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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA

FACULTAD DE TEOLOGÍA
HISTORIA DE LA IGLESIA MEDIEVAL

APUNTES PARA LA ESTUDIO PERSONAL III


LA IGLESIA EN TIEMPOS DEL PAPADO EN AVIÑÓN (1305-1375)

Profesor: Dr. Federico Tavelli

1. Siete papas franceses residen en la ciudad de Aviñón (1309-1375)

Durante este periodo siete papas franceses se suceden en la sede de Aviñón, la


mayor parte de los cuales nunca conoció la ciudad de Roma. El influjo del rey francés,
los problemas políticos para la pacificación de la península itálica, los problemas con el
imperio alemán retardarían el regreso a la ciudad eterna por casi setenta años. Este
período, ya presagiado a partir de los enfrentamientos de Bonifacio VIII con Felipe el
Hermoso, continuará erosionando el prestigio de la autoridad papal lo cual desembocará
en su crisis más trágica unos años después con el Cisma de Occidente.1 Luego de este
período la Iglesia ya no volvería a ver a ningún francés sentarse en la cátedra de Pedro.

1.1. El arzobispo de Burdeos es elegido papa: Clemente V y el Concilio de Vienne

Luego de la muerte de Bonifacio VIII en 1303, lo sucedió en el pontificado


Benedicto XI (1303-1304) quien debió alejarse de la ciudad de Roma a causa de los
conflictos que allí tenía con la poderosa familia Colonna. Su muerte repentina en la
ciudad de Perugia fue la causa de que allí se reunieran los cardenales para elegir a su
sucesor. Los electores, luego de un cónclave de once meses, se decidieron finalmente
por el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien tomó el nombre de Clemente V
(1305- 1314) quien trasladó “provisoriamente” su residencia a un poblado cercano a
Aviñón, ciudad a orillas del Ródano, debido a su cercanía a Vienne, lugar donde se
celebraría el próximo Concilio, bajo el poderoso influjo francés. La ciudad de Aviñón,
no obstante, no era territorio francés, sino que pertenecía a los Anjou, vasallos del Papa
por el reino de Nápoles.
Una de las primeras acciones de este papa fue la creación de nueve cardenales
franceses en un solo consistorio. De esta manera, entre los años 1309 y 1377, los papas
se fueron sucediendo en esa ciudad, sin cambiar su residencia, construyendo una sólida
monarquía, con una eficaz administración centralizada, libre de tener que ocuparse de
los preocupantes asuntos de sus territorios y alejada de las querellas italianas, que
seguirían siendo uno de los mayores obstáculos para que los pontífices pudieran
regresar a Roma. Pero a la vez, sin los territorios italianos los recursos escaseaban, por
lo que en esta época la expansión fiscal pontificia sería notable.
El rey francés estaba interesado en que el papa condenase la memoria de su
predecesor Bonifacio VIII. Aunque Clemente V logró no ceder en este punto, tuvo que
aceptar que el rey impusiese otras condiciones. Una de las decisiones más importantes y
controvertidas de este papa fue la supresión de la orden de los templarios durante el
1
La obra de referencia clásica sobre este período es la de G. MOLLAT, Les papes d’Avignon 1305-1378,
París, Letouzey & Ané, París, 1964 (décima edición).

1
Concilio de Vienne. Durante la edad media esta orden religiosa, que había desarrollado
una función muy importante durante las cruzadas y también en la protección de los
peregrinos hacia Tierra Santa, había acumulado gran cantidad de bienes y, sobre todo,
castillos, donde custodiaba los valores que las personas de dinero le confiaban, entre
ellos también los reyes. De esta forma, se fueron convirtiendo es una especie de “banca”
y pronto el rey francés vio en su supresión la posibilidad de hacerse con innumerables
recursos para la guerra. Luego de haber juntado una enorme cantidad de pruebas falsas,
en 1312 fueron definitivamente suprimidos y sus bienes confiscados, gran parte de los
cuales terminó engrosando las arcas del Felipe el Hermoso. El Gran Maestre de la
Orden, Jacques de Molay, fue condenado acusado de idolatría, simonía, sacrilegio y
herejía a la hoguera. Antes de morir, el 18 de marzo de 1314 frente a la Catedral de
Nuestra Señora de París, emplazó a papa y al rey a presentarse ante el tribunal de Dios
por la injusticia cometida. Ese mismo año moría Clemente V y Felipe el Hermoso.

1.2. Juan XXII (1316-1334)

Dos años y tres meses duró la sede vacante luego de la muerte de Clemente V.
Casi ningún conclave se había prolongado tanto como éste y se estuvo a punto de ir a un
cisma. Fue el primero en tierras francesas. Tres partidos dividían a los cardenales: diez
cardenales de Gascuña (Gascogne, el actual suroeste francés) proclives a elegir un
francés, siete cardenales italianos que sólo querían elegir a quien estuviera determinado
en regresar a Roma y, por último, un grupo de seis cardenales del norte del territorio
francés y de la Provenza (el actual sureste francés), éstos no aceptarían un papa gascón,
pero tampoco pensaban en un regreso a Roma. Las rivalidades llegaron a tal punto que
bandas de soldados de Gascuña, con la excusa de trasladar el cadáver de Clemente V,
entraron en la ciudad de Carpentras (Cerca de Aviñón) y mataron a varios italianos que
se encontraban allí, saquearon a los banqueros italianos acreditados ante la Santa Sede y
asaltaron en palacio episcopal en donde se estaba celebrando el cónclave. En este clima
continuaron las negociaciones por la elección. Finalmente eligieron a un candidato que
no era gascón, y que parecía el único aceptable, el obispo de Aviñón, cardenal obispo de
Porto, Jacques Duése, quien tomó el nombre de Juan XXII y sería uno de los papas más
fuertes e importantes del período de Aviñón, quien, aunque elegido en parte por su
avanzada edad de 72, fue quien más tiempo se sentó sobre la cátedra papal aviñonesa.
A él se debió la ampliación del palacio episcopal de Aviñón y gran parte de su
enorme organización administrativa y fiscal, al igual que la canonización de Santo
Tomás de Aquino. Se preocupó por las misiones en Oriente: envió a los dominicos a
Armenia, Persia ―donde erigió la sede metropolitana de Sulthanieh― al norte del Mar
Negro y Etiopía. El franciscano Odorico de Pordenone partió con el apoyo del papa
hacia Indias, Ceilán, Java, Cantón hasta llegar a la China misión que duró unos doce
años.

