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EL IMPLACABLE AMOR DE DIOS

J. ORTIZ 4/2017
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Quiero hablarles acerca de la palabra implacable. Significa que no disminuye en intensidad o esfuerzo—
no se rinde, ni se compromete, incapaz de ser cambiado o persuadido con argumentos. Ser implacable
es apegarse a un rumbo determinado.

Que maravillosa descripción del amor de Dios. El amor de nuestro Señor es absolutamente implacable.
Nada puede entorpecer o disminuir su búsqueda amorosa tanto de pecadores como de santos. David, el
salmista, lo expreso de esta manera: “Detrás y delante me rodeaste… ¿a dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y
a donde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estas tu; y si en el Seol hiciere mi estrado, he
aquí, allí tu estas.” (Salmo 139:5, 7-8).

David está hablando de las grandes altas y bajas que enfrentamos en la vida. El está diciendo, “Hay
tiempos cuando soy tan bendecido que me siento levantado con gozo. En otros tiempos, me siento
como si estuviera en el mismo infierno, condenado e indigno. Pero no importa donde este, Señor—no
importa cuán bendecido me sienta o cuan baja sea mi condición—tu estas allí. No me puedo alejar de tu
amor implacable. Y no puedo ahuyentarlo. Tu nunca aceptas mis argumentos acerca de cuan indigno
soy. Aun cuando soy desobediente—pecando contra tu verdad, cuando no aprecio tu gracia—tú nunca
dejas de amarme. ¡Tu amor por mí es implacable!”

En un momento bajo, David oro, “Señor, tu asentaste mi alma en un lugar celestial. Me diste luz para
que entienda tu Palabra. La hiciste una lámpara para guiar mis pies. Pero he caído tan bajo, no veo como
pueda recuperarme. He preparado mi cama en el infierno; y merezco ira y castigo. Tu eres muy exaltado
y santo para amarme en esta condición.”

David había pecado gravemente. Este es el mismo hombre que había disfrutado diariamente de
aportación espiritual de consejeros piadosos. Él fue enseñado por rectos hombres de Dios. El fue
ministrado por el Espíritu Santo. El recibió revelaciones de la Palabra de Dios. Aun así, a pesar de muchas
bendiciones y su vida consagrada, David desobedeció la ley de Dios rotundamente.

Estoy seguro que conoces la historia del pecado de David. El deseo la mujer de otro hombre y la
embarazo. Entonces el trato de cubrir su pecado emborrachando al esposo, esperando que el hombre se
acostara con su esposa embarazada. Cuando eso fracaso, David mato al esposo. El confabulo enviando
al hombre a una batalla perdida, sabiendo que el moriría.

Las Escrituras dicen, “…Mas esto que David había hecho; fue desagradable ante los ojos de Jehová.” (2
Samuel 11:27). Dios llamo las acciones de David “un gran mal.” Y el envió al profeta Natán a decirle, “…
con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová,” (12:14).

El Señor entonces disciplino a David, diciendo que el sufriría severas consecuencias. Natán profetizo, “…
el hijo que te ha nacido ciertamente morirá.” (12:14). David oro el día entero por la salud del bebe. Pero
la criatura murió, y David lloro profundamente por las cosas terribles que él había causado.
Todavía, a pesar del pecado de David, Dios seguía persiguiéndolo con su amor. Mientras el mundo se
mofaba de la fe de este hombre caído, Dios le dio a David una muestra de su amor implacable. Betsabé
ahora era la esposa de David y ella dio a luz a otra criatura. David, “…y llamo su nombre Salomón, al cual
amo Jehová.” (12:24). El nacimiento y la vida de Salomón fueron una bendición totalmente inmerecida
para David. Pero el amor de Dios por David nunca amaino, aun en la hora de su mayor vergüenza. El
persiguió tras David de manera implacable.

Considera también el testimonio del apóstol Pablo. Mientras leemos de la vida de Pablo, vemos a un
hombre empeñado por destruir la iglesia de Dios. Pablo parecía un loco en su odio hacia los cristianos. El
suspiraba amenazas de matanza contra todos los que seguían a Jesús. El busco la autorización del sumo
sacerdote para cazar a los creyentes, para así entrar en sus casas y arrastrarlos a la prisión.

