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Capítulo 10
Adicciones
Pablo Dragotto
1
intentamos comparar el modo de trabajo de los GIA con el de Alcohólicos
Anónimos. Posteriormente, 8 años de trabajo en una comunidad terapéutica y
la práctica clínica de consultorio intentando implementar acompañamientos
terapéuticos en el tratamiento de las adicciones, la supervisión de
acompañantes y la formación en psicoanálisis nos han llevado a ratificar la
convicción en que este recurso (el AT) constituye una herramienta de
importancia que, en muchos casos (no en todos), contribuye a la elaboración y
puesta en marcha de dispositivos asistenciales que pueden maximizar la
contención necesaria en el tratamiento ambulatorio de pacientes adictos,
minimizando la estigmatización y el recurso a las internaciones.
Hace casi cuarenta años aparecía en Argentina un nuevo rol dentro de los
equipos interdisciplinarios de salud mental el cual ha tenido un gran desarrollo
y expansión en su utilización en Iberoamérica: el acompañamiento terapéutico
(AT). En este apartado nos proponemos dar cuenta de algunas vicisitudes del
trabajo de los acompañantes terapéuticos con pacientes adictos, así como
formular algunas indicaciones para la inclusión en el tratamiento de estos
pacientes. No podemos extendernos en una reseña histórica o en una
descripción general del rol de at para lo cual remitimos al lector a la bibliografía
existente. 1
2
una clínica psiquiátrica. Digamos mejor que, si habitualmente se habla de
contener en referencia al trabajo de un at, podemos estar seguros que su
inclusión tendrá que ver con una vivencia de desborde, de insuficiencia de
recursos o de desorganización, ya sea que la misma se localice en el paciente, en
la familia, en el equipo o la institución. Esa vivencia, por parte del equipo
tratante, de que “no alcanza” con aumentar el número de sesiones, o la
medicación, para contener a un paciente adicto en crisis o en recaída ha sido
determinante en el surgimiento de este nuevo rol en los equipos de salud. Ha
sido así desde los comienzos del AT, cuando recibió su bautismo por parte de
Eduardo Kalina con el nombre de amigo calificado:2 ante una situación clínica
de difícil abordaje (y a partir del convencimiento de que se podía hacer algo
más que recluir al paciente en una internación prolongada o desentenderse
rotulándolo como “intratable”) se comenzó a experimentar capacitando a
personas que, sin ser profesionales, pudieran acompañar al paciente en su
cotidianeidad aportando una escucha calificada, promoviendo conductas
saludables, nuevos hábitos, colaborando a la socialización, etc. Pero el punto de
partida, y la razón más frecuente de la inclusión de un at en un tratamiento ha
sido y sigue siendo, esa vivencia de insuficiencia de los recursos existentes o de
los abordajes tradicionales.
Sabemos que el acompañante terapéutico trabaja con pacientes “difíciles”,
“críticos” al decir de Santiago Korin, aquellos casos en que el encuadre habitual
ha fracasado. Esta es una de las razones por las que no cualquiera puede ocupar
este rol.
Consideramos que no hay un único lugar posible del at en relación al paciente
adicto. Hay lugares posibles a construir en cada caso singular. El lugar a ocupar
por el at en relación a cada caso no puede determinarse a priori. Las estrategias,
la discusión previa en el equipo, las consignas del terapeuta, los objetivos
planteados constituyen un marco de referencia indispensable, un cauce
sugerido para la acción, pero en el aquí y ahora de cada encuentro con el
paciente se producen efectos y acontecimientos que imponen al at la necesidad
de tomar posición a cada instante en situaciones donde no hay recetas ni
consultas posibles.
Algunos ejemplos
3
buscando algo o alguien. Al preguntarle si le pasa algo, José le responde: - “es
que esta zona me agita, yo siempre “pegaba” en el bar de acá al frente...ese que va ahí es
el dealer...” El escenario cambió bruscamente, el paseo se transformó en una
situación de riesgo. José está ahora conectado con la posibilidad cierta del
consumo al alcance de la mano, siente la urgencia por consumir (craving)…
Mariano tendrá que hacer algo con eso. Pero ¿qué?
Otro at, acompaña a Jorge, exitoso empresario adicto a la cocaína y al alcohol, como
parte de su tratamiento psicoterapéutico. Entre otras actividades, ambos concurren los
sábados por la mañana a un taller de teatro. Uno de esos sábados, el at se encuentra con
que Jorge no estaba en la clase. A pesar de ello decide quedarse y permanece toda la clase
esperando la aparición de Jorge, cosa que nunca sucede. Preocupado y sospechando una
recaída de su paciente, el at sale de la clase pensando en llamar a Jorge o al terapeuta. Al
llegar a la esquina se encuentra al mismísimo Jorge sentado en un café desayunando
tranquilamente, quien, imperturbable, lo saluda y le dice “no entré porque era tarde...
además no había desayunado”
Esta característica del rol –su inserción en la vida cotidiana del paciente- es lo
que le permite al at aportar al equipo tratante, información invalorable e
inaccesible por otros medios. No son pocos los casos en los que una semana de
trabajo de un acompañante ha permitido entender aspectos de la conducta de
un paciente y de la dinámica familiar que no habían emergido en mucho
tiempo de tratamiento, dada la particular habilidad de la familia para mostrar
una fachada, representar un guión hermético en cada sesión en el consultorio
del terapeuta o en la institución tratante.