1.3. Los Franciscanos y la cuestión de la pobreza evangélica

Juan XXII debió resolver la disputa que existía entre los franciscanos por la
cuestión de la pobreza franciscana y la pobreza de Cristo. El conflicto se desarrollaba
entre dos extremos: los espirituales que pregonaban una pobreza evangélica y
consideraban que no debían poseer ni bienes propios ni comunes, como Jesús y
Francisco por un lado y los de la Comunidad ―la inmensa mayoría― que practicaban
la pobreza, pero sostenían que se podían poseer bienes en común, almacenar provisiones
de trigo, aceite y vino e incluso de recibir dinero. El primer grupo más influenciado por
las ideas apocalípticas de Joaquín del Fiore (1130-1202), había enfrentado a
Bonifacio VIII, y
querían una práctica del testamento de San Francisco sine glossa, es decir, sin
interpretación y con todo el rigor, mendigando el sustento de cada día. Ellos
consideraban que nadie, ni el papa, podía dispensarlos de esta pobreza.

Entrada del Palacio de Aviñón (Francia) en la actualidad.


Sobre el portal de ingreso el escudo de Clemente VI

La discusión sobre la perfección religiosa se venía desarrollando ya en el ámbito


de las universidades desde el siglo XIII, la orden de Santo Domingo y la de San
Francisco tenían pareceres encontrados. Por un caso particular en la interpretación de
una decretal de Nicolás III, la discusión llegó hasta el papa quien decidió que ambas
interpretaciones eran posibles, permitiendo así a los teólogos discutir sus posiciones
respecto a la pobreza total de Jesucristo. Esto generó un gran revuelo entre los
franciscanos quienes declararon públicamente, encabezados por su general Miguel de
Cesena que ni Cristo ni los apóstoles había poseído nada personal ni colectivamente,
adelantándose así a cualquier definición papal. El papa reaccionó e hizo restituir a la
orden los bienes que habían dejado, encarceló a un orador enviado a Aviñón para
convencerlo y definió que la opinión de los franciscanos era falsa y herética. Juan XXII
no los toleró y algunos se separaron de la Comunidad. 64 espirituales fueron juzgados
en Aviñón, 6 fueron encarcelados, entre ellos Bernardo Délicieux, gran orador de la
orden, que fue despojado de su hábito, torturado y murió en prisión en 1320. Muchos
igualmente se resistieron a la orden del papa de someterse a la Comunidad, algunos
fueron juzgados por la inquisición y condenados a
muerte, otro grupo que logró permanecer constituyeron un grupo más fanático y
visionario que se conoció como los Fraticelli.
Muchos frailes sobre todo los más espiritualistas se persuadieron de que la
apostasía de la Iglesia oficial, profetizada por los apocalípticos joaquinistas estaba
ocurriendo y huyeron a la corte de Luis de Baviera encabezados por el general de la
orden Miguel de Cesena y seguido por Guillermo de Ockham. No por casualidad se
refugiaban con el emperador alemán, enemigo del papa ―quien se había negado a
coronarlo―, y se había “autocoronado” en Pisa y había nombrado a un antipapa en la
persona del franciscano Pedro Rainalducci de Corvara con el nombre de Nicolás V.
Miguel de Cesena no duró mucho en su cargo, fue depuesto y excomulgado. Pronto las
plumas de ambos franciscanos se pusieron al servicio de Luis de Baviera contra el papa,
con una influencia enorme en el pensamiento y en el comienzo de un tiempo nuevo. El
antipapa renunció a los dos años y se presentó ante Juan XXII manifestando su
arrepentimiento.
El movimiento de los espirituales respondía a la búsqueda de un cristianismo
más puro y a un ansia de fe interior, que si bien extrema, respondía a una necesidad que
no encontró su curso durante el siglo XIV ni el XV y que era una reacción frente a los
abusos de la autoridad eclesiástica, la codicia y la corrupción de las costumbres.

1.4. Rivalidad entre Juan XXII y Luis de Baviera

Como hemos visto en el apunte I, los ideales propiamente medievales estaban en


plena transformación y la estructura feudal del imperio se había convertido en una
multiplicidad de monarquías nacionales, en torno a las cuales germinaban los primeros
brotes de las naciones. Esto también ocurrió con el imperio mismo que pronto comienza
a “nacionalizarse” y ser más una monarquía nacional que una institución universal. Juan
XXII reproduciendo la doctrina teocrática de Bonifacio VIII y otros papas medievales
pensaba tener derecho a la hegemonía universal y controlar al emperador. Pero los
tiempos nuevos no sufrían concepciones antiguas.
En el imperio alemán se disputaban la corona imperial Federico de Austria y
Luis de Baviera, pero el papa no quiso reconocer a ninguno de los dos, decisión que
hubiese definido la disputa, y dejó el imperio vacante. Esto favorecía sus intenciones de
controlar y minimizar el poder del imperio, sobre todo porque favorecía a Roberto de
Anjou que gobernaba en Italia (Nápoles) y no estaba interesado en un imperio fuerte,
sino más bien desmembrado, para poder así quedarse con el norte de Italia, donde
gobernaba el poderoso Matteo Visconti en la ciudad de Milán, proclive al emperador.
También así favorecía al rey francés que podría aspirar a controlar territorios al oeste
del imperio. Este programa antimperialista pareció encontrar un momento favorable en
manos de este papa de Aviñón. Pronto excomulgó al poderoso señor de Milán Matteo
Visconti por haber usurpado el título de vicario imperial y envío un ejército, ayudado
por los franceses, en su contra para poder darle a Roberto de Anjou el vicariato
imperial. Se declaró una cruzada en contra del señor de Milán y asediaron la ciudad. En
1322 moría Matteo Visconti dejando la señoría a su hijo Galeazzo Visconti. El auxilio
alemán no tardó en llegar.
Mientras tanto Luis de Baviera había triunfado frente a su adversario a la corona
imperial, y la dieta de Nuremberg lo había elegido emperador. Aun así, Juan XXII no
sólo se negó a reconocerlo sino aún contra la masiva aceptación que aquel tenía en
Alemania le ordenó que renunciara, compareciera en Aviñón bajo pena de excomunión
y se sometiera a su examen. El emperador logró vencer a los sitiadores de Milán y
volvió el territorio a su control, la liga gibelina (favorable al imperio y contraria a
la güelfa
favorable al papa) se había recompuesto. Luis no se sometió y fue excomulgado en
1324. Sin embargo, Luis de Baviera se hizo coronar en la ciudad de Pisa, consagrado
por dos obispos y coronado por Giacomo Sciarra Colonna, antiguo enemigo de
Bonifacio VIII y quien había desempeñado un rol principal en el asedio de Anagni.