Después que fue convertido, Pablo testifico que aun durante esos años llenos de odio—mientras él
estaba lleno de prejuicios y mataba ciegamente a los discípulos de Cristo—Dios lo amaba. El apóstol
escribió: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros.” (Romanos 5:8). Él dijo en esencia: “Aunque yo no estaba consciente de esto, Dios me estaba
persiguiendo. El siguió detrás de mí en amor, hasta ese día cuando literalmente el me tumbo de mi
cabalgadura. Ese fue el implacable amor de Dios.”

A través de los años, Pablo estaba aún más convencido que Dios le amaría fervientemente hasta el fin, a
través de sus altas y bajas. El declaro: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:38-39). El
estaba declarando: “Ahora que le pertenezco a Dios, nada puede separarme de su amor. Ningún diablo,
ni demonio, ni principado, ni hombre, ni ángel—nada puede detener a Dios de amarme.”

La mayoría de los creyentes han leído este pasaje una y otra vez. Lo han escuchado predicar por años.
Sin embargo, creo que la mayoría de los cristianos encuentran que las palabras de Pablo son difíciles de
creer. Cada vez que nosotros pecamos o le fallamos a Dios, perdemos todo sentido de la verdad de su
amor por nosotros. Luego, cuando algo malo nos pasa, pensamos, “Dios me esta azotando.”
Terminamos culpándolo de cada problema, prueba, enfermedad y dificultad.

En realidad, estamos diciendo: “Dios has dejado de amarme, porque te falle. Lo disguste y el esta
enojado conmigo.” De repente, dejamos de comprender el implacable amor de Dios por nosotros.
Olvidamos que el nos persigue continuamente en todo tiempo, sin importar nuestra condición. Todavía
aun, lo cierto es, que no podemos enfrentar la vida y todos sus terrores y penurias sin asirnos de esta
verdad. Debemos estar convencidos del amor de Dios por nosotros.

Conozco a muchos ministros que hablan mucho del amor de Dios y libremente lo ofrecen a los demás.
Pero cuando el enemigo viene rugiendo como una fuente a sus propias vidas, son llevados por el
torrente. Caen en un hoyo de desesperación; incapaces de confiar en la Palabra de Dios. Ellos no pueden
creer que Dios pueda aceptarlos, porque están convencidos que Dios se dio por vencido en ellos
Puede que reconozcas este versículo. A menudo es usado en los servicios eclesiásticos como una
bendición. Usualmente es pronunciado de memoria por el pastor y pocos oidores echan mano de su
enorme significado. Sin embargo, este versículo no es tan solo una bendición. Es el resumen de todo lo
que Pablo le había enseñado a los Corintios acerca del amor de Dios.

Este versículo trata con tres temas divinos: la gracia de Cristo, el amor de Dios, y la comunión del
Espíritu Santo. Pablo estaba orando que los Corintios pudieran echar mano de estas verdades. Creo que
si nosotros también podemos comprender estos tres temas, nunca mas dudaremos del implacable amor
de Dios por nosotros:

1. Primero, Pablo considera


la gracia de Jesucristo.

Exactamente, ¿Qué es gracia? Sabemos esto de ella: lo que sea la gracia, Pablo dice que nos “(enseñara)
que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente” (Tito 2:12).

¿Cómo alcanzamos tal lugar, donde podamos ser enseñados por la gracia? ¿Y cual es la enseñanza que la
gracia ofrece? Según Pablo, la gracia nos enseña a renunciar a la impiedad y la lujuria, y a vivir una vida
santa y pura. Si es así, entonces necesitamos que el Espíritu Santo ilumine en nuestras almas los
fundamentos verdaderos de esta doctrina.

Encontramos el secreto a la declaración de Pablo acerca de la gracia en 2 Corintios 8:9. El declara:


“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre,
siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” Pablo no se esta refiriendo a
riquezas materiales aquí, sino acerca de riquezas espirituales. (Numerosos pasajes comprueban esto. En
todas sus cartas, Pablo habla de las riquezas de la gloria de Cristo, las riquezas de la sabiduría, riquezas
de gracia, de ser ricos en misericordia, fe y buenas obras. De igual manera, el Nuevo Testamento se
refiere a las riquezas espirituales como opuestas a la mentira de las riquezas mundanas.)

