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FACULTAD DE TEOLOGÍA
HISTORIA DE LA IGLESIA MEDIEVAL
1
Concilio de Vienne. Durante la edad media esta orden religiosa, que había desarrollado
una función muy importante durante las cruzadas y también en la protección de los
peregrinos hacia Tierra Santa, había acumulado gran cantidad de bienes y, sobre todo,
castillos, donde custodiaba los valores que las personas de dinero le confiaban, entre
ellos también los reyes. De esta forma, se fueron convirtiendo es una especie de “banca”
y pronto el rey francés vio en su supresión la posibilidad de hacerse con innumerables
recursos para la guerra. Luego de haber juntado una enorme cantidad de pruebas falsas,
en 1312 fueron definitivamente suprimidos y sus bienes confiscados, gran parte de los
cuales terminó engrosando las arcas del Felipe el Hermoso. El Gran Maestre de la
Orden, Jacques de Molay, fue condenado acusado de idolatría, simonía, sacrilegio y
herejía a la hoguera. Antes de morir, el 18 de marzo de 1314 frente a la Catedral de
Nuestra Señora de París, emplazó a papa y al rey a presentarse ante el tribunal de Dios
por la injusticia cometida. Ese mismo año moría Clemente V y Felipe el Hermoso.
Dos años y tres meses duró la sede vacante luego de la muerte de Clemente V.
Casi ningún conclave se había prolongado tanto como éste y se estuvo a punto de ir a un
cisma. Fue el primero en tierras francesas. Tres partidos dividían a los cardenales: diez
cardenales de Gascuña (Gascogne, el actual suroeste francés) proclives a elegir un
francés, siete cardenales italianos que sólo querían elegir a quien estuviera determinado
en regresar a Roma y, por último, un grupo de seis cardenales del norte del territorio
francés y de la Provenza (el actual sureste francés), éstos no aceptarían un papa gascón,
pero tampoco pensaban en un regreso a Roma. Las rivalidades llegaron a tal punto que
bandas de soldados de Gascuña, con la excusa de trasladar el cadáver de Clemente V,
entraron en la ciudad de Carpentras (Cerca de Aviñón) y mataron a varios italianos que
se encontraban allí, saquearon a los banqueros italianos acreditados ante la Santa Sede y
asaltaron en palacio episcopal en donde se estaba celebrando el cónclave. En este clima
continuaron las negociaciones por la elección. Finalmente eligieron a un candidato que
no era gascón, y que parecía el único aceptable, el obispo de Aviñón, cardenal obispo de
Porto, Jacques Duése, quien tomó el nombre de Juan XXII y sería uno de los papas más
fuertes e importantes del período de Aviñón, quien, aunque elegido en parte por su
avanzada edad de 72, fue quien más tiempo se sentó sobre la cátedra papal aviñonesa.
A él se debió la ampliación del palacio episcopal de Aviñón y gran parte de su
enorme organización administrativa y fiscal, al igual que la canonización de Santo
Tomás de Aquino. Se preocupó por las misiones en Oriente: envió a los dominicos a
Armenia, Persia ―donde erigió la sede metropolitana de Sulthanieh― al norte del Mar
Negro y Etiopía. El franciscano Odorico de Pordenone partió con el apoyo del papa
hacia Indias, Ceilán, Java, Cantón hasta llegar a la China misión que duró unos doce
años.
Juan XXII debió resolver la disputa que existía entre los franciscanos por la
cuestión de la pobreza franciscana y la pobreza de Cristo. El conflicto se desarrollaba
entre dos extremos: los espirituales que pregonaban una pobreza evangélica y
consideraban que no debían poseer ni bienes propios ni comunes, como Jesús y
Francisco por un lado y los de la Comunidad ―la inmensa mayoría― que practicaban
la pobreza, pero sostenían que se podían poseer bienes en común, almacenar provisiones
de trigo, aceite y vino e incluso de recibir dinero. El primer grupo más influenciado por
las ideas apocalípticas de Joaquín del Fiore (1130-1202), había enfrentado a
Bonifacio VIII, y
querían una práctica del testamento de San Francisco sine glossa, es decir, sin
interpretación y con todo el rigor, mendigando el sustento de cada día. Ellos
consideraban que nadie, ni el papa, podía dispensarlos de esta pobreza.