4
Como podemos ver se trata de una tarea exigente y comprometida en la cual el
at esta enteramente involucrado con su historia, con su capacidad de reflexión y
con su cuerpo. Las actuaciones del paciente, las proyecciones e identificaciones
masivas, las crisis familiares y las ansiedades impactan primero en el cuerpo del
acompañante y desencadenan intensas reacciones contratranferenciales. Es por
ello que el at no solo debe capacitarse y entrenarse sino que debe contar con
diversos espacios de esclarecimiento: reuniones de equipo frecuentes,
supervisión externa, terapia personal y formación continua.
Esto le permitirá sostener una tarea y una dirección en sus intervenciones
deslindando las múltiples demandas de las que es objeto en su accionar:
- por parte del equipo, que no pocas veces incorpora un acompañante
como última carta después de haber fracasado con distintas estrategias
(en estos casos uno podría preguntarse: ¿por qué no habría de fracasar
también el AT?);
- por parte de la familia: que le plantea cosas tales como: “Cuidá que no
haga nada” “que no se drogue” “que no se junte con fulano” “que no vaya a tal
lado”;
- y de parte del adicto... la no demanda, el rechazo: “Que hacés acá?” “ Para
que venís?” “No me hace falta” “Sos un espía, un vigilante”.
Cuando el acompañamiento ha sido indicado por un terapeuta con experiencia
en la utilización de esta recurso, que es claro en la dirección del tratamiento y
que dispone del tiempo necesario para trabajar en equipo, los resultados son de
una alta eficacia clínica ya que el at cuenta con una guía clara y con luces, faros,
anclas que le permitan internarse en el mar de la cotidianeidad del adicto sin
temor a extraviarse, navegar a la deriva o ahogarse.
5
Comedores de Loto. Odiseo se quito su cinturón de cuero. Ató con él a los tres
soñadores y los llevó a la rastra hasta la playa. A pesar de sus gritos de protesta,
los empujó a bordo y ordenó izar las velas. Y no las desató hasta que la
seductora isla de los lotófagos estuvo fuera de la vista y lejos del oído de los
infortunados.
Sin pretender poner a nuestro at en tan utópico y peligroso lugar (el del héroe),
creemos que hay algo de su tarea en el acompañamiento a pacientes adictos,
que se expresa en este fragmento de la Odisea. Algo del orden de un cuidar que
implica ser capaz de soportar la negativa del paciente, resistir la tentación del
dejarse llevar y sostener un lugar, un hacer que apuesta a un cambio
aparentemente imposible.
Dice Giulia Sissa en su excelente texto El placer y el mal. Filosofía de la droga:
“Las drogas son demasiado perfectamente eficaces para nuestra tendencia al placer. No
estamos hechos para todo el goce del que somos capaces”.
Este poder de la droga como elixir, que extraña al sujeto del mundo lo expuso
con claridad Freud en El malestar en la cultura (1930) al postularlo como una de
las “soluciones” para evitar el sufrimiento:
“El método mas tosco pero también más eficaz,(...) es el químico: la intoxicación.(...)
Bien se sabe que con la ayuda de los “quitapenas” es posible sustraerse en cualquier
momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece
mejores condiciones de sensación(...) esta propiedad de los medios embriagadores
determina justamente su carácter peligroso y dañino”.
Las citas precedentes nos llevan a plantear una reflexión sobre ciertas prácticas
frecuentes, especialmente en los tratamientos derivados del modelo de
comunidad terapéutica. Me refiero, por ejemplo, a las salidas de una
internación donde el paciente es acompañado por otro residente de mayor
tiempo en tratamiento que tiene la misión de brindar apoyo, contención e
informar a la comunidad todo lo acontecido en la salida.
Quienes llevamos algún tiempo trabajando en este campo recordaremos más de
un ejemplo en el que tal salida devino abandono del tratamiento (para ambos
pacientes) o recaída conjunta, a veces “blanqueada” al regresar, pero
generalmente oculta. A nuestro entender esto constituye un forzamiento, un
exceso de confianza en la fuerza de la ayuda mutua entre pares. Es poner en
riesgo innecesario a quienes probablemente hayan hecho su mejor esfuerzo
para llevar adelante su tratamiento pero que simplemente conocían demasiado
bien los elixires del loto. Si me siento en peligro, si tengo que esforzarme por no
ceder yo mismo a esa tentación, difícilmente pueda cuidar a otra persona. La
situación planteada seria un ámbito de intervención para un at con capacitación
en tratamiento de las adicciones
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Tiene una ubicación privilegiada, cercana al paciente en su vida cotidiana.3 Pasa
largas horas con el paciente, conoce su casa, quizás lo vea dormir, quizás vele
su sueño. Han ido juntos a caminar, a bares, a boliches, a plazas. Tal vez hayan
transpirado la camiseta juntos jugando al fútbol. Ha sentido en su cuerpo el
impacto de una decisión familiar o de la irrupción de la urgencia por consumir
la droga. Pero el at no dirige el tratamiento sino que sigue consignas y se
subordina a la estrategia del terapeuta. Comunica lo que observa, lo que
escucha y su propio accionar. Confía lo que experimenta
contratransferencialmente aportando un material único para el tratamiento.