Pablo nos esta diciendo: “Aquí esta todo lo que necesitas saber acerca del significado de la gracia. Llega
a nosotros a través del ejemplo del Señor. Sencillamente, Jesús vino a bendecir, edificar y animar a otros
a expensa propia. Esa es la gracia de Cristo. “Siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que a través
de su pobreza nosotros fuésemos ricos.”

Jesús no vino a magnificarse o traer gloria a si mismo. El entrego todo derecho al “Yo” en mayúscula,
significando todo énfasis en el “Yo, y lo mío.” Cristo dejo pasar toda oportunidad para ser el mayor entre
sus compañeros. Píenselo: el nunca pidió que la bendición se derramara sobre el para ser conocido o
aceptado por los demás. El no impuso su peso divino para obtener poder o reconocimiento. El no se
exalto a expensas del pobre; u hombres menos hábiles. Y el no se glorió en su propio poder; habilidad o
logros. No, Jesús vino a edificar un cuerpo. Y el lo demostró al gloriarse en las bendiciones de Dios sobre
los demás.

Cuando Cristo camino sobre la tierra, el no estaba en competencia con nadie. Seguramente que escucho
a sus discípulos glorificando sus grandes obras. Sin embargo, en toda humildad, Jesús respondió,
“Ustedes van a sobrepasarme. Les digo, ustedes harán mayores obras que todas las mías.” Luego,
cuando llegaron los reportes que sus discípulos están haciendo esas mismas obras, echando fuera
demonios y sanando gente, el danzo con gozo.

¿Cuantos de nosotros podemos reclamar este mismo tipo de gracia? A mi vista, dolorosamente esta en
falta en la mayor parte de la iglesia. Pocos cristianos verdaderamente se regocijan cuando ven a sus
hermanos o hermanas bendecidos por Dios. Esto es especialmente cierto de muchos pastores. Cuando
ellos ven a otro pastor cosechando las bendiciones de Dios, solo piensan en su propia condición. Ellos
dicen, “Yo he estado luchando en oración por años. Pero ahora este joven predicador viene al pueblo y
Dios comienza a derramar bendición sobre el. ¿Y yo?”

Aquí esta el implacable amor de Dios: el regocijarnos al ver a otros bendecidos por encima de nosotros.
Pablo escribe: “El amor sea sin fingimiento. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a
la honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 12:9-10). Aquí tenemos una gracia que esta
dispuesta a mantenerse humilde, aun cuando se regocija en la bendición de otro.

En la primera carta de Pablo a los Corintios,


el dice que ve muy poco de este tipo de gracia.

Pablo encontró a los cristianos Corintios en competencia unos con otros. La iglesia estaba llena de auto
exaltación, autopromoción, y búsqueda propia. Hombres y mujeres se gloriaban en sus dones
espirituales, empujando por estatus y posición. Ellos hasta competían en la mesa de santa cena. Los
creyentes opulentos desfilaban sus comidas exóticas, mientras que los pobres no tenían nada que traer.
Otros estaban tan orgullosos, que les precia como nada demandarse unos con otros para arreglar sus
disputas.

Todo esto era contrario a la gracia que Pablo predicaba. Estos Corintios estaban sellados con un “Yo” en
mayúsculas inmensas. Para ellos era todo tomar y no dar. Aun hoy la palabra “Corintio” tiene como
connotación su carnalidad y mundanalidad.

Pablo les dijo a estos creyentes, “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales,
sino como a carnales, como a niños en Cristo. … ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios
3:1,3). Piensa en lo que Pablo estaba diciendo. Los bebes solo buscan satisfacer sus propias necesidades.
Gritan para que los mimen. Y los Corintios eran niños en esta forma. Esta gente era suave con el pecado,
algunos entregándose a la fornicación y hasta el incesto.
Cuando pensamos en tales creyentes, la palabra “santo” no llega a la mente. Sin embargo, a pesar de
toda su carnalidad, Dios dirigió a Pablo a escribirles a esta gente como “la iglesia de Dios…a los
santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos…Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del
Señor Jesucristo” (1:2-3).