A los diez días de la muerte de Juan XXII en 1334 los 24 cardenales de Aviñón
entraron en conclave y en siete días eligieron al monje cisterciense Jacques Fournier
cardenal creado por Juan XXII y obispo de Mirepoix. Este modesto monje, sencillo y
piadoso se destacó en la silla de Pedro como teólogo que intervenía en casi todas las
controversias. De hecho, apenas fue coronado resolvió rápidamente el tema de la
“visión beatífica” de su predecesor definiendo que las almas de los niños bautizados y la
de todos los fieles difuntos que nada tiene que purgar o las que ya han pasado el
purgatorio, están en el cielo y gozan de la visión beatifica. Desde el punto de vista
político fue muy favorable al rey de Francia. También intento llegar a acuerdos con los
rivales de la Iglesia en la península itálica, como en Milán, Mantua y Verona. Aunque
intentó volver a Roma, el rey francés se lo impidió y envió entonces sus delegados para
continuar con la pacificación. También tuvo una política conciliadora con Luis de
Baviera, siempre aconsejado en este asunto por el rey francés.
Luis de Baviera envió sus delegados para reconciliarse, pero el interés del
monarca francés porque fracasará el proyecto aconsejó al papa que pidiera al emperador
que se aliase con Felipe VI (Francia) y Roberto de Anjou (Nápoles) asunto que iba
contra toda la política desarrollada por el alemán y así fracasaron las gestiones. Luis de
Baviera, desilusionado con la política del papa se alió con el rey de Inglaterra, lo cual
fue catastrófico para el mundo cristiano pues aquel mismo año de 1337 comenzaba la
guerra de los cien años. No se puede negar en este asunto tan delicado la
responsabilidad del papa en someterse a los designios franceses de forma tan mansa.
Por otro lado, Benedicto XII intentó llevar adelante una reforma de la curia, que
tantas protestas levantaba, revocó muchos beneficios dados por sus predecesores, como
las “expectativas” es decir conceder los beneficios para oficios aún no vacantes. Intentó
exigir la residencia de los beneficiarios, entro otras medidas. El palacio episcopal de
Aviñón, remodelado y ampliado por los papas anteriores ya quedaba pequeño rente al
crecimiento de la curia, el personal y la riqueza por lo que Benedicto XII mandó a
construir un nuevo palacio papal, inmenso que se terminaría bajo Clemente VI.
A la muerte del monje cisterciense lo sucedió otro monje benedictino y
campesino, Pierre Roger, que tomó el nombre de Clemente VI (1342-1352). Se había
desempeñado como abad de Fécamp donde llamó la atención por su gran cultura y dotes
de orador y luego fue arzobispo de Sens y Rouen, hasta formar parte del colegio de
cardenales en 1338. Su afabilidad cambió el clima sombrío de la austeridad de la curia
promovida por su predecesor y pronto la curia de Aviñón se convirtió en la más
importante de Europa por sus fiestas, banquetes y riquezas, aunque también por ser un
centro cultural de los más importantes de Europa. La corte de Aviñón se llenó de
artistas, pintores, escultores, arquitectos, médicos y astrónomos. Para tener más
independencia, compró la ciudad de Aviñón al conde de Provenza, el rey de Nápoles,
para la santa sede y amplió su palacio; acumuló más beneficios eclesiásticos que ningún
papa precedente. Clemente se mostró siempre como un príncipe atraído por la
fastuosidad y fue muy criticado en la época, en especial por Petrarca, Ockham y Santa
Brígida por sus conductas inmorales y como amator carnis.