Además, y por definición, el at (aunque tenga formación como psicoterapeuta)
no debe utilizar herramientas de tipo interpretativo en su trabajo. Está allí para
operar en lo concreto, en lo cotidiano.
No nos parece que la idoneidad del at dependa de su forma de ser, como
insinuaba Kalina en los inicios al describir las características de personalidad de
aquellos que seleccionaba para sus equipos, demasiado cercanas a un ideal, al
héroe: un Súper at.4
La eficacia del trabajo del AT con estos pacientes tiene que ver con un saber
hacer en el que pueda distinguir la singularidad de cada sujeto mas allá del
diagnóstico común. La singularidad de los distintos dispositivos y momentos
del tratamiento. La adicción no es un tipo de personalidad ni una estructura;
puede haber adicción en sujetos neuróticos, en sujetos psicóticos, perversos,
psicópatas o borders... Asimismo la situación clínica es radicalmente diferente
durante la desintoxicación, la abstinencia temprana, la abstinencia sostenida o
en la recaída. En el reconocimiento de la especificidad del momento de nuestra
inclusión, de la singularidad de cada ser humano con quien trabajamos, de
nuestros límites y la necesidad de trabajar junto a otros, están las claves para la
adecuación de nuestra intervención. Muchas veces es necesario apelar a
distintos saberes y experiencias. Desde la coherencia de la formación teórico-
técnica de cada uno, el trabajo con adictos requiere no solo de la multidisciplina
sino de lo transteórico.
Aceptar que el recurso que mejor manejamos (la palabra) esta devaluado para
ese sujeto. Que va a haber acción. Y que tendremos que actuar para que no nos
haga actuar.
Cada vez que nos confiemos en nuestro pretendido saber, el adicto se encargará
de derrumbar ese castillo de naipes aún a costa de su propia salud.
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7
Transferencia, adicciones y acompañamiento terapéutico. La
demanda asordinada.5
Podríamos llenar páginas y páginas con las expresiones en tal sentido, vertidas
en el espacio de supervisión por distintos aa.tt. durante el trabajo con pacientes
adictos:
-- Siento que soy el espectador del espectáculo de la autodestrucción…
--Tenía terror de lo que (el paciente) pudiera hacer esa noche... si yo (el at) no
estaba ahí.
--¡Qué desesperación! Ella ahí adentro y yo sin poder entrar.... ¿estará viva?
--¡El equipo me va a matar! ¿Cómo se me pudo escapar?... ¿Qué hago? ¿Llamo a
la policía? ¿Llamo al psiquiatra? ¿Lo dejo? ¡¡Lo dejo!! (¿Quién deja a quién?)
-- Tenía ganas de agarrarlo del cuello, zamarrearlo y gritarle “¿No ves que te
estás matando?”
5
Basado en la presentación llevada a cabo en la Mesa Redonda “En el campo de la dependencia química”, en el
marco del 2do. Congreso Iberoamericano de Acompañamiento Terapéutico que tuvo lugar en la ciudad de Sao Paulo,
Brasil, el 7 de septiembre de 2006.
8
--Me conmueve la fragilidad que percibo detrás de esa apariencia de “no me
importa nada”
6
Posiblemente la vivencia contratransferencial sea similar en los distintos miembros del equipo. Lo que
difiere es lo que cada uno hace con eso. En el caso de los llamados operadores socioterapéuticos,
formados en el modelo de Comunidad Terapéutica para adictos, muchas veces ellos mismos son adictos
que han finalizado un tratamiento de CT, en algunos casos han recibido capacitación técnica en dicho
modelo y son autorizados por los mismos directivos de las instituciones a intervenir como terapeutas. La
lógica implícita y explícita es la homogeneidad del campo (los adictos son todos iguales) y la certeza de
un único camino en la recuperación (lo que es bueno para mi es bueno para todos).
9
paciente, la segregación y aislamiento del paciente como distinto y peligroso,
reproduciendo la lógica del “Ellos vs. Nosotros” y la sobreinvolucración por
identificación con aspectos del paciente, entre otros.
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Asimismo debemos decir que más que adicción tendríamos que hablar de
adicciones. Las adicciones son múltiples y muy diversas. Algunas de ellas
tienden a ser negadas socialmente y en los dispositivos de tratamiento. Algunos
ejemplos de adicciones habitualmente subregistradas, lo constituyen el
alcoholismo, la adicción a los psicofármacos, la adicción en la mujer y en los
profesionales de la salud. El estereotipo social del adicto es un adolescente que
consume drogas ilegales. El problema es que la oferta de tratamientos parece
responder más al estereotipo social o al mercado, que a la realidad
epidemiológica de nuestros países7.
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necesidad. Ya no se droga por placer sino para evitar el displacer de la
privación. Es por ello imprescindible que, como acompañantes, podamos
aceptar y atender los factores biológicos que operan en estas patologías
(neuroadaptación, craving, abstinencia), consecuencia de las modificaciones
operadas a nivel funcional en el sistema nervioso, por la presencia continua de
la droga. Comprender y aceptar la incidencia de la droga como operante y
modificadora a nivel neurofisiológico es un ingrediente necesario pero no
suficiente para el diseño y puesta en marcha de un dispositivo asistencial.