1.5. Marsilio de Padua y su obra “Defensor Pacis”

Marsilio de Padua (1275-1342), pensador, político y teólogo italiano, había estado


en París durante el tiempo de los enfrentamientos del rey francés con Bonifacio VIII, y
allí había conocido a Guillermo de Ockham y Juan de Jandún, con quienes sería
consejero de Luis de Baviera.
Su obra más importante es el Defensor Pacis (1324) que tuvo una influencia en el
pensamiento filosófico-político de su tiempo y del que vendría. En esta obra presenta el
reino de paz que Cristo vino a traer al mundo. Las discordias, aunque no lo dice
explícitamente, provienen de la curia papal. El régimen político ideal para él es una
monarquía electiva y democrática, dado que fuente y raíz de todo poder es el pueblo, o
más exactamente la mejor parte del pueblo, cuyo mandatario es el príncipe. Al príncipe
corresponden todas las funciones: la militar, la económica, la agrícola, la artesana y
también la sacerdotal. La Iglesia debe supeditarse al gobierno del príncipe porque sólo
así puede desarrollar su misión. Como puede verse, estos conceptos asumen lo que
estaba sucediendo de ellos con la centralización del poder en los monarcas nacionales y
le da un sustento filosófico y teológico. Porque de acuerdo a cómo concibe al príncipe
así concibe a la Iglesia.
Para Marsilio no hay más autoridad dogmática en la Iglesia que la Sagrada
Escritura, interpretada no por el papa sino por un concilio general. Siendo la Iglesia la
única perturbadora de la paz, hay que despojarla de todo poder y jurisdicción. Ni el
romano pontífice ni ningún otro obispo, presbítero o diácono tiene jurisdicción alguna
en el foro externo, ni potestad coactiva, no puede castigar herejes, excomulgar ni juzgar
clérigos, tampoco puede percibir las décimas, anatas, ni ningún otro impuesto, así como
tampoco puede poseer bienes inmuebles. La jerarquía eclesiástica no es de derecho
divino pues no fue instituida por Cristo. El monarca, absorbe en esta concepción
también la dimensión político-eclesiástica hasta ahora desempeña por los papas.

1.6. Benedicto XII y Clemente VI dos monjes franceses en Aviñón

A los diez días de la muerte de Juan XXII en 1334 los 24 cardenales de Aviñón
entraron en conclave y en siete días eligieron al monje cisterciense Jacques Fournier
cardenal creado por Juan XXII y obispo de Mirepoix. Este modesto monje, sencillo y
piadoso se destacó en la silla de Pedro como teólogo que intervenía en casi todas las
controversias. De hecho, apenas fue coronado resolvió rápidamente el tema de la
“visión beatífica” de su predecesor definiendo que las almas de los niños bautizados y la
de todos los fieles difuntos que nada tiene que purgar o las que ya han pasado el
purgatorio, están en el cielo y gozan de la visión beatifica. Desde el punto de vista
político fue muy favorable al rey de Francia. También intento llegar a acuerdos con los
rivales de la Iglesia en la península itálica, como en Milán, Mantua y Verona. Aunque
intentó volver a Roma, el rey francés se lo impidió y envió entonces sus delegados para
continuar con la pacificación. También tuvo una política conciliadora con Luis de
Baviera, siempre aconsejado en este asunto por el rey francés.
Luis de Baviera envió sus delegados para reconciliarse, pero el interés del
monarca francés porque fracasará el proyecto aconsejó al papa que pidiera al emperador
que se aliase con Felipe VI (Francia) y Roberto de Anjou (Nápoles) asunto que iba
contra toda la política desarrollada por el alemán y así fracasaron las gestiones. Luis de
Baviera, desilusionado con la política del papa se alió con el rey de Inglaterra, lo cual
fue catastrófico para el mundo cristiano pues aquel mismo año de 1337 comenzaba la
guerra de los cien años. No se puede negar en este asunto tan delicado la
responsabilidad del papa en someterse a los designios franceses de forma tan mansa.
Por otro lado, Benedicto XII intentó llevar adelante una reforma de la curia, que
tantas protestas levantaba, revocó muchos beneficios dados por sus predecesores, como
las “expectativas” es decir conceder los beneficios para oficios aún no vacantes. Intentó
exigir la residencia de los beneficiarios, entro otras medidas. El palacio episcopal de
Aviñón, remodelado y ampliado por los papas anteriores ya quedaba pequeño rente al
crecimiento de la curia, el personal y la riqueza por lo que Benedicto XII mandó a
construir un nuevo palacio papal, inmenso que se terminaría bajo Clemente VI.
A la muerte del monje cisterciense lo sucedió otro monje benedictino y
campesino, Pierre Roger, que tomó el nombre de Clemente VI (1342-1352). Se había
desempeñado como abad de Fécamp donde llamó la atención por su gran cultura y dotes
de orador y luego fue arzobispo de Sens y Rouen, hasta formar parte del colegio de
cardenales en 1338. Su afabilidad cambió el clima sombrío de la austeridad de la curia
promovida por su predecesor y pronto la curia de Aviñón se convirtió en la más
importante de Europa por sus fiestas, banquetes y riquezas, aunque también por ser un
centro cultural de los más importantes de Europa. La corte de Aviñón se llenó de
artistas, pintores, escultores, arquitectos, médicos y astrónomos. Para tener más
independencia, compró la ciudad de Aviñón al conde de Provenza, el rey de Nápoles,
para la santa sede y amplió su palacio; acumuló más beneficios eclesiásticos que ningún
papa precedente. Clemente se mostró siempre como un príncipe atraído por la
fastuosidad y fue muy criticado en la época, en especial por Petrarca, Ockham y Santa
Brígida por sus conductas inmorales y como amator carnis.