Este clima de danza alegre pronto se convirtió en danza de muerte con la llegada
de la peste negra que eliminó a unos 40 millones de personas en dos años (1348-3150)
casi la mitad de la población europeo. En Aviñón en 33 días fueron enterrados en el
nuevo cementerio comprado por el papa con este fin unos 11.000 cadáveres.2 En Francia
este problema se juntaba con el de la Guerra y el panorama era así más desolador y la
atención pastoral casi imposible. El papa tuvo una actitud muy generosa frente a esta
tragedia, poniendo todos los medios necesarios para ayudar a las víctimas, prevenir los
contagios y enterrar a los muertos.
3
Los siete príncipes electores eran los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, el rey de Bohemia, el
conde palatino del rin, el duque de Sajonia y el Margrave de Brandenburgo.
4
Los papas habían ganado durante el siglo XIII el dominio territorial del centro de la península itálica.
Alejandro IV había proclamó en 1255 una cruzada contra Ezzelino da Romano, quien había ganado el
control sobre un vasto territorio que incluía Verona, Padua y Ferrara, al cual finalmente venció en 1259.
Esto contribuyó a extender el poder temporal papal en la zona noreste de la península. Clemente IV
posteriormente se trasladó junto a su curia en 1266 a Orvieto como punto estratégico hacia Toscana y
Lombardía, política que continuaron sus sucesores hasta casi fines de siglo. A su vez Martín IV concluía
una alianza con la liga güelfa en 1281, que le daba el derecho de cobrar impuestos papales en Florencia,
Siena y Volterra. Bonifacio VIII intervino en las facciones internas de Florencia para ganar control en la
ciudad, mejorar sus ingresos y asegurar la frontera norte. Las protestas de Florencia ante esta intromisión
movieron a Bonifacio VIII a excomulgar a toda la Signoria, llamando a Carlos de Anjou a sitiar la ciudad
y derrocando al gobierno en 1301.
ocho santos que terminó en entredicho del papa, es decir con una sanción eclesiástica de
máximo nivel contra toda la ciudad, con consecuencias en la vida político-económica.
Además, los Visconti, señores de Milán y favorables al imperio, aprovechaban la
situación para ganar influencia en el centro de Italia. Dos meses después de llegar a
Aviñón enfermó gravemente y murió.
Pierre Roger de Beaufort fue elegido papa, y sería el último papa de Aviñón,
quien tomó el nombre de Gregorio XI (1362-1370). 5 Como cardenal había acompañado
al papa anterior en su venida a Italia y ahora, parecía que los estados de la Iglesia
corrían serio peligro de perderse. El último papa francés de la historia tomó entonces la
peligrosa decisión de regresar a Roma. Llevó adelante una campaña contra los Visconti
que intentaban apoderarse de zonas del norte y centro de la península. Santa Catalina de
Siena, laica y dominica, ejerce una influencia muy importante con sus suplicas al papa
para que regrese a Roma a pesar de la difícil situación. Sobre todo, desde los conocidos
sucesos de Cesena en los que el cardenal Roberto de Ginebra, futuro Clemente VII,
mandó a matar a gran parte de la población, lo cual generó intranquilidad y revueltas en
el pueblo romano contra la autoridad del papa. Gregorio XI debió refugiarse en el
Palacio de Anagni. El 26 de marzo de 1378 mientras se dirigía a Aviñón falleció
dejando abierta una incierta y peligrosa situación.
5
Último Papa de Aviñón, Pedro Roger de Beaufort, fue elegido el 30 de diciembre de 1370. No procedió,
sin embargo, a la reforma del colegio cardenalicio y siguió nombrando cardenales franceses que se
oponían a la vuelta a Roma, que serán también después en parte causa del Cisma. Véase Antoine
PELISSIER, Gregoire IX, ramène la Papauté à Rome: troisième Pape Limousin (1370-1378), Clairvivre,
Presses de l'Imp. de Clairvivre, 1962.