Necesitamos de la interdisciplina y de la diversidad de enfoques y funciones en
el abordaje terapéutico de estos pacientes. En la formación del acompañante
terapéutico dispuesto a trabajar con pacientes adictos es ineludible, asimismo,
conocer los aportes de autores como Le Poulichet (1987), López (2003),
Geberovich (1984), Sillitti, Sinatra, Tarrab, Mc Dougall, Washton, Marlatt y
tantos otros que desde distintas vertientes teóricas han hecho grandes
contribuciones para comprender el fenómeno de las adicciones y su tratamiento
posible. No todo se explica por los efectos de la droga y, al mismo tiempo, no es
sin tener en cuenta los efectos de la droga en ese organismo y en ese sujeto, que
podremos entender algo de los circuitos de goce y de la problemática de este
paciente. En última instancia, el trabajo terapéutico debería apuntar a que el
paciente pueda asumir la responsabilidad subjetiva de sus actos.
En un trabajo presentado hace unos años, Federico Manson (2006) plantea cinco
posiciones que el at debe sostener trabajando con pacientes toxicómanos:
Ni vigilante, ni cómplice, ni testigo, ni caritativo, debe contribuir a sostener una
legalidad que lo trascienda.
Con las cuales coincidimos en términos generales, pero que, en este momento,
quisiéramos detenernos en la particularidad de su formulación: las cuatro
primeras están planteadas en términos negativos, como resistiéndose a una
tentación. Lo cual da cuenta, a nuestro entender, de la poderosa inducción a la
actuación que los adictos generan sobre los acompañantes.
Estos pacientes caminan al borde de la cornisa como si no pasara nada, como si
nada pudiera pasarles, generando un dramático llamado al Otro para que actúe
y aparezca completo, sin fallas y con diversos ropajes imaginarios: el
Perseguidor, el Salvador, el Cagador, el Gozador.
Una mecánica de repetición infinita. Un péndulo que va y viene, va y viene,
viene y va, del lugar del despojo recogido por el Otro al otro extremo del
drogón, loco, gozante de la breve omnipotencia en la que ese Otro queda
burlado, engañado, jodido. Extremos breves del vaivén, puntos de detención y
de tensión extremas. El instante del no movimiento. Estasis y éxtasis. El mundo
se para cuando me drogo. El mundo se frena cuando me hacen cagar. Pero el
vaivén no se detiene. Va y viene, va y vuelve. Y en esa ida y vuelta pendular
pasa por la línea de cocaína, la inyección, las pastillas... Movimiento pendular al
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cual nos habituamos, como pasa con el tic-tac del reloj, hasta que dejamos de
escucharlo.
Más arriba evocábamos la escena de la Odisea en la que Ulises debe atar a tres
de sus hombres que habían quedado extasiados en el país de los lotófagos y
arrastrarlos a los barcos haciendo oídos sordos a sus ruegos y lamentos.
Traíamos esa escena como metáfora de situaciones de acompañamiento
terapéutico con adictos en las que el at debe afirmarse en su convicción, en la
estrategia terapéutica, en el encuadre para sostenerse y sostener a su paciente:
“algo del orden de un cuidar que implica ser capaz de soportar la negativa del paciente,
resistir la tentación de dejarse llevar y sostener un lugar y un hacer que apuesta a un
cambio aparentemente imposible”.
Ahora quisiéramos enfatizar la noción de abstinencia.
Pero no la de abstinencia de sustancias, la cual puede ser necesaria en el
tratamiento pero no forzosa ni forzada.
Más bien diremos que la abstinencia forzosa está del lado del at, esa que tiene
que ver con los “ni” de los que habla Manson.
Abstinencia de aceptar esos lugares complementarios en la escena propuesta
por el adicto. Resistencia a dejarse llevar a esos lugares que atraen con fuerza.
Como ante el vórtice de un remolino, el at se siente arrastrado a ocuparlos,
justificándose desde el “sentido común” y las vivencias transferenciales:
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“Si alguien me preguntara, como se define una personalidad adictiva, pero sin términos
técnicos, le diría, el adicto es un tramposo, alguien que vive haciendo trampa, pero no
para dañar a los otros; es una trampa en la cual él mismo está incluido como
protagonista, como engañado.... En general, culturalmente se los asocia con gente muy
revolucionaria, muy libre pero curiosamente la palabra adicto quiere decir esclavo,
porque genera con la sustancia, una dependencia parecida al estado de desvalimiento,
similar a la indefensión de un bebé. No pueden sin, tampoco pueden con, entonces
quedan aprisionados y esclavos de ese encierro.”
Es esa dinámica de la relación con los otros a la que nos referíamos más arriba,
un juego de perseguidor y perseguido, de burlador burlado en la que se le va la
vida. Esta dinámica vincular ubica al acompañante, especialmente en los inicios
del acompañamiento, en una situación particularmente difícil de resolver.