Este clima de danza alegre pronto se convirtió en danza de muerte con la llegada
de la peste negra que eliminó a unos 40 millones de personas en dos años (1348-3150)
casi la mitad de la población europeo. En Aviñón en 33 días fueron enterrados en el
nuevo cementerio comprado por el papa con este fin unos 11.000 cadáveres.2 En Francia
este problema se juntaba con el de la Guerra y el panorama era así más desolador y la
atención pastoral casi imposible. El papa tuvo una actitud muy generosa frente a esta
tragedia, poniendo todos los medios necesarios para ayudar a las víctimas, prevenir los
contagios y enterrar a los muertos.

Clemente VI logró solucionar los problemas con el imperio alemán. A través de


una Bula, hizo que Luis de Baviera depusiera sus insignias imperiales y cesara su
autoridad imperial en el término de tres meses. Como había perdido gran parte de su
apoyo en sus tierras debió ceder y se sometió a la Santa Sede. Influenciado por el rey de
Francia el papa fue intransigente con las condiciones impuestas: Luis no debía dictar
más leyes en su reino, debía suspender todos los decretos que hasta ahora había dado y
remover a los obispos y abades que había nombrado, entre otras medidas. Los príncipes
electores procedieron a la elección de un nuevo emperador que se llamó Carlos IV quien
juró cumplir con las obligaciones impuestas por el papa, aunque lo hacía sólo por
razones
2
LLORCA - GARCIA VILLOSLADA - LABOA, Historia de la Iglesia Católica, III, Madrid, BAC, 20057, 107.
políticas y no porque considerara que el papa tuviera alguna autoridad sobre el imperio.
De esta forma se da un definitivo cambio en las relaciones hasta ahora existentes entre
el papado y el imperio, y, de hecho, el nuevo emperador con su famosa bula de oro de
1356, excluía definitivamente al papado de la elección imperial Esta bula era un
conjunto de normas que reglamentaban en detalle la elección del emperador que recaía
en los siete príncipes electores y tenía lugar en la ciudad de Frankfurt, en todo el
proceso no existía ninguna intervención papal.3

1.7. Gregorio XI regresa a Roma

Luego de la muerte de Clemente VI fue elegido Inocencio VI (1352-1362) quien


logró una tregua momentánea en la guerra de los cien años con el tratado de Brétigny.
También intentó llevar a cabo reformas en la curia para que no se acumularan beneficios
y los obispos y abades residieran en sus diócesis. Durante su pontificado el emperador
de oriente Juan V Paleologo le ofreció someter la Iglesia griega a la romana si a cambio
le concedía apoyo contra sus rivales, pero los recursos papales ya estaban destinados a
asuntos domésticos por lo que la oferta fue declinada. Al poco tiempo falleció y fue
enterrado en un fastuoso sepulcro en la Cartuja Notre Dame du Val de Bénédiction que
él mismo había fundado.
El monje Guillaume de Grimoard, se encontraba en Nápoles en una misión
diplomática, cuando se enteró que los cardenales lo habían elegido papa. Luego de
aceptar la elección llegó por mar a Marsella y desde allí a Aviñón donde fue ordenado
obispo y recibió la tiara con el nombre de Urbano V (1362-1370). Este papa francés,
quien será beatificado muchos años después por Pio IX (1846-1878), es el primero de
los papas de Aviñón que regresa a Roma.
El cardenal condottiere Albornoz, que había sido enviado para pacificar los
territorios había muerto luego de ocho años de campañas em Italia y no pudo Urbano
contar con su presencia durante su regreso. De forma itinerante residió el papa en Roma
durante tres años hasta que finalmente impresionado por una sublevación en Viterbo y
sintiéndo que su seguridad corría peligro, sobre todo por la hostilidad de los romanos
contra los franceses, decidió volver a Aviñón a pesar de las súplicas de los romanos, de
Santa Brígida y del mismo Petrarca.
La situación en la península itálica era muy complicada. En especial, en los
estados de la Iglesia, desde hacía décadas sin su cabeza.4 Por un lado, los papas de
Aviñón habían nombrados varios obispos franceses en tierras italianas, lo que
provocaba muchas quejas y levantamientos por parte de los gobiernos, en particular de
Florencia. A tal punto llegó la situación que se desató una guerra contra esta ciudad
llamada la guerra de los

3
Los siete príncipes electores eran los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, el rey de Bohemia, el
conde palatino del rin, el duque de Sajonia y el Margrave de Brandenburgo.
4
Los papas habían ganado durante el siglo XIII el dominio territorial del centro de la península itálica.
Alejandro IV había proclamó en 1255 una cruzada contra Ezzelino da Romano, quien había ganado el
control sobre un vasto territorio que incluía Verona, Padua y Ferrara, al cual finalmente venció en 1259.
Esto contribuyó a extender el poder temporal papal en la zona noreste de la península. Clemente IV
posteriormente se trasladó junto a su curia en 1266 a Orvieto como punto estratégico hacia Toscana y
Lombardía, política que continuaron sus sucesores hasta casi fines de siglo. A su vez Martín IV concluía
una alianza con la liga güelfa en 1281, que le daba el derecho de cobrar impuestos papales en Florencia,
Siena y Volterra. Bonifacio VIII intervino en las facciones internas de Florencia para ganar control en la
ciudad, mejorar sus ingresos y asegurar la frontera norte. Las protestas de Florencia ante esta intromisión
movieron a Bonifacio VIII a excomulgar a toda la Signoria, llamando a Carlos de Anjou a sitiar la ciudad
y derrocando al gobierno en 1301.
ocho santos que terminó en entredicho del papa, es decir con una sanción eclesiástica de
máximo nivel contra toda la ciudad, con consecuencias en la vida político-económica.
Además, los Visconti, señores de Milán y favorables al imperio, aprovechaban la
situación para ganar influencia en el centro de Italia. Dos meses después de llegar a
Aviñón enfermó gravemente y murió.

