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No sé por cuánto tiempo busqué.

No encontré nada pa comer. Pa nada tanta basura cerca a mí.

Caminé hacia una colina. Entonces vi la ciudad de Collo. Ni la debes conocer, es muy pequeña,
apenas tiene edificios altos.

A lo lejos pude ver un mercadito, no lo pensé dos veces y caminé y caminé… cuando llegué había
comida por todas partes. Una señora tenía de esos sobrecitos de plástico con agua. Realmente
tenía mucha hambre, también sed, creo que debí ir primero a robar comida de la comidera gorda,
ella no me hubiera podido alcanzar.

Era tonto y fui donde la señora más flaca y que tenía un hijo ayudándola.

En cuanto tomé la bolsita de agua y traté de correr, el hijo me tiró al piso y la señora agarró un
trapo mojado y me golpeó en el rostro. Me quedé callado por el miedo y traté de cubrirme, pero
no sirvió de mucho, el maldito trapo realmente dolía y la señora estaba muy furiosa.

Ojalá hubiera terminado rápido, pero el hijo de la señora me dio una patada en el estómago y otra
en la cara, ambos me gritaban y unos tipos más se habían unido para decirme ladrón, piraña de
mierda y cosas así.

Lo bueno es que me dieron una fracción de tiempo para que pudiera levantarme y salir
corriendo… por suerte no me persiguieron, porque lo habrían hecho fácilmente.

De mi nariz la sangre chorreaba, me dolía la panza cada vez que respiraba y el hambre
simplemente no se marchaba, el regreso a mi casa con el sol de medio día fue lo peor, mi cabeza
me comenzaba a doler. Ni siquiera pude llegar a mi casa.

Caí sobre la tierra hedionda y húmeda de mi “vecindario” y comencé a llorar… lloré con las fuerzas
que me quedaban… no tenía a nadie, nadie podría salvarme… ni siquiera el fantasma de mi madre.

Y el perro de mierda me volvió a ladrar, lloré más alto.

No sé por cuánto tiempo lo hice, pero mi garganta comenzó a dolerme, mi voz se hizo ronca y cada
vez perdía más fuerza, hasta que por fin me callé.

El calor del sol en mi espalda; el frío de la tierra en mi panza; los ladridos del perro ese.

Grité ¡Mamá! Con fuerza una vez más y después ya no daba para más…

Así hubiera terminado mi vida, con los caminos blancos de mis lágrimas en mis mejillas, tal vez
comido por ese perro.

Entonces llegó ella, mi ángel…

El sol me evitó verle el rostro, alcancé a ver sus pies en calzados viejos, pero bien blancos.

Me desmayé antes de decirle algo.

Sentí un olor agradable antes de abrir los ojos.


Vi un plato de comida frente a mí, lo tomé entre mis manos. Juro que pensé que mi madre
fantasma me había salvado, pero no fue así.

Levanté la vista y, en vez de ver un espectro, vi una mujer. Doña Pancha se llamaba. Me pasó un
vaso con agua. Comí como descocido, bebí como si me quisiera ahogar.

- - No te han venido a recoger. – Me dijo. – Hace días que tu papá, don Héctor, ha muerto
en vías del tren minero por andar borracho. ¿No tienes tíos?

No sabía, solo dije no con la cabeza. Busqué con mi vista a la niña, pero no la encontré, solo vi
varios dibujos pegados en las paredes. Eran muy bonitos, muy coloridos.

- - Chuy, terminas de comer y te vas; no wa tener más bocas que alimentar gratis. – Me
advirtió con voz muy cortante.
- - Gracias. – Fue todo lo que supe decir, bajé la cabeza, terminé de comer y ya me estaba
yendo cuando ella me dijo:
- - Nunca te he visto ir a la escuela.

No respondí, no recordaba que alguna vez haya ido. Mi mamá estaba muerta, mi papá también…
estaba completamente solo.

Mi cuerpo se sintió tan pesado, empecé a llorar. Momento en el que doña Pancha se levantó y me
tomó de los hombros.

- - Chuy, salite nomás de esta casa, aquí no sirven los que lloran. – La miré a la cara con las
lágrimas todavía saliendo de mis ojos. – Tienes que ser machito o no vas a poder salir de
ningún problema.