Muchas veces se encuentra con el espacio vacante, como un lugar preasignado
por el paciente que suele coincidir con alguna de las alternativas planteadas por
Manson. Es obvio que esto tiene que ver con aspectos transferenciales que,
como tales, están presentes en toda relación. La particularidad en las adicciones
es el modo en el que esto se plantea: más que formulado al modo de pregunta
acerca de qué puede querer de mi ese otro que se acerca como acompañante, lo
que el paciente da a entender son algunas coordenadas, rara vez puestas en
palabras, de que el acompañante es de determinada manera (lo que el paciente
le atribuye), que él (el paciente) ya lo sabe y que, por lo tanto no es necesario
hablar de ello. Ante lo cual el acompañante queda en una posición bastante
incómoda, sintiéndose forzado a ocupar un lugar que no eligió o a aclarar algo
por lo cual el paciente no le pide explicaciones. Lo que queremos expresar es
que no es algo del orden del malentendido o de la decepción: el paciente parece
no esperar de, ni demandar nada al acompañante: él sabe que el acompañante
viene a controlarlo, no necesita pruebas ni aclaraciones al respecto. Esta certeza
no es del mismo orden que la que se presenta en la paranoia, ni genera las
mismas reacciones que en ese caso. Es una certeza acerca de los otros que se
oponen a su goce y el acompañante no está exento de quedar ubicado en esa
categoría a priori y “hasta que se demuestre lo contrario”. Y eso –que se demuestre
que el at no viene a controlarlo y es alguien en quien el paciente puede confiar--
es lo que sucede cuando el acompañante logra “sobrevivir” a los primeros
encuentros, los cuales pueden definirse como verdaderas pruebas a superar.
Roberto experimentado at, es convocado por el equipo de una comunidad terapéutica
para acompañar a Leandro, un paciente de 17 años que asiste al tratamiento
ambulatorio por su consumo problemático de marihuana y cocaína. El equipo está
preocupado por las conductas de riesgo en las que incurre, con severas intoxicaciones
durante las cuales desaparece de su casa durante varios días y en las que ha tenido
algunos accidentes. Han pensado en indicar la internación por algunos días pero optan
por incorporar un at. En la entrevista de presentación Leandro se muestra de lo más
amable y dispuesto a ser acompañado por Roberto, quien es presentado también a la
familia de Leandro. Ese mismo día (viernes) tiene lugar la primer salida juntos (hasta
ese momento Leandro solo podía salir acompañado de sus padres, por indicación del
tratamiento). Toman un ómnibus hasta el centro de la ciudad y comienzan a caminar
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por la peatonal, llena de gente a esa hora. Leandro señala algo en una vidriera, el at mira
en esa dirección y hace un comentario, cuando gira para seguir la conversación Leandro
ya no está allí. Simplemente desapareció. Roberto mira para todos lados, angustiado,
comienza a correr de un lado a otro, pide ayuda a un policía que pasaba por allí… todo
es en vano. Abrumado y decepcionado llama al equipo e informa lo sucedido. El
terapeuta intenta tranquilizarlo y da aviso a la familia.
Los días transcurren sin tener noticias de Leandro. Roberto se siente culpable y
angustiado.
El martes recibe un llamado del terapeuta informándole que Leandro había vuelto a su
casa el día anterior, en buen estado de salud, excepto por las consecuencias de haber
consumido durante el fin de semana: estuvo todo el fin de semana en el Cosquin Rock,
había planificado la “escapada” desde que el equipo y sus padres le prohibieron asistir y
el “no se lo iba a perder”, que le mandaba saludos y le pedía disculpas pero no había
tenido otra opción…
En esta viñeta podemos ver una situación en la que el at es engañado en su
buena fe, por suponer cierta franqueza en el paciente, hasta que se revela la
trampa. Retrospectivamente podemos señalar que el at estaba para eso, para
que sucediera lo que sucedió (pero él no lo sabía y de ahí la angustia en el at).
Esa escena que muestra el accionar, las intenciones, el deseo y el modo de
vincularse del paciente, requería del at (parte del equipo, pero en la calle con el
paciente) para jugarse. De ahí que no debamos calificar de fracaso la
participación de ese acompañante con ese paciente. Al contrario, contribuyó a
que algo se muestre del paciente. Algo que el paciente no diría con palabras y
que se cuida de mostrar en el setting institucional. Claro que para que esta
mostración no sea una más en una serie inacabada, que conlleva los riesgos
permanentes para la vida del paciente, tendrá que haber del lado del equipo
alguien que pueda interpretar los actings de manera adecuada.
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otra vez al centro de la escena que lo remite inevitablemente a la búsqueda del “objeto
droga” y a los efectos de goce que produce en él.”8
La inmersión del acompañante en el medio familiar lo hace testigo directo de
interacciones, mensajes, descalificaciones, modos vinculares, que constituyen la
vida cotidiana de esa familia y ese paciente. Como agente externo de ese
sistema familiar su presencia es amenazante, inquietante. Su mera presencia
genera incomodidad. Decíamos más arriba que el at juega siempre de visitante.