Inocencio VI junto al emperador Carlos IV y el cardenal Gil de Albornoz. Convento


de Santa María Novella (Florencia, Italia)

Pierre Roger de Beaufort fue elegido papa, y sería el último papa de Aviñón,
quien tomó el nombre de Gregorio XI (1362-1370). 5 Como cardenal había acompañado
al papa anterior en su venida a Italia y ahora, parecía que los estados de la Iglesia
corrían serio peligro de perderse. El último papa francés de la historia tomó entonces la
peligrosa decisión de regresar a Roma. Llevó adelante una campaña contra los Visconti
que intentaban apoderarse de zonas del norte y centro de la península. Santa Catalina de
Siena, laica y dominica, ejerce una influencia muy importante con sus suplicas al papa
para que regrese a Roma a pesar de la difícil situación. Sobre todo, desde los conocidos
sucesos de Cesena en los que el cardenal Roberto de Ginebra, futuro Clemente VII,
mandó a matar a gran parte de la población, lo cual generó intranquilidad y revueltas en
el pueblo romano contra la autoridad del papa. Gregorio XI debió refugiarse en el
Palacio de Anagni. El 26 de marzo de 1378 mientras se dirigía a Aviñón falleció
dejando abierta una incierta y peligrosa situación.

5
Último Papa de Aviñón, Pedro Roger de Beaufort, fue elegido el 30 de diciembre de 1370. No procedió,
sin embargo, a la reforma del colegio cardenalicio y siguió nombrando cardenales franceses que se
oponían a la vuelta a Roma, que serán también después en parte causa del Cisma. Véase Antoine
PELISSIER, Gregoire IX, ramène la Papauté à Rome: troisième Pape Limousin (1370-1378), Clairvivre,
Presses de l'Imp. de Clairvivre, 1962.
Se procedió en abril de 1378 a reunir el cónclave en Roma, con tan solo 16
cardenales. Conforme a la voluntad a lo establecido en el Concilio de Lyon II (1274)
acerca de la elección papal, no se aguardó la llegada de los seis que se hallaban en
Aviñón, ni siquiera al Cardenal de Amiéns, enviado por el papa para tratar la paz con
Florencia. El cónclave comenzó en medio de disturbios del pueblo romano. Después de
esta elección sobrevendrían dificultades aún mayores, pues se produciría un Cisma en la
Iglesia de Occidente.
La estancia de los papas en Aviñón constituyó uno de los hitos de mayor
incidencia en la posterior explosión del Cisma de Occidente.6 Sin el episodio de Anagni
no se puede entender Aviñón, y sin este no se puede comprender tampoco la crisis del
Cisma y las concepciones eclesiológicas que se desarrollaron en el período en torno a la
autoridad en la Iglesia y el valor de los Concilios.

1.8. Centralismo administrativo y fiscal de los papas de Aviñón. Implicancias


eclesiológicas

El papado durante el siglo XV no fue ajeno a los cambios políticos que estaban
configurando el mundo europeo. El paso del imperio y su estructura feudal hacia las
monarquías centralizadas también afecto profundamente a la Iglesia, no sólo en lo que
respecta a la curia papal y su sofisticación administrativa y fiscal, sino que esto condujo
a una acentuada visión centralizada del ejercicio de la autoridad en la Iglesia.
Por cuanto respecta a la centralización administrativa de la curia papal ya desde
inicios del siglo XIII se había comenzado a innovar buscando un mayor beneficio para
el papado en lo que respecta a las elecciones episcopales, que hasta entonces, en su gran
mayoría, estaban en mano de los cabildos catedralicios, salvo en casos excepcionales en
las que el papa se reservaba este derecho, lo que se conocía como la reserva pontificia.
La bula Licet ecclesiarum (1265) y las constituciones Ex debito (1316) y Execrabilis
(1317) extendieron este sistema notablemente. Clemente IV por la primera de estas
bulas pudo disponer plenamente de las iglesias, dignidades y beneficios que vacasen por
muerte del titular en el lugar donde estuviese la curia pontificia. Bonifacio VIII amplió
este derecho, extendiendo este radio de acción a dos días de viaje desde la curia. Las
otras dos constituciones continuarían ampliando este derecho, haciendo posible que los
pontífices dispusieran de los beneficios y sedes, cuyos titulares hubiesen sido depuestos,
o la Santa Sede no aceptase su candidatura, a los que vacasen por traslación de su
anterior posesor, a los que perteneciesen a los cardenales y las de todas aquellas
agregadas a la curia, aunque muriesen fuera de ella.7
A medida que la curia papal fue asumiendo más prerrogativas antes en manos de
las iglesias particulares necesitó ampliar su burocracia, la cual pronto se convirtió en
una de las más grandes entre las monarquías y modelo de organización de una
cancillería para la época. El órgano principal era la cámara apostólica que gestionaba
los ingresos, el presupuesto, los gastos de la corte y la emisión de moneda. El
funcionario principal era el cardenal camerario que era ayudado en su función por un
tesorero, otros clérigos, notarios, escribas, secretarios y mensajeros. La cancillería
apostólica tenía la función de recibir y responder comunicaciones, emitir bulas y todo
otro tipo de contacto ya sea con

6
Para una excelente síntesis de este período hecha por uno de los primeros especialistas en el tema véase:
G. MOLLAT, Les Papes d’Avignon, París, Letouzey et Ané, 1964.
7
La monarquía castellana no aceptó nunca plenamente la reserva de las sedes pues contravenía lo dicho
por las partidas e iba contra sus intereses. Cf. T. de AZCONA, La elección y reforma del episcopado
9
español en tiempos de los Reyes Católicos, Madrid, CSIC, 1960, 63-64.