Pero no pude contener el llanto.

- - Ya, wawita. – Me dijo. – Vas a estar bien.


- - Pero si me has dicho que no me vas a dar comida. – Le respondí.
- - Te ei dicho que no puedo dar comida gratis. Así que vas a tener que trabajar.

Ni siquiera sabía qué era trabajar exactamente, sabía que mi madre trabajaba en el basural. Era de
esas que buscaban algo valioso en todas esas pilas de inmundicia. Mi padre… ni siquiera ahora sé
qué hacía, tal vez hasta era un maleante, francamente no me importa.

Quise volver a mi casa y me encontré otra vez con el perro, se había aparecido de la nada, no lo
recordaba, solo estaba allí ladrándome, si nos, me miraba todo el rato.

No me atrevía a acercarme, me quedé afuera de la casa de doña Pancha, esperando a que el perro
se durmiera o algo.

Y de pronto sale doña Pancha y observa al perro.

- - Carlitos. – Le dice y el perro le mueve su cola. – Deberías darle de comer a tu perro. – Me


dice y entonces yo me entero de lo que estaba pasando.

Verá, mi padre había criado a ese perro para peleas, enserio era bueno para eso. Apenas había
visto al perro un par de veces, por eso no lo recordaba y según me dijo doña Pancha, mi madre
nunca quiso a ese perro cerca de mí porque le daba miedo que me mordiera. Ya había pasado
antes, a un niño lo mató el pitbull que su padre usaba para las peleas de perros.

Pero ahora estaba ahí.

- - Seguro está aquí para cuidarte. – Me dijo la señora. – Tu papá lo trajo antes de irse de
farra.
- - Ca-carlitos. – Traté de decirle. Entonces el perro solo se puso a sacar su lengua.
- - Va llover pronto, mejor sácale la correa.

No sé por qué le hice caso a doña Pancha. Me acerqué, puse una de mis manos en el lomo del
animal y entonces él me mordió.

Por si no sabías, los niños y los perros de pelea no se llevan para nada bien. Salí asustado y el perro
corrió detrás de mí, la correa evitó que el perro me alcanzara.

Me fui hasta mi casa, cerré la puerta y miré la herida que me había hecho. Me salía sangre, los
dientes de Carlitos estaban bien marcados; pero entonces el fantasma de mi mamá me ayudó, las
heridas se cerraron, hasta pude ver sus dedos acariciando mi brazo… sentí… sentí todo su calor,
todo su amor y, por un momento, cerré los ojos y traté de buscar su regazo para dormir en él. Pero
no lo encontré.

Mientras mis lágrimas se secaban, escuchaba el sonido de la voz de un canto, de seguro era la voz
de mi mamá… no tardé en quedarme dormido.

Pero, en medio de la noche, otra vez estaba lloviendo, otra vez los rayos que lo volvían todo
blanco y el sonido horroroso que hacían. Casi me mié del miedo. Y recordé al perro de mi padre,
ahora estaba ladrando con fuerza, también aullaba, tal vez la noche anterior también lo hizo y no
me di cuenta. Entendí que él también tenía miedo de los rayos.

Dudé por un buen rato, pensé en lo que el perro me haría si trataba de liberarlo de nuevo. Hasta
que al final salí, la lluvia era menuda, los rayos eran los jodidos.

Me acerqué poco a poco.

- - Car-Carlitos. N-no me muerdas p-por favor.

Estaba mojado, estaba temblando, cuando estuve a su ladito para tomar su correa, me quiso
volver a morder, pero entonces mi madre me protegió, claro que me asusté. Pero vi que una
especie de capa me envolvió, los dientes de Carlitos no podían atravesarla.

Tardé un poco en entender cómo funcionaba la correa con la que él estaba, había un segurito que
debía mover con la yema del dedo pulgar. Cuando lo logré, Carlitos salió volando pa casa, le seguí,
dándome cuenta de que la capa de mamá ahora también me había estado protegiendo de la lluvia
todo este tiempo.

