Está en la página 1de 4

AMORDISCOS

Angélica Orozco

Dicen que los perros llegan a parecerse a sus amos, ambos somos malgeniados, se nos cae
el pelo, somos caprichosos, rencorosos y morimos por el chocolate, así que
probablemente con el tiempo yo termine tirada en el sofá comiendo pepitas light,
saliendo al parque a buscar pelea y orinándome en los muebles.

Así fue como contagié a mi mejor enemigo de peste rabia y terminó domesticándome.

Todo empezó un sábado cuando le estaba dando su paseo matutino, íbamos muy
tranquilos de repente siento que me jala y se queda pegado a un lugar. ¿Qué estás
oliendo? – le pregunté. Pues sí yo hablo con mi perro, todos lo hacemos aunque no lo
admitamos.

Cuando descubrí que estaba pegado a un hueso enorme que se encontró en un basurero,
algo sabroso para el pero tan terrible que pudiera ser su último bocado.

Me angustié y traté de jalarlo, pero no soltaba el condenado, entonces decidí ahorcarlo


para ver si lo soltaba, pero este can era enrazado con mula y cabra juntas, prefería
ahogarse que perder su apetitoso bocado. Y como remula que soy, mientras él se lo
intentaba tragar yo se lo jalaba, hasta que el can decidió probar el sabor de mis huesos
sangrientos.

“#$%&/() se oyó en toda la cuadra, vi estrellas, huesos y no sé cuántas cosas, cuando miré
mi manito estaba desgarrada por las fauces de este tiburón de 4 patas.

¿Le pasó algo señorita? – me preguntó un vigilante con cara de susto. Nada pendejo, es
que a mi perro le gusta comer carne cruda. – susurré.

Me mordió Nerón - dije entre lágrimas de dolor, no sé si por la herida o porque me había
desgarrado el orgullo en par mordiscos. Mi propio can, a quien yo le dedicaba mi tiempo
sacándolo diariamente, cepillándolo y despulgándolo, ¿qué me agarre a saborearme como
hueso de pollo? En ese momento le recordé que su mamá era una pinche perra.

Señorita, coja mi pañuelo, venga le hago un torniquete – me dijo el vigilante. Estaba que
me doblaba de dolor, pero como pude salí para el apartamento, llegué y encerré al traidor
en la cocina, que me miraba con cara de cordero degollado.
Llegué a la clínica y me recibió el médico de turno y resultó ser un tipo divino en todos los
sentidos, tanto que por el me haría morder cada semana de una chanda diferente.

¿Te mordió un pitbull? Me preguntó con cara de asombro.


No, pero tiene los dientes igualitos – le respondí. Fue el traidor de mi perro que quería
comer carne fresca y jugosa – le dije. Le causó gracia.

En resumidas cuentas, me hizo varias curaciones, me arrancó una uña y me entablilló el


dedo. Mientras me torturaba, hablamos sobre anécdotas caninas, le conté sobre Nerón, el
nombre se lo puso mi papá disque para inspirar respeto, prefiero que se llame así que
Cuqui, Candy y Peluche, esos nombres tan gay que les colocan a los perros, especialmente
si son french de moños y uñas pintadas.

Quedamos de vernos la otra semana para control y me mandó una lista de medicinas y
una excusa por 15 días. Las benditas pastas me costaron un huevo, llegué a pensar en
hacer un trueque, motivo fractura, cambio Beagle por antibióticos encimo correa y coca.

Llegué al apartamento y llamé a Santiago y le conté mi desgracia:


¿Qué te hizo qué? Y es que tú no le das comida suficiente que ya tiene que morder lo que
encuentre, échale más carne a esa sopa. – dijo burlándose de mí.
Enséñale a Nerón quien es el que manda en ese apartamento – continuó y quedó de
visitarme al otro día.

Esa noche noté un comportamiento algo extraño en él, un cierto gruñido cada vez que me
acercaba.
La semana se me hizo eterna, decidí trabajar desde la casa, adelantar lo que pudiera,
mientras hacía curso de zurda, noté un olor extraño, fui a investigar y descubrí que el muy
miserable se ensució en la sala, ¿Por qué hizo eso si el siempre avisa? Este perro tiene
gato encerrado.