9
monarcas u obispos. Este órgano también contaba con numerosos funcionarios. La
audiencia de las causas apostólicas era el órgano judicial permanente que tomaba a su
cargo los asuntos que no eran competencia de los tribunales administrativos y estaba
constituido por un colegio de auditores. Por último, la penitenciaria apostólica se
ocupaba de una serie de cuestiones disciplinares como dispensas matrimoniales,
irregularidades canónicas y absolución de casos reservados.
Esta maquinaria de gobierno creció notablemente a medida que la curia papal
aumentaba y expandía sus cobros. Los papas ya no contaban con las rentas procedentes
de Italia y esto los impulsó al cobro de diversos derechos. Durante el siglo XIII casi
todo el “impuesto” que era muy pequeño en comparación, era percibido por los obispos
y sus subordinados o bien por los banqueros italianos a los que Roma arrendaba la
fuente de ingresos. Posteriormente la tarea fue ejecutada por recaudadores pontificios
con amplios poderes coercitivos como censuras, excomuniones y multas.8 Estos
“impuestos” a la sede apostólica comenzaron a ampliarse notablemente desde el año
1295 cuando Bonifacio VIII dispuso que las sedes debían pagar a la curia papal un
tercio de sus rentas, si estas superaban los cien florines, en el caso que los beneficios
hubiesen sido designados por el pontífice.

Dante Alighieri (1265-1321) fue uno de los más


críticos pensadores contra los papas de
Aviñón

Durante el período aviñonés esta costumbre se acentuó debido a que eran muy
comunes los traslados de sedes. Algunos impuestos eran pagados directamente en la
curia papal como: servitia communia, pago hecho por los obispos y abades en el
momento de su nombramiento o traslado, pagos por concesión del palio, derechos de
cancillería, derechos por consagración de obispos y abades, impuestos pagados por los
reinos vasallos de la Santa Sede como Nápoles, Sicilia, Aragón, Inglaterra e Irlanda.
Otros impuestos eran pagados a través de colectores en los mismos reinos. El más
importante eran las décimas, un porcentaje sobre los beneficios eclesiásticos, que se
destinaban en esta época a las cruzadas y a la recuperación de los estados pontificios,
pero que muchas

10
8
Cf. M. D. KNOWLES, D. OBOLENSKY; C. A. BOUMAN, Nueva historia de la Iglesia, II, edad media, Madrid,
Cristiandad, 408.

11
veces los papas podían utilizar como medio de negociación cediendo o no este impuesto
a los monarcas por diversas razones políticas. Las anatas era un impuesto proveniente
de un beneficio eclesiástico durante el primer año de ejercicio de quien lo ocupaba.
Derechos de despojo era la atribución de la sede apostólica de heredar a toda persona
eclesiástica ya sea regular o secular. Y una larga lista de censos, tasas, vacantes y
donaciones. Los cuantiosos ingresos percibidos por los papas durante el tiempo de
Aviñón fueron una fuente de grandes críticas. Algunos exigían la supresión radical de la
totalidad de los beneficios, aunque sin sus estados en la península itálica, esta solución
se presentaba como imposible.9 Clemente V llegó a acumular 1.040.000 florines, pero a
su muerte sólo quedaban 70.000. Juan XXII aumentó los impuestos con consecuencias
morales desastrosas y llegó a tener más de 4.100.000 la mayor parte de los cuales utilizó
para las guerras en Italia.
Famosa es la crítica a la riqueza de los años de Aviñón de Dante Alighieri
(1265- 1321) en su Divina Comedia:

“In vesta di pastor’ lupi rapaci “¡Con capa de pastor, lobos rapaces
Si veggion di quassù per tutti I paschi Se ven de aquí por los amenos prados!
O difesa di Dio, perché pur giaci? ¡Oh defensa de Dios que inerte yaces!
Del Sangue nostro Caorsini [Juan XXII] Veo a Cahors y Guasco, preparados
e Guaschi [Clemente V] A beber nuestra sangre ¡Oh buen principio,
S’apparecchian di bere. O buon Así serán tus fines malhadados!
principio A che vil fin convien che tu
caschi!”10

Si bien se ha juzgado habitualmente a los papas de Aviñón de acuerdo a las crónicas


del tiempo o a las críticas hechas por Dante, Petrarca, Santa Catalina o Santa Brígida en un
tono homogéneamente desfavorable ―sobre muchos abusos ciertamente reales― teniendo
en consideración la enorme cantidad de información proveniente de los archivos
conservados sobre este tiempo, en el que la burocracia jugó en favor de dejar asentado todo
en documentos, es necesario hacer algunas distinciones más allá de lo dicho. En primer
lugar, se reprocha a los papas de Aviñón haber estado sometido al rey de Francia. En ciertos
casos esto se confirma notoriamente, como en el proceso a los Templarios de Clemente V o
la política de Benedicto XII en especial pero no se da con la misma intensidad en el resto de
los papas que han tenido, en general, como hemos visto, una preocupación por la
pacificación de Europa, la conquista de Tierra Santa y la recuperación de los estados
pontificios. Otra de las críticas más comunes pareciera indicar que los papas estaban en
Aviñón sin deseos de regresar a Roma dado que se encontraban cómodos a orillas del
Ródano. Es necesario considerar la magnitud de la problemática italiana que estaba en
anarquía política y no garantizaba así la seguridad de una residencia en la ciudad eterna.
Con más o menos éxito dependiendo de los casos los papas hicieron el esfuerzo por
recuperar los estados pontificios y regresar a Roma. Las campañas del Cardenal Albornoz y
la política de Gregorio IX fueron el presupuesto necesario para ese ansiado regreso. El otro
aspecto criticado es su enorme fiscalidad debido a la gran centralización de la curia papal,
sin dudas fuente de muchos abusos y motivo que erosionó el prestigio de los papas. No
obstante, este movimiento centralizador respondía al clima de formación de las monarquías
nacionales del siglo XIV europeo y a la necesidad de recuperar los estados pontificios,
aspectos importantes que es necesario considerar a la hora de hacer un juicio histórico. Este
aspecto sería el que principalmente