Se procedió en abril de 1378 a reunir el cónclave en Roma, con tan solo 16
cardenales. Conforme a la voluntad a lo establecido en el Concilio de Lyon II (1274)
acerca de la elección papal, no se aguardó la llegada de los seis que se hallaban en
Aviñón, ni siquiera al Cardenal de Amiéns, enviado por el papa para tratar la paz con
Florencia. El cónclave comenzó en medio de disturbios del pueblo romano. Después de
esta elección sobrevendrían dificultades aún mayores, pues se produciría un Cisma en la
Iglesia de Occidente.
La estancia de los papas en Aviñón constituyó uno de los hitos de mayor
incidencia en la posterior explosión del Cisma de Occidente.6 Sin el episodio de Anagni
no se puede entender Aviñón, y sin este no se puede comprender tampoco la crisis del
Cisma y las concepciones eclesiológicas que se desarrollaron en el período en torno a la
autoridad en la Iglesia y el valor de los Concilios.
El papado durante el siglo XV no fue ajeno a los cambios políticos que estaban
configurando el mundo europeo. El paso del imperio y su estructura feudal hacia las
monarquías centralizadas también afecto profundamente a la Iglesia, no sólo en lo que
respecta a la curia papal y su sofisticación administrativa y fiscal, sino que esto condujo
a una acentuada visión centralizada del ejercicio de la autoridad en la Iglesia.
Por cuanto respecta a la centralización administrativa de la curia papal ya desde
inicios del siglo XIII se había comenzado a innovar buscando un mayor beneficio para
el papado en lo que respecta a las elecciones episcopales, que hasta entonces, en su gran
mayoría, estaban en mano de los cabildos catedralicios, salvo en casos excepcionales en
las que el papa se reservaba este derecho, lo que se conocía como la reserva pontificia.
La bula Licet ecclesiarum (1265) y las constituciones Ex debito (1316) y Execrabilis
(1317) extendieron este sistema notablemente. Clemente IV por la primera de estas
bulas pudo disponer plenamente de las iglesias, dignidades y beneficios que vacasen por
muerte del titular en el lugar donde estuviese la curia pontificia. Bonifacio VIII amplió
este derecho, extendiendo este radio de acción a dos días de viaje desde la curia. Las
otras dos constituciones continuarían ampliando este derecho, haciendo posible que los
pontífices dispusieran de los beneficios y sedes, cuyos titulares hubiesen sido depuestos,
o la Santa Sede no aceptase su candidatura, a los que vacasen por traslación de su
anterior posesor, a los que perteneciesen a los cardenales y las de todas aquellas
agregadas a la curia, aunque muriesen fuera de ella.7
A medida que la curia papal fue asumiendo más prerrogativas antes en manos de
las iglesias particulares necesitó ampliar su burocracia, la cual pronto se convirtió en
una de las más grandes entre las monarquías y modelo de organización de una
cancillería para la época. El órgano principal era la cámara apostólica que gestionaba
los ingresos, el presupuesto, los gastos de la corte y la emisión de moneda. El
funcionario principal era el cardenal camerario que era ayudado en su función por un
tesorero, otros clérigos, notarios, escribas, secretarios y mensajeros. La cancillería
apostólica tenía la función de recibir y responder comunicaciones, emitir bulas y todo
otro tipo de contacto ya sea con
6
Para una excelente síntesis de este período hecha por uno de los primeros especialistas en el tema véase:
G. MOLLAT, Les Papes d’Avignon, París, Letouzey et Ané, 1964.
7
La monarquía castellana no aceptó nunca plenamente la reserva de las sedes pues contravenía lo dicho
por las partidas e iba contra sus intereses. Cf. T. de AZCONA, La elección y reforma del episcopado
9
español en tiempos de los Reyes Católicos, Madrid, CSIC, 1960, 63-64.
