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Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto

“Todos hemos leído la historia de la conversión de Saulo; de acérrimo


enemigo de los seguidores de Cristo a legendario evangelista por Dios”,
escribe Gabriel Garnica en un artículo publicado en Catholic Stand.

Garnica señala que Pablo “no se convirtió en esta leyenda tan pronto como
cayó del caballo; antes bien ahí comenzó el proceso que lo llevó a jugar el
maravilloso papel que ha jugado en la historia de nuestra fe”.

Dejando a un lado el proceso en general –dice el autor—podemos descubrir al


menos cinco lecciones directas de la caída en sí misma:

La misericordia divina de Dios llega, generalmente, cuando nos


encontramos peor, en nuestro punto más bajo

Saulo fue una pesadilla para los primeros cristianos, y su persecución parecía
no tener límite. Recordemos que estuvo presente y aprobó la lapidación de
Esteban.

Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto, tanto de su caballo como de la


ventolera que había tomado en contra de los seguidores de su Hijo.

De forma similar, Cristo nos ofrecerá pacientemente su


divina misericordia cuando parezca que menos la merecemos; incluso cuando
menos creamos merecerla. Hay que recordar el recibimiento del padre al hijo
pródigo.

La intervención de Dios en nuestras vidas será siempre inesperada

La forma de medir el tiempo de Dios nada tiene que ver con nuestra forma de
hacerlo. Su intervención en nuestras vidas no refleja nuestras expectativas.
Saulo era la última persona en la cual los primeros cristianos esperarían que
fuese su más apasionado defensor, que fue, exactamente, lo que Dios hizo
nacer en Saulo.

Fe no es esperar a comprender en totalidad la bondad de Dios; paciencia es


tener la fe para esperar por ella.

La presencia de Dios en nuestras vidas se encuentra a menudo fuera de


una iglesia

Mientras que es necesario ir a Misa para refrescar el alma escuchando la


Palabra de Dios y para alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, gran
parte de las aplicaciones de la enseñanza de la Iglesia ocurren en el mundo.

Saulo cayó del caballo en el camino hacia Damasco, no en su destino, ni en


una casa o en algún lugar de adoración.

La casa del Señor es la estación de servicio, donde rellenamos de combustible


nuestra fe; pero nuestra misión en el servicio a Dios es en el camino, donde
aplicamos la fe para ayudar a otros.

Todos tenemos un caballo de Damasco

Saulo iba montando su caballo camino a pelear en contra de Dios. Podría


haber usado el mismo caballo para ayudar a Dios, pero decidió usarlo para
hacer lo contrario. Dándole esa respuesta, hizo que Dios lo derribara, para
humillarlo como preparación a la gran misión de servirlo en su plan.

Todos tenemos un caballo que nos puede llevar lejos de Dios: ese caballo
puede ser orgullo, arrogancia, dinero, poder… ¿Nos bajaremos por
iniciativa propia o esperaremos a que Dios nos derribe?

Fe y humildad superan a los cinco sentidos


Pablo nunca caminó al lado de Cristo. No fue de los originalmente elegidos.
Pero su fe y su humildad lo hicieron tan grande como aquellos que caminaron
con el Señor.

Dios viene a nuestras vidas, y nosotros le permitimos entrar, sin la proporción


de lo que creemos, vemos, escuchamos, tocamos o gustamos. Los cinco
sentidos y todas las sensaciones que les siguen son polvo en el camino de la
humildad y la fe.

Pablo estuvo ciego por un tiempo tras ser derribado de su caballo por Dios
Nosotros a menudo estamos ciegos por un tiempo mucho mayor, en el viaje
hacia nuestro Damasco.

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