9
Sobre la evolución del este pago, cf. H. HOBERG, Taxae pro communibus servitiis ex libris obligationum
ab anno 1195 usque ad annum 1455 confectis, Vaticano, 1949.
10
Dante ALIGHIERI, Divina Comedia, Paradiso, c. xxvii, v. 55-60.
provocaría las reacciones contra el papado a partir del Cisma de Occidente y conduciría a
resaltar otros aspectos relevantes del desarrollo de la autoridad en la Iglesia en favor de la
idea conciliar.11

2. La reconfiguración de la Iglesia occidental en el segundo milenio en torno a una


única sede: Roma

Con el crecimiento de la autoridad papal en occidente y la coronación de


Carlomagno como emperador (800), la rivalidad con el imperio de oriente se acrecentó y
pronto llegó la interrupción de la relación de comunión con las Iglesias orientales (1054)
que reconfigura a la Iglesia occidental en torno a la única gran iglesia apostólica de
prestigio en occidente: Roma. Esta nueva reconfiguración favoreció un ordenamiento más
jerárquico que de comunión.
Durante el inicio del segundo milenio, también otros factores contribuyeron a la
centralización de la iglesia de Roma. Por un lado, la reforma gregoriana, proveniente
principalmente del ámbito monástico de la iglesia franca se extendería a instancias de los
papas desde el centro a la periferia, en un entramado feudal, en el que los obispos además
de pastores de sus territorios eran eslabones de esta organización social. En este contexto, la
lucha del papado contra las intromisiones del poder temporal en el nombramiento de los
obispos y en otros temas eclesiásticos ―la querella de las investiduras― logró una victoria,
pero al mismo tiempo el status del episcopado se vio cada vez más comprometido por la
centralización romana.
Por otra parte, la institución del cardenalato que había surgido ya en los primeros
siglos como una expresión sinodal de la iglesia de Roma ―eran los diáconos, presbiterios
de Roma y los obispos de las sedes suburbicarias― originariamente circunscripta a la
liturgia del obispo de Roma gradualmente comienza a compartir funciones en el gobierno
de la iglesia romana y teniendo más peso que el de los obispos en su conjunto (la mayor
parte de los cardenales, unos veinte aproximadamente durante el medioevo, no eran
obispos, muchos tampoco presbíteros). Otras iglesias piden poder nombrar “cardinales
more romana ecclesia”, es decir, de acuerdo con la costumbre de la iglesia de Roma, en su
propia diócesis. Se “exporta” el cardenalato con nombramientos de cardenales de la iglesia
romana fuera de esta diócesis (El primer ejemplo conocido es el abad de Montecasino). Con
el tiempo, el cardenalato va perdiendo su nota más sinodal romana en favor del orden
episcopal general. Cada vez más los cardenales son vistos como pars corporis papae (parte
del cuerpo del papa).
Por este complejo proceso, la Iglesia universal se fue constituyendo como la
unidad de medida fundamental de la eclesiología. La Iglesia local quedaba relegada a un
lugar secundario o parcial, y se entendía solamente como parte de la organización
jerárquica de la Iglesia universal. La Iglesia abandonó gradualmente el concepto de
“comunión”, propio de las Iglesias de oriente, para desarrollar con más ahínco el de
“jerarquía”, más en consonancia con el de “Iglesia universal” que ahora desde Roma
enfrentaba una profunda reforma en el mundo cristiano. La Iglesia para liberarse de las
interferencias laicas entra en un diálogo cada vez más aislado con el sistema político, que
lleva a una polarización doctrinal sobre la temática político-eclesiástica que determinará
gran parte del debate de los siglos sucesivos, así como al desarrollo de un sistema jurídico
cada vez más central en la vida cristiana. Durante la baja edad media, sobre todo con la
centralización fiscal y administrativa de Aviñón acentúa este proceso. Sin embargo, el
desprestigio de la autoridad papal durante este tiempo, y, sobre todo, a partir del Cisma de
Occidente, abrirán la puerta a una reflexión sobre
11
Cf. G. MOLLAT, Les papes d’Avignon 1305-1378, París, Letouzey & Ané, París, 1964 (décima edición),
566-567,
la idea conciliar en la Iglesia, la cual tenía sus raíces en la idea de la corporación medieval
aplicada al ámbito de las iglesias particulares.
En efecto, la relación del obispo con su capítulo catedralicio fue, en particular
durante la edad media, una notable expresión de la idea de organicidad de la corporación.
No sólo los canónigos elegían su obispo en la mayor parte de los casos ―el papa sólo
intervenía en elecciones conflictivas― sino que participaban en las decisiones más
importantes de su iglesia. Los canonistas del s. XIII desarrollaron conceptos importantes
sobre la relación entre el obispo y los canónigos de su cabildo catedralicio. La autoridad en
una corporación no se concentraba en su cabeza únicamente, sino que residía en todos sus
miembros. Por ejemplo, el famoso canonista conocido como el Hostiensis, indica que,
aunque el prelado forma una mayoría con los canónigos, en materias en las que se refiere al
consejo y no al consentimiento, en materias que afectan el bien común de toda la
corporación el obispo no puede actuar sin el consentimiento del capítulo o su maior et
sanior pars, aunque tome su asiento entre los canónigos como obispo. (Lectura ad III. viii,
15 fol. 41rb). Desde la primera mitad del siglo XIII ya prácticamente nadie se opuso a esta
doctrina de la autoridad en la corporación medieval. Cuando el Cisma de Occidente
comenzó, y la autoridad papal no fue capaz de solucionar el problema, sino por el contrario
era el principal obstáculo, éstas ideas se trasladaron a la consideración de la Iglesia
universal en la que, por tanto, el concilio desempeñaría una función trascendental.