9
monarcas u obispos. Este órgano también contaba con numerosos funcionarios. La
audiencia de las causas apostólicas era el órgano judicial permanente que tomaba a su
cargo los asuntos que no eran competencia de los tribunales administrativos y estaba
constituido por un colegio de auditores. Por último, la penitenciaria apostólica se
ocupaba de una serie de cuestiones disciplinares como dispensas matrimoniales,
irregularidades canónicas y absolución de casos reservados.
Esta maquinaria de gobierno creció notablemente a medida que la curia papal
aumentaba y expandía sus cobros. Los papas ya no contaban con las rentas procedentes
de Italia y esto los impulsó al cobro de diversos derechos. Durante el siglo XIII casi
todo el “impuesto” que era muy pequeño en comparación, era percibido por los obispos
y sus subordinados o bien por los banqueros italianos a los que Roma arrendaba la
fuente de ingresos. Posteriormente la tarea fue ejecutada por recaudadores pontificios
con amplios poderes coercitivos como censuras, excomuniones y multas.8 Estos
“impuestos” a la sede apostólica comenzaron a ampliarse notablemente desde el año
1295 cuando Bonifacio VIII dispuso que las sedes debían pagar a la curia papal un
tercio de sus rentas, si estas superaban los cien florines, en el caso que los beneficios
hubiesen sido designados por el pontífice.
Durante el período aviñonés esta costumbre se acentuó debido a que eran muy
comunes los traslados de sedes. Algunos impuestos eran pagados directamente en la
curia papal como: servitia communia, pago hecho por los obispos y abades en el
momento de su nombramiento o traslado, pagos por concesión del palio, derechos de
cancillería, derechos por consagración de obispos y abades, impuestos pagados por los
reinos vasallos de la Santa Sede como Nápoles, Sicilia, Aragón, Inglaterra e Irlanda.
Otros impuestos eran pagados a través de colectores en los mismos reinos. El más
importante eran las décimas, un porcentaje sobre los beneficios eclesiásticos, que se
destinaban en esta época a las cruzadas y a la recuperación de los estados pontificios,
pero que muchas
10
8
Cf. M. D. KNOWLES, D. OBOLENSKY; C. A. BOUMAN, Nueva historia de la Iglesia, II, edad media, Madrid,
Cristiandad, 408.
11
veces los papas podían utilizar como medio de negociación cediendo o no este impuesto
a los monarcas por diversas razones políticas. Las anatas era un impuesto proveniente
de un beneficio eclesiástico durante el primer año de ejercicio de quien lo ocupaba.
Derechos de despojo era la atribución de la sede apostólica de heredar a toda persona
eclesiástica ya sea regular o secular. Y una larga lista de censos, tasas, vacantes y
donaciones. Los cuantiosos ingresos percibidos por los papas durante el tiempo de
Aviñón fueron una fuente de grandes críticas. Algunos exigían la supresión radical de la
totalidad de los beneficios, aunque sin sus estados en la península itálica, esta solución
se presentaba como imposible.9 Clemente V llegó a acumular 1.040.000 florines, pero a
su muerte sólo quedaban 70.000. Juan XXII aumentó los impuestos con consecuencias
morales desastrosas y llegó a tener más de 4.100.000 la mayor parte de los cuales utilizó
para las guerras en Italia.
Famosa es la crítica a la riqueza de los años de Aviñón de Dante Alighieri
(1265- 1321) en su Divina Comedia:
“In vesta di pastor’ lupi rapaci “¡Con capa de pastor, lobos rapaces
Si veggion di quassù per tutti I paschi Se ven de aquí por los amenos prados!
O difesa di Dio, perché pur giaci? ¡Oh defensa de Dios que inerte yaces!
Del Sangue nostro Caorsini [Juan XXII] Veo a Cahors y Guasco, preparados
e Guaschi [Clemente V] A beber nuestra sangre ¡Oh buen principio,
S’apparecchian di bere. O buon Así serán tus fines malhadados!
principio A che vil fin convien che tu
caschi!”10
9
Sobre la evolución del este pago, cf. H. HOBERG, Taxae pro communibus servitiis ex libris obligationum
ab anno 1195 usque ad annum 1455 confectis, Vaticano, 1949.