Siguiendo con esa idea, pensemos ahora lo que sucede en nuestras casas cuando
recibimos visitas. Utilizamos otros lugares, preparamos la casa, ordenamos,
escondemos lo que nos parece feo… Hay “cosas que no se dicen” delante de las
visitas… Al fin y al cabo las visitas vienen por un rato y después se van…
He aquí un visitante que vino para quedarse… y aquí también podemos
recordar lo que nos sucede cuando las visitas se quedan más tiempo del que
esperábamos o quisiéramos…
Aclaremos que la incomodidad es tanto para la familia (que no puede seguir
mostrando “su mejor cara”) como para el at, enfrentado a episodios que lo
sorprenden, testigo directo de los modos vinculares que sostienen la
enfermedad y que a él (como elemento externo al sistema) le resultan tan
chocantes como sencillos de identificar y eventualmente cambiar. No siempre el
at puede darse cuenta que lo que a él le resulta obvio puede resultar invisible
(por habitual) e impensable su modificación para los integrantes de la familia.
Estas circunstancias y la dificultad de su manejo, en ocasiones conducen a la
siguiente complicación:
8
Entrecomillados y resaltados del autor citado.
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durante el embarazo. Todo esto se trabajaba luego en las reuniones de equipo. Pero luego
la at dejó de asistir a las reuniones y no respondía los llamados del equipo. Cuando
regresó, al cabo de dos semanas, contó que en un encuentro tres semanas atrás Josefina
le había contado que se había estado drogando en una de las salidas a verlo al novio y
que estaba aterrada de lo que su mamá podía hacer si se enteraba. La at no supo que
hacer con esa información (y con la angustia), sintiendo que si contaba el secreto de
Josefina, traicionaba su confianza y al mismo tiempo, sabiendo que esto debía conocerse
en el equipo. Identificada con Josefina desapareció por dos semanas. Cuando volvió al
equipo, trayendo sus informes prolijamente redactados donde constaba la recaída de la
paciente, Josefina ya había abandonado el tratamiento.
La angustia en el acompañante.
Nos referimos a las vivencias contratransferenciales que mencionamos más
arriba. La del espectador que mira al sonámbulo que camina por la cornisa.
Angustia de la que el paciente se desentiende y que es absorbida por el at sin
saber qué hacer con ella. Especialmente porque en muchas ocasiones se trata de
una angustia no percibida por el paciente quien se ha acostumbrado a mediar y
remediar sus sentimientos a través del uso de sustancias que alteran el estado
de ánimo. Otras veces la angustia es percibida, pero su irrupción dolorosa se
encuentra con una carencia para ser simbolizada y, por lo tanto, es rechazada.9
En otras ocasiones el paciente registra la angustia, intenta hacer algo con ella en
el sentido de convertirla en un sufrimiento simbolizable (Kovadloff, 2002), pero
recibe de su medio familiar mensajes descalificadores o denegatorios que lo
hacen desistir de su intento. En cada una de esas situaciones es posible que el at
sienta un monto de angustia o ansiedad desbordantes, al mismo tiempo que la
dificultad para remitir esa angustia a vivencias concretas o circunstancias que la
expliquen, o explicaciones que permitan entenderla. Es entonces cuando se
presenta la disyuntiva entre decir y hacer, como una disociación operante en
sus decisiones, como una falsa opción. Es indispensable que el acompañante
hable, diga, en los espacios dispuestos a tal fin. Con el paciente será una palabra
que contenga sin negar, que contribuya a posponer la acción y tolerar la espera
y el paso por la angustia; paso necesario en la recuperación. Con el equipo no
callar informaciones por irrelevantes que le parezcan o aún sintiendo el temor
de haberse equivocado y que esto se sepa. En su análisis para deslindar su
transferencia y poder desenredarse de esa trama. En la supervisión para
explorar alternativas a sus intervenciones.
9
Al respecto, ver los desarrollos de Le Poulichet respecto del pharmakón y los mecanismos psíquicos
propuestos por esta autora como principios operantes en las adicciones.
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ante un sujeto que goza a través de un objeto que lo calma y lo destruye, que le
permiten cortocircuitar el paso por lo simbólico y, por lo tanto, negar la
castración. La palabra es inconsistente para el adicto, no vale nada, esta
impregnada de falsedad. La palabra empeñada va y viene como esos objetos
familiares que, típicamente, el adicto sustrae para empeñar y así conseguirse el
dinero para la droga... y luego roba para des-empeñar y jura nunca haberlos
tocado. Para el la palabra no vale, ni al decirla ni al escucharla. Al menos en
esos periodos de puro goce que van del “agite” a la búsqueda de droga, de la
búsqueda al conseguir, del conseguir al drogarse, al éxtasis, al bajón y del bajón
al dormir. Pura urgencia corporal, sensorial y motora donde las emociones, los
sentimientos, los recuerdos, la historia se desarticulan del entramado simbólico
para flotar en un éxtasis de pura sensación oceánica, sin tiempo y sin
diferencias... Abolición temporaria de las diferencias inherentes al registro
simbólico. Apoyo en una consistencia imaginaria en la que surge y se refuerza
el “somos todos iguales”. ¿Iguales a qué? Iguales entre nosotros. Del mismo palo.
Distintos de los “caretas”. Artilugio que se sostiene durante un tiempo, como
armazón que defiende del vacío existencial. Consistencia armada y reforzada en
cada uno de los términos de la frase: Somos (negación del vacío) - Todos
(negación de la singularidad y de la incompletud) - Iguales (negación de las
diferencias).