1.2. El clima eclesiológico en los reinos españoles de la baja edad media

En la eclesiología española vemos un sistema que se mueve sobre dos ejes


principales: por un lado, la Iglesia universal como su medida fundamental y por otro la
Iglesia local como un hecho parcial o submúltiplo organizativo de esa Iglesia universal. La
eclesiología española se nutre aún de los elementos característicos de la edad media: la
doctrina de las “dos espadas” y de la plenitudo potestatis exaltando los privilegios y las
prerrogativas del papa, a la vez que reduce el episcopado a un lugar subordinado respecto
de la Ecclesia romana: el sumo pontífice y los cardenales. Las Iglesias locales en la figura
de sus obispos no participaban en la sollicitudo omnium ecclesiarum dado que el ordo
espiscoporum era considerado un elemento en el orden jerárquico y no un cuerpo orgánico.
Por estas razones los españoles no tomarían parte notable en la gestación del
conciliarismo.12
Esta concepción sobre la Iglesia era el otro polo de lo que se pensaba sobre todo
desde la universidad de París, una Iglesia concebida más bien como la congregación de los
fieles en la cual las Iglesias particulares o nacionales tuvieran mayor protagonismo e
incidencia en las decisiones, y sobre todo luego del Cisma. El Concilio sería la instancia
adecuada para solucionar el Cisma, pero también otras cuestiones importantes que se
venían arrastrando. La tantas veces pospuesta reforma será recién atendida en el siglo XVI
luego de transitar un largo camino en el que la eclesiología se debatiría entre el riesgo del
conciliarismo y la valoración de la conciliaridad.
Por esta misma cosmovisión y por su mismo desarrollo político la aparición de los
nacionalismos en el seno de la Iglesia fue vista por la mayor parte de los teólogos españoles

12
La penetración del conciliarismo en España se realizó tardíamente. Todavía en 1426 Juan de Segovia
defendería en la universidad de Salamanca la teoría más extrema del absolutismo papal, incluso en lo
temporal, en la línea de la bula Unam sanctam. Recién a partir del año 1431 la oleada conciliarista invadió la
Iglesia entera y pocos espíritus fueron capaces de sustraerse a su fuerza de atracción. Casi todos los españoles
que acudirían a Basilea, se dejaron arrastrar más o menos intensamente, y durante un tiempo mayor o menor,
por las nuevas ideas. Pero pronto se produjo la división. Juan de Torquemada y Juan de Palomar defendieron
enérgicamente los derechos del primado romano; véase: J. GOÑI GAZTAMBIDE, “El conciliarismo en España”,
en: Q. ALDEA VAQUERO y otros (dirs.) Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Suplemento, 1987,
169-180.
como un factor negativo y de división, pues atentaba contra esa unidad o “todo”. Los
partidismos no solamente dividían la christianitas por intereses particulares, sino que estaba
dividiendo el mismo fundamento de ese orden, la Ecclesia romana, y no sólo a través de la
puja entre los partidos nacionales cardenalicios, sino principalmente porque se buscaba que
el Concilio fuese la expresión de esas particularidades nacionales o Iglesias “nacionales” a
escala universal a través del cual todos los poderes locales-periféricos pudieran decidir
sobre aquellas cuestiones que luego les serían impuestas.
Este lento traspaso entre lo medieval y lo moderno que se da en la península
ibérica, tanto en el plano político como en el teológico, es el mismo fenómeno que se daba
también en otras expresiones del pensamiento español como la filosofía, la ciencia o las
artes; y por estas mismas razones España sería uno de los últimos rincones del mundo
europeo al que llegaría el Renacimiento, sobre todo promovido por los reyes católicos
durante hacia finales del siglo XV e inicios del XVI.13

3. El deseo de una espiritualidad interior y la corriente de la devotio moderna

La angustia ante la muerte, la inquietud por la salvación y la pérdida de confianza


en quienes llevaban adelante el gobierno de la Iglesia transforman la existencia cristiana de
formas muy variadas desde un incremento de la superstición hasta una auténtica
profundización de la vida cristiana.14 La experiencia personal prevalece sobre la referencia a
la jerarquía. El deseo de una vida espiritual intensa fuera de los conventos lleva a la
formación de grupos, algunos sospechosos para la Iglesia y otros como el de Catalina de
Siena (1347- 1380) de gran difusión. Éstos insisten en la psicología religiosa, en los medios
para progresar en la vida espiritual. La corriente conocida como la devotio moderna,
haciéndose eco de esta necesidad y también como reacción contra la especulación
escolástica, exaltó la percepción religiosa en desmedro de la razón teológica.15 El dominico
Echkart (1260-1327), el flamenco Ruysbroek y Tomás de Kempis (1380-1471) ilustran esta
corriente. Se trata de un movimiento más devocional que académico ―cuya expresión más
notable fue la imitación de Cristo― y que acogió las doctrinas nominalistas e influyó
también notoriamente en algunos teólogos como Jean Gerson.

13
No es casualidad que sea precisamente en España donde menos diferencia se diera entre la Edad Media y el
Renacimiento, dada la pervivencia de muchas de las características medievales durante el siglo XV y XVI. Si
se observa por ejemplo la arquitectura, se verá que el estilo gótico llega hasta entrado el siglo XVII, mientras
que, en otros sitios de Europa para esa época, el renacimiento había penetrado profundamente, como en el
caso de Italia. A partir del Concilio de Constanza puede verse un lento viraje de España desde el ambiente
francés al italiano. Pero sobre todo el inicio del Renacimiento en España se liga íntimamente al devenir
histórico-político de la monarquía de los Reyes Católicos. Sus figuras son las primeras en salir de los
planteamientos medievales y aúnan las fuerzas del incipiente estado y se alían con las principales familias de
la nobleza para mantener su poder. Además, el papado de dos valencianos contribuiría al intercambio cultural
entre Italia y España. Para los antecedentes de una influencia del humanismo italiano en Castilla a inicios del
siglo XV véase: J. M. MONSALVO ANTÓN, “Poder y cultura en la Castilla de Juan II ambientes cortesanos,
humanismo autóctono y discursos políticos”, Miscelánea Alfonso IX (2011) 15-91
14
Cf. Jean COMBY, Para leer la historia de la Iglesia. Desde los orígenes hasta el siglo XXI, Verbo Divino,
2007, 193
15
Cf. M. D. CHENU, La théologie au douzième siècle, París, 19763.

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