10
Dante ALIGHIERI, Divina Comedia, Paradiso, c. xxvii, v. 55-60.
provocaría las reacciones contra el papado a partir del Cisma de Occidente y conduciría a
resaltar otros aspectos relevantes del desarrollo de la autoridad en la Iglesia en favor de la
idea conciliar.11
12
La penetración del conciliarismo en España se realizó tardíamente. Todavía en 1426 Juan de Segovia
defendería en la universidad de Salamanca la teoría más extrema del absolutismo papal, incluso en lo
temporal, en la línea de la bula Unam sanctam. Recién a partir del año 1431 la oleada conciliarista invadió la
Iglesia entera y pocos espíritus fueron capaces de sustraerse a su fuerza de atracción. Casi todos los españoles
que acudirían a Basilea, se dejaron arrastrar más o menos intensamente, y durante un tiempo mayor o menor,
por las nuevas ideas. Pero pronto se produjo la división. Juan de Torquemada y Juan de Palomar defendieron
enérgicamente los derechos del primado romano; véase: J. GOÑI GAZTAMBIDE, “El conciliarismo en España”,
en: Q. ALDEA VAQUERO y otros (dirs.) Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Suplemento, 1987,
169-180.
como un factor negativo y de división, pues atentaba contra esa unidad o “todo”. Los
partidismos no solamente dividían la christianitas por intereses particulares, sino que estaba
dividiendo el mismo fundamento de ese orden, la Ecclesia romana, y no sólo a través de la
puja entre los partidos nacionales cardenalicios, sino principalmente porque se buscaba que
el Concilio fuese la expresión de esas particularidades nacionales o Iglesias “nacionales” a
escala universal a través del cual todos los poderes locales-periféricos pudieran decidir
sobre aquellas cuestiones que luego les serían impuestas.
Este lento traspaso entre lo medieval y lo moderno que se da en la península
ibérica, tanto en el plano político como en el teológico, es el mismo fenómeno que se daba
también en otras expresiones del pensamiento español como la filosofía, la ciencia o las
artes; y por estas mismas razones España sería uno de los últimos rincones del mundo
europeo al que llegaría el Renacimiento, sobre todo promovido por los reyes católicos
durante hacia finales del siglo XV e inicios del XVI.13
13
No es casualidad que sea precisamente en España donde menos diferencia se diera entre la Edad Media y el
Renacimiento, dada la pervivencia de muchas de las características medievales durante el siglo XV y XVI. Si
se observa por ejemplo la arquitectura, se verá que el estilo gótico llega hasta entrado el siglo XVII, mientras
que, en otros sitios de Europa para esa época, el renacimiento había penetrado profundamente, como en el
caso de Italia. A partir del Concilio de Constanza puede verse un lento viraje de España desde el ambiente
francés al italiano. Pero sobre todo el inicio del Renacimiento en España se liga íntimamente al devenir
histórico-político de la monarquía de los Reyes Católicos. Sus figuras son las primeras en salir de los
planteamientos medievales y aúnan las fuerzas del incipiente estado y se alían con las principales familias de
la nobleza para mantener su poder. Además, el papado de dos valencianos contribuiría al intercambio cultural
entre Italia y España. Para los antecedentes de una influencia del humanismo italiano en Castilla a inicios del
siglo XV véase: J. M. MONSALVO ANTÓN, “Poder y cultura en la Castilla de Juan II ambientes cortesanos,
humanismo autóctono y discursos políticos”, Miscelánea Alfonso IX (2011) 15-91
14
Cf. Jean COMBY, Para leer la historia de la Iglesia. Desde los orígenes hasta el siglo XXI, Verbo Divino,
2007, 193
15
Cf. M. D. CHENU, La théologie au douzième siècle, París, 19763.