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ANÁLISIS DEL CUENTO LAS FOTOGRAFÍAS DE SILVINA OCAMPO

«Las fotografías» es un cuento breve de la escritora argentina Silvina Ocampo, recogido


en su libro La furia y otros cuentos publicado en 1959.

La acción se desarrolla en un espacio de tiempo corto, lo que dura la celebración del


cumpleaños de Adriana, una chica de quince años que no puede moverse a causa de una
parálisis. La fiesta se organiza alrededor de las siete fotografías que la joven se hace con
los invitados, contadas al lector por uno de ellos. Al final del relato, Adriana muere
sofocada por el calor y el agotamiento, olvidada por su familia y el resto de los asistentes.

Ocampo elige un narrador-testigo en primera persona del singular para contar esta
historia. Esto hace que el personaje central, Adriana, se desdibuje completamente, ya que
como lectores solo percibimos aquello que la narradora quiere que veamos, hecho
intencional de la autora para el propósito del relato. Por otro lado, diciendo «narradora»
hemos asumido el género aunque se trata de un narrador anónimo y no hay ninguna marca
que lo indique. Sin embargo, por algunos detalles que deja ver la autora, podemos aceptar
que se trata de una vieja amiga de Adriana, por ejemplo, por la descripción minuciosa que
hace de la vestimenta de Adriana:

Tenía una falda muy amplia, de organdí blanco, con un viso almidonado, cuya
puntilla se asomaba al menor movimiento, una vincha de metal plegadizo, con
flores blancas, en el pelo, unos botines ortopédicos de cuero y un abanico rosado
en la mano.

La forma en la que se fija en el exnovio de Adriana (“Estaban Luqui, el Enanito y el


chiquilín que fue novio de Adriana, y que ya no le hablaba”); la rivalidad nunca aclarada
con Humberta, a la que llama “La desgraciada de Humberta”, o la repetición de ese “rubio
que nadie me presentó”. Parece que la autora quiere que creamos que se trata de una
mujer.

La escenificación y la descripción del lugar son sumamente importantes pues aportan


mucha información relevante para entender la clase de familia con la que tratamos y el
porqué de sus acciones. Es claro que la familia pertenece a una clase social baja. Primero,
por las formas de tratamiento que se usan, por ejemplo, anteponiendo el artículo al
nombre o los curiosos apodos (“la Clara, Rossi, el Cordero, Perfecto y Juan, Albina
Renato, María la de los anteojos, el Bodoque Acevedo, […] la desgraciada de Humberta”)
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propios de un lenguaje coloquial. Por otro lado, la atención que se pone hacia la mesa
montada solo indica la necesidad de la familia de ocultar su miseria:

Los sándwiches de verdura y de jamón y las tortas muy bien elaboradas,


despertaron mi apetito. Media docena de botellas de sidra, con sus vasos
correspondientes, brillaban sobre la mesa. Se me hacía agua la boca. Un florero
con gladiolos naranjados y otro con claveles blancos, adornaban las cabeceras.
Esperábamos la llegada de Spirito, el fotógrafo: no teníamos que sentarnos a la
mesa ni destapar las botellas de sidra, ni tocar las tortas, hasta que él llegara.

Primero, tenemos dos menciones de la narradora a su hambre voraz, un hecho


curioso; segundo, el hecho de que no se pueda tocar la comida ni la bebida hasta que
llegue el fotógrafo, la única persona externa de toda la narración, que no conoce la
verdadera situación de la familia, y por tanto deben esmerarse en ocultarla. Además, la
abundancia debe quedar registrada en las fotografías, ya que lo que importa es el retrato,
no la realidad. El que se trate de una familia de clase baja es esencial para entender la
obsesión casi enfermiza por captar con tanto esmero la «felicidad» del momento.

Gracias a estas descripciones tenemos el primer apunte al tema del cuento: la


hipocresía social y la necesidad de preservar las apariencias conllevan un egoísmo
desmedido que acaba en crueldad hacia los demás. La celebración no es más que una
demostración de estatus falso y autoafirmación de una felicidad irreal.

La autora refuerza este tema con el uso de las fotografías que son las que mueven la
acción del relato. Las fotografías son aquí el elemento perfecto para representar el tema
del relato: el cuento de Ocampo en sí mismo lo que hace es preparar una escena, desde el
ambiente hasta la vestimenta de Adriana o la colocación de los invitados. Es la mejor
forma de mostrar las ganas de enseñar y guardar momentos que pueden no repetirse.
Roland Barthes en su libro La cámara lúcida relacionó el amor y la muerte con las
fotografías:

Diríase que la Fotografía lleva siempre su referente consigo, estando marcados


ambos por la misma inmovilidad amorosa o fúnebre, en el seno mismo del mundo
en movimiento: están pegados el uno al otro, miembro a miembro, como el
condenado encadenado a un cadáver en ciertos suplicios (Barthes, 1984: 33).