¿Era esto un error? ¿Estaría Dios guiñando al compromiso de la iglesia? No, nunca. Dios conocía todo
acerca de la condición de los Corintios. Y el nunca pasa por alto sus pecados. No, el saludo lleno de
gracia de Pablo es un cuadro del amor implacable de Dios. Trata de imaginarte la maravilla de los
Corintios mientras escuchaban leer la carta de Pablo en la iglesia. Aquí estaban creyentes contentos
consigo mismos solo mirando por el numero uno. Sin embargo, Pablo, escribiendo bajo inspiración
divina, se dirige a ellos como “santos” y “santificados en Cristo.” ¿Por qué? Dios estaba asegurando a su
pueblo. Déjame explicar.

Si Dios nos juzgara conforme a nuestra condición, seriamos salvos un minuto y condenados el otro.
Seriamos convertidos diez veces al día y nos deslizaríamos diez veces diariamente. Cada cristiano
honesto debe admitir que su propia condición, aun en lo mejor, es una de lucha. Todos aun estamos
peleando, aun tenemos que depender de la fe en las promesas de Dios de misericordia. Eso es porque
aun tenemos debilidades y fragilidades en la carne.

Gracias al Señor que el no nos juzga conforme a nuestra condición. Al contrario, el nos juzga por nuestra
posición. Ves, aunque somos débiles y pecadores, le hemos entregado nuestros corazones a Jesús, y por
fe el Padre nos ha sentado con Cristo en lugares celestiales. Esa es nuestra posición. Por lo tanto, cuando
Dios nos mira, el no nos ve según nuestra condición pecadora sino según nuestra posición celestial en
Cristo.

Por favor no me malinterprete. Cuando digo que Dios asegura a su pueblo en gracia, no me estoy
refiriendo a la doctrina que permite al creyente a continuar en pecado promiscuo. La Biblia aclara que es
posible para cualquier creyente alejarse de Dios y rechazar su amor. Tal persona puede endurecer su
corazón tan repetidamente y tan rígidamente, que el amor de Dios no penetrara las paredes que el ha
levantado.

Ahora mismo, puedes estar en una condición Corintia. Pero Dios ve tu posición como que estas
únicamente en Cristo. Así fue como el trato con los Corintios. Cuando Dios los miraba, el sabia que ellos
no tenían recursos para cambiar. Ellos no tenían poder en si mismos para ser piadosos de repente. Por
eso el inspiro a Pablo a dirigirse a ellos como santos santificados. El Señor quería que ellos conocieran la
seguridad de su posición en Cristo.

¿Luchas con una debilidad? Si es así, quiero que sepas que Dios nunca será obstaculizado en su amor por
ti. Escúchalo llamándote “santo,” “santificado,” “aceptado.” Y echa mano de la verdad que Pablo
describe: “Mas por el estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención;” (1 Corintios 1:30).
2. A continuación, Pablo
habla del amor de Dios.

En la primera epístola de Pablo a los Corintios, el se dirige a la necesidad de ellos por la gracia de Dios.
Esto es a causa de sus fracasos. Pero en su segunda carta, Pablo enfoca sobre el amor de Dios. El sabia
que el implacable amor de Dios era el único poder capaz de cambiar el corazón de cualquiera. Y la
segunda carta de Pablo comprueba que Dios elige usar amor como su manera de mostrar su poder.

Primera de Corintios 13:4-8 nos ofrece una poderosa verdad acerca del amor implacable de Dios. Sin
duda, has escuchado este pasaje muchas veces, desde los pulpitos de la iglesia y en bodas: “El amor es
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser;…”

La mayoría de nosotros piensa, “Este es el tipo de amor que Dios espera de nosotros.” Eso es verdad, en
cierto sentido. Pero el hecho es que nadie puede dar la medida de esta definición de amor. No, todo
este pasaje es acerca del amor de Dios. El versículo 8 lo comprueba: “El amor nunca deja de ser.” El
amor humano falla. Pero aquí tenemos un amor que es incondicional, nunca se da por vencido. Soporta
cada fallo, cada desilusión. No se recrea mirando los pecados de los hijos de Dios; al contrario, llora por
ellos. Y resiste todo argumento que dice que somos demasiado pecadores e in merecedores para ser
amados. En resumen, este tipo de amor es implacable, nunca se detiene en su persecución del amado.
Esto solo puede describir el amor de Dios todopoderoso.