Llegó el día del control, me fue muy bien, tan bien que hasta me pidió el celu, quedó de
hacerme visita domiciliaria esa noche. Arreglé el apartamento, lo dejé oliendo a rico y
todo era perfecto.
Salí a recibirlo y le vi una caja de dulces. Los chocolates son buenos analgésicos – me dijo
mientras me daba un beso. Luego le presenté al culpable de mis desdichas.
Salió feliz a recibirlo, le hizo fiestas, es que él muy condenado sabe lo que le conviene.
Oye, tu perro es muy calmado, no entiendo por qué te atacó- me dijo acariciándolo a él,
cuando debería hacerlo conmigo.
Todo me salió súper bien, hablamos de todo, comimos, tomamos unas copas y se
despidió con un beso, no sin antes planear lo que haríamos en la siguiente noche.

Pasó una semana, mi manito empezó a sanar, volví a la oficina y las cosas con Esteban
progresaron. Todo era perfecto.
Una mañana fui a mercar, aproveché y le compré el concentrado que le gusta, cuando
volví, quise regalar mi perro a un restaurante chino.
Había embarrado todo el sofá con tierra que escarbó de la mata, dejó sus huellas cual
venado sobre mi sofá blanco y la alfombra cual pista de bicicross.
%&/() perro, y yo preocupada por tu comida – le dije llena de ira. Para que aprendas hoy
te voy a poner a dieta – le advertí. Me consolé pensando que Laika, Barry y Lassie también
tenían un pasado oscuro.

Regresé del paseo con algo de culpabilidad por haber hecho aguantar hambre a mi pobre
mascota y quise hacer las paces con él, pero este sentimiento se me acabó cuando entré a
mi hogar. Al sentirse encerrado, se montó a los gabinetes y empezó a sacar cosas, se creyó
chef el maldito, voltió el recipiente de la harina, quebró huevos e hizo una tortilla. Tenía al
perro de Marta Stewart y no sabía, debería montar el video a you tube, y ganar algo de
plata.

Se acabó, hoy te quedas amarrado, abusaste de mi confianza, rata inmunda, eres de lo


peor – te quedas abajo en el garaje – le dije furiosa. Mientras lo jalaba, la porquería
empezó a aullar, una vecina me amenazó por maltrato animal y como no hay bobo de
malas, preciso llegó Esteban y me nos vio en plena puja Amo vs. Bestia.

¿Qué les pasó a ustedes? ¿Hola nena cómo has estado? – me dijo.
Antes que pudiera responderle, el desgraciado se le tiró de forma efusiva y el feliz.
Claro, si yo me le tirara encima, le moviera la cola y lo lamiera también me amaría.
Cómo no lo voy a querer, si no fuera por él, no te hubiera conocido Catalina – me dijo

Ahora le quedé debiendo a la chanda esa.


Cuando le mostré el desastre se murió de la risa, alabó la inteligencia de Nerón, me
regañó por haberlo dejado encerrado y me ayudó a limpiar todo. Que tal!, me destruye la
cocina y la granuja soy yo.

Esa noche Esteban se quedó a dormir, mientras estábamos en plena faena cuando
escuché un ruido, pensamos que era un ladrón, decidí ir a investigar, era la ventana que
había quedado abierta, cuando regresé encontré a mi novio jugando con Nerón, en mi
cama, sobre mis sábanas.

¡Desgraciado, yo aguanto que me dañes el sillón, que te comas el mercado, que me


vuelvas mierda la cocina, pero que te acuestes con mi novio, no, perro puto me la vas a
pagar! le pegué tremendo grito. Este animal me sacó la bestia interna.

Oye ¿qué te pasa, contrólate, estás histérica, no ves que se siente solo? – me dijo con cara
de desconcierto. Es que si tú supieras lo que me lo he aguantado, estoy que lo dono a la
policía – le dije angustiada.

Mi novio logró bajarlo, prometiéndole que se podía quedar debajo de la cama para que no
le diera miedo. Ese perro se reía.

Al otro día, me ofreció llevarse a Nerón a vivir con él mientras yo me calmaba y pensaba
las cosas. Le empaqué sus cosas y lo despaché. El me prometió que esto no influiría en
nuestra relación, si como no.
En una misma noche, perdí a los dos machos que más amaba, los que calentaban mi cama
en las noches frías, a quienes les rascaba la barriga, comíamos en la cama, me sacaban a
pasear y dejaban mis sábanas llenas de pelos. Los voy a extrañar.

Así fue cómo dos orejas peludas le ganaron a dos tetas y como el mejor amigo del hombre
terminó domesticando a una mujer.

También podría gustarte