Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ocampo elige un narrador-testigo en primera persona del singular para contar esta
historia. Esto hace que el personaje central, Adriana, se desdibuje completamente, ya que
como lectores solo percibimos aquello que la narradora quiere que veamos, hecho
intencional de la autora para el propósito del relato. Por otro lado, diciendo «narradora»
hemos asumido el género aunque se trata de un narrador anónimo y no hay ninguna marca
que lo indique. Sin embargo, por algunos detalles que deja ver la autora, podemos aceptar
que se trata de una vieja amiga de Adriana, por ejemplo, por la descripción minuciosa que
hace de la vestimenta de Adriana:
Tenía una falda muy amplia, de organdí blanco, con un viso almidonado, cuya
puntilla se asomaba al menor movimiento, una vincha de metal plegadizo, con
flores blancas, en el pelo, unos botines ortopédicos de cuero y un abanico rosado
en la mano.
La autora refuerza este tema con el uso de las fotografías que son las que mueven la
acción del relato. Las fotografías son aquí el elemento perfecto para representar el tema
del relato: el cuento de Ocampo en sí mismo lo que hace es preparar una escena, desde el
ambiente hasta la vestimenta de Adriana o la colocación de los invitados. Es la mejor
forma de mostrar las ganas de enseñar y guardar momentos que pueden no repetirse.
Roland Barthes en su libro La cámara lúcida relacionó el amor y la muerte con las
fotografías:
2
Las fotografías, a la vez que guarda recuerdos (amor) traen de vuelta aquello que ya
no está, algo pasado, que ya no existe (muerte). Las imágenes en «Las fotografías»
muestran los últimos momentos de la vida de Adriana paradójicamente el día de su
cumpleaños, por lo que el uso de ellas se convierte en otro elemento fatídico que nos
prepara para el desenlace de la historia.
Esa terrible paradoja queda perfectamente representada en el tono del relato, que
produce sorpresa e indignación a partes iguales. Silvina Ocampo utiliza la ironía cruel de
una manera sublime y bastante sutil, como es la violencia que se ejerce sobre Adriana.
No es necesario narrar abusos físicos explícitos para saber que Adriana es una víctima de
una violencia cruel e injustificada. Comentarios como “nos entretuvimos contando
cuentos de accidentes más o menos fatales. Algunos de los accidentados habían quedado
sin brazos, otros sin manos, otros sin orejas” delante de una niña de quince años que ha
quedado paralítica por un accidente, es violencia; el hecho de que la narradora se de
cuenta del sufrimiento de Adriana (“Adriana se quejaba”; “Adriana sudaba y hacía
muecas”) pero se preocupe más por el fotógrafo (“Adriana hizo una mueca de dolor y el
pobre Spirito tuvo que fotografiarla de nuevo”) es otro reflejo más de la indiferencia hacia
ella. El resto de los invitados actúan con esa misma indiferencia llegando a pedir a una
niña paralítica que se ponga de pie para una fotografía.
Y al final, una vez las fotografías están terminadas, los invitados pueden disfrutar del
festín. Tal es el disfrute que nadie se da cuenta que Adriana yace muerta frente a ellos.
La descripción de su muerte resulta terrorífica: la forma en la que la describen (“La cabeza
colgaba de su cuello como un melón”); cuando Humberta se acerca y certifica su muerte,
lo único que hace la narradora es culparla a ella por darse cuenta:
La última mirada a la fiesta retrata a la perfección el resto del relato: unos invitados
bromeando sobre su muerte, otros guardándose la comida, y la narradora, por última vez,
decide poner el foco en Humberta. Estos hechos hacen pensar que la muerte de Adriana
no ha supuesto ningún cambio significativo en los personajes: probablemente, los
familiares de Adriana guardarán las fotografías recordando lo feliz que fue su hija en su
último cumpleaños.
4
Bibliografía