Considera como este amor poderoso afecto a Pablo. En su primera carta a los Corintios, el apóstol tenía
toda razón para abandonar la iglesia. El tenía muchas razones para estar enojado con ellos. Y fácilmente
el podía desecharlos por inútiles, desesperarse con sus niñerías y pecaminosidad. El podía comenzar su
carta de esta manera: “Me lavo las manos de ustedes. Ustedes son un pueblo incorregible. Todo este
tiempo he derramado mi propia vida por ustedes. Sin embargo, mientras mas los amo, menos me aman
ustedes a mí. Basta ya—los entrego a sus propios deseos. Adelante, peleen entre ustedes. Mi trabajo
con ustedes termino.”

Pablo nunca podría escribir esto. ¿Por qué? El había sido detenido por el amor de Dios. En Primera de
Corintios, leemos de el entregando a un hombre a Satanás, para la destrucción de la carne del hombre.
Esto suena severo. Pero, ¿Cuál era el propósito de Pablo? Era para que el alma del hombre pudiera ser
salva (ver 1 Corintios 5:5). También vemos a Pablo, agudamente reprendiendo, corrigiendo y
amonestando. Pero el lo hizo todo con lagrimas, con la suavidad de una enfermera.

¿Cómo reaccionaron los carnales Corintios al mensaje de Pablo del amor triunfante de Dios? Ellos se
derritieron ante sus palabras. Pablo después les dijo: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido
contristados según Dios,… ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis
contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna
perdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento
para salvación” (2 Corintios 7:11, 9-10). Pablo les estaba diciendo: “Ustedes se han limpiado, estaban
indignados por sus pecados, y ahora están llenos de celo y temor santo. Se han probado claros y
limpios.”

Les digo, esos Corintios fueron cambiados por el poder del amor implacable de Dios. Mientras leemos la
segunda carta de Pablo a ellos, encontramos que el gran “Yo” en esta iglesia a desaparecido. El poder
del pecado fue roto y el yo tragado por la tristeza santa. Esta gente ya no estaba envuelta en dones,
señales y maravillas. Su énfasis ahora era dar en vez de recibir. Ellos recaudaban ofrendas para enviarlas
a creyentes que habían sido azotados con gran hambruna. Y el cambio vino por la predicación del amor
de Dios.

Yo estoy personalmente convencido por esta verdad. En mi juventud, yo predique mensajes acerca de la
mala condición de la iglesia. Me desesperaba por el estado deplorable de tanta gente de Dios. Y salí a
corregir estas cosas con espada y martillo. Golpee el compromiso y desmenucé todo lo que estaba a mi
vista. Y en el proceso, puse a la gente bajo condenación que nunca debió ser.

Si Pablo hubiera predicado de esa manera en Corintios, seguro que hubiera desmenuzado toda
carnalidad, hubiera echado abajo a los fornicarios, y hubiera detenido las demandas. Pero esa iglesia se
hubiera deshecho. No hubiera quedado congregación para ser reprendida por Pablo. Tal forma de
predicar es mal dirigida por celo humano. Es usualmente el resultado de la falta de revelación personal
del predicador, del amor de Dios por el.

3. Finalmente, Pablo enfoca la


comunión del Espíritu Santo.

La frase griega que Pablo usa se traduce como, “el compañerismo del Espíritu Santo.” Al principio, los
Corintios no sabían nada acerca de tal compañerismo. El cuerpo de la iglesia estaba galopante con
individualismo. Pablo dijo de ellos: “…cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo
de Cefas; y Yo de Cristo” (1 Corintios 1:12).

Este individualismo lo llevaban a los dones espirituales de la gente. Aparentemente, los Corintios solo
iban a la iglesia para edificarse a si mismos. Uno llegaba con el don de lenguas, otro con una profecía,
otro con una palabra de sabiduría—todavía ellos están usando sus dones para servirse a si mismos.
Todos querían irse diciendo, “Hoy, yo di una profecía,” o, “Hable poderosamente en el Espíritu.” Y
estaba ocasionando gran desorden. Pablo hizo un llamado explicito por orden, enseñándoles,
“Aprendan a callar. Dejen que otro hable. Busquen edificar el cuerpo y no tan solo a ustedes mismos.”