10
Para un enfoque interesante de los tiempos en el proceso de recuperación del adicto, puede consultarse
los desarrollos (desde el marco conceptual del cognitivismo) de las etapas del cambio de Prochaska y
di Clemente y las técnicas de Entrevista Motivacional de Millner
18
Dispositivos de AT en el tratamiento psicoanalítico de las adicciones11
11
Basado en los trabajos presentados en el 5º Congreso Internacional de Acompañamiento Terapéutico,
Querétaro, México, Octubre de 2010 y en el 7° Congreso Argentino de Acompañamiento Terapéutico,
Mar del Plata, Argentina, Noviembre de 2010
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sustancial que lo explica todo sin explicar nada y condensa en esa acción de la
ingesta todo intento de despliegue de una conflictiva intrapsíquica y vincular.
Lo opaco y lo engañoso operan de un modo que niega la complejidad de la
problemática.
Curiosamente el tratamiento mediático de la problemática de las drogas y las
adicciones, no es muy distinto de lo que se escucha en los consultorios, al
menos en sus formulaciones iniciales: afirmaciones taxativas y terminantes
respecto de lo que debería hacerse, de las causas, los motivos y los
procedimientos necesarios para terminar con el así llamado “flagelo” de la
droga.
Por ejemplo: se silencia el lugar de la droga en la economía.
En el plano del sujeto, en la consulta, se silencia el lugar de la droga en la
economía pulsional.
En el ámbito familiar, se silencia la función de la droga (y del llamado adicto) en
la economía vincular de la familia.
En el ámbito social, se silencia el peso, el lugar y la función del mercado de la
droga en la economía del mercado mundial.
¿Qué pasaría con la economía si de un día para otro la droga desapareciera?
No son raros los estudios económicos acerca de los costos asociados a las
enfermedades. Entre ellas las adicciones. Cálculos y proyecciones que
computan costos de accidentes, daños económicos, pérdidas, gastos en servicios
de salud y rehabilitación… todos concluyen en lo rentable que es invertir en
tratamiento y prevención. Sin embargo, no accedemos a estudios que ponderen
lo que sucedería si, de un día para otro, desapareciera el mercado de las drogas.
Recientemente se publicó en Addiction, basado en información del UNODC, una
noticia que estimaba que el negocio de las drogas ilegales implica un
movimiento anual de 1,6 billones de dolares, es decir el equivalente al 2.7% del
producto bruto interno mundial12. Supongamos que de un día para el otro ese
circuito desaparece: no cuesta mucho imaginar una crisis financiera de tal
magnitud que haría tambalear probablemente a todo el sistema económico
global.
La legalización del uso y comercialización de sustancias psicoactivas no
parecería tanto una solución – no creo que la haya – al llamado “problema de
las drogas” sino mas bien un sinceramiento de una dinámica económico-social
propia del sistema imperante y del cual la droga es al mismo tiempo síntoma y
paradigma. Probablemente la legalización atenuaría los “efectos secundarios”
que hoy observamos en términos de criminalidad, cartelización, corrupción
entre otros.
Insisto, no creo que haya solución porque el lugar de las drogas en nuestras
sociedades excede su ubicación como “problema”, no estamos hablando de un
cuerpo extraño que podría/debería ser removido. Las drogas y el uso de drogas
muestran mejor que cualquier otra cosa aquello de lo cual forman parte: lo real
12
Addiction, 107, 456–458 (2012)
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de los modos de satisfacción y de las dinámicas vinculares inherentes al sistema
económico social imperante en nuestras sociedades.
Permítanme hacer un pequeño desvío para comentar el análisis que hace Slavoj
Žižek del fenómeno de las fotografías de marines estadounidenses en la cárcel
de Abu Ghraib quienes, en el año 2003, se retrataron sonrientes junto a
prisioneros maniatados, vendados en sus ojos, a los cuales habían torturado
previamente (Žižek S, 2009) pp. 204-209). Los marines, además, publicaron esas
fotografías en las redes sociales de Internet; al comentarlo, Žižek va más allá del
escándalo suscitado o de la burda y previsible explicación de las autoridades
norteamericanas nominando dichas acciones como excepciones. Por el
contrario, afirma que dicho fenómeno muestra algo de lo real de la violencia
inherente al sistema capitalista norteamericano. Relacionándolo con los ritos de
iniciación para el ingreso a sociedades cerradas, tan comunes en EE.UU., Žižek
afirma:
13
Evocando la película Algunos hombres buenos, Žižek menciona la referencia al “código
rojo”… una regla no escrita de la comunidad militar que autoriza una paliza clandestina
nocturna de un compañero que haya transgredido las normas éticas de los marines”(…) “a
diferencia de la ley escrita y explicita, este código obsceno del superyó es oral. Mientras que la
ley explicita esta sostenida por el padre muerto en cuanto autoridad simbólica, el código no
escrito se sostiene gracias al suplemento espectral del nombre del padre, el obsceno espectro
del “padre primordial” freudiano.
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Entre otros motivos por la intensidad y las características de las vivencias
contratransferenciales que se presentan frecuentemente y por la inducción a la
acción de la que es objeto el at.
