acercan a ser un personaje


quínico. De acuerdo a Sloterdijck, el quínico moderno guarda una estrecha relación con la
escuela filosófica cínica griega, personificada en su más popular representante: Diógenes de
Sinope. Arduamente, podría apelarse al cinismo griego sin aludir a Diógenes, pues es él
quien lleva esta propuesta a su máxima expresión, debido a que, no solo la ostenta, sino que
al mismo tiempo la vive. Para Diógenes, el burgués, el ciudadano que persigue los bienes,
ha sacrificado su libertad por unas cuantas monedas de oro, pero él, no. “Su espectacular
pobreza es el precio de su libertad” ( p, 251). A Diógenes no le interesan las lisonjas, ni los
reconocimientos, ni mucho menos los artilugios, pues todo cuanto necesita lo lleva encima,
ni más, ni menos; “es un tipo salvaje, ingenioso y astuto” (p, 250).

Marcelo Cabral, nuestro personaje, es el intelectual al estilo de Diógenes, que poco le


importa congraciarse con el sistema, con el poder, que sigue sus propias reglas, se mantiene
al margen de la colectividad, es crítico del gobierno, de la sociedad, un simple mirador de
cotidianidades y detalles; no ansía riquezas ni espera glorias, incluso su apariencia
descuidada, con sus largas barbas y cabellos, y su atuendo informal, lo identifican como un
hippy moderno. Estas características lo aproximan al quinismo, lo hacen un personaje harto
del poder y sus pretensiones. Su rebeldía, su inteligencia, sus ideologías, bien podrían
posicionarlo como un personaje quínico. Para Marcelo, el mundo, las normas, las políticas
sociales y culturales, el sistema socioeconómico, lo agobian. Es irreverente. Desprecia lo
tradicional, no lo concibe. Es trasgresor, irónico, se burla y critica desde afuera del poder,
tiene un saber propio y desprecia el convencionalismo y el aparente conocimiento. Al igual
que Diógenes, repele la falsedad y el fingimiento, propios de los individuos mediocres:
El hombre se esforzaba por demostrar una erudición muy lejana, pues las apariencias decían
que era ella quien insistió en ir al teatro. Él no manifestaba esa característica invisible que
acompaña a las personas dedicadas, o al menos, amantes del arte (…) cualquier cosa podía
imaginar Marcelo, menos a ese profano disfrutando de la obra teatral. (P.34-35)

Casi podría decirse que Marcelo Cabral, desencinta una sucesión de vicisitudes que desde
el siglo de las luces se vienen imponiendo a la sociedad, como una camisa de fuerza que
rige la vida de los hombres, al decidir voluntariamente, no formar parte de esos juegos del
poder. Al parecer, más bien piensa en un refugio más seguro, más cuerdo, un punto de vista
desde, lo que Sloterdijck ha llamado, “la teoría sensible”, fundamentada en “una mezcla de
sufrimiento, desprecio e ira en contra de todo lo que tiene poder” (2003, p. 25). Ya desde
muy joven dejaba entrever estas actitudes:

Un muchacho formado en el decoro de un hogar modesto, dotado de buena urbanidad. La


conducta externa es reflejo del interior del ser, decía su madre. En realidad contravenir las
normas aprendidas ya empezaba a significar un hálito triunfal en su carácter fogoso, dado a
la irreverencia y a la rebeldía (P.30-31)

Como se ha venido presentando, este personaje, de manera desafiante, se acerca y se aleja


del cinismo y el quinismo. ¿Qué más podría decirse de él? ¿Cómo podría categorizarse? Es
malvado, un tirano en un micro mundo que azota aquello que le estorba. Un corazón oscuro
y laberíntico donde las emociones, los sentimientos y los valores se perdieron, no
encontraron la salida. Un hombre inteligente que ha clausurado el globo sentimental, ha
puesto doble candado al cerrojo y ha tirado la llave. Una mente brillante tal vez, un amador
de la literatura y el arte, como muchos de los grandes intelectuales de la historia que
lanzaron la bomba atómica u organizaron la insurrección nazi, que les faltó enlazar los dos
globos de la vida de los que nos habla Stern. Un ser humano tan inteligente que ha sabido
fingir muy bien, que ha empleado la mejor de las estrategias: actuar como un rebelde
encantador, esconderse detrás de esa máscara, encubrirse y lograr no solo el engaño, sino el
autoengaño. Creerse su discurso.
Bibliografía

Arenas, R. (1997). El mundo alucinante, una novela de aventuras. Espana: Tusquets.

Pérez, C. (1993). Hacia el abismo. Bogotá: Pijaos.

Silva, M. (1 de julio 2011). El mundo alucinante, construcción de la disidencia . Anclajes volumen


15 , 61-75.

Sloterdijk, P. (2003). Crítica de la razón cínica. Madrid: Siruela.

Stern, A. (1950). Filosofía de la risa y el llanto. Buenos Aires: Ediciones Imán.

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