La obra mas profunda del Espíritu Santo trata con algo mas que dones espirituales. Señales, maravillas y
milagros son todos necesarios, y todos tienen su lugar. Pero la obra mas preciosa del Espíritu de Dios es
unir al cuerpo de Cristo. El busca establecer compañerismo entre el pueblo de Dios, por su poder para
unir. Más, muy a menudo hoy, cuando hablamos del compañerismo del Espíritu Santo, tendemos a
pensar individualmente. Pensamos en términos de “yo y el Espíritu Santo,” diciendo, “El Espíritu y yo
disfrutamos intimidad con Cristo.”

Pablo ata compañerismo y unidad a dos temas que ya hemos tratado: la gracia de Cristo y el amor de
Dios. El dice, en esencia: “Para verdaderamente entender estos dos temas, tienen que unirte. Así es
como puedes medir la gracia de Cristo y el amor de Dios en tu vida. Esta determinado por tu
disponibilidad a ser en plena unidad con todo el cuerpo de Cristo.”

¿Qué significa tener unidad? Significa sacando todo celo y competencia, y no compararte más con otros.
En lugar de eso, todos se regocijan cuando un hermano o hermana es bendecido. Y todos están ansiosos
por dar en vez de tomar. Solo esta clase de compañerismo revela verdaderamente la gracia de Cristo y el
amor de Dios.

Este mensaje se reduce a esto:


¿Estoy dispuesto a cambiar?

La pregunta es, “¿Realmente quiero permitirle al Espíritu Santo que me muestre donde necesito
cambiar?” Ves, hay un propósito detrás del amor implacable de Dios. Es esto: hay poder en el amor de
Dios para solucionar todos tus problemas al cambiarte.

Si me dices que eres buena persona—bondadosa, caritativa, perdonadora, lavada en la sangre de Cristo
—yo contesto, el amor de Dios provee algo mas que perdón. Puedes ser perdonado y una buena
persona, pero aun ser gobernada y esclavizada por tu naturaleza pecaminosa. Todos nacemos con la
naturaleza de Adán, la tendencia a pecar. De hecho, es esa naturaleza en nosotros que es fácilmente
provocada, envidiosa, lujuriosa, airada, que no perdona. Esta misma naturaleza es la que en nosotros
ama el dinero, siembra semillas de destrucción, y no se puede regocijar cuando otros son bendecidos.

Si has estado peleando contra tu naturaleza pecaminosa, estas en una guerra perdida. Esa naturaleza no
puede ser cambiada. Siempre será carne y siempre resistirá al Espíritu Santo. Nuestra naturaleza carnal
es más allá de la redención, y por lo tanto, debe ser crucificada. Esto significa admitir, “Nunca podré
agradar a Dios por si solo. Yo se que mi carne nunca me podrá ayudar.”

Debemos recibir una naturaleza nueva, y esa naturaleza es la misma naturaleza de Cristo. Esto no es un
rehacer de la vieja naturaleza o un traspasar de la carne. Lo viejo tiene que morir. A lo que me estoy
refiriendo es al nacimiento de una naturaleza totalmente nueva. Y el Nuevo Pacto ha hecho provisión
para esto: “por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).

El amor de Dios nos dice: “Quiero asegurar tu posición en Cristo. Tienes que darte por vencido en tratar
de cambiar la naturaleza de tu carne, y déjame darte la naturaleza de mi Hijo. Existe solo una condición
para que esto suceda: simplemente cree. Este cambio en naturaleza viene solo por la fe. Debes creer y
yo seré Dios para ti.”

Amados, cualquier creyente puede ser como Cristo tanto como desee. Si tan solo puedes decir: “Creo
que Dios realmente me ama,” estas confesando que el te ha ofrecido poder para ser cambiado.

Las Escrituras dicen que todos hemos recibido una medida de fe. Por lo tanto, todos tenemos la
capacidad para creerle al Señor por esta infusión de su naturaleza.

Haz esta oración, hoy: “Espíritu Santo, yo se que no tengo mucha de la gracia a la que Pablo se refiere.
Muéstrame donde necesito cambiar. Yo creo que mi Padre me ama implacablemente. Y ese amor ha
hecho provisión para que yo tome su naturaleza. Yo se que has dado el poder para ser cambiado por ti.
Dame tu naturaleza, Jesús.”

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