Si se pretende que un dispositivo asistencial con acompañamiento terapéutico
opere adecuadamente es necesario, en primer lugar, que el analista o terapeuta
sostenga con claridad el lugar del at desde la indicación y desde la
disponibilidad para escuchar al at ante las frecuentes descalificaciones de las
que es objeto por parte de la familia del paciente. Lo cual tampoco es tarea
sencilla para el analista o terapeuta, quien debe disponer de un tiempo
adicional para escuchar al acompañante, reunirse con él, leer sus informes: eso
lleva tiempo y dedicación.
¿Qué le aporta al analista la inclusión de un at?
En primer lugar la tranquilidad de que hay alguien más que verá al paciente
desde la última sesión y antes de la próxima. En segundo lugar, el acceso a
información calificada del día a día de la vida del paciente, de su dinámica
familiar. El at ofrece contención por la presencia efectiva de un representante
del tratamiento en la vida cotidiana del paciente: el paciente puede esperar
porque sabe que el acompañante vendrá a verlo. Asimismo, posibilita que se
lleven a cabo actividades que de otra manera nunca se realizarían ya sea por
inercia del paciente o por boicot familiar.
Por último pero no menos importante, no son pocas las veces en que el
acompañamiento terapéutico sostiene el lugar del analista y la continuidad del
tratamiento. Ante ausencias del analista, vacilaciones de la transferencia,
ataques al encuadre por parte del paciente o de la familia.
Esto es importante de la noción de dispositivo: las jerarquías formales del
equipo no implican, más allá de los roles diferenciados, relaciones
unidireccionales jerarquizadas sino una multiplicidad de lugares, funciones e
intervenciones posibles que contribuyen a sostener la red terapéutica disponible
para el paciente.
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Esto es crucial en relación al tratamiento psicoanalítico de personas aquejadas
de una adicción. Allí donde la respuesta demandada suele ser la urgente
exigencia de que un cambio se produzca.
El psicoanálisis tuvo que cambiar para tratar adictos. Tuvo que cambiar para
tratar aquello que en algún momento fue tildado de inanalizable.
Si esperamos un sujeto que se pregunte por su síntoma y le suponga un saber al
analista que se articule en una demanda de análisis… podemos esperar
sentados. Si hablamos de adicciones, más que preguntas acerca del sentido del
síntoma, encontramos certeza. Certeza de la droga. Del efecto de la droga. De la
necesidad de consumirla.
Cuando Ulises (en la escena que evocábamos más arriba) busca a sus hombres y
los arranca de ese lugar (comparable al de la droga) aún contra la voluntad de
sus amigos, Ulises actúa, pero es un acto calculado. Produce un corte. Él conocía
a sus hombres y sabía que de alguna manera esos no eran ellos, que estaban
encantados. Eso le incumbe al at que trabaja con adictos. No en el sentido de
rescatar al adicto de la droga, posición peligrosa y que fácilmente puede
conducir al fanatismo rehabilitador (un nuevo amo o un profesor). Por el
contrario, enmarcado en la estrategia terapéutica planteada por el analista,
intentará generar algún corte con la situación de encantamiento de la droga.
Quienes trabajan con adictos conocen la ambivalencia de la relación del sujeto
con su droga: el adicto ama y odia a su droga. La ama con locura cuando la
busca desesperadamente, cuando nada más importa. La odia cuando es
consciente de su propia esclavitud, de su dependencia. Son momentos de crisis.
A veces un instante, a veces días enteros.
El at con experiencia y capacitación en el tratamiento de adictos podrá leer esas
crisis y actuar subrayando, acentuando, aquello que emerge como un
cuestionamiento del ciclo repetitivo de la necesidad/satisfacción/goce con la
droga. Recordando situaciones pasadas. Trayendo al Dr. Jekill cuando aparece
Mr. Hyde… Recordando a Hyde cuando Jekill se siente seguro de su
autocontrol.
Pero esto dependerá del dispositivo operando allí. De la articulación dialéctica
y dialógica de las distintas instancias del dispositivo: lugar del analista,
indicación del AT, el lugar del coordinador del AT, la experiencia del at como
analizante, las reuniones de equipo, la escritura de informes, la comunicación
continua.
Todo aquello que debe articularse en un dispositivo de AT
Lo vincular, lo cotidiano y el trabajo en equipo constituyen elementos
definitorios de este campo. Lo vincular, en tanto es solo en el vinculo y por el
vinculo que nuestras intervenciones podrán ser efectivas. Lo cotidiano es el
ámbito de nuestro trabajo. Allí, el at se inserta al modo de una cuña en lo
alienante de lo social y de la familia. Resaltemos ahora lo fundamental del
trabajo en equipo, que implica la renuncia a la omnipotencia imaginaria del
profesional solitario: Allí donde se multiplican las miradas, las escuchas y las
situaciones en las que el tratamiento está presente para el paciente.
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De allí que el dispositivo necesita de la reunión. Re-unión de equipo. De lo
disperso, de lo fragmentario, de lo parcial. No para lograr una nueva
totalización o unificación, sino para intentar el armado de un mosaico que a
partir de la diversidad y la diferencia de las miradas y las escuchas de los
miembros del equipo pueda apostar y sostener la emergencia de un lugar
subjetivo para el paciente en su cotidianeidad.
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