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Las fotografías, a la vez que guarda recuerdos (amor) traen de vuelta aquello que ya
no está, algo pasado, que ya no existe (muerte). Las imágenes en «Las fotografías»
muestran los últimos momentos de la vida de Adriana paradójicamente el día de su
cumpleaños, por lo que el uso de ellas se convierte en otro elemento fatídico que nos
prepara para el desenlace de la historia.

Esa terrible paradoja queda perfectamente representada en el tono del relato, que
produce sorpresa e indignación a partes iguales. Silvina Ocampo utiliza la ironía cruel de
una manera sublime y bastante sutil, como es la violencia que se ejerce sobre Adriana.
No es necesario narrar abusos físicos explícitos para saber que Adriana es una víctima de
una violencia cruel e injustificada. Comentarios como “nos entretuvimos contando
cuentos de accidentes más o menos fatales. Algunos de los accidentados habían quedado
sin brazos, otros sin manos, otros sin orejas” delante de una niña de quince años que ha
quedado paralítica por un accidente, es violencia; el hecho de que la narradora se de
cuenta del sufrimiento de Adriana (“Adriana se quejaba”; “Adriana sudaba y hacía
muecas”) pero se preocupe más por el fotógrafo (“Adriana hizo una mueca de dolor y el
pobre Spirito tuvo que fotografiarla de nuevo”) es otro reflejo más de la indiferencia hacia
ella. El resto de los invitados actúan con esa misma indiferencia llegando a pedir a una
niña paralítica que se ponga de pie para una fotografía.

Fotografía tras fotografía se expone la insistencia por ocultar el estado de la joven, al


igual que decorando una mesa, «decorar» a Adriana refleja el intento de aparentar
bienestar de una familia más preocupada por el resto que por una niña paralítica. La forma
en la que mueven, tocan y maquillan a Adriana como si fuera una muñeca inerte provoca
asfixia en el lector, que observa con impunidad el horrible trato hacia la joven (“Le
arreglaban el pelo, le cubrían los pies, le agregaban almohadones, le colocaban flores y
abanicos, le levantaban la cabeza, le abotonaban el cuello, le ponían polvos, le pintaban
los labios”). El uso de la ironía alcanza su punto álgido cuando la tía de Adriana se
enorgullece de haberse desvivido por ella mientras ignora el sufrimiento y las quejas de
la chica.

El final del relato nos es contado desde el principio. La fatalidad en la narración se


percibe ya en las primeras líneas, cuando la narradora saluda a Adriana: “Aquella
vocación por la desdicha que yo había descubierto en ella mucho antes del accidente, no
se notaba en su rostro”, algo que causa desconcierto en los lectores. Las fotografías son
un elemento más de fatalidad, como ya hemos comentado. Pero además, poco antes del
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final, la narradora evita que la desgraciada de Humberta aparezca en la fotografía y dice
“Si no hubiera sido por esa desgraciada la catástrofe no habría sucedido”. Esta
declaración, además de premonitoria, continúa ese tono tan característico del texto, donde
la voz narradora prefiere poner el foco en cualquier cosa que no sea el maltrato hacia
Adriana.

Y al final, una vez las fotografías están terminadas, los invitados pueden disfrutar del
festín. Tal es el disfrute que nadie se da cuenta que Adriana yace muerta frente a ellos.
La descripción de su muerte resulta terrorífica: la forma en la que la describen (“La cabeza
colgaba de su cuello como un melón”); cuando Humberta se acerca y certifica su muerte,
lo único que hace la narradora es culparla a ella por darse cuenta:

La desgraciada de Humberta, esa aguafiestas, la zarandeó de un brazo y le


gritó:
—Estás helada.
Ese pájaro de mal agüero, dijo:
—Está muerta

La última mirada a la fiesta retrata a la perfección el resto del relato: unos invitados
bromeando sobre su muerte, otros guardándose la comida, y la narradora, por última vez,
decide poner el foco en Humberta. Estos hechos hacen pensar que la muerte de Adriana
no ha supuesto ningún cambio significativo en los personajes: probablemente, los
familiares de Adriana guardarán las fotografías recordando lo feliz que fue su hija en su
último cumpleaños.

Silvina Ocampo no necesita contar el principio ni el final de la historia de Adriana


para que sepamos qué ha ocurrido: el pasado de Adriana no es importante porque el foco
está en la crueldad de sus allegados, sin importar cómo era ella antes de su accidente; esta
crueldad hace al lector imaginarse qué ocurrirá después de su muerte, y cómo ninguno de
los presentes asumirá ningún tipo de responsabilidad por lo ocurrido, achacándolo a su
parálisis y manteniendo el recuerdo feliz de sus queridas fotografías.

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Bibliografía

Barthes, R. (1984). La cámara lúcida. Paidós.

Ocampo, S. (1959). La furia y otros cuentos. Editorial Sur.

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