Cuando entré a casa encontré a Carlitos escondido en un rincón temblando, me metí a la cama y la
mojé un poco con mis pies. Me fui a un extremo para dormir seco, hasta que conseguí dormir,
durante la noche, el perro lentamente se acercó hasta estar a mis pies, se enroscó y durmió junto
conmigo, lo bueno es que tenía como cinco camas cubriéndome y no me mojo.
A la mañana siguiente, bien tempranito, Carlitos rascó la puerta desesperado, hasta que empezó a
ladrar, me levanté. Pensé que él quería salir afuera de nuevo, así que se la abrí, salió corriendo.

Lo primero que hice fue ir a echar el agua con mi caca lejos y también cagar, regresé para
desayunar. Pero no tenía nada, ni siquiera un poco de agua.

Otra vez me vino el hambre. No quería que me volvieran a golpear… pensé que tal vez podría
robar la comida que quisiera pero tal vez mamá no me protegería porque robar era malo. No tenía
otra más que volver donde doña Pancha.

Fui a tocar a su puerta y entonces…

- - ¿Quién eres tú?


- - ¡Ya estás bien! ¡Mamá, es Juanito! – Dijo ella con cierta emoción. – Ángela me llamo.

Entonces salió ella, doña Pancha. Me miró medio con enojo, medio de no saber qué hacer.

- - Chuy, apurate imilla o vas a llegar tarde a la escuela. – Y vos… debes querer desayunar
seguro.
- - Sí, por… por favor. – Pedí.
- - Vas a comer, pero tienes que trabajar, no puedo darte gratis.
- - Ya… pero qué wa hacer.
- - Ya vas a ver. Desayuna rápido. Pero limpiate los zapatos antes de entrar.
- - Ya señora...
- - Francisca me llamo, pero me dicen Pancha.

Cuando terminé, doña Pancha nos llevó a mí y a Ángela hacia la ciudad, era como una hora de
caminata, Ángela fue a su escuela por una bajadita, mientras que yo me quedé con doña Pancha,
con ella caminamos hasta una construcción. De ella salió un hombre viejo y jorobado.

- - Don Clemente, este es Juanito…


- - Me acuerdo de vos… eres el hijo del Héctor... ¿Y pa’qué le has traido?
- - Don Clemente, solo está este niño, enseñale a ser albañil pues…
- - Nueve años tendrás vos llokalla, ni fuerza debes tener. – Me dijo, no le respondí.
- - ¿Pero de qué va a vivir don Clemente? Solito es… no tiene nadie.

Don Clemente, con su joroba y los ojos rodeados de párpados quemados por el frío y el sol directo
ni se dignó a mirarme. Solo miró a doña Pancha.

- - Y-ya, le voa enseñar, pero te voy a pagar solo si haces un buen trabajo ¿Escuchas llokalla?
- - Sí… - dije, con un nudo en la garganta.
- - Ahora sí, Juanito, yo tengo que ir a trabajar, vos te quedas aquí y te vengo a recoger
cuando acabe mi turno.

Don Clemente era un viejo cuyos hijos se fueron a la ciudad a buscar oportunidades, no decía más
de ellos. Él se había quedado solo, su esposa había muerto hace mucho y él solo se dedicaba a
trabajar como maestro albañil, era respetado en la construcción y enseñaba a los que eran nuevos
como yo.
Ese primer día me enseñó a preparar una mezcla para colocar los azulejos de un baño. Tuve la
suerte de que ya estaban en la obra fina, no tuve que levantar cosas pesadas, tampoco es como si
a los nueve años pudieras levantar más que un par de quilos de peso. Llevaba baldosas, y pasaba
refrescos al resto de los albañiles cuando me lo pedían. Era bastante durito para aprender, hoy lo
sigo siendo.

- Toma, te voy a dar 5 pesos por tu trabajo, cuando crezcas y aprendas mejor te wa dar
más… yo soy el maestro albañil, yo hago los pagos, contrato albañiles y hablo con el
dueño, el arquitecto y el ingeniero.
- - Gracias. – Fue lo poco que pude decir.

Aquel primer día fue agotador, muchas veces estuve a punto de llorar por el cansancio, pero el
propio don Clemente me dijo que debía ser machito, que si lloraba nadie me iba a respetar y que
tenía que cuidarme por mí mismo.

Apenas pude llegar a mi casa, doña Pancha tomó mis 5 pesos como pago por la comida y me dijo
que así serían las cosas.

Sí, así empezaron los mejores años de mi vida.

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