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El Cisma de Occidente

El Cisma de Occidente o Gran Cisma fue un período de la Baja Edad Media durante el cual
la Iglesia católica estuvo dividida bajo dos, y hasta tres, papados simultáneos.

El cisma duró 40 años durante los cuales hubo dos sedes papales, una en Aviñón y otra
en Roma. Las monarquías europeas, los Estados italianos, las órdenes religiosas y las
universidades, que tenían gran influencia política y religiosa en ese momento, se dividieron
entre quienes apoyaban a un papa y quienes apoyaban al otro mientras el pueblo común
permanecía en la confusión.

Los papados vigentes durante el Gran Cisma fueron los siguientes:

Urbano VI (1378-1389) y sus sucesores, Bonifacio IX (1389-1404), Inocencio VII (1404-


1406) y  Gregorio XII (1406-1427), con sede en Roma. Fueron reconocidos por Italia,
Alemania, Europa Oriental e Inglaterra.

Clemente VII (1378-1394) y Benedicto XIII (1394-1417), instalados en Aviñón, fueron


apoyados por Francia, Escocia, los reinos de la Península ibérica y Nápoles.

Alejandro V (1409-1410) y Juan XXIII (1410-1415) elegidos a partir del Concilio de Pisa


que pretendió resolver el problema del cisma.

Tanto los papas de Aviñón como los elegidos en a partir del Concilio de Pisa son
considerados antipapas por la Iglesia católica.

Contexto histórico

El Cisma de Occidente se produjo en un momento de transición del teocentrismo medieval al


pensamiento antropocéntrico característico de la Edad Moderna. En ese contexto, se
produjeron disputas sobre el alcance de la autoridad de la Iglesia católica en los asuntos
políticos de cada Estado.

A partir de un conflicto político entre el rey de Francia y el papado, a principios del siglo


XIV la sede pontificia se había trasladado a Aviñón (Francia) donde se consolidó una
eficiente burocracia administrativa con fuerte influencia de la corte francesa.

Sin embargo, Roma reclamaba el retorno de los pontífices, y corrientes renovadoras


espirituales, como la llevada adelante por santa Catalina de Siena buscaban reorientar a la
Iglesia a sus funciones espirituales.

En un intento de superar estas tensiones, en 1376, el papa Gregorio XI devolvió la sede


pontificia a Roma. Pero en 1378 el papa falleció y, durante la elección del nuevo pontífice,
los conflictos entre los partidarios de la elección de un papa francés y los partidarios de un
papa italiano escalaron hasta transformarse en violentos.

El papa elegido, un italiano que tomó el nombre de Urbano VI, tomó algunas medidas
impopulares y esta situación fue aprovechada por un sector antagónico de la curia para
considerar que el cónclave había sido ilegítimo debido a las presiones recibidas por los
electores.

Como consecuencia, un sector de la iglesia acompañada por diversos poderes políticos


desconoció la autoridad del papa Urbano y decidió convocar a un nuevo cónclave en el que
fue elegido otro papa que tomó el nombre de Clemente VII.

Esta elección fue rechazada por el papa Urbano VI y por el sector de la Iglesia que lo
apoyaba, por lo que ambos papas se consideraron legítimos e iniciaron sus pontificados en
distintas sedes.

Fin del Cisma de Occidente

Durante los cuarenta años que duró el cisma, hubo varios intentos de resolución del conflicto.
Distintas medidas como las intervenciones armadas, la «sustracción de obediencia» propuesta
por el rey de Francia y la Universidad de París y los intentos de negociación no tuvieron
resultados satisfactorios.

Finalmente, se decidió que la forma de conseguir una resolución definitiva debía ser a través
de la vía conciliar. Se realizaron dos concilios:

Concilio de Pisa (1409): convocado por cardenales disidentes de los dos papas, este concilio
condenó a ambos y eligió un tercer papa, Alejandro V que vivió solo un año y, en 1410, a
Juan XXIII. A pesar del apoyo obtenido por los poderes políticos, Juan XXIII no pudo lograr
la reunificación de la Iglesia por lo que, apoyado por Segismundo, el emperador del Sacro
Imperio, convocó a otro concilio.

Concilio de Constanza (1414-1418): este concilio fue legitimado por el apoyo de numerosas


jerarquías religiosas como abades, obispos y cardenales. Asumió desde su inicio una
intención reformista. Destituyó a los papas, eligió uno nuevo que tomó el nombre de Martín
V. Esta elección contó con el apoyo de todas las partes y logró la reunificación del
pontificado. El concilio continuó sesionando como representante de la Iglesia universal.

Causas y consecuencias del Cisma de Occidente

Causas

Algunas de las causas del Cisma de Occidente fueron las siguientes:

El excesivo poder adquirido por el colegio cardenalicio a lo largo de los años anteriores. Los
cardenales se habían transformado en príncipes poderosos que respondían más a los poderes
políticos que a los intereses de la Iglesia.

El interés de la monarquía francesa de controlar el papado.

La pérdida de representación del papado instalado en Aviñón del pueblo cristiano. El papado
se había transformado en una corte burocrática que estaba alejada de los valores y
necesidades de la cristiandad.
La rivalidad entre Roma y Francia por controlar el poder pontificio.

Consecuencias

Algunas de las consecuencias del Cisma de Occidente fueron las siguientes:

Europa se dividió entre quienes apoyaban al papa de Roma y quienes apoyaban al papa de
Aviñón. Ambos papas se excomulgaron mutuamente y excomulgaron a sus seguidores.

Se generó una fuerte crisis entre la cristiandad que perdió sus referencias espirituales.

Al resolverse el conflicto a través de un concilio ecuménico convocado por fuera de la


jerarquía pontificia se limitó el poder del papado y se inició un período de fuerte poder
conciliar.

Se establecieron límites tácitos entre el poder de las monarquías y el papado.

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